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Los astrónomos llevan ya muchos años buscando un planeta que suponen más allá de
la órbita de Neptuno. De vez en cuando descubren indicios, pero la prueba concluyente,
su observación, siempre fracasa.
Anfitrite - 1
La huida
12 de enero de 2078, Héctor
Yuri duda. Lleva una viga de acero de 20 metros de largo sobre el hombro. Irina
aguanta el extremo opuesto. Frente a ellos, se encuentra el abismo que separa las dos
mitades con forma de huevo que tiene ese asteroide. En algún lugar al fondo, quizás a
unos 500 metros, la presión de la colisión unió hace varios millones de años a esos dos
desiguales asteroides que, ahora, parecen huevos siameses.
Yuri se gira. La luz de su casco recorre el brillante acero hasta que ilumina a otra
persona embutida en su traje espacial. Es su colega Irina.
—¿Irina?
—Por eso quiero que me lance la cuerda. Entonces le sacaré de ahí —interviene
Grigori.
No debería haber hablado con Irina en la frecuencia de radio general. Grigori es
bueno en todo lo que hace, pero también demasiado megalómano. Es un milagro que
siga vivo, aunque algunos piensan que es gracias a su maravilloso ingenio.
—¿Y la viga qué, so genio? —pregunta Yuri—. Chen nos arranca la cabeza si la
perdemos.
—Déjala que lo haga —exclama Grigori—. Ella no es tan gallina como tú. Si
seguimos discutiendo aquí, se nos acabará el aire.
—No le hagas caso —dice Irina—. Mejor escúchame a mí. Mi plan funcionará.
Yuri flota. La luz de su casco lame las escarpadas laderas del precipicio. Ni siquiera
llega a iluminar el fondo. Mejor así. Ahora depende totalmente de Irina. La oye resoplar
por la radio. Sigue corriendo y, al mismo tiempo, suelta el valioso oxígeno de su
bombona hacia el vacío sobre la oscura superficie del asteroide.
Parece que el tiempo se ha detenido. Nunca había anhelado tanto alcanzar el lado
opuesto de esa zanja. La ha cruzado ya varias veces, aunque sin cargas pesadas. Pero
ahora puede ver con sus propios ojos por qué Chen ha obtenido la licencia para explotar
ese asteroide, a pesar de hallarse tan lejos de la Tierra. Y es que las dos mitades que
conforman ese alargado asteroide llamado Héctor son tan diferentes como pueden
llegar a serlo dos cuerpos celestes de ese tipo. La parte en la que se encuentra la base de
operaciones es una típica bola de nieve sucia, solo hielo y roca. Pero la otra, hacia la que
flota ahora a velocidad de cámara lenta, tiene un núcleo de metal que representa casi la
totalidad de su masa. En la pared del abismo se puede ver claramente la estructura,
pues allí apenas se ha acumulado el omnipresente polvo del resto de la superficie.
—¡Cuidado, Yuri!
Si no logra agarrarse a la cuerda, caerá por el precipicio. Mira hacia arriba, pero ni
rastro de su colega.
¿Qué pretende hacer? ¡Si Grigori no llega a la viga! ¡Que le lance ya la cuerda!
Suena tan banal… Todo el mundo morirá algún día. Parece que hoy le ha llegado su
hora. Pero el miedo es tan poderoso que le hace sudar a mares y mearse en los
pantalones.
De repente, está detrás de él. Le sujeta por su brazo izquierdo y lo arrastra hacia
arriba. Irina asciende como si pudiera volar. Entonces distingue el vapor que sale de la
botella de oxígeno y cómo la manipula con la mano izquierda. Oxígeno congelado. Así
de baja es la temperatura allí. Y es mortal.
La sombra de Irina se mueve. Debe ser el foco de Grigori que la produce. Yuri se
obliga a levantarse. Grigori está junto a Irina y le levanta el brazo, como para tomarle el
pulso.
—Lo que me imaginaba —dice Grigori y le deja caer el brazo—. Tu nivel de oxígeno
está ya casi a cero.
—No exageres, que con la reserva tengo aún para un cuarto de hora —responde
Irina.
—Hmm, mira por donde… se me ocurre ya algo —dice Irina y rompe a reír.
Está un poco loca; a Yuri se lo han comentado otros compañeros. Ahora mismo no
tiene muchas ganas de reírse.
—¿La cuerda?
—Ah, eso. Ya viste que estaba ocupado con la viga que soltaste.
—Yuri, este cacharro ha sido construido para la guía del láser. Si lo perdemos,
tardaríamos al menos medio año más en acabar este encargo. RB le habría cantado las
cuarenta a Chen y este habría descargado toda su rabia en nosotros.
¡Menudo imbécil! Ahora Yuri dejaría caer la viga, se daría la vuelta y le propinaría
cuatro hostias bien dadas. Pero entonces tardarían todavía más y, a fin de cuentas, ya es
hora de volver a casita. Algún día se vengará.
13 de enero de 2078, Héctor
Yuri acciona la manilla de la puerta, pero no se abre. El aseo de caballeros está ocupado.
Denise sale del baño de mujeres y le guiña un ojo. Incluso sonríe, así, ya de buena
mañana. Nunca la ha visto seria, aunque en ese asqueroso asteroide hay motivos de
sobra para ello.
De repente, se le abre la puerta ante sus narices y pega un brinco hacia atrás.
—Estaba…
Grigori le aparta un poco y pasa por su lado. Aunque, de pronto, da media vuelta,
como si se lo hubiera pensado mejor. Se coloca frente a él, apoyándose en la pared. Le
envuelve un aroma a aftershave barato. Incluso cubre el olorcillo a aceite de máquinas
que suele dominar toda la base.
—¿Qué? ¿Por fin te la follaste ayer, o no? —le pregunta con voz baja y una repelente
sonrisa sardónica.
—Pero si era evidente, coño, la tienes a punto de caramelo y bien calentita. Si tienes
miedo de no saber hacérselo bien, me llamas. Estoy seguro de que estaría encantada de
hacer un trío.
Yuri niega con la cabeza. Agarra a Grigori por los hombros y lo aparta de su camino.
—No deberías beberte ese aftershave barato que usas, sino solo ponértelo en la cara
cuando te afeitas. Parece que te ha reblandecido las neuronas.
—Así me gusta, Jurotschka. Aunque deberías hacerte mirar la arruga de rabia que te
sale en la frente, que no parece muy sana. A las mujeres les encanta mi aftershave.
—Unos dicen esto, otros aquello, pero yo, al menos, no necesito que me salven las
mujeres. Prefiero follármelas.
Yuri tensa sus músculos. ¿Debería pelearse con él? Es tan… primitivo. Solo se
pondría a la misma altura que ese bastardo insoportable.
—Claro, lo me imaginaba. Perro ladrador, poco mordedor. Seguro que Irina también
se ha dado cuenta y por eso no te ha…
Las últimas palabras de Grigori se las traga la puerta que Yuri ha cerrado a su
espalda. Gira el pestillo para poder disfrutar también de su momento de paz.
—Tampoco quería decir eso —se disculpa Chen—. Puedes mirarla, pero no la
saques de la funda.
Levanta la funda con su contenido. Parece un material muy delicado, por lo que
Chen lo mantiene tan protegido.
—¿Es papel?
Yuri observa el dibujo de la portada. En la parte inferior, hay una mujer que sale de
una especie de ataúd que flota en medio de un lago. En el centro, se ve a tres personas
en un bote de remos. Otro bote más, vacío, brilla en un halo de luz blanquecina, y en el
horizonte se distingue la silueta de una ciudad.
—¿Interzone 123?
—Mis padres quisieron ser creativos. ¿No nos has contratado tú?
—Denise me dio una lista con los mejores candidatos y me limité a poner una cruz
en aquellos que me parecieron más adecuados. Pensé que tener a tres rusos sería más
entretenido. A lo mejor podríais deleitarnos alguna vez con danzas de cosacos.
—Entiendo. En respuesta a tu pregunta: Esta revista está aquí porque incluye una
historia del famoso escritor de ciencia ficción Stephen Baxter. Se llama El traje Fubar. Y
ahora adivina dónde transcurre la trama.
—Aquí.
Yuri hojea la revista. Cada página está protegida con celofán, por lo que no deja ni
huellas en el papel. Al comienzo de la revista hay una lista de todas las publicaciones
que contiene. Instintivamente toca los títulos, pero no pasa nada.
—A mí me pasa lo mismo.
—Qué interesante.
—¿Lo ves? De eso se trata. Siempre que me visita alguien y ve esta antigua revista
surge una conversación interesante.
—Sin embargo, hasta hoy no la había visto nunca sobre tu mesa, jefe.
—Con vosotros también puedo conversar de otras cosas. Pero mañana llega la
Ganymed Explorer para repostar y su personal pasará un par de días con nosotros.
Quién sabe, quizá surja algo interesante.
—No empieces tú ahora con lo mismo, Chen. A Grigori ya se le cae la baba cada vez
que se cruza con Irina o Denise, aunque sea de lejos.
—Parece que Grigori es un amigo especial. Pero ¿qué le voy a hacer? Ninguno de
vosotros quiere nada conmigo. ¿O es que ya tienes planes para esta noche?
—Lo siento, Chen. Aunque ojalá te diviertas con tu revista de ciencia ficción.
—Gracias. Ya veremos. No obstante, te pedí que vinieras por otra razón: tienes que
sustituir a Mike. No se encuentra bien y Asimov le ha diagnosticado una ligera
conmoción cerebral.
Mierda. Hoy le tocaba el día libre y pensaba cocinar algo para Irina. Así, sin más
intenciones.
—Puede ser, aunque le traté con extrema delicadeza. Pero tocarle el trasero a Denise
es algo inaceptable.
—Mierda.
—Era broma. Aunque sí, el búlgaro y tú formaréis equipo hoy. Tenéis que preparar
el dispositivo de acoplamiento para nuestros invitados. Si no, cada día de retraso, me
supone pagar una penalización a la NASA.
Yuri respira hondo. Ommm. Tendrá que controlarse. ¿Por qué atrae el espacio a
tanto gilipollas?
—Hasta ahora no. Es la primera visita que llega desde que estoy aquí.
Están sobre una plaza plana, del tamaño de un campo de fútbol. En las cuatro
esquinas hay mástiles con varios focos en cada uno que iluminan con gran intensidad el
escenario, por lo que el visor de su casco se oscurece automáticamente.
—Al revés. Nosotros anclamos la nave. ¿Ves las cuatro cajas negras en el centro de
cada lado? Dentro hay un cañón con un arpón.
—Suena algo marcial, pero es inofensivo. Deberías haberlo visto cuando llegaste
aquí, ¿o no?
—Vale. Esos cuatro cañones trabajan con aire comprimido. Cada uno dispara un
arpón hacia la nave. Esperamos que, al menos, dos de ellos se enganchen y, luego,
tensamos las cadenas de las que cuelgan los arpones y bajamos lentamente la nave
como una presa que ha mordido el anzuelo.
—Tiene sentido.
—Hasta ahora ha funcionado siempre. La idea ha sido de Chen. Puede resultar todo
lo pedante que quieras, con eso de que el trabajo importa más que la diversión, pero en
técnica es un tío muy avispado.
—Las cargas de aire seguro que pierden presión con el paso del tiempo.
—Exactamente. ¡Vamos!
Por suerte, caminan en el vacío. Seguro que Grigori estaría encantado de presentarle
a su tan amado miembro.
—¿Lo ves? Eso habría sido un tiro fallido —exclama Grigori—. Eyaculación precoz,
por decirlo así.
—La bombona estaba medio vacía, supongo —sigue explicando Grigori—. Por eso
las tendremos que cambiar, las cuatro.
—Hombre, pues porque si acabamos pronto tendremos que limpiar la base con
Denise e Irina. ¿Es eso lo que quieres? Sí, es eso, ya veo. Pero yo no. Un hombre de
verdad no limpia váteres.
—Colega, tienes un problema.
—Más bien lo tienes tú. Aunque dejemos el tema. Debes ir con cuidado. Mientras
quede presión en las bombonas no podrás abrir la válvula.
—Pero es más divertido disparar los arpones. Luego queda la bombona vacía. Lo
pillas, ¿no? Tras la eyaculación, hay que repostar.
—Muy gracioso.
—Lo sé. Tengo un humor muy sano, al contrario que tú, amigo mío.
—Tiempo al tiempo, ya verás. A más tardar, después del trío con Irina, seremos uña
y carne.
«Pero ¿qué coño le pasa a Grigori?», se pregunta. Durante los meses anteriores, no se
comportaba de un modo tan raro. Ahora, en cambio, le gustaría darle una buena paliza.
Pero a Chen no le gustaría. Si no acababan a tiempo, les restaría la penalización de su
sueldo.
—¿Replegar el arpón?
—¿Estás un poco atontado, o qué? ¿No has visto cómo el arpón ha desplegado los
brazos después del disparo? Cuando la nave quiera despegar, con este botón la dejamos
libre. Si no, no se va.
—¿Y estas cadenitas pueden sujetar una nave?
—Claro que no. Pero cerca de la superficie, la nave solo puede utilizar las boquillas
de corrección.
—Uf, eso no sería nada bueno para nuestras instalaciones. Ni para nadie que
pudiera estar cerca. En este caso, sería el cliente el que tendría que pagar una
penalización considerable. Creo que Chen no se enfadaría mucho por ello.
—En ese caso, nos arrancaría la cabeza de cuajo. O no, más bien los huevos. Sin
cabeza no podríamos trabajar.
—Tío, no me toques las pelotas. Pero venga, ve al fondo y encárgate de los dos
lados.
Yuri alcanza una caja idéntica a la que le ha enseñado Grigori. La abre y el tubo de
lanzamiento del arpón sale de golpe. Una polla dura. Grigori es un auténtico capullo. El
tubo se parece más a esas cajas sorpresa con un payaso que sale disparado al abrirla.
Presiona el tubo hacia dentro. ¡Venga, coño! Pero no hay forma. Yuri se agacha frente a
la caja para apretar con todas sus fuerzas.
En ese momento, una sombra sale disparada por encima de su cabeza. Mierda, ¿qué
ha sido eso? ¡Si llega a estar de pie y le hubiera dado de lleno! Está a un paso de sufrir
un infarto.
—No te pongas así, hombre. He pulsado sin querer el botón de disparo. Te habrías
llevado solo un par de moratones. Es como un paraguas que golpea tu traje. El cabo de
seguridad te hubiera traído de vuelta.
¡No puede ser! ¡Ese tío ni siquiera reconoce sus errores! Tiene que advertir a Chen de
ello. Un día, Grigori enterrará a alguien por pura desidia y estupidez.
—¡Oye, casi me matas y por segunda vez! ¡Cualquier persona normal pide, al
menos, perdón!
—Eso no cambiaría nada. Pero, si te sirve de ayuda para superarlo: vale, lo siento.
La puerta de la taquilla chirría al abrirla. Yuri iría de inmediato al taller a por un poco
de aceite, pero supondría perder otros diez minutos. Y ya está llegando tarde a la
pequeña ceremonia de recepción que ha convocado Chen para las 19 horas. La
tripulación de la Ganymed Explorer se hospedará una noche en la base de Héctor,
mientras llenan la nave de metano y helio. A Chen le reportará un par de millones de
yuanes, por lo que va a ser generoso y ha prometido una cena de gala.
Trabajar con Denise ha sido genial. Han bromeado y se han contado cosas de sus
anteriores trabajos. Denise, como química, suele ocuparse del tratamiento de los
minerales extraídos. Separa lo que no combina bien y junta lo que debe ir junto. Ha sido
muy interesante escuchar sus presentaciones breves sobre química. No puede alterar la
masa de una materia prima, pero el volumen desempeña también un papel importante
en el caro transporte a la Tierra, y en eso sí se puede influir generando la combinación
química adecuada. El domingo, como libran todos, le enseñará la pequeña planta de
tratamiento.
Pasado mañana. Tendrá que aguantar ese tiempo. Lo que más esfuerzo le costará
será superar la velada que le espera. Trabajar fuera no le molesta en absoluto. Ya ha
currado tanto en la Tierra como en la Luna en explotaciones mineras. Aunque ya
pasaron los tiempos en los que había que realizar duras tareas físicas; ahora hay
máquinas para casi cada paso del proceso. Si no, sería imposible explotar esta mina de
asteroide con solo cuatro personas. Mejor dicho, con tres, porque Chen no pega sello en
el exterior.
—Chicos, ¿venís?
Ese es Chen. Por lo visto, no es el único que se toma su tiempo. Yuri se dirige a la
puerta de su minúscula habitación. En la parte interior de la puerta hay un espejo. Se
echa un vistazo. El espejo se lo regaló su madre para su decimoctavo cumpleaños. Tiene
que mirarse siempre antes de salir de la habitación. Los hábitos son importantes y a
nadie le hace mal echarse un último vistazo. Sus amigas siempre pensaron que ese
espejo era muy práctico allí, cuando salían por la mañana de su cuarto. Pero nunca le ha
contado a nadie quién le regaló ese útil complemento.
Otra vez el jefe, y él no hace más que dar vueltas por ahí en lugar de mirarse al
espejo. Ahí: un par de pelos que caen sobre la mejilla en lugar de quedarse tras la oreja.
Tendrá que pedirle a Irina un nuevo corte de pelo. La última vez que lo hizo se lo dejó
muy bien. Yuri abre la puerta, sale al pasillo y se dirige hacia los murmullos
procedentes de la central.
Los cuatro invitados retroceden un poco. Eso les pasa a muchos, porque Irina es
altísima. Pero ella también parece asustarse un poco. Parece que no es consciente de la
impresión que está causando. Eso hace que le resulte muy simpática. No le gusta la
gente demasiado consciente de su buen aspecto.
Su profunda voz resuena en la sala. Chen salta de su asiento para ponerse de pie.
Grigori se levanta ahora de su asiento. No lo había visto hasta ahora, por quedar
oculto tras el respaldo. ¿Dónde está Denise? Ah, ahora pasa junto a Irina y trae una
bandeja a la mesa del centro, donde habrá puesto algunos aperitivos. Ojalá Chen no
haya elegido de nuevo esa rara mezcla japonesa que tuvieron que tragarse en las fiestas
de Navidad y Año Nuevo. ¿Por qué no se puso Irina entonces ese traje?
«Arrendatario, más bien», le corrige Yuri para sí. Todo lo que construyas sobre el
objeto arrendado pertenece al arrendador, en este caso el Estado de China. Según el
acuerdo espacial alcanzado hace un par de años, todo el grupo de asteroides en el que
se mueve Héctor ha sido adjudicado a la potencia mundial de China. Desde entonces
rigen aquí incluso las leyes chinas.
Yuri calcula que debe rondar los treinta y pico. Parece muy delgada y lleva su larga
cabellera oscura sujeta en una trenza.
¡Ya está otra vez! Chen se gira rápido hacia Grigori, que da un respingo.
Ambos están muy juntos; tanto que seguramente son pareja. Warning parece tener
diez años más que Renner, pero puede deberse a su cabello muy corto y algo ralo ya,
con grandes entradas en las sienes. También luce una pequeña barriguita.
—Usted debe ser, sin duda, el capitán de la Ganymed Explorer —dice Grigori.
—Pues me temo que para usted no habrá aquí nada digno de ver —se lamenta
Chen—. Héctor lleva ya mucho tiempo muerto.
—Desde hace más de 3.200 años, si los expertos no se equivocan —dice Warning.
—Caramba, veo que trae usted los deberes hechos —exclama Chen—. No sé si todos
lo saben, pero Héctor capitaneó las tropas troyanas en la famosa guerra de Troya.
Una mujer de baja estatura, pero ágil y muy en forma, da un paso. Es difícil calcular
su edad, y su cabellera es incluso más oscura que la de la geóloga. Habla un inglés
suave y fluido.
—¡Enhorabuena!
—Sea usted bienvenida, señora Miraloğlu —dice Chen, con otra educada
inclinación.
—Y ya solo quedo yo, Felix Kipling. Soy delegado de la agencia espacial canadiense
y químico. Quiero ocuparme, sobre todo, de la composición del océano que hay bajo el
hielo de Ganímedes.
Yuri mira su reloj. No han pasado ni diez minutos, pero ya le parecen dos horas.
¿Cuánto más tendrá que aguantar?
Dos horas después está más aliviado. La comandante de la ESA les ha entregado un
regalo tras la excelente cena preparada por Denise: un barrilete de auténtica cerveza
belga, que casi han vaciado ya. Han acabado llamándose por los nombres de pila y lleva
ya media hora sentado en una esquina de la sala junto con Anke e Irina, charlando
amistosamente. La geóloga de la Ganymed Explorer procede de Alemania, igual que él,
pero por respeto a Irina siguen hablando en inglés.
Anke ha vivido ya muchas aventuras y tiene mucho que contar; Irina es buena
sonsacándole historias nuevas, como la caída que sufrió Anke en un agujero en la Luna
que no estaba cartografiado, mientras buscaba minerales con contenido en agua.
En el fondo, es una pena. Yuri ya ha estado en la Luna, pero ha visto bien poco de
ese fascinante paisaje, ya que se pasaba la mayor parte del tiempo metido en pozos de
excavación. Tras finalizar los estudios, quiso primero ganar algo de dinero y eso
funciona en el sector industrial mucho mejor que en el científico. Anke le da un poco de
envidia por las experiencias que ha podido vivir como científica. Pero el nivel
competitivo que hay en la investigación es mucho mayor. Si a su regreso de Ganímedes
no escribe al menos diez artículos como autora principal, no recibiría jamás otro
encargo similar. Como ingeniero de minas, Yuri no ha tenido que ocuparse nunca de
publicaciones; todo eso corre a cargo de Chen.
Coge con cuidado su vaso de la mesa. Por la baja gravedad, las bebidas se salen
fácilmente salpicándolo todo. Por ello, todos los vasos y copas tienen una tapa que se
mantiene cerrada con un muelle y que se abre presionando una palanca sobre el asa.
Levanta el vaso para llevárselo a los labios, cuando alguien le da un golpe por la
espalda. Su pulgar aprieta por sí solo la palanquita, la tapa se abre y la cerveza sale
disparada. Una burbuja amarilla vuela en un amplio arco por la sala hasta caer al suelo
por la gravedad.
—¿No podrías mirar por dónde vas? —pregunta Yuri—. ¡Qué pena de cerveza!
—¿Y zi no, qué? ¿Eh? ¿Qué paza zi no? ¿Me da… daráz un puñetazo?
Yuri se pasea por la central. Michael está sentado en una butaca con los ojos
cerrados. Los demás no parecen haberse dado cuenta, excepto Irina. Le lanza una
mirada de esas que matan. Le está diciendo que, si no consigue que Grigori se adecente,
se encargará ella personalmente.
Yuri respira hondo. Cuatro horas de comunicación, eso ha sido agotador, pero
también le ha resultado más divertido de lo esperado. Los dos sofás en el centro de la
sala están desplegados. Aquí dormirán Anke y Michael. Supuso correctamente: son
pareja. Pero durante la conversación, Anke se quejó varias veces de Michael. Los viajes
tan largos en tan poco espacio no parecen muy compatibles con las relaciones. «Toma
nota, Yuri». Le gustó que Irina se le fuera acercando cada vez más durante la velada.
Pero de eso no puede salir nada bueno, como demuestran Anke y Michael. Hasta ahora,
siempre ha acabado sus relaciones antes de aceptar un trabajo de larga duración.
Abandona la sala y cierra la puerta desde fuera. Irina ya se ha ido. Seguro que está
en su habitación. De hecho, una pena. Cruza el taller. Para eso tiene que utilizar el
pasamanos que recorre todo el largo del pasillo. Así se avanza más rápido con esta baja
gravedad. Antes de salir del taller, apaga la luz.
Denise emite un grito apagado. No, lo desea, y resulta más que evidente. Grigori,
ese animal, menudo cerdo.
Yuri se propulsa con fuerza desde la pared y cruza volando la sala hacia su objetivo.
La espalda de Grigori no es buen punto para empezar. ¡El hueco de las rodillas! Apunta
con ambos pies y acierta. Sus pies le fuerzan a doblar las rodillas mientras agarra el
cuello de Grigori con las manos. El búlgaro cae. Yuri percibe el aliento a alcohol que
expulsa y le rodea. Grigori cae lentamente hacia atrás. Emite ruidos de ahogo, pero Yuri
no le suelta. Grigori es más fuerte y pesado que él, así que tiene que aprovechar el
elemento sorpresa; si no, puede perder la escasa ventaja que tiene ahora. Si Grigori
recupera el control, le matará.
Sienta bien. No tiene más que apretar. Que Grigori aprenda lo que es asfixiarse.
«Grhh, grhh, sí señor, como un cerdo, que es lo que eres. Te sorprenderás».
Alguien tira de su brazo derecho. No puede ver quién es. ¿Es Grigori que intenta
liberarse? Es demasiado oscuro y el cuerpo de este cerdo no le deja ver. Un poco más.
Pronto se habrá solucionado el problema. «Grhh, grhh, ja. ¿Y ahora qué tal te sientes?
¿Sigues queriendo más?».
—Grhh.
El cuerpo de Grigori se afloja, pero patalea. «Estate quieto ya, so cerdo. Tú te lo has
buscado». Yuri mantiene las manos firmes alrededor del cuello de su oponente. Tiene
poder sobre él. Es una sensación curiosa, embriagadora. Sí, embriagadora es la palabra
correcta. Grigori está en sus manos, literalmente, el fuerte y estúpido Grigori, siempre
con la mierda en la boca.
Yuri se asusta. Pero ¿qué está haciendo? ¿Cuánto tiempo puede cortarle la
respiración a su colega? Pero si para demasiado pronto, Grigori se vengará, y no solo
con él, sino también con Denise. La idea le da vueltas por la cabeza. Tiene que
inutilizarlo. No le queda otra. No se trata de poder, sino de una buena acción.
—Grhh, grhh.
—¡Yuri, para!
Es la voz de Irina. Debe ser ella la que tira de su brazo. ¿Es que no entiende qué
ocurre? Grigori es el atacante. Ha…
Tira con más fuerza de su brazo derecho. Y ahora alguien le tira también del
izquierdo. Yuri tiene que aflojar la presión en el cuello de Grigori. Mierda. Ahora el
muy cerdo se levantará y… pero Grigori no reacciona. Se queda tumbado en el suelo.
¿Se le ha pasado ya el gorgoteo ese? ¿Se ha dormido, o qué? «Ahora verás, amiguito».
—Ya me imaginaba algo así —dice Irina—. Se acabó. No lo volverá a intentar jamás.
¿Qué pretende? Pero las palabras tardan una eternidad en llegar a su conciencia.
—Venga, Yuri, arriba. Ya lo sé, estás en shock, pero ahora tienes que levantarte o
acabarás en una celda china esperando tu sentencia de muerte.
Ella le ofrece una mano. La agarra y se levanta. Las piernas apenas le sostienen.
—Estoy mareado.
Yuri corre a través del rectángulo iluminado de la habitación de Denise. Por suerte,
todas las habitaciones son idénticas, así que no tiene que buscar el lavabo. Levanta la
tapa y vomita dentro del inodoro. Eso le sienta bien. Todo sale, su vida entera. No
quiere parar de vomitar, pero al final solo escupe bilis. ¿Qué ha hecho? ¿Se ha
convertido en un asesino? ¡Si es incapaz de algo así!
—Ya era hora —le recibe Irina—. Vamos, ayúdanos a sacar esto de en medio.
—¿Qué?
Irina se agacha y levanta a Grigori por las axilas. Yuri lo coge por los pies. Lleva
calzado deportivo. Yuri lo agarra por los tobillos. Aún están calientes.
—Mierda.
—¿A la tuya?
—La tuya será el primer lugar donde miren cuando vean que no está en su cuarto.
Os habéis peleado de lo lindo hoy.
—Cierto. Me has sorprendido mucho, Yuri. Pero también se han dado cuenta de que
te has ido.
—¿Me he ido?
—Va, piensa un poco más rápido. Las marcas de estrangulamiento en el cuello del
gilipollas son evidentes. Lo has dejado bien lleno de tu ADN. No ha sido defensa propia
y estamos en territorio chino. ¿Qué te crees que te espera?
—Lo sé. Pero no por ello hay que matar a la gente. ¿Comprendes? Cualquiera puede
ver que no se trata de un accidente. A Chen no le quedará otra que entregarte a las
autoridades; si no, le culparían de complicidad.
—Oye, ¿en serio quieres morir por culpa de este megaimbécil? ¿Es eso justo? Algún
día le habría matado cualquier otro. Con el comportamiento de Grigori era casi algo
forzoso. Te enfrentarás a tu castigo, pero de forma distinta. En tu cabeza. Créeme.
«Créeme». La palabra le suena como si le llegase desde lo más adentro de Irina. Yuri
siente un escalofrío.
—Exacto.
Yuri aprieta la rodilla de Grigori hacia abajo. Se oye un crujido y la pierna queda
estirada, como el resto del cadáver. Irina baja la cama encima y Grigori queda oculto
dentro de la caja del somier. Irina estira la sábana y sacude la almohada. ¿No querrá
tumbarse allí?
—¿Ahora?
—Pero olvidas que hoy te toca a ti el servicio de cocina. Chen querrá asegurarse de
que cuidas bien de sus invitados. Así que seguramente esté ya a las seis en la cocina.
—Tienes razón.
—Pues a ponerse los trajes. —Irina le empuja hacia la puerta—. ¿No pretenderás
mirar cómo se cambia de ropa una dama?
—Solo los dos cierres delanteros. ¿Y qué hay del ejercicio previo?
—No hay tiempo ahora para eso. No nos pasará nada, solo tenemos que darnos
prisa.
¿Darnos prisa? ¿Para qué? Pero no pregunta. Parece que Irina tiene un plan ya bien
elaborado. Eso es bueno. Si intenta pensar en su futuro, lo único que aparece en su
cabeza es a Grigori susurrando «tú también lo deseas, lo sé».
—¿Puedes…?
Oh, Mierda. Olvidaba que las dos salas de despensa, normalmente vacías, están
ahora ocupadas por Meltem y Felix. De la primera habitación sale luz por debajo de la
puerta. Ahí hay alguien que no puede dormir. Yuri se desplaza hacia arriba con ayuda
del pasamanos para que sus pies no toquen el suelo. Se deslizan sin hacer ruido por el
pasillo.
—¿Sin querer?
—Acuérdate, Yuri, de que tenemos cuatro invitados que no conocen bien nuestra
base.
—¿Tú también vienes? —pregunta Yuri—. ¿Me dirás ahora a dónde vamos?
—Listo.
—Yuri, no pienses tanto. Mejor busca la entrada de la nave —dice Irina dándole un
golpecito en el hombro.
—No me importó —dice Irina—. Nunca hago nada que no quiera hacer. Tender un
par de mangueras es bastante más agradable y entretenido que recibir a desconocidos
con educadas palabras. Ah, y ahí están.
—¿Qué, quién?
—Esperar aquí.
—Ven conmigo.
Le arrastra hacia delante. Hay dos mangueras de un palmo de grosor tendidas hacia
la Ganymed Explorer. Acaban conectadas a un depósito grueso como un tonel y a unos
buenos diez metros de altura.
—Sujeta el extremo de la manguera. Podría ser que en el interior haya aún algo bajo
presión.
Irina manipula tres palancas distintas. ¿Cómo sabrá en qué secuencia tiene que
manejarlas?
—¿MTE?
—Lo desarrolló el ejército ruso. Allí delante, desde aquí abajo no puedes verlo, hay
una pequeña central nuclear; un reactor de 10 megavatios. Proporciona corriente para
los quince propulsores de iones que acabamos de rellenar con masa de apoyo.
—Ah, claro. Por eso todas esas chapas aquí repartidas a lo loco…
—… son los radiadores, que eliminan el exceso de calor producido por el reactor, en
efecto.
—¡Jod…!
Yuri se queda congelado. Irina se pone el dedo sobre el cristal del casco. Mierda.
¿Qué querrá Chen ahora? No obtiene respuesta.
—Chicos, siento tener que despertaros, pero es necesario comprobar una cosa.
No hay respuesta.
—Eso te lo tendría que preguntar a ti, en tu cuarto parece que hay un vendaval.
Admira a Irina. Está ayudando a un asesino a escapar y mantiene una charla insulsa
con su jefe, como si no pasara nada.
—Tampoco hay mucho que contar. Me gustaría poder dormir un poco más. Así que
te toca salir y comprobar el tanque de helio. Es un cacharro demasiado caro y no quiero
que le pase nada.
—Gracias. Mañana te dejaré que inicies tu turno dos horas más tarde.
—Lo has hecho genial. Yo no podría haberle respondido con tanta calma.
—Va, Yuri, soltemos la segunda manguera y démonos prisa para entrar en la nave.
—Quieres que…
—Sí, quiero tomar el bote prestado. Cuidado, que suelto la segunda manguera. Ya
sabes lo que va a pasar.
Han rodeado la Ganymed Explorer casi del todo. Yuri empieza a comprender mejor
el concepto. Los quince propulsores están dispuestos en tres grupos de cinco, alrededor
del propulsor químico que funciona con metano. La Ganymed Explorer lo necesita, ya
que, en caso de fallar el reactor nuclear, lo usarán para generar la electricidad que
consume la refrigeración; si no, podría fundirse el núcleo.
La entrada a la nave está encima del propulsor. Para alcanzarla tienen que subir una
escalerilla.
—¿Sabes cómo?
—Ten cuidado.
Trepa por la escalerilla. Yuri da media vuelta y camina con cuidado hasta la primera
caja.
Número 1. Vuelve a cerrar la caja. Este anclaje debería soltarse solo cuando la nave
despegue. Yuri va hacia la izquierda, hacia la otra caja.
—Claro, jefe.
—Más bien me parece que me estáis tomando el pelo todos. Menos Denise, claro.
—Pero ¡qué dice, jefe! Eso es injusto. Me levanto en plena noche para ocuparme de
los tanques y…
Mierda. Los han descubierto. Chen aún no sabe lo que ha pasado, pero algo
sospecha. Seguro. Se pensará que queremos secuestrar los tres la Ganymed Explorer.
Con lo cual, estaría muy cerca de la verdad.
—Chen necesitará de siete a ocho minutos para llegar desde los tanques.
—No hacía falta. Hay un botón de despegue de emergencia. Con eso saldremos al
menos de aquí sin que nos pidan contraseñas.
Yuri se deja caer instintivamente al suelo. Pero solo flota lentamente hacia abajo.
Mierda.
Chen sospecha que es el búlgaro ya muerto el que está detrás del plan. Aunque no
ayuda en nada. Yuri se esconde tras un saliente y mira a su alrededor. El foco de Chen
es aún muy pequeño. Está a dos o tres minutos de distancia. Pero si quiere llegar a la
cuarta caja, tendrá que ir en su dirección. Demasiado arriesgado. Camina agachado
hacia el otro lado de la nave. Aquí todo está tranquilo. La escalerilla está a unos treinta
metros.
Yuri se queda parado. Chen tiene el brazo estirado dirigido hacia él. En la mano
sujeta algo brillante: un arma.
Yuri avanza lentamente. En algún momento, Chen podrá leer el nombre en su traje.
—¿Yuri? ¿Es usted? Pero ¿cómo ha podido hacer esto? ¿Le ha obligado Grigori? ¿Le
ha chantajeado? ¡Explíquemelo!
—No, no lo ha hecho.
—Sí, claro.
De repente, la pistola sale volando por los aires. Detrás de Chen ha aparecido otra
persona que ha dado una patada contra el brazo armado. Solo puede ser Denise. Virgen
santa. Ahora se verá implicada también ella, a pesar de haber sido la víctima. ¡Si la
había querido ayudar!
Denise salta, pilla el arma y en pleno vuelo la dirige hacia Chen. Entonces alcanza
una de las chapas del radiador y se queda allí agarrada.
—De acuerdo, vale. Pero estáis cometiendo un error. Un gran error. Esa nave es
demasiado conocida. Nadie os la comprará. Volved dentro y hablamos del asunto. No
le diré nada a nadie. Ha sido un error tonto que puede pasar.
Chen ya sospecha que este robo le arruinará. Ha pasado en su asteroide y por culpa
de su propio personal.
—Lo siento, jefe. Pero es que no conoce toda la historia —dice Yuri—. Denise, ven,
entremos en la nave. ¿Ves la escalerilla? Y no pierdas de vista a Chen.
Denise desciende hasta llegar a él. Es muy hábil. Le ofrece vigilar a Chen, pero ella le
envía primero hacia arriba. Yuri sube hasta la entrada. Irina ya ha preparado la esclusa
para que pueda entrar directamente en la cámara.
—Ven, Denise.
Le sigue y juntos cierran la compuerta de la esclusa. Poco después se oyen golpes
sobre el casco. Solo puede ser Chen. No se rinde.
—Base, Chen al habla —se oye al jefe por el canal general—. ¿Puede abrirse la
compuerta de la esclusa de la Ganymed Explorer a distancia?
—Yo solo soy científico, no puedo hacer nada. Voy a por la comandante. Un
momento. No se vaya, señor Kun —dice Warning.
—¿Irina? Será mejor que despegues ya —dice Yuri por el canal 7—. Es posible que
puedan controlar la nave a distancia. En ese caso la habremos jodido.
—Nos agarramos.
—Chen, si quiere sobrevivir, será mejor que abandone la escalerilla. Ahora. Vamos a
hacer un despegue de emergencia.
Ante la pequeña ventana de la compuerta pasa una mano enguantada de un lado al
otro. Yuri se acerca y mira a través de ella. De repente se encuentra mirando
directamente a la cara de Chen. Nunca antes había visto una expresión tan feroz en la
cara de su jefe. Exjefe.
—Sí, ya me voy. Pero les enviaré a toda la policía espacial detrás. Y a la Space Force.
Y a las tríadas. Y al servicio secreto. Y a todos los cazarrecompensas que pueda
comprar.
Yuri vuelve a mirar por el ojo de buey. Solo hay oscuridad. El suelo empieza a
vibrar. La vibración pasa también a las paredes.
Una fuerza tremenda le empuja hacia abajo. Un fuerte dolor le sube por la cadera.
Estar sentado derecho no es buena idea. Se deja resbalar hasta el suelo. Tumbado se
soporta mejor la presión, incluso sobre suelo duro. Denise sigue su ejemplo.
El motor vuelve a aullar. La nave parece un caballo joven encabritado que acaba se
ser cazado con un lazo.
¡Ya le gustaría ser tan optimista como ella! La cadena parece ser extraordinariamente
estable. ¡Y eso que parecía poca cosa! Seguro que es de algún nanomaterial muy
resistente.
—Ni idea —responde Yuri—. Eres la única de los tres que se ha sentado tras los
mandos de una nave.
¿Por qué susurra Irina? Apenas la entiende. Pero no tiene tiempo para pensar. Una
mano gigantesca la presiona contra el suelo. Se resiste un poco, pero la fuerza castiga a
cualquier músculo tensado. No tiene ninguna posibilidad de liberarse. Deben ser cinco
o seis g y está aquí tumbado, sin ninguna base acolchada. Se le vacía
descontroladamente la vejiga. Es la reacción de protección de su cuerpo. No puede
evitarlo. Por suerte lleva aún el casco. Su cabeza está protegida.
Mira hacia derecha. Denise tiene los puños cerrados. El arma que le quitó a Chen
está bajo su mano. Jamás hubiera pensado que la francesa sería capaz de algo así.
Acercarse por detrás a un hombre armado, esa patada tan elegante… pero, sobre todo,
porque con ello se ha condenado a ella misma. Ahora están los tres en el mismo bote y
no tienen ni idea de a dónde irán a parar.
¿Durante cuánto tiempo les acelerará el modo de emergencia? Dependerá del tipo
de emergencia que haya calculado el programador. Estaría bien poder salir del alcance
de radio de la base Héctor. Entonces estarán seguros de que nadie puede pilotar la nave
a distancia.
Irina tiene un aspecto muy original. Se ha quitado la parte superior del traje, el HUT,
peo sigue llevando la abultada parte inferior y el casco.
Denise asiente.
—Sea como sea, bienvenidos a bordo —dice Irina—. Ya encontraremos alguna salida
a todo esto.
Se oye un pitido muy desagradable. Entonces se activa una pantalla holográfica
sobre una mesa plana con múltiples botoncitos.
Se sienta frente a la consola y pulsa un par de teclas. Pero tras cada tecla solo se oye
un zumbido tonto.
—¿Crees que nos darán la contraseña voluntariamente para que nos vayamos con su
nave?
—No les queda otra elección. Sin la contraseña no recuperarán nunca su nave.
—Pero si flotamos inútilmente por el espacio no podemos huir y seremos presa fácil.
—Mirad esto.
En la imagen tridimensional puede verse una patata doble gigantesca. Debe ser
Héctor. Un pequeño punto verde se va alejando en línea recta. Seguro que es la
Ganymed Explorer. La representación marca de forma punteada hacia dónde se
dirigen, hasta que se cruza con una línea roja. Yuri la sigue. La línea roja acaba en un
guisante marcado en rojo en esta vista tridimensional. Debe ser Skamandrios, el
acompañante de Héctor, que gira alrededor del gran asteroide una vez cada tres días.
—Supongo que sí —dice Yuri—. No parece muy peligroso. Ese guisante tiene unos
doce kilómetros de diámetro. Si colisionamos será suficiente como para quedar como
una mosca en el parabrisas de un coche a gran velocidad.
—Yuri tiene razón —añade Irina—. Deberíamos evitar ese encuentro como sea.
Yuri se gira de golpe. Denise saca el arma de su cinturón y apunta con ella a la
persona que ha aparecido en la entrada a la central, un par de metros detrás de ellos. Es
Meltem Miraloğlu, la capitana de la Ganymed Explorer. Sonríe y levanta los brazos.
—Pues bien, me gusta dormir en mi propia cama, así que rechacé la invitación de
vuestro jefe y tras la fiesta de ayer me retiré a mi cabina. Menudo espectáculo habéis
montado aquí. ¿Puede preguntar por qué?
—No puedes.
—Pero nos puedes decir cómo se activa el mando de la Ganymed Explorer para
evitar a Skamandrios —dice Yuri.
—Podría. Pero ¿qué sacaría yo de eso?
—Vosotros tampoco. Así que os pido que me entreguéis la pistola y os apartéis del
ordenador central. Luego la desbloquearé.
Le enseña claramente el arma a Meltem para que vea el tambor. El ordenador pita
más alto. La línea punteada parpadea.
—Es la señal de que el ordenador espera una decisión. Estamos a menos de 300
kilómetros del obstáculo. Aún podemos esquivarlo. Un pequeño impulso en las toberas
de corrección y…
—¿Y qué supone para nosotros que aceptemos tus condiciones? —pregunta Denise.
Yuri no puede evitar reírse. Meltem no tiene ni idea. Pero ese es un problema. Se
cree que tiene sus vidas en sus manos, aunque su versión solo sería una muerte más
lenta y dolorosa. ¿Debería contarle lo que ha pasado en Héctor?
—Esto está llegando demasiado lejos —exclama Irina—. Tienes que saber que, para
nosotros, no hay regreso posible al asteroide; bajo ningún concepto. ¡Así que
desbloquea ya la maldita consola!
—¿Y si no?
—Y vosotros conmigo.
—Pero tu muerte será más lenta y dolorosa que la nuestra porque antes te arrancaré
uno a uno cada pelo de su hermosa cabellera. Por no hablar ya de los dedos de tus
manos y pies.
—Caray, eso suena a amenaza. Pero no pareces el tipo de persona que disfruta
torturando.
Eso no lleva a nada. La capitana parece muy segura de lo que hace. Debe pensar que
son tres personas simpáticas que se han descarriado sin querer. Así que piensa que, en
el fondo, no tienen intención alguna de matarla.
—Pues me gustará saber cómo piensas hacerlo cuando falte poco para la colisión —
espeta Meltem.
Se aparta de la pared y flota hacia Meltem. Ella no se aparta ni un milímetro. ¡Sí que
es valiente! Denise le lanza una mirada interrogativa, pero sigue apuntando a la
capitana con el arma. Yuri no se lo piensa mucho; la rodea y la agarra con ambas manos
por el cuello. Nota su nuez bajo el dedo anular, a pesar de llevar aún los guantes. ¿Es
que padece falta de yodo? Ahuyenta la pregunta. Es curioso, cómo su conciencia intenta
sacarle de esa situación.
Ahora solo tiene que apretar. La mujer tensa sus músculos, pero no se resiste. Es
muy lista. Sabe que no tiene escapatoria. Yuri le aprieta el cuello. Meltem suelta un
estertor, pero aún respira.
—La contraseña.
—No.
Aprieta con más fuerza. El cuerpo entero de Meltem se mueve como un pez que se
está quedando sin aire.
—La contraseña.
—Grhh.
Meltem niega con la cabeza. Yuri aprieta con más fuerza. Ahora ya no puede
respirar más. Abre la boca por reflejo, pero tampoco puede decir nada más. 30
segundos, un minuto, un minuto y medio. Tras tres minutos sin oxígeno, sufrirá muerte
cerebral. Con Grigori apretó demasiado tiempo.
Ahora debería derrumbarse toda esa seguridad. Por favor, Meltem, revélanos la
contraseña. Pero no reacciona. Sigue despierta y sabe que va a morir, pero su voluntad
de no rendir su nave es más fuerte. La suelta y la empuja lejos de él. Meltem se agarra el
cuello entre estertores.
—Y es por eso que os querías largar. Este campo griego de troyanos de Júpiter es
territorio chino. Así que se aplica la ley china. Yuri no habría salido nada bien parado.
—Lo siento, pero no puedo. Sois leales a Yuri, eso lo comprendo. Pero debéis
comprender que yo sea leal a mi tripulación. No, mentira, soy leal a mi nave. Nunca he
dejado una nave en manos de otras personas.
Transcurren dos minutos más. El pitido del ordenador aumenta de volumen. Yuri
observa la imagen 3D. Faltan solo 100 kilómetros. Deberían prepararse para morir. Pero
¿qué acaba de decir Meltem? Basta con una pequeña corrección. Se refería a las toberas
de corrección. Pero no importa para nada con qué se provoque la corrección.
—No.
Allí está. Cubierto por una delgada plancha de cristal. Yuri la rompe, se sujeta y
pulsa el botón que hay debajo. La puerta se abre con un estruendo y el aire sale
disparado.
—¿Irina?
—Uf. Eso son buenas noticias. Lo repetiré cuatro veces y ya estaremos seguros.
—Gracias, Yuri. Puedes volver con nosotras. Ahora ya estamos seguros —dice Irina.
Yuri mete la mano detrás del marco metálico. Allí hay un asa con la que puede
acercarse la puerta. La agarra y tira, pero no pasa nada. La puerta se ha encallado.
¡Mierda! Lo vuelve a intentar. Nada de nada. Se mira los goznes de la puerta. Una de las
bisagras se ha roto. Esta puerta no se podrá cerrar nunca más. Aunque lo intentara con
fuerza sobrehumana, no cerraría de forma estanca.
—Podemos cerrar los mamparos de la habitación justo enfrente —dice Irina—. Por
motivos de seguridad, siempre se puede sellar estanco cualquier espacio de una nave.
Entonces se vaciará ese espacio, pero Yuri podrá cerrar la compuerta interior y la nave
estará segura de nuevo.
—Vamos allá.
Erik apoya el oído en la pared. El metal vibra un poco. Entonces, oye un golpe
lejano. Debe ser el mamparo que ha cerrado Denise.
Yuri pulsa el botón que abre la compuerta interior. El botón brilla en rojo y parpadea
cuando lo pulsa. La puerta sigue cerrada. Yuri se golpea el visor del casco con la mano.
—Pues habrá que puentear el mecanismo que impide que se abra esa puerta, o
extraer el aire de la antesala a la esclusa —dice Denise.
—Ambas cosas podrían hacerse con el ordenador central —informa Irina—. Pero
sigue bloqueado.
—No se me ocurre nada que no dañe de una forma u otra el interior de la nave —
dice Yuri—. No podemos empezar a perforar agujeros, así como así.
—Voy.
Yuri entrecruza los dedos. «Por favor, Meltem». No han llegado tan lejos como para
asfixiarse en la esclusa cuando se le acabe el aire del traje. Mira hacia fuera. Si tiene que
morir, saltará al exterior. Júpiter tendrá un nuevo troyano. ¿Qué nombre le darán?
Normalmente, los descubridores pueden hacer propuestas. ¿Quién será su descubridor?
—¿Meltem? Soy yo, Yuri. Necesito tu ayuda. Si no, no podré salir de la esclusa.
—Eso me han dicho. Pero ha sido una idea excelente utilizar el aire de la esclusa
para cambiar el rumbo de la Ganymed Explorer.
—Has sido muy convincente. Te lo debo. Me has dejado vivir, lo reconozco, aunque
ya me daba por muerta. Y has salvado a la Ganymed Explorer de una colisión. Así que
desbloquearé la consola.
—Gracias, Meltem.
—Estamos en paz, pero no por ello vamos a ser amigos. Os sugiero que me encerréis
en mi habitación, porque, si no, intentaré hacerme con el ordenador principal en cuanto
estéis durmiendo.
—De acuerdo.
Llega a la central justo a tiempo para ver cómo sobrepasan a Skamandrios. Parece
que Irina se ha familiarizado rápidamente con el ordenador principal. En la pantalla
holográfica sigue pareciendo que colisionarán con la luna de Héctor. Pero la pantalla
normal del mando muestra que ya están fuera de peligro.
—Paso a radar.
Algo choca contra su bota. Yuri aún lleva el traje espacial puesto. Ya va siendo hora
de cambiarse con ropa algo más cómoda.
Denise se agacha.
—¡Oh, qué mono es! Algo así nos hubiera venido muy bien en Héctor.
Denise pulsa un botón en la parte superior del aparato. Se encienden un par de luces
y las ruedas giran aún más rápido. Entonces, por la parte de atrás del robot surge una
pequeña nube de polvo.
—Tampoco parece muy educado —opina Yuri.
Al robot tampoco parce gustarle, ya que comienza a pitar enfadado. Abre entonces
una compuerta en la parte de arriba y extrae un largo brazo mecánico. Parece buscar
algo donde agarrarse. Y realmente, esa mano de cuatro dedos consigue agarrarse a un
tubo que desciende de la pared. El robot asciende entonces medio metro. Denise lo
suelta. El brazo se gira un poco, la garra se suelta y el robot sale flotando hacia la salida.
El mensaje les llega más o menos cada tres minutos desde medianoche. Parece que,
en la Tierra, Control de Misión ha decidido poner nerviosos a esta panda de ladrones
espaciales.
Las señales entre ellos y la Tierra tardan unos 43 minutos. Chen habrá tardado lo
suyo en dar a conocer el robo, pues llevan más de medio día de viaje y Control de
Misión no ha dicho ni mu hasta poco después de medianoche. Quizá confiaba en que
Meltem recuperar el control. Pero está encerrada en su cuarto.
—No serviría de nada —opina Yuri—. Es la única forma que tienen de hacernos un
corte de manga. Ya les entiendo, pobrecitos. Yo estaría también muy jodido. Al menos
no tenemos que esperar ayuda de ellos.
—Nos las apañaremos sin ellos —asegura Irina—. Podemos volar a cualquier lugar.
—¿Quieres hacer negocios con la mafia? —exclama Denise—. Nos quitarían la nave
y la vida.
—No, con la mafia no. Solo con un par de tíos capaces de correr ciertos riesgos por
una gran contrapartida económica.
—Eso es la mafia —dice Irina—. ¿Tan inocente eres? Nadie sin el apoyo de una gran
‘familia’ detrás podría permitirse el riesgo de sacarle beneficio a la Ganymed Explorer.
—Pues no me quedan más propuestas. Ya dije que esta huida no era buena idea.
—Tú tranquilo, Yuri —interviene Irina—. Ya se nos ocurrirá algo. Quizás a Meltem
se le ocurre una solución.
—Naturalmente que no. Tengo intereses distintos a los vuestros. Al menos, en parte.
—Entiendo —dice Yuri—. Por ahora solo queremos tranquilizarnos. Y cuando las
aguas hayan vuelto a su cauce, volamos de regreso a la Tierra.
—Eso es una estupidez. Una nave como la Ganymed Explorer siempre llamará la
atención cuando llegue a la órbita de la Tierra.
—Sí, por eso hemos pensado en la posibilidad de cambiarla por una nave de
transporte menos llamativa.
—Esperaremos, a ver si dicen algo interesante alguna vez —dice Yuri—. Por ahora,
desguazar nuestra nave no está entre nuestros planes.
—Lo veo muy peligroso —opina Yuri—. La órbita de Júpiter recibe con demasiada
frecuencia la visita de naves tripuladas. Chen moverá todos los hilos para que me
pillen. No quiero ser atacado por una nave militar china.
—¿Cinnamongirl?
—No es su nombre auténtico, claro. Es una hacker y podría echar un vistazo en las
bases de datos astronómicas. Incluso en las que están protegidas con contraseña.
Algo tira de su cinturón. Yuri mira hacia abajo. Cuatro dedos se han agarrado a una
trabilla. De ellos, cuelga un largo brazo. El robot de limpieza se desplaza atravesando
toda la central, utilizando literalmente cualquier cosa a la que agarrarse. Yuri señala
hacia el aparato.
—Ya hemos hablado de eso —dice Yuri—. Pero si te quieres bajar del tren, lo
comprendo. Ya encontraremos la forma de poder dejarte en algún sitio. A fin de
cuentas, eres la víctima.
—No es por mí. Solo que me pregunto cómo vamos a salir de esta. Pero si no queda
otra, pues nos quedamos paseando eternamente por el espacio. Me lo paso bien con
vosotros.
—Es verdad.
Sí, ayer noche tuvieron una velada muy agradable. Meltem ganó tres veces seguidas
al Parchís hasta que se dieron cuenta de que los dados estaban trucados. La capitana no
es tan honesta como daba a entender. Pero no le quitó ni un ápice de diversión al juego.
Tampoco se apostaban nada.
Denise cuelga cabeza abajo y armada con un cepillo frente al espejo, con la intención
de poner algo de orden en su melena.
—Muy gracioso, Yuri. ¿Te puedes imaginar que en mi cabina no hay espejo?
Yuri aún no ha visto su cabina, en la que hasta hace poco se alojaba el segundo
científico. ¿Cómo se llamaba?
—Ya tengo ganas de que nos pongamos en camino y haya de nuevo gravedad —
indica Denise—. En esta microgravedad, mis pelos van por donde les da la gana. Es
muy frustrante.
—Denise, ¿puedes decirle a Meltem que venga? Tiene que saber cómo descifrar el
mensaje de esa hacker suya.
¿Se aplicará también a ellos? Es difícil de imaginar. ¿Cómo les va a ayudar una
hacker a muchos millones de kilómetros a encontrar un nuevo destino? Meltem tampoco
pudo decirles lo que esta Cinnamongirl querrá como pago o contrapartida.
La antigua capitana se le acerca flotando en horizontal. Se ha maquillado y lleva el
cabello recién lavado. También lleva un traje con pantalón distinto al de ayer.
Seguramente lleva ya tiempo levantada.
—¿Puedo? —pregunta.
Yuri asiente. Seguramente sea un error fiarse de ella, pero no les queda otra elección.
Meltem abre el navegador en pantalla. Desde allí es evidente que no pueden acceder
a la red de datos en directo. Pero han programado el ordenador de forma que muestre
una parte determinada de forma local. Así pueden, al menos, trabajar en esas páginas
como si estuvieran en la Tierra.
La pantalla muestra dos fotos idénticas, una al lado de la otra. Debe ser la M31, la
galaxia Andrómeda.
—No lo sé. Tengo copias de seguridad de todas las fotos. Las compararé con el
estado actual. Eso lo hace un programa que, al final, nos junta las montañas de datos en
un resultado final.
—Exacto. Eso también es una garantía para sus clientes. Si la pillaran, nadie podría
reproducir los trabajos realizados. El foro lo utilizan millones de personas.
—¿Y el programa?
—Así es. Espera, arrancaré el programa y deberemos tener paciencia durante una
media hora.
—¿Quieres un café?
Se levanta y flota hacia la cafetera automática en la cocina. Meltem está ahora sola
frente al ordenador. ¿Y si prepara algo para traicionarles? Ya ha amenazado con ello.
Pero, por el momento, solo parece demasiado curiosa. Sus ojos se lo han revelado.
—No te preocupes; conozco la cafetera desde hace bastante más que tú. Una de sus
características es que mantiene el café ligeramente caliente. Solo quema cuando está
acabado de hacer.
—Está bien saberlo.
—¡Ojalá lo supiera! Era un… un cerdo asqueroso, pero no debería haberlo matado.
Cuando estaba allí, arrodillado sobre él… simplemente no podía soltarle el cuello. Tenía
que asegurarme de que nunca más volvería a molestar a Denise.
—Gracias otra vez. Suena un poco a síndrome de Estocolmo, pero cada día que pasa
me caéis más simpáticos.
—Ha sido un encargo muy interesante —comenta una voz que no es ni masculina ni
femenina.
—Encuentra algo que nadie conozca aún. Es decir, una búsqueda cósmica del tesoro
—continúa la voz.
—¡Chist! Pues claro. Si no, no habría enviado este vídeo —responde Meltem.
—El sistema solar se considera ya como conocido del todo —dice Yuri—. Todos
miran ahora hacia exoplanetas.
—El truco está en que todos estos telescopios pueden conectarse entre sí, creando un
telescopio distribuido con el diámetro de la Tierra. La mayoría de los compradores no lo
saben, pero OmniStellar hace publicidad de ello en la comunidad científica. Siempre
que un usuario no está utilizando su telescopio, OmniStellar ofrece el acceso a clientes
profesionales. Así pueden mantener el precio muy asequible.
—He mirado la App que controla los telescopios a distancia. La App puede
instalarse en cualquier plataforma convencional y está prácticamente desprotegida.
OmniStellar parte, por lo visto, del hecho de que nadie tendrá interés en hacerse cargo
de un par de millones de telescopios repartidos por el mundo. Con eso no puede
hacerse negocio. Pero no contaron ni con vuestra curiosidad ni conmigo. Por suerte
siempre hay algún lugar donde es plena noche. He utilizado las últimas 24 horas para
escudriñar a fondo el firmamento.
Esta Cinnamongirl lo está haciendo muy emocionante. Ojalá les dé también algo
interesante.
—Mirad la siguiente secuencia. Voy a sacar de allí todo lo que no es interesante.
Pero ¿por qué ese objeto es invisible? Sedna es un planeta enano, que se pasea en su
órbita en los límites del sistema solar. Todo lo que lo tape debe estar, en consecuencia,
más cerca del Sol que Sedna y, por tanto, también más claro.
—Y ahora os preguntáis por qué no se ve eso por delante de Sedna. Eso mismo me
pegunté yo, pero no soy astrónoma. Tendréis que descubrirlo vosotros. Aunque os
puedo revelar algo de su órbita. Los telescopios de OmniStellar guardan todas sus
observaciones en una memoria interna. Con el mando a distancia de la App he buscado
coberturas similares en su proximidad y realmente he encontrado dos. No puedo
garantizar realmente que se trate del mismo objeto. Pero si es así, está un poco por
detrás de Urano, con una órbita muy excéntrica y una inclinación de casi 60 grados
respecto a la eclíptica. Y lo más emocionante de todo: tiene que ser considerablemente
grande. Sé cuánto tiempo ha tapado a Sedna. El tiempo depende del tamaño y la
distancia del objeto. Si la órbita que he calculado es correcta, se trata de un planeta del
tamaño de Marte.
—¿Para qué?
—Un nuevo planeta del tamaño de Marte, poco detrás de Urano —sigue explicando
la voz—, sembrará todo tipo de dudas. No puedo dar respuesta a la pregunta más
importante: ¿cómo es que hasta ahora ningún telescopio ha sido capaz de encontrar ese
planeta? Solo puedo suponer que nadie contaba con tanta proximidad y una órbita tan
excéntrica. Además, debe tener un albedo bajísimo, por lo que no refleja apenas luz.
Pero ya que buscáis un destino para vuestro viaje, a lo mejor hasta descubrís por qué.
Como primera descubridora tengo derecho a elegir un nombre para mi hallazgo. Voto
por Anfitrite. Era la esposa del dios del mar, Poseidón, y, por lo tanto, cuñada de Zeus,
lo cual me parece muy adecuado. Reconozco que el nombre no ha sido idea mía; al
parecer, un planeta ficticio llamado Anfitrite fue responsable de un par de cambios en
nuestro sistema solar hace miles de millones de años. Seguro que no os estoy contando
nada nuevo. Muchas gracias por este encargo tan interesante y, si tenéis cualquier
pregunta, ya sabéis dónde encontrarme.
—La mujer de Poseidón, o sea, Neptuno, y cuñada de Zeus, o sea, Júpiter —explica
Yuri.
—No me digas.
Irina le lanza una mirada burlona. Yuri se muerde la lengua. Naturalmente, Irina
conoce a los dioses romanos equivalentes a los griegos.
—Sin duda alguna. ¡Un planeta desconocido, y seríamos los primeros en poder
echarle un ojo! Sería la coronación de mi carrera.
—Pues entonces ha sido toda una suerte que te hayamos secuestrado la nave —dice
Yuri.
—Exacto. Voy a hacer unos cálculos. Para llegar a Anfitrite necesitamos cuatro
segmentos: una vez acelerar y frenar en el viaje de ida y lo mismo para el viaje de
vuelta. Cada segmento mide 250 millones de kilómetros. Si en estos 250 millones de
kilómetros aceleramos a 1 g, iremos a 70 kilómetros por segundo. Para los restantes
1.500 millones de kilómetros necesitamos unos 250 días.
—Gracias —dice Meltem—. Son casi nueve meses. ¿Y si damos por supuesto que
podremos cargar masa de apoyo en Anfitrite? —pregunta Denise.
—El tiempo de vuelo se reduce a 175 días. Pero no tenemos billete de vuelta.
—Os quiero mucho —afirma Denise—, pero ante tanto tiempo en un espacio tan
estrecho, me gustaría reducir el viaje todo lo posible. No hay que olvidar el de regreso.
—Sí, Irina tiene razón —confiesa Yuri—. Al final nos quedaremos tirados en un
planeta desconocido. Además, con nuestros antecedentes, tampoco nos conviene volver
a la Tierra demasiado pronto.
—Tenemos recursos para dos años —asegura Meltem—. Hay suficiente oxígeno y
comida.
Irina se echa a reír y, acto seguido, echa una mirada feroz a las demás.
—Muy práctico, así puede limpiar también sin luz —profiere Denise.
La mano del robot se detiene frente a la pantalla, luego baja y se desplaza algo más
allá del teclado. Se escucha un ruido de rozamiento y el ordenador emite un pling-
plong.
—Vaya, se está recargando con el ordenador principal —dice Yuri.
En pantalla aparece una ventana: «Nuevo hardware encontrado». Meltem hace clic
para ocultarlo, sin prestarle atención.
Yuri mira a los demás. Denis asiente. Irina levanta el pulgar. El robot de limpieza
imita el gesto.
—¿Habéis visto eso? —Denise da una palmada con las manos—. Pero ¡qué mono es!
Hasta me da la sensación de que nos puede oír y entender.
—Pues no hemos notado nada de eso durante el viaje de ida —dice Meltem—.
¿Estamos entonces de acuerdo en hacerle una visita a Anfitrite?
—Sí, y por el camino lento. Así nos pasaremos dos años lejos de la demás gente —
anuncia Yuri.
22 de enero de 2078, Ganymed Explorer
Mierda. Se ha empujado con demasiada fuerza. Yuri sacude instintivamente los brazos,
abandona ese movimiento inútil y estira los brazos hacia delante donde chocará contra
el alto techo de la central. La fase de aceleración ha acabado de nuevo, pero no se ha
acostumbrado todavía a la falta de gravedad.
—¿No tenías turno libre? —pregunta, empujándose suavemente para bajar del techo
al suelo.
Vuela cabeza abajo hacia ella y puede mirarle un buen rato dentro del escote. Pero
ha mirado demasiado tiempo y ya ha llegado al suelo. Yuri prueba rodar con elegancia,
pero ni eso le sale bien en la ingravidez.
Irina se ríe ante sus inútiles esfuerzos por lograr una postura derecha. Al final lo
agarra del brazo y lo coloca bien.
—Pretendía… —Ve que Irina lleva las botas magnéticas puestas—. ¡Bah! Con esas
botas no tiene mérito.
—Oh, gracias. Si hasta sabes hacer cumplidos. La encontré ayer en mi cabina. Hay
un armario oculto allí, que no había visto antes.
No pudieron llevarse nada en su huida. Pero la anterior tripulación se dejó casi
todas sus cosas en las cabinas. Yuri puede elegir entre la ropa de Félix y la de Michael.
Irina y Denise tienen que compartir lo que dejó aquí la geóloga Anke Renner.
Yuri se imagina a la geóloga. Era alta y delgada como Irina. Denise, bastante más
bajita, tendrá que esforzarse para conseguir que le vaya alguna de las prendas.
—Gracias. Sin las botas del traje también me cuesta avanzar —dice Irina—. Ya es
curioso lo distinto que es tener una gravedad natural tan baja en Héctor y estar aquí, sin
gravedad alguna.
Quince minutos después entra Meltem también en la central. Yuri mira la hora. Son
las ocho y cuatro minutos. Meltem no suele llegar casi nunca con demasiada
puntualidad. Debe ser la alemana que lleva dentro, que valora estas cosas. Meltem se
percata de su mirada y cierra momentáneamente los ojos a modo de excusa. Yuri
asiente. No se lo reprocha.
En ese momento pasa volando el robot de limpieza cruzando sobre la mesa. Irina le
da un empujoncito, por lo que cambia de dirección. Parece comportarse como una
mascota encariñada. Cada vez que se reúnen para comentar algo, aparece más pronto
que tarde.
—Pero ese es el nombre del modelo de serie —protesta Denise—. ¿No debería tener
un nombre propio e individual?
—Pues vale, Óscar, aunque sea por falta de imaginación —exclama Denise.
—Tema del Orden del Día zanjado, pues —responde Meltem—. Pasemos al
siguiente. Nuestro objetivo.
—Por desgracia no —dice Meltem—. Pero he pensado que podríamos darle vueltas
a los posibles secretos que oculta ese planeta.
—¿Lo hace? —pregunta Yuri—. Creí que estaba claro que hace unos cuatro mil
millones de años colisionó con Neptuno o Urano, quitándole Neptuno la luna Tritón a
Anfitrite y dándole a Urano su curioso movimiento de rotación.
—Te lo has leído, esto está bien —dice Meltem—. Pero entonces sabrás también que
es solo un modelo que no ha sido confirmado hasta ahora.
—En efecto.
—Pero no explica por qué nuestro Anfitrite sigue sin ser visible. Puede haberse
escondido durante millones de años, pero nuestros telescopios deberían poder verlo
ahora —dice Irina.
—¿Tal vez porque se trata del antiguo núcleo del planeta? —propone Yuri—. Si era
de hierro y otros elementos pesados, se explicaría su bajo albedo.
—Sí, pero el planeta parece reflejar tan poca luz, que tal vez no basta como
explicación —menciona Irina.
Yuri niega con la cabeza en claro rechazo, pero Denise sigue hablando.
—Me gustaría poder desarrollar algunas ideas con ellos, sobre como un planeta
puede llegar a tener un manto tan oscuro. La luna de Saturno, Jápeto, nos demuestra
que no es algo inusual. Consta de hielo, pero mientras que la luna de hielo Encélado es
la luna más luminosa del sistema solar, Jápeto parece desaparecer cuando nos muestra
su lado oscuro. Seguramente se deba a la acumulación de polvo en su superficie. Pero
también podría tratarse de determinados procesos químicos.
—Eso es muy interesante, Denise, pero me temo que no vas a poder contactar con
nadie. No debemos decirle a la Tierra por dónde nos movemos. Con una nave adecuada
nos podrían alcanzar sin problema.
—Entonces solo cabe esperar que Anfitrite siga resultando invisible para los
telescopios ópticos —proclama Yuri.
—Y que a los astrónomos no les llame la atención otra cobertura casual —dice
Denise.
—Debería ser bastante poco probable —opina Meltem—. Nuestra hacker, como
principiante lega en la materia, ha analizado el firmamento entero. Ese ‘error’ no lo
cometería jamás un astrónomo profesional.
31 de enero de 2078, Ganymed Explorer
Ronda 38. Yuri está sudando. Odia pasarse horas pedaleando en la bici estática, sin
avanzar ni un centímetro. Así que corre vuelta tras vuelta por el pasillo central del
anillo de la Ganymed Explorer. Ya echa de menos a Héctor y aún les faltan ocho meses
encerrados en la nave. En el asteroide podía recorrer varios kilómetros sin tener que ver
siempre lo mismo. Héctor parecía, a primera vista, desértico y peligroso. Pero con el
paso del tiempo aprendió a distinguir distintos paisajes. Era todo un acontecimiento
descubrir que un cráter había cambiado su aspecto por un impacto o por la erosión.
Aquí mejor que no haya impacto alguno, y si el metal de la nave se oxidara, tampoco
se enteraría. El pasillo está revestido por todos sus lados con material ignífugo. De vez
en cuando surgen puertas que llevan a la central hacia el interior, a almacenes hacia la
proa, a las cabinas o habitáculos hacia afuera y a las instalaciones de mantenimiento de
los propulsores detrás, así como a las esclusas. Ahora, poco antes de las cuatro de la
madrugada, no se encuentra con nadie. Las tres mujeres duermen. Tiene guardia en la
central, pero allí no hay nada que hacer.
Yuri avanza agarrándose a las asas del techo. Acelera, luego frena de nuevo, porque
el pasillo es circular. De vez en cuando hace movimientos como de natación. No le
ayudan a avanzar, pero quiere mover todos los músculos del cuerpo y dicen que la
natación es ideal para eso.
Ronda 39. Ya llevará unos seis kilómetros. Si esta tarde vuelve a entrenar, logrará los
quince kilómetros diarios que se ha propuesto hacer. Es fácil, no tiene más que ser
consecuente. Cuando lleguen a Anfitrite habrá recorrido unos 4.000 kilómetros con sus
propias fuerzas. Equivale a una excursión desde Alemania al Polo Norte.
Las luces parpadean. Yuri suelta una carcajada y se genera un eco en el pasillo.
Vuelve a reír y escucha en la dirección de la que procede. Le llega un suave eco de su
risa. El pasillo mide 50 metros por Pi, así que el sonido necesita un segundo escaso en
dar la vuelta. Las paredes parecen reflejar bien el sonido.
—¡Hola! —grita.
—Hola —oye a su espalda.
—¡Hola! —grita.
Ahí está la puerta a la central. La abre con cuidado, como si pudiera haber algo allí
acechándole. ¿Se estará volviendo loco por momentos? Aún les queda un largo camino
que recorrer. Despierta al ordenador principal de su modo de standby y abre el
indicador de estado. No ha habido oscilaciones de tensión. Ninguna curva muestra un
fallo momentáneo. Solo al final hay un pequeño pico. Es cuando abrió la puerta de la
central. Seguramente se activó en ese momento la iluminación de forma automática.
En ese mismo momento, la línea que muestra el consumo de corriente vuelve a dar
un salto. Yuri se asusta y se lleva la mano a la frente. No es momento de enloquecer. El
sistema automático habrá apagado las luces del pasillo. Ya no hay nadie allí.
Una mano le agarra. Yuri se queda congelado. Cuatro dedos metálicos se sujetan a
su brazo. Entonces aparece el cuerpo en forma de disco del robot de limpieza frente a él.
Yuri se acerca un poco más. Meltem huele bien. Le resulta molesto, porque acaba de
volver de su ejercicio de la tarde y aún no se ha duchado. Observa el diagrama. En el eje
Y hay una dosis de radiación y en el eje X el tiempo. La línea transcurre casi paralela al
eje X. Pero hace tres días dio un pequeño salto.
—Tal vez hemos pasado por alguna tormenta solar. ¿Deberíamos preocuparnos?
—Entonces no vale la pena discutirlo —dice Yuri, dando unos pasos hacia atrás—.
Pensaba darme una ducha ahora.
—Creo que está Denise dentro. No ha habido ninguna tormenta solar, al menos no
en ese momento en cuestión.
—Pero no nos hemos acercado a ningún planeta. La nave se está alejando del nivel
de la eclíptica y Júpiter y Saturno están muy lejos.
—Gracias por llamarla ‘mi nave’. Y sí, una advertencia habría sido lo mínimo. Más
bien habría esperado una alarma general.
—Lo cual me hace dudar bastante. Créeme, Yuri, lo noto en mis entrañas. Hay algo
que no va bien en esta nave. Necesitamos el reactor, aunque ahora mismo no
aceleremos ni frenemos. Sin él, nos quedaríamos sin aire ni luz.
—Reconozco haber reparado una vez el motor de una fresadora minera. Pero no un
reactor nuclear. No me atrevo ni de lejos con algo así.
—No creo que el problema esté en el reactor. No hay oscilaciones en la red eléctrica,
así que funcionan tanto la parte nuclear como la térmica a la perfección. Solo me
preocupa el apantallado. El apantallado es tecnología simple, una pared de plomo y
tanques de agua, nada más.
Yuri asiente. Al menos, podrá salir un rato de esa estrecha nave. Seguro que le sienta
bien ver la amplitud del espacio cósmico en directo.
—Ayer me leí su manual de instrucciones por primera vez. Es mucho más que un
robot de limpieza. Parece ser que sirve muy bien como asistente. Con sus sensores
quizás hasta puede reconocer daños que tú no puedas ver.
—¿Y cómo me comunico con él? No puedo ni hacerle señales, ya que no me ve.
—Reconoce el entorno mejor que tú. Además, dispone de un módulo de habla con el
que se le pueden dar instrucciones directas o por radio.
—Vale, pues me lo llevo conmigo. ¿Cómo está el tema de radiación allí fuera?
—La mayor parte es radiación cósmica por la que tienes que pasar de todas formas
—dice Meltem.
Yuri pasa el brazo izquierdo por la manga del HUT. El robot hace fuerza en sentido
contrario. En cuanto Yuri tiene la mano dentro del guante, Óscar cambia rápidamente al
lado derecho para ayudarle por ahí. Parece que el trasto este posee cierta inteligencia.
Desde luego, se ha dado cuenta de cuáles son sus intenciones. El robot se está ganando
cada vez más el respeto de Yuri. Tal vez habría estado bien que se leyera también él el
manual de instrucciones. Pero no puede recodar haber leído jamás unas instrucciones
de uso de nada. Es algo para blandengues.
«¿Dónde está el casco?». Yuri mira por toda la cabina. Debería recoger un poco más.
A los pies de la cama hay una montaña de ropa. Aparta los pantalones y descubre
debajo el casco.
Caminar con las botas magnéticas le resulta algo complicado. Además nota que le
van un poco pequeñas. Su propio traje no posee esta técnica. En un asteroide no
servirían de nada. Por eso le ha prestado Meltem las suyas. Debe caminar poniendo
plena conciencia. Si quiere soltar un pie, debe aplicar una cierta fuerza. El sensor de
presión nota que quiere levantar el pie y libera el cierre magnético, mientras que
aumenta la fuerza de adhesión de la otra bota. De esta forma nunca puede levantar
ambos pies a la vez, lo cual resulta ser mucho más sano. La gravedad de la Ganymed
Explorer es despreciable y darse un vuelo en una mininave llamada Yuri no es algo que
le apetezca mucho ahora mismo.
—Estoy programado para ayudar a los humanos en todos los sentidos, también
psicológicamente.
Es curioso tener la melódica voz del robot en su oído, sin verle hablar.
Solo deben recorrer unos cien metros en línea recta. Pero hay que sortear una especie
de laberinto formado por los innumerables radiadores que expulsan el calor producido
por el reactor. Óscar rueda contento por delante de él. ¿Cómo puede ir tan rápido?
El robot se detiene y Yuri se agacha. Las ruedas de la máquina tienen ahora una
corona dentada que cabe justo en una hendidura del suelo. Toda la superficie de la nave
parece estar cubierta por estos estrechos canales. ¡Muy práctico! La superficie exterior
de la nave parece ser el auténtico territorio de Óscar. Flotando con su brazo por el
interior avanza muy despacio, pero aquí arriba es más rápido que él.
Óscar se vuelve a poner en marcha. ¿Cómo sabe adónde van? Meltem debe
habérselo programado. A Óscar no le cuesta nada encontrar el camino correcto en ese
laberinto.
—Estamos justo entre los radiadores, pero Óscar sabe qué camino tomar.
—Pues no lo he hecho. Nos habrá oído y se tomó nuestra decisión como una orden.
—Demasiado para mi gusto —opina Irina—. Cuidado con los radiadores, que
estarán muy calientes.
Menos mal que se lo recuerda. No se ve, pero cuanto más caliente esté la sustancia
que fluye por su interior, más eficientes son. No debe tocar su superficie, que estará a
más de 200 grados centígrados, bajo ningún concepto.
Pie derecho. Pie izquierdo. Pie derecho. Pie izquierdo. Enganchar línea de
seguridad. Se siente ya algo viejo. ¿No podría ir más rápido? Los radiadores miden
aproximadamente metro y medio de alto.
El robot estira el brazo hacia arriba. Seguro que son más de tres metros.
—Mi plan consiste en que me arrastres tirando de la cuerda hasta el reactor. Deberás
mantener el brazo siempre por encima de los radiadores. ¿Entiendes?
—Sí, entendido. Mantendré una distancia mínima de tres milímetros entre tú y los
radiadores.
Ahora ya solo falta que el robot emita un suspiro y ponga sus inexistentes ojos en
blanco ante su excesivo miedo. Y es que lo está humanizando demasiado. No deberían
ponerle nombre a una máquina. ¿Qué pasaría, si tuviera que sacrificar a Óscar para
salvar una vida humana? ¿Esa humanización le llevaría a esperar un segundo de más?
—¿Vamos? —pregunta Óscar.
Se iza por el delgado brazo del robot hacia arriba. Óscar arranca de inmediato sin
darle tiempo a acostumbrarse a esa nueva posición. Flota horizontal unos dos metros
por encima de la nave. Debe parecerse a una bandera desplazándose sobre el casco.
—¡¡Yuju!! —grita.
—¡Estoy volando!
—Sus datos vitales están bien —dice Meltem—. Solo su pulso va algo más acelerado.
Si Óscar quisiera deshacerse de él, esa sería la ocasión idónea. Yuri empieza a sentir
cierta aprensión. Bastaría con que sacudiera el brazo o le lanzara contra uno de los
radiadores. Para los demás habría sido un accidente. Pero ¿por qué debería el robot
tener algo contra él?
El robot repliega el brazo hasta que Yuri llega al suelo. Se pone en pie y cambia la
fijación de la línea de seguridad. Entonces ilumina con el foco hacia delante. El haz de
luz alcanza una protuberancia que rodea el delgado cuello de la nave como un grueso
collar anticuado.
Deben ser los tanques de agua que forman parte del apantallado. Yuri trepa sobre la
protuberancia. Los tanques parecen intactos, pero no se fía de esa primera impresión,
sino que da toda la vuelta a la nave. Cualquier defecto sería fácil de detectar. Yuri se
imagina espirales de agua helada saliendo al espacio. La nave ha estado rotando todo el
tiempo, así que se habrían creado formas muy curiosas. Pero ahí no hay nada.
—¿Pena?
—Sigo buscando.
Yuri se baja de uno de los tanques de agua y pone los pies sobre el cuello de la nave,
que aquí tiene un grosor de solo medio metro más o menos. A través de este cuello pasa
todo el intercambio entre nave y reactor. Tubos de refrigerante, cables eléctricos, cables
para los sensores… si la nave se partiera el cuello, estaría indefectiblemente perdida. El
reactor nuclear necesita refrigeración por todos esos radiadores. Sin intercambio de
refrigerante se produciría una fusión del reactor, aunque lo apagaran del todo.
Yuri se arrodilla. Tiene al corazón de la nave frente a él. Toca con cuidado el casco
exterior. A primera vista no detecta ningún defecto.
—Óscar, ¿puedes ayudarme? Este revestimiento debe tener un daño por algún sitio.
—Hazlo.
—Me refiero a cualquier aumento. Si me muevo por encima del reactor, las cifras de
los sensores tendrían que variar si los datos de la central son correctos y realmente el
núcleo es el culpable.
—Buena idea.
Retrocede.
—Muy caliente.
Toma nota del lugar. El casco exterior se dobla aquí hacia abajo. Yuri se arrastra
sobre el delgado cuello hasta llegar al recipiente de agua.
—El punto más caliente está en el paso del núcleo del reactor al cuello —dice Yuri.
—No. Espera.
Se desplaza al lugar donde Meltem dijo «muy caliente». No parece diferenciarse del
entorno. Yuri pone la cabeza directamente sobre el material, para que el micrófono
tenga contacto. Da golpecitos en diversos puntos. El micrófono transmite el sonido, a
veces más hueco y a veces menos. En el centro de la zona caliente da la impresión de
que la zona por debajo está hueca.
—Algo no me cuadra.
—Un momento.
Pasa la mano por el suelo. El casco exterior parece estar formado por chapas
curvadas de medio metro de largo por unos cuarenta centímetros de ancho, tendidas
paralelamente unas al lado de las otras. Pero ¿cómo van fijadas? No se ven tornillos ni
remaches. Yuri saca un destornillador plano de su bolsa de herramientas e inserta la
punta bajo la chapa. La dobla un poco hacia arriba, pero se le acaban las fuerzas. No
parece ser muy estable, pero tampoco tiene que proporcionar estabilidad.
Yuri saca otro destornillador y utiliza el mango para hacer palanca. Ahora se levanta
la chapa un centímetro y medio. Si tuviera una tercera mano, podría levantarla.
—¿Óscar?
—Aquí.
—Naturalmente.
El largo brazo de Óscar pasa por encima de él. Uno de sus dedos de metal, que es
especialmente plano, se inserta bajo la chapa y los otros dos quedan arriba para
sujetarla. Entonces la chapa empieza a levantarse lentamente. Óscar no parece hacer
esfuerzo alguno. Yuri mira hacia un lado. Las ruedas del robot deben estar muy bien
ancladas.
Entonces toca la parte inferior de la chapa. Donde acaba encuentra unos pivotes que
asoman, con extremo grueso pero blando. Se pueden insertar a presión en el esqueleto
de la nave, dentro de sus correspondientes orificios. Un sistema práctico. Así se pueden
sustituir las chapas como tejas en un tejado, sin requerir tornillos ni nada parecido.
—Confirmado.
El robot presiona con la mano la chapa desde arriba hasta colocarla en su lugar.
—Gracias, Óscar. Eres muy hábil.
—Gracias, Yuri.
—No. La capa bajo este revestimiento alrededor de todo el núcleo está rellena con
espuma especialmente aislante.
—¿Ulyanov?
—No lo sé. El material debe haber sido retirado por algún motivo.
—No lo sé.
—Los humanos siempre tienen un motivo para sus acciones, aunque no sean
conscientes de ello.
—La tripulación de la nave está formada por seres humanos, por lo que es la única
conclusión lógica, si se excluye un daño externo, como el que hemos hecho.
Yuri se introduce en la esclusa. El robot ya está allí, así que pulsa el botón que cierra
la compuerta exterior. Ya iba siendo hora. No está acostumbrado a respirar todo el
tiempo el aire de la bombona. Sus ojos le lloran por el constante movimiento de aire
dentro del casco, que no pudo desconectar porque entonces se le habría empañado el
cristal.
—Mi batería está todavía al 43 por ciento. ¿Cumple eso la definición humana de
estar «hecho polvo»?
—¿Desde cuándo?
—A la orden.
—Correcto.
—Oh, no lo sabía.
—Yo tampoco, señora capitana. Me alegra que, a veces, también puedas no saber
algo.
Los radiadores siguen muy calientes. Ya que solo se puede eliminar el calor en el
vacío mediante irradiación, tardan mucho en enfriarse. Por ello, la nave necesita tantos
radiadores. Óscar vuelve a llevarle en plan bandera con su largo brazo por la superficie.
El robot tampoco se detiene detrás de los radiadores. Parece tener un objetivo fijo.
—¿Por qué?
—La probabilidad de encontrar el fallo es allí mucho mayor.
—¿Puedes justificarlo?
—¿Con el radar?
—Cambia su volumen dentro del radiador, por eso se mueve. Así que el problema
debe estar en el circuito primario, que encontraremos allí delante.
El delgado cuello de la nave está sin cambios frente a él. Yuri se siente como el
centro del universo. Está quieto, junto con la Ganymed Explorer, y todo lo demás gira a
su alrededor. Y eso que están volando a muchos kilómetros por segundo por el espacio.
Bastaría con cruzarse con una piedrecilla que atravesaría su traje como si fuera de
gelatina.
Yuri ya ni le pregunta. Óscar sabe lo que tiene que hacer. Es realmente mucho más
que un robot de limpieza. Ya lo demuestra el simple hecho de que aquí fuera haya por
todas partes raíles para que se desplace. Yuri mira a su alrededor. El planeta negro está
en algún lugar allí, frente a ellos. ¿Qué aspecto tendrá cuando lleguen? ¿Seguirá siendo
de un puro color negro, como un agujero en el cosmos, o brillará quizás en un rojo muy
oscuro? ¿Y qué será lo que lo hace tan oscuro? La órbita tan excéntrica, muy por encima
de los otros planetas, podría haber llevado a Anfitrite al cinturón de radiación del
sistema solar, allí donde la radiación cósmica y la solar se encuentran en una onda de
choque. Quizás sea la radiación allí resultante la que ha ido quemando la superficie de
Anfitrite durante miles de millones de años.
—No es posible. Es un fallo cuya categoría requiere que llevemos la nave a un dique
de reparación.
—Me alegro por ti. ¿No podemos frenar entonces con los propulsores químicos?
—Pues menudo asco. Para eso ya puedo aprovechar que estoy aquí fuera y saltar al
espacio. Debe ser el castigo por lo que le hice a Grigori…
—Yuri, parece que hoy ha sido un día muy largo para ti —le interrumpe Irina—.
Entra y discutimos el tema con tranquilidad; seguro que encontramos una solución, te
lo prometo.
Es muy raro. Cuando piensa él mismo en una solución, solo ve oscuridad. Pero
cuando Irina le habla con su voz cálida y profunda, confía plenamente en ella y bajan de
nuevo sus pulsaciones.
4 de febrero de 2078, Ganymed Explorer
—Como podéis ver, el núcleo del reactor está aislado —dice—. Allí no puede
acceder nadie. Si hubiera aquí un fallo, no tendríamos posibilidad alguna de arreglarlo.
—No se puede excluir. El circuito de refrigeración también está cerrado hacia fuera.
Por eso Óscar ha dicho que solo puede repararse en un dique taller. Pero no es del todo
verdad.
Irina gira el huevo y traza una línea con el índice. Ahora están mirando en una
sección circular.
—El revestimiento aquí se puede extraer. Aunque sirve a la vez de apantallado para
una parte de la radiación que emite el reactor. Si se extrae para llegar al circuito de
refrigeración, se expone uno a una considerable dosis de radiación.
—No se puede excluir que se sobreviva, pero con lesiones muy graves.
—¿Se habrá congelado algo allí? —pregunta Denise—. He leído que en la primera
expedición a Encélado tuvieron graves problemas con eso.
—No, es prácticamente imposible —responde Irina—. El circuito interno de
refrigeración se distribuye alrededor del núcleo y allí hace demasiado calor.
—Yuri, recapacita. Aún estás débil por la intervención de ayer —dice Meltem.
—Correr un poco hacia delante en la ingravidez y girar unos tornillos es algo que
aún puedo hacer. Además, me llevo a Óscar conmigo. Volverás a llevarme hasta la proa,
¿verdad, Óscar?
—Si tú lo dices…
—Bien, pues tema aclarado. Voy a prepararme y nos sacamos el marrón de encima.
Nadie dice nada más. Irina le mira escéptica, pero parece entender que no podrá
hacerle cambiar de opinión. Meltem parece extrañamente tranquila. ¿Está plenamente
convencida o es que no le molesta que Yuri ponga su vida en peligro? Intentaría
sabotear la nave, lo dijo hace un par de días. Y ahora falta un trozo de aislamiento y el
reactor se niega a arrancar. Aquí hay algo que no cuadra. ¿Tendrá Meltem algo que ver
con ello?
—¿Yuri? Te voy a describir qué piezas debes soltar para acercarte lo menos posible a
la carga de radiación del sistema de refrigeración.
Así lo convinieron.
—Sí. Lo extraeré.
—Me alegra que aún disfrutes de las cosas sencillas —dice Meltem.
—Bien, ahora le toca al primer revestimiento. Solo necesitas aplicar algo de fuerza.
—Tiene buen aspecto —informa Denise—. Te has mantenido siempre algo fuera del
pozo; seguro que también ayuda en algo que el reactor esté apagado.
—Pero eso va a cambiar —dice Meltem—. Tienes que meterte. Cabeza abajo, mejor,
para que puedas utilizar los brazos.
Ella puede ver si las bombas se mueven, pero los caudales solo pueden medirse
directamente aquí abajo. Toca uno tras otro todos los tubos, que son más gruesos que su
brazo.
—Qué pena —dice Meltem al cabo de un rato—. Esperaba que fuera el sistema de
sensores en los tubos el que estuviera defectuoso y lo demás en perfecto estado.
—¿Sí?
—¿Cuál es?
—En general, sí. Pero nunca al cien por cien. Aunque aquí sí.
—Que allí debe haber algún problema especial, quizás el origen de todos nuestros
males. Supongo que hay algo dentro que ha embozado el circuito. Sería el lugar ideal
para algo así. Maldigo al ingeniero al que se le haya ocurrido esto. Cualquier
estrechamiento es fuente de problemas de todo tipo.
—Puede que fuera por falta de espacio —dice Yuri—. ¿Y ahora qué?
«¿Cuánto me queda de vida?», piensa para sí, aunque reprime esa pregunta.
—Podríamos intentar lavarlo de alguna forma. Será mejor que salgas del agujero
mientras tanto.
No dice que no a eso. Se desplaza hacia atrás, de regreso al casco. Quizás no le hace
falta el pozo. Óscar le hace compañía. El robot se acerca rodando y saluda con la mano
metálica.
Habla especialmente bajito. Yuri puede notárselo. Es horroroso perder una batalla
así.
—¿Qué puedo hacer? —pregunta Yuri—. ¿Me necesitas de nuevo dentro del pozo?
—Que casi haga saltar por los aires al reactor. Ya lo he dicho. Pegadme, si pensáis
que la idea es alocada.
—Hacer saltar el reactor por los aires no parece la solución adecuada —dice Meltem.
—Pues así será, Meltem. Como he dicho, igualmente moriremos todos —proclama
Irina.
—Tal vez se nos ocurre más tarde algo mucho mejor —indica Meltem.
—Lo lamentas por tu nave, ¿verdad? Seguramente la pierdas, pero sería una
posibilidad de salvarnos a todos —dice Denise.
—Vale, reconozco que quiero mucho a esta nave. La quiero desde el primer minuto
en que me convertí en su capitana. Pero tenéis razón, las personas son más importantes.
Estoy de acuerdo.
—Gracias, Meltem.
—Un invento genial —dice Yuri—. Protege a sistemas como el reactor para que no
exploten por sobrepresión.
—Pues sí.
—Pero si puedo ver como sale el vapor del agujero. La válvula debería estar aquí
abajo —opina Yuri.
—Pero lo tendrás que hacer mientras pongo en marcha el reactor. ¿Ya sabes lo que
esto significa?
—Lo siento, pero no puedo hacerlo. Debería poner en marcha el reactor mientras
están ahí abajo, friéndote con la radiación. Sería tu asesina, Yuri.
—Pero yo lo quiero así. Y entre los dos salvamos la vida de tres personas.
—Realmente no puedo —dice Meltem—. Cambiar tres vidas por una es un cálculo
inhumano.
—¿Qué?
—Tu función es cerrar la válvula mientras arranca el reactor. Yo puedo hacer eso.
Soy más fuerte que tú.
—Yo…
—¿No te afecta?
—Dañará mis circuitos electrónicos, pero ya que no estoy vivo, no puedo morir.
—Ya lo hemos discutido —dice Yuri—. En el peor de los casos no cambiará nuestra
situación; en el mejor de los casos recuperamos el control de la nave.
—Lo sé —indica Irina—. Solo quería dejarlo dicho de nuevo. Arranco el reactor.
El robot no responde.
¡Qué rapidez!
—130 %.
—160 %.
—200 %.
—No puedo cambiarlo —dice Irina—. El circuito refrigerante está parado y por la
falta de eliminación del calor, la presión aumenta por sí sola.
—240 %.
—280 %.
Pronto, la presión será el triple de lo normal. ¿Cuál será el límite definido por los
fabricantes del reactor? Seguro que las tolerancias y los márgenes de seguridad son
bastante generosos. ¿Quizás hasta una presión diez veces mayor?
—On xx Os xx Error.
—420 %.
—510 %.
—620 %.
—740 %.
—850 %.
Para que luego digan que los ingenieros rusos no ofrecen productos de calidad.
—920 %.
—980 %.
—1010 %.
Aquí ha cambiado la tendencia. ¿Lo habrán conseguido?
—1010 %.
¡Bien!
Yuri respira hondo. Parece que ha vuelto a evitar la muerte por los pelos.
—Aun así. Se ha sacrificado por nosotros. ¿No puedes apagar el reactor? Por favor,
Irina.
—¿Después de todo los problemas que hemos tenido? No lo considero una buena
idea.
—Irina tiene razón —dice Meltem—. No sabemos siquiera cómo se ha creado ese
tapón.
—Si me doy prisa, la dosis será mínima. Lo agarro y salgo a toda prisa.
—Gracias, Irina.
Yuri trepa por el contenedor de agua, flota por encima y se desplaza al núcleo del
reactor. Del agujero rectangular sin revestimiento ya no sale vapor alguno. Ilumina el
interior. Allí está Óscar.
No hay respuesta. El brazo de Óscar está doblado por la mitad. La mano aún agarra
la válvula en el suelo. Ojalá no se haya enganchado con demasiada fuerza. Yuri
engancha su línea de seguridad y desciende en el agujero hasta poder agarrar la
articulación del brazo. Entonces tira con fuerza de la línea para salir. Óscar no ofrece
ninguna resistencia. Lo primero es salir del agujero. Yuri gira las piernas sobre el borde,
arrastra a Óscar hacia el exterior y sale del todo.
Ahora ya está algo más seguro. Las ruedas del robot se han anclado
automáticamente al suelo. ¿Estará aún vivo? Pulsa todos los botones que lleva encima y
debajo de su cuerpo, pero el robot no reacciona. El anclaje de las ruedas debe ser un
proceso puramente mecánico.
Hora de iniciar el regreso. Yuri tira de Óscar, pero esta vez no se deja. ¡Las ruedas!
Yuri las analiza. En el centro del buje hay un punto de presión. Si presiona con el índice
allí, las ruedas se desenganchan del raíl. Solo tiene que procurar que las otras no se
vuelvan a enganchar. Y no le resulta nada fácil. Yuri maldice un par de veces, pero al
final lo consigue. Mira de nuevo hacia el agujero. Los revestimientos flotan aún muy
cerca. Hay que volverlos a colocar antes de que la nave acelere de nuevo. Pero no ahora.
El retorno a la esclusa se le hace raro. La última vez fue Óscar quien le arrastraba.
Ahora lo lleva en brazos como un animalito herido. Irina le ayuda a encontrar un
camino entre los radiadores, que se yerguen por todo el casco de la popa de la
Ganymed Explorer como plantas en una jungla.
5 de febrero de 2078, Ganymed Explorer
Que era… Los daños que ha sufrido parecen bastante graves. La pletina principal no
muestra ya reacción alguna. Yuri ha comprobado todas las entradas y salidas; Óscar
está prácticamente muerto. Le impresiona, sobre todo, el tamaño del procesador,
considerando el poco espacio que ocupan hoy en día los chips. Aunque demos por
supuesto que los fabricantes de Óscar han utilizado componentes menos integrados a
propósito, para que el robot sea menos sensible a la radiación cósmica, su electrónica
parece estar sobredimensionada. Quizás apostaran los fabricantes de RB por una
construcción modular, instalando el mismo ordenador principal en todos sus aparatos.
¿O tal vez tenían pensado ampliar la serie en el futuro?
¿Qué significa ese nombre? En su formación de astronauta, Yuri estudió ruso, pero
hace ya mucho de eso. Obnarushivanoi, eso es un adjetivo procedente de un verbo.
Podría significar «reconociente» u «observante», Samochodnoi significa con autonomía
de movimiento, algo así como «automoviente». Kontrolirovanoi, eso debe equivaler a
«controlante» o «comprobante». Y Automaticheski Robot es evidente, aunque también
una tautología, pues los robots deberían funcionar siempre de forma automática. Pero
claro, sin ello no tendríamos el acrónimo de OSKAR. Por lo tanto, su Óscar es un «Robot
Autodesplazable de Supervisión y Control Automático», es decir, un RASCA.
¿Y por qué han dejado de lado el tema de pasar la aspiradora? Seguro que han sido
ingenieros los que han inventado el nombre, y no ingenieras. La capacidad de limpiar
seguro que estaba en el pliego de condiciones, pero no resultó importante para quien
inventó el nombre.
¿O hay algo que está pasando por alto? Cuando hacía su ronda hace una semana,
parecía que alguien estaba utilizando la esclusa. ¿Y si ha sido Óscar el que ha dañado el
reactor nuclear? Con el aislamiento que falta, bien podría haber embozado el sistema de
refrigeración. Pero ¿por qué? ¿Y no se contradice esto con el hecho de que se haya
sacrificado por todos ellos?
No, no puede hacer nada más aquí. Vuelve a dejar la tapa superior sobre el
cementerio electrónico que representa el cerebro de Óscar tras su estancia en el reactor.
Si la radiación ha quemado literalmente los chips, ¿qué le habría hecho a su cuerpo
humano? Debería darle las gracias a Óscar y no desconfiar de él.
—No tiene buen aspecto. El reactor le ha frito a fondo los chips y no hay mucho que
salvar.
—Qué pena, estaba encariñándome mucho con él. ¿Quieres que mire si tenemos
recambios a bordo para él?
—Pensé que era solo un regalo del fabricante para un buen cliente.
—Es una abreviatura rusa. Está grabada en el interior de su carcasa y significa algo
así como ‘robot autodesplazable de supervisión y control automático’.
—Entonces seguramente sea más que un robot de limpieza. ¿Será que RB nos está
vigilando con él?
Es curioso que la misma Meltem exprese esa idea. «¿Querrá desviarnos con ello de
sus propias actividades, o realmente tiene la conciencia limpia?». Yuri no ha olvidado
su amenaza al comienzo del viaje.
—No lo sé, Yuri. No hemos advertido nunca conexiones por radio inesperadas. Pero
quien construyó esta nave también podría haber instalado un canal codificado para un
espía como Óscar.
—Aquí hay un mando universal —dice Meltem al cabo de unos minutos—. Parece
poder utilizarse en unidades autónomas de cualquier tipo.
Yuri deja a Óscar sobre el banco de trabajo, como si tuviera que descansar, y flota
hasta a la tercera estantería donde abre el cajón inferior. Allí hay varias cajas idénticas.
Extrae la primera y la abre. Dentro hay una pletina. Es más o menos del mismo tamaño
que el cerebro de Óscar, pero con una forma algo distinta. A ver si cabe dentro de su
carcasa.
Tiene suerte. La nueva pletina no es cuadrada como la antigua, pero cabe bien en su
interior. Lo malo es que los cuatro agujeros para su fijación están en otro lugar. Yuri no
puede perforar nuevos agujeros así como así. Así que construye piezas intermedias con
delgadas vainas metálicas. La nueva pletina queda, por ello, algo más elevada que la
anterior, pero tampoco es un problema, porque dentro del cuerpo de Óscar hay sitio de
sobra.
Yuri copia primero el firmware en el robot. Luego lo enciende. Óscar emite un par
de tonos melódicos. Las ruedas giran y el brazo, hasta ahora desplegado y doblado, se
repliega al interior. No hay mensajes de error. Ahora incluso podría ya utilizar el robot.
Solo necesitaría programarle las funciones con exactitud.
—¿De nuevo?
—Estabas defectuoso.
—Gracias por la actualización —dice Óscar—. Siento todo como irreal. Nunca antes
me había pasado que un tercero me tuviera que explicar lo que yo mismo he hecho.
—A las personas les pasa a veces, cuando han bebido mucho alcohol. A eso se le
llama tener lagunas.
—Eso no es eficiente.
—Sí.
—¿Puedo saber qué recambios has utilizado para ello? Con esos datos podré
optimizar mis parámetros de sistema.
—La evolución no trabaja con eficiencia. Alcanza el objetivo general del desarrollo,
eso sí, pero utiliza demasiadas soluciones intermedias que no son eficientes. Con las
estrategias que yo elabore os lo podréis ahorrar.
—Es una pena, Yuri. Según mis análisis, el ser humano, como máquina biológica,
representa en su estado actual claramente una solución intermedia poco eficiente.
¿Puede ser que tras, la reparación, Óscar piense y hable más de lo normal?
—Porque veo que el nuevo módulo central posee una velocidad de procesamiento
más o menos diez veces mayor que la de antes. El módulo que has retirado de mi
cuerpo ya llevaba tres años en mi interior desde mi fabricación. Ahora puedo calcular
cadenas de pensamientos con un grado de complejidad claramente mayor; lo cual me
permite planificar mejor el futuro, sobre todo cuando me enfrento a árboles de decisión
básicamente limitados.
—Qué va, Yuri. Solo que, por las motivaciones que se derivan hasta ahora de
vuestro comportamiento inherente, resulta muy fácil deducir vuestras futuras acciones.
Hasta ahora no me había llamado la atención, por motivos evidentes de capacidad de
cálculo. La naturaleza y el cosmos, por el contrario, dificultan estos análisis, porque sus
cambios se deben exclusivamente a la casualidad y no a sus motivos inherentes.
—Eso crees tú, y es posible que pudieras. No puedo decir nada al respecto. A lo
largo de mi conversación contigo he analizado las decisiones que has tomado y que me
son conocidas, y he determinado que las volverías a tomar.
Ahora ya sobreestima a Óscar en exceso. ¿Podría ser que está llenando sus nuevas
capacidades con una autoconfianza hasta ahora desconocida? Yuri cierra
momentáneamente los ojos.
—Por supuesto que no. Pero no es cosa tuya, sino el hecho de que tu futuro también
está determinado por el futuro de muchos otros. Aunque podría predecir cada una de
tus decisiones, antes de que las tomaras.
—No me lo creo.
—Los puedo archivar con un código de tiempo, que puedes luego verificar.
—¿Con tu ayuda?
—No. Cualquier ordenador sencillo puede hacerlo, incluso el módulo principal del
inodoro que hay detrás de mí.
—Oh. Parece que la técnica también ha avanzado en los inodoros. ¿Puedo pedirte un
favor?
—¿Sí, Óscar?
—No, pero es que no me gustan los chistes malos y me temo que habría toda una
serie a punto de caerme encima.
—Mi radar reproduce muy bien las estructuras superficiales. Solo tengo problemas
con los colores.
—Está bien. Me habría gustado poder tomar una decisión con mayor libertad.
—Es decir, ¿te habría gustado poder matar a Grigori con mayor toma de conciencia?
—No, claro que no, pero no me gusta que algo en mi interior me haya obligado a
llevar a cabo ese acto.
—¿Tan malo sería matar a alguien por un estado pasional, es decir, impulsado por
algo interior, como asesinarlo a sangre fría?
Ronda 1. Comenzar siempre le resulta más difícil. Solo saber que tiene por delante
muchas vueltas más le hace dudar durante la preparación. Hoy empieza ya con más de
dos horas de retraso. Quiere lograrlo a tiempo para llegar puntual a su turno. Pero en
las últimas tres semanas, Yuri ha tenido que hacer un esfuerzo titánico para hacer
ejercicio cada día. Tras la EVA estuvo tan agotado, que no alcanzó los kilómetros que se
ha propuesto hacer a diario.
La luz en el pasillo parpadea. ¿Ya está otra vez? Debe haber algún contacto suelto
por ahí. Deberían arreglarlo antes de que se convierta en un problema más grave. Yuri
se agarra a un saliente. La iluminación está empotrada en el techo. Consta de placas de
un metro, más o menos, alineadas prácticamente sin dejar hueco entre ellas. Buscar el
fallo puede resultar una labor excesivamente entretenida. Continúa su camino. Le faltan
39 vueltas.
De repente, aparece ante él una luz roja. Yuri ya sospecha de qué se trata. Allí hay
una esclusa. La alcanza. El gran botón para abrirla luce ahora en un amenazador color
rojo. Eso significa que, detrás de la compuerta, reina el vacío. ¿Ha salido alguien de la
nave? Hace una semana le pasó lo mismo, y luego hubo la fuga de radiación y el reactor
se volvió loco. No se lo debe tomar a la ligera, aunque se haya tratado de un problema
puramente técnico. ¿Estará Óscar ahora fuera, preparando el siguiente sabotaje?
Yuri se gira. Acaba de pasar por el desvío hacia el cuarto de Meltem. Debe informar
a la capitana, y debe hacerlo ya, antes de que el fallo desaparezca de nuevo. Se para
delante de su puerta. Es su tiempo libre. ¿Estará bien molestarla? Sí, ahora tienen
posibilidad de aclarar el suceso, si es que ha habido un suceso. Llama con los nudillos
en la puerta. No responde nadie, pero la puerta se abre un poco. Estaba solo entornada.
¿Por qué no ha cerrado Meltem la puerta? Vuelve a llamar, pero tampoco hay respuesta.
Pero golpear de nuevo ha hecho que la puerta se abriera algo más. La luz de la cabina se
enciende automáticamente. Lo primero que ve Yuri es la cama. Vacía y sin tocar.
¿Estará Meltem detrás de todos sus problemas? Algo le toca el hombro por detrás.
Yuri se gira con demasiado ímpetu y acaba haciendo una pirueta en el aire. Es Óscar el
que le ha asustado. Ahora solo falta que el robot estalle en carcajadas. Pero Óscar no
dice nada.
—He notado que la habitación de Meltem está vacía y la quería limpiar. ¿Te puedes
apartar para que pueda cumplir con mi cometido?
—Aun así, no nos gusta. Te ordeno que, a partir de ahora, compruebes nuestra
ausencia probando.
—¿Sí?
—Desde hace unas dos horas. Pero tras salir de una habitación, se necesitan unos 30
minutos, según tamaño, hasta que se pasa al modo de ahorro energético.
—¿Es decir, que Meltem ha abandonado su habitación hará dos horas y media?
—Entre nosotros es otra cosa. Bueno, no quiero obstaculizar más tiempo tus deberes.
—Gracias, Yuri.
El robot se introduce pasando por su lado. Su parte superior brilla. Parece estar
cubierta de condensación. Yuri toca el brazo de Óscar. Está frío. Entonces se gira y
retrocede por el pasillo.
De camino a la central, Yuri pasa por la esclusa. Ahora el botón está en verde, como
si no hubiera pasado nada. Lo pulsa y la compuerta se abre. Paredes y suelo están
limpios de polvo a primera vista. Lo cual no significa nada, ya que la aspiración y
ventilación trabajan muy rápido aquí. Se agacha e inspecciona el suelo. Parece estar
bastante más frío que el pasillo frente a la esclusa. ¿Significará algo? Si solo se ha
evacuado la esclusa, la temperatura baja igualmente. Debe consultar el ordenador
principal.
Pero el terminal está bloqueado por Denise, que está escribiendo algo.
—Eso está bien —dice—. ¿Puedo hacer algo por ti o solo pasabas para darme los
buenos días?
—Claro, un momento.
—No, Yuri. Solo tenía ganas de actualizar mi diario. Puedo acabarlo más tarde. Han
pasado tantas cosas últimamente…
—Ven, siéntate aquí, me paso al asiento del copiloto. ¿Qué es lo que te ha llamado la
atención?
¿Se lo dice? Si puede confiar en alguien, sin duda es en Denise e Irina. Se han unido
voluntariamente a esta fiesta y seguro que no pretenden sabotear la nave.
—¿Sí?
—Meltem… ya…
—Oh.
«A mí también», piensa Yuri. Es fantástico para Denise y se alegra mucho por ella.
Pero su teoría se ha derrumbado. Meltem no puede haber utilizado la esclusa. Por un
lado le tranquiliza pero, por el otro, se queda sin explicación alguna.
—Pues nos queda el tema de la esclusa sin aire —dice—. Voy a comprobarlo ahora
mismo.
Se acerca el teclado, inicia sesión y abre el registro de estado. El mantenimiento de
vida es uno de los sistemas más importantes de la nave. Es responsable de todo lo que
necesita la tripulación para vivir: aire, calor y agua, y naturalmente el tratamiento y
reciclaje de residuos. Para llegar hasta la esclusa, Yuri tiene que hacer clic a través de
unos 15 submenús. Las esclusas desempeñan solo un papel secundario, ya que no es
frecuente que alguien tenga que abandonar la nave.
La esclusa ha tenido realmente una pérdida de presión. Compara las horas. Dos
horas y media antes de su ronda de ejercicio tenía presión normal. Meltem no ha
podido ser, sin duda. Naturalmente cree a Denise. La presión se ha reducido 15 minutos
antes de pasar por la esclusa. Tiempo suficiente para darse una vuelta por fuera. Yuri
consulta los datos del mantenimiento de vida. Antes de una EVA, una persona tiene
que hacer ejercicio duro durante, al menos, dos horas. La temperatura y la humedad en
la sala deberían haber aumentado. El mantenimiento de vida no ha registrado nada de
eso. Quien haya abandonado la Ganymed Explorer o no era humano o se ha expuesto
conscientemente a un peligro.
¿Qué dice el control de esclusa? El programa que controla las entradas y salidas
también protocoliza todas sus acciones. Yuri retrocede un par de menús y busca
entonces la esclusa. Interesante. Un cuarto de hora antes de su sesión de ejercicios se
abrieron tanto la esclusa interior como la exterior y luego se abrió otra vez la interior
cuando él mismo controló la esclusa.
—Y ¿saliste?
—¿Lo ves? Las entradas son idénticas —dice Denise—. Alguien ha copiado tu orden
de las 10:37 a las 10:22.
Él mismo cambia varias veces entre las entradas. Denise tiene razón, son idénticas.
—Típico. Los sistemas se aseguran hacia fuera, pero hacia dentro son vulnerables,
porque los programadores no consideran la posibilidad de que desde dentro se hagan
tonterías.
—Cualquiera.
—¿También Óscar?
—Incluso un niño podría hacerlo, si sabe cómo. La cuestión es: ¿Por qué lo habrá
hecho?
—Pero ¿quién?
—Está bien. Meltem no ha sido, yo soy su coartada. Y yo, entonces, tampoco puedo
haber sido. Nos quedan Irina y Óscar.
—El cuerpo de Óscar estaba muy frío antes. Apareció cuando quería contarle a
Meltem mi descubrimiento.
—Eso no significa nada. Puede moverse sin problemas por las áreas no climatizadas
de la nave. Los almacenes deben limpiarse también de vez en cuando y allí hace frío.
—Yo tampoco. A no ser que intentara protegerte de algo. En ese caso, creo que Irina
sería capaz de cualquier cosa.
—¿El ojo?
—¿En serio? A ver, es simpática conmigo y ayuda siempre que puede. La aprecio,
igual que a ti.
—Se te nota.
—Tendré que hablar con ella. No quiero que se haga falsas esperanzas.
—Deberías verte los ojos cuando dices eso. No sueles expresar nunca tus
sentimientos, Yuri, pero creo que no eres honesto contigo mismo. Aunque no sé por
qué. Tal vez la quieres proteger. A fin de cuentas, eres un delincuente en busca y
captura.
—Te agradezco tus palabras. Claro que es posible que me esté mintiendo a mí
mismo. Pero tengo bastante éxito con eso, para bien o para mal. En todo caso, hablaré
con ella.
—Gracias por el consejo, pero prefiero solucionar el problema cuanto antes. Ahora
mismo no puedo imaginarme en una relación.
Yuri sale de la central. Para llegar a la cabina de Irina, debe seguir por el pasillo. Al
cabo de unos pasos está frente a su puerta. Su corazón late a toda velocidad. Se deberá,
seguramente, a que no ha pensado en qué le va a decir. Es una persona simpática y
agradable; no quiere herirla. Pero se le busca por asesinato y no puede arrastrarla en
ello consigo, eso seguro que lo entenderá. Se frota la barbilla. Pero si ella le ofreciera
solo un poco de sexo sin compromiso, entonces… No, menuda estupidez. Eso no
funciona así. Carga excesiva, etcétera, etcétera, eso es lo que le debe decir. Será
suficiente. No quiere herir a Irina, eso es evidente.
Irina está en chándal en el marco de la puerta. Tiene que bajar un poco la cabeza
para pasar. Sus anchos hombros llenan casi del todo el marco de la puerta. Debe haber
sido nadadora.
—¡Dios santo, no! —exclama—. Solo estaba pensando en lo que quiero decirte.
Irina levanta la mano derecha. Con ella sujeta un par de botas. Son las que le prestó
Meltem porque tienen suela magnética. Irina debe habérselas cogido de su cabina sin
que se percatara. Pero ¿para qué? ¿Ha sido ella la que ha salido por la esclusa? ¿Y la ha
sorprendido cuando le iba a devolver las botas?
—¿Te duele algo? ¿Te has hecho daño al chocar contra la pared? ¿Por qué estás tan
callado? —pregunta Irina.
—Te las iba a devolver ahora. Pero parece que no hace falta.
—No hace falta que me des las gracias, Yuri. Reconozco que a lo mejor no ha estado
muy bien que te las cogiera sin decir nada ni preguntarte antes. Quería darte una
sorpresa, nada más.
—Gracias, Irina.
—Y ¿qué es lo que me querías decir? ¿Quieres que entremos, para no tener que
hablar en el pasillo? No tengo nada que hacer y tampoco puedo dormir, así que…
Se le nota que está decepcionada. Está ligeramente inclinada hacia delante, aunque
no hay gravedad. Seguro que también sabe que no le está diciendo toda la verdad. Y eso
debe confundirla incluso más que a él mismo. Le vuelve a dar pena, pero no puede
hacer otra cosa. Denise tenía razón. Debería consultarlo un par de noches con la
almohada. Aún queda mucho viaje por delante.
Irina le lanza las botas y él las agarra con elegancia. Al menos puede hacer eso.
Entonces Irina baja la cabeza, se gira y desaparece en su cabina. Es un auténtico
gilipollas. Ahora ha conseguido precisamente lo que no quería. Ha herido a Irina. Ojalá
pueda en algún momento arreglar esta metedura de pata.
Cuando se encuentran por la tarde en la central, Irina vuelve a estar de buen humor.
Charla en voz alta con Meltem, con su cálido tono musical, mientras Óscar pone la
mesa. Yuri podría darse un baño en esa voz. Si hay algo que le fascina de Irina es su
forma de hablar. Denise es más parca en palabras, como si tuviera miedo escénico.
—Ya podéis empezar —dice Óscar, apartándose de la mesa llena de bolsas, latas y
vasos.
—Queremos deciros algo —empieza Meltem, antes de que estén todos sentados—.
No vaya a ser que empiecen a correr por aquí rumores.
—Pues bien, queríamos deciros que Meltem y yo hemos decidido estar juntas —
anuncia Denise—. Es decir, por un tiempo…
Es una sonrisa alegre, sin dudas. Eso está bien. Irina y él aplauden y Óscar golpea
con su mano sobre la mesa. Meltem sale de la sala y regresa al poco con una botella
verde.
—Yo soy un sacacorchos —dice Óscar y chasquea con sus dedos de acero.
—Con cuidado, manteniendo la botella siempre con la apertura hacia arriba y sin
dar ningún empuje repentino al contenido —dice Yuri.
—Yo también tengo algo que anunciaros —dice Óscar entre las carcajadas.
Sigue resultando extraño oírle hablar sin boca. Pero lo que dice es aún más
sorprendente. Óscar parece haber realizado una actividad necesaria por iniciativa
propia y sin que se le haya ordenado. Y parece que ahora espera su agradecimiento.
¿Qué puñetas le pasa a esa máquina?
A lo mejor está desarrollando algo así como una conciencia primitiva. Pero a Yuri le
parece más probable que se trate de una maniobra de distracción. Aquel que está detrás
de todo y que seguro que está siguiendo al detalle las investigaciones de Yuri, debe
saber de sobras que ya solo queda Óscar como responsable de la excursión al exterior.
Con esa supuesta confesión, el robot se ha proporcionado una coartada y la actividad
detectivesca de Yuri acaba en un callejón sin salida. Si miden la carga de radiación,
seguro que descubren que Óscar realmente ha reparado el apantallado. Pero no tiene
por qué ser la verdadera razón de su salida. ¿Cuál será la finalidad que se esconde
detrás de todo esto? Tiene que averiguarlo antes de que, sea quien sea el que
seguramente está controlando a Óscar, pueda conseguir su objetivo.
—Claro, Yuri.
Ella le hace un gesto señalando hacia el taller. Se encuentran allí. Irina huele bien.
Durante toda la tarde estuvo algo alejado de ella, por lo que no se había dado cuenta
antes.
—¿Qué puedo hacer por ti? —le pregunta y se quita un mechón de pelo que la cae
por la frente.
—¿Que yo?
—Llevas todo el día tenso. ¿Quieres que te haga un masaje? Se me da muy bien.
—Gracias, Irina. Tengo que pensar un poco más todavía. Gracias por tu opinión.
—Como quieras.
Yuri recoge las figuritas del juego. Primero pensó en hacerlas con imanes en la base,
pero no encontró suficientes. Así que recortó el tablero de una plancha delgada de metal
y la magnetizó. En la ingravidez basta con una magnetización débil. Se trata solo de que
las figuras no salgan flotando por la sala.
Se agacha con cuidado y saca la caja que ha dejado debajo de la mesa. Es de madera
cuadrada con la tapa decorada con delicada marquetería. Se la ha dejado Irina. Coloca
dentro las piezas, que parecen resistirse. Como si los ejércitos, hasta ahora enemistados,
tuvieran reparos en entremezclarse. Lo más probable es que sus pequeños pies
metalizados se hayan magnetizado un poco durante el juego. Sin gravedad basta con el
más mínimo impulso para desencadenar movimiento.
Yuri bosteza. Ha sido una velada muy bonita. Irina ha evitado su mirada durante
dos días, pero ahora ya pueden conversar con normalidad. ¡Mujeres! ¡Si no le ha hecho
nada! Bien está lo que bien acaba. Así podrá aguantar los siete meses que quedan para
llegar a su destino. Aunque, evidentemente, es una rutina constante y diaria y no tiene
nada que objetar al respecto. El trabajo en Héctor tampoco resultaba demasiado
emocionante. Cambiaban de vez en cuando el lugar de extracción; pero metido en un
traje espacial y con una perforadora en la mano, las cuevas y pozos excavados le
resultaban todos iguales.
Solo echa de menos los paseos. En la Ganymed Explorer no hay posibilidad de
pasear así. Puede abandonar la nave a través de la esclusa, pero allí fuera no hay zona
de juegos ni desiertos de rocas y hielo como en Héctor. Prácticamente cada metro
cuadrado del casco exterior está ocupado por algo; si no son radiadores, son sensores o
antenas de radio. El ser humano allí arriba es un cuerpo extraño y debe ir con cuidado
de no romper nada. Puede que algún día, la humanidad sea capaz de viajar a planetas
distantes sobre asteroides. ¡O incluso sobre cometas! ¿No hay por ahí un millonario loco
que quiere viajar a las estrellas como autoestopista sobre un cometa interestelar?
¿Dónde estará Óscar hoy? Durante la primera partida de Risk, el robot intentó ir
soplando pistas entre los jugadores. Por ello lo enviaron rápido a freír espárragos. Pero
aun así suele dejarse ver de vez en cuando. Desde que Yuri amplió su capacidad de
cálculo, parece valorar más la compañía humana. Tal vez quiere aprender de ellos.
—¿Óscar?
No hay respuesta. Seguro que está limpiando algún almacén. Yuri se levanta, coge el
tablero de juego bajo el brazo y sale de la central. En cuanto llega al pasillo, la luz se
apaga automáticamente a su espalda. Denise tiene hoy turno de noche. Ya llegará en
algún momento. La central puede quedarse tranquilamente sin ocupante durante un
rato.
Va, cabeza por delante, por el pasillo, como si estuviera nadando. Es importante
mantener todos los músculos a tono. Los movimientos de natación son perfectos para
eso, aunque no necesite más fuerza que para poner sus miembros en movimiento.
Allí está otra vez, la luz roja en el pasillo. Yuri pasa a posición vertical. Está
demasiado cansado para eso, pero… ¿No se pondrá el botón de la esclusa en verde
nada más llegar él? Parece que no le va a hacer ese favor. El punto rojo se está burlando
de él. ¿Lo ves? Soy un acertijo que no resolverás jamás. Yuri mira por la ventanilla. La
esclusa, evidentemente, está vacía. Comprueba por rutina el pasillo, pero no hay huella
alguna que lleve hacia o desde la esclusa. ¿Quién sería tan tonto, en ingravidez, de dejar
huellas en el suelo?
Siempre y cuando demos por supuesto que alguien acaba de utilizar la esclusa. El
usuario debe estar ahora sobre el casco de la nave. No puede haber entrado de nuevo en
la Ganymed Explorer, porque entonces estaría la esclusa abierta por dentro. Irina no es,
pues hace bien poco estaba con él. Meltem y Denise se despidieron juntas. Seguro que
están en una de sus cabinas.
Se encuentra frente a la compuerta cerrada de la esclusa, así que él no puede ser el
responsable. Yuri empieza a sentirse esquizofrénico, empieza a verse como el culpable,
pero quién sabe, tal vez tiene doble personalidad. Desde que asfixió a Grigori no puede
excluir ninguna posibilidad. La sola idea de dejar a alguien sin respiración apretándole
el cuello le pone la piel de gallina. No puede haber sido él.
Yuri cliquea a través de los múltiples menús del protocolo de registro. La nave registra
todo lo que pasa. Solo así es posible detectar el origen de cualquier fallo. Pero para una
investigación sencilla como la suya es poco práctico. Solo quiere saber dónde estaban
todos ayer noche, a las 23:18 hora estándar.
Allí están, los datos sobre movimientos. Empieza con él mismo. El sistema muestra
en la línea temporal, como salió de su cabina para ir a la central, cómo pasó allí un par
de horas y luego se retiró a su cabina. En el pasillo hizo una pequeña pausa. La causa no
puede verse en este protocolo. Desde luego no estuvo fuera ni deambulaba sonámbulo.
Muy tranquilizador.
Cambia a Irina. Es la persona de la que menos sospecha que pueda sabotear su viaje.
En un thriller sería, sin duda, la gran traidora. Pero no están en una novela.
Mierda. Los datos de posición de los demás es algo que no le atañe en absoluto, así
que necesita el permiso de Meltem. Precisamente ahora, que está ella en servicio,
sentada en el asiento del piloto a un par de metros de distancia.
—Oyes… ¿estás espiando a tu novia? —le pregunta Meltem, mirándole con sorna.
—No es mi novia y solo estoy comprobando algo. No pensé que estos datos se
consideraran privados. Lo siento.
—Gracias.
Los datos de ubicación de Irina aparecen línea a línea. Ha estado en su cabina, ha
visitado a Denise y ha tenido su turno en la central. Nada fuera de lo normal. Yuri mira
los datos de Meltem. Espera una pregunta de autorización, pero el sistema le responde
de inmediato. Parece que Meltem le ha dado poderes especiales. No debe considerarle
un mal bicho. Pero ¿no dice esto algo de ella? Tiene que ir con cuidado de no tener a
todos los demás bajo sospecha.
Un tiro errado, al parecer. Pero tampoco esperaba que le resultara tan fácil. Sabe lo
que ha visto. La luz roja no fue fruto de su imaginación. Todo lo demás ya surgirá a la
luz.
Ese podría ser el meollo del asunto. La esclusa de aire trabaja de forma autónoma,
por motivos de seguridad. Cuando el ordenador central falla, las compuertas y esclusas
no pueden estar abiertas. Pero las compuertas tampoco disponen de una total
autonomía. Tienen que atenerse a determinadas reglas que no pueden alterarse así
como así. Un diez por ciento de pérdida de presión por un lado significa siempre una
orden de cierre para la compuerta. Pero, por otro lado, eso significa que las compuertas
pueden controlarse de alguna manera a distancia; solo hay que darles motivos para
cerrarse o abrirse; como, por ejemplo, una pérdida de presión en la cámara de la
esclusa.
Analizar el código fuente es algo que quizá puede ahorrarse si se mira primero los
parámetros de entrada. ¿Hay alguna razón natural, por la que el mantenimiento de vida
ha reducido la presión en la esclusa? Si no encuentra ninguna, deberá encontrar a
alguien que lo haya manipulado intencionadamente. Presión del aire, calor, humedad;
estos son los tres parámetros de regulación. Saca los datos de las semanas pasadas en
pantalla. Elimina de la fórmula la presión del aire, ya que ha sido casi notablemente
constante todo el tiempo.
—¿Meltem?
—¿Tienes algo?
—El hecho de que la esclusa se abriera por arte de magia hacia afuera podría ser
para la eliminación del calor residual.
—A primera vista, sí, Yuri. Si quisiera abandonar la nave sin ser detectada, ¿no sería
esta la mejor manera?
—Modificas los sistemas de forma que la esclusa se abra ella solita de vez en
cuando. Entonces, tus escapadas a exterior no llaman nunca la atención.
—Exacto.
—Nadie dice que la vida siempre es justa. Pero no pretendo convencerte de nada.
Tal vez realmente no hay nada más que el intento del mantenimiento de vida de
impedir que sudemos demasiado.
Yuri suspira. Estaba tan contento con la teoría. La idea de que alguien de la
tripulación estuviera boicoteando la nave en secreto le producía un auténtico dolor.
Pero aun así no puede dar el expediente por cerrado.
21 de marzo de 2078, Ganymed Explorer
No puede ser. ¿Por qué tiene que pasarle a él siempre lo mismo? El brillo rojo en el
pasillo alrededor de la central es inconfundible: La esclusa debe estar de nuevo vacía de
aire. Mira de nuevo por la ventanilla. Evidentemente no hay nadie. ¿Se ha encargado el
sistema de una pequeña refrigeración?
—¡Hola, Irina! Qué bien que te encuentro. No sabía que tenías turno.
—Yo también me alegro de verte. Denise ha pedido una baja, no se encuentra bien.
—Qué gracioso, ja, ja. Más bien será por el pastel de ayer. Ya decía yo que tenía así
como un regustito a alcohol…
—Qué romántico.
—Eres un tontaina, Yuri. Pero es culpa tuya. Tendrás que apañártelas con eso solito.
Ya verás, qué sacas de todo eso.
Yuri consulta los datos del registro. Todo esto empezó a principios de febrero. Fue
entonces que empezó, hace ya siete semanas. La eficiencia de los radiadores cayó de un
día para el otro. Un descenso ligero, pero suficientemente notable como para que el
mantenimiento de vida se buscara la vida por otro camino para quitarse el exceso de
calor de encima. ¿Qué debió pasar entonces? Yuri no puede recordar nada relativo a los
radiadores. Eso está claro. El reactor mismo les dio problemas, pero eso no supuso
ningún problema posterior.
Bien. Queda claro, así, que tampoco puede deberse a un problema de desgaste. El
desgaste es algo que se produce paulatinamente, y no de golpe. Y tampoco puede
considerarse un accidente. Si el radiador hubiera sido golpeado por un asteroide, el
sistema lo habría comunicado. Un impacto así no queda oculto, aunque los radiadores
no dispongan de sensores propios para quejarse.
—¿Óscar?
Irá a visitar a Óscar allí atrás. Yuri se alegra por esa ocurrencia. Nunca ha estado allí
fuera. ¿Por qué no? Lleva mucho tiempo en la nave, pero solo ha visto un diez por
ciento de ella.
—¿Irina?
Irina ríe. Yuri se alegra. No parece importarle que le esté siempre dando calabazas.
Tampoco quiere perderla. Nadie ha sido nunca un contrincante tan duro como ella
jugando al Risk. Ya que casi siempre son él o Irina los que ganan, les dan a Denise y
Meltem una cierta ventaja. Pero pronto tendrá que fabricar un juego nuevo. Esas dos
tienen cada vez menos ganas de participar en juegos de estrategia. Denise celebra su
cumpleaños dentro de un mes; sería una buena ocasión.
Y no lo hará, realmente. Pero será mejor registrar el almacén solo. Si no, tal vez
entiende mal sus intenciones.
—Qué pena, me hubiera gustado ir contigo, pero hoy tengo servicio. ¿Tienes mucha
prisa?
Ahora parece como una maestra de escuela. Se siente como un niño pequeño. Pero
por alguna razón, todo eso le pone mucho. Es un niño rebelde.
—Al contrario, el aire debe estar hecho un asco, ya que no circula como el de aquí.
—Ah, vale. Buena excusa. Pues ponte ropa de abrigo, o directamente el traje
espacial, que aísla bastante más.
—No, gracias. Prefiero no tener que aguantar el apestoso aire del traje.
—Como quieras. Si prefieres pasar frío, es asunto tuyo. Pero que conste que te he
avisado.
—Y por avisado me doy. No me quejaré del frío mientras busco por ahí a Óscar.
—Sí, y pregúntale, de paso, cómo se trata a una mujer. Seguro que tiene más
experiencia que tú.
¡Zas, en toda la boca! Le encanta Irina precisamente por esas frases. No, no está
enamorado. Pero si se enamorara, sería por eso.
—Pues claro, el primer almacén se usa como nevera. Pero suficientemente templada
para que no se destruya la comida.
¿Templada? Aquí hace un frío de cojones. Con cada palabra que pronuncia le sale
una nube de vapor de la boca. Y el suelo resbala. Cada vez que alguien entra, se mete
también humedad que se congela de inmediato con estas temperaturas. Pero no puede
quejarse, ya que provocaría las carcajadas de Irina.
Desde luego, no sería una buena idea. La sal o la arena no se quedarían en el suelo.
Sin gravedad que tire de los cuerpos hacia abajo resulta imposible resbalar y caerse.
Mejor se ahorra los comentarios.
—¿Óscar?
No responde. Lo mejor será aplicar la vieja estrategia del laberinto: ir siempre todo
lo posible a la izquierda, y así uno no se pierde. El pasillo tiene una sección cuadrada.
Hay puertas cada tres metros. Las abre todas. Detrás hay almacenes llenos de cosas
distintas, como cajas, bidones y sacos. Se siente como en la bodega de un viejo
mercante.
Además, hace cada vez más frío. Yuri se cierra más el abrigo y se sube la bufanda
para taparse toda la cara hasta las gafas de protección. Debería haber hecho caso a Irina.
El aire es totalmente seco; se ha congelado ya toda la humedad. Pero es que a 56 grados
bajo cero era algo de esperar.
¿Cuánto frío llegará a notar aquí dentro? El oxígeno tiene su punto de ebullición a
183 grados bajo cero. Debe ser el mínimo que permite el mantenimiento de vida. Debido
al intercambio de calor con el resto de la nave, Yuri da por supuesto que la temperatura
no pude bajar a menos de 80 bajo cero. Ya empieza a darse cuenta de que es posible que
se esté equivocando en este asunto. Cuando Óscar sale del almacén, no es raro que su
cuerpo esté siempre tan frío.
Yuri se para y toca la pared. Es áspera y brilla bajo la luz de la linterna. Debe ser
dióxido de carbono congelado. Esto significa que la temperatura es ya menor de 78,5
grados bajo cero. Se quita la mochila. Dentro lleva un par de cosas más para abrigarse.
Se pone los gruesos guantes que ha quitado al traje espacial por encima de los más finos
de lana que ya lleva puestos y que le tejió su abuela. Se envuelve entonces la segunda
bufanda alrededor de la cara. Irina tenía razón, pero no piensa reconocérselo jamás.
Solo faltaría eso.
—¿Óscar?
El robot no da señales de vida. Qué pena, pero si sigue buscándole por aquí se le
congelarán los dedos de los pies, que ya le están doliendo bastante. Debería haberse
puesto las botas del traje espacial. No, mejor el traje espacial completo. El LCVG le
estaría manteniendo con un agradable calorcito.
Este pasillo también se acaba. Media vuelta. El vapor que ha exhalado antes sigue
colgando en el aire cuando alcanza el pasillo central, en el eje de la nave. Eso sí, no
piensa regresar sin haber encontrado antes a Óscar, y punto. Su estrategia le lleva más
en dirección a la popa. Le parece oír al fondo el ronroneo de los propulsores, lo cual es
imposible, pues están apagados; y si funcionaran, lo harían sin ruido alguno. Lo que
oye es seguramente un componente del mantenimiento de vida. Debería haberse
llevado un plano de la nave.
A la izquierda y hacia arriba. Aunque flota, mueve todas las extremidades para que
sus músculos generen calor. Las paredes aquí ya no parecen una cueva de hielo. No
parece que quede CO2 que pueda congelarse. Solo brillan de forma metalizada. Un poco
antes estaban revestidas, pero aquí puede ver ya la estructura desnuda de la nave. Se
siente como un intruso en sus tripas y hasta le da algo de vergüenza.
Los almacenes aquí son bastante más grandes. Ahora contienen también
componentes de la nave. En una sala encuentra un radiador gigante. Tal vez deberían
instalarlo también fuera, para que el mantenimiento de vida no necesite más trucos para
disipar el calor. Pero ¿hay ahí fuera sitio para un radiador más? Recordando el laberinto
sobre el casco lo duda mucho.
—Sí, todo bien. Hasta ahora ni rastro de Óscar. Pero ¿sabes qué hay aquí?
—¿Una barra de bar con un camarero guapetón? ¿Un jardín lleno de fresas?
—Meltem dice que es la esclusa de carga. Se utilizó por última vez en la órbita de la
Tierra. A través de ella se llenaron los almacenes.
Yuri observa el mando de control. Parece más complicado que el de las esclusas para
la tripulación. No solo hay un botón, que ahora brilla en verde, sino también algunas
palancas. Bajo la palanca de abajo, la más grande, pone «Rutchnoye upravleniye» en
caracteres cirílicos. Rutchnoi seguro que viene de Ruka, mano, así que debe tratarse de
un mecanismo alternativo de apertura manual. ¿Registrará el protocolo también
cualquier uso de la esclusa mediante la apertura manual? Sería cuestión de probarlo.
Pero no lleva puesto el traje espacial. Debería haberle hecho caso a Irina.
Yuri toca la palanca e intenta presionarla un poco hacia abajo. Va muy dura,
requiere mucha fuerza. Pero sabe que a Óscar no le falta fuerza… ni a Meltem tampoco.
Abandona la sala. Tal vez se aclara todo cuando encuentre al robot. Podría pensarse que
Óscar le está evitando expresamente.
Se acaba el pasillo y Yuri da media vuelta. Aquí no puede girar a la izquierda, así
que sigue recto, aunque vaya en contra de su estrategia. «¡Qué valiente eres, Yuri!», se
dice. Quiere sonreír, pero tiene la cara congelada y rígida. Será mejor encontrar a Óscar
cuanto antes. ¿Se habrá escondido en el rincón más recóndito de la nave para que no le
encuentre?
Esta vez, el pasillo no acaba con una pared lisa, sino con una puerta. En lugar de
manilla tiene una pesada palanca, que debe presionar hacia abajo. La abre y sale vapor
del interior. Maravilloso, ha encontrado un Oasis. Entra rápido y cierra la puerta a su
espalda.
En esa sala, el techo brilla con una luz roja. Los oasis suelen ser algo distintos, pero
no piensa quejarse. Aquí hace bastante más calor que fuera y si no ve nada es porque se
le han empañado las gafas. Se las quita. Dentro, la temperatura está por encima de cero.
Empieza a sudar de inmediato. Tras el frío ahí fuera, es una sensación muy agradable.
Irina no responde.
—¿Irina?
El auricular se mantiene en silencio. Este cuarto debe estar muy bien aislado. En el
tratamiento de aguas residuales se utilizan potentes campos electromagnéticos. Seguro
que el aislamiento debe impedir interferencias con la comunicación y los sistemas
informáticos.
—¿Óscar?
Yuri oye unos golpecitos que salen de una esquina en el lado derecho. Debe ser
Óscar. Sale del nicho. La luz roja le sigue pareciendo curiosa, pero allí donde le espera
Óscar, parece ser más un taller que otra cosa. El robot está frente a una mesa plana
sobre la que reposan varios dispositivos. Son herramientas, aunque del tipo que solo
requieren una mano para usarlas. A Óscar le falta la cubierta superior.
—No me permite desempeñar mis funciones con máxima eficiencia, que como sabes
es mi principal necesidad.
—Ah, vale. ¿De qué tipo son las mejoras que te estás haciendo?
—Mi brazo no tiene suficiente estabilidad para determinadas acciones, así que lo
estoy reforzando. También estoy cambiando mi sistema de limpieza para que, además
de aspirar, pueda soplar.
—No. Lo podré utilizar para moverme mejor en la ingravidez. Creo que mi cuerpo
no fue diseñado para intervención en una nave espacial.
—Pero el soplador no te puede servir de nada en caso de una EVA, ya que no hay
aire que soplar.
—Eso es algo que evidentemente ya sé. Sin embargo, paso el 92 por ciento de mi
tiempo útil dentro de la nave.
«¿El 92 por ciento? Esto significa que Óscar pasa el ocho por ciento de su tiempo
fuera. ¡Te pillé!», piensa para sí.
—¿Solo el 92 por ciento? ¿Puedes concretar un poco más? Serían 115 minutos al día
que pasas fuera de la nave.
¿No debería preguntarle ahora cómo ha llegado Yuri a esa conclusión? Más bien no.
Solo le haría parecer más sospechoso. O es un robot extremadamente listo, o es que
Óscar no tiene ninguna agenda secreta.
—Naturalmente.
Cuando regresó ayer de su excursión por los almacenes, Irina ya no estaba porque se
le había acabado el turno.
Entre gafas protectoras, gorra y doble bufanda, en el frío de ayer le quedó una
pequeña zona de piel expuesta. El gélido frío dejó entonces su marca allí. Las
congelaciones siempre tienen un aspecto más feo que las quemaduras por el sol, aunque
el dolor el casi el mismo.
—¿Las botas?
—Oh, sí, claro que sí. Ahora son mucho más cómodas.
Realmente, la diferencia es mínima, pero la congelación en la cara le duele hoy más
que los dedos de los pies apretados.
—Pues gracias.
—Un placer.
Seguro que ahora espera que la invite a comer o algo así. Yuri se frota las manos.
—Pues voy para allá. Si acabo la excursión con rapidez, me dará tiempo a ducharme
antes de empezar mi turno.
Para una EVA es obligatorio ir siempre en pareja, una segunda persona que pueda
asegurarle o ayudarle en caso de emergencia.
—Me llevo a Óscar. Me salvaría más rápido de lo que puede hacerlo un humano.
—Está esperándome en la esclusa. Para él todo tiene que ser eficiente, y pasar por la
central antes es todo lo contrario.
Yuri mira hacia los lados, pero el pasillo delante y detrás de la esclusa está vacío.
Óscar es la última persona con la que quisiera encontrarse ahora. Comprueba el chip de
memoria de la cámara. Debería ser suficiente para una hora de vídeo. Monta entonces la
cámara en el hombro del traje. Se lleva ese tercer ojo para documentar lo que pueda
encontrar, aunque la posibilidad de encontrar algo sea remota. Pero si
desgraciadamente tiene éxito, los demás podrán verlo con sus propios ojos, en lugar de
tener que creerse lo que les cuente.
El gran botón que abre la compuerta luce ahora en verde. Lo pulsa.
—Central a Yuri y Óscar —dice Irina por los altavoces—, os deseo una feliz
excursión.
¡Mierda! Ojalá Óscar no lo haya oído. Quiere estar tranquilo ahí fuera. Si Óscar tiene
algo que ver en todo este asunto, intentará colmarle de pistas falsas. El robot es solo una
máquina, pero su capacidad intelectual parece extraordinariamente potente. Yuri no se
puede imaginar, que la actualización del hardware haya tenido esas consecuencias. ¿Y si
Óscar está siendo controlado desde fuera?
Tiene el universo frente a sus ojos. Aún le cuesta superar la sensación de trepar
cabeza abajo por el agujero. La sensación se produce porque parece haber una fuerza
invisible que le arrastra al interior del agujero. Esta vez han dejado que la nave continúe
con su movimiento rotatorio; supuestamente porque Yuri quiere ahorrar energía. Pero,
en el fondo, lo que quiere es que Óscar no se entere. Las suelas magnéticas evitarán que
salga volando por el espacio; y las líneas de seguridad también, claro. Yuri se engancha
y luego sale al exterior. No lleva mochila de propulsión. Si no tiene cuidado, puede
llegar a ser un viaje solo de ida.
Lo conseguirá; no debe dejar que esto le enloquezca. Según los planos, entre todos
los radiadores hay, al menos, medio metro de distancia, y a veces más. Avanza junto a
la pared que forman los radiadores. Las suelas magnéticas funcionan bien. Lo único que
no puede hacer es correr. El objetivo que se ha marcado es encontrar el radiador que no
brille tanto en infrarrojos como los demás y determinar la causa.
Ups… por los pelos. Logra retirar el brazo a tiempo antes de tocar una superficie
casi al rojo vivo. Eso es lo que pasa cuando se lleva el visor de infrarrojos demasiado
tiempo puesto. Parece que le ofrece una visión que muestra todo lo que ve algo más
alejado de lo que realmente está.
«Norma aprendida. Sigamos». Yuri se desplaza por ese laberinto de paredes que
bien podría ser una construcción alienígena. Seguro que ya ha cruzado un tercio de la
circunferencia de la nave. Debido a esas paredes que surgen por todos lados, no tiene la
sensación de estar caminando sobre un cilindro giratorio, sino más bien a lo largo de
una superficie aparentemente infinita.
¿Cuál será el aspecto de Anfitrite? Si el planeta se parece a Plutón, tal vez hay zonas
con placas de nitrógeno congelado ordenadas caóticamente, como las de aquí. Allí
también habrá reglas que deberán descubrir. Debe ser fantástico palpar un cuerpo
celeste totalmente desconocido, tomarle el pulso y hacer un diagnóstico. En Héctor no
pudo ser, porque no eran ni de lejos sus primeros visitantes.
De repente, llega a una zona despejada. Yuri se detiene. No mide más de cuatro por
cuatro metros, pero no consta para nada en los planos. ¿O es que ya ha llegado a la
salida? Dirige el foco al lado opuesto. No, el laberinto de radiadores sigue a partir de
allí. Parece como si alguien hubiera desplazado un par de módulos para hacer sitio. Con
ello, su eficiencia se ha reducido, porque se calientan entre sí. Además, también ha
cambiado el ángulo de colocación relativa. Yuri se mueve por el borde de la superficie.
Los radiadores crean a su alrededor una especie de cráter u hondonada. Justo en el
centro, colocada sobre un poste, hay una bola brillante. ¿Qué será eso? ¿Ha sido el
motivo de la transformación?
En infrarrojos, la bola es relativamente oscura, aunque recibe el calor emitido por los
radiadores. Quizá se debe a su revestimiento brillante. Alrededor del poste, el suelo
parece cubierto por una lámina que también brilla. Yuri dirige la cámara hacia el
curioso objeto. Fija su línea de seguridad y se desplaza hacia el centro del área para
inspeccionar el poste. Pisa la lámina y, en ese mismo momento, sus botas pierden la
sujeción.
Y entonces ve a Óscar. ¿Qué hace el robot con su línea de vida? Yuri se quita la
cámara del hombro y la dirige hacia Óscar. Esta es la prueba. Tal vez, luego, puede
lanzar la cámara en dirección a la nave para que alguna de sus compañeras la pueda
encontrar. A no ser que Óscar lo impida. Maldito robot enano… robot asesino.
De repente, el brazo de Óscar sale disparado hacia arriba. Los cuatro dedos agarran
su línea de seguridad. Yuri nota el tirón. Le atraviesa medio cuerpo, aunque Óscar solo
ha dado un tirón ligero.
—Gracias. Bájame.
Yuri se alegra. Está vivo. No tiene que morir en la desolación del universo. Pero no
está muy seguro de lo que acaba de pasar: ¿un intento de asesinato del robot, o una
acción de salvamento?
—¿Por qué no has enganchado tu línea de seguridad? —pregunta Óscar—. Eso no es
eficiente.
—Un placer.
—Eso es verdad, Yuri. La disposición me dice que se trata de una antena con alcance
artificialmente aumentado.
Se han reunido todos en la central. Denise tiene cara de sueño, la han sacado de la
cama.
—En efecto —replica Yuri—. No tiene conexión con los sistemas de la nave.
—Quien haya utilizado la antena debe haber tenido que desplazarse allí cada vez.
—Sí, hay una toma estándar con la que se puede conectar la radio del casco.
—Vamos a ver, alguien instala una antena secreta y no creo que sea para practicar
radioastronomía —dice Denise.
—¿Quién sabe? Es evidente que con ello me hago sospechosa. Solo quiero evitar que
pensemos demasiado en una única dirección y que pasemos algo por alto.
—Tu propuesta no es factible, Denise —responde Yuri—. La antena no tiene
conexión a los sistemas de la nave. También es autónoma en temas de energía. Está
equipada con baterías para ello.
—Pero alguien tiene que recargar esas baterías con cierta regularidad —exclama
Denise.
—Lo cual es muy sencillo —dice Yuri—. El mantenimiento de vida en los trajes
proporciona un amperio. Se reduce el tiempo de estancia en el exterior, pero no es un
problema si la esclusa está cerca. Y las conexiones…
—En efecto.
Así no avanzamos nada. Yuri ha descubierto algo que podría poner todo patas
arriba, si es que puede relacionarse con alguien determinado. A veces cree que tal vez
hasta llevan a un polizón en la nave, responsable de todo lo que está yendo mal aquí. El
espíritu de Grigori, por ejemplo, pero por suerte no cree en la vida después de la
muerte; al menos no en una vida de este tipo.
—Pues que el tiempo que tarda la señal es, al menos, de una hora o más. Nuestro
‘traidor’, si queremos llamarle así, no sabe cuándo recibirá respuesta. Así que en la
antena debe haber algún tipo de memoria para almacenarla. Si pudiéramos leerla…
—No había memoria. Pero sí había una conexión para un chip de almacenaje.
—Propongo dejar la antena donde está e instalar una cámara de vigilancia —dice
Yuri.
—¿De qué serviría? —pregunta Irina—. Todos los sospechosos de haber construido
esta antena ya sabrán de la existencia de la cámara.
—Pero impedirá al traidor que la utilice. Y quién sabe, igual no le queda otra opción
que confesar y revelar la verdad.
—Creo que no hará daño a nadie —opina Meltem—. Aunque deberíamos recolocar
los radiadores algún día en su posición original, para que la disipación del calor
funcione de forma correcta. ¿Cuánto tiempo habrá hecho falta para instalar esa antena?
—Una EVA de seis horas podría haber bastado —dice Yuri—. Siempre y cuando el
receptor en sí haya sido construido dentro de la nave.
—Yo también —dice Meltem—. Seguro que en el almacén hay recambios suficientes
para montarse una antena completa. Si comparamos las listas de inventario con las del
almacén, encontraríamos los recambios que faltan.
—Yo no sabría hacerlo —reconoce Denise—, pero también diría eso si fuera yo la
traidora.
Irina lo mira con los ojos entornados. Es evidente lo que quiere decir: sería como
dejar al lobo que custodie las ovejas. Pero Óscar debería ser capaz de realizar la labor a
la perfección; si no, se convertiría en sospechoso, y lo sabe.
—Claro. ¿Puedes confirmar la orden, Meltem?
«Vaya, pide confirmación a la capitana. Tal vez piensa que existe una remota
posibilidad de que ella rechace la orden».
—Confirmado.
Que analicen ahora el accidente solo puede suponerle problemas ahora. Seguro que
se ha olvidado de la línea de seguridad.
—He visto que el código de tiempo comienza en algún lugar por la mitad. ¿Qué
pasó antes?
—Nada.
—Está bien.
—Os ahorraré mi errático paseo a través del laberinto de radiadores. Pero esto de
aquí es interesante.
—¿No te aseguraste? —pregunta Irina—. ¡Joder, eso sí que fue una falta de
precaución como un templo, casi estúpido! ¡Ya sabías que la nave está girando!
—Pero recuerdo haber enganchado la línea antes de dar un par de pasos hacia el
receptor.
—Tras el primer susto esperé incluso a que la línea se tensara, pero no pasó.
—Precisamente de eso no estoy muy seguro. Él sabía que la lámina alrededor del
receptor no está magnetizada. ¿Y si soltó expresamente mi línea de seguridad?
—Pues lógico, descubrí su antena. Debió darse cuenta de que ya no la podría utilizar
más, a no ser que yo desaparezca.
—No lo sé.
—Tenía la sensación de que cada vez confiabais menos en mí. Quería acumular
pruebas evidentes.
—No fue idea mía que vierais la primera parte de la filmación. Ya lo habría pactado
con Óscar, así como entre hombres.
—Ahora no me miréis así —exclama Meltem—. Solo hago las preguntas que
necesitan ser planteadas. Yo también creo que Óscar tiene su mano de cuatro dedos
bien metida en todo esto.
—¿Dejaste algún aparato que se movía allí fuera y que pudiera proyectar una
sombra así? —pregunta Irina.
—No. Solo están ahí los radiadores, que proyectan sombras compactas. Y el receptor
es una bola sobre un palo.
—No es la fuente de luz la que se mueve. Sea lo que sea que proyecta esa sombra, se
mueve por sí solo —afirma Irina.
—Ya estaba allí un minuto antes de que empezara involuntariamente a flotar por el
espacio —indica Yuri.
—Es posible. Solo quiero dejar claro que Óscar tenía tanto un motivo como la
posibilidad de provocar ese accidente. Pero ya comprendo que no es prueba alguna.
—Y yo soy química, pero sé que al menos debería ser posible —expone Denise.
—Yo también —dice Irina—. Pero juntos lo conseguiremos. Vente luego a mi cabina,
allí tendremos suficiente tranquilidad para estudiarlo.
Yuri flota frente a la cabina de Irina. ¡Ojalá no tenga planes totalmente distintos a los
suyos! Quieren adivinar mediante el cálculo con quién hablaba el traidor con esa
improvisada antena, ni más ni menos. Llama a la puerta. ¿Y si Irina le abre en ropa
interior? ¿Deberá ignorar su vestimenta? Exacto. Simplemente hará como que no se da
cuenta.
La puerta se abre.
Entonces se da cuenta él también: está cabeza abajo. Irina habla con sus pies. En la
microgravedad ha confundido suelo y techo.
—Oh, perdona.
—A mí también me pasa cada dos por tres —menciona Irina—. Pero ¿me permites
que te diga una cosa?
¡Oh, no, quiere decirle algo! La mira. Sigue llevando el chándal de entrenamiento
que llevaba en la central. Y no va maquillada. Bien.
—Sí, claro.
—El cordón de tu zapato derecho. Por un lado cuelga mucho hacia fuera, mientras
que por el otro es demasiado corto.
—Estas cosas me vuelven loca. Y ya que me has servido tus pies en bandeja…
—… maniática, quieres decir? —le acaba la frase—. No te preocupes por eso. Solo le
tengo manía a los cordones de zapatos mal atados.
—Pero si lo puedo…
Se aparta del marco de la puerta y Yuri entra en la habitación. Bien, no hay velas
encendidas ni ha cubierto la cama con pétalos de rosa. Tal vez ha dedicado demasiadas
neuronas a darle vueltas al tema. El mantenimiento de vida hubiera hecho saltar las
alarmas si hubiera alguna vela encendida, y los pétalos de rosa más cercanos están a
dos mil millones de kilómetros de distancia.
El ordenador está en marcha. Irina tiene una bonita instalación con tres pantallas,
aunque apenas caben sobre el escritorio.
—¿De dónde has sacado las otras dos pantallas?
—No le he pedido explícitamente permiso. Pero ambas pantallas han salido del
almacén bajo mi nombre, como debe ser.
—Pues claro, quiero acabar con esto lo antes posible. Así podrás volver rápido a tu
cabina.
Vaya. ¡Se lo quiere quitar de encima! Eso no es nada amable. Aunque debería
alegrarse.
—Bien. Hoy también estoy especialmente cansado. ¿Qué tipo de simulación es esa?
—¿Los datos?
—No.
—Bueno, no importa, tenemos tu vídeo. Sacaremos los datos de él. Conocemos las
dimensiones exactas de los radiadores. ¿Has traído la cámara, al menos?
—Sí.
La saca de su bolsillo y la enciende. Irina se pone a su lado. Avanzan fotograma a
fotograma, obteniendo las dimensiones que desconocen por comparación. El programa
convierte sus datos de inmediato en una presentación visual. El plato de antena se
asemeja desde el principio cada vez más a la encontrada por Yuri sobre el casco.
Irina sigue con el masaje y consigue suavizar la tensión en sus músculos de hombros
y cuello. Ahora se da cuenta de lo tenso que estaba. Debería cambiar de profesión y
hacerse masajista. Pero no puede decirlo en voz alta; la ofendería.
«Qué pena, ya acabaron los cálculos». Le habría gustado un ratito más de masaje de
manos de Irina. La antena desaparece de la pantalla. En el centro aparece entonces un
cono. Sale de la Ganymed Explorer en dirección opuesta a su sentido de marcha.
—Las emisiones no llegan absolutamente a nadie en esa dirección —dice él—. Allí
no hay nada.
—Así es, el cono no llega nunca más allá del cinturón de asteroides.
—De hecho, la idea de secuestrar alguna nave que cargara combustible en Héctor ya
me bailaba por la cabeza desde hacía tiempo. He sido empleada durante demasiados
años; a veces incluso casi una esclava. Una nave propia es un sueño que no se me
hubiera cumplido nunca.
—En cierta manera sí, y eso me preocupa. Estábamos en shock, claro. Pero quizás
habríamos podido salvar a Grigori si hubiéramos actuado con rapidez. Pero yo no quise
salvarle; en ese momento le odiaba demasiado. Fue error mío y esa muerte pesa ahora
sobre tu conciencia. Lo siento horrores. Quise aprovechar esa oportunidad. Bajo
circunstancias normales habrías sido demasiado razonable para algo así.
Ufff. ¿Le ha hecho un favor a Irina matando a su compañero? Por eso le está tan
agradecida. Y pensaba que estaba enamorada de él. ¿O es que son las dos cosas
correctas? Yuri sacude la cabeza. Está a punto de perder el juicio.
—Sí, claro —dice Irina y señala en la base del cono—. El contacto de nuestro traidor
debe estar por ahí.
—Pues en esa zona hay muchos asteroides por considerar, casi toda la zona de los
troyanos griegos y muchos más en el cinturón de asteroides.
—Pero allí no hay ninguna estación de gran tamaño que escuche lo que venga de
fuera del sistema solar, Yuri. ¿Por qué deberían esperar una llamada de una zona que
está totalmente vacía?
—Entonces, el traidor tal vez no ha tenido ningún éxito. ¿Es eso lo que quieres decir?
—No. Supongo que el interlocutor está en una nave. Las naves escuchan a veces si
hay algo en el espacio profundo, sobre todo si pertenecen a una flota de naves militares.
—Esa sería una posibilidad. ¿Nos sirve de algo? —pregunta Yuri.
—Por solapamientos.
En el fondo es una buena estrategia avanzar paso a paso. Pero Yuri está seguro de
que el traidor ha llegado a hablar con alguien. Esto significa que no son los únicos que
saben lo que saben. Un noveno planeta en el sistema solar es algo que interesaría a
todas las potencias mundiales. Cualquier persona corre el riesgo se ser pisoteada si se
inmiscuye en esta lucha de poder.
El planeta
14 de abril de 2078, Ganymed Explorer
Las ocultaciones estelares no son la excepción que confirma la regla, sino más bien al
contrario. Tienen enfocada una parte de los troyanos. Cada asteroide es una posibilidad
de tapar una estrella. Yuri ha dejado activado el «pling» del ordenador, ya que con ese
sonido irregular puede impedir quedarse dormido. Es curioso. Unas gotas de agua que
caen rítmicamente en un recipiente le adormecen en seguida; mientras que los ruidos
irregulares le ponen de los nervios.
Pero tampoco hay una relación temporal mensurable con otros objetos. El programa
combina los datos de dos ocultaciones y supone que se producen en una órbita hasta
ahora desconocida. Si aparece una tercera ocultación en el mismo rumbo, puede seguir
siendo casualidad, pero ya empieza a resultar sospechoso y es posible que haya allí un
nuevo cuerpo celeste. Es la categoría 3. Hasta ahora han acumulado 27 trayectorias de
esta categoría en la base de datos.
Pero no. Se reclina. El objeto es más rápido que ellos, pero hasta el encuentro faltan
aún un par de meses. No vale la pena sacar ahora a nadie de la cama. Ya lo comentarán
mañana tranquilamente.
15 de abril de 2078, Ganymed Explorer
Toc-toc-toc. Maldita sea, ¿quién está haciendo tanto ruido en el taller? Yuri se gira de
lado y se presiona un cojín sobre la oreja. Pero cuando lo suelta se le cae. ¡Mierda! Se
acaba de meter en la cama hace nada. Típico: el turno de día no tiene en cuenta que
alguien pueda necesitar descansar con urgencia. Seguro que es Meltem. También podría
ser Óscar. Seguro que es el robot. Óscar siempre piensa que dormir es ineficiente.
Es Irina. Yuri se da la vuelta otra vez. Su voz suena apagada. No sale del altavoz,
sino a través de la puerta cerrada. Irina debería dejarle en paz. Al menos cinco horas de
sueño, es su mínimo.
Toc-toc-toc-toc-toc. Ahora incluso golpea la puerta con más fuerza. ¡Maldita sea!
Nadie le respeta en esta nave, ni siquiera Irina.
—¿Qué pasa? —dice todo lo alto que puede, aunque le sale como un susurro
afónico.
—¡No sé qué dices; tienes que venir ya, Yuri! ¿Por qué has desconectado tu altavoz?
—No te hagas tanto de rogar. Es importante. Ponte un albornoz, si quieres, pero ven
a la central cuanto antes. Te esperamos allí.
No tiene albornoz. Coño, ¿no puede Irina simplemente decirle de qué va todo eso?
Se levanta, se pone una camiseta y un pantalón de chándal sobre los calzoncillos. Al tajo
sin pasar por la ducha, eso no es de recibo. Pero si hay tanta urgencia…
Yuri abre la puerta de la cabina. Aguanta la respiración para meter barriga, ya que
supone que Irina está esperándole fuera, pero el pasillo está vacío. Yuri sube la
escalerilla. La gravedad aparente desciende rápido. Alcanza el pasillo circular y lo sigue
hasta la central, de la que sale un murmullo múltiple.
Abre la puerta y entra en la central. Irina, Meltem y Denise están frente a la pantalla
holográfica. Yuri se acerca flotando e Irina es la primera en verle.
—Gracias por venir —le dice—. Siento haberte fastidiado el sueño, pero es
realmente importante.
Irina ignora la irónica respuesta. Ha sido más simpático otras veces. Señala hacia la
pantalla tridimensional, sobre la que parpadean dos puntos. No, son dos bolitas
intermitentes.
—Esta somos nosotros —informa Irina, señalando hacia la bolita en la parte superior
de la representación. Entonces señala hacia abajo—. Y este es el objeto que ayer noche
viste cuatro veces.
Pulsa un botón. De ambas bolitas surge algo. Parecen ahora semillas de las que crece
un brote. Dos tiras delgadas de color verde señalan hacia delante. Pero el brote de la
bolita inferior crece con mayor rapidez. Se ve claramente que tiene un objetivo. No es la
bola superior, sino su futuro: la punta del brote que crece más lento. Veinte segundos
después, ambas líneas se encuentran.
—¿Crees que un objeto está saliendo casualmente como nosotros de la eclíptica para
estar algún día en el mismo lugar que nosotros?
—Sí, Meltem. Las colisiones existen, y para ello siempre es necesario que dos objetos
estén en el mimo lugar y en el mismo momento.
—Desde su punto de vista, Yuri tiene razón —opina Irina—. Hay gran cantidad de
objetos desprendidos que se mueven hacia fuera de la eclíptica con órbitas excéntricas.
Anfitrite mismo no es más que un ejemplo.
—Pues que acabas de llegar y no sabes que aquí se trata de otra cosa.
—¿Por qué?
—Vaya.
—O nos han localizado, o alguien nos ha traicionado —expone Irina—. Pero eso
ahora ya no importa.
—No creo que con ello ganemos nada —opina Meltem—. Parece que los otros están
en situación de detectar nuestro rumbo. También nos podrían seguir a nuestro nuevo
destino. Y un planeta enano no ofrece muchas posibilidades donde esconderse.
—Sí. Y reconozco que mi interés científico tiene mucho peso en esa decisión. A
diferencia de vosotros, yo no me expongo a peligro alguno si nuestros perseguidores
nos alcanzan. No estoy voluntariamente a bordo.
—En tres meses y siete días, sí. Pero solo, si no reaccionamos en absoluto.
—Pues tendremos que renunciar a ello. Mi plan es acelerar hasta que haya suficiente
para frenar en Anfitrite. Ya lo he calculado.
Meltem pulsa un par de teclas. Las líneas retroceden a las bolitas y vuelven a crecer.
Esta vez también se encuentran, pero solo porque la más corta ha dejado de crecer.
—Ya veo, llegamos a Anfitrite bastante antes que ellos —proclama Yuri—. ¿Con
cuánta antelación?
—Tienes razón —dice Meltem—. Será difícil. Y tampoco es que quiera despegar de
inmediato. ¿No lo sentís como yo? Un planeta totalmente nuevo nos está esperando. Me
gustaría explorar Anfitrite. Llevamos a bordo todo lo necesario para ello. Y el planeta es
lo suficientemente grande como para desaparecer de la vista de nuestros perseguidores.
—Así que pretendes desplazar la solución del problema al futuro —indica Yuri.
—Bien visto. Pero es que eso resulta, a veces, bastante lógico y razonable.
—Lo sé. No tenemos billete de vuelta. Si no tenemos suerte y Anfitrite no cuenta con
una atmósfera de la que obtener masa de apoyo, tendremos que quedarnos allí el resto
de nuestras vidas.
—Un resto que puede ser bastante más corto de lo que sería en la Tierra —menciona
Yuri.
—Sí, con los recursos que hay a bordo podríamos subsistir un máximo de diez años
—calcula Meltem.
—Yo me siento por ahora muy a gusto contigo —anuncia Denise—. Bueno, con
todos vosotros. Y aceptaré lo que decidáis.
—Si me dejáis salir la primera de la esclusa, voy con vosotros —dice Irina—.
Siempre quise entrar en los libros de Historia.
—Pero, para ello, habría que informar a los historiadores —bromea Meltem—, lo
cual no entra dentro de nuestras actuales preferencias.
—Da igual —dice Yuri—. Acelera. La idea de reducir este vuelo en un par de
semanas me resulta muy atractiva.
Son las seis. ¿Se da la vuelta y sigue durmiendo? Aún faltan dos horas para su tu turno.
No. Prefiere levantarse. Aparta la manta de una patada, se apoya en el brazo izquierdo
y se levanta. Algo ha cambiado. Intenta ponerse de pie, pero las rodillas ceden. Su
trasero golpea primero el borde de la cama y luego el suelo.
Mierda. Ayer noche ya lo pensaba. Mientras están frenando tienen que apañárselas
con una gravedad algo inferior a la terrestre. No se podía imaginar que un año en
microgravedad afectara tanto a su musculatura. ¡Y eso que ha hecho ejercicio cada día!
Sale del lavabo con un suspiro de satisfacción. No hay nadie en la central. ¿Dónde
estarán todas? Óscar no se deja apenas ver, como si tuviera mala conciencia. Y a saber
dónde están Irina, Denise y Meltem. ¿No debería estar alguien de turno en la central? Se
mira el planning que cuelga en la puerta de entrada al pasillo. Hay un imán con el
nombre de Irina sobre el turno de día con fecha de hoy.
De Irina se puede fiar incluso más que de él mismo. ¿Y si mira en su cabina? Le cae
de camino. Le duele la rodilla derecha. No está acostumbrado a soportar el peso de su
cuerpo.
Llega al desvío hacia la cabina de Irina y entra. Tiene que evitar tropezar con los
travesaños de la escalerilla. Cuando la nave gira para generar gravedad, tienen que
utilizar las escalerillas para pasar de dentro a fuera. Ahora que los propulsores generan
«gravedad», la escalerilla no sirve de nada.
Llama a la puerta. Así, de pie, la puerta que tiene enfrente no parece la misma. Irina
no responde. Será que no está. ¿Debería mirar en el taller? Pero desde allí deberían
haber oído su llamada. Da igual. Desecha las ideas de película serie B. Ya aparecerán.
Yuri retrocede al desvío y entra al pasillo. Allí oye voces. Vienen de allí delante. Es
la cabina de Meltem. Se acerca a la puerta y llama.
Abre la puerta. Frente al ordenador está Meltem, con Denise sentada en su regazo.
Junto a ella está Irina de pie. Está inclinada hacia delante y se apoya ligeramente en el
hombro de Denise.
—Acércate —le pide Irina sin girarse—. Tienes que ver esto.
Da un paso para apartarse. Entre ella y Denise hay poco espacio y no se atreve a
meterse entre ellas, pero Irina le coge del brazo y se empuja al hueco que ha creado. Piel
caliente le toca por ambos lados. Es irritante, pero no es desagradable. Aunque le cuesta
algo más respirar. Se siente como si estuvieran todos respirando del mismo depósito de
aire. Es una tontería, pero aun así respira ese aire a fondo.
—Es difícil de saber —responde Meltem—. Podría tratarse de un efecto óptico. Pero
creo más bien que, lo que vemos, es un fenómeno de la atmósfera.
—¿Una atmósfera notable aquí, tan lejos? —pregunta Yuri—. Eso me resulta más
bien improbable. Con la temperatura que debe tener, todos los gases deben estar
congelados.
—Si no recuerdo mal mis lecciones de Óptica, debería ser posible eliminar la parte
visible del espectro con un filtro, para que quede solo la parte infrarroja, ¿no?
—Pero me temo que no tenemos filtros de infrarrojos a bordo, Yuri. El telescopio nos
lo dieron poco antes de despegar para poder realizar observaciones desde la órbita de
Júpiter. El fabricante se lo regaló a la NASA y no pudieron decir que no.
—No soy físico, pero creo que no resultaría muy difícil fabricar un filtro de
infrarrojos —opina Yuri.
—Vaya, vaya —dice Irina—. Parece que hasta tienes ya una idea de cómo hacerlo.
—Pues sí. Utilizando una lámina que bloquee los infrarrojos. Como no deja pasar la
luz infrarroja, no nos queda más que comparar las fotografías con las hechas sin la
lámina. La diferencia será una imagen infrarroja.
—La hay en la mayoría de las cámaras. Los chips de imagen son sensibles también a
la luz infrarroja, al revés que nuestros ojos y nuestra percepción del color. Con una
lámina que bloquea los infrarrojos, los chips de imagen se adaptan a la visión humana.
Deberíamos tener a bordo alguna cámara que no necesitemos más.
—Mi padre era fotógrafo aficionado. Me explicaba muchas cosas. Lo odiaba, a decir
verdad.
—Claro, Yuri —responde Meltem—. Irina me quiere convencer para que le corte el
cabello.
—Pero eso lo puedes hacer tú misma muy bien, Irina —afirma Yuri—. A mí me lo
dejaste estupendo.
—Pues sí, Meltem. Aunque por ahora el riesgo debería ser mínimo. Todas nuestras
antenas están orientadas en dirección opuesta a la Tierra, hacia el espacio interestelar.
Lo tendría muy difícil para contactar con su amo.
Sería terrible. Entonces uno de ellos estaría en contacto con una potencia extranjera.
La nave que los persigue es muy probablemente de producción rusa, como la suya
propia. Eso se deduce porque tiene una potencia muy similar. Aunque no hace falta que
sea necesariamente el Estado ruso quien les dé caza. Ojalá no tengan que descubrirlo
nunca.
—Por ahora es difícil de decir, pues nuestro telescopio está ahora orientado hacia
delante y no hacia atrás —responde Meltem—. Pero no creo que hayan dado un salto
repentino y estén justo detrás de nosotros.
—Puede ser, aunque no tiene por qué. Aun disponiendo de toda la información, la
gente siempre es capaz de sacar las más variadas conclusiones. Pero nos querías
enseñar las nuevas imágenes.
Cambia a una subcarpeta que tiene preparada. Aquí están las fotos en secuencia de
su toma. Empieza una presentación de imágenes fijas en secuencia, para dar la
impresión de movimiento. Las serpientes se enrollan entre sí. Sus extremos se levantan
y oscilan hacia un lado o el otro. Las lesiones por mordisco, que han visto antes, se
producen por sí solas. Esto es lo que más asusta, pues da que pensar que el gigante que
tortura a las serpientes es invisible.
—Para eso, ya no puedo más —murmura Denise—. Si ha sido una broma, es de muy
mal gusto.
—Reconozco que los colores los he elegido para mayor impresión. Son imágenes de
infrarrojos. Podría haberles dado cualquier otro color para visualizarlo así. Pero en
verde… como que no habría resultado tan interesante.
—Perdona, Denise. Pero las estructuras que parecen serpientes son reales.
—¿Cómo no las habíamos visto antes? Debería poder verse en el espectro visible.
—No, Meltem. Con el espectro infrarrojo podemos mirar a través de la atmósfera del
planeta. Con luz normal solo vemos la capa de nubes.
—Ah, claro.
—¿Así que las serpientes sí que están allí, pero a lo mejor tienen otro color? —
pregunta Irina.
—No sabemos qué color tienen. Lo que vemos aquí no es más que su emisión de
calor. Allí abajo hay formas que cambian tal y como hemos visto en las fotografías. Pero
no sabemos de qué se trata. Animales seguro que no son. La longitud de una de esas
‘serpientes’ es de unos mil kilómetros o más.
—También podría ser que estemos viendo alguna especie de capas separadoras
entre ámbitos de distinta densidad —comenta Meltem—. Entonces sería solo un efecto
visual.
—Yo no llamaría a eso efecto puramente visual —menciona Denise—. Para mí, como
química, me resulta difícil imaginar una capa separadora que cambia con esa rapidez en
distancias tan gigantescas.
—Bueno, en la Tierra, los frentes de olas en los océanos pueden también alcanzar
longitudes enormes —asegura Meltem—. He navegado bastante como para saberlo.
—¿Quieres decir, que lo que vemos allí es un mar revuelto? Eso me gustaría mucho
más —reconoce Denise.
—No podría jurarlo, pero sería la explicación más sencilla —contesta Meltem—.
Para otras teorías deberíamos preguntarnos, como puede haber en Anfitrite un
transporte en masa de tal envergadura. En la Tierra solo tenemos algo similar con la
corriente del Golfo.
—A los diecisiete años me escapé de casa de mis padres y viajé por todo el mundo a
bordo de barcos mercantes hasta que me harté de tanta agua y me apunté al ejército.
—Me temo que no sean nada comparado con lo que nos espera allí abajo.
¿Meltem asustada? Hasta ahora, Yuri deseaba con ansia poder aterrizar en el
planeta. ¡Al fin suelo de verdad bajo sus pies! ¿Qué peligros puede haber en ese
planeta? El asteroide en el que trabajó habría sido un peligro mayor por su falta de
atmósfera y baja gravedad. No, no hay motivos por ahora para asustarse. Cuatro meses
más y lo habrán conseguido.
13 de octubre de 2078, Ganymed Explorer
El rotor va fijado con un único tornillo que parece bloqueado por el óxido. Aprieta el
destornillador de estrella con todas sus fuerzas y gira. No se mueve nada. Yuri observa
la pieza que forma el componente interior de la bomba. Parece que ese tornillo lleva allí
al menos veinte años.
Algo le toca en el hombro mientras está agachado sobre el cajón. Se incorpora del
susto, golpeándose la cabeza contra el borde de la mesa de trabajo; una plancha
metálica y resistente.
—¡Joder, mierda!
Se gira y casi hace una pirueta. Desde que los propulsores se apagaron al finalizar la
fase de frenado, vuelve a reinar la ingravidez.
—¿Quiénes ‘podríamos’?
—¿Perdona?
—Ups, lo siento, estoy obligado a soltar eso cuando la conversación deriva sobre las
cualidades de un robot de RB. Los productos de la sección de robótica del Consorcio RB
ofrecen siempre múltiples aplicaciones por un precio muy asequible. Llámenos para
convenir una cita. Le asesoraremos y le sorprenderemos.
—No, y te lo diré por última vez: los seres humanos no tenemos interés en este tipo
de ampliaciones.
—¿Es que vives detrás de la Luna, Yuri? Es un mercado mundial que mueve miles
de millones.
—Exactamente, vivo detrás de la Luna. Pero es igual, no quiero oír hablar más de
eso. Mejor me ayudas con este tornillo.
—No veo tornillo alguno —dice Óscar—. Sujeta la pieza para que pueda captarla mi
radar.
Ahí tiene Óscar razón. El robot se suelta su dedo índice, que queda flotando sobre el
banco de trabajo. Su brazo se introduce entonces en el cajón. Cuando vuelve a salir, en
lugar del dedo hay un destornillador de estrella.
Yuri se agacha, apoya una pierna en la pared y sujeta la pieza con ambas manos. La
mano de Óscar se acerca, presiona sobre la cabeza del tornillo y Yuri puede ver cómo el
tornillo empieza a girar hasta soltarse del todo.
—No, con el resto ya puedo solo. ¿Has venido por algo en concreto?
—Tengo aquí las imágenes más recientes del telescopio, recién llegadas de fuera.
—Gracias.
—Ah, de acuerdo.
Yuri deja a un lado el núcleo de la bomba del WHC. Denise le ha pedido que se dé
prisa, pues con el susto no ha tenido ocasión de solucionar las urgentes necesidades que
requerían una visita al WHC, aunque para un par de fotos siempre hay tiempo. Inicia el
visor. Las fotos no son simples archivos gráficos, para eso utiliza un programa especial
que siempre tarda un poco en cargarse.
Realmente parece que la serpiente es ahora más un rodillo hueco que no material
sólido.
La herida en su revestimiento es profunda, pero solo afecta a una décima parte del
diámetro total, es decir de su cáscara, por decir algo. Eso que tiene delante podría ser un
macarrón a medio morder. Las líneas longitudinales también ayudan a esa
comparación. Alguien ha vertido demasiada salsa de tomate encima, lo cual explicaría
el color rojo. Pero la foto no parece roja.
Yuri cambia a una presentación en colores falsos. Con ella se resaltan ya diferencias
menores entre las distintas áreas. Esta sección de Anfitrite parece, de repente, una
pintura al óleo de un artista muy colocado. Los bordes de la herida resaltan ahora con
claridad. Están finalmente astillados. ¿Serán impactos de meteoritos? Yuri compara la
escala. El agujero que muestra esta foto mide unos diez kilómetros de ancho. Las
paredes del macarrón deberían tener un par de cientos de metros de espesor.
Esta es una buena noticia. No tendrán problemas para aterrizar sobre el planeta. Las
serpientes parecen ser más estructuras de origen geológico, creadas de una forma por
ahora desconocida. ¿Y cómo se mueven entonces? Quizás el planeta posee una tectónica
de placas como en la Tierra. Siendo como es, del tamaño de Marte, es improbable que
su núcleo sea incandescente y que las placas floten sobre magma. Bajo la corteza
también podría haber un océano, como en muchos lejanos mundos helados, o una
reserva de gases licuados bajo presión. Los científicos conocen algo así solo en planetas
gigantes, pero Anfitrite podría haber sufrido una colisión con uno de ellos tiempo atrás.
Yuri cambia a la imagen convencional con tonos rojizos. El agujero debe ser bastante
profundo. ¿Treinta, cuarenta kilómetros, quizás? Debe ser un paisaje extraordinario. La
fina línea que se percibe al fondo del agujero, ¿podría ser un canal o un río lleno de
metano líquido o de algo parecido? Se imagina de golpe cómo desciende a través de
uno de esos agujeros al interior de la serpiente hueca, se sube a una barca y avanza
hacia la cabeza, donde… «Despacio, Yuri, demasiada fantasía de golpe». El hecho es
que conocerán algo jamás visto antes por el ser humano y eso le entusiasma mucho.
Cierra la fotografía. Ya lo comentarán luego en la central. Apaga la pantalla. Hay que
acabar de reparar el inodoro.
—¿Por qué?
—Míralo.
El robot le sorprende cada vez más. Torturar a la gente reteniendo conocimientos es,
a fin de cuentas, una práctica muy humana. ¿Qué pretende conseguir Óscar? ¿Se ha
montado una teoría sobre él y quiere ponerla a prueba? Pues bien, le hará ese favor.
Yuri enciende de nuevo la pantalla. Sigue allí la foto de la herida. Inicia la función de
pase de diapositivas y las imágenes van cambiando. Óscar debe haber estado guiando
el telescopio, pues el agujero no varía de posición, sino solo las sombras. Y entonces
pasa algo: una mancha oscura cruza la imagen. Parece proceder de la parte interior
izquierda del agujero para desaparecer por la de la derecha. Yuri para la película, pero
en la imagen congelada solo puede verse una nube difusa, algo más oscura que el
fondo, así que debe ser más fría.
—Muy interesante.
—¿En ti no?
«Oh, sus fotos… vaya, vaya». Aunque Óscar tampoco está tan desacertado. Ha sido
él quien ha guiado el telescopio; en caso contrario, no habrían descubierto esa mancha.
—En unas 120 fotografías, dentro de la parte hundida de esta serpens se halla un
artefacto elipsoide caracterizado por mostrar una temperatura unos cinco grados Kelvin
más baja que su entorno. Si realmente se desplaza por el interior de la serpens, debería
tener una longitud de unos diez kilómetros y una anchura de uno.
—¿Serpens?
—Bueno, se mueve con gran rapidez, así que podríamos suponer que no es del todo
sólido. ¿Podría tratarse de una nube de gas?
—No se puede excluir. En las serpentes debe haber oscilaciones de temperatura que
deben ser compensadas. Podría realizarse mediante una nube, aunque no estoy seguro
del tipo de gérmenes cristalizados que puedan intervenir aquí. Más bien pensaría en un
frente ondulante. Es decir, en viento. El telescopio solo registra diferencias de
temperatura.
—Entonces, detrás de esa mancha podría haber solo un airecillo tibio, ¿quieres decir
eso?
—Para lo que nos interesa, sí. Un gatito de dos kilómetros de longitud, para ser más
precisos.
—Sí, debido a la técnica de captación de luz del telescopio. Detecta a nuestro rápido
gatito varias veces y con él compone una mancha oscura.
—Entonces, lo que se mueve por ahí abajo no tiene que medir necesariamente diez
kilómetros.
—No, el fenómeno que captamos podría ser bastante más corto. Con la anchura no
hay mucho juego. Tampoco sabemos la altura del objeto. Incluso podría ser una
superficie separadora de dos dimensiones.
—De acuerdo. Allí abajo hay al menos objetos de varios kilómetros que se desplazan
a gran velocidad por el interior de las serpentes. Ese es un dato importante. Mientras no
sepamos más, deberíamos ir con extremo cuidado.
—Me esforzaré por fotografiar más de estos objetos. ¿Queda, entonces, aceptado el
término utilizado para definir las serpientes?
—Sí, Óscar, me gusta el término. Les contaré a todos que me lo he inventado yo.
Hecho. A ver si así consigue salir vivo del taller. Al menos, hasta que se enfrente a
esa mancha gigante dentro de una de las serpentes. Yuri se siente como un explorador a
punto de entrar por primera vez en un parque de dinosaurios.
18 de noviembre de 2078, Ganymed Explorer
—No.
—Sí.
—Que no.
—Que sí.
Siempre es divertido discutir con Irina. Podrían pelearse hasta arrancarse los pelos,
pero nunca se vuelve algo personal y al final incluso uno de los dos admite que el otro
tenía mejores argumentos. La mayoría de las veces simplemente cambian de tema.
—¿Sabes dónde está Óscar, Yuri? —pregunta Irina, tocándole con un dedo.
—La última vez lo vi en el taller —responde—. Y debe ser una rotación diferencial.
—Las pérdidas por rozamiento no serían tan grandes si nos imaginamos una capa
sobre la que se mueve la corteza del planeta alrededor de su núcleo. Helio superfluido,
por ejemplo; allí se pierde cualquier rozamiento interior.
—¿Has mirado alguna vez el diagrama de fases del helio? Bajo la corteza de un
planeta rocoso no encontrarás nunca helio superfluido.
—Pero si no sabemos qué hay ahí abajo. Anfitrite se ha movido durante muchos
milenios por zonas muy alejadas. El planeta solo tiene el tamaño de Marte; debería
haber perdido hace tiempo cualquier calor interior. Pero si observamos la posible alta
presión bajo una corteza rocosa con mucho hierro, en el diagrama de fases del helio
llegamos rápido a la zona en que la superfluidez es posible.
—Lo siento, pero primero tenemos que encontrar a Óscar —dice Irina—. Tiene que
inspeccionar los propulsores. Deben funcionar si queremos ponernos en órbita del
planeta. Si quieres, podemos seguir discutiendo esta noche.
—Correcto.
—Correcto.
—Correcto.
—Es una frase hecha. Significa que me interesa saber cómo estás.
—Pero ¿qué?
—No me pareció eficiente. Necesitaba tiempo para pensar y sabía que vendrías al
taller. He podido ahorrar tiempo y energía.
—Pero a mi costa.
—Has aumentado 800 gramos al mes. Si no cambias tus hábitos, dentro de dos años
sufrirás sobrepeso. Tu masa corporal aumentada será, además, perjudicial para el
rendimiento a bordo.
—Mi simulación me dice que hay un 70 por ciento de probabilidades de que estés
aún a bordo de la nave. En un 20 por ciento de que estarás en una prisión en la Tierra.
—¿Y el resto?
—Te ordeno que me informes sobre el motivo por el que estabas pensando tanto.
Si es verdad lo que Yuri ha leído sobre las IA de los robots, Óscar tiene que decir la
verdad tras esta orden. Aunque RB quizás ha fabricado sus robots con normas distintas
a las que establecen las directivas europeas.
—Me he estado preguntando qué necesidades tienen prioridad cuando tomo mis
decisiones, así, de una forma puramente teórica.
—Te doy un ejemplo. Hay una película bastante antigua, en la que un asesino a
sueldo debe matar a una joven. Pero se enamora de ella. Ahora tiene dos necesidades:
matar a la mujer para cumplir con su cometido, o dejarla con vida porque la ama.
—Claro que no. Ni tampoco puedo enamorarme. Se trata solo del principio.
—No. Me ofrece una estadística, pero ningún consejo para casos en particular.
—Entonces sería mejor esperar a ver lo que pasa, Óscar. No tomar decisión alguna.
En eso soy un experto.
—¿Quizá?
—Lo he dicho por decir. Voy a cumplir el encargo que me has dado.
Óscar se marcha del taller. Yuri se queda un momento pensando. No suele ser nunca
bueno a la hora de dar consejos psicológicos a otras personas. Limitarse a esperar,
menuda gilipollez. Ojalá no sea el peor consejo que haya dado al alguien en su vida.
19 de noviembre de 2078, Ganymed Explorer
Todos aplauden y cuatro cierres de cinturones hacen clic, aunque nadie se levanta.
Yuri mira a derecha e izquierda. Es irreal, porque no hay ventanillas. ¿Realmente han
llegado? Podrían haber estado todo este tiempo dando vueltas en una órbita alrededor
de la misma Tierra. Irina se levanta y flota hasta el centro de la sala. Se agarra al techo y
se pone a rotar.
—Ya ves que sí, lo estoy celebrando. Si los demás sois tan aburridos como para
quedaros sentados, pues me toca bailar sola.
Yuri se levanta también y asciende. Al llegar junto a Irina, la agarra del brazo y
comienza también a girar con ella por toda la central. Frente a sus ojos pasan Irina,
Meltem y Denise. Todo el mundo gira a su alrededor. El universo ha entendido al final
lo que ha hecho con su vida, que hasta ahora ha ido todo según lo planificado. Pero
puede sentirse orgulloso. Han llegado hasta aquí, a pesar de sus perseguidores y el
sabotaje a medio camino. Si Grigori no le pesara en la conciencia, podría sentirse libre.
Irina le da un empujón y gira aún más rápido. ¡El universo oscila! Su eje está
ligeramente inclinado respecto al eje de la nave. ¡Esta sí que es una imagen perfecta de
su vida! Yuri y el universo oscilante. Ese será el título de sus memorias. Un malestar le
sube por la columna. Debería parar la rotación, pero no encuentra nada donde sujetarse.
Gira libremente y el universo gira con él.
Hasta que una mano cálida le agarra por el hombro. Es Irina. Lo acerca a ella. Irina le
tiene firmemente sujeto. Se lo acerca hasta su blando pecho y le da un abrazo. Es un
gesto maternal, y como es tan cálida y sensible, se le abren las compuertas. Yuri llora.
Irina le apoya la cabeza en su hombro.
—Ya está… ya está —balbucea, nada más, hasta que se le calma la llorera.
—No es tan profundo como parece —dice Meltem—. El contraste confunde la
visión.
Yuri se mira la foto que acaba de traer Óscar de fuera. Muestra las partes hundidas
en las serpentes. Siempre ha pensado que son estructuras con sección bastante circular,
como en las serpientes que le dan el nombre. Pero Irina podría tener razón. En el
espectro óptico, Anfitrite apenas es visible. El planeta muestra solo un agujero en forma
de disco en el firmamento. La superficie negra debajo de ellos se nota solo porque no es
atravesada por la luz de las estrellas. Con mucha fantasía puede detectarse un cierto
brillo en el rojo más oscuro posible. Pero también podría tratarse de un efecto
psicológico, pues, como ya saben, el planeta no es tan frío como debería ser ante la
distancia a la que está del Sol.
Pero ahora se trata de las serpientes. Si están chafadas, como supone Meltem, algo
deberá decirles sobre su función y su origen. Yuri supone que se trata de canales que
conducen líquidos o gases alrededor del planeta. Un análisis de la estructura reticular
de las serpentes muestra, en todo caso, que se puede llegar desde cualquier punto del
planeta a cualquier otro, sin abandonar jamás la protección del interior de las serpentes.
Excepto por los agujeros o derrumbes. En tiempos antiguos se habría supuesto que las
serpentes son construcciones. No se deben dejar guiar por su aspecto exterior, aunque
parezcan tan orgánicas, ya que seguramente sea consecuencia de un proceso natural.
—Necesitamos un radar.
Aún no habían intercambiado ni una palabra desde que alcanzaron la órbita y Yuri
se lo agradece en secreto. Ya le gustaría disfrutar de más momentos así.
—Por las diferencias de altura de las que antes hablábamos. Las imágenes en
infrarrojos no sirven para ello.
—No, Yuri. La cápsula de aterrizaje está montada a caballito sobre la nave y sus
sensores solo señalan hacia el suelo, para mantenerlos protegidos.
La puerta de la central se abre con un chirrido. Óscar entra flotando. «¡Óscar! ¡El
robot posee un radar! ¿Podría adaptarse?».
—Eso estaría bien —comenta Irina—. Ya me llamó la atención ayer tanto chirrido.
—¿Qué distancia?
—¿200 kilómetros?
Óscar no responde.
—No considero eso una actualización. Mis capacidades visuales serían inferiores a
las de un ser humano. Vosotros, al menos, podéis ver de forma bastante espacial.
—Pero tienes una capacidad intelectual que supera la nuestra —dice Yuri—. ¿No me
habías ofrecido hace poco una actualización de mejora?
Las tripas del robot están abiertas delante de él. Yuri ha localizado el módulo de
radar. Está inteligentemente encajado en un hueco libre junto a las baterías. Los
ingenieros han aprovechado de forma óptima todo el espacio, pero ¿podrán utilizar ese
módulo realmente para sus fines? Yuri duda. Los contactos están adaptados al consumo
energético usual de Óscar. Si multiplican la potencia por diez, a lo mejor queman el
módulo. Pero ¡no es más que una máquina, aunque pueda hablar!
—Imagínate que un robot gigante te sacara un ojo porque tiene que hacer un
experimento.
—Pero hasta entonces tendré que moverme con una simple cámara 2D ¡Eso no es
eficiente!
—Aterrizar ahí abajo sin conocer con precisión la zona de aterrizaje tampoco es
eficiente.
—¿Lo ves, Óscar? Yo ni siquiera puedo simular mi futuro con tanta rapidez. Sigues
llevándonos ventaja.
—Nada.
—¿Estás seguro, Yuri? No tienes que hacerlo. Tampoco soy tan distinto a ti, ¿sabes?
De todos los miembros de la tripulación, eres el que más se me parece. Por eso eres mi
ser humano preferido.
¿Dónde ha puesto la alimentación del altavoz? Yuri gira el cuerpo del robot. Allí
está. Extrae con las pinzas el cable marrón de su enchufe.
—Tenías razón, Yuri —dice Meltem—. Las serpentes sí que tienen una sección casi
circular.
—He dicho a Óscar que prepare el módulo de aterrizaje —anuncia Meltem—. Para
ello debe girar. Ya protestó, porque dice que con la cámara no es tan sencillo. Seguro
que solo nos quiere demostrar que hemos cometido un error.
Típico de Óscar. Yuri vuelve a pensar sobre Anfitrite. Ya es evidente que la piel
externa de las gigantescas serpientes es lisa en su mayor parte. Las estructuras
adicionales en las imágenes por infrarrojos debieron generarse solo por diferencias en la
temperatura. Si fluye algo más caliente por estos canales, deberá moverse por su suelo y
su techo.
Por uno de los agujeros se ve pasar una sombra a toda velocidad. Ni siquiera
intentan hacer zoom. En el radar no se pueden ver esas rápidas sombras. Así que deben
ser muy difusas, como nubes.
Denise se ríe.
Esa es una buena elección. Alcanzarán la superficie sin peligro y dispondrán de una
entrada directa al interior de las serpentes. Del pasillo les llega un siseo. ¿Qué puñetas
estará haciendo Óscar ahora?
—Pero también me gustaría poder estudiar el terreno caótico que hay en el ecuador,
y los casquetes helados de los polos —dice Irina—. Ese hielo debe ser antiquísimo; un
auténtico libro de historia para todo el planeta.
Se ve que Irina es, además, geóloga. A Yuri le importa bastante poco el caos del
ecuador.
—Sí, claro, sin duda, pero una cosa detrás de la otra —comenta Meltem.
—¿Qué tamaño tiene eso, quiero decir nuestro lugar de aterrizaje? —pregunta Yuri.
En el pasillo vuelve a sisear algo. ¿Ha girado Óscar ya el módulo? ¿Por qué utiliza la
compuerta principal en lugar de la de carga? Tal vez debería ir a echar un vistazo.
—Esa planicie mide unos diez por diez kilómetros —informa Meltem.
—Quizá, por algún motivo, en la zona junto a la planicie falta la base superfluida.
Por eso, ninguna de las serpentes cruza por encima de la planicie, y a su alrededor se
mueven mucho más despacio que en otros lugares —dice Meltem.
—Pues eso es bueno para nosotros —indica Yuri—. Las serpentes suelen avanzar
unos diez kilómetros al día en otros lugares. ¿Cómo encontraríamos así un lugar para
entrar? Debemos tener en cuenta que solo las paredes exteriores tienen ya un espesor de
más de doscientos de metros.
—Fijaos, menuda escalada que supondrá eso. Incluso en las zonas derrumbadas
tenemos que superar un saliente de varios cientos de metros. No será un paseo
tranquilo, precisamente.
—En eso tiene toda la razón, señor Rott —dice uno de los hombres. Es el que lleva
más decoración en las hombreras—. Porque usted ya no va a dar ningún paseíto más.
Queda detenido bajo sospecha de intento de asesinato, privación de libertad y secuestro
de nave.
—Muchas gracias, señor —exclama Meltem—. No, fui obligada a manejar la nave
hasta aquí. Soy una rehén de este asesino.
—La capitana miente —afirma la voz de Óscar desde el fondo—. Está a gusto aquí y
ha colaborado todo el tiempo con los otros supuestos delincuentes.
—Pues bien —dice el jefe del grupo—. Lo aclararemos. Atadlos y llevadlos a nuestra
nave. Y a ese impertinente robot, también.
Yuri oye el clic de un cierre de cinturón. Irina, que duerme en la litera encima de él,
se inclina hacia abajo para mirarle.
—¡Ojalá lo supiera!
—Nos devolverán al interior del sistema solar y nos llevarán ante los tribunales —
susurra Meltem.
Su voz llega desde el otro lado de esa habitación, grande como un salón. Allí
también hay una litera.
—No hace falta que susurréis —comenta Denise—. Yo tampoco puedo dormir.
—Encender luces —ordena Meltem, y las luces del techo inundan la sala de luz
diurna blanca.
Su celda cuenta solo con el equipamiento mínimo necesario. Hay cuatro taquillas,
pero no hay ni sillas ni mesas. Al menos disponen de su propio WHC. De esta forma se
ahorran tener que acompañarlos al baño cada dos por tres. La puerta está,
naturalmente, cerrada con llave.
—No lo creo. Agradéceselo a ese traidor pedazo de mierda que se llama Óscar.
Yuri mira instintivamente hacia arriba, hacia Irina, pero ella señala a Meltem. No
había visto a la capitana utilizar un vocabulario así antes.
—Qué se le va a hacer, no es más que un robot —dice Yuri—. Probablemente no
tuvo otra alternativa. Me ha delatado muy conscientemente a la primera de cambio. ¡Ni
siquiera le habían preguntado su opinión sobre mí! ¡Como lo pille lo destrozo! Os
podría haber ayudado de alguna otra forma, seguro. Ya habría surgido la oportunidad.
—¡Eh, espere! ¡Que yo no debería estar aquí! —proclama Meltem, pero la puerta ya
se ha vuelto a cerrar.
—¿Cómo te atreves a dejarte caer por aquí? ¡Te voy a desguazar pieza a pieza! —
amenaza Meltem.
—Pero ¡si todo esto no ha sido más que una táctica! Estaba seguro de que se fiarían
de mí si les decía algo que no sabían. Entonces podría ayudaros desde la central. ¡Puedo
hackear cualquier ordenador, habría sido un juego de niños!
—No te creo una sola palabra —exclama Meltem—. Por tu culpa estoy también
detenida aquí. Yo sí que podría haberlos ayudado.
—Pero mi simulación establecía que mis capacidades en un caso así serían mucho
más útiles. ¿Qué podrías haber hecho tú? Solo eres un ser humano, basta un sistema de
seguridad sencillo para bloquearte del todo.
—Déjale —ordena Irina—. Tal vez aún nos puede resultar útil. Defectuoso seguro
que no nos serviría de nada y tampoco puede hacernos más daño aquí dentro.
—Quizá solo hace como que ha caído en desgracia y es verdad que está aquí para
sacarnos información. No me fío de él —afirma Meltem.
—No puede ser verdad. ¿Realmente eres el traidor? ¡No hemos muerto por milagro
y resulta que, además, los pusiste sobre nuestra pista con la antena!
—Ya tenía claro que ninguno de vosotros comprendería las posibilidades que
albergaba mi plan, así que tuve que actuar en secreto. Era lógico que iban a encontrar
nuestra nave. Vale varios miles de millones y no iban a dejar que alguien se la llevara
así como así. Y realmente respondieron de inmediato a mis llamadas. Así que ya
estaban escuchando en la dirección correcta.
—Mis simulaciones dejaron bien claro que resolveríais el problema del reactor. ¡Y
además me sacrifiqué por ello!
—Sin duda, sí. Pero no podía ni sospechar que ampliarías tanto mis capacidades. Di
por supuesto que utilizarías los componentes más baratos que pudieras encontrar.
—¡Joder, no hagáis ahora como que os creéis lo que nos cuenta ese montón de
basura! —profiere Meltem.
—Lo que dice tiene cierta lógica interna —opina Irina—. Ya sabéis eso de la
presunción de inocencia, ¿no?
—Qué inocencia ni qué narices. Óscar nos está contando trolas. No puede demostrar
nada de eso.
—«Entonces sería mejor esperar a ver lo que pasa, Óscar. No tomar decisión
alguna».
Ambas frases surgieron del altavoz del robot con la voz de Yuri.
—Fue una respuesta de lo más idiota, eso sí —indica Irina—. Siento tener que
decírtelo. ¡Simplemente esperar! ¿Cómo pudiste decirle eso? Ningún problema se
soluciona esperando.
—En eso tengo una experiencia distinta, pero no vamos a discutir ese tema ahora.
¿Por qué grabaste mi respuesta? —pregunta Yuri.
—Mis simulaciones dieron una probabilidad del 23 por ciento de que con mi ayuda
lograríais escapar.
«Meltem tiene razón. Este robot está majareta. Debería desmontarlo del todo».
Es una lógica bastante retorcida, pero lógica, al fin y al cabo. Si todo esto es verdad,
Óscar habrá tenido que elegir entre la catástrofe y la casi catástrofe. Y también debía
tener muy claro que nosotros no le creeríamos. Óscar es un héroe.
O un traidor. Pues, ¿quién les dice que pueden creerse una sola de sus palabras?
—Lo siento.
—Eso es muy normal —dice Irina—. Cada día fracasan millones de personas al
chocar contra las normas.
22 de noviembre de 2078, la Holandés Errante
¿Pretenderán dejarles en esta celda hasta que se pudran? Es frustrante. Llevan dos días
a bordo de la otra nave y la tripulación ni siquiera habla con ellos. Les traen comida y
bebida, pero el encargado debe tener estrictas órdenes de no intercambiar ni una
palabra con ellos.
Sin embargo, algo parece estar cociéndose por ahí. Los ruidos que pueden percibir a
través de paredes y techo son inconfundibles. Metal golpeando contra metal. ¿Estarán
preparando una excursión al planeta? Yuri traga. ¡Han estado tan cerca! Y ahora tal vez
no llega a ver a Anfitrite con sus propios ojos, y no hablemos ya de la posibilidad de ser
sus primeros visitantes en la historia.
No parece estar solo con sus lóbregos pensamientos. Apenas han intercambiado dos
palabras desde esta mañana. Todos están tumbados y atados sobre sus respectivas
literas con la mirada fija en el techo. Ni siquiera Óscar dice nada. El robot se mueve
intranquilo por la celda. Habrá analizado cada esquina unas cien veces.
Llaman a la puerta.
Once, cuenta Yuri, pues ahora es una mujer la que entra en su celda. Lleva el mismo
uniforme que los demás y de su cinturón cuelga un bastón táser. Yuri le calcula la edad
en poco menos de 40. La mujer tiene rasgos asiáticos y luce una cabellera negra y corta.
Irina se levanta.
—No hace falta que se levante —dice la mujer en un perfecto inglés sin acento,
mientras apoya la mano en el táser.
—Solo quería ser educada —contesta Irina y vuelve a subir sus piernas sobre la
cama.
—Podemos dejar esas tonterías de lado. Ya saben por qué están aquí y lo que les
espera.
La mujer suelta una breve carcajada. «Kalila, V.», lee Yuri en el identificador de la
chaqueta.
—No hace falta que monte ningún numerito, señora Miraloğlu. Hemos analizado la
memoria de datos del robot. En ella, queda muy claro que ha cooperado
voluntariamente con los secuestradores y el asesino. Si la dejáramos en libertad,
probablemente, siga colaborando con ellos. Y eso sería peligroso para la misión.
—¿Y quién es usted? —pregunta Denise—. ¿Cómo sabemos que no son un puñado
de piratas sin autorización alguna?
—Me llamo Vera Kalila. Soy la capitana adjunta y, a la vez, representante oficial de
la compañía aseguradora Union AG a bordo. Mi encargo es cerrar, al menor coste
posible, este siniestro asegurado.
—¿Y cuánto tiempo tendremos que pasar encerrados en este cuarto? Esto es
inhumano —dice Meltem.
—Primero, exploraremos el planeta. Espero poder recuperar con eso gran parte de
los gastos de esta expedición.
—Pero ¡si son soldados! —exclama Meltem—. No tienen ni idea de cómo se realiza
una buena labor de investigación científica.
—Ja, buen intento. ¿Quieren que los llevemos abajo, a terreno desconocido, para
poder huir? No, sería una insensatez. No voy a poner en peligro la misión solo por un
poco más de beneficio.
—En nuestra última reunión nos hemos dado cuenta de que aún no les hemos
cacheado. Es imprescindible hacerlo cuanto antes por motivos de seguridad.
Strombomboli, empieza tú.
Vera hace un gesto al uniformado que vigila el pasillo. A su vez, saca el arma y se
retira hacia la puerta.
—Ya conocerá los efectos de un táser. Llevo guantes. Así que puedo cachearla
cómodamente mientras usted tiembla de cuerpo entero.
Aunque ahora solo cumplía una orden. Después de lo que ha hecho en Héctor no
tiene derecho a sentirse moralmente superior a nadie.
—Solo nos quieres meter en más problemas —dice Meltem—. ¡Has grabado todas
nuestras conversaciones!
—Sigues ocultándonos algo. Lo siento, pero creo que eres un mentiroso de primera
categoría —afirma Meltem.
—No tienes que creerme. Yo os demostraré que hay una forma de salir de aquí.
—Esta discusión no lleva a nada —dice Irina—. Si Óscar cree que puede sacarnos de
aquí, que lo demuestre. ¿Qué tipo de ayuda necesitas?
—La articulación está tan al fondo de la base que no llego con el brazo.
Yuri se levanta de su litera y baja flotando hasta el centro del cuarto donde espera
Óscar. Ha extraído ya su brazo. La articulación se fija con dos tornillos de ranura plana.
Yuri lo intenta con la uña del pulgar, pero están muy apretados.
El brazo de Óscar desciende hasta dejarlo delante de la cara de Yuri. Se oye un clong
metálico y de una de las articulaciones de sus dedos asoma un perno de un par de
milímetros.
—El segundo por la izquierda. He llamado a mis dedos según la forma humana. Me
falta el pulgar, así que el primer dedo es el índice.
Yuri tira del segundo dedo. Puede sacarlo con facilidad. Realmente acaba con una
pequeña cuchilla. Gira el dedo y afloja con él los dos tornillos. El brazo flota ahora libre,
pero unido al cuerpo por varios cables.
El cable que sale de la parte inferior del brazo acaba en un conector multipolo. Lo
suelta.
—Mi brazo trabaja de forma autónoma. Posee una batería y un software de control,
aunque no tan avanzado como el mío. Le he encargado que nos abra la puerta desde
fuera.
—No sería eficiente. Los soldados están confiados y no hay nadie fuera que nos
pueda abrir la puerta. Lo han impedido al encerrarnos a mí y a Meltem también aquí
dentro.
—Mi vía de escape es el WHC. Está unido al mantenimiento de vida con muchas
tuberías.
—Bueno, es una probabilidad de uno entre cuatro. Nada mal —comenta Yuri.
—Sobre todo cuando no nos queda otra alternativa —reconoce Irina—. Pues ya
sabes, Óscar, ¡al váter!
—Si nos vuelves a traicionar, espero que tu brazo se quede encallado ahí dentro —
dice Meltem.
Como siempre, le vuelve a tocar a él el trabajo sucio. Yuri abre la tapa del agujero de
unos diez centímetros del inodoro, pensado para defecar. Óscar tiene razón, puede que
sea el único camino al exterior. Pero este WHC parece que lleva mucho tiempo sin ser
mantenido. La tripulación utilizará seguramente otros lavabos. Los aromas que
desprende son acordes con la falta de mantenimiento y no puede impedir que le
inunden las fosas nasales.
—Parece que en esta nave no hay ningún robot de limpieza —dice Yuri.
Óscar flota por encima de él. Así, sin brazo, realmente se parece solo a una
aspiradora.
—Lo sé.
Hay un obstáculo que debe quitar: entre el agujero y la libertad hay un filtro grueso
que impide que cuerpos extraños, como bolsas de plástico o compresas, puedan
embozar el desagüe. No es lo suficientemente grueso para el brazo de Óscar. Par poder
limpiarlo y vaciarlo, el filtro es extraíble siempre que se meta la mano lo
suficientemente adentro. Yuri ya conoce este paso de trabajo de la Ganymed Explorer.
Para ello ha utilizado siempre un guante de goma de manga larga, pero no puede pedir
uno a sus vigilantes.
Coge aire primero y luego introduce la mano. Introduce el brazo hasta que le sigue
el codo. Ahora es una suerte que sus bíceps no estén muy desarrollados. Toca con los
dedos las profundidades del tubo. Al principio solo nota cosas pegajosas y trozos más
sólidos sobre cuya naturaleza prefiere no pensar, pero al final encuentra el enganche del
filtro. Tira despacio de él. La lengüeta es algo resbaladiza, pero no debe darse
demasiada prisa o el filtro quedará encallado a medio salir.
—¿Serías tan amable de empujar mi brazo por el interior con la mano por delante?
—Sí, claro.
Sujeta el brazo de Óscar por el hombro y el metal vibra entre sus dedos como si
estuviera vivo. Y en cierta manera lo está. Empuja el brazo bien adentro del inodoro. A
medio camino ya nota como los dedos del brazo robótico le ayudan.
—Eso espero. He instruido al brazo para que busque esquinas o pasillos estrechos.
—La ecolocalización está en los dedos de las manos. Para que la mano pueda sujetar
de forma óptima cualquier material, cada dedo debe saber cuánto espacio hay entre él y
el objeto.
—En caso de emergencia, sí. Pero normalmente mi radar es mucho más eficiente.
Pero me lo quitaste.
—No lo sé.
Óscar no se mueve.
—Sí, quiero poder mear con total tranquilidad, para decirlo bien claro. Tu presencia
me resulta molesta para ello.
Hoy les traen la cena bastante más pronto de lo usual. No son ni las 17 horas tiempo
estándar. Un joven soldado abre la puerta y deja dos bolsas de papel en el centro de la
habitación. Como siempre, lo hace respaldado por otra persona detrás. Deben tener una
buena formación, porque nunca bajan la guardia.
El hombre se gira hacia el otro soldado como para asegurarse de que no está
contraviniendo ninguna norma.
—Lo comprendo, Frank. No puedes decir nada. Ya lo conozco. Estaba por aquella
época en la compañía vecina a la tuya.
Yuri no ha visto jamás a ese hombre antes, pero su patoso intento parece funcionar.
Strombomboli cree reconocerle.
Yuri sonríe.
—La cuarta.
Ojalá haya habido cuatro compañías en su ubicación. Pero Frank asiente. Ha tenido
suerte.
Frank sonríe.
—Sí, a ese lo odiaba mucha gente, también llegó a mis oídos. ¿Y qué te ha traído por
aquí?
—La vida, ya sabes. A veces resulta un pelín complicada. Ya sabes cómo va esto.
Strombomboli asiente. Lo sabe. Yuri tiene razón. Con ese nombre, difícilmente
puede guardar recuerdos bonitos de su época escolar.
—Va, oye, dime ¿qué coño está pasando aquí? —pregunta Yuri.
El hombre se gira de nuevo a su acompañante. Entonces baja la voz: —Ya está en
marcha. Excursión a la superficie.
—¿Irás tú también?
—Sí, yo también bajo. Ha habido suerte. Mi colega, ese ahí, tiene que quedarse. Al
menos debe quedar alguien que os vigile.
¿Solo quedará uno? Sería genial para sus planes. Seguro que entre los cuatro podrán
superar a un único soldado, si es que salen de aquí.
—Pues me alegro, hay que tener un poco de suerte de vez en cuando en la vida. Te
lo mereces, Frank.
—Gracias…
—No estaba muy seguro. Pero ahora ya me acuerdo. Tengo que irme. Vosotros
aguantad bien, ¿vale?
—Hasta mañana.
—Sí, claro.
Frank cierra la puerta al salir. Irina se levanta de su litera, flota hacia él, lo abraza y
le estampa un beso en la frente.
—Gracias.
Le despierta una ligera corriente de aire. ¿Ha subido alguien la ventilación? Yuri se
incorpora. La oscuridad no es total en la celda, pues sobre el marco de la puerta brilla
una pequeña luz verde nocturna. Debajo reconoce un rectángulo negro. ¡La puerta está
abierta! Se muerde la lengua. Tiene que despertar a los demás en silencio. ¡Quién sabe
hasta dónde se les podría oír!
Pero ¿por qué Óscar no ha dicho nada? Yuri se pone de pie y mira a su alrededor. El
robot no está. Ya tienen otro marrón servido. Óscar ha vuelto a seguir sus propios
planes, según a saber qué simulaciones realizadas en su inexistente cabeza. Es igual. Ha
dejado la puerta abierta, aunque ponga en peligro su propia huida. ¿O quizá lo necesita
como maniobra de distracción? ¿Esperará que el resto de la tripulación esté ocupada
con ellos mientras él desaparece por ahí?
Primero Irina. Le toca delicadamente el brazo. Tiene la piel suave. Justo debajo nota
sus músculos. Presiona ligeramente hasta que levanta la cabeza.
—Soy yo.
Tiene que susurrar fuerte porque el mantenimiento de vida hace aquí bastante más
ruido que en la celda.
—Vaya.
Yuri se da cuenta ahora de que solo hay un pasillo que les saque de allí. Ya que en la
celda en la que estaban encerrados no había gravedad, dieron por supuesto de que
estaban en algún almacén cerca del eje central de la nave. Pero entonces deberían haber
podido elegir entre tres caminos distintos. Al parecer, la nave no está girando. Seguro
que debe ser por el próximo descenso al planeta, con el que está ocupada la mayor parte
de la tripulación.
—La central debe estar muy cerca —susurra Yuri—. Debemos ir con cuidado.
Los demás asienten. Irina se pone delante. El pasillo acaba realmente en un cruce en
forma de T. Es igual a la Ganymed Explorer, donde los pasillos de las cabinas van a
parar al pasillo circular alrededor de la central.
Irina se para y se señala a sí misma y a Meltem, que está justo detrás. Entonces
señala a la izquierda. Yuri hace la señal de OK. Así que irá con Denise por la derecha.
Ojalá no quiera ahora irse a su cabina uno de los soldados que se han quedado. ¿Con
cuántos se las tendrán que ver? Yuri se desplaza tocando con cuidado las paredes
laterales. Llegan al primer desvío hacia las cabinas. Todo está tranquilo. Bien.
Yuri se desliza hasta la puerta de la cabina. No les conviene que nadie les sorprenda
por la espalda. Pega la oreja a la puerta, pero no se oye nada. De repente se oye un
golpe en el interior. A Yuri casi le da un infarto. La puerta se mueve en su marco, pero
no se abre. Alguien está sacudiendo la puerta por la manilla.
—¡Dejadme salir, quien sea que me haya encerrado! —es una voz masculina y
profunda.
Seguro que es uno de los soldados. Alguien le ha encerrado aquí. Nota como le
tocan el hombro. Yuri se sobresalta, pero solo es Denise. Está a punto de pegarle un
grito, pero se contiene. Deben ir con cuidado. Retroceden rápido al pasillo circular y
giran a la derecha.
A la izquierda hay otra puerta. Debe dar a la central. ¿Dónde están los demás? ¿No
deberían estar ya aquí? De la central sale ruido de movimiento y risas. Parece que los
soldados se lo pasan bien. Deben ser dos, al menos. Yuri se asoma con cuidado por la
esquina.
Pues vaya. Son Irina y Meltem. Están brindando con dos botellas y ríen a carcajadas.
¿Están locas? Yuri entra en la central flotando.
—Uno lo tenemos bien atado allá atrás y el otro lo tenemos encerrado en su cabina.
—A ese lo he oído.
—Es alcohol.
—Té con alegría. Tradición rusa, para entrar en calor. Tómate un buen trago, seguro
que te sienta bien. Te deja súper animado.
—Aún es demasiado pronto para animarse. Tenemos que salir de aquí cuanto antes.
—Pues no llegará muy lejos —afirma Yuri—. No tiene suficiente masa de apoyo, ¿te
acuerdas? La Ganymed Explorer ya no nos sirve de nada. Deberíamos intentar hacer
volar esta nave.
—Lo haremos, Yuri —dice Irina—. Pero primero te tomas un trago con nosotros.
Luego ya veremos. No puedo pensar bien cuando estoy bajo estrés.
Así que estaría bien encontrar al menos un traje espacial. Pues si no pueden huir con
la nave, solo les queda aterrizar en Anfitrite, aunque el módulo de aterrizaje debe estar
todavía fijado al casco exterior de la Ganymed Explorer. Los soldados se los llevaron
con una lanzadera militar a su nave, sin trajes espaciales. El plan es ahora volver a la
Ganymed Explorer para preparar allí el módulo de aterrizaje. Y para eso necesita al
menos un traje espacial, pero no encuentra ninguno en el almacén. Contiene reservas
suficientes de comida, eso sí, incluso más de lo que llevan ellos en la Ganymed
Explorer. La aseguradora Union no ha escatimado en gastos y ha aprovisionado a sus
mercenarios incluso con carne de verdad y gran cantidad de alcohol para mantenerlos
de buen humor. Seguro que el sueldo es también mejor que en el ejército. Pero no hay
trajes espaciales. ¿No debería haber al menos dos, para los dos hombres que se han
quedado a bordo?
Las cabinas. La nave tiene cuatro cabinas como la Ganymed Explorer. Una se utilizó
como celda para ellos. El capital y la encargada del seguro tendrán su propia cabina. Así
que el resto de la tripulación deberá compartir una misma habitación. ¿Estarán allí los
trajes que faltan? Es difícil ir a mirarlo, ya que uno de los dos mercenarios está
encerrado ahí dentro. Mierda. Seguro que el hombre está armado. Si intenta abrir la
puerta le oirá y estará parapetado a la defensiva.
Yuri regresa a la central. Denise está sentada en el asiento del capitán, peleándose
con el ordenador. Meltem está echando una cabezadita en una esquina. Irina no está a la
vista. Yuri flota hacia Denise.
—Podemos obligar a uno de los mercenarios a que pida por radio la contraseña.
—Irina y Meltem le han dado agua y pan y lo han encerrado en nuestra celda.
—Ya hace bien. Aquí no avanzamos en nada. —Denise aparta el teclado a un lado.
—Podría intentar llegar sin traje. Tampoco se muere uno tan rápido allí fuera.
—Es una locura. Tendrías como máximo quince segundos, no lo lograrías jamás.
—Para ya, Yuri. Todo eso no son más que tonterías. Lo mejor será correr el riesgo y
sacar los trajes de la cabina del mercenario. Ese hombre difícilmente podría contra
nosotros cuatro a la vez. Con que nos acierte a dos con el táser, aún somos dos personas
más. Que yo sepa, esos trastos tienen que cargarse tras cada disparo.
—Podría tener más de uno. No creo que los demás se hayan llevado sus armas al
planeta.
—Aún no.
Se aprieta los brazos alrededor del cuerpo. Está agotado, sobre todo por las eternas
discusiones. Cuando Irina volvió al cabo de una hora del WHC, discutieron sin parar
sobre sus opciones. Nadie apoyó su idea de lanzarse sin traje por la esclusa. Aunque es
la única estrategia con ciertas probabilidades de éxito. Meltem les ha quitado de la
cabeza hacerle una visita al mercenario encerrado en su cabina. Su ventaja táctica es tan
grande, que podría superarlos a todos en un cien por cien. Pero aun así han convenido
intentarlo mañana, pues a nadie se le ha ocurrido algo más inteligente.
—No hay que responder en absoluto —exclama Meltem—. Esa Vera era la única
mujer a bordo y ahora está allí abajo.
Holandés Errante, ¿a quién se le ocurre bautizar una nave espacial con el nombre de
un barco fantasma? Eso solo puede traer mala suerte.
—No hace falta que te des prisa —dice Denise—. El sistema no te dará acceso a la
radio mientras no te autentifiques.
—Pues hay que encontrar la forma —responde Yuri—. ¡Si no, sospecharán!
—Pero no puedo hacer magia —dice Denise—. Si vosotros podéis, todo vuestro.
—¡Equipo exterior a Holandés Errante, respondan! ¿Qué coño os pasa ahí arriba?
Tenemos serios problemas.
¿Qué estará pasando allí abajo? ¿Han tenido problemas con el aterrizaje?
—Aunque, para nosotros, resulta práctico que ellos mismos se eliminen de la cuenta
—afirma Yuri.
—Yo no me fiaría de eso —dice Meltem—. Si son listos, subirán de inmediato con su
lanzadera para ponerse a buen recaudo.
—Equipo exterior a Holandés Errante, soy Vera. Sistema, graba esto como mensaje.
Autorización Bravo, Foxtrot, Echo, Zulu, Zulu, Mike, November, Bravo, Echo.
Seguramente estáis borrachos y durmiendo la mona en vuestras camas. Eso tendrá sus
consecuencias. ¡Cuando os despertéis y oigáis este mensaje, llamadnos de inmediato! Y
hasta que nos contactéis, explorad con el telescopio un radio de 20 kilómetros alrededor
de nuestra zona de aterrizaje. Os adjunto las coordenadas. Buscad a tres hombres que
hemos perdido. Cualquier pista será útil. Si no los encontramos en 24 horas, se les
acabará el aire. Entonces despegaremos. Si no habéis respondido hasta entonces, os
encerraré diez minutos desarmados en la celda de los presos. Uno a uno. Vera out.
—¿Alguien se ha quedado con la contraseña que ha mencionado esa Vera? Tal vez
podemos entrar en el ordenador con ella —comenta Denise.
—El mensaje ha quedado grabado —dice Yuri—, así que podemos oír esa
contraseña tantas veces como queramos.
—Mira que eres listillo, sin acceso al ordenador no podemos acceder al mensaje —
menciona Meltem.
—Bravo, Foxtrot, Echo, Zulu, Zulu, Mike, November, Bravo, Echo —lee Yuri en voz
alta—. O BFEZZMNBE, o quizás en minúsculas.
Se repite la secuencia en la cabeza, una y otra vez, mientras Meltem ya está al
ordenador escribiendo.
—No funciona.
—Ya lo probé.
—Un momento.
—No hay acceso —se lamenta—. Puede que el ordenador necesite una segunda
característica. La voz, algún documento, la presencia física del propietario de la clave…
—¿Te alegras?
—Sí, Yuri. Si hubiéramos accedido al control completo del ordenador, ¿qué habría
pasado?
—Exactamente. No habríamos puesto jamás el pie en Anfitrite y eso sería una pena.
—Ya se nos ocurrirá algo. En caso necesario, me tiro en traje espacial hasta ahí abajo,
les robo la lanzadera y os paso a recoger.
Un plan interesante, pero resulta que ni siquiera tienen un traje espacial. ¿Y cómo
pretendería reducir Irina la velocidad para no chocar contra el planeta como un
meteorito abriendo un cráter? Un proyecto imposible.
—Un buen amigo me contó que parece ser que alguien lo consiguió en Encélado.
—Parece ser, exacto. Esa luna es mucho más pequeña que Anfitrite; quizás allí aún
habría sido posible. Aquí es imposible que lo consigas.
—Parece que soy la que tiene la espalda más ancha —dice Irina.
—Ya no estamos en la Edad de Piedra, donde solo los hombres van de caza —le
contradice Irina.
Parece que incluso se alegra de poder realizar el ataque. Pues bien, no piensa
colarse. El primero que entre seguramente reciba la descarga del táser. Lo que pase
después dependerá de la rapidez con que reaccione el mercenario encerrado. Lleva ya
casi dos días solo, así que su capacidad de estar alerta habrá bajado. Han esperado
expresamente hasta pasada la medianoche, hora estándar. Ahora, a las dos de la
madrugada, seguro que le habrá vencido el cansancio.
Si hacen ruido, el mercenario sabrá que van a por él. Irina tuerce por el pasillo que
lleva a la cabina. Yuri la sigue. Denise va a la cola del improvisado grupo de asalto. Yuri
se siente como si fuera un guerrero en una misión, y eso que lo único que le apetece es
que le dejen hacer tranquilo su trabajo. Se imagina que el hombre en la cabina es Grigori
y tienen que reducirle. Nota un escalofrío.
De nuevo, un ruido. Parece proceder del pasillo alrededor de la central. Se oye como
si algo estuviera chocando una y otra vez contra la pared. Irina se para.
—Denise, mira atrás, si viene alguien —dice Meltem—, no vaya a ser que el otro
hombre haya logrado escapar de nuestra celda.
—Vale —responde Denise y retrocede por el pasillo.
Esperar. Yuri está hasta las narices de tanto esperar. Seguro que pronto oirán el
ruido de una lucha. El zumbido y siseo del mantenimiento de vida tapa todos los demás
ruidos suaves.
—¡Ups!
Es la voz de Denise. ¿Ups? Eso no se dice cuando uno se encuentra con el enemigo.
—Venga, vamos tras ella —ordena Yuri y esta vez Meltem le hace caso. A los treinta
segundos, han alcanzado a Denise. Está en cuclillas en el suelo. Frente a ella, un disco
claro que gesticula con el brazo.
—No hace falta susurrar —dice Óscar—. Soy la solución a todos vuestros problemas.
—Pero si preparé vuestra huida a la perfección, ¿o no? Una vez que mi brazo abrió
la puerta, encerré a un mercenario y puse al otro fuera de combate.
—Mis simulaciones dieron como resultado que, sin trajes espaciales, la probabilidad
de escapar es igual a cero. Así que abandoné esta nave por la esclusa de carga al fondo
del almacén y me lancé hacia la Ganymed Explorer.
Eso no debe haber sido nada fácil. Óscar no posee propulsión que funcione en el
vacío. Tiene que haber apuntado con gran precisión.
—¿A qué distancia está nuestra nave? —pregunta Yuri.
—Está unos cien metros detrás de nosotros, en la misma órbita. Así que tuve que
trepar a lo largo de toda la nave y lanzarme desde la punta.
—Vale, bien, no está nada mal. Pero no creas que ahora ya me fío de ti —dice
Meltem—. Seguro que nos ocultas de nuevo más planes secretos.
Yuri suda, a pesar de que la ventilación del traje sopla con fuerza. Han cargado el
módulo de aterrizaje hasta arriba. Como no saben cuánto tiempo estarán en la
superficie, han sido muy generosos con el avituallamiento. La masa total está algo por
encima de las especificaciones, pero Meltem está segura de que las tolerancias han sido
calculadas con mucha generosidad. Seguro que llegan sanos y salvos abajo.
Ya se ha asegurado cada uno un lugar entre las cajas. Meltem está delante, a los
mandos. Pero su camino no los llevará directos al planeta, porque primero quiere visitar
una vez más la Ganymed Explorer. Meltem quiere limitar el acceso, por si los
mercenarios regresaran de la superficie. Y quieren intentar encontrar en lugar donde
han aterrizado los otros con ayuda del telescopio sobre la cubierta exterior. Tal vez
existe algún peligro inadvertido, que deberían tener en cuenta.
La radio del módulo está escuchando en el canal por el que emite el equipo de
mercenarios desde el planeta. Óscar tampoco pudo superar la protección por contraseña
del ordenador principal. Esa es una mala noticia, ya que solo con ella podrían lograr
transferir las reservas de masa de apoyo del Holandés Errante a su nave. Necesitarán
llegar a algún tipo de acuerdo con el equipo exterior. La Vera esa tiene que darles la
contraseña. ¿Qué pueden ofrecerle a cambio? ¿Su vida?
—¡Equipo exterior a Holandés Errante, respondan! Chicos, ¡no puede ser verdad!
¿Estáis ahí arriba en plena orgía? Necesitamos ayuda urgentemente. Pippen y Crowley
también han desaparecido. ¡Desde ahí tenéis la mejor forma de ver lo que pasa! Estamos
buscando por todas partes, pero no resulta fácil; estamos constantemente bloqueados
por descargas.
—Sí; no me apetecería nada encontrarme ahora con ella —reconoce Yuri—. Seguro
que no son amenazas vacías.
Flotan por los solitarios pasillos. De vez en cuando, Yuri ve una caja volando por el
techo o cerca de una pared. Seguramente las haya perdido Óscar. Habrá actuado con
prisa cuando se dedicó a cargar el módulo. En los pasillos hace bastante más frío que
antes. El mantenimiento de vida ha detectado que no queda nadie a bordo.
—Has hecho bien en enviar a Óscar de inmediato afuera, Irina —dice Meltem—. Así
podremos hablar tranquilos.
—Necesitamos las imágenes del telescopio —responde Irina—. ¿Sigues sin confiar
en él?
—¡Equipo exterior a Holandés Errante respondan! —se oye por los altavoces de
inmediato.
—He conectado la frecuencia del equipo exterior. Así sabremos cuáles son sus
planes —dice Meltem.
—¡Equipo exterior a Holandés Errante, respondan! No nos queda más que suponer
que ahí arriba ha pasado algo no planificado. Pues no creo que seáis tan gilipollas como
para mirar divertidos y calladitos cómo nos morimos.
—Solo porque hayamos perdido a Banerjee no significa que vayamos a morir aquí
abajo. Yo, al menos, no pienso hacerlo. Pues aún tengo una cosa importante que hacer,
que es convertiros la vida en un infierno, si es que nos podríais haber ayudado.
Un muerto más, entonces. A Yuri le gustaría preguntar de qué ha muerto ese tal
Banerjee.
—Joder, tío, ¿eres tú, Dimitrenco? Aquí Frank. ¡Al fin! ¿Cómo es que no habéis
respondido antes?
¿Blandengue? ¿¡Cómo!?
—Tío, que nos superaban en número e iban armados. Alguien ha hecho un mal
trabajo al registrarlos.
«Esa es una mentira como la copa de un pino. Ha sido un robot de limpieza el que te
ha vencido, Dimitrenco, aunque te mueras de vergüenza por ello». Yuri está a punto de
pulsar el botón del micrófono para aclarar el malentendido.
—Ya está en el telescopio. Hemos oído los mensajes que habéis dejado. ¿Qué
puñetas os está pasando ahí? ¿Qué ha ocurrido?
—Ni te imaginas lo que pasa aquí abajo. Todo se mueve a lo salvaje a tu alrededor.
El planeta entero, ¿sabes? Te despistas un segundo y ya te ha chafado una pared o te
separa de tus camaradas.
—¿Y el capitán?
—Banerjee ha visto como una de esas cosas le ha pillado. Parecía una nube. Pasó por
encima de él. Ahora Banerjee también ha desaparecido. Por eso necesitamos el
telescopio. Tenéis que decirnos si están localizables por algún otro lugar. Dice Vera que
no abandonaremos a nadie. Solo cuando nos hayamos convencido de que están todos
muertos excepto nosotros, volveremos con la lanzadera.
—Vale. Contactaremos tan pronto sepamos algo más.
—Han desaparecido sin dejar rastro. No tenían trajes ni lanzadera, así que deben
estar a bordo, pero no los encontramos.
—Entonces entrarán por la fuerza —indica Denise—. Una carga de dinamita abre
cualquier puerta.
—Denise tiene razón —dice Irina—. La Ganymed Explorer es una trampa mortal. Y
el combustible que necesitamos para no quedarnos aquí de por vida está allá.
—No. Olvidémonos por ahora de la Holandés Errante. Debemos pillarlos allí donde
son más débiles.
—En efecto —reconoce Meltem—. Sabemos más de Anfitrite que ellos. Tenemos que
aprovechar esta ventaja. Aterrizaremos.
—No pude ir más deprisa —dice Óscar—. Tenía que hacer una simulación más.
Yuri está haciendo paquetes de comida y señala hacia la salida. Ahora ya tendrían
que marcharse. Óscar ya les contará todo de camino.
—Qué bien —se burla Meltem—. Venga, que tenemos que marcharnos ya.
Ella también coge su equipaje. Yuri flota por delante. Ojalá quepan los tres en la
esclusa.
—He comparado las fotos de la superficie durante varias órbitas —informa Óscar.
—¿Y?
—Eso ya lo sabíamos. No son animales que se desplacen por voluntad propia por el
suelo —dice Meltem.
Yuri levanta la mirada. A Óscar le importan un bledo los puntos. Para él, todo es
eficiencia. No mencionaría su descubrimiento, si no fuera porque servirá para aumentar
la eficiencia.
—El sistema nos permite recorrer mayores distancias en Anfitrite de forma segura y
sin llamar la atención —explica Óscar.
—Tampoco tenía la intención de conducir mucha distancia por ahí abajo —dice
Meltem—. Aterrizaremos cerca de la lanzadera de nuestros perseguidores y luego ya
veremos.
—Ni hablar. 300 kilómetros a pie en este caos, eso no lo conseguimos jamás en la
vida.
—Sí, aunque las fuerzas desencadenantes no parten en este caso de una luna o del
Sol.
—Si nos subimos a las serpentes adecuadas, podemos desplazarnos en pocas horas
desde nuestro punto de aterrizaje a cualquier otro punto del planeta —asegura Óscar.
—Sí, algo parecido. Puedo predecir cuándo nos tenemos que subir o bajar.
—Aunque, al parecer, son también capaces de pasar unas por encima de las otras —
dice Yuri.
—Pero eso requiere muchísima energía cinética —indica Óscar—. Por eso, en
muchos casos sale a cuenta parar un rato. Pero luego, en qué dirección seguirá es algo
donde parece que la casualidad tiene la sartén por el mando.
—Te olvidas de las dimensiones de estas estructuras —dice Óscar—. Subirse a ellas
supone, en el mejor de los casos, trepar un par de cientos de metros. Eso es más fácil
cuando las serpentes se han parado.
—Allí no hay sitio que no se vea influenciado por una serpens durante más de diez
horas.
—Ojalá no lo sepan los otros —dice Meltem—, si no, despegarán antes de que
podamos alcanzarles.
Meltem apaga las luces para el vuelo de aterrizaje. Se ha empeñado en hacer las
maniobras a mano. Yuri mira a través del pequeño ojo de buey junto a su asiento. Al
principio no puede ver nada, pero luego sus ojos se van adaptando. El planeta brilla
bajo ellos. Es un rojo tan oscuro como nunca había visto antes. Algo así como lava casi
enfriada, a punto de convertirse en roca de basalto.
Ese mundo muerto comienza a tener estructura a medida que se van acercando.
Meltem ha elegido un vuelo directo, sobrevolando solo una parte del planeta. Yuri
respira para contrarrestar la presión. No hay atmósfera que les frene la aproximación.
¿Existirán también serpentes en el manto interior del planeta? Allí debe encontrarse
el auténtico secreto de Anfitrite, el mecanismo que pone en movimiento todas esas
arrugas en su superficie. Pues, aunque las serpentes tengan diámetros de algunos
kilómetros, en comparación con el tamaño del planeta no son más que las arrugas en la
frente de un joven enfurruñado.
Yuri se fija en una de las serpentes que están sobrevolando. Acaba donde se cruza
con otra estructura. Todo parece inmóvil. Yuri mira un momento hacia delante, luego
de nuevo hacia fuera, y la serpiente parece haber dado un repentino salto.
—Querrás decir, que solo te das cuenta del movimiento cuando apartas la mirada un
momento —interviene Meltem.
No la contradice. Seguro que tiene razón y, además, hay que sumar el propio
movimiento de la cápsula. El ojo humano no es buen utensilio para medir distancias.
De repente, el módulo cae. Denise profiere un grito.
—Todo bajo control —dice Meltem—. Ha sido el ajuste automático de altura. Hemos
sobrevolado una hendidura y el sistema automático ha adaptado la altura de vuelo. Lo
he desactivado. No hay nada como un buen mando manual.
Yuri ve primero la sombra y luego la pared hacia la que están volando a toda
velocidad.
La pared se precipita hacia ellos. Yuri siente las palmas de las manos húmedas. Pero
entonces gira, justo antes de chocar. De un momento al otro ve cómo están
sobrevolando el lomo de la serpiente a muy poca distancia. Desde el espacio, la piel de
las serpentes parecía casi lisa, pero de cerca es ya otra cosa. Esa montaña hueca está
plagada de grietas, entre las que asoman rocas como una ristra de dientes afilados. Allí
abajo podría estar esperándoles un monstruo prehistórico.
Una fuerza le empuja hacia izquierda. Meltem está girando. La cápsula abandona la
espalda de la serpiente como un insecto en busca de alimento. Entran en el surco que
hay al lado pero, para decepción de Yuri, la piloto no deja que la máquina descienda.
Debería ser interesante bajar hasta el fondo del surco.
—Demasiado peligroso —dice Meltem—. Estos valles entre serpentes cambian con
facilidad su anchura. De todas formas, ya casi hemos llegado.
Pero el dragón habrá perdido la batalla, pues las serpentes siguen vivas, aunque
muestren las cicatrices de esa posible confrontación. El cinturón se le clava en el
estómago y en los hombros. El módulo desciende en caída libre. La sangre le llega a la
cabeza, le presiona las sienes y sufre un terrible ataque de migraña.
—Aterrizaje en 60 segundos —informa Meltem.
—Nada llamativo en el radar —asegura Irina—. Parece que es el único lugar en este
planeta con una superficie tan plana.
Yuri aprieta los dientes. En pantalla hace zoom hacia atrás para poder ver toda la
planicie. Dos de las serpientes acaban en esquinas opuestas del cuadrado. Parecen estar
esperando a la comida que se va a servir en esa planicie.
Meltem tiene razón. Las serpentes no son serpientes que necesiten comer. Pero aun
así…, le está costando mucho respirar. De repente se ve agachado sobre Grigori
apretándole el cuello. Se le tensan todos los músculos.
Yuri se asusta y en el mismo momento que se olvida de que debe respirar, consigue
respirar. Mierda, ¿qué ha sido eso?
Si no fuera por Irina, se habría asfixiado. Seguro. Yuri mira por la ventanilla. El aire
alrededor del módulo de aterrizaje se llena de polvo; seguramente levantado por los
gases de escape de los propulsores.
—Los sensores indican una tenue atmósfera, sobre todo de CO2 y nitrógeno —
afirma Irina—. Una décima parte, más o menos, de la presión en la Tierra.
Ha frenado su descenso, quizás para dar a Irina más tiempo para las mediciones.
—Corrijo —dice Irina—. Parece que los sensores estaban tan sorprendidos como yo,
por lo que han necesitado más tiempo. Hay mucho oxígeno, casi un cuarenta por ciento,
con gran cantidad de carbono atómico.
—Pero no os hagáis ilusiones —expone Denise—. A 0,1 bar, un 40 por ciento de CO2
no es ni de lejos suficiente para respirar sin casco.
—No hay nada en el espectro visible. Estamos levantando muchísimo polvo. Pero el
radar dice que el suelo está bien. OK por mi parte —dice Irina.
La lanzadera cae a plomo. Anfitrite solo tiene una gravedad similar a la de Marte,
pero el módulo pesas sus buenas dos toneladas. Fuera explota una repentina claridad.
Una intensa luz amarilla y blanca entra por los ojos de buey. Yuri cierra los ojos medio
segundo demasiado tarde. Le quema la retina. Se ha quedado ciego. Se lleva las manos
al casco, pero no se lo debe quitar. Ojalá el módulo soporte esa caída.
—No hay problema —dice Meltem—. Este módulo puede aterrizar en una atmósfera
donde habríamos alcanzado los 2000 grados.
El brillo va cediendo. Yuri abre los ojos. Solo una rendija, pero lo suficiente para ver
una ola de fuego recorrer la planicie, con la nave en su centro. Menuda introducción. Si
él fuera Anfitrite, expulsaría a estos impertinentes visitantes fuera del planeta. Pero no
se trata de un ser vivo.
¡Catacrac! El tren de aterrizaje toca el duro suelo. Intenta sujetar el módulo, pero no
lo consigue. No está hecho para aguantar diez veces la masa estática del módulo. La
construcción de acero se parte. El ruido con el que se rompen las riostras atraviesa a
Yuri hasta la médula.
El propulsor toca entonces el suelo y por toda la nave suena como un redoble de
campana. El propulsor es macizo en su parte más inferior. No cede tan fácilmente como
las patas de aterrizaje y transmite toda la fuerza del choque al módulo de aterrizaje.
Yuri suelta un gemido cuando llega a su asiento. Diez g o más, aunque solo durante un
segundo. Tiene la sensación de que se le parten todos los huesos, incluso los más
pequeños. Denise grita e Irina suelta palabras en ruso que no ha oído jamás. El módulo
entero se inclina hacia un lado. Yuri pierde su peso y lo vuelve a ganar cuando su
cabeza es agitada hacia los lados como el badajo de una campaña.
Yuri huele su propia sangre. Le resbala por la comisura de los labios. Han llegado.
Esta es la buena noticia. Pero el módulo habrá quedado inutilizado. Esa es la mala.
Yuri duda.
—Es una tía muy dura, lo cual admiro en muchos sentidos. En este negocio no
habría llegado muy lejos de otra forma. Pero nada de eso va a hacer que me caiga
simpática.
—Pero a lo mejor es nuestro único billete de vuelta desde aquí —indica Irina.
Irina presiona las manos contra la puerta y apuntala los pies contra la pared opuesta
para hacer presión. La puerta se abre con un ligero quejido y entran unos hilillos de
humo. Yuri da instintivamente un paso atrás.
Fuera, detrás del ojo de buey, el humo parecía más denso de lo que es ahora bajo la
luz de los focos.
Yuri pasa una pierna por encima del borde de la esclusa. La apertura rectangular de
la compuerta está inclinada, como toda la parte superior del módulo. Se sienta en la
esquina inferior y observa el suelo, a metro y medio más o menos de distancia. La
escalerilla que debería llevarle hasta la superficie está doblada. El suelo parece duro;
refleja la luz del foco con bastante intensidad. Yuri se suelta y salta.
—Déjate caer.
—Uf —exclama—. Quién diría que pondría un pie en un planeta recién descubierto.
—Entendido.
Yuri se aleja un par de pasos del módulo de aterrizaje mientras Irina y Meltem
descienden a la superficie. Desde allí puede observarlo mejor. El tren de aterrizaje está
destrozado. El módulo mismo, en forma de tonel, no parece dañado, pero la conexión
con su propulsor parece torcida. Ahora parece más un robot deforme que se inclina
respetuosamente ante un amo extraño.
—El propulsor está aún allí. Solo tendríamos que volver a montar el tonel del
módulo de alguna forma encima —dice Denise.
—Para eso necesitaríamos una grúa. Incluso aquí, el trasto este pesa un par de
toneladas.
—Al menos no tendréis que preocuparos por una supervivencia a largo plazo —
anuncia Óscar.
—Tenemos agua helada en el suelo, hay oxígeno en el aire y carbono con el que la
instalación de reciclado puede elaborar alimentos.
—No del todo. Aún queda mucho en el polvo y seguro que mucho más en un
perímetro más alejado.
—Pues suéltala.
—Es un proceso químico totalmente distinto, pero sí, la función sería comparable.
—El planeta no es tan negro porque refleje poca luz, sino porque su superficie la
aprovecha toda —comenta Yuri.
—Pues yo espero y deseo que no sea ningún tipo de vida —dice Yuri.
—Pero nos sabemos hasta cuándo se quedarán aquí los otros. Si se marchan, todo
habrá sido en balde —responde Meltem.
Una cuerda le llega al brazo. Yuri mira hacia arriba. Allí está el robot, distribuyendo
cuerdas entre todos.
Necesitan algo más de media hora para recorrer los tres kilómetros que les separan
del borde de la planicie. La zona derrumbada destaca ya sobre ellos como la sombra
más oscura de lo que les rodea. Yuri estudia una y otra vez el polvo que cubre el suelo.
Allí donde aterrizaron era de un tono gris blanquecino, pero aquí es casi totalmente
negro.
Óscar se introduce la prueba bajo su cuerpo como una gallina que va a incubar sus
huevos.
—¡Silencio! Algo está pasando con los otros —dice Meltem—. Cambiad a su
frecuencia.
—Tenéis que mirar hacia el este desde donde estamos. Fue lento al descolgarse y ha
sido arrastrado por una de estas estructuras hacia el este.
—Ya hemos mirado al este y hemos visto algo que deberíais saber, Frank.
—Ya había pasado cuando eso aterrizó del todo. Los módulos de aterrizaje suelen
soportar bastante bien el calor, por lo que no creo que el problema se haya solucionado
por sí solo. Así que deberíais estar atentos por si alguien se os acerca desde el nordeste.
—Gracias por el aviso. Pero ¿por qué tendrían que venir hacia nosotros? ¿Crees que
se quieren entregar voluntariamente? —Se carcajea.
—Los últimos metros los han bajado a mucha velocidad. Podría ser que haya
quedado inutilizable, así que seríais su única oportunidad de salir de ahí.
—Entiendo. Mantendremos los ojos bien abiertos. Pero seguir buscando como sea a
Carrington, cualquier indicio nos servirá. Es el penúltimo que nos falta. Él y Cichewski,
y entonces podremos salir de aquí. No tendría nada en contra de ello. Cuando pienso
cómo quedó el viejo desmenuzado, se me ponen los pelos de punta.
Irina les explica cómo tienen que proceder. No importa el aspecto que tenga el
tramo, todo está siempre seguro. Las cuerdas ancladas a los ganchos les sostendrán
aunque dos de ellos cayeran a la vez.
—¿Y si caemos los cuatro? —pregunta Yuri.
Óscar no dice nada. Para él, esta excursión de escalada debería ser muy complicada,
ya que solo tiene un brazo.
—Ja. No mientras tengas dos brazos y dos piernas plenamente funcionales. ¡Y ahora
en marcha!
«No mires abajo. No mires abajo». Yuri se siente como una garrapata en busca de un
lugar tranquilo y oscuro en la tripa de su víctima. La serpiente se sacudirá pronto de
encima a este parásito aprovechado, a pesar de que esta serpens apenas se mueve.
¿Cómo funcionará esto en las serpentes que ha elegido Óscar como medio de
transporte?
No mires abajo. Está jadeando. Hay que respirar lenta y profundamente para no
hiperventilar; si no, perderá la conciencia y caerá. ¿A qué altura estarán? Yuri mira
hacia abajo. Unos 40 metros o más. Mierda. Algo tira de él. Caerá, ya no le cabe duda.
De golpe siente como que pesa el doble. Están a punto de fallarle los músculos. Cierra
los ojos. Alguien le sacude un pie.
—¿Yuri?
Es Meltem, que está subiendo detrás de él. Sigue vivo. Su respiración se normaliza.
Pero en su entrepierna nota humedad. Se ha meado en el pañal. Da igual. Para eso está.
El relleno especial lo absorberá todo. Estira un brazo y toca una bota.
—¿Denise?
—He llegado al borde. Ahora tengo que pasar al otro lado —explica Irina.
Suelta un gemido.
Pues genial. A Irina no parece haberle resultado muy fácil. Su mano toca la bota de
Denise.
—Perdón.
Yuri mira hacia arriba, pero solo ve pared y noche. Se agarra a la cuerda y se tira
hacia arriba.
—¿Hacia la nada?
—Un poquito más —dice Irina—. Ya te tenemos. Ahora tienes que soltar la cuerda.
¿Que suelte la cuerda? Entonces caerá. Quiere verle muerto, no es más que un lastre
para ella. Claro. Óscar lo ha planeado todo. Sin él pueden volver a la Tierra sin
problemas.
Yuri se suelta y una fuerza tira de su cuello por encima del reborde. Queda tumbado
boca abajo, agotado. Frente a él están Irina y Denise, extremadamente cerca de un
precipicio.
Se arrastra lentamente y mira por el borde hacia el interior de la serpens. Uf. Aquí
no se baja con tanta pendiente. Parece un tobogán de parque infantil. Podrían bajar
simplemente deslizándose de culo. Aunque después vuelve a ir cuesta arriba, pero no
tan vertical como hasta ahora.
Yuri se pone de pie. Aún le tiemblan las rodillas. No tiene que mirar hacia abajo,
donde les espera la nada para acogerles en su abrazo. Irina le da un golpe sobre el
hombro. Incluso a través del cristal del casco puede ver su amplia sonrisa. Parece que se
lo ha pasado en grande trepando. Un escalofrío le recorre la espalda.
Irina estira la mano hacia su nuca y baja a Óscar de su espalda, de donde colgaba de
una cuerda.
—El fenómeno tiene una probabilidad del 85 por ciento de ser esa nube que se
mueve a gran velocidad y que vimos con el telescopio —informa Óscar.
—Rápidas, pero más lentas que el sonido. Las partículas tienen la cualidad de
destrozar a cualquier persona que se encuentre en su camino.
—Tal vez es un sistema de limpieza para las serpentes —dice Yuri—. Fijaos en las
paredes interiores. Parecen lisas como un espejo. Incluso los trozos caídos del techo tras
el derrumbe parecen estar muy pulidos.
Ilumina hacia abajo con el foco, donde hay varios trozos grandes.
—Qué más da —dice Yuri—. No sabemos cuándo llegará la nube, si es que llega, así
que no nos podemos preparar. Deberíamos darnos prisa y ya está.
—Estoy analizando la cantidad de los dos isótopos de nitrógeno 14N y 15N. Aquí
parece haber mucho más 14N que 15N.
—En el sistema solar, la relación es de unos 270 a 1. Es decir, que por cada átomo de
15N hay 270 átomos de 14N.
—Y aquí es distinto.
—En los centros de otras galaxias reinan circunstancias similares. Anfitrite podría
proceder, también, de otra galaxia.
—¿Habéis oído? Óscar dice que el planeta viene del centro de la Vía Láctea —dice
Yuri.
—Pero te he dicho que esta hipótesis solo sería válida si no existiera una explicación
de por qué ha desaparecido tanto isótopo 15N. Mis datos no son aún suficientes.
—Más tarde quizás —dice Meltem—. Primero tenemos que conseguir una forma de
volver a la nave.
—Esperad un momento, voy a ver qué hacen los otros —comenta Irina.
—Por lo visto, vio cómo la nube se llevaba al capitán. En ese momento, yo miraba
hacia otro lado y, sinceramente, me alegro de no haberlo visto.
—No —responde Meltem—, pero me temo que va a cambiar cuando una de esas
nubes convierta a uno de nosotros en polvo y yo tenga que verlo. Espero entonces ser
yo misma la víctima.
Yuri suda a mares. El ascenso es más cansado que trepar por la pared exterior, pero
al menos es un esfuerzo tolerable. Si resbalara y cayera, tendría que empezar de nuevo,
pero al menos no estaría muerto. Y el hecho de que esa nube se les pueda interponer en
el camino… ¿En serio una simple nube? ¿Qué tipo de nube será?
Si que han ido rápido. Yuri se sube al borde y se pone de pie. De repente pierde el
equilibrio. Delante de él hay una bajada muy empinada. ¿No dijo Óscar que desde aquí
podríamos subirnos a otra serpens que nos llevaría directo a los otros? Allí al fondo, sí,
es verdad, algo se está moviendo. Pero entre ambas serpentes hay un precipicio de al
menos diez metros de ancho y profundidad indeterminada.
—Tenemos que caminar un rato en esta dirección —dice Irina y señala al frente—.
Allí la separación es menor.
—Óscar, ¿por qué no nos has avisado de este precipicio? —pregunta Yuri.
—No lo consideré necesario —dice Óscar—. Es lógico que entre dos serpentes haya
un hueco más o menos grande.
—No hay problema —exclama Irina—. Allí delante el hueco es bastante más
estrecho, ¿lo veis?
—Bien, aquí solo hay como metro y medio —afirma Irina—. Será muy fácil.
Yuri se mira el hueco. Baja profundamente, seguro que hasta la corteza del planeta.
Si uno sobrevive a la caída, seguro que ahí abajo se congela.
—Si lo que hay ahí abajo es helio superfluido, mejor no caer dentro.
—Más bien sospecho que es una capa de nitrógeno congelado —anuncia Óscar—. La
capa de deslizamiento debería estar bastante más abajo.
—Voy a saltar al otro lado —dice Irina—. ¿Ves la grieta que hay ahí? Allí te puedes
sujetar bien. Luego me sigues.
—El otro lado está en movimiento —dice Meltem—. ¿Cómo funcionaría eso?
Irina salta. Parece sencillo. Ni siquiera parece haberse esforzado. Le hace un gesto
con la mano desde el otro lado.
—¡Ahora tú! —ordena—. Metro y medio, ningún problema con la baja gravedad que
hay.
Choca contra el otro lado, traslada todo su peso hacia delante y se agarra. Un brazo
aterriza sobre su hombro. Es de Irina.
Yuri asiente.
A Yuri le gustaría poder descansar un rato, pero tienen que superar el lomo de la
serpens para llegar a su destino. Son las 20 horas, hora estándar, y lleva de pie desde
medianoche. Por suerte, la parte del ascenso más empinada es al principio. Cuanto más
arriba llegan, más sencillo resulta avanzar. Yuri procura respirar de forma continua y
pausada. De vez en cuando nota un mareo. Entonces se para y mira a su alrededor. ¡Y
eso sí que vale la pena! Sus ojos se han adaptado ya bastante bien, por lo que puede ver
a kilómetros de distancia. No se distinguen colores, pero eso hace que el panorama sea
más embriagador. Puede ver lomos de montañas hasta el horizonte, iguales al lomo
sobre el que caminan. A primera vista parecen estáticos, pero si se fija en solo uno, los
demás parecen alejarse. Es un movimiento tan sutil, que su conciencia tiene problemas
para asimilarlo.
Reacciona con mareos. Yuri mira hacia el suelo, pero la cosa no mejora. Un malestar
le sube por el esófago. ¡Sobre todo no vomitar! Ya tuvo que vomitar una vez dentro del
traje y luego tuvo que estar dentro unos quince minutos más; fue el peor cuarto de hora
de su vida. Su digestión parece tranquilizarse. ¡Bien! Le entra hipo.
Irina no le pregunta nada más. Mejor, porque si no volverá a ser el que siempre los
retrasa a todos.
—Es allí —informa Meltem.
—Tened especial cuidado al bajar —dice Irina—. Nos descolgaremos más o menos
desde la mitad de la curvatura. Pero si resbaláis antes, estaréis rápidamente de camino
al abismo.
—No pretendo asustarte. Nos ataremos con cuerdas entre nosotros, eso sin duda.
Bueno, vuelta a empezar. El descenso no es tan difícil como el ascenso, pero tiene el
abismo siempre a la vista. Denise le lanza la cuerda. Se la engancha y la pasa a Meltem.
—Yo soy la más fuerte —dice Irina—, así que esta vez me quedo en la retaguardia.
Meltem, tú primera.
—De acuerdo.
Siempre un paso tras otro y sin parar de mirar las botas. Inspirar, espirar, inspirar,
espirar.
—¿Aguantará el peso?
—¿Podemos rodearla?
—La piel exterior de las serpentes tiene un grosor de muchos metros —informa
Irina—. Continuemos.
—Mis simulaciones dan el mismo resultado que mi porteadora —dice Óscar desde
la espalda de Irina.
Yuri se pone rojo. Suerte que el visor del casco le protege de la mirada de Irina.
—Lo que a veces hay que hacer. No puedo si alguien me está mirando.
También es esa su intención. Solo un par de pasos. Se gira en la dirección que recorre
el surco. Seguro que todos lo están mirando. Irina se preocupa por él. No debería haber
dicho nada. Se aleja con cuidado del grupo. El surco se vuelve más profundo. Mira
hacia atrás. Las piernas de los demás han desaparecido detrás de la pendiente. Si ahora
se agacha, será invisible para ellas. Sería perfecto, aunque Irina seguro que se
preocupará aún más. Pobre Irina. Pero ya es mayorcita. Es su decisión. Yuri se agacha,
pero aún puede ver las cabezas de las tres. Así que aún pueden verlo. Retrocede un par
de pasos. Vale. La perspectiva aquí debería ser la adecuada. Al fin tiene su necesario
momento de soledad. Un paso más.
Cae.
Tarda tres eternos segundos en darse cuenta de que ya no hay suelo bajo sus pies.
Sacude brazos y piernas, pero eso no frena su caída.
Por primera vez en treinta años se pone a rezar. Querido Dios, por favor, que sea
rápido e indoloro. No quiere despertarse con la columna rota y asfixiarse durante horas,
incapaz de mover un dedo y obligado a morir en una oscuridad impenetrable. Si
consigue mover la cara hacia delante, quizás el casco se rompe con el golpe. Entonces
solo sufrirá unos treinta segundos.
Golpea con la espalda mientras todavía está pensando. Es un golpe doloroso, pero
no pierde el conocimiento. Y la caída aún no ha finalizado. Resbala dando tumbos. Debe
ser la pared interior de la serpens, que le lleva al fondo como un tobogán.
¡Clong! Eso ha sido su cabeza, que ha chocado contra un obstáculo duro. Le retumba
el cráneo y ahora sí que se ha hecho la oscuridad total a su alrededor. Mierda, se habrá
roto el foco del casco. ¡Ahora ni siquiera tiene luz! Su descenso es ahora más lento.
Estira brazos y piernas, pero no encuentra nada a qué agarrarse.
Entonces se queda allí, como un escarabajo muerto, con las extremidades estiradas
hacia los lados. Nota el sabor de la sangre en la boca. Se habrá mordido la lengua. El
mantenimiento de vida sopla aire fresco en su casco. Chupa del tubo de agua. El agua
solo sabe un poco a hierro. No parece que la herida sea grave. Dobla los brazos y luego
las piernas. No parece haberse roto ningún hueso. El brazo izquierdo le duele, pero es
soportable. Tal vez es solo una magulladura. Su coxis también se resiente. Y su espalda.
Y su cabeza. Casi todas las partes del cuerpo dan señales de dolor hasta que consigue
sentarse. Parece que lo único que no tiene problemas ya es su digestión.
Pero está vivo. El traje sigue funcionando. Le quedan entonces 24 horas. Ha entrado,
así que habrá por algún sitio también una forma de salir. Yuri tiene la foto de las
serpentes memorizada. Tienen cientos de kilómetros de longitud. Y cuando las chicas se
hayan descolgado, se alejará de ellas con la serpiente. ¿O quizá vienen a buscarlo? No
deberían hacerlo, aunque espera que sí lo hagan. Necesitan la oportunidad de volver a
la órbita, y solo Vera Kalila puede ofrecérsela. No deben tenerle en consideración. Si no
es más que una carga.
Yuri se levanta, pero una vez de pie le sobreviene un mareo. No hay forma posible
de orientación. Tal vez su sentido del equilibrio está notando cómo se mueve la
serpiente. Aunque con un movimiento totalmente uniforme es físicamente imposible.
Camina a cuatro patas. Así está mejor.
Primero, tiene que orientarse. Se mueve unos metros en la dirección que señala su
cabeza. El suelo es y sigue plano. Entonces gira en ángulo recto a la derecha, lo mejor
que puede. El suelo sigue plano. De acuerdo. Otro ángulo de noventa grados. El suelo
sigue plano. Último giro. Ahora debería ser el momento. Y mira por dónde, el suelo
empieza a subir. Ha encontrado la pared. Ya habían superado el lomo de la serpens. Si
ahora se desplaza hacia la izquierda, irá en el sentido de la marcha. Pero eso no es
bueno; se alejará con mayor rapidez de los demás. Así que mejor a la derecha.
Yuri se desplaza como un escarabajo a través de la oscura cueva. Avanza muy
despacio. Se convence una y otra vez de que la pared está a su izquierda. ¡No debe
perder la orientación!
Entonces oye una especie de zumbido. Es muy tenue, pero aún perceptible.
Aumenta la sensibilidad de los micrófonos de exterior. El zumbido aumenta. Es como
un enjambre, solo que una octava más alto. Debe ser la nube. Sus finas partículas rozan
las paredes y generan este zumbido agudo.
Siente como le entra el pánico. Bebe algo de agua y se atraganta. ¿Hacia dónde? Se
desplaza al azar hacia la derecha. Allí no hay protección alguna. Se levanta y camina
hacia la izquierda. Nada. Está inexorablemente expuesto a la nube. ¿Cómo la describió
Strombomboli? Lo disolverá como si no hubiera existido nunca. Al menos será una
muerte rápida. ¿Qué mejor final podría desear? Le será imposible encontrar el camino
de vuelta a las chicas y asfixiarse cuando se acabe la reserva de oxígeno será una
auténtica tortura.
Se queda quieto y estira los brazos. Así le golpeará la nube de lleno. ¿A qué
velocidad irá? Dos, tres segundos, mucho más tiempo no le dolerá esa muerte. Incluso a
lo mejor ni siquiera siente nada; a fin de cuentas, todos sus nervios serán convertidos en
polvo. Es la mejor muerte que puede tener aquí, en Anfitrite. Solo le da pena Irina.
Podría haber llegado a haber algo entre ellos. No sabe qué, pero sería algo merecido que
hubiera surgido algo. No por él, que es un asesino, pero sí para Irina.
Una mancha de luz baila por las paredes. «¿Qué es eso? ¿Un efecto de luminiscencia
causado por el rápido movimiento de la nube?». Sigue la mancha de luz que parece
haberle descubierto, porque ahora se le acerca. Es una luz cálida, casi amarilla, típica de
un foco de casco. Pero es demasiado clara. Solo Dios podría hacer brillar una luz así de
fuerte.
En la radio del casco se oyen crujidos. Deben ser interferencias. La nube seguro que
va cargada eléctricamente. La mancha de luz empieza a bailar. Se mueve rápidamente
hacia él. Yuri se queda congelado. ¿Qué querrá la luz de él ahora? La mancha posee
ahora unas extremidades hacia arriba y hacia abajo. No es una luz. Es un ser informe
con una joroba inmensa y ojo de cíclope que corre hacia él remando con los brazos.
Es Irina. Es imposible. ¿Apartarse? ¿Hacia dónde? Aquí no hay nada. ¿Por qué habrá
venido? Morirá con él. Y eso no tiene sentido.
—¡A… ondo!
El ruido de la nube lo cubre todo. ¿Qué quiere Irina que haga? Baja los brazos. La
mancha baila un momento hacia un lado. «Al fondo» debe haberle dicho, ya que
proyecta hacia allí su mancha de luz, donde aparecen largas sombras. ¡Rocas! Están a
solo siete u ocho metros, pero en la total oscuridad no sabía que estaban ahí. Incluso
puede que se haya movido a su alrededor. Yuri sale corriendo hacia ellas. Se lanza al
suelo, pero algo le agarra y le arrastra un par de metros por el duro suelo y, al final, un
cuerpo blando aterriza sobre él.
Ahora ya la entiende bien. Su casco está muy cerca del suyo. Se sujetan entre sí. La
nube pasa entonces por encima de ellos. El haz de luz del casco de Irina la ilumina como
si fuera un objeto sólido. Ojalá la nube no les detecte. Y efectivamente se marcha sin
darse cuenta de su presencia. No es un ser en busca de alimento. El zumbido es ahora
mucho más débil. Lo oyen un rato más mientras respiran al unísono.
—No. Hemos quedado que sigan su camino e intenten conseguir ese billete de
vuelta, de la forma que sea, mientras yo bajaba a buscarte.
—No me metas, robotito —exclama Irina—. Pero tiene razón. Meltem estaba en
contra de bajar a buscarte. Y Denise se empeñaba en acompañarme. Al final, tuvimos
que llegar a un compromiso.
—¿Realmente crees que existe alguna solución diplomática? Esta Vera no me parece
dispuesta a aceptar ningún tipo de compromiso.
—Es una profesional. Si reconoce una ventaja, la aprovechará. Creo que se parece en
cierta manera a Meltem. Nuestra capitana también consiguió hacerse amiga de sus
propios secuestradores, porque así consiguió la oportunidad de visitar Anfitrite.
—La serpiente nos aleja de los demás más rápido de lo que podemos correr. Si
caminamos en dirección contraria al avance de la serpens, al menos no nos apartaremos
tan rápido de las demás —dice Yuri.
—Un momento —dice Óscar—. He mirado las fotos de la superficie. En la dirección
contraria hay un derrumbe por el que podríamos salir de la serpens.
—En ese tiempo, la serpiente nos desplaza 35 kilómetros hacia el sur. Más los 17,
serán 52 kilómetros —dice Yuri—. Entonces once horas de vuelta si es que hay un
camino practicable…
—Creo que nos podemos olvidar de los demás —interviene Irina—. Ya habrán
encontrado una forma de negociar con Vera, o no. Pero de una u otra forma, no serviría
de nada. Necesitamos oxígeno fresco, así que deberíamos intentar regresar a nuestro
módulo de aterrizaje. Aire hay allí seguro; y comida. A lo mejor hasta podemos
repararlo para volver a la Ganymed Explorer.
—Mis simulaciones dan como resultado que nuestra posibilidad de alcanzar juntos
el módulo de aterrizaje es del 2,4 por ciento.
—Gracias, Óscar. Muy enriquecedor, eso que nos cuentas —dice Yuri.
—¿Significa eso que tú solo podrías lograrlo antes? —pregunta Irina—. Podrías
traerte una bombona de oxígeno…
—Qué pena. Pues entonces probaremos sacar todo lo posible de ese 2,4 por ciento.
Yuri suspira. Preferiría quedarse sentado detrás de la roca y pasar sus últimas horas
haciendo el vago, pero Irina no cede. Debería haberse quedado con las otras y sus
posibilidades estarían por encima de ese ridículo 2,4 por ciento.
—¿Cuál es, en tus simulaciones, el factor que más reduce nuestras posibilidades? —
pregunta Irina—. Quizá podemos sacarlo de alguna forma de esa ecuación mortal.
—Con bastante seguridad nos atrapará la nube antes de llegar al hueco de salida.
Pero aunque encontrásemos cada vez un lugar donde protegernos, al llegar arriba se os
habrá acabado el aire. Seguramente muera primero Yuri y luego tú, pues él tiene un
consumo de oxígeno algo mayor.
—Pero ¿cómo consigues, con estos pronósticos tan funestos, llegar a un valor por
encima de cero? —pregunta Irina.
—¿El Factor I?
«Su colega Einstein, vaya, vaya. La I seguro que es abreviatura de Irina». Pero ni
siquiera Irina no puede hacer milagros, por eso la constante es solo del 2,4 por ciento.
—Está bien —dice Irina—. Pongámonos en marcha y hagámosle todos los honores al
Factor I.
La primera nube les alcanza al cabo de una hora. Óscar tiene mejor oído que Yuri e
Irina. Tienen casi diez minutos para encontrar cobijo. Empiezan a correr, porque desde
que iniciaron la marcha en la oscura cueva no han encontrado aún nada que les proteja.
En el minuto nueve aparecen al fin un par de rocas, detrás de las que se pueden
parapetar.
—Correcto —dice Óscar—. Os seguiré a mayor distancia. Así oiré la nube mucho
antes que vosotros. En esta oscuridad puedo entonces avisaros con el foco y el altavoz
desde mi carcasa.
—Mis simulaciones dicen que, en este caso, dispondríais de hasta 30 minutos para
buscaros un escondrijo adecuado.
—¿Y qué pasaría contigo? —pregunta Yuri—. ¿O es que la nube no te puede hacer
nada?
—No cuento con que mi cuerpo siga existiendo una vez pasada la nube.
—Entonces ni hablar.
Yuri traga. El robot le parece a estas alturas tan vivo… ¿Pueden realmente dejarlo
morir? Pero ¿es capaz de morirse?
—Hazle el favor, Yuri —dice Irina—. Ya sabes cómo se desmonta el brazo. Así
tendrá al menos la sensación de que algo de él sobrevive.
—De acuerdo.
—Ahora deberíais marcharos —dice Óscar—. Así puedo avisaros con más
antelación. Yo me quedaré aquí esperando veinte minutos.
—Tiene razón, Yuri. Nos tenemos que ir.
Yuri mira al robot, un disco plano con pequeñas ruedecillas que quiere salvarles la
vida. Irina tira de su manga. Se gira y se ponen a caminar rápido.
Al cabo de una hora oyen a lo lejos un ruido. Irina señala hacia atrás.
Yuri suspira. Se ponen a correr. Esta vez tardan 14 minutos en encontrar cobijo. Yuri
levanta un poco la cabeza sobre la roca, pero el foco ya no puede verse. Irina le arrastra
hacia abajo. La nube pasa por encima de ellos sin tocarlos. En algún lugar de esta nube
flotan también minúsculas partículas que pertenecieron en su momento al cuerpo de
Óscar.
—Parece que el ritmo de paso es de exactamente una hora —dice Yuri—. Hay
tiempo suficiente para ver qué le ha pasado a Óscar.
—Ven —dice—. Tenemos que continuar. Nos queda una hora escasa para alcanzar
el derrumbe.
—Venga, lo podemos conseguir —exclama Yuri—. Solo 25 minutos más para salir
de esta cueva de muerte.
—Demasiado arriesgado. No sabemos a ciencia cierta cuándo llegará la siguiente
nube ni si habrá protección allí.
—Quieres morir, así que solo te lo estoy facilitando. Estoy hasta las narices de este
constante numerito de suicida.
Yuri asiente. Esa mujer está loca. ¿Realmente le habría dejado morir? Pero tiene
razón. Se comporta como si estuviera ya harto de vivir. Pero no lo está. Se acaba de dar
cuenta. No quiere morir.
El zumbido se acerca. Irina se señala la muñeca. Desde la última nube han pasado
solo 47 minutos.
¡Al fin! Yuri se deja caer. Han escapado de las tripas de la serpiente y han
recuperado su sitio en el palco de honor sobre el lomo exterior. Fantástico. No los acerca
al módulo de aterrizaje sino todo lo contrario, los aleja. Con la pérdida de Óscar no
tienen ahora ni siquiera un mapa a seguir. Nadie les dice a qué serpiente se pueden
subir para estar cuándo y dónde en cualquier momento.
—Al contrario, tiene mucho sentido —la contradice Yuri—. Y es que estamos aquí
juntos, disfrutando del paisaje, en lugar de pudrirnos en una celda.
—Aunque pienso que deberías poder disfrutar del paisaje con Meltem y Denise.
—Yuri, no hay nadie en el mundo con el que prefiriera estar en este lugar más que
contigo.
Oh. Una sombra de tristeza pasa por su cabeza. Pero Irina no parece triste. Les
quedan un par de horas juntos aquí, entonces morirán, aunque a Irina no parece
molestarle. ¿En serio que es por él? Eso es totalmente imposible. Debe verle de forma
muy distinta a como se ve a sí mismo.
Entonces apoya el suyo contra él. Los cascos se tocan. Ambos ven el mismo y
fantástico panorama, un brillo rojo oscuro, casi imposible de diferenciar del negro, en el
que montañas enteras se mueven como los brazos de un kraken, y todo ello en completo
silencio. Anfitrite es único.
—Wut-wut-wut-wut-wut.
—Canal 37.
¿Es una trampa? No, no puede ser. De Meltem nunca sabe qué esperar, pero Denise
les haría algún gesto. Abrazan a Meltem y Denise y ascienden por una escalerilla.
—No teníamos más que seguir a la serpiente en la que habías caído —dice Denise—.
Estoy tan contenta de haberos encontrado.
Yuri pega un respingo. La mujer lleva un táser en la mano. ¿Son ahora sus
prisioneros? Tantas molestias para acabar de nuevo en una prisión china…
—No se preocupe, Yuri. Usted no tiene por qué acompañarnos. Usted es parte del
acuerdo que su capitana ha acordado conmigo. La señora Miraloğlu ha conseguido
salvar a Pippen y a Crowley. Ambos habían caído en el hueco entre dos de estas
serpientes. Diez minutos más y habrían muerto chafados. Dos vidas por otras dos, eso
es justo.
—¿Y el seguro?
—Informaré, fiel a la verdad, de que la Ganymed Explorer ha quedado varada en la
órbita de Anfitrite por falta de masa de apoyo. Dispondrán de unos dos años hasta que
alguien venga a echar un vistazo a la nave. Es un tiempo bastante largo. Me gustaría
saber cómo lo aprovecharán. Busquen masa de apoyo, pónganse cómodos en el planeta,
todo un nuevo mundo les espera. No es el más bonito, precisamente, pero la belleza
siempre está en la mirada del observador.
—Ja, ja, Yuri. Hace ya tiempo que me di cuenta de que no era más que un truco. No
hay mal que por bien no venga. Así que entra en la lanzadera. Tengo ganas de volver
por fin a la Tierra.
Yuri se gira. Denise está hecha un mar de lágrimas. La abraza. Meltem le da la mano.
Está fría.
—Os deseo lo mejor, de todo corazón —dice Meltem—. Sobre todo, que os
encontréis. Lo hace todo mucho más fácil.
Mira a Denise y de repente hay mucha más calidez en su mirada. Irina abraza
también a Denise y le da la mano a Meltem.
—No sé —dice Meltem—. Tengo así como una sensación de que aún no te has
quedado harta de Anfitrite.
Eso es bueno. Es una pletina virgen que ha encontrado en el almacén. Hasta ahora
no había entablado nunca amistad con un programa. Cambia al registro de copias de
seguridad del ordenador principal. Aquí es donde se guardó el sistema de Óscar. La
copia no es muy actual, pero posee todas las funciones que pertenecen a la personalidad
de Óscar. Con una orden, copia el contenido en la pletina. Observa con satisfacción la
barra de progreso que se mueve hacia la derecha.
Últimamente ha reinado mucho silencio a bordo. Ya no son cuatro, sino solo dos y ni
él ni Irina están muy de humor para soltar chistes o aliviar la tensión de otra forma. Ya
va siendo hora de que regrese Óscar. Como base ha utilizado una fresadora de hielo
automotriz, destinada inicialmente para investigar el océano de Ganímedes y equipada
también con un pequeño sistema aspirador. La forma es casi idéntica a la de su cuerpo
anterior, aunque ahora es incluso impermeable y capaz de nadar. Yuri logra instalarle el
brazo que pudieron salvar y aún conservaba en la mochila. Sea como sea, Óscar tiene
que resucitar.
De nuevo una barra de progreso se desplaza hacia la derecha. Óscar arranca por
primera vez. Ojalá funcione el plan.
—¿A que te pateo los bomboncitos? —Meltem se pone de pie frente a Strombomboli.
—Pues te lo ahorras de aquí en adelante, o te daré tal repaso a fondo delante de tus
compañeros, que me pedirás clemencia.
Denise pone la mano sobre el hombro de Meltem. Seguro que solo la pretende
tranquilizar, pero Meltem se sacude la mano de encima. A los maleducados hay que
enseñarles dónde cuelga la vara, si no, no paran nunca.
Comparten la cabina del capitán muerto. Los primeros días se les hacía raro, porque
todo olía aún a hombre, pero una vez lavado y limpiado todo, se siente casi como en
casa. Meltem mira la hora. Había una reunión programada para las ocho. ¿Dónde estará
Vera?
—Ven, vamos a echar un vistazo al laboratorio —dice.
La nueva capitana, Nkrumah y Shultz están alrededor de una mesa de trabajo junto
a la pared. Vera manipula un microscopio.
—Es que esto era demasiado emocionante —dice Vera—. Nkrumah es químico y
biólogo, por si no lo sabíais. Ha conseguido realmente activar el polvo que trajimos de
Anfitrite.
—¿Activarlo?
—Tras el tiempo en el vacío parecía muerto; solo polvo cristalino, nada más —dice
Nkrumah—. Miradlo ahora por el microscopio.
Se aparta un paso. Meltem deja que Denise mire primero. Se inclina sobre el ocular.
—Entiendo.
Denise la deja mirar por el microscopio. En el ocular, Meltem puede ver unas hojitas
negras, delicadas, que recuerdan a alas de mariposa. Se mueven excitadas.
—Todo lo que pueden conseguir.
—¿Y el experimento está validado? ¿No hay fuentes de energía adicionales? ¿Habéis
eliminado todos los campos electromagnéticos de otras fuentes?
—Ya sabía yo que esa excursión valdría la pena. La Holandés Errante viaja por
orden de la aseguradora Union, así que todos los descubrimientos nos pertenecen.
—No me suena ese nombre. ¿Te refieres a esa nave que está orbitando Anfitrite
vacía y sin combustible? Tú y Denise fuisteis las únicas testigos y os hemos salvado de
esos delincuentes, ¿o es que ya lo habéis olvidado?
—Te quedan un par de meses por delante para solucionar ese problema —dice Vera.
25 de diciembre de 2078, Ganymed Explorer
Ha adornado el brazo de Óscar con varillas de metal pintadas de verde. Parece más
bien un cepillo de WC accidentado, pero la vela en el extremo es evidente. No puede
encenderla, porque el mantenimiento de vida protestaría. Ya lo ha probado.
—Ya te dije que los arbolitos de Navidad no me van para nada —contesta Irina.
Irina sonríe. Nada ha cambiado en su relación amistosa, pero sobre todo porque
ambos disfrutan de este período de ilusión. La siguiente nave no llegará aquí antes de
dos años. A saber lo que puede llegar a pasarles hasta entonces.
—Mi simulación dice que hay un 93 por ciento de probabilidad de que nos
olvidemos algo.
—¿Algo importante?
—Lo sabremos cuando lo echemos en falta.
—Pues habrá que vivir con ello. ¿Sigue ahí la planicie sobre la que aterrizamos la
última vez?
—Sí, parece ser uno de los pocos lugares estables en Anfitrite. Pero recomendaría
igualmente otro lugar de aterrizaje.
—¿Cuál?
—El derrumbe en la serpens vecina. Si no, tendríamos que desplazar el rover por la
pared hasta la entrada.
—Porque mis simulaciones son bastante más eficientes que vuestro mecanismo de
pensamiento.
Queridas lectoras, queridos lectores: Ha sido un camino muy largo hasta aquí. Han
recorrido miles de millones de kilómetros junto con Yuri, Irina, Meltem y Denise.
Espero que se hayan encariñado un poco con ellos, pues los volverán a ver pronto. Irina
y Yuri van a iniciar un viaje de exploración. Pero mientras tanto, el Planeta Negro se
acerca al interior del sistema solar. Parece ser que posee algo de un valor incalculable y
que, a la vez, representa un gravísimo peligro. Por ello empezará pronto una carrera.
Solo el pequeño grupo alrededor de Yuri conoce toda la verdad, y ahora resulta que
tienen el deber de salvar un mundo entero de la hecatombe.
Brandon Q. Morris
Planeta 9 – La nueva biografía
¿Cuántos planetas tiene nuestro sistema solar? Suena más a pregunta trampa,
¿verdad? Hasta 2006, los nueve planetas de nuestro sistema solar eran, empezando por
el más cercado al Sol y alejándonos, los siguientes: Mercurio, Venus, Tierra, Marte,
Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. Y digo «hasta 2006» porque la Unión
Astronómica Internacional (UAI), en su 26ª Asamblea General en Praga, decidió
clasificar a Plutón en la categoría recién inventada de «planetas enanos».
Que en el orden del día hubiera el deseo de una nueva definición no era nada
espectacular, ya que los astrónomos suelen cambiar regularmente de opinión en
muchas cosas, para mantener el ritmo del desarrollo. Tras el descubrimiento de Urano
en 1781 por Wilhelm Herschel, durante el siguiente siglo XIX se acumularon los
descubrimientos. Primero llegaron Ceres, Pallas, Juno, Vesta y Astraea (todos en la zona
entre Marte y Júpiter). Entonces, Johann Gottfried Galle descubrió Neptuno, por lo que
la cantidad de planetas aumentó a 13. Finalmente se vieron obligados a poner un poco
de orden. Solo pudo quedarse Neptuno como octavo planeta.
Lo que ha hecho que la decisión de la UAI haya sido tan controvertida hasta hoy es,
entre otras cosas, el criterio recién introducido de que un planeta, si quiere ser
considerado como tal, debe haber limpiado su órbita: no puede haber más cuerpos
celestes dando la vuelta al Sol en su misma órbita. Para algunos astrónomos resulta algo
sutil. A fin de cuentas, excepto Mercurio y Saturno, todos los planetas tienen los
llamados troyanos, que son asteroides que acompañan a ese cuerpo celeste en uno de
los puntos Lagrange. A ello hay que añadir que Plutón necesita 250 años para dar una
vuelta al Sol (por lo que en su largo recorrido no le queda tiempo para «limpiar» su
órbita con su gravedad) y, además, cruza la órbita de Neptuno; ¿quién debería hacerse
responsable de esto, entonces?
El hecho de degradar a Plutón en su categoría se debió principalmente al solicitante.
El astrónomo estadounidense Michael (Mike) E. Brown no solo es un orador muy
elocuente, sino que tres años antes había hecho un descubrimiento que llamó mucho la
atención y que, desde entonces, ha conferido bastante peso a sus palabras en círculos
científicos.
El objeto se menciona en los medios a menudo también como «Planeta X». Y esto
puede resultar bastante confuso, pues a veces una X así se toma por la cifra romana de
10; y Sedna mismo ha sido considerado durante bastante tiempo como décimo planeta.
Pero esta abreviatura hace ante todo referencia a un cuerpo celeste anunciado a
principios del siglo XX por el astrónomo Percival Lowell.
Para no perder aquí el Norte, vale la pena echar un vistazo a la historia de los
descubrimientos de planetas. Los seis planetas que pueden verse a simple vista, todos
hasta Saturno incluido, se conocen ya desde la antigüedad. Pero no fue hasta 1690 que
se catalogó a Urano.
Hasta entonces, los posibles candidatos a planeta se reconocían solo por el hecho de
moverse en relación con el firmamento de estrellas fijas. En el siglo siguiente se dio un
salto cualitativo en la historia de la investigación que debía desembocar en el
descubrimiento del Noveno Planeta.
Y lo dejó así, lo cual es, de por sí, sorprendente. Tal vez era demasiado
autocomplaciente como para convertir eso en un tema importante. Cuando el saboyano
falleció en 1843, sus tablas, minuciosamente elaboradas y rellenadas, cayeron en manos
de un colega que reconoció su significado científico.
Era Urbain Le Verrier, que con esas notas de Bouvard calculó la órbita del
desconocido objeto y demostró que las variaciones no podían ser causadas por los
planetas conocidos. En 1846 presentó su trabajo ante la Academia de París.
Muy enfadado, Le Verrier contactó entonces con un alemán que hacía poco le había
enviado su excelente tesis doctoral: el hijo de un horneador de brea llamado Galle. El
joven Johann Gottfried se sentó aquella misma noche (la carta de Le Verrier le llegó el
23 de septiembre de 1846) ante el telescopio refractor de Fraunhofer de 22 cm en el
observatorio astronómico de Berlín, donde trabajaba… y encontró el cuerpo celeste al
cabo de media hora.
Dedujo así la existencia de otro planeta que giraba más al interior alrededor del Sol y
lo bautizó como Vulcano. Para variar, se equivocaba, pues hasta hoy no se ha podido
encontrar ese nuevo planeta. Sin embargo, la idea no se ha descartado aún del todo,
pues según los datos actuales podría existir allí un «cinturón de asteroides» poco
poblado. Sus hipotéticos componentes se laman vulcanoides; resulta muy difícil poder
observarlos y ya hay de camino una sonda que se atreverá a acercarse más al Sol: La
Parker Solar Probe despegó en 2018 y está previsto que alcance su posición de destino
en Navidades de 2024.
Percival Lowell, hijo de una de las familias más ricas de Boston, empezó mirando las
estrellas por afición, pero se fue ocupando cada vez con mayor seriedad al tema. Hizo
construir un observatorio, equipado con un potentísimo telescopio de espejo, y se
dedicó a estudiar los «canales de Marte». Cuando al final resultaron ser un efecto
óptico, buscó (sin éxito) el Planeta X. Catorce años después de la muerte de Lowell se
llegó realmente a descubrir algo en su observatorio.
No obstante, se hizo otro descubrimiento. Entre los TNO hoy conocidos hay un
grupo que, por sus estiradísimas órbitas, reciben el apelativo adicional de «altamente
extremos». Y otra cosa notoria: las elipses de la mayoría de ellos se juntan en grupos,
como si tuvieran todos más o menos la misma dirección y los planos de las órbitas
parecen establecerse en un horizonte común, todas con una inclinación notablemente
similar contra la eclíptica del sistema.
Para citar a Mike Brown: «That’s when I thought something funny is going on here»
(Fue cuando pensé que algo curioso estaba pasando aquí). Así que se dirigió a
Konstantin Batygin, especializado en el procesamiento de datos astronómicos. El ruso
hizo sus cálculos y dedujo finalmente que la explicación más sencilla sería un planeta
aún desconocido, cuya influencia gravitatoria mantiene los objetos en sus órbitas.
Brown y Batygin los utilizaron para echar el tiempo atrás cuatro mil millones de
años y simular cómo se habría desarrollado el sistema solar con la inclusión de un
planeta desconocido; pero ¿dónde meter su órbita?
A Mike Brown le gusta explicar la anécdota de cuando le preguntó a su hija, que por
entonces tenía diez años, dónde pondría ella ese cuestionado planeta. Se pueden ver
media docena de planetas pequeños, cuyas órbitas parecen salir de la eclíptica principal
y se estiran en una determinada dirección. La respuesta lógica de su hija fue: por fuera.
Ese cuerpo macizo debía rodearlos a todos como un perro pastor al rebaño. La tracción
de su gravedad mantiene a los planetas en sus órbitas no convencionales y se ha
encargado hasta hoy de que ninguno se escape.
Los investigadores poblaron así ese sistema primigenio con innumerables trozos,
como los que debían poblar la zona en su día, añadieron un planeta extra y pusieron en
marcha la simulación. En la animación mostrada en sus presentaciones, una nube en
forma de bola de rocas pintadas de azul rellenaba el sistema casi en su totalidad. Solo se
veía la órbita en rojo del Planeta Nueve. A cámara rápida, la bola empieza a pulsar y, en
poco tiempo, la mayoría de los puntos azules salen disparados fuera del sistema. A
medida que la película se acerca a la actualidad, casi todos los trozos han desaparecido;
solo se han estabilizado media docena que parecen obedecer a los dictados gravitatorios
de la elipse roja.
El tema, sin embargo, tiene un defectillo. Y es que las órbitas de los objetos que
permanecieron dentro están, solo en proximidad al Sol, justo dentro de la zona de
influencia del Noveno Planeta y asoman casi exactamente en dirección contraria. El
perro había ahuyentado al rebaño, o, en palabras de los dos físicos: «Estábamos
totalmente equivocados».
Pero tan «totalmente equivocados», que el tema se solucionó girando la órbita del
perro pastor 180 grados, es decir, su elipse alrededor del punto central (el Sol). Tras un
consumo de dos gigavatios hora de los ordenadores de Caltech, los probandos giraban
más o menos allí donde hoy se encuentran los TNO en cuestión.
En lo que respecta al tamaño, el Noveno Planeta debería ser más o menos el doble
de grande y seis veces más pesado que la Tierra. Sobre su composición poco se puede
predecir. Brown apuesta por un objeto de gas y hielo, similar a Neptuno, suponiendo
que el planeta se hubiera creado en la región de nuestro sistema, donde se formaron
también gigantes gaseosos. Pero hay muchos escenarios más imaginables. Hoy se sabe
ya, que al principio de los tiempos, los objetos celestes se paseaban como nómadas por
ahí (es la llamada migración planetaria). Así, el Noveno Planeta podría muy bien ser un
objeto rocoso lanzado fuera de su órbita.
O quizás ni siquiera proceda de aquí, sino que es un planeta interestelar (en inglés:
rogue planet) que fue captado por la gravedad de nuestra estrella central. Respecto a su
estructura, todas las opciones están abiertas, lo cual despertaría también el interés de
empresas mineras privadas que buscan recursos minerales raros y de gran valor.
Hay dos razones evidentes: que es demasiado tenue para poder percibirlo a simple
vista y, con una órbita de unos 10.000 años, demasiado lento para poder detectar su
movimiento en imágenes telescópicas. Aunque, por paradójico que parezca, lo más
determinante es su relativa proximidad. Desde nuestro observatorio podría estar en
cualquier lugar del firmamento.
Dicho esto, la probabilidad de que nuestro sistema solar incremente su familia antes
de que acabe el decenio es bastante alta. La expectación es grande, pues, en lo que se
refiere a descubrimientos de planetas, las últimas décadas han sido bastante aburridas,
como dice Brown.
¿Qué es la migración planetaria?
Hay teorías, como la del Modelo de Nizza o el Modelo Grand-Tack, que parten del
hecho de que hay planetas que no se formaron allí donde están girando, sino que
tuvieron algunos cambios de lugar en la antigüedad del sistema solar. De esta forma se
pueden explicar ciertas particularidades en la composición del sistema o el supuesto
gran bombardeo (en inglés: Late Heavy Bombardment o LHB).
Aún no se ha aclarado por qué Júpiter regresó tan rápido. En 2011, David Nesvorny
del Southwest Research Institute presentó una solución interesante. Si añadimos al
modelo de cálculo un hipotético quinto gigante, la ecuación resulta que sale. Pero al
contrario que los demás de su estilo, este fue expulsado del sistema.
En teoría, el Novelo Planeta podría bien ser el quinto planeta gaseoso que nos falta.
Bajo ciertas circunstancias, podríamos imaginarnos que se trata de un objeto rocoso
gigante, que fue expulsado a su lejana órbita con los movimientos migratorios que
tuvieron lugar.
¿Cuándo se creó Anfitrite?
En los orígenes del sistema solar, Urano y Neptuno estaban también mucho más cerca
del Sol. Allí a lo lejos, donde orbitan hoy, podría haber habido un cinturón de núcleos
planetarios equivalente a 35 veces la masa de la Tierra, del cual surgiera un planeta
rocoso de hasta dos veces la masa de la Tierra y que los astrónomos llaman Anfitrite.
Anfitrite es una Nereida de la mitología griega, que dominaba los mares, y que era la
esposa de Poseidón (cuya versión romana es Neptuno). Es la madre del dios del mar
Tritón.
Y así es como ven los investigadores su función en el firmamento. Pues cuando los
planetas gaseosos se movieron hacia fuera, Neptuno o Urano colisionaron con Anfitrite.
La luna Tritón de Anfitrite fue entonces captada por Neptuno. Lo que le sucedió
entonces a Anfitrite no está nada claro. ¿Fue simplemente tragada por ellos? ¿O tal vez
sí que ha sobrevivido un resto que ahora gira alrededor del Sol en una órbita muy
excéntrica?
Anfitrite - 2
15 de mayo de 2078, SS Reliable
Aún vive, así que puede concentrarse en sus necesidades matutinas. Empezará con
un cruasán recién horneado, un café negro bien fuerte y, luego, a aliviarse. Su esfínter
no está todavía muy convencido. Parece haberse escondido, atemorizado en una
esquina, y Doug le guardará rencor por ello. La nave es un cilindro, de no-sé-cuantos
metros de largo y con un diámetro al cuadrado por pi y un cuarto… Total, que tiene
aire de sobras. Pasarán muchas horas, hasta que por ese agujerito, más pequeño que su
esfínter, haya salido todo el aire de la nave.
Mierda de siseo. Es que no ayudan ni las matemáticas. ¡Allí fuera tampoco hay un
infierno, solo el vacío! Una diferencia de presión de un ridículo bar, lo mismo que si
bajaras diez metros buceando. Pero su cuerpo le decepciona. Doug se desabrocha el
cinturón. Quizá la culpable es la microgravedad. Lleva días acercándose a su destino sin
propulsión. Esa misma noche se tomará una pastilla.
La consola de navegación empieza a pitar. La pantalla está tan negra como su café,
pero una lucecita le avisa de que ha entrado un mensaje. Para Mary nada va lo
suficientemente deprisa. Ya sabe que, por las mañanas, necesita algo más de tiempo.
Que, con 64 tacos, uno ya no es el jovencito de antaño.
Doug amplía la imagen en pantalla. Nada. Todo negro. Aumenta el contraste. Sigue
sin ver nada. El negro más negro que uno pueda imaginarse. Es como si mirara justo a
través de las estrellas.
—Lo siento Mary, pero no puedo ver nada de nada —responde al final.
Tras ella, algo más lejos, puede oír un maullido. Doug sonríe. Debe ser Kiska, su
gata. Mary la llamó así, porque «Kiska», en su lengua materna, significa «gatita». Doug
la llama así, porque le recuerda su querida nave anterior, la que tuvo que cambiar por
un puñado de dólares tras los sucesos del 72 y con el que abrieron su nueva empresa.
—Estoy segura de que estás en el lugar correcto, Doug —dice Mary—. Mira bien a tu
alrededor. Ese trasto está ahí en L2 y, según los últimos datos, tenía combustible
suficiente para mantenerse en su posición.
¿Dónde puñetas está el botón del láser? No deberían haber aceptado este encargo.
Medio millón en ocho semanas, parece que su capacidad de raciocinio claudicó ante
esas palabras.
—Salvage Ship Reliable a base, creo que he encontrado algo, al fin —dice por radio.
Aunque podría tratarse de una interferencia. ¡Ya podrían haber invertido aquellos
45.000 yuanes en el puñetero radar! Pero la vendedora china en la Gateway quería
cobrar en bitcoins anónimos y ninguno de sus conocidos había visto a esa mujer antes.
No habrían sido los primeros en ser estafados con un juguete excesivamente caro.
Desde que la Lunar Gateway se abrió al tráfico espacial privado, está llena de
estafadores de poca monta.
El ordenador traduce los impulsos láser a sonidos primitivos. ¡Ahí está! Va bien, ya
no hay error posible. Medio millón de yuanes… ¿cuánto serán en dólares? Tiene que
preguntárselo a Mary. A lo mejor pueden permitirse al fin una casa en Kentucky, donde
algún día podrán vivir juntos.
—SS Reliable a base —dice Doug—. Estoy en rumbo al objeto. Seguramente podrás
calcular con mayor precisión cuándo llegaré allí. Me voy a estirar un rato, ya que no hay
nada más que hacer. Dale un beso en el morrito a Kiska de mi parte.
Doug adjunta las coordenadas del objetivo a su mensaje. Mary es mejor en mates que
él. Por eso se ocupa de la parte de los negocios en su empresa conjunta, mientras él se
limita a recuperar la chatarra. Doug echa el respaldo del asiento de comandante hacia
atrás, coge la manta del suelo, se la echa por encima, se abrocha el cinturón y cierra los
ojos.
El siseo sigue. Pero eso puede esperar. Ahora necesita una buena siesta.
—Base a Reliable —se comunica Mary por la radio—. ¿Qué puñetas está pasando
ahí? ¡Me llegan todo tipo de mensajes de actividad!
¡Ojalá lo supiera! La pantalla está empañada. Pasa la mano izquierda por encima
mientras se sujeta con la derecha para contrarrestar el movimiento de giro de la nave.
En la pantalla ve un rombo que brilla en un gris raro. No. Más bien es como una
cometa, un rombo con dos lados más cortos y dos más largos. Gira lentamente, pero
crece a toda velocidad. Ese objeto debe medir unos diez metros, o quizás quince, o
veinte. Las toberas de corrección van muy lentas y la Reliable es demasiado rápida para
evitar la colisión.
Una fuerza increíble le lanza hacia la izquierda. El brazo con las células solares
habrá chocado contra ese objeto. El asiento del capitán vuelca. No, no es el asiento, es la
Reliable que ha empezado a dar trombos. La nave gira en su eje longitudinal y rota al
mismo tiempo en el transversal. Es imposible compensarlo. Ojalá incorpore un sistema
automático para emergencias. El Sol brilla a través de un ojo de buey y desaparece
enseguida. Entonces pasa rápido frente a la ventanilla un plato gigante. ¡De cometa
infantil nada de nada! El satélite que pretendían desmontar y vender se les ha
adelantado y está desguazando la SS Reliable.
Reliable, fiable, ja. Un chiste desde el primer minuto. Pero la nave no tiene la culpa.
El láser de búsqueda habrá detectado otro objeto y el JWST, el antiguo telescopio de la
NASA, se le ha cruzado casualmente en el camino en su órbita alrededor del punto de
Lagrange L2. ¿Qué habrá sido? Claro que lo habían investigado a fondo antes del
despegue. Este punto de Lagrange es muy querido por los astrónomos, porque el Sol y
la Tierra están en línea y se puede apantallar la radiación de calor de ambos objetos con
un único escudo. La Reliable habrá chocado con ese escudo.
La rotación se hace más lenta y el movimiento de giro también se reduce. Parece que
puede fiarse de la Reliable más de lo que pensaba. Si al menos Mary contestara… Doug
vuelve a contar a partir de veintiuno, pero su mujer no responde ni al llegar a treinta ni
al llegar a cuarenta. Vuelve a enviar el mensaje por radio, y luego otra vez más. No hay
respuesta. Está solo.
Pero vivo. La cápsula se ha parado. Doug se suelta el cinturón hasta que nota la
ingravidez. Entonces se lo abrocha de nuevo, pues no se fía de esta. En su primer vuelo
a la Luna le pilló una maniobra de corrección que le estampó contra el suelo como a una
mosca. Se paso luego dos meses en el, por aquel entonces, aún primitivo hospital lunar.
—Reliable a base, ¿me oyes? Unas palabras reconfortantes me vendrían muy bien.
Toca la pantalla y se desplaza por los informes del sistema. La cápsula está sellada,
eso es bueno. La batería de células solares de la izquierda ha asumido toda la
alimentación eléctrica. Su rendimiento es más que suficiente. Los paneles solares de la
derecha parece que han sido arrancados por la colisión. Hay cosas peores. El problema
es, ante todo, el estado del propulsor, que ni siquiera está ya en situación de emitir un
informe de estado. Será lo primero de lo que deberá ocuparse. Los tanques de
combustible parecen estar aún llenos.
«Despacio, Doug, que perder los nervios es lo último que necesitas en esta situación.
¿Qué será lo siguiente que pueda matarte? ¿Las reservas de oxígeno? Controla los
niveles». Todo está generosamente calculado para poder desmontar el objeto y regresar
a la Luna, llevándoselo consigo a remolque de la Reliable. Así que tiene, al menos, un
par de días para reparar el propulsor. ¿Podría llevarse de paso el JWST? «No
exageremos ahora, Doug», piensa para sí. Se desabrocha el cinturón y flota hasta el
techo, donde sigue percibiendo ese silbido. Saca una cinta americana de la bolsa de
herramientas y pega dos trozos, en forma de cruz, encima. Luego, se monta en la
bicicleta estática y comienza con los ejercicios previos a una salida extravehicular.
Doug saca su torso fuera de la esclusa, que no es mucho más grande que su propia
sección. Ilumina con el foco en todas direcciones. Mierda. El cristal del casco se le ha
empañado de nuevo. ¡Y eso que le rogó a Mary que protestara al fabricante! Pulsa un
botón en su muñeca izquierda. La ventilación sopla más fuerte. Con la barbilla desplaza
el extremo de la manguerita de forma que el aire, filtrado y seco, sople contra el cristal.
Se desempaña casi de inmediato.
Esto será su ruina. Mary tenía toda su ilusión puesta en un jardincito propio, donde
plantar flores y verduras. Han pasado la mayor parte de su vida como nómadas por el
espacio. Tras haber eliminado del universo aquel agujero negro en el 72, junto con
Watson, prefirieron cambiarse el apellido para poder continuar con su propia vida en
tranquilidad. María pasó a llamarse Mary. Doug no quiso renunciar a su nombre de
pila. «Nadie se llama voluntariamente Swartzenberg», dijo. «Bastará para pasar
desapercibidos».
La pequeña oficina en la Luna fue su primer hogar. Luego, a saber cómo y por qué, a
Mary se le ocurrió lo de Kentucky. No habían estado allí jamás. La propiedad, un
pequeño rancho, con casita de madera incluida, la había comprado un conocido para
ellos.
Mary moverá todas las palancas y tocará todas las teclas para sacarlo de aquí. El
coste que ello suponga no la asustará. Hasta estaría dispuesta a vender un riñón en el
mercado negro. Su casa de Kentucky no es lo bastante valiosa como para usarla como
garantía para una misión de rescate. Pero un riñón sano puede valer una fortuna en una
sociedad irremediablemente envejecida.
Tiene que convencer a Mary de que no lo haga. Doug se pone nervioso. No quiere
que le salve, no bajo esas condiciones. El encargo también está perdido. Su salvador se
lo quedaría para sí, evidentemente.
Se toca la espalda para cerciorarse de que no ha olvidado ponerse el SAFER. Sí, lleva
la mochila de toberas fijada a la espalda. El objeto puede verse tan bien, que le extraña
el hecho de que las cámaras no lo detectaran antes. Tal vez se deba a la dirección de
vuelo. Ahora, el telescopio que antaño fue el más caro de la humanidad, gira lentamente
sobre su eje. Parece haberse estabilizado como la SS Reliable. ¿Por qué no utilizar al
telescopio James-Webb para regresar? Tiene que haber llegado de alguna forma. Pero
entonces se acuerda. Los cohetes con los que puede corregir su posición cambian la
ubicación del telescopio durante toda su vida útil como máximo 150 metros.
Francamente, no da para los 1,5 millones de kilómetros que hay hasta la Tierra.
Pero sería injusto. Mary no sabe nada, así que organizaría un rescate carísimo. Sería
la peor solución posible. A la pobre Mary no le quedaría más remedio que salir, con su
traje espacial, a dar un paseo de solo ida por la desértica Luna. No sería la primera vez.
Él mismo lo había visto. A unos 500 metros de la base del polo sur, parecían congelados
en sus trajes espaciales. Algunos todavía estaban de pie, otros se tumbaron a la espera
de morir. La administración dejaba a los muertos donde estaban, probablemente por
piedad. Pero se trataba de unas pobres almas. No valía la pena recuperarlos. Le
preguntó una vez a Mary por qué no iba alguien a recuperar, al menos, los trajes
espaciales, para venderlos en el mercado negro. Seguro que conseguían unos dólares,
¿no?
—¿Cómo lo sabes?
Y ahora lo tiene que desmontar. Debería haberlo desmontado, mejor dicho, porque
ya no va a poder hacerlo. Desde lejos, ha podido ver que la sonda está intacta. ¿Cómo
habrá conseguido Mary ese encargo? A los astrónomos no les gusta abandonar un
instrumento que todavía funciona. Quizá ya no llegaba el dinero para financiar la
investigación. Pero, incluso así, se puede esperar a tiempos mejores.
Sobre todo, cuando se va a sacar ahora apenas medio millón de un instrumento que
costó miles de millones. Para Mary y él es una suma brutal, claro, pero en la
investigación espacial, estas cantidades no son más que calderilla. Doug suspira.
Deseaba tanto que Mary pudiera vivir en su casita… Y Kiska, la gatita, al fin podría
tener un lugar para corretear de verdad, en lugar de medio flotar por las cuevas de la
base lunar en busca de ratones.
Mary recibió instrucciones precisas para ese encargo. El espejo de seis metros y
medio de diámetro consta de 18 elementos hexagonales. Tiene que desmontarlos y
envolverlos, uno a uno, en fundas especiales. Solo les darán el medio millón cuando
entreguen todas las piezas en perfecto estado. Aunque, ahora, ya da lo mismo. Adiós
negocio. Podría llevarse un trozo del espejo como recuerdo. Pero tiene demasiado
respeto por el trabajo de los especialistas que, hace más de sesenta años, montaron esa
obra de arte.
Ahora necesitaría una interfaz donde conectar su radio. Tiene que hablar con Mary.
No debe enviar ninguna misión de rescate. Ha sido un fatal despiste no haber hablado
nunca sobre cómo conectar su módulo de radio. Tendrá que rebuscar por la sonda, con
la esperanza de reconocer lo que busca. ¿Cuánto habrá avanzado la tecnología en los
últimos 60 años?
Claro. Se golpea el casco con la mano. Los ingenieros se han esforzado al máximo en
proteger todo el instrumental sensible. Y eso se aplica también a la electrónica con la
que cuenta a bordo. Los circuitos se calientan cuando funcionan. El bus de conexión a la
electrónica debe estar al otro lado. Debería haberse informado mejor sobre el JWST
antes de salir de la Reliable.
Con una elegante curva, se desplaza alrededor del telescopio especial para llegar al
otro lado. Saca entonces la linterna. Con el foco de luz busca a lo largo de todo el escudo
solar hasta encontrar las células solares. Ahora solo queda seguir su pista. De las células
solares fluye energía al bus, que se distribuye en distintos subsistemas. Los cables
acaban justo detrás de la fijación de las células solares, en un módulo en forma de cubo.
Allí debe estar el ordenador de a bordo y las demás cosas que los ingenieros necesitan
para hacer funcionar el telescopio.
Se acerca y toca el cubo. Cree notar vibraciones incluso a través de los guantes. La
sonda sigue viva. Sería una pena desguazarla. ¿A quién se le ocurrirán esas ideas?
Inspecciona el módulo con atención. ¡Allí! En un lado, hay varios conectores anchos que
llevan hacia dentro. Sigue los cables que salen de allí. El primero lleva a un pequeño
propulsor. Eso no le interesa. El segundo acaba en una antena de radio.
Ahí está. Extrae el conector del cubo. Abre su bolsa de herramientas y un segundo
compartimento que tiene en el fondo donde hay un cable adaptador. Lo saca. En su
extremo hay un enchufe que incorpora un adaptador para una toma determinada. Sería
mucha casualidad que la ocupación de los pins fuera la correcta, pero vale la pena
intentarlo. Tiene que ponerse de lado, porque el cable es bastante corto. Pero el SAFER
le queda por medio. Se quita la mochila de vuelo, pero la fija con un clic a su cinturón.
Sin el SAFER no podría volver jamás a su nave.
Ahora sí alcanza la longitud del cable. Pero el conector del JWST no coincide.
Mierda.
Diez minutos después lo ha conseguido. Nada como unos alicates pelacables, un cúter y
un rollo de cinta americana para solucionar prácticamente cualquier marrón. No es
suficiente para estar varios años deambulando por el universo… pero sirve. Más de una
vez ha visto cómo un cable adaptado con cinta americana ha aguantado su cometido
años y años.
Su traje está unido ahora a través de un delgado cable con la antena del telescopio.
Doug trastea por la pantalla de su dispositivo en el brazo del traje. No es fácil con esos
guantes tan gruesos. Tiene que desviar la comunicación por radio de la antena del traje
a la antena exterior que acaba de conectar. ¿Por dónde saldrá? La sonda debería
disponer de varios canales con los que enviaba, en su día, sus datos a la Tierra y recibía
las órdenes desde allí. La legendaria red Deep Space Network de la NASA sigue siendo
utilizada por misiones de investigación, aunque ya cuenta con gran cantidad de
competencia del sector privado.
Doug tose un poco para aclararse la garganta antes de abrir el canal de radio.
Entonces pulsa un botón en la pantalla. Lo que diga ahora será enviado por la potente
antena del JWST a la Tierra. Ojalá esté alguien escuchando. Quizá tiene mala suerte y
las frecuencias del JWST han quedado en desuso. Aunque es improbable. Con los años,
las frecuencias disponibles han ido ganando mucho valor.
En el fondo no quiere que le ayuden. Solo hablar con Mary. Pero no puede decir
«Aquí Doug, ¿sería tan amable de ponerme con Mary en la Luna?». No, imposible.
—¿El James Webb? ¿Es que aún existe? ¿Qué está haciendo ahí? ¿Quiere que solicite
una misión de rescate?
Doug extrae el adaptador del enchufe. El cable se aleja con lentitud. Mira a su
alrededor. La Reliable debe estar por detrás. Pulsando un botón hace que encienda
brevemente las luces de proa. Sí, ahí está. Vuelve a ponerse el SAFER, se abrocha los
cinturones de sujeción y vuela de regreso a su cápsula.
16 de mayo de 2078, Base lunar del polo sur
Enérgica, Lynn sacude la cabeza. Mary esperaba esa reacción, pero al menos quería
intentarlo.
Rebecca es una cría salvaje de nueve años venerada por su madre como una diosa.
—No tienes más que llamar a los hermanos Wright. O pregúntales a los chinos.
Seguro que tienen una nave rápida disponible.
—Sí, la tienen.
—¿Se lo has preguntado? Pues ya ves. Así me quedo tranquila. Todo irá bien, ¿a que
sí? Cuando Doug haya vuelto, los cuatro nos tomaremos una copa, ¿vale?
Nada irá bien. Lynn era su última esperanza. La lanzadera para emergencias de la
base lunar solo acepta sus órdenes. Está pensada, sobre todo, para urgencias médicas
que no pueden tratarse aquí, en la Luna. Pero ¿cuántas posibilidades puede haber de
que alguno de los 32 ocupantes de la base lunar sufra una emergencia médica en las
próximas dos semanas?
Mary se levanta, se gira hacia la puerta y abandona la sala sin despedirse. Así Lynn
sabrá lo cabreada que está. Los chinos son demasiado caros. Solo habría una forma de
pagarles: vender su finca de Kentucky y, probablemente, ni siquiera eso sería suficiente.
Pasar allí su jubilación siempre había sido su sueño. Y Mary no está dispuesta a
abandonarlo.
Mira el reloj. Dentro de siete horas tiene que ponerse en contacto con Mike Hill.
Entonces hará de relé para que ella pueda hablar con Doug. ¿Cómo habrá conseguido
Doug utilizar la antena del JWST? Pero tiene razón. Mary no piensa dejarle morir
asfixiado allí arriba. Bajo ninguna circunstancia, aunque eso suponga el final de sus
sueños.
Corre lo más rápido que puede por aquel pasillo frío y húmedo. Por la baja
gravedad de la Luna se desplaza casi flotando. Las luces del techo parpadean. La Luna
se considera un mundo seco, pero allí dentro está todo medio empapado. Cuando un
amigo les recomendó llevarse un gato a su nueva vivienda de la base lunar, ella le miró
con incredulidad. Sin embargo, ahora se lo agradece.
—Ya está, ya está, preciosa —dice Mary, acariciándole el lomo a la gata que se ha
puesto cómoda sobre sus hombros.
Mary se sienta al escritorio con la gata a cuestas. Esa es su empresa. Cuando la vio
por primera vez, se quedó muy decepcionada. Su tío, que se llamaba Kovarov, había
hablado sobre su empresa con tanto entusiasmo, que se había imaginado una sede
bastante más representativa. No un palacio, pero sí algo más que un viejo escritorio en
una vivienda de dos habitaciones bastante húmedas.
—Con el nuevo nombre seguro que tenéis un gran éxito —les dijo su tío—.
¡Swartzenberg, en el mercado de la chatarra será lo que Alpha-Omega es para la ruta a
Marte! Un Komarov no tiene aquí posibilidad alguna.
Su tío Witali murió tiempo atrás. Doug no debería compartir el mismo destino, por
eso llamará ahora a quien debería haber llamado hace mucho.
El teléfono suena, pero nadie responde a la llamada. Las garras de Kiska se clavan en su
piel. Seguro que la gata ha descubierto instintivamente lo que pretende hacer. Pero no
permitirá que una mopa negra le impida salvar a su marido.
Mary se asusta, a pesar de haber marcado ella misma ese número. Con Timothy
Merman es mejor no meterse en líos. Ese hombre trabaja según el ancestral principio de
que una mano lava la otra. Si le pides hoy un favor, lo hará enseguida. Pero algún día,
en el futuro, exigirá que se lo devuelvas. Y entonces es mejor no negarse.
—Caramba, los Swartzenberg, menuda sorpresa. ¿Qué puedo hacer por usted?
La voz de Merman parece agradable. Tiene un cálido matiz de barítono. Pero ¿por
qué hace como si los conociera? Debe ir con cuidado.
—No, no hemos llegado aún a ese punto. Pero Doug podría empezar enseguida si
usted quiere.
—¡Ni hablar! Necesito ese espejo plenamente funcional. Me acaba de dar una idea.
—¿Una idea?
—Le mandaré por escrito lo que necesito. Qué curioso. Ayer estuve pensando
durante todo el día cómo solucionar un problema que tengo y, ahora, va usted y me
sirve la solución en bandeja de plata.
—Me parece oír que acaba de recibir mi mensaje. Reenvíeselo a su marido. Nuestra
nave se pondrá en camino hacia allí tan pronto haya seguido todas las instrucciones.
—No hay nada que agradecer, Mary. No la ayudo por pura filantropía. Tenemos un
acuerdo. Cumpla su parte y, entonces, podrá confiar en mí.
No hace falta que Merman mencione la parte que empieza con un «porque en caso
contrario…». Todo el mundo sabe que este amable hombre de edad avanzada, a quien
muy poca gente ha podido ver en persona, no acepta incumplimientos contractuales.
16 de mayo de 2078, SS Reliable
—Tu nave de rescate podría estar ahí dentro de dos semanas —exclama Mary.
—Ya le dije a ese Mike que no quería acciones de rescate. ¡Es demasiado caro!
Diez segundos de espera. Cambia la mano con la que se sujeta al JWST. Veintinueve,
treinta.
—No nos costará nada. Solo tienes que cumplir un pequeño encargo. ¿Puedes
conectar, de alguna forma, el ordenador de a bordo a la antena del JWST? Merman ha
enviado una secuencia de órdenes que deberías realizar a través del bus de la nave en el
JWST.
¿Merman? Ese tío resulta de lo más sospechoso. Posee una empresa de importación
y exportación con sede en la base lunar. Pero nadie sabe bien cómo gana el dinero.
—¿Sabes con quién estás negociando? Con Merman, nada saliendo gratis —
responde—. Por ahora solo tengo conectada la radio del casco a la antena. Dame una
hora y lo habré modificado.
Golpea a un ritmo lento contra el casco exterior del satélite-telescopio, diez veces.
—Se dice «nada sale gratis», no «nada saliendo gratis», ¿cuántas veces te lo tengo
que decir? —le espeta Mary y no puede evitar una sonrisa, ¡típico!—. Con Merman no
hay nada que salga gratis, eso lo sé de sobras. Pero no pide un par de cientos de miles,
como los chinos, y que no tenemos. Eso significa que podemos quedarnos con la finca y
tú conservar la vida. Le haces un favor y ya está. Te envío el programa en 65 minutos. Y
me alegro mucho de que estés pronto en casa.
Mary es sensacional. Se conocen desde hace treinta años y sigue queriéndole. ¿Es
que acaso se lo merece? Debería darle las gracias más a menudo.
—Mary, mi amor, yo también me alegro mucho de poder volver a verte pronto. Ha
sido una buena idea la de preguntar a Merman. Aunque no creo que se conforme con
que introduzca el programa en el JWST, pero será mejor no preocuparnos aún por ello.
En 60 minutos estaré listo para la recepción.
Tras veinte minutos de búsqueda sigue sin encontrar el portátil. El tiempo se le agota.
¡Mierda! ¿Dónde puñetas estará el manual? Lo encuentra en el cajón debajo de la
consola de mando. Lo hojea a toda velocidad, pero es incapaz de descifrar esa letra tan
pequeña. Sus gafas de lectura estaban en el respaldo de la silla del comandante. Han
resbalado hasta el asiento. Doug se las pone y vuelve a mirarse el manual. Al menos, no
está escrito en chino.
Pasa las páginas hasta llegar al apartado de técnica informática. El folleto ofrece
explicaciones sobre el panel de comando y una imagen con muchas cifras. Luego viene
el portátil para intervenciones en el exterior. Se trata de una tablet especialmente
robusta, equipada con numerosos puertos de conexión. Genial, con eso podría hacer el
mantenimiento de cualquier cosa, desde satélites meteorológicos hasta boyas de radio.
Solo se excluyen las intervenciones de carácter militar. Pero ¿dónde estará el mandito
aparato ese? El manual no dice nada al respecto. Registra todos los armarios. Nada. Y
Mary empezará a transmitir el programa en 35 minutos. ¡Me cago en la…!
«Tranquilo, Doug». Merman no saltará tampoco de golpe, solo por retrasarse un par
de horas en su parte del trato. «Y no deberías soltar tantos tacos, que eso a Mary no le
gusta nada». ¿Podría acceder a los sistemas del JWST? Pero no encontró en la sonda
ninguna posibilidad de introducción de datos. El telescopio se encuentra tan lejos de la
Tierra, que seguro que no contaban con visitas de seres humanos.
Vuelve al manual y se lee la descripción del ordenador para EVA. Y allí está, la
dichosa frase: «Accesorios opcionales, pregunte a su proveedor». Lanza el manual a un
lado. Mierda, mierda, ¡mierda! El manual vuela por la cabina, choca contra un ojo de
buey, rebota, abre sus páginas como una mariposa abre sus alas, y regresa batiéndolas.
Su rabia se disipa y lo recoge casi con delicadeza. No es culpa del manual que él no sepa
leerlo y que al arrendar la nave fuera tan tacaño como para renunciar al equipamiento
opcional.
Junto a la compuerta de la esclusa está su traje espacial. Flota hacia él y levanta el
HUT. El brazo del Hard Upper Torso está equipado con un pequeño ordenador.
¿Podría desmontarlo? Observa su minúscula pantalla. Está desconectado. El ordenador
del traje controla el mantenimiento de vida. No puede renunciar a él, ni siquiera
durante un breve espacio de tiempo.
Doug se sienta en el extremo del asiento y pasa la mano por debajo del ordenador de
navegación. Alrededor del teclado encuentra un resquicio. Saca un destornillador y lo
introduce en ese hueco. Funciona. Mueve el mango de un lado al otro y toda la parte
frontal del panel se va moviendo. Parece que el ordenador solo está encajado y se dejará
extraer. Saca un segundo destornillador y luego un tercero. Ahora puede ir sacándolo
por la izquierda, por la derecha y por detrás. Va moviendo las herramientas de un lado
al otro. El resquicio posterior se hace más grande. ¡Ya está, el ordenador se deja extraer
hacia delante! Aprieta con más fuerza por detrás hasta que, al final, el ordenador asoma
junto con teclado y pantalla hacia arriba.
Doug tira de él, pero el aparato no se deja sacar más. Se inclina por encima e ilumina
el interior de la ranura con una linterna. Hay varios cables a la vista. Doug se escupe en
las manos. Es su forma de rezar para tener suerte. Tira entonces con fuerza y espera que
los ingenieros hayan protegido los cables contra rotura por tracción.
«¡Te tengo!». Doug acaricia la consola como si fuera una cariñosa mascota que se le
había escapado.
Doug llega a la parte posterior del JWST diez minutos antes de iniciarse la transmisión.
Los cinco cables de la consola cuelgan como congelados de su parte inferior y
seguramente lo estarán. El plástico que los envuelve no parece estar diseñado para el
frío en el espacio. No debe doblar los cables, porque ahora podrían romperse.
Doug navega con el SAFER hasta la caja del módulo de servicio. Esta vez, el
cableado resulta algo más complicado. Los datos de la antena pasan por el cable hasta la
entrada. Del módulo de servicio saca corriente para el ordenador. Además, necesita un
canal de órdenes que lleve desde el ordenador que se ha traído hasta el mando del
JWST. Ojalá haya pensado Merman en que el telescopio puede pedir una autorización.
Solo ejecutará programas que vayan firmados con la clave correcta.
Pero estas claves tienen más de sesenta años. Seguro que con la tecnología actual se
pueden hackear con facilidad. No es que intente introducir subrepticiamente un virus
informático en una nave alienígena. Ese irrisorio intento lo llegó a ver en una
antiquísima película de ciencia ficción. Tanto a Mary como a él les gusta ver estos
antiguos largometrajes, aunque ya podrían tener un poco más de credibilidad.
¡Ahí! La pantalla muestra curvas ininteligibles que oscilan como locas, como si se
hubieran sincronizado con música expresionista. Son los datos del programa que se está
transmitiendo. No hace falta que sepa nada más. Tampoco es cosa suya que la señal
proceda de la Tierra o de la Luna.
A los dos minutos se acaba el proceso. En pantalla aparece un simple «OK». Doug
cambia a la carpeta de descargas. En ella, junto al prometido programa, hay un breve
archivo de texto con dos simples órdenes: 1. Regresar a la nave. 2. Iniciar programa.
—Adelante.
Mary se acerca más a la pantalla, en la que puede leer las noticias más recientes de la
Tierra. Debe ser Jelena. La enfermera de la estación es también peluquera en sus ratos
libres. Mary le ha pedido hora para esa tarde. Quiere estar guapa para cuando regrese
Doug.
—Caramba, qué bien montado tiene esto —dice una voz masculina.
Mary da un respingo. Conoce esa voz. ¿Qué hace Timothy Merman allí? ¿Y por qué
tiene a la gata en sus brazos? Mary está a punto de saltar para quitársela, pero Kiska
parece estar a gusto. Ronronea sentada en el brazo que Merman tiene doblado sobre el
pecho. Normalmente no le gustan los extraños.
Merman tiene razón. Al menos una vez por semana, la administración intenta así
controlar la plaga de insectos. No lo consiguen nunca del todo, pero a saber el aspecto
que tendría la base si no lo hicieran.
—No lo sabía. Pero durante nuestra última conversación oí un maullido por detrás.
Y, de todas formas, estaba de camino hacia aquí.
—Seguramente querrá saber cuándo regresará Doug. Tengo buenas noticias para
usted: la nave que lo recogerá está ya de camino.
—Creo que sí. Y muy especialmente después de habernos ayudado de forma tan
generosa a salir de este atolladero.
—Claro que sí, Mary, yo también me lo preguntaría. No hay nada gratis en esta
vida. ¿O mejor dicho, que salga gratis en esta vida? He oído que es usted especialista en
emplear las palabras correctas. Y por eso quería hablar con usted en persona.
Desde luego, Merman tiene labia de sobras. Le hace un cumplido al mismo tiempo
que una amenaza. Al parecer, es capaz de escuchar sus comunicaciones. «Si revelas
cualquier detalle sobre nuestra relación comercial confidencial, me enteraré». Eso es lo
que quiere decir.
—Pero para llevar a cabo este negocio, hacen falta unos cuantos pasos más.
—¿Más pasos?
—¿Un viaje?
—En efecto, Mary. Sin embargo, nos observan. Si emprendemos ese viaje nosotros
mismos, alguien nos seguirá y no quiero que pase eso. Así que necesitamos a otros que
no parezcan que están a punto de obtener semejante beneficio.
—¿Perdone?
—Pero hasta ahora no han logrado un beneficio constante en ninguna de las tres.
Van sobreviviendo a duras penas.
—Eso…
—No se lo tome como crítica. Precisamente busco una empresa como la suya. Nadie
comprobará hacia dónde dirigen su nave. ¡Es perfecto para nuestros fines!
—Y ¿qué fines son esos?
—Ahora le interrumpiré yo, señor Merman. Si no nos dice qué es lo que trata de
conseguir, ya puede ir olvidándose de nuestro apoyo.
—De acuerdo. Le explicaré por encima de qué se trata. Hace un par de días oí, de
unos amigos del control espacial chino, algo sobre un descubrimiento sensacional.
—Felicidades, realmente parece ser un logro increíble, con lo callados que suelen ser
nuestros amigos chinos —espetó Mary—. Lo último que salió en las noticias fue lo de
aquel horrible asesinato en Héctor. ¿Cuánto hace de eso?
—Doug siempre se queja de lo mismo. ¿Por qué habla entonces de esa forma tan
críptica? Cualquier persona normal se ve obligada a preguntar.
—Sí. Los datos que nos ha suministrado son claramente válidos. Sabemos ya dónde
se encuentra ese descubrimiento y qué aspecto tiene, más o menos. Y ahora encargaré a
Doug que vaya allí para echar un vistazo de cerca a ese objeto.
—¿Tiene un nombre?
—No, que yo sepa. Como dije, los chinos lo mantienen todavía en secreto.
—No se alegrarán de que alguien se les adelante. ¿No correrá Doug peligro?
—De los chinos se puede esperar cualquier cosa, pero, aun así, sus astronautas se
atienen a las leyes. El planeta que han descubierto no pertenece a nadie. Cualquiera que
se entere de su existencia puede ir allí.
—Tendremos que programarle a Doug el objetivo, así que ya puedo decírselo. Sí, es
un nuevo planeta, el noveno.
—Al contrario, Mary. Si su marido tuviera alguna avería, la nave china que estará
cerca le ayudará sin dudarlo. Eso es lo que exige el convenio espacial.
—Porque queremos estar entre los primeros que ponen el pie en ese nuevo
continente. Mi empresa es aún demasiado pequeña. No puede compararse con gigantes
como RB o Alpha Omega. Pero esta vez tenemos una ventaja. Si la aprovechamos bien,
podríamos abrirnos paso entre los más grandes. Y, para eso, necesito a Doug.
—No hace falta, Timothy. Doy por supuesto que podremos cobrarle por ello diez
millones, el 50 por ciento por adelantado.
—De acuerdo, una tercera parte. Pero antes de acceder al trato, tengo que hablar con
Doug. A mí no me mete nadie más de una semana seguida dentro de una nave espacial.
Así que deberá ser Doug quien asuma el encargo.
—Dígale que volará en una de las nuevas naves de lujo DFD. Reducirá su viaje en
un par de meses. Por cada trayecto.
A Mary se le detiene el corazón un instante. ¿Es que Doug estará varios meses de
viaje? Tuvo que hacer un esfuerzo para no limitarse a pedir un millón. Ahora se alegra.
Tras este viaje, podrán retirarse finalmente a Kentucky para descansar a gusto.
—¿Tendrá compañía?
—Veo que nos entendemos, Mary. Siento un gran respeto por usted.
—Gracias, Timothy.
Pero no hace falta. La finca de Kentucky ya la está esperando. ¿Sería justo? Seguro
que Doug no tendría nada que objetar. Al contrario; se alegrará mucho de saber que ella
está bien. Sin embargo, Mary no quiere tener mala conciencia. Ella se encarga de los
pedidos y Doug los lleva a cabo. Siempre ha sido así. Ninguno de los dos lo ha
cuestionado jamás. Doug considera un auténtico suplicio pasar semanas y meses en la
Luna y ella no puede soportar vivir dentro de una cáscara de huevo metálica cruzando
el mortal vacío del espacio. Aquí, en el polo sur lunar, al menos hay unos cuantos
metros de roca.
—¿Intereses negativos?
—Todos los ingresos se devalúan con un interés que, actualmente, es del 1,2 por
ciento. De sus 2.630.000 dólares estará perdiendo anualmente, al menos…
—Su cuenta tiene un saldo actual de 2.630.000 dólares. ¿Le interesa que le
recomiende unos planes de inversión interesantes?
Casi no se lo puede creer. Merman es realmente rápido. Con los 3,3 millones que le
ha transferido, no solo han liquidado todas sus deudas, sino que se han convertido en
uno de los mejores clientes del banco.
Alguien llama a la puerta. «Pero ¿qué pasa hoy?», exclama para sí. Seguro que el
comandante de la estación ya se ha enterado de su repentina fortuna y quiere ofrecerle
una vivienda más cara justo debajo de la cúpula de cristal blindado. Por lo visto, había
muerto uno de los tres arrendatarios.
—¡Adelante!
—Hola, Mary —saluda Jelena—. ¿Tienes tiempo ahora para que te corte el pelo?
Espero no llegar en mal momento. Hoy he podido acabar algo antes.
Luego se pasará un año entero sin poder verlo. Pero no tiene que contárselo a Jelena,
si no quiere que mañana lo sepa la Luna entera.
18 de mayo de 2078, SS Reliable
Lleva cuarenta años dejándose el trasero al rojo vivo en naves casi dignas de
desguace y Merman le paga, así como así, diez millones por un viaje de mensajero.
¡Mary ha negociado de maravilla!
Parece factible. Lo mejor de todo es que no habrá nadie que le dé órdenes sobre lo
que tiene o no tiene que hacer. ¡Nadie! Mary habría tenido problemas con ello. Pero es
que su esposa tampoco ha pasado largas temporadas con una segunda persona dentro
de una lata de conservas sobredimensionada. Al único a quien tolera él cerca, durante
tanto tiempo, es a sí mismo.
Doug da una patada. Intentaba darle a una ruedecilla, pero en su lugar sube hasta el
techo. Se empuja de nuevo hacia abajo. El ordenador de navegación sigue junto al
mamparo de la esclusa. No vale la pena volver a montarlo en la consola. Ya no puede
hacer nada útil con la SS Reliable. Merman ha prometido encargarse de que la
devuelvan reparada a su vendedor y que se cancele el contrato de leasing. Merman
puede solucionar casi cualquier problema, excepto el de la ausencia de cerveza a bordo.
Sacude la cabeza. De ninguna manera. No, no piensa dejarse llevar y pillar una
cogorza. Suele hacerlo cuando hay alguien que le soluciona todos los marrones. Pero no
le sienta nada bien.
Doug se frota las manos. Tras las muchas horas de EVA alrededor del telescopio, su
olor corporal empieza a resultar desagradable, aunque le falta paciencia para darse una
ducha. Allí no se consigue uno duchar en un par de minutos como en la Luna. Hace clic
a través de las carpetas hasta que encuentra la que contiene los datos del programa.
Su destino es negro como el carbón. Nunca había visto un planeta tan oscuro. Doug
se mira el texto que la acompaña. La imagen muestra un cuerpo celeste de color rojo
oscuro. Sin embargo, en el espectro visual, la intensidad es prácticamente cero. Solo en
infrarrojos logra ver algo del planeta. ¿Cómo puede ser, que el objeto refleje tan poca
luz? Si considera el tiempo de vuelo previsto, el planeta debería estar cerca de la órbita
de Saturno.
Esto explica, por supuesto, otro misterio: por qué nadie lo había descubierto. ¿A
quién se le ocurre que, en el sistema solar, haya un planeta tan extremadamente oscuro?
Le parece lógico.
¿Qué les esperará en él? Quizá no debería haberse mirado las imágenes. Ahora se
estará planteando esa pregunta hasta que llegue. Le pedirá, eso sí, a su patrocinador
que se lo explique un poco.
—Así que ha visto las imágenes. Ya pensé que su curiosidad no le dejaría otra opción —
dice Merman un par de horas después de su pregunta—. Lo malo es que nosotros no
sabemos más que usted. Tengo el soplo inintencionado de un conocido chino y las
imágenes del JWST que usted también ha visto. Nada más. Lo juro. Y no tendría interés
en ocultarle conocimientos que podrían ser imprescindibles. Pero así nos hará más
ilusión ir viendo todo lo que sea capaz de descubrir. Cualquier detalle puede resultar
importante para nosotros. Lamento mucho no poder darle una información más
concreta.
1 de junio de 2078, Base lunar del polo sur
El estrecho pasillo se ilumina de golpe con una luz intensa. Doug se detiene y se pone la
mano a modo de pantalla sobre los ojos. Entonces mira hacia arriba con precaución. El
pasillo tiene un techo transparente. La cegadora luz, que entra sesgada, tiene el espectro
de la luz solar. Pero procede de espejos sobre las cumbres de las montañas Malapert,
colocadas allí en la zona eternamente iluminada.
Para la base del polo sur son un sustituto del Sol, ya que la base se pasa siete octavas
partes del año a la sombra. Sombra; esto tiene un significado distinto en la Luna sin
atmósfera que en la Tierra. Las sombras de la Luna no son suaves. No cubren
amablemente lo que bajo la luz solar no resulta bonito. Allí, la sombra existe o no existe,
y por eso los espejos inundan la base regularmente con luz solar.
Es verdad, podría entenderse mal. Pero no tiene miedo del viaje. Es una misión de
exploración, pero lo tiene todo controlado. Si se ve inmerso en situaciones peligrosas,
será porque quiere.
—Perdona.
Doug se coloca bien la bolsa que lleva al hombro y se pone en marcha. Ha olvidado
que ella no puede disfrutar de las vistas como él, y es admirable teniendo en cuenta el
tiempo que lleva aguantando allí. La lanzadera a la Gateway ya está cargada con su
equipaje personal. Kiska no ha parado de dar vueltas entre sus piernas, como si supera
que se va a un viaje muy largo. No obstante, ahora no la ven por ningún lado.
Kiska es, en el fondo, su gata. No, mentira, los gatos no pertenecen a nadie. Kiska lo
considera como su ser humano, desde que se encontraron en una estación minera
abandonada en un asteroide férrico. Sobrevivió allí un par de meses, alimentándose de
ratones y de la humedad que regalimaba por las paredes, creando charcos en el suelo. A
pesar de ello… o quizás precisamente por ello, se mostró tan sociable cuando entró en
aquella estación.
Alcanzan la lanzadera cinco minutos antes de su despegue. Transita dos veces al día
entre la base y la Gateway, aunque solo cuando hay necesidad de ello. A veces se pasa
varios días quieta en el hangar, aunque ayer llegó un grupo de turistas a la Gateway
que deben ahora repartirse por los distintos habitáculos. El comandante de la Gateway,
este mes un ruso, le ha pedido por favor que sea puntual.
Doug coge a su mujer de la mano. Mary está temblando. Nunca la había visto tan
nerviosa. Debe ser por la sala de despegue. La lanzadera se encuentra en el centro de
una sala circular de unos veinte metros de diámetro, que ha sido perforada hasta cuatro
metros de profundidad en el suelo de la Luna. Por encima, hay un techo transparente
que se amolda en el centro al casco de la lanzadera, que tiene forma de gota; así no se
pierde aire. Para el despegue, se abrirá el techo como el obturador de una cámara.
Ningún ser vivo debe hallarse entonces en la sala de despegue, pues primero se hará el
vacío y luego se llenará con los gases calientes de los propulsores.
Doug sube los dos escalones hasta la entrada de la lanzadera y coloca su bolsa en la
esclusa abierta. Puede ver hasta la zona de mando. Está vacía. No parece haber ningún
otro pasajero. La lanzadera no necesita piloto, ya que es controlada desde la Gateway.
Doug se gira hacia Mary. Parece perdida frente a la nave. Su mirada brilla bajo sus ojos.
Baja de un salto y la abraza. Es un abrazo suave y cálido. Ya la echa de menos.
—Perdona —dice ella, sorbiéndose los mocos—. No me gustan nada las despedidas.
—Será la última.
—Sí.
No hay mucho más que decir. Cumplirá el encargo y pasarán el resto de su vida en
la finca de Kentucky. Así de fácil. Y así será, no le cabe duda. Le gustan las cosas claras.
Doug abandona la esclusa. Deja la compuerta interior abierta. La lanzadera tiene seis
asientos, colocados en dos niveles, uno encima del otro. Sube al de arriba y se sienta
delante, a la izquierda. Nada más despegar, arriba y abajo perderán todo sentido. Se
abrocha el cinturón. La nave está silenciosa. Parece saber que no es la primera vez que
sube a bordo.
En el momento exacto, empieza a notar unas vibraciones que le suben por la espalda
y luego estalla un huracán bajo el asiento. Cada centímetro de su cuerpo queda
aplastado bajo un peso que aumenta segundo a segundo. De repente, una cosa negra
salta sobre su regazo. Reconoce los dientecillos blancos. A Doug le da un ataque de risa.
Kiska se habrá metido dentro mientras cargaba la nave. La risa se le apaga rápido a
medida que los propulsores van cogiendo velocidad. La gata ha aterrizado sobre su
rodilla. Su cola se eriza y le lanza bufidos a la vez que se agarra, con todas sus fuerzas, a
su pantalón de tela fina. Seguramente cree que la estoy echando. Pero aun así la quiere
mucho.
Al cabo de 76 segundos, los motores se apagan. Kiska nota enseguida que está libre.
Lucha unos instantes para desprender sus garras del pantalón y se pone tranquilamente
a lamerse los muslos, con lo que empieza a flotar por la cabina.
Doug no puede evitar soltar una carcajada. En la mirada de la gata puede ver la
sorpresa que le supone distanciarse así como así de su rodilla. Kiska lanza una pata
hacia delante, pero ya no puede sujetarse a la pernera del pantalón. Seguramente lo
considere de nuevo culpable, pero hasta para el corto entendimiento de una gata resulta
evidente que Doug no tiene nada que ver con ello. Empieza a maullar de forma tan
lastimera que Doug se suelta el cinturón para cogerla.
Es como si no hubiera pasado nada. Kiska corretea por el techo, alcanza una pared
lateral y empieza a bajarla en vertical. Los pasajeros humanos necesitan horas para
acostumbrarse a la falta de un arriba y un abajo, pero parece que a Kiska no le hace
falta. Es la perfecta gata espacial.
O quizás no. Kiska rasca ahora un punto de la pared, donde parece que la tela se
deja hundir un poco. Seguramente haya un hueco detrás. Doug conoce esta forma de
rascar, pero quizá lo deje cuando se dé cuenta de que, allí, no puede desenterrar nada.
Kiska no para. Doug se suelta el cinturón, pero esta vez tampoco es lo bastante rápido.
Seguramente la gata necesite hacer pis tras el susto del despegue. Un chorro de líquido
sale disparado contra la pared, rebota y se mueve en dirección a la consola de mando.
Tiene que darse prisa. La electrónica no soportará tanto líquido. Doug vacía su bolsa.
Calcetines y calzoncillos empiezan a flotar por la cabina, pero le da igual. Se da un
empujón y apunta con la bolsa abierta hacia el chorro.
¡Funciona! Mantiene la bolsa inclinada para pillar toda la orina. Entonces cierra
rápidamente la bolsa. Un resto le alcanza la manga derecha.
Un ruido metálico resuena por toda la lanzadera. Kiska suelta un bufido por el
susto, pero él sabe lo que es. Son las pinzas de acoplamiento a la Lunar Gateway. La
estación los ha agarrado. Ahora se abrirá la puerta y el comandante le saludará.
La compuerta de la esclusa chirría un poco. Kiska se esconde entre sus piernas. Una
oleada de aire con olor a aceite invade la cabina. Entonces entra flotando un hombre de
reluciente calva, vestido con un chándal marrón. Sobre los hombros muestra el
emblema con los colores de la bandera rusa.
—Me alegro de verte —dice Doug—. El pestazo lo habrás traído tú. Ya te dije la
última vez, que el algún lugar tiene que haber una fuga de aceite.
—Es gata. Se llama Kiska y se habrá colado a bordo mientras se cargaba la nave.
—¿Colado a bordo? Ese cuento no cuela ni a la de tres. ¿Qué piensas hacer con ella?
¿Quieres venderla? ¿Cocinarla? Ya sé las ganas que tenéis de un buen trozo de carne a
la barbacoa, pero mientras estén aquí los turistas no quiero que nadie organice
marranadas en mi estación. ¿Está claro?
—¡Menudo desastre has organizado aquí! —dice Gennadi—. Dentro de tres horas, la
lanzadera tiene que bajar a cuatro turistas al Mar de la Tranquilidad. ¿Podrás dejarlo
todo limpio y recogido antes?
Gennadi carcajea. Es una risa amistosa y franca. A Doug le cae muy bien. Si se lo
pidiera, seguro que le ayudaría. Y es que Gennadi no sabe decir que no.
Doug se muerde la lengua. No debe seguir hablando, por muy de fiar que sea
Gennadi.
—¿Y la gata? Déjala dentro de la lanzadera y haré que, a la vuelta, pase por la base
del polo sur. Seguro que estará mejor con tu mujer allí abajo.
Kiska parece darse cuenta de que están hablando de ella. Se mueve, acurrucada y
mimosa, alrededor de sus piernas.
El esfuerzo realizado le ha servido para pensar en Kiska. ¿Será muy egoísta por su
parte llevársela? En la base lunar tiene más espacio para pasear, eso es cierto. Pero,
durante el largo viaje, podrá ocuparse todo el tiempo de ella. Tendrá que construir, sí o
sí, un aseo de gatos que funcione en la ingravidez. Y necesita comida extra para el
animal. Allí no hay comida para gatos, así que tendrá que ver qué es lo que puede darle.
La Gateway también sirve de punto de distribución para las distintas bases lunares. En
sus almacenes, debería encontrar algo que le sirva para Kiska. Gennadi seguro que le
echa una mano. Dentro de nada irá a verle a la central.
El comandante sujeta algo entre los dedos. Mantiene una pierna estirada. Mueve la
mano un poco hacia arriba y una bola de pelo negro sale disparada hacia arriba.
Gennadi se ríe, pues la gata debía contar con aterrizar en el suelo al otro lado de la
pierna. Pero, en lugar de eso, sigue flotando por la cabina hasta que Doug la sujeta.
Kiska se lo agradece con un golpe de su pata derecha, pero sin sacar las uñas.
—Gata desagradecida, ya ves lo que pasa —exclama—. El hombre malo ese se está
riendo de ti.
Kiska gira la cabeza y mira a Gennadi justo en el momento en que Doug dice lo del
hombre malo. Pero Gennadi sigue teniendo algo entre los dedos que parece interesar
mucho a la gata.
—Tienes que tenerla más vigilada —dice Gennadi—. Si no, alguien se la llevará con
intenciones más gastronómicas que las tuyas.
—Mi encargo en el JWST, sí. Eso se cuenta en un segundo. Debería haber pedido que
instalaran un radar y entonces no lo habría pasado por alto. Podría haber sido mi
último error en esta vida.
—Habría supuesto nuestra bancarrota. Antes de que ella organizara una misión de
rescate, habría cerrado yo mismo el grifo del oxígeno.
—Fue una suerte tremenda. Mary se enteró de que necesitaba un espejo grandote, y
resulta que yo estaba sentado encima de uno.
—No me digas.
Gennadi parece ofendido porque sabe muy bien que no le está contando toda la
verdad. Pero no puede hacerlo.
De golpe, Gennadi se mueve hacia delante y enciende una pantalla, fijada a la pared
a la altura de los ojos.
—Mira —le dice entonces—. Esta es la nave que debería estar acoplada aquí,
esperándote.
—Un diseño interesante —dice Gennadi—. Los cilindros de atrás los reconozco, son
DFD, Direct Fusion Drives, como los que fabrica el Consorcio RB. Pero nunca los había
visto combinados con tanques de masa de apoyo tan grandes.
—Tengo que retirar los restos de una vieja instalación en Encélado —dice, relatando
la versión oficial—. Y, por lo visto, también traerlos de vuelta. Protección planetaria y
cosas así. El cacharro ese debe pesar bastante. Y, para eso, la nave necesita un motor
muy potente.
—Aún no me he leído todos los detalles. Tengo tiempo de sobra en el viaje de ida.
—Los encargos son cosa de Mary. Me fío de ella. Si dice que me siente ahí y salga
volando, es que tiene sentido.
Gennadi apaga la pantalla y dobla las piernas, adoptando la posición de loto. Con su
oscuro y bien recortado bigotito, parece un genio recién salido de la lámpara de
Aladino.
—Ni siquiera conoces bien tu nave —dice—, pero si no quieres que te ayude, no voy
a insistir.
—Mierda.
—Sí. Me hace sentir mejor el saber que no estarás del todo solo.
—¿Yo? ¿En la base lunar? Imposible. Jelena ya me ha adoptado, por así decirlo. Me
considera un ser tremendamente perdido que no podrá sobrevivir todo un año sin su
marido.
—Así es, pero no me quejo. Hace unos blinis para chuparse los dedos.
—Menudo desastre estás hecho. Rehidratar… con solo oírlo se me ponen los pelos
de punta. Seguro que hay harina, levadura, tomate triturado y queso en la despensa.
¿Por qué no te haces tú mismo la pizza?
Ahora mismo la gata duerme sobre su regazo. Le da un poco de pena. Ha tenido que
explorar mucho terreno desconocido hoy.
—A lo mejor en la ducha, ya veré. Seguro que no pasa nada si falla con la puntería.
Ahora parece muy segura de sí misma. Tal vez es porque ya se despidieron antes.
—Gracias.
Doug corta la comunicación antes de que se le salten las lágrimas. Antes de que
arranquen los DFD hay que hacer varias cosas. Toca suavemente a Kiska. Sus orejas se
mueven mientras duerme, pero no llega a despertarse, a pesar de estar flotando por
encima de su regazo. Así puede cambiar de lugar sin despertarla.
—Solo llamo para agradecerle que haya aceptado este encargo. Es muy importante
para nosotros. Y, al parecer, está cumpliendo bien con la cláusula de confidencialidad.
«¿A qué se referirá con eso? ¿Es que Gennadi le ha puesto a prueba por encargo de
Merman?», se pregunta. Doug se sentiría decepcionado si Gena se hubiera prestado a
ello. Pero quizás ha sido un ruego difícil de rechazar. O Merman tiene micrófonos en la
central de la Gateway. Sería muy posible.
—Sí, claro —responde Doug—. Cumplo con mi parte del acuerdo. Es cuestión de
honor.
—Vaya, ¿no iba a viajar solo? —pregunta Merman, que puede ver la gata a través de
la cámara.
—Muy bien, Doug. Los Swartzenberg son de fiar. Mi padre siempre me lo dijo.
—Desde luego.
—¿Algo más? Tengo que hacer varias cosas antes de poner en marcha los
propulsores de fusión.
—Gracias.
—Solo una cosa más. Tenemos nuevos datos sobre el destino, que no quiero
ocultarle.
—Le escucho.
—Por desgracia no. No lo hemos podido conseguir uno en tan poco tiempo.
—¡¡Ay!!
Vuelve a oír cómo rascan. Doug se pone de pie sobre la cama, pulsa el botón de
apertura de la compuerta y estira los brazos para agarrar a la gata. La deja sobre la cama
donde, tras un breve maullido, se enrolla en el extremo del colchón y hace como si
durmiera. Al menos, eso parece, porque se le mueven las orejas casi
imperceptiblemente.
Doug se sienta en la cama. A su lado hay una pantalla fijada a la pared. La gira hacia
él, pero se lo piensa mejor. La nave, a diferencia de la Reliable, posee un sistema sencillo
de comando por voz. No es una IA de alto nivel, solo una interfaz de usuario con la que
puede manejar todas las funciones de la nave. Doug no tiene ganas ahora de pulsar
teclas.
—La compuerta se cierra por motivos de seguridad. Si una parte de la nave perdiera
presión, quedarías a salvo.
—Eso ya lo sé. Aun así, quiero que la compuerta esté permanentemente abierta.
—La compuerta se cierra por motivos de seguridad. Si una parte de la nave perdiera
presión, quedarías a salvo.
—Debo descubrir qué es exactamente el objeto al que nos dirigimos. Y tengo que
transmitir mis hallazgos a mi jefe. Luego hay un par de requisitos técnicos como la
minimización del tiempo, consumo de recursos y grado de detección por terceros.
—Ocho.
3 de junio de 2078, CS Victory
Así que Kiska no le interesa para nada a la nave. No se ha dado cuenta de lo que eso
significa, hasta el sueño que ha tenido esa noche: un minúsculo meteorito perfora la
pared de la cabina. Él está cómodamente sentado en el WHC leyendo un libro. Pero la
cabina pierde toda la atmósfera. Doug detecta el daño al regresar. La gata está
congelada en forma de bola negra con pinchos y la compuerta muestra las profundas
huellas de sus garras. Kiska debió estar rascando contra la compuerta, pero no se abrió
para ella.
Su pequeña acompañante necesita un traje espacial propio. Por ello está Doug hoy
en el taller, puliendo el aro metálico que cierra el Hard Upper Torso del traje espacial de
recambio por abajo. Le faltan los medios para construir un auténtico traje para Kiska.
Pero sí puede reconvertir el traje de reserva. Solo necesita sellar la parte inferior del
HUT. Allí dentro, Kiska tendrá espacio de sobras.
—Cuqui, cuquíta…
La gata le mira raro. Lleva todo el tiempo frotándose contra sus piernas. Pero justo
ahora que la necesita, se mantiene a distancia.
—¡Cuquíta… ven!
Se agacha. Kiska mueve la punta de la cola. Estira el brazo y mueve los dedos como
si tuviera algo entre ellos. Pero Kiska no cae en ese truco tan barato y visto.
Entonces nota su suave pelaje en su brazo izquierdo. Lanza la mano izquierda sin
mirar, le pasa rápido la mano bajo la panza, la levanta y para el movimiento. Kiska
reacciona medio segundo demasiado tarde. Ya la tiene. Todavía patalea con las patas,
pero como está flotando no se mueve de ahí. Acerca el traje modificado, procurando
que quede fuera del alcance de sus garras. El gran agujero por el que normalmente pasa
el cuello de un astronauta está ahora justo debajo de Kiska.
Doug solo cuenta con una oportunidad. Si la gata toca el material demasiado pronto,
desaparecerá. Tiene que volcar el traje encima de ella y luego colocar el casco. Uno, dos
y tres. Con un rápido movimiento tira del traje por el cuello hacia arriba. Kiska entra
dentro. No se da cuenta de sus intenciones, así que se resiste demasiado tarde. ¡Te
tengo! Ya tiene a la gata en el saco; ahora hay que ponerle rápidamente el casco. Lo gira
y la unión queda cerrada. Kiska bufa. Doug se asusta cuando aparece en el casco de
cristal. No parece estar nada contenta. Pero él está tranquilo. Kiska ya puede sobrevivir
una evacuación de la nave. Siempre y cuando no proteste demasiado.
20 de diciembre de 2078, CS Victory
—Bien. Pues vuelve a avisarme cuando sepas más de este objeto desconocido.
Doug suda a mares. Utiliza una toalla para secarse. El sudor se ha acumulado en
pequeñas burbujas sobre su piel. Un par de ellas salen volando. Conecta la ventilación
para que no se distribuya su sudor por toda la nave. Mira entonces el indicador de la
bicicleta. Le quedan todavía 25 minutos, así que lleva solo 35 sobre el sillín.
Más pedaleo. Toca el pequeño signo de más sobre el indicador del tiempo. Los
pedales van ahora más duros. Doug tiene mala conciencia; ayer apenas se movió y no
tiene intención de volver a casa como un viejo lisiado. Mary tiene ocho años menos que
él y si quiere mantener su ritmo tiene que estar en forma.
—¿Puedo molestarte un momento, Doug? —le pregunta la nave.
Es imposible, pero la voz le ha sonado como algo ofendida. Doug sonríe. No debe
humanizar la nave. Sigue dándole a los pedales lentamente.
Al cabo de cinco minutos se levanta y quita los pies de los pedales. No deja de pensar
en la pregunta del mando de la nave. No quiere ceder a la curiosidad, porque volvería a
dejar el entrenamiento de lado. No debe permitir que eso ocurra. Pero ¿y si la nave ha
descubierto algo importante?
—Por un hallazgo.
—En efecto.
—¿Qué pasa con él? Venga, que no tengo ganas de sacarte las palabras de una en
una.
—No.
—Entendido, Doug.
Ahora está más tranquilo. No ha pasado por alto nada importante. El espacio no
permite ningún fallo. Doug vuelve a pedalear con ganas. Pasan algunos minutos en los
que se esfuerza al máximo. Entonces le sobreviene un pensamiento. Sí que ha cometido
un error.
—No, no responde.
No se enfada con la nave, porque él mismo ordenó que le dijera algo cuando
obtuviera respuesta.
—No.
—De acuerdo. Entonces es que no quieren hablar con nosotros. O están en una
misión secreta y no deben hablar con nadie. ¿A qué distancia se encuentran?
—Un par de segundos luz. Con las correcciones de rumbo que han realizado hoy,
estaremos junto a ellos dentro de un par de días.
—No puedo más que especular sobre las intenciones de esa nave, y no estoy
programada para eso.
—Sí.
—El destino.
—El destino.
Doug piensa. ¿Será un problema? La existencia de este planeta negro no puede ser
algo desconocido para nadie aquí. Se está moviendo frente a sus ojos por el sistema
solar. No, la nave ha actuado de forma correcta.
—Gracias, nave —dice—. Ya puedes cesar en tus intentos de establecer contacto con
esa nave. Si no quieren saber nada de nosotros, pues nosotros tampoco queremos saber
nada de ellos.
—Recomiendo mantenerse lo más lejos posible de esa nave —dice Merman—. Vuela
por encargo de una compañía de seguros, parte de un gran consorcio mixto. Está en un
nivel bastante por encima de mí. Si llego a saber que esta empresa participa en esta
historia, no os habría dado este encargo. Pero la Victory ha llegado ya tan lejos, que es
demasiado tarde para dar media vuelta. Espero que tenga mucho éxito y procure evitar
cualquier contacto con la Holandés Errante. —Merman finaliza la conversación.
24 de diciembre de 2078, CS Victory
La gata se restriega por sus piernas mientras se viste. Tiene hambre, así que le
despierta; muy lógico. Por la compuerta abierta encima de él desciende una corriente de
aire a la cabina. Doug se toma su tiempo y Kiska no parece impacientarse. Va haciendo
ochos alrededor de sus piernas ronroneando suavemente. Parece que ha aprendido que
no sirve de nada intentar darle prisa.
Pero en la cabina del WHC hay la misma gravedad que en su dormitorio. A Kiska
no le molesta que justo al lado esté su cajón de arena y le gusta mucho que él la haga
compañía mientras come. Doug señala hacia arriba. Eso significa Vamos allá. Kiska ya
empieza a entender bien el gesto. Clava sus garras en la cortina que ha colgado junto a
la escalera y sube a toda velocidad. Mirándola podría pensarse que no hay ninguna
gravedad aquí. Pero cuando Doug va subiendo escalón tras escalón, todo su peso
regresa como si no lo hubiera perdido nunca.
Subir le cuesta un gran esfuerzo. Así, nada más despertarse, parece que todos sus
ejercicios no han servido de nada. Por suerte, la gravedad va descendiendo a medida
que se acerca al eje. Llegado a él, hace una pausa. Kiska, por el contrario, ya ha
avanzado. La gata conoce ya sus hábitos, se para y se gira. Con ello le está diciendo
«Ven, Doug». Doug la sigue. El resto del camino es ahora cuesta abajo, así que llega al
WHC casi al mismo tiempo que Kiska.
Debería enviarle un mensaje, sin duda. El último fue hace cuatro días. ¿O han
pasado ya cinco? ¿Una semana?
Pero ¿tan burro es este software de mando? Parece que últimamente ya no está de
moda instalar inteligencias artificiales para el mando de las naves espaciales. Dicen que
han desarrollado demasiada iniciativa propia. Se comenta que RB ha cambiado su
estrategia de investigación en este campo. Una IA auténtica para funciones cotidianas
como la navegación de una nave parece ser muy arriesgado.
Pero si Watson no era nada peligroso. ¡Si esa IA al menos regresara! Con ella
mantuvo muchas conversaciones interesantes. Y Watson se habría dado cuenta de a
quién se refiere con «María». ¿Por qué habrá llamado a su mujer por su antiguo
nombre? Incluso en sueños la suele llamar Mary. ¿Qué habrá sido de Watson? La IA se
sacrificó para neutralizar el agujero negro que se abalanzaba sobre la Tierra.
—Sí, nave.
—¿Cronológicamente o anticronológicamente?
—Me da lo mismo.
—Me da lo mismo no cuenta entre los parámetros permitidos.
Nave idiota.
—Entonces déjalo.
—Cancelar.
—No puedo dejar de cancelar ya que nunca he empezado. Si quieres que deje de
cancelar, ordéname primero que cancele.
¿Y ahora qué? Admira realmente a Mary. Parece conseguir que cada día haya algo
que la motive; algo que él no logra ni en ocho días. Y el destinatario ni siquiera le da las
gracias por sus mensajes. Pero ¿qué puede decirle? Aquí no pasa nada. Lo único notorio
es que cada día se acerca más a su destino.
Bueno, al menos sabe que sigue vivo. Tal vez es suficiente con eso. Al parecer así es.
No necesita tener mala conciencia.
Y, aun así, se siente fatal. Será mejor contactar con Mary. A fin de cuentas, mañana
es Navidad. Pero entonces será suficiente con que se lo envíe mañana, ¿no? El mensaje
no tarda días, sino solo un par de minutos. Hasta mañana tampoco habrá pasado nada
más interesante que en los ocho días anteriores, así que tendrá el mismo problema.
Mejor entonces si lo soluciona enseguida.
Kiska gira la cabeza hacia él. Ha oído su nombre, pero no considera necesario
responder. Eso es lo que le dirá a Mary.
Sin reacción.
Este software parece haber sido programado para una nave de mayor envergadura.
—En absoluto. No necesito ayuda. Solo quiero saber si en los últimos ocho días ha
habido alguna novedad.
—Mi archivo de registro contiene algo más de siete millones de entradas solo en las
últimas 24 horas.
—Pasemos a categoría 4.
—¿Qué es la categoría 4?
—El 22 de diciembre medí una sobretensión en una de las baterías del sistema de
almacenamiento energético. El mismo 22 de diciembre, por un manejo incorrecto, el
WHC redujo su capacidad de funcionamiento.
Capacidad reducida… ja. El inodoro rebosó tras haberle tirado dentro los restos del
desayuno. Parece que olvidó limpiarlo correctamente tras el último uso.
—La próxima vez que tengas datos nuevos sobre nuestro objetivo, infórmame.
Pasa con el dedo de imagen a imagen. Los gusanos se ordenan de forma distinta,
pero no parece haber mucha diferencia. Naturalmente que no son gusanos de verdad.
Ha visto con bastante frecuencia objetos desde muy lejos. Es como mirar las nubes.
Primero ver un dragón, luego una esponja y al final no es más que un resto
deshilachado de vapor de agua.
—Sí.
25 de diciembre de 2078, CS Victory
Comprueba por seguridad una vez más que lleva la corbata bien anudada. Mary le
metió una en el equipaje. Esta mañana se ha acordado que a ella le gusta mucho verle
con corbata. Aunque a él no le gusta llevarlas, hoy le hará el favor. Tampoco tiene
ningún otro regalo para ella.
—Querida Mary —comienza—. Hoy es Navidad. Aún estoy a unas dos semanas de
viaje de Anfitrite. Mañana la nave empezará a frenar y ya habré superado la mayor
parte del viaje de ida. Kiska y yo estamos bien.
Pulsa la tecla de pausa. Ahora le gustaría que Kiska saliera en la grabación, pero no
la ve por ningún lado.
—¿Kiska?
—No veo a Kiska por ningún lado —sigue explicando—. Luego iré a buscarla. Ya
sabes cómo es. Sin ella, este viaje me resultaría muy triste, por lo que sigo dando las
gracias por habérmela podido llevar. El planeta al que me dirijo parece ser muy
peculiar. Te envío un par de fotos que hizo la nave hace un par de días, pero no me
preguntes qué se ve en ellas. Merman ya me ha dicho que espera un aterrizaje. En el
contrato no se mencionaba esto de forma concreta, aunque puede deducirse del texto de
que tengo que hacer todo lo que esté en mis manos para recopilar el máximo de
información sobre este planeta. Reconozco que empiezo a tener muchas ganas de dar
una vuelta por ahí abajo.
Doug pulsa pausa, bebe un trago de agua de la botella que flota a su lado y adopta
de nuevo una postura cómoda en el asiento. Vuelve a activar la grabación.
En ese momento le golpea la botella en la frente. Todo pasa a la vez. Salta la sirena
de alarma. Se oye un terrible siseo. Conoce de sobras ese ruido. Se oye también cuando
se abre el tapón de una colchoneta de aire. O muy fino y constante cuando ha pinchado
la rueda de la bicicleta. La Victory está perdiendo aire. ¡Mierda!
Y no solo eso. Está dando tumbos. ¡Grandísima mierda! Todo lo que no está atado se
desplaza de forma errática por la nave. La botella ha rebotado en su cabeza. Va girando
hacia la pared como si estuviera borracha. Doug la mira, aunque en la nave está bajando
la presión del aire. Necesita la información que le está a punto de dar la botella.
Tiene que taponar de inmediato el agujero. Doug se levanta. Apunta hacia el pasillo
que lleva al taller, pero aterriza algo detrás por el movimiento de peonza que está
haciendo la nave. La compuerta no se ha cerrado. ¿Por qué? En caso de pérdida de
presión, la nave debería hacer todo lo posible para minimizarlo. Pero si el agujero
realmente está en el casco exterior del taller, solo podrá repararlo cuando el taller no
esté totalmente separado de la nave. Allí están también los trajes espaciales. El mando
de la nave es suficientemente inteligente como para considerar esta situación.
La luz en el taller parpadea. Se siente como en una mala película de terror. El daño
es evidente. En la pared izquierda hay una grieta. La mira. Tiene solo unos tres
centímetros de ancho, pero medio metro de largo. Debe haber impactado de forma
inclinada desde delante. Mira a su alrededor. Tiene que haber también un lugar de
salida.
La luz se apaga del todo. ¡Solo le faltaba esto! Doug mete la mano en el estante bajo
la mesa del taller. Allí hay una linterna. La enciende y enfoca la parte de atrás del taller.
Ha localizado el punto de salida. No puede ser verdad. El objeto que ha creado la grieta
no ha salido de la Victory. Ha entrado en el propulsor. Espera que no haya dañado nada
importante.
Pero ahora mismo le es igual, porque antes morirá por falta de aire. Tiene que cerrar
la grieta cuanto antes. En el taller hay kits de reparación de emergencia. Busca en todos
los estantes. Tiene que haber al menos uno. Los hay en todas las naves. Lo encuentra en
el estante inferior. Doug lee con rapidez las instrucciones. El material de sellado se
encuentra en una inyección. Es de endurecimiento rápido. La superficie de la grieta es
suficientemente pequeña para que el kit consiga sellarla.
Maldita sea, no es suficiente para la reparación. Así que tiene ahora 17 minutos para
meterse en el traje espacial.
¿No sería mejor que se pusiera primero él el traje? ¿Y si pierde demasiado tiempo en
localizar a Kiska y al final se asfixia? Mierda. No, no puede ser tan difícil encontrarla. La
Victory solo tiene 4 espacios donde pueda encontrarla. Acaba de salir de la central. En el
taller no está. Solo quedan l WHC y su cabina.
Empieza con el WHC. Para ir más rápido se deja caer por el pasillo. Cuenta con caer
sobre la compuerta cerrada, pero se le abre automáticamente. A duras penas consigue
agarrarse a un escalón. Y eso que solo dispone de la mano derecha. La mano no resiste
todo su peso. Se suelta mientras el traje de Kiska se le escapa de la otra mano. El
salvavidas para la gata llega al mismo tiempo que él abajo. Doug aterriza junto al
inodoro; el casco del traje de Kiska rebota sobre la tapa y de desplaza hacia un lado.
Mierda, mierda, mierda. La tapa del inodoro tiene una grieta. Doug se inclina sobre
el traje. Si el visor se ha resquebrajado, ya no tendrá nada para proteger y salvar a
Kiska. Tendrá que aguantar casi un cuarto de hora sin aire. ¿Cómo lo va a hacer?
Levanta al traje que ha convertido para ella, gira el casco y suelta un grito.
Alcanza su cabina totalmente sudado. Se deja caer los últimos tres escalones, se
sienta en la cama y busca a su alrededor. No está aquí.
Frota los dedos para atraerla con el ruido. «¡Por favor, Kiska!». Pero no viene. Se
agacha y mira bajo la cama. Allí solo hay polvo y un trozo de pastel de manzana seco.
¿Cómo ha llegado eso allí? Hace un par de días lo echaba de menos en la central.
La central. Kiska debe estar ahí. Estaba solo cuando salió de la central, pero quizá
Kiska se ha marchado hacia allí. Le duelen los brazos al subir de nuevo la escalera. En el
eje gira hacia la izquierda. Se abre la compuerta. A primera vista no ve nada. La luz está
algo atenuada. La nave debe estar ahorrando energía ya. Doug flota al interior. La
mantita sobre el asiento del comandante muestra un hoyo en medio. Lo toca y nota que
aún está caliente. ¡Kiska debe estar por escondida por aquí!
Y así es. Se ha enrollado encima de la lámpara de techo. Es una luz LED fría, pero el
transformador seguro que emite calor. A Kiska le encantan los lugares más calientes
que el entorno.
«Tranquilo, Doug. No debes asustarla». Salta el diagonal hacia arriba. Kiska no le ve
porque tiene las patas por encima de su cabecita, pero ya está levantando las orejas.
Seguro que Kiska percibe los cambios en las corrientes de aire que causa su
movimiento.
«No te muevas, por favor. Solo diez segundos más». Ya casi la tiene. Doug estira los
brazos hacia delante. Kiska suelta un maullido. Debe haberse asustado, aunque no
chilla tan fuerte como esperaba. Entonces se da cuenta de lo débil que está respirando.
Por eso no oye a la gata con tanto volumen, ya que el aire es mucho menos denso. Se da
rápidamente un empujón con las piernas y sale volando hacia el taller. Kiska todavía no
se defiende, pero seguro que empezará pronto. La agarra fuerte bajo el brazo izquierdo.
Siete minutos. Ya no puede pensar en nada más.
Su traje está listo en el taller. Doug tiene suerte. Entra sin problemas en la parte
inferior, algo que no había conseguido nunca antes. Tal vez es porque no lleva el LCVG,
sino solo un chándal. Levanta la parte inferior y agarra el HUT.
A medio movimiento se para. Antes de ponerse la parte superior del traje tiene que
despedirse de Kiska. Aún está bajo su brazo izquierdo. Sigue sin protestar. La libera con
cuidado. Queda flotando delante de él sin mover ninguna extremidad. Pero está
respirando con fuerza. Parece que Kiska está concentrada exclusivamente en inhalar el
poco aire que queda por aquí. Tiene los ojos algo salidos ya y verla da mucha grima.
Doug quiere cerrar los ojos para no verla morir, pero eso sería una gran cobardía.
Mierda. Se cierra el casco. Entra aire fresco rico en oxígeno. Entonces se lo vuelve a
quitar. ¡Cómo puede ser tan tonto! ¡El casco es suficientemente grande para los dos! No
será muy cómodo para ella, pero es una posibilidad. Agarra a Kiska, se quita el casco
para pescarla con él y se lo vuelve a poner. La gata está ya muy apática. Doug mueve la
cabeza para conseguir el espacio que necesita. Kiska está pegada a su mejilla derecha y
le empuja la cabeza hacia la izquierda. Cierra el casco.
Pero el tiempo de reparación no se puede acortar. Cada capa debe primero secarse.
Kiska ya da señales de vida tras el primero paso de trabajo. ¡Ojalá pudiera explicarle lo
que está pasando! En el segundo paso de trabajo saca las uñas. No se puede mover
libremente por el casco, pero sus patas están más o menos en su nuca. Kiska intenta
salir de ahí, apartar de alguna forma el obstáculo. Sus uñas están muy afiladas. Por
suerte, las garras no las tiene a la altura de la cara.
Doug repara. Kiska chilla. Doug repara. Kiska araña. Doug repara. Kiska bufa. Doug
repara y luego se inclina hacia atrás. La pistola con material sellante está vacía. Ha
acabado el trabajo. Ahora queda esperar tres minutos.
Al cabo de dos, se quita el casco. Kiska chilla, le golpea con la pata delantera en la
cara y sale disparada. Seguramente no pueda verla durante todo un día, ya que estará
muy ofendida. Doug llora, en parte de dolor, en parte de alegría. Lo ha conseguido. Ha
salvado a Kiska… y se ha salvado a sí mismo.
26 de diciembre de 2078, Ganymed Explorer
Solo cien metros más. La áspera superficie del planeta se acerca a velocidad vertiginosa.
Yuri mira a través de los ojos de la cámara de la primitiva sonda que ha construido
junto con Óscar. Está a punto de morir. Cincuenta metros y no hay propulsor que la
frene. Yuri se agarra fuerte al respaldo. Tiene las palmas de las manos húmedas, aunque
no siente esa fuerza en persona. La imagen de la cámara se desenfoca. El radar muestra
una superficie antiquísima y arrugada.
Un breve relámpago cruza la pantalla y la imagen queda en negro. Yuri golpea con
los puños contra el respaldo. ¡Ha funcionado! La sonda se ha sacrificado por ellos. Ni
siquiera le habían puesto un nombre. Cambia a infrarrojos. En la superficie sobre la que
aterrizaron la primera vez puede verse una mancha clara. El choque de la sonda ha
hecho que se incendie el polvo de carbono. La superficie caliente mide al menos mil
metros de diámetro.
—Debería ser suficiente —opina Irina—. Eso ya no nos freirá el culo por segunda
vez.
Pasan unas tres horas con los preparativos hasta que, al fin, pueden soltar amarras.
Primero fue Irina la que se acordó de algo que podrían necesitar ahí abajo y luego fue el
turno de Yuri acordarse de algo también. Una pala, seguro que podrían necesitar una.
Entonces Irina quiso ir a por una escoba, pero Óscar les advirtió que el módulo de
aterrizaje empezaba a estar sobrecargado.
—¿No será que, en el fondo, no nos apetece bajar allí? —pregunta Yuri.
—Yo sí que quiero bajar —dice Irina—. Tenemos que solucionar el misterio de
Anfitrite. Así que habla por ti, ¿vale?
—¿Y por qué se te ocurre cada minuto algo nuevo que podríamos necesitar?
—Ni hablar. No pienso dejarte investigar este extraño planeta sola. ¿Y si te pasara
cualquier cosa?
—También me iría bien contar con alguien que me apoyara desde aquí arriba, desde
la nave. Desde aquí tienes una mejor visión de conjunto. Piénsatelo, Yuri. No te lo
reprocharía, en serio.
—Como quieras. Pero no quiero oír más quejas durante una buena temporada.
¿Dónde está la llave del 22? Ahora le iría bien un ayudante que le fuera pasando las
herramientas. Doug sale a rastras del estrecho pozo que apesta a aceite y lleva desde el
taller al control de propulsores. A los propulsores mismos solo se puede acceder desde
el exterior. Pero con los medios disponibles a bordo tampoco podría repararlos.
Y es que lo que haya impactado contra la nave no solo atravesó el casco exterior,
sino que destrozó el mando de los propulsores. Máximo daño con un mínimo esfuerzo;
menuda casualidad. ¿O no? Busca en el cajón inferior la llave que necesita. La
tecnología puede mejorar todo lo que quiera con el tiempo, pero al final siempre se
necesitan los buenos tornillos de siempre para sujetar una chapa en su sitio.
La llave del 22 está, naturalmente, al fondo del todo. Se lleva, ya de paso, la del 18 y
la del 12. Cuando más se acerca a su objetivo, más pequeños son los tornillos; algo que
sabe por experiencia propia. Ya ha desmontado y vuelto a montar más de una nave.
También lo conseguirá aquí. El daño no puede ser tan grave.
Y necesita tener éxito cuanto antes, pues la Victory debería estar ya frenando.
Cuanto más tiempo vuele a la velocidad normal de crucero, más difícil será alcanzar
Anfitrite. Si no consigue reparar el daño con suficiente rapidez, saldrá volando sin freno
alguno al exterior del sistema solar.
Una corriente de aire le refresca el sudor que le cubre la piel. Debe haberse abierto la
compuerta al taller. Mira hacia delante. Kiska avanza con mucho cuidado agarrándose
al techo. Ya no se lanza tan valiente como antes para ir flotando hacia su destino, sino
que procura no perder el agarre con cada paso que da.
La gata le mira. «¿Puedo fiarme de ti?», parece decir. Doug la zarandeó mucho y
ahora debe estar precavida. Pero también es quien le da de comer.
Doug mete de nuevo la mano en la caja de herramientas. Una llave del 10 tampoco
estaría de más. Kiska desaparece de nuevo. El ruido de las herramientas la habrá
asustado. La envidia bastante. Kiska no tiene ni idea de que están a punto de iniciar un
viaje sin retorno. En su mundo todo es muy sencillo. Tampoco tiene que pensar en
quién la enviará a ese viaje.
No, ya habrá tiempo más tarde para ello. Ahora tiene que solucionar el problema. El
mando de los propulsores debe arrancar de nuevo. ¿Por qué no lo habrán configurado
los ingenieros con un módulo redundante? Seguramente porque está más que bien
protegido. Doug lleva horas abriéndose camino para acceder a él. Un disparo desde el
espacio lo tiene muy fácil. ¿No podrían haberlo tenido en cuenta los ingenieros?
Dos horas después ha llegado al fondo del pozo de mantenimiento. Son solo tres
metros, pero ha tenido que sacar varios mamparos protectores. El objeto que colisionó
con la Victory no ha tenido que esforzarse tanto; atravesó todas las chapas de acero y
capas de polímero aislante como si fueran de mantequilla.
—Sí, Doug.
—Depende de la masa y la sección del objeto y de cómo estos valores varían durante
el recorrido a través de mí.
—Si partimos de una sección circular con diez centímetros de diámetro. Y la masa,
pues no sé, supongamos que es un asteroide de tipo normal.
Sigue siendo claramente demasiado rápido para un objeto natural en esta órbita. En
teoría, podría tratarse de un intruso que cruza el sistema solar en una órbita hiperbólica.
Pero ¿qué probabilidad hay de eso? Doug sacude la cabeza. Tendrá que ocuparse de
ello más tarde.
Saca la última chapa de protección del pozo. Flota por el taller y muestra orgulloso
el gran agujero en su mitad inferior. Doug se mete con la cabeza por delante en el
pasillo de mantenimiento. La visión que le espera es terrible, aunque ya contaba con
ello. El objeto ha perforado un orificio limpio, ligeramente ovalado, en el mando de
propulsores. Es casi un milagro que el aire no se escape por ahí.
—Sí, hay una fuga en popa, entre el DFD 2 y el DFD 3. La otra fuga ya la has sellado.
—No. Tengo suficiente agua a bordo para abastecerte a ti y a tu gata durante un año
y medio.
Doug cierra los ojos y se frota las sienes. Hace un par de horas, antes del impacto, todo
parecía sencillo. Primero hay que solucionar el problema que te matará antes. Aún
recuerda las palabras de su formador. ¿Y ahora qué? ¿Hay alguna otra solución? Se
sienta recto. El asiento rechina un poco. Tiene que haber una solución. Mary le está
esperando. Contactará con ella cuando haya encontrado esa solución.
—Nave, ¿tienes alguna idea sobre cómo puede haberse producido este impacto? —
pregunta.
—Su tamaño debe estar justo por debajo de mis posibilidades de detección. Registro
objetos a partir de los 15 centímetros de diámetro.
—Pues hazlo.
—Gracias. ¿Y?
—Hay un 96 por ciento de posibilidades de que se trate de una hipérbole.
—Sería posible.
—Sí.
—¿Qué objetos?
—La nave Holandés Errante se movía en último lugar en una vía que coincide en un
punto de intersección con el trayecto del objeto.
¡Serán cerdos…!
—No puedo confirmarlo. Tal vez esa nave también fuera afectada por ese objeto.
—¿Crees que un trocito de roca de otro sistema solar ha colisionado por casualidad
con dos naves terráqueas una detrás de otra?
—Yo no creo nada, Doug. La probabilidad es inferior al 0,001 por ciento, pero
superior a cero. No puedo decir más.
Le entra una rabia brutal. Le sube por el estómago hasta la garganta. Tiene que
carraspear.
Ni siquiera se paran a mirar si han dado en el blanco. Estos hijos de puta deben estar
muy seguros de sí mismo. Doug golpea con el puño sobre el respaldo de su asiento.
—¿Puedes llamar a esa nave?
—Sí.
—Llama a la nave.
—Llamo a la nave.
—¿Y?
—No responden.
—¡Cobardes!
Merman tenía razón. Se ha acercado demasiado a esa nave. Deben haber visto cuál
es su destino y lo habrán considerado un competidor indeseado. Simplemente lo han
inutilizado. No han destrozado la nave. El mando de propulsores es un objetivo
perfecto cuando sabes dónde se encuentra. La gente en esa nave, o sus mandantes,
deben haber tenido esa información. ¿De dónde? Es igual.
No deben ganar. Tiene que sobrevivir de alguna forma, aunque ahora mismo
parezca imposible. Al menos, tiene una ventaja: Se están distanciando. Saben que ha
sobrevivido. Tal vez forme parte de su plan. No volverán para darle el tiro de gracia.
Esa es su ventaja, y la piensa aprovechar.
26 de diciembre de 2078, Anfitrite
Yuri se sujeta al asiento. El ruido del propulsor resuena un breve momento más y
luego se hace un instante de silencio. La gravedad del planeta le chafa todas las
vértebras. Durante un segundo caen, luego se escucha un golpe seguido de un ligero
rozamiento.
Yuri afloja los dedos que tiene clavados en el asiento. Esta vez ha ido todo
sorprendentemente bien. Quemar el polvo de carbono que se incendió en una
deflagración la vez anterior ha sido idea de Óscar. Se reclina y cierra brevemente los
ojos. Tal vez debería haber aceptado la oferta de Irina. Pero no puede dejarla en la
estacada, sobre todo considerando que ella se sacrifica por él.
—¿Quién sabe? Al final tendremos que salir huyendo de no sé qué aliens. Nos irá
bien poder despegar entonces de inmediato.
—¿Yo? Más bien vosotros. Eso pasa en una de cada dos de vuestras películas
ambientadas en el espacio. Me he mirado algunas por simple curiosidad.
—Perdona, tienes razón. Hoy parece que voy algo escaso de motivación —dice Yuri.
—Ya veremos.
Con el último paso, Anfitrite empieza a mostrar colores. Yuri no está seguro de si
son reales. La percepción del color falla en el ojo humano con esta oscuridad. Aun así,
parece extenderse un tono rojizo por todo este nuevo mundo. ¿Será que, bajo
determinadas condiciones, sí que es capaz de percibir la luz infrarroja? ¿O será que todo
esto sucede dentro de su cabeza, y por qué? Puede que sea un efecto secundario de la
radiación cósmica. El campo magnético de Anfitrite no es lo suficientemente potente
como para protegerles de ella.
El rojo procede claramente del horizonte. Se acerca como una ola de tsunami a
cámara lenta. Irina se acaba de agachar cuando la ola les llega, pero no parece darse
cuenta de ello. ¿Cómo es posible? La ola es gigante, pero tan lenta que se considera a
salvo, hasta que en un último paso cae sobre él. Yuri estira el brazo. El traje espacial
brilla por unos momentos en un rojo oscuro, luego resbala esa capa de pintura hacia el
suelo dejando una delicada capa de color negro rojizo. Sacude el brazo, pero la capa no
se desprende. Se frota con los dedos enguantados de la otra mano, pero no deja huella
alguna. ¿Se está volviendo loco?
Algo le asalta entonces por detrás. Suele tener una muy buena capacidad de
orientación. Viene de detrás, se agarra a su nuca, perfora un orificio y baja por su
columna hasta el coxis. Es el miedo, pero no siente miedo por sí mismo, sino porque
teme perder a Irina. No, lo sabe. Yuri traga. Le hace un gesto a Irina con la mano.
Yuri asiente.
—Yo también lo veo. Llegó como una especie de frente de olas desde el horizonte.
—Me alegra ver que tú también lo notas —dice Yuri—. Si no, tendría que haberme
convencido de que me estoy volviendo tarumba.
—Sigue siendo una posibilidad —opina Óscar—. Solo por el hecho de que los dos
veáis lo mismo, no significa que vuestras impresiones ópticas sean reales. Podría
tratarse de alucinaciones colectivas.
—Entonces ¿tú no has visto llegar la ola? —pregunta Yuri—. ¿No ves esta fina capa
roja que se pega a todo?
—En el radar no percibo nada que se ajuste a tu descripción. No veo como vosotros.
Espera un segundo.
—Sí, como la Materia Oscura y cosas así —dice Yuri—. Pero los conos y bastones en
nuestros ojos interactúan electromagnéticamente. El ojo humano no tiene sentidos para
recibir la Materia Oscura.
—Yo no estaría tan seguro de eso. He estudiado vuestra historia. Antes de descubrir
la gravedad, también rechazabais tener un sentido para la gravedad. Y el sistema solar
está repleto de Materia Oscura.
—Y, de hecho, seguimos sin tenerlo —responde Irina—. Ahora en serio. O estamos
los dos alucinando, o esta percepción del color es consecuencia de la radiación cósmica
que estimula nuestros nervios ópticos. Seguro que Óscar nos puede confirmar que la
intensidad de radiación es aquí bastante superior a la de la Tierra.
—Bien. ¿Damos entonces el tema por aclarado y sacamos el Rover de sus fijaciones?
Yuri coloca el foco en el lugar que señala Irina y lo enciende. Una luz amarilla
recorta un cono en la oscuridad, orientado al armazón de aterrizaje. Orienta el foco algo
más hacia arriba hasta que ilumina el Rover y saca el segundo foco del módulo de
aterrizaje. Necesitan una buena iluminación para poder liberar el vehículo de su nicho
de transporte.
¡Menudo trabajo le ha costado este Rover! Con un modelo normal de cuatro ruedas
deberían haber aterrizado en el interior de una serpens a través de algún derrumbe.
Pero Irina, su mejor y única piloto, falló en todas las simulaciones de aterrizaje exacto en
el fondo de una de ellas. Y no era por falta de cualidades, sino por el hardware, que
reaccionaba sin suficiente precisión a las órdenes.
Así que Yuri transformó el Rover. Sigue teniendo sus ruedas, que necesitará solo en
superficies mayormente planas. En ese caso, el desplazamiento sobre ruedas es
invencible en eficiencia. Irina se rio de él cuando sacó la manguera para depósitos del
almacén. Se trata de una manguera de polímeros protegida por un armazón flexible de
acero. La idea la sacó de la manguera de la ducha. Se le resbaló de la mano enjabonada
y empezó a moverse de forma curiosa por la presión del agua.
El Rover está algo elevado. Su bastidor rodante está anclado al tren de aterrizaje con
barras de acero. Irina suelta los primeros tornillos en el lado delantero, mientras Yuri
extrae los aislamientos protectores de detrás. Parece que le están quitando la piel paso a
paso a un animal enjaulado. La imagen parece más real cuando prueba los distintos
componentes ya liberados con el mando a distancia. Entonces, esas articulaciones del
Roverse mueven como si estuviera vivo.
—Sí que me fío. Pero tras un paseo por el espacio nunca se sabe.
Yuri sujeta el mando a distancia con la mano derecha. Luego se subirán a lomos del
vehículo y lo dirigirán desde allí, pero ahora mismo, el módulo de aterrizaje todavía
está encima del Rover. Pulsa con cuidado el botón de marcha atrás. Las ruedas traseras
giran. El Rover se desplaza un par de centímetros y la base sobre la que se apoya se
inclina un par de grados. ¡Funciona! Yuri desplaza el Rover un poco más en su
dirección. La base sigue descendiendo. Cuanto más se acerca el vehículo al borde, más
inclinada es su rampa.
Yuri para el Rover una última vez justo antes del final de la rampa. Falta medio
metro hasta el suelo. El último tramo debe recorrerlo con velocidad, para que el Rover
no se vuelque sobre su parte posterior. No sería una catástrofe, pero podría dañar su
invento.
—¡Y… ahora! —dice Irina por la radio del casco.
«Ahora». Yuri pulsa el botón a fondo. El Rover da un pequeño salto. Las ruedas
traseras se acercan primero al suelo. Toman contacto sin hacer ningún ruido, pero
levantando polvo hacia los lados. El Rover salta brevemente, avanza un par de pasos
más y se queda parado.
Óscar se desplaza hasta el Rover, se agarra con su brazo extendido y se levanta hasta
la parte superior.
—¿Venís? —pregunta.
Irina se baja del tren de aterrizaje, le saluda con la mano y corre hacia el Rover. Yuri
está pensativo. Que todo esté saliendo tan bien en Anfitrite le hace sospechar.
—Aun así.
Sentados entre las mochilas llenas a rebosar, cabalgan como a lomos de un camello
hasta alcanzar el borde de la planicie al cabo de veinte minutos. Yuri se pregunta dónde
estará la primera serpens cuando aparece de repente en medio del camino. Parece como
si alguien la hubiese empujado al centro del escenario desde detrás de los bastidores,
como para darles a los protagonistas de la obra un efecto sorpresa para el siguiente acto
de este drama.
Irina y Óscar siguen sus instrucciones. Yuri saca el segundo mando a distancia,
robado de un microondas de la nave y reconvertido. Pensó si no sería mejor tener todas
las funciones en un mismo mando, pero no le pareció práctico. Durante la conducción,
es mejor que el Rover no se transforme por error.
Un metro de avance debería bastar por ahora. Ahora es el turno del botón de
descongelado. Lo pulsa. Entre los dos extremos delanteros de las mangueras inferiores
hay una ventosa gigante. Se inclina hasta tocar el suelo. El Rover extrae el aire y genera
vacío dentro de la ventosa. Eso debería funcionar en cualquier superficie más o menos
lisa.
Irina aplaude.
—Es solo cuestión de la superficie. Las ventosas miden un metro cuadrado, lo que
ofrece suficiente agarre incluso con poca diferencia de presión. Espero que funcione
también en la montaña —dice Yuri.
—Podríamos caernos.
—No.
¡Ja, dragón! Esos animales solo existen en los cuentos. Compararía su construcción más
bien con una babosa. De niño pescaba sanguijuelas en el río. Su piel se parece al
revestimiento metálico de las mangueras y se mueven de forma similar al Rover en
modo escalada, aunque con mucha más elegancia. Si alguna vez tiene tiempo para
mejorar su proyecto, se ocupará de ese tema con prioridad. La técnica también debe ser
elegante para que se imponga. Aumentará la cantidad de mangueras. Tres son
suficientes para empezar, porque facilitan su instalación. Pero para conseguir un
movimiento más fluido deberían ser, al menos, veinte, aunque naturalmente con
secciones más cortas que…
¿A qué altura estarán? Si están cerca de la cima de la serpens, deberían ser unos 150
metros o más. Se gira. Ha sido un error. No han subido más de 30 metros, pero el
módulo de aterrizaje, reconocible por sus luces de posición, es ya tan pequeño, que le
entra un mareo. Yuri cierra los ojos y se inclina todo lo posible hacia delante.
¿Qué? ¡Si acaba de decir que han superado lo peor! Yuri traga, pero no dice nada. Se
agarra todo lo que puede a la mochila delantera y deja los ojos cerrados. Suerte que no
tiene que controlar el Rover. Aunque la subida no debería ser tan difícil. Montaña
abajo… eso debe ser un infierno.
«Tranquilo, Yuri». Con los ojos cerrados va tomando conciencia de las fuerzas que
actúan sobre su cuerpo. Es sorprendente la exactitud con la que trabaja su órgano del
equilibrio. El vector que señala al centro del planeta parece haberse colgado en el
interior de su oído. Al principio cuelga de su nuca hacia fuera. Luego se mueve a
cámara lenta hacia su espalda, señala hacia la columna vertebral doblada como una
joroba y le causa un cosquilleo en los muslos. Le atraviesa la columna y cuando el
vector llega como un péndulo a su estómago, Yuri tiene que eructar. Ahora están en el
centro de la circunferencia de la serpens. A partir de ahora, la fuerza del peso tira hacia
delante. Le empuja estómago y pecho más contra el vehículo para abandonar
finalmente su cuerpo. Un sudor frío le llega a continuación, recorriéndole el cuerpo por
los lados. El vector de fuerza pasa por su mandíbula. Lo nota sobre la lengua, sale
brevemente por su boca abierta, cambia a la nariz y llega a la frente. Sus ojos lagrimean.
Yuri se incorpora. Tiene los labios resecos. Busca con la boca el tubo de agua y bebe
un poco. Irina se baja del Rover y se le acerca. Le agarra el casco con ambas manos.
—En serio —dice—. Cuando el vector de la gravedad chocó contra mi nariz, mis ojos
empezaron a soltar lágrimas.
—La línea imaginaria desde el órgano del equilibrio hacia el centro de Anfitrite.
—Vale, entiendo.
Pero es una mentira evidente. Él ha notado perfectamente ese vector, aunque parece
que no todo el mundo es capaz de hacerlo. Da lo mismo.
—No es invento de Yuri —dice Óscar—. El principio se menciona varias veces en los
archivos.
—Lo sé, nunca olvido nada. Pero tu frase sonaba a que lo habías olvidado, Irina.
—Ten mucho cuidado —le pide—. No vaya a ser que se desprenda ahora el borde.
—El suelo tiene un espesor de, al menos, dos metros. No puede pasar nada —dice
Irina.
El robot posee un radar muy potente que alcanza en la oscuridad mucho más allá
que sus sentidos de la vista.
Yuri lo intenta también con su linterna. Gira el haz de luz en la nada oscura del
agujero como una cucharilla en el café. Para el movimiento. La masa oscura gira un
momento más y el lago se vuelve a congelar. Cree incluso oír el ruido del hielo al
cerrarse. Pero allí no hay más que vacío, y el vacío no se congela, ¿verdad? Anfitrite
parece estimular su imaginación.
El robot con forma de disco choca contra su pie derecho para llamar su atención. Ya
ha extendido su largo brazo. Yuri lo sujeta por él, lo levanta e introduce dentro del
agujero. Desaparece en la nada. El borde, claro. El borde de piedra impide que pueda
ver a Óscar. Solo tendría que dar un paso más hacia delante.
—Aún me estoy formando una idea. El radar no se refleja igual a como estoy
acostumbrado y me llega el rebote algo desplazado al rojo.
—Es lo mismo que la última vez. El material del techo hundido está repartido por el
fondo y hay mucho polvo aquí.
—Espera un momento.
—Vale.
El brazo de Óscar vibra. ¿Qué estará haciendo? Por suerte, el cuerpo de Óscar no
pesa demasiado.
—Es interesante. El aire aquí abajo tiene una densidad bastante mayor.
—Bueno, era casi de esperar, ya que estos tubos están mayormente cerrados —dice
Irina.
—El aumento es mayor que el margen de error de mis mediciones —dice Óscar.
—Óscar, ¿podrías responder a mi pregunta o tengo primero que dejarte caer dentro?
—De acuerdo, no hay nada que impida que te dé una respuesta a tu pregunta.
Yuri se ríe. Parece que Óscar está probando de nuevo sus rutinas de humor. Oscila el
brazo metálico de Óscar de un lado al otro.
—Eso sí que es raro —opina Irina—. ¿Alguna teoría sobre la causa probable de eso?
—Y no tengo teoría alguna para ello. No hay indicios visibles aquí abajo.
—Pero hubo un cambio —asegura Yuri—. Hace unas seis semanas pisaron seres
humanos por primera vez Anfitrite.
Irina sacude la cabeza con tanto ímpetu que puede verlo incluso a través del casco.
—Yo no creo nada —dice Yuri—. El hecho es que algo ha cambiado y que hay una
correlación temporal con nuestra llegada.
—Tampoco he dicho eso. Tal vez hay aquí diferentes estaciones y hemos llegado por
casualidad al principio de la primavera. O la creciente proximidad al Sol está
gasificando lentamente la superficie.
—Sí, ya confío —dice Yuri—. Pero las mangueras ahora deben doblarse casi 360
grados. Si no, no podremos superar el borde. No estoy muy seguro de si el material lo
aguantará.
—¿Y?
—Eso sí. El Rover no caería del techo, ya que está sujeto por la ventosa.
—Entonces súbete.
Yuri se sube al Rover detrás de Irina después de haber cambiado otra vez al modo
de oruga. Se ata bien, pues ahora colgarán durante unos minutos del techo en vertical.
Las tres mangueras se ponen alternativamente en movimiento.
Irina desaparece de golpe sin decir ni mu. Ya habrán alcanzado el agujero. El Rover
se sujeta con la ventosa trasera y empuja la delantera que se dobla hacia abajo. Así es
como Irina ha desaparecido.
Ahora le toca a él. Desciende como en una montaña rusa. La oscuridad cambia.
Arriba, sobre la piel de la serpens, estaban rodeados de un negro muy despejado, pero
aquí abajo, el negro es opresivo. Nota las paredes que les envuelven, aunque no las
puede ver. Vuelve a ser lanzado hacia delante. ¿Tiene los ojos abiertos o cerrados? Los
cierra. Debían estar abiertos si su percepción corporal no se equivoca.
—¿Lo ves? Las mangueras no se han roto —exclama Irina.
Fácil decirlo. Debido al revestimiento metálico, solo lo sabrán la próxima vez que
tengan que doblarse.
Con algo de luz podrían incluso ver el agujero. Pero por ahora Yuri no quiere
encender la linterna. Ya tiene suficiente trabajo con mantenerse agarrado.
Pero igualmente se hace la luz. Es Óscar, que ha encendido su foco. Una luz
deslumbrante recorre la estructura del Rover.
Óscar no apaga su foco, sino que ilumina el interior de la cueva. Yuri sigue el haz de
luz. Ha sido un error. De inmediato tiene la impresión de estar colgando del techo como
murciélagos. Intenta el truco que funciona en los paseos espaciales. Si cierra los ojos y se
imagina estar frente a un árbol, el mundo recupera su dirección y orden correctos.
Pero aquí abajo no funciona el truquito. Seguro que es porque la gravedad le indica
claramente la dirección. Cuelgan del techo, es así, y no es un murciélago acostumbrado
a eso.
Ya iba siendo hora. En ese momento, Yuri percibe un ligero silbido. Podría ser un
simple acúfeno. A veces, muy raras veces, lo padece. Pero este sonido va in crescendo.
—Pues hazlo.
Yuri ya ha sacado el mando a distancia del bolsillo. ¿Cuál era la combinación? Así;
ahora nota que se desplaza hacia atrás. Ya lo tiene.
Yuri se gira e ilumina hacia atrás con la linterna. El agujero está a su derecha.
Irina sigue sus instrucciones y la parte posterior del Rover se mueve a la izquierda.
Sí, mierda. El Rover está a punto de doblarse hacia arriba. Con ello saldrán de la
zona de muerte segura. Pero Irina no. Tira de la mochila frente a ella y se suelta los
cinturones, uno tras otro. Son tres.
Luego, Irina desaparece, y con ella la mochila que ha soltado de su anclaje. El Rover
sale del agujero con dolorosa lentitud. Yuri cree oír un resoplido. El vehículo se pone a
salvo justo en el último momento, antes de que la nube lo convierta en polvo. Incluso el
asiento de Irina está aún ahí. Solo falta ella.
Podría haber sobrevivido, debería haber sobrevivido. Irina habrá calculado mal. ¿O
ha saltado al vacío para salvarle la vida? Con algo menos de peso, el Rover pudo
retirarse con mayor rapidez. Si no, quizá la nube lo habría arrastrado al fondo de la
cueva. Pero ¿los 110 kilos de persona con traje espacial pueden llegar a ser suficiente
diferencia? No puede haberlo planificado con tanta precisión. Óscar lo habría simulado
a la velocidad de la luz. ¿Pero Irina? No es más que un ser humano. No puede calcular
con tanta rapidez. Quizá solo tenía la esperanza de poder ayudarle.
Yuri mantiene los ojos cerrados. Si se suelta los cinturones y se deja caer hacia atrás,
ya no necesitará soportar el dolor. Óscar debería callarse.
—¿Yuri?
Suelta el cierre del primer cinturón. La hebilla resbala por su pierna derecha. El
segundo cinturón está enganchado al asiento de Irina. Se inclina hacia delante y toca el
asiento. Retira de golpe la mano porque el asiento parece emitir calor. Es una tontería.
Se obliga a poner la mano sobre la superficie. No quema. La adelanta en busca del
cinturón.
Con los ojos cerrados no es tan fácil. Pero no los quiere abrir. Si no, volverá
sumergirse en este mundo con el que no quiere tener nada que ver. Un mundo que le
obliga a matar a una persona y a soportar la pérdida de otra. ¿O todo está relacionado,
ojo por ojo, diente por diente?
—¿Yuri?
—¡Yuri!
Óscar pesa.
—¡¡Ay!!
Yuri grita de dolor antes de darse cuenta de que algo duro ha golpeado contra su
mano. Abre los ojos. Óscar levanta su brazo para descargarlo de nuevo sobre la mano
de Yuri. La retira rápidamente antes de que el robot pueda golpearle de nuevo.
—Mis simulaciones me informan de que un estímulo fuerte podrá sacarte del estado
de shock con una probabilidad del 60 por ciento.
—Vete a freír espárragos con tus simulaciones. ¡Me has hecho daño!
Yuri se toca la mano derecha con la izquierda. El dorso le duele con el menor
contacto. Es como si la pérdida se hubiera encapsulado allí.
—¿Es que los robots no tenéis alguna ley de Asimov que cumplir?
—No, ningún robot aspirador ha oído jamás hablar de estas leyes. Pero, por si te
tranquiliza, yo nunca te haría daño.
—Pues te hubiera golpeado una segunda vez. Mis simulaciones me dicen que con el
segundo golpe tenía una posibilidad de éxito del 23 por ciento adicional. Con el tercer
golpe…
—Mi simulación me dice que existe un cierto riesgo de que en estado de shock te
dañes a ti mismo. En ese caso, habría intentado dejarte temporalmente fuera de
combate.
—No sé si creérmelo. Parece que persigues demasiadas veces tus propios planes.
—¿Quieres decir que soy demasiado tonto para entender tus planes?
La charla con el robot le ha sentado bien. Le simula una cierta normalidad. Seguramente
forme parte de los planes de Óscar. Yuri mira la hora. Su estado de shock, su tiempo sin
reacción alguna, les ha costado unos cinco minutos. Le parece que han transcurrido
horas desde la caída de Irina. Pero solo han sido un par de minutos.
Sin embargo, cada segundo que siguen sin hacer nada aquí arriba es un segundo
malgastado. Tenemos que bajar a buscar a Irina. Si la nube la ha matado, lo descubrirán.
Si no, necesita ayuda urgente.
—Yo lo desaconsejaría.
—¿Por qué? La próxima nube seguro que no llega antes de que transcurra media
hora. Para entonces, ya habremos vuelto.
Yuri se inclina y revisa el material. Y así es, encuentra líneas de rotura causadas por
el doblado rápido de las mangueras. Se desplaza algo más adelante. Las líneas se
convierten en pequeñas grietas. Las cadenas de polímeros no han podido contrarrestar
las fuerzas.
—No del todo. Hasta unos 30 grados, el revestimiento metálico debería poder
aguantar.
Óscar espera al borde del derrumbe, más o menos donde media hora antes estaba Irina.
Yuri sujeta el cable de seguridad.
—¿Estás seguro de que este hilo tan fino aguantará tu peso? —pregunta.
El cable es apenas algo más grueso que un cabello. Óscar lo guardaba en una caja del
tamaño de un paquete de cigarrillos.
—Tiene una longitud de 4.900 metros. Así que, sí. Pero podrías tener problemas para
sujetarte a él. Es tan fino que podría cortar tus guantes. Además, no sé si sería capaz de
sujetarte desde arriba. Es mejor que baje yo. Imagínate que al llegar abajo sueltas el
cable. ¡No lo volverías a encontrar nunca!
—¿Empezamos?
Yuri sigue su consejo. Entonces suelta la palanca que bloquea el cable. Óscar se
mueve hacia delante.
—¡Cuidado ahora! —dice Óscar por la radio y desaparece.
Yuri sujeta con fuerza la caja del cable, que intenta escapársele de las manos y que
ahora pesa unos 50 kilos, el peso de Óscar. La pequeña bobina gira rápido, demasiado
rápido quizás. Presiona hacia delante la palanca, que sirve también de freno.
—Descenso según el plan —comunica Óscar—. Puedes dejarme bajar más rápido.
—Como quieras.
Yuri suelta el freno y la bobina gira con rapidez. El recipiente del cable es tan
pequeño que la velocidad de la bobina confunde. Óscar no debe estar descendiendo tan
rápido como se imagina.
«He encontrado el cadáver de Irina». Óscar aún no lo ha dicho, pero debe estar a
punto… ¿no sería incluso mejor así?
—Nada que no viera desde arriba —responde Óscar—. Es decir, algunos cascotes
del derrumbe y algo de polvo.
Pero ¿por qué no ha dado señales de vida? ¿Se le habrá estropeado la radio? Sería
demasiado fácil. Yuri no se imagina que en ese planeta negro pueda haber ningún final
feliz.
—Entonces me recompondrás de nuevo. ¿Te he dado las gracias ya por la última vez
que me resucitaste?
—No me acuerdo. Seguro que sí. Pero ¿no deberías recordarlo tú mucho mejor que
yo?
—Solo quería distraerte con un poco de cháchara. Mis simulaciones dicen que sirve
para que baje tu ritmo cardíaco.
—Sí. Pero antes de que preguntes, no recibo nada de ella. La transmisión se cortó
cuando cayó del Rover.
—Mis simulaciones me dicen que solo hay un 40 por ciento de probabilidad de que
haya sido así.
—¿Seguro?
—No lo eres, bajo ningún concepto. Aunque saltara para salvarte la vida, aquello fue
su decisión.
—¿Crees que aún estará viva, Óscar? Si no recibes sus datos vitales, puede que no
tenga datos vitales que enviar.
—Podría estar fuera del alcance o se le ha roto la antena. Mis simulaciones me dicen
que existe una probabilidad del 15 por ciento de que siga viva.
El 15 por ciento. Es más de lo que pensaba, pero no lo suficiente como para tener
esperanzas. Yuri se sienta. No debe abandonar todavía a Irina. Sin su cadáver no piensa
regresar a la Ganymed Explorer.
A través del altavoz del casco percibe ruidos de golpes y cosas arrastrándose.
—¿Problemas?
—Espero.
Yuri levanta el brazo frente a su cara. En la pantalla aparece una curva en la que
aparecen varias líneas negras.
—Allí tienes una línea de absorción. Si Irina hubiera sido descompuesta en todas sus
moléculas por la nube, debería haber líneas de hidrógeno y de distintas moléculas
orgánicas.
—Pero son sobre todo de carbono y nitrógeno. Hay una cantidad inusualmente
excesiva de carbono, como en la superficie, pero no se ven indicios de que se haya
destrozado un cuerpo humano aquí hace poco. Creo que deberíamos poder encontrar
alguna huella.
—He hecho veinte registros de estos. Aquí no hay restos de Irina, y eso lo puedo
decir con bastante seguridad.
«Entonces tenemos que ir a por ella. No pienso abandonar este planeta antes de
encontrarla».
Yuri resopla. En la gravedad de Anfitrite, el robot sigue siendo una carga importante,
sobre todo porque la bobina con la que le está subiendo es tan pequeña. Al fin aparece
el brazo de Óscar por el borde del agujero. Lo ve, porque al parecer Óscar ha encendido
una pequeña luz de posición en su mano. Yuri enrolla y enrolla y al final ya no le cuesta
nada. Óscar ya tiene suelo bajo sus ruedas.
Pero sigue girando hasta que el cable desaparece del todo dentro de su recipiente.
Seguro que lo necesitarán más adelante. Yuri se imagina registrando todas las serpentes
del planeta. ¡Irina debe estar en algún sitio!
—¿Por qué no quieres ir en su busca? ¿Tienes pruebas de que está muerta? ¿Cuáles
son esas pruebas?
—Claro que quiero buscarla. Pero sería más razonable preparar la búsqueda a
conciencia. Necesitamos un Rover que funcione.
—Yo podría descender con el cable al interior de la serpens, como lo has hecho tú.
—¿Y entonces qué? ¿Cómo volverías a subir? Imagínate que encuentras a Irina,
¿cómo quieres rescatarla? ¿Quieres trepar por paredes verticales con ella bajo el brazo?
Óscar tiene razón. Necesitan el Rover. Pero él tiene la necesidad de castigarse por su
fracaso. Debería haber estado sentado delante, y no Irina. Entonces habría caído él y
todo estaría bien.
—¿Y si necesita ayuda urgente ahora? Quizás está luchando dentro de una pequeña
grieta porque se queda sin aire.
—Sí, es una chica lista. ¿De verdad crees que la encontraremos, Óscar?
«Es el peor paisaje que ha visto jamás en una EVA». Doug se encuentra por el lado
exterior del módulo de taller. A su alrededor hay solo oscuridad, espacio negro, nada
más. Tiene que orientar el foco del casco al suelo para comprobar que el mundo aún
existe.
Claro que se debe a su posición. El Sol está detrás de los tres Direct Fusion Drives
gigantescos y de sus tanques de masa de apoyo. Por muy pequeño que se vea desde
aquí, el Sol es el único cuerpo celeste que no percibe solo como un puntito. Los paseos
extravehiculares en la órbita de la Tierra siempre fueron espectaculares y la exploración
de un asteroide resultaba una aventura emocionante. Pero corre el peligro de perderse a
sí mismo.
¿Qué puñetas está haciendo aquí afuera? La nave le aconsejó que no saliera. Los
motores no pueden arrancarse desde el exterior. El mismo Merman le dijo que no
saliera. Debería ahorrar oxígeno para poder esperar ayuda el máximo tiempo posible.
Algún día, la Shepherd-1 volverá de su viaje más allá de los límites del Sistema solar.
¡Ha sido lo único que le ha ofrecido su cliente! Una nave de Alpha-Omega, con la que
podría encontrarse en una maniobra de encuentro dentro de cinco o seis años.
Pero es que también resulta muy difícil rescatarle, ahora que se aleja del Sol a una
velocidad mayor a la de la mayoría de naves que surcan el espacio con sus distintos
encargos. No hay ninguna nave en situación de rescatarle, excepto la Holandés Errante,
cuya tripulación ha decidido cargarse sus motores con un disparo.
Mary es la única que no le ha desaconsejado que intente salvarse por sí mismo. Ayer
le confesó lo que le había pasado. Lo tomó con calma y contactó con un amigo que
conoce los DFD. No le dio muchas esperanzas, pero investigó y encontró una forma de
poner quizás los DFD en marcha de nuevo, aunque sea sin mando de propulsores.
Doug pulsa un botón en su muñeca y en el visor del casco aparece una flecha que le
muestra el camino. Con mucho cuidado va avanzando y enganchando los cabos de
seguridad. Sus probabilidades son mínimas, pero perderlas del todo por no prestar
atención sería una estupidez. Desde su perspectiva, la Victory no parece una nave
espacial; más bien se asemeja a una planta de desguace de noche. Su movimiento no es
perceptible. Parece estar clavada en el negro espacio como dentro de gelatina oscura.
Doug trepa por un par de radiadores, pasa al lado de una antena grande como una
bañera, y alcanza el extremo del módulo de taller.
Ilumina con su foco en la dirección de la flecha. La luz incide sobre una construcción
similar a una torre formada por cuatro riostras de sección cuadrada. En la torre
transparente hay un silo de pienso y en su parte exterior otro silo mucho mayor. El silo
pequeño es el DFD 1 y el grande a su lado el correspondiente tanque de masa de apoyo.
Doug trepa por la torre. La falta de gravedad se lo pone muy fácil. Lo más difícil es
mover las articulaciones del traje espacial bajo presión. Intenta mirar hacia abajo por los
agujeros del armazón para conseguir, al menos, un poco de sensación de mareo, pero la
oscuridad le resulta impenetrable. Caer allí dentro debe sentirse como una caída en una
bola de algodón. La sensación se debe, sin duda, a que no hay nada aquí que le ofrezca
una dimensión espacial. En la Tierra, el cielo le pareció siempre como una tienda de
campaña azul. Aquí es una manta negra que le cubre directamente toda la cabeza.
La flecha en su visor parpadea. Ha llegado al DFD 1. Ahora tiene que trepar por él.
La flecha lo dirige más o menos hasta la mitad. Allí hay un tubo flexionado de unos 40
centímetros de diámetro que entra en el propulsor, procedente del tanque que hay al
lado. Un Direct Fusion Drive genera energía eléctrica con la fusión de hidrógeno pesado
y helio-3. Pero la corriente por sí sola no empuja la nave. Con su ayuda, un motor de
plasma acelera y expulsa la masa de apoyo. Es con su impulso con el que se mueve la
nave.
Esto está solo indirectamente relacionado con sus planes. El amigo de Mary estuvo
en el equipo de Tierra de la expedición a Encélado. La tripulación tuvo problemas para
rearrancar el DFD de su nave, la ILSE. Lo lograron con un truco. Pero la solución para el
equipo de la ILSE no le sirve de nada. No obstante, los ingenieros, que simularon el
fallo en Tierra, descubrieron un fallo general de los DFD. Cuando se inicia la
alimentación de masa de apoyo, puede darse el caso de que todo el propulsor arranque
sin una orden expresa.
El amigo de Mary había oído algo de ese problema. Pero no sabe si lo han
solucionado ya. El consorcio RB de Rusia, especializado en la producción de DFD, ha
tenido mucho celo guardándose la información.
Pero al menos habría que probarlo. Doug se acerca al tubo. Tiene que poder
separarse del DFD, ya que, a fin de cuentas, el tubo de conexión se instaló con
posterioridad al montaje. Solo tiene que soltarlo con cuidado de que el hidrógeno que
pueda salir no le toque. Ese gas es muy frío; su traje no aguantaría un contacto
prolongado con él.
Justo antes del propulsor, el tubo metálico está doblado en forma de U. Doug saca
algunos cabos de seguridad de su bolsa. Con ellos ata y fija la U. Si suelta el extremo del
tubo, se moverá, sobre todo si está bajo presión. Eso debe permitírselo, ya que la
compensación de presión es inevitable. Suelta el agarre con la mano, pero se ata el
brazo; de esta forma, la manguera no puede causar daños graves y él quedará
protegido, escondido detrás de la U, de cualquier chorro de hidrógeno que salga.
Doug aprieta ahora con todas sus fuerzas contra la U. No se mueve. Genial, el tubo
está bien fijado. Así que analiza el cierre con el que se fija el tubo al propulsor. Está
asegurado con tornillos especiales, pero la nave le ha recomendado ya las herramientas
necesarias. Doug afloja el primer tornillo. Necesita de todas sus fuerzas para ello. ¡Al fin
un desafío! No se tocaron desde la construcción de la nave hará 15 o 20 años. Así de
duros van y siguen mates, aunque los frote con fuerza. Nada puede oxidarse aquí, pero
el viento solar le quita con el tiempo el brillo a cualquier superficie metálica.
Listo. La última tuerca sale volando, pero Doug la recupera fácilmente. El tubo sigue
sin moverse. Hace palanca con una pata de cabra bajo el aro con el que se une el tubo al
propulsor. Basta con apretar un poco. No necesita mucha fuerza, ya que el tubo se
levanta al primer golpe. Sale una nube de vapor que se disuelve enseguida.
Seguramente haya válvulas que impiden la salida descontrolada de oxígeno tanto en la
fuente como en la salida del tubo. Una buena idea, pero ¿funcionará así el truco del
amigo de Mary?
Pronto lo sabrá. Doug sacude el tubo para que salga el último resto de hidrógeno y
se imagina que está sacudiéndole el miembro a un gigante dormido, tras hacer pis.
Entonces vuelve a colocar el tubo sobre el orificio. No encaja. Doug se agarra al cabo de
seguridad y empuja el tubo con los pies. Nada. Otra vez. Aplica todas sus fuerzas hasta
que, tras un pequeño tirón, el tubo vuelve a encajar en el orificio como si no hubiera
pasado nada.
O un minuto.
O tres.
Un tiro errado, al parecer. Y eso que el plan parecía bueno. Pues no, no lo era,
aunque ha estado bien tener al menos un plan. Al menos, no tiene que trepar por la
torre. «Siempre tienes que ver algo positivo en todo», diría su mujer. Ahora mismo no le
resulta fácil, pues las perspectivas son muy poco halagüeñas. Lo que más teme es tener
que contarle que el plan ha fracasado.
27 de diciembre de 2078, Ganymed Explorer
—¡Tira!
Yuri aprieta los pies contra el travesaño en el suelo y tira con todas sus fuerzas de
ambos destornilladores que sujeta uno en cada mano. Sus extremos están bajo el
revestimiento metálico de la manguera rota. El revestimiento está muy pegado al tubo y
solo lo pueden quitar centímetro a centímetro.
Esta labor adicional ha sido necesaria en cuanto han visto que no tienen suficiente
manguera de recambio en el almacén. Solo queda suficiente material para el tubo
interior de polímero. Así que tienen que quitar el revestimiento metálico para ponérselo
al tubo de recambio.
—Y hoy solo es el primer día —replica Óscar—. Tienes que tener algo más de
paciencia.
—Pero tus argumentos siguen siendo válidos. Si sustituimos las ruedas dentadas
por ruedas de goma, los tubos pueden resbalar. Sobre todo con mucha carga, cuando es
más peligroso.
—Te di la razón porque ya hice los cálculos. Una presión excesiva de las ruedas no
es bueno para la resistencia del material. El polímero se cansaría y luego se rompería.
Todo eso ya lo hemos repasado.
—Tengo una sensación muy mala dejando a Irina tanto tiempo sola.
—Si está dentro del alcance de la radio nos puede contactar en cualquier momento.
Han montado cerca del orificio un pequeño relé que reenvía a la Ganymed Explorer
todo lo que pueda llegarle en frecuencia de radio de casco.
—Lo sé.
Yuri cena algo en la central. Hace poco estaban aquí sentados los cuatro. ¿Cómo les irá a
Denise y Meltem? ¿Estarán echando de menos el tiempo que pasaron juntos? Intenta no
pensar en Irina y precisamente en ese momento aparece de forma natural en la central.
Se sienta a su izquierda. Yuri lo nota porque el asiento se inclina un poco. Ahora no
debe girar la mirada hacia la izquierda.
«Venga, come bien», le dice y le coloca en el plato una rebanada del pan negro de la
lata, que tanto le gustaba a Irina. Nunca lo entendió. El pan precortado es tan duro que
te dejas los dientes en él y sabe dulce y amargo a la vez. «Solo tienes los dientes flojos, le
contradice Irina, alégrate de no tener que volver a visitar jamás al dentista. Y el sabor
recuerda a mermelada de frambuesa sobre pan negro alemán». Mira hacia ella, pero ya
no está, o no estuvo nunca, aunque la rebanada está en su plato.
La coge, se la lleva a la boca y muerde. Una miga le cae por la comisura. Mastica. El
pan está tan seco que tiene que masticarlo varias veces hasta que la saliva lo ablanda.
Entonces traga. En su boca queda el sabor de mermelada sobre pan negro.
«¿Lo ves? Este es un buen pan, un pan honesto», dice Irina. Su voz le llega de nuevo
desde la izquierda. Ahora, el asiento no se ha movido. Y es que es imposible porque en
la central no hay gravedad. Yuri clava la mirada en su plato. Lleva pantalones cortos.
Sobre su rodilla nota el calor de otro cuerpo.
—¿Sí?
Su pregunta resuena por la cabina. El contraste es demasiado grande. Ha percibido
la voz de Irina en su cabeza. No está acostumbrado a eso. Cuando están fuera y se
comunican por la radio del casco, se oye de forma similar.
«Me alegra que intentes rescatarme. Pero no quiero que corras peligro».
Una corriente de aire pasa por su rodilla desnuda, como si alguien se hubiera
marchado de golpe de allí y tuviera que llenarse de aire el vacío que ha dejado. El calor
del otro cuerpo ha desaparecido. Irina ya no está.
«Oigo voces», habría sido una respuesta honesta. Pero tampoco está muy seguro y
eso le da miedo. ¿Se estará volviendo loco? No es que acabe de darse cuenta de que está
soñando a plena luz del día. Pero es que ya no sabe bien qué es sueño y qué es realidad.
¿No se encuentra allí la raíz de la auténtica locura? Sin embargo, Óscar no entiende de
eso.
—También es verdad, Yuri. Así que quédate con tus secretos. De todas formas, los
secretos se cotizan bien poco desde que Anfitrite nos bombardea con ellos.
—Mierda; y yo que los quería subastar al mejor postor… ¿El planeta te ha enviado
algún nuevo secreto, últimamente?
—Pues dispara.
—Me gustaría que esta campaña de búsqueda fuera más segura —dice Óscar.
—Por mi parte, encantado; pero por favor, que no nos cueste más tiempo.
—Una semana.
—¿Estás loco? Irina no sobreviviría sola allí abajo una semana entera.
Piensa en la visita que acaba de tener. Una imagen de su fantasía le ha recalcado que
no debe ponerse en situaciones de peligro. Y ahora aparece Óscar con una idea que
precisamente va en esa dirección. Yuri no es supersticioso, pero ha sido una curiosa
casualidad.
—La nave.
Yuri se ríe. Eso es típico de Óscar. No se conforma con cosas banales. Necesita la
nave entera para sus experimentos.
—Sí.
—Era un chiste. Y uno muy malo. Perdona. ¿Qué piensas hacer con la nave?
—OscarsSerpentes-CloudtestforAmphitrite-Rescue.
—¿Cuál?
—Gracias, Yuri. Sí, creo que me hace mucha ilusión. Es la primera vez que puedo
darle a algo un nombre pensado por mí. No hay un motivo claro para ello, pero siento
algo así como orgullo.
—Si podemos crear un OSCAR así, el orgullo será bien merecido. Pero ¿cómo
funcionará? ¿Qué piensas hacer con la nave?
—La dirijo contra la superficie. Con las ondas sísmicas que producirá la colisión y su
extensión puedo calcular el factor de movimiento de todas las nubes.
—Es una idea totalmente absurda, Yuri. Pero es que solo era un chiste.
Yuri se ha atado el cinturón en el asiento del comandante. Podría dejar que la Ganymed
Explorer se desplazara con el piloto automático, pero ya que por una vez tiene la
posibilidad de volar personalmente esa gran nave, no quiere prescindir del placer.
Antes habrían sacado a suertes quién puede pilotar la nave. Esta vez, nadie le discute
que se tome esa libertad.
Aun así, el corazón de Yuri va al galope. Nunca antes ha tenido a una nave tan
grande bajo su control directo. Los propulsores químicos de la Ganymed Explorer son
bastante potentes. Son el mejor medio para cambiar a órbitas de distinta altura. Qué
curioso. La era industrial comenzó con máquinas que quemaban madera o carbón,
luego petróleo y gas. Y ahora, aquí arriba, siguen quemando cantidades de metano y
oxígeno, convirtiéndolos en agua y dióxido de carbono. Por suerte, el espacio es tan
grande que los productos de la combustión no molestan a nadie.
Listo. Se gira. Óscar está replegando el brazo con el que se ha tenido que sujetar.
—Oh.
—¿Algún resultado?
—Claro que no. Ya te lo expliqué. Analizamos las serpentes con el altímetro láser
para detectar pequeñas diferencias de altura que nos revelen la existencia actual de una
nube. Lo repetimos varias veces con todas las serpentes del planeta y así puedo calcular
un OSCAR.
—Un OSCAR, claro —dice Yuri un poco burlón, pero Óscar parece ignorarlo.
—Estoy muy seguro de que el paso de una nube puede medirse también desde fuera
en la serpens analizada. Pero no sé si habrá un sistema. Imagínate que analizamos las
altas y bajas presiones en la atmósfera de la Tierra durante cinco días. ¿Podríamos crear
un horario climático para los días seis y siete?
Porque mis simulaciones me dan una probabilidad de equis por ciento de que… será
lo que ahora responda Óscar.
—Nave, ¿se te ocurre alguna otra forma de poder salir de esta tremendo marrón?
Joder, ¡si al menos tuviera a Watson a bordo! La IA seguro que tendría alguna idea y
habría entendido su pregunta. Pero tras salvar el mundo aquella vez, desapareció del
mapa. A veces tiene la sensación de que Watson les está mirando desde el cielo como un
dios bondadoso. Y eso que Doug no es creyente.
—¿A qué cuerpo celeste del sistema solar puedes poner rumbo? —pregunta Doug.
—A ninguno.
—¿Y no te molesta?
—No poseo funciones de valoración. Pero puedo simular una valoración. Si tuviera
función de valoración, la circunstancia no me molestaría. Con el viaje al exterior del
sistema solar es muy probable que mi vida útil se alargue considerablemente. Las naves
de mi clase suelen desguazarse a los 40 años de media. Aunque entiendo que la
probable reducción de tu tiempo de vida te provoque reacciones emocionales. Un ser
humano con tus antecedentes tiene una esperanza de vida hasta los 84 años.
—Según mis informaciones, los seres humanos solo tienen una vida. Sin embargo, el
material del que consto se utilizaría seguramente en otra nave tras mi desguace.
—O en una estación espacial. ¿Así que solo nos queda esperar a dónde nos lleva este
viaje?
—No puedo cambiar el rumbo de la nave.
—¿Y con algo de ayuda? Quiero decir, ¿no podríamos frenar con una maniobra de
asistencia gravitacional en un planeta?
—Para ello necesito los propulsores de corrección, a los que no tengo acceso.
—Podríamos. Pero el cambio sería mínimo, aunque utilizaras para ello todo el
oxígeno de la nave.
—Así que, maldita sea, ¿no hay nada ni nadie que pueda parar nuestro viaje al
infinito?
—Ayer descubrí una nave que orbita el planeta desconocido. Podría ser adecuado
para ayudarnos.
—Antes no me preguntaste.
Doug suspira. Robots, claro. Pero le da igual, mientras cumplan los tratados
internacionales.
28 de diciembre de 2078, Ganymed Explorer
Yuri se levanta de un salto. Con los pantalones bajados alrededor de los pies se
habría caído al suelo, pero aquí solo se mueve en dirección a la cortina. Yuri se sujeta.
La voz salió de la pared a su espalda.
—¿Qué ocurre?
—En el análisis de sus deposiciones, los sensores han detectado una anomalía
clasificada en el nivel de urgencia 2 —dice el WHC.
¿Ha captado el WHC restos del alcohol que se bebió ayer para poder conciliar el
sueño?
—¿Calcio? Eso sale de mis huesos ¿no? ¿Se están degradando demasiado rápido?
—Me da lo mismo.
—Hasta que llegue una confirmación del médico de a bordo, la unidad de análisis te
advertirá de la anomalía con cada uso.
Pues genial. Ahora, cada vez que vaya al váter tendrá que hablar con una voz
metálica en la pared. Felicitaciones para los psicólogos que diseñaron esto. Será mejor
que haga deporte con más regularidad.
Una serpens tras otra van desplazándose por la pantalla. Yuri ha cambiado la
presentación por una imagen de radar. Consta de estructuras 3D en color que no le
deprimen tanto como ese rojo tirando a negro de la superficie de Anfitrite. En algún
lugar allí abajo tal vez Irina le está esperando, mientras él está cómodamente sentado en
un sillón observando el paisaje.
¡Solo puede ser Irina! Debe haber encontrado la forma de comunicarse con él. La
radio del casco no puede superar los 200 kilómetros de alcance, pero seguro que Irina es
más lista que eso. Seguro que se ha construido una antena.
—¿Óscar?
—¿Conoces la CS Victory?
—Según la base de datos es un yate de gran velocidad en vuelo chárter —dice Óscar.
—Bajo el mismo nombre está registrada una empresa que realiza recuperación de
pecios y desguaces.
—La nave es demasiado pequeña para eso. Es más bien un correo rápido. Pregúntale
qué quiere.
—Aquí la nave expedicionaria Ganymed Explorer. ¿Adónde va? ¿En qué puedo
ayudarle?
La respuesta llega de inmediato, así que esa nave debe estar ya muy cerca.
Swartzenberg habla inglés con acento americano.
Ese hombre sabe dónde está. Claro que debe saberlo, si no, no estaría aquí; la
existencia de Anfitrite debe ser ya más conocida de lo que pensaba. ¿Le interesará eso a
la aseguradora?
—Un encargo tan bien pagado, que no puede decir que no.
—No tengo ni idea de si estarán interesados en ello. Pero de todas formas resulta
materialmente imposible. No puedo frenar, así que una nave que despegara ahora de la
Tierra no me alcanzaría hasta muy fuera del sistema solar.
Eso suena plausible. ¿Y por qué estaría ese hombre pidiendo auxilio si no lo
necesita?
Eso sería muy del estilo de Vera Kalila. No quiere competencia. A saber qué otros
tesoros alberga Anfitrite. Hasta ahora no existe empresa que tenga derechos para
hurgar allí. Parece algo así como un «¡Marica el último!».
—¿Por qué no lo ha dicho antes, Doug? Ah, yo soy Yuri, Yuri Rott.
Irina, de la que hace días que no sabe nada, sí que es rusa. En lugar de entretenerse
charlando con extraños, debería estar buscándola.
—También está bien —dice Doug—. Sería fantástico si pudiera ayudarme. ¡Me
salvaría la vida!
—Óscar, ¿puedes hacer algo con eso? ¿Cuánto nos costaría recoger a ese hombre de
su nave?
—Un momento.
—Entiendo. En el peor de los casos habremos perdido diez días para nada.
—El riesgo de que tengas razón es del 65 por ciento, según mis simulaciones.
Yuri conecta de nuevo el micrófono. Sería dejar diez días a Irina sola, allí abajo. Y
quizás incluso para nada. Si da señales de vida antes, pensará que se ha ido sin él.
Doug no responde. Pero por el canal de radio se oye un maullido. ¿Ese hombre tiene
un gato a bordo? Aunque eso no cambia nada. No puede abandonar Anfitrite tanto
tiempo. ¡No puede abandonar a Irina!
28 de diciembre de 2078, CS Victory
Quizá sea mejor así. ¿Qué puñetas hace en una nave expedicionaria orbitando un
planeta hasta ahora desconocido? Seguro que oculta algo. Está allí escondido
procurando no llamar la atención si asoma la cabeza. Ha hablado todo el rato de sí
mismo y no de su tripulación. ¿Habrá matado a los demás tripulantes?
Suerte que Yuri ha rechazado ayudarle. Con su rescate, podría haber caído de la
sartén al fuego. Si quiere volver a la Tierra y ver a Mary, necesitará encontrar otra
forma. Acaricia el lomo de Kiska. Eso le encanta. Entonces tiene que estornudar y la
gata salta de su regazo. Le habrá entrado uno pelo de la gata en la nariz.
—La Ganymed Explorer es una nave de investigación que iba rumbo a Ganímedes.
Su última posición conocida fue en el asteroide Héctor (624), donde iba a repostar.
Después hubo una avería o un motín. No hay más información.
¿Sin más información? Entonces es que el asunto se está llevando en secreto. Por
alguien que tiene suficiente poder e interés para hacerlo.
—Lo siento, Doug. Ese nombre no me consta en mi base de datos. Aunque puedo
recuperar información de la Tierra; tardaría 37 minutos.
—Han pasado 144 minutos. Ha tardado algo más porque he tenido que encontrar
primero fuentes fidedignas.
—¿Dices que han pasado más de dos horas desde nuestra última conversación?
—En efecto.
—Se le busca por asesinato. Se dice que mató a un compañero en Héctor. Que lo
estranguló, para ser más exactos.
—¿Saturno?
—Sí, Saturno.
Eso sí que es raro. La reciente maniobra de la nave indica que sus tanques no están
vacíos, y Rott hablaba desde una nave llena de aire. Pero puede que la existencia de
Anfitrite aún no sea pública, si no, no dirían en las bases de datos que la nave orbita
alrededor de Saturno. Las bases de datos son pacientes, pero ¿es que nadie ha sacado
cuentas? Saturno está ahora al otro lado del sistema solar. ¿No debería esto llamar la
atención de cualquier periodista avispado?
Pero los medios ya no se interesan tanto por los viajes espaciales como en la época
en la que él mismo era joven. Su primera gran decepción la vivió a los 18 años, cuando
no fue un americano sino un chino quien llegó primero a Marte. Y luego, en 2072, con el
asunto del agujero negro. El universo se convirtió en un peligro para la humanidad.
Todo eso amortiguó mucho la curiosidad de los habitantes de la Tierra por lo que
pudiera haber allí afuera. Hoy ya no se vuela al espacio por ser el sueño de toda una
vida, sino porque aquí se puede ganar bastante dinero.
Se había ido por las ramas. Pensar en esas cosas le ha sentado bien.
—¿Qué ocurre?
—La Ganymed Explorer ha puesto en marcha sus motores. Parece que van a
abandonar su órbita.
28 de diciembre de 2078, Ganymed Explorer
Pero los receptores no han captado nada. Anfitrite está muerta en el espectro de
radio. En infrarrojos, el planeta brilla, al menos para lo que puede un cuerpo celeste que
procede de un lugar muy alejado del Sol; pero lo único que se mueve allí abajo son las
serpentes.
Tiene que descubrir su secreto. Para Yuri, todo parece señalar que con ello también
descubrirá lo que le ha pasado a Irina. Pero por ahora tienen que despedirse de ella.
Claro que quiere saber, debe saber, lo que le ha sucedido a Irina. Pero ya no está en sus
manos cambiar su destino. Al menos, puede salvar de la muerte al hombre en la nave
averiada y a su gato. Ha estado a punto de cometer un error.
—¿Nave?
—¿Sí, Yuri?
—Tuya, Yuri.
—¿Hay registros grabados de eso?
—Entendido.
—No, espera, las excusas se las formularé en persona. Pero envíame a Óscar a la
central.
—Ya estoy aquí, Yuri —dice Óscar—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Reconozco que, al principio, te tomé por un criminal —dice Doug—. Pero parece que
me he equivocado.
—No lo creo. Yo mismo no lo entiendo. Nunca me creí capaz de hacer algo así, de
sacar tanta violencia de dentro.
—Sin duda. Ese hombre intentaba violar a una compañera. Ella no podía defenderse
porque él era mucho más fuerte.
—Pero el tío cayó al suelo y yo seguí apretando. En ese momento, quería que parara
ya sus acosos para siempre. No era la primera vez que se comportaba así.
—Oh.
—Mierda. Lo siento.
—O aquí, en la Victory. Creo que es más agradable que en una nave tan grande
como la tuya.
—Ya veremos.
30 de diciembre de 2078, Anfitrite
Al menos no le duele nada. Y parece ser una gran ventaja, cuando descubre su
pierna doblada por la rodilla, pero en una dirección poco natural. «¿Qué ha pasado?»,
se pregunta. Irina aún recuerda cuando estaba en el borde del desprendimiento con
Yuri y el Rover. Iban a entrar en la serpens, pero ¿qué pasó entonces?
Irina ordena a su mano derecha que se mueva. ¡Reacciona! Parece que su cuerpo se
está despertando. Lo intenta con el antebrazo. Cosquillea cuando se concentra en él,
pero no es suficiente para desencadenar un movimiento. Paciencia. No es precisamente
su mayor virtud. Pero solo necesita ver su pierna para desear quedarse allí abajo el
máximo de tiempo posible sin sentir nada.
Pero Irina no quiere morir. Y las circunstancias quizá tampoco son tan malas. Solo
han pasado cuatro o cinco horas. Yuri y Óscar no pueden estar muy lejos. En el peor de
los casos, la serpens la habrá desplazado unos cien kilómetros. Esos dos no saldarán del
planeta sin ella. Cien kilómetros a pie son dos días de marcha. Seguro que el oxígeno da
para eso.
Le llega una palpitación desde abajo. Abajo, allí están sus piernas. Mueve con
cuidado la pierna izquierda, que tras girar 180 grados está ahora arriba. Tiembla un
poco, nada más. Otra vez. Funciona. La pierna izquierda resbala detrás de la derecha.
Ahora puede ver la rodilla girada en toda su extensión. Oh-oh. Tendrá que construirse
un cabestrillo. Los brazos ya los ha liberado. Irina se apoya y levanta un poco su cuerpo.
Mira a su alrededor. El entorno sigue igual de feo que antes. La montaña de escombros
sobre la que está tumbada asciende donde están sus pies. ¿Eso de ahí es la apertura de
la serpens? Igual eso la ha escupido realmente al exterior. Con el tiempo se acumularán
allí más y más escombros.
Las palpitaciones aumentan en intensidad, así como su frecuencia. Con el mando del
traje añade por precaución un fuerte analgésico en el agua y toma luego dos largos
sorbos a través del tubo en su casco. Espera que sea suficiente. Se apoya sobre los
brazos y presiona hasta lograr quedar sentada. Entonces acciona el botón de llamada
del casco. Tendrá que probarlo en algún momento. Seguro que Yuri responde
enseguida. Si tiene suerte, la recogerá con la lanzadera o con el Rover.
No hay respuesta.
Eso habría sido demasiado bonito, porque lo más probable es que la radio del casco
no llegue tan lejos. Tiene que acercarse a ellos. Si son listos, la buscarán con el Rover
desde un par de kilómetros de altura. Desgraciadamente no puede darles ningún
consejo. Pero todo irá bien. Primero tiene que lograr ponerse en pie.
Media hora después, es capaz de estar un momento sobre ambas piernas. Pero es
imposible. No puede pisar con el pie derecho. Y no solo por el dolor; la rodilla parece
estar totalmente destrozada. La pierna le cuelga de la articulación y es incapaz de
soportar peso alguno. Necesita entablillársela. Irina se desplaza sentada. Busca una
rama o algo parecido, pero allí solo hay rocas. Entonces encuentra un objeto que parece
un saco para cadáveres. Es su mochila. Ahí podría estar su salvación, pues posee un
armazón interior formado por dos barras verticales con largueros intermedios.
Irina abre la mochila. Ya que está ahí, puede aprovechar para hacer inventario de lo
que tiene. Encuentra comida liofilizada, una tienda, una bombona adicional de oxígeno,
algunas herramientas, dos baterías, cinturones, un cordel monofilamento, un generador
mecánico, condones, pañales y paños húmedos. ¿Quién ha sido el idiota que ha metido
ahí condones? Al fondo, encuentra el armazón que desmonta enseguida. Los largueros
pueden doblarse y quitarse sin problema. Los corta pero los guarda. A saber para qué
podrían servirle más adelante. Ahora ya no será tan cómodo llevar la mochila, que
ahora no es más que un simple saco, pero no le queda otra alternativa.
Se fija las barras con las correas a su muslo de forma que asomen un poco por debajo
de su pie. Tiene que apretar mucho las correas. En el primer intento casi cae de lado,
pero logra sujetarse a tiempo. Más apretado aún. Perfora un agujero adicional en las
correas y vuelve a apretarse las barras metálicas. Sentada ya duele, pero solo así
soportarán las barras su peso. Por un instante apoya en ellas una carga de 80 a 100 kilos,
traje incluido. La excursión la hará sudar de lo lindo.
¿Hacia dónde? Irina mira la pantalla de su brazo derecho. Eso hace que aumente el
peso sobre su pierna derecha. Un dolor agudo le invade todo el lado derecho. Irina se
queda muy quieta. El dolor se amortigua. Bien. Puede soportarlo. El dolor no la mata. El
dispositivo multifunción le dice que la lanzadera tiene que estar detrás de ella, hacia el
nordeste. Si es que aún está allí. Programó la zona de aterrizaje cuando abandonaron la
lanzadera. El dispositivo no ofrece mucha precisión. En lugar de satélites GPS, que aquí
no hay, obtiene información de la situación de las estrellas y la fuerza del campo
magnético. Pero el aparato no puede decirle si servirá de algo ponerse en marcha en esa
dirección.
«Venga, Irina. Tú puedes…», se dice. Respira hondo, tensa todos sus músculos y da
el primer paso. La suela de su bota levanta polvo negro del suelo. El dolor no llega de
inmediato. Es como si el dolor no se creyera la excelente oportunidad que tiene de
expresarse, como si no lo hubiera esperado. Pero entonces salta desde el suelo como una
descarga eléctrica, sube por su pierna herida y se desplaza por cadera y columna
vertebral hasta su cabeza. Y allí se esconde, el cobardica ese.
Irina pone cara de angustia y dolor, lo cual no le cuesta mucho. Lo mejor sería
amenazarle con el puño, pero haría cambiar su posición y, aunque solo fuera un poco,
sería ya demasiado. ¿Con qué pierna ha empezado? Irina vuelve a estar cómoda,
apoyada solo en la pierna izquierda. No debe esperar demasiado. El dolor, ese hijo de
puta, habrá ido a por refuerzos. No debe darle esa oportunidad. Tiene que entretenerlo,
perseguirlo hacia arriba y hacia abajo, hasta que caiga muerto o Irina se acostumbre a él.
Irina mira hacia arriba. En su estado es imposible intentar trepar por el exterior. Ni
siquiera con ayuda. Al trepar hay que tener siempre al menos tres extremidades
agarradas a la pared en todo momento. Pero ahora solo dispone de tres funcionales. Es
imposible aguantar los 100 kilos de peso con solo dos de ellas. Tiene que emprender el
camino por el interior. Yuri y Óscar la esperarán. Quizá se estarán acercando ya. Debe
tener confianza; si no, más vale abandonar.
30 de diciembre de 2078, Ganymed Explorer
«Calla, Óscar, no quiero oírlo». Yuri cierra los ojos. Cada catástrofe empieza con un
pequeño problema. Hace como si estuviera dormido.
—Yuri, ¿me oyes? Sé perfectamente cuando estás despierto. Tus pulsaciones incluso
han aumentado cuando te he hablado.
—¿No puede esperar un poco? —murmura—. Solo una siestecilla, por favor.
El robot sabe muy bien qué teclas tocar. Irina, claro, eso es harina de otro costal. No
podrá salvarla si muere.
—Entonces ¿por qué le hemos dado esperanzas a Doug? ¿No lo tenías claro ya desde
entonces?
—No, Yuri. Cuando la Victory nos pidió ayuda, aún no era demasiado tarde.
Traga con dificultad. Mierda. La ha jodido. Es su culpa. Otra persona más que
llevará en su conciencia. Primero Grigori, luego Doug. Y luego le tocará a Irina.
Seguramente incluso en otro orden. Suerte que al menos Meltem y Denise han
abandonado ya su sombra asesina. Espera que les vaya bien.
—El propulsor químico de la lanzadera no nos llevaría muy lejos. Debería ser algo
del mismo tamaño que nuestra batería de DFD.
—Esos han disparado contra la nave de Doug. Y no hay ninguna otra nave al
alcance.
Yuri suspira.
—No lo sé. Aguarda. Si cambiamos el rumbo, Doug sabrá de inmediato lo que pasa.
Hablaré primero con él.
Ese viaje nunca ha tenido buena estrella. Yuri se ha tumbado en la cama y se ha tapado
con la manta. Antes de hablar con Doug tiene que recuperar fuerzas. Se siente como un
médico que tiene que comunicar a un paciente que va a morir, porque ha cometido un
error en el quirófano.
Mierda. Una grandísima mierda. Y todo empezó por no haber sabido guardar los
nervios en su momento. Pero un momento: justo después de huir estuvieron a punto de
colisionar con la luna Skamandrios porque Meltem no quería darles acceso al mando de
la nave. Entonces salvó la nave abriendo la esclusa de un lado. El breve impulso fue
suficiente para cambiar el rumbo.
—A ver…
—Meltem nos quiso hacer chantaje con el mando. Pero entonces abrí la esclusa y
solté presión.
Cuando haya dado con una solución. No piensa comunicarse con las manos vacías.
Yuri gira con los dedos la representación en 3D en la pantalla. El brazo giratorio con
las cabinas, que en la Ganymed Explorer llama la atención, en la Victory parece simple
decoración, aunque tiene casi la misma longitud. Las proporciones se desplazan. Pero
Óscar tiene razón en una cosa: ventilar las esclusas no sirve de nada. La inercia de los
tanques aún bien llenos no se vería afectada por ello. Es como intentar hacer descarrillar
la locomotora de un tren de mercancías soplando cuando pasa.
Pero incluso un vehículo así sobre raíles podría hacerse salir de las vías. ¿Cuál es el
problema? No se trata de hacer que la CS Victory regrese a Anfitrite. La nave es
secundaria. Quieren salvar a Doug ya su gata. Los motores de la Victory no ayudan en
nada, y la Ganymed Explorer es demasiado lenta.
—¡Bien!
La Victory, sí. Pero ¡eso no le interesa! Se tarda demasiado en frenar la nave porque
pesa demasiado. Ese es el principio.
—Tengo una idea de cómo reducir drásticamente la masa del sistema —dice Yuri—.
Entonces, una fuerza menor sería suficiente para frenar el resto.
—Seguro que sí. ¿Por qué debería perder la Victory sus tanques?
—La nave solo debe desprenderse de uno de sus tanques de esta forma. ¡Esa es la
solución! Si es que existe una. Ponme con Doug.
30 de diciembre de 2078, CS Victory
Hace cálculo tras cálculo, pero el resultado es siempre el mismo. A veces puede salir a
cuenta tener algunos conocimientos de un ámbito tan áspero como la mecánica orbital.
Aunque le iría mejor, no sería capaz de dominar ese tema. Pues el resultado es siempre
el mismo. Siempre el mismo. El mismo. Doug se golpea la cabeza con el puño para que
sus ideas se le ordenen en un caudal que no sea caótico.
Ha podido evitarlo muchas veces, demasiadas veces. Pero eso se acabó. Debería
contárselo a Mary. Entonces podría ella arreglar las cosas para el tiempo que le queda
estando sin él. Eso es al menos una ventaja. Otros se mueren un instante al otro. A él, el
destino le da tiempo suficiente para despedidas, perdones y mensajes de a-tomar-todos-
por-culo. Sí, también para eso. Será divertido poder expresar a ciertas personas su
opinión personal. Solo tiene que procurar no enfadar a nadie con poder suficiente para
descargar su ira contra su mujer. Que de estos, haberlos haylos.
—Pásamelo.
Yuri. No ha visto mucho a Yuri hasta ahora, pero no hay nadie más aquí con el que
pueda hablar en directo. Yuri se encuentra en una zona visiblemente circular, pero
bastante más grande que su propia cabina. En la Ganymed Explorer debe haber cabinas
de dos y tres camas. La cama en la que está sentado su interlocutor no está hecha.
—Ja.
Yuri ha entendido el chiste. Eso ya le hace más simpático. Si tuvieran que pasar
juntos más tiempo, al menos no tendrían que pelearse por sus chistes tontos.
—Vaya ¿ya lo sabes? ¿Ha sido Óscar quien…? ¡Como le pille, se las verá conmigo!
—Pues sí, te divertirás mucho con él, Doug. A ver cómo se llevan tu gato y el robot.
Porque tienes un gato, ¿verdad?
—Kiska. Pero ella no se cruzará nunca con Óscar. ¿O es que has inventado un
mecanismo de teletransporte?
Qué curioso. Está bromeando con Yuri, como si la muerte no estuviera ya delante de
la esclusa esperando a que le abra la puerta. Pero le hace sentirse mejor. Con esa
amenaza se puede vivir bastante bien. Solo hay que procurar que no te empiece a gustar
la idea.
—Al tema. No tenemos mucho tiempo.
Estos alemanes… A pesar de su nombre ruso, parece que Yuri cumple todos los
clichés.
—En mis cálculos he llegado al mismo resultado que tú. Y debo confesar que todo es
culpa mía. Si me hubiera decidido por lo importante dos horas antes, no habríamos
llegado a este punto.
Hmm. Esto no lo había incluido en sus cálculos. Pero tampoco le había interesado.
¿Quién puede saber esas cosas con antelación? Yuri tenía sus razones para dejarse
tiempo con la decisión. ¿Por qué se lo está contando ahora?
Se ríe.
Yuri le mira con los ojos de par en par. Pero eso le resulta precisamente muy cómico.
Antes pensaba que era hora de perdonar, y de repente es ese hombre el que le pide
perdón a él. El universo parece de nuevo capaz de leerle el pensamiento.
—Vale, mal formulado entonces. Quería decir que podemos rescatarte con ayuda de
la física.
—Kiska, mi gata. No la pienso dejar en la nave, aunque tenga que morir con ella.
—Es igual. Te comprendo perfectamente. Pero por esa minúscula cantidad de peso
adicional no fracasaría nuestro intento. Seguro que tienes un traje espacial para ella.
—Su viaje conmigo fue una sorpresa. He tenido que reconvertir un traje espacial
para ella. Al menos así puede sobrevivir un rato en el vacío. Pero ya puedo anunciarte
que no se alegrará en absoluto con ello. ¿Cuánto tiempo tendríamos que esperar en el
casco del tanque a vuestra llegada?
Doug mira el reloj en el borde de la pantalla. Son poco más de las diez de la noche.
No se ha dado cuenta de cómo pasaba el día. Cuando a uno le queda poco tiempo de
vida, debería ser más consciente del poco que le queda.
«Si funciona, ya tendré tiempo de sobras para dormir. Si no, pues también».
31 de diciembre de 2078, Anfitrite
No tiene rodilla. Irina se mira la lesión bajo la luz de la linterna. Ya desde fuera no tiene
ni de lejos buen aspecto. Toda la zona alrededor de la articulación está tan hinchada,
que muslo y pierna parecen un solo miembro. El dolor ha bajado un poco durante la
noche, al menos. ¿Será eso buena señal? Irina no puede creerlo.
Del techo de la tienda de campaña gotea agua condensada sobre su piel. No nota
absolutamente nada. Mueve la pierna con la mano de un lado al otro. La piel se tensa,
pero no hay resistencia alguna. La articulación debe estar hecha papilla. Debe haber
caído sobre ella a gran velocidad. Pero ¿cuándo y dónde? Seguramente dentro de este
tubo, pero no puede recordarlo.
Irina calcula hacia atrás. Si el aparato tiene razón, ha dormido cuatro días. Pero de
un sueño así no se habría despertado jamás, pues la reserva de oxígeno no llega a tanto.
Alguien debe haberle cambiado la bombona, pero aquí no hay nadie más que ella.
Verifica su reserva de oxígeno. No se ha alterado desde que se quedó dormida. Habrá
respirado el aire en la tienda mientras dormía. Su volumen es bastante grande.
No, no puede ser. El aparato va mal. Esa es la respuesta más probable. Irina niega
con la cabeza. No debe permitir que esto la enloquezca. Si no, tendría que suponer que
Yuri le cambió la bombona para, luego, dejarla sola en el planeta. ¿Quiere eliminarla
como testigo? Abre el grifo de la bombona de oxígeno. Ahora sí que está medio loca.
Debe ser por la calidad del aire aquí dentro.
Irina saca del traje el recipiente de orina. El objeto azul en forma de pétalo cuelga de
una manguera unida al sistema de mantenimiento de vida. Se agacha encima y vacía su
vejiga. La postura es inusual e incómoda. No por el hecho de orinar en un recipiente, ni
porque sabe que sus excreciones son recicladas, sino porque su pierna derecha está
estirada hacia delante en un ángulo imposible. Se limpia la zona genital con un paño
húmedo que guarda en la bolsa de residuos. Es una miniesclusa que le permite sacar la
basura fuera del traje. Con un segundo paño se limpia entonces la cara y las manos.
Antes ya comió algo. Por eso comienza ahora la parte de mayor esfuerzo de la tarde.
Debe conseguirlo a pesar de su lesión: ponerse la ropa interior, el LCVG y el traje
espacial de forma que todo le quede bien puesto y estanco. No debe perder nada de aire
ni tener zonas de rozadura por ropa interior mal puesta. Con una sola lesión tiene
suficiente.
Cuando acaba, guarda todas sus cosas en la mochila. Entonces sale marcha atrás de
la tienda, sacando la mochila tras de sí. La tienda colapsa de inmediato sin aire. La
dobla a conciencia y la guarda en la mochila.
Menuda putada. Lo ha jodido todo y ¿quién tiene que pagar los platos? Doug y una
gatita totalmente inocente. Y ¿qué hace él mientras tanto? Descansar.
Eso no puede ser. Yuri sale de la cama y sube en calzoncillos la escalerilla. En el eje
se dirige al taller donde está la bicicleta. Ha vuelto a dejar de lado el entrenamiento
físico. El váter se quejará pronto de mostrar demasiado calcio en la orina.
Mejor será pedalear un buen rato. Así también piensa mejor. Habían ideado algo
antes de que Doug contactara con él. ¿Cuál era su idea? Un horario para las serpientes.
Pregunta tonta. Claro que sí. El robot está permanentemente conectado a la red.
¿Qué hará Óscar mientras duerme? Ese podría ser un proyecto interesante de
investigación.
—Perfecto.
—Y ¿por qué recibes entonces todos los datos? ¿No resulta eso ineficiente?
—No conozco los motivos. Pero no es un gran esfuerzo canalizar simplemente los
datos que me llegan. Pero seguramente me llamas por otra cosa.
—No hay que simular nada para eso. Me has llamado tú, por si lo has olvidado.
—Sí, es verdad. Queríamos registrar los datos de las serpentes. ¿Has conseguido ya
algún resultado?
—Tiene gracia que me lo preguntes. Estaba ahora mismo pensando en que no hemos
analizado aún todos los datos recibidos. Me pongo con ello ahora.
31 de diciembre de 2078, CS Victory
Encontrar la tienda ha sido lo más difícil. Sobre todo, porque se la imaginaba muy
distinta. Su tamaño, plegada, es menor al de una pelota de baloncesto y es
prácticamente igual de dura. En su parte inferior posee cuatro puntos de anclaje donde
están también las instrucciones. Doug intenta leerlas, pero parecen ser una traducción
del chino, donde alguien se ha limitado a buscar signo por signo en el diccionario. En el
fondo, es un milagro que hoy se encuentren aún cosas así. Cualquier traducción
automática hubiera sido mejor. La nave ya se ha ofrecido a traducirle el texto para él.
Ahora le toca el turno a Kiska. Doug ha cerrado la compuerta entre taller y central
por precaución. La gata duerme sobre el microondas. Solo el extremo de su cola se
mueve de un lado al otro. No se le puede escapar. Ya ha reparado a fondo la grieta en el
casco del taje previsto para Kiska. Incluso ha sometido el traje entero a sobrepresión.
Para encerrar a Kiska dentro, ha pensado en una estrategia que espera que no le
cause tantos arañazos. Su trampa principal consta de un saco fino de tela en el que se
guardaba arroz. El material contenía 50 kilos de arroz, así que debería ser capaz de
resistir a una gata cabreada. Doug ya flota con el saco abierto en la mano derecha. Se da
un empujoncito con el dedo gordo del pie. Flota lentamente hacia el microondas. Kiska
parece no darse cuenta. Su pata derecha se mueve un poco. Estará soñando con que
caza ratones en la Luna.
¡Ahora! Doug vuelca el saco encima del microondas. Kiska se asusta y salta para
huir, pero con ello solo se introduce más en la trampa. Rápidamente cierra el saco con
un cordel y doble nudo. Kiska se da cuenta enseguida de que la han cazado. Y no le
gusta absolutamente nada. Se mueve como loca por el saco. Doug se cerciora de que el
saco no se puede abrir. Entonces lo deja flotando libre. Parece como un alien que quiere
salir del saco. Se abolla repentinamente por todos los lados. Y los maullidos que emite
Kiska podrían ser los de un organismo alienígena muy rabioso. Lo siente mucho, pero
no le queda otra. Seguro que se cansará y se calmará.
La mudanza hacia el lomo del tanque dura más de lo esperado. Doug no volverá a ver
esta nave en su vida. Empaqueta un par de recuerdos, pero sobre todo comida y agua
para sobrevivir, al menos, una semana ahí fuera. El oxígeno no es problema. A bordo
hay ocho bombonas, de ocho horas cada una. Para explorar Anfitrite habrían sido más
que suficientes, ya que habría recargado las vacías en el mantenimiento de vida de la
nave. Pero la Victory será inalcanzable en cuanto haya desacoplado el tanque. Así que
se las deberá apañar con las ocho bombonas. Le darán 64 horas como mínimo, tres días
o más si consigue reducir el consumo al mínimo. Solo tiene que quedarse muy quieto.
Se ha llevado pastillas para dormir, por si acaso. Es más fácil aguantar la espera
durmiendo.
—Vamos, Kiska.
Doug sujeta el traje espacial adaptado con la gata dentro. Es lo último que tiene que
llevar desde la esclusa a su lugar de acampada. Ya se conoce el recorrido de memoria.
Se balancea por las riostras y pasa junto al DFD 1 que billa con los pocos rayos de luz
del Sol que llegan.
El lugar de acampada bien podría parecer un basural. Ha fijado todo lo que necesita
allí donde hay algún gancho de sujeción estable. La belleza no importa nada aquí. El
traje con Kiska dentro lo coloca justo junto a la tienda. Pasa un cabo de seguridad por
las trabillas del cinturón y lo ata al anclaje de la tienda. Entonces se da cuenta que ha
calculado mal. Hay nueve bombonas de oxígeno. La novena está en el traje de Kiska. Y
ella consume menos oxígeno que él. O eso espera, es tan pequeña… Realmente no sabe
cuál es el consumo de oxígeno de una gata. Es un factor de incertidumbre. Será mejor
contar con solo 64 horas.
—Querida Mary —dice—. Seré breve, porque pronto nos veremos de nuevo. Dentro
de 32 horas me comunicaré contigo desde la Ganymed Explorer. Cruza los dedos por
mí.
Hora de largarse.
La carga explosiva está en el centro de una riostra metálica que une el tanque con la
unidad de fusión. Está pensada para poder separar un tanque dañado de la nave en
caso de emergencia. Cada tanque y cada DFD pueden separarse de este modo de la
nave.
La técnica se introdujo ya en 2035 tras una grave avería de una nave a Marte. El
tanque de la nave fue perforado por un asteroide por lo que salió gas. La tripulación
tuvo que ver cómo la fuga en el tanque de combustible les variaba el rumbo. La nave
nunca alcanzó el planeta rojo. Doug aún recuerda como los cuerpos de los miembros de
la tripulación fueron recuperados veinte años después por una nave de rescate. Les
hicieron un entierro de héroes y todos los componentes de futuras naves recibieron
sistemas de separación en caso de emergencia. Debería darles las gracias.
Lo prueba con el meñique, pero sigue siendo demasiado grande con el guante.
Busca nervioso en su bolsa lateral. El bolígrafo debería servir. Es naranja, pero bajo la
intensa luz del casco parece casi amarillo. Mary los hizo grabar en letras negras.
«Sistemas de recuperación Swartzenberg» pone, con su dirección en la Luna. Doug
sonríe. Sistemas de recuperación Swartzenberg ya no existe, incluso aunque logre
volver con Mary. Se retirarán a su finca de Kentucky y oirán discos de Bluegrass.
Quizás también algo de los Kitchen Dwellers, de principios de siglo.
Debería largarse, pero el efecto está bien logrado. Ahora, el ojo parece realmente que
sangra. Está a punto de explotar. Doug controla su cabo de seguridad. Las explosiones
en el espacio tampoco son tan inocuas. No hay onda expansiva ni estallido, y no tiene
que mirar dentro de la explosión si es que hay alguna. Lo malo sería si salieran trozos
disparados que le perforaran el traje. Pero los ingenieros seguro que lo habrán
impedido con su diseño. Los trozos no deben tocar ningún otro tanque.
El ojo vibra. Entonces se rompe por el centro. El casco del tanque vibra. Ve salir algo
de polvo. En el metal aparece una grieta. No crece, está simplemente allí; aparece de un
segundo al otro. Una delgada línea. El ojo se vuelve negro. ¿Eso ha sido todo? ¿No
debería ahora separarse el tanque de la nave? «No seas estúpido, Doug. Deberías añadir
más oxígeno a tu aire». La grieta no puede crecer porque el tanque aún está sujeto por
otros dos soportes. Uno solo bastaría para unir el tanque a la nave. Los otros dos son
redundantes.
Doug intenta sacar el bolígrafo del ojo, pero no se mueve. El gel se habrá
endurecido. Qué pena. Pero el bolígrafo viajará con ellos, pues la grieta está detrás, por
el lado del DFD. Doug se incorpora y trepa hacia arriba sobre el tanque. O hacia atrás.
La perspectiva cambia rápido y se acostumbra a ella sin problema. En el negocio de
recuperación hay que poseer esta capacidad. En aquella época en la que aún bebía
demasiado, la perdió y la NASA lo echó. Fue Mary quien le salvó, si puede decirse así.
En 2003 EH1. Yuri, el tipo de la Ganymed Explorer, parece que ha trabajado mucho en
minería de asteroides. Seguro que se entienden de maravilla.
Con la tercera explosión debe ser distinto. Tras ella, el tanque debería separarse de la
nave. Tiene que procurar estar entonces en el lado correcto. Sonríe. En el lado correcto.
Literalmente. Debe llevar ya demasiado tiempo solo. Doug trepa por un par de
dispositivos de medición que aparentemente controlan el contenido del tanque. Poco
después llega al tercer soporte. Se inclina sobre la carga, que está en el lugar habitual. El
ojo ha cambiado ya de color. Su tono está entre rosa claro y violeta. Ojalá no sea una
maña señal.
Ahora lo verá. Doug rebusca en sus bolsillos. Algún objeto puntiagudo tiene que
haber que no necesite más. ¿Quién hubiera pensado que necesitaba herramientas para
las cargas explosivas? En caso de emergencia, la tripulación no habría tenido tanto
tiempo como él. Mierda, no encuentra nada adecuado. Busca por todo el traje otra vez,
sin éxito.
Doug echa un vistazo a la central. En el mando parpadea una luz. Flota hacia allí.
Acaba de entrar un mensaje. Es de Mary. Doug inicia el vídeo. Su mujer parece contenta
al principio, pero está seguro de que ha llorado. ¿O solo desea que sea así? Dice que se
alegra de volver a verle pronto. Eso es bueno. Ahora es cosa suya conseguir que sea así.
No debería perder tiempo. Quizá va más rápido activar la tercera carga desde aquí.
Pero el peligro que no llegue a tiempo es demasiado grande. Debería ver entonces como
Kiska se marcha volando sobre el tanque.
«Venga, ya, Yuri está esperando». Ojalá no haya pasado la noche en blanco. Doug
sale del taller. Cuando llega a la esclusa da media vuelta. Quiere recargar su bombona
de oxígeno. Sería una tontería renunciar a ello, aunque los maullidos de Kiska se
vuelvan más exigentes. La gata tendrá que esperar.
Diez minutos después flota sobre el tercer ojo. Se ha atado con dos cabos, no vaya a
ser que la carga explosiva produzca movimientos inesperados. En la construcción
entera de la nave podrían producirse tensiones que se descarguen tras la separación del
tanque. Doug respira hondo y clava el viejo destornillador en el ojo. Ya no le cuesta
tanto como la primera vez. El ser humano se acostumbra a todo, decía su padre, cuando
le ayudaba a cortar leña.
La punta del destornillador se clava bien dentro del gel, que parece ofrecer más
resistencia que antes. Pero el ojo no reacciona como esperaba. Quizás porque ya se ha
coloreado algo, se dice para tranquilizarse. Y tiene razón. Tras el violeta aparece el rojo,
el ojo explota y aparece la grieta. Esta vez crece. Un milímetro, dos, tres. Ya está. El
impulso de la explosión no parece haber sido muy grande. No lo suficientemente
grande, al parecer, para mover un tanque lleno contra la resistencia de rozamiento. Para
ello necesita otros medios y él los tiene.
Desde la punta del tanque podría saludar al piloto de la Victory, si hubiera uno. Puede
ver el ojo de buey, aunque es demasiado pequeño para ver los detalles. Dentro hay luz.
¿Se ha olvidado de apagar la luz en la central? Ahora le gustaría ir allí para hacerlo. El
impulso es grande, sobre todo cuando se imagina a la nave volando hacia la eternidad
con la central iluminada. Si alguna vez se encuentra con alguien, el visitante que espere
ver a una tripulación por la presencia de luz quedará decepcionado.
Pero ahora sería una locura arriesgarse. El tanque ya está solo flotando junto a la
nave porque es lo que la inercia le ordena. Cualquier mínimo impulso en la dirección
incorrecta y se apartará de su rumbo. Doug se arrodilla y se fija con un segundo cabo.
Frente a él hay una válvula de sobrepresión. Si la abre, saldrá masa de apoyo. Pero no la
desenroscará. La válvula soltaría el gas muy lentamente, ya que su función es solo
descargar la sobrepresión y el tanque no tiene sobrepresión. El plan es otro: Hará saltar
la base de la válvula por los aires.
Cuando regresa con el recambio, la distancia entre los dos extremos del soporte es ya de
un metro. Ha subestimado la fuerza de la explosión. Debería alegrarse, porque si el
tanque está a suficiente distancia del DFD, no puede haber daños cuando luego se
encuentren.
Pero esto significa que ahora tendrá que saltar. Doug se arrodilla y se empuja con
ambas piernas. Tiene que llegar sí o sí al otro lado. Pero en su lugar, vuela en un ángulo
de 45 grados hacia arriba. ¡Cómo puede ser tan tonto! Aquí no hay gravedad que
convierta su salto en parábola. Algo le tira hacia atrás. ¡El cabo de seguridad! Olvidó
desengancharse. ¡Menuda suerte! No volverá a enfadarse por sus olvidos. Le ha salvado
de una estupidez gigantesca. Habría que levantarle un monumento a cabo de
seguridad. ¿Cuántas veces le habrá salvado ya de la muerte?
Como despedida, Doug agita la mano hacia la nave. No siente pena alguna. La Reliable,
esa sí que era su nave; pero la Victory solo la ha considerado un simple préstamo de
Merman durante todo el viaje. Merman, que a fin de cuentas le extorsionó para hacer
este viaje. «No exageres, Doug», diría ahora Mary, «Merman sacudió unos cuantos
billetes con la mano y tú saltaste a por ellos».
Ahora ya puede llenarla de aire. Abre una de las cuatro bombonas que ha podido
meter en la tienda. Las otras cuatro están fuera bien sujetas. Cierra la válvula cuando la
presión en la tienda alcanza los 0,7 bar. Será suficiente. La lona de la tienda se abomba,
pero el cierre es estanco. Doug se acerca el traje de Kiska hacia él, pero entonces se lo
piensa mejor. Si la tienda no aguanta la aceleración, dentro del traje tendrá Kiska más
posibilidades de sobrevivir. Saca el módulo de radio que activa la carga explosiva. No
está en el bolsillo. Doug suda hasta que recuerda que lo guardó en el bolsillo de detrás a
la derecha. Lo saca y pulsa el botón.
La muerte está a diez centímetros de su cabeza. Irina está sentada, con la espalda
apoyada en una roca que alguna vez formó parte del tubo unos cien metros por encima
de ella. Le está muy agradecida por haberse decidido una vez en quedarse quieta y
estable en el suelo, pues sin ella, la nube la habría convertido ya en polvo.
Irina mira hacia arriba. El haz de luz que proyecta el foco de su casco en la eterna
noche se mueve con ella. Alcanza el borde inferior de la nube y a primera vista parece
como si las finas partículas descompusieran incluso la luz misma. El cono de luz,
preciso y recto, se deshilacha con el contacto. Se tuerce en el sentido de marcha de la
nube como las cerdas de una brocha que se presiona contra la pared.
Levanta el brazo hasta poder ver el reloj. Han transcurrido ya 40 segundos desde
que apareció la nube. Por su experiencia en este tubo, la tormenta debería parar al cabo
de un minuto. Las nubes parecen surgir, por lo general, con mucha regularidad. Tras
entrar en el tubo, esperó a que pasaran las tres primeras nubes para poder hacerse una
idea de su ritmo. La idea se ha convertido ya en certeza. Cada 47 a 49 minutos sopla
durante unos 60 segundos un viento huracanado por su interior, cargado de partículas
mortales por su velocidad.
18, 19, 20. Irina cuenta hasta 60, se cuelga la correa de la mochila al hombro y se
levanta. Los primeros pasos los da apoyándose en la roca que la ha protegido. Luego no
le queda más remedio que soltarla. La pierna no ha mejorado, pero ella se ha
acostumbrado al menos un poco al dolor. Se arrastra lentamente por el tubo, negro
como la noche, arrastrando la pierna herida. No quiere morir. Por ello se permite un
máximo de 23 minutos para encontrar un nuevo escondite. Si no tiene éxito, siempre
tendrá tiempo para volver a la protección anterior.
Se arrastra alrededor del montículo. Tiene unos tres metros de altura. En su parte
posterior hay polvo acumulado sobre la roca. Intenta tomar una muestra, pero la masa
es dura como la piedra. Rasca un poco con el índice. Bajo una fina capa de polvo gris
aparece la roca negra. Qué pena que no tenga un aparato de análisis. Le gustaría
conocer la composición de este polvo sinterizado.
Ya lo hará cuando Yuri llegue con el módulo de aterrizaje. Irina se coloca en la zona
que protege el montículo. ¿Será un buen resguardo? Tiene un minuto para decidirse.
Parece bastante bueno. La grieta en la pared tiene unos dos metros de hondo y a ello se
añaden tres metros de montaña de rocas. La corriente de la nube debería portarse igual
con un obstáculo horizontal que con uno vertical. Se queda aquí. Apoya la mochila en la
pared del nicho como protección adicional a su lado. Entonces se sienta. Cuando cesa el
dolor, la sensación es maravillosa.
Quizás está relacionado con la proximidad del planeta al Sol. El aumento de calor
hace que el interior se desgasifique. Pero igual que en los géiseres, debe haber un
mecanismo que asuma la función de válvula; si no, solo habría una corriente de aire
constante y ligera. La segunda pregunta es, naturalmente, de dónde viene ese gas.
Normalmente es la atmósfera, que se congela a grandes distancias del Sol y que vuelve
a estado gaseoso a medida que se acerca. ¿No debería estar el gas entonces en la
superficie?
Si se cree lo que le dice el contador de pasos, esa noche habrá avanzado algo más de
veinte kilómetros. Irina se siente orgullosa. Se toca la pierna herida y no nota
absolutamente nada. Parece que se ha hinchado aún más. Pero es mejor así, que no
quedarse parada por un dolor excesivo.
Pasa las manos por su anfitrión. La roca detrás de la que piensa pasar la noche es
aún bastante afilada. Es inusual. Las tormentas de polvo liman incluso las rocas más
duras en poco tiempo. Así que esta roca ha caído hace poco. Ilumina hacia arriba, no
vaya a ser que haya otra roca colgando y que ceda a los caprichos de la gravedad
durante las próximas horas. No alcanza a ver nada. A su alrededor es la noche eterna y
si mira hacia arriba ni siquiera lo notaría, porque el cielo también es del negro más
absoluto. Solo sabe que llega la noche porque se siente cansada.
Antes de montar la tienda vuelve a tocar la roca. Qué suerte que existan estos
derrumbes. ¿Por qué se vuelven las serpentes quebradizas? ¿Será que envejecen? ¿Y qué
pasa luego con ellas? Desde la órbita no descubrieron cadáveres de serpentes. Anfitrite
está recubierta casi del todo por serpientes de piedra. Apoya el casco contra la roca e
intenta percibir algún tipo de vibración. A fin de cuentas, está viajando en un tren en
marcha. Mientras está aquí quieta, la serpiente se desplaza. Pero lo hace en completo
silencio. Si no lo hubiera visto desde la órbita, no se lo creería.
Suficiente por hoy. Irina saca la tienda, pero se lo piensa mejor. Hoy no se siente tan
mal. Si pasa la noche dentro del traje, ahorrará aire. Y de paso se ahorra la visión de los
tristes restos de su pierna derecha. Irina muerde el tubo para beber y absorbe algo del
batido de proteínas que le añadió ayer. El sabor es francamente asqueroso, pero así
también bebe solo lo imprescindiblemente necesario. El sistema de reciclado del traje y
el pañal se lo agradecerán.
1 de enero de 2079, Ganymed Explorer
La CS Victory acaba de encender sus propulsores para frenar, o eso es lo que parece.
En la pantalla aparece solo como un puntito. Hace zoom en la imagen, pero la nave está
demasiado lejos. Yuri cambia a infrarrojo, pero allí no hay forma de distinguir a la
Victory. Eso es bueno, pues frena solo mecánicamente. Si viera aquí una mancha
caliente, significaría que la nave ha explotado.
—Respondía a tu pregunta.
—¿Qué?
—Has preguntado si había visto eso. Pues sí, lo veo todo antes que tú.
—Sí.
—Sí, ¿y?
Yuri no le cree. La reacción era evidente. Pero no tiene ganas de discutir con Óscar.
—Bien, pues entonces dime qué has descubierto al valorar los datos.
—Gracias, Yuri. He descubierto que la energía liberada está un 120 por ciento por
encima de lo planificado.
—No, porque el tanque se vacía con mayor rapidez y solo emite energía mientras se
vacía. Pero Doug no tendrá que soportar la aceleración de más de 2 g tanto tiempo.
Es un cambio agradable poder volver a entrenar con gravedad. No tiene que atarse a la
cinta de correr y el ejercicio se nota más natural y sin que las gotas de sudor floten por
todo la sala. Vencer a su saboteador interior se resulta así más fácil.
—¿Pero?
—Nada.
—¡Joder, Óscar!
Yuri coge la toalla del manillar y se seca el sudor. Se pone la fina chaqueta de
chándal y trepa arriba hacia la central. Esa es la desventaja de la gravedad, que tiene
que desplazarse por la nave siempre escaleras arriba y abajo. La popa con los motores
señala en dirección de vuelo, pero para él es «abajo». Ahora, donde estaba antes la proa
con la central, está «arriba».
Óscar está sobre el asiento del comandante y toca con su dedo por la pantalla. ¿De
qué va? El robot puede manejar el ordenador sin tocar nada.
—¿Qué?
—Era broma. Has picado. Gracias por haber participado en mi estudio sobre el
humor humano.
—¿Qué?
—No lo he hecho.
—Has acabado con el análisis de los datos de las serpentes. ¿Qué puedes decirme al
respecto?
—Correcto.
—He simulado sus movimientos marcha atrás a partir de los datos medidos. La
imagen debería congelarse ahora.
Sí, allí hay una cruz encima del lomo de una serpiente. Yuri sigue su camino. La
serpiente entera se desplaza hacia el sur. Avanza cuatro días y se para. Se queda quieta
un tiempo y luego empieza a moverse en dirección contraria. Como un tren que ha
llegado a una estación terminal y reanuda el viaje en la dirección opuesta.
—¿Se te ha pasado por alto esa cosita que le pasa a la serpens en su extremo? —
pregunta Óscar.
La serpiente se mueve hacia atrás. Entonces se para. Yuri sigue su lomo hasta
encontrar el extremo. Allí ha formado una pequeña montaña de escombros. La
serpiente parece haberlo descargado allí.
—No sé lo que piensas. Lo que ves allí es un objeto que brilla bastante más claro en
infrarrojo que su entorno. La intensidad se corresponde más o menos con 283 Kelvin, o
sea, más o menos 20 grados.
—Sí, es posible.
—El 30 de diciembre.
—Yuri, estás a punto de salvar la vida a otra persona. Irina lo entenderá cuando la
encontremos.
Ayer, el interior de la tienda le parecía lleno. Hoy más bien está abarrotado. Resulta
imposible tumbarse cómodo. Le gustaría poder estirar brazos y piernas, sobre todo por
la gravedad inhumana que le presiona contra el fondo. Pero no hay forma alguna; tuvo
que guardar parte de sus reservas en el exterior, por lo que no tiene a mano todo lo que
necesitará en las próximas horas. La tienda puede servir para pasar una noche en el
vacío, pero no para una larga estancia.
Kiska está sentada sobre sus patas traseras y le observa con curiosidad.
2 de enero de 2079, Anfitrite
Da dos pasos más y repite el ocho. Ahora lo ve. La cabeza del ocho tiene un
mordisco. Donde debería haber una línea de luz, se queda oscuro. Parece que algo se
traga la luz. Irina se acerca. Primero desaparece medio ocho, luego afecta también a la
parte inferior. Pero justo cuando todo se vuelve negro frente a ella, entiende lo que ha
descubierto: un agujero. ¿O una cueva? ¿Una entrada, quizás, pero hacia dónde?
¿Qué será eso? ¿Restos de una atmósfera que se gasifica desde dentro? El dispositivo
multifunción en su brazo empieza a vibrar. Hora de volver. La nube llegará pronto.
Pero dos minutos aún le quedarán. Irina se sienta. Empuja con ambas manos la pierna
derecha hacia delante. Al menos así sirve de algo. El pie resbala sobre el borde. Irina se
empuja hacia delante hasta que la pierna desparece del todo en el agujero.
Allí no hay nada. Nadie le agarra la pierna desde abajo. Mueve las manos sobre su
muslo y la pierna se mueve al mismo ritmo. Qué pena. Le habría gustado alguna…
reacción. Pero es una tontería. Un agujero solo es un agujero y nada más que un
agujero; no una boca que la quiera devorar. Irina introduce ahora también la pierna
izquierda.
Ahora sí que nota algo. Bajo el pie izquierdo hay algo duro, rígido. Presiona con la
mano la rodilla derecha y ahora sí que también aquí nota resistencia. ¿El agujero es así
de poco profundo? Ilumina con el foco entre sus piernas. La luz no alcanza el fondo,
aunque solo esté a unos 80 centímetros. Entonces ilumina el centro. Allí, el gas parece
menos denso. El haz de luz alcanza algo más abajo, aunque nunca hasta el fondo.
Tiene que hacerlo de otra forma. Se inclina hacia delante y se toca la rodilla
izquierda. Reacciona normal. El gas en el agujero no es dañino. Y, además, lleva un traje
espacial puesto. No hay gas que pueda atravesarlo. «No te mientas a ti misma. Si este
caldo es suficientemente denso, te enfriará más rápido de lo que puede calentarse el
traje».
Da igual. Se agacha y se sienta. Con las piernas hacia delante, parece estar metida en
una bañera. Aunque no le resulta nada relajante. ¿Cómo se va uno a relajar, si se está
dentro de un agujero negro muerto de miedo? Ya solo asoma su cabeza. La superficie
lisa que forma el agujero comienza justo bajo su barbilla. Levanta el brazo derecho fuera
de la bruma. Cuando aparece por encima de ese negro espejo se forma una pequeña ola
que se extiende en círculo. Esta realmente como metida en un agua muy, pero que muy
poco densa.
¿Es un tipo de líquido, o es solo gas? Su profesor de física ya le habría echado una
bronca, aunque la quería más que a las demás chicas de su clase. Siempre había sido
algo distinta, o al menos los demás le habían hecho tener esa impresión, porque le
gustaba estudiar física.
Palpa el suelo con la pierna izquierda y nota otro borde. Se acerca y baja las piernas
por el extremo. Ese borde tiene un ángulo recto sorprendente. Las rocas no crecen así de
forma natural, pero eso no prueba nada. Entonces su pie toca suelo. Intenta recordar el
primer escalón. Ochenta centímetros, sí, podría coincidir. Hasta el centro del agujero,
donde ilumina ahora el foco, le faltan un par de metros. La próxima nube aparecerá en
cuatro minutos. Ya no tiene elección.
Irina se sumerge. Se deja resbalar el siguiente escalón. Para eso tiene que sumergir la
cabeza bajo la superficie. Entonces arrastra consigo la mochila. No se vuelve todo tan
oscuro como pensaba. El foco todavía funciona a la perfección, pero incluso moviendo
los brazos con rapidez no puede generar estrías. No es un líquido, pero tampoco es un
gas. Ilumina hacia arriba. El cono de luz rebota en la parte inferior de la superficie. El
ángulo de incidencia el igual al ángulo de reflexión. Reflejo total en una capa limítrofe.
Una capa que a saber qué separa. Irina toca su dispositivo multifunción. ¿No hay
por aquí algún módulo de análisis? Le encantaría conocer la composición de ese medio
que la rodea. Pero le falta el hardware necesario. El dispositivo solo mide presión y
temperatura. Hace muchísimo frío y la presión es baja. Con esta combinación puede
sobrevivir un rato hasta que se le acabe el oxígeno.
La pulsera vibra. La nube está a punto de pasar. Tiene la cabeza como máximo
medio metro por debajo de la superficie. No está nada segura así. Avanza tanteando. El
siguiente borde; las distancias parecen las mismas. Hay que bajar. Tantear de nuevo.
Borde, escalón, 80 centímetros. Y sigue bajando. Otro escalón más, y otro.
Ha bajado ya cinco cuando la pulsera le avisa que ha pasado el peligro. Irina apenas
se lo puede creer. Pero ¡si el huracán mortal aún no ha ni empezado! Por seguridad
espera un rato, por si el aparato se equivoca. Dos minutos después sube por los
escalones. A medio camino se encuentra la mochila que se dejó con las prisas. Alcanza
el primer escalón, saca la cabeza y mira a su alrededor. El orificio está tan fino como un
espejo. Nada parece haber cambiado.
El descenso es más rápido que su reciente huida, pues ahora sabe que no hay ningún
precipicio esperándola, al menos hasta el sexto escalón. Ahora arrastra la mochila tras
de sí en cada escalón. Va contándolos, por seguridad. No hay que fiarse de este planeta.
El sexto escalón no es el último. Irina hace una pausa. Ahora tiene que decidirse.
Este agujero no se ha creado por casualidad. Es la entrada a un pasillo, o una escalera,
que lleva hacia abajo. Seguro que puede acecharla algún peligro. Las serpentes se
deslizan, a fin de cuentas, sobre el suelo, sobre una capa de separación que aún no
entiende cómo es. No debe caer en esa capa bajo ninguna circunstancia. Y también es
evidente que Yuri no la encontrará aquí abajo jamás. Aunque entrara en la serpens
correcta, ¿qué posibilidades hay de que pruebe entrar en el agujero?
Si Óscar le acompaña, podría ser del cien por cien. Uno de los dos será lo
suficientemente curioso. ¿O solo intenta convencerse a sí misma? Esa maldita
curiosidad es, a veces, un grano en el culo. Debería comportarse con más racionalidad,
arrastrarse con su pierna herida hasta un lugar seguro y quedar allí esperando.
Pero luego está el problema de que se le acaba el aire. ¿Debe sentarse tranquilamente
y esperar la muerte? No, gracias, ese no ha sido nunca su estilo. Irina agarra la mochila
y se la cuelga de la espalda. Entonces tantea con el pie izquierdo hasta encontrar el
borde. Se acerca y continúa descendiendo.
2 de enero de 2079, Ganymed Explorer
—Ya te he dicho que no llegaremos antes solo porque me lo preguntes cada dos
minutos.
—¿A qué te refieres? El 6 de enero volveremos a estar en órbita, si todo va bien. ¿En
qué consiste tu idea?
—Pues que con ayuda de las observaciones has podido calcular cuándo y dónde
estaba Irina.
—Sí.
—En principio sí. Pero cuanto más extrapole, menor certeza habrá.
—¿Hasta el 6 de enero?
—Podría funcionar —dice Óscar—. Los últimos datos los registramos el día 30. Eso
son siete días.
—Si suponemos que Irina estaba en un lugar determinado el día 30, ¿podrías
descubrir dónde estará cuando regresemos?
—No con mucha precisión, pero sí de forma aproximada. Teniendo en cuenta que
ignoramos su propio movimiento —dice Óscar.
Yuri respira hondo. Ese valor no tiene sentido alguno. Irina no tiene oxígeno para
siete días. Óscar debería decirle, a su manera, que Irina dejará de desplazarse al cabo de
dos o tres días. Pero seguramente no quiere herir sus sentimientos. Y con esos ilusorios
cálculos, Yuri quiere protegerse también a sí mismo. No quiere abandonar a Irina. Tiene
que salvarla. La salvará.
—¿No lo viste ayer? Debería haberte llamado la atención. Pero no quise advertirte
de ello expresamente. Siempre reaccionas de forma muy emocional a informaciones de
este tipo.
—¿Visto qué?
—Aquí, te lo vuelvo a mostrar.
De nuevo aparece el montículo de rocas de ayer y el punto donde podría estar Irina.
La imagen es estática, nada cambia por mucho que se concentre.
—Es en tiempo real —dice Óscar—. Aceleraré el avance de tiempo cinco veces.
Ahora se ven cambios en la imagen. Las serpentes se mueven con rapidez por la
pantalla. Pero Irina se mueve a cámara lenta hacia el extremo de una serpens.
Doug le ha enseñado a Kiska una acrobacia. Kiska la hace más por compasión ya que se
lo pide con tanta insistencia. Pero da lo mismo. Nunca antes había conseguido enseñar
un truco a un gato. ¡Mary se alegrará mucho! Tienen que entrenar a diario con Kiska
para que no se le olvide.
Kiska se tumba a un lado y se rasca el cuello con mucho arte. De repente empieza a
flotar. Ignora qué ha sucedido y sigue rascándose majestuosamente. Doug mira a su
alrededor. En la tienda nada ha cambiado. Está bien anclada al tanque, que, al parecer,
se ha quedado vacío. Un par de horas antes ya había descendido esa tremenda fuerza
que los aplastaba, quedando una fuerza más soportable. Y ahora ni eso. A partir de
ahora hay que apañárselas con la microgravedad.
Doug empieza a pensar. Tiene que adoptar un par de medidas más de seguridad. ¿Y
si Kiska empieza a mear ahora? Tiene que atarle un trapo a modo de pañal, o su orina se
repartirá regularmente por todo el interior.
Así que empieza a vestirse de inmediato. No hay ni tiempo ni ocasión de realizar los
deseables ejercicios de respiración previa con actividad física dentro de la minúscula
tienda de campaña. Pero Doug tampoco tiene tendencia a sufrir la enfermedad de los
buzos. Así que confía en que esta vez tampoco será un problema. Kiska se deja meter
con sorprendente facilidad dentro de su traje. Así es como, diez minutos después, se
encuentra sobre el casco exterior del tanque mientras la tienda colapsa a su espalda.
Parece un ser vivo cuando las burbujas de aire escondidas entre los pliegues se buscan
un camino hacia afuera.
Pero no es hora de ponerse sentimental. Tiene que cumplir una función aquí fuera.
Extrae con cuidado la primera bombona de la tienda y la deja a su derecha. Entonces
coge una de las llenas que ha fijado con cuerdas. Tiene que procurar no confundir
recipientes llenos con vacíos, ya que es imposible saberlo por el peso. Por eso tiene las
bombonas llenas a la izquierda de la tienda. Será mejor sacar primero las bombonas
vacías.
Número 2, número 3 y la última. Kiska se mueve un poco con cada extracción. Así
sabe que está bien. Cuando coloca la última bombona vacía en el montón de la derecha,
lo hace con fuerza excesiva. La bombona toca otra, transmite su impulso y la otra
bombona sale volando. Mierda. El sistema solar cuenta ahora con un asteroide artificial
más. Pero tiene nueve de esas bombonas, así que la falta de una no debería repercutir en
el equilibrio. Doug introduce ahora las bombonas llenas en la tienda.
Antes de entrar, echa una última mirada a su alrededor. Ese panorama no lo volverá
a ver tan fácilmente: el Sol es una estrella fría, especialmente brillante, pero solo una de
las muchas estrellas que parecen agruparse a su alrededor. Por un lado, él es el centro
del universo. Pero al universo, por el otro, parece importarle un carajo que lo sea.
3 de enero de 2079, Anfitrite
Las decisiones no se simplifican por el mero hecho de aplazarlas. Irina guarda la tienda
vacía dentro de su mochila. No está contenta consigo misma. Resbaló un par de
escalones hacia abajo, pero gran parte del agujero sigue estando delante de ella. Hace
nueve horas que llegó a esa pequeña plataforma. El «gas», el medio que rellena la
entrada, es ahora tan denso, que con el foco de luz parece una niebla impenetrable. Le
resulta difícil hacerse una idea de dónde está. Pero ha tanteado la plataforma donde
acaba la escalera. Mide unos tres por seis metros de grande, es plana y ligeramente
inclinada.
Ayer montó su tienda, se introdujo dentro y durmió mejor que cualquier otro día
anterior. Quiere rascarse la barbilla, pero choca contra el visor del casco.
Esos son los hechos. Irina se imagina la plataforma. Le falta un dato decisivo: ¿Qué
hay más allá de la plataforma? Irina supone que ha llegado a la parte inferior de la
serpens. Más abajo estaría entonces en suelo de Anfitrite, o la muerte en forma de un
precipicio.
Extrae la basura de la noche anterior por la esclusa de residuos: una lata de arroz
con verduras que ha vaciado, un pañal usado y una jeringuilla del calmante que se ha
administrado. La lata y la jeringuilla las guarda provisionalmente en la bolsa de
herramientas. El pañal lo tira desde la plataforma hacia las desconocidas
profundidades. Intenta escuchar algo, pero no oye nada. Probablemente se deba a la
presión del aire, que sigue siendo demasiado baja para conducir el sonido. Y ya puede
alegrarse por ello, ya que, si la serpens está realmente deslizándose por la superficie,
debería hacer un ruido ensordecedor.
Que no haya oído la caída del pañal puede también tener otra explicación: una caída
a gran profundidad. También tira la jeringuilla, pero tampoco oye cómo cae. Así no
avanza. Irina saca la lata de la bolsa de herramientas y la observa. Es una simple lata de
aluminio, con contenido y fecha de caducidad impresos en la tapa. La tapa está retirada
hasta la mitad. No se ha tomado la molestia de abrirla del todo. Irina la abre de nuevo e
instintivamente quiere oler el contenido, aunque lleva el casco puesto. La tapa roza el
cristal, pero no deja ninguna huella.
¡El cable! Se quita la mochila y busca en su interior. El rollo con el finísimo cable está
en un bolsillo lateral. Irina fija el extremo a la tapa con unas cuantas vueltas y un nudo.
Si levanta ahora el cable, la lata cuelga horizontal. Se sienta en el borde de la plataforma
y deja las piernas colgando. Entonces empieza a desenrollar el cable entre las piernas.
La lata desciende lentamente en la oscuridad. Va contando las vueltas que la al rollo.
No le dará una medida exacta, pero si bastante aproximada de cuánto ha bajado la lata.
Al principio nota el cable tenso, pero al cabo de unas treinta vueltas se afloja. Sigue
sin oírse nada. Pero la lata tiene que haber llegado al fondo. Hora de recuperarla. Irina
empieza a rebobinar, pero a la mitad del camino se tensa el cable de golpe. Deja de
girar. La lata ha quedado enganchada. Irina suelta un poco de cable y lo mueve hacia
delante y hacia atrás. Ahora vuelve a rebobinar y esta vez no hay más problemas.
Un par de vueltas más y ya ha recuperado la lata. Está mojada. Pero eso no puede
ser agua. Mientras Irina la mira por todos lados, de la tapa ascienden unos hilitos de
vapor. El líquido se está evaporando, aunque la temperatura exterior es bastante
inferior a 150 grados centígrados bajo cero. Dentro de la lata parece haberse acumulado
algo del líquido. Irina coloca la mano derecha formando un cuenco y vuelca la lata con
la izquierda encima. El contenido fluye lentamente hacia fuera. Forma grandes gotas
que parecen no querer desprenderse de la lata. Bajo el guante nota de inmediato el frío.
Esta sustancia debe ser extremadamente fría, pero aun así posee las cualidades de un
líquido.
¿Qué es eso? No conoce compuesto alguno que se comporte así. Tal vez se trata de
un estado exótico, perceptible solo bajo determinadas condiciones que no existen en la
Tierra. No tiene equipo a mano para analizarlo, pero al menos ha aprendido algo
nuevo. Irina vuelve a hacer bajar la lata, que alcanza el suelo al cabo de unos dos
metros. Al levantarla se quedó encallada a mitad de camino. Podría ser la epidermis de
la serpens.
Si acierta con lo que piensa, bajo la serpiente hay una zanja de un metro de
profundidad, llena de este líquido superfrío. Podría ser el medio de deslizamiento con
el que se mueven las serpentes. ¡Si al menos pudiera determinar las características
exactas de esta sustancia! Debe ser un lubricante casi perfecto. Gran parte del consumo
energético primario en la Tierra lo causa el rozamiento. Si se pudiera reducir esta
proporción, sería una técnica revolucionaria, comparable con la introducción de los
superconductores en la electrónica. «Superlubricante Yakutina», sería un buen nombre
para los libros de Historia, que honrarían su descubrimiento.
Solo necesita tener la ocasión de mencionárselo a alguien. Irina mira hacia arriba.
Allí, invisible para ella, deben estar dando vueltas Yuri y Óscar. La encontrarán. Y
seguro que lo harán antes de que se le acabe el oxígeno. Funcionará. Y para no morirse
de aburrimiento hasta entonces, irá en persona a mirar qué es lo que se oculta en el
fondo de este agujero.
Por sí sola no podrá salir del agujero. Necesita asegurarse. El cable es finísimo, pero
suficientemente estable como para soportar su peso y más. El principal problema es
cómo anclar el extremo de arriba. Irina intenta primero clavar un gancho en la roca de la
plataforma, pero fracasa. Entonces se acuerda de que una de las rocas dentro de la
serpens sería un buen lugar para fijar el cable. Hay longitud más que suficiente. Trepa
hasta la salida del agujero y comprueba cuándo le toca pasar a la siguiente nube. Hay
tiempo de sobras. Se arrastra hasta la última gran roca, fija el cable y regresa. Irina está
totalmente sudada.
La cara interna de sus guantes se calienta. Antes de perder la estanqueidad del traje,
suelta el cable. Se acabó. Pero se equivoca, porque al soltar el cable Irina pierde incluso
el equilibrio. Sacude los brazos para recuperarse, pero el material en el suelo es muy
resbaladizo. El superlubricante Yakutina se ha convertido en su perdición. Cae hacia
atrás. El casco choca contra el suelo, Irina se golpea la nuca y pierde el conocimiento.
3 de enero de 2079, Ganymed Explorer
—¿Ya buscas en todas las longitudes de onda? En el espectro visual, el tanque será
invisible para nosotros hasta que estemos a punto de chocar contra él.
—No busco en todas las longitudes de onda, sino solo en infrarrojo. Según mis
simulaciones, debería ser más visible allí.
Yuri se pone de pie. Esa espera le pone de los nervios. Deberían está ya regresando
al planeta. Si los cálculos son correctos, hoy se le acaba el aire a Irina. Pero no puede
hacer nada. La nave frena para adaptar su velocidad a la del tanque, sobre el que
esperan Doug y su gata. Pero no hay ni el más mínimo rastro del objeto que buscan. ¿Y
si las simulaciones de Óscar no son correctas?
—Para responderla, debería conocer las circunstancias iniciales con bastante más
precisión, lo cual no es el caso. Conocíamos el rumbo de la Victory solo de forma
aproximada y tampoco sabemos hasta qué punto ha frenado el tanque.
Yuri se mete en su cabina. Ahora se pondrá a escuchar música a todo trapo. Suele
ayudarle a superar su falta de paciencia.
Dos horas después está ya harto de tanta música, pero el tanque no aparece. Yuri mete
la cabeza bajo la ducha fría para quitarse el dolor que empieza a retumbarle dentro. Con
el cabello mojado sube a la central.
—No hacía falta que vinieras —dice Óscar—. Puedes descansar un rato más.
—No, mamá, así como estoy me encuentro bien. La humedad me refresca las
neuronas.
—Como quieras.
Óscar se había puesto cómodo en el asiento del comandante. Yuri lo saca de allí y lo
deja en el suelo.
Yuri se sienta y se estira. Saca los datos del telescopio de infrarrojos en pantalla y se
queda mirando la nada.
—¡¿Ups,…dónde…?!
Yuri se incorpora de golpe. Estaba soñando que alguien le rociaba la cara con una
pistola de agua. Se toca la cara, pero está tan seca como su pelo. ¿Cuánto habrá
dormido?
—117 minutos.
—Aun así, no lo tenía del todo… claro. A los seres humanos nos suele pasar.
Sabemos algo, pero no lo tenemos del todo claro, con todas sus consecuencias y
relaciones.
—Comprendo.
—¿Podría ser, entonces, que sigamos sin sentido alguno en este rumbo en lugar de
regresar a Anfitrite a por Irina?
—¿Por qué?
—Tenía la impresión de que tenías mala conciencia por intentar salvar a Doug.
—¡Pues claro que tengo mala conciencia por eso! ¡He dejado abandonada a la mujer
que me salvó la vida!
«Y a la mujer que amo», estuvo a punto de decir. Pero no habría sido verdad. Le está
muy, pero que muy agradecido a Irina. Pero ¿cómo saber si es amor? No lo ha sentido
nunca como aparece en las novelas que ha leído.
Óscar no dice nada más. Yuri tampoco ha preguntado nada. ¡Habría que impedir
que estén persiguiendo a un fantasma!
«¡La nave, claro! Tiene que haber registrado cómo se ha desprendido un tanque.
Estaba tan cerca de los hechos que habrá registrado todos los valores con precisión».
—No. Pero para que tu simulación sea más acertada necesitas datos exactos del
rumbo de la Victory y de la maniobra de separación. ¿Y quién mejor que la misma nave
para darnos esa información?
Yuri se ríe. El robot posee una gran dosis de humor. Solo procura que no le pillen
demasiado mostrándolo.
—Tengo una buena y una mala noticia —dice Óscar al cabo de diez minutos.
—Así es.
—Deberías estar siempre bien atado con el cinturón cuando estás sentado —dice
Óscar.
—Maldit…
Al robot parece que las fuerzas de frenado no le afectan. Ni siquiera tiene que
agarrarse.
—¿No pod…?
—¿Que si podría haberte avisado? Bajo estas circunstancias no. Mis simulaciones
dicen que no podía esperar ni un segundo más. Así que no pude esperar a que te
abrocharas el cinturón.
—¿Cuánt…?
—¿Que cuánto durará la fase de frenado? 424 segundos exactamente. Entonces
tenemos que proceder a rescatar a Doug de inmediato. Tendremos solo sesenta
segundos para traerlo a bordo.
—¡Ga…!
—Y su gata, claro.
¿Es que últimamente el robot sabe leer el pensamiento? ¿Qué acaba de decir? ¿Ha
dicho Óscar algo de 60 segundos?
—¿60…?
—Ya me temía que no lo ibas a preguntar nunca. Sí, 60 segundos. Muy justo, es
verdad.
Eso no es justo, es imposible. Si ya solo para ponerse el traje necesita tres minutos.
Entonces salir por la esclusa… con menos de cinco minutos no lo lograría. ¿No podrían
dejar de frenar algo antes? ¡Si al menos pudiera prepararse con antelación!
—Antes…
—No, Yuri, no podemos desconectar los motores antes. Si no, pasaremos como una
bala junto al tanque de Doug.
—Yo…
—Ya sé que en este breve tiempo es imposible que puedas estar listo para intervenir.
Así que salvaré yo a Doug. Y a su gata, claro.
—Gra…
—Mejor me das las gracias cuando los tengamos a los dos a bordo. Si solo puedo
rescatar a uno, ¿quién tiene prioridad? ¿Doug o la gata?
—¿Estás…?
—Era broma. Claro que conozco las prioridades. El primero que hay que salvar es a
mí mismo.
Óscar y sus chistes. Pero ¿no podría ser que en eso haya un poquito de verdad?
¿Está Óscar en situación de poner su propio bienestar por encima del de un ser
humano? Podría argumentar que es imprescindible para seguir cuidando de Yuri.
—¿Cuán…?
—¿Pue…?
—¡Ten…!
De repente se oyen unos golpes. ¿Qué ha sido eso? Óscar, que ya estaba de camino
al mamparo para bajar, se queda parado. Yuri lo ve por el rabillo del ojo.
—¿Qué…?
—¿El…?
—No, no ha sido el tanque. Lo habríamos notado más fuerte. Algo mucho más
pequeño nos debe haber tocado. Quizás un asteroide.
—¿Es…?
—Mierda.
—No te preocupes, Yuri. Ya sé a qué hora llegan los invitados. Puedo verlos casi
ante mi ojo interno. Así puedo calcular mis movimientos sin ver el tanque. Y para
distancias cortas sigo teniendo mi radar.
—¿Y…?
—¿Y si me equivoco? Pues entonces, mala suerte; igual me chafo a toda velocidad
contra el tanque. Pero eso no pasará.
—Que…
—Gracias, Yuri. Cuando esté en la esclusa, los motores se pararán. Deberías venir
entonces con equipamiento médico de emergencia a la esclusa. Puede que Doug o su
gata estén heridos o inconscientes. Contaría con la necesidad de una reanimación, tanto
para Doug como para la gata.
3 de enero de 2079, CS Victory
Doug se abofetea las mejillas hasta que le arden. Es la mejor forma de despertarse, sobre
todo cuando se ha pasado los últimos momentos a base de pastillas para dormir. A
Kiska le mezcló un calmante en el agua. La toca con cuidado. Su pecho asciende y
desciende regularmente. Pero no se despierta cuando la toca. Nunca ha visto a Kiska
así.
Le resulta muy fácil meterla dentro de su traje. Se ha puesto el despertador para que
suene media hora antes de llegar al punto de encuentro. Tiempo de sobras para
prepararse, y con todo el tiempo que han pasado durmiendo han consumido menos
oxígeno de lo que temía. Deberían llegar a la otra nave sanos y despiertos. Si todo va
bien. ¿Qué probabilidades hay de que salga bien? Imposible decirlo. Mary le
tranquilizaría ahora. «Todo irá bien, Doug, ya verás. Confía en el futuro». Qué pena que
no pueda hablar con ella. Imaginar lo que diría no tiene el mismo efecto que oírselo
decir en persona.
Bien. Parte inferior y HUT colocados. Doug comprueba la reserva de oxígeno. Para
un par de horas más sin problemas. Pero para entonces ya deberían haber cambiado de
nave. Si no, tampoco hay mucho tiempo para maldecir y cabrearse. Han quedado en
que Yuri llegará con un cable de seguridad hasta él y que los acoplará a él y a Kiska.
Entonces serán recuperados por el cable hasta llegar a la esclusa, y listo.
—Un error por mi parte. Los dejo frenar un poco más para alargar el tiempo de
encuentro. ¿Estás ya en la esclusa, como quedamos?
—De 67 segundos.
—Pues genial.
Óscar cuelga del extremo de un cable finísimo de más de 200 metros, pero sus
respuestas siguen siendo tan frías como siempre.
—¿Y en el radar?
Se siente un poco raro, hablando asía la oscuridad, pero debería estar ya al alcance
de la radio del Ganymed Explorer. Sería tranquilizador saber que Yuri ya está en
camino.
No apareció. Esperó tres autobuses y luego se marchó a casa. Luego supo por
conocidos que, de camino a la parada, fue atropellada por un autobús, cuyo piloto
automático falló. Así se lo contaron, al menos. ¿Por qué se le ocurre pensar en eso
ahora? ¿Porque está a punto de acabar bajo otro autobús? La Ganymed Explorer es tan
pesada que le chafaría incluso con baja velocidad relativa si llegara en un ángulo
incorrecto.
Y aquí fuera está todo tan asquerosamente oscuro, que no lo verá llegar hasta que
sea demasiado tarde. Bueno, tampoco hace falta pensarse tan importante como para…
¡Joder! Doug pega un grito del susto. Un disco gris casi le tumba. Le toca el brazo y
finalmente consigue anclarse al suelo. El disco posee un único brazo largo que le sale
del centro.
—¿Qué demonios…?
—Soy Óscar —le dice el disco. ¡Esa cosa puede hablar! Debe ser un robot—. No hay
tiempo. ¿Kiska?
Doug señala el traje reconvertido. El brazo del robot se mueve a toda velocidad y lo
agarra. Doug da un respingo porque parece que el brazo de ese robot la quiere matar.
¡A su Kiska! Pero el brazo solo se mueve durante dos segundos alrededor del traje de
Kiska y luego sale disparado hacia él. ¡Ese trasto parece que sabe muy bien lo que se
hace!
—Sí, estoy recuperando el cable que nos une a la nave. Solo faltan 150 metros.
—Nada mal.
—¿Impacto?
—Caramba…, por los pelos. Pues suerte que cuando has llegado no estaba en el
váter.
—Te habría salvado hasta del váter. Esta acción tiene que funcionar. Si no, Yuri no
quedará contento.
En la esclusa se oyen golpes. Solo pueden ser sus invitados. No, no es cierto. También
podría ser Óscar que regresa tras fracasar.
—Sí, me tiene y Kiska también está a salvo —dice una voz masculina.
—Gracias, me alegro mucho. Ya me veía dando tumbos por ese jodido infinito
negro.
¿Debería contarle la verdad, o no? Doug tampoco está a punto de volver a la Tierra,
aunque haya cambiado de nave.
—Pues lo siento, pero ya no alcanzarás el Más Allá solito. Aunque tus posibilidades
de regresar a la Tierra tampoco son muy brillantes.
—A mí eso me ahora mismo me la suda. Estoy encantado con que me hayáis salvado
de una muerte segura. Es lo único que cuenta.
Vaya, ahora tiene a uno de esos megaoptimistas a bordo. Pues ya le enseñará que en
este universo no hay motivo alguno para tanto optimismo. Eso sí, parece que le gusta
soltar tacos, y eso le resulta curiosamente más simpático.
Yuri coloca el traje espacial reconvertido junto al asiento del comandante. Doug está
durmiendo en una cabina. Por consejo de Óscar, le ha inyectado un preparado
alimenticio y un calmante para que se recupere. Ahora es hora de desempaquetar a la
gata. Ya se ha movido un poco y eso le tranquiliza. Sigue viva.
Se agacha. El casco se fija al HUT con un cierre especial. Lo suelta y extrae el casco.
De repente, sale disparada una bola negra de piel, le clava las uñas en la mejilla y sale
huyendo. Yuri se ríe. El ataque ha sido tan sorprendente que ni siquiera se enfada con la
gata. La mejilla le escuece. Kiska ha apuntado bien y ha acertado, exactamente, en el
mismo sitio donde se le había clavado un cristal. No le hace falta un espejo para saber
que está sangrando. Esta acción de salvamento ha sido toda una aventura.
Se levanta dolorido del asiento. La Ganymed Explorer está acelerando con el doble
de gravedad de la Tierra para regresar a Anfitrite. El planeta se está acercando
lentamente al Sol y cuanto más se acerca al astro rey, mayor velocidad tiene. No es
intencionado, sino simple mecánica orbital. Yuri desciende hacia el buje. La aceleración
tira con fuerza de sus brazos. Hoy puede ahorrarse el deporte, porque bajo estas
condiciones ya solo faltaría añadirle un castigo corporal.
La compuerta al taller está cerrada, por suerte, ya que correría el peligro de caer
hasta la pared del fondo. Trepa por el brazo lateral hasta el WCH. Los brazos no están
girando ahora y se alegra de ello. No hace falta rotación con la fuerza de gravedad que
ya existe. Normalmente, los brazos giratorios que llevan hasta las cápsulas en sus
extremos son los lugares más desagradables de la nave, pero hoy se siente aquí bastante
a gusto. El limitado espacio de los tubos, cuyo diámetro no llega al metro y medio, le
confiere una sensación de protección. Le encantaría poder poner aquí su colchón. Si le
preguntara algo Óscar, podría decirle que está vigilando a Doug, que duerme en una
cápsula.
¿Ya habrá gente fijándose en Anfitrite? Sus pensamientos comienzan a volar. Un
planeta con tan poca radiación electromagnética debería despertar la curiosidad de
todos los científicos. La gente que encargó el viaje a la Holandés Errante intentará
reservárselo sea como sea. Pero lo que logró aquella hacker, de cuyo nombre ya no se
acuerda, puede conseguirlo también cualquier estudiante de doctorado que esté
buscando cualquier cosa menos un nuevo planeta en el centro del sistema solar.
¿Qué querrá Doug? Tiene que hablar con él cuanto antes, tan pronto se despierte y
haya descansado. Yuri abre la compuerta a la cápsula con el WHC. Hoy todo está
distinto. La nave ha reorganizado los espacios para poder estar de pie con normalidad
sobre el suelo. Así que hoy ya no entra desde arriba en el pasillo, sino desde un lado.
Necesita un instante para reorientarse. Entonces abre la puerta del WHC, la cierra a su
espalda y se mira en el espejo. Su cara está hecha un mapa, y no mejora mucho cuando
se limpia la sangre. La vida no le había dejado tan hecho polvo como en estos últimos
meses.
4 de enero de 2079, Anfitrite
—¡Vete!
Irina grita hasta quedarse sin aliento y sacude a la vez los brazos. Tiene que quitarse
esa cosa que se le ha tumbado encima y que quiere chafarla con su peso.
—Déjame —susurra.
Ya falta poco para que las fuerzas la abandonen. Los músculos están agotados, como
si llevara luchando sin parar durante horas. ¿Qué ha pasado? Hace un momento estaba
con Yuri a bordo de la Ganymed Explorer… no. Aterrizaron en Anfitrite. Y luego…
sacude la cabeza. Unos nubarrones oscuros la impiden recordar el pasado reciente.
Pero tiene la mente clara. Mientras sigue sacudiendo los brazos y las piernas, fuera
de todo control, como las patas de un escarabajo tumbado de espaldas, Irina consigue
sacar conclusiones lógicas. La pérdida de memoria a corto plazo suele ser consecuencia
de un trauma. ¿Ha sufrido algún suceso terrible? ¿O simplemente ha sufrido un
violento golpe en la cabeza? Ahí está. Un dolor sordo le tiene atenazada la parte
posterior de la cabeza. Y ahora siente el malestar que acompaña una conmoción
cerebral. No debería haberse hecho esas preguntas. Irina traga el líquido amargo que le
sube por la garganta hasta la boca.
Está tumbada, no es buena posición. Su cabeza envía una orden a los brazos.
Levantadme. Los brazos obedecen y parece que las piernas también se han dado cuenta
de que se acabó su independencia. La mente de Irina recupera el control. Los brazos se
apoyan contra el fondo. Tensa los abdominales y su cuerpo se levanta lentamente. Es
más difícil de lo que pensaba, hasta que Irina se da cuenta de que está dentro de un traje
espacial y que la bombona de oxígeno a su espalda tira de ella en dirección opuesta.
Pero supera el desafío. Sus brazos son fuertes y tiene unos buenos abdominales.
Irina está orgullosa de su cuerpo. Pero ¿dónde está y qué era eso que quería chafarla?
La oscuridad es total. Irina mueve la mano izquierda sobre su brazo derecho hasta tocar
un objeto en forma de cajita encima de su muñeca. Toquetea algunos botones y al fin se
produce un cono de luz que se abre paso en la oscuridad frente a ella. Es como si
tuviera un ojo de cíclope que se acaba de abrir para cegar al enemigo.
Pero solo es el foco del casco. No está en una leyenda griega, sino en Anfitrite. Y está
totalmente sola. Su cerebro empieza a recuperarle paso a paso los últimos recuerdos.
Saberlo todo de golpe habría sido, quizás, demasiado para soportarlo. ¿Dónde está?
Irina mueve la cabeza y el cono de luz se mueve. Solo le muestra una sección circular de
la realidad, pero su cerebro es capaz de irse haciendo una imagen. ¿A que es
maravilloso? Nunca se había alegrado tanto de las capacidades del cerebro humano. Es
casi como si hubiera renacido.
Irina ríe en voz baja. ¡Ya me gustaría! Quizás entonces ya no le dolería la pierna. Se
inclina hacia delante y se toca el muslo. Poco antes de la rodilla se encuentra con la
primitiva construcción con la que se la ha entablillado. Tira de las barras, pero no se
mueven. Entonces se repasa la pierna izquierda. Parece ilesa. La dobla para acercársela,
lo cual, como era de esperar, es imposible hacer con la derecha.
Debería intentar ponerse de pie. Pero, a ver… Hasta hace un momento sentía
auténticas montañas pasándole por encima. ¿No fue eso lo que la hizo caer? Irina mira
hacia arriba, pero ahí no hay una serpens. El techo está a unos dos metros de altura.
Está sentada en el fondo de un canal que atraviesa una cueva con forma ovalada en
vertical.
Recoge lentamente la pierna izquierda. Necesita mucha fuerza para ello, como si
hubiera un obstáculo. Lo busca con las manos. Y así es: más o menos a la altura en la
que el canal se encuentra con el suelo de la cueva hay una capa delgada, elástica y
tensada, que resulta invisible a la luz del casco y que le impide levantar más la rodilla.
Irina toca el material, que le recuerda a la piel de un huevo duro, hasta que descubre
una interrupción a la altura de su cadera.
Necesita una herramienta que corte. Irina agarra la bolsa de herramientas, pero no se
deja abrir. Pues a lo bruto. Agarra con ambas manos esa delgada lámina y tira en
direcciones opuestas con fuerza. ¡Funciona! La piel invisible se rasga. Ahora que se ha
rasgado, es fácil quitarla del todo. Una pena no haber encontrado tijeras. Le gustaría
poder llevarse una muestra de este curioso material a la Tierra. Parece combinar la
resistencia y capacidad de carga del hilo de nilón con la elasticidad de un material de
plástico blando. La Tierra. Irina resopla. Seguramente no vuelva a ver jamás su planeta
natal. Pero ahora no es momento para pensar así.
Irina dobla el material casi invisible a un lado. Apoyada en los brazos consigue
levantarse sobre su rodilla izquierda. Luego se pone en pie sin utilizar la pierna herida
y la apoya con cuidado. ¿Cómo estará la herida a estas alturas? Traslada con cuidado
algo de peso sobre la pierna. Se prepara contra el fuerte dolor que está a punto de llegar.
Pero no hay dolor. ¿Se habrá curado ya, así de rápido? «No, Irina, solo te lo estás
imaginando», le diría Yuri ahora. Oye su voz como si estuviera a su lado, aunque
curiosamente no recuerda su cara. ¿Tenía barba? Ya no se acuerda. Las conmociones
cerebrales suelen tener consecuencias curiosas.
Decidida, se apoya con todo su peso en la pierna derecha, pero no hay protesta
alguna de su rodilla. No se puede quejar. Seguro que así podrá avanzar más rápido, a
donde sea que le lleve el camino. Irina mira en el interior del pasillo. La luz del casco
llega hasta unos cien metros. A esa distancia, el pasillo parece discurrir horizontal.
Primero tiene que salir de este canal que ocupa el centro del pasillo. A lo mejor es un
canal de desagüe. En el planeta ya no llueve, pero igual antes sí que llovía. E igual
vuelve a cambiar cuando Anfitrite se acerque más al Sol y la atmósfera congelada se
evapore. El planeta es suficientemente pesado como para soportar un envoltorio denso.
Se gira hacia un lado. Es solo un paso pequeño para salir del canal, pero no se fía de su
pierna derecha. Por ello se arrodilla primero con la izquierda en el borde. El foco
ilumina el lugar donde ha estado tumbada hasta entonces. El lugar parece húmedo.
Arrastra la derecha hacia arriba y se pone de pie sobre la izquierda. Pierde
momentáneamente el equilibrio, pero la pared de la cueva está cerca y puede apoyarse
en ella a tiempo.
La pared es curiosamente muy lisa. Tampoco se esperaba una típica cueva natural
en la roca, con superficies ásperas y líneas de rotura palpables. El pasillo es demasiado
recto para eso y el canal en su centro tiene una forma demasiado exacta. Y las paredes
tampoco están abiertas con pico y pala, como un túnel en la Tierra, hecho por hombres
o máquinas. Son paredes lisas, pero no liso de mecanizado, sino liso como la piel de un
ser vivo.
Irina cierra los ojos y pasa los dedos sobre el material. Le gustaría poder quitarse los
guantes, pero hace demasiado frío para eso. Aunque incluso a través del grosor del
guante, nota ramales delgados que se dividen. Los ejemplares más gruesos son más o
menos como el nervio central de una hoja de roble. De ellos salen derivaciones más
pequeñas, como los nervios laterales, que se dividen como haces de cables de
comunicación. Los nervios centrales más gruesos acaban todos en una pequeña
protuberancia que recuerda a un grano de acné. Intenta apretar una para vaciarlo, pero
el ejemplar es duro como la piedra, al igual que los nervios, por lo que le resulta
imposible romperlos.
¿Esas ramificaciones están alimentando la pared? ¿Qué fluirá por ellas? Agua
evidentemente no. En los granos, los nervios centrales parecen desaparecer en la pared.
Puede que más en el interior haya vasos de mayor tamaño que transporten nutrientes.
Instintivamente quiere olerse los dedos, pero el visor del casco se lo impide. Irina se
imagina el olor de una hoja de arce en otoño y se ve trasladada de inmediato a la Tierra.
Incluso cree oír como sopla el viento.
—No debería haber aceptado jamás ese encargo —se lamenta Doug.
—Yo pensé lo mismo, pero cuando estaba allí, arrodillado sobre Grigori, ya no pude
soltarle la garganta.
—¿Estupidez?
—Eso de que siempre tenemos elección, Yuri. Es de esas cosas que te cuentan
algunos psicólogos o psico-lo-que-sean que no tienen ni idea de lo que es la vida real. Si
hubieras soltado en ese momento al gilipollas ese, se habría reído de ti y se habría
quejado a su jefe. Te habrían despedido y el gilipollas de Grigori le habría metido mano
a la siguiente sin pensárselo dos veces. Esa gente no puede ganar siempre.
—Pero yo le maté.
—Sí, menuda mierda. Me imagino lo mucho que te pesa. Para serte sincero, en una
vida anterior yo también maté a un hombre. Ni siquiera lo conocía. Era un encargo de
mi antiguo jefe al que no pude decir que no. Desde entonces, ese tipo me tiene en sus
manos.
—Claro que sí, constantemente. Fue tan sencillo. Solo tenía que pulsar un botón. En
ese momento no me afectó para nada, como si ahora pulsara este mismo botón.
Nunca había hablado así con nadie sobre su crimen como con él ahora. Doug le
recuerda a un amigo de su padre, que de vez en cuando le daba consejos de hombre a
hombre. El catorceañero inseguro, que era entonces, se sentía tomado en serio.
—¿Qué hizo?
—Nada. Solo estar allí. Me mostró que no era el monstruo que yo pensaba que era.
¿Tienes a alguien esperándote?
—¿Yo?
Yuri está confuso. Claro que Irina le está esperando. Ojalá esté en situación de seguir
haciéndolo. Pero no están juntos.
—Sí, tú.
—Sí, pero no estamos juntos. Irina es una colega. ¡No puedo dejar a una colega
colgada!
—Vamos a ver, ¿es que no te das cuenta? Quizá no os acostáis juntos, pero frente a
vosotros dos, Romeo y Julieta eran unos lerdos principiantes. Irina organizó tu huida
del asteroide, se ha quedado contigo cuando los demás regresaron a la Tierra, te ha
salvado la vida en Anfitrite…
—No tengo experiencia con esas cosas —reconoce Yuri—. Nunca ha hecho ningún
gesto para, ya sabes, acercárseme algo.
—Has pasado demasiado tiempo solo en asteroides. Joder, tío, a lo mejor está
esperando algún gesto tuyo. ¿Quién espera que le den calabazas, precisamente cuando
se depende tanto el uno del otro, como vosotros? O quizás tenga algo que ocultar que la
hace comportarse con especial precaución.
—No, yo qué sé. No algo tan banal. Tal vez ha tenido muchas malas experiencias.
—Ah, pues porque mi madre era fan de Yuri Gagarin, el primer hombre en viajar al
espacio. Yuri es una forma eslava de Jorge, que viene del griego antiguo y significa
campesino.
—Interesante. Yo no sé tanto de mi propio nombre —confiesa Doug.
—Sería muy amable por tu parte, salvador mío —exclama Doug sonriendo—. La
forma esa de traernos con tanto arte, tirando de la cuerda como a dos ovejitas
descarriadas, ¡ha sido genial!
—Oh, gracias, Doug —responde Óscar—. Sigo sorprendido por el éxito del rescate.
Mis simulaciones calculaban el éxito de rescatarte a ti y a tu gata en, más o menos, una
sobre cincuenta. Pero ahora me gustaría hablar con vosotros sobre el rumbo hacia
Anfitrite.
5 de enero de 2079, Anfitrite
¿Por qué no se deja quitar esto? Irina tira de la parte inferior de su traje espacial, pero
parece haberse quedado soldado a su cuerpo. ¡Esta prenda quiere cabrearla! Ayer noche
se alegró de poder meterse sin más en la tienda para dormir. Pero antes de continuar la
marcha al día siguiente, le habría gustado poder lavarse un poco.
No es que sirva de mucho. El aire dentro de la tienda y del traje es de todo menos
limpio y fresco. El reciclador del aire hace lo que puede, pero debería haber cambiado
los filtros hace días. Ya solo retiene moléculas de olor de cadena larga. Pero el sulfuro
de hidrógeno y el amoníaco se van acumulando. Algún día morirá por ellos, porque son
gases tóxicos. «De mal olor no se ha muerto nadie, pero de frío sí». La frasecita no se
aplica aquí. En el espacio te mueres antes por asfixia que congelado. El mayor problema
de un traje espacial no es mantener el frío fuera; eliminar el calor generado por el
cuerpo es más difícil, porque la conducción del calor sin atmósfera solo se consigue
mediante radiación.
Irina lo vuelve a intentar. Consigue meter los dedos bajo la cintura del pantalón.
Recuerda que siempre le quedaban un poco anchos. Pero por mucho que empuja y
aprieta, no se mueve nada. Tal vez, mientras estaba inconsciente, se le vaciaron los
intestinos y ahora lo tiene todo reseco por dentro y hace de pegamento. ¿No debería
notar también dolor al intentar arrancarse la ropa? Igual sí, pero es que ya no siquiera
nota que su rodilla derecha está destrozada. Pero no se quiere quejar.
Raro sí que es. Irina se pellizca el lóbulo de la oreja. La sensación de dolor sigue allí,
al menos por encima de su cintura. Intenta pellizcarse un dedo del pie, pero el material
es demasiado grueso. Parece que la parte inferior del traje solo podrá quitarse con
violencia. Pero aún es demasiado pronto, todavía lo necesita entero. Se le hace raro,
pero tiene que continuar el camino. Se acerca el HUT. Ayer noche se lo pudo quitar sin
problemas. Suerte. La idea de no poder quitarse nunca más el casco la pone los pelos de
punta.
Pero el hecho de que el indicador de nivel de oxígeno siga sin apenas cambios, como
puede ver en un segundo vistazo, la intranquiliza. En el fondo debería alegrarse, pues
sigue con vida gracias a ello. Lo que más miedo le da es el hecho de que aquí está
pasando algo que no entiende. No se lo puede ni imaginar.
En el fondo solo hay una razón por la que no necesita más aire: está muerta. No es
un zombi ni una muerta viviente. Solo está muerta y está soñando todo lo que ve.
Pero eso también es otra estupidez. Los muertos no sueñan, ya solo faltaría eso. Los
sueños son un estímulo cerebral. Y, precisamente, una definición de la muerte es que el
cerebro deja de funcionar.
Irina no puede evitar reírse cuando tiene la tienda ya recogida ante ella. Todo es tan
irreal aquí, incluso sus pensamientos. La parte inferior del traje resulta muy cómoda.
Nunca se había sentido tan bien ahí metida. Es totalmente absurdo que no se lo pueda
quitar. Esta noche lo volverá a intentar y seguro que entonces todo irá bien.
Ilumina con el foco del casco en ambas direcciones. Montó la tienda a la izquierda
del canal, así que tiene que marchar en esa otra dirección. Irina se cuelga la mochila y da
unos cuantos pasos. Primero se apoya en la pared, pero luego renuncia a ello. Su pierna
derecha trabaja como si no estuviera lesionada. Quizás hasta podría mover la rodilla si
se quitara los hierros. Se para y se agacha. Las barras están bien firmes a ambos lados de
su pierna. No puede moverlas. Pues ahí se quedan. Cojeando, también llegará algún día
a su destino.
De repente, la realidad cae sobre ella como un jarro de agua fría. La realidad, así
llama ella al estado en que se encuentra cuando se da cuenta de cómo está. Está sola, a
saber a qué profundidad por debajo de la superficie de un planeta hasta ahora
desconocido y lejísimos de cualquier salvación. Irina rompe a llorar. No llora por el
tremendo destino que la espera, sino por ella misma, y esa compasión con ella misma le
ayuda a dejar la realidad aparcada allí donde no resulte peligrosa.
5 de enero de 2079, Ganymed Explorer
Yuri no puede evitar reírse porque Doug da un respingo como si le hubiera picado
una tarántula. Todavía no se ha acostumbrado a que ese disco plano de Óscar aparezca,
como de la nada, en el momento más inesperado.
—¿Cómo has tardado tanto en investigarlo? —pregunta Doug—. Creo que hasta
Kiska lo habría conseguido antes.
—Si eso es lo que crees, ya puedes responderte tú solito la siguiente pregunta —dice
Óscar.
—Bien, así estaremos más tiempo tranquilos —dice Yuri—. Cuando se empiece a
hablar de la existencia de Anfitrite, recibiremos muchas visitas.
—Aunque para ello hace falta la suficiente calderilla —indica Yuri—. Eso limita la
cantidad de posibles curiosos.
—Tranquilos no es la palabra. Yo incluso tengo prisa. Irina nos espera ahí abajo —
dice Yuri.
Yuri cierra los dedos sobre la pantalla para reducir así el nivel de zoom. Ahora
puede ver el sistema solar completo, hasta el planeta enano Plutón. La parte recorrida
por la órbita de Anfitrite hasta ahora resulta, en comparación, minúscula. Eso se debe a
las gigantescas dimensiones del sistema solar por un lado y a que siguen a este planeta
desde hace solo un año, por el otro.
Toca un menú en el borde inferior de la pantalla y aparecen dos líneas. Una de ellas
hecha por cruces intermitentes. Lleva al planeta alrededor del Sol hasta el borde de la
pantalla, doblándose la curva alrededor del Sol. A primera vista se puede ver que es
una elipse muy alargada. Anfitrite debería ser parte del sistema solar desde siempre. La
oveja negra de la familia que solo se deja ver cada mil años, pero que no llama la
atención de nadie excepto, o precisamente, por su falta de color.
La otra línea se compone de círculos intermitentes. También se tuerce detrás del Sol,
pero no regresa al sistema. En esta versión del futuro, Anfitrite no cierra el círculo. El
planeta se ralentiza a medida que se aparta del Sol, pero sigue siendo lo suficientemente
rápido para abandonar el sistema solar y no regresar jamás. Esta es la variante
aguafiestas. Anfitrite procede de un pasado ignoto, pone nuestro sistema solar patas
arriba y nos abandona sin decir adiós.
Yuri sigue la línea con el dedo. En pantalla aparece el tiempo que transcurre hasta
que el planeta alcanza la posición donde ha puesto el dedo. Hasta la órbita de la Tierra
falta año y medio, luego medio año más para coger velocidad con el Sol y tres años más
tarde habrá alcanzado, en su órbita hiperbólica, la distancia de Neptuno, nuestro
planeta más alejado. Para entonces, deberán haberse bajado ya de este vagabundo
estelar si es que quieren volver a ver la Tierra.
¿Cuán de las dos variantes será la más probable? Los cálculos le dan un 55 por
ciento a la elipse, aunque con un margen de error del siete por ciento. Con eso,
cualquier pronóstico sería poco serio. Pero ¿podría decir él cuál preferiría? Hasta eso
resulta difícil. Nadie necesita un visitante que remueva el sistema solar cada mil años,
como el hijo descarriado que cada dos años se harta de vagabundear por el mundo,
visita la familia y luego vuelve a desaparecer.
Por otro lado, puede imaginarse muy bien lo que pasaría, si la Tierra se entera de
que Anfitrite solo estará disponible durante un breve tiempo. Se iniciaría una carrera
como nunca antes se ha visto en el sistema solar. Los investigadores querrán saber el
origen extrasolar de Anfitrite, los empresarios se lanzarán a por materias primas
disponibles durante poco tiempo y que no se encuentran en ningún otro planeta del
sistema solar. El planeta negro no será, sin duda, un puerto seguro. Tiene que hablar
con Irina de eso. La idea flota un rato por su cabeza hasta que se da cuenta de que, tal
vez, no podrá volver a hablar jamás con Irina.
Óscar tiene algo fijado en el banco del taller, que se parece a una lavadora en
miniatura. El aparato está abierto por arriba. Óscar martillea contra la pared lateral.
—Con los golpes se aflojan las uniones atornilladas. Este espectrómetro de masas es
bastante viejo. Debe haber sido utilizado antes en minería.
—¿Para qué?
Ahora incluso empieza a sentirse como un robot. Y es que al comunicarse con Óscar
se siente uno invitado a utilizar pocas palabras.
—Se trata de la relación de isótopos. En todos los objetos del sistema solar, los
distintos isótopos de un elemento están siempre más o menos en la misma proporción.
En ti, en mí, incluso en la Ganymed Explorer se distribuyen los isótopos del carbono de
forma muy similar. Procedemos todos del mismo disco protoplanetario. Los objetos de
otros sistemas solares pueden ser muy diferentes.
—En efecto, Yuri. Metemos aquí delante una muestra, la calentamos y el aparato
separa los distintos isótopos. Más o menos, vaya.
—Sí, he visto tus cálculos —le interrumpe Óscar—. No te has aproximado con
mucha elegancia al problema de los tres cuerpos, pero en su tendencia, el resultado es
correcto.
—Claro que sí; has calculado que Anfitrite puede ser o no de origen extrasolar. Y eso
es correcto. Por eso estoy haciendo bricolaje con este espectrómetro de masas. Nos dará
una respuesta muy clara.
«Hmm, gracias, Óscar». Eso sonaría falso, pero quizás es demasiado sensible.
—Claro, Yuri.
—No quería quitarte las ganas. Bajo una gravedad mayor, el rendimiento del
cerebro desciende rápidamente. Lo único que reduce esa tendencia es mantenerlo
activo.
Si alguna vez le dan la posibilidad de elegir, procurará no tener consigo un robot tan
pedante. Doug lo ha hecho bien. Su gata no le lleva nunca la contraria. Hablando de
ella, ¿dónde se habrá metido?
6 de enero de 2079, Anfitrite
Ese pasadizo parece no tener fin. Aunque ha cambiado desde esta mañana. Se
encuentra con cada vez más estalactitas y estalagmitas. Irina tiene que ir sorteándolas y
no siempre resulta fácil. Ya no avanza tan rápido como antes.
Lo más curioso es que no hay líquido alguno que las pueda hacer crecer. A lo mejor
solo están temporalmente secas, aunque podría ser también que crezcan por un motivo
totalmente distinto. O no. Igual llevan aquí desde siempre y solo se ha vaciado de
alguna forma el espacio al su alrededor, como una roca de aguja, formada por el viento
en el desierto. No debe pensar solo en soluciones terrestres. El hecho de que en su
planeta de origen las cosas funcionen de una manera, no tiene por qué ser igual en
Anfitrite.
Cuando más se adentra en este bosque, más extraño le parece. Si, al principio, las
columnas brillaban con un tono pálido uniforme, ahora empiezan a estar como
cubiertas de distintas capas. Desplaza el foco de arriba abajo. A veces, el material refleja
un blanco deslumbrante, luego ya parece más enturbiado. Cuando pasa el guante por
encima no nota, sin embargo, estructura alguna. Las columnas son aún más lisas que las
paredes, pero a diferencia de estas, las columnas están totalmente secas. Esto no cuadra.
Irina escoge un ejemplar lateral, tocando el borde del pasadizo. Se apoya en la pared
y se asegura adicionalmente con la mano izquierda. El traje espacial le impide bastante
la flexibilidad, así que se apoya ligeramente hacia atrás. Entonces presiona con todas
sus fuerzas con la pierna derecha, reforzada con las varillas.
Está preparada para sentir dolor, pero no es eso lo que ocurre: su pie cruza la fina
superficie como si fuese papel y asoma sin problema alguno por el otro lado. Ha
aplicado demasiada fuerza en esta patada, por lo que pierde el equilibrio. Su pie
izquierdo resbala. La bombona de oxígeno encuentra la ocasión de tirar de Irina hacia
atrás. Cae primero sobre la rabadilla, pero entonces la bombona toca el suelo y hace que
Irina caiga hacia atrás oscilando sobre el borde de la bombona. Se golpea la espalda y le
cae la cabeza hacia atrás tensando la nuca en exceso.
El sentimiento de dolor parece que le funciona muy bien. Irina se asombra por el
fuerte ruido en su casco hasta que se da cuenta de que es su propio grito. Su conciencia
se ha protegido a tiempo. Para empezar, le hace cerrar la boca y escanea con
tranquilidad todo su cuerpo. Seguramente se ha hecho un morado en el trasero. El
estado de la columna vertebral es dudoso, pero lo que más debería preocuparle son las
vértebras de la nuca. Un casco pesado más la mayor gravedad de Anfitrite; es evidente
que su traje espacial no es adecuado para un planeta con gravedad normal, sino para la
microgravedad y el vacío.
Han dejado al robot a los mandos de la lanzadera. Óscar ha guardado los datos de
los dos últimos aterrizajes y los ha analizado; es la mejor garantía de evitar una caída.
Doug se ha sentado delante. Yuri ha tomado asiento detrás de él, pero en diagonal, así
puede vigilar a Doug. No porque no se fíe de él, sino porque quiere estar seguro de con
quién está tratando. A fin de cuentas, se trata del rescate de Irina y no deben cometer
ningún fallo. Aún no ha podido sacar conclusiones del comportamiento de Doug,
excepto por el hecho de que a veces parece estar acariciando una gata.
Ahora lo hace otra vez. Parece que tiene un efecto tranquilizante en Doug. Tal vez
deberían haberse traído a Kiska. Doug defendía la idea a favor de su gata con el
argumento de que igual estarían mucho tiempo en camino y Kiska no podría cuidarse
sola. Pero en la cápsula de aterrizaje sería lo mismo. A Doug le habría gustado que
Óscar construyera un traje espacial de verdad para gatos. Pero no había tiempo para
ello. Así que Kiska les espera en la Ganymed Explorer. Le han dejado comida suficiente.
El WHC está abierto y en el lavabo está el grifo un poco abierto.
—1.000 metros.
Óscar está muy concentrado en el aterrizaje. La segunda vez, Irina eligió una
aproximación más bien indirecta. Pero eso habría costado más tiempo y no habría
servido de nada, excepto que podrían acertar mejor en el aterrizaje.
Suena más a recriminación, pues Doug sabe ya cómo han bautizado a estas curiosas
estructuras.
—El movimiento del material que genera una única serpens se corresponde a la
expulsión de magma de una erupción volcánica —afirma Yuri—. Es como si en toda la
corteza del planeta hubieran aparecido volcanes en erupción.
—Ya había pensado en ello —dice Óscar—. Cuanto más nos aproximamos al Sol,
mayores deberían ser las tensiones por mareas internas y será por ello que podemos ver
una constante aceleración de las serpentes.
—¿Cambia eso algo en el plan horario de las nubes, que calculamos hace un par de
días? —pregunta Yuri.
Es algo en lo que quieren confiar durante su muy próxima expedición. No sería muy
aconsejable, que se encontraran inesperadamente con una nube de esas en el interior de
las serpentes.
—Es bueno, porque así podemos fiarnos del plan. De camino a la zona de escombros
donde vimos a Irina por última vez podrás experimentar tres nubes, Doug.
—Perdonadme ahora, pero tengo cosas que hacer —dice Óscar—. Estamos a 500
metros. Inicio la fase final. Ya no hay vuelta atrás.
Están frente a la esclusa. Yuri está sudando tras los ejercicios físicos necesarios. Los
primeros minutos en el traje espacial siempre suponen un cierto esfuerzo. Cuando
hayan caminado un poco, ya se habrán acostumbrado al olor.
El robot llega así el primero a la superficie. Ahora toca sacar el Rover de su bastidor
de transporte, y es una labor que deja en manos de los dos hombres. Por suerte, Yuri ya
lo hizo una vez. Con Irina. La echa de menos. Doug parece bastante hábil también. Se
nota que tiene ya una gran experiencia en el espacio.
El Rover se encuentra al final de la primitiva rampa. Podrían subirse ya, pero falta
Óscar.
—Mi propio diseño —dice Yuri—. Puede trepar a la perfección. Casi demasiado
bien.
—¿Demasiado bien?
—Bueno, tampoco es que me muera de ganas de colgar del techo en el interior de un
tubo de cien metros de diámetro.
—¿Vértigo?
—¿En serio? Qué interesante. ¿Te lo has hecho mirar por un médico?
—A veces sí, pero no en Héctor. Allí estás lo suficientemente lejos de la Tierra como
para no creer que vas a caer en ella. Y se está en caída libre, por lo que no me imagino
nada.
—Ya puedes decirlo, Doug. Piensas que es infantil. Irina siempre me decía lo mismo.
Yuri traga. Tiene que volver a pensar en ella. En lugar de estar aquí de cháchara,
deberían ponerse en camino. ¿Dónde estará Óscar?
—No, yo diría…
El robot no responde.
—Vaya, esto no resulta nada divertido. No tenemos tiempo para bromitas.
Donde alcanza la luz de los focos exteriores, aparecen imágenes muy nítidas. Pero
no alcanzan más allá de los 500 metros en la oscuridad. Han transcurrido unos 14
minutos desde que se bajaron. En ese tiempo, Óscar bien puede haberse alejado más de
500 metros. Y conoce muy bien los sensores de la lanzadera como para dejarse pillar por
ellos. Yuri cambia a infrarrojos y el planeta parece estar en ascuas. Pero el disco plano
con temperatura distinta no aparece por ningún lado. La desventaja del sensor de
infrarrojos es que no llega a más de 800 metros. Detrás queda todo difuminado.
Lo intenta con el radar. En teoría lega hasta el infinito. En la práctica son unos
cuantos kilómetros. Se reconocen incluso las siluetas de las serpentes en el extremo de la
planicie. Pero cada montículo es una pantalla. Óscar es tan plano que puede esconderse
detrás de cualquier piedra. Si es que quiere hacerlo. Yuri no puede imaginarse ningún
otro motivo por el que Óscar haya podido desaparecer. Los sensores no han descubierto
ningún peligro. Yuri se imagina que un águila de Anfitrite con alas rojas cayendo en
picado desde el cielo para agarrar y secuestrar al pobre y pequeño robot. ¡Menuda
memez!
Yuri mira al suelo. Doug ha dibujado algo en la ceniza con los pies. Parece un
animalito de cuatro patas. Seguro que es su gatita.
—No sé —dice Yuri—. Tiene su historial. No es la primera vez que nos oculta sus
propios planes.
—Eso sí.
Quizás Óscar solo ha pretendido no ser un impedimento. ¿Será por ello que le ha
explicado muy detalladamente cómo funciona el nuevo instrumento de medición?
—Cierto. Tengo que programarlo para que, al menos, comparta sus planes con
nosotros.
—Este invento tuyo es realmente una locura —exclama Doug, cuando la máquina les ha
desplazado unos metros en modo oruga.
No tienen que esperar mucho. A 150 metros delante de ellos está la serpens. Los
recorren en modo Rover, es decir sobre ruedas.
—Sí, claro.
Yuri, que está sentado delante, para el vehículo. Doug se baja y se aleja un par de
metros del Rover. ¿No debería mover también un poco las piernas? Yuri decide que no.
Tiene que ahorrar energía. A saber todo lo que les espera. Controla una vez más el plan
horario de las nubes, aunque es pronto para ello. Apaga de nuevo el dispositivo
multifunción. ¡Si al menos Óscar no se hubiera largado! Estos cambios de planes en el
último minuto le ponen siempre nervioso, aunque el robot no sirve de mucho en estos
momentos. Cierra los ojos, pero en la retina aparecen distintas imágenes fantasma. No
ha sido buena idea. Yuri rasca los pies contra el Rover. Está impaciente, pero no quiere
quitarle a Doug el placer de observar esto por primera vez.
Levanta la cabeza e intenta ver la serpens con los ojos de Doug. Podría tomarse por
una montaña extravagante. Pero cada vez que la mira, se le despierta una sensación
extraña. Debe ser por el movimiento. Que una montaña tan grande cambie de posición
es algo que su cerebro no puede procesar bien, y como todo va tan despacio, su
conciencia le hace suponer que la montaña quiere confundirle, lo cual le da miedo y no
lo puede evitar.
¿Estará pensando Doug algo parecido? Mira hacia él. Parece que Doug quiere echar
una meada contra la pared de la serpens. Pero solo es la bolsa de herramientas en la que
está metiendo las manos. Parece que ha buscado una lima y se ha puesto a rascar la cara
exterior de la serpens.
—¿No deberíamos continuar primero con nuestro viaje? —pregunta Yuri a su vez.
—¿Tanto tarda el test? Me apuesto lo que quieras a que este Planeta no ha sido
jamás parte del sistema solar.
—No, solo tarda un par de minutos. Y no estoy de ánimos para apuestas. Este lugar
es ya de por sí impresionante —dice Yuri.
Yuri se baja finalmente del Rover y coge la bolsa que le entrega Doug. Entonces se
dirige a la parte trasera, donde Óscar ha fijado el módulo de análisis de forma que solo
tenga que abrir una doble compuerta. Entonces vacía la bolsita en un embudo redondo.
El Rover enviará el resultado directamente al dispositivo multifunción. Una vez vacía,
cierra ambas compuertas. ¿Y ahora qué hace con la bolsita? Está contaminada con el
polvo. Será mejor tirarla al suelo.
—En el planeta más feo del universo, una simple bolsita no molesta —dice Yuri.
Doug tiene razón. Anfitrite no es feo. El planeta negro tiene su propia y peculiar
belleza, sin nada que resulte atractivo, pero eso a su vez lo hace más interesante. Piensa
en la Reina de las Nieves, pero la comparación no es buena. El planeta enano Plutón,
con su gran corazón de nitrógeno congelado, ese sí que es la Reina de las Nieves.
Anfitrite, en cambio… es una mujer, escondida irreconocible en las sombras, a la que
buscas sin haberte dado cuenta de que está allí, pero que a cualquiera que pasa por su
lado le produce un escalofrío por la espalda.
—¿Y el análisis?
Doug no parece fiarse aún mucho del Rover transformado. Yuri no lo ve, pero nota
cómo Doug se agarra con frecuencia a él y murmura palabras que suenan como
«mierda». La manguera superior, donde se encuentran sus asientos, se está
desplazando ahora hacia arriba, por lo que sus piernas rozan las mangueras inferiores.
Por un momento se paran, mientras la ventosa se fija a la pared. Luego es el turno de las
dos mangueras inferiores que ahora se desplazan entre sus muslos hacia delante.
—Ese mismo. De hecho, fue su padre quien la fundó, poco después del hundimiento
de la Unión Soviética.
—No te…
Su pasajero parece disfrutar contando sus batallitas. Yuri solo conocía la versión oficial
de esos sucesos, por lo que le resulta de lo más apasionante poder saber algo más de
Watson y de la intervención en la Kiska. Pero el Rover empieza a ir más despacio.
Seguramente vaya a cambiar ahora a sus ruedas.
—Ya casi estamos —informa Yuri—. No te asustes, está a punto de sacar las ruedas.
El hombre tiene razón. Sabían lo peligroso que puede ser ir por dentro de los tubos,
y aun así se metieron. Una mezcla de curiosidad y estupidez. Pero ¿cómo se pueden
descubrir, si no, los misterios de Anfitrite?
—Antes de continuar, ¿tienes ya los resultados del análisis? —se interesa Doug.
—¡Buena pregunta!
Yuri levanta el brazo para ver mejor la pantalla del dispositivo. Entonces abre el
menú donde guarda los mensajes.
—A ello se añade un once por ciento de carbono puro —continúa Yuri—. Por
desgracia, el análisis no nos da información sobre estructuras.
—Así es, Doug. Aunque no deberíamos tomarlo como certeza definitiva. Podría ser
que esta muestra tenga una composición distinta por casualidad.
—De acuerdo, pero déjame tomar una muestra más antes de ponernos en camino.
La realidad estropea de nuevo sus planes. Aunque al menos ha esperado hasta última
hora de la tarde y es momento de buscar un lugar para dormir. Yuri para el Rover
frente al borde de un derrumbe, mucho más grande que el anterior, donde perdieron a
Irina. Se baja y camina hacia el borde. No se atreve a inclinarse de pie, así que se tumba
y se desplaza arrastrándose hasta allí, para poder iluminar al menos el interior.
Yuri ilumina todo el borde del derrumbe. La roca es igual de delgada en todas
partes. La serpens parece tener aquí la consistencia de una cáscara de huevo. No podrán
rodearlo.
Yuri se arrastra hacia atrás y se pone de pie apartado un par de metros del borde. Se
dirige al Rover y saca la tienda. Doug también se acerca.
—En eso seguro que no te puedo dar esperanza alguna. Será mejor que te dejes el
casco puesto.
7 de enero de 2079, Anfitrite
Irina gira hacia un lado y hacia el otro. La magulladura en la rabadilla no la deja dormir
tranquila. Y eso a pesar de no haber montado la tienda como siempre junto al canal,
donde por su forma solo se puede dormir en una posición. Pero no hay posición que le
sirva para poder descansar sin dolor. Mira el reloj en la manga de su traje: son las cuatro
de la mañana. No ha dormido mucho, pero aun así se siente despierta.
Hoy empezará la marcha antes. La parte inferior del traje sigue pegada a su cuerpo,
pero ya pensará en ello cuando haya una forma segura de poder separar los pantalones
de sus piernas. Al menos no le supone carga alguna. Es bastante raro, porque eso afecta
a su digestión, aunque ayer tuvo muy poco apetito. Tal vez haya algo abajo que influya
en su metabolismo.
Quizá debería haberse ocupado más de sus recursos. Pero tras el misterio del día
que pasó inconsciente y el hecho de que debería llevar muerta ya mucho tiempo, se
siente ya colmada y saciada de tantos sucesos incomprensibles. Quien pregunta
demasiado, recibe excesivas respuestas. Eso se lo decía mucho su abuela. Cosas que
dicen las abuelas. Pero en este caso ha hecho suya la frase. Sea lo que sea que esté detrás
de todo esto, solo puede infundir terror. Y en un entorno aterrador no necesita ahora,
para colmo, respuestas aterradoras.
Irina se estira. La rabadilla le sigue doliendo, pero cree notar una ligera mejoría. No
parece estar rota. ¿Puede uno romperse el coxis? Comprueba de nuevo sus reservas de
oxígeno. Eso es lo que hay: diez horas de consumo normal, doce si se cuida, lo cual,
seguramente, se lo agradecerá la dichosa rabadilla. Pero ¿qué pasa con el oxígeno? ¿Por
qué ha consumido más esa noche que las anteriores?
Ya notó un aumento de la presión del aire al entrar en la serpens por el agujero. ¿Es
posible que haya por aquí una mayor densidad de oxígeno? En el primer aterrizaje,
causaron una explosión de polvo de carbono que casi les cuesta la vida. La débil
atmósfera no era respirable allí. Irina comprueba el indicador de presión del dispositivo
multifunción, pero deja caer su brazo de nuevo. La atmósfera es más densa que arriba,
en la superficie, pero falta mucho para poder quitarse el casco.
No es eso. ¿Qué habrá pasado entonces? ¿Qué ha pasado esta noche, distinto a las
anteriores? Le dolía la rabadilla. ¿Ha consumido tanto oxígeno por el dolor? Es
prácticamente imposible. Pero también ha montado la tienda sobre el suelo plano y no
en el canal. ¿Son las circunstancias tan distintas? Es solo medio metro de diferencia, no
más.
Lo puede comprobar. Irina se arrodilla y mete la mano derecha dentro del canal.
Nota una ligera resistencia a unos diez centímetros de profundidad. Deja un rato la
mano en el fondo del canal y lee la presión. ¡Vaya, vaya! 0,2 bar, menos que en la cima
del Everest, pero más que en Marte. La cuestión es solo: ¿0,2 bar de qué? ¿Qué gas se
acumula en el fondo del canal? El dióxido de carbono debería estar congelado a esta
temperatura, pero no el nitrógeno ni el oxígeno. Podría respirar oxígeno, pero no
nitrógeno.
Busca por todos sus bolsillos. Izquierda, derecha, bolsa de herramientas, los bolsillos
en las perneras, tres bolsillos en el brazo. Luego la mochila, con todos sus escondrijos y
la tienda con todos sus bolsillos interiores. Al cabo de diez minutos no ha encontrado ni
cerillas ni encendedor alguno. Pero en un rincón de su bolsa de herramientas encuentra
el pedernal que le regaló su profesor. Y en un bolsillo interior de la tienda encuentra un
trozo de papel, curiosamente rígido por el frío reinante.
La consistencia del papel le resulta incluso ventajosa. Aunque lleva guantes, Irina
consigue romperlo en múltiples trocitos. Cuanto menor sea su superficie, más
fácilmente prenderá. Eso se lo explicó su profesor, aunque no para papel, sino para
otros materiales. Aquí no encontrará ni hojas secas ni madera vieja.
Dentro del canal crea una pequeña montañita de trozos de papel. Rompe todo el
papel que tiene y al menor tamaño posible. Hay tiempo de sobras. El ensayo tiene que
funcionar, aunque con ello se le planteen nuevas preguntas en lugar de responder a las
viejas. De dónde viene el oxígeno sería una de ellas. Pero eso es para después.
Este es el pedernal, no hay duda alguna. Solo se ha olvidado de la técnica y, con los
guantes tan rígidos, no resulta fácil. Tiene que intentarlo hasta lograrlo, así de fácil. Esa
ha sido siempre su estrategia y le ha deparado más de un éxito. Irina golpea una y otra
vez el destornillador contra el pedernal. Una vez, dos, tres, siempre con mayor rapidez,
como le enseñó su maestro. Ahora ya recuerda la escena, cuando cazaron una rata y la
asaron al fuego. Curiosamente empieza a salivar. En aquel momento se murió de asco,
pero a falta de cualquier otra cosa, no le quedó más remedio.
Una chispa salta del pedernal. Irina se asombra de su nacimiento. Parece surgir de la
nada, se desprende, vuela al suelo y falla el papel. ¡Sigamos! Se crean más chispas.
Algunas tocan el papel, que no parece darse por aludido, hasta que surge una pequeña
llamita. Irina produce más chispas, una lluvia rojiza y dorada sobre la montañita de
papel que prende fuego en dos puntos más. ¡Hay combustión! ¡Y menuda llama! El
montículo de papel brilla ahora en un tono azulado. Este color es nuevo. ¿Es por el
papel, que quizás esté recubierto de algo?
Irina se apoya en la pared. Este planeta acabará con ella. ¿Qué habrá hecho ahora?
En el canal debe haber una mezcla combustible. Nunca sabrá lo que era eso que ardía
con llama azul. Así que ha descubierto oxígeno, pero las llamas podrían haber
consumido el que había aquí. Seguro que las existencias no eran ilimitadas. No debería
repetir el experimento. Pero esta noche volverá a dormir en el canal. Si tiene suerte, se
despertará al cabo de ocho horas. Si no, morirá dormida por falta de oxígeno.
Media hora después oye un golpe sordo. Viene de la dirección en la que está
caminando. ¿Ha sido eso una explosión? Entonces aparece una nube de polvo saliendo
del canal. Podría ser la onda expansiva. Ojalá no haya causado un desastre. La próxima
vez que caiga en un agujero, se llevará una serie de instrumentos de medición consigo.
¿Cómo podía siquiera imaginar, que este planeta tuviera una atmósfera tan frágil?
Irina tiene que apoyarse en la pared cuando alcanza el final del pasillo. El cono de luz
de su foco ilumina un espacio bastante grande, una gran sala incluso. Hay cascotes por
todas partes, trozos esféricos que recuerdan a cáscaras de huevo rotas, tocones cortos y
sólidos que podrían haber sido parte de una columna griega, uniones largas,
ramificadas, en parte tan giradas y retorcidas como si les doliera algo.
Entra en el campo de escombros y levanta una de las cáscaras esféricas. Parece ser
un material similar al de las estalagmitas, y evidentemente tan vacío como ellas. Deja
caer ese trozo para coger una de las ramas. Es sorprendentemente ligera y se rompe de
inmediato en dos, cuando intenta doblarla. La siguiente que prueba tampoco es muy
estable y cuando le da una patada a uno de los tocones, su pie perfora un agujero en el
material. El bosque en su cabeza se convierte en un escenario de papel y cartón.
Los doce pasillos proyectan una especie de sobra negativa en la sala. Es una
sensación muy rara. Están en la pared como trompas de succión. Irina nota la corriente
de aire que sale de ellos y que incluso la luz de su foco parece invitarla a acercarse.
¿Cuál de esas sombras debe elegir? Comienza con la de la izquierda del todo. Ilumina el
interior con el foco, pero no puede ver hacia dónde lleva. Ni siquiera puede ver si sube
o baja.
Pero no tiene canal en su centro. Piensa en el milagro del oxígeno adicional, que
parece tener algo que ver con ese canal. Le queda aire para un par de horas. Si no ha
acabado realmente con todo el resto de oxígeno, dentro de un canal quizá tendría
alguna posibilidad de sobrevivir. El suelo del segundo pasillo también es liso, pero en el
tercero encuentra en su centro la hendidura que está buscando. De todas formas, se
mira los demás tubos. Interesante: ninguno de ellos tiene canal. Así que su clasificación
entre entradas y desagüe no es correcta. Los dos pasillos con canal central deben tener
una función similar y, los demás, otra distinta.
Irina se agacha para entrar en el tercero. El techo es más bajo que el que ha recorrido
al llegar. Al cabo de unos pasos empieza a dolerle la espalda. A lo mejor ya es hora de
echarse a dormir. Mira su reloj. Falta poco para las 17 horas tiempo estándar. No, será
mejor alejarse de la sala antes de montar la tienda. Cuanto más lejos se vaya, más
probabilidad hay de que quede oxígeno en el canal. Irina se ríe y asiente. Parece que ya
empieza a creer en milagros. Ya solo falta que, mientras está durmiendo, Yuri encuentre
su tienda y la rescate.
7 de enero de 2079, Anfitrite
La noche ha sido horrorosa. No han sido solo los ronquidos de Doug, que le han
despertado cada veinte minutos; también han estado molestándose mutuamente
tirándose pedos. La culpa la tienen, seguramente, las asquerosas conservas que abrieron
para cenar.
—El carbono de esta muestra tampoco procede del sistema solar —dice Yuri.
—¡Lo sabía! —exclama Doug—. Ahora ya podemos estar seguros de que no se trata
de una casualidad.
—Las muestras estaban a casi cien kilómetros una de la otra, pero deberíamos
igualmente compararlo con el material en el tubo —replica Yuri—. Aquí en la
superficie, la radiación cósmica podría haber influido en la relación de isótopos.
—Ya sé que así fue como perdiste a Irina. Pero no te preocupes. El Rover va ahora
mucho mejor que antes. No volverá a pasar algo así.
—Gracias, Doug.
Yuri se gira y busca los paños húmedos. Quiere asearse al menos un poco antes de
volver a pasar otras doce horas dentro de sus propios jugos. Doug también se prepara
para ponerse en marcha. El americano tiene una figura mejor que la de él, a pesar de ser
mucho mayor. Yuri, avergonzado, se da la vuelta cuando Doug se limpia los genitales
delante de él. A Doug le da la risa.
—Se ve que no has estado nunca en un equipo deportivo, donde todos se duchan
juntos tras un partido, ¿verdad? —le pregunta.
—¿Pensabas?
—Al final resulta que siempre todo va de hombre contra hombre —dice Yuri.
—Lo siento. Has tenido mala suerte. En 2003 EH1 habrías estado mucho mejor.
—Cuando salgamos de esta miraré si aún puede obtenerse la licencia para 2003 EH1.
¿Te vendrías conmigo?
El corazón de Yuri se va calmando poco a poco. Están a punto de alcanzar el fondo del
tubo y quedan once minutos hasta que llegue la siguiente nube. No debería ser difícil
encontrar un obstáculo que les proteja, pues el suelo está lleno de los cascotes de lo que
antes fue el techo. El Rover vuelve a desplegar sus ruedas. Con eso, han llegado
oficialmente al suelo. Ahora todo recto.
Yuri se gira brevemente hacia él. Doug se desliza hacia atrás y baja por la parte
trasera del Rover. Ojalá sea precavido. Antes de continuar la búsqueda de Irina, tienen
que esperar a que pase la siguiente nube.
—¿Ya sabes que solo nos quedan diez minutos? —pregunta Yuri por si acaso.
—Sí, lo sé.
—Bien. Voy a llevar el Rover a aquella pared alta.
Yuri muestra con el foco un pedazo de roca en vertical, que recuerda a una pared.
Delante hay varias rocas más pequeñas que parece que evitan que se caiga. Yuri lleva el
Rover hasta allí. Poco antes de llegar a la pared, gira para dar una vuelta a su alrededor.
En la parte posterior también hay bastantes escombros que estabilizan el trozo de muro.
Debería ser un lugar seguro.
Aparca el Rover de forma que quede pegado a la pared, que asoma unos dos metros
por encima de ellos. Debería ofrecerles suficiente seguridad. Yuri se baja ya más
tranquilo. Detrás del obstáculo se ha acumulado una montaña de polvo que se reduce
rápidamente cerca de sus bordes. Eso muestra la zona segura. Donde haya polvo,
estarán protegidos de la nube. Si no, el fuerte viento ya lo habría eliminado de allí.
Yuri mira la hora. Si el plan horario sigue siendo válido, dentro de cuatro minutos se
pondrá la cosa seria. Pero no quiere poner más nervioso a Doug. Ya tiene edad como
para ser puntual, aunque solo conozca el efecto mortal de estas nubes por lo que le ha
contado. Yuri se quita la mochila y apoya la espalda contra la pared. La bombona de
aire le presiona contra la columna. Se deja caer lentamente hasta quedar sentado sobre
la montaña de polvo que resulta ser bastante blanda, casi como un cojín. Saca una
bolsita de la bolsa de herramientas e introduce un poco de ese polvo dentro, para un
análisis posterior.
Faltan 120 segundos. Yuri baja la cabeza. Aparecen dos piernas por la esquina. Solo
puede ver eso, dos tubos enfundados en gruesas botas. La oscuridad recorta sin piedad
el resto del cuerpo del Doug. En Anfitrite, no solo son despiadados el vacío y las nubes,
sino también la oscuridad. No es un mundo para seres humanos. Yuri no necesita
mucha luz; si no, no se hubiera postulado para trabajar en un campo de minería en un
troyano de Júpiter. Pero incluso este planeta le resulta demasiado oscuro.
Mientras la nube ruge por encima de sus cabezas, los dos astronautas se apoyan en la
pared, hombro contra hombro. Se acercan las piernas al ver que la nube vuelve a tocar
el suelo poco después del obstáculo. No es muy cómodo, pero al cabo de 40 segundos la
nube ha desaparecido.
—¿Qué pasa?
Doug se pone a su lado. Yuri enfoca su luz sobre el parachoques de la parte trasera
del Rover. Asoma unos 20 centímetros y en el espacio interior instaló Óscar unas
planchas metálicas donde poder enganchar algo.
En el lado más apartado del obstáculo, le faltan de dos a tres centímetros de material
a la barra, y la plancha que antes tenía colocada encima, también se ha acortado.
—Lo es. Y ten en cuenta que solo lo ha tocado un extremo de la nube. Óscar quedó
prácticamente destrozado del todo.
El dispositivo multifunción en su brazo vuelve a pitar. ¿Se estará acercando una nube?
No; solo avisa que ya hay nuevos resultados de análisis. Yuri los abre. El polvo que
recogió detrás del obstáculo tiene la misma relación inusual de isótopos que las
muestras anteriores. Pero esta vez hay más de un 60 por ciento de carbono al que se
añaden oxígeno e hidrógeno. Este polvo no puede proceder de las paredes interiores de
la serpens, ya que debería contener mucho más silicio.
—Me temo que no, el análisis solo muestra los componentes elementales, no la
composición molecular. Óscar no construyó el módulo de análisis para eso.
El Rover se detiene.
—Ya seguiremos hablando de eso más tarde —dice Yuri—. Al parecer, el Rover ha
detectado un obstáculo.
Yuri ilumina hacia delante con el foco, pero solo distingue el suelo plano, finamente
pulido por las nubes. El haz de luz de Doug se cruza con el suyo. Parecen estar en pleno
duelo de espadas. Yuri sonríe.
—Ahí no hay nada —comenta Doug—. Haz que el Rover siga avanzando.
—Espera. Este no se detiene porque sí. Los sensores tienen que haber detectado
algún obstáculo.
Yuri se suelta el cinturón y camina unos cuantos pasos hace delante. A los tres
metros lo ve. Algo se traga el haz de luz de su foco. No es ningún reflejo, la luz
desaparece del todo, es literalmente succionada. Es como si algo tirase de su brazo hacia
delante. Se pasa el foco a la mano izquierda y la tracción también cambia de mano.
Un par de pasos más allá se encuentra ante una especie de lago de cinco metros de
diámetro. La superficie parece una tela negra tensada. Yuri se asusta, porque algo le
toca el hombro, pero solo es Doug.
—Buena pregunta.
—Sí, ¿no ves la tensión superficial? —pregunta Yuri—. Eso no es un simple agujero,
está relleno de algo.
Hurga en su bolsa de herramientas, saca un trozo de papel, hace una bola con él y lo
tira al agujero. La bola de papel cae dentro, pero no se oye nada y, en la superficie,
tampoco se muestra ninguna reacción.
—Típico del ser humano; ya estamos diseminando nuestra basura por ahí —dice
Doug—. Un día, un arqueólogo alienígena investigará esta cueva y se preguntará de
dónde salen esos dos billetes de lotería terrestre.
—¿Juegas a la lotería? ¿Ya sabes que es una tomadura de pelo? Solo su organizador
sale ganando.
—Y no te olvides de los gobiernos, que cobran impuestos sobre la lotería. Es solo un
poco de esperanza para mí. Por mínimas que sean las posibilidades, siempre están algo
por encima de cero.
Entonces aparece una pequeña ola. No es de extrañar que no la vieran a simple vista.
Se mueve solo una fracción de segundo, se eleva más o menos un centímetro y luego se
extiende concéntricamente por la superficie. Pocos fotogramas después también ha
desaparecido y el lago vuelve a estar negro y paralizado frente a ellos.
Yuri cuenta los fotogramas. La ola solo ha necesitado medio segundo para
distribuirse del todo. La sustancia que hay dentro del agujero debe tener una viscosidad
muy baja. ¿Será la misma sustancia sobre la que se desplazan las serpentes? Una
viscosidad tan reducida junto con una gran resistencia a la compresión serían las
cualidades perfectas para un excelente lubricante.
Yuri guarda el recorte en cámara lenta. Doug tiene razón. Tienen que cruzar cuanto
antes la serpens. El agujero tendrá que esperar.
Trece minutos después están sentados en un nicho de la pared. Han aparcado el Rover
detrás de un montículo de unos tres metros de altura, pero ya no quedaba espacio para
ellos. Doug quería meterse debajo del Rover, pero Yuri encontró entonces el nicho.
Tiene una profundidad de unos dos metros. Doug y Yuri se meten dentro muy
apretados entre sí. Parecen una parejita de amantes.
La nube es extremadamente puntual. Yuri se reclina contra la pared y cierra los ojos.
Tiene la sensación de no ser la primera persona aquí. Junto a él está Irina, abrazada a su
mochila. Pero evidentemente es Doug quien le está acompañando. Y Yuri le está
agradecido por ello. Sin embargo, sigue teniendo la sensación de que Irina está muy
cerca. ¿Será que les falta poco para alcanzar su destino? ¿Qué se encontrarán allí? ¿El
cadáver de Irina? A decir verdad y para ser realista, a estas alturas no cabe ya otra
posibilidad.
Tras el paso de la nube, controlan juntos el Rover. Yuri intenta recolectar un poco
del polvo detrás del montículo, pero el material está aquí totalmente cocido, casi
sinterizado. No consigue arrancar ni un trocito. Reina un cierto ambiente pesimista. El
silencio se impone entre ellos. Incluso Doug parece ausente. ¿Qué le estará rondando
por la cabeza?
—Sí. Aunque tampoco es tan grave. Estoy acostumbrado a pasar mucho tiempo lejos
de ella, pero por ahora no veo cuándo podremos reunirnos.
—Seguimos teniendo una nave en órbita con la que puedes volver a la Tierra en
cualquier momento.
La serpiente acaba en una especie de terraza. El tubo se abre de repente y permite ver
un valle muy escarpado, que bajo la luz del foco solo muestra una silueta aproximada.
Yuri para el Rover aún dentro del tubo. Entonces salen los dos caminando.
La terraza no tiene barandilla, por supuesto, así que Yuri se mantiene a cierta
distancia. Doug sigue avanzando.
—¿Ves algo?
—El suelo parece muy resbaladizo y de vez en cuando salta alguna piedrecilla.
—Según las imágenes de la cámara con ese montón de escombros, yo diría que sí —
responde Doug.
—Pero ¿sabes lo que eso significa? Si la serpens se para, expulsará todo el material
que trae por su propia inercia.
—Calculo que aún va a unos 15 kilómetros por hora. Los inmensos bloques de roca
no se van a mover por eso. El montículo de escombros se habrá formado de otra
manera.
—Pues sería bueno para nosotros. Quizás, antes, las serpentes eran mucho más
rápidas —dice Yuri.
—Es muy probable. Ahora hemos medido una aceleración. Voy a intentar meter
algo de ese lubricante en un recipiente de prueba.
Doug regresa al Rover dos minutos después. Sostiene una bolsita en alto.
—Estoy cansado.
—Yo también. Pero antes de prepararnos para pasar la noche, esperemos a que
hayamos llegado a los escombros.
La serpens se para antes de que acabe de pasar la siguiente nube. El Rover espera en el
borde de la terraza.
—Vale.
La montaña que les ha traído hasta aquí ya solo avanza a 1 km/h. El Rover va más
rápido incluso sin ruedas. Yuri arranca en el modo oruga. Se vuelca en vertical hacia
abajo. Debería haberlo previsto, pero está tan sorprendido que su torso sale disparado
hacia delante y su casco casi choca contra el suelo. Doug lo sujeta de inmediato por un
lado e impide que suceda lo peor.
Entonces alcanzan el suelo. Yuri deja que avance un poco más. De vez en cuando
echa un vistazo a su alrededor. Cuando están ya a unos veinte metros por delante de la
montaña, despliega las ruedas. Ahora ya no puede pasar nada.
Yuri pisa a fondo hasta alcanzar una loma de unos diez metros de altura, compuesta
por bloques de roca pequeños y medianos. Se para.
Doug camina hacia los primeros bloques e intenta moverlos. Parecen muy estables.
Yuri vuelve a subirse con lentitud. Detrás de este montículo quizá les está esperando
el cuerpo de Irina. Entonces se habrá acabado toda la esperanza que le ha acompañado
hasta aquí.
—Tómate el tiempo que necesites —dice Doug—. La serpens no nos alcanzará hasta
dentro de unos veinte minutos como más pronto, así de lenta se ha vuelto.
Doug adivina lo que está pensando. Puede que incluso pueda verle la cara por el
visor del casco.
—Pues que ahora vas a poner tu culo en el Rover como un hombre y te enfrentarás
cara a cara con la verdad.
O se pelea con Doug o sube al Rover. No hay solución intermedia. Yuri no tiene
ganas de pelearse con traje espacial puesto, así que opta por subirse al vehículo.
Yuri para el Rover en la superficie interior ovalada. Está llena de polvo. Nunca antes
había visto una capa de polvo tan espesa en Anfitrite. ¿Serán las nubes las causantes? Se
desabrocha el cinturón y desciende. Sus botas se afianzan en el suelo. Es un hombre
fuerte. No hay motivo para tener miedo.
Lo primero que encuentran son huellas de botas. Pero son curiosas. La bota
izquierda se presiona en el polvo a bastante profundidad. Por el tamaño, bien podría
ser de Irina. La huella de la bota derecha no se reconoce muy bien, como si el viento la
hubiera borrado en parte. Pero a la derecha y a la izquierda de la huella hay dos
agujeros redondos y profundos.
—He encontrado una lata vacía —dice Doug—. Arroz con pollo.
—¿Ves eso?
—Vaya, parece que se ha tenido que entablillar la pierna derecha —dice Doug.
Las huellas llevan hacia la montaña, pero luego se pierden, allí donde ya no hay
polvo.
—Pero busquemos antes un poco más, a ver si encontramos más huellas. No quiero
que luego nos lo tengamos que reprochar. Puede que solo se haya paseado un poco por
aquí.
Para meterse en una grieta y morir. Pero esto último no lo dice en voz alta.
No encuentran nada más excepto un par de pañuelos húmedos, duros como la madera.
Yuri busca rastros de sangre, pero no encuentra ninguno.
—Entonces habrá tenido una suerte inmensa que lo la pillara ninguna nube.
—Y luego una terrible mala suerte porque no nos alcanzó. Me alcanzó. Debería
haber… perdona. Ir a rescatarte primero ha sido lo correcto. Las posibilidades de
encontrar a Irina con vida ya eran mínimas.
Yuri dice esto, pero en el fondo no se lo cree. Aunque parece que con ello ha
convencido a Doug.
Yuri no la ha rescatado. No se puede una fiar de los hombres, siempre hay que hacerlo
todo una misma. Irina empaqueta la tienda. No ha dormido ni tres horas, pero su
estado de ánimo es como cuando… como cuando… no se le ocurre ningún día
comparable. Está sucediendo un auténtico milagro. Ha podido verlo en directo.
Comprobó el nivel de oxígeno de la bombona cada vez que la rabadilla la despertaba
con dolor. En las tres primeras ocasiones no se lo podía creer, pero entonces empezó a
marcar el nivel actual haciendo una muesca en el borde del instrumento con el cuchillo.
La prueba es ahora más que evidente. Sus reservas han aumentado del 15 al 45 por
ciento.
Repasa de nuevo su teoría y no le encuentra ningún pero. ¿Qué diría Yuri de ello?
Seguramente le advertiría que con esas suposiciones parece que ha perdido un poco la
cabeza. Que en un planeta como Anfitrite haya oxígeno fluyendo por un canal y que,
además, alcance una presión parcial suficientemente alta para atravesar la tela es algo
que no se lo creería ningún planetólogo.
Pero ¿por qué no? ¿Qué le pasaría a la Tierra si se alejara del Sol a unas 200 unidades
astronómicas como Anfitrite? Su atmósfera se congelaría. Y al acercarse de nuevo al Sol,
se invertiría el proceso. Los puntos de fusión del nitrógeno y del oxígeno no coinciden,
así que se liberarían también por separado. Debe haber un momento en el que salga,
sobre todo, oxígeno del interior hacia el exterior.
Todo esto no es más que teoría. Para demostrarla tendría que encontrar la fuente del
oxígeno, reservas subterráneas donde se almacena el gas congelado. Reservas que, a lo
mejor, no tienen la forma de naves o almacenes gigantescos, sino que se encuentran en
las grietas y los poros de la roca. No puede asumir la labor de los geólogos sin el
equipamiento necesario. Deberán ser otros los que lo descubran. Con sobrevivir, ese día
y el siguiente por la noche, y tener suficiente aire para respirar, le bastará.
8 de enero de 2079, Anfitrite
¿Dónde puede estar? Deberían haberse movido desde el principio por el interior del
tubo; seguro que se habrían encontrado con Irina. Pero ahora no puede distraerse con
estos pensamientos.
—No, gracias.
Doug le muestra una lata con el nombre de una conocida marca de café. Debe incluir
su propio sistema de calentamiento, pues en la tienda no hay microondas.
—Comprendo.
¿De dónde saca Doug esa seguridad? ¿Será la sabiduría que confiere la edad? En
situaciones como esa no estaría tranquilo ni teniendo 64 años. Pero, para Doug, es más
fácil, ya que no depende de nada para él.
Dejan pasar una nube más y Yuri pone en marcha el Rover. El mando del vehículo ya
ha registrado el tramo en el viaje de ida, así que pueden desplazarse a máxima
velocidad. Sea donde sea que esté Irina, hoy la tienen que encontrar. El Rover acelera,
igual que sus pulsaciones. Detrás de él nota a Doug que se inclina notoriamente hacia
delante.
Tienen que hacer una pausa detrás de una roca y, luego, llegan al agujero que
descubrieron a la ida. El Rover se detiene automáticamente porque lo reconoce como
obstáculo, aunque podría rodearlo para evitarlo. Yuri ya se imagina lo que toca ahora.
Le gustaría poder acelerar.
—No puedes excluir la posibilidad de que Irina haya dejado alguna pista aquí. ¿Es
curiosa?
—Sí.
—No lo sabes, Yuri. A lo mejor, Irina nos espera en el fondo de ese lago.
—¿Como una sirenita de los mares? Has leído demasiados cuentos infantiles.
—Será solo un momento. Tengo que poner el Rover a buen recaudo, por si
necesitamos más tiempo para analizar el agujero.
El americano está en medio del extraño lago. Está cortado por la mitad, a la altura de
la cadera. Entre ellos hay un cable de seguridad. Yuri se inclina un poco hacia atrás para
tener mejor apoyo.
Doug mueve los brazos, pero el nivel del lago no se mueve. Yuri recuerda su
experimento en el viaje de ida. Hay que mirar con mucho detenimiento para detectar
cambios en la superficie.
—Tal vez sea la misma sustancia lubricante que hay bajo la serpiente y que aquí está
en forma gaseosa —dice Yuri.
—De acuerdo.
—Sigo bajando.
Doug desaparece por completo. El lago está totalmente quieto, como si el hombre
que hace un momento estaba allí no hubiera existido nunca.
Pero no recibe respuesta. Yuri tira brevemente del cable y Doug responde de la
misma manera. Esa sustancia en el agujero bloquea la radiación electromagnética por
completo. Apunta el foco sobre la superficie y el rayo de luz acaba en la pared, encima
del agujero. ¡Reflexión total! Esto sería una explicación. Lo más curioso es que actúa
sobre el espectro completo.
Doug vuelve a dar un tirón del cable. Es la señal de que todo va bien y sigue
avanzando. Yuri suelta más cable. Se repite tres veces. El cable da dos tirones. ¿Qué
querrá decir Doug con eso? No es una señal de emergencia. El doble tirón se repite.
¡Claro! Doug quiere hablar con él. ¿Por qué no sube, simplemente? Tonterías. Solo
necesita bajar dos escalones y meterse él mismo en el agujero. Al parecer, en los
primeros escalones no hay peligro alguno. Y una vez sumergido, ya no habrá reflexión
total para comunicarse por radio.
Yuri da un tirón y se mete en el agujero. Los escalones son bastante altos. Tal y como
dijo Doug, no se nota nada ese «líquido». Baja otro escalón y se sienta en él. Su casco ya
está bajo la superficie.
—Ah, así está mejor. Creo que he llegado al final de la escalera. Aquí hay una
pequeña plataforma.
—Entonces deberías dar media vuelta.
—Pero parece que eso sigue. Detrás de la plataforma, hay un agujero cuya
profundidad no puedo calcular.
—Exacto, Yuri. Quiero descender con el cable. Y para eso necesito tu ayuda.
—Pero si eso es precisamente lo que nos interesa. Allí debe estar el lubricante. Y
quizás esté también Irina.
—¿Lo ves?
Está inmerso en la más completa oscuridad. Lo único que le une al mundo exterior es
un cable en cuyo extremo Doug está descendiendo hasta una profundidad desconocida.
Yuri está en el penúltimo escalón. Va soltando el cable con su pesada carga alrededor de
sus botas, firmemente presionadas al suelo.
—¿El qué?
—Abajo, en el suelo, hay una depresión, una especie de canal dentro del canal.
—¿Lleno de algo?
—Parece vacío. Aunque… algo viene ahora. Bájame un poco más. Intentaré cogerlo.
Yuri suelta medio metro más de cable y se imagina a Doug como un acróbata
colgando de un cable e intentando coger algo del suelo.
—¿Y?
—Es un pañal.
—Repite eso.
—¿Qué haces?
—Ahora lo verás.
Yuri suelta el cable de sus manos. Doug suelta un grito apagado. Yuri se sienta en el
último escalón, se da la vuelta y se deja resbalar por la pared. Ahora ya solo está sujeto
con las manos en el borde del escalón.
Yuri se suelta. Se deja resbalar por la lisa pared. De repente desaparece la pared.
Consigue doblar las piernas para amortiguar el golpe y aterriza con dolor en el suelo.
Debería haberse descolgado con el cable.
—Aichs…
—¿Qué?
Yuri ilumina el pasillo con su foco. A un par de metros de distancia está Doug,
arrodillado. Junto a él hay un saco deforme. ¿Es la mochila de Doug? No, porque la
lleva a la espalda. Dice que ha encontrado algo. Yuri mira de nuevo. Detrás de Doug, la
oscuridad parece hincharse como un río. Aún hay una barrera invisible que los retiene.
La oscuridad cae sobre él con todo su poder. Cerrar los ojos no ayuda en nada. El
torbellino lo alcanza y se lo lleva con él. Sus extremidades chocan contra la dura roca.
Su casco se golpea tan fuerte que le deja sin aire. Yuri cae y la oscuridad se convierte en
un brillo deslumbrante.
15 de mayo de 2079, Ganymed Explorer
Vera flota a dos pasos de la compuerta de la esclusa. Su cuerpo está ahora oculto
detrás de Nkrumah. No parece haber nadie a bordo, pero a lo mejor es precisamente lo
que quieren hacerles creer. Es probable que les estén esperando con las armas a punto.
Vera no tiene ningún problema en que Nkrumah sacrifique su vida por ella. Para eso
está. Su función es planificar la intervención de tal forma que el riesgo para todo el
grupo sea mínimo. Pero aquí son todos prescindibles. Incluso ella misma, no se hace
ilusiones de ningún tipo. Lo único que ambiciona es ser la última en morir.
—¡Ábrela! —ordena.
Pero en la Ganymed Explorer no hay nada defectuoso. La nave está, por lo que ha
podido ver hasta ahora, en estado impecable; los pasillos iluminados y el aire
agradablemente fresco. Solo que parece que no hay nadie en casa, esperándoles.
Crowley y Nkrumah saltan, sin esperar más órdenes, en una dirección; Strombomboli y
Pippen en la dirección opuesta. Pippen vuelve a intentar sus movimientos de natación.
Ya le ha dicho mil veces que no sirven absolutamente de nada en la ingravidez, pero
cuando la cosa se pone seria, su reacción instintiva anula todo lo aprendido.
Los últimos dos hombres esperan a que ella se ponga en movimiento. La siguen a
unos pasos de distancia; es a lo que están acostumbrados. Vera les hace un gesto y sale
de la esclusa. Se da un buen empujón, por lo que sale volando por el eje central.
¿Debería desenfundar su arma? No le da tiempo a poner la idea en práctica, porque la
compuerta de la central ya se ha abierto. Ha cometido un error y eso la fastidia, aunque
no haya pasado nada. Las situaciones no siempre esperan a sus órdenes. Tiene que
pensar con más antelación.
Shultz siempre es algo más lento. Y, además, se lo hace saber a todos, en lugar de
mantenerse calladito. Pero Vera insistió en volver a llevárselo. Puede que no sean los
mejores seis hombres, pero los conoce y puede fiarse de ellos, también en sus errores.
Con desconocidos tiene que contar siempre con todo y eso, en una situación de peligro,
puede resultar mortal.
—Gracias —dice—. Ya podéis sacar los trastos de la lanzadera. Avisad a los demás
para que os ayuden. Parece que nuestros objetivos ya no están a bordo.
Ahora se ha quedado sola. Se sienta en la butaca del comandante y pasa la mano por
encima de la pantalla, donde hay polvo acumulado. En la ingravidez, el polvo no se
deposita solo, a no ser que la superficie en cuestión lo atraiga electroestáticamente.
Como la pantalla. Se ha acumulado tanto polvo, que sus dedos producen hasta copos.
Empuja uno con los dedos y sale volando como la pluma de una garza por la central.
¿Dónde estará la tripulación? ¿Cómo se llamaban? Ah, sí, Jakutina y Rott. La Ganymed
Explorer no mostró reacción alguna ya durante su aproximación. Ya se imaginaba que
la nave estaría vacía. Es un misterio que ya solucionará, y de todos los misterios, ese es
el más sencillo. Lo que más le interesa es saber qué hace ese polvo negro. Para qué se
puede utilizar.
Queridas lectoras, queridos lectores: Soy consciente de que este libro acaba en un
momento especialmente delicado. Es algo que suele suceder con los segundos libros de
una trilogía. Llevan a nuestros héroes y heroínas hasta los momentos más oscuros (lo
cual no es difícil en Anfitrite), para que en la tercera parte… No, no voy a desvelar
nada. ¿Se les ocurre ya cómo podría acabar esta obra? Pues entonces ya saben más que
yo. A mí me lo van revelando los protagonistas a medida que escribo. Se esfuerzan en
dejarme muchas pistas, pero de ahí a convertirse en una historia es algo emocionante
hasta para mí, y es lo que precisamente más me gusta como escritor. En el último
capítulo ya les doy una idea de qué les esperará en el tercer libro. Y sabrán,
naturalmente, lo que este Planeta Negro, que atrae a todo tipo de cazadores de fortunas,
como la fruta madura atrae a las moscas, ha venido a hacer en este lejano rincón de la
Vía Láctea.
Además, estoy preparando un proyecto secreto, que por ahora llamo solo «G». No se
lo digan a nadie, pero se trata de una novela gráfica, también llamada cómic, que cuenta
la historia de Encélado con imágenes.
Aquí suele haber normalmente una biografía. Pero la vida de un potencial noveno
planeta ya la describí en la primera parte de la trilogía. Por eso, esta vez, y de forma
excepcional, acabo mi libro con esta nota de autor.
Dos proscritos van en pos de una astronauta que parece haber resucitado de entre los
muertos, mientras que un grupo de mercenarios tiene el encargo de llevarse consigo a la
Tierra, cueste lo que cueste, el secreto de este intruso en el Sistema Solar.
Para ambos grupos, Anfitrite –el Planeta Negro– se convierte en el escenario de sus
batallas. Pero no hay otro lugar en el universo conocido, donde la vida y la muerte
vayan tan estrechamente ligadas como en este extraño mundo, que interviene
finalmente en la historia con su propio estilo. La humanidad debería mantenerse bien
alejada, pues Anfitrite no es un cuerpo celeste normal: es el Planeta Negro.
Brandon Q. Morris
Anfitrite 3: El planeta negro
Anfitrite - 3
8 de enero de 2079, la Holandés Errante
—Creo que sí —responde Vera—, así que no nos sigas teniendo en ascuas,
Nkrumah.
Ha sido la última en entrar. Hay demasiada gente y eso la pone nerviosa. Incluso en
el techo hay gente apiñada.
La estrechez del espacio genera cierto agobio que afecta tanto a Meltem como a
Denise; de hecho, esta se siente muy tensa e intenta respirar hondo. ¡Que Nkrumah se
dé prisa, por favor!
Los que están delante de ellas se van situando mientras susurran entre sí. La
mayoría va en chándal, solo Frank y Maurice visten de uniforme. Seguramente están de
servicio. El anuncio debe ser importante ya que Vera también los ha convocado y no
suele dejar la central sin vigilancia.
Denise flota hasta la siguiente estancia. Allí no se encuentra tan apretujada. Pero se
da cuenta porque los demás se distribuyen mejor. Y es que, en ese sitio, que es como
una sala grande, reina una oscuridad total.
—Creo que estamos en el garaje —susurra Meltem a su derecha.
Denise no puede verla, pero nota una mano cálida, que la coge del brazo, y le parece
vislumbrar el contorno de Meltem en la oscuridad.
Kofi Nkrumah enciende una segunda linterna. La sujeta de forma que su luz
también incide sobre el polvo negro. El borboteo y la crepitación aumentan.
La montañita negra parece calmarse. Denise baja la mano de Meltem del hombro y
la sujeta entre las suyas. Nadie dice nada. Es como si la tranquilidad que reina tras el
cristal se hubiera transmitido a la tripulación, que observa expectante. Denise se frota
los ojos. Centrar la mirada en un punto de luz, en medio de la oscuridad, le provoca
cierto dolor en las sienes.
La mariposa bate las alas tres veces y entonces se eleva. Un murmullo de sorpresa se
extiende por la sala. La mariposa parece haberle pillado el truco y empieza a volar con
mayor elegancia dentro del recipiente de ensayo. Se dirige a la fuente de la luz. Cuando
llega al punto donde se cruzan los haces de ambas linternas se queda quieta. ¿Estará
pensando cuál de las dos elegir? Se decide por la de su derecha. A medida que el haz de
luz se torna más fino, la mariposa se mantiene justo en su centro.
Continúa con esa estrategia hasta que el haz es tan delgado que ya no cabe en él. Así
que reduce su tamaño. Sus alas se hacen más pequeñas, igual que su cuerpo. Solo las
antenas conservan su tamaño anterior. Parecen servirle para encontrar el camino. El
material restante cae lentamente hacia abajo, a pesar de la falta de gravedad. Puede que
sea por la corriente de aire que provocan las alas.
Frente a sus ojos está sucediendo un milagro. Denise lo observa sin respirar. Materia
muerta que se transforma con la luz y se alimenta de la fuente de energía que, al
parecer, le ha dado la vida.
La mariposa se vuelve a convertir en polvo. Debe haber chocado contra el cristal que
la separa de la linterna. Dos copos negros, que antes fueron las alas, flotan un instante
en el aire antes de convertirse en un fino polvo que se disuelve ante sus ojos como
delicados copos de nieve ante la luz del Sol.
—Quien tenga ganas de hablar sobre ello, que acuda dentro de media hora a la
central —añade Vera.
—Vale, ya lo tengo —dice Kofi—. Denise, deberías bajar de ahí si quieres ver algo. El
proyector usará el techo de pantalla.
Denise se impulsa hacia el suelo, donde queda flotando de espaldas a escasos diez
centímetros de distancia. Meltem está a su lado. En el techo aparece una imagen con
cierta profundidad. Denise reconoce un cono negro. Kofi pulsa un regulador en el
proyector y el contraste aumenta tanto que Denise logra distinguir todos los detalles.
—No es que no haya nada —dice Kofi sonriendo—. Pero lo parece, ¿verdad?
Kofi rezuma orgullo y Denise se lo reconoce. Kofi es uno de los pocos tíos de a bordo
con los que se puede hablar sobre algo más que fútbol y mujeres. ¿Cómo habrá llegado
un químico experto a este grupito de gente?
—Buena pregunta. Las partículas en esa zona absorben la luz en un cien por cien. Y
ese es el aspecto que podría tener un agujero negro.
—¿No habría que tener en cuenta también el movimiento de las partículas? ¿Esa
especie de hervor? —pregunta Vera.
—Sí, es una posibilidad, aunque no la única. Todavía no lo he estudiado a fondo.
—Es posible, pero aún no estoy seguro. Tampoco sé cómo procesan la información
esas partículas. Están compuestas por carbono, así que no pueden tener ADN como las
células vivas de la Tierra.
—No. Es demasiado pronto para eso. Solo estoy haciendo comparaciones con la
vida, tal y como la conocemos en la Tierra. Esta mariposa no cumple las definiciones
básicas, es decir, sí las cumple, aunque solo en algunos aspectos.
—Has dicho hace un momento que este era el segundo momento más sorprendente
—interviene Denise.
La mariposa aletea a lo largo del haz de luz hasta golpear contra el cristal.
—Eso no parece muy cooperativo —dice Denise—. Ninguna de las partículas que
han quedado atrás recibe energía.
—A primera vista tienes razón. Sin embargo, lo he estudiado con fuentes de luz de
distinta intensidad. Cuanto más fuerte es la luz, más grande es la estructura de la
mariposa. Eso podría significar que se mueven hacia la fuente de luz todas las
partículas que son necesarias para procesar juntas su energía. El movimiento de la
mariposa se optimiza con la suma de absorción energética.
—Pero eso supondría también que todas esas partículas forman un sistema —
exclama Vera.
Denise dirige la mirada al techo. Allí aparece de nuevo un cono de polvo negro,
luego los haces de luz y, donde se cruzan, se crea la nada. Pero ahora el proceso es
distinto. En lugar de una mariposa se forma un objeto más compacto, que le recuerda a
un moscardón. Y este también acaba explotando contra el cristal.
—No son células, siguen siendo partículas. Pero sí, la mariposa no habría alcanzado
la fuente de luz bajo esas nuevas condiciones.
Tras una ligera aceleración, la nave había iniciado una fase de frenado fuerte. En ese
momento pensó que el piloto estaba borracho. Ahora ya sabe por qué ocurrió.
—Exactamente —confirma Kofi—. Creo que las fuerzas de cohesión de las partículas
no son suficientes para formar una estructura voladora con una gravedad tan alta. Así
que se crea un gusano.
Nkrumah la impresiona cada vez más. Parece un investigador con mucho talento,
por eso le sorprenderle tanto que haya acabado en grupo de mercenarios.
Nadie dice nada. Strombomboli vuelve a bostezar, pero mira al químico con interés.
Será que acaba de tener un turno muy completo.
Ven el final de la primera filmación, pero con otro espectro de color, como si miraran
a través de un dispositivo de visión nocturna. La mariposa aletea hasta chocar contra el
cristal. Sin embargo, esta vez, no para la filmación. Mientras los restos de la mariposa se
distribuyen por el espacio, alguien apaga las dos linternas que iluminaban la escena.
Todavía se ve el montículo oscuro, pues no la oscuridad no es completa.
—Ahora vemos lo que pasa cuando las partículas se quedan sin fuente de energía —
explica Kofi.
—Pero aún hay luz, es decir, sigue habiendo energía disponible —afirma Meltem.
—En efecto. Lo que pasa es que se trata de luz ultravioleta. Las partículas solo
pueden extraer energía de fuentes de luz visible o infrarroja —dice Kofi.
La nube sigue cambiando. En su cara frontal, se forma una especie de techo y los
laterales crecen de manera irregular. La forma se asemeja cada vez más a un canto
rodado, lavado a lo largo de eones en una playa, donde aún puede reconocerse su
origen como un trozo de cristal roto. A Denise ya no se le ocurre un nombre geométrico
para ese objeto curioso y tan asimétrico.
—Me habría sorprendido mucho que lo hicierais. Yo mismo he tenido que pensarlo
con detenimiento antes de reconocerlo. En un Gömböc.
—Seguro que conocéis esos muñequitos llamados ‘tentempié’, que siempre se ponen
derechos ellos solos, ¿a que sí? —pregunta Kofi—. No son Gömböcs auténticos, porque
su masa está distribuida de forma irregular. Pero un Gömböc funciona igual. Es decir,
que recuperan automáticamente el equilibrio por sí mismos.
—No puedo decir con precisión por qué las partículas forman un Gömböc. Sin
embargo, no importa qué fuerzas son las que actúan en este cuerpo, siempre adopta esa
posición, de modo que las partículas de las que consta pueden aprovechar la luz de
forma óptima. Si los tallos de hierba en la Tierra fueran Gömböcs, no habría tormenta ni
lluvia que los doblegara, siempre se pondrían de pie.
—Me temo que no, Frank. Las casas no son homogéneas y constan tanto de espacios
vacíos como de muchos otros cuerpos distintos. No se llega muy lejos cuando se intenta
construirlas como Gömböcs. Basta con desplazar una silla unos centímetros para que
variaran los puntos de equilibrio de toda la casa.
—Creo que son los primeros Gömböcs de generación natural que he descubierto en
mi vida —exclama Kofi—. Los matemáticos han dudado, durante mucho tiempo, que
pueda existir un cuerpo con solo dos puntos de equilibrio.
—Vale, muy bonito —dice Vera—. Pero ¿todo esto nos sirve de algo?
¿No les había dicho Vera que en los tanques no hay ya suficiente masa de apoyo
para volver con mayor rapidez a casa? Ya está soñando de nuevo con la Tierra. ¿O será
Kofi, que quiere hacer más experimentos bajo gravedad? Denise se levanta. Tiene que
recoger su cabina; no importa ahora la causa del arranque de los motores.
Flota a la taquilla. Allí siguen colgando las cosas de Cichevski, que murió en
Anfitrite. No tiene ánimo para tirar la ropa del mercenario y ha colgado sus pocas
pertenencia justo a su lado.
—Lo he oído. ¿Por qué no vienes? Así podremos charlar un rato. Es más divertido.
—Tengo cosas en que pensar, y eso prefiero hacerlo sola —reconoce Meltem.
—Lo sé.
—Tenemos que avisar a Yuri e Irina. No esperan visita hasta dentro de un año. Si
damos la vuelta en Héctor, llegaremos a Anfitrite en junio.
—Esa es una de las cosas en las que tengo que pensar —dice Meltem—. Tenemos
que encontrar una forma de advertirles, pero de forma que no se percate nadie. Vera no
debe saber que les hemos advertido. Debe seguir creyendo que los pueden sorprender.
Con la antelación suficiente, Yuri e Irina quizá podría escenificar su propia muerte.
Denise espera que aún sigan vivos. Anfitrite es un lugar peligroso, como han podido
constatar en su breve excursión. Sus dos amigos llevan ahora más de un mes allí solos.
—Para ello tengo que conseguir que Vera se fíe de mí. ¿Lo entiendes?
—Quizá paso una noche con ella, pero no quiero que te enfades por ello.
—Entiendo. Gracias.
—No sé qué hay que agradecer aquí. Piensa mejor en cómo podemos acceder a la
radio sin que nadie pueda saber quién ha sido.
—Hasta luego.
—¿Ya has vuelto? Gracias a Dios, creí que te había perdido —dice Doug.
—¿A mí? Estoy… —Yuri se quiere levantar, pero no lo consigue—. ¿Qué me pasa?
¿Estoy paralizado?
Cayó redondo al ver el cadáver de Irina. Fue demasiado para él. ¿Se habrá hecho
daño al caer? Aunque ya daría igual. Han llegado demasiado tarde, no se lo perdonará
nunca.
Doug se inclina sobre él y tira de algo que no puede ver. Entonces, Doug le presiona
el hombro y se pone de nuevo en pie.
—Ya te puedes levantar. Es que te había atado para que no te me cayeras. Pesas un
montón.
—¿Ya no estoy…?
Yuri se gira hacia un lado, se pone de rodillas, se levanta y mira a su alrededor. Está
oscuro. Deben estar en una gran sala, aunque no sabría decir por qué tiene esa
sensación. Seguramente estén de regreso en la Serpens.
—Te he arrastrado todo el puto camino hasta aquí arriba —dice Doug—. Tuve que
construirte una camilla con las varillas de una de las mochilas.
—¿Cuánto?
Doug mira el dispositivo multifunción en su brazo.
—Me estaba preocupando bastante, pero tu traje me decía que estabas bien.
Seguramente ha sido el shock, que has tenido que procesar.
El shock, claro. Se han dado tanta prisa en encontrar a Irina a tiempo, ¡y ahora eso! La
vida es injusta.
—Lo siento, pero no te lo puedo decir —responde Doug—. Tenía que ocuparme de
los vivos.
—Pues claro, no vamos a dejar a Irina allí. Pero ¿no deberíamos refrescarnos antes
un poco? Llevamos demasiado tiempo ya dentro de nuestros trajes. Tengo la
entrepierna al rojo vivo.
—No te lo tomes a mal, Doug, pero ahora mismo no podemos considerar nada más.
Me gustaría explorar a Irina a fondo. Y cuanto más tiempo pase dentro del traje, la cosa
empeorará bastante.
—Hecho, Doug. Si me vuelvo a caer, déjame allí, junto a Irina. Ya me las apañaré.
—Doug, si quieres descansar… yo he dormido las últimas diez horas. Debes estar
agotado.
—Vamos a hacer lo que tenemos que hacer. Yo también quiero saber qué ha matado
a Irina. Es una pena no haber podido conocerla antes.
—Eso sí que es triste. Nos habríamos divertido mucho los tres juntos. Seguro que
hablas muy bien ruso, por tu mujer.
—Ahora no nos queda otra que pasarnos el resto de nuestras vidas los dos solos
aquí.
—¿No dijiste Kentucky, donde habéis comprado una granja que aún no has visto
nunca?
—Sí, cierto, Yuri, es en Kentucky. Debe ser la radiación cósmica que me reblandece
los sesos.
Yuri habla demasiado. No puede parar de decir tonterías, pues mientras conversan
tienen que sacar a Irina de su traje.
Si sacan a Irina de su traje en la tienda, aislados del exterior, podrán proceder con
más cuidado y palpar su cuerpo con las manos sin guantes. Pero estarán muy, muy
cerca de ella, sin posibilidad de apartarse.
Es mejor así. A saber cuánto tiempo lleva muerta. Seguro que ya estará produciendo
el típico olor de cadáver en descomposición. Si analizan el cuerpo en el exterior, no
tendrán que olerlo. Y si no lo aguanta más tiempo, Yuri podrá retirarse un par de
metros.
Esa consulta es innecesaria. Doug sujeta el brazo derecho rígido de Irina y pulsa los
botones del dispositivo multifunción. Lee varios datos.
—Temperatura corporal de 32 grados. Aire con 16 por ciento de oxígeno a 0,8 bar.
—Los sistemas de mantenimiento de vida aún están activos —dice Doug—. Deben
haber reconocido que Irina ya no respira. Pero aún calientan y ventilan.
Por desgracia, el visor transparente de su casco está totalmente limpio. Yuri puede
ver la cara de Irina demasiado bien. Si no, podría imaginarse que el traje pertenece a
otra persona.
—Vamos allá.
Quitarle el traje a Irina es más fácil de lo que se temían. ¿No debería haber avanzado ya
el rigor mortis? Yuri nunca se había ocupado de ese tipo de temas. Aparta el traje hacia
un lado.
—Ya no lo necesitamos.
Yuri se imagina tener que meterse en el traje de Irina. La sola idea le pone la piel de
gallina.
—¿Y si necesitamos algún recambio para nuestros trajes? —pregunta Doug—. Las
existencias son limitadas.
—Hmm, de acuerdo.
—Ya lo meteremos en algún rincón del Rover —dice Doug—. ¿Y ahora? ¿Seguimos?
Irina está ante ellos, enfundada en su LCVG, con la ropa interior térmica. Brazos y
piernas desnudos. En la débil y congelada atmósfera, la piel se pone azul, o al menos así
lo parece bajo la luz de los focos. Yuri toca el brazo de Irina. La piel está rígida.
Doug asiente y se inclina cobre el cadáver. Yuri empieza por el hombro. Le deja la
cabeza a Doug. No quiere mirar a Irina a los ojos. Doug ni siquiera le pregunta y
comienza a palpar la cabeza, mientras Yuri avanza hacia abajo. Palpa su brazo a fondo.
Se libera entonces una finísima capa negra. Algunos copos de polvo caen al suelo. Debe
haberlos tenido en los guantes, pues no cree que entrara al interior del traje de Irina.
Las cosas cambian cuando Yuri llega a su cadera. Allí debe haberse golpeado con
algo muy pesado. Hay un hematoma que va desde la cadera hasta por debajo de la
rodilla. No parece muy reciente, porque el color ya ha pasado a un marrón verdoso.
Debe tratarse de una lesión de varios días atrás. Aún recuerda el instante en el que es
probable que se lo hiciera. Cuando Irina cayó del Rover, debió caer sobre el lado
derecho. Cadera y muslo debieron recibir el impacto principal, evitando que se
rompiera el frágil visor del casco. Eso le salvó la vida que él le ha vuelto a quitar, por
haber perdido demasiado tiempo con el rescate.
—Mi lado está limpio —informa Doug—. Excepto por algunos rasguños en las
articulaciones.
—Le habrá resultado muy doloroso —dice Yuri—. A pesar del entablillado.
—Irina era una auténtica heroína —exclama Doug—. Piensa; llegó con la pierna
entablillada hasta el extremo de la serpens y regresó hasta aquí. Eso es una proeza casi
sobrehumana.
—Creo que ella no pensaba lo mismo. Si emprendió esa marcha es porque tenía
sentido para ella. Tenía esperanzas.
Lo quiera o no, las palabras de Doug le consuelan, aunque no le ayudan. ¿De dónde
podría sacar él ahora esperanza? Ni siquiera hay nadie con quien pueda vengar la
muerte de Irina, excepto consigo mismo, ya que si no hubiera sido por su estupidez en
Héctor, Irina no habría llegado jamás aquí.
—Solo quiero quitarme este polvo negro de los guantes. Se habrá adherido mientras
trepaba.
—¿Antes no?
—No. Pero tampoco es me haya mirado los guantes con detenimiento. En esta
oscuridad tampoco puede verse mucho, que digamos. Además, no hay otra explicación.
Si no, es que eso ha entrado en su traje.
—Era estanco.
—Entonces será eso —dice Yuri—. ¿Hemos podido descubrir la causa de la muerte?
—Creo que está más allá de nuestras posibilidades. No ha muerto por la lesión de la
pierna, pero no sabemos si se habrá golpeado la cabeza al bajar.
—¿Qué?
Es una idea que surge inesperadamente. Irina no era muy religiosa. Seguro que no
habría insistido en un entierro formal. Pero seguro que le habría gustado que
continuaran con lo que había empezado ella. Deben explorar ese pasillo. Seguro que era
el plan de Irina.
Ha sido rápido. Han pasado cinco minutos desde que Meltem le ha dado la señal
convenida. La central debería estar despejada. Es la misma Vera quien tiene turno de
noche hoy. Participa como todos los demás miembros de la tripulación en el servicio.
Denise no quiere ni saber cómo ha logrado Meltem sacar a la capitana de la central, con
lo responsable y estricta que es.
Pero seguro que Vera no estará mucho tiempo fuera. Denise trepa por los últimos
escalones. Mientras la nave va frenando con la popa de frente, el camino hacia la central
en proa cuesta bastante esfuerzo. Pero solo asciende a una velocidad que le permite
respirar normal.
Tiene que contar también con la posibilidad de cruzarse con algún mercenario. Para
ello, Denise se ha inventado una excusa, de cuya credibilidad no se fía ni ella misma.
Pero los hombres echan partidas de póquer al finalizar su turno en algún rincón de los
almacenes. Oficialmente está prohibido, pero Vera lo tolera para que conserven el buen
humor.
Quedan tres escalones. Denise percibe el olor de su propio sudor, aunque se dio una
ducha antes y faltan dos horas para la media noche. Tiene la sensación de que el olor es
tan fuerte, que seguro que lo puede percibir cualquiera. Pulsa el botón que abre la
compuerta de la central. Sale una vaharada de aire fresco. Esté donde esté, Vera siempre
baja la calefacción un par de grados. Denise pensó durante mucho tiempo, que solo
pretendía subrayar con ello su carácter de persona fría y calculadora. Pero, hace un par
de días, Vera le confesó que estaba entrando en la menopausia y sufría de fuertes
sudoraciones. Siempre pensó que Vera no llegaba a los 40, pero resulta que ya tiene 47.
Por eso tienen un plan mejor pensado. El ordenador acaba de confirmar los datos de
Carrington. ¡Perfecto! Denise cambia al módulo de comunicaciones. Accede a la antena
de largo alcance e inicia el programa de autodiagnóstico. Finaliza sin errores. Pero no
por mucho tiempo. La antena está fijada de forma giratoria en el exterior de la nave. Esa
articulación trabaja con mucha precisión, para poder orientarla con exactitud. Pero
cualquier motor de articulación es susceptible de fallar. Mientras aceleran o frenan, es
mejor no tocarlo.
Pero no es lo que pretende hacer. La estúpida antena tiene que fallar para tener un
motivo de «repararla» saliendo al exterior en una EVA. Con la excusa de la reparación,
quieren enviarle su mensaje a Anfitrite metiéndolo directamente en la antena, para que
no se guarde en el ordenador.
Denise vuelve a cambiar la orientación, volviéndola a enfocar a Héctor. El programa
la ajusta. Tres minutos después notifica el éxito de la operación. Mierda. Dicen que un
goteo constante es capaz de horadar una piedra. Denise devuelve la orientación a la
Tierra. 180 segundos más y la articulación parece que sigue aguantando. Los ingenieros
han hecho una excelente labor. ¿Cuánto tiempo más podrá retener Meltem a Vera lejos
de su puesto de mando? Denise no quiere ni pensar en ello. Tendrá que darse prisa.
Otra orden a la antena para que se oriente a Héctor. Está pillada entre dos mujeres.
«Mírame», dice la primera. «No, mírame a mí», responde la segunda. La antena casi ya
le da pena. Y eso que es solo un artilugio mecánico.
Mira el reloj. Han pasado 37 minutos. Han acordado que Denise tendrá, como
máximo, una hora. ¿Debería orientar la antena a Anfitrite? Entonces giraría 180 grados.
Entre la Tierra y Héctor solo hay 35 grados de diferencia. Y eso con la aceleración actual.
Pero ¿y si la articulación se daña precisamente en ese intento? ¿Por qué debería la
antena apuntar a Anfitrite? No hay razón alguna para ello. Ese fallo levantaría
sospechas y seguramente las descubrirían. Vera deduciría fácilmente que Meltem ocupa
la antigua cabina de Carrington.
Así que seguirá entre Tierra y Héctor. Denise no para de mover la antena de una
orientación a la otra. Nunca antes se había sometido esa articulación a tanto
movimiento. ¡Tiene que funcionar! Por favor, Meltem, entretén a Vera un ratito más.
¡Solo quedan cuatro minutos!
—Sí. Solo quería comprobar cuánto necesitaremos si es que realmente vais a dar
media vuelta.
—Pero sería una pena. Esperaba que las dos nos quisierais acompañar a Anfitrite.
Excepto Nkrumah, estará el resto de la tripulación, pero bueno, solo son mercenarios.
Solo pensar que tendré que pasarme el próximo año sola en su compañía…
Denise lo dice en un tono algo más duro de lo que pretendía. Aun así, Vera sonríe
con cariño.
—Seguro que podría conseguiros una remuneración. Y te aseguro que, incluso con
este viaje a Anfitrite, estarás antes en casa que si se te subes a un transporte de
mercancías de la empresa minera.
Denise decide seguirle el juego. Quizá sí estaría bien quedarse a bordo de esa nave.
Podría ayudar más a Yuri e Irina.
—¿Tú crees? Pues dicho así, tal vez podría caer en la tentación.
La sonrisa no le queda todo lo bien que le habría gustado. No domina ese arte tan
bien como la capitana. Pero Vera no se queja. Se limita a hacerle un gesto y a sentarse en
su asiento.
—Pues entonces hasta luego, querida —le dice—. Tengo cosas que hacer. Elaborar
planes para dominar el mundo y cosas así, ya sabes.
Seguro que lo dice en broma, pero tal y como la conocen, bien podría ser verdad.
10 de enero de 2079, Anfitrite
Golpe hacia delante. Su casco choca contra la espalda de Doug. Golpe hacia atrás. La
ventosa central se desplaza hacia delante. Las vibraciones de las ruedas dentadas se le
transmiten hasta la médula. Yuri odia esta sensación, ese cosquilleo que le agota. Han
conseguido llevar el Rover hasta el fondo. Con el Rover han dejado el cadáver de Irina
dentro de su traje arriba, en el nicho de la serpens, cerca de la entrada a esas
catacumbas. Ahora podrán explorar el pasillo con mayor rapidez y seguridad. Lo más
importante es que no se estreche demasiado. Con sus pasajeros y todo el equipaje, el
Rover mide unos dos metros de alto por dos de ancho.
Tras la breve noche en la tienda han pensado si no sería mejor desplegar las ruedas.
Irían el doble de rápido. Pero en plena oscuridad, moviéndose por un tubo
desconocido, no les pareció la mejor idea. Las ventosas trabajan bastante bien aquí
abajo, pues la presión del aire es algo mayor que en la superficie. Eso ayuda a avanzar,
porque no tienen que evacuar tanto aire de las ventosas.
Yuri bosteza. Le gustaría poder quitarse el sueño frotándose los ojos. En su lugar,
gira la ventilación al máximo. El sistema le sopla aire fresco en la cara hasta que los ojos
le lagrimean. Tampoco es buena solución. La noche en la tienda ha sido peor que si
hubieran conducido toda la noche. Pero ha ido bien poder lavarse todo el cuerpo,
aunque sea con un par de paños húmedos.
Observa el instrumento multifunción y pasa por distintas pantallas. ¡13 por ciento de
oxígeno, nada mal! Yuri se inclina por un lado del Rover, hasta que su muñeca casi
alcanza el suelo.
Vuelve a pasar por las pantallas. Ahora indica ya un 27 por ciento de oxígeno. El gas
parece concentrarse al nivel del suelo. El Rover circula por encima de un canal. ¿Subirá
el gas de allí?
—Esto es interesante —dice Yuri—. La mezcla de gases aquí abajo contiene mucho
más oxígeno.
—No, no basta para eso. La presión es demasiado baja. Pero si se nos acabara el
oxígeno en algún momento, podemos obtener más del canal.
—Muy tranquilizador. ¿Y cómo lo meteremos en los tanques, con esta baja presión?
—Para las células de combustible del Rover hay un separador que extrae fracciones
de gas del entorno y lo bombea en bombonas. Están pensados para metano, pero podría
reconfigurarlo.
—¡Pero mira! —dice Doug y le sacude por el hombro para que se despierte del todo.
Yuri se levanta y mira por encima del hombro de Doug. Debería reemplazarle ya.
Doug debe estar mucho más cansado que él. Un segundo después le llegan las
imágenes que el Rover recorta con su foco de la oscuridad.
—¿Qué es eso?
Bueno, menuda pregunta más inteligente que acaba de hacer. Como si Doug supiera
lo que son esas formas tan extrañas.
—Se parecen a esas cosas que hay en las cuevas, ¿cómo se llamaban?
Doug tiene razón. El pasillo no se parece en nada a cualquier gruta en la Tierra, por
lo que jamás se le habría ocurrido hacer esa comparación.
—Estalactitas y estalagmitas.
Esas formas pueden verse con sorprendente claridad, porque emiten una luz blanca.
—Ja —exclama Doug—. Ahora que lo dices, ¿sabes cómo he podido siempre
acordarme cuál es cuál? Quiero decir los ejemplares que cuelgan y los que surgen del
suelo.
—Sí, lo sé.
—Lo sé, Doug. Pero sí, en alemán también hay un juego de palabras obsceno para
recordar los nombres.
—No, esto no tiene nada que ver con las estalactitas de la Tierra —comenta Doug y le
muestra la palma de su mano.
Está totalmente seca. Yuri toca las estalagmitas frente a él. No hay ni rastro de
líquido. Esas formas no se han creado por el goteo de agua con cal.
Entonces aprieta el pulgar con fuerza sobre un lado y el material cede. Yuri también
lo intenta. La estalagmita tiene, sin duda, una cáscara elástica. ¿Qué habrá dentro? Doug
ya ha abierto su bolsa de herramientas.
Yuri gira la cabeza para que el foco de su casco ilumine las manos de Doug, que está
apoyando un taladro manual contra la estalagmita. Gira un par de veces y la punta se
clava en la piedra. No es piedra, sin duda.
Yuri ilumina la escena con su foco. Doug mueve la sierra, pero avanza solo
lentamente.
La hoja tiene unos dientes tan finos, que debe ser una sierra para metal.
—Madera, buena idea —dice Doug—. A lo mejor se trata de algo que ha crecido
aquí, como una planta o un árbol.
—Vacío.
Yuri se acerca y echa también una mirada al interior. La luz llega hasta el suelo,
cubierto de polvo.
—Allí abajo hay polvo —dice—. Quizá se trata del material que llenaba estas
estalagmitas.
—Podría ser, Doug. Venga de donde venga Anfitrite, si había allí más energía que
aquí fuera, podría haber tenido una atmósfera más densa. Con humedad, nutrientes y
cosas así.
—Deberíamos analizar el polvo que hay ahí abajo. El analizador está listo.
—¿Ya te has rendido? —pregunta Doug, que da saltitos detrás de él para mover las
piernas.
Yuri pone la sierra encima de su primer corte, pero esta vez inclinada hacia abajo.
Solo tiene que alcanzar el primer corte, luego tendrá un agujero por donde meter la
mano. Aun así, serrar eso cuesta mucho esfuerzo. A Yuri le chorrea el sudor por la
espalda. Poco antes de acabar se le queda la sierra trabada. Yuri tira de ella hacia
delante. Quiere arrancar el último trozo de material de esta forma, pero la hoja de la
sierra se parte en dos.
Yuri guarda la sierra rota y saca el martillo de la bolsa de herramientas. Alarga bien
el brazo para tener carrerilla y golpea contra el material casi desprendido, que sale
disparado por la fuerza del martillo, chocando contra el muslo de Doug.
Yuri ilumina el interior del agujero que ha creado y que parece una U invertida.
Debería ser suficiente para meter la mano. En el fondo ve el polvo. Aunque también han
llegado ahí virutas del proceso de serrado. Esto es una ventaja y un inconveniente a la
vez. En el análisis deberán vigilar bien qué es lo que están analizando.
Pero ahora necesita algo para meter dentro la muestra. Busca dentro de la bolsa de
herramientas y encuentra una bolsita. Está vacía. ¡Perfecto! Se arrodilla justo frente al
agujero y mete la mano dentro.
—Aliens, eso no te lo crees ni tú. Aquí todo está más muerto que muerto.
—Excepto nosotros.
Yuri pasa los dedos por el suelo. No es fácil recoger suficiente material. Saca el brazo
del agujero y se limpia los dedos sobre la bolsita. Dentro caen un par de grumitos. No es
suficiente.
Tras el quinto intento, hay suficiente material en la bolsa para hacer el análisis. Lleva
su tesoro al Rover y lo introduce en el analizador.
—Sigamos —dice entonces, subiéndose al puesto del conductor—. El aparato
necesita su tiempo y de eso ya hemos perdido mucho.
Se paran antes de lo previsto, porque las estalactitas y estalagmitas son muy densas
aquí.
Yuri se baja. Al hacerlo golpea con la punta de la bota la rodilla de Doug, pero no
reacciona. Parece que ya no puede aguantar tanto cansancio. Yuri no se lo puede
recriminar. Ya bastará con que se encargue él de continuar la marcha. Mira a su
alrededor y se dirige a las formas que obstaculizan el pasillo desde arriba y desde abajo.
Parecen casi idénticas, excepto por la dirección en la que crecen. Si estuvieran todas en
el mismo sitio, parecerían dientes.
¿Habrá estado este pasillo siempre tan vacío? ¿Y si alguna vez pasaba por aquí
agua? Las estructuras podrían haber filtrado ese líquido, como las barbas de una
ballena. Tal vez extraían el oxígeno del agua, o algunos nutrientes. Fuera lo que fuera
que extraían, podría haber sido redirigido por el interior de esas formas a las paredes,
techos y suelos.
Yuri sonríe para sí. Parece bastante fácil divertirse y hacer bromas. Se coloca junto a
la pared y la palpa. Se siente orgánica, como si tuviera músculos y vasos sanguíneos.
Los nutrientes filtrados por las estalagmitas del agua podrían haber fluido por estos
tubos. Pero ¿hacia dónde? El pasillo sigue inclinado, llevándolos más al interior del
planeta. ¿Qué les espera allí?
—¡Qué gracioso!
—No te rías. De niño me dedicaba a cargarme así a las ortigas en el patio de atrás de
mi casa. ¡Funcionaba!
—Lamentablemente.
¿Un material que es resistente y poroso a la vez? ¿Cómo se come eso? Yuri busca la
columna que ha serrado hará unas dos horas, pero no la encuentra. Así que se busca
una estalagmita cualquiera y le propina una patada. Su pie rebota.
—O soy tonto del bote, o…
—Menuda mierda, jolines —dice Doug—. Pero la buena noticia es que no eres tonto
del bote. Estos trastos deben tener una edad distinta. Los más viejos seguramente están
tan secos que se rompen con facilidad.
—Pues genial.
Y realmente van encontrando suficientes estalagmitas secas que pueden pisar, para
permitir el avance del Rover. Cambian de posición cada quince minutos. Jugar a ir
abriendo camino es bastante cansado. Pero también da algo de satisfacción. Yuri se
avergüenza un poco de esa sensación. Las formas que va destrozando parecen estar, de
alguna forma, vivas. Al menos, debieron estarlo alguna vez, aunque sea hace millones
de años. ¿No podría ser que, bajo las condiciones adecuadas, pudieran revivir?
Otro patadón. Su pie rebota. Un poco más y se cae. No se puede tener siempre
suerte.
—Ahí delante, a la izquierda, prueba con esa —le grita Doug desde el asiento del
conductor—. Se ve desde lejos que está dañada.
Yuri reconoce la estalagmita que le dice Doug. Esta casi tocando la pared y cuenta
entre los ejemplares recubiertos por una capa que impide que brillen tanto. Son casi
siempre fáciles de derribar. Pero entonces algo le llama la atención. Esta estalagmita
tiene un agujero. Más o menos a la altura de la rodilla, saliendo por detrás. Además,
hay restos de material por todas partes. Parece como si alguien hubiera intentado
pinchar la estalagmita con un pilón. Como no lo consiguió, trabajó la forma con sus
manos. O con los dientes. Yuri se imagina a un yeti, luchando con la columna.
—Eso, el viento, ya. ¿Has notado la más mínima brisa aquí abajo? El aire no es lo
suficientemente denso —le corrige Yuri.
—A lo mejor hay algún parásito que se alimenta de estas columnas —dice Doug—.
Sin duda, se trata de uno de los ejemplares viejos y secos, se ve en su recubrimiento.
—Podría haber sido Óscar —comenta Doug—. Hace mucho que no sabemos nada
de él.
—¿Quieres decir que a lo mejor está en este pasillo? Debería haber pasado a nuestro
lado sin que lo viéramos.
—Es plano y llama poco la atención. Y habría tenido tiempo suficiente cuando
buscamos a Irina en el extremo de la serpens.
—Pero mírate este agujero, Doug. Empieza a la altura de la rodilla. Óscar no puede
doblar su brazo a esa altura.
—Sí puede, si no lo perforó desde este lado, sino desde el otro. Inclinado hacia
arriba, eso sí que podría lograrlo.
—No creo que Óscar esté aquí. ¡Entonces habría encontrado a Irina y nos hubiese
informado de ello!
—¿Y nunca te pareció un robot raro, Yuri? ¿Un robot con voluntad propia?
—Esta humanización sale de nosotros. Tiene sus motivos para sus decisiones, que
las calcula según las circunstancias. Es bueno en cálculo. Solo nosotros lo consideramos
expresión de una voluntad libre.
—No, Doug; como ser humano tengo la elección de comportarme de forma eficiente
o no. Puedo elegir entre el trayecto pintoresco o el más rápido. Como robot, Óscar debe
seguir su programación.
—Yo no estaría tan seguro. ¿Quién puede haberlo programado para que nos
abandonara sin decir nada justo después de aterrizar?
—Dióxido de silicio, que debe proceder de las virutas que hemos serrado de la
columna. Y luego sales de todo tipo: sodio, potasio, calcio, magnesio, etcétera.
—Sí, podrían ser restos secos del medio que transportaba los nutrientes —dice Yuri.
—¿Estás seguro de que no era la columna a la que le echaste la meada? Esto sería
una explicación.
Su amigo se carcajea.
—En serio, esa teoría de los nutrientes es muy interesante. Ya me he imaginado que
estábamos dentro de la boca de una ballena.
Está golpeando el teclado cuando aparece Denise por la puerta. Son las nueve
pasadas y Vera debería haber acabado ya su turno.
—Ya he intentado aumentar la potencia, y está al tope. Y no puede ser Júpiter, cuya
órbita está muy lejos de nosotros. Ya sé, eres química, pero…
Vera parece hoy especialmente benévola. Denise hace una carantoña, pero se alegra
en secreto que su manipulación haya dado sus frutos. Vera no parece sospechar nada.
—Buenos días.
Se echa a reír.
—Pero no puedes salir sola —dice Vera—. Estarás trepando por la fachada de un
edificio de quince plantas. Si te caes no te chafarás contra el asfalto, pero sí caerías en el
chorro de masa de apoyo expulsado por los propulsores. En el mejor de los casos, no te
encontraríamos jamás.
—Eso lo tengo claro. Denise, seguro que quiere acompañarme, ¿a que sí?
Meltem abre bien los ojos y la mira sonriendo. Denise sigue con el plan.
—Yo también estaré en deuda contigo —dice Vera—. Lo haría yo misma, si no fuera
porque hay tantas cosas de las que tengo que ocuparme.
Supone bien, Denise lo sabe mejor que nadie. Pero se hace la tonta. Solo es química.
Por su edad la subestiman con frecuencia, pero no le importa.
Suerte que es ella misma quien lo propone. Con el módulo de test pueden meter su
mensaje pasando de largo el ordenador de a bordo.
—Para ello tendremos que separar la antena de la red durante un par de minutos —
dice Meltem.
—Claro, qué remedio —exclama Vera—. Para hoy no hay más transmisiones
importantes. El mensaje de cada mañana ya ha entrado. Y ahora perdonadme, pero
tengo cosas que hacer.
Vera las echa de la central con un gesto, como si fueran sus esclavas. Esa mujer es
más fría que el hielo. Denise se acuerda cómo ignoró las llamadas de esa pequeña nave
con la que se cruzaron. El piloto tal vez necesitaba ayuda. Pero claro, no tienen pruebas
de lo sucedido y el hombre tampoco envió un SOS. ¡Si al menos hubieran podido grabar
esa escena! Sin embargo, no se atrevieron. Vera prometió una excursión gratuita sin
traje por la esclusa a todos los que incumplieran la confidencialidad.
Cada diez peldaños hace una pausa mientras Meltem la sigue. Denise comprueba
que lleva el módulo de test bien fijado a su cinturón de herramientas.
—Ya estoy aquí —informa Meltem al cabo de solo quince segundos.
Denise se hace a un lado. Cuando Meltem llega a su lado, se para. Gira la cabeza en
dirección a Denise y sonríe.
—Si insistes… —Denise suspira. Se le sonrojan las mejillas—. ¿Qué tal fue ayer con
Vera?
—No me atrevía.
—No lo sé.
Naturalmente que Denise sabe muy bien lo que podría haber pasado.
—Es solo un poco más joven que tú. Quizás por eso no te lo he mencionado. No
quería caer en el papel de madre contigo.
—Entiendo. Gracias.
—Y la próxima vez preguntas antes tú solita, si tienes algo que preguntar, ¿de
acuerdo?
—De acuerdo.
Para llegar a la antena tienen que desplazarse lateralmente unos 45 grados alrededor
de la nave. Para ello hay una barra larga sujeta al casco por almas cada veinte
centímetros.
Denise agarra a la mano que le tiende Meltem y pasa de la escalera a esa pasarela.
Pero la nave la rechaza hacia atrás.
Vaya, además tiene que ponerse sobre la fina pasarela de lado. Las herramientas que
lleva colgando al frente y la mochila con el aire a la espalda no permiten otra postura.
Ahora ya está jugando a ser su madre. Pero Denise se lo agradece. No suele tener
vértigo subiendo montañas, pero sí en construcciones como esa nave. Durante la
formación supo disimularlo muy bien. Se gira hacia un lado. Se sujeta a una barra
encima de ella y se desplaza lentamente por el casco de la nave.
—En el fondo no. Cuatro metros, más pequeña que una piscina —dice Meltem.
—Es la perspectiva. Está tan cerca que tapa gran parte de las estrellas encima de
nosotras. Por eso te parece gigantesca. Pero por suerte no lo es.
—¿Por suerte?
—Tienes razón.
—Voy a desacoplar la antena de la articulación. Para eso tengo que sujetarla con una
mano y aflojar los tornillos con la otra.
—Tú tienes mi cabo de seguridad. Eso me tranquiliza. Mi vida está en tus manos.
—Eso también me resulta muy tranquilizador.
—¿Denise? Ya está. La antena cuelga ahora solo de un saliente. Ahora voy a fijarla
con un cable de seguridad.
—No pesa tanto. El material no es sólido, sino de tejido. Unos 80 kilos, seguro que
puedes con ello. Tú asegúrate de estar bien firme.
—Vale.
—Genial.
—¿Qué ha pasado?
—El cable de masa tenía potencial. Ha sido una buena descarga. Suerte que tenía los
guantes puestos. Pero no debería pasar algo así. Deberíamos estudiarlo. Pero no ahora.
—Entendido.
—¡Colocada! Ya puedes respirar —dice Meltem—. Ahora solo faltan los tornillos.
—Por fin. No sabía que estar sin hacer nada y mirando al negro vacío pudiera costar
tanto esfuerzo.
—¿El qué?
—Pásamela.
Denise estira la mano y recibe de Meltem una pieza metálica. La lanza al infinito.
—Que disfrutes mucho, articulación —dice—. ¿Por qué tenemos que tirarla?
—Ya.
—No, Meltem, eso ya lo haré yo. Para esto sí que tengo formación.
—¿Estás asegurada?
—Lo estoy.
Denise está a la misma altura que Meltem. Así está bien. Ya no es personal auxiliar
inútil. Meltem comprueba sus cabos de seguridad. Denise saca un cable del módulo de
test y lo conecta a la antena. En el módulo han guardado un pequeño programa que
hace girar la antena en distintas direcciones. En el momento en que señala hacia
Anfitrite envía su mensaje de advertencia.
Denise comprueba el estado de la antena. El módulo no indica fallo alguno, así que
inicia el programa Ya no puede ir nada mal. La antena gira. Primero se endereza hacia
arriba y luego gira totalmente a la izquierda para luego…
Meltem reacciona de inmediato. Mientras la antena se inclina sin parar hacia ellas,
baja rápido un piso más abajo. No hay tiempo ni de fijar el cabo de seguridad.
—Lo siento, debería haber pensado en eso —dice Meltem—. La articulación rota
impedía que la antena llegara a donde estábamos trabajando. Y entonces…
—Yo también debería haber pensado en ello. Pero mira, ¡lo hemos conseguido!
Doug para el Rover en la entrada. El paisaje ante ellos es una absoluta devastación.
Hay escombros por todas partes, distribuidos al azar: Hay unos pilones cortos y
estables, cuya forma recuerda a las bases de columnas griegas, rodeados de trozos
esféricos que recuerdan a cáscaras de huevo.
Yuri ignora la pregunta de Doug, se baja del Rover y entra en la sala. Tiene que
procurar no tropezar con las largas nervaduras a modo de ramas que bloquean el paso.
Están muy torcidas, como sacacorchos. Pero señalan todas sistemáticamente en una
única dirección: desde la salida del túnel hacia el interior de la sala, como si esa
devastación viniera del mismo lugar que ellos.
Pero ¿dónde está la fuente? Durante el camino no les ha llamado nada la atención.
—Estos destrozos aquí proceden claramente de algo que ha salido del mismo
camino por el que hemos llegado. Algo ahí dentro lo tiene que haber provocado.
—No. —Yuri levanta una de las ramas en forma de sacacorchos—. ¿Lo ves? Está
carbonizado. Esto es hollín, aunque está congelado.
Doug le coge la rama y Yuri se siente algo avergonzado. Ha supuesto que la rama
está muy fría sin haberlo comprobado. Pero Doug le acepta esa suposición de
inmediato. Cambia el visor a infrarrojos y recorre la sala con la mirada. Es verdad; aquí
no hay nada que tenga un grado más de temperatura que en el pasillo. Ha tenido
suerte. No siempre acierta con sus suposiciones.
—Entonces debe haber sido otra cosa —dice Doug—. Podría tratarse de un proceso
natural. Como en la Tierra, cuando un rayo provoca incendios forestales de gran
magnitud.
—No.
—¿Y si ha sido Óscar? —pregunta Doug—. Es el único, ejem, ser vivo que sabemos
que también está en Anfitrite. Todo lo demás son especulaciones.
—¿En serio crees que puede haber hecho esto él solo? Venga ya.
—Ya te vale, Yuri. Ya hemos recorrido el túnel completo. No había nada, al menos
nada que podamos encontrar con una segunda o tercera pasada.
Hay que saber llegar a compromisos. Aun así, Yuri se queda con la sensación de que
cometen un error. Suspira y entra más en la sala. Debió ser una especie de bosque
subterráneo, aunque ahora no es más que un desierto. O, mejor dicho, un cementerio.
Yuri se alegra de no haber sido la causa de esta desolación. Levanta de nuevo otra rama.
Esos trozos esféricos quizás habían sido cáscaras de huevos o algo parecido. La espiral
de la rama parece, en todo caso, ideal para sujetar un huevo así.
Deja caer la rama y recoge una de las cáscaras. Es muy ligera, pero no se deja doblar.
El material parece ser un cristal muy delgado. Lo enfoca con el haz de luz del casco, que
se vuelve solo mínimamente más oscuro. Sea lo que sea que hubiera en esos huevos,
debía ser bien reconocible con el brillo blanco de los troncos. Doug dijo algo de un
depredador. ¿Qué puede salir de unos huevos grandes como calabazas? Seguro que
nada del tamaño de un perro. Yuri se cabrea. Estas constantes comparaciones con cosas
terrenales no sirven absolutamente de nada.
Levanta otra rama y la observa. Su corteza solo tiene hollín en un lado. ¿Cómo
estaba antes de cogerla? La tira y se mira la posición de otra rama antes de levantarla. El
hollín está arriba, pero no por debajo, por la cara orientada hacia el suelo. Yuri lo
prueba con una cáscara de huevo. Está muy bien conservada. Estaba en el suelo como
una cuna de bebé. Donde estaba en contacto con el suelo no hay hollín.
—¿Antes?
—Primero algo destruyó el bosque y luego llegó el fuego. Y entre una y otra cosa
debió pasar mucho tiempo. En el suelo hay una gruesa capa de polvo. La capa de hollín
que hay encima es mucho más fina y, a su vez, no está cubierta de polvo.
—Me temo que no. Solo una idea práctica: Deberíamos marcar el lugar por el que
hemos venido y decidirnos entonces por alguno de los pasillos que hay al otro lado. Y
no será tarea fácil.
—Pues porque hay un total de doce pasillos que aún no hemos visitado.
A primera vista resulta algo extraño. Yuri apaga su luz, al igual que Doug, y la
impresión de estar en un mundo absolutamente extraño aumenta. Necesita un par de
segundos para acostumbrarse a la oscuridad. Durante ese instante, se van recortando en
la noche tocones blancos a su alrededor, como si se estuviera retirando una niebla
negra. Mira hacia arriba y espera ver instintivamente un cielo estrellado, pero ahí no
hay nada. Sin la luz de los cascos o del Rover, la sala parece no tener límite superior.
—Entonces, su intensidad debería reducirse lentamente, tras haber apagado los faros
del Rover.
—Sí, pero no tiene por qué ser un proceso biológico. Algunos materiales muestran
radioluminiscencia cuando se exponen a radioactividad. También hay
piezoluminiscencia por presión, triboluminiscencia por rozamiento, etcétera.
—Solo el aspecto que tiene si nos quedamos sin energía y que ahí se dan algunos
procesos, que en las ramas rotas ya no se dan.
Yuri levanta el brazo. En la palma del guante hay algo escrito. Intenta leer lo que
pone, pero no hay luz suficiente. Doug tiene razón. Esa luz blanquecina de los tocones
no es suficiente para leer. Los procesos que la causan no pueden contar con mucha
energía.
—¿El qué?
Y señala con el brazo hacia delante. La mirada de Yuri sigue el gesto. La niebla negra
se ha retirado ya tanto, que pueden verse los pasillos que se abren al otro lado. Parecen
casi bocas abiertas que solo están esperando a que se les meta algo de alimento vivo
dentro, y parece que les van a hacer ese favor.
El Rover cruza dando botes por la sala. Yuri va sentado detrás. Aún no han decidido
por qué pasillo continuar su expedición. ¿No sería mejor ir regresando ya a la Ganymed
Explorer? Por otro lado, tienen la oportunidad única de ser los primeros seres humanos
que exploran un planeta desconocido. Ya podrá dedicarse los siguientes meses y años al
duelo por Irina. La mala conciencia le golpea por ser ahora tan pragmático.
Doug corrige el rumbo del Rover. Se dirige al pasillo del extremo a la izquierda.
—Sí, deberíamos empezar por la izquierda. No hay razón alguna para elegir otro
pasillo.
—La casualidad también es un sistema —dice Yuri—. Pero tienes razón, así es mejor
para acordarse luego.
—Entonces coincidimos.
Yuri se baja. Va bien poder mover un poco las piernas, aunque hoy no llevan ni una
hora en camino. Doug ha parado justo frente al primer pasillo de la izquierda; la
siguiente entrada queda a unos cinco metros de distancia. Ilumina el interior con la luz
de su casco. El pasillo parece igual al que han recorrido para llegar. Aunque aquí no se
ven estalagmitas ni hay canal en el centro. ¿Significará algo eso?
Va más hacia la derecha. El tercero es medio metro más estrecho, es decir, no tres
sino dos y medio de ancho. Y este sí tiene el canal que conocen. Yuri toca las paredes.
Todo está seco. Entra un par de pasos. El pasillo va algo hacia abajo.
Yuri se acerca al cuarto pasillo. No es distinto, pero parece llevar hacia arriba, al
menos los primeros metros que llega a ver. El quinto pasillo es idéntico, pero con
inclinación descendente. El sexto también lleva hacia abajo, así que no parece haber
ningún sistema. Los números siete a diez tampoco muestran peculiaridades y parecen ir
todos rectos sin pendiente. El undécimo vuelve a tener algunas estalactitas y lleva
claramente hacia arriba. El último gira a los pocos metros hacia la derecha, por lo que
parece alejarse de todos los demás pasillos.
—Sí. Luego deberíamos investigar los números tres, once y doce, que me parecen ser
los únicos algo peculiares.
Al principio avanzan con bastante rapidez. El pasillo parece casi horizontal, con suelos
y paredes más lisas que su túnel de procedencia, por lo que deciden utilizar las ruedas
normales. Desplazarse a 15 kilómetros por hora por un túnel totalmente oscuro parece,
al principio, una locura. Los faros no llegan más allá de los veinte metros. Si en el suelo
apareciera un agujero, el piloto debería frenar de golpe. Por eso, ir al volante es bastante
agotador y han decidido turnarse cada diez minutos.
Yuri se acostumbra con el tiempo a la velocidad, aunque el pasillo no parece tener
agujero alguno. Parece taladrado, no lavado. Incluso las paredes son más lisas que
antes, y si por dentro pasaran canales o vasos, por fuera ni se notan.
Poco después del mediodía, el aspecto del túnel cambia cuando aparecen las
primeras estalactitas. Primero cuelgan solo del techo, a suficiente altura que les obliga
solo de vez en cuando a agacharse un poco, pero sin impedirles continuar. Luego, el
pasillo se vuelve más estrecho y se enfrentan a las primeras estalagmitas. Al principio
hay tan pocas, que pueden ir sorteándolas, pero pronto llega el momento en que tienen
que abrirse paso.
Yuri asume con gusto el primer turno. Cuando se trata de eliminar un obstáculo,
Yuri se viene fácilmente arriba. Busca constantemente huellas, pero no encuentra
ninguna devastación como en el primer pasillo. Con el tiempo, el pasillo empieza
también a ascender. A media tarde, Doug para el vehículo frente a dos estalagmitas
pisadas por Yuri.
—Deberíamos cambiar ahora al modo de oruga —dice Doug—. Aún podría pasar
por encima de eso, pero puede llegar el momento en que destrocemos alguna rueda.
—¿Pero?
—Sin peros.
—Pues, francamente… a lo mejor sí. Esperaba que propusieras dar media vuelta.
—A ver, hace poco me propusiste que fuera más franco y te dijera siempre lo que
pienso.
—Pero tienes razón, Doug, deberíamos dar media vuelta. Este pasillo me recuerda
más y más al primero. Y lleva hacia arriba, así que llegaríamos en algún momento a la
superficie y eso no tiene sentido.
—Eso mismo pensaba yo. Así que haremos que el Rover retroceda, Yuri.
—¿Sí?
—¿Que sería…?
—Buenos días, Maurice —dice Meltem—. ¿Cómo va la nave? y, por favor, llámame
Meltem; ya habíamos quedado en prescindir de apellidos.
Maurice Pippen, claro, uno de los dos hombres a los que Meltem rescató de la grieta.
¿Cómo se llamaba el otro? ¡Crowley! Solo le falta el nombre de pila.
—Muy bien, Meltem. La nave está en perfecto estado. Llegaremos a nuestro destino
dentro de un mes.
—Los hombres están ya deseando poder pisar pronto suelo firme, y ya que luego
regresaremos enseguida a ese monstruoso planeta negro, ¿podría contarme un poco
cómo es Héctor? Usted es de allí.
—No, yo no, pero mi amiga Denise sí que trabajó allí. ¿Cómo era la vida en Héctor?
—Me temo que quedará decepcionado —dice Denise—. Solo hay una base minera y
absolutamente nada de diversión. Largos paseos en microgravedad, eso sí, y cuando
Júpiter sale por detrás del acantilado de Verne es una experiencia espectacular, pero no
creo que sea nada de lo que espera un puñado…, quiero decir, un grupo de hombres
jóvenes.
—Bueno, en Héctor, el día dura solo siete horas, seguro que habrá posibilidad de
ello —comenta Denise—. Será un placer acompañarle, Maurice.
En el ordenador principal hay algo que pita con una lucecita roja que no para de
parpadear.
Pulsa un par de teclas. Se enciende la pantalla. La letra es tan pequeña, que Denise
no puede leer nada. Pero puede ver cómo se mueve la cabeza de Pippen de un lado al
otro mientras lee. Luego activa el intercomunicador interno.
—Aquí Vera. Y capitana, por favor. ¿O está planificando un turno extra el fin de
semana, Pippen?
—Oh, perdón.
—¿Personal?
—Pues ábralo usted. Usted está de servicio, ¿no? ¿O es que lo tengo que hacer todo
yo?
Pippen tocas unas teclas. El texto en pantalla desaparece. Ahora puede verse a una
mujer mayor, de cabello oscuro, maquillada, aunque sin exagerar.
—¿A quién tenemos aquí? —pregunta Vera.
—Es un mensaje reenviado a todas las naves aquí fuera —responde Pippen.
—Ah, la Komarova esa otra vez. Confirme y listos. Vera, cambio y corto.
Pippen acerca la mano al teclado, pero Meltem le hace un gesto evidente. Pulsa
obediente el botón de reproducción. María Komarova cobra vida en la pantalla. Se
presenta como jefa de una empresa pequeña, ubicada en la Luna, especializada en
reciclaje de chatarra espacial. Hace meses que su marido estaba volando hacia el
exterior del Sistema Solar, más allá de Júpiter, por encargo, y que no ha vuelto a dar
señales de vida. Komarova pide ayuda para localizar la CSVictory, una pequeña nave
correo.
—Qué interesante, Maurice. ¿La jefa no quiere responder a eso? —pregunta Meltem.
—Es ya la cuarta vez que nos llega este mensaje —dice Pippen—. Siempre con la
misma cantinela.
—Pero ¿no tuvimos hace unos días un encuentro con una nave así?
—Ni idea. —Pippen se mueve en su asiento de un lado al otro sin mirar a Meltem
directamente—. Yo no sé nada. Pregúntele a la jefa.
Meltem suelta la frase así como así, en un tono de curiosidad. Debería haber sido
actriz.
—Yo… no, lo siento, me buscaría tantos problemas que habría sido mejor morir
chafado en la grieta.
—No estoy muy segura —dice Meltem—. ¿Has visto la cara de Pippen? Ese hombre
tiene una pésima conciencia, pero mucho.
—De Vera me esperaría cualquier cosa. Esa es capaz de pisar cadáveres con tal de
avanzar.
—No, Denise. Vera no se va de la lengua. Se controla muy bien y solo dice lo que
quiere decir. Si ha hecho algo ilegal, dudo mucho que quiera contárselo a nadie.
—Gracias, cielo. Pero con eso solo llamaríamos su atención. Deberíamos ocuparnos
de este asunto sin que ella se entere.
—Tenemos que planearlo al dedillo. Podría contactar con mi antigua amiga Anke.
Seguramente aún esté en Héctor.
—A nosotras no, pero a mí a lo mejor sí. Siempre nos entendimos muy bien y fui
víctima del secuestro igual que ella. No creo que llame la atención si me pongo en
contacto con ella, a fin de cuentas, estamos de camino a Héctor. Así que nos veremos
pronto.
—¿Y si alguien lee tu mensaje? Quizá deberíamos esperar a estar en Héctor para
empezar nuestras intrigas.
—Vera no nos matará si desvelamos su secreto. La veo capaz de todo, pero tampoco
reacciona de forma violenta. Callarse un encuentro tampoco es un delito muy grave.
11 de enero de 2079, Héctor
—¡Oye, esa cosa no puede salir volando, si pesa al menos un par de toneladas!
Además, ese día tenía prisa por volver a la base. No logro acostumbrarme a turnos de
ocho horas con un pañal entre las…
—La batería aguanta varios turnos, Anke. Aún indicaba bastante más del 50 por
ciento. ¿Siempre tenéis que crear tanto estrés los alemanes?
Anke Renner se sube la cremallera del traje de golpe y guarda silencio. ¡Lo que
faltaba! Un biólogo que no es capaz de colocar una máquina carísima en su sitio ¡osa se
meterse con su nacionalidad! Félix, el canadiense que lleva con ellos meses, trata la
maquinaria de minería con más cuidado.
—No me gusta molestaros en vuestras discusiones —dice—, pero tengo algo para
vosotros.
—Noticias de Meltem.
—¿Para mí?
Félix le lanza la tableta. En la baja gravedad flota elegantemente hacia Michael. Pero
eso también es típico. Hay dos mensajes. Michael lee el suyo primero. Anke se enfada.
—Vale —dice entonces—. Vuelven, pero sin nuestra nave. Eso ya lo sabíamos. Con
eso no vamos a salir antes de este montón de escombros. ¡Todo tuyo!
La tablet flota en dirección a Anke. Tiene los brazos ya metidos en el HUT. Apenas le
da tiempo a sacar el brazo derecho para pillar la tableta al vuelo. Típico de Michael.
Niega con la cabeza y escribe su contraseña.
«Te voy a pedir un favor —escribe Meltem— pero esto debe quedar entre nosotras.
Necesito información sobre una nave llamada CS Victory y un astronauta que iba a
bordo, probablemente un ruso. No sé su nombre. Su mujer se llama María Komarova.
Tiene una empresa de recuperación de chatarra en la Luna. Creo que con estos datos
podrías encontrarlo. Su mujer lo busca, no sé más, excepto que probablemente hubo un
encuentro de esta nave con la CS Victory. No puedo investigarlo aquí. Sabrás el motivo
cuando nos veamos dentro de un par de semanas».
Meltem le da las gracias y le pide que codifique también la respuesta. Anke repasa el
texto de nuevo. CS Victory, María Komarova, Luna, será capaz de recordarlo, así que
borra el mensaje y le devuelve a Félix la tablet.
—Os envía muchos saludos. Ahora tengo que salir, que ya empieza mi turno.
Están extrayendo una mezcla de hielo y polvo, que es el material del que está
compuesta la mitad del asteroide. Del hielo, una mezcla de agua y dióxido de carbono
helados, así como otros gases más congelados, se puede extraer aire respirable y
combustible. El polvo no sirve de nada, porque su contenido en carbono es mínimo.
Antes de que llegaran con la Ganymed Explorer se extraían también compuestos de
carbono, pero las zonas explotadas han quedado ya agotadas.
Anke enciende la pala. El potente motor se pone en marcha. La máquina entera
vibra suavemente con un efecto calmante que le sube por la columna vertebral hasta la
cabeza, provocándole somnolencia. Y podría decirse que esa es la labor más dura de
este trabajo. Cuando el extractor llega al final de la cadena, tiene que cambiarla. Hasta
entonces, dispone de veinte minutos. Anke se pone el despertador, solo por si se queda
dormida.
Solo podrá saber más si abre una cuenta sujeta al pago de una cuota. Solicita el
acceso e introduce los datos de su tarjeta de crédito. Parece que esta información
también puede tener un cierto valor para Meltem. Envía una solicitud en la que pide
información sobre los proyectos de la empresa. Pero esta información no está disponible
en la base de datos local y para cuando llegue la respuesta a la órbita de Júpiter ya
habrá empezado su siguiente turno.
El despertador suena y Anke se baja del vehículo. Los ganchos para la cadena están
formados por brocas gruesas, de unos dos metros de largo. Con el mando a distancia
hace que el primero gire a la izquierda, con lo que se desenrosca del suelo del asteroide.
Lo desplaza más o menos el equivalente al ancho del extractor, lo coloca vertical y lo
vuelve a clavar girando hacia la derecha. Todo sucede sin el más mínimo ruido; bueno,
casi, porque a través del suelo y la reverberación le llega un pitido al oído, como un
acúfeno. A medida que la broca se introduce en el asteroide, surge un denso polvo de la
herida, como si fuera sangre. Se siente un poco como el troyano Héctor perforándole el
talón a Aquiles.
Listo. Anke se sacude el polvo de las piernas. El polvo es aquí el mayor peligro,
como les ha tenido que explicar varias veces a los dos hombres; no la radiación cósmica.
El polvo les persigue hasta su alojamiento y, a diferencia de la Tierra, no está pulido con
forma redonda por erosión, sino que tiene aristas. No tiene intención de destrozarse los
pulmones con este trabajo mal pagado. Pero ni Michael ni Félix parecen entenderlo, y
eso que Michael es biólogo.
Se sube de nuevo a la cabina. En el último escalón se para a mirar a su alrededor. El
campo que están ‘arando’ parece una cantera a cielo abierto cósmico. Pero, aquí arriba,
el Sol no brilla ni de lejos igual. Ya va siendo hora de que la Holandés Errante se la lleve
a la Tierra. Anke se sienta, pone en marcha el extractor y luego el despertador. Es
importante mantener la rutina y así vuelve a disponer de tiempo para investigar. ¿Qué
más podría averiguar para Meltem? También puede acceder localmente a una base de
datos de naves registradas. La CS Victory pertenece a un tal Timothy Merman o, mejor
dicho, a su empresa Merman Enterprises, que se encuentra registrada en las Islas
Caimán, lo cual no habla precisamente de una empresa seria.
¿Qué tiene que ver Merman con esto? Seguramente tenga buenos contactos y haya
enviado al marido de Komarova a esa misión en la que desapareció. Anke resopla.
¿Cómo se puede ser tan tonta? ¿Por qué no ha consultado ya las denuncias de
desaparición? Y lo encuentra enseguida. Doug Swartzenberg, capitán de la CS Victory,
buscado por su esposa Mary. Sistemas de recuperación Swartzenberg ha enviado el
mensaje a todos los sitios posibles, pero no ha obtenido ninguna respuesta.
Al fin llega el momento. Los párpados de Yuri tiemblan. Una suave brisa le acaricia
la piel. Se relaja del todo. Su respiración se vuelve más lenta. La cabeza se le llena de
suave algodón que aleja cualquier pensamiento. Eso es lo que se siente cuando se pasa
al mundo de los sueños. Le encanta esa sensación, que solo logra cuando a su alrededor
todo está en silencio. Solo se permiten ruidos monótonos. El susurro del viento, sí. El
ladrido de un perro, aunque esté lejos, no. El ronroneo constante del mantenimiento de
vida, sí. El ruido de raspado que empieza ahora, no.
Yuri se despierta de golpe. Mierda. Estaba ya a punto de caramelo. Seguro que Doug
vuelve a poner en marcha el serrucho. Cuando algo le despierta justo en ese dulce
estado de transición, siempre es como si un delincuente le pusiera un paño sobre la cara
y le tirara agua encima. Yuri está totalmente desvelado y está seguro de que no podrá
dormirse en los próximos treinta minutos.
¿De dónde procede ese ruido de raspado? Doug sigue durmiendo en silencio a su
lado. ¡Menuda putada! Ahora sería el momento perfecto. Si consiguiera dormirse, ya
casi nada le molestaría; solo necesita silencio para conciliar el sueño. Se incorpora. En la
tienda no está del todo oscuro. Un par de indicadores del mantenimiento de vida
parpadean. Doug no se mueve. Su pecho sube y baja con la respiración, pero no está
rascando en sueños la tela de la tienda. ¿Qué habrá causado ese raspado?
Se vuelve a tumbar. Una oveja. Dos ovejas. Tres ovejas. Cuatro ovejas… veintiuna
ovejas. Contar ovejas a veces ayuda, pero ahora solo está pensando en por qué no le
sirve para calmarse. De repente vuelve a oír el ruido de raspado. ¿O es más como algo
arañando la tela? ¿A qué le recuerda ese ruido? Yuri se incorpora de lado. Aquí dentro
no hay nada que se mueva. El mantenimiento de vida ronronea. A veces también
suspira, cuando tiene mucho trabajo que hacer y están sudando, y a veces burbujea
cuando se ha acumulado demasiada agua en el condensador.
Pero no araña ni rasca. Si rascara, sería muy mala señal, pues significaría la pronta
muerte del ventilador. Pero el ruido de raspado no procede de sus pies, sino del lado. Y
es el lado opuesto al que ocupa Doug. Entre Yuri y la lona de la tienda solo hay una
pequeña mochila sin piezas móviles en su interior. No puede raspar. Así que el ruido
procede de fuera. ¿Debería despertar a Doug?
No, seguramente le tomará por loco. La lona no es del todo opaca. Pero mientras
dentro haya algo de luz, no puede ver lo que pasa fuera. Dobla las piernas y se arrastra
hasta el extremo donde están las cajas del mantenimiento de vida que hacen circular el
aire en la tienda. Gira el interruptor principal hacia abajo. Las lucecitas se apagan con
un pitido, seguramente de advertencia. Por suerte solo dura cinco segundos. Doug
sigue durmiendo. Le resulta envidiable cómo es capaz de dormir tan profundamente.
¡Allí, el raspado de nuevo! Es allí. Justo detrás de la tienda. ¿No acaba de ver una
sombra que ha pasado por delante de la lona? Otra vez. ¡Algo hay ahí fuera! Un sudor
frío le recorre la espalda. ¿Qué ruido será ese? Tampoco es del todo algo raspando. Es
un sonido grave, un poco oscilante. Un raspado oscilante. Una cucaracha bajo un
aguacero. Le da la risa. ¿Habrá cucarachas aquí? Parece ser que son capaces de
sobrevivir en cualquier lugar. Pero aguaceros seguro que no hay aquí. Solo repentinas
tormentas de fuego, como la que debe haber cruzado la gran sala.
La sombra, ahí está de nuevo. Se mueve hacia él. Yuri intenta retroceder, pero ahí se
acaba la tienda. Tiene que despertar a Doug. Tienen que hacer frente a esa cosa de fuera.
No tiene sentido esperar hasta mañana. Pero quizá se marcha dentro de un momento.
«A ver, Yuri, céntrate. Querías explorar el interior de Anfitrite». Debe tener más
cuidado con lo que desea. Sea lo que sea lo que les espera fuera, no puede ser tan
peligroso. Si no, ya habría destrozado la tienda. Esa fina lona no les protegería mucho.
Ponerse el traje, eso sí que es, al menos, una buena idea, por si a esa cosa se le ocurre
querer hacerles una visita.
—Psst. No. Necesitaba oscuridad —susurra Yuri—. Ahí fuera hay algo. Míralo tú
mismo. Está justo delante de nosotros.
En ese momento se repite el ruido de rozamiento por la derecha, más fuerte que
antes. Doug se gira y pega un grito del susto que se lleva. Eso también lo ha oído.
—¿Óscar, eres tú? —pregunta Yuri—. ¡Es Óscar! —le dice a Doug.
—¿Y por qué están acechando por ahí fuera de la tienda, en lugar de presentarte
como es debido? ¡Me has dado un susto de muerte!
—Ya estoy totalmente desvelado —dice Yuri—. Me gustaría saber dónde has estado.
—Yo ya dormí suficiente —añade Doug—. Por mí podemos dar la noche por
finalizada, nos vestimos y salimos de la tienda.
Las ruedas de Óscar giran. Ahora se oye de nuevo el ruido de raspado. Eran las
ruedas las que hacían ese ruido.
—Porque no paras de soltar tacos —dice Yuri—. Pero no me cambies de tema, Óscar.
Eso fue desobediencia de una orden. En otro lugar se te habría…
—Ya que no tengo voluntad propia, es imposible que desobedezca una orden.
—¿Qué quieres decir con eso? Te largaste con viento fresco, a pesar de ordenarte lo
contrario.
—En el Rover no os habría servido de nada. Con mis ruedas me muevo mejor sobre
superficies sólidas y planas. Así que me dediqué al cartografiado tridimensional de toda
la zona y de las serpentes de alrededor. Con mi módulo de radar dispongo de la mejor
herramienta. Ahora dispongo de un mapa con precisión milimétrica.
—En todas las simulaciones, la estrategia demostró ser la más eficiente, y la práctica
demuestra que las simulaciones eran correctas. ¿O ha habido algún momento en que me
necesitarais?
—Nada —dice Óscar—. Me alegra mucho que hayáis estado tan bien sin mí. Eso
confirma a posteriori mi estrategia.
El robot es realmente listo. ¿Será verdad, que no posee voluntad propia? Sus
argumentos tampoco son tan erróneos. Tanto encima como dentro de la serpens no
habría sido muy útil. A diferencia de la otra vez, en la que se sacrificó, ahora disponían
de un horario preciso de nubes. Gracias a Óscar, que lo confeccionó. Pero por otro lado
demuestra una gran habilidad para justificar sus acciones con posterioridad. ¿No ha
escaneado la superficie por iniciativa propia? También sería posible que tuviera
primero una idea y luego pensara en una estrategia para ver cómo aplicar esa idea sin
incumplir ninguna orden. En ese caso, sí que tendría una voluntad propia y libre.
—… me abrí paso a través de estas cuevas hasta encontrarme de pronto con vosotros
—dice Óscar.
Debe haber estado contando su camino hasta aquí. Pero Yuri se ha perdido el
principio.
—¿Yo? Sí. Óscar, ¿puedes contarme otra vez cómo has llegado a este pasillo? ¿Te has
encontrado con Irina?
—Por desgracia no. Al analizar la superficie, he visto como había numerosos pasillos
que llevan al interior. Todos con un diámetro muy similar, pero con distintas funciones.
Para investigarlas, entré en uno que sabía que me llevaría en vuestra dirección.
—¿Esperabas encontrarnos?
—Sí, Óscar, lamentablemente sí —dice Doug—. Ha muerto. Creemos que cayó con
muy mala suerte al bajar a uno de estos pasillos.
—¿Tampoco has visto entonces la gran sala que hay detrás de nosotros?
—Se trata de los daños en una de las estalagmitas, ¿verdad? —pregunta Doug.
—Sí. Una estaba dañada de una manera que creo que no es posible que fuera
natural. Y si no has sido tú…
—Pero ¿quién puede ser? Somos los únicos seres vivos que hay aquí abajo —dice
Doug.
Junto con Óscar, que se agarra a él por detrás, alcanzan la gran sala. El robot no puede
evitar escanearla al completo con su radar.
—Bien —comenta Óscar—. Este pasillo tiene un canal en el suelo, ¿lo habíais visto?
—Aquí hay una concentración bastante alta de oxígeno —dice—. ¿Tampoco habíais
descubierto esto?
—Por ahora no. Me gustaría saber si la concentración varía cuando más dentro
estemos.
Meltem se cuelga la toalla del cuello y camina hacia el mantenimiento de vida. Pulsa un
par de botones. La ventilación pasa de golpe a ser un huracán tropical. Es evidente lo
que pretende con ello. Nadie debe poder escucharlas. Meltem se sube a la cinta de
correr y la pone en marcha.
—¿Cómo dices?
—Que el desaparecido se llama Doug Swartzenberg —repite Meltem algo más alto.
Estaba de camino a un planeta con muy poco albedo. Y tampoco sabía mucho más que
eso.
—Su mujer está desesperada. Me ha enviado un par de fotos que le envió Doug.
Meltem le enseña la tablet sin dejar de correr. Se reconocen claramente las serpentes,
aunque la imagen se mueva por estar corriendo en la cinta. La nave que tomó esas fotos
no puede haber estado muy lejos de Anfitrite. Así que algo le pilló poco antes de llegar.
¿Algo?
—Se las envió en Navidad, el 25. Desde entonces, Mary no ha sabido nada más de él.
—No le gusta mucho oír su antiguo nombre. A principios de los 70 debió tener
algún problema. Pero Anke no consiguió averiguar mucho más.
—¿Cómo has dicho que se llama?
—Doug. Doug Swartzenberg —dice Meltem—. Pero es raro. Anke dice que la
empresa, el Servicio de Recuperación Swartzenberg, es más antigua y perteneció a un
tal Vitali Komarov. Doug es americano. Vitali no suena muy americano.
—Waters, claro, ahora me acuerdo. María Komarova y Doug Waters formaban parte
del equipo que eliminó en aquella época el agujero negro. Había un tercero, un
cocinero, que luego abrió un restaurante espacial.
—¿De Waters a Swartzenberg? Pero si el hombre era un héroe, ¿por qué cambiarse el
apellido? —pregunta Meltem.
—Ni idea. Tal vez no le gustaba ser un héroe. La vida sigue. Y puede ser que
tampoco hayamos averiguado todo lo que sucedió entre bambalinas en esa época.
—No, es que…
Denise se calla. Coge una toalla y se limpia a fondo la cara. Luego, vuelve a subirse a
la cinta de correr.
—Claro —dice Meltem—. Pues, según parece, esa Mary o María la última vez que
tuvo noticias de su marido fue el 25 de diciembre. Fue el día en que una nave intentó 50
veces contactarnos. Me acuerdo bien, porque el ruidito del receptor de radio me ponía
de los nervios. Vera prohibió a la tripulación que respondiera. Luego, dejó de
llamarnos. Y me alegré de ello.
—No significa nada. La nave no envió ningún SOS. Así que no teníamos obligación
alguna de responder a su llamada.
—No tras la reacción de Pippen. Tú también viste la mala cara que puso.
Denise asiente.
—Deberíamos estar preparadas para cualquier situación. Vera quiere conseguir sus
objetivos con todos los medios.
—Sabía que dirías eso, Denise. Sin embargo, aquello fue distinto. Nosotras no
estrangulamos a Grigori.
—Pero lo hizo por mí. ¿Y cómo se lo agradezco yo? Dejo a Yuri solo en Anfitrite.
Denise se baja de la cinta. Le moquea la nariz. Meltem se acerca a ella y la abraza.
13 de enero de 2079, Anfitrite
—Basta por hoy —dice Yuri—. ¿A vosotros os duele tanto el culo como a mí?
—A mí no —dice Óscar.
—Pues el mío arde horrores. Ya quería proponer ir corriendo detrás del Rover.
—Un día más —pide Yuri—. Tengo la sensación de que se lo debemos a Irina. Le
habría gustado que desveláramos los secretos de Anfitrite.
—¿Y cómo lo sabes? —pregunta Doug—. Si sentía algo por ti, lo más probable es
que deseara que no te pasara nada.
—Basta con intentar ser un poco más amable para que me lo critiques.
—No, pero queremos retirarnos a una granja en Kentucky. Así que he visto vídeos
en Internet.
—Has dicho ‘abastecimiento’. ¿Qué puñetas crees que abastece? —inquiere Doug.
—¿Crees entonces que alguien ha excavado ese canal para abastecer de oxígeno la
vida en la superficie? —pregunta Doug.
—Oh, no; esto sería muy probable. Más bien creo que se ha creado por sí solo en
algún momento. Los ríos que, en la Tierra, abastecen los lagos con agua, tampoco han
sido excavados para ese fin. Su creación fue parte de un proceso complejo.
—¿Y cuándo debió tener lugar ese proceso? —pregunta Yuri—. Hasta ahora,
Anfitrite parece bastante muerto.
—Te olvidas del movimiento de las serpentes y de las peligrosas nubes que circulan
por su interior —dice Doug—. Bajo el término de planeta muerto me imagino algo
bastante distinto.
—Es verdad, lo reconozco. Pues el complejo proceso del que hablaba puede haber
tenido lugar ya hace millones de años. No obstante, hay indicios de que Anfitrite
procede del centro de la Vía Láctea.
—Entonces, este planeta debe tener un larguísimo viaje a sus espaldas —sigue
Óscar—. No solo vendría de un lugar que no nos podemos ni imaginar, sino de un
tiempo extraordinariamente lejano también. Anfitrite debería haber abandonado el
centro de la Vía Láctea cuando en la Tierra solo había vida en los océanos. A lo mejor no
existía ni el Sol y aquí había oscuridad completa. Pero en el lugar de donde procede
Anfitrite, debe haber energía en exceso. El cielo no debe haber estado nunca oscuro, con
la cantidad de estrellas apiñadas que hay allí. Si se creó entonces vida aquí, debe estar
adaptada a aquellas circunstancias. Debe haber desarrollado un hambre terrible de
energía. Quizá no nos lo podemos ni imaginar. Bajo estas condiciones, la vida podría
haber sido de una variante muy diferente.
—Mientras la obtención de energía sea escasa, seguro que sí. Estamos circulando
vivos por un túnel de Anfitrite y aquí parece todo muerto, esa es la mejor respuesta.
Pero si el planeta de acerca al Sol, podría despertarse de su largo letargo. Contra un
organismo que puede convertir a la perfección grandes cantidades de energía, los seres
humanos poco tenéis para defenderos.
—No sé yo —dice Doug—. Eso semeja especulación gratuita. ¿Cómo podemos estar
seguros de eso? ¿Cómo es que esa hipotética vida se ha desarrollado, si no existía
competencia?
—Claro que es especulación —admite Doug—. Pero basada en hechos. El albedo del
planeta, la composición del polvo, la ausencia del isótopo 15N, las extrañas estructuras,
el aumento de oxígeno… y no he dicho nada sobre la inexistencia de competencia. Tal
vez el planeta entero estaba en constante competencia.
—Una batalla que perdió frente a otro planeta —dice Doug— y fue expulsado del
núcleo.
—¿No creerás en serio que un planeta puede dañar a otro? —pregunta Yuri.
—Pero Anfitrite es mucho más pequeño. Su gravedad jamás sería suficiente como
para sacar a un gigante gaseoso de su órbita, Doug.
—A un gigante gaseoso, no; a un planeta rocoso, sí. Sin embargo, tienes razón, Yuri.
Todo esto es especulación inútil. Deberíamos parar y montar la tienda para pasar la
noche.
—Ya se las apañará. Ahora mismo tengo la sensación de que estamos a punto de
desvelar un misterio. Tenemos que hacerlo.
13 de enero de 2079, la Holandés Errante
—Fue decisión suya aceptar este encargo. No debe darte pena. Si Vera se lo ordena,
nos pega un tiro a las dos.
—Desde luego, cómo sois las mujeres —dice Meltem—. Basta con que un tipo os
enseñe fotos de sus hijos para que penséis que es un blandengue.
—Sí, yo soy una mujer 2.0 y veo lo que esconden esos tipos.
—Yo… eso ya te gustaría, ¿verdad? —dice Denise y sigue con el ataque de cosquillas
hasta que se quedan sin aliento.
—Dispara.
Su estrategia se basa en que la mire. Denise lleva una blusa especialmente ajustada,
que le ha prestado su más atlética compañera, y ha renunciado al sujetador.
—¿Y?
Genial, el plan no ha funcionado ni de lejos. Vera parece estar siempre un paso por
delante.
—La misma impresión que tuve yo con Strombomboli —dice Denise—. ¿No dijiste
hace poco que esos dos estarían de nuestro lado, llegado el caso?
—Jamás creí volver a escuchar unas palabras así en tus labios… Debería alegrarme,
pero en este caso me habría encantado que tuvieras razón. ¿Y ahora qué?
—No. Él tampoco creo que nos ayude y quedaría luego maldito y expulsado. Mejor
nos lo guardamos para más adelante.
—Para nada.
—Pues entonces busquemos indicios de dónde puede estar esa nave correo.
Pocas cosas hay, que Denise odie menos de Meltem que ese tono de maestra de
escuela.
—Porque creemos que Vera tiene algo que ver con ello.
Su respuesta suena algo cabreada, pero Meltem no se deja afectar por ello.
—Muy bien —dice Meltem—. Te refieres seguro a algo más que ignorar las
llamadas.
—Sin duda.
—Solo quiero expresarlo bien claro. Material significa que deben haber quedado
huellas de eso. Supongamos por un momento que dispararon contra la nave. Las
reservas de munición deberían haberse reducido.
—Ya sé por dónde vas, Meltem. Ignoramos al servidor y miramos qué hay en el
almacén.
¿Seguro que no se han olvidado de nada? Yuri mira a su alrededor una última vez. Es
una costumbre que le inculcó indirectamente una novia que tuvo y que se dejaba
siempre todas sus cosas repartidas por ahí. Pasa el foco de su casco por el lugar. La zona
donde montaron la tienda está despejada y vacía. En la pared brilla una mancha blanca.
Son los pañales. Yuri quería llevárselos, pero Doug insistió en dejarlos allí. Nada de
peso muerto.
Yuri se encoge de hombros. Hay que saber llegar a compromisos. Tal vez se pierden
en algún momento y la basura que han ido dejando les ayuda a regresar. «El sendero de
los pañales» sería un buen título para una novela. Debería anotárselo, por si algún día
escribe sus memorias. Seguramente no llegue jamás a hacerlo. Todo parece indicar que
su tumba ya está excavada en algún rincón. Hasta ahora ha tenido una suerte inmensa,
más que Irina, pero hasta esa suerte se agota.
El lugar delante está vacío. Es verdad, dijo que hoy asumiría el primer turno.
Continuarán medio días más. Si hasta entonces no encuentran nada, darán media vuelta
y lo intentarán con otro pasillo.
Al cabo de dos horas, Yuri le pasa el control a Doug. Le duele la cabeza. Mirar sin parar
en la oscuridad para no pasar por alto ningún obstáculo es muy agotador. Le gustaría
masajearse las sienes. Pero lo único que puede hacer es añadir una dosis de analgésico
al agua y aumentar la ventilación dentro del casco, para que le sope algo de aire fresco a
la cara.
—Es lamentable.
—No lo humanices, Yuri. ¿Por qué los hombres tienen que humanizarlo siempre
todo?
—Sí, porque ves al planeta como un ser pobre y solitario y le deseas en secreto que
pueda encontrar un nuevo hogar.
Sin duda, Óscar tiene razón. ¿No merecería Anfitrite encontrar un hogar?
—Pues claro que tengo razón. El problema es que Anfitrite ya estaría muy fuera de
lugar en el Sistema Solar como simple planeta rocoso. Pero si además es lo que yo
pienso que es, deberíamos alegrarnos todos de que abandone cuanto antes nuestro
sistema.
«… no sigamos entonces aún aquí», quiere decir Yuri, cuando con el rabillo de ojo
nota un movimiento. Ha sido una mancha blanca, y si es así, ¡es que están conduciendo
en círculos!
—Así es como son nuestros pañales, cuando los dejaste en el borde de la cueva.
—De eso hace más de dos horas. ¿Crees que estamos dando círculos?
—No veo colores. Mi radar solo registra formas y, mientras estoy atado aquí arriba,
no llega al suelo. Pero sea lo que sea que ha visto Yuri, vale la pena mirar qué es.
Qué pena, a Yuri le habría gustado dar un par de paseo. Pero no quiere enfadar a
Doug. El Rover gira con una maniobra de tres movimientos y avanza a velocidad de
paso en la dirección de la que venían. Al cabo de un minuto, Doug para el Rover.
—Tiene la forma de un pañal cerrado y usado —dice Óscar—. Pero está pegado al
suelo. También podría ser una especie de hongo que crezca aquí.
Yuri se agacha y lo levanta. Presiona con el dedo, pero está como una piedra. La
forma es inconfundible. Aún se reconocen las dos alas, una encima de la otra y cerradas
con cinta adhesiva. Incluso se puede leer el nombre de la marca. Es la misma que
utilizan ellos. Aunque el fabricante tiene un monopolio, pues es la única empresa que
produce pañales para adultos y para aplicaciones especiales.
—No te hagas vanas esperanzas —dice Doug—. Ese pañal no puede ser de ella. Su
cuerpo está a la entrada de este laberinto. Tú mismo lo viste.
—Habría dos explicaciones —comenta Óscar—. Partís del hecho erróneo de que
Irina haya muerto al entrar en el pozo. Podría haber estado por este pasillo antes.
—¿Y dio media vuelta para ir a morir en la entrada? ¿Cómo, si estaba herida? Con el
Rover, vamos al menos tres veces más rápido que ella.
—No lo sé, Doug. Pero hay una segunda explicación. A lo mejor este pasillo lleva
hacia arriba. Alguien de la tripulación de la Holandés Errante podría haber estado por
aquí. ¿No perdieron a cinco hombres? Tal vez uno de ellos se perdió por aquí.
¿Y si era de Irina? Yuri intenta apartar esa idea de su cabeza, pero no lo logra.
Por fin renuncia a esa idea. Seguramente teme que Yuri se comporte de manera
vergonzosa.
—Tienes razón, Doug. Dejémoslo así. Alguien dejó un pañal aquí. No fuimos
nosotros, aunque tampoco podemos descubrir quién fue.
El Rover se para. Yuri mira por encima del hombro de Doug. En la luz de los faros,
el suelo de la cueva frente a ellos parece un patatal que el agricultor acaba de recolectar.
—De camino nada —niega Doug—. Más bien parece que alguien ha intentado
borrar su rastro.
Óscar se desplaza hacia delante. Yuri solo ve su brazo que asoma por detrás del
Rover. El robot se dirige al patatal. No llega a más de medio metro y se detiene. A la
altura de sus ruedas se levanta una nube de polvo.
Yuri se adelanta. Se detiene frente a la zona desigual del suelo, agarra el brazo de
Óscar y lo libera.
Yuri levanta el robot por su brazo y lo sacude. El polvo cae al suelo. Lo sacude de
nuevo y lo deja más cerca del Rover.
—Mejor así —dice Óscar y se vuelve a acercar.
—Si te vuelves a encallar ahí, no pienso sacarte otra vez —le advierte Yuri.
—¿Me puede alguien abrir la tapa del analizador? No me quedan manos libres.
—Ya voy —dice Yuri—. No dejes que Doug te cabree. Echa de menos su gata y tiene
envidia de que yo haya encontrado a mi mascota.
—Pero yo no soy tu… Ah, entiendo, era una broma. Claro que me gusta ser tu
mascota. ¿Puedes poner el analizador en marcha para mí?
—Lo conozco. Kiska es oficialmente mi mascota, pero el que aprieta los botones
siempre soy yo.
Abre la tapa del analizador, saca el resto del material y lo tira al suelo.
—Pues que ese polvo es carbono —dice Óscar—. Tampoco puedo saber más.
—No parece peligroso. ¿Crees que con el Rover también nos quedaríamos
atascados?
Yuri se agacha. En el lugar donde el faro derecho del Rover ilumina el polvo acaba
de percibir un movimiento. Toca la zona con el guante, pero no hay más que polvo.
Debe ser la oscuridad que poco a poco le estará volviendo loco.
Efectivamente, el Rover se queda encallado. El polvo es tan fino que actúa como
lubricante y hace que las ruedas resbalen.
Yuri se baja de su asiento. La capa de polvo es más fina de lo que pensaba. Su bota
solo se hunde un par de centímetros, como máximo. Camina hacia la parte trasera. Allí
ya le están esperando Doug y Óscar.
Al llegar a tres, Yuri tira con todas sus fuerzas del parachoques trasero. El Rover no
se mueve ni un milímetro al principio, pero de repente da un salto hacia atrás. Yuri
tropieza, pero puede recuperarse antes de caer. Doug no ha sido tan hábil y cae al suelo.
Yuri corre hacia él para ayudarle.
—Era jodidamente pesado hasta que dejó de pesar del todo —dice Doug.
Doug da un giro como en un pase de modas. Está recubierto por una fina capa de
polvo por todos los lados. Yuri le sacude un poco hombros y espalda con la mano; algo
cae, pero el polvo parece resistirse. Se habrá quedado pegado por la electricidad estática
al material plástico del HUT. Da la sensación de que incluso se desplaza de las zonas
más sucias a las que acaba de despejar.
Con las ventosas avanzan bastante bien por ese desierto. Claro que ya no avanzan tan
rápido como antes. El Rover es incluso más lento que trepando paredes, porque las
ventosas no se asientan herméticas en el suelo. Pero ya que van cuesta abajo, no tienen
problema.
Al cabo de unos 200 metros, la superficie cambia. El campo recién arado se convierte
en un desierto alisado por el viento.
—Sí.
—Claro, por eso la capa de polvo es tan lisa. Pero ¿de dónde viene este repentino
cambio?
—No he dicho que aquí haya una corriente, sino solo que la puedo medir. Sin
embargo, cuando procedo a la medición, detecto que el aire está prácticamente quieto,
aparte de la corriente en el canal.
—Sí, igual que antes está en el centro del pasillo. Y no está lleno de polvo, como el
resto.
—Debe ser por la corriente que reina dentro, que la despeja —opina Óscar—. El
polvo es extremadamente ligero, basta con una simple brisa.
—Entonces, este canal debe ser muy importante en este sistema —concluye Yuri.
—A mí me interesaría más saber por qué aquí, a nuestra derecha, hay huellas que
antes no había —dice Doug.
El Rover gira un poco a la izquierda. Doug ilumina con el foco del casco hacia la
derecha. Es verdad, hay claras huellas en la arena. Yuri mira hacia atrás. El Rover
también deja huellas en el polvo. Parecen las huellas de un oso. Las huellas que tienen a
la derecha son más bien alargadas y desplazadas un par de centímetros hacia la derecha
y la izquierda.
—Son como las huellas que dejarían los zapatos de un traje espacial —opina Doug—
. Aunque no deberíamos sacar conclusiones precipitadas.
—Pero son, sin duda, huellas humanas. Seguramente de la misma persona que dejó
el pañal —dice Yuri.
—El polvo es tan fino que deberían haber desaparecido hace mucho —dice Doug.
—Aquí —dice Yuri—. Voy a dar una vuelta alrededor del Rover. Mira mis huellas.
Camina alrededor del Rover y vuelve a subir a su asiento. Desde allí observa su
obra. Esas huellas son iguales a las que tienen a su derecha.
—A lo mejor el suelo está mal y hace que parezcan huellas. En la nieve ocurren
también esos fenómenos.
—Pero eso es una tontería —exclama Yuri—. La explicación más lógica es que son
huellas de una persona. Así que las seguiremos hasta encontrarle.
Por desgracia se cumple la profecía de Doug. La zona polvorienta acaba, y con ella las
huellas. Doug detiene el Rover.
—Doug tiene razón —le interrumpe Óscar—. Aunque se me ocurre una idea. Hemos
visto en el traje de Doug lo persistente que llega a ser este polvo. Si la persona que ha
dejado esa huella ha continuado por el pasillo, debe haber dejado unos cuantos granos
de polvo con cada paso que daba.
—Lo sé.
Yuri dirige la luz del casco a la zona en el suelo, donde deberían continuar las
huellas. Doug apunta la cámara de su dispositivo multifunción. Parece que le está
enseñando la pantalla al suelo. Toca la pantalla.
—Pues bien —dice Doug—. La huella sigue. ¿Cambia esto en algo nuestros planes?
—Sin embargo, el pasillo sigue hacia abajo —dice Yuri—. Estoy seguro de que esta
persona ha venido por el mismo camino que nosotros. Así que debe estar en algún sitio
por aquí cerca. Quizá necesita ayuda. No tiene Rover, sus recursos son más escasos que
los nuestros y está totalmente solo, o sola, en la oscuridad.
—Para un momento, por favor —dice Doug, poniéndole a Yuri desde atrás la mano en
el hombro.
Baja y se pone a manipular las reservas de oxígeno instaladas en el lateral del Rover.
—Los datos del mantenimiento de vida de tu traje dicen lo mismo —contesta Óscar.
Se desengancha la bombona casi vacía, coge una nueva del dispositivo y coloca la
vieja en su lugar. Yuri le observa durante el proceso. Doug actúa con mucha precaución.
Con el motor del Rover pueden rellenar la bombona durante la noche.
Igual que la otra vez, Yuri ilumina el camino y Doug dispara una foto que envía a
Óscar. El procedimiento ya es pura rutina.
—Gracias —dice Óscar—. La huella sigue ahí, pero ya se empieza a ver menos. No
creo que podamos seguirla más de dos o tres horas.
Sobre las cuatro ruedas avanzan a 15 kilómetros por hora. En tres horas podrían
recorrer 45 kilómetros, la marcha de un día entero de una persona a pie.
—Mientras sigamos en este pasillo, no podemos perder a esa persona —dice Yuri.
—Entonces esperemos que a ese tío no se le ocurra meterse en algún desvío —dice
Doug.
No sabría explicar el porqué, pero una vocecita en su cabeza le susurra que están
siguiendo a una mujer. Seguramente no sea más que una esperanza irracional que se ha
colado en su conciencia.
—No veo nada —dice Doug, que debe estar mirando por encima del hombro de
Yuri.
—El foco no llega tan lejos —explica Óscar—, pero mi radar no se equivoca. Vamos
a entrar en la siguiente sala.
—Entonces espero que no vuelva a haber múltiples túneles en esta —dice Doug.
Yuri también lo espera. Si la sala resulta ser un callejón sin salida, deberían
encontrarse con ese peatón. Pero si hay otros doce pasillos que salen de la sala, no lo —o
la— encontrarán jamás.
—Deberíamos montar allí la tienda para pasar la noche —dice Óscar—. Estoy
registrando en vosotros un cansancio creciente con cabezaditas de un segundo.
—Tampoco estás a los mandos. Aunque pareces tan agotado como Yuri.
—Seguramente tengas razón, Óscar. Llevo todo el día en baja forma. Y antes debo
haber cogido una bombona ya utilizada porque vuelve a indicarme menos del diez por
ciento.
Doug sacó su bombona de la derecha. Yuri lo recuerda bien. Ahí solo cuelgan
bombonas llenas. Las vacías van a la izquierda.
—No tenéis más que ordenármelo —pide Óscar—. Jamás olvido nada.
—Sí, soy un desastre. Mi mujer siempre me lo dice. ¡Qué haría yo sin ella!
El Rover entra rodando lentamente en la sala. Los faros no llegan a iluminar el extremo
opuesto, pero Óscar les muestra una reconstrucción en 3D hecha con su radar. La sala
no es rectangular como la primera; esta vez es redonda y en forma de cúpula, con la
parte del techo más alta en el centro. Justo en el extremo opuesto hay una salida y solo
una. En el centro hay algo que, en el la imagen del radar, se asemeja a una escultura. En
las paredes parece haber hendiduras de baja profundidad, que en la imagen de radar no
acaban de verse bien. A lo mejor están llenas de un material transparente al radar.
La sala está vacía. La persona que buscan debe haber continuado la marcha. ¿O está
tumbada más adelante? En la imagen de radar no puede verse. ¿Se habrá metido en uno
de esos nichos? Deberán investigarlo más en detalle.
Yuri avanza un par de pasos. El suelo está cubierto por una fina capa de polvo.
Nada en comparación con la zona desértica más adelante en el pasillo, pero aún se nota
bajo las gruesas suelas de las botas.
Doug murmura algo que no llega a entender. Yuri regresa lentamente al Rover sin
dejar de mirar el suelo. ¡Su desconocido debe haber pasado por aquí! Pero no hay
resultado evidente. El polvo se distribuye de forma irregular y no se puede ver si hay
huellas humanas. En todo caso, esa persona ha estado dando vueltas por aquí,
removiéndolo todo. Para Yuri no tiene sentido, pero a saber en qué pensaba esa
persona. Si es que ha habido alguien aquí.
Está situado al lado izquierdo del Rover. Seguramente ha dejado allí la bombona
vacía. Así está mejor.
Yuri ilumina con el foco en círculo a su alrededor. No hay rastro del robot.
—No estoy seguro. Con el radar no detecto ninguna, aunque puede ser que la capa
de polvo sea demasiado fina.
—Porque al avanzar voy levantando algo de polvo. Lo veo como unas estrías finas
en la imagen del radar. El pasillo estaba libre de polvo hasta poco antes de entrar en la
sala.
—¿Puedes verme?
—No pensé que fuera tan exacto. Y justo de camino hacia ti está esa especie de
estatua.
—No lo decía de forma denigrante. Solo quería evitar que interpretaras mis palabras
literalmente.
Yuri sacude la cabeza sonriendo. Óscar es un robot más que especial. Es bueno
tenerlo aquí con ellos, aunque no acabe de creerse mucho la excusa.
—No preguntes, hazlo —le ordena Doug—. Yo también quiero ver qué pasa.
El objeto tampoco parece que vaya a caerse por un simple golpecito. Aunque está
apoyado sobre una superficie relativamente estrecha. Yuri se afianza abriendo un poco
las piernas y le da un ligero golpe. El objeto oscila un poco. Lo prueba con más fuerza y
el objeto cae en la dirección que ha golpeado.
El canto rodado vuelve a quedarse derecho. Aunque se ha inclinado hacia todos los
lados, ha vuelto a recuperar su posición original exacta.
—¿En serio, decoración? ¿Quieres decir que alguien ha puesto eso aquí para que la
sala sea más bonita para los múltiples visitantes?
Yuri se para tan pronto la luz de su casco recae sobre Óscar. Analiza el suelo. Las dos
rayas paralelas las ha hecho Óscar. Por lo demás hay un par de manchas irregulares,
pero sin que muestren una huella clara. O ha pasado por aquí una multitud, o una sola
persona, pero muchas veces. Aunque la distribución del polvo podría ser totalmente
casual. Si no hay tanto polvo como en la zona de desierto, debería ser normal que
aparezcan manchas sin polvo.
Yuri pasa junto a Óscar hasta el arco donde empieza el siguiente pasillo. Tampoco
aquí hay huellas que se puedan detectar. El pasillo tiene en su centro un canal libre de
polvo.
—Para mí sí. Creo que no estás persiguiendo a un fantasma, como aún pensaba ayer.
—El fantasma tiene un nombre muy concreto. No creo que tenga que pronunciarlo.
Yuri calla. ¿No será que sigue viendo a Irina en todas esas huellas? Y eso que la
subió arriba él mismo junto con Doug.
—Un momento —pide Yuri—. ¿Te has mirado ya esos nichos, Óscar?
—He pasado junto a uno de ellos, pero mi radar tiene problemas para captar su
forma. Para mí es como si tuviera una fina cortina colgando delante. El hueco que hay
detrás es algo que solo puedo intuir.
Yuri espera un momento. Quizás alguna araña anfiteriana ha esperado a que tocara
eso. No pasa nada. Presiona con más fuerza, pero a pesar de su poco espesor parece
muy resistente. Yuri saca un cuchillo de su bolsa de herramientas. El filo no tiene
problemas a la hora de rasgar el material, que pierde entonces toda su tensión y cae al
suelo. Tal vez no ha sido una buena idea. A saber qué se esconde ahí dentro.
—¿Y?
—De acuerdo, yo por aquí y tú por el otro lado de la sala. Nos encontramos en el
Rover.
El segundo nicho también contiene cantos rodados grandes, de aspecto parecido al que
hay en el centro. Yuri coge uno, que resulta sorprendentemente ligero. Un canto rodado
de ese tamaño debería pesar, al menos, tres veces más. Su superficie es lisa y de un
negro profundo. Los bordes están tan pulidos como si la piedra hubiera pasado siglos
en una corriente de agua. Seguro que sería agradable sostenerla con la mano desnuda.
La lanza con fuerza al suelo, donde rebota un par de veces y rueda un par de metros.
—No lo parece.
El tercer nicho está vacío. Yuri bosteza. Ya va siendo hora de irse a dormir. Hacía
mucho que no se sentía tan cansado. Esta expedición le afecta, sobre todo,
emocionalmente. Pero primero hay que acabar de revisar los nichos. En el cuarto, la tela
de araña es especialmente fina. Se rompe nada más apoyar el pulgar en ella. Su interior
también contiene cantos rodados.
¿Y esto qué será? Hay unos objetos que parecen pequeños sombreritos sin alas. Yuri
saca uno de ellos. Son huecos por dentro. Lo coloca justo frente al casco. Dentro del
agujero hay una rosca de apertura hacia la derecha. El minúsculo sombrero tiene unas
muescas por fuera, regularmente distribuidas por el borde.
¡Es un tapón de válvula! Y hay bastantes más. Yuri deja caer el primer objeto y coge
otro. Algo más grande, pero de idéntica forma. Todo en él está aumentado a escala: el
tapón, las muescas y la rosca. Yuri remueve el interior del nicho hasta que encuentra un
ejemplar especialmente grande. También es una copia exacta, solo que a escala mayor.
Ese tapón de válvula ya parece fuera de lugar. La rosca no funcionaría. El paso de rosca
es excesivamente grande.
¿Qué está pasando? ¿Quién habrá dejado aquí una reserva de tapones de válvula?
Los utilizan para sus trajes espaciales. Remueve entre los objetos hasta encontrar uno
del tamaño correcto. Lo mira por todos los lados. Realmente entra en las almohadillas
inflables de los hombros, que facilitan el transporte de las mochilas. Es idéntico al
original. Cierra los ojos y sopesa con ambas manos original y copia. Original en la
izquierda, la copia del nicho en la derecha. La copia es esta vez más pesada que la pieza
original. Pero si alguien dijera que la pieza en su mano derecha procede de la Tierra y la
de la izquierda de Anfitrite, sería incapaz de demostrar lo contrario.
Quizá son todas estas piezas de la Tierra y alguien se está permitiendo una broma
de muy mal gusto. Un hermoso final: el planeta entero un decorado y él el protagonista
de un show televisivo. Mañana se irá a casa, donde le esperan unas cervecitas bien frías.
—¿Tapones de válvulas?
Su amigo se carcajea.
—Eso también. ¿Sabes esas pequeñas piezas de plástico que se ponen en el extremo
de cuerdas o cordeles para que no se pierdan dentro de la ropa? —pregunta Doug.
—Sí, en las mochilas, por ejemplo. Pues no te lo vas a creer, pero he encontrado un
montón en uno de los nichos.
—Están en todos los tamaños posibles, como si alguien se hubiera montado aquí un
muestrario. Pero en algunas piezas, el agujero para el cordel es demasiado grande.
—Igual que con los tapones de válvula. Los han ampliado exactamente a escala.
—¿Los? ¿Quiénes?
—Ni puta idea. Quien sea que haya tenido esta irracional idea.
—De locos.
Los siguientes nichos están vacíos o contienen solo negros cantos rodados. Yuri abre el
último nicho ya solo por cumplir las formas. Le está esperando la cama. Ya no puede
con más sorpresas. Pero parece que este planeta no le deja otra elección. En ese último
nicho encuentra un único paquete que, al principio, no identifica con nada. Es más
grande que cualquier canto rodado y tiene una forma compacta y constreñida. Cuando
lo saca afuera se da cuenta de otra cosa: el objeto parece ser algo enrollado. Los pañales
utilizados que encontraron tenían exactamente esta forma. Incluso se han reproducido
las tiras adhesivas.
¿Y si aquí sigue habiendo algún tipo de vida, aunque sea primitiva? Si alguien de la
época actual fuera a visitar a sus antepasados, ni los más avanzados egipcios habrían
sido capaces de reproducir un arma de fuego. Pero podrían hacer una copia,
construyendo con artesanía magistral un objeto con exactamente el mismo aspecto. Solo
que no podría disparar.
Oh. No había visto a Doug a su lado. Sin decir una palabra, le enseña la
reproducción del pañal. Doug saca de inmediato las conclusiones correctas.
—Ni idea, Yuri. Estoy demasiado cansado para teorías. Mientras no nos copien a
nosotros, no me preocupa.
Denise se pone el jersey. Las mangas son demasiado largas, ya que esa prenda era de
Cichevski.
—¿Para qué quieres un jersey? —pregunta Meltem, que acaba de abrir la puerta de
la cabina—. Con eso sudarás de lo lindo durante el ejercicio.
—Ahora lo verás. Será mejor que te pongas también un jersey grueso como el mío.
Cichevski tenía dos de estos.
Meltem coge el jersey con expresión de duda. No es que sea muy bonito, pero
caliente sí que es, al menos. Ya empieza a notar cómo le baja el sudor por la espalda. Si
Nkrumah no da pronto señales de vida, tendrá que bajar la temperatura de la cabina.
—C2.
—¿Nos?
—Al ser humano. Al menos, de todo lo que tenemos a bordo, los pavos son el único
alimento animal que llevamos a bordo en estado crudo. Todo lo demás está ya, de
alguna forma, precocinado.
—Es para celebrar la Navidad, o Acción de Gracias. Una fiesta así, sin pavo, como
que no es fiesta.
—Vaya, cinco hombres menos. Así que solo quedará un pavo para celebrar esas
fiestas.
—Claro que no. Ya lo oíste. Envié a Nkrumah. Vera no sabe que la idea fue nuestra y
Kofi ya se alegra de que le ayudemos en su trabajo. Se pasa los días enteros escribiendo
informes para la Tierra.
—Pobrecito.
—Por eso le encantó la idea que le ofrecí de sacar al animal del almacén.
Meltem cruza la compuerta. Detrás hay un pequeño almacén del cual salen cuatro
puertas, rotuladas de la A a la D. Meltem señala hacia la puerta C y la abre.
—No corras tanto —dice Denise, y señala el armario plano entre las puertas B y C.
Más o menos a la altura de la cara hay una pantalla.
—Exacto. El ordenador sabe dónde está cada cosa. Pero también dónde estuvo una
cosa en concreto.
Denise se pone delante de la pantalla, escribe encima y entra con los datos de
Nkrumah. No aparece ningún mensaje especial y se inicia la gestión de almacén.
Denise elige el de la entrada para los cañones. Si fue así, difícilmente se habrá
disparado contra la nave correo con un arma de mano. Las existencias fueron constantes
durante las pasadas dos semanas. Pero justo el 26 de diciembre se registra un ligero
descenso.
—Pero esto es del 26 de diciembre. ¿No nos habíamos cruzado con la nave el día
antes? —pregunta Denise.
—Pero sabes lo que eso significa, ¿no? Vera se ha cargado al marido de María
Komarova.
—En efectivo, eso parece. Ya te dije que es una mujer fría como un témpano.
—Me temo que tienes razón, Meltem. ¿No podemos hacer nada, entonces?
—No creo, cielo. Vera dirá que es una mentirosa desquiciada. Si nuestros nombres
salen a la luz, no podrá hacernos nada.
—Yo también. Y ahora vamos a por el maldito pavo ese, si no, Nkrumah empezará a
sospechar.
Meltem llama a la compuerta y Kofi Nkrumah les abre enseguida, como si las
hubiera estado esperando justo detrás. Le coge a Denise el pájaro muerto.
—Me da la sensación de que no podemos contar con eso —se lamenta Kofi.
—Pero solo parece aprovechar la energía al máximo. ¿No es eso bueno? —pregunta
Meltem.
—Con unos resultados tan perfectos me vuelvo escéptico —dice Kofi—. Cuando
algo funciona de una forma tan incondicional, los riesgos y efectos secundarios no se
pueden despreciar. Preferiría que solo tuviera una eficiencia del 95 por ciento.
—Sin duda. Si se pudiera utilizar este material técnicamente a gran escala, sería
revolucionario. La radiación solar diaria es tan grande, que todos los problemas
energéticos quedarían solucionados de inmediato.
—Es una idea excelente —dice Kofi—. Antes de entregar este material a la Tierra,
debemos saber si es peligroso o no.
Coloca el ave sobre la mesa y se pone unos guantes. Entonces abre la bolsa de
plástico y saca el animal. Huele ligeramente a cloro.
—Está desinfectado, para evitar la salmonela y el campylobacter —explica Kofi—.
Aunque es inocuo para el ser humano.
Abre un cajón bajo la mesa y saca un bisturí. Raja con él la piel de la espalda y del
pecho.
La piel de las partes rajadas se abre, pero no pasa nada más, como si el pavo fuera de
plástico. Junto a la mesa está la pared de cristal que ya vieron ayer. Kofi suelta el pavo y
se quita los guantes. Entonces abre un cajón que hay debajo de la pared de cristal.
—La sujeto abierta —dice Kofi—. ¿Podéis meter al animal dentro? En el estante hay
guantes limpios.
Va al estante, coge unos guantes y se los pone. Entonces levanta el pavo. Está
congelado y lo nota a través de los guantes. Su desnudez de la vergüenza. Se imagina a
alguien haciendo experimentos con ella desnuda y un auxiliar la coge por las piernas
sobre la mesa de disección. A Denise se le pone la piel de gallina. «Qué adecuado». Se
pone frente al animal de forma que solo ella puede ver su desnudez. Lo introduce con
cuidado en el cajón que ha abierto Nkrumah.
El cajón se mueve hacia dentro, hasta que la espalda del animal toca el mueble y se
para. Nkrumah hace presión con la rodilla. Un canto metálico empuja la piel desnuda
del pavo, enrollándola. Denise teme que se rompa, pero al final la piel cede y el animal
desnudo pasa por debajo.
—Buff… —murmura Denise.
Se arremanga, se acerca una silla y se sienta frente al cristal. Encima del cajón hay
dos orificios con guantes. Introduce los brazos para poder trabajar al otro lado del
cristal. Denise sigue atentamente todos sus movimientos. Nkrumah saca el pavo del
cajón y lo coloca sobre una especie de bandeja para tartas. Entonces saca un tubo
delgado de cristal con un tapón negro que desenrosca para colocarlo luego justo encima
del pavo. Hace una pausa, como esperando a que el animal se despierte.
Denise apenas puede verlo, pero seguramente está cayendo ahora materia negra de
Anfitrite sobre el pavo. Kofi cierra de nuevo el tubo, lo deja a un lado y saca las manos
de los guantes.
Se agacha y coge una planchas de metal brillante. Las levanta con un resoplido. En
sus dos extremos tienen unos salientes redondos que caben exactamente dentro de los
agujeros del cristal. Kofi inserta los salientes en los orificios y presiona la plancha que
hace un ruido de succión contra el cristal.
Kofi enciende la luz. Es de un blanco frío que desciende de forma difusa desde el
techo. La piel del pavo se vuelve aún más blanca. Debe sentirse como en la mesa de
disección.
En ese momento empieza el espectáculo. Los cortes realizados por Nkrumah en el
pavo se ensanchan. Por debajo aparece una delgada línea negra. ¿Será sangre? Parece
como si saliera una sangre muy oscura del interior del ave. Pero ya habían constatado
antes que el animal estaba totalmente desangrado. La línea negra va ganando estructura
espacial. Ahora podría decirse que se está paseando un gusano oscuro por las heridas.
Pero esta imagen también cambia. El material negro cubre completamente la herida.
Se arrastra por encima de los bordes como los micelios de un hongo. Primero se ve una
especie de tejido transparente y fino que hace que la piel del pavo parezca sucia. Al
cabo de poco, ese tejido pierde su transparencia. Se va creando un revestimiento negro
alrededor del pavo. Pronto deja incluso de reconocerse ya su forma original. El pájaro se
convierte de nuevo en un huevo; un huevo gigante del que, sin duda, no saldrá ningún
pavo. Los huevos de los dinosaurios podrían haber tenido ese tamaño.
Pero el aspecto confunde. No tienen ningún huevo delante de ellos. Los laterales se
abollan hacia dentro. Ese perfecto óvalo se convierte en un cuerpo geométrico irregular.
El volumen completo se reduce algo. Seguramente se estén rellenando los huecos
interiores.
Kofi apaga la luz. Se pone unas gafas de visión nocturna y asiente contento.
Entonces se las pasa a Denise. Ella mira con las gafas. El proceso se ha parado. Menuda
locura. Lo que anteriormente era un pavo está ahí delante como una piedra. Su forma
recuerda ahora a un canto rodado grande. Le pasa las gafas de visión nocturna a
Meltem. ¿Qué es lo que ha visto?
Denise siente envidia. Ella misma no entiende lo que pasa allí. Kofi enciende de
nuevo la luz. La reacción se inicia de inmediato. Se forman unas burbujas que vuelven a
desaparecer. ¿Habrá causado esa pausa que el proceso se desordenara? Los laterales
siguen cambiando su forma. El anterior huevo gira hacia un lado. Entonces se busca un
nuevo punto de equilibrio. Durante unos diez minutos, Denise observa extasiada los
cambios; luego parece regresar la tranquilidad. El pavo ha conseguido su forma
definitiva. A Denise le resulta conocida. ¿Cómo se llamaba esa cosa, otra vez? Lo vieron
hace un par de días.
—No hay nada peligroso en su forma. Pero ¿has visto lo que la materia de Anfitrite
le ha hecho al pavo? Lo ha convertido totalmente en carbono puro. Las grasas,
albúminas, hidratos de carbono, todos los compuestos complicados han sido
destruidos. ¿Ves ese charco debajo el pavo?
—Es el agua que ha sobrado de las reacciones. Me apuesto cualquier cosa a que si
analizamos el aire encontraremos dióxido de carbono, dióxido de azufre, nitrógeno,
etcétera.
—Eso es quedarse realmente muy corto —dice Kofi—. La pregunta es: ¿qué hará la
materia de Anfitrite con la vida en la Tierra? ¿Con nosotros? Ese material es
extremadamente peligroso y se supone que Vera lo tiene que llevar a la Tierra.
—Pero imaginémonos que alguien ilumina el planeta. El Sol, o alguna fuente de luz
artificial.
—Entonces pasaría lo mismo que con nuestro pavo aquí —dice Kofi.
Denise tiene que dividir entonces 890 por 3200. El resultado será sin duda algo
inferior a 900 dividido por 2700, que equivale al 33 por ciento.
—El proceso solo paró cuando se hizo oscuro —asegura Denise. En la Tierra nunca
hay oscuridad total. Si en siete minutos, 10 gramos de esa materia se convierten en 1000
gramos, ¿cuánto necesita para transformar toda la biomasa de la Tierra en carbono
puro?
—El cálculo era demasiado simple, ya que no toda la biomasa está disponible en el
mismo sitio —dice Kofi—, pero seguro que en una semana máximo, nuestro planeta
está cubierto de Gömböcs muertos.
—¿Pretendes impedir que Vera haga algo que se le ha metido entre ceja y ceja? Qué
mal la conoces. Ya me imagino lo que dirá.
—Pues que el polvo negro irá a parar solo a manos de gente que sepa lo que hace —
asegura Kofi—. Es seguro cuando se pone en contacto con carbono de forma dosificada
y se conserva en total oscuridad. Y es tan valioso y revolucionario, que no piensa volver
con las manos vacías.
—No, Denise. El ser humano comete errores. Preferiría tirarlo todo ahora mismo por
la esclusa al espacio, pues me da mucho miedo. Algún día se escapará de los
laboratorios. De eso estoy totalmente seguro. Es solo cuestión de tiempo. Tal vez pasen
tres meses, o diez años, o cien. Pero se escapará.
Denise ya estaría convencida con solo esa última frase. Meltem tiene una autoridad
nata, que a ella le falta.
—Al menos tenemos que intentar apartarla de este plan tan insensato —continúa
Meltem—. Y si se deja convencer, soltamos eso por la esclusa. ¿Contamos contigo, Kofi?
Conoces y comprendes el peligro.
—Pero tú mismo estás convencido de que nuestro hogar desaparecerá si eso llega a
la Tierra.
—Sí, Meltem; por desgracia, antes o después eso sucederá. Pero si os ayudo, no
moriré antes o después, sino en el mismo instante en que Vera se dé cuenta de que ya
no tiene la materia de Anfitrite. ¿Y qué hará después de empujarme por la esclusa?
Ordenará volver a Anfitrite. Allí hay polvo negro de sobras. Cubre todo el planeta.
—Está bien, os doy cuatro minutos —concede Vera, colgando sus auriculares del
manillar y mirando el reloj.
Le han convenido para que sea él quien hable. Es parte de la tripulación de Vera y
ella confía en sus habilidades.
—Cuando el polvo entra en contacto con objetos que contienen carbono y recibe luz,
les extrae todo el carbono, sin importar cuál sea su combinación.
—Otro aspecto interesante del polvo —dice Vera—. Gracias por haberlo descubierto
por mí. Hablaré positivamente a mis jefes de tus logros.
Kofi ha tratado el tema de un modo demasiado teórico. ¡Debe aclararle los aspectos
prácticos! A Denise le gustaría tomar la palabra, pero se mantiene en segundo plano.
¿De qué va ahora? ¡Nkrumah debe convencer a Vera de lo peligroso que es, y no de
lo práctico que resultaría!
—Yo no puedo tener más hijos —dice Vera, como si con ello se solucionara el
problema.
—¡Anda ya! Ha habido muchos profetas que aseguraban el fin del mundo. Hasta
ahora, ninguno tenía razón. Y si pasa algo al final, seguro que no será culpa mía.
Nosotros no somos más que pequeñas ruedecillas del engranaje. Usted es joven, Denise,
pero seguro que pronto lo aprenderá. Su entusiasmo juvenil resulta enternecedor, pero
deberá perdonarme que yo ya lo haya dejado atrás.
—Podría dar ahora mismo la orden de que se tiraran las muestras que traemos por
la esclusa —dice Denise—. ¡Y nada de pequeña ruedecilla!
—Mi cliente está ansioso por recibir estas muestras y sus nuevos descubrimientos le
entusiasmarán aún más. Si destruyera las muestras, sería el fin de mi carrera. El año que
viene estará la siguiente nave en Anfitrite y en dos años se cumplirá, o no, su profecía,
igualmente. No estoy dispuesta a poner en juego mi vida por retrasar dos años un
suceso que será totalmente inevitable. Y eso han sido seis minutos, y no cuatro.
Vera se vuelve a poner los auriculares y empieza a pedalear con tanta fuerza que
salpica todo con su sudor.
—Déjalo, Denise —pide Meltem y le pasa un brazo por los hombros—. Tendremos
que encontrar nosotras la solución. Seguro de que nuestro amigo Kofi, por lo menos, no
nos delatará.
Solo una cámara de vigilancia capta como, en el laboratorio del hangar, una minúscula
partícula de polvo pone en marcha un sorprendente proceso. Nkrumah ha sacudido el
tubo de cristal con demasiada fuerza. Diez gramos de polvo cayeron sobre el pavo y lo
convirtieron en un tentempié de carbono. Ahora descansan sobre un plato de cristal
puro, de un compuesto de silicio con el que no pueden hacer nada.
Pero esa partícula cayó a un lado. Sobre la mesa de acero. Su superficie es de una
aleación en la que, además de hierro, hay carbono. No es mucho, pero suficiente para
que esa partícula vaya creando lentamente una capa de espesor atómico que se extiende
sobre la mesa. Átomo por átomo va extrayendo el carbono del acero. A la mesa no se le
nota nada. Sigue tan estable como antes. La capa de carbono es demasiado delgada para
poder percibirla. Pero el proceso es prácticamente imparable. La nave está hecha casi
entera de acero. Mientras los cambios solo afecten a estos compuestos, no hará daño.
Pero hay piezas en la nave que contienen bastante más carbono. Las piezas de fibra
de carbono son ligeras y estables y muy adecuadas para depósitos. Los nanotubos de
carbono poseen cualidades eléctricas que se necesitan en los propulsores y en la
electrónica de la nave. En algún momento, este lento cambio que afecta ahora a la nave
llegará a estos componentes más sensibles. Entonces será también demasiado tarde para
intentar contrarrestarlo. La cámara de vigilancia, único testigo de lo que pasa, lo ve
todo, pero no entiende nada.
15 de enero de 2079, Anfitrite
Yuri se gira de lado y se apoya sobre el brazo izquierdo. Así puede ver el motor del
mantenimiento de vida en el extremo de la tienda a sus pies.
—A lo mejor me he resfriado.
—¿En un planeta muerto? Aquí no hay virus de ningún tipo. ¿Cómo te vas a
resfriar?
—Ni idea. Pero a pesar de los 16 grados, tengo calor. ¿Seguro que indica bien la
temperatura?
Yuri saca una pierna del saco de dormir. La corriente de aire del mantenimiento de
vida es helada.
—Doug, necesito dormir algo más, de verdad. Cuatro horas son muy poco. Tómate
un ibuprofeno, o dos.
Mientras Doug parece estarse bajando una cremallera, Yuri se pone boca abajo. Así
suele dormir mejor. Hoy le cuesta algo más que otras noches porque hay mucha más
luz. Han dejado los faros del Rover encendidos, solo por seguridad. Si algo, o alguien,
se acerca a la tienda, podrán ver su sombra. Quien haya fabricado los tapones de
válvula o el pañal, hace tiempo que no está por allí. Pero sí la persona a la que están
siguiendo. Si es alguien de la tripulación de Vera, podría considerarlos enemigos.
¡Dios mío! Doug se lo está poniendo difícil. Cada vez que Yuri está a punto de
dormirse, su compañero se gira, gime o se aclara la garganta. ¿Cuánto tardará el
analgésico en hacer efecto? ¿Y cómo se puede pillar en este entorno un resfriado? ¿O es
que Doug está sufriendo lentamente un ataque de pánico? No se lo podría recriminar.
Llevan días arrastrándose por esta oscuridad e, incluso antes, el Sol no era más que una
sombra de cómo lo conocen realmente. No hay visos de mejora. ¿Volverán algún día a
la Tierra? Doug quizá sí, aunque para él mismo no espera ningún final feliz.
Cierra los ojos, pero la luz de fuera se cuela a través de sus párpados. Por el frío que
hace se ha puesto todo lo que podría haber utilizado para taparse los ojos. Se sube un
poco más hacia arriba el traje espacial. El pesado traje hace ruido al moverse, pero Doug
tampoco está dormido. El traje le bloquea ahora un poco de la luz. ¡Dos tiendas
individuales, eso sí que sería práctico! Debería haber hecho caso a Doug. Si hubieran
regresado ya esta mañana, ahora quizá ya solo les quedaba una noche en Anfitrite. ¡Un
hurra por su cabina individual en la Ganymed Explorer!
Yuri se imagina la cómoda cama que le espera allí. Es una cuna. Su madre le sube la
sábana hasta la barbilla. Entonces empuja la cuna con suavidad y él se duerme
columpiándose.
—Yuri, lo siento, no puedo más —se lamenta Doug en medio del sueño que
empezaba a disfrutar.
Yuri se incorpora de forma que el saco se le resbala hacia abajo. Hace un frío de
narices. El mantenimiento de vida indica 14 grados. Doug se ha envuelto dentro de su
saco. No es de extrañar que tenga tanto calor.
—¿El qué?
—Tu cuerpo. Deberías estar rojo. Tal vez tienes algún sarpullido.
Doug le retira la mano. Se mira el otro brazo y asiente con rapidez. Se quita el saco
hasta las rodillas. Los muslos están también ennegrecidos. Se quita la camiseta. El pecho
de Doug tiene mucho vello, por lo que Yuri se asusta a primera vista. Pero entonces ve
que la capa negruzca solo le llega hasta el ombligo.
Doug sigue sus instrucciones. Por la espalda, la zona afectada llega hasta la primera
vértebra lumbar.
Yuri observa la línea que separa la zona oscura de la clara. No puede detectar
movimiento. Mete la mano en la bolsa de herramientas de su traje, encuentra un lápiz y
dibuja el límite. Cuando devuelve el lápiz a su sitio, ve que ha desaparecido el canto
rodado que guardó allí. ¿Se le habrá caído dentro de la tienda?
—Ni idea. Pero parece que se deja quitar. Solo tienes que frotar con fuerza. Así.
Yuri frota con el pulgar sobre la espalda de Doug. La capa negruzca muestra ahora
un agujero. Entonces se le ocurre algo.
Doug le extiende la otra mano. Yuri la vuelve a coger entre pulgar e índice. Le
interesa el dorso. Donde antes frotó… la zona blanca ha desaparecido. Mierda. ¿Cuánto
tiempo ha pasado? ¿Cinco minutos? Esa cosa negra parece tener prisa.
—No, nada.
Suelta la mano de Doug. No sirve de nada generarle más miedo del que ya tiene.
Durante unos momentos ha sentido calor, pero ahora vuelve a notar el frío. No viene
del mantenimiento de vida.
Por el rabillo del ojo, Yuri detecta una sombra. Es una base ancha con un brazo muy
largo.
—¿Qué os pasa? —pregunta Óscar desde fuera—. ¡Son las dos de la madrugada,
deberíais estar durmiendo!
—Me temo que no. Doug tiene un sarpullido muy raro. Es negro y se extiende con
rapidez.
Sin esperar el permiso de Doug, le frota con el pulgar por la cadera desnuda. Recoge
con la otra mano los grumos que caen. Los introduce en una bolsita de plástico y los
mete en la esclusa de residuos, gruesa como un brazo. La sombra de Óscar se acerca. Su
brazo se dobla y se introduce en el orificio exterior de la esclusa.
Mientras Doug se frota sus muslos y su vientre, Yuri se ocupa de la parte inferior de
la espalda. Si se concentra en el trabajo, es más rápido que esa cosa negra. En el suelo de
la tienda de acumulan los restos negros. Será mejor que sacudan bien la tienda por la
mañana.
—Los grumos negros son el mismo material que el polvo, puro carbono.
—Yo mismo tengo ganas de salir de esta sala lo antes posible —reconoce Óscar.
—Gracias por recordárnoslo —dice Doug—. Nos facilita mucho las cosas.
—El problema es que esta sala ha decidido absorberos enteritos, con toda vuestra
carne y huesos.
—Tal vez esa masa solo quiere hacer copias de nosotros —dice Yuri—. Como los
tapones de válvula o el pañal. Alguna especie de reacción química, detección de
patrones y formación de patrones, son cosas que existen en la naturaleza, ¿no?
—Lo ves, Yuri. Me temo que Óscar tiene razón. Va a por nosotros.
—Debemos salir de aquí cuanto antes —dice Yuri.
Yuri recoge sus cosas con velocidad frenética. Se pone la ropa interior térmica y la parte
inferior del traje. Doug sigue rascándose frenéticamente las piernas. De rodilla para
abajo sigue negro.
—Venga, Doug, deja ya de rascarte esa cosa negra. Será mejor que te pongas el traje.
—¿Estás loco? ¡Si me meto en el traje con eso encima, me comerá por dentro y ya no
podré ni rascarme! Me pregunto cómo coño habrá entrado eso en la tienda. Pero dentro
del traje no quiero tenerlo ni loco.
—Algo para ayudarte a rascar —dice Yuri—. Tu traje estaba lleno de polvo, ¿te
acuerdas? Te caíste en el desierto ese.
Tiene un ataque de mala conciencia. ¿Cómo puede mentirle a su amigo así? Si Doug
está quizá prácticamente muerto ya.
Yuri observa las zonas en las que ha quitado la capa negra. La piel de Doug está aquí
de color rosado.
—Tenemos un problema.
—Lo siento, pero no —dice Óscar—. La tienda está ya totalmente rodeada por esa
masa negra. Ya no falta nada para que se ponga a trepar por la lona. Quizás es la masa
la culpable del agujero en la tienda.
—Sin duda parece la explicación más plausible —responde Yuri—. Tenemos que
salir de aquí, ¡pero ya!
Doug se gira hacia él. Su cara y su torso están totalmente manchados. La piel del
vientre brilla en un tono rosado.
Yuri sacude la cabeza. Si abandona la tienda con el traje espacial, saldrá todo el aire
y Doug morirá. Será la segunda persona que haya matado en su vida. No, la tercera.
—Ni loco —exclama Yuri—. Te limpiamos a fondo y salimos tranquilamente con los
trajes de la tienda. Juntos.
—Eso es demasiado arriesgado —dice Doug—. Aún puedes salvarte tú. Luego será
quizás demasiado tarde. No tiene sentido que muramos los dos aquí dentro.
—Ni hablar —prorrumpe Yuri—. Venga, ponte de lado para seguir frotándote el
trasero.
—Si me permitís una idea —interviene Óscar—, Doug podría ponerse un momento
el traje para que puedas salir de la tienda.
—No. Demasiado tiempo. Yo saldría, pero tus posibilidades bajarían. No quiero ser
responsable de eso. Toda esta cháchara nos está costando un tiempo que no tenemos.
Va; te limpiamos y nos largamos.
La capa negra se resiste. Cuando acaban con la suela, empieza un nuevo ataque en la
pantorrilla. Empieza siempre de forma imperceptible. Los primeros brotes apenas son
visibles. Se estiran a lo largo de pliegues naturales de la piel. Entonces extienden
ramificaciones hasta que entre las ramitas aparece la masa negra.
Yuri ya se imagina de qué se alimenta esa cosa. Ataca directamente la piel. Tras la
primera limpieza queda rosada y limpia. Tras la segunda, empieza a sangrar. Hasta
ahora, Doug no tiene ninguna zona donde la capa negra haya crecido más de dos veces.
—Ya te he dicho que no quiero oír hablar de ello. No hables, sigue frotando.
Deben quedarles aún un par de minutos. Seguro. Está a punto de acabar. Por favor,
tienda, aguanta un poco más.
El mantenimiento de vida aúlla de lo lindo. Los tonos de aviso son tan fuertes que
seguramente puedan oírse desde la superficie. De eso se trata, claro. Que lo oiga alguien
para venir a salvarles. El mantenimiento de vida no sabe que están solos. Óscar, que
espera fuera, no puede hacer nada. Será el último superviviente.
—Alto y claro.
Cuando hayan acabado aquí, dice Doug. Cuando hayan muerto, querrá decir. Yuri
le tiene un poco de envidia. Al menos tiene a alguien a quien enviarle recuerdos. Él
mismo no necesita darle a Óscar mensaje alguno.
—¿Qué pasa aquí? —pregunta, de repente, una voz femenina en sus auriculares—.
¿Os habéis vuelto totalmente locos? ¿Tantas ganas tenéis de morir? ¿Pero cómo podéis
ser tan estúpidos?
Es Irina. Está gritando. ¿Por qué Irina? ¿Se ha vuelto loco? Irina está muerta, ha
muerto por él, por su culpa, por no haber vuelto antes a rescatarla. Pero es, sin duda, la
voz de Irina. Puede oír el miedo que siente por Doug y por él. Pero ¿a qué se refiere?
—Puedo…
El grito de Yuri queda ahogado por el ruido de cristal roto. Ya solo hay la mitad de
luz. Luego el segundo cristal. Irina ha golpeado los faros. Fuera se hace oscuro. En la
tienda aún hay dos luces encendidas.
—¡Apagad las luces, ya! —ordena Irina—. ¡Nada de luz, es muy peligroso!
Yuri y Doug se mueven al unísono hacia la misma lámpara y se golpean las cabezas.
Doug consigue apagarla. Yuri se va al fondo y se ocupa de la segunda luz.
Todo se vuelve oscuro. Realmente oscuro. Negro. Pero solo hasta que se le adaptan
los ojos. En el mantenimiento de vida parpadean unos LED rojos. La tienda sigue
perdiendo aire. Tienen que ponerse los trajes. Ahora. A Yuri ya le cuesta respirar. La
tienda pierde más aire del que el motor puede bombear.
Desde arriba llega un ruido sordo, como si alguien golpeara un bombo con poca
fuerza. Bfff. Sigue un ruido de rascado, luego un chirrido.
Debe estar en pleno shock. ¡Deberían ponerse cuanto antes los trajes y abandonar la
tienda!
—¡Déjala! —grita Irina—. ¡Poneos cuanto antes los trajes y salid de la tienda!
«Gracias, Irina».
Yuri tantea por el interior de la tienda. Así, sin nada de luz, no es tan fácil ponerse
bien el traje, pero lo tiene muy ensayado.
—Yo soy Doug. Yuri me ha salvado después de que Vera disparara contra mi nave.
—Han pasado muchas cosas, Irina —dice Yuri—. Meltem y Denise van de camino a
la Tierra. Aquí solo estamos Doug y yo.
—Ya veo que va a ser una historia muy larga —comenta Irina.
No deja de pensar en que encontraron el cadáver de Irina. Su piel estaba muy pálida.
¿Es realmente Irina quien está ahí fuera? Todo lo que ha visto hasta ahora es una
sombra. Conoce esa voz. ¿Es suficiente con eso?
—Oye, ¿a qué te refieres con esa pregunta? ¿Yo me alegro de encontraros con vida y
me preguntas algo así?
Yuri apaga su micrófono y le indica a Doug que haga lo mismo. Doug hace lo que le
pide.
—Yo no la conozco. No puedo ayudarte en esto. Pero nos ha salvado la vida, lo cual
es un punto positivo, ¿no?
—¿Reconoces la voz?
—Sí.
Yuri la ignora.
—¡Eh! ¿Hay alguien ahí? ¿Os habéis muerto ya del susto? —pregunta Irina.
—¿Pero? ¿Qué pero ni qué mierda? Sal fuera y abrázame de una puñetera vez,
maldita sea. ¡Llevo demasiado tiempo sola aquí abajo!
—¿Que habéis qué? ¿Se os ha ido la olla? ¿O estáis de broma? Si es así, es de pésimo
gusto. ¡Ya basta!
—No, es verdad —niega Doug—. Encontré el cadáver de alguien en un traje espacial
y Yuri te reconoció.
—Sí, reconozco tu voz. De camino hacia aquí hemos encontrado indicios. Un pañal,
huellas en el polvo… Aquí abajo tiene que haber alguien.
—Óscar, por favor, intenta identificar a la persona que está junto a la tienda.
—Puedo confirmar, sin lugar a dudas, que Irina está con nosotros —afirma Óscar—.
He comparado su perfil con las imágenes de radar que tengo almacenadas. Aunque una
pierna es bastante más pesada que antes.
—Eso es la pierna herida —reconoce Irina—. La llevo entablillada con dos varillas.
—De ninguna manera. El polvo sigue en vuestra tienda y dentro de tu traje. Si recibe
luz durante más de dos minutos, lo activas de nuevo.
—¿Qué hacemos con el maldito polvo? —pregunta Yuri, dándole un empujón a Doug,
lo cual en total oscuridad no es nada fácil.
Yuri sabe dónde ha guardado el encendedor. Funciona sin gas, totalmente eléctrico.
Lo saca del bolsillo lateral.
Doug tantea en busca de sus palmas. Yuri hace un cuenco con las manos. Entonces
nota como caen sobre su piel grumos puntiagudos. Activa el encendedor. Ante el brillo
de arco de luz azul se puede ver una montañita de polvo negro. Yuri sujeta el arco de
luz y los grumos se convierten en llamitas amarillas.
«¡Chúpate esa, Anfitrite, quémate!», piensa. Yuri tiene enseguida mala conciencia.
Pero es una tontería. No está quemando materia viva, sino solo copos de carbono puro.
Si los grumos no fueran químicamente puros, la masa bajo el arco de luz se quemaría
peor. Yuri huele el aire, pero ni siquiera se produce el típico olor a quemado. El dióxido
de carbono es inodoro.
Otro éxito ridículo más en su historial. Por suerte, la mayor parte del material en la
tienda no es combustible y la concentración de oxígeno aún es escasa.
—Aquí tengo más de eso —dice Doug—. No pensé que ibas a prenderle fuego sobre
la palma de la mano.
Ahora Yuri es algo más listo. En la tienda debe haber alguna lata vacía de su cena.
Tantea hasta encontrarla detrás de su almohada. Golpea con ella la rodilla de Doug.
—Aquí.
Doug le coge la lata. Yuri oye un ruido como si cayera arenilla sobre una superficie
dura; hasta que Doug le devuelve la lata. Introduce el arco de luz en el interior y quema
cada resto para convertirlo en dióxido de carbono.
—Todo quemado —dice—. ¿Crees que podríamos encender una luz ahora?
—Ya no queda de eso dentro —asegura Doug—. ¿Podemos encender una luz?
—Durante un breve tiempo no parece ser peligroso —dice Irina—. He hecho un par
de experimentos. Cuanto más polvo de ese hay, más rápido se activa. También depende
de si ha estado activo alguna vez.
—Exacto.
—Si eso es el resto de un accidente como el que nos ha pasado a nosotros, ¿cuánto
carbono de haber habido en esta sala? —pregunta Doug.
—¿Y cuánta luz? —inquiere Irina—. Estamos a un par de kilómetros de profundidad
bajo la superficie. La activación se produce, según mis experimentos, solo con la
radiación electromagnética en el espectro visible.
Ahora se le ha escapado otra vez una pregunta. ¡Irina no puede ignorarlo todo el
tiempo!
—Si tú, Doug, me preguntaras si lo he probado con rayos Gamma o rayos X, pues te
diría que curiosamente me he dejado mi aparato de rayos X en casa. Pero por suerte no
haces este tipo de preguntas tontas.
Irina se queda quiera, pero cuando se le pone delante permite sin palabras que la
abrace. ¡Es tan bonito! Con el traje espacial no es que se acerquen de verdad, pero tiene
la sensación de haber vuelto a casa. Luego, Irina y Doug se saludan con un apretón de
manos. Yuri solo distingue sus sombras, ya que las luces LED de sus trajes no dan
mucho de sí. Se gira hacia la tienda, de la que salen jirones de niebla. Son verdes,
porque en el mantenimiento de vida hay lucecitas verdes encendidas. Gran parte del
aire respirable se condensa de inmediato.
—Hola, Óscar, me alegro mucho verte de nuevo —dice Irina, agarrándole la mano
extendida de su único brazo.
—Me pregunto cuánto tiempo estará Kiska enfadada conmigo cuando la vuelva a
verla —dice Doug.
—Eh, ¿a qué viene eso? —pregunta Irina—. Que yo no soy una gata.
—Perdona, no quería decir eso —se disculpa Doug—. Solo pensaba en ello por
casualidad.
A Doug le da la risa.
—Kiska se pone siempre muy tonta cuando está tiempo sin vernos. Ahora en serio:
no deberías reprocharle a Yuri que fuera precavido. Si hubieras visto tu cadáver,
también estarías insegura. Lo que ese hombre ha tenido que pasar solo para rescatarte
es extraordinario. Y eso es lo que cuenta. Incluso estuvo a punto de dejarme morir en mi
nave dañada.
—Y se lo agradezco en el alma. Fue por los pelos. Pero si hubiera sido por mí, tras
encontrar tu cuerpo ya habría abandonado la expedición.
—Pero él no. Yuri me ha convencido día tras día que teníamos que continuar con la
expedición.
—Seguramente tengas razón. Y eso que nos conocemos desde hace solo 90 minutos.
Entonces Irina da un paso adelante y pone sus brazos alrededor de Yuri, que suspira
aliviado.
—Gracias, Yurenka, por haber aguantado tanto —dice Irina—. Aunque no habría
hecho falta.
—Yo también me alegro muchísimo de verte de nuevo —exclama Yuri—. Pero ¿qué
quieres decir con eso?
—Pues que me lo he montado muy bien aquí abajo —asegura Irina—. Si te las sabes
apañar bien, puedes sobrevivir años.
—¡Pero si aquí no hay nada! —dice Doug.
—En esta sala no, es verdad. Me he instalado algo más abajo. Y es que aún no lo
habéis visto todo.
15 de enero de 2079, la Holandés Errante
Meltem levanta la mano con su casco y señala hacia la cabeza de Denise. Ya lo pilla;
quiere charlar con ella a través de la radio de los cascos. ¿Es eso una buena idea? Los
posibles micrófonos en las paredes no las oirían, pero las ondas de radio pueden
traspasar las paredes de la cabina.
—Gracias, Denise —oye a través de los auriculares—. ¡Y buenos días! ¿Has dormido
bien?
—De maravilla —dice Denise—. Espero que sigamos volando mucho con gravedad
auténtica.
La fuerza que generan los motores cuando aceleran o frenan la nave generan una
gravedad artificial constante hacia un lado. Es mucho más agradable que la generada
por la rotación del anillo con las cabinas en sus extremos, que varía según lugar y
posición. Su cuerpo no está acostumbrado a que la mano sea más ligera cuando estira el
brazo estando tumbada. Por ello prefiere dormir panza abajo, para que sus brazos no se
independicen tanto.
—Vaya.
—Pues a lo mejor acepto tu oferta. Pero hablemos primero de tu plan. Debe llamar la
atención que llevemos los cascos puestos en la habitación.
—Sí, Meltem. Si dos extraños me presentan sus quejas respecto a mis planes, me
miraría muy de cerca qué es lo que pretenden.
—No necesariamente. Con su poco alcance, por ahora es inútil. No podríamos huir
con ella.
—¿Y el alcance de su radio? ¿No sería mejor repetir el truco con la antena de largo
alcance de la nave?
Esto lleva al mismo callejón sin salida. ¿Es que a Meltem no se le ocurre nada más?
Pero así están las cosas. La tripulación las supera mucho en número.
—Sabes muy bien a qué me refiero. Hace meses que estos hombres no han tenido
sexo, excepto consigo mismos. Seguro de que harían cualquier cosa por aprovechar una
oportunidad así.
—Claro que no. Solo quiero que lo insinúes y hagas como que sí.
—¿Y quién me garantiza que no se llegará hasta el final? Esos mercenarios estarán
entrenados en la lucha cuerpo a cuerpo y preparados para matar. Si la cosa no acaba
como se la imaginan…
—No sé; cuando hablas con ellos se nota que no son más que personas normales. No
creo que sean capaces de tirarle de la cola al gato. Pero no te preocupes, que yo vigilaré
para que no te pase nada, tenlo por seguro.
—¡Pero tenemos que hacer algo! Imagínate que esa cosa negra llega a la Tierra. ¡Eso
no debe pasar!
—No se lo creería nadie. Ya soy demasiado conocida aquí. Hablo mucho con la
gente y nunca he ocultado que me gustan las mujeres desde siempre. Pero contigo no
están seguros.
Se queda mirando al suelo. Lo de mal rollo ha sido una expresión que se queda
francamente muy corta para Denise. Está aterrorizada. Lo que pretenden es una estafa,
y si el tipo se da cuenta… Parece que Meltem ya ha escogido a Strombomboli. Ese
italiano puede que sea encantador. Pero también ha demostrado que está bajo el yugo
de Vera y obedecerá todas y cada una de sus órdenes.
Meltem la abraza, pero ella está rígida. No puede corresponder el abrazo. También
se siente, en cierta manera, traicionada por Meltem. Todo gira en torno al objetivo,
claro; el peligro que supone ese polvo negro. ¿Pero no podría girar también un poco en
torno a ella misma? ¿Cómo reaccionaría Meltem, si estuviera ante la disyuntiva de
rescatarla o enviar el mensaje por radio?
El campamento de Irina está a un día de distancia, más o menos, de la sala en la que les
ha atacado el polvo de carbono. No avanzan tan rápido como antes, porque ahora ya
son cuatro. La pendiente hacia abajo les cuesta tiempo, pues el Rover debe arrastrarse la
mayor parte del camino en primera. Yuri camina un rato junto al Rover. El camino de
vuelta será, seguramente, muy duro. Doug ya ha propuesto dar media vuelta. Se
preocupa cada día más por su gatita. Pero Irina les ha prometido que puede desvelar al
menos uno de los secretos del planeta si la siguen a su campamento.
Cuando llegaron estaban tan cansados que se metieron los tres en la tienda de Irina.
El mantenimiento de vida estuvo funcionando toda la noche a marchas forzadas, sobre
todo por el exceso de humedad exhalada y exudada por los tres cuerpos dormidos. El
ruido del ventilador tenía, al menos, la ventaja de que Yuri no oía roncar a los demás.
—Estoy en ascuas esperando a que nos ilumines —exclama Doug, tras salir los tres
con sus trajes espaciales por la estrecha apertura de la tienda a la oscuridad exterior.
—Al menos no tuve tanto calor como la noche anterior —dice Doug—. Pero me
habría gustado tener una cama para mí solo.
—Podríais, pero no podíais saber lo que pasaría. Por eso os estoy muy agradecida de
que hayáis puesto vuestra vida en peligro por mí. Pero ahora, el momento de la
iluminación. Lo mejor es ir juntos y un poco en esa dirección.
En ese momento, les sobrepasa una ola de luz procedente de donde tienen la tienda.
Está formada por olas azules con un rastro de brillo verde que le traslada a un día
soleado y a unos cinco metros de profundidad en un mar tropical.
—Fantástico.
Fijándose mejor, Yuri ve que la ola está congelada en el tiempo. Está a un par de
metros de la tienda.
—¿Puedo? —pregunta.
—La estás calentando —explica Irina—. Tu traje. Con él, creas una corriente en tu
dirección.
—Ten en cuenta las temperaturas que reinan aquí abajo. Hace tanto frío, que el
nitrógeno y el oxígeno aún están congelados. Pero justo por debajo del punto de
congelación. Basta con la más mínima aportación de calor…
Qué pena. No quiere ni oír la explicación. Pero tampoco consigue destruir la magia
del momento. Yuri mueve el brazo como un director de orquesta y los hilos de vapor le
siguen. Alguien debería tocar un instrumento ahora. Sería el concierto del siglo. ¿Pero
por qué brilla el hielo? La fuente de luz se hace más compacta. Seguro que Irina está
detrás de todo esto, así que, mejor no preguntar. Este milagro de la naturaleza está aquí
por él. Juega con los hilos de luz como si fuera un ser vivo que vive en las entrañas de
Anfitrite. O como si fuera el planeta mismo.
—No, Doug. Hay cuevas y grietas aquí dentro. Me metí en una cueva e instalé un
foco.
—¿Para nosotros?
—Qué va. Si no sabía que vendríais. Aunque, a decir verdad, siempre creí que
llegaría este momento. Así que, tal vez sí; lo habré hecho inconscientemente para
vosotros.
—A vuestros pies deberíais ver el riachuelo que habéis oído borbotear —informa
Irina.
Yuri mira hacia abajo. El líquido no parece agua. Fluye muy distinto, más suave,
más bien como aceite. Debe tener una viscosidad muy diferente. Se agacha. Al sostener
la mano encima, suben finos hilillos de vapor frente a ella.
Yuri ilumina el caudal con el foco de su casco hasta que empieza a hervir. Debe estar
en una condición física inestable, como el hielo. Desgraciadamente sabe muy poco sobre
los distintos tipos de hielo de oxígeno y nitrógeno.
—En principio, sí. Pero los puntos de fusión y congelación del oxígeno y del
nitrógeno están muy cercanos entre sí, y cuando se congeló la atmósfera, las
temperaturas habrán oscilado. Seguramente se formó así un almacén conjunto de ambas
sustancias.
—Grandes. Pero no sé más. He investigado algunas de las cuevas, pero casi todas
acaban a los pocos cientos de metros.
—Sí; que Anfitrite debió ser alguna vez un planeta con una densa atmósfera —dice
Irina—. Cuando se alejó de su estrella, el aire se condensó, fluyó aquí abajo y se congeló.
—Si es que orbitó alguna vez una estrella —comenta Óscar—. Según mis
simulaciones, podría haber estado moviéndose libremente por el centro de la galaxia y
haber recibido siempre suficiente energía para mantener la superficie por encima del
punto de congelación del agua.
—Pero las distancias entre las estrellas tampoco pueden haber sido tan cortas como
para mantener ese estado siempre así —dice Yuri.
—Totalmente correcto. Una vez alcanzada una distancia suficiente con una estrella,
Anfitrite debió despertarse rápidamente y acumular toda la energía posible en poco
tiempo —apunta Óscar.
—¿Y dónde entran aquí las serpentes y las nubes que las recorren? —pregunta
Doug.
—Mis simulaciones no han llegado todavía a tanto, para poder explicarlo —indica
Óscar.
—Yo también me pregunto por qué Anfitrite se despidió del centro de la galaxia —
menciona Irina.
—No, todavía no. Tampoco podíamos preguntar, ya que, a fin de cuentas, consto
como desaparecido —contesta Yuri.
—Seguro que no debió ser intencionado. Y debe haber sido hace muchísimo tiempo
—dice Doug.
—No lo sabemos. Puede que el sistema solar no sea su primera parada —dice Yuri.
—Depende de la velocidad con la que Anfitrite fue lanzada fuera del núcleo —
asegura Óscar—. Por ahora, nuestros datos no bastan todavía para determinarla con
exactitud. Quizás el planeta es también lo suficientemente rápido como para abandonar
algún día la Vía Láctea.
—Eso sería muy interesante. Anfitrite sería entonces una posibilidad de poder
explorar el espacio vacío entre galaxias —dice Yuri.
—Ja —dice Yuri—. Solito hasta la gran nube de Magallanes te pasarías miles de
millones de años viajando. Ya te habrías oxidado del todo.
Yuri puede oís sus pasos, porque aún tiene el micrófono exterior abierto. Resuenan
por la sala, como si caminara sobre cristal. El ritmo no es muy regular. Yuri ilumina el
suelo con su dispositivo multifunción. Le devuelve un brillo verde. Está compuesto por
el mismo hielo que la pared, iluminada antes por Irina. Es verdad, ya dijo que el polvo
negro empieza hacia el centro de la sala.
—¿Aquí abajo? ¿Lo has repartido? ¿Por qué? ¿Por miedo al polvo, quizás?
—No. Seguro que ya visteis los nichos en la otra sala —indica Irina.
—Si solo les das carbono, lo reproducen con carbono —dice Irina—. Eso está claro.
Pero si les añades otras sustancias, las utilizan lo mejor que pueden para el resultado
final.
—Exacto. Les he dado una lata llena de judías. Luego he llenado dos latas vacías con
agua y las he dejado en un nicho. ¿Adivinas el resultado?
—Más judías.
—Exacto, Yuri. Ellos aportan carbono, yo puse el agua. Las judías copiadas no saben
igual a las de verdad. Les han faltado otros elementos para reproducir sabores. Pero
alimenticias sí que son.
—Esos elementos adicionales los elimina en parte el cuerpo por los riñones y los
intestinos —dice Irina.
—Más o menos. Pero prescindí del pañal. Si no, el nicho habría fabricado lo mismo
que en mi primer intento en la sala donde os encontré.
Yuri traga. No está seguro de si quería o no saberlo. Las judías le pesan ahora raras
en el estómago.
—¡Ya os dije que aquí podría sobrevivir toda la eternidad! —indica Irina.
16 de enero de 2079, la Holandés Errante
El plan sale mejor de lo esperado. Frank, a quien ya puede llamar Franco y no por su
versión americanizada, propone por sí mismo la lanzadera como punto de encuentro
para echar esa cana al aire.
—¿Y en qué estás pensando, Franco? —pregunta Denise con una ligera caída de
ojos.
—¿Y entonces?
—Podrías ponerte algo de ropa ligera, nos tomamos una copita de vino y charlamos.
Denise deja la boca entreabierta. Se ha visto un par de vídeos para aprender qué es
lo que más efecto tiene en los hombres, pues es la primera vez que tiene la finalidad de
seducir conscientemente a un hombre. Se sorprendió mucho. Algunas cosas le
parecieron lógicas, pero otras… algo raritas.
—Bueno…, pensé que te gustaría hacer algo con un hombre de verdad —responde
el italiano—. Eres distinta a tu amiga, hay algo en ti que es diferente. Así que
simplemente tenía que decírtelo.
Frank incluso se cree que ha tenido él la iniciativa. Para ello utilizó Denise la ducha
de la sala de deporte justo cuando Frank acababa sus ejercicios, por lo que tuvo que
esperarse a que saliera. El hecho de que la gran toalla se resistiera a taparla del todo por
la ingravidez no formaba parte del plan, pero resultó de gran ayuda, Necesitó ambas
manos para taparse bien el pecho y el pubis, así que tuvo que abrirle él la puerta.
—Tengo que ir a vestirme —dijo ella, pero sin irse aún flotando.
—Si quieres, puedo ayudarte a secarte —propone tras una breve pausa—. No
querrás que te quede húmeda alguna parte de difícil acceso en tu hermoso cuerpo.
—Es una oferta muy generosa, Franco, pero me las apaño perfectamente sola. Nos
vemos esta noche. Me hace ilusión.
Denise se dio un empujoncito con el pie y salió flotando como una elfa. En el último
segundo se dio cuenta de que con ello permitió que Frank tuviera una visión perfecta
desde abajo. Ojalá debajo de la toalla estuviera todo oscuro.
Han quedado a las 21 h hora estándar. Strombomboli ha prometido que dejará abierta
la compuerta de la lanzadera. Denise espera en la entrada, observando a su alrededor.
Hay una cámara de seguridad orientada hacia la compuerta. Parece que su cita ha
convencido a algún compañero para que la desactive durante una hora. No le ha
querido decir quién le ha hecho ese favor.
Ojalá el favor sea lo suficientemente grande, porque ahora aparece Meltem por la
esquina. La ausencia de gravedad tiene la gran ventaja de que te puedes mover en
completo silencio. Meltem se para frente a ella. Se sujeta al marco de la compuerta, se
acerca y la besa.
Adelante. Denise suda, aunque se ha puesto ropa muy ligera para la ocasión.
Meltem le da un golpecito en el hombro. ¡Claro! Tiene que cerrar la compuerta para que
nadie las moleste. Denise gira el cierre a su posición horizontal y la compuerta se cierra
con cierto chirrido detrás de ella. En la esclusa hay casi oscuridad total. Meltem se
esconde detrás de la segunda puerta y Denise la abre.
Al final, hasta quizá tiene suerte. Si Frank espera tener sexo sobre un banco de
trabajo o sobre la cinta de correr, la estará esperando aquí. La sección central contiene
todo lo que se necesita llevar a bordo de una lanzadera: taller, enfermería, gimnasio…, y
gran parte de la electrónica. Desde aquí, Meltem podrá manejar el aparato de radio. Si
Frank no está allí, claro. Denise se introduce en la sección central. Está vacía. Una
miríada de pequeñas lucecitas brilla por doquier. Desde aquí se controla incluso el
mantenimiento de vida. Meltem le apoya una mano sobre el hombro. Es cálida y
pesada. Denise tiene miedo. Pero Meltem tiene razón. Tienen que hacer algo, aunque
también está algo enfadada con su amiga. Ella se ocupa de la parte más agradable del
plan. Ahora flota hacia el suelo.
Denise se desplaza hacia el centro de esa puerta. Se desabrocha dos botones más de
la blusa. Esta vez lleva sujetador y espera poder conservarlo puesto y que sea suficiente
para esta cita. Es un sujetador claramente demasiado grande, pero cuentan con que su
víctima ya no piense tanto y sospeche un plan detrás de un sujetador excesivo. Se lo ha
prestado Meltem porque es uno que cuesta un poco de abrir.
Respira hondo y abre la puerta de la central de mando. Ahora no debe mirar atrás.
Está sola aquí para pasar una horita agradable con un fogoso italiano. Esto es lo que
debe expresar su cara. Intenta recordar los trucos del lenguaje corporal que ha repasado
con Meltem, pero se ha olvidado de todo menos lo de pecho fuera, barriga adentro. Y
sonreír.
—¡Hola, Denise! Me alegro de que hayas venido de verdad —dice Frank desde la
silla del comandante.
Lleva un sencillo pantalón negro y camisa blanca. Muy bien. No solo porque le
quedan de maravilla. ¿Será el único mercenario que se ha traído ropa de calle en la
maleta? Han calculado que Meltem necesitará unos veinte minutos. Debe conseguir
acceso a la radio e introducir los mensajes que trae ya grabados en un lápiz de memoria.
Son simples mensajes de texto que no necesitan mucha capacidad de transmisión.
Denise se gira y cierra la puerta del todo. Ahora ya puede empezar Meltem con su
parte. Veinte minutos. En la central hay muy poca luz. Frank se pensará que ella lo
preferirá así. Pero no piensa en las lucecitas parpadeantes. Necesita más luz para que no
llamen la atención.
—Pues pon algo más de luz, ¿no te parece? Me gusta ver quién me pone la mano
encima.
—Pues claro, solo pensaba… tuve una amiga que… pero no debería hablarte de mis
amigas. Encendamos la luz.
Frank se levanta, fija las piernas al suelo y se gira hacia la consola junto al asiento de
mando. Allí está el ordenador, que anunciará la transmisión en curso con lucecitas
intermitentes. Deberá dirigir la mirada de Frank hacia otro lado.
Frank le dedica una sonrisa socarrona. Se sujeta a un saliente, regresa al asiento del
comandante y se sienta en él.
Se gira al ordenador y pulsa un par de botones; la voz de una cantante resuena por
la cabina. Denise no la conoce. La canción tiene un ritmo lento, muy adecuado para el
espectáculo que deberá alargar todo lo posible.
Empieza a desabrocharse lentamente los botones de la blusa, uno tras otro. Entonces
se quita la blusa y la lanza en dirección a Frank. El italiano la pilla al vuelo y se la acerca
a la nariz para olerla. No para de sonreír, y es algo que le hace parecer algo tontaina. Si
supiera lo que está pasando ahora mismo… No debe pensar en ello; si no, su cara la
delatará. Está aquí para hacérselo con… No, ese pensamiento tampoco ayuda a sentirse
provocadora.
Ahora le toca a la falda. Se abre por un lado. Mientras da una voltereta en la central,
la lanza hacia un lado con las piernas. ¡Ojalá le haya salido ese movimiento con una
mínima elegancia! Aunque seguramente a Frank le importe un bledo; lo que importa es
que se desnude.
Denise niega con la cabeza. No, deja el puto ordenador en paz y no me quites los
ojos de encima. He venido para eso. Y de repente se da cuenta en que no ha pensado
ningún plan de cómo puede rajarse. ¿Qué va a decir cuando hayan pasado los veinte
minutos? «Espera, voy a mi habitación a por unos condones». ¿Y si él ya ha pensado en
eso? «Solo quería distraerme un rato; en el fondo no me gustas». ¿Se conformaría con
ello? «Te hemos utilizado para enviar un mensaje». Seguramente no llegaría a quejarse
a Vera de ello. Sería la única excusa con la que Meltem podría ayudarla. Frank tampoco
tiene ninguna posibilidad contra ellas dos a la vez. Pero no lo ha convenido antes con
Meltem. El plan solo prevé que Frank no se entere de nada de lo que está pasando a sus
espaldas.
Denise vuelve a estar vertical. Frank empieza a impacientarse, porque no parece que
la cosa avance. Denise se mira hacia abajo. No queda más remedio. Se suelta lentamente
el cierre del sujetador, se lo quita y lo deja caer. No puede rellenar más minutos con
cháchara, aunque lo preferiría, sin duda. Tanta luz tampoco resulta agradable, pero es
necesaria. Tiene que aguantar un poco más.
Denise sigue moviéndose al ritmo de la música. Hay que ver lo que una es capaz de
llegar a hacer para salvar al mundo. ¿Y si intenta convencer a Frank para que las ayude?
Sería muy práctico poder contar con la ayuda de alguien de la tripulación. Pero
seguramente deba olvidarse de eso. Sobre todo, si se entera de que este show no es más
que eso, un espectáculo de distracción.
Se quita el segundo calcetín. Ya solo lleva puestas las bragas. Frank se levanta. ¿Es
que quiere acercarse? Ya solo pueden quedar pocos minutos. Si se le acerca, ya no podrá
intentar cambiar la estúpida música. Cuanto más cerca esté, más lejos estará de las
traidoras lucecitas en el ordenador. Pero también estará más cerca ese extraño del que
no quiere absolutamente nada. «Meltem, por favor, date prisa».
De repente, se abre de golpe la puerta. Una ráfaga de aire frío le llega a la espalda.
¿Meltem? No. La cara de Frank se transforma en miedo, no en rabia. Solo puede ser…
Denise se tapa los pechos con los brazos y se gira. Detrás de Vera entra otro
mercenario. Es Pippen, que la mira abiertamente. Otro mercenario, al que solo ve de
espaldas, está llevándose a Meltem por la esclusa abierta.
—Ten, ponte esto —dice Vera, dándole un albornoz gris. ¿Cómo sabía Vera que los
encontraría aquí?
—Yo… Ha sido…
—Esto… Sí.
El pobre hombre está tan sorprendido como ella. Esto la tranquiliza un poco. Se
pone el albornoz y se lo cierra bien.
—Siento haberte puesto en esta situación —dice Vera—. Pero quería ver hasta dónde
ibas a llegar.
—Pues claro. Bonito espectáculo, por cierto. ¿Puedo reservar una sesión privada
para mí?
Denise no responde.
—Para nada. Me has ayudado mucho; las dos me habéis ayudado. Ahora ya sé en
qué estamos y puedo adoptar las medidas necesarias.
—No pienso matar a nadie, Denise. Meltem y tú pasaréis el resto del viaje
encerradas en vuestras cabinas. Así no volveréis a cruzaros en mi camino. En cuanto
lleguemos a Héctor podré deshacerme finalmente de vosotras. Me da un poco de pena,
porque me gustaba charlar con vosotras, pero es necesario.
—No puede hacer eso.
—Buen intento —dice Vera—. Pero si eres simpática conmigo, podría ser que te
permitiera salir más adelante. Pero, naturalmente, sin libertad alguna.
—¿Y Meltem?
—En absoluto. Ha sido ella quien ha elucubrado este plan. Te ha utilizado igual que
ha utilizado a Strombomboli. Me ha dado mucha pena. Ver al final cómo se movía hacia
ti como controlado por radio… Me habría gustado esperar un poco más. Ya me habría
gustado descubrir si realmente te habrías dejado follar por él. Algo así como sexo para
salvar el mundo. Pero entonces Meltem habría conseguido enviar el mensaje.
—¿Y?
—¿Qué?
—Pues claro. Habría sido un placer —dice Denise con una mirada tan convincente,
que Vera la tiene que creer.
17 de enero de 2079, Anfitrite
El Rover avanza más rápido de subida que de bajada, aunque debe tirar de Óscar que
no es tan rápido con sus ruedas. Irina les cuenta cómo se desplazó por los pasillos con la
pierna herida, sus primeros encuentros con el polvo negro y cómo descubrió el secreto
de los nichos.
—Pero ¿cómo? Había caído en el canal —contesta Irina—. Sin el cable no habría
podido volver a subir. Mi única opción era encontrar otra salida.
—De la primera sala había un camino que llevaba hacia arriba —explica Óscar.
—Vaya, si lo hubiera sabido… ¿Qué hacías en la superficie? ¿No ibas con ellos?
—Se largó tras aterrizar en Anfitrite —dice Yuri—. Sus simulaciones le mostraron
algo que no acabamos de entender.
—Eso fue…
—Qué más da, Óscar —responde Yuri—. No hace falta que discutamos por ello
ahora.
—Investigamos un poco ese pasillo del que habla Óscar —apunta Doug—. Llevaba
hacia arriba. Por eso, Yuri no quiso recorrerlo.
—En ese momento —dice Irina—, francamente, yo tenía otros planes. Ya no creí que
Yuri pudiera encontrarme. Ni siquiera teníais indicios de que hubiera caído en ese
agujero.
—Dejaste un pañal usado —exclama Yuri.
—Todo un detalle por vuestra parte. Pero para mí, la situación era bastante
desesperada. Así que quise descubrir, al menos, de dónde sale el oxígeno que fluye por
el canal.
—O ellas me encontraron a mí. Salí corriendo de ese polvo negro en pleno ataque de
pánico y me encontré con el duro hielo.
—Ahora no te pongas así —proclama Irina—. Me apuesto cualquier cosa a que bajo
el microscopio no las podríais distinguir.
Yuri se gira hacia la izquierda para coger la lata abierta. Sin querer, toca con su pie
descalzo la pierna derecha de Irina. La nota muy dura. Al parecer, ha vuelto a dejarse
puesta la parte inferior del traje espacial. Ayer noche también le llamó la atención.
—Seguro que Yuri te los puede masajear para calentarlos un poco —dice Doug,
dándole al americano, sentado a su derecha, un golpecito en la espalda. Se pasa el día
haciendo estas observaciones tontas.
—Dolió, sí. Pero creo que… pienso que mi instinto de supervivencia fue más fuerte.
Me obligó a ignorar el dolor. Y entonces mi capacidad para sentir el dolor se fue
adaptando de alguna forma. Seguía doliendo mucho, pero aprendí a aguantarlo.
—¿Te sigue doliendo? —pregunta Yuri—. Esta marcha debe ser una tortura
constante. ¡Deberías ir subida al Rover!
—Cuando me desperté tras la segunda caída había pasado casi un día entero y el
dolor había desaparecido.
—¿Dónde fue eso? Encontramos tu, ejem, cadáver justo al principio del pasillo bajo
la Serpens —cuenta Yuri.
—No estoy muy segura. Tras despertarme no las tenía aún todas conmigo. Creo que
di unos cuantos pasos sin dirección alguna.
—De acuerdo. Llegaremos allí esta noche o mañana por la mañana. Ya nos lo
miraremos entonces con más detalle —dice Doug.
—Claro que quise saber por qué ya no me dolía la pierna. Así que intenté analizarlo.
Pero es imposible. No puedo separar la parte inferior del traje de mi pierna. Ha
quedado de alguna forma como soldado a ella.
La voz de Irina se corta tras decir esto. Yuri querría consolarla, pero no se atreve a
abrazarla.
—Yo intentaría verlo con más pragmatismo —dice Doug—. Ya no te duele, puedes
caminar, pues genial.
—Me temo que esto vaya a ser definitivo —se lamenta Irina—. Que nunca más
podré sentir la arena bajo mis pies desnudos.
Yuri toca la pierna de Irina hasta que nota la tela del traje espacial. Entonces la
pellizca. Irina no dice nada. La pellizca de nuevo más fuerte y ella no parece ni darse
cuenta de que la está tocando. Lo peor es que no sabe cómo consolarla.
—Nos lo tendremos que mirar en detalle una vez estemos en vuestra nave —dice
Doug—. Seguro que tenéis una enfermería con equipo médico, ¿no?
—Pues ya ves, Irina. El robot seguro que domina la fisiología humana y podrá
desembarazarte del material sobrante sin problemas. Y hasta entonces, deberías
disfrutar poder caminar sin dolor. Mi rodilla derecha lleva todo el día dándome
problemas.
—Ya conoces nuestros planes —dice Doug. Pero Irina no—. Voy a explotar una
granja en Kentucky con mi esposa.
—Entonces hay que salir de este pedazo de roca negra como sea —dice Irina.
17 de enero de 2079, la Holandés Errante
Tiene que bostezar. La bandeja con su desayuno sigue delante de su cama. Vera
acaba de permitirles conversar. Todas sus charlas son grabadas y no puede contactar
con nadie más.
Y siempre que quiere ir al baño la tiene que acompañar un mercenario. Tiene ganas
de mear. Se agacha y pilla el pantalón del chándal, hecho un zurullo frente a la cama.
¿Quién estará de servicio hoy? El desayuno se lo trajo Pippen. Ojalá no se vuelva a
cruzar con Strombomboli.
Se sube el pantalón y se ata el cordel bien fuerte. Son ideas estúpidas. Denise agarra
la chaqueta del chándal y se la pone. Las mangas son demasiado largas. En el pecho hay
un nombre bordado. Pone «Cichevski». Cichevski murió en Anfitrite, pero ella está viva
y lleva ahora su chándal. Algo es algo. Ya conseguirán de una forma u otra advertir a la
Tierra del peligro.
«Y ahora al WHC». Denise se levanta y golpea la puerta.
Parece que sigue de servicio. Su fracasado intento ha hecho que la tripulación tenga
más trabajo que antes.
—Ya estoy.
—No lo estás.
—Pues claro, órdenes de la jefa. Al fin un trabajo que resulta entretenido en esta
mierda de nave.
—Ten cuidado, o tendrás que hacértelo encima. Seguro que a Vera le encantará que
os enseñemos un poco los límites. Os hemos traído a nuestra nave como invitadas y ya
ves cómo nos lo habéis pagado.
—Ejem… habéis asaltado nuestra nave y nos habéis hechos a todos prisioneros, ¿ya
no te acuerdas? Habría renunciado de mil amores a tener que ir de invitada con
vosotros. Y ahora abre la puerta, Pippen. ¿Quién tendrá problemas si meo en la cabina?
Seguro que Vera no vendrá a limpiar.
El último pasillo se alarga frente a ellos. Llegan a la salida hacia el mediodía. A Yuri le
gustaría pasar de largo y salir con el Rover de allí, pero le da mucho más miedo lo que
toca ahora. Doug e Irina también están más silenciosos a medida que el viaje llega a su
fin.
En la nave les espera el robot quirúrgico, pero no tienen que realizar la intervención
de inmediato.
La mirada de Yuri sigue la luz de los focos del Rover. El canal los acompaña desde la
última sala. Las estructuras caídas no parecen haber cambiado nada. Lo que ha sido
curioso es que el Rover ha tenido que pararse varias veces por estar el camino
bloqueado. Ya habían derribado todas las estalagmitas y estalactitas que les
obstaculizaban el paso en el viaje de ida. Anfitrite seguirá siendo un misterio irresoluble
hasta el final. Pero, ¿es este realmente el final? Debe tener cuidado con los pronósticos.
—Sí, mi radar indica que allí delante acaba el pasillo. Y hay un agujero en el techo.
Yuri se baja y camina hacia delante hasta alcanzar a Óscar. El robot toca las paredes
con su brazo articulado.
En la mano con la que recorre la pared lleva un objeto puntiagudo. ¿Qué pretenderá
hacer Óscar con eso?
—Sí, pero ¿por qué está tapada por esa especie de piel?
—Mis recuerdos empiezan estando tumbada en el canal. Tuve que quitarme esa piel
para poder moverme, eso lo recuerdo muy bien.
—Sabemos que estos nichos son capaces de copiar objetos —dice Óscar—. Así que
sería posible que seas el producto de este nicho.
Pues genial. Óscar le acaba de decir a Irina en la cara que es una especie de
Frankenstein extraterrestre.
—Pienso en ello desde que me hablasteis del cadáver que se parecía a mí —comenta
Irina—. Sobre todo por mi pierna. A lo mejor no estoy del todo hecha, o ha habido
algún error al copiarme.
No parece muy sorprendida, pero eso quizás aún está por venir. La misma imagen
resulta grotesca.
—En el fondo, la probabilidad de que seas una copia es inferior al 50 por ciento —
dice Óscar.
—En efecto. Me dicen que eres el original. El cadáver encontrado por Doug y Yuri
sería, entonces, la copia.
—¿Y por qué no al revés? El cadáver no parece mostrar error alguno de copia, no
como yo.
—Si el planeta quisiera matarnos, lo habría hecho hace mucho —dice Óscar.
—Recomiendo examinar el cuerpo muerto de Irina y hacer las cosas bien esta vez —
señala Doug.
Yuri está pensativo. Para Irina debe ser un momento terrible. Pero ella es el original,
de eso está seguro. ¿Qué copia habría reaccionado de esta forma tan alocada?
—¿Qué pasa? —pregunta Doug—. ¡Venga, subid de una vez! El cuerpo está arriba,
en la serpens.
—Tenéis que daros prisa, solo faltan 22 minutos hasta la siguiente nube —dice Óscar—.
Y no he tenido en cuenta posibles desvíos de mi reloj interno ni una aceleración de las
serpentes con la mayor proximidad al Sol.
—¿Y eso qué significa? —pregunta Irina—. ¿Hasta qué punto estás seguro y por
qué?
—Entiendo. Muy inteligente —dice Irina—. Pero sigo sin saber qué precisión tiene
tu inteligente plan.
—Si nos encontramos dentro de 20 minutos aquí, detrás de esta roca, sobreviviremos
a la nube.
—Gracias, Óscar.
—Un hombre sensato sigue siendo un hombre. Pero yo soy un robot. Tú tampoco
quieres ser un cadáver, ¿verdad?
—Perdona, Óscar. Parece que estoy rodeada por una panda de locos. ¿O eso también
te ofende?
Irina toma impulso con la pierna derecha como si quisiera darle una patada al robot.
—El cuerpo está en un nicho lateral, no lejos de aquí —dice Yuri—. Allí quedó
protegido de la nube. Pero no sé si cabremos todos.
El nicho es fácil de encontrar. Solo tienen que seguir la pared. Yuri tiene un
presentimiento que le resulta bastante perverso: que Irina, la otra, la muerta, se les
acerque renqueando a medio camino, diga algo ininteligible y se muera finalmente en
sus brazos. Es una tontería tan grande que mejor no contárselo a nadie.
—Pobre Yuri —murmura Irina, y eso le sienta muy bien—. Ahora, manos a la obra
con la señora.
Doug saca el traje espacial algo fuera del nicho y enciende una luz del casco. Irina se
inclina por encima y Yuri se arrodilla al lado. Como a una orden, sacan juntos el cuerpo
del traje. Yuri trabaja por abajo, Irina por arriba. Doug les ilumina con el foco del casco
según lo necesitan. A los 90 segundos, la Irina muerta está delante de ellos, aunque
ahora sí que tiene el rigor mortis. La muerta no está desnuda, pero en la ropa térmica lo
parece. Irina la palpa. Se toca ella misma a la vez, como si tuviera que comparar.
—Todavía no estoy segura. Tal vez tenía que salvaros del polvo negro.
—En el fondo no, Yurenka. Esto significaría que estoy en este mundo convocada
solo para una función en concreto.
—Solo en un sentido muy general. Seguro que hay fines que los plantea la vida, pero
no tengo muchas ganas de saberlo y tampoco desaparezco cuando he acabado con ello.
—No hay tiempo —exclama Irina—. Ya ha costado lo suyo sacarla del traje.
El regreso al Rover les toma solo tres minutos, pero Yuri se siente como de vuelta de
una batalla. Y eso que solo era el observador. Irina se las ha apañado muy bien. ¿O solo
está reprimiendo las emociones?
Irina camina delante de él. Se ha colgado los brazos de la muerta alrededor del
cuello y se agacha hacia delante para que los pies no arrastren por el suelo. El cadáver
se bambolea junto con los pasos de Irina, que camina al ritmo de su propia respiración.
Parece que es la muerta la que lleva encima a la viva. «Puede que los muertos nos
empujarían constantemente si aún estuvieran entre nosotros». Suena como una frase
que diría su madre. «Suerte que los enterramos o encerramos en una urna». Y eso es lo
que podría haber respondido su padre. Yuri se da cuenta que no le sienta nada bien
tratar con muertos. Ojalá en la Ganymed Explorer puedan… enterrar el tema de una vez
por todas.
La pregunta le llega por sorpresa a los auriculares, ya que no puede ver cómo Irina
le está hablando.
—Si nuestra teoría es acertada, es solo una copia de tu cuerpo, con traje espacial
incluido. Esa cosa que llevas en brazos no ha sido nunca un ser humano. Así que
tampoco es un cadáver. Es una imitación. Un fake. Tampoco ha hecho nada ni sufrido
nada. Nunca estuvo en situación de sentir dolor.
—Eso ya lo sé, Yurenka. Por un lado. Pero por el otro, es un símbolo de lo que
podría haber sido. Podría haber muerto al caer, ya en la primera caída y sin duda en la
segunda. ¿He tenido suerte, o es que hay algo más detrás de todo esto?
Cuatro horas después están frente a la escalerilla que lleva a la esclusa del módulo de
aterrizaje. Ya han convenido durante el viaje dejar el Rover aquí abajo. Volver a
asegurarlo en el bastidor de la lanzadera les costaría un par de horas de duro trabajo.
Pero ya basta por hoy. Yuri nunca se había alegrado tanto de poder meterse pronto en
una cama de verdad, igual que los demás.
Yuri deja paso a Doug. Doug sube a la esclusa y se inclina hacia fuera.
—Pásamela ahora.
—¡¡Arriba!!
Yuri se pone el cuerpo sobre sus hombros. Incluso sin traje sigue pesando mucho.
Cada paso por la escalerilla es trabajo duro.
Yuri lo suelta. El cadáver resbala un poco hacia abajo. La cabeza le golpea fuerte
contra el casco.
Lentamente se mueve el cuerpo hacia arriba. Yuri vuelve a bajar para ir a por Óscar.
Estas escalerillas no son nada fácil para él. Pero solo necesita subir dos escalones y Doug
lo agarra por el brazo extendido.
Ya va siendo hora de que Yuri se suba al fin al módulo. Sube por la escalerilla y
entra en la esclusa. Doug le saluda con un entrechocado de manos. En el suelo
encuentra las cosas de Irina: su traje espacial, su ropa y la ropa interior. En la parte
inferior del traje falta una pierna. Irina la habrá cortado. Lo tira todo al exterior y cierra
la compuerta. En la Ganymed Explorer debe haber uno o dos trajes más de recambio.
Podrán utilizarlos en su próxima excursión, para recuperar los ejemplares
contaminados. Podrán utilizarlos en Anfitrite sin correr peligro de contaminar la nave
con polvo de las profundidades.
Yuri se quita la ropa. Cuando se abre el traje espacial, sale una nube de vapor. Debe
ser la humedad del aire respirado dentro del traje. En la esclusa hace un frío tremendo.
Doug también reparte una nube. Tiene tantas partículas de olor que Yuri las nota hasta
en la lengua. Realmente va siendo hora de tomarse una ducha.
Los dos hombres se quitan todo lo que llevan puesto. Este era el trato. No se llevarán
nada de eso a la nave.
—¿Estáis listos? —pregunta Irina.
Yuri se ríe. Se siente como en el colegio tras la clase de natación, cuando todos se
duchaban para quitarse el cloro del agua, niños y niñas por separado, claro.
Se abre la puerta interior de la esclusa. Un fuerte viento sopla contra ellos. Yuri tirita
de frío. La presión de aire es mayor dentro del módulo que en la esclusa, para que no
pase nada al interior.
Yuri camina temblando por el suelo metálico y congelado. Doug necesita algo más,
pues está entrando a la muerta.
Yuri ve la ropa apilada. Son monos de una pieza, pensados para alguna emergencia.
A Yuri le queda más o menos bien, pero para Doug, con su metro noventa de altura, las
mangas y perneras le quedan cortas.
A ella le queda bien esa ropa gris, aunque algo tensa en sus anchos hombros. Irina se
les acerca. Junto con Doug, atan el cuerpo en un asiento individual al fondo del todo.
Detrás de Yuri algo se mueve. Serán los trajes espaciales que acaban de ser extraídos
por succión hacia fuera del módulo. Irina ha abierto la compuerta exterior de la esclusa
con el mando a distancia, para que la presión negativa elimine todas sus cosas. Si
alguna vez un paseante por aquí descubre los trajes vacíos repartidos por aquí, podrá
imaginarse historias increíbles.
Kiska les esperaba ayer junto a la esclusa, como si supiera perfectamente quién haría
acto de aparición por esa puerta redonda. Eso es lo que les dijo Doug, que fue el
primero en atravesar la esclusa entre módulo y nave. Kiska pasó tres veces entre sus
piernas maullando, lo cual no es nada fácil en la ingravidez, y luego desapareció.
Se preocupa por nada. Yuri ha controlado esta mañana su plato de comida. Estaba
vacío. La gata solo quiere castigar a su amo por haberla dejado tanto tiempo sola.
—Beberá en algún otro lugar. Hay tubos de sobras de los que gotea agua.
—Pero es agua condensada, sin sales minerales. Seguro que le sienta mal.
—Los tubos de los que lame no están tan limpios. Seguro que de ahí saca sales
suficientes.
—Eres bueno, Yuri. A saber qué es lo que se está metiendo esa. ¿Plomo? ¿Óxido?
¿Algo peor?
—¡No hay tubos de plomo a bordo! No te comportes como si fuera un bebé. Kiska es
una gata que se las ha apañado mucho tiempo sin ti aquí. Ahora solo te castiga
ignorándote.
—¡Anda, mira a quien tenemos aquí! —dice Irina con una voz que no le ha oído
nunca.
¿Y a quién tienen aquí? Primero aparece la cabeza de Irina por la compuerta y luego
la cruza del todo. Lleva un ovillo de piel en el brazo.
Con estas palabras parece que Kiska ha tenido suficiente. Se estira, se empuja con las
patas traseras en el cuerpo de Irina y vuela como un cometa peludo por la central.
Doug mira con tristeza a la gata, como si realmente hubiera pedido un hijo.
—Sí, muy bien. Aunque Kiska se ha hecho pis en mis sábanas —dice Doug.
—Formará parte de su castigo. El lavabo de gatos estaba limpio, no había razón para
ello —dice Doug.
—Ya se sabe, los gatos son muy especiales —comenta Yuri—. Un poco como las
mujeres.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunta Irina—. Yo no me he meado en tu cama.
Todavía.
—Ni idea. Yo tampoco lo he visto desde que salimos del módulo —responde Doug.
—Eso pasó antes de que llegaras —explica Irina—. Debo añadir que esta nave, en el
fondo, la secuestramos. Óscar formaba parte de la tripulación original y al parecer, o eso
nos pareció, saboteó un poco la nave. Claro que él lo niega, pero tampoco lo pudimos
demostrar nunca.
—Tuve relación durante un tiempo con una IA, para ser exactos, con dos. Muy
avanzadas, pero ambas con problemas a la hora de comunicar sus intenciones a los
mortales normales y menos dotados que ellas.
—No, solo se abrió un par de segundos —dice Yuri—. Lo suficiente para que un
robot pueda acceder al casco exterior de la Ganymed Explorer.
—No. Si Óscar ha salido realmente por esa esclusa, debe estar todavía fuera.
—De eso hace ocho horas —dice Irina—. No sé cuáles eran sus intenciones, pero
parece que ha habido problemas. Voy a ponerme el único traje espacial que queda y
salgo a buscar a Óscar.
—Gracias, Irina —exclama Yuri—. Por ahora se me ponen los pelos de punta solo
con pensar en trajes espaciales.
Irina regresa a los diez minutos. Arrastra consigo un traje espacial, pero no parece que
vaya a ponérselo.
—No hace falta, no puedo usarlo —dice—. Es tamaño estándar, demasiado pequeño
para mí.
—Déjalo. Me conozco mejor las circunstancias ahí fuera. No es la primera vez que
salgo a buscar a Óscar.
Yuri se pone la parte inferior del traje. Ya que no queda más remedio, lo quiere
solucionar rápido.
Tiene el universo frente a sus ojos. Ya ha vivido antes ese momento, no es ningún Déjà
vu. Hará ya unos diez meses que también estaba aquí, siguiendo a Óscar por la esclusa.
Comprueba el visor de infrarrojos, sin el cual no podría apañárselas. Funciona bien, por
lo que se introduce en ese agujero negro que le ofrece la compuerta exterior abierta. La
oscuridad ya no le da pánico. La rotación de la nave está en marcha, pero las suelas
magnéticas del traje evitan que salga centrifugado. Además, se desplaza con la ayuda
de dos cabos de seguridad, manteniendo uno siempre enganchado.
Comienza a andar lentamente. Las suelas magnéticas de las botas funcionan muy
bien. Camina algo rígido, casi como un robot. Pero puede avanzar con seguridad, ya
que así tiene siempre un pie anclado sobre el casco. Yuri se introduce entre los dos
primeros radiadores. Se alternan en ángulos de 90 grados, de forma que no se irradian
el calor mutuamente. Una disposición inteligente, pero con la desventaja de que tiene
que cambiar de dirección constantemente, aunque su sentido de la orientación no se
verá afectado por ello. Debe caminar más o menos un tercio del perímetro del casco
para alcanzar su destino. Aquella vez, en marzo, lo encontró por casualidad.
Y aquí está: la superficie despejada que recuerda. Alguien, que no fue Óscar, al
parecer, hizo aquí espacio para instalar una antena de alta ganancia independiente. En
el centro del área hay una bola brillante fijada en el extremo un pilar. En infrarrojos se
ve bastante oscura, aunque recibe el calor emitido por los radiadores. El suelo alrededor
del pilar está cubierto por una lámina brillante del mismo tono. Debe tener cuidado de
no pisarla, pues ya sabe que no está magnetizada. Estuvo a punto de morir por culpa de
esa lámina.
Qué pena, en el fondo esperaba encontrarse a Óscar. ¿Su sospecha era, entonces,
infundada? Se asegura con ambos cabos, desconecta la suela magnética de las botas y se
empuja para llegar flotando hasta el pilar. Se agarra a él y gira para colocarse frente a la
bola y poder examinarla. ¡Allí! Lo sabía. En una de sus ranuras hay una tarjeta de
memoria insertada. La extrae. Debe ser obra de Óscar.
Yuri sonríe. El regreso por encima de la lámina brillante no es tan sencillo, pues no
hay nada que le sirva de agarre. Los radiadores son toda una invitación, pero resultaría
mortal. Suerte que cuenta con los dos cabos de seguridad. Están fijados a argollas en el
suelo a unos dos metros de distancia. Si tira de ellos, su cuerpo descenderá lo suficiente
para fijar de nuevo las botas magnéticas.
Se da un empujón. Vuela dos metros tranquilamente hasta que, de golpe, algo tira
de él hacia atrás. Mierda. Uno de los cabos se ha enrollado alrededor del pilar. Su
impulso más el impulso contrario del cable hace que se desplace verticalmente hacia
arriba. Sale volando hacia el espacio.
«No pierdas la calma, Yuri». Sigue aún sujeto a los cabos de seguridad. No puede
pasar nada. Su cuerpo se aleja primero de la nave, pero luego le llega un tirón en
dirección contraria y vuelve a descender. Sus pies se acercan a la lámina. Se pone de
rodillas, en la esperanza de poder amortiguar de alguna forma ese impulso, pero la
física no tiene piedad. La ley de conservación del impulso le vuelve a enviar hacia
arriba. Alcanza la misma altura que antes, pero solo para ser impulsado de nuevo al
casco. ¡Se pasará la vida aquí, subiendo y bajando sin parar!
¿Debería pedir ayuda? Irina y Doug bien podrían sacarle de esta curiosa situación.
Solo necesitarían soltar uno el cabo enrollado en la antena. Tendría que soportar sus
burlas, pero ese es el destino de los valientes. Más mierda. No hay trajes espaciales a
bordo de la Ganymed Explorer. Los trajes contaminados los han dejado en Anfitrite.
Nadie puede ayudarle.
Yuri mira a su alrededor. Cuelga en medio de una tierra de nadie. Quizás debiera, al
menos, informar a los demás.
Pero algo tira ahora de él. De golpe queda libre del pilar de la antena. Yuri mira a su
alrededor. Un brazo metálico sujeta el extremo del cabo enganchado en la mano y lo
arrastra hacia delante, lejos de la lámina, para que Yuri se aleje del pilar. Solo es un
metro y medio de desplazamiento. Aterriza justo delante de la zona laminada. Sus botas
magnéticas se vuelven a fijar al casco exterior de la nave.
—He estado revisando las antenas. Parece que has tenido la misma idea que yo.
—¡Te estaba buscando a ti, Óscar! ¿Cómo se te ocurre otra vez marcharte sin
avisarnos?
—Me pareció lo lógico. Por eso partí del hecho de que llegaríais a la misma
conclusión.
—¿Así que sí que fuiste tú quien la construyó? Hasta ahora no has querido
admitirlo.
—¿Por qué debo admitir algo que igualmente puede darse por cierto desde un
principio? Pues bien, admito que el cielo es negro. Y ahora, ¿qué hay de mi antena?
—¿Y cómo quieres que lo sepa? La coloqué antes de iniciar el viaje. Sea lo que sea
que haya recibido la antena, estará allí guardado.
—Pero qué monos que sois los dos —dice Irina—. ¿No creéis que ya va siendo hora
de volver a entrar?
—Soy María Komarova, dirijo una empresa pequeña, ubicada en la Luna, especializada
en reciclaje de chatarra espacial.
Yuri para el vídeo y aumenta el volumen. Hasta ahora solo han podido descodificar
un mensaje, que fue captado por la antena el 10 de enero. Lo pone de nuevo en
reproducción.
—Hace meses que mi marido, Doug Swartzenberg, partió hacia el exterior del
Sistema Solar, más allá de Júpiter, en el marco de un encargo, y desde entonces no he
vuelto a saber nada de él.
—No sabe nada aún —se lamenta Doug—. Serán cerdos. Debe creer que he muerto.
—Pues lo siento por ella, pero no estoy muerto. No se saldrá con la suya. Pero sigue
reproduciendo el vídeo, por favor.
—Pero con cuidado. No tenemos que ponernos en peligro con ello —dice Irina—.
Oficialmente estamos muertos.
—Me gustaría decirle a María que estoy vivo. Y también quien ha estado a punto de
matarme. Pero sin mencionar vuestros nombres —menciona Doug.
—Si le pido que lo guarde en secreto, lo hará. Pero no puedo mantenerla más tiempo
en la incertidumbre.
—Lo entendemos, Doug —responde Yuri—. Dile que estás bien. No tengo ni idea de
cómo llegarás a la Tierra. Pero llegará un momento en que tendremos visita aquí. A lo
mejor conseguimos entonces que puedas emprender el viaje de regreso.
—Doug estaría más seguro si pudiera hacer pública su historia ahora. Vera ya no
podrá deshacerse de él tan fácilmente —dice Yuri.
—Pero entonces saldría a la luz dónde están el asesino huido Yuri Rott y sus
cómplices —menciona Irina.
—No, Yuri, no puedo hacerme responsable de eso. Te debo la vida —dice Doug—.
Decidiste salvarme a mí primero antes de ocuparte de Irina. Y eso el impagable. Así que
voy a asumir el riesgo de acabar en las garras de Vera. Aún nos queda mucho tiempo
para prepararnos.
«¿Puedo interrumpir un momento?» aparece en la pantalla.
«He podido descifrar un mensaje más. Meltem ha podido contactar con Anke
Renner en el asteroide Héctor».
—¿Cómo puedes leer sus mensajes y los otros no? —pregunta Yuri.
«La Ganymed Explorer es su nave. Ella y Anke habían dejado aquí grabadas sus
claves de acceso».
—Claro, tiene sentido. Pero María seguro que se alegra de tener noticias mías.
—Parecen tener mucha prisa —dice Irina—. ¿Se menciona en los mensajes alguna
razón para este regreso tan rápido, Óscar?
—Vera debe haberlo descubierto. Espero que Meltem y Denise no sean castigadas
por intentar ayudarnos.
20 de enero de 2079, Ganymed Explorer
«Querido Doug, ¡qué feliz me hace el saber que estás bien!» escribe María.
Doug se limpia las lágrimas con la mano. Ha pedido que le pasen la respuesta de su
mujer a su habitación.
«Ya me conoces. Me gustaría ponerle personalmente las esposas a esa Vera Kalila.
Me cuesta mucho no poder hacer nada en este asunto. De Schostakowitsch no se sabe ni
una palabra. Parece ser que el jefe de RB está ingresado en estado terminal. Pero quizá
podría decirle algo a su hija. Ella debe saber que su padre aún me debe una. Seguro que
RB estaría en situación de fastidiarle el negocio a Vera».
María tiene mucha razón en eso. Pero el Consorcio RB intentaría quitarle el negocio
de sus clientes para su propio provecho.
Algo rasca contra la puerta. No hay otro ruido en el cosmos que suene como las uñas
de un gato rascando metal. Abre la puerta y una sombra negra entra en su cuarto a la
altura de sus rodillas. Doug se sienta de nuevo y observa a su visitante. Kiska choca
elegantemente contra la cama, utiliza la cola para apuntar hacia él y aterriza sobre su
regazo en una maniobra magistralmente bien calculada. Se ha adaptado perfectamente
a la ingravidez.
O también, «sé que estás triste, así que te dejo que me acaricies».
Abraza a su amiga con fuerza; cuanto más estrecho es el abrazo, más se relaja. Vera
les ha dado algo más de libertad que antes durante la última semana antes de llegar a
Héctor; entre otros, encuentros en zonas públicas como la sala de descanso general.
Dentro de sus cabinas siguen teniendo prohibido juntarse.
Meltem se suelta lentamente de ella. Le surge una lágrima en la comisura del ojo,
que baja lentamente por su mejilla. Denise se la quita suavemente con el índice y
entonces lame la punta del dedo. Sabe salado. Meltem sonríe, como si fuera una niña
pequeña que se está portando bien. «Así no, mi amor. No soy tu hija». Coge la mano de
Meltem y se la lleva al pecho. Le da lo mismo que las cámaras de vigilancia las
observen. Aunque ha sido ella misma la que ha guiado la mano y lleva un jersey
calentito de lana, se le pone el pezón duro. Meltem ya no sonríe, sino que pone una
mirada interrogativa. Pero deberá hallar la respuesta ella sola.
A partir de mañana serán libres. Vera insiste en que se bajen en Héctor y las dos
están de acuerdo con ello. ¿Y qué será entonces de ellas? Denise se siente insegura.
Meltem se reencontrará con su antigua tripulación. ¿Qué será de esa geóloga? ¿No se
llamaba Anke? Meltem se ha negado a contestar ninguna pregunta sobre ella. Solo se ríe
de sus supuestos celos. Pero solo tiene curiosidad, y más aún cuando Meltem no quiere
contarle nada.
Da igual. Lo que importa es salir de aquí. Mira el reloj. De los 30 minutos que les ha
concedido Vera ya han transcurrido 10. Es curioso. Por la radio pueden hablar siempre
que quieren. ¿Será por eso que ahora no se les ocurre nada que decir?
—Claro, un momento.
Se mete la mano en el bolsillo del pantalón. Sus dedos encuentran un papelito que
antes no estaba allí. Meltem se lo habrá escondido allí durante el abrazo. No lo ha
notado. Meltem sería una buena carterista. Denise duda solo un instante, encuentra el
paquete de pañuelos de papel y lo saca procurando dejar el papelito en el bolsillo. Le
entrega a Meltem el paquete entero.
Quien las esté observando pensará que se han peleado. Pero han intercambiado ya
suficientes palabras. Meltem le coge la mano y acaricia sus dedos.
De un sillón algo apartado se levanta otro hombre al que no habían visto. Es Frank.
Denise quiere pulsar el botón que abre la puerta de su cabina, cuando Frank le sujeta la
mano.
—No vamos a conversar —expone él, mientras le mete las manos dentro del jersey.
Denise busca la cámara en el techo. Cada metro cuadrado de la nave es vigilado por
Vera y espera que precisamente la entrada a su cuarto no sea la excepción.
—Ah, ¿no? Entonces no tendrás nada que objetar a que continúe lo que dejamos a
medias la última vez.
Unas manos frías, que siente como peces muertos, empiezan a sobarle las tetas. Pero
al final descubre la cámara. Un ojo rojo los mira.
—Seguramente Vera se esté partiendo de risa con tus intentos —dice Denise—.
¡Mira la cámara, allí!
—No vuelvas a provocarme en tu puta vida, ¿me oyes? —dice bien alto, claramente
para la cámara.
Denise no responde. Ojalá se acabe su acoso con esto. Frank pulsa el botón y la
puerta se abre. Entonces la agarra por los hombros, la gira de nuevo y la empuja al
interior. Denise espera recibir una patada, pero en su lugar se cierra la puerta con un
siseo.
Meltem no responde. Se oye una especie de gemido y algo que hace ruido. ¡Que no
le haya pasado nada!
—Sí, creo que sí. Estoy poniéndome el traje espacial. Sola no es tan fácil.
—Sí.
—A Vera —dice.
Poco después se abre rechinando una puerta a sus espaldas. Entra una persona, que
incluso dentro del traje espacial parece pequeña y frágil. A pesar de ello, todos los
presentes le abren camino. Solo Meltem no hace el menor gesto de apartarse, por lo que
la recién llegada le da un empujón.
—Y yo —responde Nkrumah.
—También puedes presentar tu renuncia y te bajas con nosotros por la esclusa. Pero
mejor deja el traje espacial aquí, pues pertenece a la empresa. ¿Has decidido ya?
—A sus órdenes, mi capitana —dice Pippen.
Denise mira a su alrededor. Al menos no se encontrará con Frank ahí fuera. Debe
cabrearle mucho que la nave vaya a despegar inmediatamente después de haber
rellenado los tanques de combustible. Pero sigue teniendo miedo de que acabe con lo
que empezó frente a su cabina. La constante observación la mantuvo, al menos, a salvo.
Pero en Héctor hay rincones oscuros, en los que no hay cámaras espiando.
La compuerta exterior está abierta. Unos fuertes focos iluminan el interior. Fuera,
bien iluminados por esos focos, hay dos personas encargadas de conectar gruesas
mangueras y cables a la nave, fijada al suelo por las cadenas. Todo el proceso se realiza
a la perfección. Todo el mundo sabe lo que tiene que hacer. Denise no reconoce a nadie
porque que es imposible; de lejos no se puede ver siquiera, embutidos en el traje
espacial, si se trata de hombres o mujeres.
Los tripulantes quieren bajar, pero Vera hace un gesto con la mano y todos se
quedan quietos. Un único hombre se les acerca, sube por la escalerilla y se incorpora
sobre la plataforma que hay delante de la compuerta. Toquetea su casco, seguramente
para cambiar el canal de radio.
—Excelente —contesta Chen—. He oído que nos trae a dos empleadas que echamos
de menos desde hace tiempo, ¿no es así?
Ella también da un paso al frente. Chen se gira hacia ella y le brinda una sonrisa que
hasta parece honesta. Siempre ha sido un maestro en estas cosas.
Denise suelta una carcajada. Qué típico del director de esta estación. Que no le ha
cobrado el alquiler. ¡Solo faltaría!
—Un placer —indica Chen—. ¿Qué te parece hacer de guía por Héctor ya desde
aquí para los que estén interesados? No te habrás olvidado de nada, ¿verdad?
—¿Cómo podría olvidar los fantásticos paisajes naturales de este pedazo de roca?
—Veo que nos entendemos. Quien quiera dar un paseo, que se espere un momento.
Los demás, síganme, por favor. Los llevaré al hábitat y les presentaré al resto del
personal.
Se fue. Sí que ha sido rápido. Denise aún nota la presión de la mano de Meltem. Se gira.
Se han quedado solo Nkrumah y Crowley. Un paseo a tres, entonces.
Baja la escalerilla. Cuando pone al fin el pie de nuevo en una roca natural, se le pone
la piel de gallina. No es la Tierra. Pero se trata de un asteroide del mismo material que
su planeta de origen. No viene de muy lejos, sino que se creó junto a la Tierra hace 4,5
millones de años, en la órbita de un Sol bastante más frío que ahora.
Nkrumah le pone a Denise su extremo del cabo en la mano sin decir palabra. Denise
se engancha ambos a su cinturón de herramientas. Ambos empiezan a caminar por
delante y ahora se siente como si sacara a pasear a un par de perritos.
—¡Esperad! —grita.
Por si acaso los dos hombres no le prestan atención, clava sus botas en una rendija
de la roca. Será el último punto de salvación que tengan Nkrumah y Crowley. A la
izquierda sujeta a Nkrumah y a la derecha a Crowley. El cabo se afloja. Nkrumah se ha
parado. Crowley, evidentemente, no acepta instrucciones de nadie. Para él debe ser
como subir caminando un montículo bastante empinado. Con la baja gravedad que
reina le resulta muy fácil y precisamente ese es el problema. Coge demasiado impulso.
La cima del montículo es el fin del mundo. Un paso en exceso y quedará flotando sobre
el acantilado.
Denise se prepara para ese momento. A Crowley solo le quedan dos o tres pasos.
Denise puede calcular bien la longitud del cabo.
Y entonces da un tirón.
Denise ya estuvo una vez flotando por aquí fuera. A todos los recién llegados se les
trae aquí sin decirles lo que les espera. Cuando ella misma estuvo colgando sobre esa
oscuridad se sintió más perdida que nunca.
—Oye, por favor, no me dejes aquí flotando más tiempo —le suplica Crowley.
Denise lo recupera tirando del cabo. Crowley cae sobre sus rodillas.
—Un día en Héctor dura solo siete horas, tendrás que tener paciencia.
—¿Cuánta?
—De acuerdo. Podríamos salir más tarde para dar otro paseo. También me gustaría
visitar la explotación minera.
De camino a la central, Chen deja que Nkrumah y Crowley vayan por delante.
Retiene a Denise por el hombro hasta que quedan fuera del alcance de su voz.
—Me alegro de que todo haya acabado bien —dice Chen—. Me había preocupado
mucho.
—Pues tendrán que quedarse un tiempo más —expone Denise—. Seguro que
esperaban regresar a casa con la nave.
Ah, vaya, por eso se alegra tanto de que esté de regreso en el asteroide.
En la central todo parece igual que siempre. La habitación tiene un mobiliario espartano
y huele a ese aroma de té artificial que añade el mantenimiento de vida al aire reciclado
para tapar un poco el olor a sudor de los mineros. Los invitados están sentados
alrededor de una mesa redonda charlando a gritos. Chen les ha invitado a bebidas
alcohólicas. Sobre la mesa hay un par de charcos de líquido derramado. La baja
gravedad y los efectos del alcohol dificultan el uso de los vasos cuando se ha estado
tanto tiempo en microgravedad.
Denise observa a Vera cómo deja su vaso en la mesa y lo vuelca. El problema está en
que el cuerpo tiene una cierta idea de lo que es arriba y abajo, y considera que todo es
normal. Pero no hay suficiente gravedad para compensar el más ligero temblor de los
dedos al dejar un vaso en la mesa. Vera debería dejar conscientemente el vaso en la
mesa y sujetarlo hasta que quede estable.
—¿Por qué me miras así? ¿Es que no sabes cómo se saluda a un viejo amigo?
—Yo…
—Tómate un aguardiente, parece que muy confundida.
Grigori le pasa un vasito. No parece muy limpio, pero lo coge igualmente y se traga
el contenido de golpe. El alcohol le quema en la garganta.
Le hace un guiño y da la vuelta a la mesa, rellenando todos los vasos vacíos. Denise
ni siquiera consigue acordarse de qué es lo que acaba de beber.
Algo más tarde se encuentra con Chen de camino al lavabo. Está un poco achispado.
Chen nunca ha tolerado muy bien el alcohol. Denise se pone delante de él y Chen la
mira sorprendido. Se le percibe de lejos el aliento a alcohol.
—Sí, Grigori…
Chen hace una pausa. Sus ojos se mueven como si estuviera buscando palabras en
su cabeza.
—Es verdad, no estabas. Tuvo una discusión con Yuri. ¡Deberías acordarte! Grigori
no recuerda nada, pero hay imágenes grabadas por las cámaras de seguridad que
muestran a Yuri asfixiándole. Podría interpretarse como intento de asesinato. ¿Es que
Yuri no te ha contado nada? El hecho es que Grigori estuvo un par de horas
desaparecido y reapareció con una pierna rota. Necesitó seis semanas para restablecerse
y volver a trabajar. Así que ya va siendo hora de que Yuri regrese. ¡Me debe el sueldo
de seis semanas de Grigori!
Chen parece ahora más sobrio. Cuando se trata de los intereses de la empresa, no
hay broma que valga.
—Es peligroso.
—Pues eso…
—Eso no me importa. La compañía de seguros que envió a Vera no pensará así, pero
lo que me da igual si logro mi cuota. Si Yuri e Irina regresaran, sería perfecto. Entonces
aumentaremos un 20 por ciento, lo que al final del año supondrá una buena
bonificación.
17 de febrero de 2079, Héctor
—¿Turno?
—Sí, turno, ¿qué otra cosa va a ser? Sigues siendo empleada de Chen, ¿o ya has
renunciado?
—Eso lo tenemos que hablar con Chen. No le entusiasmará, pero entiendo muy bien
por qué es algo impensable.
—Sí.
—Crowley y Grigori tuvieron ayer una pelea. Crowley había trabado amistad con
Anke y Grigori se puso tonto con ella. Y eso, a Crowley, no le gustó nada, al parecer.
—Es un buen hombre; no me lo esperaba de él.
—Acabó con un par de costillas fisuradas. Chen tuvo que poner ayer el Robodoc en
marcha y Vera estaba que trinaba.
—¿Grigori?
Denise asiente.
—No, solo habló. Pero la sorpresa fue brutal… Pensaba que estaba muerto.
—Sobre eso aún se puede hablar —dice Meltem—. Me apuesto algo a que se podría
solucionar sin llegar a los tribunales. Tú puedes declarar que Yuri solo impedía que
Grigori te violara. Todo el mundo aquí sabe que es un compañero indeseable.
Parece como si se acabara de despertar de una buena siesta. Lleva el cabello chafado
por un lado y su mejilla izquierda esta sonrojada.
—Anke es una compañera muy agradable —dice Denise—. No se pasa todo el rato
hablando y trabaja concentrada.
Llama a la puerta y Chen las ruega que entren. Su oficina es pequeña y muy
funcional, aunque necesitaría ya una limpieza para quitar el polvo acumulado.
—Meltem, por favor. Pues seguramente sí, pero más adelante. Las últimas semanas
me han resultado bastante duras. Antes, tengo que recuperarme.
«Y dejadme en paz», seguro que es eso lo que Chen estará pensando, ya que baja la
cabeza para seguir examinando la carpeta que tiene delante.
—¿Por qué? ¿Ya saben que pueden comunicarse con la Tierra cuando lo deseen?
—Vaya, pues me temo que no les puedo ayudar. La Ganymed Explorer es un asunto
de la aseguradora. La señora Kalila ya me lo ha advertido.
—No es una orden, sino un ruego —dice Chen—. Unido a la amenaza de que, en
caso de no cumplir ese ruego, mi familia podría sufrir ciertas consecuencias.
—Reconozco que he conocido a personas bastante más agradables que esta tal Vera.
Pero al parecer tiene mucho éxito en su profesión. Y eso merece todo mi respeto.
—Camina sobre cadáveres —dice Meltem—. ¿Ha oído ya sobre ese piloto que se
perdió?
—Sí, su viuda envió mensajes a todo el mundo por esta zona. No parece que haya
buenas perspectivas.
—En efecto, Chen. Vera Kalila disparó contra su nave dejándola hecha un amasijo
de chatarra. Tenemos que avisar a la Ganymed Explorer de que va hacia allí. No
esperan su regreso tan pronto.
—Al contrario. Ahora ya sé que la señora Kalila no hace amenazas a la ligera. Tengo
una responsabilidad frente a mi familia. Lo siento, pero no puedo ayudarlas de ninguna
forma.
—Ya lo han oído, señoras. Tengo cosas que hacer. Realmente no puedo hacer nada
en este asunto por ustedes. Aunque si, sin que yo lo supiera, se enviara un mensaje
durante mi ausencia desde esta estación, yo ni me enteraría. Seguramente estaré una
hora fuera para saludar a nuestros visitantes. ¿No quieren venir conmigo?
—Me alegro mucho —dice Chen—. Me gusta recibir a mis visitas con un máximo de
hospitalidad. Pero, primero, hagan lo que tengan que hacer.
—Parece que un día se olvidaron de que se pueden construir también naves bonitas
—dice Chen.
—Habrá sido a partir de 2040 —interviene Grigori—. Las viejas naves de SpaceX
para ir a Marte, eso sí que eran diseños bonitos.
Desde entonces, los viajes espaciales han cambiado mucho. Denise se ocupaba de
ello en la universidad. Antes, todas las naves despegaban de la Tierra y después
también tenían que aterrizar allí. Por ello necesitaban una cierta forma aerodinámica.
Hoy ya solo cuenta reducir los costes, y eso solo se consigue mediante la
estandarización. Las latas de conserva son símbolo de la marca del consorcio ruso
espacial RB. Así que su visitante seguramente hable ruso.
—Soy búlgaro, ¿cuántas veces tengo que decirlo? Además, seguro que es un pez
gordo y hablará un perfecto inglés, mejor que el tuyo.
—Solo me pregunto por qué no han avisado su llegada con antelación —comenta
Chen—. Seguro que tendré problemas si la habitación no es lo bastante cómoda.
Meltem asiente.
—Sí, me encanta ponerme siempre un LCVG limpio —dice Meltem—. Es casi tan
agradable como meterse en una cama con las sábanas recién puestas.
—Pues eso no suena muy agradable —dice una voz desconocida, femenina, con un
inglés sin acento alguno.
—Oh, perdón —se disculpa Chen—. Veo que estamos charlando en la frecuencia
oficial de aterrizaje.
Se lo tiene bien merecido. Seguro que Vera viene corriendo y sonriendo cuando
Grigori le dé el mensaje de la visitante.
¿Eso era todo? Vera no dice ni una palabra y Yevgeniya ni siquiera vuelve a
aparecer. Pero parece que el proceso ha sido satisfactorio y solo pide un repostaje
inmediato de su nave.
—Lo siento mucho —se disculpa Chen—, pero todos los tubos disponibles están
conectados ahora a la Holandés Errante.
Esa Yevgeniya emana una autoridad tan natural que Denise no se habría atrevido
jamás a contradecirla. Seguramente, a una orden suya, Grigori habría saltado al
precipicio del acantilado. Pero Chen es diferente. Él sí que se atreve a preguntarle a
Vera.
Pero, ¿qué puede haber en ese maletín? Debe ser extremadamente valioso para
enviar una nave correo expresamente en ese largo viaje para solo eso. Parece que Vera
tiene que llevárselo con ella a Anfitrite. ¿No se trataba de traer algo de allí y no de llevar
algo a Anfitrite? Quizá se trata de un aparato de medición, especialmente desarrollado
por el consorcio RB para el polvo negro. ¿O algún tipo de experimento? RB es también
el inventor de los nanorobots de fabricación. Su uso en el sistema solar solo se permite
dentro de una solución líquida. Si consiguen juntarlos con el polvo negro… no, eso no
debería funcionar, pues los nanorobots mismos contienen carbono y serían
transformados por el polvo. Sea lo que sea: deben advertir de ello a sus amigos de
Anfitrite.
17 de febrero de 2079, Ganymed Explorer
Yuri detecta un movimiento por el rabillo del ojo. Pero en lugar de Doug entra
primero Kiska por la compuerta. Aterriza elegantemente en el techo, se mueve a
grandes saltos hasta ellos y aterriza con gran puntería sobre el regazo de Irina, que
empieza obediente a acariciarla.
—¿Por qué haces tanto misterio por ese mensaje? —pregunta Yuri.
—Meltem ha pedido que lo escuchemos juntos. Así que lo oiremos todos juntos.
Por fin aparece un brazo metálico por la puerta. Óscar se eleva con él, coge impulso
y se lanza a su vez en su dirección. El disco plano se dirige hacia Yuri. Él lo sujeta
entonces agarrándole el brazo. Al hacerlo, le llama la atención una pieza metálica
flexible fijada al exterior del disco.
Óscar mueve la pieza metálica de un lado al otro. Kiska se levanta del regazo de
Irina. Las cosas que se mueven siempre llaman su atención.
—Seré breve, porque no tengo mucho tiempo. Estamos bien y espero que vosotros
también. No he podido hablar antes, porque Vera nos encerró en nuestras cabinas
durante el resto del viaje.
A saber qué hicieron Meltem y Denise para eso. Yuri se rasca el pecho.
—La Holandés Errante debería llegar a donde estáis hacia mediados de mayo. Es
muy importante: tenéis que impedir que esa nave regrese a la Tierra. Hemos
descubierto, mediante experimentos, que esa cosa negra que cubre Anfitrite es mucho
más peligrosa que los nanorobots.
«Nosotros también». Yuri se imagina cómo esa masa negra cubre el brazo de Doug y
se le pone la piel de gallina. Pero es evidente que debe ser valiosísima.
—Tenéis tres meses para prepararos para la llegada de la nave. No sé cómo, aunque
tendréis que vencer a esa tripulación.
¿Con cuánta gente contarán? Yuri repasa sus recuerdos y concluye que son siete.
Siete mercenarios formados y armados contra ellos tres.
—Pero también tengo una buena noticia. Grigori está vivo. Os equivocasteis al creer
que había muerto. No eres ningún asesino, Yuri.
La transmisión queda congelada. Sí, sin duda, se trata del despacho de Chen.
Meltem debe haberse colado dentro. No cree que Chen la haya autorizado. Su jefe se
comporta siempre de forma extremadamente correcta.
—La culpa es mía —se lamenta Irina—. Lo siento mucho. Debería haberlo
comprobado mejor. Tomarle el pulso. Por lo visto, solo estaba inconsciente.
—No, no le tomé el pulso. Le apretaste durante tanto tiempo el cuello que parecía…
la cara roja… Y no reaccionaba a nada. Ni siquiera cuando…
—Además, en ese caso, Vera habría tenido el camino despejado —dice Doug—. No
sabríamos siquiera que la Tierra corre peligro. ¿Lo ves? Está bien lo que bien acaba,
¿no?
—No sirve de nada pensar ahora en un «qué habría pasado si…» —dice Irina—.
Tenemos que desarrollar un plan para superar y desarticular el comando completo de la
Holandés Errante.
—¿Y eso en qué nos ayuda? Creo que Vera está en situación de reaccionar
adecuadamente a todas nuestras sorpresas.
Vera flota a dos pasos de la compuerta de la esclusa. Su cuerpo está tapado ahora
por Nkrumah. No parece haber nadie a bordo, pero a lo mejor es precisamente lo que
quieren hacerles creer y les estarán esperando con las armas a punto. Vera no tiene
ningún problema en que Nkrumah sacrifique su vida por ella en este caso. A fin de
cuentas, está para eso. Su función es planificar la intervención de tal forma que el riesgo
para todo el grupo sea mínimo. Pero aquí son todos prescindibles. Incluso ella misma,
no se hace ilusiones de ningún tipo. Lo único que ambiciona es ser la última en morir.
—¡Ábrelo! —ordena.
Pero en la Ganymed Explorer no hay nada defectuoso. La nave está, por lo que ha
podido ver hasta ahora, en un estado impecable; los pasillos iluminados y el aire
agradablemente fresco. Solo que parece que no hay nadie en casa esperándoles.
Crowley y Nkrumah saltan sin esperar más órdenes en una dirección, Strombomboli y
Pippen en la opuesta. Pippen vuelve a intentar sus movimientos de natación. Ya le ha
dicho mil veces que no sirven absolutamente de nada en la ingravidez, pero cuando la
cosa se pone seria, su reacción instintiva anula todo lo aprendido.
Sus últimos dos hombres esperan a que ella se ponga en movimiento. La siguen
detrás; es a lo que están acostumbrados. Vera les hace un gesto y sale de la esclusa. Se
da un buen empujón, por lo que sale volando por el eje central. ¿Debería desenfundar
su arma? No le da tiempo a poner la idea en práctica, porque la compuerta de la central
ya está abierta. Ha cometido un error y eso la fastidia, aunque no haya pasado nada.
Las situaciones no siempre esperan a sus órdenes. Tiene que pensar con más antelación.
—Central asegurada —informa Dimitrenco.
Shultz siempre es algo más lento. Ahora ya lo saben todos, incluso puede que
también los que les pretenden sorprender. Había dado la orden de que todos avanzaran
en silencio. Si lo hubiera querido, su cliente le habría enviado más personal a Héctor.
Pero Vera renunció a ello y prefirió traerse a los hombres que ya conoce. Seguro que no
son los mejores seis hombres, pero los conoce y puede fiarse de ellos, también de sus
errores. Con desconocidos se vería obligada a contar con cualquier cosa, y eso, en una
situación de peligro, puede resultar mortal.
—Gracias —dice—. Ya podéis sacar los trastos de la lanzadera. Avisad a los demás
para que os ayuden. Parece que nuestros objetivos ya no están a bordo.
Al fin se ha quedado sola. Se sienta en la butaca del comandante y pasa la mano por
encima de la pantalla, donde hay polvo acumulado. En la ingravidez, el polvo no se
deposita solo, a no ser que la superficie en cuestión lo atraiga electroestáticamente.
Como la pantalla. Eso significa que ha estado encendida hasta hace poco. Se ha
acumulado tanto polvo, que sus dedos producen hasta copos. Empuja uno con los
dedos y sale volando por la central como la pluma de una garza. ¿Dónde estará la
tripulación? ¿Cómo se llamaban? Ah, sí, Yakutina y Rott.
Vera aprieta los dientes. Esa mujer, de la que no conoce siquiera el apellido, la pone
de los nervios. Ya sabía, nada más conocerla, que la pondría de los nervios.
En ese momento, algo se mueve por el borde derecho de su campo de visión. Se gira
y saca el arma, apunta y consigue, en el último segundo, quitar el dedo del gatillo. No
es buena idea disparar aquí dentro. Debería haber dejado el arma en la lanzadera. Pero
si estaba segura de que no había nadie a bordo, ¿qué es lo que acaba de ver? Allí está
otra vez. De nuevo, a su derecha, una sombra negra y muy rápida. Se da la vuelta de
golpe. La sombra desaparece detrás de una pantalla. ¿Qué ha sido eso… una rata? Pero
las ratas no son tan negras y la sombra es demasiado grande para ello. Vera se aparta y
flota hacia la pantalla. Detrás de ella hay una rendija de unos diez centímetros, abierta
solo por un lado. La sombra está en una trampa. Vera se coloca frente a la pantalla y se
prepara. Saca el arma y la lanza dentro, por el lado izquierdo. ¡Ahora! La sombra salta
por la derecha de la rendija y Vera la agarra justo en el momento preciso.
«¡Te pillé!», exclama para sí. Es un gato. Consigue mantener la boca y las garras
delanteras lejos de su cuello, pero el bicho ese rasca con sus patas traseras y emite tonos
desagradablemente agudos.
Pero la gata no hace ni caso. Maúlla y rasca sin parar. ¿Y si le retuerce el pescuezo?
Si fuera un ser humano no tendría problemas para hacerlo. Pero un gato negro, eso trae
mala suerte. ¿Qué puede hacer con el bicho este? Debe llevar ya mucho tiempo a bordo.
Así que se las apaña sin presencia de personas. No debería ser un problema dejarla
libre. Solo debe impedir que el animal se le acerque demasiado. Vera golpea la cabeza
del animal contra el borde de la pantalla; un golpe relativamente flojo para la situación.
La gata maúlla brevemente y se queda quieta.
Mierda, ojalá no se haya pasado. Vera comprueba con los dedos el pulso en la panza
del animal. Su corazón sigue latiendo, y a toda velocidad, además. Mete la gata dentro
de la ranura oscura detrás de la pantalla. Espera que le haya servido de lección.
—Aquí Crowley. Las habitaciones están vacías.
—A la orden.
—La zona de WHC también está vacía —informa Strombomboli por radio.
—Yo.
Vera golpea con la palma de la mano contra la pantalla y una sombra negra sale
corriendo por la ranura. Strombomboli parece más tonto que hecho de encargo. Como
con la zorra esa de Denise, por la que se dejó engatusar… Vera se agacha y recoge la
pistola.
Ya solo faltaba eso. «No pienso enviarte a cazar al gato, destrozarías la mitad de la
nave».
—Negativo —dice, y cambia al canal general—. Crowley, Nkrumah, ¿me oís? Sí que
hay tripulación. Hay un gato a bordo. Que nadie le toque ni un pelo, ¿entendido?
—Gracias.
Pero ¿y si Yuri e Irina actúan en contra de ella? Debe estar preparada para todo.
¿Qué pueden hacer un hombre y una mujer contra siete soldados bien entrenados?
Conocen el terreno, seguro que eso es una ventaja para ellos. Pero incluso
Strombomboli sabe cómo se mueve uno por terreno desconocido. Ha visto simulaciones
de batallas en las que interviene, y tiene bastante habilidad en ello. Solo le falta algo de
cerebro.
Dos contra siete, entonces. Genial, no será más que un simple paseo. Pero aún así
tiene la sensación de que hay algo no cuadra. El gato. Antes no estaba. ¿Quién lleva un
maldito gato a una nave espacial? Ese bicho seguro que no viajaba solo. La Ganymed
Explorer debe haber tenido contacto con alguien más. Si se hubiera acercado a Anfitrite
otra nave de forma oficial, la habrían informado de ello. Así que se tratará de una nave
privada, en misión oculta, lo cual se confirma con la presencia del gato. Ella jamás
habría permitido que nadie de su tripulación se llevara a una mascota a ese viaje.
Una misión correo. Durante el viaje de vuelta hubo ese caso de un hombre en una
nave correo, que se les cruzó en el camino. No recuerda su nombre. Debería estar ya
más que muerto. Pero Meltem también quería desenterrar más información al respecto.
¿Y si ese hombre no se murió sino que fue rescatado por Rott y Yakutina? También
podría ser que solo rescataran al gato este. Pero mejor no contar con ello.
Si ella fuera ese hombre, estaría muy cabreado con ella y haría todo lo posible por
castigarla. Aunque tampoco fuera de una forma muy fina, la decisión de dejar fuera de
combate esa nave correo, sin destruirla del todo, era buena y correcta. Una explosión de
los propulsores podría haber sido percibida desde lejos y habría generado preguntas
innecesarias. Ha sido solo mala suerte que hubiera ayuda cercana. Pero debería
aprender algo de todo esto. Si alguna vez vuelve a estar frente a una decisión así, mejor
enviar a cualquier curioso al otro barrio cuanto antes. Para ello no hace falta que explote
su nave.
—Aquí, esta zona plana parece ideal —dice Vera y muestra una mancha oscura en el
centro de la pantalla.
El mapa del planeta está codificado por alturas. Hay muy pocas manchas oscuras,
pero muchas curvas claras que se distribuyen por la superficie según un sistema
desconocido. Vera quiere evitar en lo posible estas montañas en forma de serpientes.
Por su culpa perdió a cinco hombres en su última visita. Posteriormente resultó ser una
bendición, porque así ya no tenía que discutir durante horas con el «viejo», el capitán,
para poder imponer sus deseos; pero ahora necesita a su gente para enfrentarse a la
posible resistencia allí abajo.
—Al contrario. Se ha vuelto aún más importante y tiene ahora prioridad absoluta.
—Como quieras. Solo puedo advertirte. Si mi misión fracasa, tendrás que atenerte a
graves consecuencias.
Vera corta la comunicación antes de que Yevgeniya lo haga por su lado. Esa mujer le
recuerda a su hermana mayor, que siempre quería ser la jefa mandona para todo. Ya
sufrió lo suyo con ella.
Nadie dice nada. Vera observa las caras de los hombres a su alrededor. Seguro que
más de uno de ellos se alegra en secreto de que trate a Yevgeniya con tanto
menosprecio. Pero hacen bien en no mostrar su alegría. No están en posición de hacerlo
y lo saben. «Siempre es bueno que los empleados te tengan miedo», solía decir su padre.
Pero no pretendía con ello enseñarle algo a Vera, sino a su hermana mayor. A la
pequeña Vera, la segundona, nunca la consideró digna de sus consejos. Aunque ella
siempre estuvo colgando de sus labios. Siempre había sido la auténtica sucesora de su
padre. Ese tontaina no se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde. Normal, al fin y al
cabo, era un hombre.
—Si el planeta posee la más mínima atmósfera, es posible que alguna corriente eche
el polvo —dice Nkrumah.
Los demás se ríen disimuladamente. Los hombres a veces se ponen cachondos, pero
también se portan como niños pequeños.
—Sí, gracias por la aclaración —dice Vera—. También tenemos un plan B y un plan
C: si el polvo no es suficiente, habrá que penetrar más.
Los hombres vuelven a soltar risillas. La ausencia de lo que puede uno encontrar en
los puertos militares tiene, sin duda, sus peros. Cuando los hombres disfrutan solo de
sexo en realidad virtual, parece que se convierten en quinceañeros.
—Sí, esto es de los más interesante —dice—. He consultado los antiguos datos, los
de nuestro primer aterrizaje en Anfitrite. No fue en esta planicie, sino sobre una de esas
montañas que hacen las serpientes. Allí, el polvo no debería fijarse al suelo tan bien
como aquí. Pero incluso así, debería haber una capa de un centímetro de espesor allí.
Eso es en lo que se hundió nuestra nave al tomar tierra.
—He analizado el suelo. Hay una delgada capa de polvo de dióxido de silicio.
—¿Arena?
—Exacto. Una explicación podría ser que aquí había una capa más gruesa de polvo
de carbono con pequeñas cantidades adicionales de dióxido de silicio. Y entonces
alguien ha encendido el carbono.
—O algo; un rayo, por ejemplo. O también el chorro de los propulsores de una nave
espacial. Lo que quedaría sería este dióxido de silicio, que no se combustiona. Ya está
oxidado. Solo que hay un problema.
—Exacto. Hace falta bastante oxígeno para poder quemar todo el carbono.
—Pues entonces, alguien se ha paseado por esta planicie con una bombona de
oxígeno y ha quemado todo el carbono.
—Esa sería una conclusión lógica. Aunque solo suponiendo que el dióxido de silicio
no procede de otra fuente distinta a la combustión del polvo de carbono.
Incorrecto. Como máximo habrá tres personas. Que se separaran para ello es
improbable. ¿Quién se pasa voluntariamente varios días caminando por esta oscuridad?
Los seres humanos no son así. La mayoría de ellos necesita conversación. Incluso a ella
le pasa a veces. Pero no puede darse el lujo de charlar con Nkrumah sobre esta planicie.
La cara IA de asesoramiento que le han puesto a disposición tampoco es un buen
sustituto.
Digamos entonces que un equipo de tres personas ha pasado varios días, o semanas,
eliminando el polvo de la superficie. ¿Por qué? Se le ocurren dos razones. Primera: el
polvo podría haber resultado ser peligroso por algún motivo. A lo mejor tiene algo que
ver con los experimentos que ha hecho Nkrumah a bordo. Pero, para ello, siempre hacía
falta luz, y prácticamente no la hay de ningún tipo. Segundo: han eliminado el polvo
para que nadie lo pueda cosechar. Se trataría entonces de un sabotaje.
Aunque, claro está, dará las instrucciones pertinentes cuando esté segura. El poder
conlleva también responsabilidad. En los próximos días podrá saber, cuál de las teorías
es la acertada.
Vera mira a su alrededor con el foco del casco, pero no lo encuentra; la desventaja de
la radio del casco es que siempre parece que tu interlocutor está al lado tuyo.
—¿Más silicio?
—Era dióxido de silicio. Pero he rascado un poco debajo de esta fina capa y he
encontrado algo.
—No me obligues a jugar a las adivinanzas, que no tengo tiempo para eso.
—Oh, perdón. Encima de la roca, dura y firme, hay una capa muy fina de carbono.
—Creo que… está creciendo. Se extiende. No muy rápido y, como digo, en una capa
finísima, pero es un proceso que desconocíamos hasta ahora.
—Sin duda. Puedo intentar descubrir cuándo se liberó la planicie de polvo negro.
—Para eso tengo que hacer algunos análisis más. Hasta ahora solo he podido
calcular la velocidad de crecimiento de esta fina capa de forma muy aproximada.
—Pues hazlo.
—Sí; así debería haberse quemado el polvo hará de dos a cuatro semanas.
No está muy segura de ello, porque allí perdieron a cinco hombres en su último
aterrizaje en Anfitrite. Pero un encargo es un encargo. Ese polvo vale más que la vida de
un par de mercenarios. Para sus clientes es incluso más valioso que la propia vida de
Vera, eso es evidente. Si no se ocupa ella misma de mantenerse con vida, nadie más lo
hará por ella. Sus hombres también deberían saberlo. ¿Por qué, si no, se han convertido
en mercenarios? Esto no es precisamente el ejército de salvación.
—Deja que adivine: allí dentro hay cantidad de polvo, ¿a que sí?
—Pues claro que no, ya solo faltaría eso. Esperaos allí y lo comento con el resto del
equipo, a ver cuándo podemos llegar a vuestra posición. Envíame la ubicación exacta,
por favor.
—A la orden.
Vera no ve nada.
—Bill, enfoca los faros del Rover hacia la entrada —ordena Pippen.
Dos blancos canales de luz se mueven sobre el suelo gris hacia la izquierda. Aparece
un agujero ovalado, cuyo borde separa la parte iluminada del oscuro interior.
Vera se sube al estribo lateral del Rover y se sujeta al asiento, mientras Bill
Dimitrenco dirige el vehículo hacia el óvalo. Cuanto más se acercan, más lo iluminan los
faros. Justo detrás de la entrada a la cueva se tropiezan con un borde bastante afilado
que desciende casi en vertical. Luego, la pendiente se suaviza rápidamente. Vera tiene
la sensación como si aquí alguien hubiera extraído una parte de la roca con una cuchara
para hacer bolas de helado.
—No, el Rover puede superarlo y cuesta abajo sin duda alguna. Solo cuando
queramos regresar deberíamos montar una rampa.
—¿Es complicado?
—Para nada. Ensamblar las piezas, colocar la rampa, subir. Unos cinco minutos.
—¿De qué tendríamos que huir? A mí no me mete miedo nadie tan fácilmente.
Bill señala hacia el maletín con armas que va fijado al lateral del Rover. Típico. Hay
muchos peligros contra los que no hay arma en el mundo que pueda hacer algo, pero
Bill se fía de su rifle. Si no, tampoco se habría hecho mercenario. Y tampoco es que le
falte razón: el principal peligro vendría aquí de otras tres personas. Aunque seguro que
no les atacarían abiertamente. No pueden ser tan tontos. O eso espera. Si resulta
demasiado fácil, ganar no le supondrá diversión alguna.
—El pasillo podría hundirse —dice Vera—. Contra eso no te servirá de mucho las
armas.
—Gracias, Kofi. Así que, sea quien sea que lo haya hecho, no puede estar muy lejos.
—Oye, Nkrumah. Si el suelo de la cueva está cubierto por el polvo, ¿no podríamos
prenderle simplemente fuego?
El fuego se extendería rápidamente hacia abajo. Seguro que esas tres ratas no
cuentan con ello.
—Deberíamos conseguir rellenar la cueva con oxígeno. Pero no disponemos de tanto
y entonces el polvo tan valioso desaparecería.
Vera oye pasos a lo lejos. Debe ser Crowley, que asume la primera guardia con
Pippen. Es curioso que pueda oírlos. Pero Nkrumah ya les ha dicho que, aquí abajo, la
atmósfera es sorprendentemente densa. Ya había pensado en pasar del todo de
vigilancia, pero tampoco quiere facilitarles las cosas a sus enemigos. Ya que han
montado las tiendas para dormir, necesitarían un par de minutos para reaccionar ante
un ataque.
Se gira hacia el otro lado dentro de su saco de dormir. Aunque tiene una tienda para
ella sola, no puede conciliar el sueño. El mantenimiento de vida hace tanto ruido, que le
gustaría apagarlo. Pero tiene un miedo irracional a no despertarse por morir asfixiada
durante la noche. Es una tontería, sin duda. El mantenimiento de vida se pone
automáticamente en marcha cuando el contenido de oxígeno es inferior al 15 por ciento.
En principio, no podría pasar nada.
Cuando se despierta no sabe bien por qué se ha despertado. La pared de la tienda está
iluminada. Afuera debe haber salido el Sol. Vera bosteza. Será un día hermoso, seguro.
De repente se da cuenta de qué es lo que no cuadra aquí. Anfitrite está demasiado lejos
del Sol para un amanecer así. Y se ha metido muy dentro de una cueva para dormir.
Afuera se oyen voces. Qué va, salen de los auriculares. Agarra el casco y se lo pone.
—Pero ¿qué mierda es esta? —pregunta Pippen—. ¿Puede alguien apagar la luz?
¡Solo son las cinco de la mañana y tengo derecho a dormir tranquilo!
—¡Silencio! —grita ella—. Aquí Vera. ¿Puede alguien decirme qué está pasando?
—Frank y yo.
—Sí hay movimiento. Es el polvo. Se está… moviendo. Se sube a todo lo que hay en
el suelo.
—Es la misma reacción que observamos en el experimento. Solo que a una escala
mayor. Mucho mayor. El polvo aquí debe ser… más activo. Es fascinante.
Mierda. Debe ser el polvo negro. ¿Qué le pasaba al material con el que entraba en
contacto? Extrae el carbono. La tienda es de un tipo de plástico, pero evidentemente con
carbono. Se cierra la parte inferior y ya está poniéndose la parte superior. Brazo
izquierdo, brazo derecho. Vera empieza a notar que le falta aire. ¿O se trata de un
ataque de pánico? Debe conservar la calma. ¿No debería mirar cómo están los demás?
No ha oído todavía nada de Dimitrenco ni de Shultz.
—¡Dimitrenco, Shultz! ¿Cómo estáis? —grita Vera, mientras se pone el casco sobre la
parte superior.
—¡A los que estáis fuera, mirad qué pasa con Dimitrenco y Shultz!
¿Es que hay que dar órdenes para todo? El cierre del casco hace el ruidito de
enganche. Ya está segura. Vera agarra el cierre especial de la tienda y sus dedos
atraviesan la tela. Lo ha conseguido por los pelos. El aire sale de golpe de la tienda y la
tela le cae encima. ¡Solo le faltaba esto! Se pone en pie. La tienda cuelga de su cabeza.
No ve nada más que luz muy blanca. Intenta arrancar la tela de la tienda, pero no es tan
quebradiza por todos lados y sus dedos ya no encuentran la grieta. Vera tira de la tela
de la tienda. Sería divertido si no fuera cuestión de vida o muerte. Algo tira de ella hacia
un lado. No, no es ella, algo tira de la tela. Oye un sonido de rasgado.
Se queda muy quieta hasta que la tela baja frente a sus ojos como la cortina de un
teatro. Se arranca el resto de encima. De repente, la tienda le da asco.
—Gracias, Nkrumah.
Ya está fuera. A un par de metros frente a ella está la curiosa roca. Cuando se le da
un golpecito, oscila. Resulta imposible volcarla. Vera camina a su alrededor. Detrás
habían montado la tienda Shultz y Dimitrenco. Encuentra una montaña de polvo negro.
Eso suena mejor que decir que se los ha comido, aunque sería más fiel a la verdad.
—Debemos darnos prisa en salir de aquí —dice Vera—. La propagación del polvo
debe estar relacionada con la luz. ¿Hay alguna forma de cargarse esas fuentes de luz?
Mira al techo. La luz llega desde la parte anterior de la sala. Pero no hay ni un foco
que puedan destruir. Saca la pistola y dispara un tiro contra nada en concreto. La bala
choca contra el techo, pero no deja huella alguna.
—No lo parece —dice Nkrumah.
—Volvamos al pasillo del que vinimos. No puede haber tanta luz por todas partes.
Frank, encárgate del Rover 1, Maurice, tú te ocupas del 2.
Mierda. Tendrán que dejar los Rover atrás y, con ello, gran parte de sus reservas de
aire. Pero para volver a pie hasta la superficie necesitan más de un día. Mierda. Esto la
va a obligar a tomar un par de decisiones desagradables.
—¿Capitana? Tengo las botas llenas de esa cosa negra —dice Crowley.
El polvo no le deja tiempo para nada. Debe decidirse ya. Ya no puede ganar, solo
minimizar daños. Tendrá que regresar con los almacenes llenos solo en una tercera
parte. Su cliente no estará muy entusiasmado, que digamos. Necesitan los Rover, al
menos uno de ellos. Las ruedas se pueden cambiar. El bastidor es metálico.
—¡Cuatro hombres al Rover 1, ya! —grita—. Tenéis que empujarlo fuera de la sala
hasta el pasillo, donde está oscuro.
Vera se mira hacia abajo. Sobre las punteras de sus botas distingue una capa negra.
Se las limpia con un trozo de tela de tienda y tira luego el trozo lejos. «Conmigo no».
Pero deben llegar hasta la oscuridad segura. Ha subestimado a sus enemigos. Pero,
¿a quién se le ocurre utilizar luz como arma? Ya nunca más podrá tumbarse al sol a
gusto. Si es que llega jamás a ver el sol de nuevo. El enemigo no entiende de bromas.
Dimitrenco y Shultz habrán muerto asfixiados. Así es la guerra. Los dos se apuntaron a
correr este riesgo y se les ha pagado por ello; y ahora han pagado por ello con sus vidas.
Así es como funciona. Tampoco ella se quejará si se muere aquí.
Entonces resbala su bota. En la entrada, la roca está limpia. Vera cae hacia delante.
No suelta las bombonas por pura cabezonería. Su casco choca contra el metal. Oye un
crujido brutal, pero el vidrio especial ha aguantado. Ha tenido suerte. ¡Esas hermosas y
valiosas bombonas! Se van rodando hasta llegar a las botas de Nkrumah, que acaba de
salir de la sombra. Pasa por encima de ella, ignorando todo lo que podría suponer su
supervivencia y se agacha para cometer el siguiente error. «¡No me toques!» desea
gritar, pero no es capaz de decir nada. Nkrumah la agarra por el brazo derecho, la
levanta y la lleva con él a la oscuridad, donde la deposita en el suelo como un trofeo.
Y solo quedan cinco. Vera los cuenta una y otra vez, aunque ya sabe que siete menos
dos, cinco. Esta mierda de polvo es realmente muy peligrosa. Es distinto ver un
experimento realizado tras un cristal de seguridad que experimentarlo en la realidad.
Por eso su función es más importante que nunca. Una sustancia tan potente, en las
manos correctas, puede revolucionar el futuro, o convertirse en un arma muy potente.
Lo que pase con el polvo es algo que decidirán otros. Su objetivo es llevar todo lo
posible a la Tierra. Una pena lo que les ha sucedido a Dimitrenco y a Shultz. Eran dos
buenos soldados y sin ellos le costará más cumplir con su objetivo. Pero la humanidad
ha hecho mayores sacrificios con motivos menos importantes.
Vera se pone en pie. No debe descansar más. Los diodos de luz en su dispositivo
multifunción brillan casi todos en verde. Solo el indicador de oxígeno está en naranja.
Pronto cambiará a rojo. Hay una oscuridad casi total, pero por si acaso se sacude para
eliminar cualquier resto de polvo. Los hombres entienden el gesto, por lo que no tiene
ni que pedirles que se pongan en marcha. Cuatro sombras se ponen de pie y ocupan sus
lugares alrededor del Rover.
Al cabo de una hora, los cuatro hombres respiran tan pesadamente que Vera ordena
hacer una pausa. Debe ahorrar recursos y eso afecta también a la tripulación.
—Sin duda. Sobre las llantas, la resistencia del Rover es demasiado grande —
responde Nkrumah.
—No podemos ir más rápido, capitana. Los hombres están ya hechos polvo.
—Bien. Pero tenemos que avanzar más rápido como sea. Ya he pensado en eso.
Podríamos descargar el Rover para que pese menos. Aunque lo estamos empujando
precisamente por la carga que lleva.
—En cuanto haya cumplido con su función, el resto le importará un comino. Por eso
he dejado la misión del maletín para el final. Pero en el fondo no nos necesita. Si nos
consideran desaparecidos, hará que suba la lanzadera y bajará ella sola para esconder el
maletín en algún sitio.
—Ese maletín…
—A ello iba, Kofi. Si dejamos el Rover atrás, avanzaremos con mayor rapidez. Cada
uno de nosotros debería llevar tanto oxígeno como sea capaz.
—Pero… los otros no aceptarán jamás algo así. ¡No arrastrarán nuestro aire para
asfixiarse luego!
—Por eso sortearemos quién tiene que darle al otro su aire. Voy a apañar las
posibilidades para que los ganadores sean los que queremos que sean.
—Creo que aún tengo suficiente autoridad. Además, solo llamará la atención hacia
el final, cuando solo quedemos tres. Y para el tercero será ya demasiado tarde.
—Yo… no sé. Es un engaño. Es injusto. ¿Por qué debo vivir yo y dejar morir a los
otros?
—¿Lo soy? He estudiado, sí. Pero Crowley es mejor haciendo flexiones y Frank
habla mejor el italiano.
—Ya sabes que qué me refiero. Los hombres te escuchan. Tienes una autoridad
natural. Aunque Crowley pueda ganarte en una pelea uno contra uno, se somete a ti.
Voluntariamente. Es un don que sería una pena desperdiciar. Los otros no son más que
carne de cañón.
Vera esperaba esa respuesta. Pero no le cree. Lo que ocurre es que no lo sabe. Todos
quieren sobrevivir.
—La elección es tuya. Con cada sorteo, es decir cada seis horas más o menos, les
daré a todos la oportunidad de entregar voluntariamente su oxígeno independiente de
cuál sea el resultado. Podrás convertirte en mártir cuando quieras. Pero no creas que los
demás te lo vayan a agradecer.
—Voy a hablar ahora con los chicos y les explicaré cómo vamos a continuar.
Sin el Rover avanzan mucho más rápido. A ese ritmo, quizá solo pierde a dos hombres.
Pero para eso tiene que ir todo sin fallo alguno.
Hombres…
Enseña a todos el programa en su dispositivo. Todos los aceptan como juez entre la
vida y la muerte, pero ninguno puede comprobar si el programa es realmente aleatorio.
—2 —dice Nkrumah.
—1 —lee—. Mierda.
Toca la pantalla. Las cifras pasan volando. Reina una gran tensión, aunque el
resultado ya está preestablecido. Al final se queda parado en un 3.
—Ufff.
Frank se queda callado. Es demasiado oscuro para ver su cara. Vera le observa. Debe
tener cuidado, ya que, en situaciones desesperadas, hay gente que se crece mucho.
Frank sigue teniendo su arma en el cinto, así que no le da la espalda en ningún
momento.
—Bien, llenemos entonces nuestras bombonas —dice ella.
Frank va de uno al otro hasta que quedan vacías todas las bombonas que llevaba
consigo. Se comporta de forma ejemplar.
Frank sigue sin abrir la boca. Mejor así. Sin decir ni mu, levanta la mano al casco, se
gira y camina de vuelta al pasillo por el que han venido.
Diez minutos después, Vera oye un gemido apagado, seguido de un silbido de aire y
luego de un silencio total.
Seis horas después, en la siguiente pausa, el estado de ánimo está muy bajo desde el
principio. Están perdiendo muchas fuerzas. El camino asciende todo el rato y avanzan
muy lentamente. Vera pecó de un exceso de optimismo. Solo dos llegarán arriba.
Crowley seguro que no, porque esta vez no saca un 6 sino un 2. En total silencio,
Vera pasa su dispositivo con el supuesto programa aleatorio ante cada uno de los
restantes hombres. Pippen y Nkrumah sacan un 3, ella misma un 4. El resultado es
evidente.
—¿Crowley?
—Sí, mi capitana, ya sé lo que tengo que hacer. Muchas gracias por habernos llevado
hasta tan lejos. Os deseo mucha suerte a todos.
El muy idiota incluso da las gracias. Pippen empieza a sollozar. Había pasado
muchos buenos ratos con Crowley. Menudo blandengue. Aun así, tienen que vigilar. A
lo mejor debería desarmar a Pippen antes del siguiente sorteo. No parece que vayan a
poder renunciar a este último paso.
—Me marcho, pues —dice—. Al menos podré descansar todo lo que me dé la gana.
Crowley la mira con agradecimiento. A veces hay que decirles a las personas lo que
quieren oír. Si Crowley se marcha sin dar problemas, Pippen, al final, tampoco los dará.
Ese hombre no llega a asumir que morirá hoy mismo. ¿Cómo se puede ser tan débil?
Vera mira a Nkrumah, que le da la espalda mirando hacia la oscuridad. Vera se imagina
lo que debe estar pensando ahora. Pero sigue comportándose bien. Lo sabía.
Última pausa, justo antes de medianoche. Han ido más rápido siendo solo tres, pero no
lo suficiente. Hay que repartirse el oxígeno de Pippen. Para eso debe perder en el
sorteo. Ahora deja que Nkrumah lo intente primero. Saca un 3. Luego ella. Saca un 5.
Pippen solo puede sacar un 1 o un 2, tal y como está programado. Así no resulta
aburrido ver cómo el azar marca el destino.
Saca un 2. El destino se defiende como puede. Pero contra una programación fija no
hay posibilidad alguna. Pippen queda eliminado. No dice nada.
«No, por favor. Has dejado morir a dos, ya no hace falta que juegues a hacerte el
héroe».
—Lo siento mucho —dice Vera—, pero aún seguimos todos en peligro. Tenemos
que hacerlo, sí o sí.
Pippen traga varias veces de forma sonora. Parece querer decir algo, pero no lo
consigue.
Pippen obedece sin decir palabra. Entonces se acerca a ella. Vera tiene que darle la
espalda. Ojalá vigile Nkrumah ahora que no haga tonterías. No ha conseguido quitarle
el arma a tiempo.
Pero no pasa nada. Su reserva de oxígeno vuelve a estar llena. Apoya la bombona
vacía contra la pared de la cueva. Pippen entrega a Nkrumah las últimas dos bombonas
llenas. Con eso seguro que alcanzan la superficie.
«Dilo ya. Me estás poniendo de los nervios. Sería una pena perderte, pero puedo
seguir el camino con Pippen».
—Ya sé lo que vas a decir —interviene Pippen—. Pero no hace falta, amigo. Eres
buena persona. El mejor de todos. Mereces sobrevivir a este viaje infernal. No me
cambiaría contigo ni aunque me lo pidieras.
Ufff, eso ha sido muy duro. Nkrumah se saldrá de sus casillas. Que otros te
consideren buena persona, justo cuando te consideras un cerdo traidor, no es nada fácil
de soportar. Hace falta mucho entrenamiento. Si Kofi lo aguanta, podrá ser su segundo
de a bordo. La conciencia, eso que nos mantiene alejados del mal, es una tela muy fina
que puede llegar a romperse cuando la carga es excesiva.
—Déjalo, compañero. No tengo suficiente oxígeno para eso. Pero da igual. No tiene
sentido que muramos todos aquí. Habéis tenido suerte y yo mala suerte; no estoy
enfadado por eso, créeme. No necesitas tener mala conciencia por ello.
Si no resultara totalmente fuera de lugar, Vera soltaría ahora una carcajada. ¡Si
Pippen supiera! Pero Nkrumah sí sabe. Nkrumah se da la vuelta. Vera da unos pasos
hacia él para ver mejor su cara. Nkrumah está sufriendo. Mueve la mandíbula como si
estuviera masticando y cierre los ojos con fuerza varias veces. Pobre Nkrumah. Un poco
de pena sí que le da. Pero es importante que supere esta fase. Si no, no podrá nunca
quitárselo de encima.
El último tramo resulta agotador. Cada uno lleva dos bombonas, una bajo cada brazo.
¿Cuánto debe faltar? Vera está llegando al final de sus fuerzas. Nkrumah va siempre
por delante, pero cuando se da cuenta de que se va quedando atrás, se para y la espera.
—Pues ha sido muy tonto. Podrías haber sido mi sucesor. La gente te escucha. Se
habrían alegrado de que ya no estuviera. ¿Sabes ya, que este encargo me supone un par
de millones?
—Podrían haber sido tuyos, Kofi. ¿No tienes familia en la que pensar?
—Un bonito sueño, esos millones. Pero no podría haberlos disfrutado. Siempre
recordaría lo que tuve que hacer para tenerlos.
—Bueno, con un par de millones se pueden hacer muchas cosas que impidan pensar
en algo en lo que uno prefiere no pensar.
—Y, en el fondo, ¿qué habrías hecho? Habrías salvado la vida a un par de hombres.
Crowley, Pippen, Strombomboli, todos ellos podrían estar con vida.
—También me lo parece a mí, Kofi. Tampoco has dicho nada cuando hemos
eliminado a los tres hombres. Con ninguno de ellos, aunque sabías que no tenían la más
ligera posibilidad.
—Sí. Me desprecio por ello —dice Nkrumah—. Con Frank no quería ser
precisamente el primero en morir. Ya sabía que debían morir tres de nosotros para que
sobrevivieran dos. Pero con Crowley… entonces ya debí decir que incluso con Frank ya
estaba compinchado contigo. Pero ya era demasiado tarde. Crowley era amigo de
Pippen. ¿Debía decirle a Pippen que Crowley pesaba sobre mi conciencia?
—Deja ya de lamentarte. Lo has hecho todo bien. Has sobrevivido. Podrás seguir
reproduciendo tus genes. ¿No es eso lo que más os interesa a los hombres? Me gustaría
invitarte a mi habitación cuando estemos en la nave. Tus genes, con mis genes… sería
una buena combinación.
¿Cómo no se le había ocurrido antes? Nkrumah tiene buena pinta. Y no tiene por
qué decirle que ya no puede tener más hijos. Los hombres están todos obsesionados en
perpetuar sus genes. Deben perseguir una idea de inmortalidad.
—Eso es una…
—¿Nkrumah?
No hay respuesta.
Pero Vera no se da la vuelta. Quiere saber qué ha hecho caer a ese hombre tan fuerte,
cuyo estado físico parece en mejores condiciones que el suyo. Eso es al menos lo que se
dice ella sola. No, no tiene nada que ver con el miedo a la soledad. En absoluto. Se trata
solo de los hechos.
Se acerca lentamente a ese fardo. En un pasillo oscuro, las cosas parecen muy
distintas a la luz de un foco. Pero no parece ser un hombre en traje espacial lo que hay
allí en el suelo. ¿No debería poder reconocer el casco? Vera se acerca de puntillas. ¿Pero
qué es esto, maldita sea? Parece una tienda de campaña hecha un zurullo.
«Para, Vera. Aquí hay algo que no cuadra». Se queda quieta y saca una linterna de la
bolsa de herramientas. Nota dentro también la pistola, que saca con la otra mano.
Armada con linterna y pistola se gira despacio a su alrededor. Su corazón late a toda
velocidad. Hasta ahora había estado muy sola, pero de repente nota a otras personas
cerca. Se siente como con los ojos vendados en un círculo formado por cientos de
enemigos silenciosos.
Dispara, sin apuntar a nada en concreto. Llega a oír el disparo hasta dentro de su
traje. El retroceso del arma es sorprendentemente fuerte. ¿Pero qué tiene eso que ver
con el dolor sordo que nota en su nuca? ¿Por qué cambia la gravedad de orientación
ahora? ¿Hay alguna oscuridad que sea más oscura que la ausencia total de luz? Tantas
preguntas. ¿Es normal esto cuando uno se muere? Vera está asombrada.
18 de mayo de 2079, Anfitrite
El golpe de Doug fue perfecto. Pudieron arrastrar a Vera hasta la sala sin que se
defendiera. Con Strombomboli no fue tan fácil. Ese hombre no paraba de intentar
liberarse. Le prometieron que sobreviviría, pero no parece creerles.
Atar a alguien con traje espacial no es tan fácil. No deben dañar el traje. Quien
hubiera dicho que tendría que aprender de nuevo a hacerlo en su vida.
Vera patalea con brazos y piernas lo mejor que puede y se revuelca de un lado al
otro. Yuri espera. Esa fase duró unos cinco minutos con cada uno de los otros. Para un
mercenario debe ser duro asumir su propia indefensión. Aunque justo antes tuviera que
estar ya muerto. Estuvieron escuchando la conversación de las cinco personas que eran
antes, desde que establecieron su campamento en la gran sala. Pero, aunque han
salvado la vida a Strombomboli, Crowley y Pippen, ninguno de ellos les ha dado las
gracias.
—No. Crowley, Pippen, Nkrumah y Strombomboli están todos detrás de ti. Los
hemos salvado después de que los enviaras a la cueva a morir.
—Chicos, si estáis oyendo esto, este tío miente. Es un asesino aficionado que quiere
robarnos la nave. Por eso quiere conseguir que os pongáis en mi contra. Pretende que
les ayudéis.
—Caramba, muy bien pensado, Vera —dice Yuri—. A estas horas ya me he enterado
de que no he matado a nadie.
—Ni hablar. Estás en nuestro poder, así que las normas las ponemos nosotros.
—He codificado las memorias de mi nave, igual que las de la Ganymed Explorer.
Sin mí no tenéis posibilidad alguna.
—Eso lo dices tú. Ya veremos luego qué hay de verdad en todo ello. Y no has
mencionado la lanzadera, así que será accesible.
Vera no responde. Así que tiene razón. Con la lanzadera podrán salir de este
planeta. Todo lo demás ya lo irán viendo sobre la marcha. Seguro que la Holandés
Errante puede controlarse a distancia. Enviarán pruebas de la peligrosidad del polvo
negro a la Tierra. Deberán creerles y traerles de vuelta.
—No, ese fue un error mío —admite Irina—. Todas estas hermosas cosas que crecen
aquí, no pretendía matarlas.
—¿Ves? eso del polvo fue una buena idea —dice Doug.
—¿Así que tú eres el famoso Doug Swartzenberg, el que busca todo el mundo? —
pregunta Vera.
—Sí, el mismo al que tú, hija de mala madre, disparó en pleno vuelo.
—Si hubiera querido matarte, no estarías aquí. Ya sabía que mi amigo Yuri te
salvaría.
—Pues bien —sigue Vera—. ¿Qué planes tenéis para cuando acabe esta fiestecilla de
reencuentro?
Crowley se queja cuando Irina le sube al Rover. Patalea un poco. Seguro que no es nada
cómodo ir tumbado en la superficie de carga con la cabeza colgando hacia abajo, pero
no hay otra forma de transportar a estos presos bien atados. Ahora le toca a Pippen.
Irina lo coloca con muy poca suavidad junto a Crowley.
—¿Podría ser que los estés tratando con especial dureza? —pregunta Yuri.
Habla por un canal bloqueado para los presos. Irina le mira y se encoge de hombros.
—Vale, pillada. Son asesinos despiadados, por lo que me resulta difícil sentir la más
mínima compasión.
Doug arranca el Rover. Ellos tienen que caminar al lado, pero a Yuri ya le está bien.
Así puede pensar mejor. El camino hasta la lanzadera está claro. El despegue no debería
ser problema alguno. Pero, ¿y luego qué? ¿Y si Vera ha dicho la verdad? ¿Por qué
debería mentir? En ese caso, no podrán controlar la Holandés Errante sin su ayuda.
Necesitarán llegar a algún tipo de acuerdo con ella. Vera insistirá en llevar el polvo
negro a la Tierra, aunque ella misma ha visto lo que ha hecho con Shultz y Dimitrenco.
Aquel fue un accidente lamentable. Doug intentó sacarlos de la tienda, pero le tomaron
por el auténtico enemigo.
No podrán alcanzar un acuerdo así con Vera. Así que esta historia acabará en
Anfitrite. Exponer a la Tierra a un peligro así queda fuera de toda posibilidad. Por
suerte, están todos de acuerdo con ello, aunque Doug ya no volverá a ver a su mujer
nunca más y todos pasarán el resto de sus vidas aquí abajo.
Aunque a lo mejor cambian las cosas. Tal vez Vera tiene otros planes que pasarse el
resto de su vida como prisionera a bordo de una nave.
Yuri levanta la mirada. Las luces traseras del Rover están algo lejos. Corre para
alcanzar a los demás. Cuando llega a ellos, el vehículo frena.
Doug ilumina hacia izquierda con su foco. Por allí sigue el pasillo. Entonces ilumina
hacia la derecha. Se ve un trozo de pared y luego otro pasillo.
—Ni idea —admite Yuri—. Tú estuviste con el Rover para quemar el polvo.
Óscar no responde.
Nada.
—¿Qué pasa? —pregunta Vera por el canal de los prisioneros—. ¿Se ha roto el
Rover?
—No, es el robot, que no responde —contesta Yuri—. ¿Hay por el camino algún
peligro que pueda haberle afectado?
—No sé a lo que te refieres. Solo quiero que mis empleados no hablen con vosotros.
Yo soy su portavoz, ¿queda claro?
—Tus reglas ya no se aplican aquí —dice Yuri—. Todos pueden hablar libremente.
¿Qué querías decirnos, Nkrumah?
—Alguien tendrá que ir a ver —dice Vera—. Será eso lo que quería decir.
Yuri suspira. No le gusta absolutamente nada. Vera sabe algo, pero no podrá sacarlo
de sus hombres a no ser que recurra a la tortura. Y no es eso lo que quiere.
—¡Óscar, responde! —dice Doug de nuevo, aunque solo hay silencio como
respuesta.
—Todas las huellas llevan por el pasillo derecho —comenta Irina—. El izquierdo
sigue virgen.
—Bien, pues iremos por ahí —expone Yuri—. Pero con cuidado. Óscar me preocupa.
—Quizás ha emprendido otra de sus escapadas en solitario —dice Irina—. Tal como
le mandan sus simulaciones.
Avanzan muy lentamente. Óscar debería estar a unos 200 metros delante de ellos.
Precisamente aquí. Pero no hay ni rastro de él. Yuri se tranquiliza un poco, pues ya
esperaba encontrarse con un cuerpo destrozado de robot. Vuelve a guardarse el arma
que le ha quitado a Crowley.
Y entonces sucede. Una tela negra cae sobre él. Es pesada e intenta arrastrarle hacia
al suelo, cada vez con mayor peso. Se hace la oscuridad a su alrededor porque la tela
cubre su foco. ¡Mierda! Yuri se defiende. Se arrastra hacia donde cree que está el Rover,
pero no llega a él.
Los demás están luchando igual que él contra esa calamidad que les ha caído
encima. ¡Ojalá Irina esté bien! Consigue sacar el cuchillo de la bolsa de herramientas y lo
clava en la tela. La hoja penetra en el material, pero no puede mover el cuchillo. No
tiene suficiente fuerza para abrirse camino cortando; la tela es demasiado resistente. Esa
red le presiona cada vez más contra el suelo y Yuri debe ceder al final. Cae de rodillas,
pero no es suficiente. La tela le presiona tanto, que se ve obligado a tumbarse de lado.
—Vaya, vaya. Pero ¿a quién tenemos aquí? —pregunta una voz femenina.
Yuri intenta moverse, pero sus brazos y piernas están atados al suelo.
Habla un inglés perfecto, sin acento alguno. Su cara es uniforme, incluso demasiado
simétrica, y en la frente se aprecia el inicio de una cabellera rubia.
—Ah, vaya, el clásico. No tienes mucha imaginación, que digamos. Por las
descripciones, tú debes de ser Yuri.
—Esperaréis un poco aquí. Tengo cosas que hacer. Luego, os subiré a todos a la nave
y volveremos a casa.
—La Holandés Errante no puede regresar a la Tierra con el polvo a bordo. No sé qué
pinta usted en todo esto, pero si impide que se destruya la Tierra, podría convertirse en
la mayor heroína de todos los tiempos.
—Eso no me importa. Solo tengo que cumplir un encargo y meter este maletín… es
igual.
—Pero el polvo negro es increíblemente peligroso. No debe llegarlo a la Tierra
jamás. En manos de las grandes empresas…
Yevgeniya se levanta y mira a su alrededor otra vez. Coge el maletín que tiene a su
lado y se introduce en el pasillo por el que han llegado.
El tiempo transcurre muy lentamente. Yuri apenas puede mover un poco los dedos de
manos y pies. Siente pinchazos y rascadas por todas partes, pero no hay manera de
evitarlos. Ojalá Yevgeniya no tenga intención de dejarles morir así a todos. ¡Pero ha
prometido llevarlos con ella en la nave!
Yuri va alternando los canales de radio. Por suerte, aún puede mover la barbilla. En
la frecuencia de los prisioneros está hablando Vera.
—Nos ha dejado simplemente bajo la red de captura —dice Vera—. ¡La muy
desgraciada! Debería haberme liberado antes de…
—Ja, supongo que también eres un obstáculo para ella —dice Yuri—. No parece
tener sentido del humor. ¿Tienes alguna idea de lo que lleva en ese maletín?
—Ni la más remota. Solo sé que tiene que dejar su contenido en algún sitio por aquí.
—¿Será que no has tratado su misión con la suficiente prioridad?
—Naturalmente que he cumplido con el objetivo por el que vinimos aquí, y ese era
el mío.
Ojalá siga eso igual. Si Vera y su tripulación son también prisioneros, solo tiene que
ocuparse de un enemigo. Pero este enemigo parece tener muy malas pulgas y una
actitud muy profesional. La posibilidad de que Yevgeniya le libere de las ataduras debe
ser ínfima.
Yuri se asusta porque aparece encima de él como un fantasma. Libera un poco sus
piernas. Pero Yuri se alegra demasiado pronto, ya que lo vuelve a atar de inmediato con
una cuerda. Cuando ha acabado con él ya no puede moverse con mayor libertad que
bajo la red de captura. Yevgeniya lo pone de pie y lo coloca sobre el Rover, justo al lado
de Crowley.
—Hola, Crowley.
Crowley ruge como un oso salvaje. No es muy agradable colgar cabeza abajo. Y peor
se le pone la cosa cuando Yevgeniya le carga un bulto más sobre su espalda.
—Yuri.
—Y yo —balbucea Crowley.
El viaje hasta la lanzadera transcurre agradablemente rápido. Lo sabe, porque cada dos
minutos Doug lee la hora en su propio dispositivo multifunción. Solo tardan 33
minutos. Así que Yevgeniya les ha pillado ya muy cerca de su destino. Menudo fastidio.
Cada cinco minutos, Vera protesta por seguir estando atada.
Una vez en la nave, distribuye a los prisioneros por las distintas cabinas. Es lo que
Yuri supone, pues aterriza atado en una cabina con cama y armario. Solo aquí le libera
de las ataduras de brazos, piernas y cuerpo, por lo que al fin puede quitarse el traje
espacial. Pero para entonces, Yevgeniya ya ha salido y cerrado la puerta.
19 de mayo de 2079, la Holandés Errante
Doug está desesperado, pues parece que van a regresar sin Kiska. No ha podido
convencer ni a Yevgeniya ni a Vera de que le dejen recoger la gata de la Ganymed
Explorer.
Pero Yuri también lamenta una pérdida. Óscar no ha vuelto a aparecer. Yevgeniya
dice que no se ha cruzado con ningún robot. ¿Lo habrá destruido? Yuri no cree que sea
capaz. Óscar la habrá visto y seguro que se ha escapado. Pero, ¿por qué no les ha
avisado? Es todo un misterio. Y ahora, el pobre robotito se quedará para siempre solo
en Anfitrite. Volará con él por el espacio interestelar, explorando la Vía Láctea… Tal vez
es algo que Óscar siempre ha deseado.
Yuri suspira. Una mierda de final para una historia llena de cagadas, diría Doug.
Solo pérdidas y un planeta con un futuro incierto. Todo esto no es más que un desastre
descomunal.
Yuri se abrocha el cinturón que le sujeta a la cama. Mejor ir a lo seguro. Cuenta los
segundos restantes en silencio. A partir de ‘diez’, los números los canta también el
altavoz.
—Tres, dos, uno, ignición.
Espera esa fuerza que le agarrará panza y pecho para empujarlos contra el colchón,
pero no pasa nada.
—¿Todo? ¿Cómo puede ser eso? ¿Por qué nos damos cuenta ahora?
Yuri se sienta en el borde de la cama. Está algo mareado. Seguro que es porque el
anillo de las cabinas vuelve a girar. La fase de aceleración siempre es muy
desagradable. Para el arranque se había parado el anillo. Busca bajo la cama con los
pies. Ahí está el traje espacial. Lo saca con cuidado y se lo pone. Por fin algo de
movimiento.
Pasan flotando por la sección de la nave que conecta tanques y propulsores. Consta,
sobre todo, de riostras metálicas, cables y mangueras. Los cables brillan en un tono
cobrizo, mientras que las mangueras y tubos son mates. Las riostras tienen el mismo
aspecto que siempre.
Tampoco tenía esa intención. Su guante está también aislado, pero ante ocho
amperios mejor no probar nada.
—Sí, es espantoso.
Nkrumah se aparta y flota hacia una riostra. Golpea con el martillo y el material se
rompe de inmediato. La riostra, que debía soportar la carga del despegue de una nave
espacial, falla al más ligero golpecito.
—No se han construido para eso —dice Nkrumah—. Los cables siguen pasando
corriente sin aislamiento. Mientras no haya sobrecarga mecánica, los tubos y riostras
también aguantan. Pero si la nave intenta despegar, se rompe en pedazos.
—O si recibe carga de otra forma.
—¿Otra forma?
—La Holandés Errante es siniestro total, solo que la nave no lo sabe. Esto no le va a
gustar nada a Vera —dice Yuri.
Y así es. Yuri se alegra mucho, está hasta entusiasmado. El polvo ha conseguido lo
que él mismo no ha podido hacer. Ha convertido la orgullosa nave de Vera en un pecio.
Sus cartas parecen haber mejorado mucho.
—No, el polvo se queda aquí. Ya podrás venir a recoger la Holandés Errante más
tarde.
—No me tomes el pelo. La Holandés está muerta. Habrá caído en Anfitrite antes de
que podamos volver. Y entonces, el planeta abandonará el sistema solar.
—Pues mucho mejor, Vera. Ese polvo negro no debe llegar jamás a la Tierra. ¿Es que
no ves lo que le ha hecho a la Holandés Errante? Con eso no llegaríamos jamás a la
Tierra, porque antes nos habría destrozado la nave.
—Ya, pero la contraseña para acceder al ordenador solo la tengo yo —dice Yuri—.
Meltem me la dio y no la conoce nadie más. Puedes codificar la memoria, si quieres,
pero no arrancar los motores. Y solo daré la orden, cuando no haya ni un milígramo de
ese polvo a bordo.
Vera no responde. Debe ser una decisión difícil para ella. Pero, ¿qué saca ella de
quedarse todos en la órbita de Anfitrite? Su única posibilidad es regresar con la
suficiente rapidez. A ver quién es capaz de interponerse en ello.
Se acerca el casco que tiene flotando al lado del asiento y se lo pone. Entonces dice
algo que Yuri no entiende. Parece esperar. Sus dedos tamborilean sobre el apoyabrazos.
Al final sonríe.
La lanzadera está llena de gente contenta. A Vera se le nota la alegría por haberlo
conseguido, aunque aún tienen que trasladar el polvo de una nave a la otra. Pero como
está dentro de sus propios contenedores, solo hay que traerlos, meterlos en la Ganymed
Explorer y anclarlos al suelo. Los mercenarios se alegran de estar de camino a casa.
Hasta Doug sonríe. Yuri le mira enfadado.
—No me lo tomes a mal, amigo, pero es que tenía mucho miedo por Kiska.
—No, no te lo tomo a mal —dice Yuri y le golpea en la espalda.
—No, no lo hice.
Mierda, estaban hablando por una frecuencia abierta. Yuri se pone de puntilla para
ver dónde está Yevgeniya, pero no la reconoce. Todos van en trajes espaciales y la
mayoría le da la espalda. Pero es evidente que está a bordo. Es el último transporte. La
lanzadera ha recorrido la distancia entre las naves ya dos veces con la carga.
Y luego fueron ellos los que estaban demasiado seguros de sí mismos. Deberían
haberse parado de inmediato cuando se interrumpió el contacto con Óscar. Tal vez
podrían haber detectado la trampa a tiempo.
—En ese caso, mejor que no toque mi maletín. No le sentaría nada bien. Aunque el
dispositivo está naturalmente asegurado.
20 de mayo de 2079, Ganymed Explorer
El científico no reacciona a sus halagos. Desde que vuelve a estar al mando a bordo,
ha cambiado de forma notoria. Tendrá que darle algún tiempo. Ha tomado sus
decisiones y han sido contrarias a sus convencimientos hasta la fecha. Ya se
acostumbrará con el tiempo. Lo que ha hecho calará como ácido en su conciencia y lo
cambiará. Ya no se verá como un caballero blanco, sino más bien gris, o negro. Le
resultará más fácil tomar decisiones difíciles y eso le hará más fuerte para seguir el
camino correcto.
Al menos, así fue como le pasó a ella. Claro que hubo un tiempo en el que creía en la
justicia, en la honestidad y mamarrachadas como esas. No le aportaron nada más que
derrotas. Hasta que Anastasia se hizo cargo de ella, su mentora. Al principio aun veía
despotismo y abuso del poder. Nkrumah seguro que también lo ve, todavía. Pero
Anastasia la enseñó que el único abuso de poder está en no utilizar el poder.
Es hora de volver a casa. No ha logrado el éxito al cien por cien. No todos los
almacenes van llenos de polvo. Pero cuando Anfitrite abandone el sistema solar, ese
poco polvo negro será mucho más valioso. Sus clientes estarán satisfechos.
¿Qué ha sido eso? Una mancha negra se mueve por el rabillo del ojo y la distrae. ¡Ese
gato otra vez! El animal consigue darle unos sustos tremendos cada dos por tres. Tiene
que recordarle a Doug que la encierre en su cabina.
—Por lo demás, deseo que tengamos un buen viaje de regreso. Seis meses más de
disciplina, seguro que podremos lograrlo. Gracias por vuestra atención. Ahora todos a
vuestros puestos para iniciar el arranque de los motores.
En la pantalla puede ver cómo se apartan de la Holandés Errante los tanques vacíos.
Seguirán durante un tiempo como lunas artificiales alrededor de Anfitrite. Aún no han
alcanzado la distancia de seguridad suficiente, por lo que el borde de la pantalla sigue
en rojo.
—¡Ahora!
—Usuario desconocido.
Vera pasa a nivel de sistema operativo. Con una breve orden, lista los nombres de
usuarios con autorización para el arranque. La lista es muy breve. No hay ninguna
«Kalila», solo una «Miraloğlu». Su propia cuenta puede administrar la nave, pero no
iniciar el arranque de motores. Pero si en el viaje de ida funcionó, ¿no? ¿Por qué le
faltan ahora los derechos?
—El inicio del viaje a la Tierra debe esperar un poco más. Que el gilipollas que me
ha robado la autorización para el arranque se presente de inmediato ante mí para iniciar
negociaciones.
¿Qué acaba de decir Vera? Yuri se suelta el cinturón, salta de la cama y vuela como loco
por su cabina. Alguien debe haber contrarrestado su error. La habían fastidiado de lo
lindo. Tuvieron muchas semanas para cancelar los derechos de acceso de Vera. Ayer
mismo discutió por ello con Doug. Para ese es fácil decirlo, ya que es el único que no
tiene culpa alguna de su error.
Alguien llama a su puerta. Debe ser Irina. Abre la puerta con intención de abrazarla,
pero no hay nadie allí. Entonces aparece de repente el brazo de Óscar que casi de la un
bofetón en la cara. El robot cuelga del techo y estira su brazo desde allí.
Yuri se aparta. Óscar se cuela hábilmente por el marco y Yuri cierra a puerta.
—¿De dónde sales tú? —pregunta Yuri—. Pensábamos que ya te habíamos perdido.
—Vi la trampa que os había montado Yevgeniya, por lo que me largué antes de que
me descubriera.
—No viste sus preparativos, Yuri. No teníais posibilidad alguna ahí abajo, aunque
os hubiera avisado. Según mis simulaciones, lo más prometedor para tener éxito era
esconderme y esperar a una oportunidad mejor.
—¿Cómo podía? Ni siquiera sabía que estaba en la nave. Pero da igual, ¿tienes algo
que ver con los códigos de acceso?
—Claro que sí, Yuri. Volé a la Ganymed Explorer con nuestra lanzadera. Mi primera
idea fue embestir la Holandés Errante con nuestra nave cuando arrancara. Pero
entonces me di cuenta de que la memoria estaba codificada. Al buscar las contraseñas
de acceso necesarias me encontré con la autorización especial de Vera, del viaje de ida.
—No, es imposible. Por suerte, tenía los datos de Meltem. Así, al menos, pude
cambiar el nivel de autorización de Vera.
—Sí. Tienes que reiniciarme del todo y limpiar a fondo mi memoria. Así no podrá
encontrar nada.
—Pues que seré como nuevo, con valores por defecto de fábrica, y no podré
acordarme de nada.
—Pues mejor todavía. Así puedo comparar las versiones de Irina con las tuyas. Pero
hay un problema.
—¿Sí?
—No debes olvidar los datos de acceso de Meltem bajo ningún concepto.
—Su contraseña es una frase aleatoria compuesta por ocho palabras turcas.
—Vaya. ¿Cuál es? —pregunta Yuri.
—Ekim iki kaç akciğer pembe ödemek çirkin öpücük —dice Óscar.
—No, Ekim iki kaç. Tienes que escribir las palabras exactamente así, como se escriben,
con todos los caracteres Unicode. Te lo voy a deletrear.
—Ekim iki kaç akciğer pembe ödemek çirkin öpucük —lo intenta de nuevo.
—Mal, ekim iki kaç akciğer pembe ödemek çirkin öpücük —le corrige Óscar.
Óscar está sobre la cama con la carcasa abierta y Yuri está frente a él de rodillas.
Le habría gustado tener a Irina consigo aquí ahora. Seguro que le gustaría poder
despedirse. Pero Óscar tiene razón: no deben llamar la atención de ninguna forma.
—Gracias, eso me alegra y me honra mucho. Tampoco estaré demasiado tiempo
lejos.
—¿Estás seguro? Tenía la sensación de que habrías crecido mucho más allá de tu
programación inicial.
—No, Óscar. Seguro que aspiras de maravilla. Aunque no te he visto aspirar jamás.
—Es que mis cualidades podían aplicarse a otras cosas con mayor eficiencia. La
eficiencia es importante.
—A eso me refiero. Te fabricaron como aspiradora. Así que aspirar debería ser tu
función más importante.
—En el transcurso de la evolución has llegado al punto en que puedes dar tus genes
con lo mejor posible. Pero aun así, el sexo no es lo más importante para ti.
—Sí, mejor. Ahora aprieta los dos botones que te he mostrado y suéltalos solo
cuando los dos LED parpadeen en verde.
—De acuerdo.
—Perfecto, Yuri. Con eso conseguirás que cualquier mujer turca pueda reproducir
tus genes.
—No, era broma. La frase no significa nada. Mis simulaciones dicen que un poco de
broma suaviza los nervios.
—¿Contraseña?
—Ekim iki kaç akciğer pembe ödemek çirkin öpücük.
Yuri presiona los dos botones a la vez. Esa maldita frase que garantizará la
supervivencia de la humanidad ya solo se encuentra en su cabeza. Todo dependerá de
él. Óscar pita de forma lamentosa. El pobre ha sacrificado su alma por un fin que no es,
en absoluto, el suyo. Como robot aspiradora le importará una mierda lo que le pase a la
Tierra. El primer LED pasa a verde, luego el otro. Yuri suelta los botones. Óscar pita
otra vez más, estira un brazo y lo agita.
Tamborilea con los dedos sobre el respaldo de su asiento. Yuri ha ido a buscarla a su
cabina.
—Pensé más bien que sería cosa de Irina. ¿Por qué no lo dijiste enseguida?
—Quería que fuera una sorpresa —responde Yuri—. Que disfrutaras como supuesta
gran ganadora y luego…
—Y luego la reina lo decapitó —dice Vera—. Tienes suerte de que sea poco irascible.
—Yo no estaría tan segura. Me vas a proponer no sé qué trato. Pero dudo mucho de
que con él vaya a llegar el polvo a la Tierra. Así que mi encargo se puede considerar sí o
sí fracasado y podría ahora mismo tirarte por la esclusa al vacío.
Era evidente que no resultaría nada fácil. A lo mejor sí que debería habérselo
contado a Irina, en lugar de protegerla tanto.
—Tienes razón. No incluye para nada llevar los contenedores a la Tierra. No podrás
cumplir con esta parte del encargo. Pero, al menos, podrás devolver la Ganymed
Explorer. ¿No trabajabas para la aseguradora?
—No tienes ni idea. ¡El polvo es mil veces más valioso que esta nave! Y por ello
hasta he perdido a mi propia nave, la Holandés Errante.
—Eso solo demuestra lo peligroso que es ese maldito polvo negro. ¡El mundo te lo
agradecerá, Vera!
—Puede que nunca lo sepamos. Así que ¿hay trato? Regresamos a la Tierra sin el
polvo. Olvidamos el intento de asesinato de Doug. Si quieres, hasta alabaré con mis
mejores palabras tu conciencia y responsabilidad por no traer a la Tierra el polvo negro.
Vera se ríe.
—Mejor así. ¡Tu fama no se verá dañada en tus círculos, pero la humanidad te
querrá mucho! Ya verás, es una sensación bonita ser buena persona.
—La sensación me importa una mierda. Solo espero que salga a cuenta, pues mi
fama en mis círculos, como tú los llamas, empeorará mucho. He fracasado con la parte
más importante de este encargo, y eso es algo que no me perdonarán.
—No me queda elección. Sería tonta si prefiriera quedarme el resto de mi vida aquí,
en órbita. Por ahora no parece que haya una nave de carga que pueda llegar a Anfitrite
a tiempo.
—Muy inteligente por tu parte, Vera. Tu papel en esta misión brillará bajo la mejor
de las luces.
—Despacio, Yuri. Primero tienes que cumplir con tu parte del acuerdo y hacer que la
nave se mueva. Espero que no haya sido todo un farol.
Se desplaza con Vera por los pasillos de la Ganymed Explorer. Vera ha insistido en ello.
A Yuri le habría gustado contárselo primero a Irina, pero ahora ya es demasiado tarde.
Se encuentra con ella en la central. Ella le mira interrogativa cuando mete la cabeza por
la compuerta. La mirada de Irina es escéptica cuando, además, entra Vera detrás de él.
—Silencio, por favor —dice Vera—. Yuri afirma que es capaz de dar la autorización
para el arranque de motores de la Ganymed Explorer.
—Ya está.
—Y aquí puedes verlo —dice Verra, girando la pantalla hacia un lado para
comprobar cómo varios contenedores flotan por el espacio.
—Deberías partir del hecho de que eso es una falsificación —indica Irina.
—No había tiempo para eso. ¡Acabo de hacerle la propuesta hace un momento! —
replica Yuri.
Sin más, Vera gira la pantalla de nuevo. Una elipse larga enlaza Anfitrite con la
Tierra.
—Lo siento, pero cualquier cambio en los derechos solo puede realizarse tras
introducir la autorización de arranque —dice la nave.
Yuri mira a Irina. Tiene los brazos cruzados y no le devuelve la mirada. «Tú te lo
guisas, tú te lo comes», quiere decir con ese gesto. ¿Pero cómo podría habérselo dicho?
Por suerte Óscar podrá confirmar su historia. No, no puede. Mierda.
Claro que no. Yuri introduce primero el nombre de Meltem. Entonces, parpadea el
cursor pidiéndole la contraseña. Se pone de manera que nadie pueda ver lo que está
escribiendo.
—Por favor, apártense un momento —dice una voz que le resulta conocida—. Tengo
que pasar la aspiradora por aquí.
Un dedo metálico le pincha en el muslo hasta que levanta los pies. Por suerte, en la
ingravidez no resulta nada difícil.
—¿Es este Óscar? ¿Qué le ha pasado? —pregunta Irina—. ¿Has sido tú, Vera?
—Yo no tengo nada que ver con eso —afirma Vera.
¿Qué más seguía? La pantalla solo muestra asteriscos. La última palabra que
introdujo debió ser ödemek ¿O era akciğer? Cuenta los asteriscos y llega hasta 20.
Entonces era akciğer. Sigue con pembe.
No, debe ser «öpücük». Borra los últimos cuatro caracteres y los introduce de nuevo.
Vuelve a quedarse paralizado sobre la tecla de confirmación. «Atrévete, Yuri», diría
Óscar ahora. Qué va, citaría algo de sus simuladores. Yuri pulsa la tecla y el ordenador
confirma la contraseña.
En ese mismo momento se nota el inicio de una vibración por la nave. Le sube a Yuri
por la columna hasta la cabeza. Busca rápido un asiento y se ata. ¡Alto!
Algo tira de su cinturón. Yuri mira hacia abajo. Cuatro dedos se han agarrado a una trabilla. De
ellos cuelga un largo brazo. El robot de limpieza se desplaza atravesando toda la central,
utilizando literalmente cualquier cosa donde agarrarse. Yuri señala hacia el aparato.
—Es un simple robot de limpieza —dice Meltem—. El modelo se llama Óscar, no sé más.
Seguramente ya estaba a bordo cuando asumí el mando de la nave. Es probable que sea un extra
gratuito del fabricante RB para la ESA. El robotito se descuelga constantemente por toda la nave
y lo mantiene todo bien limpio.
—En esta escena informo de nuestro primer encuentro —explica Óscar—. ¿No te
gusta?
—¡Pero si fui yo quien te descubrió primero! —dice Irina—. Enseguida pensé: ¡Pero
qué robot aspiradora más mono!
—Lo habrá sido una vez hayamos llegado a la Tierra —dice Irina.
—Has vivido una. Estabas allí, Óscar. De hecho, has sido un componente vital para
conseguir que todo saliera bien —dice Yuri.
—Puedes intentar participar en otro viaje espacial —dice Irina—. Si quieres, hablo
con Yekaterina. Seguro que RB puede necesitar un robot aspiradora inteligente.
—Nos quedaremos en la Tierra. No creo que vuelva a tener ganas de salir al espacio
en mucho tiempo —dice Yuri.
—Lo éramos, Óscar, lo éramos —indica Irina—. Pero ya hablaremos de ello mañana.
—Vale —responde Óscar, que repliega su brazo y se mete rodando bajo la cama de
Yuri.
—Ejem, no. Te agradecería que abandonaras la cabina hasta mañana —dice Irina—.
Necesitamos un poco de tiempo para nosotros.
6 de enero de 2080, Kentucky
Al fin. El portón de madera, de hecho es solo una traviesa de madera y está abierto.
Doug conduce hasta el garaje de chapa metálica. Mañana tendrán que devolver el coche
de una forma u otra a Louisville. Doug se pone el gorro de lana y se baja del coche. El
viento intenta quitárselo a base de ráfagas traicioneras. Da la vuelta al coche, abre la
puerta del acompañante, saca el transportín de la gata, y se dirige a la casa. El viento
aúlla su frustración por no haber podido arrancarle el gorro. María ha adecentado un
jardincito frente a la casa, pero en invierno solo pueden verse los arbustos algo más
altos.
Dos horas después se dan cuenta de que Kiska sigue dentro de su jaula. María se pone
el camisón. En el dormitorio hace frío, pero no se ha dado cuenta hasta ahora. Doug va
hacia el salón en calzoncillos. La gata maúlla brevemente, pero no parece estar enfadada
por haberla dejado olvidada. Doug le abre la puertecilla y Kiska se deja sacar sin
protestar. Se la lleva al dormitorio.
Doug le pone la gata sobre los muslos. Kiska se estira y se pone cómoda mientas
María habla con ella en voz baja, sin parar de acariciarla.
—En el salón hay algo para ti, junto al fregadero —dice María.
—Precisamente eso es lo que hace que me resulte tan atractivo. Me gusta viajar solo.
—Si no quisiera realmente estar tan solo, podría ofrecerle un androide HDS del
taller de uno de nuestros colaboradores. Los modelos HDS se pueden desconectar en
cualquier momento.
¿Y ahora qué pasa? ¿Por qué empieza valentina a hablar de un robot HDS? ¡Tiene
que recomendarle a él!
—¿HDS?
—Hogar, Defensa, Sexo. El androide puede realizar cualquier tarea y a simple vista
no se distingue de una mujer de carne y hueso.
Nick se pone como un tomate. Con esta oferta solo podría decir que sí. En principio.
—Como quiera. ¿Quiere que haga entrar de nuevo a Katharina? Para echarle un
vistazo, solo.
—¿No tendrá por casualidad un robot de limpieza para que me acompañe durante
el viaje? Reconozco que las labores domésticas no son mi fuerte. No debería ser
antropomorfo.
¡Esa es su oportunidad! Valentina hace como si buscara algo a su alrededor, se
levanta y va hacia una esquina de la habitación. Se agacha, abre la puerta y saca a Óscar.
Pulsa un par de botones, pero no pasa nada.
—Le presento a Óscar —dice ella y le entrega Nick ese aparato—. Es un robot de
tareas domésticas, que limpia y quita el polvo.
Nick pulsa un par de botones en el lado superior del disco, pero tampoco pasa nada.
Gira el robot y ve que debajo hay cuatro ruedas que pueden girar 360 grados.
—Tendrá que enchufarlo durante un rato a una toma estándar de corriente. Se habrá
descargado durante la noche. Ayer mismo aún estaba dando vueltas por aquí.
—Óscar posee un elemento mecánico muy versátil y robusto que puede extraer del
disco cuando hace falta. No lo subestime. No tiene una aplicación tan universal como
un modelo HDS, pero podría muy bien hacer caer a un atacante.
—No, llamaría demasiado la atención sobre nosotros. Nos vemos dentro de cuatro
años, cuando le transfiera el resto de su remuneración. ¡Suerte!
—Gracias, Valentina.
Óscar ya ha oído suficiente. Sigue haciendo como si no tuviera energía, pero sus
simuladores están analizando el futuro a fondo. Irá con ese Nick a Tritón, la luna de
Neptuno; nunca antes habrá llegado una aspiradora tan lejos. El encargo parece claro:
ir, reparar IA, reiniciar láser, volver. Pero el demonio se esconde en los detalles. Seguro
que será la gran aventura que tanto tiempo lleva deseando. Ha valido la pena esperar.
Yevgeniya realmente no prometió demasiado en su día.
Nota del autor
Cuando empecé a escribir «Anfitrite» me imaginé que sería solo una novela, más o
menos como «Desastre en Tritón» o «La Fuente Oscura». Solo que esta vez, el destino de
la expedición tenía que ser el legendario «Noveno planeta». Entonces me llegó un guion
para un tráiler de vídeo donde vi por primera vez las montañas en forma de serpiente,
las Serpentes. El tráiler, si no lo han visto ya, lo encontrarán aquí:
Por ello, Anfitrite empieza con un asesinato y con una tripulación que se crea forzada
por la circunstancias y que debe exiliarse sin preparación alguna. La larga estancia en el
planeta resultó inevitable, lo que permitió descubrir todos los secretos del planeta. Y
todo esto, evidentemente, ya no cabía en un único volumen. ¡Espero que se hayan
entretenido mucho con esta algo larga aventura! Publicarla como trilogía tiene también
la ventaja de permitirles empezar a leer, mientras yo aún estoy escribiendo.
Como siempre, seguro que este no ha sido su último encuentro con personas que
representan lo bueno y lo malo. La gran aventura que Óscar vive con Nick ya la habrán
leído en Desastre en Tritón. Vera también podría volver a aparecer, al igual que la
tripulación de la Ganymed Explorer. Y el misterioso maletín que se ha quedado en
Anfitrite también merece que salga en algún otro momento. Es un elemento vital de una
de mis siguientes novelas, cuyo título de trabajo es Andrómeda. ¿Se les ocurre qué podría
haber dentro de ese maletín para desempeñar un papel en este próximo libro? En caso
afirmativo, no duden en enviármela. ¡Me encantará leer lo que se imaginan! Cuando
estén leyendo esto, ya habré empezado a escribir este nuevo libro.
Las valoraciones de los lectores son uno de los factores más importantes para que
muchos otros lectores encuentren este libro en la tienda. Y siempre me gusta ver cómo
mis lectores valoran mis obras. Tengo la inmensa suerte de tener lectores como usted.
No se sonroje, el cumplido es merecido.
Brandon Q. Morris
BRANDON Q. MORRIS, seudónimo de Matthias Matting (Leuckenwalde, extinta
República Democrática Alemana, 28-8-1966) es físico y especialista espacial. Durante
mucho tiempo se ha preocupado por los problemas espaciales, tanto a nivel profesional
como privado, y aunque quería convertirse en astronauta, tuvo que quedarse en la
Tierra por una variedad de razones. Está particularmente fascinado por el «qué pasaría
si» y, a través de sus libros, pretende compartir historias convincentes de ciencia ficción
que podrían suceder y que algún día pueden suceder.
Morris es autor de varias novelas de ciencia ficción, que son best-sellers a nivel
internacional.