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LA HORA DE TODOS Y LA GEOGRAFÍA POLÍTICA DE QUEVEDO

WlLLIAM H. CLAMURRO
Denison University

La hora de todos, una de las últimas obras satíricas de Quevedo, constituye


una especie de sumario final de este gran censor de la sociedad y política espa-
ñolas.1 Por esta razón, de particular interés es la notable diversidad temática de
los cuarenta episodios. A primera vista este panorama temático podría dividirse
en dos amplias categorías bien diferenciadas: en primer lugar, y concentrados
en la primera mitad del texto, episodios que atacan los blancos satíricos conven-
cionales —o sea tipos notorios y sus trillados pecados sociales. Como contraste
y formando una segunda categoría se encuentra una serie de sucesos muy distin-
tos, así como escenas ubicadas en países o lugares extranjeros.2 A su vez, este
segundo grupo incluye otra subdivisión temática: en algunos casos se presenta
una visión quevediana, y al parecer patriótica, de los conflictos entre el imperio
español y sus principales rivales europeos, mientras que en otros Quevedo em-

1. El presente trabajo debe mucho a los siguientes artículos y estudios: Edmon CROS, «Sur le
fonctionnement des inscriptions idéologiques dans La hora de todos», CO-TEXTES, n 5 2 (1981), pp.
99-112. Pierre DUPONT, «Cohérence et ambiguítés de la pensée quévédienne dans La hora de todos».
La Contestation de la société dans la liuéralure espagnole du Siécle d'Or, Toulouse, U. de Toulou-
se-Le Mirail, 1981, pp. 125-140. James IFFLAND, «Apocalipsis más tarde: Ideología y La hora de lo-
dos», CO-TEXTES, n" 2 (1981), pp. 27-94. Conrad KENT, «Política in La hora de todos», JHP, n2 1
(1977), pp. 99-119. Raimundo LiDA, «La hora de todos», Prosas de Quevedo, Barcelona, Editorial
Crítica, 1981, pp. 221-238. Lía SCHWARTZ LERNER, «Sobre La hora de todos: Discurso satírico e his-
toria», CO-TEXTES, n9 2 (1981), pp. 1-15. Ver también la Introducción a la edición de La hora de
lodos de Jean Bourg, Pierre Dupont y Pierre Geneste, Paris, Éditions Aubier-Montaigne, 1980 (pp.
15-160); todas las citas del texto se refieren a esta edición y se indica el número de página entre pa-
réntesis.
2. Casi la mitad de los 40 episodios tienen escenario extranjero; sobre este aspecto, ver la Intro-
ducción de Bourg, Dupom y Geneste, pp. 51-101.

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plea el escenario extranjero más bien como un artificio literario para enmasca-
rar y desplazar la crítica de un problema de la política interior que agobia a Es-
paña alrededor de 1630.3
Debemos admitir que esta división binaria no sirve adecuadamente en todos
los casos, ya que a veces es evidente que un episodio ubicado «en el extranjero»
puede contener no sólo una crítica obvia de los enemigos exteriores de España,
sino al mismo tiempo un ataque cifrado e indirecto contra problemas políticos o
personajes identificables de la España de Felipe IV.* Así, pues, parece haber un
enfoque doble en un gran número de los episodios «extranjeros»: 1. una crítica
pro-española, pro-imperialista del mundo exterior (i.e., de los principales países
rivales del imperio español), y 2, un «mundo» internacional ficcionalizado y
empleado adrede como un lenguaje de clave, cuyo fin es el análisis y la crítica
de la política doméstica de España.5 Pero como quisiéramos sugerir a continua-
ción, se aprecia cierta tensión y conflicto tanto entre estos dos enfoques temáti-
cos como dentro del lenguaje satírico mismo. Esta tensión a su vez produce otro
nivel de ambigüedad, una ambigüedad que revela las tendencias ideológicas de
la visión quevediana en este momento de su vida personal y de la vida, ya entra-
da en plena decadencia, del imperio español. Aunque todo texto inevitablemen-
te tiene dimensiones y resonancias ideológicas varias, La hora de todos su-
tilmente proyecta y dramatiza los presupuestos morales y políticos del
imperialismo español y, al mismo tiempo, las contradicciones y límites inheren-
tes del sistema ideológico. Esto se debe a tres factores: 1.° la yuxtaposición del
lenguaje satírico convencional y «discursos» políticos partidarios y específicos,
2.° la presión de la actualidad histórica del imperialismo español en decadencia,
y 3.° la situación de enajenamiento personal y político de Quevedo durante la
última década de su vida.6
A diferencia de la sátira tradicional y, en cierto sentido universal, que se ve
en los Sueños, en La hora de todos se imponen incuestionablemente el contexto
histórico exterior, los conflictos internacionales y en particular el casi total de-
sencanto político de Quevedo.7 La fecha que se lee al final de la dedicatoria

3. Con respecto a la condición político-económica de España durante la década de 1630-40, ver


H. KAMEN, Spain 1469-1714: A sociely ofConflict, London & New York, Longman, 1983, especial-
mente pp. 196 y ss. Ver también J.H. ELLIOTT, Imperial Spain 1469-1716, Harmondsworth, England,
Penguin, 1963, pp. 321 y ss.; y del mismo autor The Counl-Duke of Olivares: The Stalesman in an
Age of Decline, New Haven & London, Yale Univ. Press, 1986, y en particular Pan ID, «The Failure
of Reform (1627-1635)», pp. 323-495.
4. Ver la Introducción de Bourg, Dupont y Geneste, especialmente pp. 102-118: «Quevedo et le
gouvernement de l'Espagne (1633-1635)».
5. Ver Bourg, Dupont y Geneste, pp. 102-140. También ver W.H. CLAMURRO, «Judgment and
Rhetoric in La hora de todos», JHP, 6, n. 2 (1982), pp. 139-155.
6. Ver J.H. ELLIOTT, «Quevedo and the Count-Duke of Olivares», Quevedo in Perspeclive (ed.
James Iffland), Newark, Delaware, Juan de la Cuesta, 1982, pp. 227-250.
7. Ver J.H. ELLIOTT, «Quevedo and the Count-Duke of Olivares», en particular pp. 242-247.

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—12 de marzo de 1636— señala aproximadamente la época de la composición
del texto. La primera mitad de la década que va de 1620 a 1630, fue período de
notable dificultad y crisis, tanto en la política y condiciones económicas dentro
de España, como en la situación del imperio ante sus antagonistas extranjeros,
particularmente Francia y Holanda.8 En cuanto a la situación personal de Que-
vedo mismo ante las políticas y personajes importantes del gobierno de Felipe
IV, el final de la década representa la penúltima etapa de su desaliento y desen-
gaño con respecto al Conde-Duque y sus programas.9
A primera vista quizás parecería un poco curiosa y arbitraria la ostensible
distribución geográfica de los episodios que acontecen fuera de España. Según
los indicios textuales, cinco episodios se ubican en lo que hoy día es Italia (nú-
meros 23, 24, 29, 32 y 33); uno tiene lugar en Holanda (28) y sólo uno parece
suceder entre Francia y España, o sea pasando por los Pirineos (31). Pero aun-
que Francia como escenario no aparece de modo significativo, sí está presente
en gran números de estos dieciséis sucesos como el tema o subtexto, ya que la
rivalidad entre el imperio francés y el español es claramente una preocupación
clave en La hora de todos. Además de Holanda, la frontera con Francia, y las
regiones de Italia, ocurren episodios en Dinamarca (17), Moscovia (26), Alema-
nia (34), Turquía (35), Chile (36), Inglaterra (38), Salónica (39) y Lieja (40). Fi-
nalmente, el episodio 37, uno de los más cortos y engañosamente irónicos (el de
los negros, posiblemente ubicado en África) parece tratar de la injusticia de la
esclavitud de la que los negros son víctimas principales, mientras al mismo
tiempo contiene una sutil implicación antisemita.10
Dentro de un panorama tan amplio, diverso y rico de significados contradic-
torios como éste, sería difícil escoger un pasaje representativo de esta compleji-
dad ideológica; sin embargo, sí se pueden señalar ejemplos de un ostensible ata-
que satírico que, a consecuencia de las presiones y contradicciones ideológicas,
se desintegra, o donde la precisión de la ironía (normal en un texto convencio-
nalmente satírico) se desestabiliza y donde, por ende, el elemento retórico-ideo-
lógico se revela.11 Un ejemplo indicativo es el episodio 32, «La Serenísima Re-
pública de Venecia» (pp. 264-270). Se descubre en él la complejidad, o la
conflictividad de motivos y supuestos ideológicos que inevitablemente van a
surgir en un texto que ataca a los venecianos, mientras que al mismo tiempo

8. Ver la Introducción de Bourg, Dupont y Geneste, pp. 60-95.


9. Ver J.H. ELLIOTT, «Quevedo and the Count-Duke of Olivares» y del mismo autor, The
Counl-Duke of Olivares: The Síalesman in an Age of Decline.
10. Sobre esta cuestión, ver J. CAMINERO, «Formas de antisemitismo en la obra de Quevedo»,
Letras de Deusío 10, xx (julio-diciembre 1980), pp. 5-56; y del mismo autor, Víctima o verdugo:
Conservadurismo y antisemitismo en el pensamiento político-social de Quevedo, Kassel, Universi-
dad de Deusto, Edition Reichenberger, 1984.
11. Con respecto a este fenómeno, ver mi artículo citado arriba, «Judgment and Rhetoric in La
hora de todos», JHP, 6, n 2 (1982), pp. 139-155.

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emplea a los venecianos para criticar ciertos aspectos de la política doméstica
española.
Considerando el aspecto retórico de este episodio, hay que notar en primer
lugar que la selección de Venecia como escenario y de los venecianos como
«actores» tiene significativas consecuencias e implicaciones. Aunque la com-
plejísima Weltanschauung quevediana casi no admite países extranjeros dignos
de respeto alguno, la república de Venecia en particular simboliza un cinismo e
inmoralidad política del máximo grado; para Quevedo Venecia equivale al «ma-
quiavelismo» más egregio.12
El meollo del episodio es el largo discurso del dux (pp. 264-268), un pasaje
no excesivamente complejo pero que sí contiene algunas inconsistencias revela-
doras. Las oraciones iniciales expresan un cinismo orgulloso, en el sentido de
que exponen un modus operandi «triunfante» que, desde cualquier perspectiva
exterior, es una autodenuncia. El dux comienza su discurso con lo siguiente:
«La malicia introduce la discordia, y la disimulación hace bienquisto al que
siembra la cizaña del propio que la padece. A nosotros nos ha dado la paz y las
victorias la guerra que habernos ocasionado a los amigos, no la que hemos he-
cho a los contrarios. Seremos libres en tanto que ocupáremos a los demás en
cautivarse: nuestra luz nace de la disensión; somos discípulos de la centella, que
nace de la contienda del pedernal y del eslabón; cuanto más se aporrean y más
se descalabran los monarcas, más nos encendemos en resplandores» (p. 264).
Claramente, como ventrílocuo partidario de este «portavoz», Quevedo lo hace
hablar de una manera que lo condena y que confiesa la esencial inmoralidad de
la política veneciana. Pero desde otra perspectiva, un poco distanciada de la es-
pañola, la conservación de su independencia y el éxito, en general, de su políti-
ca exterior no son más malvados o diabólicos que la sabia y prudente política de
cualquier otro país o estado. Lo que les condena es su propia identidad nacio-
nal: el ser venecianos. Así, Venecia hace el papel del «cínico político»; pero
además del efecto de la identidad notoria, esta función de significación se pro-
mueve por medio de un lenguaje aforístico y ambiguo y por medio de imágenes,
como la «centella», con sus sugerencias de peligro y destrucción.
Una preocupación central del discurso del dux, empero, es otra vez el tema
o subtexto predominante: la lucha entre Francia y España por el dominio de Ita-
lia (pp. 264-268). En una metáfora extendida, se plantea este conflicto en térmi-
nos de una competencia entre dos pretendientes amorosos (Francia y España)
que cortejan a «una doncella rica y hermosa» (Italia). Dentro de este contexto,
el interés y el objeto de Venecia es la manipulación de los dos poderes, mante-
niéndolos desequilibrados, para que se promueva el provecho veneciano; si-

12. Ver J.O. CROSBY, «Quevedo's Alleged Participation in the Conspiracy of Venice», HR, 23
(1955), pp. 259-273. También S. SERRANO PONCELA, «Quevedo, hombre político (análisis de un re-
sentimiento)», La Torre, VI, n. 23 (1958), Puerto Rico, pp. 55-95.

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guiendo la imagen introducida, se expresa lo cínico de la política veneciana así:
«conviene que se disponga esta zancadilla de suerte que, haciendo efectos de di-
vorcio, cobremos caricias de casamenteros» (p. 266).
Hasta aquí, el discurso y los razonamientos del dux sirven el fin predecible
de materializar una autodenuncia de la cínica e inmoral política veneciana. Al
mismo tiempo —y a un nivel más sutil pero claramente relacionado, a base de
ciertos supuestos «lógicos» del partidismo proespañol del lector probable— lo
que el dux nos dice sugiere un cuestionamiento o ataque con respecto a los mo-
tivos y la política de Francia.13 Pero dentro de esta presentación de malévolos
motivos, manipulaciones y maniobras en los venecianos —y en particular, en el
pasaje que trata de los esfuerzos de Venecia para subvertir al rey de Francia—
surge otro problema de gran interés para Quevedo, ya bien conocido en otros
contextos. El dux dice lo siguiente: «Lo que me parece es que, con alentarle a
que prosiga en los hervores de su ambicioso crédulo desvanecimiento, conquis-
taremos al Rey de los Franceses con Luis Décimo Tercio. El esfuerzo último se
ha de poner en conservar y crecer en su gracia a su privado. Este, que le quita
cuanto a sí se añade, le disminuye al paso que crece. Mientras el vasallo fuere
señor de su rey, y el rey vasallo de su criado, aquél será aborrecido por traidor,
y éste despreciado por vil. Para decir "Muera el rey" en público, no sólo sin cas-
tigo, sino con premio, se consigue con decir "Viva el privado"» (p. 266). En el
contexto inmediato, está claro que la alusión se refiere al cardenal Richelieu (p.
266), y este ataque sí tiene mucho sentido desde una perspectiva quevediana y
proespañola. Pero aunque estas alusiones resultan pertinentes dada la situación
de Francia alrededor de 1630, desde un punto de vista español este mismo con-
junto de sugerencias e implicaciones es aún de mayor relevancia para otra temá-
tica quevediana bien conocida. Se trata de su fundamental y bien arraigado des-
precio por la práctica de los privados establecida en el régimen de Felipe III y
continuada en el de Felipe IV. Según Quevedo, el privado usurpa y traiciona
inevitablemente al mismo rey que le ha otorgado tal oficio.14 Así, pues, de re-
pente tenemos una estructura de retórica y «lógica» muy curiosa: el portavoz
básicamente no digno de confianza —el dux— en este breve momento está ha-
blando de una manera que secunda y apoya la posición quevediana, o sea, lanza
un ataque obvio contra el concepto y la práctica de delegar poder a un privado o
valido. Y de esta manera, la compleja sátira de autodenuncia veneciana, de pro-
paganda antifrancesa, y de condena de la «razón de estado» y del maquiavelis-
mo en general, se convierte sutilmente en una crítica de la actual política de la
España de Felipe IV y del régimen de Olivares.15
El final del discurso del dux reitera una caracterización de sus propias ten-

13. Ver la Introducción de Bourg, Dupont y Geneste, pp. 60-80.


14. Ver la Política de Dios especialmente la segunda parte.
15. Ver la Introducción de Bourg, Dupont y Geneste, pp. 102 y ss.

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dencias maquiavélicas, por medio de un conjunto de imágenes ingeniosas. Pri-
mero, se compara el método subrepticio de la política internacional veneciana al
mecanismo de un reloj: «Nosotros, como las pesas en el reloj de faltriquera, he-
mos de mover cada hora y cada punto estas manos, sin ser vistos ni oídos, derra-
mando el ruido a los otros, sin cesar ni volver atrás» (p. 268). Y en la frase final
de la oración, se aprovecha de una metáfora particularmente rica en alusiones y
muy apropiada para Venecia, una ciudad tan famosa por su arte en la fabrica-
ción de objetos de vidrio: «nuestro razón de Estado es vidriero que con el soplo
de las formas y hechuras a las cosas, y de los que sembramos en la tierra a fuer-
za de fuego, fabricamos hielo» (pp. 268). La justicia poética del concepto es
muy evidente y parece haber incluso una sugerencia de valoración positiva, ya
que la destreza y el arte de la fabricación del vidrio pueden ser causa de cierta
admiración. Al mismo tiempo, el equívoco sugerido por el significado «soplo»
(y toda la noción de «soplar») sirve la obvia intención de poner la moralidad y
la índole política venecianas bajo la luz más insidiosa: por ser un conjunto de
manipuladores, hipócritas y ladrones, la acción de «soplar» —que sugiere el de-
latar, chismear, hurtar, etc.—16 le viene de molde a la perspectiva quevediana
para un juicio sumario sobre Venecia.
La conclusión de este episodio es algo curioso y quizás puede parecemos un
tanto insípido o anticlimático. El efecto «mágico» de la hora es simplemente
una erupción de franqueza por parte de un «republicón», quien declara que
«Venecia es el mismo Pilatos» (p. 268). Ante esta revelación de la verdad, res-
ponden los poderes de Venecia con un castigo y un intento de supresión: «Albo-
rotóse todo el consistorio en voces. El Dux, con acuerdo de muchos y de los
semblantes de todos, mandó poner en prisiones al republicón y que se averigua-
se bien su genealogía, que, sin duda, por alguna parte decendía de alguno que
descendía de otro, que tenía amistad con alguno que era conocido de alguno que
procedía de quien tuviese algo de español» (p. 270). En contraste con la agude-
za e invención del lenguaje del dux, el brusco juicio del republicón y el epílogo
breve del último párrafo nos parecen un tanto débiles. Es decir que el «juicio
oficial» tan crudo y abiertamente difamatorio carece de fuerza imaginativa, a
pesar de la equivalencia entre Venecia y Pilatos, en comparación con el «auto-
juicio» implícito, más irónico, más sutil pero más penetrante del dux mismo.
Este fenómeno de «motivos encontrados y conflictivos» predomina en gran
parte de La hora de todos dentro de los episodios que se salen de la esfera de lo
convencional, doméstico y típico y que apuntan hacia cuestiones de política na-
cional e internacional. Nuestra lectura de La hora de todos —tanto en términos
de sus partes, como en el contexto de su significado global— tendrá que con-
frontar la complejidad y heterogeneidad de motivos y valores de la obra: a un

16. Como lo define el Diccionario de Autoridades, t. VI, p. 156, quinta acepción: «Por alusión
se toma por hurtar, o quitar alguna cosa a escondidas.» Ver también la octava y décima acepciones.

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nivel, se ve un moralismo tradicionalista contra la realidad política de un régi-
men inclinado al reformismo e innovación; y al mismo tiempo, hay que consi-
derar el «patriotismo chauvinista» de Quevedo que de ninguna manera puede
expresarse sino en desarmonía fundamental con el inevitable relativismo moral
de las exigencias imperialistas —incluso las de su propio país, España.
Para proponer o sugerir los deslindes de una «integridad» dentro de un texto
que tan manifiestamente parece desintegrarse, habría que tomar en cuenta (y co-
mo lectores, tendríamos que reconocer) el hecho de que el empleo en el ámbito
de la ficción de un mundo o una geografía exterior le provee a Quevedo de un
artificio, o un lenguaje, de desplazamiento satírico. Simultáneamente este len-
guaje tiende a revelar y materializar las contradicciones internas y la esencia re-
tórica de cualquier alocución que sea principal e intencionadamente un «discur-
so ideológico». Dentro de La hora de todos, se ve que el paso de un discurso
satírico convencional a un discurso que incorpora una temática política contem-
poránea le lleva a Quevedo desde un nivel de ironía controlable hacia un mundo
textual de ironía quizás incontrolable. O, en otros términos, mientras que el tex-
to satírico convencional utiliza todo tipo de ironía verbal, en el fondo, el len-
guaje es el del moralista. Está basado en un fundamento sólido y compartido de
la moral y la cultura; representa una reafirmación de valores comunes, a pesar
de que opera por medio de artificios indirectos o negativos. Pero cuando el tex-
to satírico ostensible se presta al desafío de las cuestiones conflictivas de una
actualidad política nacional e internacional, entonces las ironías y los artificios
utilizados sólo pueden servir o tener éxito —retórica, lógica o moralmente— en
tanto que haya un lector, o una «lectura», que comparta las concepciones y pre-
juicios ideológicos del texto y del autor.
Así, pues, la geografía política de Quevedo, tal como se presenta dentro del
mundo textual de La hora de todos, dramatiza la visión de mundos caóticos y
también un mundo de caos personal dentro de la mente de un autor obsesionado
por fas cuestiones del día y al mismo tiempo desilusionado con la política de los
gobernantes de España y quizás con «la política» en general.

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