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Los derechos humanos (D.D.H.H.

) son definidos como aquellas garantías que poseen los


seres humanos; son aquellos atributos y características de las personas que no pueden ser
vulnerados o dañados, como por ejemplo, su vida, no siendo posible atentar tanto contra
la integridad física como psíquica de las personas, del mismo modo, no es posible atentar
contra su dignidad y su libertad.

Algo fundamental entorno a los derechos humanos, es que estos surgen a partir de la
propia naturaleza humana, debiendo ser aplicados a todos por igual, sin posibilidad alguna
de discriminación.

Existen ciertas características propias de los derechos humanos, que permiten comprender
en mayor medida la importancia que poseen.

En primer lugar, son inherentes al ser humano, es decir, tal como se mencionó
previamente, provienen de la naturaleza del hombre y del reconocimiento de su dignidad
sólo por ser un ser humanos. En segundo lugar, los derechos humanos son universales,
por lo que son aplicados a todas las personas del mundo por igual.

Por otra parte, estos son derechos inalienables, en otras palabras, se trata de derechos
que no se pueden perder o quitar, porque provienen de la naturaleza humana.

La declaración internacional de los derechos fue hecha el 10 de diciembre de 1948, en la


Asamblea General de las Naciones Unidas para que fuera distribuida y enseñada a través
de los estamentos educativos en todos los países a fin de crear conciencia sobre la
importancia de un estatuto de protección a la humanidad.

Este documento se origina, como una respuesta obligada a todos los abusos y
crueldades que la humanidad había practicado desde tiempos inmemoriales, de las cuales
los débiles o indefensos han sido quienes han llevado la peor parte.

Cuando iniciamos una revisión minuciosa sobre los tópicos que contempla podemos ver
reflejada a través de éstos, toda una gama de situaciones referentes a las relaciones entre
los individuos a las cuales era menester amparar a través de una manifestación expresa,
de manera taxativa que, sin lugar a dudas, se erigiese como referente legal admitido en
los enunciados de las constituciones y desarrollados a través de las legislaciones de todos
los países civilizados de la actualidad.

Claro está que dentro de la aplicabilidad de este magno documento es de lamentar que en
muchas oportunidades dicha Declaración se constituye en letra muerta por el
desconocimiento voluntario que muchos sectores de las colectividades nacionales hacen
de ellos, privando de los derechos contemplados en ésta cuando en flagrante violación de
los derechos humanos se cometen atropellos que se caracterizan como delitos de lesa
humanidad como son: las desapariciones, las masacres, las torturas, entre otras.
Ante el maltrato, la discriminación, la humillación, el agravio o el vilipendio quedan dos
caminos a seguir: la vía del derecho o la vía del hecho. Cuando alguien ve vulnerados sus
derechos fundamentales o cualquier derecho se encuentra abocado a una disyuntiva que
le conduce a hacer justicia por sí mismo o a esperar que los estamentos de justicia ejerzan
su función y procedan a protegerle de la amenaza y a resarcir al individuo por las
violaciones de la que ha sido objeto. Aquí es donde la justicia, en derecho, se erige como
gestora de la paz porque en su defecto el hombre se ve obligado a utilizar el recurso de la
rebelión y la fuerza en contra de la tiranía y la injusticia, generando los conflictos tanto
internos como internacionales que se ha conocido a lo largo y ancho de la historia de la
humanidad.

Aunque no es un documento obligatorio o vinculante para los estados, es bueno reiterar


que ha sido adoptado en las constituciones de los estados civilizados de la actualidad.

Al dársele una mirada al documento, se llega al convencimiento de que menos no pudiera


haber hecho el hombre, ser llamado a las más elevadas concepciones del arte, de la
cultura, de la ciencia, la tecnología y, como es lógico, del derecho.

En esta Declaración se abarcan todos los temas que tienen relación directa con las
posibles opciones de interacción del individuo como ser social teniendo como premisa
sustantiva la defensa de los derechos del ciudadano frente a la amenaza o vulneración
que grupos o gobiernos, al margen de la ley, deseen llevar a cabo.

El preámbulo anterior es sólo la base para efectuar el análisis sobre la práctica de los
derechos humanos en nuestro país. Ya han quedado sentadas las bases para exponer
someramente el grado de aplicación y respeto de éstos por parte del colectivo que
conforma la sociedad colombiana.

Se pecaría, entonces, de inocente, fatuo o iluso si se creyera que a partir de 1991, año de
la promulgación de la Constitución actual, que todas las cosas cambiarían como por arte
de birlibirloque, que pasaríamos de la Colombia de la Constitución de 1986 con sus
falencias y vacíos a una nueva era en la que se viviría como en un cuento extraído de las
“Mil y una noches”, pero con la versión expurgada de adulterios y hechos de sangre que
abundan en el libro original, realizada por el francés Antoine Galland. Por supuesto que
no. Las dinámicas sociales no cambian por efectos de las leyes sino por la transformación
de las realidades objetivas y subjetivas que conforman tanto la estructura económica
como la superestructura ideológica de determinado conglomerado humano.

Cuando se miran los noticieros de la televisión, se escuchan a través de la radio o se


recibe la información a través de la prensa escrita o el internet, tenemos que admitir con
nostalgia y vergüenza patria que estamos lejos del respeto a los derechos humanos en
nuestro país. Con cuanta frecuencia escuchamos que se viola el derecho a la vida de los
colombianos, que es el principal derecho porque truncada una existencia ya no hay sujeto
para reclamar los restantes, mediante el asesinato por innúmeras razones, los asesinatos
selectivos, las masacres de campesinos, los falsos positivos… Allí se puede decir que el
derecho se quedó como letra muerta en nuestra Constitución. Igual situación se da con las
torturas y las desapariciones forzadas.

Qué se puede decir de los desplazados por la violencia, quienes tienen que dejar todo
atrás y abandonar sus querencias, sus pertenencias y al llegar a las ciudades les toca
cambiar su rol de campesinos productores de bienes de consumo para convertirse en
mendigos, recluidos en albergues que en muchas oportunidades se convierten en sus
hogares casi permanentes hasta que reciben los auxilios oficiales o de las Ong’s
internacionales que les ayudan a paliar sus afugias y la nostalgia de sentirse
desarraigados de sus tierras, de sus comunidades y de su entorno.

Con respecto a la libertad de conciencia es lamentable tener que reconocer que a pesar de
ser un mandato constitucional, tenemos que lamentar la muerte de excelentes personas
quienes por haber pensado y expresado públicamente sus convicciones contrarias a lo que
dicta el statu quo fueron víctimas de las balas asesinas disparadas por miembros de
fuerzas oscuras que operan al margen de la ley y sólo conocen el lenguaje del terror para
callar de una manera las voces de quienes enarbolan las banderas de la fraternidad, la
justicia y la libertad y entre nuestros conciudadanos. Para la muestra podemos citar los
viles asesinatos de los líderes de la Unión Patriótica, partido político fundado en 1985
como una propuesta alternativa que pretendía dar solución a las problemáticas sociales
que aquejan a nuestra sociedad. Esta nefasta historia de violencia da cuenta del asesinato
de dos ex candidatos presidenciales, ocho congresistas, 13 diputados, 70 concejales, 11
alcaldes y miles de sus militantes fueron asesinados.

Pero afortunadamente podemos dar un parte de victoria en otros campos del derecho
social como el derecho a la libertad, a la intimidad, el libre desarrollo de la personalidad,
nadie es esclavo en Colombia –al menos de manera formal-, tenemos libertad de culto, el
derecho de asociación, el derecho a apelar ante los tribunales superiores y otros cuya
enumeración pormenorizada haría un poco árida esta ponencia, pero que tienen un gran
peso en lo que a la salud del pueblo se refiere.

Mal se hiciera si se omitiera de manera voluntaria o involuntaria en esta exposición lo que


se puede considerar como la máxima conquista democrática de la Constitución del 91,
cual es el derecho a reclamar los derechos. Es decir que a través del derecho de amparo,
llamada acción de tutela, que es la garantía que tiene las personas a la protección judicial
inmediata de sus derechos fundamentales (Artículo 86), se establece el mecanismo
constitucional de protección y garantía judicial al cual puede recurrir cualquier persona
cuando considere que se le está vulnerando algún derecho fundamental, a fin de que los
derechos de los ciudadanos no se conviertan en nugatorias entelequias, sino que éstos
sean respetados so pena de la punición ante su desconocimiento.

Concluyendo podemos decir que nuestra Constitución recoge los derechos humanos y los
eleva a la categoría de mandatos constitucionales, lo cual se ha constituido en la génesis
de una toma de conciencia frente a su existencia, respeto e imperiosa necesidad de
acatamiento en aras de una convivencia enmarcada dentro de los parámetros de la
fraternidad, igualdad y libertad para todos las y los colombianos del hoy y del futuro, de
manera inclusiva y democrática.

CONCLUSIONES

Después de efectuar un somero recorrido histórico sobre el origen y la promulgación de la


Declaración de los Derechos Humanos, la influencia que ha tenido este importante
documento en el pensamiento de la humanidad, la inclusión en nuestra Constitución y un
rápido esbozo de las bondades y aplicaciones prácticas o sus violaciones en el contexto
nacional colombiano se llega a las siguientes conclusiones:

1. Los derechos humanos son el resultado de la necesidad que tiene el hombre de


vivir de manera comunitaria dentro del marco del respeto mutuo de las
libertades y el libre desarrollo individual y social.
2. Las naciones civilizadas de la actualidad los han acogido y los han elevado a la
categoría de mandato constitucional.
3. Colombia no fue la excepción y por lo tanto los incluyó en su Carta Política.
4. La generación actual tiene el reto histórico de construir pacientemente, día a
día, con constancia y denuedo la nueva generación de colombianas y
colombianos que sean los constructores de una patria justa, tolerante y
respetuosa de los derechos de los demás y en paz , teniendo en cuenta los
acuerdos de paz que se vienen adelantando en el país.

5. Aún, con todos los días aciagos que ha vivido nuestro pueblo, con tanta
violación de de los derechos de los demás colombianos, con tantas fuentes
generatrices de violencia que nos ha tocado sobrellevar, aún con una imagen
deteriorada en el contexto internacional, brilla una luz de esperanza en el
accionar de incontables ciudadanos respetuosos de la Constitución y las leyes,
para quienes los derechos humanos interpretan el mandato divino: “Un
mandamiento nuevo os doy: Que os améis los unos a los otros; como
yo os he amado, que también os améis unos a otros”

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