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'Un calor tan cercano', de Maruja Torres. Las heridas de la oscuridad

Article · February 1998

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Salustiano Martín-González

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Un calor tan cercano, de Maruja Torres
Las heridas de la oscuridad

Maruja Torres, Un calor tan cercano,


Madrid, Alfaguara, 1997, 269 pp.

[Reseña, 291 (febrero 1998), 27]


Como viene sucediendo con novelistas de planteamientos ideológicos parecidos, Un calor
tan cercano no ha tenido tantos lectores como otras novelas más volcadas a la roma superficie de
los sentimientos "apasionados", o el aplauso crítico que otros textos menos dados a desentrañar la
realidad cotidiana o a desvelar los mecanismos de sometimiento y expropiación utilizados por los
diversos poderes dominantes. Sin conceder carantoñas emocionales o eróticas, o guiños
esteticistas o metafísicos, el discurso grave y corrosivo de Maruja Torres (Barcelona, 1943), lejos
aquí de la ironía hilarante y los anecdotarios divertidos de sus anteriores novelas, no ha encontrado
una respuesta adecuada a sus merecimientos.

La diferencia esencial proviene de la necesidad moral y psicológica de su escritura. Se trata


de una novela que Torres ha debido escribir para saldar sus propias cuentas y "dotar de sentido a
lo que no lo tuvo": "para ordenar el caos". Y, para cauterizar las heridas que le ha infligido la
oscuridad, la mejor forma narrativa es la autobiográfica. Así, traza su novela como un relato de
formación y crisis, como la narración de un rito de paso a la edad adulta que se desarrolla en la
atmósfera opresiva, hipócrita y destructora de la España franquista.

La narradora es una mujer de 45 años que, en octubre de 1987, recibe dos noticias que la
trastornan y la obligan a retroceder a su pasado para ajustar cuentas con él: su madre ha muerto;
una extraña mujer se ha interesado por ella y le ha hecho llegar su dirección. Un primer fragmento
narrativo da cuenta de su situación en este tiempo presente (pp. 15-20). A continuación, la novela
desarrolla la narración de la historia que esta mujer recuerda, situada en la primavera/verano de
1954 (pp. 23-245). Por último, el relato concluye con la resolución de la historia entera en tiempo
presente: octubre 1987 (pp. 249-269).

La mujer está sola al principio; recuerda el camino que la llevó a esa soledad; concluye
curándose de ella. Su autobiografía está signada por "la idea del abandono como pilar central de
toda una vida", pero no es un lamento inútil, sino un fértil discurso escrito como proceso de
sanación y recuperación, que penetra en el tumor enquistado y logra extraer su putrefacción al aire
libre, allí donde el mal puede ser exorcizado. Su agudeza perceptiva descubre los intersticios
sentimentales e ideológicos de los personajes, y desvela los ocultos orígenes sociales de los males
que malforman su espíritu y pudren sus ganas de vivir.

Si es la historia de la niña, es también la visión que la adulta proyecta sobre ella. Su


conocimiento y capacidad analítica flotan por encima de la visión infantil, trazando un contrapunto
ideológico que acompaña al lector sin molestarlo. Éste lee la inocencia invadida por la carcoma
del oscurantismo y su lucha por la supervivencia, y se hace cargo de la amarga (porque lúcida)
visión política y existencial con que la narradora pespuntea esa andadura y opera la benéfica
extirpación. La niña es "rehén de la frustración de las mujeres" y se ve sometida a "sus torturas
psicológicas". Las artimañas represivas de la tía y la madre operan como sinónimos de la policía
franquista y simbolizan la falta de libertad del país en 1954.

Todas las puntadas que da Maruja Torres tienen un hilo consistente que va urdiendo un tupido
tejido ideológico en que se desvelan los estigmas morales del franquismo: una sórdida tela de
araña en que las conciencias se debaten sin escapatoria y los silencios amenazan con parir
psicologías enfermas. El "Barrio" es el paradigma del barrio económica y políticamente deprimido
de la Barcelona bajo el franquismo. Muchos de sus habitantes han interiorizado la perversa
ideología de la represión moral y la practican con sus allegados más débiles. La casa en que vive
la niña es una "casa tomada", como el país y la ciudad en que esa casa existe. Como las cabezas
de las personas ocupadas por la enfermedad de la sinrazón y el desprecio, trasunto del dominio
absoluto que el dictador ejerce sobre la casa nacional y sobre las conciencias de todos los
españoles.

La novela se mueve en una dialéctica constante entre la niña ingenua, que trata de luchar
contra la realidad opresiva y torturante por medio de la fantasía y el amor, y la mujer adulta que
aún conserva las agobiantes heridas de ese pasado. La resolución es sobria, medida; todo lo que
ha de venir después es obviado. Pero la despedida queda en pie, y se desarrolla, en el espacio del
silencio, lenta y desgarradora: inexplicada. El fragmento final en tiempo presente nos habla de
difuntos que deben ser enterrados y de (re)nacimientos entre las ruinas. La madurez: adquirir la
paz con una misma, llegar a un acuerdo con el mundo, asumir la herencia de lo vivido y de lo
perdido.

Maruja Torres maneja con mano maestra la ironía política y la ternura compleja, y lo hace
con precisión y economía, aunando la escritura tersa con la densidad ideológica, articulando, sin
desfallecer, un lúcido sentido de la gradación atmosférica y el desenhebramiento liberador de las
patologías ocultas.

Salustiano Martín

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