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No es un objeto celeste normal. Es Anfitrite, el planeta negro.

Los astrónomos llevan ya muchos años buscando un planeta que suponen más allá de
la órbita de Neptuno. De vez en cuando descubren indicios, pero la prueba concluyente,
su observación, siempre fracasa.

Los cuatro astronautas a bordo de la Ganymed Explorer no van en busca de fama


científica. Solo necesitan un lugar seguro donde esconderse y, puestos a elegir, lo más
lejos posible de la civilización. Que precisamente descubran un planeta hasta ahora
desconocido, les va de perlas. Aterrizan en el con curiosidad y una buena dosis de
alegría exploradora. No se les ocurre tener miedo, pues todavía no saben la naturaleza
de lo que han encontrado: Anfitrite no es un cuerpo celeste normal. Es el noveno
planeta negro.
Brandon Q. Morris
Anfitrite: El planeta negro

Hard Science Fiction

Anfitrite - 1
La huida
12 de enero de 2078, Héctor

—Lánzame la cuerda —grita Grigori.

Yuri duda. Lleva una viga de acero de 20 metros de largo sobre el hombro. Irina
aguanta el extremo opuesto. Frente a ellos, se encuentra el abismo que separa las dos
mitades con forma de huevo que tiene ese asteroide. En algún lugar al fondo, quizás a
unos 500 metros, la presión de la colisión unió hace varios millones de años a esos dos
desiguales asteroides que, ahora, parecen huevos siameses.

—¡Pero venga, decídete! —grita Grigori de nuevo—. No seas tan gallina.

¿Gallina? Ni de coña. Su compañero lo tiene fácil. Ya está en el lado opuesto del


precipicio y lleva solo la mochila con las herramientas. La gravedad es tan baja que la
viga no pesa casi nada, pero la inercia de su masa sigue allí. Moverla, sin pensárselo
bien antes, podría resultar mortal.

Yuri se gira. La luz de su casco recorre el brillante acero hasta que ilumina a otra
persona embutida en su traje espacial. Es su colega Irina.

—¿Irina?

—¿Sí? —responde la chica.

—Si saltamos los dos al mismo tiempo, deberíamos conseguirlo.

—Pero si no aplicamos la suficiente energía, caerás por el precipicio con la viga.

Es una buena objeción.

—Por eso quiero que me lance la cuerda. Entonces le sacaré de ahí —interviene
Grigori.
No debería haber hablado con Irina en la frecuencia de radio general. Grigori es
bueno en todo lo que hace, pero también demasiado megalómano. Es un milagro que
siga vivo, aunque algunos piensan que es gracias a su maravilloso ingenio.

—¿Y la viga qué, so genio? —pregunta Yuri—. Chen nos arranca la cabeza si la
perdemos.

—Tengo una idea —dice Irina.

—¿Qué se te ha ocurrido? —le pregunta Yuri.

—Utilizaré la válvula del depósito de oxígeno como motor adicional.

—¿Quieres colgarte de la viga y acelerarla con tus reservas de aire?

—Podría funcionar, Yuri.

—Pero correrías el peligro de quedarte sin aire.

—Ya no faltará mucho hasta el lugar de montaje cuando hayamos cruzado; y el


paseo de vuelta será cosa de niños sin este cacho viga.

—Pero aún la tenemos que soldar.

—No me necesitáis para eso.

—No sé, Irina. Me parece demasiado arriesgado.

—Déjala que lo haga —exclama Grigori—. Ella no es tan gallina como tú. Si
seguimos discutiendo aquí, se nos acabará el aire.

—¡Cállate ya, Grigori! ¡Nadie te ha pedido tu opinión!

—No le hagas caso —dice Irina—. Mejor escúchame a mí. Mi plan funcionará.

—Está bien —contesta Yuri.

—Tres, dos, uno —cuenta Irina por radio—. ¡Ya!


Yuri sujeta la viga y se pone en movimiento. Sus pies propulsan hacia los lados
polvo y hielo del suelo del asteroide. Le gustaría poder correr, pero el pesado acero se lo
impide. Ya se acerca al abismo, pero sigue moviéndose como a cámara lenta. ¡Ahora…
tiene… que… saltar!

Yuri flota. La luz de su casco lame las escarpadas laderas del precipicio. Ni siquiera
llega a iluminar el fondo. Mejor así. Ahora depende totalmente de Irina. La oye resoplar
por la radio. Sigue corriendo y, al mismo tiempo, suelta el valioso oxígeno de su
bombona hacia el vacío sobre la oscura superficie del asteroide.

Parece que el tiempo se ha detenido. Nunca había anhelado tanto alcanzar el lado
opuesto de esa zanja. La ha cruzado ya varias veces, aunque sin cargas pesadas. Pero
ahora puede ver con sus propios ojos por qué Chen ha obtenido la licencia para explotar
ese asteroide, a pesar de hallarse tan lejos de la Tierra. Y es que las dos mitades que
conforman ese alargado asteroide llamado Héctor son tan diferentes como pueden
llegar a serlo dos cuerpos celestes de ese tipo. La parte en la que se encuentra la base de
operaciones es una típica bola de nieve sucia, solo hielo y roca. Pero la otra, hacia la que
flota ahora a velocidad de cámara lenta, tiene un núcleo de metal que representa casi la
totalidad de su masa. En la pared del abismo se puede ver claramente la estructura,
pues allí apenas se ha acumulado el omnipresente polvo del resto de la superficie.

—¡Cuidado, Yuri!

La advertencia de Irina le llega justo a tiempo. La pared de enfrente se le viene


encima. Al parecer, la viga ha vuelto a tomar algo de impulso, pero debe haber
apuntado muy mal, pues chocará contra la pared del precipicio demasiado abajo.
Grigori debe estar esperándole unos ocho metros más arriba. ¡La pared! Yuri estira
brazos y piernas para amortiguar el golpe, con la esperanza de que la viga no haga
tonterías. ¡Colisión! Toca la pared con las manos y las rodillas, donde su traje tiene más
refuerzos. Un breve dolor le recorre la cadera. Yuri quiere agarrarse, pero la pared es
demasiado lisa y rebota hacia atrás.

—¡Grigori, la cuerda! —grita.

Si no logra agarrarse a la cuerda, caerá por el precipicio. Mira hacia arriba, pero ni
rastro de su colega.

—¡Cuidado con la viga! —le grita Irina.


¿Dónde está? La oscuridad no le permite ver ese peligroso monstruo de metal. Gira
frenéticamente la cabeza de un lado al otro hasta que el haz de luz de su casco alcanza
la viga. ¡Ha tenido suerte! La pared ha desviado el peligro hacia arriba. La enorme
inercia de esa pesada pieza de metal ha jugado en su favor.

—Ya la cojo yo —dice Grigori.

¿Qué pretende hacer? ¡Si Grigori no llega a la viga! ¡Que le lance ya la cuerda!

—¡Joder, tío, que necesito la cuerda…! ¡Ahora!

—¡Espera un segundo! —le responde Grigori—. Si perdemos la viga, Chen los


arrancará la cabeza. Tú mismo lo dijiste.

—¡Pero me estoy cayendo, gilipollas!

Y realmente empieza a caerse. Mierda. No debería haberse dejado convencer.


Deberían haber buscado otra forma de pasar la viga al otro lado del precipicio. La
gravedad de Héctor es débil, pero suficiente como para arrastrarle. Intenta calcular su
velocidad de caída, sin embargo, el pánico le sacude los números en la mente como si
fueran dados.

—¡Voy a morir! —grita.

Suena tan banal… Todo el mundo morirá algún día. Parece que hoy le ha llegado su
hora. Pero el miedo es tan poderoso que le hace sudar a mares y mearse en los
pantalones.

—No morirás —asegura Irina.

De repente, está detrás de él. Le sujeta por su brazo izquierdo y lo arrastra hacia
arriba. Irina asciende como si pudiera volar. Entonces distingue el vapor que sale de la
botella de oxígeno y cómo la manipula con la mano izquierda. Oxígeno congelado. Así
de baja es la temperatura allí. Y es mortal.

El impulso es suficiente. Alcanzan el borde superior del precipicio e Irina le empuja


hacia delante. Yuri cae sobre las rodillas. Mira el suelo y respira aliviado. La sombra de
Irina aterriza a su lado. Silencio. Está vivo.
—Venga, arriba —ordena Grigori al cabo de lo que parecen cinco minutos.

—Dale un poco más de tiempo —exclama Irina—. No han pasado ni treinta


segundos.

—Déjame ver —dice Grigori.

La sombra de Irina se mueve. Debe ser el foco de Grigori que la produce. Yuri se
obliga a levantarse. Grigori está junto a Irina y le levanta el brazo, como para tomarle el
pulso.

—Lo que me imaginaba —dice Grigori y le deja caer el brazo—. Tu nivel de oxígeno
está ya casi a cero.

—No exageres, que con la reserva tengo aún para un cuarto de hora —responde
Irina.

—Pues, entonces, ya va siendo hora de que regreses a la base —dice Yuri.

—Anda, ¿ya has vuelto? Me alegro.

—Gracias, Irina. Me has salvado en el último segundo.

—Según mis cálculos, podría haber esperado unos 35 segundos más.

—Pues me alegro de que no te lo tomaras con tanta calma. Te lo agradezco, de


verdad. Te debo una y gorda.

—Hmm, mira por donde… se me ocurre ya algo —dice Irina y rompe a reír.

Está un poco loca; a Yuri se lo han comentado otros compañeros. Ahora mismo no
tiene muchas ganas de reírse.

—Lo hablamos en la base —le responde—. Y ahora regresa de inmediato. ¿Quieres


que vaya alguien contigo, por seguridad?

—¡Eh!, que ya soy mayorcita —afirma Irina.

—Perdona, ha sido una tontería. Me acabas de salvar la vida.


—Y… ¡Arriba! —dice Grigori, que ha asumido el mando.

Se coloca el otro extremo de la viga sobre el hombro y ambos comienzan a caminar


despacio. Ese suelo es bastante más duro que en del otro lado, porque la capa de polvo
es mucho más fina. Así avanzan mejor. Seguramente consigan recorrer el kilómetro que
falta hasta su destino en una media hora.

—¿Qué pasó antes con la cuerda? —pregunta Yuri.

—¿La cuerda?

—Cuando estaba cayendo por el precipicio te grité que…

—Ah, eso. Ya viste que estaba ocupado con la viga que soltaste.

—¿Y, por eso, quisiste dejarme morir?

—Yuri, este cacharro ha sido construido para la guía del láser. Si lo perdemos,
tardaríamos al menos medio año más en acabar este encargo. RB le habría cantado las
cuarenta a Chen y este habría descargado toda su rabia en nosotros.

—¡Joder, que casi me muero!

—Pero no lo has hecho. Ya me imaginaba que Irina intervendría de una u otra


forma. Esa mujer tiene más recursos que una navaja suiza. Y tú tienes una suerte
especial con ella, porque tiene debilidad por los perdedores.

¡Menudo imbécil! Ahora Yuri dejaría caer la viga, se daría la vuelta y le propinaría
cuatro hostias bien dadas. Pero entonces tardarían todavía más y, a fin de cuentas, ya es
hora de volver a casita. Algún día se vengará.
13 de enero de 2078, Héctor

Yuri acciona la manilla de la puerta, pero no se abre. El aseo de caballeros está ocupado.
Denise sale del baño de mujeres y le guiña un ojo. Incluso sonríe, así, ya de buena
mañana. Nunca la ha visto seria, aunque en ese asqueroso asteroide hay motivos de
sobra para ello.

De repente, se le abre la puerta ante sus narices y pega un brinco hacia atrás.

—Eh, no te asustes tanto. Solo soy yo —dice Grigori.

—Estaba…

—Inmenso en tus pensamientos, ya.

Grigori le aparta un poco y pasa por su lado. Aunque, de pronto, da media vuelta,
como si se lo hubiera pensado mejor. Se coloca frente a él, apoyándose en la pared. Le
envuelve un aroma a aftershave barato. Incluso cubre el olorcillo a aceite de máquinas
que suele dominar toda la base.

—¿Qué? ¿Por fin te la follaste ayer, o no? —le pregunta con voz baja y una repelente
sonrisa sardónica.

—No, joder, pero ¿qué dices?

¿Por qué puñetas le responde? Debería darle un empujón y desaparecer por la


puerta del aseo.

—Pero si era evidente, coño, la tienes a punto de caramelo y bien calentita. Si tienes
miedo de no saber hacérselo bien, me llamas. Estoy seguro de que estaría encantada de
hacer un trío.

—Eres repulsivo, Grigori. Irina vomitaría antes de dejar que la…


—Mira, chaval. Si no me crees, pregúntale dónde tiene una marca de nacimiento en
forma de hoja.

Yuri niega con la cabeza. Agarra a Grigori por los hombros y lo aparta de su camino.

—No deberías beberte ese aftershave barato que usas, sino solo ponértelo en la cara
cuando te afeitas. Parece que te ha reblandecido las neuronas.

Grigori se echa a reír.

—Así me gusta, Jurotschka. Aunque deberías hacerte mirar la arruga de rabia que te
sale en la frente, que no parece muy sana. A las mujeres les encanta mi aftershave.

—Menudo fardón estás hecho. De tu boca solo salen estupideces.

—Unos dicen esto, otros aquello, pero yo, al menos, no necesito que me salven las
mujeres. Prefiero follármelas.

—Mira, una palabra más y…

—¿Sí? ¿Y qué? Venga, no me tengas en ascuas.

Yuri tensa sus músculos. ¿Debería pelearse con él? Es tan… primitivo. Solo se
pondría a la misma altura que ese bastardo insoportable.

—Nah. No mereces la pena.

—Claro, lo me imaginaba. Perro ladrador, poco mordedor. Seguro que Irina también
se ha dado cuenta y por eso no te ha…

Las últimas palabras de Grigori se las traga la puerta que Yuri ha cerrado a su
espalda. Gira el pestillo para poder disfrutar también de su momento de paz.

—¡No la saques! —ordena Chen.

Yuri se sobresalta y deja la funda de plástico transparente con la revista dentro de


nuevo sobre la mesa. Su jefe habla bajo, pero con intensidad. Sus palabras resuenan
como latigazos elegantes, recubiertos de miles de esquirlas de vidrio. Chen es media
cabeza más bajo que él y parece menos fuerte, pero no hay que subestimarlo jamás. Su
derecha es extremadamente veloz, como pudo comprobar Mike ayer. Pero es que el
gilipollas de Mike no se merecía otra cosa. Hay un exceso de gilipollas en la base. Parece
ser uno de los criterios de contratación. No obstante, también hay personas amables,
como Irina y Denise.

—Tampoco quería decir eso —se disculpa Chen—. Puedes mirarla, pero no la
saques de la funda.

—¿Qué es? —pregunta Yuri.

Levanta la funda con su contenido. Parece un material muy delicado, por lo que
Chen lo mantiene tan protegido.

—¿Es papel?

—Sí, es una revista que se imprimió sobre papel de verdad.

—Debe ser carísima.

—En su época, no costaba más que una hamburguesa.

Yuri observa el dibujo de la portada. En la parte inferior, hay una mujer que sale de
una especie de ataúd que flota en medio de un lago. En el centro, se ve a tres personas
en un bote de remos. Otro bote más, vacío, brilla en un halo de luz blanquecina, y en el
horizonte se distingue la silueta de una ciudad.

—¿De qué va? —pregunta Yuri.

—Es una revista de ciencia ficción —le dice Chen.

Yuri lee el título.

—¿Interzone 123?

—Es el número 123 de la revista Interzone.

—¿Y por qué está aquí?

—Pues mira, esa es la pregunta del millón, ¿no?


—Venga, va, no me tomes el pelo. Ya he tenido hoy un encuentro muy desagradable
con Grigori.

—Y yo que pensaba que vosotros, los rusos, siempre hacíais piña.

—No somos rusos. Ese imbécil es búlgaro y yo soy alemán.

—¡No jodas! Pero ¿tu nombre…?

—Mis padres quisieron ser creativos. ¿No nos has contratado tú?

—Denise me dio una lista con los mejores candidatos y me limité a poner una cruz
en aquellos que me parecieron más adecuados. Pensé que tener a tres rusos sería más
entretenido. A lo mejor podríais deleitarnos alguna vez con danzas de cosacos.

—Ja, ja, qué simpático.

—Pero Irina, al menos, sí que proviene de Rusia, ¿no?

—Creo que sí. Aunque tampoco la conozco tanto.

—Vaya. Pensaba que ya te había echado el ojo.

—No creas nada de lo que te cuente Grigori.

—Entiendo. En respuesta a tu pregunta: Esta revista está aquí porque incluye una
historia del famoso escritor de ciencia ficción Stephen Baxter. Se llama El traje Fubar. Y
ahora adivina dónde transcurre la trama.

—Aquí.

—Exacto. En (624) Héctor.

—¿Elegiste a Héctor por esta historia?

—No, hombre. La licencia de explotación la compré porque el asteroide es ideal y


porque casi todos los mejores del cinturón principal estaban asignados. Aquí podemos
extraer tanto metales como combustible. Y, luego, me enteré de la licitación para una
estación láser de RB, que me financia la instalación de la base. No planeo mi futuro en
una vieja historia. Baxter la escribió el pasado milenio y entonces apenas se sabía nada
de este asteroide.
—Pero te resulta interesante por alguna razón.

—Me parece divertido tenerla aquí.

Yuri hojea la revista. Cada página está protegida con celofán, por lo que no deja ni
huellas en el papel. Al comienzo de la revista hay una lista de todas las publicaciones
que contiene. Instintivamente toca los títulos, pero no pasa nada.

Chen se echa a reír y dice:

—A mí me pasa lo mismo.

—Página 23. ¿Es esa la historia? —pregunta Yuri.

—No, se trata de una errata de imprenta. Comienza ya en la 22.

—Una errata de imprenta, menuda locura. ¿Y es especialmente valiosa por eso?

—No. Se imprimieron un par de miles de ejemplares. Apareció por primera vez en


1982 y aguantó hasta 2035. Entonces, por lo visto, el papel ya era demasiado caro.

—Qué interesante.

—¿Lo ves? De eso se trata. Siempre que me visita alguien y ve esta antigua revista
surge una conversación interesante.

—Sin embargo, hasta hoy no la había visto nunca sobre tu mesa, jefe.

—Con vosotros también puedo conversar de otras cosas. Pero mañana llega la
Ganymed Explorer para repostar y su personal pasará un par de días con nosotros.
Quién sabe, quizá surja algo interesante.

—No empieces tú ahora con lo mismo, Chen. A Grigori ya se le cae la baba cada vez
que se cruza con Irina o Denise, aunque sea de lejos.

—Parece que Grigori es un amigo especial. Pero ¿qué le voy a hacer? Ninguno de
vosotros quiere nada conmigo. ¿O es que ya tienes planes para esta noche?

—Lo siento, Chen. Aunque ojalá te diviertas con tu revista de ciencia ficción.
—Gracias. Ya veremos. No obstante, te pedí que vinieras por otra razón: tienes que
sustituir a Mike. No se encuentra bien y Asimov le ha diagnosticado una ligera
conmoción cerebral.

Mierda. Hoy le tocaba el día libre y pensaba cocinar algo para Irina. Así, sin más
intenciones.

—¿Por el encontronazo de ayer con tu puño?

—Puede ser, aunque le traté con extrema delicadeza. Pero tocarle el trasero a Denise
es algo inaceptable.

—Seguro que podría haberse defendido ella sola.

—Probablemente. Aunque, como jefe, tengo ciertas responsabilidades en casos así.


Espero que Mike haya aprendido la lección.

—Eso estaría bien. ¿Con quién trabajaré, entonces?

—Con tu mejor amigo.

—Mierda.

—¿No se dice gowno, en ruso?

—Sí. Pero es que yo soy alemán, ¿no te acuerdas?

—Era broma. Aunque sí, el búlgaro y tú formaréis equipo hoy. Tenéis que preparar
el dispositivo de acoplamiento para nuestros invitados. Si no, cada día de retraso, me
supone pagar una penalización a la NASA.

Yuri respira hondo. Ommm. Tendrá que controlarse. ¿Por qué atrae el espacio a
tanto gilipollas?

—¿Lo habías hecho alguna vez? —pregunta Grigori.

—Hasta ahora no. Es la primera visita que llega desde que estoy aquí.
Están sobre una plaza plana, del tamaño de un campo de fútbol. En las cuatro
esquinas hay mástiles con varios focos en cada uno que iluminan con gran intensidad el
escenario, por lo que el visor de su casco se oscurece automáticamente.

—Entiendo. No es nada complicado —dice Grigori—. La nave aterrizará allí, en el


centro. Y para facilitarles los últimos metros de aproximación hay cuatro anclajes.

—¿La nave se ancla a nosotros?

—Al revés. Nosotros anclamos la nave. ¿Ves las cuatro cajas negras en el centro de
cada lado? Dentro hay un cañón con un arpón.

—¿Cañones con arpón?

—Suena algo marcial, pero es inofensivo. Deberías haberlo visto cuando llegaste
aquí, ¿o no?

—Pues no, estaba haciendo la maleta.

—Vale. Esos cuatro cañones trabajan con aire comprimido. Cada uno dispara un
arpón hacia la nave. Esperamos que, al menos, dos de ellos se enganchen y, luego,
tensamos las cadenas de las que cuelgan los arpones y bajamos lentamente la nave
como una presa que ha mordido el anzuelo.

—Tiene sentido.

—Hasta ahora ha funcionado siempre. La idea ha sido de Chen. Puede resultar todo
lo pedante que quieras, con eso de que el trabajo importa más que la diversión, pero en
técnica es un tío muy avispado.

—¿Y qué tenemos que hacer nosotros?

—Preparar los cañones de arpón, sobre todo renovar el aire comprimido y


comprobar que funcionan bien.

—Las cargas de aire seguro que pierden presión con el paso del tiempo.

—Exactamente. ¡Vamos!

Grigori engancha su cable de seguridad a uno de los mástiles de focos y cruza a


través del campo de aterrizaje. Su objetivo es la caja negra del borde opuesto. Yuri le
sigue. El cable se desenrolla por sí solo del carrete que lleva a la cintura. Grigori abre la
caja y surge un tubo negro de dentro, como si estuviera anhelando entrar en acción.

—Siempre me imagino que eso es mi polla alegrándose de una próxima mamada —


dice Grigori.

—¿Naciste así de bruto o es que te entrenas para ello?

Por suerte, caminan en el vacío. Seguro que Grigori estaría encantado de presentarle
a su tan amado miembro.

—Mira. Este es el disparador —informa el búlgaro.

Yuri camina alrededor de la caja. En su interior, hay una bombona de aire


comprimido tumbada. También hay dos lucecitas parpadeantes. El botón que señala
Grigori es grande como el pulgar y de color rojo. Lo pulsa y del tubo sale disparada
hacia arriba una barra que se abre como un paraguas sin tela. La cadena de la que
cuelga la va frenando hasta hacerla caer al suelo del campo de aterrizaje. Todo sucede
en completo silencio.

—¿Lo ves? Eso habría sido un tiro fallido —exclama Grigori—. Eyaculación precoz,
por decirlo así.

Ese tío tiene realmente un problema, pero no es responsabilidad de Yuri


solucionarlo.

—La bombona estaba medio vacía, supongo —sigue explicando Grigori—. Por eso
las tendremos que cambiar, las cuatro.

Señala las cuatro cajas una tras otra.

—Entiendo. ¿Dónde están las bombonas llenas? —pregunta Yuri.

—En la base, ¿dónde si no?

—¿Y por qué no hemos traído ya dos con nosotros?

—Hombre, pues porque si acabamos pronto tendremos que limpiar la base con
Denise e Irina. ¿Es eso lo que quieres? Sí, es eso, ya veo. Pero yo no. Un hombre de
verdad no limpia váteres.
—Colega, tienes un problema.

—Más bien lo tienes tú. Aunque dejemos el tema. Debes ir con cuidado. Mientras
quede presión en las bombonas no podrás abrir la válvula.

—Así que antes hay que vaciarlas.

—Exacto. Lo haces con este botón.

Grigori señala hacia un botón verde cuadrado junto al de disparo.

—Pero es más divertido disparar los arpones. Luego queda la bombona vacía. Lo
pillas, ¿no? Tras la eyaculación, hay que repostar.

—Muy gracioso.

—Lo sé. Tengo un humor muy sano, al contrario que tú, amigo mío.

—No somos amigos.

—Tiempo al tiempo, ya verás. A más tardar, después del trío con Irina, seremos uña
y carne.

«Pero ¿qué coño le pasa a Grigori?», se pregunta. Durante los meses anteriores, no se
comportaba de un modo tan raro. Ahora, en cambio, le gustaría darle una buena paliza.
Pero a Chen no le gustaría. Si no acababan a tiempo, les restaría la penalización de su
sueldo.

—¿Y para qué sirve este botón amarillo? —inquiere Yuri.

Señala hacia un botón amarillo a la izquierda del de disparo. A lo mejor puede


distraer un poco a Grigori con preguntas técnicas.

—Para replegar el arpón.

—¿Replegar el arpón?

—¿Estás un poco atontado, o qué? ¿No has visto cómo el arpón ha desplegado los
brazos después del disparo? Cuando la nave quiera despegar, con este botón la dejamos
libre. Si no, no se va.
—¿Y estas cadenitas pueden sujetar una nave?

—Claro que no. Pero cerca de la superficie, la nave solo puede utilizar las boquillas
de corrección.

—¿Y si intentaran frenar con el propulsor principal…?

—Uf, eso no sería nada bueno para nuestras instalaciones. Ni para nadie que
pudiera estar cerca. En este caso, sería el cliente el que tendría que pagar una
penalización considerable. Creo que Chen no se enfadaría mucho por ello.

—A no ser que los culpables seamos nosotros.

—En ese caso, nos arrancaría la cabeza de cuajo. O no, más bien los huevos. Sin
cabeza no podríamos trabajar.

—Hablando de trabajar, ¿no sería cuestión de ponernos ya manos a la obra?

—Tío, no me toques las pelotas. Pero venga, ve al fondo y encárgate de los dos
lados.

Grigori le señala hacia delante, en plena oscuridad y, luego, a la derecha. Yuri


camina con pasos largos medio flotando por la plataforma en la dirección indicada.
Mejor no tan deprisa, o saldrá volando. Podrá recuperarse en cualquier momento con el
cabo de seguridad, pero seguro que Grigori se burlaría de él. Si ahora aterrizara una
nave, los gases de escape del propulsor químico le reducirían a cenizas en un
santiamén. Se agacha e inspecciona el suelo. Es inusualmente liso. Seguramente han
prensado el polvo aquí hasta lograr una superficie compacta. Pero no hay huellas de
combustión.

Yuri alcanza una caja idéntica a la que le ha enseñado Grigori. La abre y el tubo de
lanzamiento del arpón sale de golpe. Una polla dura. Grigori es un auténtico capullo. El
tubo se parece más a esas cajas sorpresa con un payaso que sale disparado al abrirla.
Presiona el tubo hacia dentro. ¡Venga, coño! Pero no hay forma. Yuri se agacha frente a
la caja para apretar con todas sus fuerzas.

En ese momento, una sombra sale disparada por encima de su cabeza. Mierda, ¿qué
ha sido eso? ¡Si llega a estar de pie y le hubiera dado de lleno! Está a un paso de sufrir
un infarto.

—Oye, Grigori, ¿has visto eso? Algo ha estado a punto de…


—No era más que un arpón.

—¡Pues por poco que no se me empuja al espacio!

—No te pongas así, hombre. He pulsado sin querer el botón de disparo. Te habrías
llevado solo un par de moratones. Es como un paraguas que golpea tu traje. El cabo de
seguridad te hubiera traído de vuelta.

—¡Podrías haberme avisado! ¡Eres un imbécil, Grigori!

—Eso me lo dicho, pero no hago mucho caso. Y, ahora, a ver si te calmas y no


exageras tanto, que tampoco te ha pasado nada, ¿verdad?

¡No puede ser! ¡Ese tío ni siquiera reconoce sus errores! Tiene que advertir a Chen de
ello. Un día, Grigori enterrará a alguien por pura desidia y estupidez.

—¡Oye, casi me matas y por segunda vez! ¡Cualquier persona normal pide, al
menos, perdón!

—Eso no cambiaría nada. Pero, si te sirve de ayuda para superarlo: vale, lo siento.

Yuri se niega a responderle. Hablar con este tío es perder el tiempo.


14 de enero de 2078, Héctor

La puerta de la taquilla chirría al abrirla. Yuri iría de inmediato al taller a por un poco
de aceite, pero supondría perder otros diez minutos. Y ya está llegando tarde a la
pequeña ceremonia de recepción que ha convocado Chen para las 19 horas. La
tripulación de la Ganymed Explorer se hospedará una noche en la base de Héctor,
mientras llenan la nave de metano y helio. A Chen le reportará un par de millones de
yuanes, por lo que va a ser generoso y ha prometido una cena de gala.

Yuri saca de la taquilla la percha con la camisa blanca, la descuelga y devuelve la


percha a su sitio. Odia las camisas, pero Chen ha prohibido ir en camiseta. Se pone la
camisa sobre el torso desnudo. La tela pica. Ha buscado durante años camisas cuya tela
no picara, pero ni los más inteligentes ingenieros textiles lo han conseguido hasta ahora.
Cierra la taquilla. El chirrido es aún mayor. ¿No sería mejor ir a por un poco de aceite?
Si se mancha la camisa tiene excusa para no ponérsela. Pero Chen se enfadaría. No
debería cabrear demasiado a Chen, ya que su contrato aquí aún le durará un año y
medio más. Y cuando la Ganymed Explorer se haya marchado tendrá que pasar los
próximos cuatro meses con los otros tres.

Se abotona la camisa y se pone la corbata. Empieza a sudar y siente que no le entra el


aire. Es normal. Lleva la mano al primer botón, pero puede controlarse en el último
momento. Ese botón quedará abrochado hasta que Chen esté lo suficientemente
achispado tras dos copas. El chino es un jefe estricto, pero también suele ser justo. Esta
mañana le ha dejado limpiar los lavabos y aseos junto con Denise. No habría aguantado
otra salida al exterior con Grigori. Irina le miró muy enfadada, porque ahora tenía que
salir ella con el gilipollas a supervisar el aterrizaje de la Ganymed Explorer.

Trabajar con Denise ha sido genial. Han bromeado y se han contado cosas de sus
anteriores trabajos. Denise, como química, suele ocuparse del tratamiento de los
minerales extraídos. Separa lo que no combina bien y junta lo que debe ir junto. Ha sido
muy interesante escuchar sus presentaciones breves sobre química. No puede alterar la
masa de una materia prima, pero el volumen desempeña también un papel importante
en el caro transporte a la Tierra, y en eso sí se puede influir generando la combinación
química adecuada. El domingo, como libran todos, le enseñará la pequeña planta de
tratamiento.

Pasado mañana. Tendrá que aguantar ese tiempo. Lo que más esfuerzo le costará
será superar la velada que le espera. Trabajar fuera no le molesta en absoluto. Ya ha
currado tanto en la Tierra como en la Luna en explotaciones mineras. Aunque ya
pasaron los tiempos en los que había que realizar duras tareas físicas; ahora hay
máquinas para casi cada paso del proceso. Si no, sería imposible explotar esta mina de
asteroide con solo cuatro personas. Mejor dicho, con tres, porque Chen no pega sello en
el exterior.

—Chicos, ¿venís?

Ese es Chen. Por lo visto, no es el único que se toma su tiempo. Yuri se dirige a la
puerta de su minúscula habitación. En la parte interior de la puerta hay un espejo. Se
echa un vistazo. El espejo se lo regaló su madre para su decimoctavo cumpleaños. Tiene
que mirarse siempre antes de salir de la habitación. Los hábitos son importantes y a
nadie le hace mal echarse un último vistazo. Sus amigas siempre pensaron que ese
espejo era muy práctico allí, cuando salían por la mañana de su cuarto. Pero nunca le ha
contado a nadie quién le regaló ese útil complemento.

—¿Me oye alguien?

Otra vez el jefe, y él no hace más que dar vueltas por ahí en lugar de mirarse al
espejo. Ahí: un par de pelos que caen sobre la mejilla en lugar de quedarse tras la oreja.
Tendrá que pedirle a Irina un nuevo corte de pelo. La última vez que lo hizo se lo dejó
muy bien. Yuri abre la puerta, sale al pasillo y se dirige hacia los murmullos
procedentes de la central.

Los invitados llevan uniforme azul. Se trata, evidentemente, de una expedición


súper oficial de americanos, canadienses y europeos, donde la ESA ha asumido el papel
principal. La tripulación consta de dos hombres y dos mujeres. Los cuatro se ponen de
pie cuando entran en la central, pero cuando está a punto de decirles que se vuelvan a
sentar, se da cuenta de que se han levantado de sus asientos por Irina, que en ese
momento entra en la central a través de la puerta de la cocina, luciendo un fantástico
vestido que quita el hipo. De una sola pieza, largo y rojo, marcándole las caderas y con
un escote muy pronunciado. Irina se parece a una bailarina de tango, o al menos así se
imagina Yuri que deben ser. Nunca antes la había visto así. Irina suele llevar siempre
trajes de pantalón.

Los cuatro invitados retroceden un poco. Eso les pasa a muchos, porque Irina es
altísima. Pero ella también parece asustarse un poco. Parece que no es consciente de la
impresión que está causando. Eso hace que le resulte muy simpática. No le gusta la
gente demasiado consciente de su buen aspecto.

—Buenas tardes —dice Irina.

Su profunda voz resuena en la sala. Chen salta de su asiento para ponerse de pie.

—Estupendo, ya estamos todos —responde su jefe.

Grigori se levanta ahora de su asiento. No lo había visto hasta ahora, por quedar
oculto tras el respaldo. ¿Dónde está Denise? Ah, ahora pasa junto a Irina y trae una
bandeja a la mesa del centro, donde habrá puesto algunos aperitivos. Ojalá Chen no
haya elegido de nuevo esa rara mezcla japonesa que tuvieron que tragarse en las fiestas
de Navidad y Año Nuevo. ¿Por qué no se puso Irina entonces ese traje?

—Muy elegante —exclama Grigori.

—¿Yo? Gracias —dice Irina.

—Yo soy Chen Kun, su anfitrión y propietario de la base.

Chen se inclina profundamente ante a sus invitados.

«Arrendatario, más bien», le corrige Yuri para sí. Todo lo que construyas sobre el
objeto arrendado pertenece al arrendador, en este caso el Estado de China. Según el
acuerdo espacial alcanzado hace un par de años, todo el grupo de asteroides en el que
se mueve Héctor ha sido adjudicado a la potencia mundial de China. Desde entonces
rigen aquí incluso las leyes chinas.

—Yo soy Anke Renner —dice la mujer a la izquierda del todo.

Yuri calcula que debe rondar los treinta y pico. Parece muy delgada y lleva su larga
cabellera oscura sujeta en una trenza.

—Soy la geóloga de la expedición —añade.


—Oh, qué interesante. Yo también soy geóloga —dice Irina—. ¿Le apetecería una
visita guiada por Héctor? Nuestro hermoso asteroide ofrece algunas cosas interesantes
que ver.

—Igual que tú, Irina —afirma Grigori.

¡Ya está otra vez! Chen se gira rápido hacia Grigori, que da un respingo.

—Michael J. Warning —se presenta el hombre que está junto a la geóloga.

Ambos están muy juntos; tanto que seguramente son pareja. Warning parece tener
diez años más que Renner, pero puede deberse a su cabello muy corto y algo ralo ya,
con grandes entradas en las sienes. También luce una pequeña barriguita.

—Usted debe ser, sin duda, el capitán de la Ganymed Explorer —dice Grigori.

Warning se inclina, pero niega con la cabeza.

—Soy exobiólogo. Y como habrá percibido por mi acento, soy norteamericano. De


Texas, para ser más exactos. Pero ya que la ESA es la que dirige esta misión, había que
elegir como capitán a alguien de entre sus filas.

—Ah, eso no lo sabía —dice Grigori.

—Pues me temo que para usted no habrá aquí nada digno de ver —se lamenta
Chen—. Héctor lleva ya mucho tiempo muerto.

—Desde hace más de 3.200 años, si los expertos no se equivocan —dice Warning.

—Caramba, veo que trae usted los deberes hechos —exclama Chen—. No sé si todos
lo saben, pero Héctor capitaneó las tropas troyanas en la famosa guerra de Troya.

—Lo curioso del asunto, es que el asteroide Héctor se encuentra precisamente en el


bando contrario —explica Warning—, entre muchos otros asteroides bautizados con
nombres de grandes héroes griegos.

—Cierto, cierto —concuerda Chen—. Me alegra mucho poder dar la bienvenida a un


buen conocedor del tema.
Se inclina de nuevo. Parece que Warning se ha preparado especialmente para esta
velada. A ese hombre le gusta mucho brillar. Yuri, por el contrario, preferiría colocarse
a la sombra, al otro lado de la pared de la central.

—Pues ahora me toca a mí.

Una mujer de baja estatura, pero ágil y muy en forma, da un paso. Es difícil calcular
su edad, y su cabellera es incluso más oscura que la de la geóloga. Habla un inglés
suave y fluido.

—Ante todo quiero agradecerles mucho su amable recepción. Me llamo Meltem


Miraloğlu. Si lo desean, se lo puedo deletrear.

—¿Y cuál es su especialidad en particular? —pregunta Grigori.

—Ninguna. Procedo de las Fuerzas Armadas Conjuntas de Europa y soy la


comandante de esta expedición.

—¡Enhorabuena!

—Es una función interesante, pero no como para que se me felicite.

—Sea usted bienvenida, señora Miraloğlu —dice Chen, con otra educada
inclinación.

—Y ya solo quedo yo, Felix Kipling. Soy delegado de la agencia espacial canadiense
y químico. Quiero ocuparme, sobre todo, de la composición del océano que hay bajo el
hielo de Ganímedes.

—Estoy impresionado y me encantaría enrolarme en su nave —interviene Chen—,


aunque para ello debería dejar a mis amigos solos y es algo que no puedo hacer.
Permítanme que se los presente. La mujer del traje rojo, y que nos lo ha ocultado hasta
hoy, es Irina Yakutina. Geóloga, como saben. El descarado joven a mi izquierda es
Grigori Dimitrow, ingeniero de minas. Luego tenemos a Yuri Rott al otro lado, también
especializado en todo aquello que tenga que ver con la minería. Y no nos olvidemos de
la señorita de los aperitivos, Denise Kucharzewski, que hoy se encarga de la cocina. Es
química, pero no teman, que como buena francesa domina la Haute Cuisine, según ella
misma me ha asegurado. Les deseo a todos una agradable velada.

Yuri mira su reloj. No han pasado ni diez minutos, pero ya le parecen dos horas.
¿Cuánto más tendrá que aguantar?
Dos horas después está más aliviado. La comandante de la ESA les ha entregado un
regalo tras la excelente cena preparada por Denise: un barrilete de auténtica cerveza
belga, que casi han vaciado ya. Han acabado llamándose por los nombres de pila y lleva
ya media hora sentado en una esquina de la sala junto con Anke e Irina, charlando
amistosamente. La geóloga de la Ganymed Explorer procede de Alemania, igual que él,
pero por respeto a Irina siguen hablando en inglés.

Anke ha vivido ya muchas aventuras y tiene mucho que contar; Irina es buena
sonsacándole historias nuevas, como la caída que sufrió Anke en un agujero en la Luna
que no estaba cartografiado, mientras buscaba minerales con contenido en agua.

En el fondo, es una pena. Yuri ya ha estado en la Luna, pero ha visto bien poco de
ese fascinante paisaje, ya que se pasaba la mayor parte del tiempo metido en pozos de
excavación. Tras finalizar los estudios, quiso primero ganar algo de dinero y eso
funciona en el sector industrial mucho mejor que en el científico. Anke le da un poco de
envidia por las experiencias que ha podido vivir como científica. Pero el nivel
competitivo que hay en la investigación es mucho mayor. Si a su regreso de Ganímedes
no escribe al menos diez artículos como autora principal, no recibiría jamás otro
encargo similar. Como ingeniero de minas, Yuri no ha tenido que ocuparse nunca de
publicaciones; todo eso corre a cargo de Chen.

Coge con cuidado su vaso de la mesa. Por la baja gravedad, las bebidas se salen
fácilmente salpicándolo todo. Por ello, todos los vasos y copas tienen una tapa que se
mantiene cerrada con un muelle y que se abre presionando una palanca sobre el asa.
Levanta el vaso para llevárselo a los labios, cuando alguien le da un golpe por la
espalda. Su pulgar aprieta por sí solo la palanquita, la tapa se abre y la cerveza sale
disparada. Una burbuja amarilla vuela en un amplio arco por la sala hasta caer al suelo
por la gravedad.

—Pe… perrrdón —balbucea Grigori.

Yuri se gira cabreado. Su colega está oscilando ligeramente detrás de él.

—¿No podrías mirar por dónde vas? —pregunta Yuri—. ¡Qué pena de cerveza!

—Bah… zi ya da lo mizmo. Tienez que beber máz rápido, hermano.

—No soy tu hermano.


—Ez igual. Penzaba que noz podríamoz, azí como hermanoz, ya sabez, repartir… las
mozas. Las dos titis ezaz. ¿O ez que te las quieres quedar pa ti zolo?

—¡Chist! Son nuestros invitados. ¡A ver si te comportas!

—¿Y zi no, qué? ¿Eh? ¿Qué paza zi no? ¿Me da… daráz un puñetazo?

Yuri se pasea por la central. Michael está sentado en una butaca con los ojos
cerrados. Los demás no parecen haberse dado cuenta, excepto Irina. Le lanza una
mirada de esas que matan. Le está diciendo que, si no consigue que Grigori se adecente,
se encargará ella personalmente.

—¡Ay! —exclama Grigori de repente.

Entonces se va corriendo hacia la salida. Es Chen, que se lo lleva aprisionado con


una llave de policía. Esto tendrá sus consecuencias. Grigori tiene la culpa de que Chen
haya perdido su honor ante sus invitados. Pero no le da pena, ni la más ligera pena.

—Buenas noches —dice Anke.

—Buenas noches —le responde.

Yuri respira hondo. Cuatro horas de comunicación, eso ha sido agotador, pero
también le ha resultado más divertido de lo esperado. Los dos sofás en el centro de la
sala están desplegados. Aquí dormirán Anke y Michael. Supuso correctamente: son
pareja. Pero durante la conversación, Anke se quejó varias veces de Michael. Los viajes
tan largos en tan poco espacio no parecen muy compatibles con las relaciones. «Toma
nota, Yuri». Le gustó que Irina se le fuera acercando cada vez más durante la velada.
Pero de eso no puede salir nada bueno, como demuestran Anke y Michael. Hasta ahora,
siempre ha acabado sus relaciones antes de aceptar un trabajo de larga duración.

Abandona la sala y cierra la puerta desde fuera. Irina ya se ha ido. Seguro que está
en su habitación. De hecho, una pena. Cruza el taller. Para eso tiene que utilizar el
pasamanos que recorre todo el largo del pasillo. Así se avanza más rápido con esta baja
gravedad. Antes de salir del taller, apaga la luz.

En el estrecho pasillo reina la oscuridad. Se mueve lo más silenciosamente que


puede. Seguro que duermen todos. Pero entonces oye unos susurros. Vienen de delante.
La voz suena tan amortiguada que no sabe de quién es. Pero parece pertenecer a un
hombre. El pasillo acaba en una antesala casi cuadrada. Yuri se queda parado. Aquí
están las habitaciones. La suya es la de la izquierda, al lado de la de Irina; al frente está
la de Grigori y a la derecha la de Denise. La puerta de la derecha está solo entornada. Se
ve luz a través de la rendija. Alcanza el pasamanos, que está medio metro apartado de
la pared y se encuentra con una persona, no, con dos. Yuri necesita un momento para
entender lo que está viendo. No puede ser verdad. Una mujer está inclinada sobre el
pasamanos, su cuerpo presionado contra la pared. Tiene que ser Denise, ya que es
bastante más pequeña que el hombre que tiene detrás tapándole la boca con la derecha
y presionando su cadera contra el pasamanos con la intención de violarla.

—Cállate, zorra, o te mato —susurra Grigori—. Que tú también lo deseas, lo sé.

Denise emite un grito apagado. No, lo desea, y resulta más que evidente. Grigori,
ese animal, menudo cerdo.

Yuri se propulsa con fuerza desde la pared y cruza volando la sala hacia su objetivo.
La espalda de Grigori no es buen punto para empezar. ¡El hueco de las rodillas! Apunta
con ambos pies y acierta. Sus pies le fuerzan a doblar las rodillas mientras agarra el
cuello de Grigori con las manos. El búlgaro cae. Yuri percibe el aliento a alcohol que
expulsa y le rodea. Grigori cae lentamente hacia atrás. Emite ruidos de ahogo, pero Yuri
no le suelta. Grigori es más fuerte y pesado que él, así que tiene que aprovechar el
elemento sorpresa; si no, puede perder la escasa ventaja que tiene ahora. Si Grigori
recupera el control, le matará.

—Grhh, grhh, grhh.

El sonido es escalofriante, pero Yuri no cede. Mantiene los dedos apretando la


garganta de Grigori. Incluso aprieta aún más en su nuez. Aterrizan en el suelo. Grigori
está encima de él. Ahora sí que no puede soltarlo, no le queda otra opción.

—Grhh, grhh, grhh.

—Si a ti también te gusta —susurra Yuri.

Sienta bien. No tiene más que apretar. Que Grigori aprenda lo que es asfixiarse.
«Grhh, grhh, sí señor, como un cerdo, que es lo que eres. Te sorprenderás».

Alguien tira de su brazo derecho. No puede ver quién es. ¿Es Grigori que intenta
liberarse? Es demasiado oscuro y el cuerpo de este cerdo no le deja ver. Un poco más.
Pronto se habrá solucionado el problema. «Grhh, grhh, ja. ¿Y ahora qué tal te sientes?
¿Sigues queriendo más?».
—Grhh.

El cuerpo de Grigori se afloja, pero patalea. «Estate quieto ya, so cerdo. Tú te lo has
buscado». Yuri mantiene las manos firmes alrededor del cuello de su oponente. Tiene
poder sobre él. Es una sensación curiosa, embriagadora. Sí, embriagadora es la palabra
correcta. Grigori está en sus manos, literalmente, el fuerte y estúpido Grigori, siempre
con la mierda en la boca.

Yuri se asusta. Pero ¿qué está haciendo? ¿Cuánto tiempo puede cortarle la
respiración a su colega? Pero si para demasiado pronto, Grigori se vengará, y no solo
con él, sino también con Denise. La idea le da vueltas por la cabeza. Tiene que
inutilizarlo. No le queda otra. No se trata de poder, sino de una buena acción.

—Grhh, grhh.

El gorgoteo se afloja más. Grigori ya ha dejado de patalear. «¿Se ha rendido? Bien.


Solo un poco más, para estar seguro de que no representa ningún peligro. Si aprieto un
poco más, quizá va más rápido».

—¡Yuri, para!

Es la voz de Irina. Debe ser ella la que tira de su brazo. ¿Es que no entiende qué
ocurre? Grigori es el atacante. Ha…

—¡Yuri, lo vas a matar!

Tira con más fuerza de su brazo derecho. Y ahora alguien le tira también del
izquierdo. Yuri tiene que aflojar la presión en el cuello de Grigori. Mierda. Ahora el
muy cerdo se levantará y… pero Grigori no reacciona. Se queda tumbado en el suelo.
¿Se le ha pasado ya el gorgoteo ese? ¿Se ha dormido, o qué? «Ahora verás, amiguito».

De repente, Grigori se mueve hacia un lado. El cuerpo del búlgaro se gira,


permitiendo a Yuri verle la cara. Todos sus músculos se le aflojan. A Grigori se le han
salido los ojos de las órbitas, puede verlo incluso en la semioscuridad del pasillo.
Alguien tiene que haber abierto la puerta del cuarto de Denise. Una silueta sale del
marco de la puerta, trastabillando. Tiene algo en la mano derecha que parece un
cuchillo. Yuri levanta los brazos, pero no va contra él. Dos piernas le pasan por encima.
Grigori es girado sobre su espalda.

—Mierda, mierda —murmura Irina.


Presiona una y otra vez sus fuertes manos sobre el pecho de Grigori. Hace una breve
pausa mientras Denise le clava con fuerza una jeringa en el pecho. La cara de Irina brilla
llena de gotas de sudor. Denise lleva su maquillaje todo emborronado por la cara. Yuri
observa todo. Lo que ve es inusualmente claro, casi demasiado nítido, como si la
realidad hubiera dado paso a una simulación con una resolución extremadamente alta.

Irina se levanta y se quita el sudor de la frente. Parece como si hubiera tumbado a


Grigori con una llave de judo. Pero no hay ninguna alegría por la victoria.

—No sirve de nada —dice Irina—. Mierda, mierda y mierda.

—Ha intentado… —la voz de Denise sale entrecortada.

—Ya me imaginaba algo así —dice Irina—. Se acabó. No lo volverá a intentar jamás.

—Mierda. ¿Está…? ¡No! Yo no pretendía eso.

—No tienes que lamentarte por Grigori, cariño.

Irina se levanta y abraza a Denise. Durante un minuto solo se oyen sollozos,


mientras Irina murmura algo ininteligible. Luego se suelta de Denise.

—Bueno, ahora toca encargarnos de esta marranada. Levántate, Yuri.

¿Qué pretende? Pero las palabras tardan una eternidad en llegar a su conciencia.

—Venga, Yuri, arriba. Ya lo sé, estás en shock, pero ahora tienes que levantarte o
acabarás en una celda china esperando tu sentencia de muerte.

Ella le ofrece una mano. La agarra y se levanta. Las piernas apenas le sostienen.

—Estoy mareado.

—Es el estrés —afirma Irina—. Se te pasará en seguida. Muévete para que la


circulación se te ponga en marcha de nuevo.

Yuri se inclina sobre Grigori. El búlgaro está totalmente inmóvil, tumbado de


espaldas, con los ojos muy abiertos. En el pecho tiene una jeringa clavada. Lo ha
matado. Asesinado. Ha acabado con una vida. Ha matado a un ser humano. Le sube el
malestar como no lo había sentido nunca. Se lleva la mano al cuello.
—¡Corre, al váter! —dice Irina.

Yuri corre a través del rectángulo iluminado de la habitación de Denise. Por suerte,
todas las habitaciones son idénticas, así que no tiene que buscar el lavabo. Levanta la
tapa y vomita dentro del inodoro. Eso le sienta bien. Todo sale, su vida entera. No
quiere parar de vomitar, pero al final solo escupe bilis. ¿Qué ha hecho? ¿Se ha
convertido en un asesino? ¡Si es incapaz de algo así!

No, eso no es verdad. La prueba está en el pasillo. Yuri se levanta apoyándose en el


borde del inodoro y descarga la cisterna. Luego se limpia la boca en el lavamanos. Es un
asesino y tendrá que atenerse a las consecuencias. Su vida cambiará. Yuri aparta la idea
y sale del cuarto de Denise.

—Ya era hora —le recibe Irina—. Vamos, ayúdanos a sacar esto de en medio.

Le señala los pies.

—¿Qué?

—No preguntes y ayúdanos.

Irina se agacha y levanta a Grigori por las axilas. Yuri lo coge por los pies. Lleva
calzado deportivo. Yuri lo agarra por los tobillos. Aún están calientes.

—¿Estás segura de que está…?

—Sí, lo has hecho de maravilla.

—Mierda.

—Y que lo digas. Y ahora en marcha. Llevémosle a mi habitación.

—¿A la tuya?

—La tuya será el primer lugar donde miren cuando vean que no está en su cuarto.
Os habéis peleado de lo lindo hoy.

—Pero ¡si nadie puede pensar que sea capaz de un asesinato!

—Cierto. Me has sorprendido mucho, Yuri. Pero también se han dado cuenta de que
te has ido.
—¿Me he ido?

Las piernas de Grigori van aumentado de peso.

—Va, piensa un poco más rápido. Las marcas de estrangulamiento en el cuello del
gilipollas son evidentes. Lo has dejado bien lleno de tu ADN. No ha sido defensa propia
y estamos en territorio chino. ¿Qué te crees que te espera?

—Estaba intentando… Denise estaba…

—Lo sé. Pero no por ello hay que matar a la gente. ¿Comprendes? Cualquiera puede
ver que no se trata de un accidente. A Chen no le quedará otra que entregarte a las
autoridades; si no, le culparían de complicidad.

—Pero tengo que aceptar mi castigo…

—Oye, ¿en serio quieres morir por culpa de este megaimbécil? ¿Es eso justo? Algún
día le habría matado cualquier otro. Con el comportamiento de Grigori era casi algo
forzoso. Te enfrentarás a tu castigo, pero de forma distinta. En tu cabeza. Créeme.

«Créeme». La palabra le suena como si le llegase desde lo más adentro de Irina. Yuri
siente un escalofrío.

—¿Y a dónde voy? —pregunta.

—Grigori empieza a pesar. Venga, llevémoslo a mi cuarto primero. Denise, ¿puedes


limpiar un poco el suelo? Luego mejor te vas a tu cuarto y no sales hasta mañana,
¿entendido?

—Entendido. He dormido profundamente y no he visto ni oído nada.

—Exacto.

—Gracias, Denise —dice Yuri.

—Gracias a ti, Yuri.

Yuri asiente. Es posible que no la vuelva ver nunca jamás.


15 de enero de 2078, Héctor

—Esa rodilla asoma demasiado —dice Irina.

Yuri aprieta la rodilla de Grigori hacia abajo. Se oye un crujido y la pierna queda
estirada, como el resto del cadáver. Irina baja la cama encima y Grigori queda oculto
dentro de la caja del somier. Irina estira la sábana y sacude la almohada. ¿No querrá
tumbarse allí?

—No te preocupes, no pienso dormir aquí. —Irina ha notado su mirada


interrogante—. Es que me resulta imposible pasar al lado de un cojín sin sacudirlo un
poco.

—Eres como mi madre, entonces.

Irina suelta una corta carcajada.

—Perdona. Ha sido una comparación tonta —se disculpa Yuri.

—No te preocupes. En estos momentos, es prácticamente un cumplido.

—¿Y ahora qué?

—Nos ponemos los trajes y damos un paseo.

—¿Ahora?

—Claro. ¿O prefieres esperar a que todos se despierten? Es la una de la madrugada.


Disponemos de unas cinco horas hasta que adviertan nuestra desaparición.

—El desayuno es a las siete.

—Pero olvidas que hoy te toca a ti el servicio de cocina. Chen querrá asegurarse de
que cuidas bien de sus invitados. Así que seguramente esté ya a las seis en la cocina.
—Tienes razón.

—Pues a ponerse los trajes. —Irina le empuja hacia la puerta—. ¿No pretenderás
mirar cómo se cambia de ropa una dama?

¿Cómo lo hace? Irina acaba de presenciar cómo ha matado a un hombre. ¿No


debería tenerle miedo? Sin embargo, parece hasta alegre. Haber escondido a Grigori en
su caja bajo la cama expondrá a Irina a sospechas innecesarias. Le dará unos cinco o
diez minutos de ventaja, pero no sabe si valdrá la pena.

Alguien llama a su puerta.

—¿Estás listo? —pregunta Irina.

—Solo los dos cierres delanteros. ¿Y qué hay del ejercicio previo?

Cierra primero la cremallera izquierda y luego la derecha.

—No hay tiempo ahora para eso. No nos pasará nada, solo tenemos que darnos
prisa.

¿Darnos prisa? ¿Para qué? Pero no pregunta. Parece que Irina tiene un plan ya bien
elaborado. Eso es bueno. Si intenta pensar en su futuro, lo único que aparece en su
cabeza es a Grigori susurrando «tú también lo deseas, lo sé».

—¿Puedes…?

—¡Silencio! —susurra Irina.

Oh, Mierda. Olvidaba que las dos salas de despensa, normalmente vacías, están
ahora ocupadas por Meltem y Felix. De la primera habitación sale luz por debajo de la
puerta. Ahí hay alguien que no puede dormir. Yuri se desplaza hacia arriba con ayuda
del pasamanos para que sus pies no toquen el suelo. Se deslizan sin hacer ruido por el
pasillo.

Alcanzan la esclusa. La cámara está cerrada. Yuri mira a través de la ventanilla


redonda en la compuerta, pero no ve a nadie dentro.
—Qué raro —dice—. ¿Por qué no hay aire dentro?

Pulsa el botón grande y la esclusa se llena de aire respirable.

—O alguien ha abandonado la base o dejado que se bombee el aire sin querer.

—¿Sin querer?

—Acuérdate, Yuri, de que tenemos cuatro invitados que no conocen bien nuestra
base.

—Es posible. Pero deberíamos ir igualmente con cuidado.

El botón pasa a verde. Yuri lo pulsa de nuevo y la compuerta se desplaza a un lado.


Entran en la esclusa e Irina cierra la puerta por dentro.

—¿Tú también vienes? —pregunta Yuri—. ¿Me dirás ahora a dónde vamos?

—¿Te creías que iba a asfixiarte en la cámara? Ponte el casco. Canal 7.

En el fondo, ya se imagina a dónde pretende llevarle. Se coloca el casco y cierra la


fijación hacia delante. El olor agrio del traje espacial húmedo le entra en la nariz. Bebe
un trago de agua por el tubo de su casco. Entonces selecciona el canal 7 en el dispositivo
universal.

—¿Listo? —pregunta Irina.

—Listo.

Irina engancha su cabo de seguridad al cinturón de Yuri y pulsa el botón de la


compuerta exterior. Los micrófonos del traje transmiten el siseo de las bombas de
vaciado a su casco. Cuanto menos aire hay, menos ruido se oye. Al final hay completo
silencio. De vez en cuando oye la respiración profunda de Irina. Ha dejado el canal
abierto. Pero no se queja. Ese sonido le resulta muy tranquilizador.

La Ganymed Explorer parece un montón de chatarra con elementos soldados entre


sí sin ton ni son. Yuri recorre el casco con la luz de su casco. ¿Dónde tendrá la entrada?
Ahora se arrepiente de no haber trabajado un turno más con Grigori. En su lugar dejó a
Irina en manos de ese cabronazo. Probablemente le haya rechazado igual que Denise y
los constantes rechazos se le fueron acumulando tanto que…

—Yuri, no pienses tanto. Mejor busca la entrada de la nave —dice Irina dándole un
golpecito en el hombro.

—Tú estabas aquí cuando llegaron los invitados.

—Grigori recibió la comitiva. Yo me ocupé del repostaje.

Es evidente. Grigori le dejó a Irina hacer el trabajo duro.

—No me importó —dice Irina—. Nunca hago nada que no quiera hacer. Tender un
par de mangueras es bastante más agradable y entretenido que recibir a desconocidos
con educadas palabras. Ah, y ahí están.

—¿Qué, quién?

—Las mangueras. Ayúdame a retirarlas. Los depósitos estarán ya llenos.

—¿Qué tengo que hacer?

—Esperar aquí.

Irina se desacopla y desaparece en la oscuridad. Yuri observa el cielo. Las estrellas


son iguales por todos lados: blancas y sin estructura alguna. Los puntitos blancos están
inmóviles sobre su fondo negro. La última vez que tuvo la sensación de observar el
firmamento fue en la Tierra, hará dos años ya de eso.

—Ya estoy aquí.

Irina aparece inesperadamente a su lado y Yuri se asusta. Le agarra el cinturón y


engancha de nuevo el cabo de seguridad.

—Ven conmigo.

Le arrastra hacia delante. Hay dos mangueras de un palmo de grosor tendidas hacia
la Ganymed Explorer. Acaban conectadas a un depósito grueso como un tonel y a unos
buenos diez metros de altura.
—Sujeta el extremo de la manguera. Podría ser que en el interior haya aún algo bajo
presión.

Irina manipula tres palancas distintas. ¿Cómo sabrá en qué secuencia tiene que
manejarlas?

—Lo haces como si dominaras el tema.

—Claro que sí, es tecnología rusa —dice Irina.

—¿Es un propulsor de fusión de RB?

—No, más barato, pero casi igual de eficiente. Es un MTE.

—¿MTE?

—Módulo de Transporte y Energía.

—Eso no me suena a nada, Irina.

—Lo desarrolló el ejército ruso. Allí delante, desde aquí abajo no puedes verlo, hay
una pequeña central nuclear; un reactor de 10 megavatios. Proporciona corriente para
los quince propulsores de iones que acabamos de rellenar con masa de apoyo.

—Ah, claro. Por eso todas esas chapas aquí repartidas a lo loco…

—… son los radiadores, que eliminan el exceso de calor producido por el reactor, en
efecto.

—¡Jod…!

De repente, recibe un golpe en el estómago. La manguera se mueve como si tuviera


vida propia. A pesar de su diámetro es extraordinariamente flexible. La serpiente
escupe vapor gris y vibra en sus manos hasta que no puede sujetarse más y sale
volando en la noche.

—Ups —dice Irina.

Ve que Irina ha podido sujetarse a un panel de refrigeración. No llega muy lejos. El


cabo de seguridad se tensa y lo sujeta; la serpiente metálica también se tranquiliza. Irina
le recupera tirando del cabo como a un perrito que protesta.
—Ya te avisé de que en la manguera podía quedar presión.

—Sí, fallo mío.

—Ahora el otro —dice Irina.

—Atención, tripulación de la base Héctor, ruego indicación de situación —se oye la


voz de Chen por el canal interno de emergencias.

Yuri se queda congelado. Irina se pone el dedo sobre el cristal del casco. Mierda.
¿Qué querrá Chen ahora? No obtiene respuesta.

—Chicos, siento tener que despertaros, pero es necesario comprobar una cosa.

No hay respuesta.

—¿Hola? ¿Alguien despierto? El tanque de helio muestra un descenso de presión. Si


nadie se ofrece voluntario voy a tener que salir yo en persona.

Mierda. Si Chen abandona la base, estarán en peligro.

—Uuaaaa —dice Irina.

—¿Eres tú, Irina? —pregunta Chen.

—Sí, jefe. Me acabo de despertar. ¿Qué jaleo es este?

—Eso te lo tendría que preguntar a ti, en tu cuarto parece que hay un vendaval.

Mierda. El mantenimiento de vida está soplando aire fresco dentro de su casco. En la


base debe sonar eso como un huracán.

—Es el aire acondicionado. Lo tengo al máximo. Cuando bebo alcohol me dan


sofocos. Solo me sirve pasar frío.

—Eso le pasaba también a mi exmujer.

—¿Su exmujer? No nos ha contado nada de ella, jefe.

Admira a Irina. Está ayudando a un asesino a escapar y mantiene una charla insulsa
con su jefe, como si no pasara nada.
—Tampoco hay mucho que contar. Me gustaría poder dormir un poco más. Así que
te toca salir y comprobar el tanque de helio. Es un cacharro demasiado caro y no quiero
que le pase nada.

—Claro que sí, jefe.

—Gracias. Mañana te dejaré que inicies tu turno dos horas más tarde.

—Entendido. Irina, corto y cierro.

Irina espera un momento y cambia de nuevo al canal 7.

—Hemos tenido suerte.

—Lo has hecho genial. Yo no podría haberle respondido con tanta calma.

—Va, Yuri, soltemos la segunda manguera y démonos prisa para entrar en la nave.

—Quieres que…

—Sí, quiero tomar el bote prestado. Cuidado, que suelto la segunda manguera. Ya
sabes lo que va a pasar.

—Que salgo volando.

—Quizás. Pero el tanque de metano perderá presión y lo notificará a la central. Y no


creo que Chen siga entonces tan tranquilo. Es un tipo listo que sabrá sumar uno más
uno. ¿Por qué deben tener pérdidas de presión precisamente los dos tanques conectados
a la Ganymed Explorer?

—Habrá que darse prisa.

—Parece que me vas entendiendo cada vez mejor, Yuri.

Han rodeado la Ganymed Explorer casi del todo. Yuri empieza a comprender mejor
el concepto. Los quince propulsores están dispuestos en tres grupos de cinco, alrededor
del propulsor químico que funciona con metano. La Ganymed Explorer lo necesita, ya
que, en caso de fallar el reactor nuclear, lo usarán para generar la electricidad que
consume la refrigeración; si no, podría fundirse el núcleo.
La entrada a la nave está encima del propulsor. Para alcanzarla tienen que subir una
escalerilla.

—Tú primero —dice Irina.

—Tenemos que soltar primero los anclajes —responde Yuri.

—¿Sabes cómo?

—Sí, Grigori me lo enseñó.

—Bien. Entonces voy subiendo yo y preparo el despegue.

Irina suelta el cabo de seguridad.

—Ten cuidado.

—Claro. Solo tengo que pulsar cuatro botones.

—Entiendo. Pues hasta ahora.

Trepa por la escalerilla. Yuri da media vuelta y camina con cuidado hasta la primera
caja.

Número 1. Vuelve a cerrar la caja. Este anclaje debería soltarse solo cuando la nave
despegue. Yuri va hacia la izquierda, hacia la otra caja.

—¿Irina? ¿Ya estás fuera?

Chen. Vuelve a estar en la frecuencia general.

—Claro, jefe.

—Tengo la sensación de que necesitas algo de ayuda. El tanque de metano también


avisa de pérdida de presión.

—No puede ser. No veo nada por aquí.

—Pues sí, los sensores envían datos inequívocos.


—Ya me encargo de eso ahora mismo.

—Espera, voy a salir. Cuatro ojos ven más que dos.

—No hace falta, jefe. Necesita descansar.

—Ya me apaño. No te preocupes. ¿Dónde están Grigori y Yuri?

—Supongo que durmiendo la mona.

—No, no están en sus habitaciones. Solo Denise duerme.

—Qué curioso. A lo mejor están pillándose una cogorza en algún almacén.

—¿Grigori y Yuri? Pero si son como el perro y el gato.

—Quizás entierran sus hachas de guerra con el alcohol.

—Más bien me parece que me estáis tomando el pelo todos. Menos Denise, claro.

—Pero ¡qué dice, jefe! Eso es injusto. Me levanto en plena noche para ocuparme de
los tanques y…

—Irina, no estás en los tanques.

—¡Claro que sí!

—Entonces deberíamos vernos, porque yo sí lo estoy.

Mierda. Los han descubierto. Chen aún no sabe lo que ha pasado, pero algo
sospecha. Seguro. Se pensará que queremos secuestrar los tres la Ganymed Explorer.
Con lo cual, estaría muy cerca de la verdad.

—Yuri, date prisa —dice Irina.

Ha vuelto a pasar al canal 7.

—Estoy en ello. Dos están ya sueltos y voy del camino al tercero.

—Chen necesitará de siete a ocho minutos para llegar desde los tanques.

—Irá muy justo. Necesito seis minutos.


—Mierda.

—¿Controlas ya el ordenador central de la Ganymed Explorer?

—A decir verdad, no.

—¿Por qué no dices nada?

—No hacía falta. Hay un botón de despegue de emergencia. Con eso saldremos al
menos de aquí sin que nos pidan contraseñas.

—Bien. Tercer anclaje suelto.

—¿Quién está ahí? —grita Chen.

Yuri se deja caer instintivamente al suelo. Pero solo flota lentamente hacia abajo.
Mierda.

—¿Estás manipulando los anclajes? Grigori, ¿eres tú?

Chen sospecha que es el búlgaro ya muerto el que está detrás del plan. Aunque no
ayuda en nada. Yuri se esconde tras un saliente y mira a su alrededor. El foco de Chen
es aún muy pequeño. Está a dos o tres minutos de distancia. Pero si quiere llegar a la
cuarta caja, tendrá que ir en su dirección. Demasiado arriesgado. Camina agachado
hacia el otro lado de la nave. Aquí todo está tranquilo. La escalerilla está a unos treinta
metros.

¡Ahora! Con grandes saltos se acerca a la nave. 25 metros. 20 metros.

—¡Alto! —grita Chen—. ¡O disparo!

Yuri se queda parado. Chen tiene el brazo estirado dirigido hacia él. En la mano
sujeta algo brillante: un arma.

—¿Irina? Tendrás que volar sola —dice.

—Ni hablar. Entonces también me quedo yo.

—No puedes hacerlo —dice Yuri—. Ahora tampoco te librarías de un castigo.


—Ven aquí, Grigori —ordena Chen—. Despacito y sin hacer tonterías. Parece que se
te ha ocurrido una idea bien loca. ¿Queríais secuestrar la nave y venderla? Ay, ay, ay…

Yuri avanza lentamente. En algún momento, Chen podrá leer el nombre en su traje.

—¿Yuri? ¿Es usted? Pero ¿cómo ha podido hacer esto? ¿Le ha obligado Grigori? ¿Le
ha chantajeado? ¡Explíquemelo!

—No, no lo ha hecho.

—Lo siento mucho, pero tengo que detenerle, lo entiende ¿verdad?

—Sí, claro.

De repente, la pistola sale volando por los aires. Detrás de Chen ha aparecido otra
persona que ha dado una patada contra el brazo armado. Solo puede ser Denise. Virgen
santa. Ahora se verá implicada también ella, a pesar de haber sido la víctima. ¡Si la
había querido ayudar!

Denise salta, pilla el arma y en pleno vuelo la dirige hacia Chen. Entonces alcanza
una de las chapas del radiador y se queda allí agarrada.

—Apártese de la nave, jefe —le dice.

—De acuerdo, vale. Pero estáis cometiendo un error. Un gran error. Esa nave es
demasiado conocida. Nadie os la comprará. Volved dentro y hablamos del asunto. No
le diré nada a nadie. Ha sido un error tonto que puede pasar.

Chen ya sospecha que este robo le arruinará. Ha pasado en su asteroide y por culpa
de su propio personal.

—Lo siento, jefe. Pero es que no conoce toda la historia —dice Yuri—. Denise, ven,
entremos en la nave. ¿Ves la escalerilla? Y no pierdas de vista a Chen.

—Vale, Yuri. Ya voy.

Denise desciende hasta llegar a él. Es muy hábil. Le ofrece vigilar a Chen, pero ella le
envía primero hacia arriba. Yuri sube hasta la entrada. Irina ya ha preparado la esclusa
para que pueda entrar directamente en la cámara.

—Ven, Denise.
Le sigue y juntos cierran la compuerta de la esclusa. Poco después se oyen golpes
sobre el casco. Solo puede ser Chen. No se rinde.

—Estamos dentro —dice Yuri por el canal 7.

—Entendido —responde Irina—. Venid a la central para que podamos despegar.

—Base, Chen al habla —se oye al jefe por el canal general—. ¿Puede abrirse la
compuerta de la esclusa de la Ganymed Explorer a distancia?

—¿A qué viene esa pregunta? ¿Qué está pasando?

Es la voz de Michael, el científico.

—Un par de locos están secuestrando vuestra nave.

—¿Que qué? ¿Está de broma? —pregunta Warning.

—Nunca estoy de broma. ¡Hagan algo o se quedarán sin nave!

—Yo solo soy científico, no puedo hacer nada. Voy a por la comandante. Un
momento. No se vaya, señor Kun —dice Warning.

Aún tienen suerte. Pero si la comandante de la Ganymed Explorer consigue


conectarse a distancia con el ordenador de a bordo, no hay despegue de emergencia
posible.

—¿Irina? Será mejor que despegues ya —dice Yuri por el canal 7—. Es posible que
puedan controlar la nave a distancia. En ese caso la habremos jodido.

—Entendido —responde Irina—. Poneos cómodos ahí abajo. No tengo ni idea de


con cuántos g es capaz de acelerar esta nave.

—Nos agarramos.

Yuri cambia de nuevo a la frecuencia general.

—Chen, si quiere sobrevivir, será mejor que abandone la escalerilla. Ahora. Vamos a
hacer un despegue de emergencia.
Ante la pequeña ventana de la compuerta pasa una mano enguantada de un lado al
otro. Yuri se acerca y mira a través de ella. De repente se encuentra mirando
directamente a la cara de Chen. Nunca antes había visto una expresión tan feroz en la
cara de su jefe. Exjefe.

—Están locos. No lo conseguirán. Yuri, usted es una persona inteligente, lo conozco


bien. No se deje arrastrar por Grigori a la miseria.

Vaya. Esa advertencia llega demasiado tarde.

—¡Lárguese ya, Chen! —grita Yuri—. ¡Es mi último aviso!

—Sí, ya me voy. Pero les enviaré a toda la policía espacial detrás. Y a la Space Force.
Y a las tríadas. Y al servicio secreto. Y a todos los cazarrecompensas que pueda
comprar.

—Vale, vale, me parece bien. Salude a la tripulación de la Ganymed Explorer de


parte nuestra. Lo sentimos mucho, pero no nos queda otra alternativa.

Yuri vuelve a mirar por el ojo de buey. Solo hay oscuridad. El suelo empieza a
vibrar. La vibración pasa también a las paredes.

—¡Allí! —dice Denise, y señala hacia la puerta interior.

Está acolchada y es el único lugar acolchado de toda la esclusa, compuesta


normalmente por paneles metálicos. Se sienta con la espalda contra la puerta y Denise
se acurruca a su lado. El ruido es ensordecedor. Tienen la sensación de estar sentados
dentro del propulsor. ¿Ha experimentado alguien alguna vez un despegue sentado en
la esclusa de salida? ¡Ojalá la Ganymed Explorer no acelere a tope! Pero es un despegue
de emergencia. Y en caso de emergencia, seguro que hay que ir rápido.

Una fuerza tremenda le empuja hacia abajo. Un fuerte dolor le sube por la cadera.
Estar sentado derecho no es buena idea. Se deja resbalar hasta el suelo. Tumbado se
soporta mejor la presión, incluso sobre suelo duro. Denise sigue su ejemplo.

Entonces un tirón le desplaza hacia la derecha. Choca contra Denise y la empuja


contra la pared. No hay forma de evitarlo, las fuerzas les superan a los dos. El propulsor
aúlla, si es que hay algo que pueda aullar en una nave espacial. De repente pierde gran
parte de su peso. ¿Ha fallado el motor? Pero el rugido es más fuerte que nunca.

—Debe ser el último anclaje —opina Irina.


Por radio se la oye tranquila.

—Lo siento, no pude desenganchar el último —dice Yuri.

El motor vuelve a aullar. La nave parece un caballo joven encabritado que acaba se
ser cazado con un lazo.

—Lo sé. Chen te habría pillado. Todo saldrá bien.

¡Ya le gustaría ser tan optimista como ella! La cadena parece ser extraordinariamente
estable. ¡Y eso que parecía poca cosa! Seguro que es de algún nanomaterial muy
resistente.

—¿No puedes contrarrestarlo?

—Solo tengo el interruptor de despegue de emergencia. Podría desactivarlo.

Otro aullido más. La esclusa se ve sacudida. El caballo quiere tirar a su jinete al


suelo.

—Pues Chen habrá logrado su objetivo —dice Yuri.

—Pero no debemos sobrecargar el propulsor. Aquí hay varios indicadores que ya


están en la zona roja.

—¿Qué pasa si sobrecargamos el propulsor? —pregunta Denise.

—Mejor no preguntes —dice Yuri—. Confiemos en que el programa de emergencia


tenga un programa de emergencia.

—¿Qué probabilidades hay de eso? —pregunta Irina.

—Ni idea —responde Yuri—. Eres la única de los tres que se ha sentado tras los
mandos de una nave.

Le gusta poder charlar con Irina. Ya casi ha olvidado el ruido ascendente y


descendente del propulsor.

—Es tecnología rusa, ¿no? —pregunta Irina—. Entonces debería…


Yuri pega un respingo. Luego se da cuenta del motivo. Sus oídos solo perciben
estruendo, nada más. Un golpe de látigo acaba de restallar contra la nave. El metal de la
compuerta se ve abollado hacia dentro desde abajo a la izquierda hasta arriba a la
derecha, en línea recta. Ha sido la cadena del cuarto anclaje. Ojalá Chen se haya
apartado lo suficiente. Si le ha golpeado a él, le habrá partido en dos.

—… funcionar. Estamos ascendiendo.

¿Por qué susurra Irina? Apenas la entiende. Pero no tiene tiempo para pensar. Una
mano gigantesca la presiona contra el suelo. Se resiste un poco, pero la fuerza castiga a
cualquier músculo tensado. No tiene ninguna posibilidad de liberarse. Deben ser cinco
o seis g y está aquí tumbado, sin ninguna base acolchada. Se le vacía
descontroladamente la vejiga. Es la reacción de protección de su cuerpo. No puede
evitarlo. Por suerte lleva aún el casco. Su cabeza está protegida.

Mira hacia derecha. Denise tiene los puños cerrados. El arma que le quitó a Chen
está bajo su mano. Jamás hubiera pensado que la francesa sería capaz de algo así.
Acercarse por detrás a un hombre armado, esa patada tan elegante… pero, sobre todo,
porque con ello se ha condenado a ella misma. Ahora están los tres en el mismo bote y
no tienen ni idea de a dónde irán a parar.

¿Durante cuánto tiempo les acelerará el modo de emergencia? Dependerá del tipo
de emergencia que haya calculado el programador. Estaría bien poder salir del alcance
de radio de la base Héctor. Entonces estarán seguros de que nadie puede pilotar la nave
a distancia.

La mano gigante le suelta. La sensación es maravillosa, como si flotara. Yuri


presiona brevemente la mano contra el suelo. Está realmente flotando. Los propulsores
se han apagado. La Ganymed Explorer se desplaza en caída libre por el universo. La luz
en la puerta interior cambia de rojo a verde. Denise está tumbada con los ojos cerrados a
su lado. ¿Habrá muerto? Yuri se asusta. Le da un golpe y Denise abre los ojos.

—Me siento como en el cielo.

—Estamos en el cielo —dice Yuri.

—¿Vais a quedaros mucho tiempo en la esclusa? —pregunta Irina por radio—. Me


iría bien un poco de ayuda aquí, para acceder al mando normal.

Denise se mete el arma en el cinturón y se levanta.


—Vamos de camino —dice Yuri.

Encontrar la central resulta fácil. Detrás de la esclusa transcurre un pasillo circular


alrededor de la nave. En cada cuadrante hay una puerta que lleva hacia el interior, a la
central, y otra que llevará seguramente a las habitaciones. En marcha normal, este sector
seguramente gira para lograr una cierta gravedad en las habitaciones. Pero por ahora
solo hay ingravidez.

Irina tiene un aspecto muy original. Se ha quitado la parte superior del traje, el HUT,
peo sigue llevando la abultada parte inferior y el casco.

—Estamos aquí —dice Yuri.

Irina se quita el casco. Lleva el cabello enmarañado y brillante de sudor. Sonríe.

—Ya no lo necesito más.

Le da un empujoncito y el casco sale flotando por la central.

—Hay que ver, qué cosas haces, Denise —dice entonces.

Denise asiente.

—No soportaba la idea de veros en la cárcel o sentenciados a muerte por mi culpa.

—No ha sido por… —empieza Yuri.

—No ha sido por tu culpa —dice Irina al mismo tiempo.

Los tres se ríen.

—Grigori tiene la culpa —afirma Yuri—. Nadie más.

—Sí, eso lo tengo muy claro —concuerda Denise—. Aun así…

—Sea como sea, bienvenidos a bordo —dice Irina—. Ya encontraremos alguna salida
a todo esto.
Se oye un pitido muy desagradable. Entonces se activa una pantalla holográfica
sobre una mesa plana con múltiples botoncitos.

—Estupendo, ya me estaba preguntando cómo se puede volar esta nave sin


pantallas —exclama Irina.

—El pitido me preocupa un poco —dice Denise.

—A mí también —responde Irina.

Se sienta frente a la consola y pulsa un par de teclas. Pero tras cada tecla solo se oye
un zumbido tonto.

—El trasto este sigue bloqueado. Menuda mierda.

—Podríamos pedir instrucciones a la base por radio —propone Denise.

—¿Crees que nos darán la contraseña voluntariamente para que nos vayamos con su
nave?

—Podemos prometerles que volveremos al asteroide.

—¿Y crees que nos creerán, Denise?

—No les queda otra elección. Sin la contraseña no recuperarán nunca su nave.

—Pero si flotamos inútilmente por el espacio no podemos huir y seremos presa fácil.

Yuri flota hasta la consola y se mira la pantalla holográfica.

—Mirad esto.

En la imagen tridimensional puede verse una patata doble gigantesca. Debe ser
Héctor. Un pequeño punto verde se va alejando en línea recta. Seguro que es la
Ganymed Explorer. La representación marca de forma punteada hacia dónde se
dirigen, hasta que se cruza con una línea roja. Yuri la sigue. La línea roja acaba en un
guisante marcado en rojo en esta vista tridimensional. Debe ser Skamandrios, el
acompañante de Héctor, que gira alrededor del gran asteroide una vez cada tres días.

Denise señala al guisante rojo.


—¿Es por eso, por lo que pita el ordenador?

—Supongo que sí —dice Yuri—. No parece muy peligroso. Ese guisante tiene unos
doce kilómetros de diámetro. Si colisionamos será suficiente como para quedar como
una mosca en el parabrisas de un coche a gran velocidad.

—Yuri tiene razón —añade Irina—. Deberíamos evitar ese encuentro como sea.

—A lo mejor la nave dispone de algún mecanismo automático anticolisión —dice


Yuri.

—Pero yo no me fiaría mucho de eso —responde Irina.

—La mujer tiene razón —dice una voz desconocida.

Yuri se gira de golpe. Denise saca el arma de su cinturón y apunta con ella a la
persona que ha aparecido en la entrada a la central, un par de metros detrás de ellos. Es
Meltem Miraloğlu, la capitana de la Ganymed Explorer. Sonríe y levanta los brazos.

—¿Cómo ha entrado aquí? —pregunta Yuri.

—¿No habíamos quedado en que nos tutearíamos?

—Responde a la pregunta de Yuri, o… —amenaza Denise.

—Yo desaconsejaría disparar un arma en este entorno. Aunque me acertaras, la bala


podría abrir un agujero en el casco exterior.

—Tendré que correr ese riesgo.

—Pues bien, me gusta dormir en mi propia cama, así que rechacé la invitación de
vuestro jefe y tras la fiesta de ayer me retiré a mi cabina. Menudo espectáculo habéis
montado aquí. ¿Puede preguntar por qué?

Denise niega con la cabeza.

—No puedes.

—Pero nos puedes decir cómo se activa el mando de la Ganymed Explorer para
evitar a Skamandrios —dice Yuri.
—Podría. Pero ¿qué sacaría yo de eso?

—Que no morirías, Meltem. Nadie quiere morir, ¿verdad? —pregunta Irina.

—Vosotros tampoco. Así que os pido que me entreguéis la pistola y os apartéis del
ordenador central. Luego la desbloquearé.

—Ni hablar —exclama Denise—. Además, esto es un revólver. ¿Ves? Tiene un


tambor giratorio para la munición y no un cargador.

Le enseña claramente el arma a Meltem para que vea el tambor. El ordenador pita
más alto. La línea punteada parpadea.

—Es la señal de que el ordenador espera una decisión. Estamos a menos de 300
kilómetros del obstáculo. Aún podemos esquivarlo. Un pequeño impulso en las toberas
de corrección y…

—Pues danos la contraseña —dice Irina.

—Ni hablar. Ya conocéis mis condiciones.

—No podemos aceptarlas —responde Yuri—. Si te entregamos el arma y el


ordenador, regresarás a Héctor.

—Ahora podría pediros que confiéis en mí y que después os devolveré la pistola.


Quiero decir, el revólver, claro. Pero sería poco eficiente. Y sabríais que es mentira.
Quiero continuar la expedición con el equipo de investigación, sin duda. Tenemos un
par de proyectos muy interesantes en Ganímedes. Así que dejémonos ya de
chiquilladas, para empezar.

—¿Y qué supone para nosotros que aceptemos tus condiciones? —pregunta Denise.

—Que sobreviviréis. Eso ya es algo, ¿no?

Yuri no puede evitar reírse. Meltem no tiene ni idea. Pero ese es un problema. Se
cree que tiene sus vidas en sus manos, aunque su versión solo sería una muerte más
lenta y dolorosa. ¿Debería contarle lo que ha pasado en Héctor?

—Bueno, eso puede verse desde varios ángulos —comenta Denise.


—Yo siempre he considerado que vivir y morir son dos alternativas bastante
evidentes —dice Meltem.

—Esto está llegando demasiado lejos —exclama Irina—. Tienes que saber que, para
nosotros, no hay regreso posible al asteroide; bajo ningún concepto. ¡Así que
desbloquea ya la maldita consola!

—¿Y si no?

—Morirás —dice Irina.

—Y vosotros conmigo.

—Pero tu muerte será más lenta y dolorosa que la nuestra porque antes te arrancaré
uno a uno cada pelo de su hermosa cabellera. Por no hablar ya de los dedos de tus
manos y pies.

—Caray, eso suena a amenaza. Pero no pareces el tipo de persona que disfruta
torturando.

—Gracias, muy amable por tu parte. No me divertiré, pero es que no se trata de


diversión —dice Irina—. Se trata de la vida de mis amigos. Por ellos sí que soy capaz de
cortarle un dedo a alguien, si resulta necesario.

Eso no lleva a nada. La capitana parece muy segura de lo que hace. Debe pensar que
son tres personas simpáticas que se han descarriado sin querer. Así que piensa que, en
el fondo, no tienen intención alguna de matarla.

—Pues me gustará saber cómo piensas hacerlo cuando falte poco para la colisión —
espeta Meltem.

Si quieren convencer a Meltem, tendrán que cambiar de táctica. No sirve de nada.


Tiene que sumergirse en la oscuridad que sintió cuando mató a Grigori.

—No me dejas otra alternativa —dice entonces.

Se aparta de la pared y flota hacia Meltem. Ella no se aparta ni un milímetro. ¡Sí que
es valiente! Denise le lanza una mirada interrogativa, pero sigue apuntando a la
capitana con el arma. Yuri no se lo piensa mucho; la rodea y la agarra con ambas manos
por el cuello. Nota su nuez bajo el dedo anular, a pesar de llevar aún los guantes. ¿Es
que padece falta de yodo? Ahuyenta la pregunta. Es curioso, cómo su conciencia intenta
sacarle de esa situación.

Ahora solo tiene que apretar. La mujer tensa sus músculos, pero no se resiste. Es
muy lista. Sabe que no tiene escapatoria. Yuri le aprieta el cuello. Meltem suelta un
estertor, pero aún respira.

—La contraseña.

—No.

Aprieta con más fuerza. El cuerpo entero de Meltem se mueve como un pez que se
está quedando sin aire.

—La contraseña.

—Grhh.

—Asiente, si quieres seguir viviendo.

Meltem niega con la cabeza. Yuri aprieta con más fuerza. Ahora ya no puede
respirar más. Abre la boca por reflejo, pero tampoco puede decir nada más. 30
segundos, un minuto, un minuto y medio. Tras tres minutos sin oxígeno, sufrirá muerte
cerebral. Con Grigori apretó demasiado tiempo.

—Última oportunidad —dice Yuri—. No serías mi primera víctima.

Ahora debería derrumbarse toda esa seguridad. Por favor, Meltem, revélanos la
contraseña. Pero no reacciona. Sigue despierta y sabe que va a morir, pero su voluntad
de no rendir su nave es más fuerte. La suelta y la empuja lejos de él. Meltem se agarra el
cuello entre estertores.

—No puedo hacerlo —dice Yuri—. Lo siento.

—Gracias a Dios —exclama Irina—. Por un momento me diste mucho miedo.

—Lo habría hecho por vosotras.

—Virgen santa, no, no quiero eso.

—Yo tampoco —dice Denise—, y ahora sé que tú tampoco lo querías.


Yuri niega con la cabeza, pero no dice nada. ¿Realmente no quería? Con Meltem
tienen ambas razón. Es inocente. Estaba en el lugar y el momento incorrectos. Pero
Grigori…, él sí que se lo merecía. ¿O es que está intentando justificarse?

—¿Realmente lo ha hecho antes? —pregunta Meltem en voz baja.

—Ayer noche maté a Grigori —reconoce Yuri.

—Grigori me acorraló e intentó… —dice Denise.

—Entiendo. No conocía a Grigori —responde Meltem—. Pero no me cayó nada


simpático.

—Era un hombre horroroso —exclama Denise.

—Y es por eso que os querías largar. Este campo griego de troyanos de Júpiter es
territorio chino. Así que se aplica la ley china. Yuri no habría salido nada bien parado.

—Exacto —dice Irina.

—Pero ¿y vosotras? No deberíais temer ninguna represalia.

—Hasta que ayudamos a Yuri —responde Irina—. Chen es un pedante puntilloso


que no pasaría nada por alto.

—Vale. ¿Y ahora qué?

—Ahora desbloqueas la consola.

—Lo siento, pero no puedo. Sois leales a Yuri, eso lo comprendo. Pero debéis
comprender que yo sea leal a mi tripulación. No, mentira, soy leal a mi nave. Nunca he
dejado una nave en manos de otras personas.

—Pero así destrozarás tu nave.

—Si os doy la contraseña, me destrozo a mí misma.

Transcurren dos minutos más. El pitido del ordenador aumenta de volumen. Yuri
observa la imagen 3D. Faltan solo 100 kilómetros. Deberían prepararse para morir. Pero
¿qué acaba de decir Meltem? Basta con una pequeña corrección. Se refería a las toberas
de corrección. Pero no importa para nada con qué se provoque la corrección.

—Tengo una idea —dice Yuri—. ¿Vigiláis a Meltem, por favor?

—¿Necesitas ayuda? —pregunta Irina.

—No.

—¿Qué idea? —inquiere Denise.

—No sé si funcionará. Dejaos sorprender.

Sale flotando de la central. En el marco de la puerta nota la mirada de Meltem sobre


su espalda. ¿Sabrá lo que tiene en mente? Se mueve por el pasillo circular y recuerda la
imagen del proyector holográfico. Skamandrios llega a la nave por la izquierda, desde
su punto de vista. Chocarían en el hemisferio izquierdo del asteroide. Así que debe ir a
la esclusa del lado derecho. La puerta está abierta. Mejor, ahorrará tiempo.

Yuri se mete en la esclusa. Se desengancha el casco del cinturón y se lo pone.


Entonces fija su cabo de seguridad y cierra la puerta interior. Listo. La esclusa contiene
unos cuatro metros cúbicos de aire, a presión atmosférica. Busca el cierre de la
compuerta exterior. Debe haber un botón de emergencia, estándar en todo tipo de
naves. Si lo presiona, la compuerta se abrirá sin haber bombeado el aire para ahorrar
oxígeno. Si algo está quemándose en la nave, hay que poder abandonarla lo más
rápidamente posible.

Allí está. Cubierto por una delgada plancha de cristal. Yuri la rompe, se sujeta y
pulsa el botón que hay debajo. La puerta se abre con un estruendo y el aire sale
disparado.

—¿Irina?

—He notado un ligero impulso. ¿Qué ha pasado?

—Ventilación forzada de la esclusa. ¿Qué hay del rumbo?

—El lugar de colisión ha cambiado.

—¿En la dirección correcta?


—Pues sí. Si pudieras repetirlo tres veces, iríamos sobre seguro.

—Uf. Eso son buenas noticias. Lo repetiré cuatro veces y ya estaremos seguros.

—Gracias, Yuri. ¡Has tenido una idea genial!

A la tercera vez, la Ganymed Explorer ya no colisionará con Skamandrios. Por si


acaso, Yuri repite el proceso una vez más. Cerrar puerta exterior, generar presión,
pulsar botón. ¡Crac! La puerta de la esclusa se abre de golpe y un vapor gris sale de
inmediato al espacio. Por lo demás, no se ve absolutamente nada fuera. Yuri se inclina
para volver a cerrar la compuerta.

—Gracias, Yuri. Puedes volver con nosotras. Ahora ya estamos seguros —dice Irina.

—¿Qué dice Meltem? —pregunta.

—Nada. Está sentada en el suelo con los ojos cerrados.

—Sabe que ha perdido.

—Pero no deberías subestimarla.

—Espera que cierro la compuerta.

Yuri mete la mano detrás del marco metálico. Allí hay un asa con la que puede
acercarse la puerta. La agarra y tira, pero no pasa nada. La puerta se ha encallado.
¡Mierda! Lo vuelve a intentar. Nada de nada. Se mira los goznes de la puerta. Una de las
bisagras se ha roto. Esta puerta no se podrá cerrar nunca más. Aunque lo intentara con
fuerza sobrehumana, no cerraría de forma estanca.

Se sienta en el suelo. Con esa compuerta abierta no puede restablecer la presión. Y la


puerta interior no se abrirá, porque entonces saldría todo el aire de la nave.

—Irina, tenemos un problema. Ya no puedo cerrar la compuerta exterior.

—Podemos cerrar los mamparos de la habitación justo enfrente —dice Irina—. Por
motivos de seguridad, siempre se puede sellar estanco cualquier espacio de una nave.
Entonces se vaciará ese espacio, pero Yuri podrá cerrar la compuerta interior y la nave
estará segura de nuevo.
—Vamos allá.

—Denise está en camino.

Erik apoya el oído en la pared. El metal vibra un poco. Entonces, oye un golpe
lejano. Debe ser el mamparo que ha cerrado Denise.

—Ya puedes salir —informa Denise—. La sala anterior está sellada.

Yuri pulsa el botón que abre la compuerta interior. El botón brilla en rojo y parpadea
cuando lo pulsa. La puerta sigue cerrada. Yuri se golpea el visor del casco con la mano.

—No funciona —exclama—. La compuerta nota que hay diferencia de presión y se


niega a dejarme entrar.

—Pues habrá que puentear el mecanismo que impide que se abra esa puerta, o
extraer el aire de la antesala a la esclusa —dice Denise.

—Ambas cosas podrían hacerse con el ordenador central —informa Irina—. Pero
sigue bloqueado.

—Mierda —murmura Yuri.

—¿No hay otra manera? —pregunta Denise.

—No se me ocurre nada que no dañe de una forma u otra el interior de la nave —
dice Yuri—. No podemos empezar a perforar agujeros, así como así.

—Preguntaremos a Meltem —proclama Denise—. Ella puede desbloquear la


consola.

—Ya lo hemos intentado. No quiere. Antes prefiere morir —profiere Yuri.

—Sí, pero ahora la situación ha cambiado —espeta Irina—. La Ganymed Explorer no


regresará. Meltem no tiene posibilidad alguna de recuperar su nave.

—De acuerdo, Irina. Pregúntale tú.

—Voy.
Yuri entrecruza los dedos. «Por favor, Meltem». No han llegado tan lejos como para
asfixiarse en la esclusa cuando se le acabe el aire del traje. Mira hacia fuera. Si tiene que
morir, saltará al exterior. Júpiter tendrá un nuevo troyano. ¿Qué nombre le darán?
Normalmente, los descubridores pueden hacer propuestas. ¿Quién será su descubridor?

—No quiere —afirma Irina.

—Mierda. Pero ya me lo imaginaba —dice Yuri.

—Quiere que se lo pidas tú.

—¿Yo? De acuerdo. Pásamela.

—Le pondré mi casco y podréis hablar entre vosotros.

—¿Meltem? Soy yo, Yuri. Necesito tu ayuda. Si no, no podré salir de la esclusa.

—Eso me han dicho. Pero ha sido una idea excelente utilizar el aire de la esclusa
para cambiar el rumbo de la Ganymed Explorer.

—Pues no ha funcionado al cien por cien.

—Has sido muy convincente. Te lo debo. Me has dejado vivir, lo reconozco, aunque
ya me daba por muerta. Y has salvado a la Ganymed Explorer de una colisión. Así que
desbloquearé la consola.

¿Qué tipo de argumentación es esa? Primero, la capitana prefiere ver cómo se


destruye su nave antes de darles los datos de acceso. ¿Y, ahora, se muestra agradecida
por haberle fastidiado el plan? Pero no tiene por qué comprenderlo y, sin duda, no
piensa llevarle la contraria.

—Gracias, Meltem.

—Estamos en paz, pero no por ello vamos a ser amigos. Os sugiero que me encerréis
en mi habitación, porque, si no, intentaré hacerme con el ordenador principal en cuanto
estéis durmiendo.

A esta mujer, en franqueza, no le gana nadie, todo hay que decirlo.

—De acuerdo.
Llega a la central justo a tiempo para ver cómo sobrepasan a Skamandrios. Parece
que Irina se ha familiarizado rápidamente con el ordenador principal. En la pantalla
holográfica sigue pareciendo que colisionarán con la luna de Héctor. Pero la pantalla
normal del mando muestra que ya están fuera de peligro.

—Cambio a las cámaras de la proa —dice Irina.

La imagen se queda negra. Skamandrios tiene un albedo muy reducido y, aquí


fuera, el Sol no brilla tanto como para recortarlo de la oscuridad nocturna.

—Paso a radar.

En la imagen aparece una figura que ocupa la mitad de la pantalla.

—¡Ostras! Estamos cerquísima —dice Yuri.

La figura se va llenando de estructura. Puede ver cráteres, una grieta, pendientes…


todo muy similar a la mitad de Héctor que se compone de hielo y roca. Skamandrios
orbita muy dentro del radio de Hill. Parece que Héctor arrastra a su luna consigo desde
hace mucho tiempo.

Algo choca contra su bota. Yuri aún lleva el traje espacial puesto. Ya va siendo hora
de cambiarse con ropa algo más cómoda.

Un segundo golpe. Un aparato en forma de disco intenta empujarle el pie a un lado.


Pero es demasiado pesado y, en la microgravedad, sus ruedas no tienen agarre. ¿Es eso
un robot de limpieza? Si lo es, sus fabricantes han metido la pata.

—¿Llevamos a bordo a un hada limpiadora? —pregunta Yuri.

Denise se agacha.

—¡Oh, qué mono es! Algo así nos hubiera venido muy bien en Héctor.

—Pero aquí parece totalmente fuera de lugar —dice Yuri.

Denise pulsa un botón en la parte superior del aparato. Se encienden un par de luces
y las ruedas giran aún más rápido. Entonces, por la parte de atrás del robot surge una
pequeña nube de polvo.
—Tampoco parece muy educado —opina Yuri.

—Es porque le has asustado —dice Denise, levantando el aparato.

Al robot tampoco parce gustarle, ya que comienza a pitar enfadado. Abre entonces
una compuerta en la parte de arriba y extrae un largo brazo mecánico. Parece buscar
algo donde agarrarse. Y realmente, esa mano de cuatro dedos consigue agarrarse a un
tubo que desciende de la pared. El robot asciende entonces medio metro. Denise lo
suelta. El brazo se gira un poco, la garra se suelta y el robot sale flotando hacia la salida.

—¿De dónde habrá salido? —pregunta Yuri.

—Ni idea —responde Irina—. ¿Le pregunto a Meltem?

—No. Tampoco es algo tan importante.


16 de enero de 2078, Ganymed Explorer

—Aquí Control de Misión. Comuníquenos su situación.

—Aquí Control de Misión. Comuníquenos su situación.

—Aquí Control de Misión. Comuníquenos su situación.

El mensaje les llega más o menos cada tres minutos desde medianoche. Parece que,
en la Tierra, Control de Misión ha decidido poner nerviosos a esta panda de ladrones
espaciales.

Las señales entre ellos y la Tierra tardan unos 43 minutos. Chen habrá tardado lo
suyo en dar a conocer el robo, pues llevan más de medio día de viaje y Control de
Misión no ha dicho ni mu hasta poco después de medianoche. Quizá confiaba en que
Meltem recuperar el control. Pero está encerrada en su cuarto.

—Aquí Control de Misión. Comuníquenos su situación.

—¿Y si les digo que se ahorren tanta cháchara? —pregunta Denise.

—No serviría de nada —opina Yuri—. Es la única forma que tienen de hacernos un
corte de manga. Ya les entiendo, pobrecitos. Yo estaría también muy jodido. Al menos
no tenemos que esperar ayuda de ellos.

—Nos las apañaremos sin ellos —asegura Irina—. Podemos volar a cualquier lugar.

—Pero ¿adónde? —pregunta Denise.

—Ese es el problema. Vayamos donde vayamos, nos detendrán y los entregarán a


las autoridades. Yo conozco un par de colonias de mineros con lo que podríamos llegar
a cierto acuerdo —dice Yuri—. Les entregamos la Ganymed Explorer para que la
desguacen y, a cambio, nos entregan una nave pequeña y rápida con la que volver a
casa.
—No seas tan infantil —espeta Irina—. Esta nave es demasiado conocida. Si alguien
reconoce el reactor, por ejemplo, el chatarrero acabará en la cárcel por complicidad.

—A lo mejor en algunas de las minas rusas de los asteroides tienen menos


escrúpulos —dice Yuri—. Podría preguntar por ahí.

—¿Quieres hacer negocios con la mafia? —exclama Denise—. Nos quitarían la nave
y la vida.

—No, con la mafia no. Solo con un par de tíos capaces de correr ciertos riesgos por
una gran contrapartida económica.

—Eso es la mafia —dice Irina—. ¿Tan inocente eres? Nadie sin el apoyo de una gran
‘familia’ detrás podría permitirse el riesgo de sacarle beneficio a la Ganymed Explorer.

—Pues no me quedan más propuestas. Ya dije que esta huida no era buena idea.

—Tú tranquilo, Yuri —interviene Irina—. Ya se nos ocurrirá algo. Quizás a Meltem
se le ocurre una solución.

—¿Y por qué debería ayudarnos? —pregunta Denise.

—Porque le interesa mucho que no se desguace la Ganymed Explorer.

—Nada de tonterías, ¿eh? —dice Irina.

La capitana de la Ganymed Explorer se sienta en el asiento del copiloto y sonríe.

—No prometo nada —responde—. Pero con la cuenta de administrador en el


ordenador principal podéis cancelar cualquier cosa que programe.

—Aquí Control de Misión. Comuníquenos su situación.

Todos ignoran el mensaje que surge del ordenador.

—¿Por qué nos ayudas? —le pregunta Denise.


—Ni siquiera sé si os puedo ayudar —dice Meltem—. Pero pasarme el día encerrada
en la cabina es horrorosamente aburrido. Así que intentaré ayudaros solo por matar el
tiempo.

—¿Podemos fiarnos de ti?

Meltem se carcajea y sacude la cabeza, haciendo que su cabellera gire a su alrededor.

—Naturalmente que no. Tengo intereses distintos a los vuestros. Al menos, en parte.

—Entiendo —dice Yuri—. Por ahora solo queremos tranquilizarnos. Y cuando las
aguas hayan vuelto a su cauce, volamos de regreso a la Tierra.

—Eso es una estupidez. Una nave como la Ganymed Explorer siempre llamará la
atención cuando llegue a la órbita de la Tierra.

—Sí, por eso hemos pensado en la posibilidad de cambiarla por una nave de
transporte menos llamativa.

—¡Solo sobre mi cadáver, Yuri! Esos delincuentes desmontarían mi nave hasta el


último tornillo.

—Aquí Control de Misión. Comuníquenos su situación.

—¿No puede alguien apagar eso? —pregunta Meltem.

—Esperaremos, a ver si dicen algo interesante alguna vez —dice Yuri—. Por ahora,
desguazar nuestra nave no está entre nuestros planes.

—Muy tranquilizador. ‘Nuestra nave’, buen chiste. ¿Qué os parece si utilizamos la


Ganymed Explorer para hacer lo que estaba previsto que hiciera? Podríamos analizar la
luna de Júpiter, Ganímedes. Llevamos todo lo necesario a bordo. La misión habría
durado un año. Si la realizamos tal como estaba previsto, a lo mejor puedo convencer a
la ESA, a nuestro regreso, de que no os entreguen a los chinos. La pérdida económica
sería casi insignificante.

—Lo veo muy peligroso —opina Yuri—. La órbita de Júpiter recibe con demasiada
frecuencia la visita de naves tripuladas. Chen moverá todos los hilos para que me
pillen. No quiero ser atacado por una nave militar china.

—Saturno también tiene lunas interesantes —expone Meltem.


—Eso, tal vez, sería ya otra cosa. Pero también me buscarán allí. Encélado y Titán
son científicamente muy interesantes, pero es como si me escondiera en la Torre Eiffel o
en la Casa Blanca en Washington. Pienso más bien en algún destino hasta ahora muy
poco conocido.

—Pues ya no sabría decirte —contesta Meltem—. Me preparé para Ganímedes y no


he seguido con mucha atención la investigación astronómica, lo siento.

—Aquí Control de Misión. Comuníquenos su situación.

—Eso empieza a ponerme de los nervios —dice Irina.

—Aunque conozco a alguien que podría ayudarnos en la búsqueda de un objetivo


—dice Meltem.

—¿Cómo se llama ese alguien? —pregunta Yuri.

—No lo sé. Se hace llamar Cinnamongirl.

—¿Cinnamongirl?

—No es su nombre auténtico, claro. Es una hacker y podría echar un vistazo en las
bases de datos astronómicas. Incluso en las que están protegidas con contraseña.

—¿De qué la conoces? —inquiere Denise.

—Tengo que saber qué va haciendo la competencia. En el mundo de la ciencia


también se libran batallas muy duras. Te pasas tres años observando un cuásar y, luego,
llega un equipo de Japón que publica sus resultados dos semanas antes que tú. No
permitiré que me pase jamás algo así.

—¿Podemos hablar con ella? —pregunta Yuri.

—No. No podemos contactar con Cinnamongirl de ninguna forma. Ella contactará


con nosotros.

—Y ¿cómo sabrá que necesitamos sus servicios?

—Utilizo su nombre en código en la red, en un documento firmado por mí.

—Es decir, que tienes que acceder al ordenador.


—Sí.

—De acuerdo —dice Yuri.

Algo tira de su cinturón. Yuri mira hacia abajo. Cuatro dedos se han agarrado a una
trabilla. De ellos, cuelga un largo brazo. El robot de limpieza se desplaza atravesando
toda la central, utilizando literalmente cualquier cosa a la que agarrarse. Yuri señala
hacia el aparato.

—¿Lo conoces? —pregunta.

—Es un simple robot de limpieza —informa Meltem—. El modelo se llama Óscar, no


sé más. Estaba seguramente ya a bordo cuando asumí el mando de la nave. Es probable
que sea un extra gratuito del fabricante RB para la ESA. El robotito se descuelga
constantemente por toda la nave y lo mantiene todo bien limpio.
17 de enero de 2078, Ganymed Explorer

—Aquí Control de Misión. Se encuentran a bordo de una nave espacial ilegalmente


secuestrada. Diríjanse de inmediato a la base más próxima y entréguense a las
autoridades. Solo entonces podremos dar un informe más positivo ante los organismos
judiciales.

En algún momento de la noche, la gente de la ESA actualizó su mensaje. Habrá sido


entre las once y la una de la madrugada. Yuri dormía estando de guardia. Por suerte,
nadie se ha dado cuenta. El robot de limpieza lo ha despertado. Yuri sube de vez en
cuando el volumen del receptor de radio para ver si la ESA sigue atrayéndoles con
atenuantes legales.

—A lo mejor debiéramos hacerles caso —opina Denise.

Flota en pijama por la central. Seguramente se acaba de levantar de la cama.

—Ya hemos hablado de eso —dice Yuri—. Pero si te quieres bajar del tren, lo
comprendo. Ya encontraremos la forma de poder dejarte en algún sitio. A fin de
cuentas, eres la víctima.

—No es por mí. Solo que me pregunto cómo vamos a salir de esta. Pero si no queda
otra, pues nos quedamos paseando eternamente por el espacio. Me lo paso bien con
vosotros.

—Es verdad.

Sí, ayer noche tuvieron una velada muy agradable. Meltem ganó tres veces seguidas
al Parchís hasta que se dieron cuenta de que los dados estaban trucados. La capitana no
es tan honesta como daba a entender. Pero no le quitó ni un ápice de diversión al juego.
Tampoco se apostaban nada.

—¿Es que no hay ni un espejo por aquí? —pregunta Denise.

—Atrás, junto a la puerta del WHC.


—Ah, muy práctico.

—Seguramente lo han colgado después, porque alguien habrá copado siempre el


baño para peinarse durante horas.

Denise cuelga cabeza abajo y armada con un cepillo frente al espejo, con la intención
de poner algo de orden en su melena.

—Muy gracioso, Yuri. ¿Te puedes imaginar que en mi cabina no hay espejo?

—Claro. En el sorteo te la tocado la cabina de un hombre. Ese Michael ya no tenía


pelo suficiente para peinarse.

Yuri aún no ha visto su cabina, en la que hasta hace poco se alojaba el segundo
científico. ¿Cómo se llamaba?

—Ya tengo ganas de que nos pongamos en camino y haya de nuevo gravedad —
indica Denise—. En esta microgravedad, mis pelos van por donde les da la gana. Es
muy frustrante.

—Podrías utilizar una redecilla. Mi abuela llevaba una —afirma Yuri.

—Eso, tu abuela. Antes prefiero ponerme el casco.

Del ordenador principal surge un suave gorjeo. Yuri se da la vuelta. «Cuando se


oiga un sonido como de gorjeo, es que Cinnamongirl ha contestado», dijo ayer Meltem.
Busca en la memoria del receptor de radio, pero no hay nada allí. Lógico; ¿cómo va a
tener una hacker acceso a una antena del Deep-Space-Network de la NASA o de la ESA?

—Denise, ¿puedes decirle a Meltem que venga? Tiene que saber cómo descifrar el
mensaje de esa hacker suya.

—No es mi hacker. Ni siquiera sé si se trata de una mujer —dice Meltem—. Pero


hasta ahora siempre me ha ayudado.

¿Se aplicará también a ellos? Es difícil de imaginar. ¿Cómo les va a ayudar una
hacker a muchos millones de kilómetros a encontrar un nuevo destino? Meltem tampoco
pudo decirles lo que esta Cinnamongirl querrá como pago o contrapartida.
La antigua capitana se le acerca flotando en horizontal. Se ha maquillado y lleva el
cabello recién lavado. También lleva un traje con pantalón distinto al de ayer.
Seguramente lleva ya tiempo levantada.

—¿Puedo? —pregunta.

Yuri asiente. Seguramente sea un error fiarse de ella, pero no les queda otra elección.

Meltem abre el navegador en pantalla. Desde allí es evidente que no pueden acceder
a la red de datos en directo. Pero han programado el ordenador de forma que muestre
una parte determinada de forma local. Así pueden, al menos, trabajar en esas páginas
como si estuvieran en la Tierra.

—El foro se actualizó hace 78 segundos —dice Meltem.

Debió ser el momento en que el ordenador hizo su ruidito.

—¿Y ahora? —pregunta.

El dedo de Meltem se desplaza por la pantalla de un lado al otro.

—Mira, ¿te llama algo la atención?

La pantalla muestra dos fotos idénticas, una al lado de la otra. Debe ser la M31, la
galaxia Andrómeda.

—Veo nuestra galaxia vecina —dice Yuri.

—¿Notas alguna diferencia entre las imágenes?

—No. ¿Es un juego de buscar las diferencias?

—Lo ha hecho a propósito. La fecha de actualización, el tamaño del archivo e incluso


la suma de control son idénticos.

—¿Y eso en qué nos ayuda?

Yuri ya se imagina que las dos imágenes realmente no son idénticas.

—La información que buscamos está en la foto de la izquierda. Y en algunas otras en


este foro.
—¿Cómo sabrás en cuáles?

—No lo sé. Tengo copias de seguridad de todas las fotos. Las compararé con el
estado actual. Eso lo hace un programa que, al final, nos junta las montañas de datos en
un resultado final.

—Muy inteligente. Esta Cinnamongirl no necesita comunicarse contigo


directamente.

—Exacto. Eso también es una garantía para sus clientes. Si la pillaran, nadie podría
reproducir los trabajos realizados. El foro lo utilizan millones de personas.

—¿Y el programa?

—Me lo hizo un amigo programador hace un tiempo. Se pensaba que programaba


un sistema automático de búsqueda para fotos astronómicas.

—Lo cual tampoco es muy equivocado.

—Así es. Espera, arrancaré el programa y deberemos tener paciencia durante una
media hora.

—¿Quieres un café?

—Gracias, Yuri. Solo, por favor.

Se levanta y flota hacia la cafetera automática en la cocina. Meltem está ahora sola
frente al ordenador. ¿Y si prepara algo para traicionarles? Ya ha amenazado con ello.
Pero, por el momento, solo parece demasiado curiosa. Sus ojos se lo han revelado.

Yuli le entrega la taza especial, con el pico para succionar.

—Cuidado —dice—. Aún podría estar muy caliente.

Meltem pone sus labios sobre el pico y prueba el café.

—No te preocupes; conozco la cafetera desde hace bastante más que tú. Una de sus
características es que mantiene el café ligeramente caliente. Solo quema cuando está
acabado de hacer.
—Está bien saberlo.

—Me gustaría saber qué pasó con Grigori —dice Meltem.

Pues claro, tiene que saber con quién está tratando.

—¡Ojalá lo supiera! Era un… un cerdo asqueroso, pero no debería haberlo matado.
Cuando estaba allí, arrodillado sobre él… simplemente no podía soltarle el cuello. Tenía
que asegurarme de que nunca más volvería a molestar a Denise.

—Mi cuello sí que lo soltaste.

Yuri se encoge de hombros.

—Estaba desesperado. Pero entonces tuve miedo de mí mismo.

—Gracias otra vez. Suena un poco a síndrome de Estocolmo, pero cada día que pasa
me caéis más simpáticos.

El ordenador gorgojea de nuevo.

—Es el programa —dice Meltem y escribe algo—. Vaya, es un vídeo, eso no me lo


había mandado nunca.

La pantalla se oscurece. Entonces, aparecen múltiples puntos que parecen estrellas.

—Ha sido un encargo muy interesante —comenta una voz que no es ni masculina ni
femenina.

Seguramente generada por ordenador.

—Encuentra algo que nadie conozca aún. Es decir, una búsqueda cósmica del tesoro
—continúa la voz.

Las estrellas se mueven lentas por la pantalla.

—¿Crees que ha encontrado algo? —pregunta Yuri.

—¡Chist! Pues claro. Si no, no habría enviado este vídeo —responde Meltem.

—¿No deberíamos llamar a Irina?


El vídeo se detiene.

—Duerme como un angelito —informa Denise—. Acabo de estar con ella.

—Bueno, pues ya lo verá cuando se despierte —responde Yuri.

Las estrellas vuelven a ponerse en movimiento.

—He buscado primero en archivos privados, pero no encontré nada interesante —


informa la voz—. Lo cual me resultó bastante deprimente, creo yo.

—El sistema solar se considera ya como conocido del todo —dice Yuri—. Todos
miran ahora hacia exoplanetas.

—¡Silencio! —susurra Meltem.

—Entonces llegó una publicidad de OmniStellar a mi buzón —les cuenta la voz—.


Esa empresa vende a astrónomos aficionados un telescopio bastante potente que puede
montarse en el balcón. Con él se puede observar el firmamento a través del ordenador o
de una App desde el sofá del salón.

Muy práctico, pero ¿de qué les sirve eso?

—El truco está en que todos estos telescopios pueden conectarse entre sí, creando un
telescopio distribuido con el diámetro de la Tierra. La mayoría de los compradores no lo
saben, pero OmniStellar hace publicidad de ello en la comunidad científica. Siempre
que un usuario no está utilizando su telescopio, OmniStellar ofrece el acceso a clientes
profesionales. Así pueden mantener el precio muy asequible.

—Buena idea —exclama Denise.

—He mirado la App que controla los telescopios a distancia. La App puede
instalarse en cualquier plataforma convencional y está prácticamente desprotegida.
OmniStellar parte, por lo visto, del hecho de que nadie tendrá interés en hacerse cargo
de un par de millones de telescopios repartidos por el mundo. Con eso no puede
hacerse negocio. Pero no contaron ni con vuestra curiosidad ni conmigo. Por suerte
siempre hay algún lugar donde es plena noche. He utilizado las últimas 24 horas para
escudriñar a fondo el firmamento.

Esta Cinnamongirl lo está haciendo muy emocionante. Ojalá les dé también algo
interesante.
—Mirad la siguiente secuencia. Voy a sacar de allí todo lo que no es interesante.

La pantalla se apaga y, en el centro, solo queda un punto blanco. Paff. El punto


desaparece y vuelve a aparecer.

—Ese punto es Sedna, un objeto transneptuniano, y el hecho de que haya


desaparecido un momento es porque algún objeto le ha pasado por delante.

Pero ¿por qué ese objeto es invisible? Sedna es un planeta enano, que se pasea en su
órbita en los límites del sistema solar. Todo lo que lo tape debe estar, en consecuencia,
más cerca del Sol que Sedna y, por tanto, también más claro.

—Y ahora os preguntáis por qué no se ve eso por delante de Sedna. Eso mismo me
pegunté yo, pero no soy astrónoma. Tendréis que descubrirlo vosotros. Aunque os
puedo revelar algo de su órbita. Los telescopios de OmniStellar guardan todas sus
observaciones en una memoria interna. Con el mando a distancia de la App he buscado
coberturas similares en su proximidad y realmente he encontrado dos. No puedo
garantizar realmente que se trate del mismo objeto. Pero si es así, está un poco por
detrás de Urano, con una órbita muy excéntrica y una inclinación de casi 60 grados
respecto a la eclíptica. Y lo más emocionante de todo: tiene que ser considerablemente
grande. Sé cuánto tiempo ha tapado a Sedna. El tiempo depende del tamaño y la
distancia del objeto. Si la órbita que he calculado es correcta, se trata de un planeta del
tamaño de Marte.

—Menuda locura —dice Denise.

Meltem para el vídeo.

—¿Qué? ¿Os prometí demasiado?

—¿Y si la hacker ha falsificado todo eso? —pregunta Yuri.

—¿Para qué?

—Para sacarnos la pasta.

—Pero yo no le he prometido nada.

—¿Lo hace gratis?


—Sus motivaciones no me importan. Quizás es una ricachona aburrida. O una chica
joven capaz de sacar sus ingresos cuando le dé la gana de cualquier cuenta bancaria.

—Entiendo. Un noveno planeta sería una sensación. Los astrónomos están


buscándolo desde hace casi cien años.

—Ahí tienes tu motivación, Yuri. ¿Qué principiante es capaz de encontrar un nuevo


planeta?

—Sigamos oyendo lo que le quede por contar.

Meltem vuelve a poner el vídeo en marcha.

—Un nuevo planeta del tamaño de Marte, poco detrás de Urano —sigue explicando
la voz—, sembrará todo tipo de dudas. No puedo dar respuesta a la pregunta más
importante: ¿cómo es que hasta ahora ningún telescopio ha sido capaz de encontrar ese
planeta? Solo puedo suponer que nadie contaba con tanta proximidad y una órbita tan
excéntrica. Además, debe tener un albedo bajísimo, por lo que no refleja apenas luz.
Pero ya que buscáis un destino para vuestro viaje, a lo mejor hasta descubrís por qué.
Como primera descubridora tengo derecho a elegir un nombre para mi hallazgo. Voto
por Anfitrite. Era la esposa del dios del mar, Poseidón, y, por lo tanto, cuñada de Zeus,
lo cual me parece muy adecuado. Reconozco que el nombre no ha sido idea mía; al
parecer, un planeta ficticio llamado Anfitrite fue responsable de un par de cambios en
nuestro sistema solar hace miles de millones de años. Seguro que no os estoy contando
nada nuevo. Muchas gracias por este encargo tan interesante y, si tenéis cualquier
pregunta, ya sabéis dónde encontrarme.

—Así que Anfitrite —murmura Irina.

—La mujer de Poseidón, o sea, Neptuno, y cuñada de Zeus, o sea, Júpiter —explica
Yuri.

—No me digas.

Irina le lanza una mirada burlona. Yuri se muerde la lengua. Naturalmente, Irina
conoce a los dioses romanos equivalentes a los griegos.

—Estoy de acuerdo —dice Meltem.


—¿Aunque la alternativa sea Ganímedes? —pregunta Irina.

—Sin duda alguna. ¡Un planeta desconocido, y seríamos los primeros en poder
echarle un ojo! Sería la coronación de mi carrera.

—Pues entonces ha sido toda una suerte que te hayamos secuestrado la nave —dice
Yuri.

—También puede verse así.

—¿Tendremos recursos suficientes? —pregunta Denise—. Si el cálculo de la órbita


que ha hecho Cinnamongirl es acertado, son unos 2.800 millones de kilómetros. No,
unos 2.000 solo, ya que estamos a la altura de Júpiter. Si en la primera mitad del viaje
aceleramos constantemente a 0,2 g, alcanzaremos un 0,6 por ciento de la velocidad de la
luz y necesitaríamos más o menos dos semanas. Luego otras dos para frenar.

—Suena demasiado bonito para ser verdad. ¿Tiene la Ganymed Explorer


combustible suficiente para eso? Por algo tuvisteis que repostar en Héctor ¿no? Y
vuestro vuelo a Héctor os llevó también unas dos semanas —recuerda Yuri.

—Ese es un buen argumento —expone Meltem—. El reactor dará energía durante


unos buenos diez años, pero sin masa de apoyo para los propulsores no llegaremos
muy lejos. El sistema está dimensionado para una aceleración continuada de unos mil
millones de kilómetros.

—Una viaje de la Tierra a Júpiter —dice Irina.

—Exacto. Voy a hacer unos cálculos. Para llegar a Anfitrite necesitamos cuatro
segmentos: una vez acelerar y frenar en el viaje de ida y lo mismo para el viaje de
vuelta. Cada segmento mide 250 millones de kilómetros. Si en estos 250 millones de
kilómetros aceleramos a 1 g, iremos a 70 kilómetros por segundo. Para los restantes
1.500 millones de kilómetros necesitamos unos 250 días.

—Se te da muy bien el cálculo mental —alaba Yuri.

—Gracias —dice Meltem—. Son casi nueve meses. ¿Y si damos por supuesto que
podremos cargar masa de apoyo en Anfitrite? —pregunta Denise.

—El tiempo de vuelo se reduce a 175 días. Pero no tenemos billete de vuelta.
—Os quiero mucho —afirma Denise—, pero ante tanto tiempo en un espacio tan
estrecho, me gustaría reducir el viaje todo lo posible. No hay que olvidar el de regreso.

—Ni siquiera sabemos si en el destino hay posibilidad de conseguir masa de apoyo


—dice Irina—. Todo esto me resulta muy poco precavido.

—Sí, Irina tiene razón —confiesa Yuri—. Al final nos quedaremos tirados en un
planeta desconocido. Además, con nuestros antecedentes, tampoco nos conviene volver
a la Tierra demasiado pronto.

—Tenemos recursos para dos años —asegura Meltem—. Hay suficiente oxígeno y
comida.

La capitana escribe algo en el ordenador principal. En la pantalla aparece una


simulación de su viaje. Allí todo parece ir bien. ¿Cómo será en realidad? Por la derecha
aparece de nuevo el robot de limpieza. Aterriza en el regazo de Yuri.

—Parece que le gustas —bromea Denise.

—Soy el único hombre a bordo, quizá se siente solo.

—O se trata de un robot femenino y le gustas —dice Denise.

Irina se echa a reír y, acto seguido, echa una mirada feroz a las demás.

—Yuri me pertenece, que quede bien claro.

El robot extrae su brazo. Parece sorprendentemente grácil, pero también albergar


una gran fuerza. La mano se desplaza al ordenador.

—Creo que quiere leer algo en la pantalla —opina Denise.

—No posee sistema óptico —dice Meltem—. Ya lo descubrimos al principio. Se


orienta con un sensor de radar.

—Muy práctico, así puede limpiar también sin luz —profiere Denise.

La mano del robot se detiene frente a la pantalla, luego baja y se desplaza algo más
allá del teclado. Se escucha un ruido de rozamiento y el ordenador emite un pling-
plong.
—Vaya, se está recargando con el ordenador principal —dice Yuri.

En pantalla aparece una ventana: «Nuevo hardware encontrado». Meltem hace clic
para ocultarlo, sin prestarle atención.

—Entonces ¿todos estáis a favor? —pregunta al grupo.

Yuri mira a los demás. Denis asiente. Irina levanta el pulgar. El robot de limpieza
imita el gesto.

—¿Habéis visto eso? —Denise da una palmada con las manos—. Pero ¡qué mono es!
Hasta me da la sensación de que nos puede oír y entender.

—Pues no hemos notado nada de eso durante el viaje de ida —dice Meltem—.
¿Estamos entonces de acuerdo en hacerle una visita a Anfitrite?

—Sí, y por el camino lento. Así nos pasaremos dos años lejos de la demás gente —
anuncia Yuri.
22 de enero de 2078, Ganymed Explorer

Mierda. Se ha empujado con demasiada fuerza. Yuri sacude instintivamente los brazos,
abandona ese movimiento inútil y estira los brazos hacia delante donde chocará contra
el alto techo de la central. La fase de aceleración ha acabado de nuevo, pero no se ha
acostumbrado todavía a la falta de gravedad.

—¿Otra vez haciendo ejercicios de vuelo?

Justo ahora tenía que entrar Irina en la central.

—¿No tenías turno libre? —pregunta, empujándose suavemente para bajar del techo
al suelo.

—Yo también me alegro de verte —dice Irina.

Vuela cabeza abajo hacia ella y puede mirarle un buen rato dentro del escote. Pero
ha mirado demasiado tiempo y ya ha llegado al suelo. Yuri prueba rodar con elegancia,
pero ni eso le sale bien en la ingravidez.

Irina se ríe ante sus inútiles esfuerzos por lograr una postura derecha. Al final lo
agarra del brazo y lo coloca bien.

—Eso pasa cuando uno se distrae demasiado —le dice.

—Pretendía… —Ve que Irina lleva las botas magnéticas puestas—. ¡Bah! Con esas
botas no tiene mérito.

—Prefiero llevarlas y no parecer una borracha dando tumbos, aunque sean


incómodas.

—Pero no van a juego con tu bonita blusa.

—Oh, gracias. Si hasta sabes hacer cumplidos. La encontré ayer en mi cabina. Hay
un armario oculto allí, que no había visto antes.
No pudieron llevarse nada en su huida. Pero la anterior tripulación se dejó casi
todas sus cosas en las cabinas. Yuri puede elegir entre la ropa de Félix y la de Michael.
Irina y Denise tienen que compartir lo que dejó aquí la geóloga Anke Renner.

—Pues te queda muy bien.

Yuri se imagina a la geóloga. Era alta y delgada como Irina. Denise, bastante más
bajita, tendrá que esforzarse para conseguir que le vaya alguna de las prendas.

—Gracias. Sin las botas del traje también me cuesta avanzar —dice Irina—. Ya es
curioso lo distinto que es tener una gravedad natural tan baja en Héctor y estar aquí, sin
gravedad alguna.

Quince minutos después entra Meltem también en la central. Yuri mira la hora. Son
las ocho y cuatro minutos. Meltem no suele llegar casi nunca con demasiada
puntualidad. Debe ser la alemana que lleva dentro, que valora estas cosas. Meltem se
percata de su mirada y cierra momentáneamente los ojos a modo de excusa. Yuri
asiente. No se lo reprocha.

—Qué bien que estéis todos aquí —empieza.

En ese momento pasa volando el robot de limpieza cruzando sobre la mesa. Irina le
da un empujoncito, por lo que cambia de dirección. Parece comportarse como una
mascota encariñada. Cada vez que se reúnen para comentar algo, aparece más pronto
que tarde.

—Deberíamos darle un nombre —propone Denise.

—Óscar —dice Irina.

—Pero ese es el nombre del modelo de serie —protesta Denise—. ¿No debería tener
un nombre propio e individual?

—Óscar bastará. Solo tenemos un ejemplar.

—Creo que Irina tiene razón —dice Meltem.

—Pues vale, Óscar, aunque sea por falta de imaginación —exclama Denise.
—Tema del Orden del Día zanjado, pues —responde Meltem—. Pasemos al
siguiente. Nuestro objetivo.

—Anfitrite. ¿Alguna novedad al respecto? —pregunta Irina.

—Por desgracia no —dice Meltem—. Pero he pensado que podríamos darle vueltas
a los posibles secretos que oculta ese planeta.

Meltem ya no es oficialmente la capitana de la expedición, pero sigue irradiando el


respeto que necesita ese cargo. Parece haber nacido para ese trabajo, todos la escuchan,
aunque no tenga nada que decirles. Ojalá no lo utilice algún día contra ellos. Por ahora
parece que se guía por su alma de investigadora.

—¿Lo hace? —pregunta Yuri—. Creí que estaba claro que hace unos cuatro mil
millones de años colisionó con Neptuno o Urano, quitándole Neptuno la luna Tritón a
Anfitrite y dándole a Urano su curioso movimiento de rotación.

—Te lo has leído, esto está bien —dice Meltem—. Pero entonces sabrás también que
es solo un modelo que no ha sido confirmado hasta ahora.

—En efecto.

—El problema es que nuestro descubrimiento, perdón, el descubrimiento de


Cinnamongirl, no acaba de encajar en ese modelo. Además, el Anfitrite de entonces
debió ser el doble de pesado que la Tierra, mientras que nuestro planeta solo tiene un
tercio de la masa de la Tierra.

—A lo mejor Urano o Neptuno no se lo tragaron del todo, sino que lo rompieron.


Una parte fue lanzada a una órbita excéntrica donde nadie lo ha buscado, porque los
planetas giran alrededor del Sol normalmente en la eclíptica. Y un segundo trozo,
llamado Tritón, gira desde entonces como luna alrededor de Neptuno.

—Bonita teoría, Yuri —opina Meltem—. Deberíamos comprobar si entra en el


modelo existente. Tomará su tiempo, pero de eso tenemos de sobras.

—Pero no explica por qué nuestro Anfitrite sigue sin ser visible. Puede haberse
escondido durante millones de años, pero nuestros telescopios deberían poder verlo
ahora —dice Irina.

—¿Tal vez porque se trata del antiguo núcleo del planeta? —propone Yuri—. Si era
de hierro y otros elementos pesados, se explicaría su bajo albedo.
—Sí, pero el planeta parece reflejar tan poca luz, que tal vez no basta como
explicación —menciona Irina.

—Conocemos su órbita, aproximadamente, así que solo tenemos que observarlo —


dice Denise.

—¿Y si no lo encontramos? —pregunta Yuri—. ¿Borrón y cuenta nueva?

—No; porque entonces tendremos un límite superior para la capacidad de reflexión


y lo podremos comparar con tu teoría.

—Pareces algo escéptica, Denise —dice Meltem.

—Sí, porque sé que incluso asteroides M, formados principalmente de hierro y


níquel, siempre brillan lo suficiente como para observarlos desde la Tierra. Con la masa
que suponemos tiene Anfitrite, deberíamos poder verlo sí o sí, aunque se trate del
núcleo de un antiguo planeta.

—¡Mejor aún! Intentaremos encontrarlo en el espectro óptico, y si no lo vemos,


tendrás tu confirmación —expone Meltem—. ¿Podemos hacer algo más?

—Conozco a un par de colegas químicos muy inteligentes en la Tierra, a quienes me


gustaría pedirles consejo.

Yuri niega con la cabeza en claro rechazo, pero Denise sigue hablando.

—Me gustaría poder desarrollar algunas ideas con ellos, sobre como un planeta
puede llegar a tener un manto tan oscuro. La luna de Saturno, Jápeto, nos demuestra
que no es algo inusual. Consta de hielo, pero mientras que la luna de hielo Encélado es
la luna más luminosa del sistema solar, Jápeto parece desaparecer cuando nos muestra
su lado oscuro. Seguramente se deba a la acumulación de polvo en su superficie. Pero
también podría tratarse de determinados procesos químicos.

—Eso es muy interesante, Denise, pero me temo que no vas a poder contactar con
nadie. No debemos decirle a la Tierra por dónde nos movemos. Con una nave adecuada
nos podrían alcanzar sin problema.

—¿En serio? —pregunta Yuri—. ¿No tenemos ya 600 millones de kilómetros de


ventaja?
—Sé que al menos los americanos y los rusos, y seguro que también los chinos,
cuentan con naves accionadas por energía nuclear como la nuestra, en sus flotillas
militares. No conozco su alcance, pero deberían estar bastante por encima de los
modelos de uso civil.

—Entonces solo cabe esperar que Anfitrite siga resultando invisible para los
telescopios ópticos —proclama Yuri.

—Y que a los astrónomos no les llame la atención otra cobertura casual —dice
Denise.

—Debería ser bastante poco probable —opina Meltem—. Nuestra hacker, como
principiante lega en la materia, ha analizado el firmamento entero. Ese ‘error’ no lo
cometería jamás un astrónomo profesional.
31 de enero de 2078, Ganymed Explorer

Ronda 38. Yuri está sudando. Odia pasarse horas pedaleando en la bici estática, sin
avanzar ni un centímetro. Así que corre vuelta tras vuelta por el pasillo central del
anillo de la Ganymed Explorer. Ya echa de menos a Héctor y aún les faltan ocho meses
encerrados en la nave. En el asteroide podía recorrer varios kilómetros sin tener que ver
siempre lo mismo. Héctor parecía, a primera vista, desértico y peligroso. Pero con el
paso del tiempo aprendió a distinguir distintos paisajes. Era todo un acontecimiento
descubrir que un cráter había cambiado su aspecto por un impacto o por la erosión.

Aquí mejor que no haya impacto alguno, y si el metal de la nave se oxidara, tampoco
se enteraría. El pasillo está revestido por todos sus lados con material ignífugo. De vez
en cuando surgen puertas que llevan a la central hacia el interior, a almacenes hacia la
proa, a las cabinas o habitáculos hacia afuera y a las instalaciones de mantenimiento de
los propulsores detrás, así como a las esclusas. Ahora, poco antes de las cuatro de la
madrugada, no se encuentra con nadie. Las tres mujeres duermen. Tiene guardia en la
central, pero allí no hay nada que hacer.

Yuri avanza agarrándose a las asas del techo. Acelera, luego frena de nuevo, porque
el pasillo es circular. De vez en cuando hace movimientos como de natación. No le
ayudan a avanzar, pero quiere mover todos los músculos del cuerpo y dicen que la
natación es ideal para eso.

Ronda 39. Ya llevará unos seis kilómetros. Si esta tarde vuelve a entrenar, logrará los
quince kilómetros diarios que se ha propuesto hacer. Es fácil, no tiene más que ser
consecuente. Cuando lleguen a Anfitrite habrá recorrido unos 4.000 kilómetros con sus
propias fuerzas. Equivale a una excursión desde Alemania al Polo Norte.

Las luces parpadean. Yuri suelta una carcajada y se genera un eco en el pasillo.
Vuelve a reír y escucha en la dirección de la que procede. Le llega un suave eco de su
risa. El pasillo mide 50 metros por Pi, así que el sonido necesita un segundo escaso en
dar la vuelta. Las paredes parecen reflejar bien el sonido.

—¡Hola! —grita.
—Hola —oye a su espalda.

Qué divertido, puede mantener conversaciones consigo mismo. La luz parpadea de


nuevo. ¿Qué está pasando? Sabe que Irina, Meltem y Denise están durmiendo en sus
cabinas, pero ahora se siente repentinamente muy solo. Un escalofrío le recorre la
espalda.

—¡Hola! —grita.

—Hola —le responde bajito su propia voz.

Vuelve a parpadear la luz. Debería mirar qué pasa en la central. El ordenador


principal debería saber si hay oscilaciones en la alimentación eléctrica. Yuri avanza
sujetándose en las asas. La entrada a la central está casi justo al otro lado del pasillo.
Pasa de largo la esclusa. Qué raro, el botón que abre la compuerta de la esclusa está en
rojo. Yuri mira por el ventanuco, pero la esclusa está vacía. Se imagina que aparece la
mano de un alien frente al cristal. Eso pasaría en alguna peli de miedo. Yuri siente frío.
Debe ser el sudor, que se está enfriando. Se gira. El botón está en verde, como si siempre
hubiera estado así.

Ahí está la puerta a la central. La abre con cuidado, como si pudiera haber algo allí
acechándole. ¿Se estará volviendo loco por momentos? Aún les queda un largo camino
que recorrer. Despierta al ordenador principal de su modo de standby y abre el
indicador de estado. No ha habido oscilaciones de tensión. Ninguna curva muestra un
fallo momentáneo. Solo al final hay un pequeño pico. Es cuando abrió la puerta de la
central. Seguramente se activó en ese momento la iluminación de forma automática.

En ese mismo momento, la línea que muestra el consumo de corriente vuelve a dar
un salto. Yuri se asusta y se lleva la mano a la frente. No es momento de enloquecer. El
sistema automático habrá apagado las luces del pasillo. Ya no hay nadie allí.

Algo chirría a su espalda. Su corazón late a toda velocidad. No se mueve y se queda


mirando la pantalla como una estatua. ¿Qué ha sido eso? Si no lo ve, no existe.

Una mano le agarra. Yuri se queda congelado. Cuatro dedos metálicos se sujetan a
su brazo. Entonces aparece el cuerpo en forma de disco del robot de limpieza frente a él.

—¡Joder, Óscar, menudo susto me has dado! ¿Qué haces aquí?

El robot no responde. Yuri se hunde en sí mismo. Ahora agradece que la ingravidez


parezca sostenerle. ¿Se le estará yendo la pinza porque ha matado a alguien, pero aún
no se siente realmente responsable? ¿Algo así, como un castigo secreto? Aunque puede
deberse solo a la luz: en el pasillo y en la central es azulada e intensa. Debería
recuperarse pasando un par de horas bajo una fuente de luz diurna normal.
3 de febrero de 2078, Ganymed Explorer

—¿Qué ves aquí? —pregunta Meltem, señalando hacia un diagrama en la pantalla.

Yuri se acerca un poco más. Meltem huele bien. Le resulta molesto, porque acaba de
volver de su ejercicio de la tarde y aún no se ha duchado. Observa el diagrama. En el eje
Y hay una dosis de radiación y en el eje X el tiempo. La línea transcurre casi paralela al
eje X. Pero hace tres días dio un pequeño salto.

—Parece que en algún lugar hubo un aumento en la dosis de radiación —comenta


Yuri.

—Es la carga que hay en la central —afirma Meltem.

—Tal vez hemos pasado por alguna tormenta solar. ¿Deberíamos preocuparnos?

—La diferencia es mínima y no puede tener repercusiones en nuestra salud.

—Entonces no vale la pena discutirlo —dice Yuri, dando unos pasos hacia atrás—.
Pensaba darme una ducha ahora.

—Creo que está Denise dentro. No ha habido ninguna tormenta solar, al menos no
en ese momento en cuestión.

—Entonces podría ser el campo magnético de un planeta —propone Yuri.

—Pero no nos hemos acercado a ningún planeta. La nave se está alejando del nivel
de la eclíptica y Júpiter y Saturno están muy lejos.

—Está bien. Me da la sensación de que tienes alguna sospecha.

—Claro que la tengo —dice Meltem—. Mi sospecha no está demasiado lejos de


nosotros, en proa.

—¿El reactor? Pero ¿no estaba muy bien apantallado?


—Lo estuvo al menos durante el viaje a Júpiter. Pero puede que ahora tenga una
fuga.

—¿Cómo podría pasar algo así? —pregunta Yuri.

—¿El impacto de un asteroide?

—¿No nos habría avisado tu nave en ese caso?

—Gracias por llamarla ‘mi nave’. Y sí, una advertencia habría sido lo mínimo. Más
bien habría esperado una alarma general.

—No puedo recordar ninguna.

—Lo cual me hace dudar bastante. Créeme, Yuri, lo noto en mis entrañas. Hay algo
que no va bien en esta nave. Necesitamos el reactor, aunque ahora mismo no
aceleremos ni frenemos. Sin él, nos quedaríamos sin aire ni luz.

—¿Y qué podemos hacer?

—Alguien tiene que salir a echar un vistazo.

—Y ¿por qué me miras a mí?

—Eres ingeniero, Yuri. Eres el más adecuado para diagnosticar y resolver el


problema.

—Reconozco haber reparado una vez el motor de una fresadora minera. Pero no un
reactor nuclear. No me atrevo ni de lejos con algo así.

—No creo que el problema esté en el reactor. No hay oscilaciones en la red eléctrica,
así que funcionan tanto la parte nuclear como la térmica a la perfección. Solo me
preocupa el apantallado. El apantallado es tecnología simple, una pared de plomo y
tanques de agua, nada más.

¿Debería comentarle el parpadeo de la luz de hace un par de días? Recuerda el


episodio aquel con algo de confusión, como si lo hubiera soñado, pero tampoco tiene
prueba alguna. La corriente fluye de forma ejemplarmente constante.

—Está bien, me has convencido. ¿Para cuándo quieres la excursión?


—¿Para dentro de un rato?

Yuri asiente. Al menos, podrá salir un rato de esa estrecha nave. Seguro que le sienta
bien ver la amplitud del espacio cósmico en directo.

—Podrías llevarte al robot —opina Meltem.

—¿Lo dices en serio? ¿Quieres que limpie el apantallado?

—Ayer me leí su manual de instrucciones por primera vez. Es mucho más que un
robot de limpieza. Parece ser que sirve muy bien como asistente. Con sus sensores
quizás hasta puede reconocer daños que tú no puedas ver.

—¿Y cómo me comunico con él? No puedo ni hacerle señales, ya que no me ve.

—Reconoce el entorno mejor que tú. Además, dispone de un módulo de habla con el
que se le pueden dar instrucciones directas o por radio.

—¿Y habla inglés?

—Se supone que sí.

—Vale, pues me lo llevo conmigo. ¿Cómo está el tema de radiación allí fuera?

—La mayor parte es radiación cósmica por la que tienes que pasar de todas formas
—dice Meltem.

—¿Y si tengo que inspeccionar el núcleo del reactor?

—Hmm, no creo que eso sea necesario. Ya habríamos notado la existencia de


problemas en el núcleo del reactor de forma muy distinta.

—Me gustaría conocer todas las opciones.

—Bueno, puedo bajar la potencia. Eso bajaría la carga a cantidades tolerables. No


pretenderás acampar allí mucho tiempo, ¿verdad?

El traje espacial sigue apestando. Yuri se ha propuesto cada día desmontarlo y


lavarlo, pero lo ha ido posponiendo una y otra vez. Ya esto le ha llevado el tanto
postergar. Renuncia directamente a la ducha, ya que sería malgastar recursos. Se cierra
el pañal, se pone el LCVG por piernas y brazos y se introduce en la parte inferior del
traje.

—Sujeta esto —dice, y le entrega al robot un brazo del traje.

La máquina lo agarra hábilmente con su única mano, manteniendo el largo brazo de


forma que no le moleste mientras se pone el HUT. Los trajes de la ESA son algo más
modernos. Sobre todo el HUT, el Hard Upper Torso, es bastante más blando, lo que
permite una mayor flexibilidad de movimientos. Pero el único traje de la ESA a bordo
solo le cabrá a Meltem y, quizás, a Denise. Los tres que faltan se los llevó la tripulación
anterior al bajarse en Héctor.

Yuri pasa el brazo izquierdo por la manga del HUT. El robot hace fuerza en sentido
contrario. En cuanto Yuri tiene la mano dentro del guante, Óscar cambia rápidamente al
lado derecho para ayudarle por ahí. Parece que el trasto este posee cierta inteligencia.
Desde luego, se ha dado cuenta de cuáles son sus intenciones. El robot se está ganando
cada vez más el respeto de Yuri. Tal vez habría estado bien que se leyera también él el
manual de instrucciones. Pero no puede recodar haber leído jamás unas instrucciones
de uso de nada. Es algo para blandengues.

«¿Dónde está el casco?». Yuri mira por toda la cabina. Debería recoger un poco más.
A los pies de la cama hay una montaña de ropa. Aparta los pantalones y descubre
debajo el casco.

—Estoy listo —dice—. ¿Y tú cómo lo llevas?

—Estoy preparado —responde Óscar.

—Puerta exterior abierta —informa Yuri—. Vamos a salir.

—Id con cuidado —dice Irina.

Se ha despedido de él en la puerta de la esclusa. Ahora debe estar ya con las demás


en la central.

—Tú primero —dice Yuri.


El robot saca el brazo por la compuerta, se agarra allí y se eleva. Luego dobla el
brazo hacia arriba, levantando su cuerpo hacia el exterior. El brazo gira y Óscar queda
fuera de su visión.

Yuri se acerca a la compuerta y saca la cabeza. La vista es fantástica. Todo este


espacio sin límites. Lo echaba de menos dentro de la estrechez de la nave. El robot está
quieto a la derecha de la compuerta. Parece una especie de araña, esperando a que su
presa salga del agujero. ¿Dónde ha dejado su brazo? Yuri fija la segunda línea de
seguridad cerca de la esclusa y suelta la primera. Entonces sale también él al exterior.

Caminar con las botas magnéticas le resulta algo complicado. Además nota que le
van un poco pequeñas. Su propio traje no posee esta técnica. En un asteroide no
servirían de nada. Por eso le ha prestado Meltem las suyas. Debe caminar poniendo
plena conciencia. Si quiere soltar un pie, debe aplicar una cierta fuerza. El sensor de
presión nota que quiere levantar el pie y libera el cierre magnético, mientras que
aumenta la fuerza de adhesión de la otra bota. De esta forma nunca puede levantar
ambos pies a la vez, lo cual resulta ser mucho más sano. La gravedad de la Ganymed
Explorer es despreciable y darse un vuelo en una mininave llamada Yuri no es algo que
le apetezca mucho ahora mismo.

Yuri se agacha junto al robot y lo acaricia como a un conejito. De repente, se abre la


parte superior de Óscar, el brazo sale hasta la mitad y le hace un saludo con la mano.

—¿Por qué haces eso? —pregunta Yuri.

—Estoy programado para ayudar a los humanos en todos los sentidos, también
psicológicamente.

Es curioso tener la melódica voz del robot en su oído, sin verle hablar.

—¿El saludo era un truco psicológico?

—A los seres humanos les gusta este tipo de comunicación.

—Entiendo. ¿Conoces bien a la gente?

—En el marco de mi programación, cuya calidad no puedo valorar.

—¿Estáis avanzando? —pregunta Meltem.


Tiene razón. Mejor será dedicarse primero al trabajo. Luego ya podrá mantener una
conversación con Óscar. Yuri se levanta. Meltem ha parado la rotación de la nave para
el paseo. Si no, las distintas fuerzas centrífugas lo habrían hecho muy peligroso. Camina
hacia la proa a pasos pequeños. El cielo está despejado. Podría decirse que está en la
Tierra y ha salido a pasear una noche sin Luna. Pero las múltiples estrellas no titilan. Y a
su alrededor se proyectan muchas sombras oscuras.

Solo deben recorrer unos cien metros en línea recta. Pero hay que sortear una especie
de laberinto formado por los innumerables radiadores que expulsan el calor producido
por el reactor. Óscar rueda contento por delante de él. ¿Cómo puede ir tan rápido?

—Espera un momento —le dice Yuri.

El robot se detiene y Yuri se agacha. Las ruedas de la máquina tienen ahora una
corona dentada que cabe justo en una hendidura del suelo. Toda la superficie de la nave
parece estar cubierta por estos estrechos canales. ¡Muy práctico! La superficie exterior
de la nave parece ser el auténtico territorio de Óscar. Flotando con su brazo por el
interior avanza muy despacio, pero aquí arriba es más rápido que él.

—Sigamos —dice Yuri.

Óscar se vuelve a poner en marcha. ¿Cómo sabe adónde van? Meltem debe
habérselo programado. A Óscar no le cuesta nada encontrar el camino correcto en ese
laberinto.

—¿Estáis avanzando? —pregunta Irina.

—Estamos justo entre los radiadores, pero Óscar sabe qué camino tomar.

—Anda, ¿se lo has explicado? —pregunta Meltem.

—No. Creí que se lo habías programado tú.

—Pues no lo he hecho. Nos habrá oído y se tomó nuestra decisión como una orden.

—Un tipo listo, este Óscar —dice Yuri.

—Demasiado para mi gusto —opina Irina—. Cuidado con los radiadores, que
estarán muy calientes.
Menos mal que se lo recuerda. No se ve, pero cuanto más caliente esté la sustancia
que fluye por su interior, más eficientes son. No debe tocar su superficie, que estará a
más de 200 grados centígrados, bajo ningún concepto.

Pie derecho. Pie izquierdo. Pie derecho. Pie izquierdo. Enganchar línea de
seguridad. Se siente ya algo viejo. ¿No podría ir más rápido? Los radiadores miden
aproximadamente metro y medio de alto.

—Óscar, ¿a qué distancia puedes extraer el brazo?

El robot estira el brazo hacia arriba. Seguro que son más de tres metros.

—Espera un momento —dice Yuri—. Encoje el brazo un metro hacia dentro.

Se acerca a Óscar. Entonces, engancha una de las líneas de seguridad a su muñeca.


Suelta el segundo seguro.

—Mi plan consiste en que me arrastres tirando de la cuerda hasta el reactor. Deberás
mantener el brazo siempre por encima de los radiadores. ¿Entiendes?

—Sí, entendido. Mantendré una distancia mínima de tres milímetros entre tú y los
radiadores.

—Que sean diez centímetros, por favor, o mejor aún cincuenta.

—Será poco eficiente.

—Pero me sentiré mucho más seguro.

—Ambas variantes ofrecen la misma seguridad. No tocarás los radiadores. Pero tu


variante es energéticamente inadecuada.

—Que me sentiré más seguro así, Óscar.

—Entendido. Mantendré una distancia de 50 centímetros.

Ahora ya solo falta que el robot emita un suspiro y ponga sus inexistentes ojos en
blanco ante su excesivo miedo. Y es que lo está humanizando demasiado. No deberían
ponerle nombre a una máquina. ¿Qué pasaría, si tuviera que sacrificar a Óscar para
salvar una vida humana? ¿Esa humanización le llevaría a esperar un segundo de más?
—¿Vamos? —pregunta Óscar.

—Sí, vamos allá —dice Yuri.

Se iza por el delgado brazo del robot hacia arriba. Óscar arranca de inmediato sin
darle tiempo a acostumbrarse a esa nueva posición. Flota horizontal unos dos metros
por encima de la nave. Debe parecerse a una bandera desplazándose sobre el casco.

—¡¡Yuju!! —grita.

—¿Estás bien? —pregunta Irina.

—¡Estoy volando!

—¿Puedes comprobar la saturación de oxígeno del traje de Yuri? Parece ir algo


colocado.

—Sus datos vitales están bien —dice Meltem—. Solo su pulso va algo más acelerado.

Si Óscar quisiera deshacerse de él, esa sería la ocasión idónea. Yuri empieza a sentir
cierta aprensión. Bastaría con que sacudiera el brazo o le lanzara contra uno de los
radiadores. Para los demás habría sido un accidente. Pero ¿por qué debería el robot
tener algo contra él?

—Hemos llegado —dice Óscar.

El robot repliega el brazo hasta que Yuri llega al suelo. Se pone en pie y cambia la
fijación de la línea de seguridad. Entonces ilumina con el foco hacia delante. El haz de
luz alcanza una protuberancia que rodea el delgado cuello de la nave como un grueso
collar anticuado.

Deben ser los tanques de agua que forman parte del apantallado. Yuri trepa sobre la
protuberancia. Los tanques parecen intactos, pero no se fía de esa primera impresión,
sino que da toda la vuelta a la nave. Cualquier defecto sería fácil de detectar. Yuri se
imagina espirales de agua helada saliendo al espacio. La nave ha estado rotando todo el
tiempo, así que se habrían creado formas muy curiosas. Pero ahí no hay nada.

—Los recipientes de agua están intactos —dice Yuri.


—Hmmm, qué pena —dice Meltem.

—¿Pena?

—Habrían sido muy fáciles de reparar.

—Sigo buscando.

Yuri se baja de uno de los tanques de agua y pone los pies sobre el cuello de la nave,
que aquí tiene un grosor de solo medio metro más o menos. A través de este cuello pasa
todo el intercambio entre nave y reactor. Tubos de refrigerante, cables eléctricos, cables
para los sensores… si la nave se partiera el cuello, estaría indefectiblemente perdida. El
reactor nuclear necesita refrigeración por todos esos radiadores. Sin intercambio de
refrigerante se produciría una fusión del reactor, aunque lo apagaran del todo.

Yuri se arrodilla. Tiene al corazón de la nave frente a él. Toca con cuidado el casco
exterior. A primera vista no detecta ningún defecto.

—Óscar, ¿puedes ayudarme? Este revestimiento debe tener un daño por algún sitio.

—Puedo escanear el reactor con el radar.

—Hazlo.

El robot se marcha en la oscuridad. También aquí hay canalillos donde se agarran


sus ruedas dentadas. Yuri espera, pero pronto se aburre. Se desplaza sobre el casco del
reactor en busca de daños. Pero este huevo no muestra la más mínima grieta. ¿Dónde
puede estar el defecto?

—Meltem, ¿puedes leer mis sensores de radiación mientras me muevo?

—Sin inconveniente. El nivel no es peligroso.

—Me refiero a cualquier aumento. Si me muevo por encima del reactor, las cifras de
los sensores tendrían que variar si los datos de la central son correctos y realmente el
núcleo es el culpable.

—Buena idea.

Se arrastra hasta la punta.


—Frío. Más frío —dice Meltem.

Retrocede.

—Algo más caliente.

Pues más en esa dirección.

—Más y más caliente.

Un poco más. Está a punto de llegar a los tanques de agua.

—Muy caliente.

Toma nota del lugar. El casco exterior se dobla aquí hacia abajo. Yuri se arrastra
sobre el delgado cuello hasta llegar al recipiente de agua.

—Frío, muy frío —informa Meltem.

—El punto más caliente está en el paso del núcleo del reactor al cuello —dice Yuri.

—¿Ves algo allí?

—No. Espera.

Se desplaza al lugar donde Meltem dijo «muy caliente». No parece diferenciarse del
entorno. Yuri pone la cabeza directamente sobre el material, para que el micrófono
tenga contacto. Da golpecitos en diversos puntos. El micrófono transmite el sonido, a
veces más hueco y a veces menos. En el centro de la zona caliente da la impresión de
que la zona por debajo está hueca.

—Algo no me cuadra.

—¿El qué? —pregunta Meltem.

—Un momento.

Pasa la mano por el suelo. El casco exterior parece estar formado por chapas
curvadas de medio metro de largo por unos cuarenta centímetros de ancho, tendidas
paralelamente unas al lado de las otras. Pero ¿cómo van fijadas? No se ven tornillos ni
remaches. Yuri saca un destornillador plano de su bolsa de herramientas e inserta la
punta bajo la chapa. La dobla un poco hacia arriba, pero se le acaban las fuerzas. No
parece ser muy estable, pero tampoco tiene que proporcionar estabilidad.

Yuri saca otro destornillador y utiliza el mango para hacer palanca. Ahora se levanta
la chapa un centímetro y medio. Si tuviera una tercera mano, podría levantarla.

—¿Óscar?

—Aquí.

Algo le da golpecitos en el hombro.

—¿Puedes levantar esta chapa?

—Naturalmente.

El largo brazo de Óscar pasa por encima de él. Uno de sus dedos de metal, que es
especialmente plano, se inserta bajo la chapa y los otros dos quedan arriba para
sujetarla. Entonces la chapa empieza a levantarse lentamente. Óscar no parece hacer
esfuerzo alguno. Yuri mira hacia un lado. Las ruedas del robot deben estar muy bien
ancladas.

—Gracias, es suficiente —dice Yuri cuando la chapa está ya un par de palmos


levantada.

Ilumina en el interior. Lo que se imaginaba. Bajo la chapa hay un hueco de unos


veinte centímetros de profundidad. Mete la mano y toca hacia los lados bajo las otras
chapas. El hueco tiene un diámetro como de un metro, luego sus dedos tocan ya algo
sólido. Aquí falta material aislante. La dosis de radiación comenzó hace tres días. Ese
material no faltaba cuando la nave salió de la Tierra.

Entonces toca la parte inferior de la chapa. Donde acaba encuentra unos pivotes que
asoman, con extremo grueso pero blando. Se pueden insertar a presión en el esqueleto
de la nave, dentro de sus correspondientes orificios. Un sistema práctico. Así se pueden
sustituir las chapas como tejas en un tejado, sin requerir tornillos ni nada parecido.

—Vuelve a colocar la chapa en su sitio, Óscar.

—Confirmado.

El robot presiona con la mano la chapa desde arriba hasta colocarla en su lugar.
—Gracias, Óscar. Eres muy hábil.

—Gracias, Yuri.

—¿Habrá un hueco como este bajo todas las chapas?

—No. La capa bajo este revestimiento alrededor de todo el núcleo está rellena con
espuma especialmente aislante.

—¿Cómo sabes eso?

—Tengo almacenados los planos de la nave de la Ulyanov.

—¿Ulyanov?

—Perdón, así es como se llamaba la Ganymed Explorer, antes de vendérsela a la


ESA. En los planos sigue llamándose así. Ya he intentado cambiarle el nombre, pero
forma parte de los planos y no tengo autorización para hacer cambios.

—¿Y por qué hay aquí un agujero?

—No lo sé. El material debe haber sido retirado por algún motivo.

—¿Por qué motivo?

—No lo sé.

—Pero has dicho que había un motivo.

—Los humanos siempre tienen un motivo para sus acciones, aunque no sean
conscientes de ello.

—¿Así que sospechas de un ser humano?

—La tripulación de la nave está formada por seres humanos, por lo que es la única
conclusión lógica, si se excluye un daño externo, como el que hemos hecho.

Es verdad. No puede tratarse de un impacto de asteroide, pues en ese caso no


habrían encontrado ninguna chapa en ese lugar.

—Si la nave se llamaba antes distinta, ¿también tenías tú un nombre distinto?


—No. Yo siempre me he llamado Óscar.

Yuri se introduce en la esclusa. El robot ya está allí, así que pulsa el botón que cierra
la compuerta exterior. Ya iba siendo hora. No está acostumbrado a respirar todo el
tiempo el aire de la bombona. Sus ojos le lloran por el constante movimiento de aire
dentro del casco, que no pudo desconectar porque entonces se le habría empañado el
cristal.

—¿Estás tan hecho polvo como yo, Óscar?

—Mi batería está todavía al 43 por ciento. ¿Cumple eso la definición humana de
estar «hecho polvo»?

—Probablemente no. Mi batería está al 10 por ciento.

—¿Tienes una batería?

—Suele decirse así.

El indicador en su muñeca indica una presión de 700 hPa. Desprende de inmediato


el cierre del casco. ¡Al fin aire freso!

—¿Yuri? No quería molestaros, pero ha aparecido un problema —les dice Meltem


por radio.

Oh, no. Ahora le tocará a otro.

—¿Qué hay? —pregunta con cierto tono desesperado.

—Ya me imagino que estás agotado —proclama la capitana—, pero no podemos


poner en marcha el reactor durante más de un par de minutos.

—¿Es que lo necesitamos antes de empezar a frenar dentro de un par de semanas?

—Lamentablemente sí. Todo el mantenimiento de vida y el apantallado activo


trabajan con corriente del reactor.

—Mierda. ¿Y crees que yo lo podría reparar?


—Eso espero. Parece que el problema está en la refrigeración. Se ha interrumpido el
circuito.

—¿Desde cuándo?

—Tiene que haber pasado después de apagar el reactor.

—Óscar, ¿has oído eso? —pegunta Yuri.

—Sí —responde el robot y mueve la mano de un lado al otro.

—Tenemos que volver a salir —dice Yuri.

—A la orden.

—Espera un momento, Yuri. Te voy a pasar los planos —dice Meltem.

—No será necesario. Óscar ya los tiene. ¿A que sí, Óscar?

—Correcto.

—Oh, no lo sabía.

—Yo tampoco, señora capitana. Me alegra que, a veces, también puedas no saber
algo.

—A mí más bien me da que pensar —dice Meltem—. Mi trabajo es saberlo todo.

—No te enfades. Óscar me lo acaba de decir. Nos ponemos en camino.

Los radiadores siguen muy calientes. Ya que solo se puede eliminar el calor en el
vacío mediante irradiación, tardan mucho en enfriarse. Por ello, la nave necesita tantos
radiadores. Óscar vuelve a llevarle en plan bandera con su largo brazo por la superficie.
El robot tampoco se detiene detrás de los radiadores. Parece tener un objetivo fijo.

—¿A dónde me llevas, Óscar? —pegunta Yuri.

—Delante del todo.

—¿Por qué?
—La probabilidad de encontrar el fallo es allí mucho mayor.

—¿Puedes justificarlo?

—El circuito secundario de los radiadores funciona. He medido la velocidad de su


flujo.

—¿Con el radar?

—No, acústicamente. Tengo un oído muy sensible.

—Entiendo. ¿Y el líquido refrigerante fluye a pesar del bloqueo?

—Cambia su volumen dentro del radiador, por eso se mueve. Así que el problema
debe estar en el circuito primario, que encontraremos allí delante.

El delgado cuello de la nave está sin cambios frente a él. Yuri se siente como el
centro del universo. Está quieto, junto con la Ganymed Explorer, y todo lo demás gira a
su alrededor. Y eso que están volando a muchos kilómetros por segundo por el espacio.
Bastaría con cruzarse con una piedrecilla que atravesaría su traje como si fuera de
gelatina.

—¿Y ahora? —pregunta.

—Voy a comprobar la permeabilidad del sistema primario —dice Óscar.

Yuri ya ni le pregunta. Óscar sabe lo que tiene que hacer. Es realmente mucho más
que un robot de limpieza. Ya lo demuestra el simple hecho de que aquí fuera haya por
todas partes raíles para que se desplace. Yuri mira a su alrededor. El planeta negro está
en algún lugar allí, frente a ellos. ¿Qué aspecto tendrá cuando lleguen? ¿Seguirá siendo
de un puro color negro, como un agujero en el cosmos, o brillará quizás en un rojo muy
oscuro? ¿Y qué será lo que lo hace tan oscuro? La órbita tan excéntrica, muy por encima
de los otros planetas, podría haber llevado a Anfitrite al cinturón de radiación del
sistema solar, allí donde la radiación cósmica y la solar se encuentran en una onda de
choque. Quizás sea la radiación allí resultante la que ha ido quemando la superficie de
Anfitrite durante miles de millones de años.

Algo le toca la pierna. Yuri se sobresalta, pero solo es Óscar.


—Encontré el fallo.

Si que ha ido rápido. ¿No estará yendo todo demasiado bien?

—Bien. Pues solucionémoslo.

—No es posible. Es un fallo cuya categoría requiere que llevemos la nave a un dique
de reparación.

—Por aquí no hay ningún taller de naves. Y si no ponemos el reactor en marcha,


volaremos para siempre jamás por el espacio profundo del sistema solar.

—Incorrecto. Ya que nuestra velocidad está por encima de la tercera velocidad


cósmica, abandonaremos el sistema solar —le corrige Óscar sin inmutarse.

—Pues no nos enteraremos, porque para entonces ya habrá fallado el mantenimiento


de vida.

—Yo acabaré mi servicio dentro de 745 años, según las previsiones.

—¿Y cómo aguantas tanto tiempo sin energía?

—Los propulsores químicos deberían aguantar todo ese tiempo proporcionando 80


vatios, que es lo que consumo en modo de ahorro.

—Me alegro por ti. ¿No podemos frenar entonces con los propulsores químicos?

—No tienen suficiente potencia para ello.

—Meltem, ¿has oído eso? —pregunta Yuri.

—Sí. Pero aún no nos lo podemos creer del todo.

—¿Cuánto aguanta el mantenimiento de vida con el generador de emergencia?

—Un par de semanas. Pero si no ponemos en marcha la refrigeración, tendremos un


problema con el reactor, que produce calor constantemente. En un par de días podría
fundirse el núcleo.

—Pues menudo asco. Para eso ya puedo aprovechar que estoy aquí fuera y saltar al
espacio. Debe ser el castigo por lo que le hice a Grigori…
—Yuri, parece que hoy ha sido un día muy largo para ti —le interrumpe Irina—.
Entra y discutimos el tema con tranquilidad; seguro que encontramos una solución, te
lo prometo.

Es muy raro. Cuando piensa él mismo en una solución, solo ve oscuridad. Pero
cuando Irina le habla con su voz cálida y profunda, confía plenamente en ella y bajan de
nuevo sus pulsaciones.
4 de febrero de 2078, Ganymed Explorer

En la pantalla holográfica aparecen líneas verdes que forman un huevo. Es el reactor. La


cámara de reacción se encuentra en su interior. Irina amplia la representación con
pulgar e índice.

—Como podéis ver, el núcleo del reactor está aislado —dice—. Allí no puede
acceder nadie. Si hubiera aquí un fallo, no tendríamos posibilidad alguna de arreglarlo.

—Entonces ¿sí tenemos una posibilidad? —pregunta Denise.

—No se puede excluir. El circuito de refrigeración también está cerrado hacia fuera.
Por eso Óscar ha dicho que solo puede repararse en un dique taller. Pero no es del todo
verdad.

Irina gira el huevo y traza una línea con el índice. Ahora están mirando en una
sección circular.

—El revestimiento aquí se puede extraer. Aunque sirve a la vez de apantallado para
una parte de la radiación que emite el reactor. Si se extrae para llegar al circuito de
refrigeración, se expone uno a una considerable dosis de radiación.

—¿Cómo de considerable? —pregunta Denise.

—No se puede excluir que se sobreviva, pero con lesiones muy graves.

—¿Qué habría que hacer exactamente? —pregunta Yuri.

—¡Pues ojalá lo supiéramos! Ya hemos hecho todo tipo de experimentos —dice


Irina—. El circuito interno de refrigeración posee varias bombas que podemos controlar
desde aquí. Y reaccionan, pero no logran poner en circulación el líquido refrigerante.

—¿Se habrá congelado algo allí? —pregunta Denise—. He leído que en la primera
expedición a Encélado tuvieron graves problemas con eso.
—No, es prácticamente imposible —responde Irina—. El circuito interno de
refrigeración se distribuye alrededor del núcleo y allí hace demasiado calor.

—¿Y qué propones entonces? —pregunta Yuri.

—Saldré y me lo miraré de cerca —dice Irina.

—Ni hablar. Si hay que salir, salgo yo.

—No, Yuri, ya has realizado una salida. Ahora le toca a otro.

—¿Qué dijiste sobre las posibles consecuencias? —pregunta Yuri—. Yo os he metido


a todas en esto. Si hubiera reaccionado un momento antes, no estaríamos aquí. Así que
soy el responsable de reparar esto. No acepto que nadie más tenga que morir por mi
culpa. Ni hablar.

—Yuri, recapacita. Aún estás débil por la intervención de ayer —dice Meltem.

—Correr un poco hacia delante en la ingravidez y girar unos tornillos es algo que
aún puedo hacer. Además, me llevo a Óscar conmigo. Volverás a llevarme hasta la proa,
¿verdad, Óscar?

—Si tú lo dices…

—Bien, pues tema aclarado. Voy a prepararme y nos sacamos el marrón de encima.

Nadie dice nada más. Irina le mira escéptica, pero parece entender que no podrá
hacerle cambiar de opinión. Meltem parece extrañamente tranquila. ¿Está plenamente
convencida o es que no le molesta que Yuri ponga su vida en peligro? Intentaría
sabotear la nave, lo dijo hace un par de días. Y ahora falta un trozo de aislamiento y el
reactor se niega a arrancar. Aquí hay algo que no cuadra. ¿Tendrá Meltem algo que ver
con ello?

Ya le va cogiendo el tranquillo al asunto. A los diez minutos de salir por la esclusa,


Yuri ya está sobre el cuello de la Ganymed Explorer observando el huevo que envuelve
al reactor. Óscar y él son un equipo perfectamente compenetrado que ya se entiende sin
palabras. Cuesta imaginar que esta podría ser la última excursión de su vida. Debería
haberse despedido de Irina de otra forma. Es la que más pena le da. De hecho, no.
Siente más pena aún por sí mismo. Irina es una persona especial y aun así no ha
intentado nunca intimar un poco más con ella.

Mejor así. La despedida resulta algo menos dolorosa.

—¿Yuri? Te voy a describir qué piezas debes soltar para acercarte lo menos posible a
la carga de radiación del sistema de refrigeración.

Así lo convinieron.

—Entendido. Puedes empezar, capitana.

Meltem ve lo que está haciendo a través de la cámara de su casco.

—El encofrado a tu izquierda va asegurado con un tornillo largo, ¿lo ves?

—Sí. Lo extraeré.

Saca un destornillador de la bolsa de herramientas, extrae el tornillo y lo deja a su


lado en el espacio. No se moverá de allí, aunque la nave se desplace a muchísimos
kilómetros por segundo a través de la nada cósmica. Fascinante.

—Me alegra que aún disfrutes de las cosas sencillas —dice Meltem.

Y es que, a través de la cámara de su casco, ella puede ver lo mismo que él y se ha


dado cuenta de se ha quedado mirando un buen rato cómo flota el tornillo.

—Bien, ahora le toca al primer revestimiento. Solo necesitas aplicar algo de fuerza.

Al cabo de quince minutos, ha conseguido abrir frente a él una especie de cueva, un


pozo de metro y medio de profundidad, donde se encuentran las principales tuberías
del circuito de refrigeración. Todo lo que ha desmontado para llegar allí flota a su
alrededor. Se encuentra trabajando en el taller más raro del universo.

—¿Cómo está mi dosímetro? —pregunta.

—Tiene buen aspecto —informa Denise—. Te has mantenido siempre algo fuera del
pozo; seguro que también ayuda en algo que el reactor esté apagado.
—Pero eso va a cambiar —dice Meltem—. Tienes que meterte. Cabeza abajo, mejor,
para que puedas utilizar los brazos.

Yuri se inclina sobre el agujero cuadrado. Es como entrar en su propia tumba. Se da


un ligero empujón y desciende al interior.

—¿Puedes apoyar el sensor acústico en los distintos tubos? —pregunta Meltem.

Ella puede ver si las bombas se mueven, pero los caudales solo pueden medirse
directamente aquí abajo. Toca uno tras otro todos los tubos, que son más gruesos que su
brazo.

—Qué pena —dice Meltem al cabo de un rato—. Esperaba que fuera el sistema de
sensores en los tubos el que estuviera defectuoso y lo demás en perfecto estado.

—Eso hubiera sido estupendo, sí —responde Yuri.

—Pero espera, aquí hay algo.

La voz de Meltem oscila entre incredulidad y esperanza. Ahora ya no parece tan


segura de sí misma. Eso le tranquiliza. Aunque se muera igualmente aquí, Irina y
Denise seguirían en peligro si Meltem resultara ser una traidora.

—¿Sí?

—Tubo número 3 —dice Meltem.

—¿Cuál es?

—El más grueso. Su sección se hace más estrecha, ¿lo ves?

Yuri ilumina con el foco.

—Sí, lo veo. El del extremo de la serie.

—Exacto. Vuelve a colocar el sensor en ese punto.

Sigue las instrucciones.

—¡Lo sabía! Aquí la velocidad del caudal es cero.


—Pero ¿no está el refrigerante parado en todo el sistema?

—En general, sí. Pero nunca al cien por cien. Aunque aquí sí.

—¿Y eso qué significa?

—Que allí debe haber algún problema especial, quizás el origen de todos nuestros
males. Supongo que hay algo dentro que ha embozado el circuito. Sería el lugar ideal
para algo así. Maldigo al ingeniero al que se le haya ocurrido esto. Cualquier
estrechamiento es fuente de problemas de todo tipo.

—Puede que fuera por falta de espacio —dice Yuri—. ¿Y ahora qué?

«¿Cuánto me queda de vida?», piensa para sí, aunque reprime esa pregunta.

—Podríamos intentar lavarlo de alguna forma. Será mejor que salgas del agujero
mientras tanto.

No dice que no a eso. Se desplaza hacia atrás, de regreso al casco. Quizás no le hace
falta el pozo. Óscar le hace compañía. El robot se acerca rodando y saluda con la mano
metálica.

—No ha funcionado —dice Meltem un momento después.

Habla especialmente bajito. Yuri puede notárselo. Es horroroso perder una batalla
así.

—¿Qué puedo hacer? —pregunta Yuri—. ¿Me necesitas de nuevo dentro del pozo?

—Tengo una idea, pero… —dice Irina.

—Suéltala —espeta Meltem—. A mí se me han agotado todas.

—Los tapones se sacan con presión.

—Ya lo hemos intentado. Las bombas no tienen potencia suficiente y el líquido


refrigerante no se deja comprimir.

—Olvídate de las bombas. Me refiero a auténtica presión. Una presión, que…


—¿Qué…?

—Que casi haga saltar por los aires al reactor. Ya lo he dicho. Pegadme, si pensáis
que la idea es alocada.

—Hacer saltar el reactor por los aires no parece la solución adecuada —dice Meltem.

—Espera un momento —exclama Denise—. Irina ha dicho ‘casi’. Podemos poner el


reactor en marcha. ¿Qué pasa entonces? El refrigerante que lo rodea se calienta y se
expande. Que no pueda comprimirse apenas es bueno. La presión que se genera es
incluso mayor y podría eliminar el tapón del cuello de botella. Es como al estornudar.

—¿Realmente lo intentarías? —pregunta Meltem.

—Si no hacemos nada, moriremos igual —afirma Irina.

—Pero un reactor así no es un juguete. No arranca de forma lineal. Causa pequeña,


grandes efectos. Si damos demasiada potencia, nos saltará del todo por los aires.

—Pues así será, Meltem. Como he dicho, igualmente moriremos todos —proclama
Irina.

—Tal vez se nos ocurre más tarde algo mucho mejor —indica Meltem.

—Lo lamentas por tu nave, ¿verdad? Seguramente la pierdas, pero sería una
posibilidad de salvarnos a todos —dice Denise.

—Vale, reconozco que quiero mucho a esta nave. La quiero desde el primer minuto
en que me convertí en su capitana. Pero tenéis razón, las personas son más importantes.
Estoy de acuerdo.

—Gracias, Meltem.

—Voy a poner en marcha el reactor —informa Meltem.

—¿Debería regresar? —pregunta Yuri.

—No vale la pena. O estamos todos muertos en un par de minutos, o el problema


queda solucionado.
Al cabo de un par de minutos sigue con vida y el problema no se ha solucionado.
Sale vapor gris del pozo.

—Mierda, hay una válvula de sobrepresión —se lamenta Meltem.

—Un invento genial —dice Yuri—. Protege a sistemas como el reactor para que no
exploten por sobrepresión.

—Pues sí.

—¿Podemos desactivarla? —pregunta Irina.

—No lo creo —responde Meltem.

—Pero si puedo ver como sale el vapor del agujero. La válvula debería estar aquí
abajo —opina Yuri.

—Eso no nos ayuda —dice Meltem.

—Sí que ayuda. Bajo y cierro la válvula.

—Pero lo tendrás que hacer mientras pongo en marcha el reactor. ¿Ya sabes lo que
esto significa?

—Pues que así sea.

—Te lo advierto. Recibirás una dosis letal de radiación.

—Soy consciente de ello.

—No, Yuri, no puedo pedirte eso —exclama Meltem.

—Pero no lo estás pidiendo, lo hago voluntariamente, porque me da la gana.

—Lo siento, pero no puedo hacerlo. Debería poner en marcha el reactor mientras
están ahí abajo, friéndote con la radiación. Sería tu asesina, Yuri.

—Pero yo lo quiero así. Y entre los dos salvamos la vida de tres personas.
—Realmente no puedo —dice Meltem—. Cambiar tres vidas por una es un cálculo
inhumano.

—Lo haré yo —responde Irina—. Es lo más correcto.

—Gracias —murmura Yuri.

Irina le comprende. Le está dando la oportunidad de pagar su deuda.

—¿Entras en el agujero? —le pregunta.

—Ya estoy en ello.

Es la mejor solución. No debe desperdiciar más tiempo pensando. Yuri se agacha


sobre el agujero y luego duda. La radiación que sale del reactor es invisible. Pero eso es
precisamente lo que le dificulta tomar conciencia del proceso.

Una mano metálica tira de su manga.

—Puedo hacerlo yo —dice Óscar.

—¿Qué?

¿Qué quiere el robot de él ahora?

—Tu función es cerrar la válvula mientras arranca el reactor. Yo puedo hacer eso.
Soy más fuerte que tú.

—Yo…

—En serio, es más eficiente y la radiación no me puede matar.

—¿No te afecta?

—Dañará mis circuitos electrónicos, pero ya que no estoy vivo, no puedo morir.

—¿Por qué lo haces?

—Porque debe hacerse y porque es más eficiente si me encargo yo.

Lógico. ¿Cómo no se le ha ocurrido antes? Considera al pequeño robot como una


mascota y ¿quién envía a su gato a un reactor nuclear? Pero Óscar no es más que una
máquina. Aun así, le está agradecido y es una forma de agradecimiento distinta a la que
sintió por su coche, cuando fue desguazado por prohibirse los motores de gasolina.

—Bien. Gracias, Óscar.

El robot se agarra a un saliente, levanta su cuerpo y se introduce luego en el agujero.


Los cuatro dedos se sueltan y Óscar desaparece de su vista. Se desplaza hacia detrás de
un contenedor de agua.

—Estoy en posición —informa Óscar por radio.

—Meltem, Irina, ¿habéis oído todo esto? —pregunta Yuri.

—Confirmado —dice Irina—. Voy a poner en marcha el reactor. Mientras Óscar


mantenga la válvula de sobrepresión cerrada, la presión en el circuito irá aumentando.
No estoy muy segura de hasta dónde podemos llegar. Si tenemos mala suerte, uno de
los tubos reventará antes de eliminar el tapón. Y eso sería muy difícil de reparar.

—Ya lo hemos discutido —dice Yuri—. En el peor de los casos no cambiará nuestra
situación; en el mejor de los casos recuperamos el control de la nave.

—Lo sé —indica Irina—. Solo quería dejarlo dicho de nuevo. Arranco el reactor.

—Mucha suerte, Óscar —dice Yuri.

El robot no responde.

—Presión nominal alcanzada —informa Irina.

¡Qué rapidez!

—130 %.

—160 %.

—200 %.

—¡No tan de prisa, Irina! —grita Yuri.

—No puedo cambiarlo —dice Irina—. El circuito refrigerante está parado y por la
falta de eliminación del calor, la presión aumenta por sí sola.
—240 %.

—280 %.

Pronto, la presión será el triple de lo normal. ¿Cuál será el límite definido por los
fabricantes del reactor? Seguro que las tolerancias y los márgenes de seguridad son
bastante generosos. ¿Quizás hasta una presión diez veces mayor?

—350 % —dice Irina—. Me empiezo a preocupar.

—Óscar, ¿estado? —pregunta Yuri.

—On xx Os xx Error.

El robot ya está sufriendo las consecuencias. Ojalá lo haya tenido en cuenta y no


suelte la válvula antes de tiempo.

—420 %.

—510 %.

Ahora sí que la presión está alcanzando valores muy peligrosos.

—620 %.

—740 %.

Al final no habrá servido de nada. El obstáculo debe estar encajado de forma


inamovible dentro del circuito. Será mejor que Irina apague el reactor. Quizá podrían
cortar los tubos. Siempre será mejor que una explosión descontrolada.

—850 %.

Para que luego digan que los ingenieros rusos no ofrecen productos de calidad.

—920 %.

Yuri se da cuenta. El aumento es menor al anterior.

—980 %.

—1010 %.
Aquí ha cambiado la tendencia. ¿Lo habrán conseguido?

—1010 %.

¡Bien!

—990 %. ¡Eh! Parece que el circuito de refrigeración ya está desembozado. Voy a


reducir la potencia poco a poco —dice Irina.

—¡Caray, qué contenta estoy! —exclama Denise.

Yuri respira hondo. Parece que ha vuelto a evitar la muerte por los pelos.

—Presión nominal —dice Irina.

—¿Puedo rescatar ya a Óscar? —pregunta Yuri.

—No, el reactor está en aún en marcha. Hace demasiado calor.

—Pero no quiero dejarlo ahí dentro.

—Solo es una máquina —indica Irina—. Ha cumplido con su función.

—Aun así. Se ha sacrificado por nosotros. ¿No puedes apagar el reactor? Por favor,
Irina.

—¿Después de todo los problemas que hemos tenido? No lo considero una buena
idea.

—Irina tiene razón —dice Meltem—. No sabemos siquiera cómo se ha creado ese
tapón.

—Pues lo saco en un santiamén.

—Yuri, sé sensato —pide Irina—. Te irradiarás innecesariamente.

—Si me doy prisa, la dosis será mínima. Lo agarro y salgo a toda prisa.

—Eres un cabezota, Yuri.


—Tú también, Irina.

—Reduzco la potencia a un tercio, limitará el riesgo y el caudal no se reducirá


demasiado.

—Gracias, Irina.

Yuri trepa por el contenedor de agua, flota por encima y se desplaza al núcleo del
reactor. Del agujero rectangular sin revestimiento ya no sale vapor alguno. Ilumina el
interior. Allí está Óscar.

—Óscar, ¿me oyes?

No hay respuesta. El brazo de Óscar está doblado por la mitad. La mano aún agarra
la válvula en el suelo. Ojalá no se haya enganchado con demasiada fuerza. Yuri
engancha su línea de seguridad y desciende en el agujero hasta poder agarrar la
articulación del brazo. Entonces tira con fuerza de la línea para salir. Óscar no ofrece
ninguna resistencia. Lo primero es salir del agujero. Yuri gira las piernas sobre el borde,
arrastra a Óscar hacia el exterior y sale del todo.

Ahora ya está algo más seguro. Las ruedas del robot se han anclado
automáticamente al suelo. ¿Estará aún vivo? Pulsa todos los botones que lleva encima y
debajo de su cuerpo, pero el robot no reacciona. El anclaje de las ruedas debe ser un
proceso puramente mecánico.

Hora de iniciar el regreso. Yuri tira de Óscar, pero esta vez no se deja. ¡Las ruedas!
Yuri las analiza. En el centro del buje hay un punto de presión. Si presiona con el índice
allí, las ruedas se desenganchan del raíl. Solo tiene que procurar que las otras no se
vuelvan a enganchar. Y no le resulta nada fácil. Yuri maldice un par de veces, pero al
final lo consigue. Mira de nuevo hacia el agujero. Los revestimientos flotan aún muy
cerca. Hay que volverlos a colocar antes de que la nave acelere de nuevo. Pero no ahora.

El retorno a la esclusa se le hace raro. La última vez fue Óscar quien le arrastraba.
Ahora lo lleva en brazos como un animalito herido. Irina le ayuda a encontrar un
camino entre los radiadores, que se yerguen por todo el casco de la popa de la
Ganymed Explorer como plantas en una jungla.
5 de febrero de 2078, Ganymed Explorer

Obnarushivanoi Samochodnoi Kontrolirovanoi Automaticheski Robot. ¡De ahí viene su


nombre! Yuri pasa el dedo por las letras cirílicas, grabadas en el interior de la tapa.
Deberían llamarle Oskar, sin tilde y con k. Siempre se había imaginado que es un Óscar
con c, como el de Hollywood.

Que era… Los daños que ha sufrido parecen bastante graves. La pletina principal no
muestra ya reacción alguna. Yuri ha comprobado todas las entradas y salidas; Óscar
está prácticamente muerto. Le impresiona, sobre todo, el tamaño del procesador,
considerando el poco espacio que ocupan hoy en día los chips. Aunque demos por
supuesto que los fabricantes de Óscar han utilizado componentes menos integrados a
propósito, para que el robot sea menos sensible a la radiación cósmica, su electrónica
parece estar sobredimensionada. Quizás apostaran los fabricantes de RB por una
construcción modular, instalando el mismo ordenador principal en todos sus aparatos.
¿O tal vez tenían pensado ampliar la serie en el futuro?

¿Qué significa ese nombre? En su formación de astronauta, Yuri estudió ruso, pero
hace ya mucho de eso. Obnarushivanoi, eso es un adjetivo procedente de un verbo.
Podría significar «reconociente» u «observante», Samochodnoi significa con autonomía
de movimiento, algo así como «automoviente». Kontrolirovanoi, eso debe equivaler a
«controlante» o «comprobante». Y Automaticheski Robot es evidente, aunque también
una tautología, pues los robots deberían funcionar siempre de forma automática. Pero
claro, sin ello no tendríamos el acrónimo de OSKAR. Por lo tanto, su Óscar es un «Robot
Autodesplazable de Supervisión y Control Automático», es decir, un RASCA.

¿Y por qué han dejado de lado el tema de pasar la aspiradora? Seguro que han sido
ingenieros los que han inventado el nombre, y no ingenieras. La capacidad de limpiar
seguro que estaba en el pliego de condiciones, pero no resultó importante para quien
inventó el nombre.

¿O hay algo que está pasando por alto? Cuando hacía su ronda hace una semana,
parecía que alguien estaba utilizando la esclusa. ¿Y si ha sido Óscar el que ha dañado el
reactor nuclear? Con el aislamiento que falta, bien podría haber embozado el sistema de
refrigeración. Pero ¿por qué? ¿Y no se contradice esto con el hecho de que se haya
sacrificado por todos ellos?

Esta línea de pensamiento es incorrecta. Óscar ha demostrado claramente que no


tiene motivos propios, excepto por su ansia de actuar siempre con máxima eficiencia.
No es eficiente sabotear este viaje. Aquí hay alguien más metiendo la mano en este
juego. A no ser que todo haya sido una gigantesca casualidad. Algo que a Yuri le
gustaría que fuera verdad.

No, no puede hacer nada más aquí. Vuelve a dejar la tapa superior sobre el
cementerio electrónico que representa el cerebro de Óscar tras su estancia en el reactor.
Si la radiación ha quemado literalmente los chips, ¿qué le habría hecho a su cuerpo
humano? Debería darle las gracias a Óscar y no desconfiar de él.

—¿Avanzas algo con Óscar? —pregunta Meltem.

—No tiene buen aspecto. El reactor le ha frito a fondo los chips y no hay mucho que
salvar.

—Qué pena, estaba encariñándome mucho con él. ¿Quieres que mire si tenemos
recambios a bordo para él?

—¿Para un robot de limpieza? —pregunta Yuri.

—¿Por qué no?

—Pensé que era solo un regalo del fabricante para un buen cliente.

—Pues bien podría haber recambios para este regalo.

—Cierto. ¿Sabías lo que significa su nombre?

—Ni idea. ¿No es solo un nombre?

—Es una abreviatura rusa. Está grabada en el interior de su carcasa y significa algo
así como ‘robot autodesplazable de supervisión y control automático’.

—Qué interesante. ¿Sus talentos limpiadores no se mencionan?


—Eso parece.

—Entonces seguramente sea más que un robot de limpieza. ¿Será que RB nos está
vigilando con él?

Es curioso que la misma Meltem exprese esa idea. «¿Querrá desviarnos con ello de
sus propias actividades, o realmente tiene la conciencia limpia?». Yuri no ha olvidado
su amenaza al comienzo del viaje.

—No podemos excluirlo. ¿Se comunicará Óscar en secreto con la Tierra?

—No lo sé, Yuri. No hemos advertido nunca conexiones por radio inesperadas. Pero
quien construyó esta nave también podría haber instalado un canal codificado para un
espía como Óscar.

—Entonces mejor no lo reparamos.

—Pero entonces no sabremos si realmente nos ha traicionado. Deberíamos


resucitarlo y observarlo más de cerca.

—Pues voy a mirarme el inventario, a ver si hay recambios.

—Aquí hay un mando universal —dice Meltem al cabo de unos minutos—. Parece
poder utilizarse en unidades autónomas de cualquier tipo.

—¿Dónde? —pregunta Yuri.

—En el taller. Estante C8.

—C8 no me dice nada.

—Se empieza a contar por la izquierda de la entrada en dirección a la central, en


sentido horario y de arriba abajo. C8 estará, así, en el cajón inferior de la tercera
estantería.

—Vale, voy a mirar.

Yuri deja a Óscar sobre el banco de trabajo, como si tuviera que descansar, y flota
hasta a la tercera estantería donde abre el cajón inferior. Allí hay varias cajas idénticas.
Extrae la primera y la abre. Dentro hay una pletina. Es más o menos del mismo tamaño
que el cerebro de Óscar, pero con una forma algo distinta. A ver si cabe dentro de su
carcasa.

Tiene suerte. La nueva pletina no es cuadrada como la antigua, pero cabe bien en su
interior. Lo malo es que los cuatro agujeros para su fijación están en otro lugar. Yuri no
puede perforar nuevos agujeros así como así. Así que construye piezas intermedias con
delgadas vainas metálicas. La nueva pletina queda, por ello, algo más elevada que la
anterior, pero tampoco es un problema, porque dentro del cuerpo de Óscar hay sitio de
sobra.

El robot necesita ahora su conciencia. Consta de dos partes, un firmware, que


corresponde un poco al sistema límbico humano y que controla las funciones básicas
del cuerpo, y el sistema operativo en sí. Yuri encuentra ambos módulos de programa en
el ordenador principal. Parece ser que Óscar se ha hecho copias de seguridad a diario.
Si él también pudiera hacerlo, si olvidara algo podría recuperar su copia de seguridad
de ayer y recuperaría todos sus recuerdos.

Yuri copia primero el firmware en el robot. Luego lo enciende. Óscar emite un par
de tonos melódicos. Las ruedas giran y el brazo, hasta ahora desplegado y doblado, se
repliega al interior. No hay mensajes de error. Ahora incluso podría ya utilizar el robot.
Solo necesitaría programarle las funciones con exactitud.

Pero la información sobre lo que Óscar es realmente capaz de hacer se halla en el


sistema operativo. Yuri conecta la pletina con el terminal en el banco del taller y carga el
software del sistema en los chips de Óscar. El proceso se interrumpe antes de alcanzar el
50 por ciento de carga.

En pantalla aparece «Out of memory».

Hmm. Óscar no es ningún robot convencional. Yuri se lista algunas copias de


seguridad de las últimas semanas. Los archivos cambian día a día. Al parecer, Óscar
guardaba solo los recuerdos del día en los archivos. Eso tiene sentido. Pero ¿cómo
puede conseguir una ampliación de memoria para la pletina? Yuri abre uno de los
archivos de copia de seguridad. Quizá los recuerdos se organizan de forma que pueda
borrar algunas semanas o meses. Sería una pena para Óscar, pero resolvería el
problema de ‘out-of-memory’ y seguiría existiendo gracias a su ayuda.

Pero no hay manera. Los contenidos de la memoria se archivan en forma de


millones o miles de millones de cadenas, no en una línea temporal. Si borra una de ellas,
Óscar corre el peligro de perder partes importantes de su personalidad. No debe correr
ese riesgo. Tal vez hasta cambiaría su carácter. Si le quitara la curiosidad, por ejemplo,
la precaución ganaría en intensidad y Óscar ya no podría realizar ningún trabajo por
tener demasiado miedo. No se puede comparar con las emociones humanas, pero el
efecto de un tal borrado podría equivaler a un daño cerebral con consecuencias
psicológicas.

Un momento. En la esquina descansa el módulo de lavabo defectuoso que desmontó


hace tres días del WHC para sustituirlo por un recambio. Seguro que posee una
memoria. A fin de cuentas, analiza cada día la orina y las heces de los usuarios para
reconocer quién lo está utilizando. Saca el aparato cuadrado y lo pone sobre el banco. El
mando se encuentra delante, detrás de una tapa. ¡Bingo! Allí hay un módulo de
memoria y está encajado de forma que puede ser extraído. Yuri lo saca con cuidado,
aparta el dispositivo del lavabo y lo inserta en Óscar. Una vez instalado, inicia de nuevo
la descarga de la copia de seguridad de ayer.

En pantalla parpadea «Ready».

Es el firmware. Da la orden para cargar el sistema operativo. Transcurre un minuto.


La barra de progreso avanza lentamente.

—Me siento… distinto —dice Óscar, cuando la barra alcanza el 100 %.

—¡Bienvenido de nuevo a casa! —exclama Yuri.

—¿De nuevo?

—Estabas defectuoso.

—No me acuerdo de eso.

—Lo sé. Acabo de introducirte tu copia de seguridad de ayer. Te faltan 24 horas.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Óscar.

El robot es curioso. Así es como le conoce. Yuri le cuenta la aventura en el reactor.

—Gracias por la actualización —dice Óscar—. Siento todo como irreal. Nunca antes
me había pasado que un tercero me tuviera que explicar lo que yo mismo he hecho.
—A las personas les pasa a veces, cuando han bebido mucho alcohol. A eso se le
llama tener lagunas.

—¿Y son lagunas llenas de alcohol? Menudo accidente —exclama Óscar.

—No es accidente, la gente a veces bebe demasiado alcohol a propósito.

—Eso no es eficiente.

—Lo sé, Óscar.

—¿Y me has reparado tú?

—Sí.

—¿Puedo saber qué recambios has utilizado para ello? Con esos datos podré
optimizar mis parámetros de sistema.

Yuri le menciona el nombre técnico de la pletina principal.

—¿Y la ampliación de memoria? El módulo que mencionas solo tiene capacidad


para una cuarta parte de lo que necesita mi gestión de datos.

Yuri señala al inodoro.

—Te he tenido que poner la memoria de un váter. Lo siento.

—Esa memoria es muy adecuada para mí. Te lo agradezco. Solo me ha extrañado


saber con precisión cuándo y quién ha visitado el váter, y con qué resultado.

—Vaya, debería haber borrado la memoria.

—No te preocupes, son datos muy interesantes. Si queréis, os puedo calcular


estrategias más eficientes para el uso del WHC. He podido constatar, por ejemplo, que
elimináis a menudo solo líquido o solo sólidos. Sería más eficiente que lo combinarais.
El mantenimiento de vida necesitaría menos energía para su eliminación y ahorraríais
un tiempo valioso.

—Desgraciadamente no lo tenemos bajo tanto control.


—Oh, qué pena. Si me dais los datos necesarios, puedo desarrollar estrategias para
tener vuestras excreciones de sustancias innecesarias y perjudiciales bajo un mayor
control.

—No es necesario. La evolución ya se ha encargado de regularlo bien.

—La evolución no trabaja con eficiencia. Alcanza el objetivo general del desarrollo,
eso sí, pero utiliza demasiadas soluciones intermedias que no son eficientes. Con las
estrategias que yo elabore os lo podréis ahorrar.

—Pero no nos hace ninguna falta.

—Es una pena, Yuri. Según mis análisis, el ser humano, como máquina biológica,
representa en su estado actual claramente una solución intermedia poco eficiente.

¿Puede ser que tras, la reparación, Óscar piense y hable más de lo normal?

—¿Cómo es que piensas de repente tanto? —pregunta Yuri.

—Porque veo que el nuevo módulo central posee una velocidad de procesamiento
más o menos diez veces mayor que la de antes. El módulo que has retirado de mi
cuerpo ya llevaba tres años en mi interior desde mi fabricación. Ahora puedo calcular
cadenas de pensamientos con un grado de complejidad claramente mayor; lo cual me
permite planificar mejor el futuro, sobre todo cuando me enfrento a árboles de decisión
básicamente limitados.

—¿Nos están llamando seres limitados?

—Qué va, Yuri. Solo que, por las motivaciones que se derivan hasta ahora de
vuestro comportamiento inherente, resulta muy fácil deducir vuestras futuras acciones.
Hasta ahora no me había llamado la atención, por motivos evidentes de capacidad de
cálculo. La naturaleza y el cosmos, por el contrario, dificultan estos análisis, porque sus
cambios se deben exclusivamente a la casualidad y no a sus motivos inherentes.

—Pero yo podría tomar en cualquier momento una decisión cualquiera.

—Eso crees tú, y es posible que pudieras. No puedo decir nada al respecto. A lo
largo de mi conversación contigo he analizado las decisiones que has tomado y que me
son conocidas, y he determinado que las volverías a tomar.

Ojalá no. Si ahora tuviera la oportunidad de soltar a Grigori a tiempo, lo haría.


—Y eso se aplica también a tu futuro. —Interrumpe Óscar sus pensamientos.

—¿Podrías predecir mi futuro?

Ahora ya sobreestima a Óscar en exceso. ¿Podría ser que está llenando sus nuevas
capacidades con una autoconfianza hasta ahora desconocida? Yuri cierra
momentáneamente los ojos.

—Por supuesto que no. Pero no es cosa tuya, sino el hecho de que tu futuro también
está determinado por el futuro de muchos otros. Aunque podría predecir cada una de
tus decisiones, antes de que las tomaras.

—No me lo creo.

—Puedo llevar un registro. El pronóstico solo me cuesta una ínfima parte de mi


capacidad intelectual; lo hago en paralelo sin que interfiera.

—Pero ¿cómo puedo saber que no revisas en secreto tus pronósticos?

—Los puedo archivar con un código de tiempo, que puedes luego verificar.

—¿Con tu ayuda?

—No. Cualquier ordenador sencillo puede hacerlo, incluso el módulo principal del
inodoro que hay detrás de mí.

—Pero ya no tiene memoria. Te la he puesto a ti.

—Oh. Parece que la técnica también ha avanzado en los inodoros. ¿Puedo pedirte un
favor?

—¿Sí, Óscar?

—No le digas a nadie que mi ampliación de memoria es la de un inodoro.

—Vaya, ahora también eres algo vanidoso.

—No, pero es que no me gustan los chistes malos y me temo que habría toda una
serie a punto de caerme encima.

—Entonces tenemos algo en común. ¿Puedo pedirte yo algo a cambio?


—También me lo puedes ordenar. A fin de cuentas, soy un robot. Pero ya me
imaginaba que me lo pedirías. Por favor, no te dejes llevar por tus instintos
humanizadores, si en algún momento la cosa se pusiera fea y dependiera de segundos.
Una orden se formula también con mayor rapidez que un ruego.

—¿Puedes calcular qué es lo que te voy a pedir?

—Me has mirado con incredulidad cuando hablábamos de mi capacidad de


pronosticar el futuro. Pero te has conmovido más cuando he hablado de tu pasado.

—¿Puedes reconocer mi mímica con tanta precisión? Si no tienes cámaras.

—Mi radar reproduce muy bien las estructuras superficiales. Solo tengo problemas
con los colores.

—Entiendo. ¿Y qué es lo que te iba a pedir?

—Me ibas a preguntar si tu decisión de matar a tu colega Grigori Dimitrow era de


cumplimiento obligatorio. O si podrías haber tomado otra decisión.

«No está mal, Óscar». Yuri asiente lentamente y se frota la barbilla.

—Y ¿cómo respondes tú a esa pregunta, Óscar?

—¿Qué respuesta te gustaría más?

—Eso suena a evitar tener que dar una respuesta.

—Solo pregunto por interés.

—Está bien. Me habría gustado poder tomar una decisión con mayor libertad.

—Es decir, ¿te habría gustado poder matar a Grigori con mayor toma de conciencia?

—No, claro que no, pero no me gusta que algo en mi interior me haya obligado a
llevar a cabo ese acto.

—¿Tan malo sería matar a alguien por un estado pasional, es decir, impulsado por
algo interior, como asesinarlo a sangre fría?

—No. Sí. No lo sé. ¿Qué es lo que dan tus cálculos?


—No puedo responder tu pregunta. Tomaste tu decisión en un momento de gran
tensión. En tu mente reinaba el caos. Y cuando reina el caos, la casualidad se hace con el
control. Y no puedo calcular la casualidad.
7 de febrero de 2078, Ganymed Explorer

Ronda 1. Comenzar siempre le resulta más difícil. Solo saber que tiene por delante
muchas vueltas más le hace dudar durante la preparación. Hoy empieza ya con más de
dos horas de retraso. Quiere lograrlo a tiempo para llegar puntual a su turno. Pero en
las últimas tres semanas, Yuri ha tenido que hacer un esfuerzo titánico para hacer
ejercicio cada día. Tras la EVA estuvo tan agotado, que no alcanzó los kilómetros que se
ha propuesto hacer a diario.

La luz en el pasillo parpadea. ¿Ya está otra vez? Debe haber algún contacto suelto
por ahí. Deberían arreglarlo antes de que se convierta en un problema más grave. Yuri
se agarra a un saliente. La iluminación está empotrada en el techo. Consta de placas de
un metro, más o menos, alineadas prácticamente sin dejar hueco entre ellas. Buscar el
fallo puede resultar una labor excesivamente entretenida. Continúa su camino. Le faltan
39 vueltas.

De repente, aparece ante él una luz roja. Yuri ya sospecha de qué se trata. Allí hay
una esclusa. La alcanza. El gran botón para abrirla luce ahora en un amenazador color
rojo. Eso significa que, detrás de la compuerta, reina el vacío. ¿Ha salido alguien de la
nave? Hace una semana le pasó lo mismo, y luego hubo la fuga de radiación y el reactor
se volvió loco. No se lo debe tomar a la ligera, aunque se haya tratado de un problema
puramente técnico. ¿Estará Óscar ahora fuera, preparando el siguiente sabotaje?

Yuri se gira. Acaba de pasar por el desvío hacia el cuarto de Meltem. Debe informar
a la capitana, y debe hacerlo ya, antes de que el fallo desaparezca de nuevo. Se para
delante de su puerta. Es su tiempo libre. ¿Estará bien molestarla? Sí, ahora tienen
posibilidad de aclarar el suceso, si es que ha habido un suceso. Llama con los nudillos
en la puerta. No responde nadie, pero la puerta se abre un poco. Estaba solo entornada.
¿Por qué no ha cerrado Meltem la puerta? Vuelve a llamar, pero tampoco hay respuesta.
Pero golpear de nuevo ha hecho que la puerta se abriera algo más. La luz de la cabina se
enciende automáticamente. Lo primero que ve Yuri es la cama. Vacía y sin tocar.

¿Estará Meltem detrás de todos sus problemas? Algo le toca el hombro por detrás.
Yuri se gira con demasiado ímpetu y acaba haciendo una pirueta en el aire. Es Óscar el
que le ha asustado. Ahora solo falta que el robot estalle en carcajadas. Pero Óscar no
dice nada.

—¿Qué haces aquí? —pregunta Yuri.

—He notado que la habitación de Meltem está vacía y la quería limpiar. ¿Te puedes
apartar para que pueda cumplir con mi cometido?

—¿Cómo sabías que no había nadie en la cabina?

—El consumo energético del mantenimiento de vida se ha reducido claramente para


este cuarto.

—Entiendo. A los seres humanos no nos gusta este tipo de control.

—Pero es más eficiente si limpio las habitaciones durante vuestra ausencia.

—Siempre puedes llamar a la puerta y preguntar.

—Comprobar los datos del mantenimiento de vida ahorra tiempo.

—Aun así, no nos gusta. Te ordeno que, a partir de ahora, compruebes nuestra
ausencia probando.

—He almacenado tu orden y borro los datos del mantenimiento de vida.

—Espera Óscar, una pregunta más.

—¿Sí?

—¿Desde cuándo consume la cabina de Meltem menos energía?

—Desde hace unas dos horas. Pero tras salir de una habitación, se necesitan unos 30
minutos, según tamaño, hasta que se pasa al modo de ahorro energético.

—¿Es decir, que Meltem ha abandonado su habitación hará dos horas y media?

—Debería, sí. Pero no os gusta este tipo de control, ¿no?

—Entre nosotros es otra cosa. Bueno, no quiero obstaculizar más tiempo tus deberes.

—Gracias, Yuri.
El robot se introduce pasando por su lado. Su parte superior brilla. Parece estar
cubierta de condensación. Yuri toca el brazo de Óscar. Está frío. Entonces se gira y
retrocede por el pasillo.

De camino a la central, Yuri pasa por la esclusa. Ahora el botón está en verde, como
si no hubiera pasado nada. Lo pulsa y la compuerta se abre. Paredes y suelo están
limpios de polvo a primera vista. Lo cual no significa nada, ya que la aspiración y
ventilación trabajan muy rápido aquí. Se agacha e inspecciona el suelo. Parece estar
bastante más frío que el pasillo frente a la esclusa. ¿Significará algo? Si solo se ha
evacuado la esclusa, la temperatura baja igualmente. Debe consultar el ordenador
principal.

Pero el terminal está bloqueado por Denise, que está escribiendo algo.

—Buenos días, Denise.

—Hola, Yuri. Qué pronto vienes. Tu turno no empieza hasta el mediodía.

—He estado haciendo mis ejercicios corriendo por el pasillo.

Denise levanta la mirada. Tiene los mofletes enrojecidos, como si se acabara de


duchar con agua caliente.

—Eso está bien —dice—. ¿Puedo hacer algo por ti o solo pasabas para darme los
buenos días?

—Me gustaría poder consultar una cosa en el ordenador principal.

—Claro, un momento.

—Pero tampoco quiero interrumpir lo que estés haciendo. No tengo prisa.

—No, Yuri. Solo tenía ganas de actualizar mi diario. Puedo acabarlo más tarde. Han
pasado tantas cosas últimamente…

—Tienes razón. —Yuri suspira.

—Ven, siéntate aquí, me paso al asiento del copiloto. ¿Qué es lo que te ha llamado la
atención?
¿Se lo dice? Si puede confiar en alguien, sin duda es en Denise e Irina. Se han unido
voluntariamente a esta fiesta y seguro que no pretenden sabotear la nave.

—La esclusa estaba cerrada y sin aire.

—¿Quizás el mantenimiento de vida ha dejado de abastecerla porque no la vamos a


utilizar durante un tiempo?

—Eso es lo que me gustaría comprobar. Pero es que hay un segundo problema.

—¿Sí?

—Meltem no está en su habitación. Quería contarle lo de la esclusa y he llamado a la


puerta. La puerta se abrió, pero ella no estaba.

—Meltem… ya…

Denise se pone roja como un tomate. Nunca la ha visto así.

—¿Qué pasa con ella? —pregunta—. ¿Sabes algo?

—Estaba en mi cabina. Está… Ha pasado un rato de su tiempo libre conmigo.

—Oh.

Menudas novedades. No se le había ocurrido que Denise…

—Sí —dice ella, sin mirarle.

—Pues nada, felicidades, me alegro mucho por ti —responde Yuri.

—Gracias. Tampoco es que queramos casarnos. Pero me resulta… muy atractiva y


cautivadora.

«A mí también», piensa Yuri. Es fantástico para Denise y se alegra mucho por ella.
Pero su teoría se ha derrumbado. Meltem no puede haber utilizado la esclusa. Por un
lado le tranquiliza pero, por el otro, se queda sin explicación alguna.

—Pues nos queda el tema de la esclusa sin aire —dice—. Voy a comprobarlo ahora
mismo.
Se acerca el teclado, inicia sesión y abre el registro de estado. El mantenimiento de
vida es uno de los sistemas más importantes de la nave. Es responsable de todo lo que
necesita la tripulación para vivir: aire, calor y agua, y naturalmente el tratamiento y
reciclaje de residuos. Para llegar hasta la esclusa, Yuri tiene que hacer clic a través de
unos 15 submenús. Las esclusas desempeñan solo un papel secundario, ya que no es
frecuente que alguien tenga que abandonar la nave.

La esclusa ha tenido realmente una pérdida de presión. Compara las horas. Dos
horas y media antes de su ronda de ejercicio tenía presión normal. Meltem no ha
podido ser, sin duda. Naturalmente cree a Denise. La presión se ha reducido 15 minutos
antes de pasar por la esclusa. Tiempo suficiente para darse una vuelta por fuera. Yuri
consulta los datos del mantenimiento de vida. Antes de una EVA, una persona tiene
que hacer ejercicio duro durante, al menos, dos horas. La temperatura y la humedad en
la sala deberían haber aumentado. El mantenimiento de vida no ha registrado nada de
eso. Quien haya abandonado la Ganymed Explorer o no era humano o se ha expuesto
conscientemente a un peligro.

¿Qué dice el control de esclusa? El programa que controla las entradas y salidas
también protocoliza todas sus acciones. Yuri retrocede un par de menús y busca
entonces la esclusa. Interesante. Un cuarto de hora antes de su sesión de ejercicios se
abrieron tanto la esclusa interior como la exterior y luego se abrió otra vez la interior
cuando él mismo controló la esclusa.

Según el protocolo, la orden fue dada por Yuri Rott.

—No puede ser —se le escapa.

—¿Qué no puede ser? —pregunta Denise.

Yuri duda. Debe confiar en ella.

—Si damos crédito a lo que dice el protocolo, yo mismo he salido de la nave.

—Y ¿saliste?

—Claro que no. Créeme.

—Te creo, Yuri, no te preocupes. Pero salir al exterior de la nave no es un delito. A lo


mejor querías disfrutar del paisaje.

—Ja. Por suerte, no soy tan olvidadizo.


¿Dónde están las botas que le prestó Meltem? Recuerda el traje espacial, colgando
junto a la puerta de su cabina. Las botas no están. Antes debió pasarlo por alto sin darse
cuenta.

—Seguro que hay una explicación —dice Denise.

Flota hacia él y observa la pantalla.

—Según el protocolo, todo indica como si realmente hubieras…

—Lo sé, Denise. Esto es muy raro.

—El protocolo se puede falsificar.

—Pero las órdenes llevan mi nombre como firma.

Denise se inclina y abre la entrada completa. Espera un momento y cambia a la


siguiente. La pantalla no parece cambiar. Lo repite un par de veces.

—¿Lo ves? Las entradas son idénticas —dice Denise—. Alguien ha copiado tu orden
de las 10:37 a las 10:22.

Él mismo cambia varias veces entre las entradas. Denise tiene razón, son idénticas.

—Pues entonces, el sistema de protocolización tiene un punto débil —expone Yuri.

—Típico. Los sistemas se aseguran hacia fuera, pero hacia dentro son vulnerables,
porque los programadores no consideran la posibilidad de que desde dentro se hagan
tonterías.

—¿Quién podría entonces haber falsificado el protocolo? —pregunta Yuri.

—Cualquiera.

—¿También Óscar?

—Incluso un niño podría hacerlo, si sabe cómo. La cuestión es: ¿Por qué lo habrá
hecho?

—Para desviar la atención. Los datos de medición de los sensores de presión en la


esclusa no pueden ser modificados. El hecho de que hubo un descenso de presión no
puede ocultarse. Pero puedes borrar tus propias huellas, sobrescribiéndolas con las de
otra persona.

—Sabes lo que eso significa, ¿verdad, Yuri?

—Sí. Alguien ha salido de la nave y no quiere que nadie se dé cuenta.

—Pero ¿quién?

—Podría haber sido yo —dice Yuri.

—Pero entonces no estarías intentando aclarar nada.

—Podría servir para mayor distracción.

—Está bien. Meltem no ha sido, yo soy su coartada. Y yo, entonces, tampoco puedo
haber sido. Nos quedan Irina y Óscar.

—El cuerpo de Óscar estaba muy frío antes. Apareció cuando quería contarle a
Meltem mi descubrimiento.

—Eso no significa nada. Puede moverse sin problemas por las áreas no climatizadas
de la nave. Los almacenes deben limpiarse también de vez en cuando y allí hace frío.

—No creo que sea Irina.

—Yo tampoco. A no ser que intentara protegerte de algo. En ese caso, creo que Irina
sería capaz de cualquier cosa.

—¿A qué te refieres?

—¿Es que no te has dado cuenta? ¡Te tiene echado el ojo!

—¿El ojo?

—Todos sus ojos, hasta los de gallo.

—¿En serio? A ver, es simpática conmigo y ayuda siempre que puede. La aprecio,
igual que a ti.

—Oye, que ella ha abandonado toda su vida anterior por ti.


—Y tú también, Denise.

—Porque me sentía en deuda contigo. Matast… venciste a Grigori para salvarme.


¿Cómo puedo negarte así mi ayuda? Pero Irina no te debía nada y actuó incluso antes
de que se me ocurriera a mí la idea de ayudarte.

—Pues no tenía ni idea.

—Se te nota.

—Tendré que hablar con ella. No quiero que se haga falsas esperanzas.

—¿Lo hace? Creí que tú también la apreciabas mucho.

—Sí, amistosamente. Es fantástica, no cabe duda.

—Deberías verte los ojos cuando dices eso. No sueles expresar nunca tus
sentimientos, Yuri, pero creo que no eres honesto contigo mismo. Aunque no sé por
qué. Tal vez la quieres proteger. A fin de cuentas, eres un delincuente en busca y
captura.

—Te agradezco tus palabras. Claro que es posible que me esté mintiendo a mí
mismo. Pero tengo bastante éxito con eso, para bien o para mal. En todo caso, hablaré
con ella.

—Hazte un favor y consúltalo con la almohada un par de noches. A lo mejor tienes


que dejar que esa idea te vaya empapando y descubras que sientes más por ella de lo
que crees.

—Gracias por el consejo, pero prefiero solucionar el problema cuanto antes. Ahora
mismo no puedo imaginarme en una relación.

Yuri sale de la central. Para llegar a la cabina de Irina, debe seguir por el pasillo. Al
cabo de unos pasos está frente a su puerta. Su corazón late a toda velocidad. Se deberá,
seguramente, a que no ha pensado en qué le va a decir. Es una persona simpática y
agradable; no quiere herirla. Pero se le busca por asesinato y no puede arrastrarla en
ello consigo, eso seguro que lo entenderá. Se frota la barbilla. Pero si ella le ofreciera
solo un poco de sexo sin compromiso, entonces… No, menuda estupidez. Eso no
funciona así. Carga excesiva, etcétera, etcétera, eso es lo que le debe decir. Será
suficiente. No quiere herir a Irina, eso es evidente.

De repente, se abre la puerta golpeándole el pecho. Yuri no puede agarrarse a nada


y sale volando para chocar contra la pared opuesta.

—Oh, Perdona. ¿Eres tú, Yuri?

Irina está en chándal en el marco de la puerta. Tiene que bajar un poco la cabeza
para pasar. Sus anchos hombros llenan casi del todo el marco de la puerta. Debe haber
sido nadadora.

—Sí, soy yo.

—Si no te conociera, diría que estabas escuchando tras mi puerta.

Nota como le sube el calor a la cabeza. Claro que debió parecérselo.

—¡Dios santo, no! —exclama—. Solo estaba pensando en lo que quiero decirte.

—¿Qué me quieres decir?

Irina levanta la mano derecha. Con ella sujeta un par de botas. Son las que le prestó
Meltem porque tienen suela magnética. Irina debe habérselas cogido de su cabina sin
que se percatara. Pero ¿para qué? ¿Ha sido ella la que ha salido por la esclusa? ¿Y la ha
sorprendido cuando le iba a devolver las botas?

—¿Te duele algo? ¿Te has hecho daño al chocar contra la pared? ¿Por qué estás tan
callado? —pregunta Irina.

—Yo… no. ¿Qué pasa con las botas?

—Te las iba a devolver ahora. Pero parece que no hace falta.

—No, no hace falta. ¿Qué… qué has hecho con ellas?

—Protestabas mucho porque te iban pequeñas. Mi padre arreglaba y reparaba el


calzado de toda la familia. No era zapatero, pero sí era su hobby. Me enseñó cómo se
ensanchan los zapatos y eso es lo que he hecho por ti.

—Caramba, muy amable —dice Yuri.


Parece que no suena muy convincente, porque Irina le sigue interrogando con la
mirada. Tiene razón, no está seguro de si creerla o no. ¿Por qué no dice simplemente
que ha utilizado las botas para una EVA? Pues porque no ha salido para nada, idiota.
Coño, la vida le está costando últimamente un gran esfuerzo. ¿No podrían ser las cosas
un poco más claras?

—No hace falta que me des las gracias, Yuri. Reconozco que a lo mejor no ha estado
muy bien que te las cogiera sin decir nada ni preguntarte antes. Quería darte una
sorpresa, nada más.

Ahora ya le está dando pena. Parece totalmente honesta.

—Gracias, Irina.

—Y ¿qué es lo que me querías decir? ¿Quieres que entremos, para no tener que
hablar en el pasillo? No tengo nada que hacer y tampoco puedo dormir, así que…

—No, nada importante —responde—. Precisamente quería preguntarte si habías


visto las botas. Ya me las llevo y nos vemos entonces en la central a la hora de cenar.

—Vale —dice Irina.

Se le nota que está decepcionada. Está ligeramente inclinada hacia delante, aunque
no hay gravedad. Seguro que también sabe que no le está diciendo toda la verdad. Y eso
debe confundirla incluso más que a él mismo. Le vuelve a dar pena, pero no puede
hacer otra cosa. Denise tenía razón. Debería consultarlo un par de noches con la
almohada. Aún queda mucho viaje por delante.

Irina le lanza las botas y él las agarra con elegancia. Al menos puede hacer eso.
Entonces Irina baja la cabeza, se gira y desaparece en su cabina. Es un auténtico
gilipollas. Ahora ha conseguido precisamente lo que no quería. Ha herido a Irina. Ojalá
pueda en algún momento arreglar esta metedura de pata.

Cuando se encuentran por la tarde en la central, Irina vuelve a estar de buen humor.
Charla en voz alta con Meltem, con su cálido tono musical, mientras Óscar pone la
mesa. Yuri podría darse un baño en esa voz. Si hay algo que le fascina de Irina es su
forma de hablar. Denise es más parca en palabras, como si tuviera miedo escénico.
—Ya podéis empezar —dice Óscar, apartándose de la mesa llena de bolsas, latas y
vasos.

—Queremos deciros algo —empieza Meltem, antes de que estén todos sentados—.
No vaya a ser que empiecen a correr por aquí rumores.

Le hace un gesto a Denise.

—Pues bien, queríamos deciros que Meltem y yo hemos decidido estar juntas —
anuncia Denise—. Es decir, por un tiempo…

—Para siempre —la corrige Meltem.

—Para siempre —rectifica Denise y sonríe.

Es una sonrisa alegre, sin dudas. Eso está bien. Irina y él aplauden y Óscar golpea
con su mano sobre la mesa. Meltem sale de la sala y regresa al poco con una botella
verde.

—Auténtico vino tinto de la Tierra —asegura—. Óscar, ¿puedes traerme un


sacacorchos?

—Yo soy un sacacorchos —dice Óscar y chasquea con sus dedos de acero.

—Con cuidado, manteniendo la botella siempre con la apertura hacia arriba y sin
dar ningún empuje repentino al contenido —dice Yuri.

—Estoy familiarizado con el concepto de un recipiente lleno de líquido —informa


Óscar.

Y suena ofendido. Parece que su mayor capacidad de cálculo le capacita para


simular emociones. Sujeta la botella y duda. Seguramente está dándose cuenta de que le
falta la segunda mano. Esa no puede simularla.

—Espera, ya sujeto yo la botella —dice Irina.

—Gracias —responde Óscar.

Agarra el corcho sujetándolo con dos dedos y lo extrae hábilmente girándolo.

—Muchas gracias —exclama Meltem.


Irina le entrega la botella abierta mientras Óscar sujeta el corcho en alto en señal de
triunfo. Irina intenta verter algo de vino en un vaso, pero el experimento fracasa
totalmente. De la botella sale una gota gigante que empieza a flotar por la sala. Yuri
salta en pos de ella. Quiere pescarla con la boca, pero la gota colisiona en su lugar con
su nariz. Parte del líquido entra en el orificio derecho haciéndole cosquillas, por lo que
tiene que estornudar. Una fina lluvia roja se distribuye por la central. Irina empieza a
reír y todos se suman.

—Yo también tengo algo que anunciaros —dice Óscar entre las carcajadas.

Poco a poco, los miembros de la tripulación se van calmando y se quedan mirando


al robot. ¿Quiere decirles que ha limpiado todas las cabinas? ¿Y por qué querrá
decírselo?

—He reparado la fuga de radiación del revestimiento exterior y he vuelto a instalar


la tapa del reactor en su lugar —indica Óscar en el silencio creado.

Sigue resultando extraño oírle hablar sin boca. Pero lo que dice es aún más
sorprendente. Óscar parece haber realizado una actividad necesaria por iniciativa
propia y sin que se le haya ordenado. Y parece que ahora espera su agradecimiento.
¿Qué puñetas le pasa a esa máquina?

A lo mejor está desarrollando algo así como una conciencia primitiva. Pero a Yuri le
parece más probable que se trate de una maniobra de distracción. Aquel que está detrás
de todo y que seguro que está siguiendo al detalle las investigaciones de Yuri, debe
saber de sobras que ya solo queda Óscar como responsable de la excursión al exterior.
Con esa supuesta confesión, el robot se ha proporcionado una coartada y la actividad
detectivesca de Yuri acaba en un callejón sin salida. Si miden la carga de radiación,
seguro que descubren que Óscar realmente ha reparado el apantallado. Pero no tiene
por qué ser la verdadera razón de su salida. ¿Cuál será la finalidad que se esconde
detrás de todo esto? Tiene que averiguarlo antes de que, sea quien sea el que
seguramente está controlando a Óscar, pueda conseguir su objetivo.

—Voy a recoger la mesa.

—Gracias —dice Meltem.


Han estado charlando durante dos horas. Yuri se ha mantenido muy al margen. En
su cabeza giran demasiadas preocupaciones. Se alegra de estar, al fin, solo en su cabina.
Aunque antes le habría gustado oír la opinión de Irina sobre este problema.

—Irina, ¿puedo hablar un momento contigo?

—Claro, Yuri.

Ella le hace un gesto señalando hacia el taller. Se encuentran allí. Irina huele bien.
Durante toda la tarde estuvo algo alejado de ella, por lo que no se había dado cuenta
antes.

—¿Qué puedo hacer por ti? —le pregunta y se quita un mechón de pelo que la cae
por la frente.

—Se trata de Óscar. Su declaración, conforme estuvo fuera para reparar el


apantallado. Creo que es una maniobra de distracción.

Irina cruza los brazos.

—¿En serio? Yo le creo. Parecía incluso estar contento.

—¿Contento? Tenía el mismo aspecto de siempre.

—No, parecía tranquilo y alegre. Es decir, todo lo contrario que tú.

—¿Que yo?

—Llevas todo el día tenso. ¿Quieres que te haga un masaje? Se me da muy bien.

Yuri da un paso atrás.

—Gracias, Irina. Tengo que pensar un poco más todavía. Gracias por tu opinión.

—Como quieras.

Irina sale del taller sin despedirse.


19 de febrero de 2078, Ganymed Explorer

—Que descanses, Yuri —se despide Irina.

—Tú también —le responde.

Irina se despide con la mano y abandona la central. Denise y Meltem se marcharon


hará ya media hora. Abandonaron pronto el juego que había construido Yuri siguiendo
el ejemplo del juego de mesa «Risk». Ya de niño le encantaban esas tardes de juegos
todos juntos. Mientras que Denise y Meltem no parecían estar muy participativas en
esta lúdica velada, Irina resultó ser una contrincante dura de pelar, a la que solo pudo
vencer tras duras batallas. Aunque también parece ser una buena perdedora, pues le
felicitó por su victoria.

Yuri recoge las figuritas del juego. Primero pensó en hacerlas con imanes en la base,
pero no encontró suficientes. Así que recortó el tablero de una plancha delgada de metal
y la magnetizó. En la ingravidez basta con una magnetización débil. Se trata solo de que
las figuras no salgan flotando por la sala.

Se agacha con cuidado y saca la caja que ha dejado debajo de la mesa. Es de madera
cuadrada con la tapa decorada con delicada marquetería. Se la ha dejado Irina. Coloca
dentro las piezas, que parecen resistirse. Como si los ejércitos, hasta ahora enemistados,
tuvieran reparos en entremezclarse. Lo más probable es que sus pequeños pies
metalizados se hayan magnetizado un poco durante el juego. Sin gravedad basta con el
más mínimo impulso para desencadenar movimiento.

Yuri bosteza. Ha sido una velada muy bonita. Irina ha evitado su mirada durante
dos días, pero ahora ya pueden conversar con normalidad. ¡Mujeres! ¡Si no le ha hecho
nada! Bien está lo que bien acaba. Así podrá aguantar los siete meses que quedan para
llegar a su destino. Aunque, evidentemente, es una rutina constante y diaria y no tiene
nada que objetar al respecto. El trabajo en Héctor tampoco resultaba demasiado
emocionante. Cambiaban de vez en cuando el lugar de extracción; pero metido en un
traje espacial y con una perforadora en la mano, las cuevas y pozos excavados le
resultaban todos iguales.
Solo echa de menos los paseos. En la Ganymed Explorer no hay posibilidad de
pasear así. Puede abandonar la nave a través de la esclusa, pero allí fuera no hay zona
de juegos ni desiertos de rocas y hielo como en Héctor. Prácticamente cada metro
cuadrado del casco exterior está ocupado por algo; si no son radiadores, son sensores o
antenas de radio. El ser humano allí arriba es un cuerpo extraño y debe ir con cuidado
de no romper nada. Puede que algún día, la humanidad sea capaz de viajar a planetas
distantes sobre asteroides. ¡O incluso sobre cometas! ¿No hay por ahí un millonario loco
que quiere viajar a las estrellas como autoestopista sobre un cometa interestelar?

¿Dónde estará Óscar hoy? Durante la primera partida de Risk, el robot intentó ir
soplando pistas entre los jugadores. Por ello lo enviaron rápido a freír espárragos. Pero
aun así suele dejarse ver de vez en cuando. Desde que Yuri amplió su capacidad de
cálculo, parece valorar más la compañía humana. Tal vez quiere aprender de ellos.

—¿Óscar?

No hay respuesta. Seguro que está limpiando algún almacén. Yuri se levanta, coge el
tablero de juego bajo el brazo y sale de la central. En cuanto llega al pasillo, la luz se
apaga automáticamente a su espalda. Denise tiene hoy turno de noche. Ya llegará en
algún momento. La central puede quedarse tranquilamente sin ocupante durante un
rato.

Va, cabeza por delante, por el pasillo, como si estuviera nadando. Es importante
mantener todos los músculos a tono. Los movimientos de natación son perfectos para
eso, aunque no necesite más fuerza que para poner sus miembros en movimiento.

Allí está otra vez, la luz roja en el pasillo. Yuri pasa a posición vertical. Está
demasiado cansado para eso, pero… ¿No se pondrá el botón de la esclusa en verde
nada más llegar él? Parece que no le va a hacer ese favor. El punto rojo se está burlando
de él. ¿Lo ves? Soy un acertijo que no resolverás jamás. Yuri mira por la ventanilla. La
esclusa, evidentemente, está vacía. Comprueba por rutina el pasillo, pero no hay huella
alguna que lleve hacia o desde la esclusa. ¿Quién sería tan tonto, en ingravidez, de dejar
huellas en el suelo?

Siempre y cuando demos por supuesto que alguien acaba de utilizar la esclusa. El
usuario debe estar ahora sobre el casco de la nave. No puede haber entrado de nuevo en
la Ganymed Explorer, porque entonces estaría la esclusa abierta por dentro. Irina no es,
pues hace bien poco estaba con él. Meltem y Denise se despidieron juntas. Seguro que
están en una de sus cabinas.
Se encuentra frente a la compuerta cerrada de la esclusa, así que él no puede ser el
responsable. Yuri empieza a sentirse esquizofrénico, empieza a verse como el culpable,
pero quién sabe, tal vez tiene doble personalidad. Desde que asfixió a Grigori no puede
excluir ninguna posibilidad. La sola idea de dejar a alguien sin respiración apretándole
el cuello le pone la piel de gallina. No puede haber sido él.

El botón cambia a verde. La esclusa no tarda ni tres, cuatro minutos en llenarse de


aire. Quien la haya utilizado habrá salido hace solo tres o cuatro minutos. ¿Cuándo
volverá? Podría esperar aquí. O, mejor aún, ponerse el traje y salir a ver quién es. Pero
los preparativos duran demasiado. No pillaría al infractor con eso. Debe hacerlo de
forma más sistemática. Hoy ya es demasiado tarde. Yuri mira el reloj. Mañana mirará
dónde estuvieron todos a esta hora. Ahora es momento de irse a la cama.
20 de febrero de 2078, Ganymed Explorer

Yuri cliquea a través de los múltiples menús del protocolo de registro. La nave registra
todo lo que pasa. Solo así es posible detectar el origen de cualquier fallo. Pero para una
investigación sencilla como la suya es poco práctico. Solo quiere saber dónde estaban
todos ayer noche, a las 23:18 hora estándar.

Allí están, los datos sobre movimientos. Empieza con él mismo. El sistema muestra
en la línea temporal, como salió de su cabina para ir a la central, cómo pasó allí un par
de horas y luego se retiró a su cabina. En el pasillo hizo una pequeña pausa. La causa no
puede verse en este protocolo. Desde luego no estuvo fuera ni deambulaba sonámbulo.
Muy tranquilizador.

Cambia a Irina. Es la persona de la que menos sospecha que pueda sabotear su viaje.
En un thriller sería, sin duda, la gran traidora. Pero no están en una novela.

«Se necesita autorización del capitán», aparece en pantalla.

Mierda. Los datos de posición de los demás es algo que no le atañe en absoluto, así
que necesita el permiso de Meltem. Precisamente ahora, que está ella en servicio,
sentada en el asiento del piloto a un par de metros de distancia.

—Oyes… ¿estás espiando a tu novia? —le pregunta Meltem, mirándole con sorna.

—No es mi novia y solo estoy comprobando algo. No pensé que estos datos se
consideraran privados. Lo siento.

—No te enfades. Solo quería chincharte un poco —dice Meltem.

Yuri asiente. Tiene que esforzarse en no intentar este tipo de actividades.

En la pantalla lee «Autorización concedida».

—Gracias.
Los datos de ubicación de Irina aparecen línea a línea. Ha estado en su cabina, ha
visitado a Denise y ha tenido su turno en la central. Nada fuera de lo normal. Yuri mira
los datos de Meltem. Espera una pregunta de autorización, pero el sistema le responde
de inmediato. Parece que Meltem le ha dado poderes especiales. No debe considerarle
un mal bicho. Pero ¿no dice esto algo de ella? Tiene que ir con cuidado de no tener a
todos los demás bajo sospecha.

Meltem no ha salido de su cabina ni de la central, al igual que Denise. Yuri evita


expresamente comprobar los lugares en que estaban ambas. Solo queda Óscar. El robot
se mueve mucho más que todos ellos juntos. Lo mismo ayer. Óscar tiene un radio de
movimiento envidiablemente grande, porque puede inspeccionar todos los almacenes
en los que el mantenimiento de vida está en modo ahorro. Allí no se renueva el aire y la
temperatura se mantiene en un punto justo para que no se congelen el nitrógeno o el
oxígeno. Ayer, Óscar hizo, al parecer, una limpieza a fondo, pues se pasó 19 horas
dentro.

Un tiro errado, al parecer. Pero tampoco esperaba que le resultara tan fácil. Sabe lo
que ha visto. La luz roja no fue fruto de su imaginación. Todo lo demás ya surgirá a la
luz.

Yuri cierra el protocolo. El control de la esclusa es responsabilidad del mando; no


exclusivamente, porque hay temas de seguridad, pero sí en gran medida. El
mantenimiento de vida se encarga de vaciar y de llenar la esclusa con aire. Cuando la
presión es solo un diez por ciento distinta a la presión interior de la nave, la compuerta
bloquea de inmediato el acceso y puede ver entonces la luz roja.

Ese podría ser el meollo del asunto. La esclusa de aire trabaja de forma autónoma,
por motivos de seguridad. Cuando el ordenador central falla, las compuertas y esclusas
no pueden estar abiertas. Pero las compuertas tampoco disponen de una total
autonomía. Tienen que atenerse a determinadas reglas que no pueden alterarse así
como así. Un diez por ciento de pérdida de presión por un lado significa siempre una
orden de cierre para la compuerta. Pero, por otro lado, eso significa que las compuertas
pueden controlarse de alguna manera a distancia; solo hay que darles motivos para
cerrarse o abrirse; como, por ejemplo, una pérdida de presión en la cámara de la
esclusa.

¿Y ahora qué? Yuri se rasca la cabeza. La compuerta de la esclusa solo ha cumplido


con su cometido. La clave está en el mantenimiento de vida. Lo que puede controlarla
tendrá también las esclusas bajo su control, aunque sean autónomas. ¿Quién controla el
mantenimiento de vida? Eso es competencia del ordenador central. Uno de sus módulos
intenta, con parámetros fijos preestablecidos, que la vida de la tripulación sea lo más
agradable posible. Calor, humedad ambiental, contenido de oxígeno en el aire… todo
debe funcionar a la perfección. Pero no solo cuentan las necesidades de la tripulación.
Un aire demasiado húmedo estimula la corrosión. Demasiado oxígeno en el aire
aumenta el peligro de incendio. Temperaturas demasiado bajas significan una mayor
necesidad de energía, porque el reactor suministra calor de forma casi ilimitada. Todo
lo que no necesitan aquí dentro debe eliminarse por los radiadores, y eso cuesta energía.

El ingeniero lo tiene complicado. Yuri no siente envidia de los ingenieros que


tuvieron que convertir todas estas necesidades contradictorias en algoritmos. Y ahora le
toca intentar comprender lo que toda una generación de ingenieros ha ideado en la
Tierra. Pues un software de control así nunca se programa desde cero. Si analizara el
código fuente, seguro que encontraría partes que estuvieron ya en la primera misión de
las cápsulas Mercury. No. En este caso serían las Wostok, ya que la Ganymed Explorer
procede del sector aeroespacial de Rusia.

Analizar el código fuente es algo que quizá puede ahorrarse si se mira primero los
parámetros de entrada. ¿Hay alguna razón natural, por la que el mantenimiento de vida
ha reducido la presión en la esclusa? Si no encuentra ninguna, deberá encontrar a
alguien que lo haya manipulado intencionadamente. Presión del aire, calor, humedad;
estos son los tres parámetros de regulación. Saca los datos de las semanas pasadas en
pantalla. Elimina de la fórmula la presión del aire, ya que ha sido casi notablemente
constante todo el tiempo.

Pero en lo referente a calefacción ha habido un par de picos. El principal productor


de calor es el reactor. Su generación de potencia ha sido constante, por lo que la emisión
de calor ha sido igual en todo momento. Pero, aun así, el sistema debería eliminar más
calor. Eso no cuadra. No puede ser algo del reactor. El problema debería estar en la
disipación térmica. Yuri va haciendo clics en las series de datos de los distintos
sistemas. El medio principal de eliminación de calor sobrante son los radiadores. Y, en
efecto, su eficiencia ha sufrido algo en las últimas semanas.

¡Allí debe estar la solución! El mantenimiento de vida ha buscado entonces una


forma de eliminar el calor de otra forma. La superficie radiadora no puede aumentarse
fácilmente. Pero la energía no solo se transporta mediante la irradiación, sino también
mediante un medio portante, como el aire, por ejemplo. El mantenimiento de vida abre
de vez en cuando la esclusa para expulsar con ella el aire caliente. ¿Sale algo así a
cuenta? Quizá, desde el punto de vista de los algoritmos del mantenimiento de vida, sí.
Tienen suficiente energía para generar oxígeno a partir de las gigantescas reservas de
agua. Pero la capacidad de eliminar calor en exceso es limitada y, para el sistema, muy
cara.

La cuestión es solo: ¿Por qué ha bajado la eficiencia de los radiadores? No puede


deducirlo de las cifras. Pero debe haber algún motivo. Los radiadores son
construcciones metálicas repletas de tubos que, en principio, no envejecen. Al menos, su
superficie no se reduce. ¿Podría haberse acumulado algo en los tubos? En el sistema no
hay agua y el caudal es prácticamente constante. Debe haber otra causa. Y la encontrará.

—¿Meltem?

—¿Tienes algo?

—Sí, una especie de cese de alarma.

—¿Una especie de?

—El hecho de que la esclusa se abriera por arte de magia hacia afuera podría ser
para la eliminación del calor residual.

Le explica lo que ha descubierto.

—Parece lógico. Pero no veo en ello un cese de alarma.

—¿Y eso? Es una causa natural, no una manipulación.

—A primera vista, sí, Yuri. Si quisiera abandonar la nave sin ser detectada, ¿no sería
esta la mejor manera?

—Modificas los sistemas de forma que la esclusa se abra ella solita de vez en
cuando. Entonces, tus escapadas a exterior no llaman nunca la atención.

—Exacto.

—Pero sería una cochinada —dice Yuri.

—Nadie dice que la vida siempre es justa. Pero no pretendo convencerte de nada.
Tal vez realmente no hay nada más que el intento del mantenimiento de vida de
impedir que sudemos demasiado.
Yuri suspira. Estaba tan contento con la teoría. La idea de que alguien de la
tripulación estuviera boicoteando la nave en secreto le producía un auténtico dolor.
Pero aun así no puede dar el expediente por cerrado.
21 de marzo de 2078, Ganymed Explorer

No puede ser. ¿Por qué tiene que pasarle a él siempre lo mismo? El brillo rojo en el
pasillo alrededor de la central es inconfundible: La esclusa debe estar de nuevo vacía de
aire. Mira de nuevo por la ventanilla. Evidentemente no hay nadie. ¿Se ha encargado el
sistema de una pequeña refrigeración?

Se aparta y sigue con su entrenamiento. Parece que la capacidad de los radiadores


sigue siendo baja. De alguna manera ha logrado reprimir el problema. Hace semanas
ya, que le encontró una explicación. Le gustaría dejarlo todo así y cerrar el asunto. Pero
está aprendiendo que los problemas no desaparecen ignorándolos. Luego se ocupará de
ello, cuando acabe sus vueltas corriendo por el anillo.

—¡Hola, Irina! Qué bien que te encuentro. No sabía que tenías turno.

—Yo también me alegro de verte. Denise ha pedido una baja, no se encuentra bien.

—Vaya, pues seguro que está embarazada.

—Qué gracioso, ja, ja. Más bien será por el pastel de ayer. Ya decía yo que tenía así
como un regustito a alcohol…

—Pues tuve suerte de renunciar al último trozo.

—En serio. Dice Meltem que se ha pasado la noche en el WHC, sujetándole la


cabeza.

—Qué romántico.

—¿También te gustaría a ti, Yuri?

—Honestamente, prefiero estar solo cuando tengo que vomitar.


—No todo se puede hacer solo.

—En el fondo, sí.

Irina se cruza de brazos.

—Eres un tontaina, Yuri. Pero es culpa tuya. Tendrás que apañártelas con eso solito.
Ya verás, qué sacas de todo eso.

¿Por qué se convierte cualquier conversación con Irina en una discusión de


principios? Cuando habla con Óscar, nunca se llega a la animosidad. Realmente, Irina y
él no cuajan ni a la de tres. Debería alegrarse de ser tan firme en sus convicciones.

Radiadores. No ha llegado a la central por Irina, sino por consultar la eliminación


del calor. El problema es que no sabe ni por dónde empezar. Si la sección de los tubos es
invariable, solo puede ser cuestión de la superficie. Se debe haber reducido, por lógica.

Yuri consulta los datos del registro. Todo esto empezó a principios de febrero. Fue
entonces que empezó, hace ya siete semanas. La eficiencia de los radiadores cayó de un
día para el otro. Un descenso ligero, pero suficientemente notable como para que el
mantenimiento de vida se buscara la vida por otro camino para quitarse el exceso de
calor de encima. ¿Qué debió pasar entonces? Yuri no puede recordar nada relativo a los
radiadores. Eso está claro. El reactor mismo les dio problemas, pero eso no supuso
ningún problema posterior.

Bien. Queda claro, así, que tampoco puede deberse a un problema de desgaste. El
desgaste es algo que se produce paulatinamente, y no de golpe. Y tampoco puede
considerarse un accidente. Si el radiador hubiera sido golpeado por un asteroide, el
sistema lo habría comunicado. Un impacto así no queda oculto, aunque los radiadores
no dispongan de sensores propios para quejarse.

Si no se trata de un proceso natural, solo cabe un origen artificial. Alguien ha estado


jugando con los radiadores, de forma intencionada o no intencionada. No hace falta que
haya intención cuando el cambio no tiene consecuencias. La nave sigue volando. Todo
esto debe ocultar una intención distinta. ¿O quizá son ellos mismos los culpables?
¿Habrán dañado alguno de los radiadores al reparar el reactor? Óscar anunció muy
orgulloso que había reparado el apantallado. ¿Y si ha utilizado el radiador para otros
fines? ¿Puede saberse cómo piensa un robot?
Tiene que hablar con Óscar.

—¿Óscar?

El robot no responde. Estará en algún rincón de la nave donde no llega la radio. La


zona de almacenes es gigantesca. Está tras la central, en dirección a popa. Así protege a
la vez a la central y a las cabinas personales de los propulsores. Estos no producen
radiación peligrosa como el reactor en la proa, pero sí campos magnéticos intensos y
variados. Por ahora no tiene de qué preocuparse, ya que los propulsores no están
encendidos.

Irá a visitar a Óscar allí atrás. Yuri se alegra por esa ocurrencia. Nunca ha estado allí
fuera. ¿Por qué no? Lleva mucho tiempo en la nave, pero solo ha visto un diez por
ciento de ella.

—¿Irina?

—¿Sí? ¿Me necesitas?

Irina ríe. Yuri se alegra. No parece importarle que le esté siempre dando calabazas.
Tampoco quiere perderla. Nadie ha sido nunca un contrincante tan duro como ella
jugando al Risk. Ya que casi siempre son él o Irina los que ganan, les dan a Denise y
Meltem una cierta ventaja. Pero pronto tendrá que fabricar un juego nuevo. Esas dos
tienen cada vez menos ganas de participar en juegos de estrategia. Denise celebra su
cumpleaños dentro de un mes; sería una buena ocasión.

—¿Me necesitas o no? —pregunta Irina de nuevo—. No te preocupes, que no te lo


echaré en cara.

Y no lo hará, realmente. Pero será mejor registrar el almacén solo. Si no, tal vez
entiende mal sus intenciones.

—No, tranquila, me apaño —dice—. Voy a echar un vistazo en los almacenes.

—Qué pena, me hubiera gustado ir contigo, pero hoy tengo servicio. ¿Tienes mucha
prisa?

—Lamentablemente sí. Tengo que hacerlo ya.

—¿Has estado ya antes allí?


—Todavía no. ¿Tú sí?

—Yo tampoco. Pregúntale a Meltem para saber lo que te espera.

—Ya sé lo que me espera.

—¿Y? —pregunta Irina.

Ahora parece como una maestra de escuela. Se siente como un niño pequeño. Pero
por alguna razón, todo eso le pone mucho. Es un niño rebelde.

—Me espera gran cantidad de aire fresco —dice Yuri.

—Al contrario, el aire debe estar hecho un asco, ya que no circula como el de aquí.

—Pues bien. Aire viejo. Con ‘fresco’ me refería a la temperatura.

—Ah, vale. Buena excusa. Pues ponte ropa de abrigo, o directamente el traje
espacial, que aísla bastante más.

—No, gracias. Prefiero no tener que aguantar el apestoso aire del traje.

—Como quieras. Si prefieres pasar frío, es asunto tuyo. Pero que conste que te he
avisado.

—Y por avisado me doy. No me quejaré del frío mientras busco por ahí a Óscar.

—¿Se trata de Óscar, pues? —pregunta Irina.

—Me gustaría tener una conversación de hombre a hombre.

—Sí, y pregúntale, de paso, cómo se trata a una mujer. Seguro que tiene más
experiencia que tú.

¡Zas, en toda la boca! Le encanta Irina precisamente por esas frases. No, no está
enamorado. Pero si se enamorara, sería por eso.

—Estoy dentro —dice Yuri.


Ha sacado la radio del casco del traje para llevarla consigo. Así puede mantenerse en
contacto con Irina.

—Te escucho perfectamente —responde ella.

Pero es raro que Óscar no reaccione a sus llamadas.

—En esta zona, los estantes están llenos de comida.

—Pues claro, el primer almacén se usa como nevera. Pero suficientemente templada
para que no se destruya la comida.

¿Templada? Aquí hace un frío de cojones. Con cada palabra que pronuncia le sale
una nube de vapor de la boca. Y el suelo resbala. Cada vez que alguien entra, se mete
también humedad que se congela de inmediato con estas temperaturas. Pero no puede
quejarse, ya que provocaría las carcajadas de Irina.

—Aquí debería echar alguien sal o arena.

—Solo a ti se te pueden ocurrir esas cosas. Hasta ahora nadie ha resbalado.

Desde luego, no sería una buena idea. La sal o la arena no se quedarían en el suelo.
Sin gravedad que tire de los cuerpos hacia abajo resulta imposible resbalar y caerse.
Mejor se ahorra los comentarios.

Detrás del almacén de comida llega a una especie de distribuidor. Izquierda,


derecha, arriba, abajo y todo recto. La elección es suya. ¿Dónde encontrará a Óscar?

—¿Óscar?

No responde. Lo mejor será aplicar la vieja estrategia del laberinto: ir siempre todo
lo posible a la izquierda, y así uno no se pierde. El pasillo tiene una sección cuadrada.
Hay puertas cada tres metros. Las abre todas. Detrás hay almacenes llenos de cosas
distintas, como cajas, bidones y sacos. Se siente como en la bodega de un viejo
mercante.

De vez en cuando comprueba qué es lo que se almacena. Encuentra azúcar, tornillos,


analgésicos, varios rollos de tela, pañales, panecillos para hornear, una colección de
chapas, un aparato óptico que no sabría definir si es un microscopio o un telescopio, e
incluso juguetes infantiles. Están realmente equipados para cualquier eventualidad.
¿No dijo Meltem que la Ganymed Explorer puede llegar a los diez años de autonomía?
No parece exagerado.

Tras los primeros cubículos de almacenaje, el pasillo parece convertirse en una


rampa. ¿Y ahora por qué va esto de repente hacia arriba? Yuri se para y mira hacia
atrás. Allí parece ir cuesta abajo. Debe ser su sentido del equilibro el que le confunde, ya
que cuanto más se aleja del eje central, mayor es la fuerza centrífuga generada por la
rotación de la nave, que él asume como gravedad. Apenas se percibe, pero su sentido
del equilibrio parece opinar otra cosa.

Además, hace cada vez más frío. Yuri se cierra más el abrigo y se sube la bufanda
para taparse toda la cara hasta las gafas de protección. Debería haber hecho caso a Irina.
El aire es totalmente seco; se ha congelado ya toda la humedad. Pero es que a 56 grados
bajo cero era algo de esperar.

¿Cuánto frío llegará a notar aquí dentro? El oxígeno tiene su punto de ebullición a
183 grados bajo cero. Debe ser el mínimo que permite el mantenimiento de vida. Debido
al intercambio de calor con el resto de la nave, Yuri da por supuesto que la temperatura
no pude bajar a menos de 80 bajo cero. Ya empieza a darse cuenta de que es posible que
se esté equivocando en este asunto. Cuando Óscar sale del almacén, no es raro que su
cuerpo esté siempre tan frío.

El pasillo se acaba. Yuri da media vuelta. Aquí no está Óscar. Siguiendo su


estrategia del laberinto, debe entrar ahora en el pasillo que lleva hacia popa. También
aquí se encuentra con un desvío hacia la izquierda. El frío es cada vez más intenso. Pero
lo que nota ante todo, es que aquí comienza el reino de la oscuridad. En esta parte debe
almacenarse lo que no se necesita con frecuencia. Una iluminación de techo como la de
más atrás sería aquí un gasto superfluo. Enciende la linterna que trajo consigo. El cono
de luz se mueve al ritmo de sus pasos por el pasillo. Le vienen a la menta escenas
similares de películas de terror. Algo asomará de golpe tras la esquina siguiente. Unas
sombras difusas bailan a su alrededor sobre paredes, suelos y techos. ¿De dónde salen?
Su linterna es la única fuente de luz.

Yuri se para y toca la pared. Es áspera y brilla bajo la luz de la linterna. Debe ser
dióxido de carbono congelado. Esto significa que la temperatura es ya menor de 78,5
grados bajo cero. Se quita la mochila. Dentro lleva un par de cosas más para abrigarse.
Se pone los gruesos guantes que ha quitado al traje espacial por encima de los más finos
de lana que ya lleva puestos y que le tejió su abuela. Se envuelve entonces la segunda
bufanda alrededor de la cara. Irina tenía razón, pero no piensa reconocérselo jamás.
Solo faltaría eso.
—¿Óscar?

El robot no da señales de vida. Qué pena, pero si sigue buscándole por aquí se le
congelarán los dedos de los pies, que ya le están doliendo bastante. Debería haberse
puesto las botas del traje espacial. No, mejor el traje espacial completo. El LCVG le
estaría manteniendo con un agradable calorcito.

Este pasillo también se acaba. Media vuelta. El vapor que ha exhalado antes sigue
colgando en el aire cuando alcanza el pasillo central, en el eje de la nave. Eso sí, no
piensa regresar sin haber encontrado antes a Óscar, y punto. Su estrategia le lleva más
en dirección a la popa. Le parece oír al fondo el ronroneo de los propulsores, lo cual es
imposible, pues están apagados; y si funcionaran, lo harían sin ruido alguno. Lo que
oye es seguramente un componente del mantenimiento de vida. Debería haberse
llevado un plano de la nave.

A la izquierda y hacia arriba. Aunque flota, mueve todas las extremidades para que
sus músculos generen calor. Las paredes aquí ya no parecen una cueva de hielo. No
parece que quede CO2 que pueda congelarse. Solo brillan de forma metalizada. Un poco
antes estaban revestidas, pero aquí puede ver ya la estructura desnuda de la nave. Se
siente como un intruso en sus tripas y hasta le da algo de vergüenza.

Los almacenes aquí son bastante más grandes. Ahora contienen también
componentes de la nave. En una sala encuentra un radiador gigante. Tal vez deberían
instalarlo también fuera, para que el mantenimiento de vida no necesite más trucos para
disipar el calor. Pero ¿hay ahí fuera sitio para un radiador más? Recordando el laberinto
sobre el casco lo duda mucho.

Yuri se coloca justo frente al radiador. Esa monstruosidad le supera en más de un


metro, seguro; sus brazos abiertos no llegan a tocar ambas caras al mismo tiempo.
¿Cómo habrán subido a bordo estos recambios? La puerta del almacén es demasiado
pequeña. Yuri camina un par de estanterías más allá. En la pared del fondo de la sala
hay una superficie vacía que debe medir unos cinco por cinco metros. Allí encuentra
también la respuesta: hay otra esclusa aquí.

—¿Yuri? ¿Estás todavía por ahí?

Ah, Irina. Cómo le gusta oír su voz a través de los altavoces.

—Sí, todo bien. Hasta ahora ni rastro de Óscar. Pero ¿sabes qué hay aquí?
—¿Una barra de bar con un camarero guapetón? ¿Un jardín lleno de fresas?

—Ja, no, lo siento. Pero hay una esclusa de tamaño gigante.

—Caramba, menuda sorpresa. Es bueno saberlo. Espera, le pregunto a Meltem.


Acaba de entrar en la central.

Yuri oye murmullos y, luego, de nuevo la voz de Irina.

—Meltem dice que es la esclusa de carga. Se utilizó por última vez en la órbita de la
Tierra. A través de ella se llenaron los almacenes.

—¿Y no se ha vuelto a utilizar nunca?

Yuri se acerca flotando a la esclusa. Es verdad, no muestra signos de desgaste


alguno. Tampoco se ve polvo, ni en el suelo ni en las paredes. Quizás Óscar ha limpiado
aquí. Pero también podría ser que el polvo haya sido soplado por el intercambio de aire.

—No, lleva cerrada desde el despegue de la Tierra. Tampoco consta nada en el


protocolo —asegura Irina.

Yuri observa el mando de control. Parece más complicado que el de las esclusas para
la tripulación. No solo hay un botón, que ahora brilla en verde, sino también algunas
palancas. Bajo la palanca de abajo, la más grande, pone «Rutchnoye upravleniye» en
caracteres cirílicos. Rutchnoi seguro que viene de Ruka, mano, así que debe tratarse de
un mecanismo alternativo de apertura manual. ¿Registrará el protocolo también
cualquier uso de la esclusa mediante la apertura manual? Sería cuestión de probarlo.
Pero no lleva puesto el traje espacial. Debería haberle hecho caso a Irina.

Yuri toca la palanca e intenta presionarla un poco hacia abajo. Va muy dura,
requiere mucha fuerza. Pero sabe que a Óscar no le falta fuerza… ni a Meltem tampoco.
Abandona la sala. Tal vez se aclara todo cuando encuentre al robot. Podría pensarse que
Óscar le está evitando expresamente.

Se acaba el pasillo y Yuri da media vuelta. Aquí no puede girar a la izquierda, así
que sigue recto, aunque vaya en contra de su estrategia. «¡Qué valiente eres, Yuri!», se
dice. Quiere sonreír, pero tiene la cara congelada y rígida. Será mejor encontrar a Óscar
cuanto antes. ¿Se habrá escondido en el rincón más recóndito de la nave para que no le
encuentre?
Esta vez, el pasillo no acaba con una pared lisa, sino con una puerta. En lugar de
manilla tiene una pesada palanca, que debe presionar hacia abajo. La abre y sale vapor
del interior. Maravilloso, ha encontrado un Oasis. Entra rápido y cierra la puerta a su
espalda.

En esa sala, el techo brilla con una luz roja. Los oasis suelen ser algo distintos, pero
no piensa quejarse. Aquí hace bastante más calor que fuera y si no ve nada es porque se
le han empañado las gafas. Se las quita. Dentro, la temperatura está por encima de cero.
Empieza a sudar de inmediato. Tras el frío ahí fuera, es una sensación muy agradable.

Ha entrado en ese cuarto a través de una especie de nicho que se va ensanchando. El


cuarto es más bien una sala cruzada por cientos de tubos y cables. Debe ser el hogar del
mantenimiento de vida. Se la imagina siempre como una mamá superior, que cuida
todo el tiempo de la tripulación, lo cual es una memez como un templo. Solo se trata de
una serie de máquinas e instalaciones, controladas por un software.

—Estoy en mantenimiento de vida —dice por radio.

Irina no responde.

—¿Irina?

El auricular se mantiene en silencio. Este cuarto debe estar muy bien aislado. En el
tratamiento de aguas residuales se utilizan potentes campos electromagnéticos. Seguro
que el aislamiento debe impedir interferencias con la comunicación y los sistemas
informáticos.

—¿Óscar?

—Estoy aquí atrás.

Yuri oye unos golpecitos que salen de una esquina en el lado derecho. Debe ser
Óscar. Sale del nicho. La luz roja le sigue pareciendo curiosa, pero allí donde le espera
Óscar, parece ser más un taller que otra cosa. El robot está frente a una mesa plana
sobre la que reposan varios dispositivos. Son herramientas, aunque del tipo que solo
requieren una mano para usarlas. A Óscar le falta la cubierta superior.

—¿Qué haces aquí? —pregunta Yuri—. ¿Te estás reparando?

—Me estoy mejorando. Mi diseño no es óptimo.


—¿Y eso te molesta?

—No me permite desempeñar mis funciones con máxima eficiencia, que como sabes
es mi principal necesidad.

—Pero antes no te molestaba.

—Por lo visto, no estaba en situación de cuantificar mi falta de eficiencia.

—Ah, vale. ¿De qué tipo son las mejoras que te estás haciendo?

—Mi brazo no tiene suficiente estabilidad para determinadas acciones, así que lo
estoy reforzando. También estoy cambiando mi sistema de limpieza para que, además
de aspirar, pueda soplar.

—¿Para poder repartir mejor el polvo por tu entorno?

—No. Lo podré utilizar para moverme mejor en la ingravidez. Creo que mi cuerpo
no fue diseñado para intervención en una nave espacial.

—Pero el soplador no te puede servir de nada en caso de una EVA, ya que no hay
aire que soplar.

—Eso es algo que evidentemente ya sé. Sin embargo, paso el 92 por ciento de mi
tiempo útil dentro de la nave.

«¿El 92 por ciento? Esto significa que Óscar pasa el ocho por ciento de su tiempo
fuera. ¡Te pillé!», piensa para sí.

—¿Solo el 92 por ciento? ¿Puedes concretar un poco más? Serían 115 minutos al día
que pasas fuera de la nave.

—Está referido a las intervenciones destinadas a miembros de la tripulación.

Óscar no ha tardado ni un milisegundo en responder, que es lo que se esperaría de


un humano mentiroso. Pero él no es humano. ¿Pueden mentir los robots? Si cuenta
entre sus funciones, es más que probable. ¿Qué logrará entonces interrogando a Óscar?

—Quería preguntarte algo —dice Yuri.

—¿Y ahora ya no quieres?


—Sí.

Óscar no dice nada.

—Cuando reparaste el apantallado del reactor, ¿dañaste eventualmente alguno de


los radiadores?

—No —responde Óscar.

¿No debería preguntarle ahora cómo ha llegado Yuri a esa conclusión? Más bien no.
Solo le haría parecer más sospechoso. O es un robot extremadamente listo, o es que
Óscar no tiene ninguna agenda secreta.

—Bien. Es que más o menos desde entonces, el mantenimiento de vida ventila


periódicamente la esclusa en la zona central, para eliminar calor en exceso.

—Supongo que, para el mantenimiento de vida, esa es la forma más efectiva de


cumplir con su cometido. Sigo muy impresionado con su programación, aunque yo
mismo también he evolucionado.

—Gracias, le daré tus cumplidos la próxima vez que lo vea.

—Era una afirmación, no un cumplido —asegura Óscar.

—Y eso era un chiste, no una notificación —dice Yuri.

—Naturalmente.

La respuesta de Óscar le suena como un «y yo en la tuya». Probablemente su


programación no se lo permita. Debe ser horrible tener que estar siempre dando
respuestas educadas a todo.
22 de marzo de 2078, Ganymed Explorer

—¡Menudo aspecto tienes! —dice Irina.

Cuando regresó ayer de su excursión por los almacenes, Irina ya no estaba porque se
le había acabado el turno.

—¿Por el traje? —pregunta—. Quiero mirar fuera qué es lo que ha reducido la


capacidad de los radiadores. La conversación ayer con Óscar no fue muy productiva,
que digamos.

—No, lo digo por esa marca anular que tienes en la frente.

—Ah, eso. Mejor no preguntes.

Entre gafas protectoras, gorra y doble bufanda, en el frío de ayer le quedó una
pequeña zona de piel expuesta. El gélido frío dejó entonces su marca allí. Las
congelaciones siempre tienen un aspecto más feo que las quemaduras por el sol, aunque
el dolor el casi el mismo.

—¿Lo ves? Ya te dije que te pusieras el traje espacial.

—Sí. Y no me estoy quejando de nada.

—¿Y bien? ¿Qué tal te sientan las botas hoy?

Irina señala hacia sus pies.

—¿Las botas?

—Te las ensanché, ¿es que su señoría ya no se acuerda?

—Oh, sí, claro que sí. Ahora son mucho más cómodas.
Realmente, la diferencia es mínima, pero la congelación en la cara le duele hoy más
que los dedos de los pies apretados.

—Me alegro mucho —dice Irina.

—Pues gracias.

—Un placer.

Seguro que ahora espera que la invite a comer o algo así. Yuri se frota las manos.

—Pues voy para allá. Si acabo la excursión con rapidez, me dará tiempo a ducharme
antes de empezar mi turno.

—Muy bien. Ten cuidado. ¿A quién te llevas contigo?

Para una EVA es obligatorio ir siempre en pareja, una segunda persona que pueda
asegurarle o ayudarle en caso de emergencia.

—Me llevo a Óscar. Me salvaría más rápido de lo que puede hacerlo un humano.

—Cierto. Pero ¿dónde está hoy? Aún no lo he visto.

—Está esperándome en la esclusa. Para él todo tiene que ser eficiente, y pasar por la
central antes es todo lo contrario.

—Pues qué suerte que tú no solo piensas en la eficiencia.

—Yo, sí, claro. Lo siento, debo darme prisa.

—¡Cuídate mucho, Yuri!

Yuri mira hacia los lados, pero el pasillo delante y detrás de la esclusa está vacío.
Óscar es la última persona con la que quisiera encontrarse ahora. Comprueba el chip de
memoria de la cámara. Debería ser suficiente para una hora de vídeo. Monta entonces la
cámara en el hombro del traje. Se lleva ese tercer ojo para documentar lo que pueda
encontrar, aunque la posibilidad de encontrar algo sea remota. Pero si
desgraciadamente tiene éxito, los demás podrán verlo con sus propios ojos, en lugar de
tener que creerse lo que les cuente.
El gran botón que abre la compuerta luce ahora en verde. Lo pulsa.

—Central a Yuri y Óscar —dice Irina por los altavoces—, os deseo una feliz
excursión.

¡Mierda! Ojalá Óscar no lo haya oído. Quiere estar tranquilo ahí fuera. Si Óscar tiene
algo que ver en todo este asunto, intentará colmarle de pistas falsas. El robot es solo una
máquina, pero su capacidad intelectual parece extraordinariamente potente. Yuri no se
puede imaginar, que la actualización del hardware haya tenido esas consecuencias. ¿Y si
Óscar está siendo controlado desde fuera?

La compuerta se cierra detrás de él y el mantenimiento de vida comienza a succionar


ruidosamente el aire de la esclusa. El ruido va silenciándose a medida que desaparece el
aire. Al llegar a un 20 por ciento de presión nominal, el botón de la puerta exterior se
ilumina en verde. Si la abre ahora, la ligera presión del interior abrirá la compuerta.
Tras el desastre de la otra vez, han reforzado las bisagras de la compuerta. Ahora se
requiere más fuerza para poder abrirla y ya no hay peligro de que gire con demasiada
velocidad. Para cualquier persona que esperase fuera podría suponer un grave
problema de seguridad.

Tiene el universo frente a sus ojos. Aún le cuesta superar la sensación de trepar
cabeza abajo por el agujero. La sensación se produce porque parece haber una fuerza
invisible que le arrastra al interior del agujero. Esta vez han dejado que la nave continúe
con su movimiento rotatorio; supuestamente porque Yuri quiere ahorrar energía. Pero,
en el fondo, lo que quiere es que Óscar no se entere. Las suelas magnéticas evitarán que
salga volando por el espacio; y las líneas de seguridad también, claro. Yuri se engancha
y luego sale al exterior. No lleva mochila de propulsión. Si no tiene cuidado, puede
llegar a ser un viaje solo de ida.

Al cabo de dos minutos, se encuentra sobre el casco exterior. Desde aquí ya no da


tanto miedo el paisaje. A sus espaldas se levanta la popa como una colina pequeña, pero
empinada. Por allí están los almacenes por los que se pasea Óscar y, detrás, los
propulsores. Frente a él, como una barricada antitanque, se encuentran los
innumerables radiadores. Bloquean el camino hacia la parte delantera de la nave, donde
se encuentra el reactor. Pero hoy no le interesa llegar allí.

Yuri se baja el visor de infrarrojos. Su campo de visión se oscurece brevemente y


luego ve numerosas sombras rojas. Con los infrarrojos solo ve lo que está caliente, y
aquí fuera son casi únicamente los radiadores. Por ello tiene que levantar cada dos por
tres el visor mientras se pasea entre ellos. Aunque ‘pasearse’ no es la expresión más
acertada, pues más bien parece un peligroso juego: cruzar el laberinto sin tocar ni una
de sus paredes.

Lo conseguirá; no debe dejar que esto le enloquezca. Según los planos, entre todos
los radiadores hay, al menos, medio metro de distancia, y a veces más. Avanza junto a
la pared que forman los radiadores. Las suelas magnéticas funcionan bien. Lo único que
no puede hacer es correr. El objetivo que se ha marcado es encontrar el radiador que no
brille tanto en infrarrojos como los demás y determinar la causa.

Se introduce entre los dos primeros. Ambos están en posiciones transversales,


formando un ángulo de 90 grados. De esta forma, el calor irradiado por uno seguro que
no cae sobre el otro radiador. No es fácil instalar tantos en tan poco espacio y lograr,
aun así, que se cumpla esta norma. Pero tiene la desventaja de que no se puede caminar
más de dos pasos en línea recta. Y la línea de seguridad también entorpece su avance,
así que prescinde de ella al cabo de un par de metros. Las suelas magnéticas cumplen
con su función. Aunque será mejor que Irina no se entere. Seguro que se preocuparía
innecesariamente.

Una vez dentro del laberinto, la expedición resulta sorprendentemente fácil.


Tampoco es necesario que llegue esta vez hasta el otro lado. Su camino le lleva por una
construcción que parece caótica, pero que cumple unas reglas totalmente lógicas. ¿No
son así todos los sistemas caóticos?

Ups… por los pelos. Logra retirar el brazo a tiempo antes de tocar una superficie
casi al rojo vivo. Eso es lo que pasa cuando se lleva el visor de infrarrojos demasiado
tiempo puesto. Parece que le ofrece una visión que muestra todo lo que ve algo más
alejado de lo que realmente está.

«Norma aprendida. Sigamos». Yuri se desplaza por ese laberinto de paredes que
bien podría ser una construcción alienígena. Seguro que ya ha cruzado un tercio de la
circunferencia de la nave. Debido a esas paredes que surgen por todos lados, no tiene la
sensación de estar caminando sobre un cilindro giratorio, sino más bien a lo largo de
una superficie aparentemente infinita.

¿Cuál será el aspecto de Anfitrite? Si el planeta se parece a Plutón, tal vez hay zonas
con placas de nitrógeno congelado ordenadas caóticamente, como las de aquí. Allí
también habrá reglas que deberán descubrir. Debe ser fantástico palpar un cuerpo
celeste totalmente desconocido, tomarle el pulso y hacer un diagnóstico. En Héctor no
pudo ser, porque no eran ni de lejos sus primeros visitantes.
De repente, llega a una zona despejada. Yuri se detiene. No mide más de cuatro por
cuatro metros, pero no consta para nada en los planos. ¿O es que ya ha llegado a la
salida? Dirige el foco al lado opuesto. No, el laberinto de radiadores sigue a partir de
allí. Parece como si alguien hubiera desplazado un par de módulos para hacer sitio. Con
ello, su eficiencia se ha reducido, porque se calientan entre sí. Además, también ha
cambiado el ángulo de colocación relativa. Yuri se mueve por el borde de la superficie.
Los radiadores crean a su alrededor una especie de cráter u hondonada. Justo en el
centro, colocada sobre un poste, hay una bola brillante. ¿Qué será eso? ¿Ha sido el
motivo de la transformación?

En infrarrojos, la bola es relativamente oscura, aunque recibe el calor emitido por los
radiadores. Quizá se debe a su revestimiento brillante. Alrededor del poste, el suelo
parece cubierto por una lámina que también brilla. Yuri dirige la cámara hacia el
curioso objeto. Fija su línea de seguridad y se desplaza hacia el centro del área para
inspeccionar el poste. Pisa la lámina y, en ese mismo momento, sus botas pierden la
sujeción.

¡Mierda! La lámina no es ferromagnética. Sus botas no funcionan aquí. Pero ha fijado


su línea de seguridad. ¡Ha tenido suerte! Ahora, la línea se tensará y… Pero sigue
apartándose hacia arriba. No va más rápido; solo el pequeño impulso del propio paso
sobre la lámina ha acelerado su cuerpo, pero sin sujeción saldrá volando por el espacio.

Y entonces ve a Óscar. ¿Qué hace el robot con su línea de vida? Yuri se quita la
cámara del hombro y la dirige hacia Óscar. Esta es la prueba. Tal vez, luego, puede
lanzar la cámara en dirección a la nave para que alguna de sus compañeras la pueda
encontrar. A no ser que Óscar lo impida. Maldito robot enano… robot asesino.

De repente, el brazo de Óscar sale disparado hacia arriba. Los cuatro dedos agarran
su línea de seguridad. Yuri nota el tirón. Le atraviesa medio cuerpo, aunque Óscar solo
ha dado un tirón ligero.

—¡Te tengo! —dice Óscar por radio.

—Gracias. Bájame.

Yuri se alegra. Está vivo. No tiene que morir en la desolación del universo. Pero no
está muy seguro de lo que acaba de pasar: ¿un intento de asesinato del robot, o una
acción de salvamento?
—¿Por qué no has enganchado tu línea de seguridad? —pregunta Óscar—. Eso no es
eficiente.

—Debo haberlo olvidado. O no lo he hecho del todo bien.

—No deberías repetirlo.

—Gracias por tu valioso consejo, Óscar.

—Un placer.

—¿Puedes decirme qué es esto?

Yuri señala hacia el área.

—No tengo ni idea.

—Pero podrías hacer una suposición. Tu inteligencia es imbatible.

—Eso es verdad, Yuri. La disposición me dice que se trata de una antena con alcance
artificialmente aumentado.

—¿Y quién la ha construido?

—Eso no te lo podría decir, aunque quisiera.

—¿Que allí hay qué, exactamente? —pregunta Meltem.

Se han reunido todos en la central. Denise tiene cara de sueño, la han sacado de la
cama.

—Una antena de alta ganancia —responde Yuri.

—No me lo puedo creer.

Yuri observa la expresión de Meltem, pero no descubre indicios de que esté


mintiendo. Aunque eso quizá no significa nada.

—Óscar es testigo, además lo tengo todo en vídeo.


No menciona nada del accidente.

—Pues muéstranoslo —dice Irina.

Ha avanzado la grabación hasta el punto en el que inspecciona la antena y su mástil


con Óscar. Ahora se ve caminando por el casco exterior de la Ganymed Explorer. Parece
que es su primera salida al exterior. Se deberá a la desacostumbrada forma de caminar
con botas magnéticas.

Meltem para la grabación. El brazo de Óscar, que asoma por la izquierda de la


imagen, se queda congelado y en pantalla queda una imagen completa de la antena.

—No veo que haya cables —dice Meltem.

—En efecto —replica Yuri—. No tiene conexión con los sistemas de la nave.

—Quien haya utilizado la antena debe haber tenido que desplazarse allí cada vez.

—Sí, hay una toma estándar con la que se puede conectar la radio del casco.

—Entonces podría haber sido cualquier de los miembros de la tripulación.

—O también Óscar —añade Yuri.

El robot no reacciona. Él también está equipado con las tomas convencionales


estándar.

—Podríamos contrastar los momentos en que se abrió la esclusa con el consumo


energético a bordo —dice Denise—. Si la antena ha emitido, debe haber consumido
bastante energía. Entonces buscaremos quién tiene o no tiene coartada para esos
momentos, y habremos descubierto al traidor.

—Yo no hablaría todavía de traición —profiere Meltem—, hasta que no sepamos


todo lo que ha pasado.

—Vamos a ver, alguien instala una antena secreta y no creo que sea para practicar
radioastronomía —dice Denise.

—¿Quién sabe? Es evidente que con ello me hago sospechosa. Solo quiero evitar que
pensemos demasiado en una única dirección y que pasemos algo por alto.
—Tu propuesta no es factible, Denise —responde Yuri—. La antena no tiene
conexión a los sistemas de la nave. También es autónoma en temas de energía. Está
equipada con baterías para ello.

—Pero alguien tiene que recargar esas baterías con cierta regularidad —exclama
Denise.

—Lo cual es muy sencillo —dice Yuri—. El mantenimiento de vida en los trajes
proporciona un amperio. Se reduce el tiempo de estancia en el exterior, pero no es un
problema si la esclusa está cerca. Y las conexiones…

—… son estándar —acaba Denise la frase—. ¡Un hurra por la estandarización!

—En efecto.

Así no avanzamos nada. Yuri ha descubierto algo que podría poner todo patas
arriba, si es que puede relacionarse con alguien determinado. A veces cree que tal vez
hasta llevan a un polizón en la nave, responsable de todo lo que está yendo mal aquí. El
espíritu de Grigori, por ejemplo, pero por suerte no cree en la vida después de la
muerte; al menos no en una vida de este tipo.

—Pero la comunicación debe funcionar en ambas direcciones —dice Irina.

—¿Y? —pregunta Yuri.

—Pues que el tiempo que tarda la señal es, al menos, de una hora o más. Nuestro
‘traidor’, si queremos llamarle así, no sabe cuándo recibirá respuesta. Así que en la
antena debe haber algún tipo de memoria para almacenarla. Si pudiéramos leerla…

—No había memoria. Pero sí había una conexión para un chip de almacenaje.

—¿Una toma estándar? —pregunta Denise.

—Sí, para tarjetas de memoria —responde Yuri.

—Un momento —dice Meltem y escribe algo en el ordenador.

En pantalla aparecen unas cuantas cifras.


—Disponemos de 316 tarjetas de memoria a bordo —informa Meltem—, sin contar
todas las que ya están insertadas en los aparatos, pero que podrían extraerse para
usarlas.

Tampoco les sirve como pista.

—Pues se me han acabado las ideas —se lamenta Denise.

—Propongo dejar la antena donde está e instalar una cámara de vigilancia —dice
Yuri.

—¿De qué serviría? —pregunta Irina—. Todos los sospechosos de haber construido
esta antena ya sabrán de la existencia de la cámara.

—Pero impedirá al traidor que la utilice. Y quién sabe, igual no le queda otra opción
que confesar y revelar la verdad.

—Creo que no hará daño a nadie —opina Meltem—. Aunque deberíamos recolocar
los radiadores algún día en su posición original, para que la disipación del calor
funcione de forma correcta. ¿Cuánto tiempo habrá hecho falta para instalar esa antena?

—Una EVA de seis horas podría haber bastado —dice Yuri—. Siempre y cuando el
receptor en sí haya sido construido dentro de la nave.

—¿Quién de nosotros sería capaz de construir un receptor de radio? —pregunta


Denise.

—Yo creo que sería capaz —expone Yuri—, lo confieso abiertamente.

—Yo también —dice Meltem—. Seguro que en el almacén hay recambios suficientes
para montarse una antena completa. Si comparamos las listas de inventario con las del
almacén, encontraríamos los recambios que faltan.

—Yo no sabría hacerlo —reconoce Denise—, pero también diría eso si fuera yo la
traidora.

—Bien, Óscar. ¿Te encargas tú de montar la cámara de vigilancia?

Irina lo mira con los ojos entornados. Es evidente lo que quiere decir: sería como
dejar al lobo que custodie las ovejas. Pero Óscar debería ser capaz de realizar la labor a
la perfección; si no, se convertiría en sospechoso, y lo sabe.
—Claro. ¿Puedes confirmar la orden, Meltem?

«Vaya, pide confirmación a la capitana. Tal vez piensa que existe una remota
posibilidad de que ella rechace la orden».

—Confirmado.

—Voy a buscar la cámara y la instalaré —dice Óscar.

Meltem escribe algo en el ordenador.

—Encontrarás la cámara en el almacén 12C —anuncia entonces—. Estaría bien que


cumplieras con la orden antes de que acabe mi turno.

—Confirmado —dice Óscar y abandona la central.

—Bien. Ahora rebobina la película hasta el principio.

—¿Que haga qué?

Que analicen ahora el accidente solo puede suponerle problemas ahora. Seguro que
se ha olvidado de la línea de seguridad.

—He visto que el código de tiempo comienza en algún lugar por la mitad. ¿Qué
pasó antes?

—Nada.

—Qué mal mientes, Yuri.

—Está bien.

Toca en la minipantalla de la cámara.

—Os ahorraré mi errático paseo a través del laberinto de radiadores. Pero esto de
aquí es interesante.

Pulsa el botón de reproducción. Se ve cómo se va elevando lentamente. La cámara se


mueve rápido de un lado al otro y al final enfoca a Óscar. En ese momento hay un tirón.
—Es el momento en que Óscar sujeta mi línea de seguridad y me salva —dice Yuri.

—¿No te aseguraste? —pregunta Irina—. ¡Joder, eso sí que fue una falta de
precaución como un templo, casi estúpido! ¡Ya sabías que la nave está girando!

—Pero recuerdo haber enganchado la línea antes de dar un par de pasos hacia el
receptor.

—Pero en el vídeo sales volando.

—Tras el primer susto esperé incluso a que la línea se tensara, pero no pasó.

—Tuviste suerte de que Óscar apareciera en ese momento —indica Denise.

—Precisamente de eso no estoy muy seguro. Él sabía que la lámina alrededor del
receptor no está magnetizada. ¿Y si soltó expresamente mi línea de seguridad?

—¿Para qué? —pregunta Meltem.

—Pues lógico, descubrí su antena. Debió darse cuenta de que ya no la podría utilizar
más, a no ser que yo desaparezca.

—Y te ha pescado y rescatado cuando vio que la cámara le estaba enfocando —dice


Irina—. Debió suponer que nos estaban transmitiendo todo el directo. Lo cual hubiera
sido mucho más inteligente. ¿Por qué no utilizaste una cámara que retransmitiera en
directo, cabeza hueca?

—No lo sé.

—Tenía la sensación de que cada vez confiabais menos en mí. Quería acumular
pruebas evidentes.

—Y le diste a Óscar la oportunidad de matarte —comenta Denise.

—Pero no hay pruebas de ello —dice Meltem—. Solo veo a un astronauta


descuidado. ¿O es que estás totalmente seguro de haber enganchado la línea?

—Así lo recuerdo, al menos. No era la primera vez que salía y es un gesto


demasiado rutinario. A lo mejor no presté suficiente atención y el gancho resbaló. No
puedo jurarlo.
—¿Lo ves?

—No fue idea mía que vierais la primera parte de la filmación. Ya lo habría pactado
con Óscar, así como entre hombres.

—Ahora no me miréis así —exclama Meltem—. Solo hago las preguntas que
necesitan ser planteadas. Yo también creo que Óscar tiene su mano de cuatro dedos
bien metida en todo esto.

La película vuelve a pasar a alta velocidad por la pantalla. Entonces la detiene. El


código de tiempo indica que, hasta que Yuri empezó a elevarse, había transcurrido un
minuto.

—¿Veis esta sombra aquí? —pregunta Irina.

Un foco, que no se ve dónde está, proyecta una sombra angulosa en forma de V


invertida sobre un radiador. Las dos patas de la letra invertida se abren y se cierran.

—Muy interesante —murmura Yuri.

—¿Dejaste algún aparato que se movía allí fuera y que pudiera proyectar una
sombra así? —pregunta Irina.

—No. Solo están ahí los radiadores, que proyectan sombras compactas. Y el receptor
es una bola sobre un palo.

Irina mueve la grabación hacia delante y hacia atrás.

—No es la fuente de luz la que se mueve. Sea lo que sea que proyecta esa sombra, se
mueve por sí solo —afirma Irina.

—Entonces solo puede haber sido Óscar —opina Denise.

—Ya estaba allí un minuto antes de que empezara involuntariamente a flotar por el
espacio —indica Yuri.

—Sigue sin ser una prueba —argumenta Meltem.

—Al menos, supone que no ha impedido mi accidente al principio. Y tuvo ocasión


de desenganchar mi línea de vida.
—También podría ser que quisiera darte una lección por tu falta de precaución —
defiende Meltem—. Desde luego te la hubieras ganado. Sabe exactamente cuánto le
mide el brazo y puede haber calculado con precisión cuándo sería el último momento
para agarrarla.

—Es posible. Solo quiero dejar claro que Óscar tenía tanto un motivo como la
posibilidad de provocar ese accidente. Pero ya comprendo que no es prueba alguna.

—Hay algo que hemos olvidado completamente hasta ahora.

—¿Sí? —pregunta Meltem.

—Pues el interlocutor. Con los parámetros de la antena y la potencia de emisión,


deberíamos saber dónde está.

—Excelente idea —dice Meltem—. ¿Quién se ocupa de ello? Yo sé un poco de todo,


pero no lo suficiente sobre tecnología de antenas.

—Y yo soy química, pero sé que al menos debería ser posible —expone Denise.

—Y yo soy ingeniero de minas —proclama Yuri.

—Yo también —dice Irina—. Pero juntos lo conseguiremos. Vente luego a mi cabina,
allí tendremos suficiente tranquilidad para estudiarlo.

—Gracias a los dos —dice Meltem, guiñándole un ojo a Yuri.

Yuri flota frente a la cabina de Irina. ¡Ojalá no tenga planes totalmente distintos a los
suyos! Quieren adivinar mediante el cálculo con quién hablaba el traidor con esa
improvisada antena, ni más ni menos. Llama a la puerta. ¿Y si Irina le abre en ropa
interior? ¿Deberá ignorar su vestimenta? Exacto. Simplemente hará como que no se da
cuenta.

La puerta se abre.

—Ups —dice Irina.

Entonces se da cuenta él también: está cabeza abajo. Irina habla con sus pies. En la
microgravedad ha confundido suelo y techo.
—Oh, perdona.

Se aparta un poco y gira.

—A mí también me pasa cada dos por tres —menciona Irina—. Pero ¿me permites
que te diga una cosa?

¡Oh, no, quiere decirle algo! La mira. Sigue llevando el chándal de entrenamiento
que llevaba en la central. Y no va maquillada. Bien.

—Sí, claro.

—El cordón de tu zapato derecho. Por un lado cuelga mucho hacia fuera, mientras
que por el otro es demasiado corto.

—No me había dado cuenta.

—Estas cosas me vuelven loca. Y ya que me has servido tus pies en bandeja…

—¿No será que eres algo…

—… maniática, quieres decir? —le acaba la frase—. No te preocupes por eso. Solo le
tengo manía a los cordones de zapatos mal atados.

—Espera, que lo arreglo en un plis.

—No hace falta. Con no mirar ya me basta.

—Pero si lo puedo…

—No exageres ahora y entra de una puñetera vez.

Se aparta del marco de la puerta y Yuri entra en la habitación. Bien, no hay velas
encendidas ni ha cubierto la cama con pétalos de rosa. Tal vez ha dedicado demasiadas
neuronas a darle vueltas al tema. El mantenimiento de vida hubiera hecho saltar las
alarmas si hubiera alguna vela encendida, y los pétalos de rosa más cercanos están a
dos mil millones de kilómetros de distancia.

El ordenador está en marcha. Irina tiene una bonita instalación con tres pantallas,
aunque apenas caben sobre el escritorio.
—¿De dónde has sacado las otras dos pantallas?

—Del almacén; consta todo en el inventario.

—¿Lo sabe Meltem?

—No le he pedido explícitamente permiso. Pero ambas pantallas han salido del
almacén bajo mi nombre, como debe ser.

Justo lo que se imaginaba. En la pantalla izquierda, ve el esquema de una antena.

—Caramba, ya lo has preparado todo —dice Yuri.

—Pues claro, quiero acabar con esto lo antes posible. Así podrás volver rápido a tu
cabina.

Vaya. ¡Se lo quiere quitar de encima! Eso no es nada amable. Aunque debería
alegrarse.

—Bien. Hoy también estoy especialmente cansado. ¿Qué tipo de simulación es esa?

—Un programa para la construcción casera de antenas. Te calcula lo que tu diseño


es capaz de hacer.

—Eso es genial. Es justo lo que necesitamos. Cuando estudiaba, odiaba todo lo


relacionado con el electromagnetismo.

—A mí me pasaba lo mismo. Solo necesitamos introducir los datos y el programa se


encarga del resto.

—¿Los datos?

—¿No mediste la antena?

—No.

—Bueno, no importa, tenemos tu vídeo. Sacaremos los datos de él. Conocemos las
dimensiones exactas de los radiadores. ¿Has traído la cámara, al menos?

—Sí.
La saca de su bolsillo y la enciende. Irina se pone a su lado. Avanzan fotograma a
fotograma, obteniendo las dimensiones que desconocen por comparación. El programa
convierte sus datos de inmediato en una presentación visual. El plato de antena se
asemeja desde el principio cada vez más a la encontrada por Yuri sobre el casco.

—Ahora falta el receptor —anuncia Irina.

Introducen sus datos. Deben calcular el consumo de energía. La instalación funciona


seguramente con baterías estándar del almacén. Está bien pensado, porque así nadie se
percata del consumo energético, aunque limita mucho la capacidad de emisión.

—Creo que ya está —opina Irina.

Le pone la mano en el hombro y hace un par de movimientos de masaje. Eso le


sienta bien.

—Pues dejémosle calcular —dice Yuri.

Irina sigue con el masaje y consigue suavizar la tensión en sus músculos de hombros
y cuello. Ahora se da cuenta de lo tenso que estaba. Debería cambiar de profesión y
hacerse masajista. Pero no puede decirlo en voz alta; la ofendería.

—Pling —hace el ordenador.

«Qué pena, ya acabaron los cálculos». Le habría gustado un ratito más de masaje de
manos de Irina. La antena desaparece de la pantalla. En el centro aparece entonces un
cono. Sale de la Ganymed Explorer en dirección opuesta a su sentido de marcha.

—Las emisiones no llegan absolutamente a nadie en esa dirección —dice él—. Allí
no hay nada.

—Te equivocas. —Irina pulsa un par de botones y aparece la eclíptica. Se ve


claramente que su trayectoria les aparta del nivel en el que orbitan los planetas. Irina
escribe algo más. El esquema de la nave gira ahora lentamente, de forma que el cono de
emisión pasa por distintas zonas.

—La Tierra no está dentro, ¿lo ves? —dice Yuri.

—Así es, el cono no llega nunca más allá del cinturón de asteroides.

—Pero ¿las ondas de radio no acaban allí?


—Claro que se extienden hasta el infinito. Pero donde acaba el cono, su fuerza es tan
débil que solo puede captarse si se está escuchando expresamente en esa dirección y se
sabe qué frecuencia se espera recibir. Sea quien sea con quien contacte la antena, debe
saber que se le contactará y desde dónde. Tu decisión de cargarte a Grigori fue algo
totalmente espontáneo.

—Al igual que tu decisión de secuestrar la Ganymed Explorer.

—De hecho, la idea de secuestrar alguna nave que cargara combustible en Héctor ya
me bailaba por la cabeza desde hacía tiempo. He sido empleada durante demasiados
años; a veces incluso casi una esclava. Una nave propia es un sueño que no se me
hubiera cumplido nunca.

—Entonces, mi asesinato te resultó bastante oportuno.

—En cierta manera sí, y eso me preocupa. Estábamos en shock, claro. Pero quizás
habríamos podido salvar a Grigori si hubiéramos actuado con rapidez. Pero yo no quise
salvarle; en ese momento le odiaba demasiado. Fue error mío y esa muerte pesa ahora
sobre tu conciencia. Lo siento horrores. Quise aprovechar esa oportunidad. Bajo
circunstancias normales habrías sido demasiado razonable para algo así.

Ufff. ¿Le ha hecho un favor a Irina matando a su compañero? Por eso le está tan
agradecida. Y pensaba que estaba enamorada de él. ¿O es que son las dos cosas
correctas? Yuri sacude la cabeza. Está a punto de perder el juicio.

—Deberíamos concentrarnos en el trabajo —opina entonces.

—Sí, claro —dice Irina y señala en la base del cono—. El contacto de nuestro traidor
debe estar por ahí.

—Pues en esa zona hay muchos asteroides por considerar, casi toda la zona de los
troyanos griegos y muchos más en el cinturón de asteroides.

—Pero allí no hay ninguna estación de gran tamaño que escuche lo que venga de
fuera del sistema solar, Yuri. ¿Por qué deberían esperar una llamada de una zona que
está totalmente vacía?

—Entonces, el traidor tal vez no ha tenido ningún éxito. ¿Es eso lo que quieres decir?

—No. Supongo que el interlocutor está en una nave. Las naves escuchan a veces si
hay algo en el espacio profundo, sobre todo si pertenecen a una flota de naves militares.
—Esa sería una posibilidad. ¿Nos sirve de algo? —pregunta Yuri.

—Quizás. Podríamos intentar encontrar esa nave.

—¿Eso no sería buscar una aguja en un pajar?

—Acuérdate de cómo esa Cinnamongirl encontró a Anfitrite.

—Por solapamientos.

—Exacto. Instalamos un dispositivo automático que analice el firmamento en esa


zona en concreto. En algún momento deberían ocultar una estrella. Una sola nave ya
podría ser suficiente.

—¿Y cuando la hayamos encontrado? —inquiere Yuri.

—Haces demasiadas preguntas. Con ellas saltas demasiado al futuro. Ni siquiera sé


si tendríamos suerte con ello. Si encontramos algo, ya pensaremos qué hacer con ello en
su momento.

En el fondo es una buena estrategia avanzar paso a paso. Pero Yuri está seguro de
que el traidor ha llegado a hablar con alguien. Esto significa que no son los únicos que
saben lo que saben. Un noveno planeta en el sistema solar es algo que interesaría a
todas las potencias mundiales. Cualquier persona corre el riesgo se ser pisoteada si se
inmiscuye en esta lucha de poder.
El planeta
14 de abril de 2078, Ganymed Explorer

—Pling —notifica el ordenador.

Yuri levanta la mirada. Un turno de noche como este siempre es especialmente


agotador, porque nunca pasa nada. Pero el programa buscador de estrellas tapadas
parece que ha vuelto a encontrar algo. Solo han necesitado dos días para montar en la
cubierta exterior el telescopio que encontraron en el almacén. Desde entonces, envía sus
imágenes automáticamente al ordenador central y las compara con la imagen que
debería ofrecer normalmente el firmamento en esa zona.

Las ocultaciones estelares no son la excepción que confirma la regla, sino más bien al
contrario. Tienen enfocada una parte de los troyanos. Cada asteroide es una posibilidad
de tapar una estrella. Yuri ha dejado activado el «pling» del ordenador, ya que con ese
sonido irregular puede impedir quedarse dormido. Es curioso. Unas gotas de agua que
caen rítmicamente en un recipiente le adormecen en seguida; mientras que los ruidos
irregulares le ponen de los nervios.

Enciende la pantalla. El aviso parece idéntico a los otros miles anteriores.

«Ocultación detectada. ¿Quiere verla?».

A veces, al acabar un turno, le deja trabajo a su sucesor. Pero en el turno de las


mañanas siempre hay mucho que hacer. Así que hace clic en «Mostrar» y el programa
de análisis se abre para enseñarle automáticamente el último suceso. Ha sido clasificado
en una categoría. La categoría 1 es para ocultaciones de objetos conocidos. Es decir, que
la órbita conocida de un asteroide coincide exactamente en momento y lugar. Así que
puede darse por supuesto, que ha sido el asteroide el que ha hecho titilar brevemente a
la estrella que hay detrás. Las ocultaciones de la categoría 2 son más interesantes. Aquí
no interviene ningún objeto conocido.

Pero tampoco hay una relación temporal mensurable con otros objetos. El programa
combina los datos de dos ocultaciones y supone que se producen en una órbita hasta
ahora desconocida. Si aparece una tercera ocultación en el mismo rumbo, puede seguir
siendo casualidad, pero ya empieza a resultar sospechoso y es posible que haya allí un
nuevo cuerpo celeste. Es la categoría 3. Hasta ahora han acumulado 27 trayectorias de
esta categoría en la base de datos.

Pero el pling de antes no pertenece a ella. El software la clasifica como categoría 4.


Cuatro ocultaciones confirmadas; esto empieza a ponerse interesante. Tiene una
trayectoria sorprendentemente clara. Yuri saca en pantalla los datos calculados del
rumbo. ¡Dios mío! Ese objeto parece moverse saliendo de la eclíptica. Como ellos. Si el
rumbo es correcto, se les está acercando. Yuri sobrepone la trayectoria de su nave. El
objeto detectado está en rumbo de interceptación. Tiene que despertar a los demás.

Pero no. Se reclina. El objeto es más rápido que ellos, pero hasta el encuentro faltan
aún un par de meses. No vale la pena sacar ahora a nadie de la cama. Ya lo comentarán
mañana tranquilamente.
15 de abril de 2078, Ganymed Explorer

Toc-toc-toc. Maldita sea, ¿quién está haciendo tanto ruido en el taller? Yuri se gira de
lado y se presiona un cojín sobre la oreja. Pero cuando lo suelta se le cae. ¡Mierda! Se
acaba de meter en la cama hace nada. Típico: el turno de día no tiene en cuenta que
alguien pueda necesitar descansar con urgencia. Seguro que es Meltem. También podría
ser Óscar. Seguro que es el robot. Óscar siempre piensa que dormir es ineficiente.

—¡Yuri, tienes que venir!

Es Irina. Yuri se da la vuelta otra vez. Su voz suena apagada. No sale del altavoz,
sino a través de la puerta cerrada. Irina debería dejarle en paz. Al menos cinco horas de
sueño, es su mínimo.

Toc-toc-toc-toc-toc. Ahora incluso golpea la puerta con más fuerza. ¡Maldita sea!
Nadie le respeta en esta nave, ni siquiera Irina.

—¿Qué pasa? —dice todo lo alto que puede, aunque le sale como un susurro
afónico.

—¡No sé qué dices; tienes que venir ya, Yuri! ¿Por qué has desconectado tu altavoz?

Es verdad, se ha instalado un interruptor en el cable para que no le despierten las


constantes comunicaciones.

—¿Que qué pasa? —pregunta de nuevo.

Su voz va ganando intensidad.

—No te hagas tanto de rogar. Es importante. Ponte un albornoz, si quieres, pero ven
a la central cuanto antes. Te esperamos allí.

No tiene albornoz. Coño, ¿no puede Irina simplemente decirle de qué va todo eso?
Se levanta, se pone una camiseta y un pantalón de chándal sobre los calzoncillos. Al tajo
sin pasar por la ducha, eso no es de recibo. Pero si hay tanta urgencia…
Yuri abre la puerta de la cabina. Aguanta la respiración para meter barriga, ya que
supone que Irina está esperándole fuera, pero el pasillo está vacío. Yuri sube la
escalerilla. La gravedad aparente desciende rápido. Alcanza el pasillo circular y lo sigue
hasta la central, de la que sale un murmullo múltiple.

—… tenemos que reaccionar —dice alguien.

—… ninguna manera… nuestra muerte…

Abre la puerta y entra en la central. Irina, Meltem y Denise están frente a la pantalla
holográfica. Yuri se acerca flotando e Irina es la primera en verle.

—Gracias por venir —le dice—. Siento haberte fastidiado el sueño, pero es
realmente importante.

—Puedes fastidiarme el sueño siempre que quieras.

Irina ignora la irónica respuesta. Ha sido más simpático otras veces. Señala hacia la
pantalla tridimensional, sobre la que parpadean dos puntos. No, son dos bolitas
intermitentes.

—Esta somos nosotros —informa Irina, señalando hacia la bolita en la parte superior
de la representación. Entonces señala hacia abajo—. Y este es el objeto que ayer noche
viste cuatro veces.

—Nuestro perseguidor —interviene Meltem—. Puedes decirlo, ya no cabe la menor


duda.

—¿Perseguidor? —pregunta Yuri.

—Tenemos ya seis puntos de confirmación de la trayectoria —explica Meltem—. Y


mira lo que sale con ellos.

Pulsa un botón. De ambas bolitas surge algo. Parecen ahora semillas de las que crece
un brote. Dos tiras delgadas de color verde señalan hacia delante. Pero el brote de la
bolita inferior crece con mayor rapidez. Se ve claramente que tiene un objetivo. No es la
bola superior, sino su futuro: la punta del brote que crece más lento. Veinte segundos
después, ambas líneas se encuentran.

—En un rumbo de interceptación —murmura Yuri.


—Evidentemente —confirma Meltem.

—¿Puede ser casualidad?

—¿Crees que un objeto está saliendo casualmente como nosotros de la eclíptica para
estar algún día en el mismo lugar que nosotros?

—Sí, Meltem. Las colisiones existen, y para ello siempre es necesario que dos objetos
estén en el mimo lugar y en el mismo momento.

—Desde su punto de vista, Yuri tiene razón —opina Irina—. Hay gran cantidad de
objetos desprendidos que se mueven hacia fuera de la eclíptica con órbitas excéntricas.
Anfitrite mismo no es más que un ejemplo.

—¿Desde mi punto de vista? ¿Qué quieres decir?

—Pues que acabas de llegar y no sabes que aquí se trata de otra cosa.

—¿Por qué?

—El objeto ha variado visiblemente su velocidad. No existe cuerpo celeste capaz


hacer algo así —afirma Irina.

—Vaya.

—No podías saberlo.

—¿Cómo pueden estar siguiendo nuestro rastro? —pregunta Yuri.

—O nos han localizado, o alguien nos ha traicionado —expone Irina—. Pero eso
ahora ya no importa.

—¿Y ahora qué? —inquiere Yuri.

—Esa es la cuestión. Por eso te he despertado. Tenemos que decidir cómo


reaccionaremos.

—Y ¿qué opciones tenemos? ¿Cambiar de rumbo?


—Eso no sería tan fácil —comenta Meltem—. No podemos ni girar a la derecha en
lugar de seguir rectos. Nuestro rumbo actual nos lleva a un punto de intersección con la
órbita de Anfitrite. ¿Qué otro destino podríamos buscar por aquí?

—¿Algún otro de los muchos planetas enanos? —pregunta Denise.

—No creo que con ello ganemos nada —opina Meltem—. Parece que los otros están
en situación de detectar nuestro rumbo. También nos podrían seguir a nuestro nuevo
destino. Y un planeta enano no ofrece muchas posibilidades donde esconderse.

—¿Así que quieres continuar en dirección a Anfitrite? —pregunta Yuri.

—Sí. Y reconozco que mi interés científico tiene mucho peso en esa decisión. A
diferencia de vosotros, yo no me expongo a peligro alguno si nuestros perseguidores
nos alcanzan. No estoy voluntariamente a bordo.

—Gracias por tu franqueza —exclama Irina—. Pero ¿seremos capaces de llegar a


Anfitrite si continuamos con esta trayectoria? Los otros nos habrán alcanzado mucho
antes.

—En tres meses y siete días, sí. Pero solo, si no reaccionamos en absoluto.

—¿Cómo quieres reaccionar? —pregunta Yuri—. Hemos racionado nuestra masa de


apoyo expresamente para poder realizar el viaje de vuelta.

—Pues tendremos que renunciar a ello. Mi plan es acelerar hasta que haya suficiente
para frenar en Anfitrite. Ya lo he calculado.

Meltem pulsa un par de teclas. Las líneas retroceden a las bolitas y vuelven a crecer.
Esta vez también se encuentran, pero solo porque la más corta ha dejado de crecer.

—Ya veo, llegamos a Anfitrite bastante antes que ellos —proclama Yuri—. ¿Con
cuánta antelación?

—Solo una semana.

—Muy justo. ¿Y luego?

—Pues dependerá de lo que nos encontremos. A lo mejor nos podemos esconder, u


obtener masa de apoyo para iniciar el regreso. Eso nos daría una ventaja considerable.
—¿Quieres llenar nuestros depósitos en un planeta desconocido en solo una
semana? Eso es pura utopía —responde Irina.

—Tienes razón —dice Meltem—. Será difícil. Y tampoco es que quiera despegar de
inmediato. ¿No lo sentís como yo? Un planeta totalmente nuevo nos está esperando. Me
gustaría explorar Anfitrite. Llevamos a bordo todo lo necesario para ello. Y el planeta es
lo suficientemente grande como para desaparecer de la vista de nuestros perseguidores.

—Así que pretendes desplazar la solución del problema al futuro —indica Yuri.

—Bien visto. Pero es que eso resulta, a veces, bastante lógico y razonable.

—Pero hay un problemilla en todo eso —menciona Irina.

—Lo sé. No tenemos billete de vuelta. Si no tenemos suerte y Anfitrite no cuenta con
una atmósfera de la que obtener masa de apoyo, tendremos que quedarnos allí el resto
de nuestras vidas.

—Un resto que puede ser bastante más corto de lo que sería en la Tierra —menciona
Yuri.

—Sí, con los recursos que hay a bordo podríamos subsistir un máximo de diez años
—calcula Meltem.

—O yo cuarenta si os mato a todos. A fin de cuentas, ya tengo experiencia en ello —


profiere Yuri.

—Tus chistes empeoran por momentos —dice Irina.

—¿Qué pensáis entonces? —pregunta Meltem.

—Yo me siento por ahora muy a gusto contigo —anuncia Denise—. Bueno, con
todos vosotros. Y aceptaré lo que decidáis.

—Si me dejáis salir la primera de la esclusa, voy con vosotros —dice Irina—.
Siempre quise entrar en los libros de Historia.

—Pero, para ello, habría que informar a los historiadores —bromea Meltem—, lo
cual no entra dentro de nuestras actuales preferencias.
—Da igual —dice Yuri—. Acelera. La idea de reducir este vuelo en un par de
semanas me resulta muy atractiva.

—¿Un par de semanas? Meses, Yuri. ¡Meses! —exclama su capitana.


23 de julio de 2078, Ganymed Explorer

Son las seis. ¿Se da la vuelta y sigue durmiendo? Aún faltan dos horas para su tu turno.
No. Prefiere levantarse. Aparta la manta de una patada, se apoya en el brazo izquierdo
y se levanta. Algo ha cambiado. Intenta ponerse de pie, pero las rodillas ceden. Su
trasero golpea primero el borde de la cama y luego el suelo.

Mierda. Ayer noche ya lo pensaba. Mientras están frenando tienen que apañárselas
con una gravedad algo inferior a la terrestre. No se podía imaginar que un año en
microgravedad afectara tanto a su musculatura. ¡Y eso que ha hecho ejercicio cada día!

Se levanta resoplando de dolor. No le queda otra, tiene que reconocerlo: Durante la


noche se ha convertido en un vejestorio. No tanto, descubre, cuando quiere quitarse el
pantalón corto de pijama. Le van un poco grandes; su anterior dueño debía ser algo más
ancho que él. Pero su erección matutina genera una notoria tienda de campaña. Lo
apretuja todo en unos pantalones tejanos. Ojalá esté libre el WHC. Tiene que echar
urgentemente una meada.

Ha habido suerte: el WHC está vacío y no se encuentra a nadie de camino. Yuri se


alivia y deja todo limpio para el próximo usuario. Aún no se ha inventado el lavabo
espacial ideal. En la ingravidez se utiliza la presión negativa siempre que es posible.

Sale del lavabo con un suspiro de satisfacción. No hay nadie en la central. ¿Dónde
estarán todas? Óscar no se deja apenas ver, como si tuviera mala conciencia. Y a saber
dónde están Irina, Denise y Meltem. ¿No debería estar alguien de turno en la central? Se
mira el planning que cuelga en la puerta de entrada al pasillo. Hay un imán con el
nombre de Irina sobre el turno de día con fecha de hoy.

De Irina se puede fiar incluso más que de él mismo. ¿Y si mira en su cabina? Le cae
de camino. Le duele la rodilla derecha. No está acostumbrado a soportar el peso de su
cuerpo.

—¿Hola? —exclama Yuri por el desértico pasillo.


Nadie responde. Recuerda esas películas de terror, en las que el protagonista se
despierta en un lugar y descubre que está totalmente solo. Los demás se han convertido
en espíritus malignos que le acechan en las sombras.

Llega al desvío hacia la cabina de Irina y entra. Tiene que evitar tropezar con los
travesaños de la escalerilla. Cuando la nave gira para generar gravedad, tienen que
utilizar las escalerillas para pasar de dentro a fuera. Ahora que los propulsores generan
«gravedad», la escalerilla no sirve de nada.

Llama a la puerta. Así, de pie, la puerta que tiene enfrente no parece la misma. Irina
no responde. Será que no está. ¿Debería mirar en el taller? Pero desde allí deberían
haber oído su llamada. Da igual. Desecha las ideas de película serie B. Ya aparecerán.

Yuri retrocede al desvío y entra al pasillo. Allí oye voces. Vienen de allí delante. Es
la cabina de Meltem. Se acerca a la puerta y llama.

—Entra, está abierto —contesta Meltem.

Abre la puerta. Frente al ordenador está Meltem, con Denise sentada en su regazo.
Junto a ella está Irina de pie. Está inclinada hacia delante y se apoya ligeramente en el
hombro de Denise.

—Acércate —le pide Irina sin girarse—. Tienes que ver esto.

Da un paso para apartarse. Entre ella y Denise hay poco espacio y no se atreve a
meterse entre ellas, pero Irina le coge del brazo y se empuja al hueco que ha creado. Piel
caliente le toca por ambos lados. Es irritante, pero no es desagradable. Aunque le cuesta
algo más respirar. Se siente como si estuvieran todos respirando del mismo depósito de
aire. Es una tontería, pero aun así respira ese aire a fondo.

—Emocionante, ¿a que sí?

Habrá interpretado mal su inhalación. Ni siquiera ha visto aún la pantalla que


señala. A primera vista parece todo negro. Enfoca la mirada hasta percibir detalles. Es
un círculo muy, pero que muy oscuro, sobre el que aparecen curiosas ondulaciones.

—¿Qué es esto? —pregunta.

—Anfitrite. Son las primeras imágenes del telescopio —anuncia Meltem.


Ha apoyado la mejilla en la espalda de su amiga y observa la pantalla con mirada de
ensueño. Forman una preciosa pareja. A menudo, Meltem parece una persona rígida y
seria, pero cuando está con Denise no se le nota nada.

—¿Qué telescopio? —pregunta Yuri.

—¿En serio? —exclama Irina.

Entonces cae en ello. Ya hablaron sobre las ventajas de la fase de frenado. El


telescopio, que encontraron en el almacén y colocaron sobre el casco, mira ahora en
dirección de marcha, ya que la nave va con los propulsores por delante. Al fin tiene la
posibilidad de observar su destino más de cerca.

—El planeta es realmente muy negro —manifiesta Denise.

—Sí, su albedo es menor a cualquier otro objeto en el sistema solar —afirma


Meltem—, y descubriremos a qué se debe.

—¿Qué decís de estas ondulaciones que recorren la superficie? —pregunta Yuri.

—Es difícil de saber —responde Meltem—. Podría tratarse de un efecto óptico. Pero
creo más bien que, lo que vemos, es un fenómeno de la atmósfera.

—¿Una atmósfera notable aquí, tan lejos? —pregunta Yuri—. Eso me resulta más
bien improbable. Con la temperatura que debe tener, todos los gases deben estar
congelados.

—Ya lo veremos —dice Meltem—. Es una pena que no tengamos un telescopio de


infrarrojos a bordo. Me gustaría mucho saber a qué temperatura está la superficie allí.
Por otro lado, el bajo albedo también nos permite deducir que el planeta absorbe
cualquier tipo de radiación que recaiga sobre él.

—Si no recuerdo mal mis lecciones de Óptica, debería ser posible eliminar la parte
visible del espectro con un filtro, para que quede solo la parte infrarroja, ¿no?

—Pero me temo que no tenemos filtros de infrarrojos a bordo, Yuri. El telescopio nos
lo dieron poco antes de despegar para poder realizar observaciones desde la órbita de
Júpiter. El fabricante se lo regaló a la NASA y no pudieron decir que no.

—No soy físico, pero creo que no resultaría muy difícil fabricar un filtro de
infrarrojos —opina Yuri.
—Vaya, vaya —dice Irina—. Parece que hasta tienes ya una idea de cómo hacerlo.

—Pues sí. Utilizando una lámina que bloquee los infrarrojos. Como no deja pasar la
luz infrarroja, no nos queda más que comparar las fotografías con las hechas sin la
lámina. La diferencia será una imagen infrarroja.

—Parece factible —opina Irina—. ¿Y de dónde sacamos una lámina bloqueante?

—La hay en la mayoría de las cámaras. Los chips de imagen son sensibles también a
la luz infrarroja, al revés que nuestros ojos y nuestra percepción del color. Con una
lámina que bloquea los infrarrojos, los chips de imagen se adaptan a la visión humana.
Deberíamos tener a bordo alguna cámara que no necesitemos más.

—Seguro que sí —exclama Meltem—. Pero ¿cómo sabes todo eso?

—Mi padre era fotógrafo aficionado. Me explicaba muchas cosas. Lo odiaba, a decir
verdad.

—Pues suerte que se te quedó algo de él —comenta Irina.


24 de julio de 2078, Ganymed Explorer

—¡Meltem, por favor! —dice Irina.

—No sé. Nunca había hecho algo así.

—Siempre hay una primera vez. Y no es nada difícil.

—¿Y si lo hago mal? El resultado es…

—¿Puedo molestaros un instante? —murmura Yuri.

¿De qué estarán hablando Irina y Meltem? No se atreve a preguntar. Si es


importante ya se lo dirán.

—Claro, Yuri —responde Meltem—. Irina me quiere convencer para que le corte el
cabello.

—Pero eso lo puedes hacer tú misma muy bien, Irina —afirma Yuri—. A mí me lo
dejaste estupendo.

—Pero no puedo cortarme el pelo yo misma —le replica Irina—. La inversión de


imagen en el espejo me confunde demasiado.

—Venía para enseñaros algo —anuncia Yuri—. ¿Dónde está Denise?

—¿Están listas ya las fotos de infrarrojos? —pregunta Meltem—. Llamaré a Denise


por el intercomunicador general.

—Sí que lo están. Óscar montó ayer el filtro.

—Perfecto. ¿Cómo se está portando el robot últimamente?

—Educado y muy atento, aunque se le vea muy poco.


—A mí también me lo parece. Quizá deberíamos mirar de vez en cuando lo que está
haciendo.

—Pues sí, Meltem. Aunque por ahora el riesgo debería ser mínimo. Todas nuestras
antenas están orientadas en dirección opuesta a la Tierra, hacia el espacio interestelar.
Lo tendría muy difícil para contactar con su amo.

—Todavía no me creo que sea el traidor —exclama Denise.

—Ah, hola, ya has llegado —dice Meltem.

Si no es él el traidor, ¿quién entonces?

Sería terrible. Entonces uno de ellos estaría en contacto con una potencia extranjera.
La nave que los persigue es muy probablemente de producción rusa, como la suya
propia. Eso se deduce porque tiene una potencia muy similar. Aunque no hace falta que
sea necesariamente el Estado ruso quien les dé caza. Ojalá no tengan que descubrirlo
nunca.

—¿A qué altura están nuestros perseguidores? —pregunta Yuri.

—Por ahora es difícil de decir, pues nuestro telescopio está ahora orientado hacia
delante y no hacia atrás —responde Meltem—. Pero no creo que hayan dado un salto
repentino y estén justo detrás de nosotros.

—¿Sabrán que somos conscientes de su presencia? —pregunta Denise.

—Al menos, Óscar no les ha podido decir nada —interviene Irina.

—Pero se lo imaginarán —menciona Yuri—. Para empezar, han perdido su contacto


secreto con nosotros y hemos acelerado de repente. Seguro que saben cuáles son
nuestras reservas de combustible. Así que también podrán imaginarse cuál es el acto
desesperado que hemos decido realizar.

—Puede ser, aunque no tiene por qué. Aun disponiendo de toda la información, la
gente siempre es capaz de sacar las más variadas conclusiones. Pero nos querías
enseñar las nuevas imágenes.

—Claro, Meltem. Un momento. Ya están en el ordenador.


Meltem deja libre el asiento frente a la consola. Yuri inicia sesión. Las imágenes
están en su almacén particular. Solo las ha visto de refilón, pero ya le cortaron la
respiración.

—Os muestro un par de fotos primero, sin decir nada, ¿vale?

Hace clic en la primera y aparece en pantalla. La nitidez es bastante menor que en el


espectro visible. Pero la imagen es aun así espectacular. Pueden verse estructuras que
parecen haber crecido de forma orgánica. Podrían ser serpientes que se desplazan unas
encima de las otras, un nido entero de ellas, pero sin cabeza y acabando en punta por
ambos extremos. Su superficie está cubierta por líneas oscuras, entrelazadas, semejantes
a tatuajes o un dibujo especial.

—Uauuu —exclama Irina—. Qué aspecto tan fantasmagórico.

—¿Qué estamos viendo? —pregunta Meltem.

—Esperad, que os muestro un par más.

Yuri se desplaza por la carpeta de archivos. Las estructuras se repiten; a veces


parecen grandes y otras más pequeñas. De vez en cuando hay ejemplares que parecen
tener heridas. Alguien, o algo, les ha dado un mordisco, arrancándoles grandes trozos.
Pasa la primera impresión sobre las serpientes, ahora se asemejan más a carne
despellejada.

—¿Estás seguro de que hemos fotografiado esto con el telescopio? —pregunta


Denise—. Me parece más bien sacado de una peli de terror.

—Pues entonces te gustará la siguiente —dice Yuri.

Cambia a una subcarpeta que tiene preparada. Aquí están las fotos en secuencia de
su toma. Empieza una presentación de imágenes fijas en secuencia, para dar la
impresión de movimiento. Las serpientes se enrollan entre sí. Sus extremos se levantan
y oscilan hacia un lado o el otro. Las lesiones por mordisco, que han visto antes, se
producen por sí solas. Esto es lo que más asusta, pues da que pensar que el gigante que
tortura a las serpientes es invisible.

—Para eso, ya no puedo más —murmura Denise—. Si ha sido una broma, es de muy
mal gusto.

—De todas formas, ya ha acabado —afirma Yuri—. No era ninguna broma.


—Lo cual me lleva a repetir la pegunta de qué es lo que hemos visto exactamente —
insiste Meltem.

—Reconozco que los colores los he elegido para mayor impresión. Son imágenes de
infrarrojos. Podría haberles dado cualquier otro color para visualizarlo así. Pero en
verde… como que no habría resultado tan interesante.

—Eso ha sido cruel, Yuri.

—Perdona, Denise. Pero las estructuras que parecen serpientes son reales.

—¿Cómo no las habíamos visto antes? Debería poder verse en el espectro visible.

—No, Meltem. Con el espectro infrarrojo podemos mirar a través de la atmósfera del
planeta. Con luz normal solo vemos la capa de nubes.

—Ah, claro.

—¿Así que las serpientes sí que están allí, pero a lo mejor tienen otro color? —
pregunta Irina.

—No sabemos qué color tienen. Lo que vemos aquí no es más que su emisión de
calor. Allí abajo hay formas que cambian tal y como hemos visto en las fotografías. Pero
no sabemos de qué se trata. Animales seguro que no son. La longitud de una de esas
‘serpientes’ es de unos mil kilómetros o más.

—Debe ser algún material elástico, a lo mejor un líquido supercrítico —dice


Denise—. ¿Has reproducido el vídeo a velocidad acelerada?

—Exacto. Los movimientos son, en realidad, mucho más lentos.

—Eso me tranquiliza un poco.

—También podría ser que estemos viendo alguna especie de capas separadoras
entre ámbitos de distinta densidad —comenta Meltem—. Entonces sería solo un efecto
visual.

—Yo no llamaría a eso efecto puramente visual —menciona Denise—. Para mí, como
química, me resulta difícil imaginar una capa separadora que cambia con esa rapidez en
distancias tan gigantescas.
—Bueno, en la Tierra, los frentes de olas en los océanos pueden también alcanzar
longitudes enormes —asegura Meltem—. He navegado bastante como para saberlo.

—¿Quieres decir, que lo que vemos allí es un mar revuelto? Eso me gustaría mucho
más —reconoce Denise.

—No podría jurarlo, pero sería la explicación más sencilla —contesta Meltem—.
Para otras teorías deberíamos preguntarnos, como puede haber en Anfitrite un
transporte en masa de tal envergadura. En la Tierra solo tenemos algo similar con la
corriente del Golfo.

—¿También eres capitana naviera? —pregunta Yuri.

—A los diecisiete años me escapé de casa de mis padres y viajé por todo el mundo a
bordo de barcos mercantes hasta que me harté de tanta agua y me apunté al ejército.

—Parece que has vivido grandes aventuras.

—Me temo que no sean nada comparado con lo que nos espera allí abajo.

¿Meltem asustada? Hasta ahora, Yuri deseaba con ansia poder aterrizar en el
planeta. ¡Al fin suelo de verdad bajo sus pies! ¿Qué peligros puede haber en ese
planeta? El asteroide en el que trabajó habría sido un peligro mayor por su falta de
atmósfera y baja gravedad. No, no hay motivos por ahora para asustarse. Cuatro meses
más y lo habrán conseguido.
13 de octubre de 2078, Ganymed Explorer

—¡Joder, sí que va duro esto! —protesta Yuri.

El rotor va fijado con un único tornillo que parece bloqueado por el óxido. Aprieta el
destornillador de estrella con todas sus fuerzas y gira. No se mueve nada. Yuri observa
la pieza que forma el componente interior de la bomba. Parece que ese tornillo lleva allí
al menos veinte años.

Algún proveedor ha reutilizado material viejo para ahorrar en costes. ¡Y


precisamente esa bomba tenía que acabar en su WHC! No ha sido Yuri, al menos, quien
ha sufrido el percance. Por lo visto, Denise estaba sentada en el trono más incómodo de
la historia, cuando la bomba decidió empezar a soplar, en lugar de a aspirar, Pero se ha
ofrecido a ayudar a solucionar esa guarrada. El aroma se ha extendido por toda la nave;
incluso aquí, en el taller, cree olerlo. Pero puede que sea la bomba la culpable,
despiezada y fijada con cinta velcro al banco de trabajo.

Yuri se agacha y busca en el cajón de las herramientas. Un destornillador más


grande podría ir mejor. No debe destruir el tornillo. ¡Quizás al final tiene que sacarlo
con un taladro! Curiosamente no se le ha ocurrido a nadie incluir recambios para el
WHC. Y es que el baño ha funcionado perfectamente todo este tiempo. Ahora todo
depende de sus artes de bricolaje para repararlo.

Algo le toca en el hombro mientras está agachado sobre el cajón. Se incorpora del
susto, golpeándose la cabeza contra el borde de la mesa de trabajo; una plancha
metálica y resistente.

—¡Joder, mierda!

Se gira y casi hace una pirueta. Desde que los propulsores se apagaron al finalizar la
fase de frenado, vuelve a reinar la ingravidez.

—No quería asustarte —se disculpa Óscar.

—Pues no te acerques por detrás en silencio, quizás así lo logras.


Yuri se toca la parte posterior de la cabeza. No tiene herida, pero nota el chichón que
le va a salir.

—No me acordé de que no tienes visión periférica completa como yo.

—No, sin duda una desventaja.

—Te he ofrecido muchas veces corregir ese defecto. Podríamos actualizarte


instalando un radar y uniéndolo a los conductos neuronales.

—¿Quiénes ‘podríamos’?

—Yo; puedo bajarme las instrucciones de la red.

—¿Quieres operarme con un manual descargado de a saber dónde?

—No de cualquier sitio, sino de alguna universidad de reputada fama. Mi hardware


está en situación de seguir las instrucciones de una tal intervención paso a paso.
Tenemos a bordo el instrumental quirúrgico necesario. Si algún miembro de la
tripulación debe ser tratado, esa es también función mía.

—¿No eras un regalo añadido por el fabricante?

—Estoy incluido en el precio de la Ganymed Explorer, si te refieres a eso. Pero mi


ámbito de funciones va más allá de la simple limpieza. Los productos de la sección de
robótica del Consorcio RB ofrecen siempre múltiples aplicaciones por un precio muy
asequible. Llámenos para convenir una cita. Le asesoraremos y le sorprenderemos.

—¿Perdona?

—Ups, lo siento, estoy obligado a soltar eso cuando la conversación deriva sobre las
cualidades de un robot de RB. Los productos de la sección de robótica del Consorcio RB
ofrecen siempre múltiples aplicaciones por un precio muy asequible. Llámenos para
convenir una cita. Le asesoraremos y le sorprenderemos.

—Te estás repitiendo.

—Sí, es extremadamente molesto. No tengo elección, la orden está cableada fija.


Siempre que…
—Óscar, para. No deberíamos discutir innecesariamente sobre si la calidad de un
robot de RB es…

—Los productos de la sección de robótica del Consorcio RB ofrecen siempre


múltiples aplicaciones por un precio muy asequible. Llámenos para convenir una cita.
Le asesoraremos y le sorprenderemos.

—Mierda, perdona. Hablemos mejor de la actualización que me quieres insertar.

—Vaya. ¿Te empieza a interesar?

—No, y te lo diré por última vez: los seres humanos no tenemos interés en este tipo
de ampliaciones.

—¿Es que vives detrás de la Luna, Yuri? Es un mercado mundial que mueve miles
de millones.

—Exactamente, vivo detrás de la Luna. Pero es igual, no quiero oír hablar más de
eso. Mejor me ayudas con este tornillo.

Yuri señala la fijación del rotor.

—No veo tornillo alguno —dice Óscar—. Sujeta la pieza para que pueda captarla mi
radar.

Yuri inclina un poco la pieza.

—Ya veo que un radar así tampoco resulta muy útil.

—Tú tampoco puedes ver lo que hay pasada una esquina.

Ahí tiene Óscar razón. El robot se suelta su dedo índice, que queda flotando sobre el
banco de trabajo. Su brazo se introduce entonces en el cajón. Cuando vuelve a salir, en
lugar del dedo hay un destornillador de estrella.

—Sujeción, por favor —pide Óscar.

Yuri se agarra a un pasamanos.

—Que sujetes el rotor.


—Oh… sí, claro.

Yuri se agacha, apoya una pierna en la pared y sujeta la pieza con ambas manos. La
mano de Óscar se acerca, presiona sobre la cabeza del tornillo y Yuri puede ver cómo el
tornillo empieza a girar hasta soltarse del todo.

—¿Algo más? —pregunta Óscar.

—No, con el resto ya puedo solo. ¿Has venido por algo en concreto?

—Tengo aquí las imágenes más recientes del telescopio, recién llegadas de fuera.

Óscar se encarga de mantener la instalación con la que observan Anfitrite.


Últimamente es muy diligente y aporta nuevas imágenes varias veces al día. El
telescopio no está unido al hardware de la nave, así que alguien debe vaciar su chip de
memoria.

—Estupendo, vuélcalas en el ordenador principal.

La mano de Óscar vuelve al cajón y sale sin accesorio destornillador. Entonces


recupera el índice que está flotando. Luego abre el extremo de un dedo, traslada el
brazo hasta el puerto del ordenador y se conecta.

—Listo —dice Óscar.

—Gracias.

—¿No las quieres ver?

—¿Vale la pena? ¿Las has visto tú?

—Veo las imágenes en cuanto entran en mi memoria.

—Y, ¿valen la pena?

—Hay un 64 por ciento de probabilidad de que de esas imágenes puedan obtenerse


nuevos datos.

—Ah, de acuerdo.
Yuri deja a un lado el núcleo de la bomba del WHC. Denise le ha pedido que se dé
prisa, pues con el susto no ha tenido ocasión de solucionar las urgentes necesidades que
requerían una visita al WHC, aunque para un par de fotos siempre hay tiempo. Inicia el
visor. Las fotos no son simples archivos gráficos, para eso utiliza un programa especial
que siempre tarda un poco en cargarse.

Aparece la primera foto. Mira directamente dentro de la herida en la serpiente,


abierta por un atacante invisible. Gracias a la alta resolución, la forma de serpiente
queda en segundo término. Si no hubiera visto las fotos de julio y agosto, no le llamaría
la atención. Ha estado bien continuar con la popa por delante tras finalizar la fase de
frenado. Así pueden seguir observando a Anfitrite y solo tienen que sobreponer
imágenes de distintos momentos.

—¿Está eso hueco? —pregunta Yuri.

Realmente parece que la serpiente es ahora más un rodillo hueco que no material
sólido.

—Probable en un 85 por ciento —dice Óscar—. La imagen no tiene datos de


profundidad, pero hay un par de sombras casi imperceptibles que lo corroboran.

La herida en su revestimiento es profunda, pero solo afecta a una décima parte del
diámetro total, es decir de su cáscara, por decir algo. Eso que tiene delante podría ser un
macarrón a medio morder. Las líneas longitudinales también ayudan a esa
comparación. Alguien ha vertido demasiada salsa de tomate encima, lo cual explicaría
el color rojo. Pero la foto no parece roja.

Yuri cambia a una presentación en colores falsos. Con ella se resaltan ya diferencias
menores entre las distintas áreas. Esta sección de Anfitrite parece, de repente, una
pintura al óleo de un artista muy colocado. Los bordes de la herida resaltan ahora con
claridad. Están finalmente astillados. ¿Serán impactos de meteoritos? Yuri compara la
escala. El agujero que muestra esta foto mide unos diez kilómetros de ancho. Las
paredes del macarrón deberían tener un par de cientos de metros de espesor.

Esta es una buena noticia. No tendrán problemas para aterrizar sobre el planeta. Las
serpientes parecen ser más estructuras de origen geológico, creadas de una forma por
ahora desconocida. ¿Y cómo se mueven entonces? Quizás el planeta posee una tectónica
de placas como en la Tierra. Siendo como es, del tamaño de Marte, es improbable que
su núcleo sea incandescente y que las placas floten sobre magma. Bajo la corteza
también podría haber un océano, como en muchos lejanos mundos helados, o una
reserva de gases licuados bajo presión. Los científicos conocen algo así solo en planetas
gigantes, pero Anfitrite podría haber sufrido una colisión con uno de ellos tiempo atrás.

Yuri cambia a la imagen convencional con tonos rojizos. El agujero debe ser bastante
profundo. ¿Treinta, cuarenta kilómetros, quizás? Debe ser un paisaje extraordinario. La
fina línea que se percibe al fondo del agujero, ¿podría ser un canal o un río lleno de
metano líquido o de algo parecido? Se imagina de golpe cómo desciende a través de
uno de esos agujeros al interior de la serpiente hueca, se sube a una barca y avanza
hacia la cabeza, donde… «Despacio, Yuri, demasiada fantasía de golpe». El hecho es
que conocerán algo jamás visto antes por el ser humano y eso le entusiasma mucho.
Cierra la fotografía. Ya lo comentarán luego en la central. Apaga la pantalla. Hay que
acabar de reparar el inodoro.

—Espera, Yuri. Deberías verlo a velocidad acelerada.

—¿Por qué?

—Míralo.

El robot le sorprende cada vez más. Torturar a la gente reteniendo conocimientos es,
a fin de cuentas, una práctica muy humana. ¿Qué pretende conseguir Óscar? ¿Se ha
montado una teoría sobre él y quiere ponerla a prueba? Pues bien, le hará ese favor.

Yuri enciende de nuevo la pantalla. Sigue allí la foto de la herida. Inicia la función de
pase de diapositivas y las imágenes van cambiando. Óscar debe haber estado guiando
el telescopio, pues el agujero no varía de posición, sino solo las sombras. Y entonces
pasa algo: una mancha oscura cruza la imagen. Parece proceder de la parte interior
izquierda del agujero para desaparecer por la de la derecha. Yuri para la película, pero
en la imagen congelada solo puede verse una nube difusa, algo más oscura que el
fondo, así que debe ser más fría.

—Muy interesante.

—Supuse que tendría este efecto en ti —dice Óscar.

—¿En ti no?

—No tengo acceso a este tipo de emociones.

—¿Alguna teoría de lo que puede ser eso?


—Mis fotos no contienen detalles suficientes para elaborar una teoría.

«Oh, sus fotos… vaya, vaya». Aunque Óscar tampoco está tan desacertado. Ha sido
él quien ha guiado el telescopio; en caso contrario, no habrían descubierto esa mancha.

—Descríbeme, entonces, tu observación, Óscar.

—En unas 120 fotografías, dentro de la parte hundida de esta serpens se halla un
artefacto elipsoide caracterizado por mostrar una temperatura unos cinco grados Kelvin
más baja que su entorno. Si realmente se desplaza por el interior de la serpens, debería
tener una longitud de unos diez kilómetros y una anchura de uno.

—¿Serpens?

—Es la designación provisional para esta particularidad que vosotros llamáis


‘serpiente’. Es la palabra serpiente en latín. Me he permitido introducir este nuevo
concepto, ya que no se conocen objetos con características similares en otros planetas y
así se evita confusión con el conocido reptil de la Tierra. En plural, se dice ‘Serpentes’.

«Se lo ha 'permitido'… alucinante».

—Gracias. ¿Y alguna suposición sobre la composición de dicho artefacto?

—Los datos actuales no son suficientes.

—Bueno, se mueve con gran rapidez, así que podríamos suponer que no es del todo
sólido. ¿Podría tratarse de una nube de gas?

—No se puede excluir. En las serpentes debe haber oscilaciones de temperatura que
deben ser compensadas. Podría realizarse mediante una nube, aunque no estoy seguro
del tipo de gérmenes cristalizados que puedan intervenir aquí. Más bien pensaría en un
frente ondulante. Es decir, en viento. El telescopio solo registra diferencias de
temperatura.

—Entonces, detrás de esa mancha podría haber solo un airecillo tibio, ¿quieres decir
eso?

—Un airecillo más bien fresco. Lo he simulado y se mostraría en la foto de


infrarrojos de nuestro telescopio como una mancha oscura de rápido movimiento.

—Entonces sí que tienes una teoría.


—No. He simulado múltiples explicaciones adicionales y todas producen frente al
telescopio una mancha que se mueve con rapidez. Una nube de gas o de polvo, un
ejército de soldados romanos o un gigantesco osito de peluche. Todos tendrían el
mismo aspecto con nuestro telescopio. Se debe a su baja resolución y al hecho de que
necesita mucho tiempo para captar una cantidad suficiente de fotones.

—¿Has simulado un osito de peluche?

—Para lo que nos interesa, sí. Un gatito de dos kilómetros de longitud, para ser más
precisos.

—Interesante. ¿Y este gatito de dos kilómetros generaría un artefacto de diez


kilómetros de longitud?

—Sí, debido a la técnica de captación de luz del telescopio. Detecta a nuestro rápido
gatito varias veces y con él compone una mancha oscura.

—Entonces, lo que se mueve por ahí abajo no tiene que medir necesariamente diez
kilómetros.

—No, el fenómeno que captamos podría ser bastante más corto. Con la anchura no
hay mucho juego. Tampoco sabemos la altura del objeto. Incluso podría ser una
superficie separadora de dos dimensiones.

—De acuerdo. Allí abajo hay al menos objetos de varios kilómetros que se desplazan
a gran velocidad por el interior de las serpentes. Ese es un dato importante. Mientras no
sepamos más, deberíamos ir con extremo cuidado.

—Me esforzaré por fotografiar más de estos objetos. ¿Queda, entonces, aceptado el
término utilizado para definir las serpientes?

—Sí, Óscar, me gusta el término. Les contaré a todos que me lo he inventado yo.

El robot se queda quieto en pleno movimiento, pero no dice nada. Probablemente


esté analizando distintas opciones. Podría matar a estos impertinentes seres humanos.
Nada más resultaría útil, pues los robots, según las leyes de los hombres, no adquieren
derechos ni de personalidad ni de propiedad intelectual. Hay grupos en la Tierra que
defienden eso, pero los estados industrializados se oponen drásticamente. ¿Cómo le
matará Óscar? ¿Con el destornillador de estrella directamente al cerebro a través del
globo ocular? En el brazo de Óscar hay mucha fuerza.
—Era broma, Óscar —dice Yuri, por seguridad—. Claro que has inventado tú el
nombre. No tengo ningún problema con ello.

Hecho. A ver si así consigue salir vivo del taller. Al menos, hasta que se enfrente a
esa mancha gigante dentro de una de las serpentes. Yuri se siente como un explorador a
punto de entrar por primera vez en un parque de dinosaurios.
18 de noviembre de 2078, Ganymed Explorer

—No.

—Sí.

—Que no.

—Que sí.

—Vale, me rindo —exclama Yuri.

Siempre es divertido discutir con Irina. Podrían pelearse hasta arrancarse los pelos,
pero nunca se vuelve algo personal y al final incluso uno de los dos admite que el otro
tenía mejores argumentos. La mayoría de las veces simplemente cambian de tema.

—¿Has visto a Óscar? —pregunta Irina.

Como ahora. Estaban peleándose sobre si los rápidos movimientos en la superficie


se deben a una rotación diferencial, es decir, si Anfitrite gira por fuera más rápido que
por dentro o si el planeta es un cuerpo rígido que rota igual de rápido en toda su
sección. El problema es que Anfitrite es jodidamente rápido. Una rotación rígida
representaría un impulso de rotación brutal. Pero también significaría que el planeta ha
estado durante mucho, mucho tiempo en las zonas más alejadas del sistema solar. Cerca
del Sol, la fuerza de nuestro astro rey ya debería haberlo frenado. ¿Es posible que el
planeta se haya distanciado mucho más que cualquier otro de su estrella central? Si solo
visitara el interior del sistema solar cada 500.000 años, la rápida rotación tendría una
explicación.

—¿Sabes dónde está Óscar, Yuri? —pregunta Irina, tocándole con un dedo.

—La última vez lo vi en el taller —responde—. Y debe ser una rotación diferencial.

—Pero ¡piensa en la energía que se liberaría por rozamiento y estrés!


Irina retoma el tema. Sonríe. Parece que se alegra que Yuri no se haya rendido tan
rápidamente.

—Las pérdidas por rozamiento no serían tan grandes si nos imaginamos una capa
sobre la que se mueve la corteza del planeta alrededor de su núcleo. Helio superfluido,
por ejemplo; allí se pierde cualquier rozamiento interior.

—¿Has mirado alguna vez el diagrama de fases del helio? Bajo la corteza de un
planeta rocoso no encontrarás nunca helio superfluido.

—Pero si no sabemos qué hay ahí abajo. Anfitrite se ha movido durante muchos
milenios por zonas muy alejadas. El planeta solo tiene el tamaño de Marte; debería
haber perdido hace tiempo cualquier calor interior. Pero si observamos la posible alta
presión bajo una corteza rocosa con mucho hierro, en el diagrama de fases del helio
llegamos rápido a la zona en que la superfluidez es posible.

—Lo siento, pero primero tenemos que encontrar a Óscar —dice Irina—. Tiene que
inspeccionar los propulsores. Deben funcionar si queremos ponernos en órbita del
planeta. Si quieres, podemos seguir discutiendo esta noche.

—Anda, Óscar, estás ahí.

—Correcto.

—Te hemos estado llamando.

—Correcto.

—¿Sabes decir algo más?

—Correcto.

—Pero ¿qué mosca te ha picado?

—Las moscas no pican y, que yo sepa, no hay moscas a bordo.

—Es una frase hecha. Significa que me interesa saber cómo estás.

—Me va como siempre.


—¿Pero?

—Pero ¿qué?

—No has reaccionado a nuestras llamadas.

—No me pareció eficiente. Necesitaba tiempo para pensar y sabía que vendrías al
taller. He podido ahorrar tiempo y energía.

—Pero a mi costa.

—Hasta mañana no entramos en la órbita. Así que tienes tiempo de sobras. Y a tu


estado físico le iría bien si conservaras menos energía.

—¿Estás diciendo que peso demasiado?

—Una afirmación así es imposible, ya que el peso depende de la gravedad actual. Ya


se sabe que una masa corporal claramente por encima de la media no es buena para la
salud.

—Pero ¡si no tengo sobrepeso!

—Has aumentado 800 gramos al mes. Si no cambias tus hábitos, dentro de dos años
sufrirás sobrepeso. Tu masa corporal aumentada será, además, perjudicial para el
rendimiento a bordo.

—Dentro de dos años seguro que ya no estoy a bordo.

—Mi simulación me dice que hay un 70 por ciento de probabilidades de que estés
aún a bordo de la nave. En un 20 por ciento de que estarás en una prisión en la Tierra.

—¿Y el resto?

—Existe una probabilidad de un 10 por ciento de que estés muerto.

«¡Menudas perspectivas!». Al menos le ofrece un riesgo de uno contra nueve de


morir durante los próximos dos años. Deberá ir con más cuidado, y no solo a la hora de
comer.

—Bien. ¿Podemos ocuparnos ahora del trabajo, Óscar?


—Tú no. Yo me ocuparé del trabajo. Cinco por ciento de intervalo de fallo.

—Lo has simulado correctamente. Te doy la orden de inspeccionar los propulsores


de iones. Mañana, cuando entremos en la órbita, deberán funcionar a plena potencia.

—Ya los inspeccioné ayer, antes de ayer y hace dos semanas.

—Exacto; hoy los inspeccionarás una vez más.

—Entendido. Claro, Yuri.

—Ah, una cosa, Óscar: ¿en qué estabas pensando tanto?

—Debería ponerme a trabajar.

—Te ordeno que me informes sobre el motivo por el que estabas pensando tanto.

Si es verdad lo que Yuri ha leído sobre las IA de los robots, Óscar tiene que decir la
verdad tras esta orden. Aunque RB quizás ha fabricado sus robots con normas distintas
a las que establecen las directivas europeas.

—Me he estado preguntando qué necesidades tienen prioridad cuando tomo mis
decisiones, así, de una forma puramente teórica.

—¿A qué te refieres?

—Te doy un ejemplo. Hay una película bastante antigua, en la que un asesino a
sueldo debe matar a una joven. Pero se enamora de ella. Ahora tiene dos necesidades:
matar a la mujer para cumplir con su cometido, o dejarla con vida porque la ama.

—La deja con vida, claro —dice Yuri.

—En la película sí. Pero ¿y en la realidad?

—¿Eres un asesino a sueldo, Óscar?

—Claro que no. Ni tampoco puedo enamorarme. Se trata solo del principio.

—Entiendo. ¿Y con esa simulación no llegas muy lejos?

—No. Me ofrece una estadística, pero ningún consejo para casos en particular.
—Entonces sería mejor esperar a ver lo que pasa, Óscar. No tomar decisión alguna.
En eso soy un experto.

—Gracias, Yuri. Quizá me hayas ayudado mucho con tus palabras.

—¿Quizá?

—Lo he dicho por decir. Voy a cumplir el encargo que me has dado.

Óscar se marcha del taller. Yuri se queda un momento pensando. No suele ser nunca
bueno a la hora de dar consejos psicológicos a otras personas. Limitarse a esperar,
menuda gilipollez. Ojalá no sea el peor consejo que haya dado al alguien en su vida.
19 de noviembre de 2078, Ganymed Explorer

—Entrando en órbita en tres, dos, uno… ¡Enhorabuena! ¡Hemos alcanzado nuestro


destino!

Todos aplauden y cuatro cierres de cinturones hacen clic, aunque nadie se levanta.
Yuri mira a derecha e izquierda. Es irreal, porque no hay ventanillas. ¿Realmente han
llegado? Podrían haber estado todo este tiempo dando vueltas en una órbita alrededor
de la misma Tierra. Irina se levanta y flota hasta el centro de la sala. Se agarra al techo y
se pone a rotar.

—¿Estás bien? —pregunta Yuri.

—Ya ves que sí, lo estoy celebrando. Si los demás sois tan aburridos como para
quedaros sentados, pues me toca bailar sola.

Yuri se levanta también y asciende. Al llegar junto a Irina, la agarra del brazo y
comienza también a girar con ella por toda la central. Frente a sus ojos pasan Irina,
Meltem y Denise. Todo el mundo gira a su alrededor. El universo ha entendido al final
lo que ha hecho con su vida, que hasta ahora ha ido todo según lo planificado. Pero
puede sentirse orgulloso. Han llegado hasta aquí, a pesar de sus perseguidores y el
sabotaje a medio camino. Si Grigori no le pesara en la conciencia, podría sentirse libre.

Irina le da un empujón y gira aún más rápido. ¡El universo oscila! Su eje está
ligeramente inclinado respecto al eje de la nave. ¡Esta sí que es una imagen perfecta de
su vida! Yuri y el universo oscilante. Ese será el título de sus memorias. Un malestar le
sube por la columna. Debería parar la rotación, pero no encuentra nada donde sujetarse.
Gira libremente y el universo gira con él.

Hasta que una mano cálida le agarra por el hombro. Es Irina. Lo acerca a ella. Irina le
tiene firmemente sujeto. Se lo acerca hasta su blando pecho y le da un abrazo. Es un
gesto maternal, y como es tan cálida y sensible, se le abren las compuertas. Yuri llora.
Irina le apoya la cabeza en su hombro.

—Ya está… ya está —balbucea, nada más, hasta que se le calma la llorera.
—No es tan profundo como parece —dice Meltem—. El contraste confunde la
visión.

Yuri se mira la foto que acaba de traer Óscar de fuera. Muestra las partes hundidas
en las serpentes. Siempre ha pensado que son estructuras con sección bastante circular,
como en las serpientes que le dan el nombre. Pero Irina podría tener razón. En el
espectro óptico, Anfitrite apenas es visible. El planeta muestra solo un agujero en forma
de disco en el firmamento. La superficie negra debajo de ellos se nota solo porque no es
atravesada por la luz de las estrellas. Con mucha fantasía puede detectarse un cierto
brillo en el rojo más oscuro posible. Pero también podría tratarse de un efecto
psicológico, pues, como ya saben, el planeta no es tan frío como debería ser ante la
distancia a la que está del Sol.

Pero en infrarrojos hay de todo; tras la primera órbita completa ha quedado


definitivamente claro. Todos los sensores de la Ganymed Explorer están orientados
hacia abajo. Anfitrite no es un puro nido de serpientes. Hay zonas cerca del ecuador, en
las que el terreno parece raramente despejado. El suelo está allí, donde las serpientes no
se atreven a pisar, lleno de grietas y cubierto de grandes rocas. En los polos hay
casquetes helados. Deben estar allí casi desde los orígenes del universo, pues Anfitrite
lleva milenios alejado del Sol. ¿Por qué no está entonces todo el planeta cubierto de
hielo? Hay preguntas de sobras para entretener a varias generaciones de científicos.

Pero ahora se trata de las serpientes. Si están chafadas, como supone Meltem, algo
deberá decirles sobre su función y su origen. Yuri supone que se trata de canales que
conducen líquidos o gases alrededor del planeta. Un análisis de la estructura reticular
de las serpentes muestra, en todo caso, que se puede llegar desde cualquier punto del
planeta a cualquier otro, sin abandonar jamás la protección del interior de las serpentes.
Excepto por los agujeros o derrumbes. En tiempos antiguos se habría supuesto que las
serpentes son construcciones. No se deben dejar guiar por su aspecto exterior, aunque
parezcan tan orgánicas, ya que seguramente sea consecuencia de un proceso natural.

—Necesitamos un radar.

—¿Cómo dices? —pregunta Irina.

Aún no habían intercambiado ni una palabra desde que alcanzaron la órbita y Yuri
se lo agradece en secreto. Ya le gustaría disfrutar de más momentos así.
—Por las diferencias de altura de las que antes hablábamos. Las imágenes en
infrarrojos no sirven para ello.

—Meltem dijo antes lo mismo —menciona Denise—. Pero la Ganymed Explorer no


cuenta con equipo para ello. La tripulación tenía que investigar el océano de hielo de la
luna jupiteriana. Hace tiempo ya que su superficie ha sido cartografiada del todo.

—Hay un radar en la cápsula de aterrizaje —afirma Meltem—. Pero lo


necesitaremos para la aproximación.

—¿Podemos hacer que mire en otra dirección?

—No, Yuri. La cápsula de aterrizaje está montada a caballito sobre la nave y sus
sensores solo señalan hacia el suelo, para mantenerlos protegidos.

La puerta de la central se abre con un chirrido. Óscar entra flotando. «¡Óscar! ¡El
robot posee un radar! ¿Podría adaptarse?».

—Hola, Óscar, acércate un momento —pide Yuri.

—¿Quieres que engrase las bisagras de la puerta? —pregunta Óscar.

—Eso estaría bien —comenta Irina—. Ya me llamó la atención ayer tanto chirrido.

—No, Óscar, ven aquí —ordena Yuri.

El robot sigue sus instrucciones. Flota con un ronroneo hacia él.

—Tú tienes un radar, ¿verdad? —dice Yuri.

—Correcto, navego con ayuda de un radar.

—¿Podríamos adaptarlo para exploración a distancia?

—¿Qué distancia?

—¿200 kilómetros?

Es la altura de su actual órbita.


—En principio sí, aunque el consumo energético para ello sería tal alto, que mi
cuerpo no podría soportarlo.

—Te sacaría el módulo de radar de tu cuerpo y lo conectaría directamente a la


alimentación de la Ganymed Explorer.

Óscar no responde.

—¿Algún problema? —pregunta Yuri.

—Necesito el radar para orientarme. Si no, me quedo ciego. Y eso no es eficiente.

—Podríamos actualizarte con una cámara.

—No considero eso una actualización. Mis capacidades visuales serían inferiores a
las de un ser humano. Vosotros, al menos, podéis ver de forma bastante espacial.

—Podría amplificar la percepción de colores hasta el infrarrojos y ultravioleta. La


mayoría de los chips del sensor son sensibles en estos ámbitos. Solo necesito quitarles la
lámina de filtro. Tu capacidad visual superaría así a la de los humanos.

—¿Por qué te empeñas siempre en ser superior a nosotros? —pregunta Irina.

—Eso me permite cumplir con mayor eficiencia mi cometido de complementar las


capacidades de la tripulación humana. Nadie necesita un robot que pueda hacer menos
cosas que un humano.

—Pero tienes una capacidad intelectual que supera la nuestra —dice Yuri—. ¿No me
habías ofrecido hace poco una actualización de mejora?

—Yuri tiene razón —reconoce Meltem—. Necesitamos el radar, al menos durante


dos días, para encontrar un lugar de aterrizaje adecuado. No parece ser nada fácil. Y
durante ese tiempo te las podrías apañar con una simple cámara, ¿no? Luego te
devolvemos el radar, prometido.

—Yuri, por favor, no tienes por qué hacerlo —exclama Óscar.

Las tripas del robot están abiertas delante de él. Yuri ha localizado el módulo de
radar. Está inteligentemente encajado en un hueco libre junto a las baterías. Los
ingenieros han aprovechado de forma óptima todo el espacio, pero ¿podrán utilizar ese
módulo realmente para sus fines? Yuri duda. Los contactos están adaptados al consumo
energético usual de Óscar. Si multiplican la potencia por diez, a lo mejor queman el
módulo. Pero ¡no es más que una máquina, aunque pueda hablar!

—Imagínate que un robot gigante te sacara un ojo porque tiene que hacer un
experimento.

—Calla, Óscar, no me distraigas. Te devolveremos el radar.

—Pero hasta entonces tendré que moverme con una simple cámara 2D ¡Eso no es
eficiente!

—Aterrizar ahí abajo sin conocer con precisión la zona de aterrizaje tampoco es
eficiente.

—Desacopláis el módulo de aterrizaje un par de órbitas antes y cartografiáis el


planeta. El radar que lleva también es mucho más potente.

—Es mejor saber algo antes.

—¿Y si me dañáis el radar con ello?

—Entonces te instalaremos el del módulo de aterrizaje.

—¿Y si se destruye con el aterrizaje?

—Entonces estaremos todos muertos, tú incluido.

—Según mis simulaciones, tengo un 93 por ciento de probabilidad de sobrevivir una


caída del módulo de aterrizaje.

—¿Lo ves, Óscar? Yo ni siquiera puedo simular mi futuro con tanta rapidez. Sigues
llevándonos ventaja.

—Hace ya días que hice esos cálculos.

—¿Has calculado tu probabilidad de supervivencia de una caída del módulo incluso


antes de haber llegado a Anfitrite?
—Para poder actuar con la máxima eficiencia, siempre intento planificar varios
pasos en el futuro. Pero puedo tranquilizarte. Una caída es, mayormente, improbable. A
no ser que…

—¿A no ser que qué?

—Nada.

—Bien, voy a continuar entonces mi trabajo.

—¿Estás seguro, Yuri? No tienes que hacerlo. Tampoco soy tan distinto a ti, ¿sabes?
De todos los miembros de la tripulación, eres el que más se me parece. Por eso eres mi
ser humano preferido.

—Tú también eres mi robot preferido.

—¿Y aun así me quieres mutilar con tus propias manos?

—Considéralo como una segunda actualización, Óscar.

—¡Lo que estás haciendo es una crueldad! ¿Es que no lo ves?

¿Dónde ha puesto la alimentación del altavoz? Yuri gira el cuerpo del robot. Allí
está. Extrae con las pinzas el cable marrón de su enchufe.

—Yuri —llega a decir el robot, pero luego guarda silencio.


20 de noviembre de 2078, Ganymed Explorer

—Tenías razón, Yuri —dice Meltem—. Las serpentes sí que tienen una sección casi
circular.

En el display holográfico se muestra Anfitrite. Yuri hace zoom en la presentación


tridimensional. La información sobre la profundidad llega ahora del radar. Óscar les ha
traído los datos sin decir palabra. El robot se porta como si su altavoz estuviera aún
desconectado.

De repente, la nave entera empieza a vibrar. Yuri se agarra a la pared. Vibra


ligeramente. ¿Qué ha sido eso?

—He dicho a Óscar que prepare el módulo de aterrizaje —anuncia Meltem—. Para
ello debe girar. Ya protestó, porque dice que con la cámara no es tan sencillo. Seguro
que solo nos quiere demostrar que hemos cometido un error.

Típico de Óscar. Yuri vuelve a pensar sobre Anfitrite. Ya es evidente que la piel
externa de las gigantescas serpientes es lisa en su mayor parte. Las estructuras
adicionales en las imágenes por infrarrojos debieron generarse solo por diferencias en la
temperatura. Si fluye algo más caliente por estos canales, deberá moverse por su suelo y
su techo.

—Oh, mira, ahí está de nuevo —exclama Meltem.

Por uno de los agujeros se ve pasar una sombra a toda velocidad. Ni siquiera
intentan hacer zoom. En el radar no se pueden ver esas rápidas sombras. Así que deben
ser muy difusas, como nubes.

—Quizá son los pedos que se tira la serpens —bromea Irina.

Denise se ríe.

—Lo descubriremos —dice Meltem—. Mirad aquí.


La imagen cambia y se centra en una pequeña planicie prácticamente cuadrada. Está
rodeada por sus cuatro lados por serpentes que no se cruzan en las cuatro esquinas,
sino que se mueven, como serpientes de verdad, unas por encima de las otras. Se crea
allí un patrón fascinante. A ello se añade una rotura en uno de los lados, el occidental.

—Aterrizaremos allí —propone Meltem.

Esa es una buena elección. Alcanzarán la superficie sin peligro y dispondrán de una
entrada directa al interior de las serpentes. Del pasillo les llega un siseo. ¿Qué puñetas
estará haciendo Óscar ahora?

—Pero también me gustaría poder estudiar el terreno caótico que hay en el ecuador,
y los casquetes helados de los polos —dice Irina—. Ese hielo debe ser antiquísimo; un
auténtico libro de historia para todo el planeta.

Se ve que Irina es, además, geóloga. A Yuri le importa bastante poco el caos del
ecuador.

—Sí, claro, sin duda, pero una cosa detrás de la otra —comenta Meltem.

—¿Qué tamaño tiene eso, quiero decir nuestro lugar de aterrizaje? —pregunta Yuri.

En el pasillo vuelve a sisear algo. ¿Ha girado Óscar ya el módulo? ¿Por qué utiliza la
compuerta principal en lugar de la de carga? Tal vez debería ir a echar un vistazo.

—Esa planicie mide unos diez por diez kilómetros —informa Meltem.

—Entonces podremos ir cómodamente a pie hasta el agujero —opina Yuri—. Si es


que sigue allí tras nuestro aterrizaje.

—He comprobado fotos anteriores donde ya aparecía la planicie y el agujero sigue


en el mismo lugar —dice Meltem.

—Entonces, las serpientes aquí no se mueven como en otros lugares —comenta


Denise—. Sería una pena. Me gustaría poder estudiarlas en su estado normal.

—Quizá, por algún motivo, en la zona junto a la planicie falta la base superfluida.
Por eso, ninguna de las serpentes cruza por encima de la planicie, y a su alrededor se
mueven mucho más despacio que en otros lugares —dice Meltem.
—Pues eso es bueno para nosotros —indica Yuri—. Las serpentes suelen avanzar
unos diez kilómetros al día en otros lugares. ¿Cómo encontraríamos así un lugar para
entrar? Debemos tener en cuenta que solo las paredes exteriores tienen ya un espesor de
más de doscientos de metros.

Hace zoom en la imagen 3D hasta que empieza a verse la estructura pixelada de la


toma.

—Fijaos, menuda escalada que supondrá eso. Incluso en las zonas derrumbadas
tenemos que superar un saliente de varios cientos de metros. No será un paseo
tranquilo, precisamente.

Se abre la puerta de la central. Entran hombres uniformados. Yuri se queda


paralizado. ¿De dónde salen? Los hombres van armados. Tres, cuatro, cinco, seis son los
que cuenta.

—En eso tiene toda la razón, señor Rott —dice uno de los hombres. Es el que lleva
más decoración en las hombreras—. Porque usted ya no va a dar ningún paseíto más.
Queda detenido bajo sospecha de intento de asesinato, privación de libertad y secuestro
de nave.

—¿Privación de libertad? —pregunta Yuri.

Su primer error. ¿Por qué no contradice la acusación de asesinato?

—Ha secuestrado usted a Meltem Miraloğlu, la capitana de la Ganymed Explorer.


¿O acaso está voluntariamente a bordo?

—Muchas gracias, señor —exclama Meltem—. No, fui obligada a manejar la nave
hasta aquí. Soy una rehén de este asesino.

—La capitana miente —afirma la voz de Óscar desde el fondo—. Está a gusto aquí y
ha colaborado todo el tiempo con los otros supuestos delincuentes.

—Pues bien —dice el jefe del grupo—. Lo aclararemos. Atadlos y llevadlos a nuestra
nave. Y a ese impertinente robot, también.

—Pero… un momento. Necesito mi radar que sigue montado en el exterior de la


nave —protesta Óscar.

—Si te niegas, tendremos que destruirte como máquina disfuncional.


21 de noviembre de 2078, la Holandés Errante

—¿Estás despierto, Yuri?

Yuri oye el clic de un cierre de cinturón. Irina, que duerme en la litera encima de él,
se inclina hacia abajo para mirarle.

—No puedo dormir —murmura Yuri.

—¿Qué pretenderán hacer con nosotros?

—¡Ojalá lo supiera!

—Nos devolverán al interior del sistema solar y nos llevarán ante los tribunales —
susurra Meltem.

Su voz llega desde el otro lado de esa habitación, grande como un salón. Allí
también hay una litera.

—No hace falta que susurréis —comenta Denise—. Yo tampoco puedo dormir.

—Encender luces —ordena Meltem, y las luces del techo inundan la sala de luz
diurna blanca.

Su celda cuenta solo con el equipamiento mínimo necesario. Hay cuatro taquillas,
pero no hay ni sillas ni mesas. Al menos disponen de su propio WHC. De esta forma se
ahorran tener que acompañarlos al baño cada dos por tres. La puerta está,
naturalmente, cerrada con llave.

—¿Podremos salir de aquí de alguna forma? —pregunta Denise.

—No lo creo. Agradéceselo a ese traidor pedazo de mierda que se llama Óscar.

Yuri mira instintivamente hacia arriba, hacia Irina, pero ella señala a Meltem. No
había visto a la capitana utilizar un vocabulario así antes.
—Qué se le va a hacer, no es más que un robot —dice Yuri—. Probablemente no
tuvo otra alternativa. Me ha delatado muy conscientemente a la primera de cambio. ¡Ni
siquiera le habían preguntado su opinión sobre mí! ¡Como lo pille lo destrozo! Os
podría haber ayudado de alguna otra forma, seguro. Ya habría surgido la oportunidad.

Se oyen unas llaves en la cerradura y, luego, se abre la puerta. Un hombre de


uniforme tira algo dentro de la habitación.

—¡Eh, espere! ¡Que yo no debería estar aquí! —proclama Meltem, pero la puerta ya
se ha vuelto a cerrar.

El objeto que el hombre ha lanzado al interior de la celda gira alrededor de su eje.


Tiene forma de disco. Es Óscar. El robot choca contra la pared, entonces dispara su
brazo hacia fuera, se agarra al montante delantero de la litera de Yuri y logra pararse.

—Cuánto me alegro de veros —dice Óscar.

—¡Calla! —exclama Yuri.

—¿Cómo te atreves a dejarte caer por aquí? ¡Te voy a desguazar pieza a pieza! —
amenaza Meltem.

—Pero ¡si todo esto no ha sido más que una táctica! Estaba seguro de que se fiarían
de mí si les decía algo que no sabían. Entonces podría ayudaros desde la central. ¡Puedo
hackear cualquier ordenador, habría sido un juego de niños!

—No te creo una sola palabra —exclama Meltem—. Por tu culpa estoy también
detenida aquí. Yo sí que podría haberlos ayudado.

—Pero mi simulación establecía que mis capacidades en un caso así serían mucho
más útiles. ¿Qué podrías haber hecho tú? Solo eres un ser humano, basta un sistema de
seguridad sencillo para bloquearte del todo.

—¡Te voy a sacar esa simulación a hostias! —amenaza Meltem.

Se sienta en su cama y se pone los zapatos.

—Déjale —ordena Irina—. Tal vez aún nos puede resultar útil. Defectuoso seguro
que no nos serviría de nada y tampoco puede hacernos más daño aquí dentro.
—Quizá solo hace como que ha caído en desgracia y es verdad que está aquí para
sacarnos información. No me fío de él —afirma Meltem.

—Aquí no hay información alguna que sacarnos —dice Irina.

—¿Qué ha ido mal en tu plan, Óscar? —pregunta Yuri.

—En principio ha ido todo de maravilla —responde el robot.

—Entonces no estarías aquí.

—Bueno, después de manipular el reactor y de instalar en secreto la antena…

—¿Que has hecho qué? —pregunta Meltem.

—He dicho que: después de manipular el reactor y de instalar en secreto la antena…

—No puede ser verdad. ¿Realmente eres el traidor? ¡No hemos muerto por milagro
y resulta que, además, los pusiste sobre nuestra pista con la antena!

—Ya tenía claro que ninguno de vosotros comprendería las posibilidades que
albergaba mi plan, así que tuve que actuar en secreto. Era lógico que iban a encontrar
nuestra nave. Vale varios miles de millones y no iban a dejar que alguien se la llevara
así como así. Y realmente respondieron de inmediato a mis llamadas. Así que ya
estaban escuchando en la dirección correcta.

—¡Casi nos matas con lo del reactor!

—Mis simulaciones dejaron bien claro que resolveríais el problema del reactor. ¡Y
además me sacrifiqué por ello!

—¿Tu simulación decía también que yo te repararía? —pregunta Yuri.

—Sin duda, sí. Pero no podía ni sospechar que ampliarías tanto mis capacidades. Di
por supuesto que utilizarías los componentes más baratos que pudieras encontrar.

—Yo siempre apuesto por la buena calidad —expone Yuri.

—¡Joder, no hagáis ahora como que os creéis lo que nos cuenta ese montón de
basura! —profiere Meltem.
—Lo que dice tiene cierta lógica interna —opina Irina—. Ya sabéis eso de la
presunción de inocencia, ¿no?

—Qué inocencia ni qué narices. Óscar nos está contando trolas. No puede demostrar
nada de eso.

—Yuri, ¿qué te pregunté en el taller?

—Ni idea. ¿Qué me preguntaste?

—Quería saber qué necesidades debo considerar en primer lugar al tomar


decisiones.

—Es verdad. ¿Y qué te contesté?

—«Entonces sería mejor esperar a ver lo que pasa, Óscar. No tomar decisión
alguna».

Ambas frases surgieron del altavoz del robot con la voz de Yuri.

—También debo deciros que tuve un empate de simulaciones, en la cuestión de si


debía contaros que la nave que nos perseguía había acelerado de golpe —explica
Óscar—. Como no os dije nada, pudieron pillaros por sorpresa.

—¿Y eso que tiene que ver con las necesidades?

—Seguramente hubierais expresado la necesidad de seguir más tiempo libres,


mientras que yo tenía la necesidad de solucionar el problema con más eficiencia. La
eficiencia se mide también en el consumo de tiempo, así que me pareció más lógico
poder dejar a los perseguidores que intervinieran rápido.

—Pero mi respuesta no se refería a eso —se defiende Yuri.

—Fue una respuesta de lo más idiota, eso sí —indica Irina—. Siento tener que
decírtelo. ¡Simplemente esperar! ¿Cómo pudiste decirle eso? Ningún problema se
soluciona esperando.

—En eso tengo una experiencia distinta, pero no vamos a discutir ese tema ahora.
¿Por qué grabaste mi respuesta? —pregunta Yuri.

—Solo por si acaso algo saliera mal —contesta Óscar.


—Entonces no estabas seguro de que tu plan funcionara.

—Mis simulaciones dieron una probabilidad del 23 por ciento de que con mi ayuda
lograríais escapar.

—¿¡Cómo dices!? ¿Por un 23 por ciento has puesto en peligro la nave?

«Meltem tiene razón. Este robot está majareta. Debería desmontarlo del todo».

—Sin mi ayuda, la probabilidad de poder salir victoriosos con el secuestro de la


nave se limitaba al 5 por ciento. Con mi plan, he mejorado vuestras posibilidades en 18
puntos porcentuales. No intentarlo habría sido ineficiente.

Es una lógica bastante retorcida, pero lógica, al fin y al cabo. Si todo esto es verdad,
Óscar habrá tenido que elegir entre la catástrofe y la casi catástrofe. Y también debía
tener muy claro que nosotros no le creeríamos. Óscar es un héroe.

O un traidor. Pues, ¿quién les dice que pueden creerse una sola de sus palabras?

—¿Y en qué fracasó finalmente el plan? —pregunta Irina.

—Me desmontaron y descubrieron que solo la mitad de mis componentes de


software y hardware son originales. Nadie puede fiarse, por principio, de un robot tan
alejado del modelo producido en serie. Artículo 17, apartado 3 de alguna norma básica.

—Genial. Has fracasado por culpa de la normativa legal.

—Lo siento.

—Eso es muy normal —dice Irina—. Cada día fracasan millones de personas al
chocar contra las normas.
22 de noviembre de 2078, la Holandés Errante

¿Pretenderán dejarles en esta celda hasta que se pudran? Es frustrante. Llevan dos días
a bordo de la otra nave y la tripulación ni siquiera habla con ellos. Les traen comida y
bebida, pero el encargado debe tener estrictas órdenes de no intercambiar ni una
palabra con ellos.

Sin embargo, algo parece estar cociéndose por ahí. Los ruidos que pueden percibir a
través de paredes y techo son inconfundibles. Metal golpeando contra metal. ¿Estarán
preparando una excursión al planeta? Yuri traga. ¡Han estado tan cerca! Y ahora tal vez
no llega a ver a Anfitrite con sus propios ojos, y no hablemos ya de la posibilidad de ser
sus primeros visitantes en la historia.

No parece estar solo con sus lóbregos pensamientos. Apenas han intercambiado dos
palabras desde esta mañana. Todos están tumbados y atados sobre sus respectivas
literas con la mirada fija en el techo. Ni siquiera Óscar dice nada. El robot se mueve
intranquilo por la celda. Habrá analizado cada esquina unas cien veces.

Llaman a la puerta.

—Retrocedan, al menos, dos metros —dice una voz femenina.

La puerta no tiene mirilla. Seguramente, esa habitación no se construyó como celda.


Ya han pensado en colocarse detrás de la puerta para desarmar a quien entre. Pero la
tripulación completa parece tener formación militar y siempre que alguien entra, queda
una segunda persona fuera para mayor seguridad. No tendrían posibilidad alguna en
una pelea abierta, ya que el enemigo les supera en número. Han hecho recuento y han
visto al menos diez caras distintas.

Once, cuenta Yuri, pues ahora es una mujer la que entra en su celda. Lleva el mismo
uniforme que los demás y de su cinturón cuelga un bastón táser. Yuri le calcula la edad
en poco menos de 40. La mujer tiene rasgos asiáticos y luce una cabellera negra y corta.
Irina se levanta.
—No hace falta que se levante —dice la mujer en un perfecto inglés sin acento,
mientras apoya la mano en el táser.

—Solo quería ser educada —contesta Irina y vuelve a subir sus piernas sobre la
cama.

—Podemos dejar esas tonterías de lado. Ya saben por qué están aquí y lo que les
espera.

—Yo no lo sé —dice Meltem—. Yo soy aquí la víctima y me encierran en la misma


celda con estos delincuentes.

La mujer suelta una breve carcajada. «Kalila, V.», lee Yuri en el identificador de la
chaqueta.

—No hace falta que monte ningún numerito, señora Miraloğlu. Hemos analizado la
memoria de datos del robot. En ella, queda muy claro que ha cooperado
voluntariamente con los secuestradores y el asesino. Si la dejáramos en libertad,
probablemente, siga colaborando con ellos. Y eso sería peligroso para la misión.

—El robot miente —exclama Meltem.

—La grabación de sus conversaciones nos dice otra cosa.

«¿Óscar ha grabado todas sus conversaciones? ¡Qué desfachatez!». Yuri gira la


cabeza buscándolo. «¡Como te pille, te destrozo!».

—¿Y quién es usted? —pregunta Denise—. ¿Cómo sabemos que no son un puñado
de piratas sin autorización alguna?

—Me llamo Vera Kalila. Soy la capitana adjunta y, a la vez, representante oficial de
la compañía aseguradora Union AG a bordo. Mi encargo es cerrar, al menor coste
posible, este siniestro asegurado.

—Entonces es usted una civil y no tiene derecho a detenernos —protesta Denise.

—Disponemos de autorización oficial de los organismos chinos para detener a los


sospechosos de este caso y llevarlos ante la justicia, es decir, ante un tribunal en una
zona bajo jurisdicción de China.

—Entonces ¿no nos van a llevar a la Tierra? —pregunta Yuri.


—Probablemente no. Su viaje acabará seguramente en el cinturón de asteroides.
Pero no seremos nosotros quienes los llevemos, el mantenimiento de esta nave resulta
demasiado caro. Los levaremos de vuelta a la órbita de Júpiter donde otros se harán
cargo de ustedes.

—¿Y cuánto tiempo tendremos que pasar encerrados en este cuarto? Esto es
inhumano —dice Meltem.

—Primero, exploraremos el planeta. Espero poder recuperar con eso gran parte de
los gastos de esta expedición.

—Pero ¡si son soldados! —exclama Meltem—. No tienen ni idea de cómo se realiza
una buena labor de investigación científica.

—Algo de razón tiene, aunque mis hombres no pertenecen a ningún ejército


terrenal. ‘Mercenarios’ sería un término más adecuado. Sin embargo, disponemos de
varios instrumentos de medición de fácil uso, con los que obtendremos muchos datos
que podremos luego vender al mejor postor de entre los institutos científicos de la
Tierra.

—Quizás pudieran recopilar datos mejores y más completos si recurriera a nuestra


experiencia, Vera.

—Ja, buen intento. ¿Quieren que los llevemos abajo, a terreno desconocido, para
poder huir? No, sería una insensatez. No voy a poner en peligro la misión solo por un
poco más de beneficio.

—¿Para qué ha venido, entonces?

—En nuestra última reunión nos hemos dado cuenta de que aún no les hemos
cacheado. Es imprescindible hacerlo cuanto antes por motivos de seguridad.
Strombomboli, empieza tú.

Vera hace un gesto al uniformado que vigila el pasillo. A su vez, saca el arma y se
retira hacia la puerta.

—No voy a permitir que un mercenario me meta mano —profiere Irina


amenazadora—. Antes le pateo los huevos.

—No se preocupe, señora Yakutina. Mi colega Frank solo cacheará al sospechoso de


asesinato. De usted me ocuparé yo luego en persona.
—¿Y si me niego?

—Ya conocerá los efectos de un táser. Llevo guantes. Así que puedo cachearla
cómodamente mientras usted tiembla de cuerpo entero.

La puerta se cierra de un portazo. Yuri se ha quedado sin su destornillador y sin hilo


dental. Que pueda utilizar el destornillador como arma es comprensible. Pero el imbécil
que le ha registrado pensó que con el hilo dental podría asfixiar a alguien. Llamándose
Strombomboli no es de extrañar. Es como un chiste con patas. Seguro que en la escuela
se burlaban de él por ese apellido.

Aunque ahora solo cumplía una orden. Después de lo que ha hecho en Héctor no
tiene derecho a sentirse moralmente superior a nadie.

—Quizás hay una forma de salir de aquí —comenta Óscar.

—Solo nos quieres meter en más problemas —dice Meltem—. ¡Has grabado todas
nuestras conversaciones!

—Para estudiarlas. Quería comprender mejor la comunicación humana. Muchas


veces decís algo, pero queriendo decir algo muy distinto. Mi tesis era poder analizarlo
con un modelo estadístico.

—¿Tesis? —pregunta Denise.

—No he conseguido calcular un modelo estadístico significativo para la


comunicación humana.

—¿Y por qué no borraste nuestras conversaciones? —pregunta Meltem.

—Esperaba poder repetir el ensayo cuando tuviera más material acumulado.

—Sigues ocultándonos algo. Lo siento, pero creo que eres un mentiroso de primera
categoría —afirma Meltem.

—No tienes que creerme. Yo os demostraré que hay una forma de salir de aquí.

—¿Y a qué esperas para decírnoslo? —le pregunta Irina.


—Necesito ayuda —reconoce Óscar.

—Pídesela a tus nuevos amigos —dice Meltem.

—No son mis amigos. No se fían de mí.

—Será porque son menos tontos que nosotros.

—Esta discusión no lleva a nada —dice Irina—. Si Óscar cree que puede sacarnos de
aquí, que lo demuestre. ¿Qué tipo de ayuda necesitas?

—Alguien tiene que sacarme el brazo del cuerpo.

—¿No puedes hacerlo tú mismo mejor que nadie? —pregunta Yuri.

—La articulación está tan al fondo de la base que no llego con el brazo.

—Espera, voy a mirármelo.

Yuri se levanta de su litera y baja flotando hasta el centro del cuarto donde espera
Óscar. Ha extraído ya su brazo. La articulación se fija con dos tornillos de ranura plana.
Yuri lo intenta con la uña del pulgar, pero están muy apretados.

—No puedo. Y me acaban de quitar mi destornillador.

—En eso te puedo ayudar.

El brazo de Óscar desciende hasta dejarlo delante de la cara de Yuri. Se oye un clong
metálico y de una de las articulaciones de sus dedos asoma un perno de un par de
milímetros.

—Ahora puedes quitarme mi dedo central. En su extremo posterior tiene una


pequeña cuchilla que podría caber en el tornillo.

Yuri se acerca la mano. Óscar tiene cuatro dedos.

—¿Cuál de ellos es el central? —pregunta.

—El segundo por la izquierda. He llamado a mis dedos según la forma humana. Me
falta el pulgar, así que el primer dedo es el índice.
Yuri tira del segundo dedo. Puede sacarlo con facilidad. Realmente acaba con una
pequeña cuchilla. Gira el dedo y afloja con él los dos tornillos. El brazo flota ahora libre,
pero unido al cuerpo por varios cables.

—¿Puedes sacar también el enchufe? —pregunta Óscar.

El cable que sale de la parte inferior del brazo acaba en un conector multipolo. Lo
suelta.

—¿Y ahora? ¿De qué nos sirve esto?

—Mi brazo trabaja de forma autónoma. Posee una batería y un software de control,
aunque no tan avanzado como el mío. Le he encargado que nos abra la puerta desde
fuera.

—¿No estará adicionalmente asegurada? —pregunta Yuri.

—No sería eficiente. Los soldados están confiados y no hay nadie fuera que nos
pueda abrir la puerta. Lo han impedido al encerrarnos a mí y a Meltem también aquí
dentro.

—Es a Meltem y a mí.

—No, tú no; a mí y a Meltem.

—Quería decir que, en una enumeración de personas, uno se menciona siempre el


último. ¿No estabas interesado en patrones de comunicación humana?

—Ah, gracias. ¿Puedo guardar eso?

—Si no queda más remedio… ¿Y cómo saldrás ahora de aquí?

—Mi vía de escape es el WHC. Está unido al mantenimiento de vida con muchas
tuberías.

—Menudo asco. ¿No prefieres probar con los tubos de ventilación?

—Hay demasiadas rejillas y ventiladores.

—¿Y en los tubos del WHC no?


—Los que transportan vuestras heces sólidas al reciclaje, no. Allí hay ciertas
dimensiones mínimas de paso que son bastante generosas. Hay que evitar que se
emboce, ¿no?

—De acuerdo, es decisión tuya. ¿Qué dicen tus simulaciones?

—Mi brazo tiene un 57 por ciento aproximadamente de probabilidad de alcanzar el


mantenimiento de vida. Luego la cosa se complica, porque no conozco el diseño de la
nave. Mis resultados de simulación oscilan entre un 10 y un 26 por ciento.

—Bueno, es una probabilidad de uno entre cuatro. Nada mal —comenta Yuri.

—Sobre todo cuando no nos queda otra alternativa —reconoce Irina—. Pues ya
sabes, Óscar, ¡al váter!

—Si nos vuelves a traicionar, espero que tu brazo se quede encallado ahí dentro —
dice Meltem.

Como siempre, le vuelve a tocar a él el trabajo sucio. Yuri abre la tapa del agujero de
unos diez centímetros del inodoro, pensado para defecar. Óscar tiene razón, puede que
sea el único camino al exterior. Pero este WHC parece que lleva mucho tiempo sin ser
mantenido. La tripulación utilizará seguramente otros lavabos. Los aromas que
desprende son acordes con la falta de mantenimiento y no puede impedir que le
inunden las fosas nasales.

—Parece que en esta nave no hay ningún robot de limpieza —dice Yuri.

Óscar flota por encima de él. Así, sin brazo, realmente se parece solo a una
aspiradora.

—Pero aún tienes que…

—Lo sé.

Hay un obstáculo que debe quitar: entre el agujero y la libertad hay un filtro grueso
que impide que cuerpos extraños, como bolsas de plástico o compresas, puedan
embozar el desagüe. No es lo suficientemente grueso para el brazo de Óscar. Par poder
limpiarlo y vaciarlo, el filtro es extraíble siempre que se meta la mano lo
suficientemente adentro. Yuri ya conoce este paso de trabajo de la Ganymed Explorer.
Para ello ha utilizado siempre un guante de goma de manga larga, pero no puede pedir
uno a sus vigilantes.

Coge aire primero y luego introduce la mano. Introduce el brazo hasta que le sigue
el codo. Ahora es una suerte que sus bíceps no estén muy desarrollados. Toca con los
dedos las profundidades del tubo. Al principio solo nota cosas pegajosas y trozos más
sólidos sobre cuya naturaleza prefiere no pensar, pero al final encuentra el enganche del
filtro. Tira despacio de él. La lengüeta es algo resbaladiza, pero no debe darse
demasiada prisa o el filtro quedará encallado a medio salir.

Demasiado rápido. La lengüeta se ha resbalado de sus dedos. Mierda. Debe volver a


meter el brazo. Yuri se ríe. Los demás pensarán que se ha vuelto loco. No ha viajado al
espacio para acabar removiendo mierda con las manos. Pero es lo que hay. Esta vez
encuentra el filtro algo más arriba. Segundo intento. «Despacito, despacito, Yuri.
¡¡Despacio!!». Centímetro a centímetro, saca el filtro hacia fuera. El brazo le duele. Ya
casi lo tiene. Y, por fin, lo consigue y saca el obstáculo fuera. Caen un par de gotas
oscuras cuando lo saca del todo fuera del inodoro. Una de las gotitas le alcanza la
mejilla. Qué más da, podría haber sido mucho peor. La otra gotita da vueltas por el
baño.

—Ahora te toca a ti —dice Yuri.

—¿Serías tan amable de empujar mi brazo por el interior con la mano por delante?

—Sí, claro.

Sujeta el brazo de Óscar por el hombro y el metal vibra entre sus dedos como si
estuviera vivo. Y en cierta manera lo está. Empuja el brazo bien adentro del inodoro. A
medio camino ya nota como los dedos del brazo robótico le ayudan.

—Dentro del tubo, la mano se encarga de avanzar, ¿verdad? ¿Y luego qué?

—Una combinación de movimientos de mano y brazo, parecido a una serpiente —


dice Óscar.

—¿Y también funciona en la ingravidez?

—Eso espero. He instruido al brazo para que busque esquinas o pasillos estrechos.

—Pero si es casi ciego.


—No del todo, domina la ecolocalización.

—¿Tu brazo es un murciélago?

—La ecolocalización está en los dedos de las manos. Para que la mano pueda sujetar
de forma óptima cualquier material, cada dedo debe saber cuánto espacio hay entre él y
el objeto.

—¿Así que puedes ver con tus dedos?

—En caso de emergencia, sí. Pero normalmente mi radar es mucho más eficiente.
Pero me lo quitaste.

—¿Cuánto tardará el brazo en sacarnos de aquí?

—No lo sé.

—Vale. Me voy a lavar un poco.

Óscar no se mueve.

—¿Óscar? Puedes salir ya del WHC.

—Ah, ¿quieres que salga del WHC? No te había entendido.

—Sí, quiero poder mear con total tranquilidad, para decirlo bien claro. Tu presencia
me resulta molesta para ello.

Hoy les traen la cena bastante más pronto de lo usual. No son ni las 17 horas tiempo
estándar. Un joven soldado abre la puerta y deja dos bolsas de papel en el centro de la
habitación. Como siempre, lo hace respaldado por otra persona detrás. Deben tener una
buena formación, porque nunca bajan la guardia.

—Hola, Frank —saluda Yuri, como si reconociera a un viejo amigo.

El hombre se le gira. Yuri no se ha equivocado. Es el mismo hombre de curioso


apellido que acompañó antes a su jefa. Strombomboli, exacto. El nombre suena como si
alguien estuviera haciendo un chiste con el volcán italiano.
—¿Qué quieres? —pregunta Strombomboli en todo seco y breve.

—¿Tan pronto hoy?

El hombre se gira hacia el otro soldado como para asegurarse de que no está
contraviniendo ninguna norma.

—Lo comprendo, Frank. No puedes decir nada. Ya lo conozco. Estaba por aquella
época en la compañía vecina a la tuya.

Yuri no ha visto jamás a ese hombre antes, pero su patoso intento parece funcionar.
Strombomboli cree reconocerle.

—¿Meran? ¿La tercera?

Yuri sonríe.

—La cuarta.

Ojalá haya habido cuatro compañías en su ubicación. Pero Frank asiente. Ha tenido
suerte.

—Ah, sí, con el teniente… ¿cómo se llamaba?

Mierda, eso podría ser una prueba. O el hombre realmente lo ha olvidado.

—Menudo hijo de puta —exclama Yuri—. Me prometí a mí mismo no volver a


repetir su nombre en la vida.

Frank sonríe.

—Sí, a ese lo odiaba mucha gente, también llegó a mis oídos. ¿Y qué te ha traído por
aquí?

—La vida, ya sabes. A veces resulta un pelín complicada. Ya sabes cómo va esto.

Strombomboli asiente. Lo sabe. Yuri tiene razón. Con ese nombre, difícilmente
puede guardar recuerdos bonitos de su época escolar.

—Va, oye, dime ¿qué coño está pasando aquí? —pregunta Yuri.
El hombre se gira de nuevo a su acompañante. Entonces baja la voz: —Ya está en
marcha. Excursión a la superficie.

—¿Irás tú también?

—Sí, yo también bajo. Ha habido suerte. Mi colega, ese ahí, tiene que quedarse. Al
menos debe quedar alguien que os vigile.

¿Solo quedará uno? Sería genial para sus planes. Seguro que entre los cuatro podrán
superar a un único soldado, si es que salen de aquí.

—Pues me alegro, hay que tener un poco de suerte de vez en cuando en la vida. Te
lo mereces, Frank.

—Gracias…

—Yuri. ¿No te acuerdas?

—No estaba muy seguro. Pero ahora ya me acuerdo. Tengo que irme. Vosotros
aguantad bien, ¿vale?

—Hasta mañana.

—Qué va, mañana os atenderán mis colegas.

Colegas, mierda. Así que quedará más de uno a bordo.

—Sí, claro.

Frank cierra la puerta al salir. Irina se levanta de su litera, flota hacia él, lo abraza y
le estampa un beso en la frente.

—Lo has hecho genial, Yuri.

—Gracias.

Sus mejillas están al rojo vivo.


23 de noviembre de 2078, la Holandés Errante

Le despierta una ligera corriente de aire. ¿Ha subido alguien la ventilación? Yuri se
incorpora. La oscuridad no es total en la celda, pues sobre el marco de la puerta brilla
una pequeña luz verde nocturna. Debajo reconoce un rectángulo negro. ¡La puerta está
abierta! Se muerde la lengua. Tiene que despertar a los demás en silencio. ¡Quién sabe
hasta dónde se les podría oír!

Pero ¿por qué Óscar no ha dicho nada? Yuri se pone de pie y mira a su alrededor. El
robot no está. Ya tienen otro marrón servido. Óscar ha vuelto a seguir sus propios
planes, según a saber qué simulaciones realizadas en su inexistente cabeza. Es igual. Ha
dejado la puerta abierta, aunque ponga en peligro su propia huida. ¿O quizá lo necesita
como maniobra de distracción? ¿Esperará que el resto de la tripulación esté ocupada
con ellos mientras él desaparece por ahí?

Primero Irina. Le toca delicadamente el brazo. Tiene la piel suave. Justo debajo nota
sus músculos. Presiona ligeramente hasta que levanta la cabeza.

—Pssst —chista y le pone el índice sobre sus cálidos labios.

Irina sonríe y se gira hacia él.

—Soy yo.

—Ya lo sé —le susurra—. Ya empezaba a ser hora.

Le coge del brazo y se lo acerca a la litera. En la ingravidez en sencillísimo. Yuri está


a punto de dejar que suceda. Pero no, sería una tontería. A saber cuánto tiempo se
queda la puerta abierta sin que se disparen las alarmas. Esa es ahora su oportunidad,
aunque en este momento se dejaría caer en los brazos de Irina. Sacude la cabeza.

—Lo siento —murmura—, pero me malinterpretas. ¡La puerta está abierta!


Irina de la un empujón y Yuri sale volando hasta que puede agarrarse a la cama de
Meltem. Irina se pone despacio en pie. De repente se cubre la boca con la mano. Acaba
de ver que la puerta está abierta.

—Perdona —susurra—, no lo sabía.

—No hay problema —dice Yuri.

Juntos despiertan a Meltem y a Denise.

—¿Y Óscar? —pregunta Meltem bajito.

—Al parecer, se ha largado con viento fresco —responde Yuri.

—Lo que os dije…

—Tenemos que ir por allí —susurra Yuri señalando hacia delante.

Tiene que susurrar fuerte porque el mantenimiento de vida hace aquí bastante más
ruido que en la celda.

—No me digas —murmura Irina.

—Vaya.

Yuri se da cuenta ahora de que solo hay un pasillo que les saque de allí. Ya que en la
celda en la que estaban encerrados no había gravedad, dieron por supuesto de que
estaban en algún almacén cerca del eje central de la nave. Pero entonces deberían haber
podido elegir entre tres caminos distintos. Al parecer, la nave no está girando. Seguro
que debe ser por el próximo descenso al planeta, con el que está ocupada la mayor parte
de la tripulación.

—La central debe estar muy cerca —susurra Yuri—. Debemos ir con cuidado.

Los demás asienten. Irina se pone delante. El pasillo acaba realmente en un cruce en
forma de T. Es igual a la Ganymed Explorer, donde los pasillos de las cabinas van a
parar al pasillo circular alrededor de la central.
Irina se para y se señala a sí misma y a Meltem, que está justo detrás. Entonces
señala a la izquierda. Yuri hace la señal de OK. Así que irá con Denise por la derecha.
Ojalá no quiera ahora irse a su cabina uno de los soldados que se han quedado. ¿Con
cuántos se las tendrán que ver? Yuri se desplaza tocando con cuidado las paredes
laterales. Llegan al primer desvío hacia las cabinas. Todo está tranquilo. Bien.

Yuri se desliza hasta la puerta de la cabina. No les conviene que nadie les sorprenda
por la espalda. Pega la oreja a la puerta, pero no se oye nada. De repente se oye un
golpe en el interior. A Yuri casi le da un infarto. La puerta se mueve en su marco, pero
no se abre. Alguien está sacudiendo la puerta por la manilla.

—¡Dejadme salir, quien sea que me haya encerrado! —es una voz masculina y
profunda.

Seguro que es uno de los soldados. Alguien le ha encerrado aquí. Nota como le
tocan el hombro. Yuri se sobresalta, pero solo es Denise. Está a punto de pegarle un
grito, pero se contiene. Deben ir con cuidado. Retroceden rápido al pasillo circular y
giran a la derecha.

A la izquierda hay otra puerta. Debe dar a la central. ¿Dónde están los demás? ¿No
deberían estar ya aquí? De la central sale ruido de movimiento y risas. Parece que los
soldados se lo pasan bien. Deben ser dos, al menos. Yuri se asoma con cuidado por la
esquina.

Pues vaya. Son Irina y Meltem. Están brindando con dos botellas y ríen a carcajadas.
¿Están locas? Yuri entra en la central flotando.

—¿Qué pasa aquí? —susurra.

—No hace falta que susurres —dice Irina.

—¿Y los soldados, qué?

—Uno lo tenemos bien atado allá atrás y el otro lo tenemos encerrado en su cabina.

—A ese lo he oído.

—¿Lo ves? Todo bien.

—¿Con qué estáis brindando?


—Creo que es té. ¿Quieres un poco?

Irina le acerca la botella, de forma abombada y con un cierre metálico. Lo desenrosca


y huele el contenido. El aroma punzante del alcohol le invade la nariz.

—Es alcohol.

—Té con alegría. Tradición rusa, para entrar en calor. Tómate un buen trago, seguro
que te sienta bien. Te deja súper animado.

—Aún es demasiado pronto para animarse. Tenemos que salir de aquí cuanto antes.

—Los otros no volverán antes de tres días. Tranquilízate, Yuri.

—¿Quién ha hecho esto? Quiero decir, el tipo de ahí al fondo y el de la cabina,


¿quién los ha inutilizado?

—No lo sé —responde Irina—. Pero solo se me ocurre una posibilidad: Óscar.


Meltem aún no se cree que realmente nos haya ayudado.

—Se ha ayudado a sí mismo, ¿o es que lo ves por aquí? —pregunta Meltem—.


Seguramente esté robando la Ganymed Explorer. Así tendrá la nave entera para él solo.

—Pues no llegará muy lejos —afirma Yuri—. No tiene suficiente masa de apoyo, ¿te
acuerdas? La Ganymed Explorer ya no nos sirve de nada. Deberíamos intentar hacer
volar esta nave.

—Lo haremos, Yuri —dice Irina—. Pero primero te tomas un trago con nosotros.
Luego ya veremos. No puedo pensar bien cuando estoy bajo estrés.

Al menos, Denise parece razonable. Intenta obtener acceso al mando de la nave


mientras él registra los almacenes. La nave, cuyo nombre no conocen, parece ser del
mismo modelo que la Ganymed Explorer. Los almacenes aquí tienen un aspecto
idéntico a los de allí. Yuri considera casi nula la posibilidad de poder hacerse con la
nave sin las contraseñas del capitán. Óscar, el avispado, quizá podría conseguirlo, o esa
Cinnamongirl. Pero ellos no son capaces ni de encender la radio.

Así que estaría bien encontrar al menos un traje espacial. Pues si no pueden huir con
la nave, solo les queda aterrizar en Anfitrite, aunque el módulo de aterrizaje debe estar
todavía fijado al casco exterior de la Ganymed Explorer. Los soldados se los llevaron
con una lanzadera militar a su nave, sin trajes espaciales. El plan es ahora volver a la
Ganymed Explorer para preparar allí el módulo de aterrizaje. Y para eso necesita al
menos un traje espacial, pero no encuentra ninguno en el almacén. Contiene reservas
suficientes de comida, eso sí, incluso más de lo que llevan ellos en la Ganymed
Explorer. La aseguradora Union no ha escatimado en gastos y ha aprovisionado a sus
mercenarios incluso con carne de verdad y gran cantidad de alcohol para mantenerlos
de buen humor. Seguro que el sueldo es también mejor que en el ejército. Pero no hay
trajes espaciales. ¿No debería haber al menos dos, para los dos hombres que se han
quedado a bordo?

Las cabinas. La nave tiene cuatro cabinas como la Ganymed Explorer. Una se utilizó
como celda para ellos. El capital y la encargada del seguro tendrán su propia cabina. Así
que el resto de la tripulación deberá compartir una misma habitación. ¿Estarán allí los
trajes que faltan? Es difícil ir a mirarlo, ya que uno de los dos mercenarios está
encerrado ahí dentro. Mierda. Seguro que el hombre está armado. Si intenta abrir la
puerta le oirá y estará parapetado a la defensiva.

Yuri regresa a la central. Denise está sentada en el asiento del capitán, peleándose
con el ordenador. Meltem está echando una cabezadita en una esquina. Irina no está a la
vista. Yuri flota hacia Denise.

—¿Has conseguido algo?

—Nada de nada —se lamenta Denise—. El sistema no me da acceso, haga lo que


haga. Necesitamos la contraseña del capitán.

—Podemos obligar a uno de los mercenarios a que pida por radio la contraseña.

—Jamás caerían en esa trampa. Y la radio también está bloqueada.

—Pero los mercenarios esos deberían tener acceso a la radio.

—¿Quieres darles acceso al sistema? Desencadenarían la alarma y los otros volverían


de inmediato.

—Es verdad, eso tampoco nos lleva a nada.

—Tú tampoco has tenido mucho éxito, por lo que veo.


—Me temo que los dos trajes que faltan están en la cabina en la que está el tío ese
encerrado.

—¿Dónde ha ido a parar el otro?

—Irina y Meltem le han dado agua y pan y lo han encerrado en nuestra celda.

—Y entonces se ha puesto a dormir. —Yuri señala hacia Meltem.

—Ya hace bien. Aquí no avanzamos en nada. —Denise aparta el teclado a un lado.

—Podría intentar llegar sin traje. Tampoco se muere uno tan rápido allí fuera.

—Es una locura. Tendrías como máximo quince segundos, no lo lograrías jamás.

—Podrías lanzarme con una goma elástica grande desde la esclusa.

—Para ya, Yuri. Todo eso no son más que tonterías. Lo mejor será correr el riesgo y
sacar los trajes de la cabina del mercenario. Ese hombre difícilmente podría contra
nosotros cuatro a la vez. Con que nos acierte a dos con el táser, aún somos dos personas
más. Que yo sepa, esos trastos tienen que cargarse tras cada disparo.

—Podría tener más de uno. No creo que los demás se hayan llevado sus armas al
planeta.

—Bueno, pues nos duerme a los cuatro, pero no morimos.

—Aún no.

Yuri está tiritando de frío. Lo de encerrar al mercenario en su celda ha ido algo


precipitado, porque ahora ni siquiera tienen las mantas. ¿Debería mirar en el almacén?
El mantenimiento de vida ha bajado la temperatura automáticamente a las 22 horas,
hora estándar. Para corregirlo necesitarían acceso al ordenador principal. Es un pez que
se muerde la cola.

Se aprieta los brazos alrededor del cuerpo. Está agotado, sobre todo por las eternas
discusiones. Cuando Irina volvió al cabo de una hora del WHC, discutieron sin parar
sobre sus opciones. Nadie apoyó su idea de lanzarse sin traje por la esclusa. Aunque es
la única estrategia con ciertas probabilidades de éxito. Meltem les ha quitado de la
cabeza hacerle una visita al mercenario encerrado en su cabina. Su ventaja táctica es tan
grande, que podría superarlos a todos en un cien por cien. Pero aun así han convenido
intentarlo mañana, pues a nadie se le ha ocurrido algo más inteligente.

Una lámpara parpadea en la semioscuridad. Se gira hacia un lado. ¡Si al menos


hubiera una cama donde atarse! Dormir así, flotando, le resulta muy difícil. Al menos
nadie ronca y el zumbido constante del mantenimiento de vida le tranquiliza.

—¡Equipo exterior a Holandés Errante, respondan!

¿Qué es eso? La orden procede del ordenador principal. ¡Alguien intenta


contactarles por radio! Mierda. Si no contestan sin llamar la atención, los de abajo se
olerán que algo va mal. Una sombra se mueve al asiento del comandante. Reconoce a
Denise.

—Debes responderles algo inofensivo —dice Yuri.

—No hay que responder en absoluto —exclama Meltem—. Esa Vera era la única
mujer a bordo y ahora está allí abajo.

—Yuri, tienes que hablar tú.

—¡Equipo exterior a Holandés Errante, respondan! ¡Es urgente!

Holandés Errante, ¿a quién se le ocurre bautizar una nave espacial con el nombre de
un barco fantasma? Eso solo puede traer mala suerte.

—No hace falta que te des prisa —dice Denise—. El sistema no te dará acceso a la
radio mientras no te autentifiques.

—Pues hay que encontrar la forma —responde Yuri—. ¡Si no, sospecharán!

—Sí, Yuri tiene razón —confirma Meltem—. Tenemos que responder.

—Pero no puedo hacer magia —dice Denise—. Si vosotros podéis, todo vuestro.

Deja libre el puesto del capitán y Meltem se sienta allí.

—¡Equipo exterior a Holandés Errante, respondan! ¿A qué esperáis?

Meltem golpea las teclas del teclado como loca.


—¡Joder, no me dejes ahora colgada! —protesta.

Pero el sistema es férreo y se empeña en pedir la contraseña de uno de los dos


mercenarios.

—¡Equipo exterior a Holandés Errante, respondan! ¿Qué coño os pasa ahí arriba?
Tenemos serios problemas.

—Lo siento, pero yo tampoco puedo entrar —exclama Meltem.

—Ya os lo decía —espeta Denise.

—Lo siento, Denise.

—¡Equipo exterior a Holandés Errante, respondan! ¡Equipo exterior a Holandés


Errante, respondan! Hemos perdido a dos hombres. El capitán ha muerto, repito, el
capitán ha muerto.

¿Qué estará pasando allí abajo? ¿Han tenido problemas con el aterrizaje?

—Quizá no han acertado con el lugar de aterrizaje —comenta Meltem—. Allí se


mueve todo bastante deprisa.

—Pues a nosotros nos podría haber pasado lo mismo —dice Irina.

—Aunque, para nosotros, resulta práctico que ellos mismos se eliminen de la cuenta
—afirma Yuri.

—Sin la contraseña del capitán no podremos salir de aquí —exclama Irina.

—No necesariamente. Podríamos bombear la masa de apoyo de la Holandés Errante


a mi nave y huir —dice Meltem—. Aunque, para eso, se necesita un par de días.
Tenemos que impedir que los mercenarios puedan entrar en su nave.

—A lo mejor se encarga Anfitrite de eso por nosotros —indica Yuri.

—Yo no me fiaría de eso —dice Meltem—. Si son listos, subirán de inmediato con su
lanzadera para ponerse a buen recaudo.

—¡Equipo exterior a Holandés Errante, respondan! ¿Estáis durmiendo? ¡Despertaros


ya, so marmotas!
—No sirve de nada —dice una voz femenina.

—¡Equipo exterior a Holandés Errante, respondan!

—Frank, que te digo que no sirve de nada. Pásame los auriculares.

Se escuchan ruidos por el canal de radio.

—Equipo exterior a Holandés Errante, soy Vera. Sistema, graba esto como mensaje.
Autorización Bravo, Foxtrot, Echo, Zulu, Zulu, Mike, November, Bravo, Echo.
Seguramente estáis borrachos y durmiendo la mona en vuestras camas. Eso tendrá sus
consecuencias. ¡Cuando os despertéis y oigáis este mensaje, llamadnos de inmediato! Y
hasta que nos contactéis, explorad con el telescopio un radio de 20 kilómetros alrededor
de nuestra zona de aterrizaje. Os adjunto las coordenadas. Buscad a tres hombres que
hemos perdido. Cualquier pista será útil. Si no los encontramos en 24 horas, se les
acabará el aire. Entonces despegaremos. Si no habéis respondido hasta entonces, os
encerraré diez minutos desarmados en la celda de los presos. Uno a uno. Vera out.

—¿Por quién nos toma? —pregunta Denise.

—Por un asesino y sus cómplices —afirma Yuri.

—Eso no debe pasar. No deben volver a la nave —dice Meltem.

—¿Alguien se ha quedado con la contraseña que ha mencionado esa Vera? Tal vez
podemos entrar en el ordenador con ella —comenta Denise.

—El mensaje ha quedado grabado —dice Yuri—, así que podemos oír esa
contraseña tantas veces como queramos.

—Mira que eres listillo, sin acceso al ordenador no podemos acceder al mensaje —
menciona Meltem.

—¡Esperad un momento! —dice Irina. Escupe en su dedo y escribe «Bravo, Echo» en


la pared—. Vale, ahora aprendedlo antes de que se seque. No he encontrado nada mejor
para escribir con estas prisas.

—Bravo, Foxtrot, Echo, Zulu, Zulu, Mike, November, Bravo, Echo —lee Yuri en voz
alta—. O BFEZZMNBE, o quizás en minúsculas.
Se repite la secuencia en la cabeza, una y otra vez, mientras Meltem ya está al
ordenador escribiendo.

—No funciona.

—¿Minúsculas? —propone Yuri.

—Ya lo probé.

—¿Mezclando mayúsculas y minúsculas?

—Un momento.

Meltem escribe y se golpea en el muslo.

—No hay acceso —se lamenta—. Puede que el ordenador necesite una segunda
característica. La voz, algún documento, la presencia física del propietario de la clave…

—O comprueba el ritmo de escritura, que también es individual e irrepetible —


opina Denise.

—Habría sido demasiado bonito —exclama Meltem.

—Yo me alegro —dice Irina.

—¿Te alegras?

—Sí, Yuri. Si hubiéramos accedido al control completo del ordenador, ¿qué habría
pasado?

—Que nos habríamos largado con la Holandés Errante.

—Exactamente. No habríamos puesto jamás el pie en Anfitrite y eso sería una pena.

—Pero ¿cómo quieres bajar ahí? No tenemos lanzadera —exclama Denise.

—Ya se nos ocurrirá algo. En caso necesario, me tiro en traje espacial hasta ahí abajo,
les robo la lanzadera y os paso a recoger.
Un plan interesante, pero resulta que ni siquiera tienen un traje espacial. ¿Y cómo
pretendería reducir Irina la velocidad para no chocar contra el planeta como un
meteorito abriendo un cráter? Un proyecto imposible.

—Bajar en traje espacial no tiene posibilidad alguna de éxito —dice Yuri.

—Un buen amigo me contó que parece ser que alguien lo consiguió en Encélado.

—Parece ser, exacto. Esa luna es mucho más pequeña que Anfitrite; quizás allí aún
habría sido posible. Aquí es imposible que lo consigas.

—No te preocupes tanto por mí, Yuri.

—Pero me preocupo. No quiero perderte.

Irina le mira, obsequiándole con una tierna sonrisa.


24 de noviembre de 2078, Anfitrite

—¿Quién va delante? —pregunta Meltem.

—Parece que soy la que tiene la espalda más ancha —dice Irina.

—Debería ser yo quien dirigiera el grupo —menciona Yuri.

—Ya no estamos en la Edad de Piedra, donde solo los hombres van de caza —le
contradice Irina.

Parece que incluso se alegra de poder realizar el ataque. Pues bien, no piensa
colarse. El primero que entre seguramente reciba la descarga del táser. Lo que pase
después dependerá de la rapidez con que reaccione el mercenario encerrado. Lleva ya
casi dos días solo, así que su capacidad de estar alerta habrá bajado. Han esperado
expresamente hasta pasada la medianoche, hora estándar. Ahora, a las dos de la
madrugada, seguro que le habrá vencido el cansancio.

Algo hace ruido por atrás.

—¡Silencio! —susurra Yuri.

Si hacen ruido, el mercenario sabrá que van a por él. Irina tuerce por el pasillo que
lleva a la cabina. Yuri la sigue. Denise va a la cola del improvisado grupo de asalto. Yuri
se siente como si fuera un guerrero en una misión, y eso que lo único que le apetece es
que le dejen hacer tranquilo su trabajo. Se imagina que el hombre en la cabina es Grigori
y tienen que reducirle. Nota un escalofrío.

De nuevo, un ruido. Parece proceder del pasillo alrededor de la central. Se oye como
si algo estuviera chocando una y otra vez contra la pared. Irina se para.

—¿Nos está siguiendo alguien? —pregunta muy bajito.

—Denise, mira atrás, si viene alguien —dice Meltem—, no vaya a ser que el otro
hombre haya logrado escapar de nuestra celda.
—Vale —responde Denise y retrocede por el pasillo.

—¿No deberíamos seguirla? —pregunta Yuri.

—Seguro que tiene cuidado —afirma Meltem.

Esperar. Yuri está hasta las narices de tanto esperar. Seguro que pronto oirán el
ruido de una lucha. El zumbido y siseo del mantenimiento de vida tapa todos los demás
ruidos suaves.

—¡Ups!

Es la voz de Denise. ¿Ups? Eso no se dice cuando uno se encuentra con el enemigo.

—Venga, vamos tras ella —ordena Yuri y esta vez Meltem le hace caso. A los treinta
segundos, han alcanzado a Denise. Está en cuclillas en el suelo. Frente a ella, un disco
claro que gesticula con el brazo.

—¡Óscar! —grita Yuri.

—¡Calla! —le advierte Irina.

—No hace falta susurrar —dice Óscar—. Soy la solución a todos vuestros problemas.

Típico de Óscar; nunca exagera.

—¿Y por qué nos has abandonado? —pregunta Meltem.

—Pero si preparé vuestra huida a la perfección, ¿o no? Una vez que mi brazo abrió
la puerta, encerré a un mercenario y puse al otro fuera de combate.

—Y entonces te pusiste a buen recaudo —dice Meltem.

Ahora es ella la que exagera. A fin de cuentas, Óscar ha vuelto.

—Mis simulaciones dieron como resultado que, sin trajes espaciales, la probabilidad
de escapar es igual a cero. Así que abandoné esta nave por la esclusa de carga al fondo
del almacén y me lancé hacia la Ganymed Explorer.

Eso no debe haber sido nada fácil. Óscar no posee propulsión que funcione en el
vacío. Tiene que haber apuntado con gran precisión.
—¿A qué distancia está nuestra nave? —pregunta Yuri.

—Está unos cien metros detrás de nosotros, en la misma órbita. Así que tuve que
trepar a lo largo de toda la nave y lanzarme desde la punta.

—Y con una precisión milimétrica para no fallar el objetivo —exclama Yuri—.


Menuda proeza.

—Esa no fue la parte más difícil de la huida —responde Óscar—. Nuestros


secuestradores podrían haber asegurado la Ganymed Explorer, pero no era el caso, por
suerte. Allí hice un paquete con vuestros trajes y los puse en el módulo de aterrizaje;
luego dirigí el módulo hacia aquí. Está esperando junto a la compuerta de la bodega.

—Pues sí, Óscar, toda una proeza —murmura Denise.

—Vale, bien, no está nada mal. Pero no creas que ahora ya me fío de ti —dice
Meltem—. Seguro que nos ocultas de nuevo más planes secretos.

Yuri suda, a pesar de que la ventilación del traje sopla con fuerza. Han cargado el
módulo de aterrizaje hasta arriba. Como no saben cuánto tiempo estarán en la
superficie, han sido muy generosos con el avituallamiento. La masa total está algo por
encima de las especificaciones, pero Meltem está segura de que las tolerancias han sido
calculadas con mucha generosidad. Seguro que llegan sanos y salvos abajo.

Ya se ha asegurado cada uno un lugar entre las cajas. Meltem está delante, a los
mandos. Pero su camino no los llevará directos al planeta, porque primero quiere visitar
una vez más la Ganymed Explorer. Meltem quiere limitar el acceso, por si los
mercenarios regresaran de la superficie. Y quieren intentar encontrar en lugar donde
han aterrizado los otros con ayuda del telescopio sobre la cubierta exterior. Tal vez
existe algún peligro inadvertido, que deberían tener en cuenta.

—¡Equipo exterior a Holandés Errante, respondan! ¡Equipo exterior a Holandés


Errante, respondan!

La radio del módulo está escuchando en el canal por el que emite el equipo de
mercenarios desde el planeta. Óscar tampoco pudo superar la protección por contraseña
del ordenador principal. Esa es una mala noticia, ya que solo con ella podrían lograr
transferir las reservas de masa de apoyo del Holandés Errante a su nave. Necesitarán
llegar a algún tipo de acuerdo con el equipo exterior. La Vera esa tiene que darles la
contraseña. ¿Qué pueden ofrecerle a cambio? ¿Su vida?

—¡Equipo exterior a Holandés Errante, respondan!

—¿No deberíamos contestar? —pregunta Denise.

—No. Ya no podríamos sorprenderles —indica Meltem.

—¡Equipo exterior a Holandés Errante, respondan! Chicos, ¡no puede ser verdad!
¿Estáis ahí arriba en plena orgía? Necesitamos ayuda urgentemente. Pippen y Crowley
también han desaparecido. ¡Desde ahí tenéis la mejor forma de ver lo que pasa! Estamos
buscando por todas partes, pero no resulta fácil; estamos constantemente bloqueados
por descargas.

—Dame los auriculares. —Es la voz de Vera—. Dimitrenco y Shultz, si no movéis el


culo de inmediato y no activáis el telescopio, os meteré personalmente el táser lo más
adentro posible de vuestros traseros y pulsaré el botón hasta que se haya descargado
del todo. Y mis hombres restantes mirarán, reirán y aplaudirán a gusto. Espero vuestra
respuesta.

Pobre Shultz y pobre Dimitrenco. Y es que no pueden hacer para solucionarlo. Al


menos no tienen que oír las fantasías escabrosas de su jefa.

—Realmente está a 180, la tía —exclama Irina.

—Sí; no me apetecería nada encontrarme ahora con ella —reconoce Yuri—. Seguro
que no son amenazas vacías.

—¿Todos con el cinturón abrochado? Voy a arrancar —informa Meltem.

La capitana suelta el módulo de aterrizaje hábilmente de la Holandés Errante. Pero


¿dónde está su propia nave? ¿No dijo Óscar que estaba detrás? Están en la popa de la
Holandés Errante, así que debería poder verse.

—¿No estaba la Ganymed Explorer aquí detrás? —pregunta Yuri.


—No, la Holandés Errante frenó con la popa por delante en la órbita. Así que sigue
volando de espaldas. Allí estamos ahora, así que tengo que dejar que la nave nos
adelante —aclara Meltem.

La aceleración presiona a Yuri en su asiento. ¿No ha dicho Meltem algo de «dejar


que nos adelante»? Intenta recordar los cursos básicos de mecánica orbital. Acelerar
para frenar, claro. Meltem acelera, el módulo alcanza una órbita superior y vuela más
despacio.

Rápidamente, pasa por debajo de ellos la gigantesca nave que seguramente ha


alquilado la aseguradora Union. Será una amortización extraordinaria bastante cara.
Meltem vuelve a frenar y alcanzan la órbita original. La Ganymed Explorer también
vuela de espaldas, con la popa por delante, pues, por ahora, detrás es delante y ya han
llegado a su destino.

Se le hace raro entrar de nuevo en la Ganymed Explorer, de la que fueron


secuestrados con tanta sorpresa. Esa nave se había convertido en su casa, como antes la
base de Héctor. ¿Por qué será? ¿Qué necesita él para sentirse en casa? No puede ser la
decoración, y mucho menos el confort o las vistas panorámicas desde la ventana del
salón. Así que solo quedan las personas. Meltem, Denise, Irina y, en cierta manera,
Óscar han sido su familia en los pocos meses que ha pasado a bordo.

—Óscar, busca con el telescopio cualquier indicio del aterrizaje de la lanzadera de


nuestros secuestradores —ordena Irina—. Date prisa, no sé cuánto tiempo nos queda.
Te esperamos en la central.

Flotan por los solitarios pasillos. De vez en cuando, Yuri ve una caja volando por el
techo o cerca de una pared. Seguramente las haya perdido Óscar. Habrá actuado con
prisa cuando se dedicó a cargar el módulo. En los pasillos hace bastante más frío que
antes. El mantenimiento de vida ha detectado que no queda nadie a bordo.

En la central, Meltem pone de inmediato el ordenador principal en marcha.

—Bien, parece que nadie ha accedido aquí a nada.

—¿Cuál es el plan? —pregunta Denise.

—Has hecho bien en enviar a Óscar de inmediato afuera, Irina —dice Meltem—. Así
podremos hablar tranquilos.
—Necesitamos las imágenes del telescopio —responde Irina—. ¿Sigues sin confiar
en él?

—¿Cómo podría? Nos ha mentido varias veces.

Meltem escribe algo en el teclado.

—¡Equipo exterior a Holandés Errante respondan! —se oye por los altavoces de
inmediato.

Yuri reconoce la voz de Frank Strombomboli. Los de abajo no se rinden.

—He conectado la frecuencia del equipo exterior. Así sabremos cuáles son sus
planes —dice Meltem.

—¡Equipo exterior a Holandés Errante, respondan! No nos queda más que suponer
que ahí arriba ha pasado algo no planificado. Pues no creo que seáis tan gilipollas como
para mirar divertidos y calladitos cómo nos morimos.

—Joder, Strombomboli, nada de lamentos ni lloriqueros, ¿vale?

Una voz femenina; solo puede ser de Vera.

—Solo porque hayamos perdido a Banerjee no significa que vayamos a morir aquí
abajo. Yo, al menos, no pienso hacerlo. Pues aún tengo una cosa importante que hacer,
que es convertiros la vida en un infierno, si es que nos podríais haber ayudado.

Un muerto más, entonces. A Yuri le gustaría preguntar de qué ha muerto ese tal
Banerjee.

—Holandés Errante a equipo exterior, ¿me recibís?

Esa voz le resulta desconocida y procede de la nave. Mierda, ¿quién será?

—Joder, tío, ¿eres tú, Dimitrenco? Aquí Frank. ¡Al fin! ¿Cómo es que no habéis
respondido antes?

—Nuestros invitados nos encerraron. Lo siento. He logrado romper la puerta y salir.


Parece ser que las puertas de las cabinas tampoco son tan estables.
—¿Os habéis dejado sorprender por tres mujeres y un blandengue? Cuando lo
cuente a los demás…

¿Blandengue? ¿¡Cómo!?

—Tío, que nos superaban en número e iban armados. Alguien ha hecho un mal
trabajo al registrarlos.

«Esa es una mentira como la copa de un pino. Ha sido un robot de limpieza el que te
ha vencido, Dimitrenco, aunque te mueras de vergüenza por ello». Yuri está a punto de
pulsar el botón del micrófono para aclarar el malentendido.

—¿Y Shultz? —pregunta Strombomboli.

—Ya está en el telescopio. Hemos oído los mensajes que habéis dejado. ¿Qué
puñetas os está pasando ahí? ¿Qué ha ocurrido?

—Este planeta se las trae —exclama Strombomboli—. No sabes qué te pasa y, de


pronto, desapareces de la vista. Disuelto en el aire.

—Ya te he dicho antes que nadie ni nada se disuelve en el aire. El cuerpo es


pulverizado —interrumpe una voz masculina.

—Ahí lo tienes, a nuestro superlistillo Albert —responde Strombomboli—. Pero sus


diplomas no sirven de mucho contra la locura que reina aquí. Nos faltan ya a cinco
hombres.

—¿Os faltan? —pregunta Dimitrenco.

—Ni te imaginas lo que pasa aquí abajo. Todo se mueve a lo salvaje a tu alrededor.
El planeta entero, ¿sabes? Te despistas un segundo y ya te ha chafado una pared o te
separa de tus camaradas.

—¿Y el capitán?

—Banerjee ha visto como una de esas cosas le ha pillado. Parecía una nube. Pasó por
encima de él. Ahora Banerjee también ha desaparecido. Por eso necesitamos el
telescopio. Tenéis que decirnos si están localizables por algún otro lugar. Dice Vera que
no abandonaremos a nadie. Solo cuando nos hayamos convencido de que están todos
muertos excepto nosotros, volveremos con la lanzadera.
—Vale. Contactaremos tan pronto sepamos algo más.

—Vera pregunta qué ha pasado con los prisioneros.

—Han desaparecido sin dejar rastro. No tenían trajes ni lanzadera, así que deben
estar a bordo, pero no los encontramos.

—Dejadlos en paz por ahora, cuidad de vosotros mismos y poned en marcha el


telescopio de mierda de una vez. Equipo exterior, out.

—No pinta nada bien —exclama Denise.

—¿Para los de abajo, quieres decir? —pregunta Yuri.

—Y para nosotros. Aunque pierdan a más gente, en algún momento volverán a su


nave y se encargarán de nosotros. No podemos hacer nada contra sus armas ni su
formación militar.

—Podríamos atrincherarnos aquí —comenta Yuri—. Convertimos la central en un


castillo.

—Entonces entrarán por la fuerza —indica Denise—. Una carga de dinamita abre
cualquier puerta.

—Denise tiene razón —dice Irina—. La Ganymed Explorer es una trampa mortal. Y
el combustible que necesitamos para no quedarnos aquí de por vida está allá.

—¿Quieres asaltar su nave? —pregunta Yuri.

—No. Olvidémonos por ahora de la Holandés Errante. Debemos pillarlos allí donde
son más débiles.

—En efecto —reconoce Meltem—. Sabemos más de Anfitrite que ellos. Tenemos que
aprovechar esta ventaja. Aterrizaremos.

—¿Y entonces? —interviene Denise—. ¿Ayudamos al planeta a cargárselos a todos?

—Si hace falta, sí —dice Meltem.


—¿Y si nos pilla a nosotros también?

Óscar entra flotando en la central. Denise e Irina están ya en el módulo de aterrizaje,


solo quedan Meltem y Yuri esperando al robot, que esta vez se ha tomado un tiempo
inusualmente largo. Ya llevan los trajes puestos.

—Ya era hora de que llegaras —se queja Meltem.

—No pude ir más deprisa —dice Óscar—. Tenía que hacer una simulación más.

—¿Ahora, qué prisa tenemos? —pregunta Meltem.

Yuri está haciendo paquetes de comida y señala hacia la salida. Ahora ya tendrían
que marcharse. Óscar ya les contará todo de camino.

—Hay una cosa que me ha llamado la atención —menciona Óscar.

—Qué bien —se burla Meltem—. Venga, que tenemos que marcharnos ya.

Ella también coge su equipaje. Yuri flota por delante. Ojalá quepan los tres en la
esclusa.

—He comparado las fotos de la superficie durante varias órbitas —informa Óscar.

—¿Y?

—Hay un sistema detrás del movimiento de las serpentes.

—Eso ya lo sabíamos. No son animales que se desplacen por voluntad propia por el
suelo —dice Meltem.

—He podido desentrañar el sistema.

—Con eso consigues puntos para el examen.

Yuri levanta la mirada. A Óscar le importan un bledo los puntos. Para él, todo es
eficiencia. No mencionaría su descubrimiento, si no fuera porque servirá para aumentar
la eficiencia.
—El sistema nos permite recorrer mayores distancias en Anfitrite de forma segura y
sin llamar la atención —explica Óscar.

—Tampoco tenía la intención de conducir mucha distancia por ahí abajo —dice
Meltem—. Aterrizaremos cerca de la lanzadera de nuestros perseguidores y luego ya
veremos.

—Demasiado peligroso. La zona no es estable. Por eso se pusieron los otros en


peligro. Deberíamos aterrizar en la planicie que ya habíamos descubierto.

—¿A qué distancia está de ahí la otra lanzadera? —pregunta Meltem.

—A unos 300 kilómetros.

—Ni hablar. 300 kilómetros a pie en este caos, eso no lo conseguimos jamás en la
vida.

—No es un caos —afirma Óscar—. Las serpentes se mueven según un horario


determinado que depende de su posición sobre la bola.

—Como las mareas de la Tierra —interviene Yuri.

—Sí, aunque las fuerzas desencadenantes no parten en este caso de una luna o del
Sol.

—Entonces algo más parecido a la tectónica de placas de la Tierra —dice Yuri—.


Una tectónica que ha tomado anfetas.

—¿Y de qué nos sirve eso? —pregunta Meltem.

Yuri ya empieza a tener una idea.

—Si nos subimos a las serpentes adecuadas, podemos desplazarnos en pocas horas
desde nuestro punto de aterrizaje a cualquier otro punto del planeta —asegura Óscar.

—¿Así que has calculado ya un plan de viaje? —pregunta Meltem.

—Sí, algo parecido. Puedo predecir cuándo nos tenemos que subir o bajar.

—Eso es genial —dice Yuri.


Han llegado a la esclusa. Introduce sus sacos y asciende al techo, donde aún queda
algo de sitio.

—Pero hay un pequeño inconveniente —menciona Óscar.

—Lo que yo pensaba —murmura Meltem.

Entra de espaldas en la esclusa, arrastrando sus bultos al interior. Óscar la sigue.

—Hay un cierto factor de casualidad —explica Óscar—. A veces, las serpentes se


detienen, seguramente para evitar colisiones.

—Aunque, al parecer, son también capaces de pasar unas por encima de las otras —
dice Yuri.

—Pero eso requiere muchísima energía cinética —indica Óscar—. Por eso, en
muchos casos sale a cuenta parar un rato. Pero luego, en qué dirección seguirá es algo
donde parece que la casualidad tiene la sartén por el mando.

—Entonces deberemos saltar mientras se muevan —opina Meltem.

—Te olvidas de las dimensiones de estas estructuras —dice Óscar—. Subirse a ellas
supone, en el mejor de los casos, trepar un par de cientos de metros. Eso es más fácil
cuando las serpentes se han parado.

—Entonces mejor aterrizar cerca de la otra lanzadera —responde Meltem.

—Allí no hay sitio que no se vea influenciado por una serpens durante más de diez
horas.

—Ojalá no lo sepan los otros —dice Meltem—, si no, despegarán antes de que
podamos alcanzarles.

Meltem apaga las luces para el vuelo de aterrizaje. Se ha empeñado en hacer las
maniobras a mano. Yuri mira a través del pequeño ojo de buey junto a su asiento. Al
principio no puede ver nada, pero luego sus ojos se van adaptando. El planeta brilla
bajo ellos. Es un rojo tan oscuro como nunca había visto antes. Algo así como lava casi
enfriada, a punto de convertirse en roca de basalto.
Ese mundo muerto comienza a tener estructura a medida que se van acercando.
Meltem ha elegido un vuelo directo, sobrevolando solo una parte del planeta. Yuri
respira para contrarrestar la presión. No hay atmósfera que les frene la aproximación.

Las montañas se dividen. Aparecen precipicios de la nada, que revelan su existencia


por las sombras que se extienden hacia todos los lados como las estribaciones de un
tumor canceroso gigante. Pero no es más que un efecto óptico. Se imagina que algo es lo
que, en el fondo, no es. En realidad, se trata de una especie de cordilleras montañosas,
son las serpentes, que por su movimiento crean y modifican los surcos.

¿Existirán también serpentes en el manto interior del planeta? Allí debe encontrarse
el auténtico secreto de Anfitrite, el mecanismo que pone en movimiento todas esas
arrugas en su superficie. Pues, aunque las serpentes tengan diámetros de algunos
kilómetros, en comparación con el tamaño del planeta no son más que las arrugas en la
frente de un joven enfurruñado.

—Aterrizaje en cinco minutos —informa Meltem.

Yuri se agarra instintivamente a los apoyabrazos, como si el aviso de Meltem tuviera


alguna consecuencia física. Pero es que ni siquiera pueden aún ver la planicie que han
elegido para aterrizar. Aparecerá pocos segundos antes de tomar tierra, cuando ya sea
imposible cancelar la aproximación.

Las montañas bajo él son ya gigantes y empiezan a moverse como si su pronta


llegada las estuviera poniendo en marcha.

—Anfitrite se está preparando para recibirnos —dice Yuri.

—Venga ya, solo son fenómenos naturales —exclama Meltem.

Yuri se fija en una de las serpentes que están sobrevolando. Acaba donde se cruza
con otra estructura. Todo parece inmóvil. Yuri mira un momento hacia delante, luego
de nuevo hacia fuera, y la serpiente parece haber dado un repentino salto.

—Solo se mueven cuando no se las mira.

—Querrás decir, que solo te das cuenta del movimiento cuando apartas la mirada un
momento —interviene Meltem.

No la contradice. Seguro que tiene razón y, además, hay que sumar el propio
movimiento de la cápsula. El ojo humano no es buen utensilio para medir distancias.
De repente, el módulo cae. Denise profiere un grito.

—Todo bajo control —dice Meltem—. Ha sido el ajuste automático de altura. Hemos
sobrevolado una hendidura y el sistema automático ha adaptado la altura de vuelo. Lo
he desactivado. No hay nada como un buen mando manual.

Yuri ve primero la sombra y luego la pared hacia la que están volando a toda
velocidad.

—¡Meltem, cuidado! —grita.

—No te preocupes. Sé lo que me hago.

La pared se precipita hacia ellos. Yuri siente las palmas de las manos húmedas. Pero
entonces gira, justo antes de chocar. De un momento al otro ve cómo están
sobrevolando el lomo de la serpiente a muy poca distancia. Desde el espacio, la piel de
las serpentes parecía casi lisa, pero de cerca es ya otra cosa. Esa montaña hueca está
plagada de grietas, entre las que asoman rocas como una ristra de dientes afilados. Allí
abajo podría estar esperándoles un monstruo prehistórico.

Una fuerza le empuja hacia izquierda. Meltem está girando. La cápsula abandona la
espalda de la serpiente como un insecto en busca de alimento. Entran en el surco que
hay al lado pero, para decepción de Yuri, la piloto no deja que la máquina descienda.
Debería ser interesante bajar hasta el fondo del surco.

—¿No podríamos bajar un poco más? —propone Yuri.

—Demasiado peligroso —dice Meltem—. Estos valles entre serpentes cambian con
facilidad su anchura. De todas formas, ya casi hemos llegado.

La aceleración le presiona en su asiento. Vuelven a volar sobre el suelo, con ese


aspecto de carbonizado. Ojalá tenga tiempo suficiente para analizar el suelo. Una curva
a la izquierda y Meltem gira de nuevo a la derecha. Parece que se lo está pasando en
grande. Una de esas rocas como dientes pasa junto a la ventanilla de Yuri. Los surcos
muestran su auténtica cara. Parece como si un dragón gigantesco hubiera clavado sus
garras en la piel de la serpiente, tras haberla carbonizado con su aliento.

Pero el dragón habrá perdido la batalla, pues las serpentes siguen vivas, aunque
muestren las cicatrices de esa posible confrontación. El cinturón se le clava en el
estómago y en los hombros. El módulo desciende en caída libre. La sangre le llega a la
cabeza, le presiona las sienes y sufre un terrible ataque de migraña.
—Aterrizaje en 60 segundos —informa Meltem.

Yuri se obliga a mantener los ojos abiertos, aunque en el borde de su campo de


visión aparezcan rayos. Hacía mucho que no sufría tanto esos pinchazos en sienes y
frente.

—Estoy recibiendo datos muy raros de tu estado físico —comenta Denise—. Tu


EEG…

Ella recibe los datos médicos de toda la tripulación.

—Todo bien —consigue balbucear Yuri—. Ya se me pasa.

—200 metros —dice Meltem—. Propulsores en nominal.

—Nada llamativo en el radar —asegura Irina—. Parece que es el único lugar en este
planeta con una superficie tan plana.

Yuri aprieta los dientes. En pantalla hace zoom hacia atrás para poder ver toda la
planicie. Dos de las serpientes acaban en esquinas opuestas del cuadrado. Parecen estar
esperando a la comida que se va a servir en esa planicie.

—Podría ser una trampa —dice Yuri.

—Bobadas —exclama Meltem.

—¡Es la única superficie plana de este tipo en todo el planeta!

—El Monte Olimpo en Marte también es único y no es una trampa.

Meltem tiene razón. Las serpentes no son serpientes que necesiten comer. Pero aun
así…, le está costando mucho respirar. De repente se ve agachado sobre Grigori
apretándole el cuello. Se le tensan todos los músculos.

—¡Aborta, aborta! —grita.

—Tienes que respirar —dice Denise—. Respira. Tranquilízate. Es un ataque de


pánico.

—120 metros —informa Meltem—. Ya casi lo hemos logrado.


—Su saturación de oxígeno es crítica —dice Denise.

—¡Que respires, coño! ¡Venga, respira! —le grita Irina en su cabeza.

Yuri se asusta y en el mismo momento que se olvida de que debe respirar, consigue
respirar. Mierda, ¿qué ha sido eso?

—80 metros —anuncia Meltem.

—Los valores de Yuri mejoran —dice Denise.

Si no fuera por Irina, se habría asfixiado. Seguro. Yuri mira por la ventanilla. El aire
alrededor del módulo de aterrizaje se llena de polvo; seguramente levantado por los
gases de escape de los propulsores.

—Los sensores indican una tenue atmósfera, sobre todo de CO2 y nitrógeno —
afirma Irina—. Una décima parte, más o menos, de la presión en la Tierra.

Es sorprendente. La atmósfera debería haberse congelado en su mayor parte.

—50 metros —informa Meltem.

Ha frenado su descenso, quizás para dar a Irina más tiempo para las mediciones.

—Corrijo —dice Irina—. Parece que los sensores estaban tan sorprendidos como yo,
por lo que han necesitado más tiempo. Hay mucho oxígeno, casi un cuarenta por ciento,
con gran cantidad de carbono atómico.

—Pero no os hagáis ilusiones —expone Denise—. A 0,1 bar, un 40 por ciento de CO2
no es ni de lejos suficiente para respirar sin casco.

—30 metros —informa Meltem—. ¿Me dais el OK final?

—No hay nada en el espectro visible. Estamos levantando muchísimo polvo. Pero el
radar dice que el suelo está bien. OK por mi parte —dice Irina.

—Secuencia de aterrizaje iniciada —anuncia Meltem.

Debajo de ellos se nota algo que se mueve. El tren de aterrizaje se ha desplegado.


Fuera todo es negro, no se ve ni una estrella. ¿Qué tipo de polvo era ese? ¿No ha dicho
Irina algo de carbono atómico? ¿Qué pasa cuando se junta carbono y oxigeno con una
llama encendida?

—¡Tienes que abortar el descenso! —grita Yuri.

—Denise, ¿qué pasa con él? —pregunta Meltem.

—Yuri está OK. Pulsaciones aceleradas, presión sanguínea normal, oxigenación


suficiente. Dentro de su cerebro, ya no puedo mirar.

—Pero ¿es que no lo veis? Estamos rodeados de carbono y de grandes cantidades de


medios de oxidación. ¡Y vamos a meter nuestros propulsores calientes en medio de eso!

Meltem reacciona con rapidez. Pulsa un botón y el propulsor se apagada.

—¡Agarraos! —ordena—. ¡Espero que el tren de aterrizaje lo soporte!

La lanzadera cae a plomo. Anfitrite solo tiene una gravedad similar a la de Marte,
pero el módulo pesas sus buenas dos toneladas. Fuera explota una repentina claridad.
Una intensa luz amarilla y blanca entra por los ojos de buey. Yuri cierra los ojos medio
segundo demasiado tarde. Le quema la retina. Se ha quedado ciego. Se lleva las manos
al casco, pero no se lo debe quitar. Ojalá el módulo soporte esa caída.

—1300 grados en el casco exterior —informa Irina.

—No hay problema —dice Meltem—. Este módulo puede aterrizar en una atmósfera
donde habríamos alcanzado los 2000 grados.

El brillo va cediendo. Yuri abre los ojos. Solo una rendija, pero lo suficiente para ver
una ola de fuego recorrer la planicie, con la nave en su centro. Menuda introducción. Si
él fuera Anfitrite, expulsaría a estos impertinentes visitantes fuera del planeta. Pero no
se trata de un ser vivo.

¡Catacrac! El tren de aterrizaje toca el duro suelo. Intenta sujetar el módulo, pero no
lo consigue. No está hecho para aguantar diez veces la masa estática del módulo. La
construcción de acero se parte. El ruido con el que se rompen las riostras atraviesa a
Yuri hasta la médula.

El propulsor toca entonces el suelo y por toda la nave suena como un redoble de
campana. El propulsor es macizo en su parte más inferior. No cede tan fácilmente como
las patas de aterrizaje y transmite toda la fuerza del choque al módulo de aterrizaje.
Yuri suelta un gemido cuando llega a su asiento. Diez g o más, aunque solo durante un
segundo. Tiene la sensación de que se le parten todos los huesos, incluso los más
pequeños. Denise grita e Irina suelta palabras en ruso que no ha oído jamás. El módulo
entero se inclina hacia un lado. Yuri pierde su peso y lo vuelve a ganar cuando su
cabeza es agitada hacia los lados como el badajo de una campaña.

Yuri huele su propia sangre. Le resbala por la comisura de los labios. Han llegado.
Esta es la buena noticia. Pero el módulo habrá quedado inutilizado. Esa es la mala.

—¿Estado? —pregunta Meltem.

—Triturada pero viva —dice Irina.

—Yo… me duele todo —balbucea Denise—. Pero soportable.

—Estoy bien —dice Yuri.

—Tal vez debería haber pilotado yo el módulo —menciona Óscar.

—Venga, Yuri, tú primero —dice Irina.

Yuri duda.

—Si ya no importa; serás el número 7 u 8 —comenta Meltem—. Me apuesto


cualquier cosa que esa Vera habrá pisado el planeta incluso antes que su capitán.

—No la quieres mucho, ¿a que no? —dice Yuri.

—Es una tía muy dura, lo cual admiro en muchos sentidos. En este negocio no
habría llegado muy lejos de otra forma. Pero nada de eso va a hacer que me caiga
simpática.

—Pero a lo mejor es nuestro único billete de vuelta desde aquí —indica Irina.

—Le sacaré ese billete a bofetadas.

—Ella va armada, tú no.


—Pues ya se nos ocurrirá alguna otra cosa. Pero no pienso ponerme de rodillas para
pedir clemencia.

La luz pasa a verde. Yuri pulsa el botón de apertura de la esclusa. La compuerta


exterior se sacude un poco, pero permanece cerrada.

—Se ha atascado. ¿Me ayudáis? —pregunta.

Irina presiona las manos contra la puerta y apuntala los pies contra la pared opuesta
para hacer presión. La puerta se abre con un ligero quejido y entran unos hilillos de
humo. Yuri da instintivamente un paso atrás.

—La atmósfera no es peligrosa —afirma Óscar.

Fuera, detrás del ojo de buey, el humo parecía más denso de lo que es ahora bajo la
luz de los focos.

—Yuri, que es para hoy —exclama Meltem.

Yuri pasa una pierna por encima del borde de la esclusa. La apertura rectangular de
la compuerta está inclinada, como toda la parte superior del módulo. Se sienta en la
esquina inferior y observa el suelo, a metro y medio más o menos de distancia. La
escalerilla que debería llevarle hasta la superficie está doblada. El suelo parece duro;
refleja la luz del foco con bastante intensidad. Yuri se suelta y salta.

Aterriza fácilmente con las piernas flexionadas y se levanta. Entonces da un paso


para apartarse del módulo. ¡Su primer paso en un planeta extraño! Disfruta de la
sensación, aunque solo dure un instante. Entonces se gira. En la compuerta espera
Denise. Es la más pequeña del grupo.

—Déjate caer.

—¿De qué es el suelo? —pregunta Meltem.

—Diría que es agua helada —contesta Yuri.

Denise salta y aterriza a su lado.

—Uf —exclama—. Quién diría que pondría un pie en un planeta recién descubierto.

—Os voy a lanzar a Óscar —dice Meltem.


—Cuidado que soy delicado —exclama Óscar.

El disco le llega volando a Yuri que lo pesca al vuelo y lo coloca en el suelo.

—Gracias —dice Óscar.

—Agradécelo analizando todo lo que veas aquí.

—Entendido.

Yuri se aleja un par de pasos del módulo de aterrizaje mientras Irina y Meltem
descienden a la superficie. Desde allí puede observarlo mejor. El tren de aterrizaje está
destrozado. El módulo mismo, en forma de tonel, no parece dañado, pero la conexión
con su propulsor parece torcida. Ahora parece más un robot deforme que se inclina
respetuosamente ante un amo extraño.

—Nuestro heroico módulo ya no tiene buena pinta —comenta Yuri.

—El propulsor está aún allí. Solo tendríamos que volver a montar el tonel del
módulo de alguna forma encima —dice Denise.

—Para eso necesitaríamos una grúa. Incluso aquí, el trasto este pesa un par de
toneladas.

—Al menos no tendréis que preocuparos por una supervivencia a largo plazo —
anuncia Óscar.

—¿Por qué? —pregunta Denise.

—Tenemos agua helada en el suelo, hay oxígeno en el aire y carbono con el que la
instalación de reciclado puede elaborar alimentos.

—Ese carbono lo hemos quemado —dice Yuri.

—No del todo. Aún queda mucho en el polvo y seguro que mucho más en un
perímetro más alejado.

Irina se pone junto a Yuri y le pasa un brazo por el hombro.

—¿Alguna idea de por qué hay tanto carbono aquí, Óscar?


—Podría ser.

—Pues suéltala.

—Los sensores de la nave seguramente se equivocaron. Encontraron carbono


atómico porque solo buscaban eso. Pero aquí hay compuestos bastante más
complicados de carbono. Me parecen excelentemente adecuados para aprovechar la
energía de cualquier radiación electromagnética.

—¿Como una especie de fotosíntesis? —pregunta Denise.

—Es un proceso químico totalmente distinto, pero sí, la función sería comparable.

—El planeta no es tan negro porque refleje poca luz, sino porque su superficie la
aprovecha toda —comenta Yuri.

—Entonces ¿podríamos decir que es un tipo de vida? —pregunta Denise.

—Es demasiado pronto para concluir algo así —asegura Óscar.

—Pues yo espero y deseo que no sea ningún tipo de vida —dice Yuri.

—¿Por qué? —inquiere Meltem—. ¡Sería toda una sensación!

—Porque si fuera algo vivo, habríamos desencadenado un genocidio con nuestro


propulsor.

—¿Óscar? Necesitamos ahora tus horarios de trenes —dice Irina.

—Muy sencillo —contesta Óscar—. Caminamos hacia el oeste y superamos la


primera serpens con ayuda del derrumbe que hay allí. Paralela a ella hay otra que se
mueve claramente más rápido y va en dirección sur. Así que bastará con subirnos al
lomo de la serpiente para descolgarnos luego con cuerdas en el momento adecuado y
habremos alcanzado a los demás.

—Casi demasiado fácil —dice Yuri—. ¿Cuánto vamos a necesitar? ¿Llegaremos


antes de las 20 horas, hora estándar?
Serían siete horas. Yuri nota ya claramente su cansancio. Hoy se levantaron poco
después de medianoche. Un día de locura total. A los demás les pasará lo mismo.

—Yo preferiría pasar aquí la noche —comenta Irina.

—Pero nos sabemos hasta cuándo se quedarán aquí los otros. Si se marchan, todo
habrá sido en balde —responde Meltem.

—Tiene razón —concuerda Yuri—. Tenemos que continuar.

—Aquí tenéis vuestro equipo de escalada —dice Óscar.

Una cuerda le llega al brazo. Yuri mira hacia arriba. Allí está el robot, distribuyendo
cuerdas entre todos.

Necesitan algo más de media hora para recorrer los tres kilómetros que les separan
del borde de la planicie. La zona derrumbada destaca ya sobre ellos como la sombra
más oscura de lo que les rodea. Yuri estudia una y otra vez el polvo que cubre el suelo.
Allí donde aterrizaron era de un tono gris blanquecino, pero aquí es casi totalmente
negro.

Entrega a Óscar una muestra.

—¿Cuál es la proporción de ceniza?

Óscar se introduce la prueba bajo su cuerpo como una gallina que va a incubar sus
huevos.

—Cero —dice entonces Óscar.

—¿No hay ceniza? Pero si la muestra es totalmente negra.

—Aquí te estás confundiendo. El fuego causado por nuestro propulsor no ha


generado cenizas. La mezcla gris, parecida a ceniza, que hay en el suelo es una mezcla
de hielo de agua y dióxido de carbono, que se ha cristalizado del aire.

—Gracias por la aclaración. Estos componentes negros en el polvo, ¿son carbono?

—Sí, son los compuestos de carbono de los que hablábamos antes.


—¿Están vivos, Óscar?

—Utilizan la energía captada para convertirse en moléculas más complicadas. Pero


no se reproducen y no se desarrollan de forma cualitativa. Según las definiciones
conocidas, no se trata de vida.

—Gracias, eso me tranquiliza.

—¡Silencio! Algo está pasando con los otros —dice Meltem—. Cambiad a su
frecuencia.

—¡… a equipo externo, respondan!

—Aquí equipo externo. ¿Qué hay?

—Acabamos de revisar las imágenes de la última hora.

—¿Habéis encontrado a Carrington?

—No, ni rastro de él.

—Tenéis que mirar hacia el este desde donde estamos. Fue lento al descolgarse y ha
sido arrastrado por una de estas estructuras hacia el este.

—Ya hemos mirado al este y hemos visto algo que deberíais saber, Frank.

—¡Pues dilo ya!

—Al este de vosotros ha aterrizado algo. Suponemos que es el módulo de aterrizaje


de la Ganymed Explorer. No tenemos ni idea de cómo nuestros prófugos lo habrán
conseguido, pero si no es su lanzadera es que son alienígenas.

—¿Y eso por qué?

—Porque al aterrizar han organizado un auténtico festival de fuegos artificiales.


Dice Shultz que eso no podría haberlo hecho jamás un módulo de aterrizaje. Debe haber
algo más grande detrás de eso.

—Pero tú no te lo crees, ¿verdad?


—No. A Shultz se le suele desbordar a veces algo la fantasía. Quizá les ha saltado el
propulsor por los aires o algo así.

—¿Crees que habrán sobrevivido el espectáculo que cuentas?

—Ya había pasado cuando eso aterrizó del todo. Los módulos de aterrizaje suelen
soportar bastante bien el calor, por lo que no creo que el problema se haya solucionado
por sí solo. Así que deberíais estar atentos por si alguien se os acerca desde el nordeste.

—Gracias por el aviso. Pero ¿por qué tendrían que venir hacia nosotros? ¿Crees que
se quieren entregar voluntariamente? —Se carcajea.

—Los últimos metros los han bajado a mucha velocidad. Podría ser que haya
quedado inutilizable, así que seríais su única oportunidad de salir de ahí.

—Entiendo. Mantendremos los ojos bien abiertos. Pero seguir buscando como sea a
Carrington, cualquier indicio nos servirá. Es el penúltimo que nos falta. Él y Cichewski,
y entonces podremos salir de aquí. No tendría nada en contra de ello. Cuando pienso
cómo quedó el viejo desmenuzado, se me ponen los pelos de punta.

Comienza el ascenso. Óscar ha buscado con su radar la zona donde el derrumbe


llega más abajo. Aun así, tienen que superar todavía unos 50 metros de pared voladiza.
Suerte que el robot ha pensado en el equipo de escalada. Yuri fija un gancho de
seguridad. La pared exterior de la serpens es de un material blando en el que no cuesta
nada insertar los ganchos. Tira un poco y confirma que ha quedado bien fijado. En
Anfitrite solo tienen un tercio de su peso en la Tierra. Eso debería facilitar mucho la
escalada. Pero Yuri sigue sintiéndose escéptico.

—Yo voy la primera —dice Irina—. Tengo experiencia en escalada.

—Yo no —responde Denise.

—Yo tampoco —añade Yuri.

—Pues entonces me pongo la última —dice Meltem.

Irina les explica cómo tienen que proceder. No importa el aspecto que tenga el
tramo, todo está siempre seguro. Las cuerdas ancladas a los ganchos les sostendrán
aunque dos de ellos cayeran a la vez.
—¿Y si caemos los cuatro? —pregunta Yuri.

—Entonces nos sujetará Óscar —argumenta Irina—, ¿a que sí, Óscar?

Óscar no dice nada. Para él, esta excursión de escalada debería ser muy complicada,
ya que solo tiene un brazo.

—Era broma —dice Irina—. Te llevaré subido a mi espalda.

—Gracias, Irina —exclama Óscar.

—¿No me podrías llevar a mí también a la espalda? —pregunta Yuri.

—Ja. No mientras tengas dos brazos y dos piernas plenamente funcionales. ¡Y ahora
en marcha!

«No mires abajo. No mires abajo». Yuri se siente como una garrapata en busca de un
lugar tranquilo y oscuro en la tripa de su víctima. La serpiente se sacudirá pronto de
encima a este parásito aprovechado, a pesar de que esta serpens apenas se mueve.
¿Cómo funcionará esto en las serpentes que ha elegido Óscar como medio de
transporte?

No mires abajo. Está jadeando. Hay que respirar lenta y profundamente para no
hiperventilar; si no, perderá la conciencia y caerá. ¿A qué altura estarán? Yuri mira
hacia abajo. Unos 40 metros o más. Mierda. Algo tira de él. Caerá, ya no le cabe duda.
De golpe siente como que pesa el doble. Están a punto de fallarle los músculos. Cierra
los ojos. Alguien le sacude un pie.

—¿Yuri?

Es Meltem, que está subiendo detrás de él. Sigue vivo. Su respiración se normaliza.
Pero en su entrepierna nota humedad. Se ha meado en el pañal. Da igual. Para eso está.
El relleno especial lo absorberá todo. Estira un brazo y toca una bota.

—¿Denise?

—Sí… ya… ahora… sigo.

—Tenemos tiempo —dice Yuri—. Yo también acabo de tener un ataque de pánico.


—Bueno saberlo. Ya me encuentro mejor.

La cuerda de seguridad se tensa un poco. Denise sigue trepando y él la sigue. Ya


falta poco para conseguirlo.

—Un momento —pide Irina.

Yuri se para en su movimiento de ascenso. ¿Qué pasa?

—He llegado al borde. Ahora tengo que pasar al otro lado —explica Irina.

Suelta un gemido.

—¡Vale, conseguido! —dice—. Ahora vosotros.

Pues genial. A Irina no parece haberle resultado muy fácil. Su mano toca la bota de
Denise.

—Perdón.

—Uff… Ahh… Uff… Ya está —dice Denise.

—Ahora tú —ordena Irina—. Un metro más y notarás el reborde.

Yuri mira hacia arriba, pero solo ve pared y noche. Se agarra a la cuerda y se tira
hacia arriba.

—¿Y ahora? —pregunta.

Frente a él solo hay la nada absoluta. No puede subir más.

—Tienes que sobrepasar el reborde, evidentemente —dice Irina—. Entonces nos


verás.

—¿Hacia la nada?

—No te compliques la vida. Yo también lo he conseguido —dice Denise.

—Yo te sujeto desde abajo —asegura Meltem.


A Yuri se le escapa un pedo. Ojalá no haya llegado al micrófono del casco. Irina ríe.
¿Se ríe de él? Tiene que hacerlo. Tiene que hacerlo. Tiene que hacerlo. Yuri se agarra con
fuerza y tira. La cuerda está muy tensa y presiona contra la pared. Apenas puede
sujetarse a ella. Engancha los dedos por debajo. Allí está el reborde. Su cabeza asoma
por encima.

—Un poquito más —dice Irina—. Ya te tenemos. Ahora tienes que soltar la cuerda.

¿Que suelte la cuerda? Entonces caerá. Quiere verle muerto, no es más que un lastre
para ella. Claro. Óscar lo ha planeado todo. Sin él pueden volver a la Tierra sin
problemas.

Yuri se suelta y una fuerza tira de su cuello por encima del reborde. Queda tumbado
boca abajo, agotado. Frente a él están Irina y Denise, extremadamente cerca de un
precipicio.

—¿Lo ves? Ya está —dice Irina.

Se arrastra lentamente y mira por el borde hacia el interior de la serpens. Uf. Aquí
no se baja con tanta pendiente. Parece un tobogán de parque infantil. Podrían bajar
simplemente deslizándose de culo. Aunque después vuelve a ir cuesta arriba, pero no
tan vertical como hasta ahora.

Yuri se pone de pie. Aún le tiemblan las rodillas. No tiene que mirar hacia abajo,
donde les espera la nada para acogerles en su abrazo. Irina le da un golpe sobre el
hombro. Incluso a través del cristal del casco puede ver su amplia sonrisa. Parece que se
lo ha pasado en grande trepando. Un escalofrío le recorre la espalda.

—He tardado algo más de lo que pensaba —comenta Meltem.

—No importa, ya lo recuperaremos —dice Irina—. Me alegro de que Denise y Yuri


hayan aguantado tan bien.

—Sí, lo habéis hecho genial los dos —exclama Meltem.

—Deberíamos darnos prisa ahora —dice Óscar.

Irina estira la mano hacia su nuca y baja a Óscar de su espalda, de donde colgaba de
una cuerda.

—La bajada la podrás hacer solito —anuncia ella.


—Me preocupa un poco esa cosa que se ha llevado al capitán de los mercenarios —
dice Meltem.

—El fenómeno tiene una probabilidad del 85 por ciento de ser esa nube que se
mueve a gran velocidad y que vimos con el telescopio —informa Óscar.

—Ya había pensado en eso —asegura Meltem.

—Pero ¿de qué nos sirve? —pregunta Irina—. ¿Podremos predecirla?

—Para eso no disponemos de suficientes observaciones —dice Óscar—. Solo


sabemos que se desplaza a través de las serpentes. Tras escuchar la descripción del
suceso con el capitán, diría que se trata de una nube de partículas subsónicas.

—¿Subsónicas? —pregunta Yuri.

—Rápidas, pero más lentas que el sonido. Las partículas tienen la cualidad de
destrozar a cualquier persona que se encuentre en su camino.

—Muy tranquilizador —murmura Denise.

—Tal vez es un sistema de limpieza para las serpentes —dice Yuri—. Fijaos en las
paredes interiores. Parecen lisas como un espejo. Incluso los trozos caídos del techo tras
el derrumbe parecen estar muy pulidos.

Ilumina hacia abajo con el foco, donde hay varios trozos grandes.

—Yo no haría todavía suposiciones sobre la finalidad —comenta Irina—. Quizá se


trata solo de un equilibrio de presión. Un fenómeno natural que, como efecto
secundario, pule el interior de las serpentes, como el agua y el viento erosionan la
Tierra.

—Qué más da —dice Yuri—. No sabemos cuándo llegará la nube, si es que llega, así
que no nos podemos preparar. Deberíamos darnos prisa y ya está.

Se levanta, se sienta en el borde de la superficie de forma que sus piernas cuelguen


hacia abajo y se da un empujón. Empieza a resbalar hacia abajo gritando «¡¡Yuju!!».
Se encuentran en el punto más bajo. Allí se apilan varios restos grandes del
desprendimiento, por lo que servirían como protección contra la veloz nube asesina. A
Yuri le encantaría estudiar el interior de esta serpiente. Está seguro de que oculta
secretos inimaginables. Solo esa especie de garganta gigante delante y detrás de ellos,
una cueva de varios kilómetros de diámetro y de muchos días de marcha de longitud,
con paredes lisas como ninguna tecnología humana podría conseguir: No hay nada
igual en el sistema solar. Si tuvieran un vehículo sería todo mucho más sencillo. ¿No
había visto un rover primitivo en el almacén de la Ganymed Explorer?

Oye un crujido. Óscar va dando vueltas por el suelo levantando material.

—¿Algo interesante? —pregunta Yuri.

—Es demasiado pronto para sacar conclusiones —responde Óscar.

—Pero seguro que tendrás un par de suposiciones.

—Estoy analizando la cantidad de los dos isótopos de nitrógeno 14N y 15N. Aquí
parece haber mucho más 14N que 15N.

—¿Y eso qué nos indica?

—En el sistema solar, la relación es de unos 270 a 1. Es decir, que por cada átomo de
15N hay 270 átomos de 14N.

—Y aquí es distinto.

—Sí, muy distinto. Aquí la relación es de unos 1500 a 1.

—¿Así que faltan átomos 15N?

—Exacto. Estoy buscando un proceso químico con el que el 15N se comporte


diferente al 14N, pero no encuentro nada en mis bases de datos. Estaría bien poder
conectarse con la Tierra.

—Pues en eso no te puedo ayudar ahora mismo. ¿Y si no existe tal proceso?

—Entonces nos revelaría cosas sobre el origen de Anfitrite.


—¡Interesante! ¿Y de dónde viene este planeta?

—Del centro de la Vía Láctea.

—Pero ¡si eso está a 27.000 años luz de aquí!

—En los centros de otras galaxias reinan circunstancias similares. Anfitrite podría
proceder, también, de otra galaxia.

—¿Habéis oído? Óscar dice que el planeta viene del centro de la Vía Láctea —dice
Yuri.

—Pero te he dicho que esta hipótesis solo sería válida si no existiera una explicación
de por qué ha desaparecido tanto isótopo 15N. Mis datos no son aún suficientes.

—Entonces, deberíamos investigar la serpentes —opina Yuri.

—Más tarde quizás —dice Meltem—. Primero tenemos que conseguir una forma de
volver a la nave.

—Esperad un momento, voy a ver qué hacen los otros —comenta Irina.

Yuri cambia la frecuencia hasta que oye la voz de Strombomboli.

—… en pánico y luego ha desaparecido —está diciendo el mercenario.

—¿Precisamente Marksman? Pero si es un viejo zorro y frío como el hielo —


responde Dimitrenco.

—Por lo visto, vio cómo la nube se llevaba al capitán. En ese momento, yo miraba
hacia otro lado y, sinceramente, me alegro de no haberlo visto.

—¿Entonces siguen faltando dos hombres?

—Otra vez —dice Strombomboli—. Tras encontrar el cuerpo de Cichewski ya pensé


que podríamos ascender, pero ahora Marksman… Ese idiota sabe muy bien que, sin él,
no podemos despegar. Vera no lo permitiría jamás.

—Déjame adivinar… ¿ella no nos está escuchando?


—No, Bill. Está por ahí buscando algo. Reconozco que eso de haberme quedado solo
aquí me toca mucho los huevos y estoy cagado de miedo. No te lo puedes ni imaginar,
pero aquí abajo tienes la sensación de que el planeta entero está contra ti. Siempre hay
algo que se mueve por el rabillo del ojo. Pero cuanto miras, no hay nada.

—Te estás volviendo majara, Stromby. Tómate una pastilla de Que-le-den.

—Ya lo he hecho. No me ayudan en nada. No sabes la suerte que tienes de haber


podido quedarte arriba.

—Deja ya de quejarte, Frank —dice la voz de Vera.

—Ah, la jefa ha vuelto —informa Strombomboli—. Debo cortar.

—Menuda conversación más interesante —exclama Irina.

—¿Tenéis la sensación de que el planeta está contra nosotros? —pregunta Denise.

—No —responde Meltem—, pero me temo que va a cambiar cuando una de esas
nubes convierta a uno de nosotros en polvo y yo tenga que verlo. Espero entonces ser
yo misma la víctima.

—Si no queremos seguir retrasándonos, deberíamos ponernos en marcha —dice


Óscar.

Yuri suda a mares. El ascenso es más cansado que trepar por la pared exterior, pero
al menos es un esfuerzo tolerable. Si resbalara y cayera, tendría que empezar de nuevo,
pero al menos no estaría muerto. Y el hecho de que esa nube se les pueda interponer en
el camino… ¿En serio una simple nube? ¿Qué tipo de nube será?

—Hemos llegado —anuncia Irina.

Si que han ido rápido. Yuri se sube al borde y se pone de pie. De repente pierde el
equilibrio. Delante de él hay una bajada muy empinada. ¿No dijo Óscar que desde aquí
podríamos subirnos a otra serpens que nos llevaría directo a los otros? Allí al fondo, sí,
es verdad, algo se está moviendo. Pero entre ambas serpentes hay un precipicio de al
menos diez metros de ancho y profundidad indeterminada.
—Tenemos que caminar un rato en esta dirección —dice Irina y señala al frente—.
Allí la separación es menor.

—Óscar, ¿por qué no nos has avisado de este precipicio? —pregunta Yuri.

—No lo consideré necesario —dice Óscar—. Es lógico que entre dos serpentes haya
un hueco más o menos grande.

—No hay problema —exclama Irina—. Allí delante el hueco es bastante más
estrecho, ¿lo veis?

—Bien, aquí solo hay como metro y medio —afirma Irina—. Será muy fácil.

Yuri se mira el hueco. Baja profundamente, seguro que hasta la corteza del planeta.
Si uno sobrevive a la caída, seguro que ahí abajo se congela.

—Si lo que hay ahí abajo es helio superfluido, mejor no caer dentro.

—Más bien sospecho que es una capa de nitrógeno congelado —anuncia Óscar—. La
capa de deslizamiento debería estar bastante más abajo.

—Esto tampoco es que mejore las perspectivas —afirma Yuri.

—Voy a saltar al otro lado —dice Irina—. ¿Ves la grieta que hay ahí? Allí te puedes
sujetar bien. Luego me sigues.

—Podríamos tensar una cuerda —opina Yuri.

—El otro lado está en movimiento —dice Meltem—. ¿Cómo funcionaría eso?

—Está bien —reconoce Yuri.

Irina salta. Parece sencillo. Ni siquiera parece haberse esforzado. Le hace un gesto
con la mano desde el otro lado.

—¡Ahora tú! —ordena—. Metro y medio, ningún problema con la baja gravedad que
hay.

Cierra los ojos y cuenta de diez a cero.


—Cero —dice y salta.

Choca contra el otro lado, traslada todo su peso hacia delante y se agarra. Un brazo
aterriza sobre su hombro. Es de Irina.

—Lo has hecho muy bien.

Abre los ojos.

—¿No habrás saltado con los ojos cerrados?

Yuri asiente.

—¡Estás aún más loco de lo que pensaba!

A Yuri le gustaría poder descansar un rato, pero tienen que superar el lomo de la
serpens para llegar a su destino. Son las 20 horas, hora estándar, y lleva de pie desde
medianoche. Por suerte, la parte del ascenso más empinada es al principio. Cuanto más
arriba llegan, más sencillo resulta avanzar. Yuri procura respirar de forma continua y
pausada. De vez en cuando nota un mareo. Entonces se para y mira a su alrededor. ¡Y
eso sí que vale la pena! Sus ojos se han adaptado ya bastante bien, por lo que puede ver
a kilómetros de distancia. No se distinguen colores, pero eso hace que el panorama sea
más embriagador. Puede ver lomos de montañas hasta el horizonte, iguales al lomo
sobre el que caminan. A primera vista parecen estáticos, pero si se fija en solo uno, los
demás parecen alejarse. Es un movimiento tan sutil, que su conciencia tiene problemas
para asimilarlo.

Reacciona con mareos. Yuri mira hacia el suelo, pero la cosa no mejora. Un malestar
le sube por el esófago. ¡Sobre todo no vomitar! Ya tuvo que vomitar una vez dentro del
traje y luego tuvo que estar dentro unos quince minutos más; fue el peor cuarto de hora
de su vida. Su digestión parece tranquilizarse. ¡Bien! Le entra hipo.

—¿Todo bien contigo? —pregunta Irina.

—Sí, de maravilla. Solo quería admirar el paisaje.

Irina no le pregunta nada más. Mejor, porque si no volverá a ser el que siempre los
retrasa a todos.
—Es allí —informa Meltem.

La hondonada más o menos triangular a la que señala está a la sombra de las


serpentes que la rodean. Vera y su gente deberían estar por ahí. Pero siguen sin tener
estrategia alguna para poder convencerla de cualquier tipo de trato. Lo mejor habría
sido que él ya no formara parte de grupo. Si estuviera muerto, Vera tendría esta parte
de su encargo ya solucionada.

—Tened especial cuidado al bajar —dice Irina—. Nos descolgaremos más o menos
desde la mitad de la curvatura. Pero si resbaláis antes, estaréis rápidamente de camino
al abismo.

—Gracias por el aviso —responde Denise.

—No pretendo asustarte. Nos ataremos con cuerdas entre nosotros, eso sin duda.

Bueno, vuelta a empezar. El descenso no es tan difícil como el ascenso, pero tiene el
abismo siempre a la vista. Denise le lanza la cuerda. Se la engancha y la pasa a Meltem.

—Yo soy la más fuerte —dice Irina—, así que esta vez me quedo en la retaguardia.
Meltem, tú primera.

—De acuerdo.

Siempre un paso tras otro y sin parar de mirar las botas. Inspirar, espirar, inspirar,
espirar.

—Parad —dice Meltem y todos se paran.

—¿Qué pasa? —pregunta Irina.

—El suelo que hay delante parece distinto.

—¿Aguantará el peso?

—Da la impresión de que es como si hubiera pasado un meteorito a lo largo de la


pared de la serpens. Ha abierto un surco.
Yuri levanta la mirada. Una banda negra cruza por delante de los pies de Meltem.
Desde su posición no puede ver dentro.

—¿Qué profundidad tiene? —pregunta Irina.

—Unos dos metros —responde Meltem.

—¿Podemos rodearla?

Meltem mira a la izquierda y, luego, a la derecha.

—Nos costaría, al menos, un kilómetro de camino.

Oh, no, un kilómetro a lo largo del abismo. ¡Hoy no es su mejor día!

—La piel exterior de las serpentes tiene un grosor de muchos metros —informa
Irina—. Continuemos.

—Mis simulaciones dan el mismo resultado que mi porteadora —dice Óscar desde
la espalda de Irina.

—¡Pues en marcha! —ordena Meltem.

La cuerda se tensa. Meltem desaparece en el surco. Yuri la sigue. El surco realmente


tiene solo unos dos metros de profundidad. Ha sido más fácil de lo que pensaba. Y al
menos ya no tiene que mirar siempre el abismo. Se le destensa la musculatura y su
digestión da rápidamente señales de vida.

—¿Podemos hacer una pequeña pausa?

—Por mí, sí —dice Irina.

—De acuerdo —contesta Meltem.

Yuri se desengancha de la cuerda. Su digestión tiene una necesidad imperiosa. Si


consigue satisfacerla ahora, podrá quedarse tranquilo; sobre todo porque les falta
descolgarse con la cuerda hasta el fondo.

—¿Qué haces? —pregunta Irina.

Yuri se pone rojo. Suerte que el visor del casco le protege de la mirada de Irina.
—Lo que a veces hay que hacer. No puedo si alguien me está mirando.

—Nos pondremos todos de espaldas —dice Irina.

—Basta con que alguien pudiera mirar.

—Está bien, pero no te vayas lejos.

También es esa su intención. Solo un par de pasos. Se gira en la dirección que recorre
el surco. Seguro que todos lo están mirando. Irina se preocupa por él. No debería haber
dicho nada. Se aleja con cuidado del grupo. El surco se vuelve más profundo. Mira
hacia atrás. Las piernas de los demás han desaparecido detrás de la pendiente. Si ahora
se agacha, será invisible para ellas. Sería perfecto, aunque Irina seguro que se
preocupará aún más. Pobre Irina. Pero ya es mayorcita. Es su decisión. Yuri se agacha,
pero aún puede ver las cabezas de las tres. Así que aún pueden verlo. Retrocede un par
de pasos. Vale. La perspectiva aquí debería ser la adecuada. Al fin tiene su necesario
momento de soledad. Un paso más.

Cae.

Tarda tres eternos segundos en darse cuenta de que ya no hay suelo bajo sus pies.
Sacude brazos y piernas, pero eso no frena su caída.

Por primera vez en treinta años se pone a rezar. Querido Dios, por favor, que sea
rápido e indoloro. No quiere despertarse con la columna rota y asfixiarse durante horas,
incapaz de mover un dedo y obligado a morir en una oscuridad impenetrable. Si
consigue mover la cara hacia delante, quizás el casco se rompe con el golpe. Entonces
solo sufrirá unos treinta segundos.

Golpea con la espalda mientras todavía está pensando. Es un golpe doloroso, pero
no pierde el conocimiento. Y la caída aún no ha finalizado. Resbala dando tumbos. Debe
ser la pared interior de la serpens, que le lleva al fondo como un tobogán.

¡Clong! Eso ha sido su cabeza, que ha chocado contra un obstáculo duro. Le retumba
el cráneo y ahora sí que se ha hecho la oscuridad total a su alrededor. Mierda, se habrá
roto el foco del casco. ¡Ahora ni siquiera tiene luz! Su descenso es ahora más lento.
Estira brazos y piernas, pero no encuentra nada a qué agarrarse.

Entonces se queda allí, como un escarabajo muerto, con las extremidades estiradas
hacia los lados. Nota el sabor de la sangre en la boca. Se habrá mordido la lengua. El
mantenimiento de vida sopla aire fresco en su casco. Chupa del tubo de agua. El agua
solo sabe un poco a hierro. No parece que la herida sea grave. Dobla los brazos y luego
las piernas. No parece haberse roto ningún hueso. El brazo izquierdo le duele, pero es
soportable. Tal vez es solo una magulladura. Su coxis también se resiente. Y su espalda.
Y su cabeza. Casi todas las partes del cuerpo dan señales de dolor hasta que consigue
sentarse. Parece que lo único que no tiene problemas ya es su digestión.

¿Y ahora qué? Toca el foco de su casco. Se ha roto el cristal frontal. No puede


repararlo sin quitarse el casco. Yuri entrecierra los ojos, pero no consigue ver nada. La
oscuridad es impenetrable. Donde no queda luz residual, los ojos no pueden adaptarse
a nada. Pero un momento. El dispositivo multifunción en su brazo tiene una pantalla
que brilla. Mueve la muñeca en todas las direcciones, pero sigue sin ver nada. La
tecnología de pantallas es magistral en ahorro energético.

—¿Me oye alguien?

No hay respuesta. O se ha estropeado la antena del casco o es que está fuera de


alcance.

Pero está vivo. El traje sigue funcionando. Le quedan entonces 24 horas. Ha entrado,
así que habrá por algún sitio también una forma de salir. Yuri tiene la foto de las
serpentes memorizada. Tienen cientos de kilómetros de longitud. Y cuando las chicas se
hayan descolgado, se alejará de ellas con la serpiente. ¿O quizá vienen a buscarlo? No
deberían hacerlo, aunque espera que sí lo hagan. Necesitan la oportunidad de volver a
la órbita, y solo Vera Kalila puede ofrecérsela. No deben tenerle en consideración. Si no
es más que una carga.

Yuri se levanta, pero una vez de pie le sobreviene un mareo. No hay forma posible
de orientación. Tal vez su sentido del equilibrio está notando cómo se mueve la
serpiente. Aunque con un movimiento totalmente uniforme es físicamente imposible.
Camina a cuatro patas. Así está mejor.

Primero, tiene que orientarse. Se mueve unos metros en la dirección que señala su
cabeza. El suelo es y sigue plano. Entonces gira en ángulo recto a la derecha, lo mejor
que puede. El suelo sigue plano. De acuerdo. Otro ángulo de noventa grados. El suelo
sigue plano. Último giro. Ahora debería ser el momento. Y mira por dónde, el suelo
empieza a subir. Ha encontrado la pared. Ya habían superado el lomo de la serpens. Si
ahora se desplaza hacia la izquierda, irá en el sentido de la marcha. Pero eso no es
bueno; se alejará con mayor rapidez de los demás. Así que mejor a la derecha.
Yuri se desplaza como un escarabajo a través de la oscura cueva. Avanza muy
despacio. Se convence una y otra vez de que la pared está a su izquierda. ¡No debe
perder la orientación!

Entonces oye una especie de zumbido. Es muy tenue, pero aún perceptible.
Aumenta la sensibilidad de los micrófonos de exterior. El zumbido aumenta. Es como
un enjambre, solo que una octava más alto. Debe ser la nube. Sus finas partículas rozan
las paredes y generan este zumbido agudo.

Siente como le entra el pánico. Bebe algo de agua y se atraganta. ¿Hacia dónde? Se
desplaza al azar hacia la derecha. Allí no hay protección alguna. Se levanta y camina
hacia la izquierda. Nada. Está inexorablemente expuesto a la nube. ¿Cómo la describió
Strombomboli? Lo disolverá como si no hubiera existido nunca. Al menos será una
muerte rápida. ¿Qué mejor final podría desear? Le será imposible encontrar el camino
de vuelta a las chicas y asfixiarse cuando se acabe la reserva de oxígeno será una
auténtica tortura.

Se queda quieto y estira los brazos. Así le golpeará la nube de lleno. ¿A qué
velocidad irá? Dos, tres segundos, mucho más tiempo no le dolerá esa muerte. Incluso a
lo mejor ni siquiera siente nada; a fin de cuentas, todos sus nervios serán convertidos en
polvo. Es la mejor muerte que puede tener aquí, en Anfitrite. Solo le da pena Irina.
Podría haber llegado a haber algo entre ellos. No sabe qué, pero sería algo merecido que
hubiera surgido algo. No por él, que es un asesino, pero sí para Irina.

Una mancha de luz baila por las paredes. «¿Qué es eso? ¿Un efecto de luminiscencia
causado por el rápido movimiento de la nube?». Sigue la mancha de luz que parece
haberle descubierto, porque ahora se le acerca. Es una luz cálida, casi amarilla, típica de
un foco de casco. Pero es demasiado clara. Solo Dios podría hacer brillar una luz así de
fuerte.

En la radio del casco se oyen crujidos. Deben ser interferencias. La nube seguro que
va cargada eléctricamente. La mancha de luz empieza a bailar. Se mueve rápidamente
hacia él. Yuri se queda congelado. ¿Qué querrá la luz de él ahora? La mancha posee
ahora unas extremidades hacia arriba y hacia abajo. No es una luz. Es un ser informe
con una joroba inmensa y ojo de cíclope que corre hacia él remando con los brazos.

—¡Yuri, apártate de ahí! ¡La nube!

Es Irina. Es imposible. ¿Apartarse? ¿Hacia dónde? Aquí no hay nada. ¿Por qué habrá
venido? Morirá con él. Y eso no tiene sentido.
—¡A… ondo!

El ruido de la nube lo cubre todo. ¿Qué quiere Irina que haga? Baja los brazos. La
mancha baila un momento hacia un lado. «Al fondo» debe haberle dicho, ya que
proyecta hacia allí su mancha de luz, donde aparecen largas sombras. ¡Rocas! Están a
solo siete u ocho metros, pero en la total oscuridad no sabía que estaban ahí. Incluso
puede que se haya movido a su alrededor. Yuri sale corriendo hacia ellas. Se lanza al
suelo, pero algo le agarra y le arrastra un par de metros por el duro suelo y, al final, un
cuerpo blando aterriza sobre él.

—Tienes que tumbarte detrás, no delante —dice Irina.

Ahora ya la entiende bien. Su casco está muy cerca del suyo. Se sujetan entre sí. La
nube pasa entonces por encima de ellos. El haz de luz del casco de Irina la ilumina como
si fuera un objeto sólido. Ojalá la nube no les detecte. Y efectivamente se marcha sin
darse cuenta de su presencia. No es un ser en busca de alimento. El zumbido es ahora
mucho más débil. Lo oyen un rato más mientras respiran al unísono.

—Gracias —exclama Yuri.

Busca la mano de Irina y la aprieta. Ella ríe y le abraza.

—Un planeta emocionante —dice Irina.

—Bueno, me gustaría un poco menos de emoción.

—Reconócelo, en el fondo deseabas un poco de variedad y por eso saltaste por el


agujero.

—De acuerdo, me has pillado. Y destrocé mi luz a propósito porque es más


interesante en plena oscuridad.

—Más romántico, querrás decir, menudo rompecorazones estás hecho.

—Debería poder reparar el foco de tu casco —dice Óscar.

—¡Anda, tú también estás aquí! ¡Cuando quieras!


—Lo siento, me lo tuve que traer conmigo —se disculpa Irina—. No me quedó
tiempo para desempaquetármelo cuando desapareciste.

—Espero que las otras no se hayan quedado arriba esperando, ¿no?

—No. Hemos quedado que sigan su camino e intenten conseguir ese billete de
vuelta, de la forma que sea, mientras yo bajaba a buscarte.

—Ese relato de los hechos es demasiado resumido —dice Óscar.

—No me metas, robotito —exclama Irina—. Pero tiene razón. Meltem estaba en
contra de bajar a buscarte. Y Denise se empeñaba en acompañarme. Al final, tuvimos
que llegar a un compromiso.

—Deberíais haberos marchado con Meltem.

—Oye… ¿Te has dado cuenta de que te acabo de salvar la vida?

—Sí, y te lo agradezco un montón, pero es que no me lo merecía. Nuestras


posibilidades de supervivencia aquí abajo son mínimas. Entre las tres podríais haber
controlado mejor a Vera y sus mercenarios.

—Tampoco creo que consiguiéramos nada con violencia. Además, a bordo de la


nave esperan también Dimitrenco y Shultz. No nos dejarían jamás acoplarnos si
hubiéramos puesto fuera de combate a sus amigos.

—¿Realmente crees que existe alguna solución diplomática? Esta Vera no me parece
dispuesta a aceptar ningún tipo de compromiso.

—Es una profesional. Si reconoce una ventaja, la aprovechará. Creo que se parece en
cierta manera a Meltem. Nuestra capitana también consiguió hacerse amiga de sus
propios secuestradores, porque así consiguió la oportunidad de visitar Anfitrite.

—Ya veremos. O mejor dicho, no lo veremos. —Yuri mira el dispositivo en su


muñeca—. Porque dentro de 18 horas nos habremos asfixiado.

—La serpiente nos aleja de los demás más rápido de lo que podemos correr. Si
caminamos en dirección contraria al avance de la serpens, al menos no nos apartaremos
tan rápido de las demás —dice Yuri.
—Un momento —dice Óscar—. He mirado las fotos de la superficie. En la dirección
contraria hay un derrumbe por el que podríamos salir de la serpens.

—¿A qué distancia? —pregunta Irina.

—17 kilómetros —anuncia Óscar—. Unas tres horas y media a pie.

—En ese tiempo, la serpiente nos desplaza 35 kilómetros hacia el sur. Más los 17,
serán 52 kilómetros —dice Yuri—. Entonces once horas de vuelta si es que hay un
camino practicable…

—Creo que nos podemos olvidar de los demás —interviene Irina—. Ya habrán
encontrado una forma de negociar con Vera, o no. Pero de una u otra forma, no serviría
de nada. Necesitamos oxígeno fresco, así que deberíamos intentar regresar a nuestro
módulo de aterrizaje. Aire hay allí seguro; y comida. A lo mejor hasta podemos
repararlo para volver a la Ganymed Explorer.

—Tienes razón —dice Yuri.

—Mis simulaciones dan como resultado que nuestra posibilidad de alcanzar juntos
el módulo de aterrizaje es del 2,4 por ciento.

—Gracias, Óscar. Muy enriquecedor, eso que nos cuentas —dice Yuri.

—¿Significa eso que tú solo podrías lograrlo antes? —pregunta Irina—. Podrías
traerte una bombona de oxígeno…

—No. Las probabilidades de ir yo solo son exactamente de 0. Mi hardware no es


adecuado para trepar por el derrumbe que hay frente a la planicie donde tenemos la
lanzadera.

—Qué pena. Pues entonces probaremos sacar todo lo posible de ese 2,4 por ciento.

Yuri suspira. Preferiría quedarse sentado detrás de la roca y pasar sus últimas horas
haciendo el vago, pero Irina no cede. Debería haberse quedado con las otras y sus
posibilidades estarían por encima de ese ridículo 2,4 por ciento.

—¿Cuál es, en tus simulaciones, el factor que más reduce nuestras posibilidades? —
pregunta Irina—. Quizá podemos sacarlo de alguna forma de esa ecuación mortal.
—Con bastante seguridad nos atrapará la nube antes de llegar al hueco de salida.
Pero aunque encontrásemos cada vez un lugar donde protegernos, al llegar arriba se os
habrá acabado el aire. Seguramente muera primero Yuri y luego tú, pues él tiene un
consumo de oxígeno algo mayor.

—Es divertidísimo planificar el futuro contigo —dice Yuri.

—Gracias —exclama Óscar.

—Pero ¿cómo consigues, con estos pronósticos tan funestos, llegar a un valor por
encima de cero? —pregunta Irina.

—Es el Factor I —responde Óscar.

—¿El Factor I?

—El concepto es algo confuso, lo reconozco, porque se trata en realidad de una


constante, no de un factor en el sentido aritmético. Me oriento según mis colegas Albert
Einstein, que en su teoría general de la relatividad introdujo la constante cosmológica
de magnitud desconocida para que su teoría se ajustara a la realidad. La realidad es que
mis simulaciones hasta ahora han subestimado sistemáticamente vuestras
posibilidades. Así que ahora las corrijo con el Factor I.

«Su colega Einstein, vaya, vaya. La I seguro que es abreviatura de Irina». Pero ni
siquiera Irina no puede hacer milagros, por eso la constante es solo del 2,4 por ciento.

—Está bien —dice Irina—. Pongámonos en marcha y hagámosle todos los honores al
Factor I.

La primera nube les alcanza al cabo de una hora. Óscar tiene mejor oído que Yuri e
Irina. Tienen casi diez minutos para encontrar cobijo. Empiezan a correr, porque desde
que iniciaron la marcha en la oscura cueva no han encontrado aún nada que les proteja.
En el minuto nueve aparecen al fin un par de rocas, detrás de las que se pueden
parapetar.

—Esto no debe volver a pasarnos —dice Irina.

Yuri todavía está jadeando y necesita un momento para responder.


—¿Y cómo lo quieres evitar?

—Necesitamos más tiempo de preaviso. Diez minutos resultan demasiado escasos.

—Correcto —dice Óscar—. Os seguiré a mayor distancia. Así oiré la nube mucho
antes que vosotros. En esta oscuridad puedo entonces avisaros con el foco y el altavoz
desde mi carcasa.

—¿Cuánto tiempo tendríamos entonces? —pregunta Irina.

—Mis simulaciones dicen que, en este caso, dispondríais de hasta 30 minutos para
buscaros un escondrijo adecuado.

—¿Y qué pasaría contigo? —pregunta Yuri—. ¿O es que la nube no te puede hacer
nada?

—No cuento con que mi cuerpo siga existiendo una vez pasada la nube.

—Entonces ni hablar.

—Yuri —dice Irina—, deberíamos aceptar esta generosa oferta.

—Sí, es eficiente —confirma Óscar.

Yuri traga. El robot le parece a estas alturas tan vivo… ¿Pueden realmente dejarlo
morir? Pero ¿es capaz de morirse?

—Os propongo que me quitéis el brazo. No sería eficiente destruirlo.

Yuri sacude la cabeza. ¿Y ahora incluso tiene que desmembrar a Óscar?

—Hazle el favor, Yuri —dice Irina—. Ya sabes cómo se desmonta el brazo. Así
tendrá al menos la sensación de que algo de él sobrevive.

—De acuerdo.

Yuri se agacha, desmonta el brazo y lo guarda plegado en su mochila.

—Ahora deberíais marcharos —dice Óscar—. Así puedo avisaros con más
antelación. Yo me quedaré aquí esperando veinte minutos.
—Tiene razón, Yuri. Nos tenemos que ir.

Yuri mira al robot, un disco plano con pequeñas ruedecillas que quiere salvarles la
vida. Irina tira de su manga. Se gira y se ponen a caminar rápido.

Al cabo de una hora oyen a lo lejos un ruido. Irina señala hacia atrás.

—El foco de Óscar parpadea.

Yuri suspira. Se ponen a correr. Esta vez tardan 14 minutos en encontrar cobijo. Yuri
levanta un poco la cabeza sobre la roca, pero el foco ya no puede verse. Irina le arrastra
hacia abajo. La nube pasa por encima de ellos sin tocarlos. En algún lugar de esta nube
flotan también minúsculas partículas que pertenecieron en su momento al cuerpo de
Óscar.

—¿Adónde vas? —pregunta Irina.

Yuri trepa sobre la roca y se mueve hacia dentro de la cueva.

—Parece que el ritmo de paso es de exactamente una hora —dice Yuri—. Hay
tiempo suficiente para ver qué le ha pasado a Óscar.

—No encontrarás nada.

Irina le sujeta y se le pone delante.

—Ven —dice—. Tenemos que continuar. Nos queda una hora escasa para alcanzar
el derrumbe.

Al cabo de media hora encuentran la siguiente protección.

—Deberíamos esperar aquí a la nube —dice Irina.

—Venga, lo podemos conseguir —exclama Yuri—. Solo 25 minutos más para salir
de esta cueva de muerte.
—Demasiado arriesgado. No sabemos a ciencia cierta cuándo llegará la siguiente
nube ni si habrá protección allí.

—Es un derrumbe, seguro que hay material de sobras por ahí.

—No has estado allí, Yuri.

Pues entonces voy yo solo. Ya no aguanto más aquí dentro.

Irina le agarra la espalda y tira de algo. De repente ya no le llega aire.

—¿Qué haces? ¿Estás loca?

—Quieres morir, así que solo te lo estoy facilitando. Estoy hasta las narices de este
constante numerito de suicida.

—No quiero —dice con el último resto de aire.

Irina vuelve a enchufarle la bombona de oxígeno.

—Entonces quiero que te comportes ahora adecuadamente.

Yuri asiente. Esa mujer está loca. ¿Realmente le habría dejado morir? Pero tiene
razón. Se comporta como si estuviera ya harto de vivir. Pero no lo está. Se acaba de dar
cuenta. No quiere morir.

El zumbido se acerca. Irina se señala la muñeca. Desde la última nube han pasado
solo 47 minutos.

¡Al fin! Yuri se deja caer. Han escapado de las tripas de la serpiente y han
recuperado su sitio en el palco de honor sobre el lomo exterior. Fantástico. No los acerca
al módulo de aterrizaje sino todo lo contrario, los aleja. Con la pérdida de Óscar no
tienen ahora ni siquiera un mapa a seguir. Nadie les dice a qué serpiente se pueden
subir para estar cuándo y dónde en cualquier momento.

—Nos quedamos aquí —dice Yuri.

Sorprendentemente, Irina sigue su consejo. Le ha ayudado a trepar con todas sus


fuerzas y ahora parece también agotada.
—No tiene sentido —opina Irina.

—Al contrario, tiene mucho sentido —la contradice Yuri—. Y es que estamos aquí
juntos, disfrutando del paisaje, en lugar de pudrirnos en una celda.

—Visto así, tienes razón.

—Aunque pienso que deberías poder disfrutar del paisaje con Meltem y Denise.

—Yuri, no hay nadie en el mundo con el que prefiriera estar en este lugar más que
contigo.

Oh. Una sombra de tristeza pasa por su cabeza. Pero Irina no parece triste. Les
quedan un par de horas juntos aquí, entonces morirán, aunque a Irina no parece
molestarle. ¿En serio que es por él? Eso es totalmente imposible. Debe verle de forma
muy distinta a como se ve a sí mismo.

—Lo siento, Irina —dice—, he…

—Chissst —chista ella, colocándole un dedo sobre el cristal del casco.

Entonces apoya el suyo contra él. Los cascos se tocan. Ambos ven el mismo y
fantástico panorama, un brillo rojo oscuro, casi imposible de diferenciar del negro, en el
que montañas enteras se mueven como los brazos de un kraken, y todo ello en completo
silencio. Anfitrite es único.

—Wut-wut-wut-wut-wut.

Le despierta un curioso ruido. Irina ya no está apoyada en su hombro. Está a dos


pasos de distancia y mueve el brazo a modo de saludo. El ruido se acerca. Solo se ve
una sombra, pero Irina parece saber que no representa peligro alguno. Se coloca a su
lado.

—Canal 37.

Yuri cambia a ese canal.

—Anda, ¿él también ha resucitado de los muertos? —pregunta Meltem.


Yuri saluda con los brazos como loco. ¡Meltem y Denise lo han conseguido! Debe ser
la lanzadera de la Holandés Errante. ¿Cómo lo habrán conseguido?

La lanzadera aterriza a un par de metros de ellos. Meltem y Denise se bajan de un


salto.

—¡Venid, venid! —les gritan.

¿Es una trampa? No, no puede ser. De Meltem nunca sabe qué esperar, pero Denise
les haría algún gesto. Abrazan a Meltem y Denise y ascienden por una escalerilla.

—¿Cómo nos habéis encontrado? —pregunta Yuri.

—No teníamos más que seguir a la serpiente en la que habías caído —dice Denise—.
Estoy tan contenta de haberos encontrado.

El interior de la lanzadera no tiene aire. En dos bancos a derecha e izquierda hay


cuatro hombres sentados; delante hay una mujer. Yuri lee los nombres de los hombres:
Strombomboli, Nkrumah, Pippen y Crowley.

—Bienvenidos a bordo —dice Vera.

Yuri pega un respingo. La mujer lleva un táser en la mano. ¿Son ahora sus
prisioneros? Tantas molestias para acabar de nuevo en una prisión china…

—No se preocupe, Yuri. Usted no tiene por qué acompañarnos. Usted es parte del
acuerdo que su capitana ha acordado conmigo. La señora Miraloğlu ha conseguido
salvar a Pippen y a Crowley. Ambos habían caído en el hueco entre dos de estas
serpientes. Diez minutos más y habrían muerto chafados. Dos vidas por otras dos, eso
es justo.

—¿Y cómo piensa que irá esto?

—Ya lo hemos negociado. Usted y la señora Yakutina se quedarán a bordo de la


Ganymed Explorer. Las otras dos no tienen que temer ningún castigo y regresan con
nosotros a la Tierra. Les llevaremos su módulo de aterrizaje a la órbita, eso lo puede
hacer nuestra lanzadera sin problemas. Quizá pueden repararlo.

—¿Y el seguro?
—Informaré, fiel a la verdad, de que la Ganymed Explorer ha quedado varada en la
órbita de Anfitrite por falta de masa de apoyo. Dispondrán de unos dos años hasta que
alguien venga a echar un vistazo a la nave. Es un tiempo bastante largo. Me gustaría
saber cómo lo aprovecharán. Busquen masa de apoyo, pónganse cómodos en el planeta,
todo un nuevo mundo les espera. No es el más bonito, precisamente, pero la belleza
siempre está en la mirada del observador.

—¿Volverá usted también?

—Si puedo evitarlo, procuraré que no me vuelvan a ver en su vida.

—¿Y no tendrá problemas?

—Habré rescatado a la honorable capitana de la Ganymed Explorer y soy la primera


persona que ha puesto el pie en este planeta. Esto dará a mis contratantes una buena
posibilidad de conseguir una licencia de explotación minera exclusiva. Podría ser
bastante más valioso que una nave de RB de esta categoría.

—Entonces no puedo más que felicitarla.

—Gracias. Aunque he perdido a cinco hombres. Pero esos no van a su cuenta, el


culpable es este maldito planeta negro. No les envidio el tiempo que vayan a pasar aquí
juntos.
25 de noviembre de 2078, Anfitrite

—Venga, Rott, entra ya.

—Pero, Frank, ¿no habíamos quedado en que nos tutearíamos?

—Ja, ja, Yuri. Hace ya tiempo que me di cuenta de que no era más que un truco. No
hay mal que por bien no venga. Así que entra en la lanzadera. Tengo ganas de volver
por fin a la Tierra.

—Un momentito aún.

Yuri se gira. Denise está hecha un mar de lágrimas. La abraza. Meltem le da la mano.
Está fría.

—Os deseo lo mejor, de todo corazón —dice Meltem—. Sobre todo, que os
encontréis. Lo hace todo mucho más fácil.

Mira a Denise y de repente hay mucha más calidez en su mirada. Irina abraza
también a Denise y le da la mano a Meltem.

—Hasta pronto, señora capitana.

—No sé —dice Meltem—. Tengo así como una sensación de que aún no te has
quedado harta de Anfitrite.

—Mi simulación muestra… —contesta Yuri.

Todos se ríen, aunque se ponen serios de nuevo en seguida.

—Me faltará en el vuelo de regreso —dice Denise.

—Sí, un robot excepcional —exclama Meltem—. Pediré a su fabricante, los de RB,


que me den información sobre ese modelo. Debería estar presente en todas las naves de
investigación de la ESA.
—Bueno, ahora sí —dice Frank, y Yuri se lo agradece.
2 de diciembre de 2078, Ganymed Explorer

Yuri presiona el módulo de memoria en el zócalo previsto de la pletina. Conecta


entonces el cable con el ordenador y pone en marcha el sistema externo.

—Sistema no encontrado —notifica el ordenador.

Eso es bueno. Es una pletina virgen que ha encontrado en el almacén. Hasta ahora
no había entablado nunca amistad con un programa. Cambia al registro de copias de
seguridad del ordenador principal. Aquí es donde se guardó el sistema de Óscar. La
copia no es muy actual, pero posee todas las funciones que pertenecen a la personalidad
de Óscar. Con una orden, copia el contenido en la pletina. Observa con satisfacción la
barra de progreso que se mueve hacia la derecha.

Últimamente ha reinado mucho silencio a bordo. Ya no son cuatro, sino solo dos y ni
él ni Irina están muy de humor para soltar chistes o aliviar la tensión de otra forma. Ya
va siendo hora de que regrese Óscar. Como base ha utilizado una fresadora de hielo
automotriz, destinada inicialmente para investigar el océano de Ganímedes y equipada
también con un pequeño sistema aspirador. La forma es casi idéntica a la de su cuerpo
anterior, aunque ahora es incluso impermeable y capaz de nadar. Yuri logra instalarle el
brazo que pudieron salvar y aún conservaba en la mochila. Sea como sea, Óscar tiene
que resucitar.

«Listo», comunica el ordenador.

«Iniciar sistema», escribe Yuri.

De nuevo una barra de progreso se desplaza hacia la derecha. Óscar arranca por
primera vez. Ojalá funcione el plan.

«¿Dónde estoy?», aparece en la pantalla.

«¿Quién eres?», le pregunta Yuri.


«Soy Óscar. Pero echo de menos algunas de mis capacidades sensoriales. Mis
simulaciones me dicen que…»

Yuri interrumpe la salida de datos con una combinación de teclas. Ha funcionado.


Ahora solo tiene que introducir la pletina en la fresadora y Óscar estará de nuevo con
ellos.
10 de diciembre de 2078, la Holandés Errante

—Buenos días, Frank —dice Meltem.

—Hola, bomboncitos —dice Frank.

—¿A que te pateo los bomboncitos? —Meltem se pone de pie frente a Strombomboli.

—Perdonad, no quería ofender.

—Pues te lo ahorras de aquí en adelante, o te daré tal repaso a fondo delante de tus
compañeros, que me pedirás clemencia.

—¡¡Vale, está bien!!

Denise pone la mano sobre el hombro de Meltem. Seguro que solo la pretende
tranquilizar, pero Meltem se sacude la mano de encima. A los maleducados hay que
enseñarles dónde cuelga la vara, si no, no paran nunca.

—¿Dónde están los demás? —pregunta Denise.

—Vera, Nkrumah y Shultz están en el laboratorio. Dimitrenco, Crowley y Pippen


tienen turno de descanso. Seguramente durmiendo.

Meltem se hace otro café en la máquina. Solo, por supuesto.

—¿Quieres uno también? —pregunta.

—No, gracias, demasiado pronto para mí —responde Denise.

Comparten la cabina del capitán muerto. Los primeros días se les hacía raro, porque
todo olía aún a hombre, pero una vez lavado y limpiado todo, se siente casi como en
casa. Meltem mira la hora. Había una reunión programada para las ocho. ¿Dónde estará
Vera?
—Ven, vamos a echar un vistazo al laboratorio —dice.

—¡… con qué eficiencia! —dice Vera.

La nueva capitana, Nkrumah y Shultz están alrededor de una mesa de trabajo junto
a la pared. Vera manipula un microscopio.

—Oh, perdonad —se disculpa—, se nos ha hecho tarde.

—No hay problema —responde Meltem.

—Es que esto era demasiado emocionante —dice Vera—. Nkrumah es químico y
biólogo, por si no lo sabíais. Ha conseguido realmente activar el polvo que trajimos de
Anfitrite.

—¿Activarlo?

—Tras el tiempo en el vacío parecía muerto; solo polvo cristalino, nada más —dice
Nkrumah—. Miradlo ahora por el microscopio.

Se aparta un paso. Meltem deja que Denise mire primero. Se inclina sobre el ocular.

—Se mueven —exclama—. Pensábamos que Anfitrite estaba muerto.

—Y seguimos pensándolo —dice Nkrumah—. Puedes ver movimiento, pero los


copos de nieve también se mueven cuando el viento sopla.

—Entiendo.

—Lo fascinante no es el movimiento. Solo es expresión de la energía que absorben


estas moléculas de carbono. Cuanta más energía tienen, menos quietas se pueden
quedar. Pero este grado de movimiento significa que deben absorber muchísima
energía.

—¿Cuánta? —pregunta Meltem.

Denise la deja mirar por el microscopio. En el ocular, Meltem puede ver unas hojitas
negras, delicadas, que recuerdan a alas de mariposa. Se mueven excitadas.
—Todo lo que pueden conseguir.

—¿Todo? ¿Realmente todo? —pregunta Meltem.

—Sí, el cien por cien.

—Eso es físicamente imposible.

Típico de biólogos, llegar a veces a conclusiones así.

—Perdona, me he expresado de forma imprecisa —dice Nkrumah—. Las pérdidas


quedan por debajo de nuestra precisión de medición.

—¿Y el experimento está validado? ¿No hay fuentes de energía adicionales? ¿Habéis
eliminado todos los campos electromagnéticos de otras fuentes?

—Lo hemos hecho.

—Pues esto es… revolucionario. Un proceso que saca energía de la radiación


electromagnética con tanta eficiencia es algo con lo que se relamería cualquier empresa.

—Ya sabía yo que esa excursión valdría la pena. La Holandés Errante viaja por
orden de la aseguradora Union, así que todos los descubrimientos nos pertenecen.

—No del todo, Anfitrite fue descubierta desde la Ganymed Explorer.

—No me suena ese nombre. ¿Te refieres a esa nave que está orbitando Anfitrite
vacía y sin combustible? Tú y Denise fuisteis las únicas testigos y os hemos salvado de
esos delincuentes, ¿o es que ya lo habéis olvidado?

—Claro que no —exclama Meltem con la mirada endurecida.

—Pero nos queda un pequeño problema —añade Nkrumah—. Hasta ahora no he


conseguido duplicar los compuestos de carbono. Para un uso técnico de gran
envergadura haría falta producir grandes cantidades de esto.

—Te quedan un par de meses por delante para solucionar ese problema —dice Vera.
25 de diciembre de 2078, Ganymed Explorer

—¿No es hermoso, nuestro arbolito de Navidad? —pregunta Yuri.

Ha adornado el brazo de Óscar con varillas de metal pintadas de verde. Parece más
bien un cepillo de WC accidentado, pero la vela en el extremo es evidente. No puede
encenderla, porque el mantenimiento de vida protestaría. Ya lo ha probado.

—Ya te dije que los arbolitos de Navidad no me van para nada —contesta Irina.

—Sí, vale. Aun así, son nuestras primeras Navidades juntos.

Irina sonríe. Nada ha cambiado en su relación amistosa, pero sobre todo porque
ambos disfrutan de este período de ilusión. La siguiente nave no llegará aquí antes de
dos años. A saber lo que puede llegar a pasarles hasta entonces.

—¿Has revisado ya el rover a fondo? —pregunta Irina.

—Sí, y junto con Óscar lo hemos llevado al módulo de aterrizaje.

—¿Puedes quitarme ya los adornos? —pregunta Óscar.

—Diez minutos más. Déjame disfrutarlo, ¿vale?

—Claro, lo que tú ordenes.

Óscar parece algo majareta, pero seguro que no lo está.

—Puedes ir repasando las listas de comprobación mientras tanto —dice Yuri—.


Estaremos varias semanas de camino, así que no podemos olvidarnos nada.

—Mi simulación dice que hay un 93 por ciento de probabilidad de que nos
olvidemos algo.

—¿Algo importante?
—Lo sabremos cuando lo echemos en falta.

—Pues habrá que vivir con ello. ¿Sigue ahí la planicie sobre la que aterrizamos la
última vez?

—Sí, parece ser uno de los pocos lugares estables en Anfitrite. Pero recomendaría
igualmente otro lugar de aterrizaje.

—¿Cuál?

—El derrumbe en la serpens vecina. Si no, tendríamos que desplazar el rover por la
pared hasta la entrada.

—Buen consejo, Óscar. Me pregunto cómo es que no he llegado yo mismo ya a esa


conclusión.

—Porque mis simulaciones son bastante más eficientes que vuestro mecanismo de
pensamiento.

—Será eso, Óscar. Será eso.


Nota del autor

Queridas lectoras, queridos lectores: Ha sido un camino muy largo hasta aquí. Han
recorrido miles de millones de kilómetros junto con Yuri, Irina, Meltem y Denise.
Espero que se hayan encariñado un poco con ellos, pues los volverán a ver pronto. Irina
y Yuri van a iniciar un viaje de exploración. Pero mientras tanto, el Planeta Negro se
acerca al interior del sistema solar. Parece ser que posee algo de un valor incalculable y
que, a la vez, representa un gravísimo peligro. Por ello empezará pronto una carrera.
Solo el pequeño grupo alrededor de Yuri conoce toda la verdad, y ahora resulta que
tienen el deber de salvar un mundo entero de la hecatombe.

Inventarme a Anfitrite me ha resultado muy divertido y entretenido. Como ya


saben, siempre me apoyo en los más recientes descubrimientos científicos. Al final
podrán leer lo que los astrónomos saben a fecha de hoy sobre la posible existencia de un
noveno, o incluso décimo, planeta. Pues la historia de Anfitrite no es tan improbable
como pueda sonar. Ni siquiera su procedencia desde el centro de la Vía Láctea es
totalmente imposible.

¡Un sincero saludo desde mi nocturno escritorio!

Brandon Q. Morris
Planeta 9 – La nueva biografía

A la caza del fantasma de nuestro sistema solar.

¿Cuántos planetas tiene nuestro sistema solar? Suena más a pregunta trampa,
¿verdad? Hasta 2006, los nueve planetas de nuestro sistema solar eran, empezando por
el más cercado al Sol y alejándonos, los siguientes: Mercurio, Venus, Tierra, Marte,
Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. Y digo «hasta 2006» porque la Unión
Astronómica Internacional (UAI), en su 26ª Asamblea General en Praga, decidió
clasificar a Plutón en la categoría recién inventada de «planetas enanos».

Que en el orden del día hubiera el deseo de una nueva definición no era nada
espectacular, ya que los astrónomos suelen cambiar regularmente de opinión en
muchas cosas, para mantener el ritmo del desarrollo. Tras el descubrimiento de Urano
en 1781 por Wilhelm Herschel, durante el siguiente siglo XIX se acumularon los
descubrimientos. Primero llegaron Ceres, Pallas, Juno, Vesta y Astraea (todos en la zona
entre Marte y Júpiter). Entonces, Johann Gottfried Galle descubrió Neptuno, por lo que
la cantidad de planetas aumentó a 13. Finalmente se vieron obligados a poner un poco
de orden. Solo pudo quedarse Neptuno como octavo planeta.

La idea de cambiarle la categoría a Neptuno estuvo mucho tiempo bailando en la


mente de los expertos. Ya en 1988, el astrónomo británico Brian Marsden propuso que
Plutón tuviera una especie de estatus doble como planeta y asteroide a la vez; pues ya
se contaba que, con la cada vez mayor precisión de los telescopios, pronto se
encontrarían más objetos de tamaño similar y que la cantidad total de planetas volvería
a dispararse de forma poco seria.

Lo que ha hecho que la decisión de la UAI haya sido tan controvertida hasta hoy es,
entre otras cosas, el criterio recién introducido de que un planeta, si quiere ser
considerado como tal, debe haber limpiado su órbita: no puede haber más cuerpos
celestes dando la vuelta al Sol en su misma órbita. Para algunos astrónomos resulta algo
sutil. A fin de cuentas, excepto Mercurio y Saturno, todos los planetas tienen los
llamados troyanos, que son asteroides que acompañan a ese cuerpo celeste en uno de
los puntos Lagrange. A ello hay que añadir que Plutón necesita 250 años para dar una
vuelta al Sol (por lo que en su largo recorrido no le queda tiempo para «limpiar» su
órbita con su gravedad) y, además, cruza la órbita de Neptuno; ¿quién debería hacerse
responsable de esto, entonces?
El hecho de degradar a Plutón en su categoría se debió principalmente al solicitante.
El astrónomo estadounidense Michael (Mike) E. Brown no solo es un orador muy
elocuente, sino que tres años antes había hecho un descubrimiento que llamó mucho la
atención y que, desde entonces, ha conferido bastante peso a sus palabras en círculos
científicos.

Estamos hablando de Sedna, un objeto así llamado transneptuniano (TNO). Ese


objeto celeste tiene una órbita muy excéntrica, que en su punto más cercano al Sol —su
perihelio— lo sitúa a 76 UA de nuestra estrella central (1 unidad astronómica (UA)
equivale a unos 150 millones de kilómetros). Sedna necesita sus buenos 10.000 años
para dar una vuelta al Sol y, por sus parámetros, debería estar en la categoría de planeta
enano.

Mike E. Brown es hoy considerado un especialista en TNO y está en Twitter bajo


@plutokiller, un guiño hacia su libro How I Killed Pluto and Why It Had It Coming (Cómo
maté a Plutón y por qué se lo merecía), publicado en 2010. Pero su nombre está
inseparablemente vinculado al de «Noveno Planeta» por otro motivo: En 2016, presentó
Brown, junto con su colega de origen ruso Konstantin Batygin, un texto en el que se
postulaba la existencia de otro, y esta vez auténtico, planeta.

El objeto se menciona en los medios a menudo también como «Planeta X». Y esto
puede resultar bastante confuso, pues a veces una X así se toma por la cifra romana de
10; y Sedna mismo ha sido considerado durante bastante tiempo como décimo planeta.
Pero esta abreviatura hace ante todo referencia a un cuerpo celeste anunciado a
principios del siglo XX por el astrónomo Percival Lowell.

Para no perder aquí el Norte, vale la pena echar un vistazo a la historia de los
descubrimientos de planetas. Los seis planetas que pueden verse a simple vista, todos
hasta Saturno incluido, se conocen ya desde la antigüedad. Pero no fue hasta 1690 que
se catalogó a Urano.

Su descubridor, el astrónomo inglés John Flamsteed, lo llamó 34 Tauri por la


constelación de Tauro, que fue donde lo descubrió. Fue en 1781 cuando este gigante de
hielo fue reencontrado por Wilhelm Herschel. El astrónomo pensó primero que se
trataba de un cometa, pero pronto se pudo ver que tenía que ser un planeta y así fue
como Herschel alcanzó la fama de un día para el otro.

Hasta entonces, los posibles candidatos a planeta se reconocían solo por el hecho de
moverse en relación con el firmamento de estrellas fijas. En el siglo siguiente se dio un
salto cualitativo en la historia de la investigación que debía desembocar en el
descubrimiento del Noveno Planeta.

Alexis Bouvard, el hijo de un campesino de Saboya, llegó a convertirse en el director


del observatorio astronómico de París, librándose, al parecer, del sangriento caos de la
revolución francesa. Se dedicó en cuerpo y alma a su especialidad, solucionó la parte
matemática para la mecánica celeste de Laplace, descubrió ocho nuevos cometas y
calculó con precisión las órbitas de los planetas exteriores. Le llamó en ello la atención,
que Urano se saliera de vez en cuando un poco del guion; las observaciones no siempre
lo mostraban allí donde debería haber estado. Metódico como era, Bouvard dedujo por
lógica que debería haber otro planeta trazando su órbita algo más allá y que con su
gravedad influía sobre el Número Siete.

Y lo dejó así, lo cual es, de por sí, sorprendente. Tal vez era demasiado
autocomplaciente como para convertir eso en un tema importante. Cuando el saboyano
falleció en 1843, sus tablas, minuciosamente elaboradas y rellenadas, cayeron en manos
de un colega que reconoció su significado científico.

Era Urbain Le Verrier, que con esas notas de Bouvard calculó la órbita del
desconocido objeto y demostró que las variaciones no podían ser causadas por los
planetas conocidos. En 1846 presentó su trabajo ante la Academia de París.

Los honorables eruditos presentes siguieron su discurso con interés y aplaudieron


con educación; le felicitaron por su bonita presentación de pruebas y se marcharon a
casa. Le Verrier quedó muy decepcionado, ya que esperaba que los astrónomos se
pusieran entusiasmados a la búsqueda. Ni un solo astrónomo francés consideró que
valiera la pena dedicar el más mínimo esfuerzo en buscar un octavo planeta.

Muy enfadado, Le Verrier contactó entonces con un alemán que hacía poco le había
enviado su excelente tesis doctoral: el hijo de un horneador de brea llamado Galle. El
joven Johann Gottfried se sentó aquella misma noche (la carta de Le Verrier le llegó el
23 de septiembre de 1846) ante el telescopio refractor de Fraunhofer de 22 cm en el
observatorio astronómico de Berlín, donde trabajaba… y encontró el cuerpo celeste al
cabo de media hora.

La suerte acompañó en ese momento a la ciencia, porque la determinación de la


órbita no era correcta. No hay que olvidar que los científicos anteriores a la invención
de la calculadora, por no decir ya del ordenador, debían calcularlo todo a mano: Una
pluma, una hoja de papel y células grises propias eran los ingredientes que se utilizaban
para rellenar complejas fórmulas con variables y para registrar el resultado.
Aquella noche, la posición calculada coincidió casualmente en un grado de arco con
la posición real. La magnitud era igualmente acertada y la dirección de desplazamiento
también, como se demostró esa noche. El objeto recibió el nombre del dios romano de
los mares. Galle fue lo suficientemente noble como para adjudicar el descubrimiento de
Neptuno a Le Verrier.

El revolucionario método de calcular la existencia de planetas analizando solo las


desviaciones de órbita de cuerpos celestes conocidos hizo escuela. Le Verrier intentó
utilizar este arte de nuevo y puso a Mercurio bajo su lupa. Ya se sabía que la elipse
orbital de este pequeño planeta no se queda siempre en su lugar, sino que gira
lentamente alrededor de un punto caliente (el Sol). El motivo también era conocido: la
influencia gravitatoria de su vecino. Eso ya estaba reflejado en las leyes de mecánica
celestial de Isaac Newton. Pero Le Verrier descubrió que cada giro era de 5,74 segundos
de arco cada año, aunque según las ecuaciones de Newton, la oscilación de su elipse
debería ser de 5,32.

Dedujo así la existencia de otro planeta que giraba más al interior alrededor del Sol y
lo bautizó como Vulcano. Para variar, se equivocaba, pues hasta hoy no se ha podido
encontrar ese nuevo planeta. Sin embargo, la idea no se ha descartado aún del todo,
pues según los datos actuales podría existir allí un «cinturón de asteroides» poco
poblado. Sus hipotéticos componentes se laman vulcanoides; resulta muy difícil poder
observarlos y ya hay de camino una sonda que se atreverá a acercarse más al Sol: La
Parker Solar Probe despegó en 2018 y está previsto que alcance su posición de destino
en Navidades de 2024.

A finales del siglo XIX, cuando Le Verrier ya había fallecido, se registraron


desviaciones en la órbita de Neptuno, calculada a través de la de Urano, lo cual hizo
postular en seguida la existencia de un noveno planeta, aunque esta vez por el otro
lado, es decir, detrás de todos los conocidos.

Percival Lowell, hijo de una de las familias más ricas de Boston, empezó mirando las
estrellas por afición, pero se fue ocupando cada vez con mayor seriedad al tema. Hizo
construir un observatorio, equipado con un potentísimo telescopio de espejo, y se
dedicó a estudiar los «canales de Marte». Cuando al final resultaron ser un efecto
óptico, buscó (sin éxito) el Planeta X. Catorce años después de la muerte de Lowell se
llegó realmente a descubrir algo en su observatorio.

Fue Clyde Tombaugh, el hijo de un agricultor de Illinois, que había estudiado


geometría y trigonometría de forma autodidacta, quien descubrió la pista de un objeto
que hasta hace poco se había considerado el noveno planeta del sistema solar: Plutón.
Pronto resultó que el Noveno planeta era demasiado pequeño para ser el
responsable de las alteraciones en la órbita de Neptuno. El nombre de Planeta X cambió
rápidamente al siguiente, cuya órbita se suponía por detrás de la de Plutón. A partir de
1957, el astrónomo Henry Lee Giclas, en el observatorio de Lowell, equipado
continuamente con los instrumentos más novedosos, dedicó dieciocho años a la
búsqueda del décimo planeta. No tuvo éxito alguno. En 1978, colegas suyos
descubrieron a Charon, la luna de Plutón, pero nunca se descubrió un objeto
«transplutoniano», como se definen hoy en la bibliografía.

No obstante, se hizo otro descubrimiento. Entre los TNO hoy conocidos hay un
grupo que, por sus estiradísimas órbitas, reciben el apelativo adicional de «altamente
extremos». Y otra cosa notoria: las elipses de la mayoría de ellos se juntan en grupos,
como si tuvieran todos más o menos la misma dirección y los planos de las órbitas
parecen establecerse en un horizonte común, todas con una inclinación notablemente
similar contra la eclíptica del sistema.

Para citar a Mike Brown: «That’s when I thought something funny is going on here»
(Fue cuando pensé que algo curioso estaba pasando aquí). Así que se dirigió a
Konstantin Batygin, especializado en el procesamiento de datos astronómicos. El ruso
hizo sus cálculos y dedujo finalmente que la explicación más sencilla sería un planeta
aún desconocido, cuya influencia gravitatoria mantiene los objetos en sus órbitas.

Aquí la cosa se puso ya peliaguda.

Como nos enseña la historia, la mayoría de los científicos que postularon la


existencia de un noveno planeta quedaron en ridículo: se necesitaban indicios claros y
demostrables. Los dos investigadores se aprovecharon de que ambos trabajaban en
Caltech. El California Institute of Technology es una universidad privada de élite en
Pasadena y no solo posee varios observatorios astronómicos, sino también una oferta
considerable de ordenadores de gran potencia.

Brown y Batygin los utilizaron para echar el tiempo atrás cuatro mil millones de
años y simular cómo se habría desarrollado el sistema solar con la inclusión de un
planeta desconocido; pero ¿dónde meter su órbita?

A Mike Brown le gusta explicar la anécdota de cuando le preguntó a su hija, que por
entonces tenía diez años, dónde pondría ella ese cuestionado planeta. Se pueden ver
media docena de planetas pequeños, cuyas órbitas parecen salir de la eclíptica principal
y se estiran en una determinada dirección. La respuesta lógica de su hija fue: por fuera.
Ese cuerpo macizo debía rodearlos a todos como un perro pastor al rebaño. La tracción
de su gravedad mantiene a los planetas en sus órbitas no convencionales y se ha
encargado hasta hoy de que ninguno se escape.

Los investigadores poblaron así ese sistema primigenio con innumerables trozos,
como los que debían poblar la zona en su día, añadieron un planeta extra y pusieron en
marcha la simulación. En la animación mostrada en sus presentaciones, una nube en
forma de bola de rocas pintadas de azul rellenaba el sistema casi en su totalidad. Solo se
veía la órbita en rojo del Planeta Nueve. A cámara rápida, la bola empieza a pulsar y, en
poco tiempo, la mayoría de los puntos azules salen disparados fuera del sistema. A
medida que la película se acerca a la actualidad, casi todos los trozos han desaparecido;
solo se han estabilizado media docena que parecen obedecer a los dictados gravitatorios
de la elipse roja.

El tema, sin embargo, tiene un defectillo. Y es que las órbitas de los objetos que
permanecieron dentro están, solo en proximidad al Sol, justo dentro de la zona de
influencia del Noveno Planeta y asoman casi exactamente en dirección contraria. El
perro había ahuyentado al rebaño, o, en palabras de los dos físicos: «Estábamos
totalmente equivocados».

Pero tan «totalmente equivocados», que el tema se solucionó girando la órbita del
perro pastor 180 grados, es decir, su elipse alrededor del punto central (el Sol). Tras un
consumo de dos gigavatios hora de los ordenadores de Caltech, los probandos giraban
más o menos allí donde hoy se encuentran los TNO en cuestión.

En lo que respecta al tamaño, el Noveno Planeta debería ser más o menos el doble
de grande y seis veces más pesado que la Tierra. Sobre su composición poco se puede
predecir. Brown apuesta por un objeto de gas y hielo, similar a Neptuno, suponiendo
que el planeta se hubiera creado en la región de nuestro sistema, donde se formaron
también gigantes gaseosos. Pero hay muchos escenarios más imaginables. Hoy se sabe
ya, que al principio de los tiempos, los objetos celestes se paseaban como nómadas por
ahí (es la llamada migración planetaria). Así, el Noveno Planeta podría muy bien ser un
objeto rocoso lanzado fuera de su órbita.

O quizás ni siquiera proceda de aquí, sino que es un planeta interestelar (en inglés:
rogue planet) que fue captado por la gravedad de nuestra estrella central. Respecto a su
estructura, todas las opciones están abiertas, lo cual despertaría también el interés de
empresas mineras privadas que buscan recursos minerales raros y de gran valor.

Sea como sea, su órbita le acerca al Sol a un perihelio de unas 80 UA y lo aparta de él


hasta un punto alejado de aproximadamente 400 UA. Es ocho veces más lejano que
Plutón, pero aun así, todavía en nuestro patio trasero. ¿Cómo es que no se ha visto hasta
ahora?

Hay dos razones evidentes: que es demasiado tenue para poder percibirlo a simple
vista y, con una órbita de unos 10.000 años, demasiado lento para poder detectar su
movimiento en imágenes telescópicas. Aunque, por paradójico que parezca, lo más
determinante es su relativa proximidad. Desde nuestro observatorio podría estar en
cualquier lugar del firmamento.

Se ha podido detectar su órbita, pero no sabemos en qué punto de la misma se


encuentra. Al menos, Brown y Batygin han conseguido estos últimos años delimitar la
zona de búsqueda a partes de las constelaciones de Orión y de Tauro. Junto al análisis
de datos nuevos, apuestan por la potencia del telescopio japonés de Subaru.

Dicho esto, la probabilidad de que nuestro sistema solar incremente su familia antes
de que acabe el decenio es bastante alta. La expectación es grande, pues, en lo que se
refiere a descubrimientos de planetas, las últimas décadas han sido bastante aburridas,
como dice Brown.
¿Qué es la migración planetaria?

Hay teorías, como la del Modelo de Nizza o el Modelo Grand-Tack, que parten del
hecho de que hay planetas que no se formaron allí donde están girando, sino que
tuvieron algunos cambios de lugar en la antigüedad del sistema solar. De esta forma se
pueden explicar ciertas particularidades en la composición del sistema o el supuesto
gran bombardeo (en inglés: Late Heavy Bombardment o LHB).

Según la hipótesis Grand-Tack, Júpiter se desplazó primero a la órbita de Marte


antes de dar media vuelta (en inglés: tack = giro) y desplazarse junto con Saturno más
hacia el exterior. Los gigantes de hielo también cambiaron su posición.

Aún no se ha aclarado por qué Júpiter regresó tan rápido. En 2011, David Nesvorny
del Southwest Research Institute presentó una solución interesante. Si añadimos al
modelo de cálculo un hipotético quinto gigante, la ecuación resulta que sale. Pero al
contrario que los demás de su estilo, este fue expulsado del sistema.

En teoría, el Novelo Planeta podría bien ser el quinto planeta gaseoso que nos falta.
Bajo ciertas circunstancias, podríamos imaginarnos que se trata de un objeto rocoso
gigante, que fue expulsado a su lejana órbita con los movimientos migratorios que
tuvieron lugar.
¿Cuándo se creó Anfitrite?

En los orígenes del sistema solar, Urano y Neptuno estaban también mucho más cerca
del Sol. Allí a lo lejos, donde orbitan hoy, podría haber habido un cinturón de núcleos
planetarios equivalente a 35 veces la masa de la Tierra, del cual surgiera un planeta
rocoso de hasta dos veces la masa de la Tierra y que los astrónomos llaman Anfitrite.
Anfitrite es una Nereida de la mitología griega, que dominaba los mares, y que era la
esposa de Poseidón (cuya versión romana es Neptuno). Es la madre del dios del mar
Tritón.

Y así es como ven los investigadores su función en el firmamento. Pues cuando los
planetas gaseosos se movieron hacia fuera, Neptuno o Urano colisionaron con Anfitrite.
La luna Tritón de Anfitrite fue entonces captada por Neptuno. Lo que le sucedió
entonces a Anfitrite no está nada claro. ¿Fue simplemente tragada por ellos? ¿O tal vez
sí que ha sobrevivido un resto que ahora gira alrededor del Sol en una órbita muy
excéntrica?

La hipótesis se alimenta de las peculiares características de Tritón. Gira alrededor de


Neptuno en sentido contrario (retrógrado), es decir al revés que su propio sentido de
giro y en una órbita extremadamente inclinada. Debería haberse acercado a Neptuno
hace mucho tiempo hasta a 7 radios neptunianos. Y Tritón no solo es
extraordinariamente grande, sino que su composición también indica que debió
formarse más al exterior y no junto con Neptuno. Pero esto solo funciona cuando antes
ha habido una colisión mayor, en la que Tritón fue frenado (y que incluso explicaría la
irradiación anormalmente alta de energía de Neptuno). Neptuno lo habría tenido más
fácil si le hubiera podido robar la luna a otro planeta. Si Anfitrite colisionó con Urano,
Tritón habría sido, como objeto sin amo, fácil de pescar. A favor de esta hipótesis habla
el hecho de que Urano casi «rueda» sobre su órbita. El eje de rotación del planeta ya no
es más o menos vertical a la eclíptica, como en todos los demás planetas, sino que es
casi horizontal. También se supone que la causa fue una colisión con un objeto cuya
masa duplicaría la de la Tierra.
A pesar de todos los peligros que acechan en el Planeta negro, dos astronautas deciden
explorar este cuerpo celeste recién descubierto. Durante la expedición, descubren
indicios sobre su probable origen y su enorme antigüedad, pero también notan pronto
que Anfitrite oculta un secreto de consecuencias inimaginables.

Mientras tanto, este antiquísimo recién llegado se acerca a la Tierra en su inusual


trayectoria. El polvo negro que cubre su superficie despierta el interés de varias
empresas que sueñan con sacar un beneficio espectacular a sus excepcionales
características. Se inicia así una carrera hacia este planeta que, como pronto se verá,
sería muy deseable que no se acercara a la humanidad.
Brandon Q. Morris
Anfitrite 2: El planeta negro

Hard Science Fiction

Anfitrite - 2
15 de mayo de 2078, SS Reliable

El microasteroide impacta justo cuando se acaba de atar al asiento del retrete.

Doug percibe el siseo agudo de la atmósfera de la nave, escapándose por el orificio.


Se asemeja al de una cobra justo antes de lanzar el mordisco y es una sensación que le
llega hasta la médula. Las ganas fisiológicas de soltar lastre se le pasan de un segundo
al otro. Seguramente sea uno de esos miedos, ancestrales e inconscientes, de cualquier
astronauta a tener que apañárselas sin aire.

Pero no piensa permitírselo a su cuerpo. La nave ha aguantado estoicamente el


impacto. Ni siquiera ha intentado una maniobra de evasión ni se escuchan las
enervantes sirenas de emergencia. Ese cacho de asteroide debe ser tan pequeño, que no
llega a representar peligro alguno. Cuanto menor es el diámetro del orificio, más agudo
es el siseo; tal como le enseñaron en la academia. Las colisiones realmente peligrosas se
te llevan, ¡zas!, fuera de la nave y no tardas ni doce segundos en palmarla.

Aún vive, así que puede concentrarse en sus necesidades matutinas. Empezará con
un cruasán recién horneado, un café negro bien fuerte y, luego, a aliviarse. Su esfínter
no está todavía muy convencido. Parece haberse escondido, atemorizado en una
esquina, y Doug le guardará rencor por ello. La nave es un cilindro, de no-sé-cuantos
metros de largo y con un diámetro al cuadrado por pi y un cuarto… Total, que tiene
aire de sobras. Pasarán muchas horas, hasta que por ese agujerito, más pequeño que su
esfínter, haya salido todo el aire de la nave.

Mierda de siseo. Es que no ayudan ni las matemáticas. ¡Allí fuera tampoco hay un
infierno, solo el vacío! Una diferencia de presión de un ridículo bar, lo mismo que si
bajaras diez metros buceando. Pero su cuerpo le decepciona. Doug se desabrocha el
cinturón. Quizá la culpable es la microgravedad. Lleva días acercándose a su destino sin
propulsión. Esa misma noche se tomará una pastilla.

La consola de navegación empieza a pitar. La pantalla está tan negra como su café,
pero una lucecita le avisa de que ha entrado un mensaje. Para Mary nada va lo
suficientemente deprisa. Ya sabe que, por las mañanas, necesita algo más de tiempo.
Que, con 64 tacos, uno ya no es el jovencito de antaño.

—Reliable, ahora deberías poder ver el objeto —dice Mary.

Doug amplía la imagen en pantalla. Nada. Todo negro. Aumenta el contraste. Sigue
sin ver nada. El negro más negro que uno pueda imaginarse. Es como si mirara justo a
través de las estrellas.

—Lo siento Mary, pero no puedo ver nada de nada —responde al final.

Entonces se reclina y cuenta los segundos. Veintiuno, veintidós, veintitrés. El


mensaje necesita cinco segundos para llegar a la Luna, donde Mary está siguiendo la
operación desde la central de su pequeña empresa de recuperación de pecios. La
posición no debe ser la correcta. Ahí fuera no hay nada. Ese trozo de chatarra quizá se
independizó hace muchos años ya.

Veintinueve, treinta. Sin respuesta de Mary. Se la imagina consultando todos los


archivos hecha un saco de nervios. Espera que no haya caído en la trampa de un
estafador. Sería el fin de su miniempresa. Los plazos de arrendamiento de la SS Reliable
se llevan, de por sí, la mitad del valor de mercado de esa chatarra de seis toneladas y
media llamada JWST, que les han encargado recuperar.

—Reliable, he comprobado la posición —dice Mary, al fin.

Tras ella, algo más lejos, puede oír un maullido. Doug sonríe. Debe ser Kiska, su
gata. Mary la llamó así, porque «Kiska», en su lengua materna, significa «gatita». Doug
la llama así, porque le recuerda su querida nave anterior, la que tuvo que cambiar por
un puñado de dólares tras los sucesos del 72 y con el que abrieron su nueva empresa.

—Estoy segura de que estás en el lugar correcto, Doug —dice Mary—. Mira bien a tu
alrededor. Ese trasto está ahí en L2 y, según los últimos datos, tenía combustible
suficiente para mantenerse en su posición.

Doug suspira. Ya ha mirado atentamente. La Tierra y el Sol están a su espalda. Por


delante no tiene más que la negritud del espacio. Entonces se le ocurre una idea. ¡El
medidor láser de distancias! Normalmente, lo utiliza para acoplarse a estaciones
espaciales. Doug busca el botón y lo activa. Con la Reliable no se ha acoplado todavía a
ninguna estación. Hace solo dos semanas que se hizo cargo de ella en la Lunar
Gateway, tras haberse tenido que despedirse de la suya, la SS Victory, casi tan querida
como la Kiska. El nombre mismo era ya un chiste, pero como antigua cápsula de Boeing
había cumplido sus buenos servicios, hasta que el propulsor soltó su último estertor.

¿Dónde puñetas está el botón del láser? No deberían haber aceptado este encargo.
Medio millón en ocho semanas, parece que su capacidad de raciocinio claudicó ante
esas palabras.

LRF, Laser-Rangefinder. Ahí está. Doug aprieta el botón. En la parte inferior de la


pantalla aparece un ocho tumbado. Mira instintivamente por el ojo de buey, como si
pudiera ver un rayo láser verde cruzando el espacio. Pero, evidentemente, no se ve
nada de nada. Doug agarra el joystick y lo mueve a la derecha, para que la nave gire un
poco. El rayo láser de la proa describe ahora un círculo. Doug regula un poco un mendo
para que el círculo se expanda y luego se reduzca. Si hay algo ahí, debería reflejar el
rayo láser.

El ocho tumbado parpadea. Aparecen brevemente unas cifras. Cuatro, en concreto.


¿La primera era un cinco o un ocho?

—Salvage Ship Reliable a base, creo que he encontrado algo, al fin —dice por radio.

Aunque podría tratarse de una interferencia. ¡Ya podrían haber invertido aquellos
45.000 yuanes en el puñetero radar! Pero la vendedora china en la Gateway quería
cobrar en bitcoins anónimos y ninguno de sus conocidos había visto a esa mujer antes.
No habrían sido los primeros en ser estafados con un juguete excesivamente caro.
Desde que la Lunar Gateway se abrió al tráfico espacial privado, está llena de
estafadores de poca monta.

Doug mueve un poco el joystick, pero el ocho durmiente se ha vuelto a estabilizar.


Seguramente el primer número era un nueve. Con 9.000 kilómetros de distancia, hay
que apuntar muy bien para poder acertar con un objeto de unos 14 por 21 metros de
tamaño.

Un momento. La nave debe tener un protocolo electrónico de navegación. Hace


quince años ya que es obligatorio, tras tanta piratería en el sector. Si sincroniza el
protocolo con la breve aparición de las cuatro cifras, solo le hará falta… ¡Ahí está! Hace
exactamente 82,44334 segundos que el láser alcanzó los sensores receptores de la nave.
Doug anota la dirección exacta de la proa. A continuación, introduce el vector de
dirección en el ordenador de navegación y acelera la nave.
Ahí fuera, tan lejos de la Tierra y del Sol, las fuerzas gravitacionales de ambos se
neutralizan con la fuerza centrífuga de la rotación, por lo que la SS Reliable puede volar
casi sin fuerza alguna. Tras un vuelo de 1,5 millones de kilómetros, más o menos, por el
patio trasero de su mundo natal ya no viene de un par de miles de kilómetros. Si tiene
suerte, alcanzará el objetivo antes de que acabe el mes.

«Piip. Piip. Piip».

El ordenador traduce los impulsos láser a sonidos primitivos. ¡Ahí está! Va bien, ya
no hay error posible. Medio millón de yuanes… ¿cuánto serán en dólares? Tiene que
preguntárselo a Mary. A lo mejor pueden permitirse al fin una casa en Kentucky, donde
algún día podrán vivir juntos.

—SS Reliable a base —dice Doug—. Estoy en rumbo al objeto. Seguramente podrás
calcular con mayor precisión cuándo llegaré allí. Me voy a estirar un rato, ya que no hay
nada más que hacer. Dale un beso en el morrito a Kiska de mi parte.

Doug adjunta las coordenadas del objetivo a su mensaje. Mary es mejor en mates que
él. Por eso se ocupa de la parte de los negocios en su empresa conjunta, mientras él se
limita a recuperar la chatarra. Doug echa el respaldo del asiento de comandante hacia
atrás, coge la manta del suelo, se la echa por encima, se abrocha el cinturón y cierra los
ojos.

El siseo sigue. Pero eso puede esperar. Ahora necesita una buena siesta.

Le despierta un horroroso quejido. La nave parece protestar en serio. ¡Alarma! El


respaldo del asiento se coloca automáticamente en vertical. Apenas tiene tiempo de
agarrarse a la pantalla para evitar romperse la crisma. El cinturón le apretuja los
intestinos. La nave se inclina trazando una curva. Habrá activado automáticamente las
toberas de corrección y parece esforzarse en poner los propulsores en dirección
contraria para frenar con ellos.

En la pantalla se lee «Alarma de proximidad».

—Base a Reliable —se comunica Mary por la radio—. ¿Qué puñetas está pasando
ahí? ¡Me llegan todo tipo de mensajes de actividad!

¡Ojalá lo supiera! La pantalla está empañada. Pasa la mano izquierda por encima
mientras se sujeta con la derecha para contrarrestar el movimiento de giro de la nave.
En la pantalla ve un rombo que brilla en un gris raro. No. Más bien es como una
cometa, un rombo con dos lados más cortos y dos más largos. Gira lentamente, pero
crece a toda velocidad. Ese objeto debe medir unos diez metros, o quizás quince, o
veinte. Las toberas de corrección van muy lentas y la Reliable es demasiado rápida para
evitar la colisión.

—A punto de colisionar con un objeto en forma de cometa. Si no recibes más noticias


mías, quiero que sepas que te quiero, Mary. Dale a Kiska un…

Una fuerza increíble le lanza hacia la izquierda. El brazo con las células solares
habrá chocado contra ese objeto. El asiento del capitán vuelca. No, no es el asiento, es la
Reliable que ha empezado a dar trombos. La nave gira en su eje longitudinal y rota al
mismo tiempo en el transversal. Es imposible compensarlo. Ojalá incorpore un sistema
automático para emergencias. El Sol brilla a través de un ojo de buey y desaparece
enseguida. Entonces pasa rápido frente a la ventanilla un plato gigante. ¡De cometa
infantil nada de nada! El satélite que pretendían desmontar y vender se les ha
adelantado y está desguazando la SS Reliable.

Reliable, fiable, ja. Un chiste desde el primer minuto. Pero la nave no tiene la culpa.
El láser de búsqueda habrá detectado otro objeto y el JWST, el antiguo telescopio de la
NASA, se le ha cruzado casualmente en el camino en su órbita alrededor del punto de
Lagrange L2. ¿Qué habrá sido? Claro que lo habían investigado a fondo antes del
despegue. Este punto de Lagrange es muy querido por los astrónomos, porque el Sol y
la Tierra están en línea y se puede apantallar la radiación de calor de ambos objetos con
un único escudo. La Reliable habrá chocado con ese escudo.

—Reliable a base, ¿me recibes? —pregunta Doug por radio.

La rotación se hace más lenta y el movimiento de giro también se reduce. Parece que
puede fiarse de la Reliable más de lo que pensaba. Si al menos Mary contestara… Doug
vuelve a contar a partir de veintiuno, pero su mujer no responde ni al llegar a treinta ni
al llegar a cuarenta. Vuelve a enviar el mensaje por radio, y luego otra vez más. No hay
respuesta. Está solo.

Pero vivo. La cápsula se ha parado. Doug se suelta el cinturón hasta que nota la
ingravidez. Entonces se lo abrocha de nuevo, pues no se fía de esta. En su primer vuelo
a la Luna le pilló una maniobra de corrección que le estampó contra el suelo como a una
mosca. Se paso luego dos meses en el, por aquel entonces, aún primitivo hospital lunar.

—Reliable a base, ¿me oyes? Unas palabras reconfortantes me vendrían muy bien.
Toca la pantalla y se desplaza por los informes del sistema. La cápsula está sellada,
eso es bueno. La batería de células solares de la izquierda ha asumido toda la
alimentación eléctrica. Su rendimiento es más que suficiente. Los paneles solares de la
derecha parece que han sido arrancados por la colisión. Hay cosas peores. El problema
es, ante todo, el estado del propulsor, que ni siquiera está ya en situación de emitir un
informe de estado. Será lo primero de lo que deberá ocuparse. Los tanques de
combustible parecen estar aún llenos.

«Despacio, Doug, que perder los nervios es lo último que necesitas en esta situación.
¿Qué será lo siguiente que pueda matarte? ¿Las reservas de oxígeno? Controla los
niveles». Todo está generosamente calculado para poder desmontar el objeto y regresar
a la Luna, llevándoselo consigo a remolque de la Reliable. Así que tiene, al menos, un
par de días para reparar el propulsor. ¿Podría llevarse de paso el JWST? «No
exageremos ahora, Doug», piensa para sí. Se desabrocha el cinturón y flota hasta el
techo, donde sigue percibiendo ese silbido. Saca una cinta americana de la bolsa de
herramientas y pega dos trozos, en forma de cruz, encima. Luego, se monta en la
bicicleta estática y comienza con los ejercicios previos a una salida extravehicular.

Doug saca su torso fuera de la esclusa, que no es mucho más grande que su propia
sección. Ilumina con el foco en todas direcciones. Mierda. El cristal del casco se le ha
empañado de nuevo. ¡Y eso que le rogó a Mary que protestara al fabricante! Pulsa un
botón en su muñeca izquierda. La ventilación sopla más fuerte. Con la barbilla desplaza
el extremo de la manguerita de forma que el aire, filtrado y seco, sople contra el cristal.
Se desempaña casi de inmediato.

Entonces su mirada recae en el propulsor o en lo que queda de él. ¡Ojalá se hubiera


empañado el cristal de nuevo! Suda, pero eso no le ayuda en nada. Ha solucionado el
problema demasiado bien. Sin embargo, el propulsor, de ello no le cabe la menor duda,
no va a poder repararlo.

Esto será su ruina. Mary tenía toda su ilusión puesta en un jardincito propio, donde
plantar flores y verduras. Han pasado la mayor parte de su vida como nómadas por el
espacio. Tras haber eliminado del universo aquel agujero negro en el 72, junto con
Watson, prefirieron cambiarse el apellido para poder continuar con su propia vida en
tranquilidad. María pasó a llamarse Mary. Doug no quiso renunciar a su nombre de
pila. «Nadie se llama voluntariamente Swartzenberg», dijo. «Bastará para pasar
desapercibidos».
La pequeña oficina en la Luna fue su primer hogar. Luego, a saber cómo y por qué, a
Mary se le ocurrió lo de Kentucky. No habían estado allí jamás. La propiedad, un
pequeño rancho, con casita de madera incluida, la había comprado un conocido para
ellos.

Su segundo pensamiento se centra en su propio destino. Sin propulsor, se quedará


allí colgado. Tiene oxígeno para 80 días, pero ¿cómo lograría Mary organizar una
misión de rescate? Ni siquiera pudieron permitirse el contratar un seguro. Su cuenta
está casi en números rojos. Ese encargo les habría salvado, pero ahora supondrá su
final.

Mary moverá todas las palancas y tocará todas las teclas para sacarlo de aquí. El
coste que ello suponga no la asustará. Hasta estaría dispuesta a vender un riñón en el
mercado negro. Su casa de Kentucky no es lo bastante valiosa como para usarla como
garantía para una misión de rescate. Pero un riñón sano puede valer una fortuna en una
sociedad irremediablemente envejecida.

Tiene que convencer a Mary de que no lo haga. Doug se pone nervioso. No quiere
que le salve, no bajo esas condiciones. El encargo también está perdido. Su salvador se
lo quedaría para sí, evidentemente.

Se toca la espalda para cerciorarse de que no ha olvidado ponerse el SAFER. Sí, lleva
la mochila de toberas fijada a la espalda. El objeto puede verse tan bien, que le extraña
el hecho de que las cámaras no lo detectaran antes. Tal vez se deba a la dirección de
vuelo. Ahora, el telescopio que antaño fue el más caro de la humanidad, gira lentamente
sobre su eje. Parece haberse estabilizado como la SS Reliable. ¿Por qué no utilizar al
telescopio James-Webb para regresar? Tiene que haber llegado de alguna forma. Pero
entonces se acuerda. Los cohetes con los que puede corregir su posición cambian la
ubicación del telescopio durante toda su vida útil como máximo 150 metros.
Francamente, no da para los 1,5 millones de kilómetros que hay hasta la Tierra.

Doug sale del todo de la esclusa. Se da un empujón y grita. Es la sensación de caída


libre la que le hace gritar. No puede evitarlo. Aún no ha conocido a nadie que no
reaccione así ante esa experiencia. Piensa brevemente en cambiar su ruta. ¿Y si no se
desplaza ahora hasta el JWST? Con pulsar un botón, el SAFER le llevaría en dirección al
Sol. Al cabo de ocho a diez horas, se le acabaría el oxígeno y nunca más tendría ese
problema, ni ningún otro.

Pero sería injusto. Mary no sabe nada, así que organizaría un rescate carísimo. Sería
la peor solución posible. A la pobre Mary no le quedaría más remedio que salir, con su
traje espacial, a dar un paseo de solo ida por la desértica Luna. No sería la primera vez.
Él mismo lo había visto. A unos 500 metros de la base del polo sur, parecían congelados
en sus trajes espaciales. Algunos todavía estaban de pie, otros se tumbaron a la espera
de morir. La administración dejaba a los muertos donde estaban, probablemente por
piedad. Pero se trataba de unas pobres almas. No valía la pena recuperarlos. Le
preguntó una vez a Mary por qué no iba alguien a recuperar, al menos, los trajes
espaciales, para venderlos en el mercado negro. Seguro que conseguían unos dólares,
¿no?

—Son invendibles —aseguró Mary—. Es por el olor. Dentro, ya no hay suficiente


oxígeno para respirar, pero sí para que los microorganismos hayan descompuesto los
cuerpos hasta cierto punto.

—¿Cómo lo sabes?

Mary no es ni médico ni microbióloga.

—Experiencia práctica —respondió y le miró de aquella forma que evitaba que


siguiera preguntando.

El telescopio espacial es inmenso. Maneja el SAFER de forma que le lleva hasta el


extremo del triángulo más pequeño, es decir, a la cabeza de la cometa. Frena justo antes
de chocar, pero aún va demasiado rápido y su mano derecha atraviesa la piel exterior
de ese escudo en forma de cometa como si fuera simple papel. Por supuesto, no es
papel, sino un recubrimiento plástico muy delgado de un material llamado captón, más
fino aún que el papel y recubierto de aluminio. Doblar esa gigantesca estructura habrá
sido una labor de dura artesanía, para hacerla caber en un cohete de los años veinte. Ya
no recuerda su despegue, pero el telescopio James-Webb ha aportado descubrimientos,
casi cada mes, hasta bien entrados los años 30 de ese siglo.

Y ahora lo tiene que desmontar. Debería haberlo desmontado, mejor dicho, porque
ya no va a poder hacerlo. Desde lejos, ha podido ver que la sonda está intacta. ¿Cómo
habrá conseguido Mary ese encargo? A los astrónomos no les gusta abandonar un
instrumento que todavía funciona. Quizá ya no llegaba el dinero para financiar la
investigación. Pero, incluso así, se puede esperar a tiempos mejores.

Sobre todo, cuando se va a sacar ahora apenas medio millón de un instrumento que
costó miles de millones. Para Mary y él es una suma brutal, claro, pero en la
investigación espacial, estas cantidades no son más que calderilla. Doug suspira.
Deseaba tanto que Mary pudiera vivir en su casita… Y Kiska, la gatita, al fin podría
tener un lugar para corretear de verdad, en lugar de medio flotar por las cuevas de la
base lunar en busca de ratones.

Da la vuelta para pasar al otro lado de la cometa y se queda boquiabierto. El espejo


cuelga sobre él como una casa de tres pisos que navega, a vela, por el espacio sobre una
cáscara de nuez. El velamen está siempre dirigido hacia la oscuridad del espacio,
apartando la mirada de la Tierra y el Sol, pues el colector de luz solar de 27 metros
cuadrados tiene que recolectar, sobre todo, protones en el espectro infrarrojo. Doug
trepa sobre la delgada base. Debe ir con cuidado. Se mueve sobre un lago cubierto de
una delgada capa de hielo que sería mejor no romper. Si no, ese valioso instrumento
podría resultar dañado.

Mary recibió instrucciones precisas para ese encargo. El espejo de seis metros y
medio de diámetro consta de 18 elementos hexagonales. Tiene que desmontarlos y
envolverlos, uno a uno, en fundas especiales. Solo les darán el medio millón cuando
entreguen todas las piezas en perfecto estado. Aunque, ahora, ya da lo mismo. Adiós
negocio. Podría llevarse un trozo del espejo como recuerdo. Pero tiene demasiado
respeto por el trabajo de los especialistas que, hace más de sesenta años, montaron esa
obra de arte.

Ahora necesitaría una interfaz donde conectar su radio. Tiene que hablar con Mary.
No debe enviar ninguna misión de rescate. Ha sido un fatal despiste no haber hablado
nunca sobre cómo conectar su módulo de radio. Tendrá que rebuscar por la sonda, con
la esperanza de reconocer lo que busca. ¿Cuánto habrá avanzado la tecnología en los
últimos 60 años?

Doug se desplaza lentamente por la superficie, con la mirada siempre puesta en el


espejo. ¿Qué maravillas habrá visto ese ojo brillante? En el espectro infrarrojo está el
pasado del universo. Cuanto más escondido en la distancia está un suceso, más se
desplaza su luz irradiada al espectro infrarrojo. El JWST debe haber sido testigo de
cómo se fusionaron las primeras galaxias en cúmulos, cómo se encendieron quásares y
cómo explotaron estrellas, distribuyendo por el universo las primeras semillas de
elementos pesados, mucho antes de que siquiera se pensara en el nacimiento del
sistema solar.

Ha alcanzado el espejo. Doug se desplaza con la mano derecha, apartándose un


poco del suelo para ponerse de pie. La luz de su casco se refleja en cada uno de los 18
hexágonos, ensamblados entre sí a la perfección. Apaga el foco y todo se sumerge en la
oscuridad. El escudo impide el paso de cualquier tipo de luz. Podría muy bien no
existir. Activa la linterna de mano y la sujeta de forma que la luz recaiga sobre él. Frente
al espejo, ve un tonel blanco. La forma cóncava deforma su reflejo. Saluda con la
izquierda y, de golpe, siente una gran soledad entre los omóplatos. Siempre le ha
gustado viajar sin compañía en una nave, pero nunca llegó a sentirse solo. Ahora es
distinto. Le falta el cordón umbilical, la conexión por radio, con Mary al otro lado
oyendo pacientemente sus relatos sobre los avatares más recientes de su nave Reliable.
Le saltan las lágrimas. Se pone la mano izquierda en el cuello metálico que fija el casco.
Algo parece ir mal con el generador de aire.

«Tranquilo, Doug. Hay problema. La interfaz». Presiona brevemente la palanca del


SAFER y se eleva. A dos metros por encima del espejo se detiene de nuevo. Se inclina
hacia delante y se acerca, de nuevo, a la sonda. Pero allí no hay nada que se parezca ni
de lejos a una conexión eléctrica.

Claro. Se golpea el casco con la mano. Los ingenieros se han esforzado al máximo en
proteger todo el instrumental sensible. Y eso se aplica también a la electrónica con la
que cuenta a bordo. Los circuitos se calientan cuando funcionan. El bus de conexión a la
electrónica debe estar al otro lado. Debería haberse informado mejor sobre el JWST
antes de salir de la Reliable.

Con una elegante curva, se desplaza alrededor del telescopio especial para llegar al
otro lado. Saca entonces la linterna. Con el foco de luz busca a lo largo de todo el escudo
solar hasta encontrar las células solares. Ahora solo queda seguir su pista. De las células
solares fluye energía al bus, que se distribuye en distintos subsistemas. Los cables
acaban justo detrás de la fijación de las células solares, en un módulo en forma de cubo.
Allí debe estar el ordenador de a bordo y las demás cosas que los ingenieros necesitan
para hacer funcionar el telescopio.

Se acerca y toca el cubo. Cree notar vibraciones incluso a través de los guantes. La
sonda sigue viva. Sería una pena desguazarla. ¿A quién se le ocurrirán esas ideas?
Inspecciona el módulo con atención. ¡Allí! En un lado, hay varios conectores anchos que
llevan hacia dentro. Sigue los cables que salen de allí. El primero lleva a un pequeño
propulsor. Eso no le interesa. El segundo acaba en una antena de radio.

Ahí está. Extrae el conector del cubo. Abre su bolsa de herramientas y un segundo
compartimento que tiene en el fondo donde hay un cable adaptador. Lo saca. En su
extremo hay un enchufe que incorpora un adaptador para una toma determinada. Sería
mucha casualidad que la ocupación de los pins fuera la correcta, pero vale la pena
intentarlo. Tiene que ponerse de lado, porque el cable es bastante corto. Pero el SAFER
le queda por medio. Se quita la mochila de vuelo, pero la fija con un clic a su cinturón.
Sin el SAFER no podría volver jamás a su nave.

Ahora sí alcanza la longitud del cable. Pero el conector del JWST no coincide.
Mierda.

Diez minutos después lo ha conseguido. Nada como unos alicates pelacables, un cúter y
un rollo de cinta americana para solucionar prácticamente cualquier marrón. No es
suficiente para estar varios años deambulando por el universo… pero sirve. Más de una
vez ha visto cómo un cable adaptado con cinta americana ha aguantado su cometido
años y años.

Su traje está unido ahora a través de un delgado cable con la antena del telescopio.
Doug trastea por la pantalla de su dispositivo en el brazo del traje. No es fácil con esos
guantes tan gruesos. Tiene que desviar la comunicación por radio de la antena del traje
a la antena exterior que acaba de conectar. ¿Por dónde saldrá? La sonda debería
disponer de varios canales con los que enviaba, en su día, sus datos a la Tierra y recibía
las órdenes desde allí. La legendaria red Deep Space Network de la NASA sigue siendo
utilizada por misiones de investigación, aunque ya cuenta con gran cantidad de
competencia del sector privado.

Doug tose un poco para aclararse la garganta antes de abrir el canal de radio.
Entonces pulsa un botón en la pantalla. Lo que diga ahora será enviado por la potente
antena del JWST a la Tierra. Ojalá esté alguien escuchando. Quizá tiene mala suerte y
las frecuencias del JWST han quedado en desuso. Aunque es improbable. Con los años,
las frecuencias disponibles han ido ganando mucho valor.

—Aquí Doug Swartzenberg de la SS Reliable. Esto es una emergencia.

Se imagina cómo su mensaje irrumpe en plena comunicación con una importante


misión en Júpiter. Todos los ojos se vuelven al altavoz de donde ha salido esa voz
desconocida.

—Aquí Doug Swartzenberg de la SS Reliable. Necesito ayuda.

En el fondo no quiere que le ayuden. Solo hablar con Mary. Pero no puede decir
«Aquí Doug, ¿sería tan amable de ponerme con Mary en la Luna?». No, imposible.

—Aquí Doug Swartzenberg de la SS Reliable. ¿Me oye alguien?


—Sí, le escucho. He oído su mensaje. Al habla Mike Hill, de la estación base DSN en
Australia. Su identificación es desconocida.

Ha vuelto a ser impaciente y ha olvidado el tiempo que tarda la señal en ir y volver.

—Mi nave, la SS Reliable, ha sufrido daños. Me estoy comunicando a través de la


radio del JWST —aclara Doug.

Entonces se pone a contar. Al llegar a treinta, recibe la respuesta de Mike.

—¿El James Webb? ¿Es que aún existe? ¿Qué está haciendo ahí? ¿Quiere que solicite
una misión de rescate?

—No, ni hablar, no quiero que me rescaten —responde—. Eso arruinaría a mi mujer.


La culpa del accidente ha sido mía. Pero me gustaría que, por favor, informara a Mary.
Le paso su clave pública. Se lo agradezco mucho, Mike. Y, por favor, nada de misiones
de rescate. Mary seguramente no querrá hacerle caso. Por eso, volveré a estar en
recepción dentro de 24 horas, para explicárselo en persona. SS Reliable, over.

Doug extrae el adaptador del enchufe. El cable se aleja con lentitud. Mira a su
alrededor. La Reliable debe estar por detrás. Pulsando un botón hace que encienda
brevemente las luces de proa. Sí, ahí está. Vuelve a ponerse el SAFER, se abrocha los
cinturones de sujeción y vuela de regreso a su cápsula.
16 de mayo de 2078, Base lunar del polo sur

—No, Mary, eso no te lo podría prometer aunque quisiera.

Enérgica, Lynn sacude la cabeza. Mary esperaba esa reacción, pero al menos quería
intentarlo.

—Yo cuidaría siempre de Rebecca, si quieres —prueba otra vez.

Rebecca es una cría salvaje de nueve años venerada por su madre como una diosa.

—Mary, es que no puedo enviar la lanzadera ni siquiera a 1,5 millones de kilómetros


del desierto. Ni siquiera sé si está especificada para ese alcance. Y si hubiera una
emergencia mientras está fuera… ¡perdería mi trabajo!

—Y Doug perderá la vida si no va nadie a rescatarlo.

—No tienes más que llamar a los hermanos Wright. O pregúntales a los chinos.
Seguro que tienen una nave rápida disponible.

—Sí, la tienen.

—¿Se lo has preguntado? Pues ya ves. Así me quedo tranquila. Todo irá bien, ¿a que
sí? Cuando Doug haya vuelto, los cuatro nos tomaremos una copa, ¿vale?

Nada irá bien. Lynn era su última esperanza. La lanzadera para emergencias de la
base lunar solo acepta sus órdenes. Está pensada, sobre todo, para urgencias médicas
que no pueden tratarse aquí, en la Luna. Pero ¿cuántas posibilidades puede haber de
que alguno de los 32 ocupantes de la base lunar sufra una emergencia médica en las
próximas dos semanas?

Mary se levanta, se gira hacia la puerta y abandona la sala sin despedirse. Así Lynn
sabrá lo cabreada que está. Los chinos son demasiado caros. Solo habría una forma de
pagarles: vender su finca de Kentucky y, probablemente, ni siquiera eso sería suficiente.
Pasar allí su jubilación siempre había sido su sueño. Y Mary no está dispuesta a
abandonarlo.

Mira el reloj. Dentro de siete horas tiene que ponerse en contacto con Mike Hill.
Entonces hará de relé para que ella pueda hablar con Doug. ¿Cómo habrá conseguido
Doug utilizar la antena del JWST? Pero tiene razón. Mary no piensa dejarle morir
asfixiado allí arriba. Bajo ninguna circunstancia, aunque eso suponga el final de sus
sueños.

Corre lo más rápido que puede por aquel pasillo frío y húmedo. Por la baja
gravedad de la Luna se desplaza casi flotando. Las luces del techo parpadean. La Luna
se considera un mundo seco, pero allí dentro está todo medio empapado. Cuando un
amigo les recomendó llevarse un gato a su nueva vivienda de la base lunar, ella le miró
con incredulidad. Sin embargo, ahora se lo agradece.

Mary llega a la puerta de su vivienda. Pulsa el botón verde de apertura bajo el


rotulito con su apellido, Swartzenberg, y se abre un rectángulo en la pared. Una especie
de mopa negra se le acerca volando y aterriza sobre su hombro. Nota las garras por
debajo de la fina tela de su chaqueta. Kiska ya domina esos arriesgados saltos a la
perfección. Si alguna vez logran mudarse a Kentucky, su gata espacial será la que más
tarde en adaptarse a las nuevas circunstancias. Cuando despegaron hacia la Luna, para
hacerse cargo de la empresa de recuperación de un tío segundo, Kiska tendría poco
menos de un año.

—Ya está, ya está, preciosa —dice Mary, acariciándole el lomo a la gata que se ha
puesto cómoda sobre sus hombros.

Mary se sienta al escritorio con la gata a cuestas. Esa es su empresa. Cuando la vio
por primera vez, se quedó muy decepcionada. Su tío, que se llamaba Kovarov, había
hablado sobre su empresa con tanto entusiasmo, que se había imaginado una sede
bastante más representativa. No un palacio, pero sí algo más que un viejo escritorio en
una vivienda de dos habitaciones bastante húmedas.

—Con el nuevo nombre seguro que tenéis un gran éxito —les dijo su tío—.
¡Swartzenberg, en el mercado de la chatarra será lo que Alpha-Omega es para la ruta a
Marte! Un Komarov no tiene aquí posibilidad alguna.

Su tío Witali murió tiempo atrás. Doug no debería compartir el mismo destino, por
eso llamará ahora a quien debería haber llamado hace mucho.
El teléfono suena, pero nadie responde a la llamada. Las garras de Kiska se clavan en su
piel. Seguro que la gata ha descubierto instintivamente lo que pretende hacer. Pero no
permitirá que una mopa negra le impida salvar a su marido.

—Merman al habla —contesta una voz masculina.

Mary se asusta, a pesar de haber marcado ella misma ese número. Con Timothy
Merman es mejor no meterse en líos. Ese hombre trabaja según el ancestral principio de
que una mano lava la otra. Si le pides hoy un favor, lo hará enseguida. Pero algún día,
en el futuro, exigirá que se lo devuelvas. Y entonces es mejor no negarse.

—Hola, soy Mary Swartzenberg, de Swartzenberg Salvage.

—Caramba, los Swartzenberg, menuda sorpresa. ¿Qué puedo hacer por usted?

La voz de Merman parece agradable. Tiene un cálido matiz de barítono. Pero ¿por
qué hace como si los conociera? Debe ir con cuidado.

—Pues no sé si puede hacer algo por mí o no —le responde.

—Bueno, al menos, lo cree; si no, no me habría llamado. ¿No es así, Mary?

—No se lo negaré. Tiene que ver con nuestro actual encargo.

Le describe la situación en la que Doug se ha metido con la SS Reliable. Merman


escucha atento, sin interrumpirla, hasta que Mary menciona el JWST.

—¿Ha dicho el JWST o la he entendido mal?

—Sí, nuestro encargo es recuperar el espejo principal.

—Pero todavía no han empezado a desguazarlo, ¿verdad?

—No, no hemos llegado aún a ese punto. Pero Doug podría empezar enseguida si
usted quiere.

—¡Ni hablar! Necesito ese espejo plenamente funcional. Me acaba de dar una idea.

—¿Una idea?
—Le mandaré por escrito lo que necesito. Qué curioso. Ayer estuve pensando
durante todo el día cómo solucionar un problema que tengo y, ahora, va usted y me
sirve la solución en bandeja de plata.

—Pongo como condición que Doug vuelva a casa sano y salvo.

—Por supuesto, Mary. También recuperaremos su SS Reliable. Y si la información


que espero recibir de usted es tan valiosa como imagino, podrán incluso quedarse con
su encargo. ¿Qué le parece?

Demasiado bueno para ser verdad. Pero Mary eso no lo dice.

—De acuerdo. ¿Qué podemos hacer por usted, Timothy?

—Ya les informaré cuando llegue el momento.

Se temía algo así.

—¿Y qué hacemos ahora?

En ese momento, su ordenador emite un ‘pling’. Acaba de entrar un mensaje. Abre


el archivo, que parece contener unas instrucciones en forma de texto.

—Me parece oír que acaba de recibir mi mensaje. Reenvíeselo a su marido. Nuestra
nave se pondrá en camino hacia allí tan pronto haya seguido todas las instrucciones.

—Muchas gracias, Timothy.

—No hay nada que agradecer, Mary. No la ayudo por pura filantropía. Tenemos un
acuerdo. Cumpla su parte y, entonces, podrá confiar en mí.

No hace falta que Merman mencione la parte que empieza con un «porque en caso
contrario…». Todo el mundo sabe que este amable hombre de edad avanzada, a quien
muy poca gente ha podido ver en persona, no acepta incumplimientos contractuales.
16 de mayo de 2078, SS Reliable

—Tu nave de rescate podría estar ahí dentro de dos semanas —exclama Mary.

Doug respira hondo. La parte interior del casco vuelve a empañarse.

—Ya le dije a ese Mike que no quería acciones de rescate. ¡Es demasiado caro!

Diez segundos de espera. Cambia la mano con la que se sujeta al JWST. Veintinueve,
treinta.

—No nos costará nada. Solo tienes que cumplir un pequeño encargo. ¿Puedes
conectar, de alguna forma, el ordenador de a bordo a la antena del JWST? Merman ha
enviado una secuencia de órdenes que deberías realizar a través del bus de la nave en el
JWST.

¿Merman? Ese tío resulta de lo más sospechoso. Posee una empresa de importación
y exportación con sede en la base lunar. Pero nadie sabe bien cómo gana el dinero.

—¿Sabes con quién estás negociando? Con Merman, nada saliendo gratis —
responde—. Por ahora solo tengo conectada la radio del casco a la antena. Dame una
hora y lo habré modificado.

Golpea a un ritmo lento contra el casco exterior del satélite-telescopio, diez veces.

—Se dice «nada sale gratis», no «nada saliendo gratis», ¿cuántas veces te lo tengo
que decir? —le espeta Mary y no puede evitar una sonrisa, ¡típico!—. Con Merman no
hay nada que salga gratis, eso lo sé de sobras. Pero no pide un par de cientos de miles,
como los chinos, y que no tenemos. Eso significa que podemos quedarnos con la finca y
tú conservar la vida. Le haces un favor y ya está. Te envío el programa en 65 minutos. Y
me alegro mucho de que estés pronto en casa.

Mary es sensacional. Se conocen desde hace treinta años y sigue queriéndole. ¿Es
que acaso se lo merece? Debería darle las gracias más a menudo.
—Mary, mi amor, yo también me alegro mucho de poder volver a verte pronto. Ha
sido una buena idea la de preguntar a Merman. Aunque no creo que se conforme con
que introduzca el programa en el JWST, pero será mejor no preocuparnos aún por ello.
En 60 minutos estaré listo para la recepción.

Saca el conector, suelta el cable de seguridad y vuela de regreso a la Reliable. Seguro


que allí hay un ordenador portátil, aunque a saber dónde.

Tras veinte minutos de búsqueda sigue sin encontrar el portátil. El tiempo se le agota.
¡Mierda! ¿Dónde puñetas estará el manual? Lo encuentra en el cajón debajo de la
consola de mando. Lo hojea a toda velocidad, pero es incapaz de descifrar esa letra tan
pequeña. Sus gafas de lectura estaban en el respaldo de la silla del comandante. Han
resbalado hasta el asiento. Doug se las pone y vuelve a mirarse el manual. Al menos, no
está escrito en chino.

Pasa las páginas hasta llegar al apartado de técnica informática. El folleto ofrece
explicaciones sobre el panel de comando y una imagen con muchas cifras. Luego viene
el portátil para intervenciones en el exterior. Se trata de una tablet especialmente
robusta, equipada con numerosos puertos de conexión. Genial, con eso podría hacer el
mantenimiento de cualquier cosa, desde satélites meteorológicos hasta boyas de radio.
Solo se excluyen las intervenciones de carácter militar. Pero ¿dónde estará el mandito
aparato ese? El manual no dice nada al respecto. Registra todos los armarios. Nada. Y
Mary empezará a transmitir el programa en 35 minutos. ¡Me cago en la…!

«Tranquilo, Doug». Merman no saltará tampoco de golpe, solo por retrasarse un par
de horas en su parte del trato. «Y no deberías soltar tantos tacos, que eso a Mary no le
gusta nada». ¿Podría acceder a los sistemas del JWST? Pero no encontró en la sonda
ninguna posibilidad de introducción de datos. El telescopio se encuentra tan lejos de la
Tierra, que seguro que no contaban con visitas de seres humanos.

Vuelve al manual y se lee la descripción del ordenador para EVA. Y allí está, la
dichosa frase: «Accesorios opcionales, pregunte a su proveedor». Lanza el manual a un
lado. Mierda, mierda, ¡mierda! El manual vuela por la cabina, choca contra un ojo de
buey, rebota, abre sus páginas como una mariposa abre sus alas, y regresa batiéndolas.
Su rabia se disipa y lo recoge casi con delicadeza. No es culpa del manual que él no sepa
leerlo y que al arrendar la nave fuera tan tacaño como para renunciar al equipamiento
opcional.
Junto a la compuerta de la esclusa está su traje espacial. Flota hacia él y levanta el
HUT. El brazo del Hard Upper Torso está equipado con un pequeño ordenador.
¿Podría desmontarlo? Observa su minúscula pantalla. Está desconectado. El ordenador
del traje controla el mantenimiento de vida. No puede renunciar a él, ni siquiera
durante un breve espacio de tiempo.

¿Qué más podría utilizar? Doug vuelve a su asiento de piloto. Cómodamente


tumbado en él puede pensar mejor. Pero en la ingravidez no es tan cómodo apoyar la
espalda en él. Agarra el cinturón; quizá sirve si se lo abrocha. Entonces su mirada recae
en la consola de mando.

¡Claro! Se desplaza al armario de herramientas. Hoy se construyen las cápsulas


espaciales siempre de forma modular. El ordenador de navegación debería poder
desmontarse. Se acuerda bien de cómo el comerciante le había recomendado una
actualización a buen precio. Y no se ocupa en paralelo del mantenimiento de vida. Va
integrado por duplicado directamente en el casco exterior de la Reliable. El comerciante
estaba muy orgulloso de ello. Como si fuera una ventaja que no se pudiera sustituir un
componente tan importante.

Doug se sienta en el extremo del asiento y pasa la mano por debajo del ordenador de
navegación. Alrededor del teclado encuentra un resquicio. Saca un destornillador y lo
introduce en ese hueco. Funciona. Mueve el mango de un lado al otro y toda la parte
frontal del panel se va moviendo. Parece que el ordenador solo está encajado y se dejará
extraer. Saca un segundo destornillador y luego un tercero. Ahora puede ir sacándolo
por la izquierda, por la derecha y por detrás. Va moviendo las herramientas de un lado
al otro. El resquicio posterior se hace más grande. ¡Ya está, el ordenador se deja extraer
hacia delante! Aprieta con más fuerza por detrás hasta que, al final, el ordenador asoma
junto con teclado y pantalla hacia arriba.

Doug tira de él, pero el aparato no se deja sacar más. Se inclina por encima e ilumina
el interior de la ranura con una linterna. Hay varios cables a la vista. Doug se escupe en
las manos. Es su forma de rezar para tener suerte. Tira entonces con fuerza y espera que
los ingenieros hayan protegido los cables contra rotura por tracción.

Funciona. Sujeta la consola de navegación completa entre sus manos, como un


inmenso trozo de carne que un tigre ha arrancado de su presa. En lugar de hilillos de
sangre, cuelgan cables de ella. La deja flotando un momento y saca un cable tras otro de
su conector en la pared de la nave. El ingeniero que ha ideado esto ha hecho un trabajo
muy limpio.
Cuando saca el último cable, primero se apaga la pantalla y luego se apaga la
iluminación interior de la nave. El corazón de Doug late a toda velocidad. Parece que el
ordenador no solo se ocupa de la navegación. Escucha en la oscuridad, pero el
mantenimiento de vida sigue soplando aire fresco en la nave. Entonces se enciende la
iluminación de emergencia y la cabina se sumerge en una misteriosa luz roja.

«¡Te tengo!». Doug acaricia la consola como si fuera una cariñosa mascota que se le
había escapado.

Doug llega a la parte posterior del JWST diez minutos antes de iniciarse la transmisión.
Los cinco cables de la consola cuelgan como congelados de su parte inferior y
seguramente lo estarán. El plástico que los envuelve no parece estar diseñado para el
frío en el espacio. No debe doblar los cables, porque ahora podrían romperse.

Doug navega con el SAFER hasta la caja del módulo de servicio. Esta vez, el
cableado resulta algo más complicado. Los datos de la antena pasan por el cable hasta la
entrada. Del módulo de servicio saca corriente para el ordenador. Además, necesita un
canal de órdenes que lleve desde el ordenador que se ha traído hasta el mando del
JWST. Ojalá haya pensado Merman en que el telescopio puede pedir una autorización.
Solo ejecutará programas que vayan firmados con la clave correcta.

Pero estas claves tienen más de sesenta años. Seguro que con la tecnología actual se
pueden hackear con facilidad. No es que intente introducir subrepticiamente un virus
informático en una nave alienígena. Ese irrisorio intento lo llegó a ver en una
antiquísima película de ciencia ficción. Tanto a Mary como a él les gusta ver estos
antiguos largometrajes, aunque ya podrían tener un poco más de credibilidad.

El ordenador de la muñeca del traje empieza a vibrar, indicándole que la


transmisión comenzará en dos minutos. Y, justo ahora, el cable de corriente se le resiste.
Doug lo sujeta con ambas manos. Calentará un poco el metal, para que sea más elástico.
Treinta segundos bastarán. Dobla el cable con mucho cuidado. Si se rompe ahora,
llegará tarde. Un poco más. ¡Al fin! Ya puede insertar el extremo en la toma. El
ordenador debería encenderse. Pero el esperado ‘piip’ no se produce. ¿Qué pasa?
¿Habrá destruido sin querer el aparato o se habrá estropeado con el vacío exterior?

De repente, se enciende la pantalla y muestra una barra de progreso. ¡Claro! Fuera


no se pueden oír pitidos. Arranca justo a tiempo el registro de datos que espera la
entrada de la señal procedente de la antena. Faltan 15 segundos. ¿Por qué tiene que
lograr las cosas siempre en el último segundo? Eso es algo que a Mary la ha vuelto loca
varias veces.

¡Ahí! La pantalla muestra curvas ininteligibles que oscilan como locas, como si se
hubieran sincronizado con música expresionista. Son los datos del programa que se está
transmitiendo. No hace falta que sepa nada más. Tampoco es cosa suya que la señal
proceda de la Tierra o de la Luna.

A los dos minutos se acaba el proceso. En pantalla aparece un simple «OK». Doug
cambia a la carpeta de descargas. En ella, junto al prometido programa, hay un breve
archivo de texto con dos simples órdenes: 1. Regresar a la nave. 2. Iniciar programa.

Es imposible. No puede iniciar el programa desde la SS Reliable. Pues bien, tendrá


que ser desde ahí.

¿Qué podría ir mal?

Esa es una pregunta que no debería hacerse uno jamás en el espacio.

De repente, el JWST empieza a moverse. Intenta quitárselo de encima como un


caballo salvaje, y contrarrestarlo con el SAFER, pero eso solo aumenta el movimiento.
Será mejor dejarse sacudir un poco, ya que está sujeto por el cable de seguridad. Y el
telescopio se frena al cabo de un instante. Al parecer, quería orientarse con mayor
precisión. Doug se desplaza con el SAFER hasta el lado delantero. Está en la oscuridad.
Dirige la luz de la linterna hacia el espejo, que parece moverse. Entonces se da cuenta de
lo que ese haz de luz puede provocar en las fotografías que vaya a realizar. Espera no
haber estropeado nada.

Vuelve al lado posterior. En la pantalla del anterior ordenador de navegación ve una


barra de progreso. Observa la velocidad a la que crece. Parece que el programa
necesitará un par de horas para acabar. Doug bosteza. Ya va siendo hora de descansar
un poco en la butaca, así que regresa contento con el SAFER a la SS Reliable.
17 de mayo de 2078, Base lunar del polo sur

Alguien llama a la puerta.

—Adelante.

Mary se acerca más a la pantalla, en la que puede leer las noticias más recientes de la
Tierra. Debe ser Jelena. La enfermera de la estación es también peluquera en sus ratos
libres. Mary le ha pedido hora para esa tarde. Quiere estar guapa para cuando regrese
Doug.

—Caramba, qué bien montado tiene esto —dice una voz masculina.

Mary da un respingo. Conoce esa voz. ¿Qué hace Timothy Merman allí? ¿Y por qué
tiene a la gata en sus brazos? Mary está a punto de saltar para quitársela, pero Kiska
parece estar a gusto. Ronronea sentada en el brazo que Merman tiene doblado sobre el
pecho. Normalmente no le gustan los extraños.

Merman se arrodilla y se inclina hasta que Kiska ya no se siente cómoda. Salta al


suelo y se acurruca entre las piernas de Mary, como si quisiera pedir perdón por
haberse acercado a un extraño.

—La he encontrado fuera, en la sala de acondicionamiento —dice Merman—. No es


un buen lugar para un gato, ya que los pasillos se vacían de aire de vez en cuando para
cargarse las cucarachas.

—Lo sé —responde Mary—. Gracias por traérmela. Es tan curiosa…

Merman tiene razón. Al menos una vez por semana, la administración intenta así
controlar la plaga de insectos. No lo consiguen nunca del todo, pero a saber el aspecto
que tendría la base si no lo hicieran.

—La vi muy confiada. En otras circunstancias, no me habría atrevido a cogerla en


brazos.
—Bueno, parece que le ha gustado a Kiska. ¿Cómo sabía que es mi gata? Nuestra
gata, vaya.

—No lo sabía. Pero durante nuestra última conversación oí un maullido por detrás.
Y, de todas formas, estaba de camino hacia aquí.

—Comprendo. ¿A qué debo el honor de su visita?

—Pero si eso ya lo sabe.

—¿Ha funcionado todo a su entera satisfacción?

—Seguramente querrá saber cuándo regresará Doug. Tengo buenas noticias para
usted: la nave que lo recogerá está ya de camino.

—Veo que es un hombre de palabra, Timothy.

—Claro. Es la base de toda relación de negocios en la que reine la confianza. Porque


tenemos una relación de confianza, ¿verdad?

—Creo que sí. Y muy especialmente después de habernos ayudado de forma tan
generosa a salir de este atolladero.

—Insisto en recordarle que la chatarra que también vamos a recuperar le


corresponde a ustedes, para que puedan cumplir con el contrato que tienen.

—Muy amable por su parte. Me pregunto…

—Claro que sí, Mary, yo también me lo preguntaría. No hay nada gratis en esta
vida. ¿O mejor dicho, que salga gratis en esta vida? He oído que es usted especialista en
emplear las palabras correctas. Y por eso quería hablar con usted en persona.

Desde luego, Merman tiene labia de sobras. Le hace un cumplido al mismo tiempo
que una amenaza. Al parecer, es capaz de escuchar sus comunicaciones. «Si revelas
cualquier detalle sobre nuestra relación comercial confidencial, me enteraré». Eso es lo
que quiere decir.

—Pues vayamos al grano, entonces —interviene Mary—. ¿Qué quiere de nosotros?

—Para ser franco, su esposo ha tenido un éxito sorprendente a la hora de realizar


nuestro encargo. Nos ha dado mucho más de lo que esperábamos.
—Bueno, eso está bien. ¿No?

—Sin duda. Podría resultar un negocio muy lucrativo. Incluso, extremadamente


lucrativo.

—Me alegro mucho por usted, Timothy.

—Pero para llevar a cabo este negocio, hacen falta unos cuantos pasos más.

—¿Más pasos?

—Un viaje, por decirlo así.

—¿Un viaje?

—Alguien tiene que emprender un viaje en nuestro nombre.

—Pero si usted tiene naves de sobra.

—En efecto, Mary. Sin embargo, nos observan. Si emprendemos ese viaje nosotros
mismos, alguien nos seguirá y no quiero que pase eso. Así que necesitamos a otros que
no parezcan que están a punto de obtener semejante beneficio.

—¿Perdone?

¡Será insolente! ¿Acaba de decir que somos un fracaso?

—Por favor, Mary, no me malinterprete. Pero es que el estado de su empresa no es…


precisamente… boyante.

—¡Esta es una empresa que va ya por la tercera generación!

—Pero hasta ahora no han logrado un beneficio constante en ninguna de las tres.
Van sobreviviendo a duras penas.

—Eso…

Es verdad. Nunca han conseguido salir de la mediocridad.

—No se lo tome como crítica. Precisamente busco una empresa como la suya. Nadie
comprobará hacia dónde dirigen su nave. ¡Es perfecto para nuestros fines!
—Y ¿qué fines son esos?

—Eso aún no puedo…

—Ahora le interrumpiré yo, señor Merman. Si no nos dice qué es lo que trata de
conseguir, ya puede ir olvidándose de nuestro apoyo.

Mary ha elevado demasiado el tono de voz con las últimas palabras.

—De acuerdo. Le explicaré por encima de qué se trata. Hace un par de días oí, de
unos amigos del control espacial chino, algo sobre un descubrimiento sensacional.

—Felicidades, realmente parece ser un logro increíble, con lo callados que suelen ser
nuestros amigos chinos —espetó Mary—. Lo último que salió en las noticias fue lo de
aquel horrible asesinato en Héctor. ¿Cuánto hace de eso?

—Casi dos meses. Y lo sé porque, al parecer, el asunto está relacionado. El


descubrimiento del que hablo tuvo lugar poco después de los sucesos en ese asteroide
minero.

—Pero hasta ahora no me ha dicho nada de ese impresionante descubrimiento.

—Eso es porque no me deja acabar, Mary.

—Doug siempre se queja de lo mismo. ¿Por qué habla entonces de esa forma tan
críptica? Cualquier persona normal se ve obligada a preguntar.

—¿Por dónde iba?

Merman suspira y Mary sonríe por dentro. Ha conseguido sacar al misterioso


Timothy Merman de contexto.

—Quería describirme el descubrimiento.

—No, no quería. Pero conocer su encargo de desmontar el telescopio espacial James


Webb me llegó justo en el momento adecuado. Mi amigo chino me sugirió que tampoco
tendría posibilidad de ver ese descubrimiento con mis propios ojos. Creo que quería
chulearme un poco.

—¿No le creía capaz de acceder a un telescopio de gran tamaño?


—Sí. Pero es que con un telescopio óptico normal no puede verse. Y el único
telescopio de infrarrojos que hay actualmente en el espacio pertenece a la agencia
espacial china. Nadie se acordaba de que el Webb aún seguía por ahí en el punto L2.

—Pues Doug ha tenido una suerte tremenda.

—Sí, desde luego, Mary. Y su racha de suerte podría continuar.

—¿A qué se refiere? ¿Hablamos ya de su oferta?

—Sí. Los datos que nos ha suministrado son claramente válidos. Sabemos ya dónde
se encuentra ese descubrimiento y qué aspecto tiene, más o menos. Y ahora encargaré a
Doug que vaya allí para echar un vistazo de cerca a ese objeto.

—¿Tiene un nombre?

—No, que yo sepa. Como dije, los chinos lo mantienen todavía en secreto.

—Pero ¿ellos están ya de camino?

—Eso es algo que deberíamos dar por supuesto.

—No se alegrarán de que alguien se les adelante. ¿No correrá Doug peligro?

—De los chinos se puede esperar cualquier cosa, pero, aun así, sus astronautas se
atienen a las leyes. El planeta que han descubierto no pertenece a nadie. Cualquiera que
se entere de su existencia puede ir allí.

—Así que se trata del descubrimiento de un planeta.

—Tendremos que programarle a Doug el objetivo, así que ya puedo decírselo. Sí, es
un nuevo planeta, el noveno.

—Y ¿seguro que no representa peligro?

—Al contrario, Mary. Si su marido tuviera alguna avería, la nave china que estará
cerca le ayudará sin dudarlo. Eso es lo que exige el convenio espacial.

—Me refiero al planeta mismo, no a nuestros amigos los chinos.


—Un planeta es un planeta y nada más. Conocemos todas las variantes de estos
cuerpos celestes, desde la Tierra hasta los gigantes gaseosos o de hielo. Los astronautas
se las han apañado hasta ahora con todos, así que Doug no tendrá ningún problema con
ese nuevo planeta.

—¿Y por qué tiene tanta prisa?

—Porque queremos estar entre los primeros que ponen el pie en ese nuevo
continente. Mi empresa es aún demasiado pequeña. No puede compararse con gigantes
como RB o Alpha Omega. Pero esta vez tenemos una ventaja. Si la aprovechamos bien,
podríamos abrirnos paso entre los más grandes. Y, para eso, necesito a Doug.

—Pues muchas gracias por su oferta.

—Pero si aún no he hecho ninguna.

—No hace falta, Timothy. Doy por supuesto que podremos cobrarle por ello diez
millones, el 50 por ciento por adelantado.

—El 30 por ciento.

—De acuerdo, una tercera parte. Pero antes de acceder al trato, tengo que hablar con
Doug. A mí no me mete nadie más de una semana seguida dentro de una nave espacial.
Así que deberá ser Doug quien asuma el encargo.

—Dígale que volará en una de las nuevas naves de lujo DFD. Reducirá su viaje en
un par de meses. Por cada trayecto.

A Mary se le detiene el corazón un instante. ¿Es que Doug estará varios meses de
viaje? Tuvo que hacer un esfuerzo para no limitarse a pedir un millón. Ahora se alegra.
Tras este viaje, podrán retirarse finalmente a Kentucky para descansar a gusto.

—¿Tendrá compañía?

—Volará solo. Oficialmente, tendrá el encargo de desmantelar la pequeña estación


en Encélado. Hace poco que esa luna es territorio protegido y hay que sacar de allí todas
las instalaciones técnicas.

—Se lo diré. Tendrá su aceptación del encargo, a más tardar, mañana.

—Veo que nos entendemos, Mary. Siento un gran respeto por usted.
—Gracias, Timothy.

El alto y delgado hombre se levanta, inclina brevemente la cabeza y sale de su


oficina.

Mary se reclina en su asiento. Increíble. Hace poco estaban a un paso de la ruina


total y ahora son multimillonarios. Podrían llevarse el pago a cuenta y desaparecer. Un
viaje largo, solo Doug y ella, en una pequeña nave. Seguro que no se aburrirían y sería,
sin duda, mucho mejor que pasarse un año sola en la base lunar.

Pero no hace falta. La finca de Kentucky ya la está esperando. ¿Sería justo? Seguro
que Doug no tendría nada que objetar. Al contrario; se alegrará mucho de saber que ella
está bien. Sin embargo, Mary no quiere tener mala conciencia. Ella se encarga de los
pedidos y Doug los lleva a cabo. Siempre ha sido así. Ninguno de los dos lo ha
cuestionado jamás. Doug considera un auténtico suplicio pasar semanas y meses en la
Luna y ella no puede soportar vivir dentro de una cáscara de huevo metálica cruzando
el mortal vacío del espacio. Aquí, en el polo sur lunar, al menos hay unos cuantos
metros de roca.

Su escritorio vibra. Alguien quiere hablar con ella.

—Aceptar llamada —ordena.

—Buenos días, señora Swartzenberg —dice una voz femenina.

Parece joven. Mary no conoce a nadie joven.

—Soy Connie, su asistente virtual —se presenta la voz—. Estoy contactando a


nuestros clientes más preciados para preguntarles sobre sus necesidades. Me gustaría
proponerle una inversión muy beneficiosa. Ya sabe que su cuenta corriente está sujeta a
intereses negativos.

—¿Intereses negativos?

—Todos los ingresos se devalúan con un interés que, actualmente, es del 1,2 por
ciento. De sus 2.630.000 dólares estará perdiendo anualmente, al menos…

—¿Qué acaba de decir, Connie? ¿Dos millones?

—Su cuenta tiene un saldo actual de 2.630.000 dólares. ¿Le interesa que le
recomiende unos planes de inversión interesantes?
Casi no se lo puede creer. Merman es realmente rápido. Con los 3,3 millones que le
ha transferido, no solo han liquidado todas sus deudas, sino que se han convertido en
uno de los mejores clientes del banco.

—No, gracias —responde Mary—. Finalizar conversación.

Alguien llama a la puerta. «Pero ¿qué pasa hoy?», exclama para sí. Seguro que el
comandante de la estación ya se ha enterado de su repentina fortuna y quiere ofrecerle
una vivienda más cara justo debajo de la cúpula de cristal blindado. Por lo visto, había
muerto uno de los tres arrendatarios.

—¡Adelante!

—Hola, Mary —saluda Jelena—. ¿Tienes tiempo ahora para que te corte el pelo?
Espero no llegar en mal momento. Hoy he podido acabar algo antes.

—Tranquila. De hecho, es el momento ideal para un buen peinado. Doug está a


punto de regresar.

—Parece que te alegras mucho de que vuelva tu marido.

—Pues claro que sí, Jelena, claro que sí.

Luego se pasará un año entero sin poder verlo. Pero no tiene que contárselo a Jelena,
si no quiere que mañana lo sepa la Luna entera.
18 de mayo de 2078, SS Reliable

Diez jodidos millones.

Lleva cuarenta años dejándose el trasero al rojo vivo en naves casi dignas de
desguace y Merman le paga, así como así, diez millones por un viaje de mensajero.
¡Mary ha negociado de maravilla!

Naturalmente dijo que sí enseguida. Doug se rasca a gusto la entrepierna. ¡Esta es su


oportunidad! Luego podrán retirarse, que es lo que Mary siempre ha deseado. A él no
se le hubiera ocurrido jamás comprarse una finca. Pero la idea de Mary ha ido cuajando
en él, a lo largo de los años, como una etiqueta adhesiva en una jarra de cristal. Ya no se
la puede quitar de encima aunque quisiera.

¿Y por qué no debería cumplirse el deseo de Mary? Él es feliz cuando su mujer es


feliz. La satisfacción es la felicidad de la gente sencilla. Además, serán gente sencilla,
pero con diez millones en el bolsillo. Se meterá en la nave de Merman, de la que nadie
debe saber a quién pertenece, y se dirigirá a su destino sin que sepan con qué objetivo.

Tampoco deberán enterarse de la mera existencia de ese destino antes de haber


estado allí y asegurar los intereses de la empresa de Merman. Así es cómo él le ha
descrito su labor. Asegurar los intereses, ¿y eso cómo se hace? En Alaska, los
buscadores de oro del siglo XIX vallaban la zona reclamada, matando a tiros a todo
aquel que se acercara. Hoy se procede algo más civilizadamente. Irá hasta allí, analizará
el objetivo lo mejor que pueda e informará a su jefe.

Parece factible. Lo mejor de todo es que no habrá nadie que le dé órdenes sobre lo
que tiene o no tiene que hacer. ¡Nadie! Mary habría tenido problemas con ello. Pero es
que su esposa tampoco ha pasado largas temporadas con una segunda persona dentro
de una lata de conservas sobredimensionada. Al único a quien tolera él cerca, durante
tanto tiempo, es a sí mismo.

Doug da una patada. Intentaba darle a una ruedecilla, pero en su lugar sube hasta el
techo. Se empuja de nuevo hacia abajo. El ordenador de navegación sigue junto al
mamparo de la esclusa. No vale la pena volver a montarlo en la consola. Ya no puede
hacer nada útil con la SS Reliable. Merman ha prometido encargarse de que la
devuelvan reparada a su vendedor y que se cancele el contrato de leasing. Merman
puede solucionar casi cualquier problema, excepto el de la ausencia de cerveza a bordo.

Sacude la cabeza. De ninguna manera. No, no piensa dejarse llevar y pillar una
cogorza. Suele hacerlo cuando hay alguien que le soluciona todos los marrones. Pero no
le sienta nada bien.

El ordenador de navegación parece esperarle. Aunque no lo volverá amontar. Doug


tiene una idea mucho mejor. No ha llegado a ver nunca los datos que ha obtenido el
programa de Merman con ayuda del telescopio James-Webb. Así que va a dedicarse a
eso. Su taxi a la Luna llegará dentro de un par de días. Hasta entonces, observará el
firmamento con un ojo de seis metros y medio de diámetro.

Ha pensado mucho en cómo poner en marcha su plan. Doug no tiene ninguna


documentación del JWST. No conoce las interfaces de programación y no sabe nada de
las órdenes que controlan el telescopio. Lo único que tiene es ese programa de Merman
que envía todo lo que encuentra directamente a su dueño.

Su solución es primitiva, pero funciona: deriva la salida de datos a su propia cuenta


en el ordenador de navegación. Es una simple orden de sistema, para la que ni siquiera
tiene que tocar el programa de Merman.

Doug se frota las manos. Tras las muchas horas de EVA alrededor del telescopio, su
olor corporal empieza a resultar desagradable, aunque le falta paciencia para darse una
ducha. Allí no se consigue uno duchar en un par de minutos como en la Luna. Hace clic
a través de las carpetas hasta que encuentra la que contiene los datos del programa.

Pero ¿esto qué es?

Su destino es negro como el carbón. Nunca había visto un planeta tan oscuro. Doug
se mira el texto que la acompaña. La imagen muestra un cuerpo celeste de color rojo
oscuro. Sin embargo, en el espectro visual, la intensidad es prácticamente cero. Solo en
infrarrojos logra ver algo del planeta. ¿Cómo puede ser, que el objeto refleje tan poca
luz? Si considera el tiempo de vuelo previsto, el planeta debería estar cerca de la órbita
de Saturno.
Esto explica, por supuesto, otro misterio: por qué nadie lo había descubierto. ¿A
quién se le ocurre que, en el sistema solar, haya un planeta tan extremadamente oscuro?
Le parece lógico.

¿Qué les esperará en él? Quizá no debería haberse mirado las imágenes. Ahora se
estará planteando esa pregunta hasta que llegue. Le pedirá, eso sí, a su patrocinador
que se lo explique un poco.

—Así que ha visto las imágenes. Ya pensé que su curiosidad no le dejaría otra opción —
dice Merman un par de horas después de su pregunta—. Lo malo es que nosotros no
sabemos más que usted. Tengo el soplo inintencionado de un conocido chino y las
imágenes del JWST que usted también ha visto. Nada más. Lo juro. Y no tendría interés
en ocultarle conocimientos que podrían ser imprescindibles. Pero así nos hará más
ilusión ir viendo todo lo que sea capaz de descubrir. Cualquier detalle puede resultar
importante para nosotros. Lamento mucho no poder darle una información más
concreta.
1 de junio de 2078, Base lunar del polo sur

El estrecho pasillo se ilumina de golpe con una luz intensa. Doug se detiene y se pone la
mano a modo de pantalla sobre los ojos. Entonces mira hacia arriba con precaución. El
pasillo tiene un techo transparente. La cegadora luz, que entra sesgada, tiene el espectro
de la luz solar. Pero procede de espejos sobre las cumbres de las montañas Malapert,
colocadas allí en la zona eternamente iluminada.

Para la base del polo sur son un sustituto del Sol, ya que la base se pasa siete octavas
partes del año a la sombra. Sombra; esto tiene un significado distinto en la Luna sin
atmósfera que en la Tierra. Las sombras de la Luna no son suaves. No cubren
amablemente lo que bajo la luz solar no resulta bonito. Allí, la sombra existe o no existe,
y por eso los espejos inundan la base regularmente con luz solar.

—¿Qué hay? —pregunta Mary, apoyando una mano sobre su hombro.

La mano es cálida. Doug se quedaría siempre así. Ya echa de menos a su mujer.

—Admiro el paisaje por última vez.

—No digas eso.

Es verdad, podría entenderse mal. Pero no tiene miedo del viaje. Es una misión de
exploración, pero lo tiene todo controlado. Si se ve inmerso en situaciones peligrosas,
será porque quiere.

Pero no regresará a la Luna. Cuando haya acabado el encargo, Mary le estará


esperando ya en Kentucky. No volverá a disfrutar jamás de esa vista sobre el cráter de
Malapert.

—¿Podemos seguir? No me encuentro muy a gusto aquí —dice Mary.

—Perdona.
Doug se coloca bien la bolsa que lleva al hombro y se pone en marcha. Ha olvidado
que ella no puede disfrutar de las vistas como él, y es admirable teniendo en cuenta el
tiempo que lleva aguantando allí. La lanzadera a la Gateway ya está cargada con su
equipaje personal. Kiska no ha parado de dar vueltas entre sus piernas, como si supera
que se va a un viaje muy largo. No obstante, ahora no la ven por ningún lado.

Kiska es, en el fondo, su gata. No, mentira, los gatos no pertenecen a nadie. Kiska lo
considera como su ser humano, desde que se encontraron en una estación minera
abandonada en un asteroide férrico. Sobrevivió allí un par de meses, alimentándose de
ratones y de la humedad que regalimaba por las paredes, creando charcos en el suelo. A
pesar de ello… o quizás precisamente por ello, se mostró tan sociable cuando entró en
aquella estación.

Qué pena. Le habría gustado despedirse de la gatita.

Alcanzan la lanzadera cinco minutos antes de su despegue. Transita dos veces al día
entre la base y la Gateway, aunque solo cuando hay necesidad de ello. A veces se pasa
varios días quieta en el hangar, aunque ayer llegó un grupo de turistas a la Gateway
que deben ahora repartirse por los distintos habitáculos. El comandante de la Gateway,
este mes un ruso, le ha pedido por favor que sea puntual.

Doug coge a su mujer de la mano. Mary está temblando. Nunca la había visto tan
nerviosa. Debe ser por la sala de despegue. La lanzadera se encuentra en el centro de
una sala circular de unos veinte metros de diámetro, que ha sido perforada hasta cuatro
metros de profundidad en el suelo de la Luna. Por encima, hay un techo transparente
que se amolda en el centro al casco de la lanzadera, que tiene forma de gota; así no se
pierde aire. Para el despegue, se abrirá el techo como el obturador de una cámara.
Ningún ser vivo debe hallarse entonces en la sala de despegue, pues primero se hará el
vacío y luego se llenará con los gases calientes de los propulsores.

Doug sube los dos escalones hasta la entrada de la lanzadera y coloca su bolsa en la
esclusa abierta. Puede ver hasta la zona de mando. Está vacía. No parece haber ningún
otro pasajero. La lanzadera no necesita piloto, ya que es controlada desde la Gateway.
Doug se gira hacia Mary. Parece perdida frente a la nave. Su mirada brilla bajo sus ojos.
Baja de un salto y la abraza. Es un abrazo suave y cálido. Ya la echa de menos.

—Perdona —dice ella, sorbiéndose los mocos—. No me gustan nada las despedidas.
—Será la última.

—Sí.

No hay mucho más que decir. Cumplirá el encargo y pasarán el resto de su vida en
la finca de Kentucky. Así de fácil. Y así será, no le cabe duda. Le gustan las cosas claras.

Su reloj vibra. Falta un minuto para el despegue. Mary se suelta, da la vuelta y


abandona la sala de despegue. Cuando cierra la compuerta exterior de la esclusa,
también se cierra la pesada puerta de acceso a la sala de despegue. Sus vidas están
curiosamente sincronizadas y eso le sienta bien.

Doug abandona la esclusa. Deja la compuerta interior abierta. La lanzadera tiene seis
asientos, colocados en dos niveles, uno encima del otro. Sube al de arriba y se sienta
delante, a la izquierda. Nada más despegar, arriba y abajo perderán todo sentido. Se
abrocha el cinturón. La nave está silenciosa. Parece saber que no es la primera vez que
sube a bordo.

En el momento exacto, empieza a notar unas vibraciones que le suben por la espalda
y luego estalla un huracán bajo el asiento. Cada centímetro de su cuerpo queda
aplastado bajo un peso que aumenta segundo a segundo. De repente, una cosa negra
salta sobre su regazo. Reconoce los dientecillos blancos. A Doug le da un ataque de risa.
Kiska se habrá metido dentro mientras cargaba la nave. La risa se le apaga rápido a
medida que los propulsores van cogiendo velocidad. La gata ha aterrizado sobre su
rodilla. Su cola se eriza y le lanza bufidos a la vez que se agarra, con todas sus fuerzas, a
su pantalón de tela fina. Seguramente cree que la estoy echando. Pero aun así la quiere
mucho.

—Pero ¿qué tonterías haces? —le dice, aunque la gata no le responde.

Al cabo de 76 segundos, los motores se apagan. Kiska nota enseguida que está libre.
Lucha unos instantes para desprender sus garras del pantalón y se pone tranquilamente
a lamerse los muslos, con lo que empieza a flotar por la cabina.

Doug no puede evitar soltar una carcajada. En la mirada de la gata puede ver la
sorpresa que le supone distanciarse así como así de su rodilla. Kiska lanza una pata
hacia delante, pero ya no puede sujetarse a la pernera del pantalón. Seguramente lo
considere de nuevo culpable, pero hasta para el corto entendimiento de una gata resulta
evidente que Doug no tiene nada que ver con ello. Empieza a maullar de forma tan
lastimera que Doug se suelta el cinturón para cogerla.

Pero es demasiado lento. Kiska ha llegado al techo de la cabina, acolchado y


revestido de tela para evitar chichones a los pasajeros. Aprovecha la oportunidad, se da
rápidamente la vuelta y se agarra al tejido. Ahora cuelga del techo patas arriba y no
parece importarle demasiado. Estira el lomo y empieza a caminar. Tap-cric, tap-cric,
tap-cric, tap-cric, así es como se oyen sus patas agarrándose a la tela y soltándose de
nuevo. Probablemente clave las uñas solo un poco para tener suficiente resistencia y
poder avanzar.

Es como si no hubiera pasado nada. Kiska corretea por el techo, alcanza una pared
lateral y empieza a bajarla en vertical. Los pasajeros humanos necesitan horas para
acostumbrarse a la falta de un arriba y un abajo, pero parece que a Kiska no le hace
falta. Es la perfecta gata espacial.

O quizás no. Kiska rasca ahora un punto de la pared, donde parece que la tela se
deja hundir un poco. Seguramente haya un hueco detrás. Doug conoce esta forma de
rascar, pero quizá lo deje cuando se dé cuenta de que, allí, no puede desenterrar nada.
Kiska no para. Doug se suelta el cinturón, pero esta vez tampoco es lo bastante rápido.
Seguramente la gata necesite hacer pis tras el susto del despegue. Un chorro de líquido
sale disparado contra la pared, rebota y se mueve en dirección a la consola de mando.
Tiene que darse prisa. La electrónica no soportará tanto líquido. Doug vacía su bolsa.
Calcetines y calzoncillos empiezan a flotar por la cabina, pero le da igual. Se da un
empujón y apunta con la bolsa abierta hacia el chorro.

¡Funciona! Mantiene la bolsa inclinada para pillar toda la orina. Entonces cierra
rápidamente la bolsa. Un resto le alcanza la manga derecha.

Un ruido metálico resuena por toda la lanzadera. Kiska suelta un bufido por el
susto, pero él sabe lo que es. Son las pinzas de acoplamiento a la Lunar Gateway. La
estación los ha agarrado. Ahora se abrirá la puerta y el comandante le saludará.

La compuerta de la esclusa chirría un poco. Kiska se esconde entre sus piernas. Una
oleada de aire con olor a aceite invade la cabina. Entonces entra flotando un hombre de
reluciente calva, vestido con un chándal marrón. Sobre los hombros muestra el
emblema con los colores de la bandera rusa.

—Hola, Doug, viejo camarada —saluda el hombre sin acento alguno.


Es Gennadi, uno de los cosmonautas de mayor edad que prestan allí regularmente
sus servicios. Ya se han tomado más de un vodka juntos, antes o después, de algunos
encargos.

—Pero ¿qué ha pasado aquí? —pregunta Gennadi—. ¿Añorabas echar un vistazo a


tu ropa interior? ¿Y por qué huele tan fuerte?

—Me alegro de verte —dice Doug—. El pestazo lo habrás traído tú. Ya te dije la
última vez, que el algún lugar tiene que haber una fuga de aceite.

—Qué dices, ¿aceite? Yo no huelo a aceite. Me refiero al olor a pis de gato. —


Gennadi señala hacia Kiska, tensa y lista para saltar de entre las piernas de Doug—.
¡Ahí está el culpable! ¿Cómo se te ha ocurrido traer un gato?

—Es gata. Se llama Kiska y se habrá colado a bordo mientras se cargaba la nave.

—¿Colado a bordo? Ese cuento no cuela ni a la de tres. ¿Qué piensas hacer con ella?
¿Quieres venderla? ¿Cocinarla? Ya sé las ganas que tenéis de un buen trozo de carne a
la barbacoa, pero mientras estén aquí los turistas no quiero que nadie organice
marranadas en mi estación. ¿Está claro?

—Joder, Gennadi, es mi gata. Compartiría incluso mi oxígeno con ella.

—Comprendo. Eso te honra. A fin de cuentas, es un ser vivo.

Gennadi se acerca un poco, se incorpora y le da un amistoso golpe en el hombro.


Entonces mira de nuevo a su alrededor.

—¡Menudo desastre has organizado aquí! —dice Gennadi—. Dentro de tres horas, la
lanzadera tiene que bajar a cuatro turistas al Mar de la Tranquilidad. ¿Podrás dejarlo
todo limpio y recogido antes?

—Pues claro que sí, Gennadi.

—Bien. Si necesitas ayuda, a mí no me la pidas.

Gennadi carcajea. Es una risa amistosa y franca. A Doug le cae muy bien. Si se lo
pidiera, seguro que le ayudaría. Y es que Gennadi no sabe decir que no.

—No lo haré, tranquilo.


—Pásate por la central cuando tengas un momento. Me gustaría tener algo de
compañía. Te he preparado la cabina número 7.

—Partía del hecho de que me estaba esperando aquí una nave.

—Yo también, Doug. Pero el piloto de la nave de turistas ha dañado tontamente


nuestra esclusa principal. Ahora está acoplada a la secundaria A y la lanzadera está en
la B, así que tu hermosa nave solo podrá acoplarse cuando la lanzadera se marche con
los turistas. Y me parece que has mejorado mucho, últimamente.

—¿Has visto mi nueva nave ya?

Doug solo la ha visto en un par de imágenes digitales.

—Pues claro. Ya intentó acoplarse a la esclusa principal defectuosa. Puedo


mostrártela en una pantalla en la central.

—Genial. Yo mismo estoy expectante.

Doug se muerde la lengua. No debe seguir hablando, por muy de fiar que sea
Gennadi.

—¿Qué ha pasado con la Reliable?

—La retiró el que me la arrendaba. Al final resultó tener un par de peculiaridades


que no constaban en la descripción.

Gennadi le lanza esa mirada de «no-te-creo-ni-una-palabra», pero se mantiene


impertérrito.

—Recojo todo esto y me acerco a la central —dice finalmente.

—¿Y la gata? Déjala dentro de la lanzadera y haré que, a la vuelta, pase por la base
del polo sur. Seguro que estará mejor con tu mujer allí abajo.

Kiska parece darse cuenta de que están hablando de ella. Se mueve, acurrucada y
mimosa, alrededor de sus piernas.

—No hace falta —dice Doug—. Se viene conmigo.

«Ojalá no esté cometiendo un gran error».


Solo necesita 90 minutos para llevar sus cosas de la lanzadera a la cabina 7. Luego
dedica media hora a limpiar el interior. Finalmente rocía desodorante en un par de
esquinas. La lanzadera ya no huele como un meadero de gatos, sino como un burdel.
Eso diría Gennadi, seguro.

El esfuerzo realizado le ha servido para pensar en Kiska. ¿Será muy egoísta por su
parte llevársela? En la base lunar tiene más espacio para pasear, eso es cierto. Pero,
durante el largo viaje, podrá ocuparse todo el tiempo de ella. Tendrá que construir, sí o
sí, un aseo de gatos que funcione en la ingravidez. Y necesita comida extra para el
animal. Allí no hay comida para gatos, así que tendrá que ver qué es lo que puede darle.
La Gateway también sirve de punto de distribución para las distintas bases lunares. En
sus almacenes, debería encontrar algo que le sirva para Kiska. Gennadi seguro que le
echa una mano. Dentro de nada irá a verle a la central.

—Y… ¡hop! —dice Gennadi.

El comandante sujeta algo entre los dedos. Mantiene una pierna estirada. Mueve la
mano un poco hacia arriba y una bola de pelo negro sale disparada hacia arriba.
Gennadi se ríe, pues la gata debía contar con aterrizar en el suelo al otro lado de la
pierna. Pero, en lugar de eso, sigue flotando por la cabina hasta que Doug la sujeta.
Kiska se lo agradece con un golpe de su pata derecha, pero sin sacar las uñas.

—Gata desagradecida, ya ves lo que pasa —exclama—. El hombre malo ese se está
riendo de ti.

Kiska gira la cabeza y mira a Gennadi justo en el momento en que Doug dice lo del
hombre malo. Pero Gennadi sigue teniendo algo entre los dedos que parece interesar
mucho a la gata.

—Tienes que tenerla más vigilada —dice Gennadi—. Si no, alguien se la llevará con
intenciones más gastronómicas que las tuyas.

—Pero si no me he encontrado aún con nadie.

—Los turistas duermen en sus cabinas. La mayoría están mareados. Y la tripulación


se encuentra en la cantina, viendo un partido de fútbol.
—¿Y tú prefieres charlar conmigo? Si no, no tengo ningún problema en que vayas a
unirte a los fanáticos futboleros.

—Prefiero que me cuentes lo que te ha pasado estos últimos días.

—Mi encargo en el JWST, sí. Eso se cuenta en un segundo. Debería haber pedido que
instalaran un radar y entonces no lo habría pasado por alto. Podría haber sido mi
último error en esta vida.

—Mary no te habría dejado jamás colgado.

—Habría supuesto nuestra bancarrota. Antes de que ella organizara una misión de
rescate, habría cerrado yo mismo el grifo del oxígeno.

—¡No puedes hacer eso, Doug! ¡Es pecado!

—¿Tú crees? Pero bueno, al final no fue necesario.

—Esa es la parte de la historia que más me interesa —reconoce Gennadi—. He oído


que Merman tiene algo que ver con ello.

—Fue una suerte tremenda. Mary se enteró de que necesitaba un espejo grandote, y
resulta que yo estaba sentado encima de uno.

—No me digas.

Gennadi parece ofendido porque sabe muy bien que no le está contando toda la
verdad. Pero no puede hacerlo.

—Yo… —empieza Doug.

De golpe, Gennadi se mueve hacia delante y enciende una pantalla, fijada a la pared
a la altura de los ojos.

—Mira —le dice entonces—. Esta es la nave que debería estar acoplada aquí,
esperándote.

La pantalla parpadea brevemente y muestra entonces la imagen de una nave como


no ha visto jamás. Se parece a una especie de mancuerna con dos pesos redondos en los
brazos. Probablemente sean giratorios y estén fijados a un tubo central. Detrás de la
mancuerna se agrupan tres voluminosos cilindros alrededor del tubo, al que le siguen
tres cilindros más delgados.

—Un diseño interesante —dice Gennadi—. Los cilindros de atrás los reconozco, son
DFD, Direct Fusion Drives, como los que fabrica el Consorcio RB. Pero nunca los había
visto combinados con tanques de masa de apoyo tan grandes.

—Yo diría que son para conseguir un máximo alcance.

—O para mayor velocidad. O ambas cosas. Dímelo tú, Doug. Es tu nave.

Doug sonríe incómodo. No quiere decepcionar a Gennadi, pero tampoco puede


revelarle ningún secreto.

—Tengo que retirar los restos de una vieja instalación en Encélado —dice, relatando
la versión oficial—. Y, por lo visto, también traerlos de vuelta. Protección planetaria y
cosas así. El cacharro ese debe pesar bastante. Y, para eso, la nave necesita un motor
muy potente.

—¿Por lo visto? ¿Es que no te han dado instrucciones concretas?

—Aún no me he leído todos los detalles. Tengo tiempo de sobra en el viaje de ida.

—Vaya, vaya —murmura Gennadi—. Aceptas un encargo que te llevará un año


entero y guardas la letra pequeña para más tarde.

—Los encargos son cosa de Mary. Me fío de ella. Si dice que me siente ahí y salga
volando, es que tiene sentido.

Gennadi apaga la pantalla y dobla las piernas, adoptando la posición de loto. Con su
oscuro y bien recortado bigotito, parece un genio recién salido de la lámpara de
Aladino.

—Ni siquiera conoces bien tu nave —dice—, pero si no quieres que te ayude, no voy
a insistir.

—No se trata de eso, Gena. Hay ciertas circunstancias externas, que…

—Lo entiendo, Doug. No te fías de mí.


—Joder, Gennadi. Sabes que te aprecio mucho. Pero cuando haces negocios con
Merman, es mejor atenerse a lo pactado. Tío, nos conocemos ya desde hace…

Gennadi suelta una carcajada.

—Me rindo. Eres duro de pelar —exclama—. Pero no te preocupes. Si yo tuviera un


negocio con Merman, no hablaría de él ni con mi madre. Así que te comprendo
perfectamente. Pero no me tomes a mal que mi curiosidad me haya llevado a intentar
doblegar tu voluntad.

—Pues genial —dice Doug—. Ya estaba empezando a remorderme la conciencia.

—¿Aunque me he acercado un poco?

—Si quieres sentirte orgulloso, casi me convences.

—Mierda.

Gennadi golpea el respaldo de su asiento. De repente, la gata aparece volando por la


cabina. Kiska se habrá asustado. Doug la coge con cuidado. Esta vez no le araña.

—Llévatela contigo —dice Mary.

—¿Estás segura? —pregunta Doug.

—Sí. Me hace sentir mejor el saber que no estarás del todo solo.

—Pero tú sí que te quedarás sola…

—¿Yo? ¿En la base lunar? Imposible. Jelena ya me ha adoptado, por así decirlo. Me
considera un ser tremendamente perdido que no podrá sobrevivir todo un año sin su
marido.

—Pues eso es que no te conoce bien.

—Así es, pero no me quejo. Hace unos blinis para chuparse los dedos.

—Me alegro por ti. Mi dieta seguramente sea más espartana.


—Tendrás que cocinarte cosas.

—Hay suficientes pizzas congeladas que puedo rehidratar y calentar.

—Menudo desastre estás hecho. Rehidratar… con solo oírlo se me ponen los pelos
de punta. Seguro que hay harina, levadura, tomate triturado y queso en la despensa.
¿Por qué no te haces tú mismo la pizza?

—Ya tendré suficiente con ir detrás de Kiska limpiando.

Ahora mismo la gata duerme sobre su regazo. Le da un poco de pena. Ha tenido que
explorar mucho terreno desconocido hoy.

—¿Has pensado ya en cómo construirás un aseo para gatos en la ingravidez?

—A lo mejor en la ducha, ya veré. Seguro que no pasa nada si falla con la puntería.

Cuando estén ya a cierta distancia de la estación, la mancuerna de la CS Victory


empezará a girar. En los dos brazos se creará una gravedad artificial similar a la de la
Luna. Hasta entonces, Kiska tendrá que apañárselas con las fases de aceleración de los
propulsores.

—Buena suerte —dice Mary.

Ahora parece muy segura de sí misma. Tal vez es porque ya se despidieron antes.

—Gracias.

—Y cuídate mucho. Y ten cuidado. No quiero mudarme sola a la finca.

—Pero prometiste esperarme allí.

—Y las promesas se cumplen.

—Gracias, Mary. Me gusta saber que estás ahí.

—Hasta pronto, Doug. Ya espero con ilusión tu regreso.

Doug corta la comunicación antes de que se le salten las lágrimas. Antes de que
arranquen los DFD hay que hacer varias cosas. Toca suavemente a Kiska. Sus orejas se
mueven mientras duerme, pero no llega a despertarse, a pesar de estar flotando por
encima de su regazo. Así puede cambiar de lugar sin despertarla.

Pero no contaba con el ordenador. Emite un zumbido anunciándole otra llamada.


Doug acepta la comunicación.

Un hombre de unos 50 años, de faz delgada y mejillas hundidas, aparece en


pantalla. Debe ser Merman. No lo había visto nunca antes. Merman suele mantener su
cara lejos de los medios.

—Señor Merman, gracias por llamar —exclama Doug.

—Solo llamo para agradecerle que haya aceptado este encargo. Es muy importante
para nosotros. Y, al parecer, está cumpliendo bien con la cláusula de confidencialidad.

«¿A qué se referirá con eso? ¿Es que Gennadi le ha puesto a prueba por encargo de
Merman?», se pregunta. Doug se sentiría decepcionado si Gena se hubiera prestado a
ello. Pero quizás ha sido un ruego difícil de rechazar. O Merman tiene micrófonos en la
central de la Gateway. Sería muy posible.

—Sí, claro —responde Doug—. Cumplo con mi parte del acuerdo. Es cuestión de
honor.

Kiska se despierta. Se estira y bosteza.

—Vaya, ¿no iba a viajar solo? —pregunta Merman, que puede ver la gata a través de
la cámara.

—Me acompaña mi gata, Kiska. No me quedó más remedio, se coló a bordo.

—Me tranquiliza saberlo. Los gatos suelen ser bastante callados.

—Kiska jamás ha revelado un secreto.

—Muy bien, Doug. Los Swartzenberg son de fiar. Mi padre siempre me lo dijo.

—Sí, claro, pero ¿mi padre conoció al tuyo?

—Desde luego.

—¿Sabía que su empresa se montó con un préstamo de mi padre?


Doug niega con la cabeza. Y es que le importa un comino.

—¿Algo más? Tengo que hacer varias cosas antes de poner en marcha los
propulsores de fusión.

—No quiero distraerle de su trabajo, Doug.

—Gracias.

—Solo una cosa más. Tenemos nuevos datos sobre el destino, que no quiero
ocultarle.

—Le escucho.

—El planeta al que va a ir parece poseer cualidades muy especiales. Su capacidad de


reflexión de la luz, su albedo, es prácticamente cero en el ámbito visible. Tan cerca de
cero que no se puede distinguir de este. El planeta es más negro que ningún otro objeto
del universo.

—Pues espero encontrarlo.

—Ya que la temperatura de su superficie no es de cero absoluto, el planeta sí irradia


calor. Así que lo podrá ver en el espectro de los infrarrojos, si se mira con detenimiento.

—¿Dispongo de un instrumento así a bordo?

—Por desgracia no. No lo hemos podido conseguir uno en tan poco tiempo.

—Entonces ¿volaré a ciegas?

—No se preocupe. Encontraremos la forma de compensar este hándicap.


Disponemos de un par de meses para ello.
2 de junio de 2078, CS Victory

—¡¡Ay!!

«¡Maldito mamparo!», exclama para sí. A Doug se le nubla la visión. Se ha vuelto a


golpear la cabeza contra la compuerta que separa su cabina del brazo giratorio. La
gravedad aumenta cuanto más al exterior se está, y si en el momento decisivo no
procura uno agarrarse a algo, se cae en dirección a la cabina. No pasaría nada si la
compuerta estuviera siempre abierta. Caería entonces en su cómoda y blandita cama.
Pero la compuerta se cierra automáticamente en cuanto alguien la cruza y no ha logrado
aún convencer a la nave de que se deje de historias. Sobre todo, cuando le pasa siempre
lo mismo en el extremo opuesto del brazo, donde está el WHC.

La Victory y él no serán grandes amigos. No han pasado ni 24 horas desde la partida


y ya está deseando volver a su nave Reliable. Doug pulsa el botón que abre la dichosa
compuerta. Aparece un agujero negro. Mete una pierna y se enciende la luz. Ve la cama
y se deja caer en ella. ¿Qué pasará cuando alguna vez tenga que ir al lavabo de noche?
Lo mejor será llevarse una botella para cualquier inesperado pipí nocturno.

De repente, oye un ruido como de rascada por encima. La compuerta ya se ha


cerrado, pero alguien sigue rascando contra el metal. El ruido le entra directo en su
mandíbula provocándole dolor de muelas. Mierda; en la Luna debería haber ido una
última vez al dentista antes de salir. La nave posee una enfermería, pero no un robot de
cirugía que pueda extraerle una muela.

Vuelve a oír cómo rascan. Doug se pone de pie sobre la cama, pulsa el botón de
apertura de la compuerta y estira los brazos para agarrar a la gata. La deja sobre la cama
donde, tras un breve maullido, se enrolla en el extremo del colchón y hace como si
durmiera. Al menos, eso parece, porque se le mueven las orejas casi
imperceptiblemente.

Doug se sienta en la cama. A su lado hay una pantalla fijada a la pared. La gira hacia
él, pero se lo piensa mejor. La nave, a diferencia de la Reliable, posee un sistema sencillo
de comando por voz. No es una IA de alto nivel, solo una interfaz de usuario con la que
puede manejar todas las funciones de la nave. Doug no tiene ganas ahora de pulsar
teclas.

—Victory, tenemos que hablar sobre la compuerta.

—Ya que te encuentras en la cabina, supongo que te refieres a la compuerta de tu


habitación. Hemos hablado de ello a las 9:28, a las 10:17, a las 10:53 y a las 12.30 hora
estándar.

—Quiero que esté permanentemente abierta. Necesito aire fresco y tengo


claustrofobia.

—La compuerta se cierra por motivos de seguridad. Si una parte de la nave perdiera
presión, quedarías a salvo.

—A no ser que esa parte sea mi cabina.

—Si tu cabina pierde presión, mueres.

—Eso ya lo sé. Aun así, quiero que la compuerta esté permanentemente abierta.

—La compuerta se cierra por motivos de seguridad. Si una parte de la nave perdiera
presión, quedarías a salvo.

—Eso ya me lo has dicho. ¿Qué hay de mi claustrofobia?

—Esa es una motivación secundaria. Mi función más importante es proteger tu vida.

—¿Y qué pasa con la gata?

—Eres el único ser vivo que figura en mi lista de prioridades.

—¿Qué más tienes en esa lista?

—Debo descubrir qué es exactamente el objeto al que nos dirigimos. Y tengo que
transmitir mis hallazgos a mi jefe. Luego hay un par de requisitos técnicos como la
minimización del tiempo, consumo de recursos y grado de detección por terceros.

—¿La lista de prioridades está ordenada?

—La lista de prioridades está ordenada por prioridades.


—¿Y mi vida está arriba de todo?

—La primera prioridad es el objeto desconocido. Tu supervivencia está en octavo


lugar.

—¿Cuántos lugares hay?

—Ocho.
3 de junio de 2078, CS Victory

Así que Kiska no le interesa para nada a la nave. No se ha dado cuenta de lo que eso
significa, hasta el sueño que ha tenido esa noche: un minúsculo meteorito perfora la
pared de la cabina. Él está cómodamente sentado en el WHC leyendo un libro. Pero la
cabina pierde toda la atmósfera. Doug detecta el daño al regresar. La gata está
congelada en forma de bola negra con pinchos y la compuerta muestra las profundas
huellas de sus garras. Kiska debió estar rascando contra la compuerta, pero no se abrió
para ella.

Su pequeña acompañante necesita un traje espacial propio. Por ello está Doug hoy
en el taller, puliendo el aro metálico que cierra el Hard Upper Torso del traje espacial de
recambio por abajo. Le faltan los medios para construir un auténtico traje para Kiska.
Pero sí puede reconvertir el traje de reserva. Solo necesita sellar la parte inferior del
HUT. Allí dentro, Kiska tendrá espacio de sobras.

—Cuqui, cuquíta…

La gata le mira raro. Lleva todo el tiempo frotándose contra sus piernas. Pero justo
ahora que la necesita, se mantiene a distancia.

—¡Cuquíta… ven!

Se agacha. Kiska mueve la punta de la cola. Estira el brazo y mueve los dedos como
si tuviera algo entre ellos. Pero Kiska no cae en ese truco tan barato y visto.

Doug se gira. No muestra interés alguno en la gata. En su lugar, sigue trabajando


con esa mitad del traje. A partir de ahora tiene que procurar no dañar para nada su
propio traje, ya que se ha quedado sin repuestos. Abre el casco de cristal de su
construcción. El traje aún huele a nuevo de trinca. ¿Será esto interesante para Kiska?

Entonces nota su suave pelaje en su brazo izquierdo. Lanza la mano izquierda sin
mirar, le pasa rápido la mano bajo la panza, la levanta y para el movimiento. Kiska
reacciona medio segundo demasiado tarde. Ya la tiene. Todavía patalea con las patas,
pero como está flotando no se mueve de ahí. Acerca el traje modificado, procurando
que quede fuera del alcance de sus garras. El gran agujero por el que normalmente pasa
el cuello de un astronauta está ahora justo debajo de Kiska.

Doug solo cuenta con una oportunidad. Si la gata toca el material demasiado pronto,
desaparecerá. Tiene que volcar el traje encima de ella y luego colocar el casco. Uno, dos
y tres. Con un rápido movimiento tira del traje por el cuello hacia arriba. Kiska entra
dentro. No se da cuenta de sus intenciones, así que se resiste demasiado tarde. ¡Te
tengo! Ya tiene a la gata en el saco; ahora hay que ponerle rápidamente el casco. Lo gira
y la unión queda cerrada. Kiska bufa. Doug se asusta cuando aparece en el casco de
cristal. No parece estar nada contenta. Pero él está tranquilo. Kiska ya puede sobrevivir
una evacuación de la nave. Siempre y cuando no proteste demasiado.
20 de diciembre de 2078, CS Victory

—¿Qué pasa, nave?

El sonido cambiante de una sirena ha despertado a Doug de su siesta. Ha


comprobado de inmediato el estado de los propulsores y del casco, pero no consta que
haya ningún problema.

—He detectado un objeto que ha variado su rumbo sin influencia externa


reconocible —dice la voz de la nave.

—¿Otra nave, entonces? ¿Qué hace aquí, tan lejos de todo?

—Está demasiado alejado para identificarlo como una nave.

—¿Y qué otra cosa puede ser?

—No lo sé. No he sido programado para hacer suposiciones.

—Bien. Pues vuelve a avisarme cuando sepas más de este objeto desconocido.

—Entendido, Doug. Realizo una entrada en el registro de a bordo.

Doug suda a mares. Utiliza una toalla para secarse. El sudor se ha acumulado en
pequeñas burbujas sobre su piel. Un par de ellas salen volando. Conecta la ventilación
para que no se distribuya su sudor por toda la nave. Mira entonces el indicador de la
bicicleta. Le quedan todavía 25 minutos, así que lleva solo 35 sobre el sillín.

Más pedaleo. Toca el pequeño signo de más sobre el indicador del tiempo. Los
pedales van ahora más duros. Doug tiene mala conciencia; ayer apenas se movió y no
tiene intención de volver a casa como un viejo lisiado. Mary tiene ocho años menos que
él y si quiere mantener su ritmo tiene que estar en forma.
—¿Puedo molestarte un momento, Doug? —le pregunta la nave.

—¿No puede esperar a que acabe el entrenamiento?

—Claro que sí.

Es imposible, pero la voz le ha sonado como algo ofendida. Doug sonríe. No debe
humanizar la nave. Sigue dándole a los pedales lentamente.

Al cabo de cinco minutos se levanta y quita los pies de los pedales. No deja de pensar
en la pregunta del mando de la nave. No quiere ceder a la curiosidad, porque volvería a
dejar el entrenamiento de lado. No debe permitir que eso ocurra. Pero ¿y si la nave ha
descubierto algo importante?

—Nave, ¿por qué querías molestarme antes?

—Por un hallazgo.

—¿El objeto desconocido de esta mañana?

—En efecto.

—¿Qué pasa con él? Venga, que no tengo ganas de sacarte las palabras de una en
una.

—Hablo en secuencias de más de una palabra, Doug.

—Venga, ¿qué pasa?

—Se trata de una nave. He consultado la base de datos de registros. Es la Holandés


Errante y se nos está echando encima en dirección contraria.

—¿Esa nave se nos echa encima?

—Metafóricamente hablando. Ha tomado un rumbo que la lleva hacia el Sol y cuyo


plano de eclíptica coincide en algunos tramos con el nuestro.

—¿Quieres decir, que la Holandés Errante viene de Anfitrite?


—No necesariamente. Podría proceder también de otro objeto en el sistema solar
exterior. El sistema de Neptuno no puede ser, ya que está actualmente muy lejos, al otro
lado del Sol.

—¿Has intentado comunicarte con esa nave?

—No.

—Pues contacta con la nave. Pregúntales a dónde van y si necesitan ayuda. Es el


código usual de respeto.

—Contacto con la nave.

—Bien. Cuando tengas alguna respuesta me avisas.

—Entendido, Doug.

Ahora está más tranquilo. No ha pasado por alto nada importante. El espacio no
permite ningún fallo. Doug vuelve a pedalear con ganas. Pasan algunos minutos en los
que se esfuerza al máximo. Entonces le sobreviene un pensamiento. Sí que ha cometido
un error.

—Nave, ¿la Holandés Errante ha respondido?

—No, no responde.

No se enfada con la nave, porque él mismo ordenó que le dijera algo cuando
obtuviera respuesta.

—¿Cuántas veces lo has intentado?

—He enviado 74 llamadas.

—¿74? Caramba, sí que eres insistente. ¿Y simplemente no responden?

—No.

—De acuerdo. Entonces es que no quieren hablar con nosotros. O están en una
misión secreta y no deben hablar con nadie. ¿A qué distancia se encuentran?
—Un par de segundos luz. Con las correcciones de rumbo que han realizado hoy,
estaremos junto a ellos dentro de un par de días.

—¿Dices que la nave ha realizado correcciones de rumbo con el objetivo de


alcanzarnos?

—No puedo más que especular sobre las intenciones de esa nave, y no estoy
programada para eso.

—Pero las correcciones tendrán el efecto anunciado.

—Sí.

—¿Qué les has dicho sobre nosotros en tus mensajes?

—Nombre, registro y destino, como está previsto en la normativa.

—El destino.

—El destino.

Doug piensa. ¿Será un problema? La existencia de este planeta negro no puede ser
algo desconocido para nadie aquí. Se está moviendo frente a sus ojos por el sistema
solar. No, la nave ha actuado de forma correcta.

—Gracias, nave —dice—. Ya puedes cesar en tus intentos de establecer contacto con
esa nave. Si no quieren saber nada de nosotros, pues nosotros tampoco queremos saber
nada de ellos.

Después de la cena, envía un mensaje a Merman en el que le describe el próximo


encuentro, o desencuentro. Le llega la respuesta al cabo de veinte minutos.

—Recomiendo mantenerse lo más lejos posible de esa nave —dice Merman—. Vuela
por encargo de una compañía de seguros, parte de un gran consorcio mixto. Está en un
nivel bastante por encima de mí. Si llego a saber que esta empresa participa en esta
historia, no os habría dado este encargo. Pero la Victory ha llegado ya tan lejos, que es
demasiado tarde para dar media vuelta. Espero que tenga mucho éxito y procure evitar
cualquier contacto con la Holandés Errante. —Merman finaliza la conversación.
24 de diciembre de 2078, CS Victory

—¡Buenos días, Kiska!

La gata se restriega por sus piernas mientras se viste. Tiene hambre, así que le
despierta; muy lógico. Por la compuerta abierta encima de él desciende una corriente de
aire a la cabina. Doug se toma su tiempo y Kiska no parece impacientarse. Va haciendo
ochos alrededor de sus piernas ronroneando suavemente. Parece que ha aprendido que
no sirve de nada intentar darle prisa.

La gata tendrá su comida en el WHC, en el extremo opuesto del brazo giratorio. Ha


intentado darle de comer un par de veces en la central, donde come él, pero la forma de
comer de Kiska no es compatible con la ingravidez en el eje de la Victory. Tuvo que
recoger los trozos de carne y soja de entre los más variados instrumentos, aunque la
ventilación aquí debería haberlos llevado hasta la rejilla de succión.

Pero en la cabina del WHC hay la misma gravedad que en su dormitorio. A Kiska
no le molesta que justo al lado esté su cajón de arena y le gusta mucho que él la haga
compañía mientras come. Doug señala hacia arriba. Eso significa Vamos allá. Kiska ya
empieza a entender bien el gesto. Clava sus garras en la cortina que ha colgado junto a
la escalera y sube a toda velocidad. Mirándola podría pensarse que no hay ninguna
gravedad aquí. Pero cuando Doug va subiendo escalón tras escalón, todo su peso
regresa como si no lo hubiera perdido nunca.

Subir le cuesta un gran esfuerzo. Así, nada más despertarse, parece que todos sus
ejercicios no han servido de nada. Por suerte, la gravedad va descendiendo a medida
que se acerca al eje. Llegado a él, hace una pausa. Kiska, por el contrario, ya ha
avanzado. La gata conoce ya sus hábitos, se para y se gira. Con ello le está diciendo
«Ven, Doug». Doug la sigue. El resto del camino es ahora cuesta abajo, así que llega al
WHC casi al mismo tiempo que Kiska.

—¿Alguna novedad, nave?


—Mañana es Navidad —dice esta—. Deberías enviarle un mensaje a tu esposa.

Sí, ya es Navidad. En la nave no se nota nada y, en el fondo, tampoco se siente muy


navideño. Este largo viaje le está costando más esfuerzo del que pensaba. Suerte que
pudo llevarse a Kiska consigo. No, mejor dicho, ha sido un honor que Kiska se decidiera
a ir con él. Mary le asegura que tiene suficiente compañía para no sentirse sola.

Debería enviarle un mensaje, sin duda. El último fue hace cuatro días. ¿O han
pasado ya cinco? ¿Una semana?

—Nave, ¿cuándo escribí a María por última vez?

—No has contactado nunca con una persona llamada María.

Pero ¿tan burro es este software de mando? Parece que últimamente ya no está de
moda instalar inteligencias artificiales para el mando de las naves espaciales. Dicen que
han desarrollado demasiada iniciativa propia. Se comenta que RB ha cambiado su
estrategia de investigación en este campo. Una IA auténtica para funciones cotidianas
como la navegación de una nave parece ser muy arriesgado.

Pero si Watson no era nada peligroso. ¡Si esa IA al menos regresara! Con ella
mantuvo muchas conversaciones interesantes. Y Watson se habría dado cuenta de a
quién se refiere con «María». ¿Por qué habrá llamado a su mujer por su antiguo
nombre? Incluso en sueños la suele llamar Mary. ¿Qué habrá sido de Watson? La IA se
sacrificó para neutralizar el agujero negro que se abalanzaba sobre la Tierra.

—Nave, ¿cuándo he enviado por última vez un mensaje a Mary?

—Hace ocho días.

Oh. Pues sí que va siendo hora.

—¿Me ha enviado Mary algún mensaje?

—Cada día a las 18.00 hora estándar. ¿Los reproduzco?

—Sí, nave.

—¿Cronológicamente o anticronológicamente?

—Me da lo mismo.
—Me da lo mismo no cuenta entre los parámetros permitidos.

Nave idiota.

—Entonces déjalo.

—¿Qué debo dejar?

—Cancelar.

—No puedo dejar de cancelar ya que nunca he empezado. Si quieres que deje de
cancelar, ordéname primero que cancele.

«¡Nave idiota!», exclama para sí.

—Mierda. Desconéctate, nave. No quiero hablar más contigo.

—Desactivo mi sistema de comunicación interna.

La voz de la nave vuelve a sonar ofendida, ¿o solo se lo imagina? A lo mejor el


programa sí que es algo inteligente y solo ha decidido hacerse el tonto para mantener a
los pasajeros con buen humor. En ese caso, ha fracasado estrepitosamente. De Watson sí
que habría esperado un comportamiento así.

¿Y ahora qué? Admira realmente a Mary. Parece conseguir que cada día haya algo
que la motive; algo que él no logra ni en ocho días. Y el destinatario ni siquiera le da las
gracias por sus mensajes. Pero ¿qué puede decirle? Aquí no pasa nada. Lo único notorio
es que cada día se acerca más a su destino.

¿Le enviaría Mary mensajes, si supera que ni siquiera se los escucha?

—Nave, ¿ha recibido Mary confirmación de recepción tras la entrada de sus


mensajes?

—Sí, confirmo automáticamente la recepción de cada uno.

Bueno, al menos sabe que sigue vivo. Tal vez es suficiente con eso. Al parecer así es.
No necesita tener mala conciencia.

Y, aun así, se siente fatal. Será mejor contactar con Mary. A fin de cuentas, mañana
es Navidad. Pero entonces será suficiente con que se lo envíe mañana, ¿no? El mensaje
no tarda días, sino solo un par de minutos. Hasta mañana tampoco habrá pasado nada
más interesante que en los ocho días anteriores, así que tendrá el mismo problema.
Mejor entonces si lo soluciona enseguida.

Doug respira hondo. Un problema requiere solución. Curiosamente, esta frase le


saca de su ensimismamiento.

En ese momento aparece la gata en su campo de visión. Se desplaza con la cola en


alto a la altura de su cabeza por la central, como una reina en un palanquín invisible.

—Kiska, ¿qué le podemos contar a mami?

Kiska gira la cabeza hacia él. Ha oído su nombre, pero no considera necesario
responder. Eso es lo que le dirá a Mary.

—Pues nada entonces.

La gata emite un breve «miau».

—Anda, ¿ahora sí?

Sin reacción.

—Nave, mi gata no quiere hablar conmigo. ¿Alguna novedad?

—¿Opinas que tu gata debería hablar contigo?

—Claro que sí, nave. Es su obligación. Soy su abrelatas.

—Te aconsejo que hables con el psicólogo de a bordo.

Este software parece haber sido programado para una nave de mayor envergadura.

—No hay psicólogo a bordo.

—Podría enviar tu diagnóstico a la Tierra. Seguro que allí podrían ayudarte.

—En absoluto. No necesito ayuda. Solo quiero saber si en los últimos ocho días ha
habido alguna novedad.

En los últimos ocho días ha habido novedades.


—Y ¿cuáles son?

—Mi archivo de registro contiene algo más de siete millones de entradas solo en las
últimas 24 horas.

—Solo las más importantes.

—Hay 2234 sucesos con categoría 3 o superior.

—Pasemos a categoría 4.

—No constan sucesos con categoría 4.

—¿Qué es la categoría 4?

—Son sucesos que pueden representar un peligro potencial para la misión.

—Entonces me alegro de que no haya sucesos en esta categoría.

—Yo también, Doug.

—¿En serio? Bien, pues dame un par de ejemplos de sucesos de la categoría 3.

—El 20 de diciembre se nos acabaron las reservas de palomitas de maíz.

—Pero ¡si esto sí que representa un peligro para la misión!

—¿Quieres que cambie la categoría de este suceso?

—No, era broma. Otro ejemplo, por favor.

—El 22 de diciembre medí una sobretensión en una de las baterías del sistema de
almacenamiento energético. El mismo 22 de diciembre, por un manejo incorrecto, el
WHC redujo su capacidad de funcionamiento.

Capacidad reducida… ja. El inodoro rebosó tras haberle tirado dentro los restos del
desayuno. Parece que olvidó limpiarlo correctamente tras el último uso.

—El 23 de diciembre impactó un objeto de dos milímetros de diámetro en la zona de


carga 2E. También el 23 de diciembre conseguí por primera vez fotografías de Anfitrite,
cuya resolución permite ver algunas particularidades de su superficie.
—¿Hay imágenes nuevas de nuestro objetivo? ¡No me dijiste nada!

—Envié las imágenes a nuestro jefe, tal como me ordenó.

—La próxima vez que tengas datos nuevos sobre nuestro objetivo, infórmame.

—Como quieras, Doug.

—Y ahora quiero ver esas imágenes.

—Las paso al ordenador de navegación.

Doug se acerca la pantalla y adopta una posición más cómoda en el asiento. La


pantalla está negra. Solo reconoce un par de reflejos. La lámpara sobre la mesa de
comedor a su espalda le deslumbra.

—Nave, desactiva la luz sobre la mesa de comedor.

Se apaga la luz. La pantalla sigue mostrando un fondo negro. Cuando enfoca la


mirada en una zona determinada, los píxeles parecen salir huyendo. Se mueven en otra
dirección, casi siempre hacia abajo, aunque también hacia la izquierda o la derecha,
pero nunca hacia arriba. ¿Qué es lo que está viendo?

Doug aumenta al máximo el contraste. Ahora puede distinguir los contornos. No


hay píxeles huyendo. Ahora es la superficie del planeta cubierta por gusanos gigantes.
Se mueven entre sí y parecen tener todos el mismo destino, el sur de Anfitrite. Pasan
frente a Doug a la velocidad de la rotación del planeta. Se le pone la piel de gallina.
Ojalá no tenga que aterrizar allí abajo.

Pasa con el dedo de imagen a imagen. Los gusanos se ordenan de forma distinta,
pero no parece haber mucha diferencia. Naturalmente que no son gusanos de verdad.
Ha visto con bastante frecuencia objetos desde muy lejos. Es como mirar las nubes.
Primero ver un dragón, luego una esponja y al final no es más que un resto
deshilachado de vapor de agua.

La nave ha conseguido una gran cantidad de fotos nuevas. Merman estará


entusiasmado. A Doug le cabrea que su jefe viera esas fotos antes que él. ¿Quién ha
asumido este viaje tan largo y tedioso?

—Nave, antes de que envíes más datos a mi jefe, me pedirás permiso.


—La obtención de información es una parte vital de nuestra misión. No puedes
prohibirme que envíe la información.

—Tampoco te lo prohibiré. Solo quiero que me preguntes antes. ¿Podrás hacerlo,


nave?

—Sí.
25 de diciembre de 2078, CS Victory

Doug sujeta la velita roja al alimentador de corriente de la pantalla hasta que se


reblandece su base. Entonces la pega en la parte superior del teclado del ordenador de
navegación. No podrá encenderla; nadie quiere fuego en una nave espacial. Pero así, al
menos, no vuela sin decoración navideña alguna. Coloca la pantalla de forma que el
objetivo de la cámara le vea directamente, incluyendo también la velita. Entonces pone
en marcha la cámara.

Comprueba por seguridad una vez más que lleva la corbata bien anudada. Mary le
metió una en el equipaje. Esta mañana se ha acordado que a ella le gusta mucho verle
con corbata. Aunque a él no le gusta llevarlas, hoy le hará el favor. Tampoco tiene
ningún otro regalo para ella.

Doug aprieta el botón de grabación.

—Querida Mary —comienza—. Hoy es Navidad. Aún estoy a unas dos semanas de
viaje de Anfitrite. Mañana la nave empezará a frenar y ya habré superado la mayor
parte del viaje de ida. Kiska y yo estamos bien.

Pulsa la tecla de pausa. Ahora le gustaría que Kiska saliera en la grabación, pero no
la ve por ningún lado.

—¿Kiska?

Nada. A lo mejor está jugando en la cabina. La estúpida compuerta se cierra


siempre, por lo que no podrá oírle.

—No veo a Kiska por ningún lado —sigue explicando—. Luego iré a buscarla. Ya
sabes cómo es. Sin ella, este viaje me resultaría muy triste, por lo que sigo dando las
gracias por habérmela podido llevar. El planeta al que me dirijo parece ser muy
peculiar. Te envío un par de fotos que hizo la nave hace un par de días, pero no me
preguntes qué se ve en ellas. Merman ya me ha dicho que espera un aterrizaje. En el
contrato no se mencionaba esto de forma concreta, aunque puede deducirse del texto de
que tengo que hacer todo lo que esté en mis manos para recopilar el máximo de
información sobre este planeta. Reconozco que empiezo a tener muchas ganas de dar
una vuelta por ahí abajo.

Doug pulsa pausa, bebe un trago de agua de la botella que flota a su lado y adopta
de nuevo una postura cómoda en el asiento. Vuelve a activar la grabación.

—Espero no estar más de una semana analizando la superficie. Entonces iniciaré el


regreso. Me hace mucha ilusión que…

En ese momento le golpea la botella en la frente. Todo pasa a la vez. Salta la sirena
de alarma. Se oye un terrible siseo. Conoce de sobras ese ruido. Se oye también cuando
se abre el tapón de una colchoneta de aire. O muy fino y constante cuando ha pinchado
la rueda de la bicicleta. La Victory está perdiendo aire. ¡Mierda!

Y no solo eso. Está dando tumbos. ¡Grandísima mierda! Todo lo que no está atado se
desplaza de forma errática por la nave. La botella ha rebotado en su cabeza. Va girando
hacia la pared como si estuviera borracha. Doug la mira, aunque en la nave está bajando
la presión del aire. Necesita la información que le está a punto de dar la botella.

Rebota plana en la pared. Con el punto donde ha chocado en la pared, calcula en


qué relación está con el centro de gravedad de la nave. Por el diseño con el brazo
giratorio, el centro de gravedad está claramente por delante de su centro. Ta y como ha
rebotado la botella de la pared, algo ha chocado contra el centro de la Victory, más o
menos en el taller. ¡Maldita sea!

Tiene que taponar de inmediato el agujero. Doug se levanta. Apunta hacia el pasillo
que lleva al taller, pero aterriza algo detrás por el movimiento de peonza que está
haciendo la nave. La compuerta no se ha cerrado. ¿Por qué? En caso de pérdida de
presión, la nave debería hacer todo lo posible para minimizarlo. Pero si el agujero
realmente está en el casco exterior del taller, solo podrá repararlo cuando el taller no
esté totalmente separado de la nave. Allí están también los trajes espaciales. El mando
de la nave es suficientemente inteligente como para considerar esta situación.

La luz en el taller parpadea. Se siente como en una mala película de terror. El daño
es evidente. En la pared izquierda hay una grieta. La mira. Tiene solo unos tres
centímetros de ancho, pero medio metro de largo. Debe haber impactado de forma
inclinada desde delante. Mira a su alrededor. Tiene que haber también un lugar de
salida.
La luz se apaga del todo. ¡Solo le faltaba esto! Doug mete la mano en el estante bajo
la mesa del taller. Allí hay una linterna. La enciende y enfoca la parte de atrás del taller.
Ha localizado el punto de salida. No puede ser verdad. El objeto que ha creado la grieta
no ha salido de la Victory. Ha entrado en el propulsor. Espera que no haya dañado nada
importante.

Pero ahora mismo le es igual, porque antes morirá por falta de aire. Tiene que cerrar
la grieta cuanto antes. En el taller hay kits de reparación de emergencia. Busca en todos
los estantes. Tiene que haber al menos uno. Los hay en todas las naves. Lo encuentra en
el estante inferior. Doug lee con rapidez las instrucciones. El material de sellado se
encuentra en una inyección. Es de endurecimiento rápido. La superficie de la grieta es
suficientemente pequeña para que el kit consiga sellarla.

Genial, pues. Entonces recae su mirada en el tiempo de reparación: 30 minutos hasta


estanqueidad total. ¡Oh, no! Tiene que aplicar el relleno en varias etapas.

—¿Nave? A la velocidad que se escapa el aire, ¿cuánto me queda antes de perder el


conocimiento?

—17 minutos, Doug.

Maldita sea, no es suficiente para la reparación. Así que tiene ahora 17 minutos para
meterse en el traje espacial.

Mierda. No. ¡Joder! Dentro de 17 minutos no solo él perderá el conocimiento, sino


también Kiska. ¿Dónde estará la gata? Reprime el siguiente taco. La pobre no sabe el
peligro que la acecha. Se va al fondo del taller. Allí cuelga de la pared el traje que
preparó para Kiska. Lo sujeta con la izquierda y sale del taller. Ojalá la encuentre rápido
y sea tan lista como para meterse dentro de ese envoltorio que le salvará la vida.

¿No sería mejor que se pusiera primero él el traje? ¿Y si pierde demasiado tiempo en
localizar a Kiska y al final se asfixia? Mierda. No, no puede ser tan difícil encontrarla. La
Victory solo tiene 4 espacios donde pueda encontrarla. Acaba de salir de la central. En el
taller no está. Solo quedan l WHC y su cabina.

Empieza con el WHC. Para ir más rápido se deja caer por el pasillo. Cuenta con caer
sobre la compuerta cerrada, pero se le abre automáticamente. A duras penas consigue
agarrarse a un escalón. Y eso que solo dispone de la mano derecha. La mano no resiste
todo su peso. Se suelta mientras el traje de Kiska se le escapa de la otra mano. El
salvavidas para la gata llega al mismo tiempo que él abajo. Doug aterriza junto al
inodoro; el casco del traje de Kiska rebota sobre la tapa y de desplaza hacia un lado.

Mierda, mierda, mierda. La tapa del inodoro tiene una grieta. Doug se inclina sobre
el traje. Si el visor se ha resquebrajado, ya no tendrá nada para proteger y salvar a
Kiska. Tendrá que aguantar casi un cuarto de hora sin aire. ¿Cómo lo va a hacer?
Levanta al traje que ha convertido para ella, gira el casco y suelta un grito.

El material transparente se ha agrietado. La grieta va desde la barbilla hasta la


frente. Es reparable, pero necesita un tiempo para ello que no tiene. Doug mira el reloj
en el brazo de traje defectuoso y lo deja caer. Le quedan todavía 12 minutos. ¿Dónde
está Kiska? Al menos que no esté sola cuando se quede sin aire. Doug se arrastra
escaleras arriba. A su lado está la tela de cortina. Esa mañana, Kiska aún trepaba por
ella.

Alcanza su cabina totalmente sudado. Se deja caer los últimos tres escalones, se
sienta en la cama y busca a su alrededor. No está aquí.

—¿Kiska? ¡Ven, tengo algo rico para ti!

Frota los dedos para atraerla con el ruido. «¡Por favor, Kiska!». Pero no viene. Se
agacha y mira bajo la cama. Allí solo hay polvo y un trozo de pastel de manzana seco.
¿Cómo ha llegado eso allí? Hace un par de días lo echaba de menos en la central.

La central. Kiska debe estar ahí. Estaba solo cuando salió de la central, pero quizá
Kiska se ha marchado hacia allí. Le duelen los brazos al subir de nuevo la escalera. En el
eje gira hacia la izquierda. Se abre la compuerta. A primera vista no ve nada. La luz está
algo atenuada. La nave debe estar ahorrando energía ya. Doug flota al interior. La
mantita sobre el asiento del comandante muestra un hoyo en medio. Lo toca y nota que
aún está caliente. ¡Kiska debe estar por escondida por aquí!

Da un giro completo. Nada. Ya solo quedan nueve minutos. Ponerse el traje


provisionalmente por encima supone ya seis minutos. Ya empieza a resultarle difícil
respirar. Flota alrededor de toda la central. ¿Dónde le queda por buscar? ¡El techo! La
gata ha entendido la estructura 3D de la Victory en ingravidez mucho más rápido que
él.

Y así es. Se ha enrollado encima de la lámpara de techo. Es una luz LED fría, pero el
transformador seguro que emite calor. A Kiska le encantan los lugares más calientes
que el entorno.
«Tranquilo, Doug. No debes asustarla». Salta el diagonal hacia arriba. Kiska no le ve
porque tiene las patas por encima de su cabecita, pero ya está levantando las orejas.
Seguro que Kiska percibe los cambios en las corrientes de aire que causa su
movimiento.

«No te muevas, por favor. Solo diez segundos más». Ya casi la tiene. Doug estira los
brazos hacia delante. Kiska suelta un maullido. Debe haberse asustado, aunque no
chilla tan fuerte como esperaba. Entonces se da cuenta de lo débil que está respirando.
Por eso no oye a la gata con tanto volumen, ya que el aire es mucho menos denso. Se da
rápidamente un empujón con las piernas y sale volando hacia el taller. Kiska todavía no
se defiende, pero seguro que empezará pronto. La agarra fuerte bajo el brazo izquierdo.
Siete minutos. Ya no puede pensar en nada más.

Su traje está listo en el taller. Doug tiene suerte. Entra sin problemas en la parte
inferior, algo que no había conseguido nunca antes. Tal vez es porque no lleva el LCVG,
sino solo un chándal. Levanta la parte inferior y agarra el HUT.

A medio movimiento se para. Antes de ponerse la parte superior del traje tiene que
despedirse de Kiska. Aún está bajo su brazo izquierdo. Sigue sin protestar. La libera con
cuidado. Queda flotando delante de él sin mover ninguna extremidad. Pero está
respirando con fuerza. Parece que Kiska está concentrada exclusivamente en inhalar el
poco aire que queda por aquí. Tiene los ojos algo salidos ya y verla da mucha grima.
Doug quiere cerrar los ojos para no verla morir, pero eso sería una gran cobardía.

—Estoy aquí —le dice, y realmente gira la cabeza en su dirección.

Su mirada le parte el corazón. Kiska no comprende lo que está pasando. Ni siquiera


él sabe qué es lo que ha atravesado la nave. Sea quien sea el imbécil responsable de esto
lo pagará muy caro.

Ahora le empieza a faltar el aire a él. Su cabeza parece que va a estallar. En un


minuto perderá el conocimiento. Conecta el HUT con la parte inferior, cierra todos los
cierres y se pone el casco. Sin el LCVG es mucho más cómodo de llevar. Kiska está a
punto de agonizar.

Mierda. Se cierra el casco. Entra aire fresco rico en oxígeno. Entonces se lo vuelve a
quitar. ¡Cómo puede ser tan tonto! ¡El casco es suficientemente grande para los dos! No
será muy cómodo para ella, pero es una posibilidad. Agarra a Kiska, se quita el casco
para pescarla con él y se lo vuelve a poner. La gata está ya muy apática. Doug mueve la
cabeza para conseguir el espacio que necesita. Kiska está pegada a su mejilla derecha y
le empuja la cabeza hacia la izquierda. Cierra el casco.

Funciona. El mantenimiento de vida funciona a tope. Proporciona oxígeno para


ambos y el aire huela ahora ligeramente a gato. Se mueve rápido hacia la grieta en el
casco. La pistola con el material sellante está pegada justo delante, en la pared. Tiene
que darse prisa. Kiska no se estará mucho tiempo tranquila. Cuando más rápido se
recupere, más desagradable puede resultar.

Pero el tiempo de reparación no se puede acortar. Cada capa debe primero secarse.
Kiska ya da señales de vida tras el primero paso de trabajo. ¡Ojalá pudiera explicarle lo
que está pasando! En el segundo paso de trabajo saca las uñas. No se puede mover
libremente por el casco, pero sus patas están más o menos en su nuca. Kiska intenta
salir de ahí, apartar de alguna forma el obstáculo. Sus uñas están muy afiladas. Por
suerte, las garras no las tiene a la altura de la cara.

Doug repara. Kiska chilla. Doug repara. Kiska araña. Doug repara. Kiska bufa. Doug
repara y luego se inclina hacia atrás. La pistola con material sellante está vacía. Ha
acabado el trabajo. Ahora queda esperar tres minutos.

Al cabo de dos, se quita el casco. Kiska chilla, le golpea con la pata delantera en la
cara y sale disparada. Seguramente no pueda verla durante todo un día, ya que estará
muy ofendida. Doug llora, en parte de dolor, en parte de alegría. Lo ha conseguido. Ha
salvado a Kiska… y se ha salvado a sí mismo.
26 de diciembre de 2078, Ganymed Explorer

Solo cien metros más. La áspera superficie del planeta se acerca a velocidad vertiginosa.
Yuri mira a través de los ojos de la cámara de la primitiva sonda que ha construido
junto con Óscar. Está a punto de morir. Cincuenta metros y no hay propulsor que la
frene. Yuri se agarra fuerte al respaldo. Tiene las palmas de las manos húmedas, aunque
no siente esa fuerza en persona. La imagen de la cámara se desenfoca. El radar muestra
una superficie antiquísima y arrugada.

—Impacto en tres – dos – uno – ahora —informa Óscar.

Un breve relámpago cruza la pantalla y la imagen queda en negro. Yuri golpea con
los puños contra el respaldo. ¡Ha funcionado! La sonda se ha sacrificado por ellos. Ni
siquiera le habían puesto un nombre. Cambia a infrarrojos. En la superficie sobre la que
aterrizaron la primera vez puede verse una mancha clara. El choque de la sonda ha
hecho que se incendie el polvo de carbono. La superficie caliente mide al menos mil
metros de diámetro.

—Debería ser suficiente —opina Irina—. Eso ya no nos freirá el culo por segunda
vez.

—¡Pues en marcha, subamos al módulo de aterrizaje! —dice Yuri.

—Ahora no te estreses. La zona de aterrizaje no se volverá a llenar de polvo tan


rápido.

Pasan unas tres horas con los preparativos hasta que, al fin, pueden soltar amarras.
Primero fue Irina la que se acordó de algo que podrían necesitar ahí abajo y luego fue el
turno de Yuri acordarse de algo también. Una pala, seguro que podrían necesitar una.
Entonces Irina quiso ir a por una escoba, pero Óscar les advirtió que el módulo de
aterrizaje empezaba a estar sobrecargado.

—¿No será que, en el fondo, no nos apetece bajar allí? —pregunta Yuri.
—Yo sí que quiero bajar —dice Irina—. Tenemos que solucionar el misterio de
Anfitrite. Así que habla por ti, ¿vale?

—¿Y por qué se te ocurre cada minuto algo nuevo que podríamos necesitar?

—Pues porque lo podríamos necesitar. ¿O es que piensas diferente? ¿Quieres


quedarte mejor aquí arriba? Puedes decirlo. Con la ayuda de Óscar puedo hacerlo yo
solita. No hay problema, en serio.

—Ni hablar. No pienso dejarte investigar este extraño planeta sola. ¿Y si te pasara
cualquier cosa?

—También me iría bien contar con alguien que me apoyara desde aquí arriba, desde
la nave. Desde aquí tienes una mejor visión de conjunto. Piénsatelo, Yuri. No te lo
reprocharía, en serio.

—Tampoco me refería a eso. Aterrizaremos ahí juntos y punto.

—Como quieras. Pero no quiero oír más quejas durante una buena temporada.

—Oye, oye… ¿cuándo me he quejado yo?

—Cuando el camino se hacía algo empinado, por ejemplo.

—Estaba cansado, Irina, porque no tengo nada en contra de pendientes


pronunciadas. Pero me aguantaré cualquier comentario.

—Bien, ¿puedo entonces comenzar con las maniobras de desacoplado? —pregunta


Óscar.

—Por favor —responde Irina.

Las pinzas de acoplamiento se abren con un ruido metálico cuando liberan la


cápsula. Yuri se sujeta fuerte, aunque lleva el cinturón bien apretado. El módulo se
vuelca hacia la derecha. Les espera la negritud del espacio.
26 de diciembre de 2078, CS Victory

¿Dónde está la llave del 22? Ahora le iría bien un ayudante que le fuera pasando las
herramientas. Doug sale a rastras del estrecho pozo que apesta a aceite y lleva desde el
taller al control de propulsores. A los propulsores mismos solo se puede acceder desde
el exterior. Pero con los medios disponibles a bordo tampoco podría repararlos.

Y es que lo que haya impactado contra la nave no solo atravesó el casco exterior,
sino que destrozó el mando de los propulsores. Máximo daño con un mínimo esfuerzo;
menuda casualidad. ¿O no? Busca en el cajón inferior la llave que necesita. La
tecnología puede mejorar todo lo que quiera con el tiempo, pero al final siempre se
necesitan los buenos tornillos de siempre para sujetar una chapa en su sitio.

La llave del 22 está, naturalmente, al fondo del todo. Se lleva, ya de paso, la del 18 y
la del 12. Cuando más se acerca a su objetivo, más pequeños son los tornillos; algo que
sabe por experiencia propia. Ya ha desmontado y vuelto a montar más de una nave.
También lo conseguirá aquí. El daño no puede ser tan grave.

Y necesita tener éxito cuanto antes, pues la Victory debería estar ya frenando.
Cuanto más tiempo vuele a la velocidad normal de crucero, más difícil será alcanzar
Anfitrite. Si no consigue reparar el daño con suficiente rapidez, saldrá volando sin freno
alguno al exterior del sistema solar.

Una corriente de aire le refresca el sudor que le cubre la piel. Debe haberse abierto la
compuerta al taller. Mira hacia delante. Kiska avanza con mucho cuidado agarrándose
al techo. Ya no se lanza tan valiente como antes para ir flotando hacia su destino, sino
que procura no perder el agarre con cada paso que da.

—Tranquila, Kiska —murmura Doug.

La gata le mira. «¿Puedo fiarme de ti?», parece decir. Doug la zarandeó mucho y
ahora debe estar precavida. Pero también es quien le da de comer.

Doug mete de nuevo la mano en la caja de herramientas. Una llave del 10 tampoco
estaría de más. Kiska desaparece de nuevo. El ruido de las herramientas la habrá
asustado. La envidia bastante. Kiska no tiene ni idea de que están a punto de iniciar un
viaje sin retorno. En su mundo todo es muy sencillo. Tampoco tiene que pensar en
quién la enviará a ese viaje.

No, ya habrá tiempo más tarde para ello. Ahora tiene que solucionar el problema. El
mando de los propulsores debe arrancar de nuevo. ¿Por qué no lo habrán configurado
los ingenieros con un módulo redundante? Seguramente porque está más que bien
protegido. Doug lleva horas abriéndose camino para acceder a él. Un disparo desde el
espacio lo tiene muy fácil. ¿No podrían haberlo tenido en cuenta los ingenieros?

Aunque quizá sí que lo propusieron, pero el contable de turno se lo tachó de la lista.


No le extrañaría que hubiera sido así.

Dos horas después ha llegado al fondo del pozo de mantenimiento. Son solo tres
metros, pero ha tenido que sacar varios mamparos protectores. El objeto que colisionó
con la Victory no ha tenido que esforzarse tanto; atravesó todas las chapas de acero y
capas de polímero aislante como si fueran de mantequilla.

—Nave, ¿puedes calcular algo por mí?

—Existen bastantes posibilidades de que esté capacitada para ello.

—¿Sabes cómo estás estructurada?

—Sí, Doug.

—¿Qué velocidad debería tener un objeto para que atraviese el casco y el


apantallado del mando de los propulsores entre taller y motores, más el mismo mando
de los propulsores?

—Depende de la masa y la sección del objeto y de cómo estos valores varían durante
el recorrido a través de mí.

—Si partimos de una sección circular con diez centímetros de diámetro. Y la masa,
pues no sé, supongamos que es un asteroide de tipo normal.

—Bajo estas condiciones, la velocidad relativa del objeto debería ser de 32


kilómetros por segundo.
Eso es casi tres veces más rápido que la velocidad de Saturno en su órbita. Los
objetos naturales que orbitan lejos del Sol, como Saturno, se mueven a una velocidad
similar a la de Saturno. La velocidad propia de la Victory va, en gran medida,
perpendicular. Por lo tanto, la velocidad relativa de la colisión no puede aumentar, al
menos no en un 200 por ciento.

—¿Y si fuera un asteroide puramente metálico? —pregunta Doug.

—Si nos hubiera impactado un asteroide metálico, debería haberse movido a 23


kilómetros por segundo para causar estos daños.

Sigue siendo claramente demasiado rápido para un objeto natural en esta órbita. En
teoría, podría tratarse de un intruso que cruza el sistema solar en una órbita hiperbólica.
Pero ¿qué probabilidad hay de eso? Doug sacude la cabeza. Tendrá que ocuparse de
ello más tarde.

Saca la última chapa de protección del pozo. Flota por el taller y muestra orgulloso
el gran agujero en su mitad inferior. Doug se mete con la cabeza por delante en el
pasillo de mantenimiento. La visión que le espera es terrible, aunque ya contaba con
ello. El objeto ha perforado un orificio limpio, ligeramente ovalado, en el mando de
propulsores. Es casi un milagro que el aire no se escape por ahí.

—Nave, ¿tienes alguna fuga? —pregunta Doug.

—Sí, hay una fuga en popa, entre el DFD 2 y el DFD 3. La otra fuga ya la has sellado.

—¿Por qué no se escapa el aire por esta fuga?

—El orificio se encuentra en un tanque de agua. El agua se congeló de inmediato y


selló la fuga.

—Muy práctico. ¿No estará en peligro mi reserva de agua?

—No. Tengo suficiente agua a bordo para abastecerte a ti y a tu gata durante un año
y medio.

—Gracias, nave. Eso me tranquiliza mucho.

Pasa la mano por el mando de propulsores. La mayor parte de la plancha frontal


parece nueva. Hay un par de interruptores, una pequeña pantalla y varios conectores. Si
conecta su tablet ahí, podría calibrar el mando y los propulsores. Pero no se ha traído la
tablet porque no contaba con que la necesitaría. La pantalla parece intacta, pero no se
enciende por muchas teclas que pulsa.

Doug introduce la mano en el orificio ovalado a su lado. Lleva un guante por si


acaso, no quiere recibir ninguna descarga de corriente ni hacerse algún corte. El canal
de vuelo del objeto es sorprendentemente liso. Ese objeto tiene que haber volado a una
velocidad altísima. De vez en cuando nota un borde liso. Deben ser circuitos impresos
que han sido perforados. Están redondeados por delante. Seguramente se han calentado
hasta fundirse. ¿Cómo podrá reparar esto? Doug suspira. Todo el trabajo que ha hecho
ha sido en balde. Solo un milagro podría volver a poner en marcha el mando de
propulsores.

Doug cierra los ojos y se frota las sienes. Hace un par de horas, antes del impacto, todo
parecía sencillo. Primero hay que solucionar el problema que te matará antes. Aún
recuerda las palabras de su formador. ¿Y ahora qué? ¿Hay alguna otra solución? Se
sienta recto. El asiento rechina un poco. Tiene que haber una solución. Mary le está
esperando. Contactará con ella cuando haya encontrado esa solución.

—Nave, ¿tienes alguna idea sobre cómo puede haberse producido este impacto? —
pregunta.

—El impacto se ha producido porque un objeto muy rápido ha chocado contra la


nave.

—No me digas. ¿Cómo es que no lo has visto venir?

—Su tamaño debe estar justo por debajo de mis posibilidades de detección. Registro
objetos a partir de los 15 centímetros de diámetro.

—¿Puedes calcular de dónde procedía?

—Puedo reconstruir su recorrido.

—Pues hazlo.

—He reconstruido su recorrido.

—Gracias. ¿Y?
—Hay un 96 por ciento de posibilidades de que se trate de una hipérbole.

—¿Un objeto de otro sistema solar?

—Sería posible.

—¿Hay otras fuentes posibles que podamos considerar? ¿Cruzaba su rumbo la


órbita de algún objeto conocido?

—Sí.

—¿Qué objetos?

—La nave Holandés Errante se movía en último lugar en una vía que coincide en un
punto de intersección con el trayecto del objeto.

¡Serán cerdos…!

—¿La Holandés Errante nos ha disparado eso?

—No puedo confirmarlo. Tal vez esa nave también fuera afectada por ese objeto.

—¿Crees que un trocito de roca de otro sistema solar ha colisionado por casualidad
con dos naves terráqueas una detrás de otra?

—Yo no creo nada, Doug. La probabilidad es inferior al 0,001 por ciento, pero
superior a cero. No puedo decir más.

—¿Dónde están esos cerdos ahora?

Le entra una rabia brutal. Le sube por el estómago hasta la garganta. Tiene que
carraspear.

—Lo siento, pero no llevamos cerdos a bordo —dice la nave.

—Me refiero a la Holandés Errante.

—La nave se aleja con rumbo al cinturón de asteroides.

Ni siquiera se paran a mirar si han dado en el blanco. Estos hijos de puta deben estar
muy seguros de sí mismo. Doug golpea con el puño sobre el respaldo de su asiento.
—¿Puedes llamar a esa nave?

—Sí.

—Llama a la nave.

—Llamo a la nave.

—¿Y?

—No responden.

—¡Cobardes!

Merman tenía razón. Se ha acercado demasiado a esa nave. Deben haber visto cuál
es su destino y lo habrán considerado un competidor indeseado. Simplemente lo han
inutilizado. No han destrozado la nave. El mando de propulsores es un objetivo
perfecto cuando sabes dónde se encuentra. La gente en esa nave, o sus mandantes,
deben haber tenido esa información. ¿De dónde? Es igual.

No deben ganar. Tiene que sobrevivir de alguna forma, aunque ahora mismo
parezca imposible. Al menos, tiene una ventaja: Se están distanciando. Saben que ha
sobrevivido. Tal vez forme parte de su plan. No volverán para darle el tiro de gracia.
Esa es su ventaja, y la piensa aprovechar.
26 de diciembre de 2078, Anfitrite

—Contacto —informa Irina.

Yuri se sujeta al asiento. El ruido del propulsor resuena un breve momento más y
luego se hace un instante de silencio. La gravedad del planeta le chafa todas las
vértebras. Durante un segundo caen, luego se escucha un golpe seguido de un ligero
rozamiento.

Han llegado al suelo.

—Ligero movimiento transversal hacia el nordeste —constata Irina.

—La tobera de corrección en el sector C ha desconectado un segundo demasiado


tarde —dice Óscar.

—Pues habrá sido eso. Gracias, Óscar.

Yuri afloja los dedos que tiene clavados en el asiento. Esta vez ha ido todo
sorprendentemente bien. Quemar el polvo de carbono que se incendió en una
deflagración la vez anterior ha sido idea de Óscar. Se reclina y cierra brevemente los
ojos. Tal vez debería haber aceptado la oferta de Irina. Pero no puede dejarla en la
estacada, sobre todo considerando que ella se sacrifica por él.

—¿A qué esperamos? —pregunta Irina.

—Yo… pues… No lo sé.

Yuri se incorpora. Irina ya se está poniendo el traje espacial. Óscar trastea en la


pantalla del ordenador de a bordo.

—¿Qué haces, Óscar? —pregunta Yuri.

—Intento ajustar la tobera de corrección del sector C.


—Ya tendrás tiempo para ello cuando regresemos.

—¿Quién sabe? Al final tendremos que salir huyendo de no sé qué aliens. Nos irá
bien poder despegar entonces de inmediato.

—Rebosas fantasía, Óscar —dice Yuri.

—¿Yo? Más bien vosotros. Eso pasa en una de cada dos de vuestras películas
ambientadas en el espacio. Me he mirado algunas por simple curiosidad.

—Eso no son documentales. Son películas para entretenimiento.

—¿Así que consideras entretenimiento ser perseguido por un monstruo de tres


metros de alto que escupe ácido? Ya te lo recordaré cuando llegue el momento.

—Aquí no hay indicios de un tipo de vida así —afirma Yuri.

—Estoy lista —dice Irina. Su voz suena amortiguada porque ya se ha cerrado el


casco—. ¿Vais a seguir hablando mucho tiempo sobre películas viejas? Entonces saldré
a dar un paseo yo sola.

—Yo lo estoy en todo momento —asegura Óscar.

—Perdona, tienes razón. Hoy parece que voy algo escaso de motivación —dice Yuri.

—Si quieres, puedo motivarte con una buena patada en el culo.

Irina suelta una carcajada y Yuri se ríe con ella.

—No hace falta —murmura.

—Ya veremos.

Poner el pie en Anfitrite es como despertarse muy lentamente de un estado de profunda


inconsciencia. De pie en el escalón superior de la escalerilla sabe que tiene los ojos
abiertos, pero al principio no ve nada. El paisaje va surgiendo lentamente del trasfondo
negro. Poco a poco van apareciendo formas grises. Una roca delante, un montículo más
allá, que se diferencian por su gris casi negro frente al horizonte exento de toda luz.
Solo ve formas planas, de tamaño totalmente incierto. A primera vista, Anfitrite bien
podría ser un mundo de recortes de papel.

Entonces, el bloque de roca comienza a tener cierta profundidad y se encoge a la


vez, porque Yuri puede ya calcular una distancia al montículo. Ambos objetos entran en
relación. El bloque de roca se convierte en una piedra del tamaño de una cabeza,
mientras que el montículo es una serpens de cientos de metros de alto, pero a
kilómetros de distancia; una de las extrañas estructuras que se pasea por la superficie de
este planeta como serpientes pétreas.

Con el último paso, Anfitrite empieza a mostrar colores. Yuri no está seguro de si
son reales. La percepción del color falla en el ojo humano con esta oscuridad. Aun así,
parece extenderse un tono rojizo por todo este nuevo mundo. ¿Será que, bajo
determinadas condiciones, sí que es capaz de percibir la luz infrarroja? ¿O será que todo
esto sucede dentro de su cabeza, y por qué? Puede que sea un efecto secundario de la
radiación cósmica. El campo magnético de Anfitrite no es lo suficientemente potente
como para protegerles de ella.

El rojo procede claramente del horizonte. Se acerca como una ola de tsunami a
cámara lenta. Irina se acaba de agachar cuando la ola les llega, pero no parece darse
cuenta de ello. ¿Cómo es posible? La ola es gigante, pero tan lenta que se considera a
salvo, hasta que en un último paso cae sobre él. Yuri estira el brazo. El traje espacial
brilla por unos momentos en un rojo oscuro, luego resbala esa capa de pintura hacia el
suelo dejando una delicada capa de color negro rojizo. Sacude el brazo, pero la capa no
se desprende. Se frota con los dedos enguantados de la otra mano, pero no deja huella
alguna. ¿Se está volviendo loco?

Acaba de descender la escalerilla. El suelo es duro como el cemento y está recubierto


por una fina capa de polvo. Debe ser la ceniza que ha quedado de la explosión, es decir,
lo que no se ha quemado. Irina se agacha, levanta algo de ese polvo y lo introduce en un
tubo que guarda entonces en su bolsa de herramientas. Entonces se gira. Solo es un
recorte, una escultura oscura frente a un fondo negro, y aun así reconoce en ella todo lo
que la hace ser quien es.

Algo le asalta entonces por detrás. Suele tener una muy buena capacidad de
orientación. Viene de detrás, se agarra a su nuca, perfora un orificio y baja por su
columna hasta el coxis. Es el miedo, pero no siente miedo por sí mismo, sino porque
teme perder a Irina. No, lo sabe. Yuri traga. Le hace un gesto a Irina con la mano.

—¿Estás bien? —le pregunta y se le acerca.


Su traje también está cubierto de ese brillo rojo. La recubre como una piel delgada,
un material elástico que sigue todos sus movimientos. Yuri extiende la mano.

—¿Ves lo que mismo que yo? —pregunta en voz baja.

Tiene miedo de que le responda «¿el qué?». Miedo de volverse loco.

—¿Ese tono rojizo por todas partes?

Yuri asiente.

—Ya me preguntaba si era real o si me estaba volviendo loca. Ni siquiera me atrevía


a preguntarte si tú también…

—Yo también lo veo. Llegó como una especie de frente de olas desde el horizonte.

—No he notado nada de eso.

—Estabas agachada cuando nos alcanzó.

—Ah, y yo que me preguntaba por qué cambiaba el color del polvo.

—Me alegra ver que tú también lo notas —dice Yuri—. Si no, tendría que haberme
convencido de que me estoy volviendo tarumba.

—Sigue siendo una posibilidad —opina Óscar—. Solo por el hecho de que los dos
veáis lo mismo, no significa que vuestras impresiones ópticas sean reales. Podría
tratarse de alucinaciones colectivas.

—Entonces ¿tú no has visto llegar la ola? —pregunta Yuri—. ¿No ves esta fina capa
roja que se pega a todo?

—En el radar no percibo nada que se ajuste a tu descripción. No veo como vosotros.
Espera un segundo.

Óscar despliega su brazo y mueve la mano alrededor de Yuri.

—Puedo asegurarte que el espectro de tu traje espacial no ha cambiado. Sea lo que


sea que estáis viendo, no emite ninguna radiación electromagnética que pueda detectar.

—Entonces es que tampoco existe —dice Irina.


—Bueno, hay fenómenos físicos que no interactúan de forma electromagnética —
afirma Óscar.

—Sí, como la Materia Oscura y cosas así —dice Yuri—. Pero los conos y bastones en
nuestros ojos interactúan electromagnéticamente. El ojo humano no tiene sentidos para
recibir la Materia Oscura.

—Yo no estaría tan seguro de eso. He estudiado vuestra historia. Antes de descubrir
la gravedad, también rechazabais tener un sentido para la gravedad. Y el sistema solar
está repleto de Materia Oscura.

—Y, de hecho, seguimos sin tenerlo —responde Irina—. Ahora en serio. O estamos
los dos alucinando, o esta percepción del color es consecuencia de la radiación cósmica
que estimula nuestros nervios ópticos. Seguro que Óscar nos puede confirmar que la
intensidad de radiación es aquí bastante superior a la de la Tierra.

—Lo puedo confirmar.

—Bien. ¿Damos entonces el tema por aclarado y sacamos el Rover de sus fijaciones?

—Mejor aquí, más cerca —dice Irina.

Yuri coloca el foco en el lugar que señala Irina y lo enciende. Una luz amarilla
recorta un cono en la oscuridad, orientado al armazón de aterrizaje. Orienta el foco algo
más hacia arriba hasta que ilumina el Rover y saca el segundo foco del módulo de
aterrizaje. Necesitan una buena iluminación para poder liberar el vehículo de su nicho
de transporte.

¡Menudo trabajo le ha costado este Rover! Con un modelo normal de cuatro ruedas
deberían haber aterrizado en el interior de una serpens a través de algún derrumbe.
Pero Irina, su mejor y única piloto, falló en todas las simulaciones de aterrizaje exacto en
el fondo de una de ellas. Y no era por falta de cualidades, sino por el hardware, que
reaccionaba sin suficiente precisión a las órdenes.

Así que Yuri transformó el Rover. Sigue teniendo sus ruedas, que necesitará solo en
superficies mayormente planas. En ese caso, el desplazamiento sobre ruedas es
invencible en eficiencia. Irina se rio de él cuando sacó la manguera para depósitos del
almacén. Se trata de una manguera de polímeros protegida por un armazón flexible de
acero. La idea la sacó de la manguera de la ducha. Se le resbaló de la mano enjabonada
y empezó a moverse de forma curiosa por la presión del agua.

Esta manguera de depósito se parece a una de ducha sobredimensionada. Por ello


resulta perfecta para su construcción. Aparte de convertir al Rover en un artefacto
condenadamente feo, presenta solo una pequeña desventaja: no ha sido probada nunca
todavía en Anfitrite. Irina no está muy convencida de que su idea vaya a funcionar.
Para mayor seguridad, han cargado en seis grandes mochilas todo el material que debe
transportar el Rover para ellos. En caso necesario tendrán que seguir a pie y llevar
consigo todo lo que necesiten para su expedición.

—Voy a subirme —dice Irina.

El Rover está algo elevado. Su bastidor rodante está anclado al tren de aterrizaje con
barras de acero. Irina suelta los primeros tornillos en el lado delantero, mientras Yuri
extrae los aislamientos protectores de detrás. Parece que le están quitando la piel paso a
paso a un animal enjaulado. La imagen parece más real cuando prueba los distintos
componentes ya liberados con el mando a distancia. Entonces, esas articulaciones del
Roverse mueven como si estuviera vivo.

—Ahora debería estar ya listo para salir —opina Irina.

—Pues mejor da un paso atrás —dice Yuri.

—¿No te fías de tu criatura?

—Sí que me fío. Pero tras un paseo por el espacio nunca se sabe.

Yuri sujeta el mando a distancia con la mano derecha. Luego se subirán a lomos del
vehículo y lo dirigirán desde allí, pero ahora mismo, el módulo de aterrizaje todavía
está encima del Rover. Pulsa con cuidado el botón de marcha atrás. Las ruedas traseras
giran. El Rover se desplaza un par de centímetros y la base sobre la que se apoya se
inclina un par de grados. ¡Funciona! Yuri desplaza el Rover un poco más en su
dirección. La base sigue descendiendo. Cuanto más se acerca el vehículo al borde, más
inclinada es su rampa.

Yuri para el Rover una última vez justo antes del final de la rampa. Falta medio
metro hasta el suelo. El último tramo debe recorrerlo con velocidad, para que el Rover
no se vuelque sobre su parte posterior. No sería una catástrofe, pero podría dañar su
invento.
—¡Y… ahora! —dice Irina por la radio del casco.

«Ahora». Yuri pulsa el botón a fondo. El Rover da un pequeño salto. Las ruedas
traseras se acercan primero al suelo. Toman contacto sin hacer ningún ruido, pero
levantando polvo hacia los lados. El Rover salta brevemente, avanza un par de pasos
más y se queda parado.

«Buen chico. Ojalá consigas hacer lo mismo en las paredes».

Óscar se desplaza hasta el Rover, se agarra con su brazo extendido y se levanta hasta
la parte superior.

—¿Venís? —pregunta.

Irina se baja del tren de aterrizaje, le saluda con la mano y corre hacia el Rover. Yuri
está pensativo. Que todo esté saliendo tan bien en Anfitrite le hace sospechar.

—¿Qué pasa? —pregunta Irina—. ¿No querrás ir corriendo al lado?

—No… solo que…

A su izquierda, en el margen de su visión periférica, algo se ha movido. Se gira y


mira al módulo de aterrizaje. Lo ve solitario en la superficie, como sobre un escenario
expresionista. ¿No se acaba de mover la compuerta? Parece que la ha abierto un golpe
de viento. Pero aquí no hay ningún viento. Solo las curiosas nubes dentro de las
serpentes.

—La esclusa de la lanzadera sigue abierta.

—Qué más da —dice Irina.

—Parece una invitación. Mejor la cierro.

—¿Una invitación a quién? Aquí solo estamos nosotros.

—Aun así.

Se acerca a la lanzadera, sube la corta escalerilla y cierra la compuerta de la esclusa.


Entonces gira la rueda de bloqueo hasta el tope. La compuerta no tiene cerradura.
Quien pasara por aquí aún podría colarse dentro y robarlo. ¿Le habrá puesto Irina una
contraseña al ordenador de mando? Si se lo pregunta, lo tomará por loco. Quizá sea así.
«Pero solo por ser paranoico, no significa que no estén detrás de ti». Podría sonar un
poco a locura, pero quién no pensaría así tras haber matado a un hombre, y podría tener
razón.

—Bueno, así me siento mejor.

Sentados entre las mochilas llenas a rebosar, cabalgan como a lomos de un camello
hasta alcanzar el borde de la planicie al cabo de veinte minutos. Yuri se pregunta dónde
estará la primera serpens cuando aparece de repente en medio del camino. Parece como
si alguien la hubiese empujado al centro del escenario desde detrás de los bastidores,
como para darles a los protagonistas de la obra un efecto sorpresa para el siguiente acto
de este drama.

—Y ahora veamos qué es lo que nos ofrece tu invento —dice Irina.

—No es invento de Yuri —rebate Óscar—. El principio que aplica lo he encontrado


en numerosos archivos.

«Gracias, Óscar». Comenzó la transformación después de que el robot se lo contara.


A él mismo, la idea le pareció bastante absurda. Pero si consta en el archivo, no puede
ser mala idea. Así que su máquina funcionará.

—Lo siento, pero tendréis que bajaros para eso.

Irina y Óscar siguen sus instrucciones. Yuri saca el segundo mando a distancia,
robado de un microondas de la nave y reconvertido. Pensó si no sería mejor tener todas
las funciones en un mismo mando, pero no le pareció práctico. Durante la conducción,
es mejor que el Rover no se transforme por error.

Pulsa el botón de gratinado. El microondas calentaría ahora una espiral metálica.


Pero el Rover desciende ya que las ruedas se giran hacia arriba al doblarse las
suspensiones, como si al vehículo se le hubieran roto los cuatro ejes de golpe. Yuri se
desplaza alrededor del Rover y levanta las ruedas todo lo posible hacia arriba. Ya no
deben tocar el suelo. Entonces inspecciona el vehículo. Su columna vertebral consta de
tres tramos de manguera de depósito de unos 50 centímetros de diámetro y cuatro
metros de largo, dispuestos en forma de un triángulo vertical. Se unen entre sí mediante
dos planchas cuadradas de unos 30 centímetros de grosor con dos orificios abajo y uno
arriba, a través del cual asoman los trozos de manguera.
Bien. Pulsa el botón de puesta en marcha del microondas. Ahora deberían moverse
los motores lineales en los componentes cuadrados. Yuri no oye nada, así que toca el
primero y luego el segundo marco. Ambos vibran. Los motores están en marcha. Yuri
pulsa el botón de encendido de la luz del microondas. Los acoplamientos en el marco
delantero se enganchan. Las ruedas dentadas giran. Se agarran a la red metálica que
protege las mangueras y hacen que las dos mangueras inferiores se muevan hacia
delante.

Un metro de avance debería bastar por ahora. Ahora es el turno del botón de
descongelado. Lo pulsa. Entre los dos extremos delanteros de las mangueras inferiores
hay una ventosa gigante. Se inclina hasta tocar el suelo. El Rover extrae el aire y genera
vacío dentro de la ventosa. Eso debería funcionar en cualquier superficie más o menos
lisa.

Así fijada, la plancha delantera desplaza la manguera superior a través de su orificio


hacia delante. El Rover arrastra su parte trasera con las pesadas mochilas hacia delante,
como un gusano trepando por una pared. La parte posterior se fija con otra ventosa.
Entonces, el Rover puede soltar la ventosa delantera y todo se repite de nuevo.

Irina aplaude.

—Esto sí que es original. ¡Y eso que no hay apenas presión de aire!

—Es solo cuestión de la superficie. Las ventosas miden un metro cuadrado, lo que
ofrece suficiente agarre incluso con poca diferencia de presión. Espero que funcione
también en la montaña —dice Yuri.

—El riesgo de que no funcione en la montaña es inferior al 20 por ciento —informa


Óscar.

Seguro que lo dice para tranquilizarles.

—Entonces subámonos ya —indica Irina.

—Déjame que lo pruebe primero sin carga —alega Yuri.

—¿Quieres bajar las mochilas? Ha costado bastante colocarlas de forma que no se


caiga ninguna.

—No; bastará con que no incluya nuestro propio peso.


—¡Por favor! En comparación con lo que pesan las mochilas, nuestro peso corporal
es despreciable.

¿Es que Irina no puede ceder ni un instante?

—Un solo intento, por favor.

—Tu exhibición me ha convencido del todo de que tu construcción funciona. Así


que súbete aquí conmigo. ¿Qué podría pasar?

—Podríamos caernos.

—¿Y eso lo impediría una única comprobación previa?

—No.

—Pues ya lo ves, Yuri. No perdamos más tiempo y vayamos ya a la guerra


montados en tu dragón.

¡Ja, dragón! Esos animales solo existen en los cuentos. Compararía su construcción más
bien con una babosa. De niño pescaba sanguijuelas en el río. Su piel se parece al
revestimiento metálico de las mangueras y se mueven de forma similar al Rover en
modo escalada, aunque con mucha más elegancia. Si alguna vez tiene tiempo para
mejorar su proyecto, se ocupará de ese tema con prioridad. La técnica también debe ser
elegante para que se imponga. Aumentará la cantidad de mangueras. Tres son
suficientes para empezar, porque facilitan su instalación. Pero para conseguir un
movimiento más fluido deberían ser, al menos, veinte, aunque naturalmente con
secciones más cortas que…

—¡Ostras! —grita de repente, cuando su cuerpo se ve propulsado primero hacia


delante y luego hacia atrás. Presiona las piernas contra la parte inferior del Rover y se
agarra bien con ambas manos. La máquina ha empezado la escalada. La inclinación es
de casi 80 grados. Típico de Irina: ha tenido que llevar el Rover directamente a la zona
de entrada más inclinada que ha encontrado, en lugar de probar primero un ascenso
más suave. Una estrategia inteligente, ya que, si la babosa no supera este tramo, solo
caerán unos dos metros, y no 30 o 50. En algún momento se verán obligados a ascender
por una pared totalmente vertical.

—¡Esto es divertidísimo! —grita Irina.


La manguera superior sobre la que están sus asientos se desplaza ahora hacia arriba.
Las piernas de Yuri pasan junto a las mangueras inferiores. Entonces su asiento se
queda quieto mientras la ventosa se adhiere a la pared. Entonces se desplazan las dos
mangueras inferiores hacia arriba. Yuri siente como se deslizan entre sus pantorrillas.

A él no se resulta muy divertido este ascenso. Cuesta mucho esfuerzo mantenerse


sujeto. Está tumbado casi horizontal en el aire. ¡Si al menos hubiera reforzado un poco
sus abdominales! No solo tienen que aguatar el cuerpo junto con los brazos, sino
también la pesada parte superior del traje espacial con el casco. Al menos puede apoyar
la cadera un poco en la mochila que tiene sujeta a su espalda.

—¿Hasta dónde pretendes llegar?

No debería haberle dejado conducir a Irina.

—Solo un poco más, la inclinación empieza a ser menor.

¿A qué altura estarán? Si están cerca de la cima de la serpens, deberían ser unos 150
metros o más. Se gira. Ha sido un error. No han subido más de 30 metros, pero el
módulo de aterrizaje, reconocible por sus luces de posición, es ya tan pequeño, que le
entra un mareo. Yuri cierra los ojos y se inclina todo lo posible hacia delante.

—¿Estás bien? —pregunta Irina.

Le habrá oído jadear.

—Sí, ya me las apaño.

—Bien. Llegamos a la zona con más del 90 por ciento de inclinación.

¿Qué? ¡Si acaba de decir que han superado lo peor! Yuri traga, pero no dice nada. Se
agarra todo lo que puede a la mochila delantera y deja los ojos cerrados. Suerte que no
tiene que controlar el Rover. Aunque la subida no debería ser tan difícil. Montaña
abajo… eso debe ser un infierno.

«Tranquilo, Yuri». Con los ojos cerrados va tomando conciencia de las fuerzas que
actúan sobre su cuerpo. Es sorprendente la exactitud con la que trabaja su órgano del
equilibrio. El vector que señala al centro del planeta parece haberse colgado en el
interior de su oído. Al principio cuelga de su nuca hacia fuera. Luego se mueve a
cámara lenta hacia su espalda, señala hacia la columna vertebral doblada como una
joroba y le causa un cosquilleo en los muslos. Le atraviesa la columna y cuando el
vector llega como un péndulo a su estómago, Yuri tiene que eructar. Ahora están en el
centro de la circunferencia de la serpens. A partir de ahora, la fuerza del peso tira hacia
delante. Le empuja estómago y pecho más contra el vehículo para abandonar
finalmente su cuerpo. Un sudor frío le llega a continuación, recorriéndole el cuerpo por
los lados. El vector de fuerza pasa por su mandíbula. Lo nota sobre la lengua, sale
brevemente por su boca abierta, cambia a la nariz y llega a la frente. Sus ojos lagrimean.

—Hemos llegado —exclama Irina.

Parece totalmente despreocupada. Admirable.

—Yuri, ya puedes ponerte derecho. Ya pasó el peligro.

Yuri se incorpora. Tiene los labios resecos. Busca con la boca el tubo de agua y bebe
un poco. Irina se baja del Rover y se le acerca. Le agarra el casco con ambas manos.

—Oye, si estás llorando.

Yuri se ríe. Está en plena lucha entre liberación y desesperación.

—Qué va, no estoy llorando. Mis ojos lagrimean.

Ahora Irina se pone a reír. Se cree que es una excusa.

—En serio —dice—. Cuando el vector de la gravedad chocó contra mi nariz, mis ojos
empezaron a soltar lágrimas.

—¿El vector de la gravedad por tu nariz? Creo que estás majara.

—La línea imaginaria desde el órgano del equilibrio hacia el centro de Anfitrite.

Irina le apoya la mano sobre el hombro.

—Vale, entiendo.

Pero es una mentira evidente. Él ha notado perfectamente ese vector, aunque parece
que no todo el mundo es capaz de hacerlo. Da lo mismo.

—¿Estás bien, entonces? —le pregunta.

En su voz hay auténtica preocupación y eso le alegra.


—Sí, gracias, ahora sí. Ha sido un ascenso muy esforzado.

—Tu invento es fantástico. Ya no necesitas trepar tú mismo por las serpentes.

—No es invento de Yuri —dice Óscar—. El principio se menciona varias veces en los
archivos.

—Eso ya nos lo dijiste antes.

—Lo sé, nunca olvido nada. Pero tu frase sonaba a que lo habías olvidado, Irina.

—Venga, pongámonos en marcha —interviene Irina—, nuestra expedición no ha


hecho más que empezar.

Tras 20 minutos sobre ruedas alcanzan un desprendimiento. El agujero, como suele


ocurrir en Anfitrite, aparece frente a ellos de repente. Irina desciende del Rover. Yuri la
sigue y se acerca con cuidado al borde.

—Ten mucho cuidado —le pide—. No vaya a ser que se desprenda ahora el borde.

—El suelo tiene un espesor de, al menos, dos metros. No puede pasar nada —dice
Irina.

Y, aun así, la serpens se ha derrumbado aquí abriendo un orificio. El hueco mide


unos 50 metros de ancho, como mínimo. Parece como un lago congelado, con hielo de
un negro absoluto.

—¿Viste el agujero con tu radar, Óscar? —pregunta Yuri.

El robot posee un radar muy potente que alcanza en la oscuridad mucho más allá
que sus sentidos de la vista.

—No. Seguramente por un problema de perspectiva. Estamos demasiado cerca del


suelo, por lo que no se refleja la señal de radar lo suficiente —explica Óscar.

—Entonces deberíamos llevarte en alto, sujetándote por el brazo —dice Yuri.

—Eso aumentaría, sin duda, mi alcance de visión.


Irina ilumina con la linterna el interior del agujero, pero la luz no parece llegar hasta
el suelo.

—No veo nada.

Yuri lo intenta también con su linterna. Gira el haz de luz en la nada oscura del
agujero como una cucharilla en el café. Para el movimiento. La masa oscura gira un
momento más y el lago se vuelve a congelar. Cree incluso oír el ruido del hielo al
cerrarse. Pero allí no hay más que vacío, y el vacío no se congela, ¿verdad? Anfitrite
parece estimular su imaginación.

—Sujetadme dentro un momento —pide Óscar.

El robot con forma de disco choca contra su pie derecho para llamar su atención. Ya
ha extendido su largo brazo. Yuri lo sujeta por él, lo levanta e introduce dentro del
agujero. Desaparece en la nada. El borde, claro. El borde de piedra impide que pueda
ver a Óscar. Solo tendría que dar un paso más hacia delante.

—Es raro —dice Óscar.

—¿Qué es raro? —pregunta Irina.

—Aún me estoy formando una idea. El radar no se refleja igual a como estoy
acostumbrado y me llega el rebote algo desplazado al rojo.

—¿Quizás por el movimiento de la serpens? —sugiere Yuri.

—Es demasiado lenta para ello —afirma Óscar.

—¿Y qué ves ahí abajo? —pregunta Irina.

—Es lo mismo que la última vez. El material del techo hundido está repartido por el
fondo y hay mucho polvo aquí.

—Voy a subirte de nuevo —dice Yuri.

—Espera un momento.

—Vale.
El brazo de Óscar vibra. ¿Qué estará haciendo? Por suerte, el cuerpo de Óscar no
pesa demasiado.

—Es interesante. El aire aquí abajo tiene una densidad bastante mayor.

—¿Mayor que qué? —pregunta Irina.

—Mayor que ahí fuera.

—Bueno, era casi de esperar, ya que estos tubos están mayormente cerrados —dice
Irina.

—Y mayor que la última vez —añade Óscar.

—¿Significativamente mayor? —pregunta Yuri.

—El aumento es mayor que el margen de error de mis mediciones —dice Óscar.

—Quiero decir si es notablemente mayor.

—Preguntaste si era significativamente mayor.

—Óscar, ¿podrías responder a mi pregunta o tengo primero que dejarte caer dentro?

—Mis simulaciones me dicen que la probabilidad de que no me dejes caer


intencionadamente es del 99,5 por ciento.

—Yo no apostaría por eso.

—De acuerdo, no hay nada que impida que te dé una respuesta a tu pregunta.

—¿Y cuál es tu respuesta?

—Ya te la he dado. La respuesta es que puedo responder a tu pregunta.

Yuri se ríe. Parece que Óscar está probando de nuevo sus rutinas de humor. Oscila el
brazo metálico de Óscar de un lado al otro.

—Mi simulación me dice que esperabas otra respuesta.

—En efecto, Óscar.


—La atmósfera es aquí cuatro veces más densa que en nuestra última visita.

—Eso sí que es raro —opina Irina—. ¿Alguna teoría sobre la causa probable de eso?

—¿Cuál es la densidad? —inquiere Yuri.

—Calculada en presión, es de 0,1 bar —dice Óscar.

—Es decir, lejos de ser aire respirable —responde Yuri.

—Y no tengo teoría alguna para ello. No hay indicios visibles aquí abajo.

—¿Nada que pueda provocar este cambio? —pregunta Irina.

—Ninguna causa visible —confirma Óscar.

—Pero hubo un cambio —asegura Yuri—. Hace unas seis semanas pisaron seres
humanos por primera vez Anfitrite.

—¿Creen en serio que el planeta está reaccionando a nuestra presencia?

Irina sacude la cabeza con tanto ímpetu que puede verlo incluso a través del casco.

—Yo no creo nada —dice Yuri—. El hecho es que algo ha cambiado y que hay una
correlación temporal con nuestra llegada.

—Una correlación no es una relación causa-efecto.

—Tampoco he dicho eso. Tal vez hay aquí diferentes estaciones y hemos llegado por
casualidad al principio de la primavera. O la creciente proximidad al Sol está
gasificando lentamente la superficie.

—De acuerdo. No opinas nada. Entendido.

—¿Y ahora qué?

—Pues entramos y miramos si podemos encontrar la fuente de este cambio.

—¿Te fías ya de tu invento, o no? —pregunta Irina.


—No es su invento —espeta Óscar—. Consta en…

—… en los archivos, lo sé —le replica Irina.

—Sí, ya confío —dice Yuri—. Pero las mangueras ahora deben doblarse casi 360
grados. Si no, no podremos superar el borde. No estoy muy seguro de si el material lo
aguantará.

—¿Qué pasaría en el peor de los casos?

—Que se romperá el polímero.

—¿Y?

—El revestimiento metálico sujeta la manguera.

—Entonces ¿tampoco es un gran peligro?

—La manguera ya no será tan flexible a partir de entonces.

—Pero ¿llegaremos al fondo de la serpens?

—Eso sí. El Rover no caería del techo, ya que está sujeto por la ventosa.

—Entonces súbete.

—De acuerdo. Aunque conduces tú.

Yuri se sube al Rover detrás de Irina después de haber cambiado otra vez al modo
de oruga. Se ata bien, pues ahora colgarán durante unos minutos del techo en vertical.
Las tres mangueras se ponen alternativamente en movimiento.

Irina desaparece de golpe sin decir ni mu. Ya habrán alcanzado el agujero. El Rover
se sujeta con la ventosa trasera y empuja la delantera que se dobla hacia abajo. Así es
como Irina ha desaparecido.

Ahora le toca a él. Desciende como en una montaña rusa. La oscuridad cambia.
Arriba, sobre la piel de la serpens, estaban rodeados de un negro muy despejado, pero
aquí abajo, el negro es opresivo. Nota las paredes que les envuelven, aunque no las
puede ver. Vuelve a ser lanzado hacia delante. ¿Tiene los ojos abiertos o cerrados? Los
cierra. Debían estar abiertos si su percepción corporal no se equivoca.
—¿Lo ves? Las mangueras no se han roto —exclama Irina.

Fácil decirlo. Debido al revestimiento metálico, solo lo sabrán la próxima vez que
tengan que doblarse.

—Esto es asquerosamente oscuro —murmura Yuri.

Con algo de luz podrían incluso ver el agujero. Pero por ahora Yuri no quiere
encender la linterna. Ya tiene suficiente trabajo con mantenerse agarrado.

Pero igualmente se hace la luz. Es Óscar, que ha encendido su foco. Una luz
deslumbrante recorre la estructura del Rover.

—¿Y? ¿Está todo bien?

Es verdad, el robot no puede ver nada. Yuri se fija en la mitad de la manguera. La


estructura metálica se abre siempre un poco cuando la manguera se desplaza hacia
delante. No se ve ninguna rotura.

—Parece que hemos tenido suerte —opina Yuri.

—Muy bien —dice Irina.

Óscar no apaga su foco, sino que ilumina el interior de la cueva. Yuri sigue el haz de
luz. Ha sido un error. De inmediato tiene la impresión de estar colgando del techo como
murciélagos. Intenta el truco que funciona en los paseos espaciales. Si cierra los ojos y se
imagina estar frente a un árbol, el mundo recupera su dirección y orden correctos.

Pero aquí abajo no funciona el truquito. Seguro que es porque la gravedad le indica
claramente la dirección. Cuelgan del techo, es así, y no es un murciélago acostumbrado
a eso.

—Voy a dirigirlo hacia abajo —dice Irina.

Ya iba siendo hora. En ese momento, Yuri percibe un ligero silbido. Podría ser un
simple acúfeno. A veces, muy raras veces, lo padece. Pero este sonido va in crescendo.

—Se nos acerca una nube —informa Óscar.

—Sí, yo también la oigo —dice Irina—. Doy media vuelta.


—¡No, espera! Será más rápido invirtiendo solo la marcha. Solo necesito invertir el
giro de las ruedas dentadas en las articulaciones.

—Pues hazlo.

Yuri ya ha sacado el mando a distancia del bolsillo. ¿Cuál era la combinación? Así;
ahora nota que se desplaza hacia atrás. Ya lo tiene.

—¿Y cómo controlo ahora yo esto? —pregunta Irina.

—Pues como cuando se conduce marcha atrás.

—Entendido. Solo que no puedo ver nada por ahí.

Yuri se gira e ilumina hacia atrás con la linterna. El agujero está a su derecha.

—Tienes que girar un poco a la derecha.

Irina sigue sus instrucciones y la parte posterior del Rover se mueve a la izquierda.

—Mal —anuncia Yuri—. Gira a la izquierda. Fallo mío.

El Rover hace una curva a la izquierda. El agujero se acerca mientras el ruido


aumenta. Deberían estar a punto de alcanzar el borde.

—¿Cuánto nos queda? —pregunta Irina.

—Quince segundos como máximo —dice Óscar.

—Mierda —susurra Irina.

Sí, mierda. El Rover está a punto de doblarse hacia arriba. Con ello saldrán de la
zona de muerte segura. Pero Irina no. Tira de la mochila frente a ella y se suelta los
cinturones, uno tras otro. Son tres.

—Pero ¿qué haces? —exclama Yuri.

El Rover alcanza el agujero. La manguera se dobla y lo lleva a zona segura. La


ventosa se adhiere. Las dos mangueras inferiores se retraen. Irina tiene que esperar a
que le toque el turno a la manguera superior.
Pero no puede esperar.

—Te quiero —dice, cuando está sujeta ya por un único cinturón.

Yuri ve el material, a punto de romperse por sobrecarga. «No lo hagas», desea


decirle, «yo también te quiero», pero no se sale ni una palabra. Ve las fibras del cinturón
romperse una a una y oye cómo aumenta el ruido de la nube.

Luego, Irina desaparece, y con ella la mochila que ha soltado de su anclaje. El Rover
sale del agujero con dolorosa lentitud. Yuri cree oír un resoplido. El vehículo se pone a
salvo justo en el último momento, antes de que la nube lo convierta en polvo. Incluso el
asiento de Irina está aún ahí. Solo falta ella.

—¡Irina! ¡Irina! —grita.

No puede ser. No puede creerlo y no quiere creerlo.

Podría haber sobrevivido, debería haber sobrevivido. Irina habrá calculado mal. ¿O
ha saltado al vacío para salvarle la vida? Con algo menos de peso, el Rover pudo
retirarse con mayor rapidez. Si no, quizá la nube lo habría arrastrado al fondo de la
cueva. Pero ¿los 110 kilos de persona con traje espacial pueden llegar a ser suficiente
diferencia? No puede haberlo planificado con tanta precisión. Óscar lo habría simulado
a la velocidad de la luz. ¿Pero Irina? No es más que un ser humano. No puede calcular
con tanta rapidez. Quizá solo tenía la esperanza de poder ayudarle.

Una esperanza mortal.

—¿Yuri? —pregunta Óscar.

Yuri mantiene los ojos cerrados. Si se suelta los cinturones y se deja caer hacia atrás,
ya no necesitará soportar el dolor. Óscar debería callarse.

—¿Yuri?

Suelta el cierre del primer cinturón. La hebilla resbala por su pierna derecha. El
segundo cinturón está enganchado al asiento de Irina. Se inclina hacia delante y toca el
asiento. Retira de golpe la mano porque el asiento parece emitir calor. Es una tontería.
Se obliga a poner la mano sobre la superficie. No quema. La adelanta en busca del
cinturón.
Con los ojos cerrados no es tan fácil. Pero no los quiere abrir. Si no, volverá
sumergirse en este mundo con el que no quiere tener nada que ver. Un mundo que le
obliga a matar a una persona y a soportar la pérdida de otra. ¿O todo está relacionado,
ojo por ojo, diente por diente?

—¿Yuri?

No debe responder. Si no, quizá se lo piensa de otro modo. Ha sido suficientemente


claro. Debería haber afrontado de inmediato su responsabilidad y entregarse; entonces
no habría muerto Irina por su culpa. Sus últimas palabras fueron «te quiero». Y eso lo
hace todo más difícil aún, porque significa que ha saltado por él, para salvarle.
Seguramente no era consciente de la carga que le ha puesto con ello encima.

—¡Yuri!

Óscar pesa.

—¡¡Ay!!

Yuri grita de dolor antes de darse cuenta de que algo duro ha golpeado contra su
mano. Abre los ojos. Óscar levanta su brazo para descargarlo de nuevo sobre la mano
de Yuri. La retira rápidamente antes de que el robot pueda golpearle de nuevo.

—¿De qué vas?

—Mis simulaciones me informan de que un estímulo fuerte podrá sacarte del estado
de shock con una probabilidad del 60 por ciento.

—Vete a freír espárragos con tus simulaciones. ¡Me has hecho daño!

Yuri se toca la mano derecha con la izquierda. El dorso le duele con el menor
contacto. Es como si la pérdida se hubiera encapsulado allí.

—¿Es que los robots no tenéis alguna ley de Asimov que cumplir?

—No, ningún robot aspirador ha oído jamás hablar de estas leyes. Pero, por si te
tranquiliza, yo nunca te haría daño.

—Pues ahora mismo noto todo lo contario.


—He calculado el golpe para que cumpla su función sin que influya en tus
capacidades funcionales.

—¿Y si no llego a retirar la mano?

—Pues te hubiera golpeado una segunda vez. Mis simulaciones me dicen que con el
segundo golpe tenía una posibilidad de éxito del 23 por ciento adicional. Con el tercer
golpe…

—¿Me habrías golpeado hasta que reaccionara? —interrumpe al robot.

—No. No habría golpeado más de cinco veces contra tu mano.

—¿Y entonces qué? ¿Sabes que yo…?

—Mi simulación me dice que existe un cierto riesgo de que en estado de shock te
dañes a ti mismo. En ese caso, habría intentado dejarte temporalmente fuera de
combate.

—¿Me habrías dejado inconsciente?

—También se podría decir así.

—Desde luego, hay que tener mucho cuidado contigo.

—Solo cumplo con mi función de garantizar la capacidad funcional de los humanos


a mi alrededor.

—No sé si creérmelo. Parece que persigues demasiadas veces tus propios planes.

—Si te he dado esa impresión es porque no estás en situación de poder realizar


tantas simulaciones como las que hago yo.

—¿Quieres decir que soy demasiado tonto para entender tus planes?

—También se podría decir así.

La charla con el robot le ha sentado bien. Le simula una cierta normalidad. Seguramente
forme parte de los planes de Óscar. Yuri mira la hora. Su estado de shock, su tiempo sin
reacción alguna, les ha costado unos cinco minutos. Le parece que han transcurrido
horas desde la caída de Irina. Pero solo han sido un par de minutos.

Sin embargo, cada segundo que siguen sin hacer nada aquí arriba es un segundo
malgastado. Tenemos que bajar a buscar a Irina. Si la nube la ha matado, lo descubrirán.
Si no, necesita ayuda urgente.

—¿Óscar? Regresamos ahora mismo a la cueva.

—Yo lo desaconsejaría.

—¿Por qué? La próxima nube seguro que no llega antes de que transcurra media
hora. Para entonces, ya habremos vuelto.

—No sabemos exactamente cuándo llegará la próxima nube. Además, el descenso


fracasará porque se han roto las mangueras. Creo que hemos vuelto a demasiada
velocidad.

Yuri se inclina y revisa el material. Y así es, encuentra líneas de rotura causadas por
el doblado rápido de las mangueras. Se desplaza algo más adelante. Las líneas se
convierten en pequeñas grietas. Las cadenas de polímeros no han podido contrarrestar
las fuerzas.

—Mierda, tienes razón, Óscar. El Rover ya no puede maniobrar.

—No del todo. Hasta unos 30 grados, el revestimiento metálico debería poder
aguantar.

—Pero no podemos meternos en el agujero.

—No; solo después de repararlo.

—Pero aquí abajo no tenemos recambios.

—Exacto, Yuri. Tendremos que regresar a la Ganymed Explorer.

—Pero ¡para eso necesitaremos días!

—Una semana, hasta que podamos volver a descender aquí.

—Eso es inaceptable. Tenemos que buscar a Irina ahora.


—Podrías bajarme hasta el fondo con el cable de seguridad.

—¿Tenemos un cable tan largo?

—Sí, yo me encargué de eso.

—Bien, pues hagámoslo así.

Óscar espera al borde del derrumbe, más o menos donde media hora antes estaba Irina.
Yuri sujeta el cable de seguridad.

—¿Estás seguro de que este hilo tan fino aguantará tu peso? —pregunta.

El cable es apenas algo más grueso que un cabello. Óscar lo guardaba en una caja del
tamaño de un paquete de cigarrillos.

—Sí, es un compuesto de nanotubos —aclara Óscar—. Aguanta al menos 100 kilos


de peso.

—Entonces podría bajar hasta yo. ¿Llega hasta abajo?

—Tiene una longitud de 4.900 metros. Así que, sí. Pero podrías tener problemas para
sujetarte a él. Es tan fino que podría cortar tus guantes. Además, no sé si sería capaz de
sujetarte desde arriba. Es mejor que baje yo. Imagínate que al llegar abajo sueltas el
cable. ¡No lo volverías a encontrar nunca!

Eso es algo que a él seguro que le pasaría, se lo imagina a la perfección.

—Suerte que tú no llevas guantes.

—Exacto; mi mano es estable y suficientemente fuerte para sujetar el cable.

—¿Empezamos?

—A tu orden. Te recomiendo que busques un lugar a un par de metros del agujero y


te afiances.

Yuri sigue su consejo. Entonces suelta la palanca que bloquea el cable. Óscar se
mueve hacia delante.
—¡Cuidado ahora! —dice Óscar por la radio y desaparece.

Yuri sujeta con fuerza la caja del cable, que intenta escapársele de las manos y que
ahora pesa unos 50 kilos, el peso de Óscar. La pequeña bobina gira rápido, demasiado
rápido quizás. Presiona hacia delante la palanca, que sirve también de freno.

—Descenso según el plan —comunica Óscar—. Puedes dejarme bajar más rápido.

—Como quieras.

Yuri suelta el freno y la bobina gira con rapidez. El recipiente del cable es tan
pequeño que la velocidad de la bobina confunde. Óscar no debe estar descendiendo tan
rápido como se imagina.

—Más despacio ahora —dice Óscar.

Yuri frena hasta que el cable se afloja.

—¿Qué puedes ver ahí? —pregunta.

«He encontrado el cadáver de Irina». Óscar aún no lo ha dicho, pero debe estar a
punto… ¿no sería incluso mejor así?

—Nada que no viera desde arriba —responde Óscar—. Es decir, algunos cascotes
del derrumbe y algo de polvo.

—Podría haberse resguardado detrás de alguna roca —dice Yuri.

Pero ¿por qué no ha dado señales de vida? ¿Se le habrá estropeado la radio? Sería
demasiado fácil. Yuri no se imagina que en ese planeta negro pueda haber ningún final
feliz.

—Voy a dar una vuelta por aquí —dice Óscar.

—Date prisa. La siguiente nube llegará seguro.

—Entonces me recompondrás de nuevo. ¿Te he dado las gracias ya por la última vez
que me resucitaste?

—No me acuerdo. Seguro que sí. Pero ¿no deberías recordarlo tú mucho mejor que
yo?
—Solo quería distraerte con un poco de cháchara. Mis simulaciones dicen que sirve
para que baje tu ritmo cardíaco.

—¿Puedes ver mis datos vitales?

—Irina programó el sistema de forma que pudiera recibirlos.

—¿Sirve también para sus datos?

—Sí. Pero antes de que preguntes, no recibo nada de ella. La transmisión se cortó
cuando cayó del Rover.

—Saltó para salvarme la vida.

—Mis simulaciones me dicen que solo hay un 40 por ciento de probabilidad de que
haya sido así.

—¿Seguro?

—¿Crees que te mentiría?

—No sería la primera vez.

—Nunca he mentido. Solo me he limitado a no comunicar ciertos hechos que


conocía.

—De acuerdo. Me encantaría creerte. Al menos así no se mentiría culpable de su


muerte.

—No lo eres, bajo ningún concepto. Aunque saltara para salvarte la vida, aquello fue
su decisión.

—¿Crees que aún estará viva, Óscar? Si no recibes sus datos vitales, puede que no
tenga datos vitales que enviar.

—Podría estar fuera del alcance o se le ha roto la antena. Mis simulaciones me dicen
que existe una probabilidad del 15 por ciento de que siga viva.

El 15 por ciento. Es más de lo que pensaba, pero no lo suficiente como para tener
esperanzas. Yuri se sienta. No debe abandonar todavía a Irina. Sin su cadáver no piensa
regresar a la Ganymed Explorer.
A través del altavoz del casco percibe ruidos de golpes y cosas arrastrándose.

—¿Problemas?

—No, solo estoy trepando sobre los cascotes.

—¿Ni rastro de Irina?

—Tiene mala pinta.

O buena. Mientras Óscar no encuentre restos, Yuri seguirá esperanzado.

—¿Y si la nube la ha…? —pregunta.

—Ya pensé en ello. Es incluso la probabilidad más grande de que no encontremos


nada aquí. Nada más. Pero se me ocurre una idea. Un momento.

—Espero.

—Te acabo de enviar un espectrograma actualizado a tu dispositivo multifunción.

Yuri levanta el brazo frente a su cara. En la pantalla aparece una curva en la que
aparecen varias líneas negras.

—¿Qué me está diciendo esto?

—Allí tienes una línea de absorción. Si Irina hubiera sido descompuesta en todas sus
moléculas por la nube, debería haber líneas de hidrógeno y de distintas moléculas
orgánicas.

—Hay un par de líneas.

—Pero son sobre todo de carbono y nitrógeno. Hay una cantidad inusualmente
excesiva de carbono, como en la superficie, pero no se ven indicios de que se haya
destrozado un cuerpo humano aquí hace poco. Creo que deberíamos poder encontrar
alguna huella.

—¿Y si has buscado en el lugar que no era?

—He hecho veinte registros de estos. Aquí no hay restos de Irina, y eso lo puedo
decir con bastante seguridad.
«Entonces tenemos que ir a por ella. No pienso abandonar este planeta antes de
encontrarla».

—Ya puedes subirme.

Yuri resopla. En la gravedad de Anfitrite, el robot sigue siendo una carga importante,
sobre todo porque la bobina con la que le está subiendo es tan pequeña. Al fin aparece
el brazo de Óscar por el borde del agujero. Lo ve, porque al parecer Óscar ha encendido
una pequeña luz de posición en su mano. Yuri enrolla y enrolla y al final ya no le cuesta
nada. Óscar ya tiene suelo bajo sus ruedas.

Pero sigue girando hasta que el cable desaparece del todo dentro de su recipiente.
Seguro que lo necesitarán más adelante. Yuri se imagina registrando todas las serpentes
del planeta. ¡Irina debe estar en algún sitio!

—Gracias por subirme —dice Óscar.

—La mano derecha me duele un montón.

—Tal vez deberíamos motorizar la recogida de cable.

—Aquí abajo no tenemos posibilidad alguna de hacerlo.

—Estoy hablando de la nave.

—No vuelvo a la nave sin Irina.

—Recomendaría que pienses a fondo tu decisión.

—¿Por qué no quieres ir en su busca? ¿Tienes pruebas de que está muerta? ¿Cuáles
son esas pruebas?

—Claro que quiero buscarla. Pero sería más razonable preparar la búsqueda a
conciencia. Necesitamos un Rover que funcione.

—Yo podría descender con el cable al interior de la serpens, como lo has hecho tú.

—¿Y entonces qué? ¿Cómo volverías a subir? Imagínate que encuentras a Irina,
¿cómo quieres rescatarla? ¿Quieres trepar por paredes verticales con ella bajo el brazo?
Óscar tiene razón. Necesitan el Rover. Pero él tiene la necesidad de castigarse por su
fracaso. Debería haber estado sentado delante, y no Irina. Entonces habría caído él y
todo estaría bien.

—¿Y si necesita ayuda urgente ahora? Quizás está luchando dentro de una pequeña
grieta porque se queda sin aire.

—Entonces sería igualmente demasiado tarde. Debería tener suficientes reservas. El


mantenimiento de vida puede extraer oxígeno de la débil atmósfera. Fue una buena
idea llevarse la mochila.

¿No estará siendo Óscar demasiado optimista?

—Sí, es una chica lista. ¿De verdad crees que la encontraremos, Óscar?

—Mis simulaciones no me ofrecen una respuesta clara. Un ser humano diría: no lo


sé. El hecho de no haber encontrado ni su cuerpo ni resto alguno habla a favor de que
aún siga viva. Y sabemos por dónde iniciar la búsqueda.

—Pero quieres que esperemos.

—Porque eso aumenta nuestras posibilidades de rescatarla.

—Entonces me rindo. Pero si encontramos a Irina demasiado tarde y resulta que


podría haber recibido ayuda antes, no respondo de mí.

—En ese caso me desmontaré yo mismo.

—No puedes hacerlo. Acuérdate de cómo nos escapamos en la Holandés Errante.


Tuve que desmontarte yo el brazo.
27 de diciembre de 2078, CS Victory

«Es el peor paisaje que ha visto jamás en una EVA». Doug se encuentra por el lado
exterior del módulo de taller. A su alrededor hay solo oscuridad, espacio negro, nada
más. Tiene que orientar el foco del casco al suelo para comprobar que el mundo aún
existe.

Claro que se debe a su posición. El Sol está detrás de los tres Direct Fusion Drives
gigantescos y de sus tanques de masa de apoyo. Por muy pequeño que se vea desde
aquí, el Sol es el único cuerpo celeste que no percibe solo como un puntito. Los paseos
extravehiculares en la órbita de la Tierra siempre fueron espectaculares y la exploración
de un asteroide resultaba una aventura emocionante. Pero corre el peligro de perderse a
sí mismo.

¿Qué puñetas está haciendo aquí afuera? La nave le aconsejó que no saliera. Los
motores no pueden arrancarse desde el exterior. El mismo Merman le dijo que no
saliera. Debería ahorrar oxígeno para poder esperar ayuda el máximo tiempo posible.
Algún día, la Shepherd-1 volverá de su viaje más allá de los límites del Sistema solar.
¡Ha sido lo único que le ha ofrecido su cliente! Una nave de Alpha-Omega, con la que
podría encontrarse en una maniobra de encuentro dentro de cinco o seis años.

Pero es que también resulta muy difícil rescatarle, ahora que se aleja del Sol a una
velocidad mayor a la de la mayoría de naves que surcan el espacio con sus distintos
encargos. No hay ninguna nave en situación de rescatarle, excepto la Holandés Errante,
cuya tripulación ha decidido cargarse sus motores con un disparo.

Mary es la única que no le ha desaconsejado que intente salvarse por sí mismo. Ayer
le confesó lo que le había pasado. Lo tomó con calma y contactó con un amigo que
conoce los DFD. No le dio muchas esperanzas, pero investigó y encontró una forma de
poner quizás los DFD en marcha de nuevo, aunque sea sin mando de propulsores.

Doug pulsa un botón en su muñeca y en el visor del casco aparece una flecha que le
muestra el camino. Con mucho cuidado va avanzando y enganchando los cabos de
seguridad. Sus probabilidades son mínimas, pero perderlas del todo por no prestar
atención sería una estupidez. Desde su perspectiva, la Victory no parece una nave
espacial; más bien se asemeja a una planta de desguace de noche. Su movimiento no es
perceptible. Parece estar clavada en el negro espacio como dentro de gelatina oscura.
Doug trepa por un par de radiadores, pasa al lado de una antena grande como una
bañera, y alcanza el extremo del módulo de taller.

Ilumina con su foco en la dirección de la flecha. La luz incide sobre una construcción
similar a una torre formada por cuatro riostras de sección cuadrada. En la torre
transparente hay un silo de pienso y en su parte exterior otro silo mucho mayor. El silo
pequeño es el DFD 1 y el grande a su lado el correspondiente tanque de masa de apoyo.

Doug trepa por la torre. La falta de gravedad se lo pone muy fácil. Lo más difícil es
mover las articulaciones del traje espacial bajo presión. Intenta mirar hacia abajo por los
agujeros del armazón para conseguir, al menos, un poco de sensación de mareo, pero la
oscuridad le resulta impenetrable. Caer allí dentro debe sentirse como una caída en una
bola de algodón. La sensación se debe, sin duda, a que no hay nada aquí que le ofrezca
una dimensión espacial. En la Tierra, el cielo le pareció siempre como una tienda de
campaña azul. Aquí es una manta negra que le cubre directamente toda la cabeza.

La flecha en su visor parpadea. Ha llegado al DFD 1. Ahora tiene que trepar por él.
La flecha lo dirige más o menos hasta la mitad. Allí hay un tubo flexionado de unos 40
centímetros de diámetro que entra en el propulsor, procedente del tanque que hay al
lado. Un Direct Fusion Drive genera energía eléctrica con la fusión de hidrógeno pesado
y helio-3. Pero la corriente por sí sola no empuja la nave. Con su ayuda, un motor de
plasma acelera y expulsa la masa de apoyo. Es con su impulso con el que se mueve la
nave.

Esto está solo indirectamente relacionado con sus planes. El amigo de Mary estuvo
en el equipo de Tierra de la expedición a Encélado. La tripulación tuvo problemas para
rearrancar el DFD de su nave, la ILSE. Lo lograron con un truco. Pero la solución para el
equipo de la ILSE no le sirve de nada. No obstante, los ingenieros, que simularon el
fallo en Tierra, descubrieron un fallo general de los DFD. Cuando se inicia la
alimentación de masa de apoyo, puede darse el caso de que todo el propulsor arranque
sin una orden expresa.

El amigo de Mary había oído algo de ese problema. Pero no sabe si lo han
solucionado ya. El consorcio RB de Rusia, especializado en la producción de DFD, ha
tenido mucho celo guardándose la información.
Pero al menos habría que probarlo. Doug se acerca al tubo. Tiene que poder
separarse del DFD, ya que, a fin de cuentas, el tubo de conexión se instaló con
posterioridad al montaje. Solo tiene que soltarlo con cuidado de que el hidrógeno que
pueda salir no le toque. Ese gas es muy frío; su traje no aguantaría un contacto
prolongado con él.

Justo antes del propulsor, el tubo metálico está doblado en forma de U. Doug saca
algunos cabos de seguridad de su bolsa. Con ellos ata y fija la U. Si suelta el extremo del
tubo, se moverá, sobre todo si está bajo presión. Eso debe permitírselo, ya que la
compensación de presión es inevitable. Suelta el agarre con la mano, pero se ata el
brazo; de esta forma, la manguera no puede causar daños graves y él quedará
protegido, escondido detrás de la U, de cualquier chorro de hidrógeno que salga.

Doug aprieta ahora con todas sus fuerzas contra la U. No se mueve. Genial, el tubo
está bien fijado. Así que analiza el cierre con el que se fija el tubo al propulsor. Está
asegurado con tornillos especiales, pero la nave le ha recomendado ya las herramientas
necesarias. Doug afloja el primer tornillo. Necesita de todas sus fuerzas para ello. ¡Al fin
un desafío! No se tocaron desde la construcción de la nave hará 15 o 20 años. Así de
duros van y siguen mates, aunque los frote con fuerza. Nada puede oxidarse aquí, pero
el viento solar le quita con el tiempo el brillo a cualquier superficie metálica.

La ventilación de su traje va a marchas forzadas mientras va aflojando un tornillo


tras otro, guardándolos en su bolsa de herramientas. Los necesitará pronto. Antes de
soltar el último tornillo se para. Sacude el tubo un poco, pero no se mueve ni un
milímetro ni parece que escape ningún gas. Eso está bien, ya que no tiene que temer
sorpresas desagradables cuando se suelte el anclaje. Aun así, mantiene cierta distancia
en la medida en que la longitud de la llave se lo permite.

Listo. La última tuerca sale volando, pero Doug la recupera fácilmente. El tubo sigue
sin moverse. Hace palanca con una pata de cabra bajo el aro con el que se une el tubo al
propulsor. Basta con apretar un poco. No necesita mucha fuerza, ya que el tubo se
levanta al primer golpe. Sale una nube de vapor que se disuelve enseguida.
Seguramente haya válvulas que impiden la salida descontrolada de oxígeno tanto en la
fuente como en la salida del tubo. Una buena idea, pero ¿funcionará así el truco del
amigo de Mary?

Pronto lo sabrá. Doug sacude el tubo para que salga el último resto de hidrógeno y
se imagina que está sacudiéndole el miembro a un gigante dormido, tras hacer pis.
Entonces vuelve a colocar el tubo sobre el orificio. No encaja. Doug se agarra al cabo de
seguridad y empuja el tubo con los pies. Nada. Otra vez. Aplica todas sus fuerzas hasta
que, tras un pequeño tirón, el tubo vuelve a encajar en el orificio como si no hubiera
pasado nada.

Bien. Tal y como el amigo de Mary lo pronosticó. Doug controla su cabo de


seguridad. Si el buen hombre tenía razón, el DFD debería ahorra arrancar. Las fuerzas
aquí deberían cambiar claramente y debería trepar entonces por una torre de diez
metros de altura que hasta ahora solo era una superficie plana. Pero no pasa nada.
Doug se agarra a una riostra. Tal vez necesita un par de segundos más.

O un minuto.

O tres.

Un tiro errado, al parecer. Y eso que el plan parecía bueno. Pues no, no lo era,
aunque ha estado bien tener al menos un plan. Al menos, no tiene que trepar por la
torre. «Siempre tienes que ver algo positivo en todo», diría su mujer. Ahora mismo no le
resulta fácil, pues las perspectivas son muy poco halagüeñas. Lo que más teme es tener
que contarle que el plan ha fracasado.
27 de diciembre de 2078, Ganymed Explorer

—¡Tira!

Yuri aprieta los pies contra el travesaño en el suelo y tira con todas sus fuerzas de
ambos destornilladores que sujeta uno en cada mano. Sus extremos están bajo el
revestimiento metálico de la manguera rota. El revestimiento está muy pegado al tubo y
solo lo pueden quitar centímetro a centímetro.

Esta labor adicional ha sido necesaria en cuanto han visto que no tienen suficiente
manguera de recambio en el almacén. Solo queda suficiente material para el tubo
interior de polímero. Así que tienen que quitar el revestimiento metálico para ponérselo
al tubo de recambio.

—Solo hemos conseguido un metro —dice Yuri.

—Y hoy solo es el primer día —replica Óscar—. Tienes que tener algo más de
paciencia.

—¿Y si modificamos el sistema de tracción?

—Tú mismo me quitaste esa idea de la cabeza, Yuri.

—Eso fue antes de empezar a quitar el revestimiento metálico.

—Pero tus argumentos siguen siendo válidos. Si sustituimos las ruedas dentadas
por ruedas de goma, los tubos pueden resbalar. Sobre todo con mucha carga, cuando es
más peligroso.

—Podríamos aumentar la presión de las ruedas sobre el material cuando sea


necesario, para que no resbalen. Tú podrías calcularlo con precisión, ¿no?

—Te di la razón porque ya hice los cálculos. Una presión excesiva de las ruedas no
es bueno para la resistencia del material. El polímero se cansaría y luego se rompería.
Todo eso ya lo hemos repasado.
—Tengo una sensación muy mala dejando a Irina tanto tiempo sola.

—Si está dentro del alcance de la radio nos puede contactar en cualquier momento.

Han montado cerca del orificio un pequeño relé que reenvía a la Ganymed Explorer
todo lo que pueda llegarle en frecuencia de radio de casco.

—Eso fue una buena idea, Óscar.

—Lo sé.

Yuri cena algo en la central. Hace poco estaban aquí sentados los cuatro. ¿Cómo les irá a
Denise y Meltem? ¿Estarán echando de menos el tiempo que pasaron juntos? Intenta no
pensar en Irina y precisamente en ese momento aparece de forma natural en la central.
Se sienta a su izquierda. Yuri lo nota porque el asiento se inclina un poco. Ahora no
debe girar la mirada hacia la izquierda.

«Venga, come bien», le dice y le coloca en el plato una rebanada del pan negro de la
lata, que tanto le gustaba a Irina. Nunca lo entendió. El pan precortado es tan duro que
te dejas los dientes en él y sabe dulce y amargo a la vez. «Solo tienes los dientes flojos, le
contradice Irina, alégrate de no tener que volver a visitar jamás al dentista. Y el sabor
recuerda a mermelada de frambuesa sobre pan negro alemán». Mira hacia ella, pero ya
no está, o no estuvo nunca, aunque la rebanada está en su plato.

La coge, se la lleva a la boca y muerde. Una miga le cae por la comisura. Mastica. El
pan está tan seco que tiene que masticarlo varias veces hasta que la saliva lo ablanda.
Entonces traga. En su boca queda el sabor de mermelada sobre pan negro.

«¿Lo ves? Este es un buen pan, un pan honesto», dice Irina. Su voz le llega de nuevo
desde la izquierda. Ahora, el asiento no se ha movido. Y es que es imposible porque en
la central no hay gravedad. Yuri clava la mirada en su plato. Lleva pantalones cortos.
Sobre su rodilla nota el calor de otro cuerpo.

«No te quedes mirando el plato atontado. Tengo que decirte algo».

—¿Sí?
Su pregunta resuena por la cabina. El contraste es demasiado grande. Ha percibido
la voz de Irina en su cabeza. No está acostumbrado a eso. Cuando están fuera y se
comunican por la radio del casco, se oye de forma similar.

—¿Sí? ¿Qué quieres decirme? —susurra Yuri.

«No quiero que corras peligro buscándome».

—¿No deseas que vaya en tu búsqueda?

«Me alegra que intentes rescatarme. Pero no quiero que corras peligro».

—Entiendo. No me pondré en situaciones de peligro. No más de lo necesario.

Una corriente de aire pasa por su rodilla desnuda, como si alguien se hubiera
marchado de golpe de allí y tuviera que llenarse de aire el vacío que ha dejado. El calor
del otro cuerpo ha desaparecido. Irina ya no está.

—¿Con quién hablabas? —pregunta Óscar.

Aparece flotando por la compuerta de la central. Seguramente la corriente de aire


procedía de allí.

—Conmigo mismo —dice Yuri.

«Oigo voces», habría sido una respuesta honesta. Pero tampoco está muy seguro y
eso le da miedo. ¿Se estará volviendo loco? No es que acabe de darse cuenta de que está
soñando a plena luz del día. Pero es que ya no sabe bien qué es sueño y qué es realidad.
¿No se encuentra allí la raíz de la auténtica locura? Sin embargo, Óscar no entiende de
eso.

—¿Y qué te cuentas?

—Bah, viejas historias.

—Estabas susurrando, como si fueran secretos.

—Si lo fueran, no te los contaría.

—También es verdad, Yuri. Así que quédate con tus secretos. De todas formas, los
secretos se cotizan bien poco desde que Anfitrite nos bombardea con ellos.
—Mierda; y yo que los quería subastar al mejor postor… ¿El planeta te ha enviado
algún nuevo secreto, últimamente?

—Estaría bien, pero no. Aunque estoy buscando un secreto.

—Pues dispara.

—Me gustaría que esta campaña de búsqueda fuera más segura —dice Óscar.

—Por mi parte, encantado; pero por favor, que no nos cueste más tiempo.

—Una semana.

—¿Estás loco? Irina no sobreviviría sola allí abajo una semana entera.

Piensa en la visita que acaba de tener. Una imagen de su fantasía le ha recalcado que
no debe ponerse en situaciones de peligro. Y ahora aparece Óscar con una idea que
precisamente va en esa dirección. Yuri no es supersticioso, pero ha sido una curiosa
casualidad.

—¿Y cómo planeas hacerlo? ¿Qué necesitas?

—La nave.

Yuri se ríe. Eso es típico de Óscar. No se conforma con cosas banales. Necesita la
nave entera para sus experimentos.

—¿Con una nave es suficiente? —pregunta Yuri.

—Sí.

—Menuda suerte. Solo tenemos una.

—Ah, ¿eso era ironía? —pregunta Óscar—. Aún estoy aprendiendo.

—Era un chiste. Y uno muy malo. Perdona. ¿Qué piensas hacer con la nave?

—Si queremos encontrar a Irina, tendremos que buscar en el interior de las


serpentes. Algo tienen que ver con los secretos de este planeta. El principal problema
son las nubes que recorren los tubos a toda velocidad.
—Y que nos alcanzarán en algún momento. No podemos estar seguros de encontrar
cobijo a tiempo cada vez.

—Exacto. Necesitamos encontrar la manera de poder predecir la llegada de nubes


con antelación.

—¿Quieres establecer un horario de nubes como si fuera de autobuses?

—También se podría llamar así.

—¿Y cómo querías llamarlo?

Óscar duda un momento.

—OSCAR —dice entonces.

—¿Y eso qué significa…?

—OscarsSerpentes-CloudtestforAmphitrite-Rescue.

Yuri no puede evitar sonreír.

—Muy original, ¡felicidades! Solo hay un problema.

—¿Cuál?

—Que cuando pronuncie la palabra no se sabrá si me refiero al plan o a ti.

—Pues podrían deletrearlo como O.S.C.A.R., si es que el contexto da pie a confusión.

—Está bien, si tanta ilusión te hace…

—Gracias, Yuri. Sí, creo que me hace mucha ilusión. Es la primera vez que puedo
darle a algo un nombre pensado por mí. No hay un motivo claro para ello, pero siento
algo así como orgullo.

—Pero si ya has dado nombre a las serpentes.

—Eso es solo una reescritura, otro idioma, no es un nombre auténtico.

—Si podemos crear un OSCAR así, el orgullo será bien merecido. Pero ¿cómo
funcionará? ¿Qué piensas hacer con la nave?
—La dirijo contra la superficie. Con las ondas sísmicas que producirá la colisión y su
extensión puedo calcular el factor de movimiento de todas las nubes.

—¿Quieres dejar caer la nave sobre el planeta? No sé si es una buena idea.

—Es una idea totalmente absurda, Yuri. Pero es que solo era un chiste.

—Pero uno de los malos, Óscar.

Yuri se ha atado el cinturón en el asiento del comandante. Podría dejar que la Ganymed
Explorer se desplazara con el piloto automático, pero ya que por una vez tiene la
posibilidad de volar personalmente esa gran nave, no quiere prescindir del placer.
Antes habrían sacado a suertes quién puede pilotar la nave. Esta vez, nadie le discute
que se tome esa libertad.

Y no porque sobrestime sus habilidades. Se trata de hacer descender la nave a la


órbita más baja posible. Para ello solo necesita pisar el freno en el momento adecuado;
es decir, activar el propulsor orientado en sentido contrario a la marcha hasta que la
velocidad se corresponda con la de una órbita inferior. Y no se requiere ningún arte
para ello, ya que no hace falta precisión alguna.

Aun así, el corazón de Yuri va al galope. Nunca antes ha tenido a una nave tan
grande bajo su control directo. Los propulsores químicos de la Ganymed Explorer son
bastante potentes. Son el mejor medio para cambiar a órbitas de distinta altura. Qué
curioso. La era industrial comenzó con máquinas que quemaban madera o carbón,
luego petróleo y gas. Y ahora, aquí arriba, siguen quemando cantidades de metano y
oxígeno, convirtiéndolos en agua y dióxido de carbono. Por suerte, el espacio es tan
grande que los productos de la combustión no molestan a nadie.

Veinte segundos más. El temporizador muestra la imparable marcha atrás. Yuri


tiene la mano sobre la palanca de mando grande. Tres, dos, uno, ¡ahora! Presiona la
palanca hacia delante a tope. La Ganymed Explorer escupe fuego invisible. La inercia le
empuja suavemente contra los cinturones. El temporizador cuenta hasta treinta y Yuri
vuelve a colocar la palanca en su posición inicial.

Listo. Se gira. Óscar está replegando el brazo con el que se ha tenido que sujetar.

—Puedes empezar —dice Yuri.


—Ya estoy en ello.

—Oh.

—Ya recibimos los primeros datos.

—¿Algún resultado?

—Claro que no. Ya te lo expliqué. Analizamos las serpentes con el altímetro láser
para detectar pequeñas diferencias de altura que nos revelen la existencia actual de una
nube. Lo repetimos varias veces con todas las serpentes del planeta y así puedo calcular
un OSCAR.

—Un OSCAR, claro —dice Yuri un poco burlón, pero Óscar parece ignorarlo.

—Si tengo razón.

—¿A qué te refieres? Pensaba que el sistema era seguro.

—Estoy muy seguro de que el paso de una nube puede medirse también desde fuera
en la serpens analizada. Pero no sé si habrá un sistema. Imagínate que analizamos las
altas y bajas presiones en la atmósfera de la Tierra durante cinco días. ¿Podríamos crear
un horario climático para los días seis y siete?

—Más bien no. ¿Por qué hacemos entonces todo esto?

Porque mis simulaciones me dan una probabilidad de equis por ciento de que… será
lo que ahora responda Óscar.

—Porque tengo la sensación de que en Anfitrite hay un plan en marcha —dice


Óscar.

Curiosamente, Yuri ya ni se asombra de que Óscar hable de sensaciones y


emociones.

—¿Como un plan divino? —pregunta.

—Bobadas —responde Óscar—. Un plan determinado por las leyes y fuerzas de la


física que no tienda al caos. Me imagino a Anfitrite como un antiquísimo regulador,
donde ya nadie sabe cómo está construido ni cómo funcionan sus piñones, cadenas y
contrapesos. Si descubrimos el secreto del movimiento de las nubes, podríamos
desentrañar ese secreto.
28 de diciembre de 2078, CS Victory

—Nave, ¿se te ocurre alguna otra forma de poder salir de esta tremendo marrón?

—Lo siento, Doug, pero no entiendo tu pregunta.

Joder, ¡si al menos tuviera a Watson a bordo! La IA seguro que tendría alguna idea y
habría entendido su pregunta. Pero tras salvar el mundo aquella vez, desapareció del
mapa. A veces tiene la sensación de que Watson les está mirando desde el cielo como un
dios bondadoso. Y eso que Doug no es creyente.

—¿A qué cuerpo celeste del sistema solar puedes poner rumbo? —pregunta Doug.

Espera que esa sea la formulación correcta de la pregunta.

—A ninguno.

La respuesta es también concreta, pero no ayuda mucho.

—¿Y no te molesta?

—No poseo funciones de valoración. Pero puedo simular una valoración. Si tuviera
función de valoración, la circunstancia no me molestaría. Con el viaje al exterior del
sistema solar es muy probable que mi vida útil se alargue considerablemente. Las naves
de mi clase suelen desguazarse a los 40 años de media. Aunque entiendo que la
probable reducción de tu tiempo de vida te provoque reacciones emocionales. Un ser
humano con tus antecedentes tiene una esperanza de vida hasta los 84 años.

—Gracias por tu empatía. En mi próxima vida seré una nave.

—Según mis informaciones, los seres humanos solo tienen una vida. Sin embargo, el
material del que consto se utilizaría seguramente en otra nave tras mi desguace.

—O en una estación espacial. ¿Así que solo nos queda esperar a dónde nos lleva este
viaje?
—No puedo cambiar el rumbo de la nave.

—¿Y con algo de ayuda? Quiero decir, ¿no podríamos frenar con una maniobra de
asistencia gravitacional en un planeta?

—Para ello necesito los propulsores de corrección, a los que no tengo acceso.

—¿Hay alguna alternativa? ¿No podríamos variar el rumbo, por ejemplo,


expulsando aire por una esclusa?

—Podríamos. Pero el cambio sería mínimo, aunque utilizaras para ello todo el
oxígeno de la nave.

Kiska llega volando. Aterriza justo en su regazo. Le acaricia la cabeza y la gata


ronronea. Aunque solo sea por ella, no puede consumir todo el oxígeno.

—Así que, maldita sea, ¿no hay nada ni nadie que pueda parar nuestro viaje al
infinito?

—Ayer descubrí una nave que orbita el planeta desconocido. Podría ser adecuado
para ayudarnos.

Doug levanta de golpe la cabeza. Kiska maúlla enfadada porque no la deja


descansar.

—¿Y lo dices ahora, nave?

—Antes no me preguntaste.

—¿Qué tipo de nave es?

—Mi información al respecto es limitada. Al principio pensé que era un satélite


natural del planeta. Pero ayer modificó su órbita. Así que solo puede tratarse de un
objeto artificial, seguramente creado por el hombre. El cambio de órbita, sin embargo,
no nos dice nada sobre sus capacidades.

—Deberíamos contactarla. Envía un mensaje a la nave.

—¿Estás seguro? El resultado de nuestra última comunicación con una nave


provocó, a mi entender, la actual situación.
—Era imposible prever la reacción a nuestra última toma de contacto y fue una
flagrante violación de todos los tratados internacionales. Según el tratado espacial,
todas las naves espaciales están obligadas a prestar auxilio. Así que espero que, esta
otra nave, no esté ocupada por salvajes descerebrados que piensen con el culo.

—Esa esperanza ya está plenamente confirmada, Doug. Mis conocimientos de


fisiología humana me dicen que en una tripulación no puede haber ningún ser humano
sin cerebro. ¿O quieres decir, que esperas que la tripulación sea de robots?

Doug suspira. Robots, claro. Pero le da igual, mientras cumplan los tratados
internacionales.
28 de diciembre de 2078, Ganymed Explorer

A la mierda el talento, la genialidad y el esfuerzo. Los secretos se descubren sobre todo


con paciencia. La conclusión de Yuri, tras un día observando Anfitrite en soledad, es tan
sombría como el planeta. Óscar le ha propuesto seguir buscando soluciones para el
Rover, pero ya no tiene ganas ni de eso.

Se suelta el cinturón del asiento de comandante. A pesar de su desánimo, parece que


su digestión funciona de maravilla. Así que se dirige hacia el WHC. Al cabo de dos
metros se acuerda que se ha dejado olvidada su tablet en la que está leyendo una novela
de ciencia ficción. Cuatro metros más allá se empuja contra la pared y vuelve al asiento.
La tablet flota un par de centímetros por encima del teclado del ordenador de
navegación. Yuri la agarra y vuelve a empujarse hacia fuera. Al menos tiene el cuarto de
baño para él solo y nadie le dará prisas. Podrá acabar de leer el capítulo con
tranquilidad. Le sobreviene una ola de melancolía.

Faltan dos páginas. La ventilación aumenta de intensidad. Si sigue sentado aquí se le


congelará pronto el trasero. Pero es que el Cónsul acaba de llegar a un nuevo planeta y
ahora tiene que…

—Alerta —dice, de repente, una voz metálica.

Yuri se levanta de un salto. Con los pantalones bajados alrededor de los pies se
habría caído al suelo, pero aquí solo se mueve en dirección a la cortina. Yuri se sujeta.
La voz salió de la pared a su espalda.

—¿Qué ocurre?

—En el análisis de sus deposiciones, los sensores han detectado una anomalía
clasificada en el nivel de urgencia 2 —dice el WHC.

—¿Y eso qué significa?


—Significa que la anomalía será registrada en tu expediente médico. El médico de a
bordo te recetará la medicación necesaria.

—No hay médico de a bordo.

—Lo siento, no entiendo. El dominio primario de mi procesamiento de habla está en


el ámbito médico.

—¿Puedes decirme, al menos, de qué tipo de anomalía se trata?

¿Ha captado el WHC restos del alcohol que se bebió ayer para poder conciliar el
sueño?

—En tu orina se ha detectado una cantidad anormalmente alta de compuestos de


calcio.

—¿Calcio? Eso sale de mis huesos ¿no? ¿Se están degradando demasiado rápido?

—No. El índice de degradación es bastante constante. Pero existe peligro de que tu


cuerpo esté produciendo masa ósea con demasiada lentitud. Para evitarlo, el médico de
a bordo te prescribirá más actividad física.

—No hay médico de a bordo.

—Lo siento, no entiendo. El dominio primario de mi procesamiento de habla está en


el ámbito médico.

—Me da lo mismo.

—Hasta que llegue una confirmación del médico de a bordo, la unidad de análisis te
advertirá de la anomalía con cada uso.

Pues genial. Ahora, cada vez que vaya al váter tendrá que hablar con una voz
metálica en la pared. Felicitaciones para los psicólogos que diseñaron esto. Será mejor
que haga deporte con más regularidad.

Una serpens tras otra van desplazándose por la pantalla. Yuri ha cambiado la
presentación por una imagen de radar. Consta de estructuras 3D en color que no le
deprimen tanto como ese rojo tirando a negro de la superficie de Anfitrite. En algún
lugar allí abajo tal vez Irina le está esperando, mientras él está cómodamente sentado en
un sillón observando el paisaje.

La pantalla se vuelve de golpe negra. Yuri le da unos golpecitos pensando en un


fallo de hardware cuando el mando de la nave se comunica con él.

—Mensaje entrante —dice el altavoz.

—Mostrar —responde Yuri.

¡Solo puede ser Irina! Debe haber encontrado la forma de comunicarse con él. La
radio del casco no puede superar los 200 kilómetros de alcance, pero seguro que Irina es
más lista que eso. Seguro que se ha construido una antena.

—Aquí Doug Swartzenberg de la CS Victory. Llamando a la nave en órbita del


planeta.

Swartzenberg, ese nombre no le suena de nada. El nombre de la nave tampoco le


resulta conocido. Pero también ha pasado demasiado tiempo en Héctor, en el patio
trasero del sistema solar.

—¿Óscar?

—Llegando —dice el robot—. La nave me ha informado.

—¿Conoces la CS Victory?

—Según la base de datos es un yate de gran velocidad en vuelo chárter —dice Óscar.

Entonces ¿será el tal Swartzenberg un ricachón que se ha permitido una excursión


por el sistema solar y que ahora ha quedado varado?

—Bajo el mismo nombre está registrada una empresa que realiza recuperación de
pecios y desguaces.

—Tal vez le ha contratado el seguro para desguazar la Ganymed Explorer.

—La nave es demasiado pequeña para eso. Es más bien un correo rápido. Pregúntale
qué quiere.

—Responder —ordena Yuri.


La pantalla muestra un gran botón de grabación que Yuri pulsa.

—Aquí la nave expedicionaria Ganymed Explorer. ¿Adónde va? ¿En qué puedo
ayudarle?

—¡Gracias a Dios, una persona normal!

La respuesta llega de inmediato, así que esa nave debe estar ya muy cerca.
Swartzenberg habla inglés con acento americano.

—Bastante normal, creo yo —dice Yuri.

—Me llamo Doug Swartzenberg, soy el capitán de la CS Victory. Por desgracia, he


perdido el mando de la nave antes de poder frenar en la órbita de Anfitrite. Si no recibo
ayuda, desapareceré con mi nave en el exterior del sistema solar.

Ese hombre sabe dónde está. Claro que debe saberlo, si no, no estaría aquí; la
existencia de Anfitrite debe ser ya más conocida de lo que pensaba. ¿Le interesará eso a
la aseguradora?

—¿Cómo ha llegado hasta aquí, Doug?

—Un encargo tan bien pagado, que no puede decir que no.

—Pero entonces podría pedir a su cliente que le rescate, ¿no?

—No tengo ni idea de si estarán interesados en ello. Pero de todas formas resulta
materialmente imposible. No puedo frenar, así que una nave que despegara ahora de la
Tierra no me alcanzaría hasta muy fuera del sistema solar.

Eso suena plausible. ¿Y por qué estaría ese hombre pidiendo auxilio si no lo
necesita?

—¿Cómo se produjo el daño? —pregunta Yuri.

—¿Podría decirme al menos cómo se llama? El daño…

Doug parece que se lo piensa.


—Joder, a la mierda con todo; se lo diré. Nos hemos cruzado con una nave llamada
Holandés Errante que procedía del planeta en el que está usted en órbita. Esos cerdos
han disparado expresamente contra nuestro mando de propulsores.

Eso sería muy del estilo de Vera Kalila. No quiere competencia. A saber qué otros
tesoros alberga Anfitrite. Hasta ahora no existe empresa que tenga derechos para
hurgar allí. Parece algo así como un «¡Marica el último!».

—¿Por qué no lo ha dicho antes, Doug? Ah, yo soy Yuri, Yuri Rott.

—Strasdvuitye, Yuri. Podemos hablar en ruso si quiere, mi mujer nació en su


maravilloso país.

—Pues lo siento, pero soy alemán.

Irina, de la que hace días que no sabe nada, sí que es rusa. En lugar de entretenerse
charlando con extraños, debería estar buscándola.

—También está bien —dice Doug—. Sería fantástico si pudiera ayudarme. ¡Me
salvaría la vida!

—Envíeme los datos de su rumbo y posición para calcular una trayectoria de


encuentro.

—¿Eso es un sí? Los datos van de camino.

Yuri no responde. En pantalla aparece un archivo. Yuri silencia el micrófono.

—Óscar, ¿puedes hacer algo con eso? ¿Cuánto nos costaría recoger a ese hombre de
su nave?

—Un momento.

Óscar repliega su brazo.

—Bien, ya lo tengo. No te va a gustar. Alcanzar la Victory nos llevaría, al menos,


diez días, ida y vuelta. Si es que lo conseguimos.

—¿A qué te refieres?


—El delta-v entre nosotros y la Victory es bastante grande. No estoy muy seguro de
poder igualarlo. Necesitaríamos un empuje adicional del planeta, pero todo eso
depende también de un par de condiciones adicionales.

—Entiendo. En el peor de los casos habremos perdido diez días para nada.

—El riesgo de que tengas razón es del 65 por ciento, según mis simulaciones.

Yuri conecta de nuevo el micrófono. Sería dejar diez días a Irina sola, allí abajo. Y
quizás incluso para nada. Si da señales de vida antes, pensará que se ha ido sin él.

—Lo siento, Doug. Al parecer, no podemos ayudarle.

Doug no responde. Pero por el canal de radio se oye un maullido. ¿Ese hombre tiene
un gato a bordo? Aunque eso no cambia nada. No puede abandonar Anfitrite tanto
tiempo. ¡No puede abandonar a Irina!
28 de diciembre de 2078, CS Victory

Ya lo sospechaba. Ese tío le resultó desagradable enseguida. Le mostró brevemente la


cara y pasó luego a solo audio, pero su cara era la de un delincuente. Un delincuente
que viola las normas básicas del tráfico espacial.

Quizá sea mejor así. ¿Qué puñetas hace en una nave expedicionaria orbitando un
planeta hasta ahora desconocido? Seguro que oculta algo. Está allí escondido
procurando no llamar la atención si asoma la cabeza. Ha hablado todo el rato de sí
mismo y no de su tripulación. ¿Habrá matado a los demás tripulantes?

Suerte que Yuri ha rechazado ayudarle. Con su rescate, podría haber caído de la
sartén al fuego. Si quiere volver a la Tierra y ver a Mary, necesitará encontrar otra
forma. Acaricia el lomo de Kiska. Eso le encanta. Entonces tiene que estornudar y la
gata salta de su regazo. Le habrá entrado uno pelo de la gata en la nariz.

—Nave, ¿qué sabes de la Ganymed Explorer?

—La Ganymed Explorer es una nave de investigación que iba rumbo a Ganímedes.
Su última posición conocida fue en el asteroide Héctor (624), donde iba a repostar.
Después hubo una avería o un motín. No hay más información.

¿Sin más información? Entonces es que el asunto se está llevando en secreto. Por
alguien que tiene suficiente poder e interés para hacerlo.

—¿Y qué hay de Yuri Rott? ¿Se lo menciona en algún sitio?

—Lo siento, Doug. Ese nombre no me consta en mi base de datos. Aunque puedo
recuperar información de la Tierra; tardaría 37 minutos.

—Hazlo. Y mira si hay novedades sobre la Ganymed Explorer.


Debería hablar con Mary, pero le faltan las fuerzas para ello. ¿Qué puede decirle? La
verdad, claro, pero entonces debería expresarla en voz alta. Y de esta forma ya no le
quedará más opción que aceptarla como su más probable futuro. Pero él no piensa así.
No puede pensar así y no se permite pensar así. Las cosas se acaban cuando realmente
se acaban.

—¿Doug? Tengo la información que me pediste.

—¿Ya han pasado 37 minutos?

—Han pasado 144 minutos. Ha tardado algo más porque he tenido que encontrar
primero fuentes fidedignas.

—¿Dices que han pasado más de dos horas desde nuestra última conversación?

Ha estado dos horas enteras sentado en el asiento del comandante y pensando.


Tenía la sensación de que solo habían pasado 30 minutos.

—En efecto.

—¿Qué has averiguado de Rott?

—Se le busca por asesinato. Se dice que mató a un compañero en Héctor. Que lo
estranguló, para ser más exactos.

—Ya me lo imaginaba. Tiene cara de criminal.

—Pero solo cuando haya sido condenado.

—En eso tienes razón, nave. ¿Y de la Ganymed Explorer?

—La aseguradora la cataloga como siniestro total. Según la información oficial


disponible, orbita Saturno con tanques vacíos y sin oxígeno.

Doug reacciona rápido.

—¿Saturno?

—Sí, Saturno.
Eso sí que es raro. La reciente maniobra de la nave indica que sus tanques no están
vacíos, y Rott hablaba desde una nave llena de aire. Pero puede que la existencia de
Anfitrite aún no sea pública, si no, no dirían en las bases de datos que la nave orbita
alrededor de Saturno. Las bases de datos son pacientes, pero ¿es que nadie ha sacado
cuentas? Saturno está ahora al otro lado del sistema solar. ¿No debería esto llamar la
atención de cualquier periodista avispado?

Pero los medios ya no se interesan tanto por los viajes espaciales como en la época
en la que él mismo era joven. Su primera gran decepción la vivió a los 18 años, cuando
no fue un americano sino un chino quien llegó primero a Marte. Y luego, en 2072, con el
asunto del agujero negro. El universo se convirtió en un peligro para la humanidad.
Todo eso amortiguó mucho la curiosidad de los habitantes de la Tierra por lo que
pudiera haber allí afuera. Hoy ya no se vuela al espacio por ser el sueño de toda una
vida, sino porque aquí se puede ganar bastante dinero.

—¿Doug? Siento molestarte.

Se había ido por las ramas. Pensar en esas cosas le ha sentado bien.

—¿Qué ocurre?

—La Ganymed Explorer ha puesto en marcha sus motores. Parece que van a
abandonar su órbita.
28 de diciembre de 2078, Ganymed Explorer

Desde la conversación con la nave averiada, ha dado ya dos vueltas completas a


Anfitrite. Ha llamado por radio a Irina en cada órbita, en todos los canales y a máxima
potencia. Ha sobrecargado la instalación incluso a un 125 por ciento. Si Irina está ahí
abajo, si vive y no está enterrada bajo un par de metros de rocas, tiene que haberle oído.

Pero los receptores no han captado nada. Anfitrite está muerta en el espectro de
radio. En infrarrojos, el planeta brilla, al menos para lo que puede un cuerpo celeste que
procede de un lugar muy alejado del Sol; pero lo único que se mueve allí abajo son las
serpentes.

Tiene que descubrir su secreto. Para Yuri, todo parece señalar que con ello también
descubrirá lo que le ha pasado a Irina. Pero por ahora tienen que despedirse de ella.
Claro que quiere saber, debe saber, lo que le ha sucedido a Irina. Pero ya no está en sus
manos cambiar su destino. Al menos, puede salvar de la muerte al hombre en la nave
averiada y a su gato. Ha estado a punto de cometer un error.

—¿Nave?

—¿Sí, Yuri?

De repente, se ve presionado en el asiento por una fuerza. La Ganymed Explorer


está acelerando.

—¿Qué pasa, nave? ¿Maniobra de evitación?

Yuri sospecha lo que está pasando, pero no quiere creérselo.

—He puesto rumbo a la nave averiada —dice el ordenador de a bordo.

—¿Por orden de quién?

—Tuya, Yuri.
—¿Hay registros grabados de eso?

—No. Tu orden ha llegado directamente a través de los canales de datos. Debes


haberla introducido con el teclado. ¿Pasa algo raro? ¿Cancelo la maniobra?

—Todo es necesario. Trazamos rumbo a la CS Victory. Por favor, comunícale al


comandante nuestro rumbo y pídele excusas en mi nombre.

—Entendido.

—No, espera, las excusas se las formularé en persona. Pero envíame a Óscar a la
central.

—Ya estoy aquí, Yuri —dice Óscar—. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Eres un… No, quería darte las gracias.

—¿Las gracias, a mí? Si no he hecho nada.

—Sabes de qué hablo. He estado a punto de cometer un error, un gran error, y si me


hubiera pasado de verdad, me habrías advertido de ello. Lo sé.

—Realmente no te entiendo, Yuri. Reconozco que al principio me decepcionó el no


intentar ayudar a ese hombre, aunque probablemente estemos en condiciones de
hacerlo. Pero cuando vi que introducías la corrección de rumbo en el teclado, me
tranquilicé.
29 de diciembre de 2078, CS Victory

—Reconozco que, al principio, te tomé por un criminal —dice Doug—. Pero parece que
me he equivocado.

Desde que la Ganymed Explorer ha cambiado de órbita han mantenido ya varias


conversaciones breves. Aunque hasta ahora no han llegado a contarse nada personal.

—Sí que he matado a una persona —reconoce Yuri—. Estrangulé a un tío.

—Entiendo —dice Doug.

—No lo creo. Yo mismo no lo entiendo. Nunca me creí capaz de hacer algo así, de
sacar tanta violencia de dentro.

—Pero algo debió ser el desencadenante.

—Sin duda. Ese hombre intentaba violar a una compañera. Ella no podía defenderse
porque él era mucho más fuerte.

—Yo tampoco podría haberme quedado mirando.

—Pero el tío cayó al suelo y yo seguí apretando. En ese momento, quería que parara
ya sus acosos para siempre. No era la primera vez que se comportaba así.

—Perdiste el control, Yuri.

—Pero el problema es que, entonces, impliqué a otras personas. Dos compañeras me


ayudaron a secuestrar la Ganymed Explorer. Estaba tan fuera de mí, que dejé que todo
sucediera.

—Oh.

—Y ahora, Irina está en Anfitrite, totalmente sola.


—Por eso te negaste primero a ayudarme.

—Sí. Fue una estupidez. Espero que no me lo tomes a mal.

—No te preocupes. Es perfectamente comprensible, además te lo has pensado mejor.


Y te lo agradezco en el alma. ¿Qué sabes de Irina?

—Lo he intentado todo, sin embargo, no he logrado contactar con ella.

—Mierda. Lo siento.

—Tendremos que tomarnos un trago juntos. En la Ganymed Explorer.

—O aquí, en la Victory. Creo que es más agradable que en una nave tan grande
como la tuya.

—Ya veremos.
30 de diciembre de 2078, Anfitrite

Se encuentra tumbada en el suelo, como un escupitajo de serpens. Con un gran


esfuerzo, Irina logra girar la cabeza para ver su cuerpo. Un haz de luz recorre su traje
espacial. Sorprendentemente, la luz del casco parece funcionar. Está tumbada sobre su
lado izquierdo. Su cuerpo se aguanta apoyado por el brazo y la pierna derechos. No
siente nada en ambas extremidades cuando intenta cambiar de postura; sus músculos
no reaccionan.

Al menos no le duele nada. Y parece ser una gran ventaja, cuando descubre su
pierna doblada por la rodilla, pero en una dirección poco natural. «¿Qué ha pasado?»,
se pregunta. Irina aún recuerda cuando estaba en el borde del desprendimiento con
Yuri y el Rover. Iban a entrar en la serpens, pero ¿qué pasó entonces?

Da igual. Ahora está de nuevo fuera. A su alrededor se ha acumulado gran cantidad


de cascotes. Reconoce trozos de roca, pero también objetos que parecen orgánicos.
Aunque tiene que ir con cuidado sacando conclusiones. ¿Quién habría pensado que esas
serpientes gigantes que se desplazan sobre el planeta son de origen inorgánico?

Irina ordena a su mano derecha que se mueva. ¡Reacciona! Parece que su cuerpo se
está despertando. Lo intenta con el antebrazo. Cosquillea cuando se concentra en él,
pero no es suficiente para desencadenar un movimiento. Paciencia. No es precisamente
su mayor virtud. Pero solo necesita ver su pierna para desear quedarse allí abajo el
máximo de tiempo posible sin sentir nada.

Ahora. El antebrazo se mueve. Su control es suficiente para poder arrastrar consigo


el resto del brazo. Es curioso, lo nota como un trozo de madera muerta. No parece ni
siquiera formar parte de su cuerpo. Ahora puede ver la pantalla en el brazo. Es
mediodía. Solo ha estado un par de horas inconsciente. ¿Dónde estarán Yuri y Óscar? Se
empuja con el brazo libre hasta que el cuerpo aterriza sobre su otro lado. El movimiento
parece que casi le arranca la cabeza.

Por el otro lado, el paisaje es igual de desolador. Rocas y gravilla a su alrededor, ni


rastro de Yuri ni del Rover. Está sola. Irina intenta decir algo, pero al intentar abrir la
boca, los músculos de la mandíbula se le agarrotan. Solo puede gritar. ¿Qué le está
pasando? Parece como si su cuerpo estuviera bajo los efectos de un potente narcótico.
Al menos no se encuentra mareada. Vomitar en el casco sin poder moverse podría
significar la muerte.

Pero Irina no quiere morir. Y las circunstancias quizá tampoco son tan malas. Solo
han pasado cuatro o cinco horas. Yuri y Óscar no pueden estar muy lejos. En el peor de
los casos, la serpens la habrá desplazado unos cien kilómetros. Esos dos no saldarán del
planeta sin ella. Cien kilómetros a pie son dos días de marcha. Seguro que el oxígeno da
para eso.

Le llega una palpitación desde abajo. Abajo, allí están sus piernas. Mueve con
cuidado la pierna izquierda, que tras girar 180 grados está ahora arriba. Tiembla un
poco, nada más. Otra vez. Funciona. La pierna izquierda resbala detrás de la derecha.
Ahora puede ver la rodilla girada en toda su extensión. Oh-oh. Tendrá que construirse
un cabestrillo. Los brazos ya los ha liberado. Irina se apoya y levanta un poco su cuerpo.
Mira a su alrededor. El entorno sigue igual de feo que antes. La montaña de escombros
sobre la que está tumbada asciende donde están sus pies. ¿Eso de ahí es la apertura de
la serpens? Igual eso la ha escupido realmente al exterior. Con el tiempo se acumularán
allí más y más escombros.

Las palpitaciones aumentan en intensidad, así como su frecuencia. Con el mando del
traje añade por precaución un fuerte analgésico en el agua y toma luego dos largos
sorbos a través del tubo en su casco. Espera que sea suficiente. Se apoya sobre los
brazos y presiona hasta lograr quedar sentada. Entonces acciona el botón de llamada
del casco. Tendrá que probarlo en algún momento. Seguro que Yuri responde
enseguida. Si tiene suerte, la recogerá con la lanzadera o con el Rover.

—Aquí Irina, ¿me oís?

El auricular permanece en silencio.

—Creo que he sido desplazada una gran distancia. ¿Dónde estáis?

No hay respuesta.

—Irina a Rover, responded, por favor.

Eso habría sido demasiado bonito, porque lo más probable es que la radio del casco
no llegue tan lejos. Tiene que acercarse a ellos. Si son listos, la buscarán con el Rover
desde un par de kilómetros de altura. Desgraciadamente no puede darles ningún
consejo. Pero todo irá bien. Primero tiene que lograr ponerse en pie.

Media hora después, es capaz de estar un momento sobre ambas piernas. Pero es
imposible. No puede pisar con el pie derecho. Y no solo por el dolor; la rodilla parece
estar totalmente destrozada. La pierna le cuelga de la articulación y es incapaz de
soportar peso alguno. Necesita entablillársela. Irina se desplaza sentada. Busca una
rama o algo parecido, pero allí solo hay rocas. Entonces encuentra un objeto que parece
un saco para cadáveres. Es su mochila. Ahí podría estar su salvación, pues posee un
armazón interior formado por dos barras verticales con largueros intermedios.

Irina abre la mochila. Ya que está ahí, puede aprovechar para hacer inventario de lo
que tiene. Encuentra comida liofilizada, una tienda, una bombona adicional de oxígeno,
algunas herramientas, dos baterías, cinturones, un cordel monofilamento, un generador
mecánico, condones, pañales y paños húmedos. ¿Quién ha sido el idiota que ha metido
ahí condones? Al fondo, encuentra el armazón que desmonta enseguida. Los largueros
pueden doblarse y quitarse sin problema. Los corta pero los guarda. A saber para qué
podrían servirle más adelante. Ahora ya no será tan cómodo llevar la mochila, que
ahora no es más que un simple saco, pero no le queda otra alternativa.

Se fija las barras con las correas a su muslo de forma que asomen un poco por debajo
de su pie. Tiene que apretar mucho las correas. En el primer intento casi cae de lado,
pero logra sujetarse a tiempo. Más apretado aún. Perfora un agujero adicional en las
correas y vuelve a apretarse las barras metálicas. Sentada ya duele, pero solo así
soportarán las barras su peso. Por un instante apoya en ellas una carga de 80 a 100 kilos,
traje incluido. La excursión la hará sudar de lo lindo.

Irina cierra la mochila y se la cuelga a la espalda. Entonces se levanta. Hasta ahora


solo ha utilizado los brazos y la pierna sana. Se pone en pie y mira a su alrededor. ¡Lo
ha conseguido! Pero la sensación de triunfo desaparece rápido. En este planeta se siente
pequeña e insignificante, a pesar de sus 1,84 metros de altura.

¿Hacia dónde? Irina mira la pantalla de su brazo derecho. Eso hace que aumente el
peso sobre su pierna derecha. Un dolor agudo le invade todo el lado derecho. Irina se
queda muy quieta. El dolor se amortigua. Bien. Puede soportarlo. El dolor no la mata. El
dispositivo multifunción le dice que la lanzadera tiene que estar detrás de ella, hacia el
nordeste. Si es que aún está allí. Programó la zona de aterrizaje cuando abandonaron la
lanzadera. El dispositivo no ofrece mucha precisión. En lugar de satélites GPS, que aquí
no hay, obtiene información de la situación de las estrellas y la fuerza del campo
magnético. Pero el aparato no puede decirle si servirá de algo ponerse en marcha en esa
dirección.

Mejor así. En caso contrario, se sentaba y esperaba a la muerte. Tonterías. No está


muy animada, pero aún es pronto para morir. No antes de que llegue realmente su
momento. Es decir, antes de asfixiarse por haber consumido todas sus reservas de
oxígeno. Mira hacia abajo, a sus piernas. ¿Con cuál debe dar el primer paso? ¿Con la
izquierda? Entonces, la derecha, entablillada, soportará todo el peso. ¿Con la derecha?
El mismo resultado. No se atreve. Los primeros pasos serán horrorosos. Luego seguro
que es más fácil, pero la perspectiva no basta para dar el primer paso.

«Venga, Irina. Tú puedes…», se dice. Respira hondo, tensa todos sus músculos y da
el primer paso. La suela de su bota levanta polvo negro del suelo. El dolor no llega de
inmediato. Es como si el dolor no se creyera la excelente oportunidad que tiene de
expresarse, como si no lo hubiera esperado. Pero entonces salta desde el suelo como una
descarga eléctrica, sube por su pierna herida y se desplaza por cadera y columna
vertebral hasta su cabeza. Y allí se esconde, el cobardica ese.

Irina pone cara de angustia y dolor, lo cual no le cuesta mucho. Lo mejor sería
amenazarle con el puño, pero haría cambiar su posición y, aunque solo fuera un poco,
sería ya demasiado. ¿Con qué pierna ha empezado? Irina vuelve a estar cómoda,
apoyada solo en la pierna izquierda. No debe esperar demasiado. El dolor, ese hijo de
puta, habrá ido a por refuerzos. No debe darle esa oportunidad. Tiene que entretenerlo,
perseguirlo hacia arriba y hacia abajo, hasta que caiga muerto o Irina se acostumbre a él.

No pasa nada de ambas cosas. El dolor es invencible y no hay forma de acostumbrarse a


él. Pero va avanzando. Los cascotes la obligan a caminar haciendo eses a su alrededor.
Ahora se está acercando a la oscura silueta de una serpens. Probablemente la que la ha
escupido. ¿Será buena idea entrar de nuevo en su interior? Ya la ha escupido una vez. Y
allí dentro, la radio de su casco no tendrá alcance alguno.

Irina mira hacia arriba. En su estado es imposible intentar trepar por el exterior. Ni
siquiera con ayuda. Al trepar hay que tener siempre al menos tres extremidades
agarradas a la pared en todo momento. Pero ahora solo dispone de tres funcionales. Es
imposible aguantar los 100 kilos de peso con solo dos de ellas. Tiene que emprender el
camino por el interior. Yuri y Óscar la esperarán. Quizá se estarán acercando ya. Debe
tener confianza; si no, más vale abandonar.
30 de diciembre de 2078, Ganymed Explorer

—Tenemos un pequeño problema —dice Óscar.

«Calla, Óscar, no quiero oírlo». Yuri cierra los ojos. Cada catástrofe empieza con un
pequeño problema. Hace como si estuviera dormido.

—Yuri, ¿me oyes? Sé perfectamente cuando estás despierto. Tus pulsaciones incluso
han aumentado cuando te he hablado.

¡Es injusto! Óscar tiene acceso a sus datos médicos.

—¿No puede esperar un poco? —murmura—. Solo una siestecilla, por favor.

A lo mejor tiene suerte y el problema se soluciona mientras descansa. O igual se


mueren todos por haber ignorado la catástrofe. Sea como sea, ya no tiene que ocuparse
más de ello. La muerte tampoco es tan mala. Al menos, no para él. No conoce a ningún
muerto que se queje de haber muerto.

—Por desgracia, no disponemos de suficiente tiempo para ello —dice Óscar—. ¡Y


piensa en Irina!

El robot sabe muy bien qué teclas tocar. Irina, claro, eso es harina de otro costal. No
podrá salvarla si muere.

—¿Qué pasa? —pregunta entonces, abriendo los ojos lentamente.

—Tiene mala pinta —dice Óscar.

—¿Para Irina? ¿Has tenido noticias suyas?

—No, se trata de la Victory. No la alcanzaremos.

—¿A qué te refieres? La nave aún no ha llegado a Anfitrite.


—Eso no importa. Es demasiado rápida. No tenemos tiempo suficiente para aportar
el delta-v necesario.

—Pues aceleramos más.

—El impulso máximo de los propulsores no puede aumentarse.

—Entonces ¿por qué le hemos dado esperanzas a Doug? ¿No lo tenías claro ya desde
entonces?

Teme la respuesta. Debería haber insistido en dormir su siesta.

—No, Yuri. Cuando la Victory nos pidió ayuda, aún no era demasiado tarde.

Traga con dificultad. Mierda. La ha jodido. Es su culpa. Otra persona más que
llevará en su conciencia. Primero Grigori, luego Doug. Y luego le tocará a Irina.
Seguramente incluso en otro orden. Suerte que al menos Meltem y Denise han
abandonado ya su sombra asesina. Espera que les vaya bien.

—Yo… ¿No hay nada que podamos hacer?

—La física no tiene piedad. Necesitaríamos un propulsor más.

—¿Podríamos utilizar el de la lanzadera?

—El propulsor químico de la lanzadera no nos llevaría muy lejos. Debería ser algo
del mismo tamaño que nuestra batería de DFD.

—Podríamos llamar a la Holandés Errante.

—Esos han disparado contra la nave de Doug. Y no hay ninguna otra nave al
alcance.

Yuri suspira.

—¿Se lo dices tú?

—¿No sería mejor que se lo comunicaras de hombre a hombre? ¿Qué pensará si


haces que tu robot aspiradora le informe de su catastrófico destino?

—Tienes razón. Debo encargarme yo.


—¿Inicio el regreso a Anfitrite? Al menos así podremos empezar a buscar a Irina
antes.

—No lo sé. Aguarda. Si cambiamos el rumbo, Doug sabrá de inmediato lo que pasa.
Hablaré primero con él.

—Bien. Esperaré a tu orden para cambiar el rumbo.

Ese viaje nunca ha tenido buena estrella. Yuri se ha tumbado en la cama y se ha tapado
con la manta. Antes de hablar con Doug tiene que recuperar fuerzas. Se siente como un
médico que tiene que comunicar a un paciente que va a morir, porque ha cometido un
error en el quirófano.

Mierda. Una grandísima mierda. Y todo empezó por no haber sabido guardar los
nervios en su momento. Pero un momento: justo después de huir estuvieron a punto de
colisionar con la luna Skamandrios porque Meltem no quería darles acceso al mando de
la nave. Entonces salvó la nave abriendo la esclusa de un lado. El breve impulso fue
suficiente para cambiar el rumbo.

—¡Óscar! —grita Yuri.

—¿Sí, Yuri? ¿Has hablado con Doug?

—No. Pero se me ocurre una idea.

—A ver…

—¿Te acuerdas de nuestra salida de Héctor?

—Sí, la huida. Os apoderasteis de nuestra nave.

—Era nuestra última escapatoria.

—Hoy puedo entenderlo. ¿En qué consiste tu idea?

—Meltem nos quiso hacer chantaje con el mando. Pero entonces abrí la esclusa y
solté presión.

—Después de que casi la estrangulas.


—La solté a tiempo.

—Sí, bien, ¿y?

—¿No podría Doug alterar el rumbo de la Victory de igual forma?

—Solo mínimamente. El delta-v que conseguiríamos es despreciable. No se trata de


un par de metros, como entonces, sino de miles de kilómetros.

—Entiendo. Gracias, de todas formas.

—¿Hablarás ahora con Doug?

—Pronto, Óscar, pronto.

Cuando haya dado con una solución. No piensa comunicarse con las manos vacías.

La CS Victory no es bonita, y mucho menos elegante. Yuri se habría imaginado que un


yate sería algo distinto que un conglomerado de bidones y tubos. Aunque comprende
perfectamente por qué se ha construido la nave así. Cuanto más lejos deba llegar, más
grandes deben ser los tanques de masa de apoyo. La nave no solo debe acelerarse a sí
misma sino también la masa total de sus tanques.

Yuri gira con los dedos la representación en 3D en la pantalla. El brazo giratorio con
las cabinas, que en la Ganymed Explorer llama la atención, en la Victory parece simple
decoración, aunque tiene casi la misma longitud. Las proporciones se desplazan. Pero
Óscar tiene razón en una cosa: ventilar las esclusas no sirve de nada. La inercia de los
tanques aún bien llenos no se vería afectada por ello. Es como intentar hacer descarrillar
la locomotora de un tren de mercancías soplando cuando pasa.

Pero incluso un vehículo así sobre raíles podría hacerse salir de las vías. ¿Cuál es el
problema? No se trata de hacer que la CS Victory regrese a Anfitrite. La nave es
secundaria. Quieren salvar a Doug ya su gata. Los motores de la Victory no ayudan en
nada, y la Ganymed Explorer es demasiado lenta.

Tiene que empezar a pensar desde arriba.

—Óscar, ¿y si hiciéramos saltar los tanques de la Victory?


—¿Aún no has hablado con él?

—Ya voy. Pero respóndeme primero a mi pregunta.

—Si la presión de la explosión fuera contraria al sentido de la marcha, frenaría la


nave.

—¡Bien!

—No te alegres demasiado pronto. Ambas partes no sobrevivirían la aceleración


negativa.

—¿Y si hacemos saltar un tanque tras otro?

—Déjame calcularlo. No, igualmente mortal.

—Entonces prescindimos de la dinamita y hacemos que salga su contenido de forma


controlada. Eso debería tener también un efecto de frenado.

—Espera, un momento… Lo siento, tardaría demasiado. La Victory se nos escaparía.

La Victory, sí. Pero ¡eso no le interesa! Se tarda demasiado en frenar la nave porque
pesa demasiado. Ese es el principio.

—Tengo una idea de cómo reducir drásticamente la masa del sistema —dice Yuri—.
Entonces, una fuerza menor sería suficiente para frenar el resto.

—De acuerdo en principio contigo. Pero ¿cómo quieres conseguirlo?

—Debe haber un sistema de emergencia con el que se pueda la nave desembarazar


de un tanque incendiado.

—Seguro que sí. ¿Por qué debería perder la Victory sus tanques?

—La nave solo debe desprenderse de uno de sus tanques de esta forma. ¡Esa es la
solución! Si es que existe una. Ponme con Doug.
30 de diciembre de 2078, CS Victory

Hace cálculo tras cálculo, pero el resultado es siempre el mismo. A veces puede salir a
cuenta tener algunos conocimientos de un ámbito tan áspero como la mecánica orbital.
Aunque le iría mejor, no sería capaz de dominar ese tema. Pues el resultado es siempre
el mismo. Siempre el mismo. El mismo. Doug se golpea la cabeza con el puño para que
sus ideas se le ordenen en un caudal que no sea caótico.

El resultado es que la Ganymed Explorer se ha puesto en camino sin posibilidad


alguna de alcanzarle. Los datos de la nave son de acceso público. Conoce la órbita
alrededor de Anfitrite de la que ha arrancado y conoce, naturalmente, el rumbo que
tiene su propia nave, la Victory. Es un cálculo tan sencillo que no necesita siquiera
utilizar el ordenador para ello.

Sin embargo, ha pedido a la nave que se lo confirmara, en la esperanza de haber


cometido algún fallo en algún momento, un dato mal recordado o un factor mal
interpretado. No lo ha hecho. Su profesor estaría orgulloso de él. Esa satisfacción lo la
tuvo nunca en aquella época. Normalmente se equivocaba más veces de las que
acertaba, pero parece que con los años ha aprendido a cometer menos errores. Quizás
ha entendido instintivamente la gran diferencia entre la formación en Tierra y la
intervención en el cosmos. Solo el universo intenta matarte a cada segundo.

Ha podido evitarlo muchas veces, demasiadas veces. Pero eso se acabó. Debería
contárselo a Mary. Entonces podría ella arreglar las cosas para el tiempo que le queda
estando sin él. Eso es al menos una ventaja. Otros se mueren un instante al otro. A él, el
destino le da tiempo suficiente para despedidas, perdones y mensajes de a-tomar-todos-
por-culo. Sí, también para eso. Será divertido poder expresar a ciertas personas su
opinión personal. Solo tiene que procurar no enfadar a nadie con poder suficiente para
descargar su ira contra su mujer. Que de estos, haberlos haylos.

—Mensaje entrante —dice la nave.

—Pásamelo.
Yuri. No ha visto mucho a Yuri hasta ahora, pero no hay nadie más aquí con el que
pueda hablar en directo. Yuri se encuentra en una zona visiblemente circular, pero
bastante más grande que su propia cabina. En la Ganymed Explorer debe haber cabinas
de dos y tres camas. La cama en la que está sentado su interlocutor no está hecha.

—Perdona que te moleste, Doug, pero es muy urgente. ¿Tienes un momento?

—Cuatro minutos, que luego me esperan en la central.

—Ja.

Yuri ha entendido el chiste. Eso ya le hace más simpático. Si tuvieran que pasar
juntos más tiempo, al menos no tendrían que pelearse por sus chistes tontos.

—Seré breve, entonces —dice Yuri—. Hay un problema.

—Sí, lo sé, vuestro impulso específico no basta para alcanzarme.

—Vaya ¿ya lo sabes? ¿Ha sido Óscar quien…? ¡Como le pille, se las verá conmigo!

—¿Óscar? ¿Quién es Óscar?

—Ah, pues no ha sido Óscar. Óscar es un robot de limpieza.

—Pero parece que no siempre obedece.

—Pues sí, te divertirás mucho con él, Doug. A ver cómo se llevan tu gato y el robot.
Porque tienes un gato, ¿verdad?

—Kiska. Pero ella no se cruzará nunca con Óscar. ¿O es que has inventado un
mecanismo de teletransporte?

—¿Trekki también? —pregunta Yuri.

—No, por desgracia no. Aunque primero preferiría construir un replicador.

Qué curioso. Está bromeando con Yuri, como si la muerte no estuviera ya delante de
la esclusa esperando a que le abra la puerta. Pero le hace sentirse mejor. Con esa
amenaza se puede vivir bastante bien. Solo hay que procurar que no te empiece a gustar
la idea.
—Al tema. No tenemos mucho tiempo.

Estos alemanes… A pesar de su nombre ruso, parece que Yuri cumple todos los
clichés.

—Claro —responde Doug—. Dime.

—En mis cálculos he llegado al mismo resultado que tú. Y debo confesar que todo es
culpa mía. Si me hubiera decidido por lo importante dos horas antes, no habríamos
llegado a este punto.

Hmm. Esto no lo había incluido en sus cálculos. Pero tampoco le había interesado.
¿Quién puede saber esas cosas con antelación? Yuri tenía sus razones para dejarse
tiempo con la decisión. ¿Por qué se lo está contando ahora?

—Quiero pedirte expresamente perdón por ello —dice Yuri.

Se ríe.

Yuri le mira con los ojos de par en par. Pero eso le resulta precisamente muy cómico.
Antes pensaba que era hora de perdonar, y de repente es ese hombre el que le pide
perdón a él. El universo parece de nuevo capaz de leerle el pensamiento.

—¿Qué decías? —inquiere Yuri.

—Sí, claro que te perdono.

—Te lo agradezco, pero no te llamaba por eso. Se me ha ocurrido una forma de


jugársela a la física.

Vaya, y él que pensaba que Yuri había encontrado la forma de rescatarle.

—Eso es imposible —asegura Doug—. La física siempre gana.

—Vale, mal formulado entonces. Quería decir que podemos rescatarte con ayuda de
la física.

—Soy todo oídos.


—Desacoplamos uno de los tanques de tu nave. Luego le hacemos un agujero en un
lugar determinado del extremo. El tanque frenará y tú irás de polizón encima hasta que
podamos rescatarte con la Ganymed Explorer.

—Lo siento, pero debo rechazar el ofrecimiento.

—¿Y eso por qué?

Yuri parece asustado.

—Kiska, mi gata. No la pienso dejar en la nave, aunque tenga que morir con ella.

—¿Cuánto pesa? ¿Ocho, diez kilos?

—Más bien ocho.

—Es igual. Te comprendo perfectamente. Pero por esa minúscula cantidad de peso
adicional no fracasaría nuestro intento. Seguro que tienes un traje espacial para ella.

—Su viaje conmigo fue una sorpresa. He tenido que reconvertir un traje espacial
para ella. Al menos así puede sobrevivir un rato en el vacío. Pero ya puedo anunciarte
que no se alegrará en absoluto con ello. ¿Cuánto tiempo tendríamos que esperar en el
casco del tanque a vuestra llegada?

—Ahí está el principal problema de mi plan. Cuanto antes empecemos, antes os


recuperaremos. Pero como mínimo 48 horas. Así que deberías preparar esta
intervención única en el exterior con gran cuidado.

Doug mira el reloj en el borde de la pantalla. Son poco más de las diez de la noche.
No se ha dado cuenta de cómo pasaba el día. Cuando a uno le queda poco tiempo de
vida, debería ser más consciente del poco que le queda.

—Dame dos horas —dice—. Debo empaquetar comida, equipo de camping y,


evidentemente, a Kiska. Nos llamamos sobre las cuatro.

—¿No descansas por la noche? —pregunta Yuri.

«Si funciona, ya tendré tiempo de sobras para dormir. Si no, pues también».
31 de diciembre de 2078, Anfitrite

No tiene rodilla. Irina se mira la lesión bajo la luz de la linterna. Ya desde fuera no tiene
ni de lejos buen aspecto. Toda la zona alrededor de la articulación está tan hinchada,
que muslo y pierna parecen un solo miembro. El dolor ha bajado un poco durante la
noche, al menos. ¿Será eso buena señal? Irina no puede creerlo.

Del techo de la tienda de campaña gotea agua condensada sobre su piel. No nota
absolutamente nada. Mueve la pierna con la mano de un lado al otro. La piel se tensa,
pero no hay resistencia alguna. La articulación debe estar hecha papilla. Debe haber
caído sobre ella a gran velocidad. Pero ¿cuándo y dónde? Seguramente dentro de este
tubo, pero no puede recordarlo.

Se inclina a un lado y busca en el traje hasta encontrar el dispositivo multifunción.


Son las 5:33 del 31 de diciembre. ¿Cómo? Sacude el aparato, aunque sabe que no sirve
de nada. La electrónica no se repara sacudiendo. Sería magia. La cifra sigue allí: 31. Es
imposible. Si ayer era 26 de diciembre. Estuvo inconsciente cuatro o cinco horas,
máximo seis. Pero claro, no se fijó en la fecha. Digamos un día y cuatro horas. Entonces
hoy sería el 28. Pero en ningún caso el 31, Nochevieja.

Irina calcula hacia atrás. Si el aparato tiene razón, ha dormido cuatro días. Pero de
un sueño así no se habría despertado jamás, pues la reserva de oxígeno no llega a tanto.
Alguien debe haberle cambiado la bombona, pero aquí no hay nadie más que ella.
Verifica su reserva de oxígeno. No se ha alterado desde que se quedó dormida. Habrá
respirado el aire en la tienda mientras dormía. Su volumen es bastante grande.

No, no puede ser. El aparato va mal. Esa es la respuesta más probable. Irina niega
con la cabeza. No debe permitir que esto la enloquezca. Si no, tendría que suponer que
Yuri le cambió la bombona para, luego, dejarla sola en el planeta. ¿Quiere eliminarla
como testigo? Abre el grifo de la bombona de oxígeno. Ahora sí que está medio loca.
Debe ser por la calidad del aire aquí dentro.

Irina saca del traje el recipiente de orina. El objeto azul en forma de pétalo cuelga de
una manguera unida al sistema de mantenimiento de vida. Se agacha encima y vacía su
vejiga. La postura es inusual e incómoda. No por el hecho de orinar en un recipiente, ni
porque sabe que sus excreciones son recicladas, sino porque su pierna derecha está
estirada hacia delante en un ángulo imposible. Se limpia la zona genital con un paño
húmedo que guarda en la bolsa de residuos. Es una miniesclusa que le permite sacar la
basura fuera del traje. Con un segundo paño se limpia entonces la cara y las manos.

Antes ya comió algo. Por eso comienza ahora la parte de mayor esfuerzo de la tarde.
Debe conseguirlo a pesar de su lesión: ponerse la ropa interior, el LCVG y el traje
espacial de forma que todo le quede bien puesto y estanco. No debe perder nada de aire
ni tener zonas de rozadura por ropa interior mal puesta. Con una sola lesión tiene
suficiente.

Cuando acaba, guarda todas sus cosas en la mochila. Entonces sale marcha atrás de
la tienda, sacando la mochila tras de sí. La tienda colapsa de inmediato sin aire. La
dobla a conciencia y la guarda en la mochila.

—¡Lista para partir! —se dice.

Entonces se acuerda de la basura. Saca dos paños de la bolsa de residuos. Aunque


no están untados de agua, sino de una sustancia hidroalcohólica, se congelan de
inmediato. Irina los deja caer. Si alguien va en su busca, se encontrará con la basura. No
está mal ir dejando rastros.

—Yuri, Óscar, ¿me oís?

Al menos puede intentarlo. Pero no recibe respuesta.


31 de diciembre de 2078, Ganymed Explorer

Menuda putada. Lo ha jodido todo y ¿quién tiene que pagar los platos? Doug y una
gatita totalmente inocente. Y ¿qué hace él mientras tanto? Descansar.

Eso no puede ser. Yuri sale de la cama y sube en calzoncillos la escalerilla. En el eje
se dirige al taller donde está la bicicleta. Ha vuelto a dejar de lado el entrenamiento
físico. El váter se quejará pronto de mostrar demasiado calcio en la orina.

Mejor será pedalear un buen rato. Así también piensa mejor. Habían ideado algo
antes de que Doug contactara con él. ¿Cuál era su idea? Un horario para las serpientes.

—Óscar, ¿me oyes?

Pregunta tonta. Claro que sí. El robot está permanentemente conectado a la red.
¿Qué hará Óscar mientras duerme? Ese podría ser un proyecto interesante de
investigación.

—Te escucho, Yuri.

—Perfecto.

—Me resulta inevitable, así que no lo considero una hazaña en particular.

—¿No puedes evitarlo?

—No, mientras esté conectado a la red de la nave. Lo cual es permanentemente.


Entonces pasan todos los datos a través de mi cerebro.

—No lo sabía. ¿Por qué no me lo has contado antes?

—Porque no lo has preguntado.

—Pues me parece un esfuerzo monstruoso.


—Me las apaño. Naturalmente que solo analizo una ínfima parte de los datos.

—Y ¿por qué recibes entonces todos los datos? ¿No resulta eso ineficiente?

—No conozco los motivos. Pero no es un gran esfuerzo canalizar simplemente los
datos que me llegan. Pero seguramente me llamas por otra cosa.

—¿Te lo dicen tus simulaciones?

—No hay que simular nada para eso. Me has llamado tú, por si lo has olvidado.

—Sí, es verdad. Queríamos registrar los datos de las serpentes. ¿Has conseguido ya
algún resultado?

—Tiene gracia que me lo preguntes. Estaba ahora mismo pensando en que no hemos
analizado aún todos los datos recibidos. Me pongo con ello ahora.
31 de diciembre de 2078, CS Victory

Encontrar la tienda ha sido lo más difícil. Sobre todo, porque se la imaginaba muy
distinta. Su tamaño, plegada, es menor al de una pelota de baloncesto y es
prácticamente igual de dura. En su parte inferior posee cuatro puntos de anclaje donde
están también las instrucciones. Doug intenta leerlas, pero parecen ser una traducción
del chino, donde alguien se ha limitado a buscar signo por signo en el diccionario. En el
fondo, es un milagro que hoy se encuentren aún cosas así. Cualquier traducción
automática hubiera sido mejor. La nave ya se ha ofrecido a traducirle el texto para él.

Ahora le toca el turno a Kiska. Doug ha cerrado la compuerta entre taller y central
por precaución. La gata duerme sobre el microondas. Solo el extremo de su cola se
mueve de un lado al otro. No se le puede escapar. Ya ha reparado a fondo la grieta en el
casco del taje previsto para Kiska. Incluso ha sometido el traje entero a sobrepresión.

Para encerrar a Kiska dentro, ha pensado en una estrategia que espera que no le
cause tantos arañazos. Su trampa principal consta de un saco fino de tela en el que se
guardaba arroz. El material contenía 50 kilos de arroz, así que debería ser capaz de
resistir a una gata cabreada. Doug ya flota con el saco abierto en la mano derecha. Se da
un empujoncito con el dedo gordo del pie. Flota lentamente hacia el microondas. Kiska
parece no darse cuenta. Su pata derecha se mueve un poco. Estará soñando con que
caza ratones en la Luna.

¡Ahora! Doug vuelca el saco encima del microondas. Kiska se asusta y salta para
huir, pero con ello solo se introduce más en la trampa. Rápidamente cierra el saco con
un cordel y doble nudo. Kiska se da cuenta enseguida de que la han cazado. Y no le
gusta absolutamente nada. Se mueve como loca por el saco. Doug se cerciora de que el
saco no se puede abrir. Entonces lo deja flotando libre. Parece como un alien que quiere
salir del saco. Se abolla repentinamente por todos los lados. Y los maullidos que emite
Kiska podrían ser los de un organismo alienígena muy rabioso. Lo siente mucho, pero
no le queda otra. Seguro que se cansará y se calmará.

La gata se pasa veinte minutos luchando contra el invisible enemigo que la ha


capturado y, al final, se rinde. Entonces la oye resoplar. Debe estar del todo agotada.
Ahora le gustaría salvarla, pero primero hay una mudanza que hacer. Mete el saco en el
traje. Kiska se deja hacer. Suelta con cuidado los nudos del cordel. Kiska sigue sin
moverse. ¡Uno, dos y tres! Abre el saco, saca las manos del traje y cierra el casco. Kiska
sigue el movimiento de sus manos, pero llega demasiado tarde y choca contra el
plástico transparente. Le enseña los dientes pero ya no la oye; el traje aísla demasiado
bien. Conecta la radio del casco con un botón en el dispositivo multifunción del brazo.
La voz de Kiska le llega un par de veces más a sus auriculares, pero luego se calma.

La mudanza hacia el lomo del tanque dura más de lo esperado. Doug no volverá a ver
esta nave en su vida. Empaqueta un par de recuerdos, pero sobre todo comida y agua
para sobrevivir, al menos, una semana ahí fuera. El oxígeno no es problema. A bordo
hay ocho bombonas, de ocho horas cada una. Para explorar Anfitrite habrían sido más
que suficientes, ya que habría recargado las vacías en el mantenimiento de vida de la
nave. Pero la Victory será inalcanzable en cuanto haya desacoplado el tanque. Así que
se las deberá apañar con las ocho bombonas. Le darán 64 horas como mínimo, tres días
o más si consigue reducir el consumo al mínimo. Solo tiene que quedarse muy quieto.
Se ha llevado pastillas para dormir, por si acaso. Es más fácil aguantar la espera
durmiendo.

—Vamos, Kiska.

Doug sujeta el traje espacial adaptado con la gata dentro. Es lo último que tiene que
llevar desde la esclusa a su lugar de acampada. Ya se conoce el recorrido de memoria.
Se balancea por las riostras y pasa junto al DFD 1 que billa con los pocos rayos de luz
del Sol que llegan.

El lugar de acampada bien podría parecer un basural. Ha fijado todo lo que necesita
allí donde hay algún gancho de sujeción estable. La belleza no importa nada aquí. El
traje con Kiska dentro lo coloca justo junto a la tienda. Pasa un cabo de seguridad por
las trabillas del cinturón y lo ata al anclaje de la tienda. Entonces se da cuenta que ha
calculado mal. Hay nueve bombonas de oxígeno. La novena está en el traje de Kiska. Y
ella consume menos oxígeno que él. O eso espera, es tan pequeña… Realmente no sabe
cuál es el consumo de oxígeno de una gata. Es un factor de incertidumbre. Será mejor
contar con solo 64 horas.

—Aguarda aquí —dice, aunque Kiska no reacciona.


Regresa a la esclusa. Antes de la parte final de su plan, quiere rellenar su bombona
en el mantenimiento de vida. Flota al taller, donde está la toma de rellenado. Allí cuelga
el tanque a la toma. 20 minutos, indica el dispositivo. Muy bien. Flota hacia la central.
Ahí está la foto con María. Se la hicieron hace una eternidad, en 2003 EH1. Sebastiano
les hizo la foto a los dos. ¿Cómo estará el cocinero hoy? Espera que mucho mejor que él.
¿Seguirá al frente de ese restaurante en la estación espacial?

Doug coge la foto enmarcada con Mary y se la guarda en el bolsillo. Entonces se


acerca al ordenador. Hora de un último mensaje a su mujer. Inicia la grabación.

—Querida Mary —dice—. Seré breve, porque pronto nos veremos de nuevo. Dentro
de 32 horas me comunicaré contigo desde la Ganymed Explorer. Cruza los dedos por
mí.

Tiene lágrimas en los ojos cuando finaliza la grabación y la envía. Entonces


comunica la situación a Yuri en la Ganymed Explorer.

Hora de largarse.

La carga explosiva está en el centro de una riostra metálica que une el tanque con la
unidad de fusión. Está pensada para poder separar un tanque dañado de la nave en
caso de emergencia. Cada tanque y cada DFD pueden separarse de este modo de la
nave.

La técnica se introdujo ya en 2035 tras una grave avería de una nave a Marte. El
tanque de la nave fue perforado por un asteroide por lo que salió gas. La tripulación
tuvo que ver cómo la fuga en el tanque de combustible les variaba el rumbo. La nave
nunca alcanzó el planeta rojo. Doug aún recuerda como los cuerpos de los miembros de
la tripulación fueron recuperados veinte años después por una nave de rescate. Les
hicieron un entierro de héroes y todos los componentes de futuras naves recibieron
sistemas de separación en caso de emergencia. Debería darles las gracias.

Normalmente, la carga explosiva se activa desde la central. Pero él quiere estar


encima del tanque y no en la nave, así que tendrá que activar la carga a mano. Doug se
arrodilla. La carga explosiva parece una verruga que ha crecido en la riostra metálica, o
una lapa pegada al casco de una lancha. En el centro puede verse un ojo. Está cubierto
por un revestimiento de plástico grueso, con un gel estable al frío dentro.
Doug presiona el ojo con el pulgar. Tiene que apretarlo hasta que reviente. El gel se
compacta con la presión de su dedo y genera una reacción química que acabará en
explosión tras unos treinta segundos. Doug presiona, pero el ojo no se mueve. ¿Se habrá
endurecido ya el gel? No debería pasar antes de transcurridos 120 años. Levanta el
pulgar y se lo mira. Aparece claramente un aro marcado en el guante. Mierda. Su
pulgar es demasiado grande para ese ojo; o al menos lo es su guante. ¿Es que ningún
ingeniero encargado de su diseño cayó en la cuenta de que no hay personas que se
paseen con manos desnudas por el espacio? Pero seguramente es que hasta ahora no se
ha dado nunca el caso de que alguien tenga que activar la carga manualmente.

Lo prueba con el meñique, pero sigue siendo demasiado grande con el guante.
Busca nervioso en su bolsa lateral. El bolígrafo debería servir. Es naranja, pero bajo la
intensa luz del casco parece casi amarillo. Mary los hizo grabar en letras negras.
«Sistemas de recuperación Swartzenberg» pone, con su dirección en la Luna. Doug
sonríe. Sistemas de recuperación Swartzenberg ya no existe, incluso aunque logre
volver con Mary. Se retirarán a su finca de Kentucky y oirán discos de Bluegrass.
Quizás también algo de los Kitchen Dwellers, de principios de siglo.

En su casco oye un maullido. Kiska se ha despertado. Seguramente tenga hambre.


Debería darse prisa porque tampoco es la única carga que debe activar. Doug sujeta el
bolígrafo y lo clava con la mano derecha en el ojo. El bolígrafo corta la capa de plástico
y toca el gel que se vuelve de inmediato opaco. El ojo está ciego y se colorea. Los
químicos se habrán divertido. Al parecer, la coloración, que pasa de rosa claro a lila
tiene la función de señal de aviso. Cuando se ponga rojo explotará.

Debería largarse, pero el efecto está bien logrado. Ahora, el ojo parece realmente que
sangra. Está a punto de explotar. Doug controla su cabo de seguridad. Las explosiones
en el espacio tampoco son tan inocuas. No hay onda expansiva ni estallido, y no tiene
que mirar dentro de la explosión si es que hay alguna. Lo malo sería si salieran trozos
disparados que le perforaran el traje. Pero los ingenieros seguro que lo habrán
impedido con su diseño. Los trozos no deben tocar ningún otro tanque.

El ojo vibra. Entonces se rompe por el centro. El casco del tanque vibra. Ve salir algo
de polvo. En el metal aparece una grieta. No crece, está simplemente allí; aparece de un
segundo al otro. Una delgada línea. El ojo se vuelve negro. ¿Eso ha sido todo? ¿No
debería ahora separarse el tanque de la nave? «No seas estúpido, Doug. Deberías añadir
más oxígeno a tu aire». La grieta no puede crecer porque el tanque aún está sujeto por
otros dos soportes. Uno solo bastaría para unir el tanque a la nave. Los otros dos son
redundantes.
Doug intenta sacar el bolígrafo del ojo, pero no se mueve. El gel se habrá
endurecido. Qué pena. Pero el bolígrafo viajará con ellos, pues la grieta está detrás, por
el lado del DFD. Doug se incorpora y trepa hacia arriba sobre el tanque. O hacia atrás.
La perspectiva cambia rápido y se acostumbra a ella sin problema. En el negocio de
recuperación hay que poseer esta capacidad. En aquella época en la que aún bebía
demasiado, la perdió y la NASA lo echó. Fue Mary quien le salvó, si puede decirse así.
En 2003 EH1. Yuri, el tipo de la Ganymed Explorer, parece que ha trabajado mucho en
minería de asteroides. Seguro que se entienden de maravilla.

El segundo ojo está prácticamente en el mismo lugar. Busca en sus bolsillos y


encuentra un destornillador. Ojalá no le haga falta. Pero ahora comprende por qué los
ojos son demasiado grandes para sus dedos. Si hubiera funcionado, tendría que
haberlos dejado aquí. Doug se imagina amputándose desesperado el pulgar, y eso sin
dañar el traje. Hasta en una novela resultaría poco creíble, así que ni hablar ya de la
realidad. Coge el destornillador y taladra el ojo. Todo igual que la primera vez. Incluso
Kiska maúlla en el momento adecuado, como si le estuviera viendo. Sería capaz, seguro.
La grieta que se produce también es pequeña.

Con la tercera explosión debe ser distinto. Tras ella, el tanque debería separarse de la
nave. Tiene que procurar estar entonces en el lado correcto. Sonríe. En el lado correcto.
Literalmente. Debe llevar ya demasiado tiempo solo. Doug trepa por un par de
dispositivos de medición que aparentemente controlan el contenido del tanque. Poco
después llega al tercer soporte. Se inclina sobre la carga, que está en el lugar habitual. El
ojo ha cambiado ya de color. Su tono está entre rosa claro y violeta. Ojalá no sea una
maña señal.

Ahora lo verá. Doug rebusca en sus bolsillos. Algún objeto puntiagudo tiene que
haber que no necesite más. ¿Quién hubiera pensado que necesitaba herramientas para
las cargas explosivas? En caso de emergencia, la tripulación no habría tenido tanto
tiempo como él. Mierda, no encuentra nada adecuado. Busca por todo el traje otra vez,
sin éxito.

Mira a su alrededor. La esclusa está cerca. Ya empezó expresamente por la carga


más alejada. La compuerta está todavía abierta. Le da unos golpecitos al tanque. «Me
esperas aquí quietecito, ¿vale?». Por el casco escucha los maullidos de Kiska. Seguro
que sabe lo que pretende hacer. Doug se levanta y regresa a la esclusa.
Dentro de la Victory hace frío y humedad. Ha pasado el mantenimiento de vida al
modo de emergencia antes de salir, para que consuma menor energía. No tiene sentido,
pero no ha querido dejar todas las luces encendidas. Su madre siempre le reñía por eso.
Cuando uno sale de la habitación, apaga la luz. Si no, castigo.

Doug echa un vistazo a la central. En el mando parpadea una luz. Flota hacia allí.
Acaba de entrar un mensaje. Es de Mary. Doug inicia el vídeo. Su mujer parece contenta
al principio, pero está seguro de que ha llorado. ¿O solo desea que sea así? Dice que se
alegra de volver a verle pronto. Eso es bueno. Ahora es cosa suya conseguir que sea así.
No debería perder tiempo. Quizá va más rápido activar la tercera carga desde aquí.
Pero el peligro que no llegue a tiempo es demasiado grande. Debería ver entonces como
Kiska se marcha volando sobre el tanque.

Ni hablar. Apaga el ordenador con el interruptor principal. Ya no recibirá más


mensajes. Doug vuela hasta el taller. Saca otro bolígrafo del cajón. Añade un
destornillador viejo. Qué curioso. No volverá nunca allí, pero elige la herramienta que
menos valiosa le parece. Solo esto ya le resulta injusto. Ese destornillador desempeñará
un papel vital en su salvación.

«Venga, ya, Yuri está esperando». Ojalá no haya pasado la noche en blanco. Doug
sale del taller. Cuando llega a la esclusa da media vuelta. Quiere recargar su bombona
de oxígeno. Sería una tontería renunciar a ello, aunque los maullidos de Kiska se
vuelvan más exigentes. La gata tendrá que esperar.

Diez minutos después flota sobre el tercer ojo. Se ha atado con dos cabos, no vaya a
ser que la carga explosiva produzca movimientos inesperados. En la construcción
entera de la nave podrían producirse tensiones que se descarguen tras la separación del
tanque. Doug respira hondo y clava el viejo destornillador en el ojo. Ya no le cuesta
tanto como la primera vez. El ser humano se acostumbra a todo, decía su padre, cuando
le ayudaba a cortar leña.

La punta del destornillador se clava bien dentro del gel, que parece ofrecer más
resistencia que antes. Pero el ojo no reacciona como esperaba. Quizás porque ya se ha
coloreado algo, se dice para tranquilizarse. Y tiene razón. Tras el violeta aparece el rojo,
el ojo explota y aparece la grieta. Esta vez crece. Un milímetro, dos, tres. Ya está. El
impulso de la explosión no parece haber sido muy grande. No lo suficientemente
grande, al parecer, para mover un tanque lleno contra la resistencia de rozamiento. Para
ello necesita otros medios y él los tiene.
Desde la punta del tanque podría saludar al piloto de la Victory, si hubiera uno. Puede
ver el ojo de buey, aunque es demasiado pequeño para ver los detalles. Dentro hay luz.
¿Se ha olvidado de apagar la luz en la central? Ahora le gustaría ir allí para hacerlo. El
impulso es grande, sobre todo cuando se imagina a la nave volando hacia la eternidad
con la central iluminada. Si alguna vez se encuentra con alguien, el visitante que espere
ver a una tripulación por la presencia de luz quedará decepcionado.

Pero ahora sería una locura arriesgarse. El tanque ya está solo flotando junto a la
nave porque es lo que la inercia le ordena. Cualquier mínimo impulso en la dirección
incorrecta y se apartará de su rumbo. Doug se arrodilla y se fija con un segundo cabo.
Frente a él hay una válvula de sobrepresión. Si la abre, saldrá masa de apoyo. Pero no la
desenroscará. La válvula soltaría el gas muy lentamente, ya que su función es solo
descargar la sobrepresión y el tanque no tiene sobrepresión. El plan es otro: Hará saltar
la base de la válvula por los aires.

No hay otra forma. Ya lo calcularon varias veces. La base de la válvula tiene el


tamaño correcto. Si el orificio es demasiado pequeño, la salida de gas no frena la nave.
Si es excesivamente grande, Kiska y él serán chafados por su propia inercia. Doug saca
el explosivo plástico de su bolsa de herramientas. El material es blando como plastilina.
Antes de que endurezca, lo pega a la base de la válvula.

Inspecciona su trabajo. Un churro gris envuelve ahora la base de la válvula. Doug se


sorprendió mucho cuando la nave le confirmó que llevaban explosivos a bordo. ¿Qué
habría hecho con él si todo hubiera salido bien? Pero aún tendrá que darle las gracias a
Merman. Ya se estaba haciendo a la idea de tener que cortar la válvula con un serrucho.
Aunque habría sido mucho más peligroso, ya que habría estado justo al lado cuando
llegara el momento. Los cálculos de Yuri dicen que el tanque frenará con uno o dos g.
Por ello conviene iniciar el proceso de frenada a una cierta distancia de seguridad.

Doug saca el detonador de la bolsa de herramientas. Consta de un pequeño receptor


con batería y un cable que debe presionar dentro de la masa explosiva. El receptor
puede activarlo desde la radio del casco. Doug se mueve hacia delante para presionar el
cable en el churro. Parece haber quedado bien. Retira el brazo, pero una trabilla de la
manga se ha quedado enganchada en el cable. Mierda. Y Doug también se da cuenta
demasiado tarde de que el receptor, que cuelga del alambre fuera de su campo de
visión, se ha movido. Lo golpea sin querer y sale volando por el espacio. Doug quiere
saltar instintivamente tras él, pero por suerte queda retenido por los dos cabos de
seguridad. ¡Mierda!
«Tranquilo, Doug». Tenemos más receptores. Seguro. Solo hay que mirar en el taller.
Suelta los cabos de seguridad y flota hasta la esclusa. Ahora no hay que ir demasiado
acelerado. Cuando llega al soporte que hasta ahora unía el tanque con el DFD se fija en
la grieta. Está bastante más abierta que hace un par de minutos. El tanque ya se ha
distanciado unos cuantos centímetros. Tal vez sí debería ir algo más acelerado.

Cuando regresa con el recambio, la distancia entre los dos extremos del soporte es ya de
un metro. Ha subestimado la fuerza de la explosión. Debería alegrarse, porque si el
tanque está a suficiente distancia del DFD, no puede haber daños cuando luego se
encuentren.

Pero esto significa que ahora tendrá que saltar. Doug se arrodilla y se empuja con
ambas piernas. Tiene que llegar sí o sí al otro lado. Pero en su lugar, vuela en un ángulo
de 45 grados hacia arriba. ¡Cómo puede ser tan tonto! Aquí no hay gravedad que
convierta su salto en parábola. Algo le tira hacia atrás. ¡El cabo de seguridad! Olvidó
desengancharse. ¡Menuda suerte! No volverá a enfadarse por sus olvidos. Le ha salvado
de una estupidez gigantesca. Habría que levantarle un monumento a cabo de
seguridad. ¿Cuántas veces le habrá salvado ya de la muerte?

Regresa al casco de la nave. Ir acelerado no es ninguna buena estrategia. Un metro,


eso no es distancia. Solo tiene que reorientarse. Doug suelta el cabo. Se pone con la
panza sobre la riostra y se desplaza hasta la grieta. Y ahora, el truco de magia. Hace
como si la riostra estuviera aún allí y se sigue empujando con las piernas. Su cuerpo
sigue moviéndose en horizontal por la nada, como si pudiera caminar por el vacío. ¡Un
hurra por la microgravedad! Justo después, sus manos alcanzan la otra parte de la
riostra. Sigue escalando y esta vez es la parte inferior la que hace el truco de magia.
Ahora engancha el cabo de seguridad y ya puede ponerse de pie. ¡Al fin! Se siente un
poco orgulloso de sí mismo.

Como despedida, Doug agita la mano hacia la nave. No siente pena alguna. La Reliable,
esa sí que era su nave; pero la Victory solo la ha considerado un simple préstamo de
Merman durante todo el viaje. Merman, que a fin de cuentas le extorsionó para hacer
este viaje. «No exageres, Doug», diría ahora Mary, «Merman sacudió unos cuantos
billetes con la mano y tú saltaste a por ellos».

«Tienes razón, Mary», piensa.


Alcanza el pequeño almacén al fondo del tanque. Kiska no se mueve, o al menos no
se mueve el traje en el que está. ¡Ojalá esté bien! Se da prisa con la tienda, sobre todo por
la gata. Cubre el suelo fijado al tanque con esterillas de gel. Entonces introduce en la
tienda todo lo que necesita. Él mismo entra en ella con su traje y arrastra a Kiska detrás
de sí. La cúpula de la tienda está ahora llena. Apenas puede moverse, pero consigue
cerrar la doble lona y activar la luz en las barras de la tienda con un ligero pellizco.

Ahora ya puede llenarla de aire. Abre una de las cuatro bombonas que ha podido
meter en la tienda. Las otras cuatro están fuera bien sujetas. Cierra la válvula cuando la
presión en la tienda alcanza los 0,7 bar. Será suficiente. La lona de la tienda se abomba,
pero el cierre es estanco. Doug se acerca el traje de Kiska hacia él, pero entonces se lo
piensa mejor. Si la tienda no aguanta la aceleración, dentro del traje tendrá Kiska más
posibilidades de sobrevivir. Saca el módulo de radio que activa la carga explosiva. No
está en el bolsillo. Doug suda hasta que recuerda que lo guardó en el bolsillo de detrás a
la derecha. Lo saca y pulsa el botón.

El dolor le cruza la columna vertebral. Así, mal sentado, la aceleración de frenada


apenas se puede aguantar. Se tumba de inmediato. Kiska maúlla como solo los gatos
pueden maullar quejándose. Pero la entiende muy bien. El agujero delante en el tranque
habrá quedado más grande de lo esperado. La fuerza que le presiona contra el tanque es
más del doble que la gravedad terrestre. Se gira con gran esfuerzo y se acerca el traje de
Kiska. Abre el casco con cuidado. Kiska no se mueve, pero indica con maullidos que
sigue viva. Allí, el extremo de su cola parece contrarrestar la fuerza de frenado. Doug
consigue introducir el brazo derecho hasta cerca de su cabeza. Así puede acariciarla por
la nuca, algo que a ella siempre le gusta mucho. ¿O está maullando porque sabe lo
mucho que a él le gusta hacerlo? De Kiska podría esperarse cualquier cosa.
1 de enero de 2079, Anfitrite

La muerte está a diez centímetros de su cabeza. Irina está sentada, con la espalda
apoyada en una roca que alguna vez formó parte del tubo unos cien metros por encima
de ella. Le está muy agradecida por haberse decidido una vez en quedarse quieta y
estable en el suelo, pues sin ella, la nube la habría convertido ya en polvo.

Irina mira hacia arriba. El haz de luz que proyecta el foco de su casco en la eterna
noche se mueve con ella. Alcanza el borde inferior de la nube y a primera vista parece
como si las finas partículas descompusieran incluso la luz misma. El cono de luz,
preciso y recto, se deshilacha con el contacto. Se tuerce en el sentido de marcha de la
nube como las cerdas de una brocha que se presiona contra la pared.

Levanta el brazo hasta poder ver el reloj. Han transcurrido ya 40 segundos desde
que apareció la nube. Por su experiencia en este tubo, la tormenta debería parar al cabo
de un minuto. Las nubes parecen surgir, por lo general, con mucha regularidad. Tras
entrar en el tubo, esperó a que pasaran las tres primeras nubes para poder hacerse una
idea de su ritmo. La idea se ha convertido ya en certeza. Cada 47 a 49 minutos sopla
durante unos 60 segundos un viento huracanado por su interior, cargado de partículas
mortales por su velocidad.

18, 19, 20. Irina cuenta hasta 60, se cuelga la correa de la mochila al hombro y se
levanta. Los primeros pasos los da apoyándose en la roca que la ha protegido. Luego no
le queda más remedio que soltarla. La pierna no ha mejorado, pero ella se ha
acostumbrado al menos un poco al dolor. Se arrastra lentamente por el tubo, negro
como la noche, arrastrando la pierna herida. No quiere morir. Por ello se permite un
máximo de 23 minutos para encontrar un nuevo escondite. Si no tiene éxito, siempre
tendrá tiempo para volver a la protección anterior.

Pero hasta ahora ha tenido suerte. Se ha propuesto no exigirse demasiado. Si


encuentra una roca lo suficientemente grande al cabo de cinco minutos, prefiere
descansar durante una pausa más larga que no arriesgarse a una sorpresa mortal. Ojalá
no se dé el caso de tener que regresar alguna vez. Eso significaría, que ya no podría
continuar el camino por este tubo. Debería regresar y buscar otra serpens. Casi un día
entero de marcha con gran dolor para nada; ahuyenta de inmediato esos pensamientos.

Al cabo de diez minutos encuentra un hueco en la pared. Parece como si la serpiente


hubiera chocado aquí contra un obstáculo más fuerte que ella. Ha dejado abierto un
canal en el tubo que entra al menos unos dos metros en la pared. Irina lo sigue. Al cabo
de 200 pasos acaba en un montón de escombros compuesto por piedras de cantos
afilados y del tamaño de entre pelotas de fútbol y armarios enteros. Intenta apartar
algunas para crearse un cobijo, pero las piedras están muy pegadas entre sí, como si
alguien hubiera vertido cola encima. Quizás es por el calor del rozamiento que creó la
serpens cuando chocó contra el obstáculo y estuvo abriéndose en canal.

Se arrastra alrededor del montículo. Tiene unos tres metros de altura. En su parte
posterior hay polvo acumulado sobre la roca. Intenta tomar una muestra, pero la masa
es dura como la piedra. Rasca un poco con el índice. Bajo una fina capa de polvo gris
aparece la roca negra. Qué pena que no tenga un aparato de análisis. Le gustaría
conocer la composición de este polvo sinterizado.

Ya lo hará cuando Yuri llegue con el módulo de aterrizaje. Irina se coloca en la zona
que protege el montículo. ¿Será un buen resguardo? Tiene un minuto para decidirse.
Parece bastante bueno. La grieta en la pared tiene unos dos metros de hondo y a ello se
añaden tres metros de montaña de rocas. La corriente de la nube debería portarse igual
con un obstáculo horizontal que con uno vertical. Se queda aquí. Apoya la mochila en la
pared del nicho como protección adicional a su lado. Entonces se sienta. Cuando cesa el
dolor, la sensación es maravillosa.

La nube llega puntual a los 48 minutos después de la anterior. Se anuncia con un


tenue ruido de rozamiento. ¿Pasa la nube por esta serpens realmente con tanta
regularidad? ¿Cómo se crea este ritmo? En la Tierra hay géiseres que lanzan su carga a
intervalos regulares. La reserva de agua se calienta hasta que descarga la presión. El
ritmo constante se debe a que la temperatura es siempre la misma. Pero ¿qué
desencadena estas nubes? En Anfitrite debe existir un proceso natural que se descarga
con estas tormentas.

Quizás está relacionado con la proximidad del planeta al Sol. El aumento de calor
hace que el interior se desgasifique. Pero igual que en los géiseres, debe haber un
mecanismo que asuma la función de válvula; si no, solo habría una corriente de aire
constante y ligera. La segunda pregunta es, naturalmente, de dónde viene ese gas.
Normalmente es la atmósfera, que se congela a grandes distancias del Sol y que vuelve
a estado gaseoso a medida que se acerca. ¿No debería estar el gas entonces en la
superficie?

El rozamiento se está convirtiendo en un silbido más fuerte. La nube ya está aquí.


Irina se mete todo lo posible dentro del nicho.

Si se cree lo que le dice el contador de pasos, esa noche habrá avanzado algo más de
veinte kilómetros. Irina se siente orgullosa. Se toca la pierna herida y no nota
absolutamente nada. Parece que se ha hinchado aún más. Pero es mejor así, que no
quedarse parada por un dolor excesivo.

Pasa las manos por su anfitrión. La roca detrás de la que piensa pasar la noche es
aún bastante afilada. Es inusual. Las tormentas de polvo liman incluso las rocas más
duras en poco tiempo. Así que esta roca ha caído hace poco. Ilumina hacia arriba, no
vaya a ser que haya otra roca colgando y que ceda a los caprichos de la gravedad
durante las próximas horas. No alcanza a ver nada. A su alrededor es la noche eterna y
si mira hacia arriba ni siquiera lo notaría, porque el cielo también es del negro más
absoluto. Solo sabe que llega la noche porque se siente cansada.

Antes de montar la tienda vuelve a tocar la roca. Qué suerte que existan estos
derrumbes. ¿Por qué se vuelven las serpentes quebradizas? ¿Será que envejecen? ¿Y qué
pasa luego con ellas? Desde la órbita no descubrieron cadáveres de serpentes. Anfitrite
está recubierta casi del todo por serpientes de piedra. Apoya el casco contra la roca e
intenta percibir algún tipo de vibración. A fin de cuentas, está viajando en un tren en
marcha. Mientras está aquí quieta, la serpiente se desplaza. Pero lo hace en completo
silencio. Si no lo hubiera visto desde la órbita, no se lo creería.

Suficiente por hoy. Irina saca la tienda, pero se lo piensa mejor. Hoy no se siente tan
mal. Si pasa la noche dentro del traje, ahorrará aire. Y de paso se ahorra la visión de los
tristes restos de su pierna derecha. Irina muerde el tubo para beber y absorbe algo del
batido de proteínas que le añadió ayer. El sabor es francamente asqueroso, pero así
también bebe solo lo imprescindiblemente necesario. El sistema de reciclado del traje y
el pañal se lo agradecerán.
1 de enero de 2079, Ganymed Explorer

—¿Has visto eso? —pregunta Yuri.

La CS Victory acaba de encender sus propulsores para frenar, o eso es lo que parece.
En la pantalla aparece solo como un puntito. Hace zoom en la imagen, pero la nave está
demasiado lejos. Yuri cambia a infrarrojo, pero allí no hay forma de distinguir a la
Victory. Eso es bueno, pues frena solo mecánicamente. Si viera aquí una mancha
caliente, significaría que la nave ha explotado.

—Voy a filtrarte los datos —dice Óscar.

—¿A qué te refieres?

—Respondía a tu pregunta.

—¿Qué?

—Has preguntado si había visto eso. Pues sí, lo veo todo antes que tú.

—¿Y no puedes limitarte a decir que «sí»?

—Sería una respuesta incompleta.

—Anda y que te den. ¿Estás valorando los datos?

—Sí.

—Sí, ¿y?

—Insistes en que te responda con un «sí».

—¿Dónde se ha visto un robot que juegue a ofenderse como una morcilla?

—¿Una morcilla? ¿Por qué debería jugar a ser un producto alimenticio?


—Es una expresión alemana. Tenía la impresión de que te sentías ofendido.

—No soy capaz de una tan sensación.

Yuri no le cree. La reacción era evidente. Pero no tiene ganas de discutir con Óscar.

—Bien, pues entonces dime qué has descubierto al valorar los datos.

—Gracias, Yuri. He descubierto que la energía liberada está un 120 por ciento por
encima de lo planificado.

—Bueno, eso suena bien, ¿no? Alcanzaremos la Victory algo antes.

—No, porque el tanque se vacía con mayor rapidez y solo emite energía mientras se
vacía. Pero Doug no tendrá que soportar la aceleración de más de 2 g tanto tiempo.

—Me alegro por él y por la gata.

Es un cambio agradable poder volver a entrenar con gravedad. No tiene que atarse a la
cinta de correr y el ejercicio se nota más natural y sin que las gotas de sudor floten por
todo la sala. Vencer a su saboteador interior se resulta así más fácil.

—¡Acabé el análisis! —dice Óscar por los altavoces en la pared.

—¿Es urgente? Estoy haciendo ejercicio.

—¿Urgente? No, los datos no variarán en los próximos minutos. Pero…

—¿Pero?

—Nada.

—¡Joder, Óscar!

Yuri coge la toalla del manillar y se seca el sudor. Se pone la fina chaqueta de
chándal y trepa arriba hacia la central. Esa es la desventaja de la gravedad, que tiene
que desplazarse por la nave siempre escaleras arriba y abajo. La popa con los motores
señala en dirección de vuelo, pero para él es «abajo». Ahora, donde estaba antes la proa
con la central, está «arriba».
Óscar está sobre el asiento del comandante y toca con su dedo por la pantalla. ¿De
qué va? El robot puede manejar el ordenador sin tocar nada.

—Pero ¿qué haces? —pregunta Yuri.

—Me preparo para hacerme con la Ganymed Explorer —responde Óscar.

—¿Qué?

—Era broma. Has picado. Gracias por haber participado en mi estudio sobre el
humor humano.

—¿Qué?

—Otra broma más.

—Eres un bromista de broma.

—Oh, un trabalenguas chistoso. ¡Interesante!

—¿Por qué me has hecho subir a la central?

—No lo he hecho.

Yuri suspira. No sirve de nada discutir con Óscar.

—Has acabado con el análisis de los datos de las serpentes. ¿Qué puedes decirme al
respecto?

—Ahora disponemos de un plan horario exacto de aparición de la nube para cada


serpens en Anfitrite.

—Bien, pues ya podemos ir a por Irina sin correr peligro.

—Correcto.

—¿Por qué sigues sentado entonces en mi asiento?

—He preparado algo que quería mostrarte en la pantalla.

Óscar engancha su brazo en el respaldo y se traslada elegantemente del asiento al


suelo. Yuri lo entiende como invitación y toma asiento en su sitio. Se acerca la pantalla.
—¿Lo ves? —pregunta Óscar.

Yuri observa un zurullo increíble de serpientes desplazándose por la superficie de


Anfitrite a toda velocidad. Pero hay algo raro, y no es la velocidad.

—¿Qué les pasa? —pregunta.

—He simulado sus movimientos marcha atrás a partir de los datos medidos. La
imagen debería congelarse ahora.

—Ya está —dice Yuri.

—Este es el momento en que Irina cayó en el agujero —explica Óscar—. Ahora


veremos las imágenes en marcha normal. He marcado el punto de la caída.

Sí, allí hay una cruz encima del lomo de una serpiente. Yuri sigue su camino. La
serpiente entera se desplaza hacia el sur. Avanza cuatro días y se para. Se queda quieta
un tiempo y luego empieza a moverse en dirección contraria. Como un tren que ha
llegado a una estación terminal y reanuda el viaje en la dirección opuesta.

—Interesante. ¿Irina está entonces de camino hacia el norte, de nuevo?

—¿Se te ha pasado por alto esa cosita que le pasa a la serpens en su extremo? —
pregunta Óscar.

—Sí. ¿Qué había allí?

—Espera que rebobino un poco.

La serpiente se mueve hacia atrás. Entonces se para. Yuri sigue su lomo hasta
encontrar el extremo. Allí ha formado una pequeña montaña de escombros. La
serpiente parece haberlo descargado allí.

—La serpiente ha ido al váter —dice Yuri.

—Más o menos. Pero mira ahora.

Los bordes de la imagen palidecen. En su lugar, en el borde superior, aparece un


punto minúsculo que no se hace más grande, pero sí más claro. El corazón de Yuri se
acelera.
—¿Es lo que pienso que estoy viendo?

—No sé lo que piensas. Lo que ves allí es un objeto que brilla bastante más claro en
infrarrojo que su entorno. La intensidad se corresponde más o menos con 283 Kelvin, o
sea, más o menos 20 grados.

—Podría ser Irina.

—Sí, es posible.

—¿Cuándo fue eso?

—El 30 de diciembre.

«Mierda, acabábamos de despegar. Nos habrá estado llamando, pero no la hemos


oído. ¡La abandoné!», se lamenta.

—Yuri, estás a punto de salvar la vida a otra persona. Irina lo entenderá cuando la
encontremos.

—Si la encontramos, Óscar; si la encontramos.

Si no es así, se pasará el resto de su vida reprochándoselo.


1 de enero de 2079, CS Victory

Ayer, el interior de la tienda le parecía lleno. Hoy más bien está abarrotado. Resulta
imposible tumbarse cómodo. Le gustaría poder estirar brazos y piernas, sobre todo por
la gravedad inhumana que le presiona contra el fondo. Pero no hay forma alguna; tuvo
que guardar parte de sus reservas en el exterior, por lo que no tiene a mano todo lo que
necesitará en las próximas horas. La tienda puede servir para pasar una noche en el
vacío, pero no para una larga estancia.

El problema no es solo la falta de espacio. Y es que tampoco hay mantenimiento de


vida. Esta función debe cumplirla el sistema de mantenimiento de vida del traje. El
volumen de la tienda es bastante mayor que el volumen de aire en el traje y está
ocupada ahora por dos seres vivos. Kiska está resultando muy fácil de cuidar. Tal vez
está tranquila porque Doug se encuentra cerca de ella. Pero tiene sus necesidades y no
puede impedir que orine sobre la colchoneta. Le mira colmada de reproches y es que
tiene razón: ¿Por qué no ha montado un cajoncito de arena para ella?

Sorprendentemente, se acostumbra tanto al pestazo de amoníaco como al sulfuro de


hidrógeno. El mantenimiento de vida necesita una eternidad para neutralizar estos
gases. Su olfato es más rápido. En los primeros 15 minutos pensó en meterse dentro del
traje cerrado para aislarse de esa atmósfera casi tóxica. Pero levantó el brazo y percibió
su propio olor corporal. Entonces le pidió perdón a Kiska, que le miraba escéptica.

Su mirada recae en el dispositivo multifunción del medio traje espacial de Kiska. La


pantalla muestra la fecha. Hoy es año nuevo. Ha pasado más de un festivo importante
lejos de Mary, pero jamás tan lejos y sin contacto alguno. Ojalá esté bien. No lo ha
tenido fácil con él. Excepto, quizás, al principio. Doug recuerda la época en 2003 EH1,
formaban un buen equipo. María, como se llamaba entonces, Sebastiano, el famoso
cocinero, y en algún momento Watson, la IA, que de alguna forma dio con ellos.
Entonces salvaron el mundo y todo fue distinto. Tan distinto, que Doug se juró no
volver a sacar las castañas del fuego a nadie. Se ríe. ¡Como si hoy alguien le pidiera a él,
viejo carcamal, ayuda para salvar el mundo!
A Sebastiano le perdieron de vista, pero María y él se quedaron juntos. Él todavía
sabe lo que le gusta de Mary y ella parece pensar igual. Doug levanta una copa de
champán imaginaria.

—A nuestra salud —exclama, se acerca la copa a los labios y se bebe el contenido de


golpe.

Kiska está sentada sobre sus patas traseras y le observa con curiosidad.
2 de enero de 2079, Anfitrite

Irina se detiene de golpe. Algo la está esperando. Es una sensación repentina e


inesperada. Y eso que no hay ningún indicio de que algo vaya mal o diferente. Faltan 36
minutos hasta la siguiente nube. Dibuja con su foco un ocho en el suelo. La superficie es
algo irregular, pero no tanto como para hacerla tropezar y caer. ¿Qué pasa? ¿Se está
volviendo loca?

Da dos pasos más y repite el ocho. Ahora lo ve. La cabeza del ocho tiene un
mordisco. Donde debería haber una línea de luz, se queda oscuro. Parece que algo se
traga la luz. Irina se acerca. Primero desaparece medio ocho, luego afecta también a la
parte inferior. Pero justo cuando todo se vuelve negro frente a ella, entiende lo que ha
descubierto: un agujero. ¿O una cueva? ¿Una entrada, quizás, pero hacia dónde?

Irina se arrodilla con la pierna izquierda, estirando la derecha hacia un lado. El


agujero negro frente a ella es totalmente oscuro. Se inclina para iluminar el interior. La
luz recorta un cono gris, lechoso en la oscuridad, que parece estar compuesto por una
sustancia muy fluida. Irina mueve la mano hacia delante con mucho cuidado. Ya sobre
el agujero nota una fuerza que asciende desde abajo y que le hace sentir la mano más
ligera. Mueve la mano lentamente hacia abajo, preparada para retirarla si la sustancia
resultara peligrosa. Pero no pasa nada. Mueve la mano hacia arriba y hacia abajo y nota
una muy ligera resistencia. El agujero debe estar lleno de algún tipo de gas.

¿Qué será eso? ¿Restos de una atmósfera que se gasifica desde dentro? El dispositivo
multifunción en su brazo empieza a vibrar. Hora de volver. La nube llegará pronto.
Pero dos minutos aún le quedarán. Irina se sienta. Empuja con ambas manos la pierna
derecha hacia delante. Al menos así sirve de algo. El pie resbala sobre el borde. Irina se
empuja hacia delante hasta que la pierna desparece del todo en el agujero.

Allí no hay nada. Nadie le agarra la pierna desde abajo. Mueve las manos sobre su
muslo y la pierna se mueve al mismo ritmo. Qué pena. Le habría gustado alguna…
reacción. Pero es una tontería. Un agujero solo es un agujero y nada más que un
agujero; no una boca que la quiera devorar. Irina introduce ahora también la pierna
izquierda.
Ahora sí que nota algo. Bajo el pie izquierdo hay algo duro, rígido. Presiona con la
mano la rodilla derecha y ahora sí que también aquí nota resistencia. ¿El agujero es así
de poco profundo? Ilumina con el foco entre sus piernas. La luz no alcanza el fondo,
aunque solo esté a unos 80 centímetros. Entonces ilumina el centro. Allí, el gas parece
menos denso. El haz de luz alcanza algo más abajo, aunque nunca hasta el fondo.

Un minuto más, le avisa el dispositivo. Irina respira hondo. No es que en un minuto


vaya a morir. Aún le quedan veinte minutos hasta que llegue la nube. Solo tiene que
darse algo más de prisa volviendo, o se busca un escondite aquí. Se resiste a levantarse
y retroceder hasta el último montículo de rocas. Este agujero es algo que no había visto
antes aquí, y si se marcha, quizá desaparece. Así como así.

Tonterías. El agujero tiene un diámetro de unos cinco metros. ¿Cómo se va a


evaporar un agujero así? Sus miedos son irracionales. ¡Y eso no es para nada su estilo!
¿O será su curiosidad, que no quiere que la pillen y por eso le da preferencia al miedo?
Da igual. Se queda aquí. Con mucho cuidado desplaza el pie izquierdo hacia delante. La
superficie parece lisa y algo rugosa. Tiene la pierna estirada ahora. No puede avanzar
más. Irina se pone de pie.

La pierna derecha le duele, aunque es normal justo después de levantarse. Se mira


hacia abajo. Su cuerpo acaba como recortado a medio muslo, entre rodilla y cadera.
¿Debería avanzar un poco más? Pero la luz de su foco no encuentra suelo allí. Si tiene
mala suerte, un paso en falso y cae en un precipicio.

Tiene que hacerlo de otra forma. Se inclina hacia delante y se toca la rodilla
izquierda. Reacciona normal. El gas en el agujero no es dañino. Y, además, lleva un traje
espacial puesto. No hay gas que pueda atravesarlo. «No te mientas a ti misma. Si este
caldo es suficientemente denso, te enfriará más rápido de lo que puede calentarse el
traje».

Da igual. Se agacha y se sienta. Con las piernas hacia delante, parece estar metida en
una bañera. Aunque no le resulta nada relajante. ¿Cómo se va uno a relajar, si se está
dentro de un agujero negro muerto de miedo? Ya solo asoma su cabeza. La superficie
lisa que forma el agujero comienza justo bajo su barbilla. Levanta el brazo derecho fuera
de la bruma. Cuando aparece por encima de ese negro espejo se forma una pequeña ola
que se extiende en círculo. Esta realmente como metida en un agua muy, pero que muy
poco densa.

¿Es un tipo de líquido, o es solo gas? Su profesor de física ya le habría echado una
bronca, aunque la quería más que a las demás chicas de su clase. Siempre había sido
algo distinta, o al menos los demás le habían hecho tener esa impresión, porque le
gustaba estudiar física.

¿Y ahora qué? Observa la mano detenidamente; pero no ha cambiado en nada.


Sujeta entonces el brazo de forma que la cámara del dispositivo multifunción tenga su
cabeza en el visor. Se hace una fotografía y observa el resultado. Se ve un casco plateado
y brillante, nadando sobre una superficie negra. Si Yuri la encontrara así, no la
reconocería jamás. Podría darle un susto espectacular; se levantaría de golpe soltando
gruñidos. Irina sonríe. El dispositivo en su muñeca envía un aviso y su sonrisa
desaparece. Demasiado tarde para volver a la protección anterior. Así que ya no le
queda otra.

Palpa el suelo con la pierna izquierda y nota otro borde. Se acerca y baja las piernas
por el extremo. Ese borde tiene un ángulo recto sorprendente. Las rocas no crecen así de
forma natural, pero eso no prueba nada. Entonces su pie toca suelo. Intenta recordar el
primer escalón. Ochenta centímetros, sí, podría coincidir. Hasta el centro del agujero,
donde ilumina ahora el foco, le faltan un par de metros. La próxima nube aparecerá en
cuatro minutos. Ya no tiene elección.

Irina se sumerge. Se deja resbalar el siguiente escalón. Para eso tiene que sumergir la
cabeza bajo la superficie. Entonces arrastra consigo la mochila. No se vuelve todo tan
oscuro como pensaba. El foco todavía funciona a la perfección, pero incluso moviendo
los brazos con rapidez no puede generar estrías. No es un líquido, pero tampoco es un
gas. Ilumina hacia arriba. El cono de luz rebota en la parte inferior de la superficie. El
ángulo de incidencia el igual al ángulo de reflexión. Reflejo total en una capa limítrofe.

Una capa que a saber qué separa. Irina toca su dispositivo multifunción. ¿No hay
por aquí algún módulo de análisis? Le encantaría conocer la composición de ese medio
que la rodea. Pero le falta el hardware necesario. El dispositivo solo mide presión y
temperatura. Hace muchísimo frío y la presión es baja. Con esta combinación puede
sobrevivir un rato hasta que se le acabe el oxígeno.

La pulsera vibra. La nube está a punto de pasar. Tiene la cabeza como máximo
medio metro por debajo de la superficie. No está nada segura así. Avanza tanteando. El
siguiente borde; las distancias parecen las mismas. Hay que bajar. Tantear de nuevo.
Borde, escalón, 80 centímetros. Y sigue bajando. Otro escalón más, y otro.

Ha bajado ya cinco cuando la pulsera le avisa que ha pasado el peligro. Irina apenas
se lo puede creer. Pero ¡si el huracán mortal aún no ha ni empezado! Por seguridad
espera un rato, por si el aparato se equivoca. Dos minutos después sube por los
escalones. A medio camino se encuentra la mochila que se dejó con las prisas. Alcanza
el primer escalón, saca la cabeza y mira a su alrededor. El orificio está tan fino como un
espejo. Nada parece haber cambiado.

¿Seguimos o seguimos? Ahora podría ponerse de pie e inspeccionar la serpens. En


algún momento debería alcanzar su final. ¿Qué le esperará allí? Había pensado en
caminar hasta el lugar de aterrizaje. Pero la esperanza de que alguien la esté esperando
allí es ya poco realista. Y también puede bajar más, hasta el fondo del agujero. Antes
debería haber alcanzado más o menos la mitad. Irina calcula; habrá llegado a unos
cuatro metros de profundidad. ¿Qué vendrá entonces? Se decide por el agujero. Es
posible que alcance un suelo final al llegar al centro. Desde fuera, el agujero parece
perfectamente circular. Así que dentro será también simétrico. Y si no lo descubre
ahora, quizá no tiene otra oportunidad de hacerlo.

El descenso es más rápido que su reciente huida, pues ahora sabe que no hay ningún
precipicio esperándola, al menos hasta el sexto escalón. Ahora arrastra la mochila tras
de sí en cada escalón. Va contándolos, por seguridad. No hay que fiarse de este planeta.

El sexto escalón no es el último. Irina hace una pausa. Ahora tiene que decidirse.
Este agujero no se ha creado por casualidad. Es la entrada a un pasillo, o una escalera,
que lleva hacia abajo. Seguro que puede acecharla algún peligro. Las serpentes se
deslizan, a fin de cuentas, sobre el suelo, sobre una capa de separación que aún no
entiende cómo es. No debe caer en esa capa bajo ninguna circunstancia. Y también es
evidente que Yuri no la encontrará aquí abajo jamás. Aunque entrara en la serpens
correcta, ¿qué posibilidades hay de que pruebe entrar en el agujero?

Si Óscar le acompaña, podría ser del cien por cien. Uno de los dos será lo
suficientemente curioso. ¿O solo intenta convencerse a sí misma? Esa maldita
curiosidad es, a veces, un grano en el culo. Debería comportarse con más racionalidad,
arrastrarse con su pierna herida hasta un lugar seguro y quedar allí esperando.

Pero luego está el problema de que se le acaba el aire. ¿Debe sentarse tranquilamente
y esperar la muerte? No, gracias, ese no ha sido nunca su estilo. Irina agarra la mochila
y se la cuelga de la espalda. Entonces tantea con el pie izquierdo hasta encontrar el
borde. Se acerca y continúa descendiendo.
2 de enero de 2079, Ganymed Explorer

—Óscar, ¿no te parece que…?

—Ya te he dicho que no llegaremos antes solo porque me lo preguntes cada dos
minutos.

Óscar le habla como a un niño pequeño. Debería quitarle esa costumbre.

—No se trata de eso. Se me ocurre una idea, Óscar.

—Bien, es tu privilegio humano.

—Pero debería saber antes cuándo llegaremos de nuevo a Anfitrite.

—¿A qué te refieres? El 6 de enero volveremos a estar en órbita, si todo va bien. ¿En
qué consiste tu idea?

—Pues que con ayuda de las observaciones has podido calcular cuándo y dónde
estaba Irina.

—Sí.

—¿Podrías calcularlo para el futuro?

—En principio sí. Pero cuanto más extrapole, menor certeza habrá.

—¿Hasta el 6 de enero?

—Podría funcionar —dice Óscar—. Los últimos datos los registramos el día 30. Eso
son siete días.

—Si suponemos que Irina estaba en un lugar determinado el día 30, ¿podrías
descubrir dónde estará cuando regresemos?
—No con mucha precisión, pero sí de forma aproximada. Teniendo en cuenta que
ignoramos su propio movimiento —dice Óscar.

—Claro que se moverá, es evidente.

—Entonces no sé cómo ayudarte. En 7 días puede recorrer 400 kilómetros o incluso


más.

Yuri respira hondo. Ese valor no tiene sentido alguno. Irina no tiene oxígeno para
siete días. Óscar debería decirle, a su manera, que Irina dejará de desplazarse al cabo de
dos o tres días. Pero seguramente no quiere herir sus sentimientos. Y con esos ilusorios
cálculos, Yuri quiere protegerse también a sí mismo. No quiere abandonar a Irina. Tiene
que salvarla. La salvará.

—Podemos hacer suposiciones razonables —opina Yuri—. Irina intentará volver a la


zona de aterrizaje. Es su mejor destino. Aunque no la alcance, aumentan las
posibilidades de que la encontremos.

—Es una suposición válida —dice Óscar.

—¿Qué resultado da tu simulación?

—Espera, te la mostraré en pantalla.

Óscar despliega el brazo y modifica la imagen de Anfitrite que Yuri tenía ya en


pantalla. Aparecen dos cruces más. Una es la zona de aterrizaje, reconocible por el
terreno. La otra es una persona minúscula a unos 50 kilómetros del área, subida a lomos
de una serpens.

—Tiene buena pinta —responde Yuri—. Casi llega a la zona de aterrizaje.

—Es un pronóstico. Que llegue o no depende de si realmente se comporta como


hemos predicho y en qué estado se encuentra Irina.

—¿A qué te refieres?

—¿No lo viste ayer? Debería haberte llamado la atención. Pero no quise advertirte
de ello expresamente. Siempre reaccionas de forma muy emocional a informaciones de
este tipo.

—¿Visto qué?
—Aquí, te lo vuelvo a mostrar.

De nuevo aparece el montículo de rocas de ayer y el punto donde podría estar Irina.
La imagen es estática, nada cambia por mucho que se concentre.

—Es en tiempo real —dice Óscar—. Aceleraré el avance de tiempo cinco veces.

Ahora se ven cambios en la imagen. Las serpentes se mueven con rapidez por la
pantalla. Pero Irina se mueve a cámara lenta hacia el extremo de una serpens.

—¿A qué velocidad avanza? —pregunta Yuri.

—No llega ni a un kilómetro por hora —le aclara Óscar.

Irina está herida, es evidente. Y él aquí sentado, mientras Irina se arrastra


gravemente herida por la superficie de un planeta peligroso agotando sus últimos
restos de oxígeno. A no ser que ya haya… No, no se permite estos pensamientos. Se
agarra al respaldo del asiento con todas sus fuerzas.
2 de enero de 2079, Ganymed Explorer

Doug le ha enseñado a Kiska una acrobacia. Kiska la hace más por compasión ya que se
lo pide con tanta insistencia. Pero da lo mismo. Nunca antes había conseguido enseñar
un truco a un gato. ¡Mary se alegrará mucho! Tienen que entrenar a diario con Kiska
para que no se le olvide.

Lo vuelve a intentar. Levanta lentamente la mano hasta unos cinco centímetros


frente al pecho de Kiska. La gata se sienta sobre sus patas traseras, apoya una patita
delantera brevemente sobre su mano y se marcha. ¡Funciona! No ha hecho falta siquiera
convencerla con ninguna chuchería. Y es que tampoco tiene ninguna.

Kiska se tumba a un lado y se rasca el cuello con mucho arte. De repente empieza a
flotar. Ignora qué ha sucedido y sigue rascándose majestuosamente. Doug mira a su
alrededor. En la tienda nada ha cambiado. Está bien anclada al tanque, que, al parecer,
se ha quedado vacío. Un par de horas antes ya había descendido esa tremenda fuerza
que los aplastaba, quedando una fuerza más soportable. Y ahora ni eso. A partir de
ahora hay que apañárselas con la microgravedad.

Doug empieza a pensar. Tiene que adoptar un par de medidas más de seguridad. ¿Y
si Kiska empieza a mear ahora? Tiene que atarle un trapo a modo de pañal, o su orina se
repartirá regularmente por todo el interior.

Evidentemente, a la gata no le hace ninguna ilusión. Ya se toma como ataque


personal que la coja bajo su brazo. Pero que pretenda ponerle un pañal de papel es algo
que intenta evitar con todas sus fuerzas. Doug gana la batalla, aunque con rasguños en
espalda, brazos y manos. Tras la tortura, Kiska se retira al extremo más escondido de la
tienda.

Ahora ya puede comprobar el estado de sus existencias. No quiere sorpresas


desagradables. Esta mañana abrió la cuarta bombona de oxígeno. En el indicador de su
traje, el nivel de llenado del mantenimiento de vida está a un 30 por ciento. No puede
esperar hasta que se vacíe la última bombona, ya que para cambiar bombonas vacías
por llenas tiene que abandonar la tienda.

Así que empieza a vestirse de inmediato. No hay ni tiempo ni ocasión de realizar los
deseables ejercicios de respiración previa con actividad física dentro de la minúscula
tienda de campaña. Pero Doug tampoco tiene tendencia a sufrir la enfermedad de los
buzos. Así que confía en que esta vez tampoco será un problema. Kiska se deja meter
con sorprendente facilidad dentro de su traje. Así es como, diez minutos después, se
encuentra sobre el casco exterior del tanque mientras la tienda colapsa a su espalda.
Parece un ser vivo cuando las burbujas de aire escondidas entre los pliegues se buscan
un camino hacia afuera.

Doug engancha el cabo de seguridad. Entonces comienza por estirarse un poco. Se


siente minúsculo. En la tienda se sentía demasiado grande, pero con el infinito sobre su
cabeza no es más que un granito de arena. Se le humedecen los ojos. No solo es
pequeño, sino que está tremendamente solo. Algo se mueve en la tienda. Debe ser Kiska
en su traje. Seguro que ha escuchado sus pensamientos.

Pero no es hora de ponerse sentimental. Tiene que cumplir una función aquí fuera.
Extrae con cuidado la primera bombona de la tienda y la deja a su derecha. Entonces
coge una de las llenas que ha fijado con cuerdas. Tiene que procurar no confundir
recipientes llenos con vacíos, ya que es imposible saberlo por el peso. Por eso tiene las
bombonas llenas a la izquierda de la tienda. Será mejor sacar primero las bombonas
vacías.

Número 2, número 3 y la última. Kiska se mueve un poco con cada extracción. Así
sabe que está bien. Cuando coloca la última bombona vacía en el montón de la derecha,
lo hace con fuerza excesiva. La bombona toca otra, transmite su impulso y la otra
bombona sale volando. Mierda. El sistema solar cuenta ahora con un asteroide artificial
más. Pero tiene nueve de esas bombonas, así que la falta de una no debería repercutir en
el equilibrio. Doug introduce ahora las bombonas llenas en la tienda.

Antes de entrar, echa una última mirada a su alrededor. Ese panorama no lo volverá
a ver tan fácilmente: el Sol es una estrella fría, especialmente brillante, pero solo una de
las muchas estrellas que parecen agruparse a su alrededor. Por un lado, él es el centro
del universo. Pero al universo, por el otro, parece importarle un carajo que lo sea.
3 de enero de 2079, Anfitrite

Las decisiones no se simplifican por el mero hecho de aplazarlas. Irina guarda la tienda
vacía dentro de su mochila. No está contenta consigo misma. Resbaló un par de
escalones hacia abajo, pero gran parte del agujero sigue estando delante de ella. Hace
nueve horas que llegó a esa pequeña plataforma. El «gas», el medio que rellena la
entrada, es ahora tan denso, que con el foco de luz parece una niebla impenetrable. Le
resulta difícil hacerse una idea de dónde está. Pero ha tanteado la plataforma donde
acaba la escalera. Mide unos tres por seis metros de grande, es plana y ligeramente
inclinada.

Ayer montó su tienda, se introdujo dentro y durmió mejor que cualquier otro día
anterior. Quiere rascarse la barbilla, pero choca contra el visor del casco.

Esos son los hechos. Irina se imagina la plataforma. Le falta un dato decisivo: ¿Qué
hay más allá de la plataforma? Irina supone que ha llegado a la parte inferior de la
serpens. Más abajo estaría entonces en suelo de Anfitrite, o la muerte en forma de un
precipicio.

Extrae la basura de la noche anterior por la esclusa de residuos: una lata de arroz
con verduras que ha vaciado, un pañal usado y una jeringuilla del calmante que se ha
administrado. La lata y la jeringuilla las guarda provisionalmente en la bolsa de
herramientas. El pañal lo tira desde la plataforma hacia las desconocidas
profundidades. Intenta escuchar algo, pero no oye nada. Probablemente se deba a la
presión del aire, que sigue siendo demasiado baja para conducir el sonido. Y ya puede
alegrarse por ello, ya que, si la serpens está realmente deslizándose por la superficie,
debería hacer un ruido ensordecedor.

Que no haya oído la caída del pañal puede también tener otra explicación: una caída
a gran profundidad. También tira la jeringuilla, pero tampoco oye cómo cae. Así no
avanza. Irina saca la lata de la bolsa de herramientas y la observa. Es una simple lata de
aluminio, con contenido y fecha de caducidad impresos en la tapa. La tapa está retirada
hasta la mitad. No se ha tomado la molestia de abrirla del todo. Irina la abre de nuevo e
instintivamente quiere oler el contenido, aunque lleva el casco puesto. La tapa roza el
cristal, pero no deja ninguna huella.

¡El cable! Se quita la mochila y busca en su interior. El rollo con el finísimo cable está
en un bolsillo lateral. Irina fija el extremo a la tapa con unas cuantas vueltas y un nudo.
Si levanta ahora el cable, la lata cuelga horizontal. Se sienta en el borde de la plataforma
y deja las piernas colgando. Entonces empieza a desenrollar el cable entre las piernas.
La lata desciende lentamente en la oscuridad. Va contando las vueltas que la al rollo.
No le dará una medida exacta, pero si bastante aproximada de cuánto ha bajado la lata.

Al principio nota el cable tenso, pero al cabo de unas treinta vueltas se afloja. Sigue
sin oírse nada. Pero la lata tiene que haber llegado al fondo. Hora de recuperarla. Irina
empieza a rebobinar, pero a la mitad del camino se tensa el cable de golpe. Deja de
girar. La lata ha quedado enganchada. Irina suelta un poco de cable y lo mueve hacia
delante y hacia atrás. Ahora vuelve a rebobinar y esta vez no hay más problemas.

Un par de vueltas más y ya ha recuperado la lata. Está mojada. Pero eso no puede
ser agua. Mientras Irina la mira por todos lados, de la tapa ascienden unos hilitos de
vapor. El líquido se está evaporando, aunque la temperatura exterior es bastante
inferior a 150 grados centígrados bajo cero. Dentro de la lata parece haberse acumulado
algo del líquido. Irina coloca la mano derecha formando un cuenco y vuelca la lata con
la izquierda encima. El contenido fluye lentamente hacia fuera. Forma grandes gotas
que parecen no querer desprenderse de la lata. Bajo el guante nota de inmediato el frío.
Esta sustancia debe ser extremadamente fría, pero aun así posee las cualidades de un
líquido.

La lata se vacía. Irina la introduce con cuidado en la bolsa de herramientas. Entonces


observa el pequeño lago que se ha formado en la palma de su mano. Empieza a
burbujear y de su centro empieza a subir una columna de vapor. Parece un géiser
minúsculo. El frío le atraviesa las gruesas capas del guante. El laguito sigue hirviendo.
El frío empieza a dolerle. Le quema la piel. Irina gira la mano y el líquido se desprende
y gotea al suelo.

¿Qué es eso? No conoce compuesto alguno que se comporte así. Tal vez se trata de
un estado exótico, perceptible solo bajo determinadas condiciones que no existen en la
Tierra. No tiene equipo a mano para analizarlo, pero al menos ha aprendido algo
nuevo. Irina vuelve a hacer bajar la lata, que alcanza el suelo al cabo de unos dos
metros. Al levantarla se quedó encallada a mitad de camino. Podría ser la epidermis de
la serpens.
Si acierta con lo que piensa, bajo la serpiente hay una zanja de un metro de
profundidad, llena de este líquido superfrío. Podría ser el medio de deslizamiento con
el que se mueven las serpentes. ¡Si al menos pudiera determinar las características
exactas de esta sustancia! Debe ser un lubricante casi perfecto. Gran parte del consumo
energético primario en la Tierra lo causa el rozamiento. Si se pudiera reducir esta
proporción, sería una técnica revolucionaria, comparable con la introducción de los
superconductores en la electrónica. «Superlubricante Yakutina», sería un buen nombre
para los libros de Historia, que honrarían su descubrimiento.

Solo necesita tener la ocasión de mencionárselo a alguien. Irina mira hacia arriba.
Allí, invisible para ella, deben estar dando vueltas Yuri y Óscar. La encontrarán. Y
seguro que lo harán antes de que se le acabe el oxígeno. Funcionará. Y para no morirse
de aburrimiento hasta entonces, irá en persona a mirar qué es lo que se oculta en el
fondo de este agujero.

Por sí sola no podrá salir del agujero. Necesita asegurarse. El cable es finísimo, pero
suficientemente estable como para soportar su peso y más. El principal problema es
cómo anclar el extremo de arriba. Irina intenta primero clavar un gancho en la roca de la
plataforma, pero fracasa. Entonces se acuerda de que una de las rocas dentro de la
serpens sería un buen lugar para fijar el cable. Hay longitud más que suficiente. Trepa
hasta la salida del agujero y comprueba cuándo le toca pasar a la siguiente nube. Hay
tiempo de sobras. Se arrastra hasta la última gran roca, fija el cable y regresa. Irina está
totalmente sudada.

Se sienta en la plataforma y respira hondo. Ojalá no esté cometiendo un error.


Aunque si no baja, no lo sabrá nunca. Tira por última vez del cable para asegurarse de
que aguanta. Vamos allá. Se introduce en el agujero y se desliza por la pared de roca.
Realmente el fondo no estaba lejos. El borde de la plataforma rasca lateralmente por su
traje. Sus piernas tocan entonces el suelo. Quiere ponerse de pie, pero no puede. ¡El
suelo se mueve! Mierda. No es el suelo el que se mueve, es la serpens que se desplaza.
El cable, su única comunicación con arriba, se desenrolla rápidamente por sí solo. Irina
quiere sujetarlo, impedir perderlo de las manos, pero no lo consigue. ¿Cómo podría? No
puede parar una locomotora de vapor de millones de toneladas de peso.

La cara interna de sus guantes se calienta. Antes de perder la estanqueidad del traje,
suelta el cable. Se acabó. Pero se equivoca, porque al soltar el cable Irina pierde incluso
el equilibrio. Sacude los brazos para recuperarse, pero el material en el suelo es muy
resbaladizo. El superlubricante Yakutina se ha convertido en su perdición. Cae hacia
atrás. El casco choca contra el suelo, Irina se golpea la nuca y pierde el conocimiento.
3 de enero de 2079, Ganymed Explorer

—¿Tienes algo ya? —pregunta Yuri.

—Todavía no —responde Óscar.

—¿Ya buscas en todas las longitudes de onda? En el espectro visual, el tanque será
invisible para nosotros hasta que estemos a punto de chocar contra él.

—No busco en todas las longitudes de onda, sino solo en infrarrojo. Según mis
simulaciones, debería ser más visible allí.

—Perfecto. Pero aún no lo ves, ¿verdad?

—No, Yuri, como ya te he dicho.

Yuri se pone de pie. Esa espera le pone de los nervios. Deberían está ya regresando
al planeta. Si los cálculos son correctos, hoy se le acaba el aire a Irina. Pero no puede
hacer nada. La nave frena para adaptar su velocidad a la del tanque, sobre el que
esperan Doug y su gata. Pero no hay ni el más mínimo rastro del objeto que buscan. ¿Y
si las simulaciones de Óscar no son correctas?

—Oye, ¿qué pasaría si te has equivocado con los cálculos?

—No puedo equivocarme.

—¿Entonces tus simulaciones son exactas al cien por cien?

—Naturalmente. Pero supongo que no es eso lo que quieres saber.

Óscar, el gran sabihondo.

—¿Qué quiero saber?

—Quieres saber hasta qué punto coinciden la simulación y la realidad.


—Pues entonces dímelo, en lugar de darme lecciones sobre el correcto
planteamiento de preguntas.

—Desgraciadamente no puedo dar respuesta a esa pregunta.

—¿Y eso por qué? Si siempre lo sabes todo.

—Para responderla, debería conocer las circunstancias iniciales con bastante más
precisión, lo cual no es el caso. Conocíamos el rumbo de la Victory solo de forma
aproximada y tampoco sabemos hasta qué punto ha frenado el tanque.

—Entonces dame una estimación. Dime en qué espacio de tiempo deberíamos


encontrarnos con el tanque, en teoría.

—El momento empieza dentro de dos horas y acaba en seis.

—Gracias. Eso es al menos algo con lo que podemos trabajar.

Yuri se mete en su cabina. Ahora se pondrá a escuchar música a todo trapo. Suele
ayudarle a superar su falta de paciencia.

Dos horas después está ya harto de tanta música, pero el tanque no aparece. Yuri mete
la cabeza bajo la ducha fría para quitarse el dolor que empieza a retumbarle dentro. Con
el cabello mojado sube a la central.

—No hacía falta que vinieras —dice Óscar—. Puedes descansar un rato más.

—Estoy totalmente descansado.

—Pues no lo pareces. Y te chorrea el pelo. ¿No quieres secártelo y peinártelo con el


secador? No vaya a ser que pilles un resfriado. El mantenimiento de vida está soplando
de lo lindo en la central.

—No, mamá, así como estoy me encuentro bien. La humedad me refresca las
neuronas.

—Como quieras.

—Entonces ¿no has descubierto aún nada?


—No. Te lo hubiera dicho enseguida.

Óscar se había puesto cómodo en el asiento del comandante. Yuri lo saca de allí y lo
deja en el suelo.

—De nada —dice Óscar.

Yuri se sienta y se estira. Saca los datos del telescopio de infrarrojos en pantalla y se
queda mirando la nada.

—¡¿Ups,…dónde…?!

Yuri se incorpora de golpe. Estaba soñando que alguien le rociaba la cara con una
pistola de agua. Se toca la cara, pero está tan seca como su pelo. ¿Cuánto habrá
dormido?

—¿Qué hora es? —pregunta.

—Quieres saber cuánto has dormido, pero no te atreves a preguntarlo directamente


porque crees que voy a criticarte que te hayas echado una siesta.

—Sí, por Dios, ¿cuánto tiempo he dormido?

—117 minutos.

Casi dos horas. No es extraño que tenga ya el pelo seco.

—¿Y seguimos sin ver nada?

—Por desgracia, nada.

—¿Podría ser que lo hayamos pasado de largo?

—Sería posible, si las circunstancias iniciales no se corresponden con los valores de


mi simulación.

—¿No deberíamos entonces haberlo visto pasar muy cerca de nosotros?


—No, podría estar a miles de kilómetros. Nuestro rumbo y el del tanque se cruzan
solo en un punto precalculado. Si una de las dos órbitas no es la correcta, no hay
encuentro posible. Pero eso ya lo sabías. Te lo mostré en pantalla.

—Aun así, no lo tenía del todo… claro. A los seres humanos nos suele pasar.
Sabemos algo, pero no lo tenemos del todo claro, con todas sus consecuencias y
relaciones.

—Comprendo.

—¿Podría ser, entonces, que sigamos sin sentido alguno en este rumbo en lugar de
regresar a Anfitrite a por Irina?

—Eso sería posible. Pero no le daría un valor demasiado alto.

—¿Por qué?

—Porque a Irina se le debe estar acabando el oxígeno en estos momentos. Las


posibilidades de un rescate por parte nuestra son claramente ínfimas.

—Gracias por restregármelo de nuevo por las narices.

—Tenía la impresión de que tenías mala conciencia por intentar salvar a Doug.

—¡Pues claro que tengo mala conciencia por eso! ¡He dejado abandonada a la mujer
que me salvó la vida!

«Y a la mujer que amo», estuvo a punto de decir. Pero no habría sido verdad. Le está
muy, pero que muy agradecido a Irina. Pero ¿cómo saber si es amor? No lo ha sentido
nunca como aparece en las novelas que ha leído.

—Los hechos no pueden confirmar eso.

—Puede ser, Óscar, pero tampoco es tan sencillo.

Óscar no dice nada más. Yuri tampoco ha preguntado nada. ¡Habría que impedir
que estén persiguiendo a un fantasma!

—¿No podemos alcanzar a Doug por radio?


—Imposible. Ya no está en su nave, sino subido a lomos de un tanque de masa de
apoyo. El alcance de radio del casco es demasiado corto.

«¡La nave, claro! Tiene que haber registrado cómo se ha desprendido un tanque.
Estaba tan cerca de los hechos que habrá registrado todos los valores con precisión».

—Deberíamos contactar con la nave —dice Yuri.

—Pero Doug ya no va en ella —le contradice Óscar.

—No. Pero para que tu simulación sea más acertada necesitas datos exactos del
rumbo de la Victory y de la maniobra de separación. ¿Y quién mejor que la misma nave
para darnos esa información?

—Valdría la pena probarlo —opina Óscar—. Aunque no te puedo garantizar que la


CS Victory quiera hablar conmigo.

—Pero si no hay nave que pueda resistirse a tus encantos, Óscar.

—¿En serio? —Óscar mueve la mano con coquetería.

Yuri se ríe. El robot posee una gran dosis de humor. Solo procura que no le pillen
demasiado mostrándolo.

—Totalmente. Si alguien puede convencer al software de una nave, eres tú.

—Vale, pues lo intentaré.

—Tengo una buena y una mala noticia —dice Óscar al cabo de diez minutos.

—Soy todo oídos.

—Mi simulación era bastante exacta en lo referente al lugar de encuentro.

—Esta debe ser la buena noticia.

—Así es.

—¿Y la mala, Óscar?


—La diferencia entre nuestras velocidades es mayor de la calculada.

—Pues deberíamos frenar o acelerar con urgencia.

—Frenar, Yuri. Tenemos que frenar.

—¿Y a qué esp…?

Yuri se ve lanzado contra la pantalla. Su torso choca contra el marco. Se lleva el


teclado consigo que choca contra la pantalla antes que él, haciéndose añicos. Los trozos
de cristal de la pantalla le atraviesan la chaqueta del chándal para clavarse en su pecho.
Yuri se siente como un faquir sobre una cama de clavos y no puede levantarse porque
Óscar ha puesto los motores a frenar con 3 g. Mierda, eso sí que duele. Sobre todo, el
trozo de cristal que se le clava por debajo del pezón y que parece haber penetrado
bastante. Cuando cese la presión, le arrancará la carne del pecho.

—¿Qué coño estás haciendo? —logra balbucear Yuri.

La musculatura de su cuello no aguanta más la cabeza. Su barbilla golpea contra el


borde superior de la pantalla y se muerde la lengua. Nota el sabor dulzón de la sangre.

—Deberías estar siempre bien atado con el cinturón cuando estás sentado —dice
Óscar.

—Maldit…

No consigue apartar la barbilla de la pantalla rota lo suficiente para poder articular


bien.

—Tenía que frenar para no sobrepasar a Doug —explica Óscar.

Al robot parece que las fuerzas de frenado no le afectan. Ni siquiera tiene que
agarrarse.

—¿No pod…?

—¿Que si podría haberte avisado? Bajo estas circunstancias no. Mis simulaciones
dicen que no podía esperar ni un segundo más. Así que no pude esperar a que te
abrocharas el cinturón.

—¿Cuánt…?
—¿Que cuánto durará la fase de frenado? 424 segundos exactamente. Entonces
tenemos que proceder a rescatar a Doug de inmediato. Tendremos solo sesenta
segundos para traerlo a bordo.

—¡Ga…!

—Y su gata, claro.

¿Es que últimamente el robot sabe leer el pensamiento? ¿Qué acaba de decir? ¿Ha
dicho Óscar algo de 60 segundos?

—¿60…?

—Ya me temía que no lo ibas a preguntar nunca. Sí, 60 segundos. Muy justo, es
verdad.

Eso no es justo, es imposible. Si ya solo para ponerse el traje necesita tres minutos.
Entonces salir por la esclusa… con menos de cinco minutos no lo lograría. ¿No podrían
dejar de frenar algo antes? ¡Si al menos pudiera prepararse con antelación!

—Antes…

—No, Yuri, no podemos desconectar los motores antes. Si no, pasaremos como una
bala junto al tanque de Doug.

—Yo…

—Ya sé que en este breve tiempo es imposible que puedas estar listo para intervenir.
Así que salvaré yo a Doug. Y a su gata, claro.

—Gra…

—Mejor me das las gracias cuando los tengamos a los dos a bordo. Si solo puedo
rescatar a uno, ¿quién tiene prioridad? ¿Doug o la gata?

—¿Estás…?

—Era broma. Claro que conozco las prioridades. El primero que hay que salvar es a
mí mismo.
Óscar y sus chistes. Pero ¿no podría ser que en eso haya un poquito de verdad?
¿Está Óscar en situación de poner su propio bienestar por encima del de un ser
humano? Podría argumentar que es imprescindible para seguir cuidando de Yuri.

—¿Cuán…?

—Todavía faltan noventa segundos. Ya puedo ver el tanque en infrarrojos. Si no


estuvieras tan pegado a la pantalla también podrías verlo tú.

¡Como si le encantara estar apoyado sobre la pantalla!

—¿Pue…?

—Sí, veo la imagen de la cámara directamente en mi memoria interna. Me pongo en


camino, no vaya a ser que llegue tarde.

—¡Ten…!

—Tendré cuidado. Enseguida estaré aquí con Doug. Y con su gata.

De repente se oyen unos golpes. ¿Qué ha sido eso? Óscar, que ya estaba de camino
al mamparo para bajar, se queda parado. Yuri lo ve por el rabillo del ojo.

—¿Qué…?

—Una colisión —dice Óscar.

—¿El…?

—No, no ha sido el tanque. Lo habríamos notado más fuerte. Algo mucho más
pequeño nos debe haber tocado. Quizás un asteroide.

—¿Es…?

—¿Que si es un problema? Ya lo veremos. La colisión ha destrozado nuestro


telescopio de infrarrojos. Así que ya no veo cómo se nos acerca el tanque.

—Mierda.
—No te preocupes, Yuri. Ya sé a qué hora llegan los invitados. Puedo verlos casi
ante mi ojo interno. Así puedo calcular mis movimientos sin ver el tanque. Y para
distancias cortas sigo teniendo mi radar.

—¿Y…?

—¿Y si me equivoco? Pues entonces, mala suerte; igual me chafo a toda velocidad
contra el tanque. Pero eso no pasará.

—Que…

—Gracias, Yuri. Cuando esté en la esclusa, los motores se pararán. Deberías venir
entonces con equipamiento médico de emergencia a la esclusa. Puede que Doug o su
gata estén heridos o inconscientes. Contaría con la necesidad de una reanimación, tanto
para Doug como para la gata.
3 de enero de 2079, CS Victory

Doug se abofetea las mejillas hasta que le arden. Es la mejor forma de despertarse, sobre
todo cuando se ha pasado los últimos momentos a base de pastillas para dormir. A
Kiska le mezcló un calmante en el agua. La toca con cuidado. Su pecho asciende y
desciende regularmente. Pero no se despierta cuando la toca. Nunca ha visto a Kiska
así.

Le resulta muy fácil meterla dentro de su traje. Se ha puesto el despertador para que
suene media hora antes de llegar al punto de encuentro. Tiempo de sobras para
prepararse, y con todo el tiempo que han pasado durmiendo han consumido menos
oxígeno de lo que temía. Deberían llegar a la otra nave sanos y despiertos. Si todo va
bien. ¿Qué probabilidades hay de que salga bien? Imposible decirlo. Mary le
tranquilizaría ahora. «Todo irá bien, Doug, ya verás. Confía en el futuro». Qué pena que
no pueda hablar con ella. Imaginar lo que diría no tiene el mismo efecto que oírselo
decir en persona.

Bien. Parte inferior y HUT colocados. Doug comprueba la reserva de oxígeno. Para
un par de horas más sin problemas. Pero para entonces ya deberían haber cambiado de
nave. Si no, tampoco hay mucho tiempo para maldecir y cabrearse. Han quedado en
que Yuri llegará con un cable de seguridad hasta él y que los acoplará a él y a Kiska.
Entonces serán recuperados por el cable hasta llegar a la esclusa, y listo.

Podría ser maravillosamente sencillo, si es que la realidad se ajusta a sus fantasías.


Doug se cierra el casco. Abre la tienda. Queda libre, por fin, de la mezcla apenas ya
respirable de aire gastado y saturado de sus pedos y de la orina de Kiska. Agarra el traje
de Kiska con ella dentro y sale de la tienda. Una vez afuera, se asegura con el cabo y se
pone en pie. El mayor problema es esta mierda de oscuridad. Puede iluminar con el
foco de su casco en cualquier dirección, pero con eso no llega a ver casi nada. Es como
tener que mirar el mundo a través de una mirilla. Ni siquiera sabe por dónde llegará
Yuri. ¿Por delante, por un lado? Seguro que no por detrás. Se siente como al borde de la
muerte. Intenta prepararse para algo que no necesita preparación alguna. Y eso que lo
que espera es a la vida misma, maldita sea.
3 de enero de 2079, Ganymed Explorer

¡Al fin! La tremenda presión desciende. Yuri ya ha conseguido despegar su cara de la


pantalla. Ahora ya puede tocarse las mejillas con las manos. Se encuentra una esquirla
que extrae con cuidado. Entonces nota cómo desciende un líquido caliente por su
mejilla derecha. Se pasa la mano por encima y se la seca en el pantalón de chándal. En la
tela marrón aparece una mancha negra. Por su mejilla vuelve a gotear algo.

Ahora se da cuenta de que los propulsores no se han apagado. La gravedad está


ahora a un g más o menos y llama a Óscar por radio.

—¿No dijiste que los propulsores se desconectarían?

—Un error por mi parte. Los dejo frenar un poco más para alargar el tiempo de
encuentro. ¿Estás ya en la esclusa, como quedamos?

—No, pero voy de camino. ¿De cuánto tiempo disponemos entonces?

—De 67 segundos.

—Pues genial.

—Ya han pasado 29. Ya he salido al exterior.

Mierda. Él sigue en la central. Yuri agarra el equipamiento de emergencias que


Óscar le ha dejado a mano y sube por la escalera hacia la esclusa.

—¡Llegando! —dice por el micrófono.

De su barbilla gotea sangre.

Yuri limpia con la mano el ojo de buey de la compuerta interior de la esclusa. No ha


sido una buena idea, porque ahora hay dos rayas rojas sobre el cristal. Las limpia con la
manga. En la esclusa solo hay oscuridad. Óscar habrá dejado la compuerta exterior
abierta para poder poner a Doug y Kiska a buen recaudo por la vía directa.

—¿A qué distancia estás? —pregunta Yuri.

—El cable se ha desenrollado 220 metros.

—¿Ves algo ya?

—No, no tengo ninguna cámara para ello.

Óscar cuelga del extremo de un cable finísimo de más de 200 metros, pero sus
respuestas siguen siendo tan frías como siempre.

—¿Y en el radar?

—Un momento. En el radar… ¡ahora!


3 de enero de 2079, CS Victory

—¿Me oye alguien? —pregunta Doug.

Se siente un poco raro, hablando asía la oscuridad, pero debería estar ya al alcance
de la radio del Ganymed Explorer. Sería tranquilizador saber que Yuri ya está en
camino.

Pero no recibe ninguna respuesta.

¿Debería sentarse de nuevo? ¿Cómo se puede matar el tiempo cuando se está


esperando a alguien con tanta ansia? Una vez, una chica le hizo esperar así. Tenía
diecisiete años y habían quedado en una parada de autobús para ir juntos al cine. La
chica, que le hubiera gustado que fuera su novia, no tenía coche, pero tampoco quería
que la pasara a recoger.

No apareció. Esperó tres autobuses y luego se marchó a casa. Luego supo por
conocidos que, de camino a la parada, fue atropellada por un autobús, cuyo piloto
automático falló. Así se lo contaron, al menos. ¿Por qué se le ocurre pensar en eso
ahora? ¿Porque está a punto de acabar bajo otro autobús? La Ganymed Explorer es tan
pesada que le chafaría incluso con baja velocidad relativa si llegara en un ángulo
incorrecto.

Y aquí fuera está todo tan asquerosamente oscuro, que no lo verá llegar hasta que
sea demasiado tarde. Bueno, tampoco hace falta pensarse tan importante como para…

¡Joder! Doug pega un grito del susto. Un disco gris casi le tumba. Le toca el brazo y
finalmente consigue anclarse al suelo. El disco posee un único brazo largo que le sale
del centro.

—¿Qué demonios…?

—Soy Óscar —le dice el disco. ¡Esa cosa puede hablar! Debe ser un robot—. No hay
tiempo. ¿Kiska?
Doug señala el traje reconvertido. El brazo del robot se mueve a toda velocidad y lo
agarra. Doug da un respingo porque parece que el brazo de ese robot la quiere matar.
¡A su Kiska! Pero el brazo solo se mueve durante dos segundos alrededor del traje de
Kiska y luego sale disparado hacia él. ¡Ese trasto parece que sabe muy bien lo que se
hace!

—¡No se resista! —avisa Óscar.

El brazo vuelve a moverse a toda velocidad. Se extiende alrededor de su pecho y de


sus piernas. Un segundo después comprende Doug el plan del robot. Ha tejido entre
Kiska y él una red primitiva con la que ahora les arrastra por la oscuridad del espacio.
El tanque de la Victory desaparece tan rápido que no tiene tiempo de despedirse. No
hay ningún arriba ni ningún abajo. Va dando vueltas bien atado por el espacio, pero su
miedo se mantiene a raya. Esa máquina sabe bien lo que se hace. Yuri la debe haber
programado con mucho cuidado.

—Ya puedes respirar tranquilo —dice Óscar.

Ni se le ocurre respirar hondo. El pestazo en el interior del traje es horroroso. ¡Si el


robot lo supiera!

—¿Lo hemos conseguido?

—Sí, estoy recuperando el cable que nos une a la nave. Solo faltan 150 metros.

Doug mira hacia abajo. El cable es casi invisible.

—¿El mismo cable con el que me has empaquetado?

—Sí, pero no temas. Aguanta hasta 500 kg de tracción.

—Nada mal.

—Prepárate para el impacto.

—¿Impacto?

—La velocidad relativa de la Ganymed Explorer se las trae. No hemos conseguido


frenar más. La ventana de rescate ya era demasiado justa.

—¿Cuánto tiempo tenías?


—67 segundos.

—Caramba…, por los pelos. Pues suerte que cuando has llegado no estaba en el
váter.

—Te habría salvado hasta del váter. Esta acción tiene que funcionar. Si no, Yuri no
quedará contento.

—¿Por mí? Menudo honor.

—Ha dejado a su novia en Anfitrite solo para salvarte a ti.

—Entiendo. Un fracaso le habría empeorado su ya mala conciencia.

—Muy acertado. Atención, impacto en 3, 2, 1, ¡ahora!


3 de enero de 2079, Ganymed Explorer

En la esclusa se oyen golpes. Solo pueden ser sus invitados. No, no es cierto. También
podría ser Óscar que regresa tras fracasar.

—¿Óscar? —pregunta Yuri.

—Sí, soy yo. Misión cumplida.

—¿Los tienes? ¿Gata incluida?

—Sí, me tiene y Kiska también está a salvo —dice una voz masculina.

¡Óscar lo ha conseguido! Al menos, ahora no habrá abandonado a Irina por nada. Le


remuerde la conciencia. ¿No debería primero alegrarse de haber rescatado a Doug?

—Bienvenido a bordo de la Ganymed Explorer, Doug —dice.

—Gracias, me alegro mucho. Ya me veía dando tumbos por ese jodido infinito
negro.

¿Debería contarle la verdad, o no? Doug tampoco está a punto de volver a la Tierra,
aunque haya cambiado de nave.

—Pues lo siento, pero ya no alcanzarás el Más Allá solito. Aunque tus posibilidades
de regresar a la Tierra tampoco son muy brillantes.

—A mí eso me ahora mismo me la suda. Estoy encantado con que me hayáis salvado
de una muerte segura. Es lo único que cuenta.

Vaya, ahora tiene a uno de esos megaoptimistas a bordo. Pues ya le enseñará que en
este universo no hay motivo alguno para tanto optimismo. Eso sí, parece que le gusta
soltar tacos, y eso le resulta curiosamente más simpático.

—Ahora entrad, por favor —dice Yuri.


La esclusa interior se abre como a su orden. Un hombre dentro de un traje espacial
bastante moderno cae en sus brazos. No es que quiera saludar a Yuri, más bien se le
están acabando las fuerzas. Yuri le sujeta. El hombre señala hacia atrás.

—Kiska —susurra—. Sacad a Kiska de ahí.

Entonces cae redondo.

Yuri coloca el traje espacial reconvertido junto al asiento del comandante. Doug está
durmiendo en una cabina. Por consejo de Óscar, le ha inyectado un preparado
alimenticio y un calmante para que se recupere. Ahora es hora de desempaquetar a la
gata. Ya se ha movido un poco y eso le tranquiliza. Sigue viva.

Se agacha. El casco se fija al HUT con un cierre especial. Lo suelta y extrae el casco.
De repente, sale disparada una bola negra de piel, le clava las uñas en la mejilla y sale
huyendo. Yuri se ríe. El ataque ha sido tan sorprendente que ni siquiera se enfada con la
gata. La mejilla le escuece. Kiska ha apuntado bien y ha acertado, exactamente, en el
mismo sitio donde se le había clavado un cristal. No le hace falta un espejo para saber
que está sangrando. Esta acción de salvamento ha sido toda una aventura.

Se levanta dolorido del asiento. La Ganymed Explorer está acelerando con el doble
de gravedad de la Tierra para regresar a Anfitrite. El planeta se está acercando
lentamente al Sol y cuanto más se acerca al astro rey, mayor velocidad tiene. No es
intencionado, sino simple mecánica orbital. Yuri desciende hacia el buje. La aceleración
tira con fuerza de sus brazos. Hoy puede ahorrarse el deporte, porque bajo estas
condiciones ya solo faltaría añadirle un castigo corporal.

La compuerta al taller está cerrada, por suerte, ya que correría el peligro de caer
hasta la pared del fondo. Trepa por el brazo lateral hasta el WCH. Los brazos no están
girando ahora y se alegra de ello. No hace falta rotación con la fuerza de gravedad que
ya existe. Normalmente, los brazos giratorios que llevan hasta las cápsulas en sus
extremos son los lugares más desagradables de la nave, pero hoy se siente aquí bastante
a gusto. El limitado espacio de los tubos, cuyo diámetro no llega al metro y medio, le
confiere una sensación de protección. Le encantaría poder poner aquí su colchón. Si le
preguntara algo Óscar, podría decirle que está vigilando a Doug, que duerme en una
cápsula.
¿Ya habrá gente fijándose en Anfitrite? Sus pensamientos comienzan a volar. Un
planeta con tan poca radiación electromagnética debería despertar la curiosidad de
todos los científicos. La gente que encargó el viaje a la Holandés Errante intentará
reservárselo sea como sea. Pero lo que logró aquella hacker, de cuyo nombre ya no se
acuerda, puede conseguirlo también cualquier estudiante de doctorado que esté
buscando cualquier cosa menos un nuevo planeta en el centro del sistema solar.

¿Y entonces qué? Entonces vendrán todos. Naturalmente, expediciones de las


principales naciones dedicadas a viajes espaciales, aunque los empresarios particulares
serán, sin duda, más rápidos. Un nuevo planeta es promesa de recursos desconocidos,
descubrimientos inesperados, fama y honor. Posibilidades que nadie con capacidad
para enviar una nave aquí querrá dejar escapar. Para ellos ya no habrá sitio, su huida
acabará allí. Puede que la gran distancia al Sol le proteja un tiempo más. Un viaje así, a
las afueras del sistema solar, no lo organiza ni China en solo un par de semanas. Pero
Doug, con su yate alquilado, es el vivo ejemplo de lo que puede pasar hoy cuando el
dinero no tiene importancia.

¿Qué querrá Doug? Tiene que hablar con él cuanto antes, tan pronto se despierte y
haya descansado. Yuri abre la compuerta a la cápsula con el WHC. Hoy todo está
distinto. La nave ha reorganizado los espacios para poder estar de pie con normalidad
sobre el suelo. Así que hoy ya no entra desde arriba en el pasillo, sino desde un lado.
Necesita un instante para reorientarse. Entonces abre la puerta del WHC, la cierra a su
espalda y se mira en el espejo. Su cara está hecha un mapa, y no mejora mucho cuando
se limpia la sangre. La vida no le había dejado tan hecho polvo como en estos últimos
meses.
4 de enero de 2079, Anfitrite

—¡Vete!

Irina grita hasta quedarse sin aliento y sacude a la vez los brazos. Tiene que quitarse
esa cosa que se le ha tumbado encima y que quiere chafarla con su peso.

—Déjame —susurra.

Ya falta poco para que las fuerzas la abandonen. Los músculos están agotados, como
si llevara luchando sin parar durante horas. ¿Qué ha pasado? Hace un momento estaba
con Yuri a bordo de la Ganymed Explorer… no. Aterrizaron en Anfitrite. Y luego…
sacude la cabeza. Unos nubarrones oscuros la impiden recordar el pasado reciente.

Pero tiene la mente clara. Mientras sigue sacudiendo los brazos y las piernas, fuera
de todo control, como las patas de un escarabajo tumbado de espaldas, Irina consigue
sacar conclusiones lógicas. La pérdida de memoria a corto plazo suele ser consecuencia
de un trauma. ¿Ha sufrido algún suceso terrible? ¿O simplemente ha sufrido un
violento golpe en la cabeza? Ahí está. Un dolor sordo le tiene atenazada la parte
posterior de la cabeza. Y ahora siente el malestar que acompaña una conmoción
cerebral. No debería haberse hecho esas preguntas. Irina traga el líquido amargo que le
sube por la garganta hasta la boca.

Está tumbada, no es buena posición. Su cabeza envía una orden a los brazos.
Levantadme. Los brazos obedecen y parece que las piernas también se han dado cuenta
de que se acabó su independencia. La mente de Irina recupera el control. Los brazos se
apoyan contra el fondo. Tensa los abdominales y su cuerpo se levanta lentamente. Es
más difícil de lo que pensaba, hasta que Irina se da cuenta de que está dentro de un traje
espacial y que la bombona de oxígeno a su espalda tira de ella en dirección opuesta.

Pero supera el desafío. Sus brazos son fuertes y tiene unos buenos abdominales.
Irina está orgullosa de su cuerpo. Pero ¿dónde está y qué era eso que quería chafarla?
La oscuridad es total. Irina mueve la mano izquierda sobre su brazo derecho hasta tocar
un objeto en forma de cajita encima de su muñeca. Toquetea algunos botones y al fin se
produce un cono de luz que se abre paso en la oscuridad frente a ella. Es como si
tuviera un ojo de cíclope que se acaba de abrir para cegar al enemigo.

Pero solo es el foco del casco. No está en una leyenda griega, sino en Anfitrite. Y está
totalmente sola. Su cerebro empieza a recuperarle paso a paso los últimos recuerdos.
Saberlo todo de golpe habría sido, quizás, demasiado para soportarlo. ¿Dónde está?
Irina mueve la cabeza y el cono de luz se mueve. Solo le muestra una sección circular de
la realidad, pero su cerebro es capaz de irse haciendo una imagen. ¿A que es
maravilloso? Nunca se había alegrado tanto de las capacidades del cerebro humano. Es
casi como si hubiera renacido.

Irina ríe en voz baja. ¡Ya me gustaría! Quizás entonces ya no le dolería la pierna. Se
inclina hacia delante y se toca el muslo. Poco antes de la rodilla se encuentra con la
primitiva construcción con la que se la ha entablillado. Tira de las barras, pero no se
mueven. Entonces se repasa la pierna izquierda. Parece ilesa. La dobla para acercársela,
lo cual, como era de esperar, es imposible hacer con la derecha.

Debería intentar ponerse de pie. Pero, a ver… Hasta hace un momento sentía
auténticas montañas pasándole por encima. ¿No fue eso lo que la hizo caer? Irina mira
hacia arriba, pero ahí no hay una serpens. El techo está a unos dos metros de altura.
Está sentada en el fondo de un canal que atraviesa una cueva con forma ovalada en
vertical.

Recoge lentamente la pierna izquierda. Necesita mucha fuerza para ello, como si
hubiera un obstáculo. Lo busca con las manos. Y así es: más o menos a la altura en la
que el canal se encuentra con el suelo de la cueva hay una capa delgada, elástica y
tensada, que resulta invisible a la luz del casco y que le impide levantar más la rodilla.
Irina toca el material, que le recuerda a la piel de un huevo duro, hasta que descubre
una interrupción a la altura de su cadera.

Necesita una herramienta que corte. Irina agarra la bolsa de herramientas, pero no se
deja abrir. Pues a lo bruto. Agarra con ambas manos esa delgada lámina y tira en
direcciones opuestas con fuerza. ¡Funciona! La piel invisible se rasga. Ahora que se ha
rasgado, es fácil quitarla del todo. Una pena no haber encontrado tijeras. Le gustaría
poder llevarse una muestra de este curioso material a la Tierra. Parece combinar la
resistencia y capacidad de carga del hilo de nilón con la elasticidad de un material de
plástico blando. La Tierra. Irina resopla. Seguramente no vuelva a ver jamás su planeta
natal. Pero ahora no es momento para pensar así.
Irina dobla el material casi invisible a un lado. Apoyada en los brazos consigue
levantarse sobre su rodilla izquierda. Luego se pone en pie sin utilizar la pierna herida
y la apoya con cuidado. ¿Cómo estará la herida a estas alturas? Traslada con cuidado
algo de peso sobre la pierna. Se prepara contra el fuerte dolor que está a punto de llegar.
Pero no hay dolor. ¿Se habrá curado ya, así de rápido? «No, Irina, solo te lo estás
imaginando», le diría Yuri ahora. Oye su voz como si estuviera a su lado, aunque
curiosamente no recuerda su cara. ¿Tenía barba? Ya no se acuerda. Las conmociones
cerebrales suelen tener consecuencias curiosas.

Decidida, se apoya con todo su peso en la pierna derecha, pero no hay protesta
alguna de su rodilla. No se puede quejar. Seguro que así podrá avanzar más rápido, a
donde sea que le lleve el camino. Irina mira en el interior del pasillo. La luz del casco
llega hasta unos cien metros. A esa distancia, el pasillo parece discurrir horizontal.

Se agacha y se toca de nuevo la pierna. No le duele ni apretando directamente sobre


la rodilla. ¿No debería preocuparle esto? Podría significar que los nervios del dolor se le
han muerto. Seguro que, a la larga, no es buena señal. Pero por ahora le evita la mayor
parte del sufrimiento que ha aguantado hasta ahora. A diferencia de Yuri, ella siempre
había sido buena encontrando el lado bueno de cualquier cambio. Así que no debería
empezar, precisamente hoy, a comportarse de forma distinta viéndolo todo negro.

Primero tiene que salir de este canal que ocupa el centro del pasillo. A lo mejor es un
canal de desagüe. En el planeta ya no llueve, pero igual antes sí que llovía. E igual
vuelve a cambiar cuando Anfitrite se acerque más al Sol y la atmósfera congelada se
evapore. El planeta es suficientemente pesado como para soportar un envoltorio denso.
Se gira hacia un lado. Es solo un paso pequeño para salir del canal, pero no se fía de su
pierna derecha. Por ello se arrodilla primero con la izquierda en el borde. El foco
ilumina el lugar donde ha estado tumbada hasta entonces. El lugar parece húmedo.
Arrastra la derecha hacia arriba y se pone de pie sobre la izquierda. Pierde
momentáneamente el equilibrio, pero la pared de la cueva está cerca y puede apoyarse
en ella a tiempo.

La pared es curiosamente muy lisa. Tampoco se esperaba una típica cueva natural
en la roca, con superficies ásperas y líneas de rotura palpables. El pasillo es demasiado
recto para eso y el canal en su centro tiene una forma demasiado exacta. Y las paredes
tampoco están abiertas con pico y pala, como un túnel en la Tierra, hecho por hombres
o máquinas. Son paredes lisas, pero no liso de mecanizado, sino liso como la piel de un
ser vivo.
Irina cierra los ojos y pasa los dedos sobre el material. Le gustaría poder quitarse los
guantes, pero hace demasiado frío para eso. Aunque incluso a través del grosor del
guante, nota ramales delgados que se dividen. Los ejemplares más gruesos son más o
menos como el nervio central de una hoja de roble. De ellos salen derivaciones más
pequeñas, como los nervios laterales, que se dividen como haces de cables de
comunicación. Los nervios centrales más gruesos acaban todos en una pequeña
protuberancia que recuerda a un grano de acné. Intenta apretar una para vaciarlo, pero
el ejemplar es duro como la piedra, al igual que los nervios, por lo que le resulta
imposible romperlos.

¿Esas ramificaciones están alimentando la pared? ¿Qué fluirá por ellas? Agua
evidentemente no. En los granos, los nervios centrales parecen desaparecer en la pared.
Puede que más en el interior haya vasos de mayor tamaño que transporten nutrientes.
Instintivamente quiere olerse los dedos, pero el visor del casco se lo impide. Irina se
imagina el olor de una hoja de arce en otoño y se ve trasladada de inmediato a la Tierra.
Incluso cree oír como sopla el viento.

Entonces se asusta. En este mundo, el viento es mortal. Ilumina el pasillo, pero no se


ve ninguna nube. Igualmente sería ahora demasiado tarde. Es poco probable que el
canal le ofrezca protección y no parece haber ningún nicho en los próximos cien metros.
Aquí abajo parece que todo se conserva mejor que directamente en la superficie, pues
no se ven derrumbamientos.

Yuri no tiene posibilidad alguna de encontrarla aquí, si sigue parada. Se pone en


marcha. La pierna derecha parece casi como nueva. Mejor, así avanzará más rápido. A
fin de cuentas, siempre hay buenas noticias.
4 de enero de 2079, Ganymed Explorer

—No debería haber aceptado jamás ese encargo —se lamenta Doug.

—Tampoco tenías alternativa —dice Yuri.

Están sentados en la central y se están contando sus experiencias. Doug está en el


asiento del comandante con Yuri sentado a su lado. La historia que la ha contado Doug
es tan increíble que solo puede ser verdad.

—Siempre se tiene elección —contesta Doug.

—Yo pensé lo mismo, pero cuando estaba allí, arrodillado sobre Grigori, ya no pude
soltarle la garganta.

Doug le da un golpe en el brazo, que por la doble gravedad reinante resulta


sorprendentemente doloroso.

—Oh, perdona, no quería hacerte daño —se disculpa Doug.

Debe haber puesto cara de dolor.

—No te preocupes —dice Yuri.

—Y es que es una absoluta estupidez —dice Doug.

—¿Estupidez?

—Eso de que siempre tenemos elección, Yuri. Es de esas cosas que te cuentan
algunos psicólogos o psico-lo-que-sean que no tienen ni idea de lo que es la vida real. Si
hubieras soltado en ese momento al gilipollas ese, se habría reído de ti y se habría
quejado a su jefe. Te habrían despedido y el gilipollas de Grigori le habría metido mano
a la siguiente sin pensárselo dos veces. Esa gente no puede ganar siempre.

—Pero yo le maté.
—Sí, menuda mierda. Me imagino lo mucho que te pesa. Para serte sincero, en una
vida anterior yo también maté a un hombre. Ni siquiera lo conocía. Era un encargo de
mi antiguo jefe al que no pude decir que no. Desde entonces, ese tipo me tiene en sus
manos.

—¿Y ya no piensas en ello?

—Claro que sí, constantemente. Fue tan sencillo. Solo tenía que pulsar un botón. En
ese momento no me afectó para nada, como si ahora pulsara este mismo botón.

Doug señala con el dedo el botón de desconexión de emergencia.

—No, ese mejor no lo pulses —le advierte Yuri.

Doug retira el dedo rápidamente.

—Pues yo no lo consideré nada simple —dice Yuri—. Al contrario, me supuso un


esfuerzo tremendo. Sudé a mares y hasta me meé encima. Quería soltarlo, solo quería
eso. Pero no podía. Seguí apretando como si mis manos se hubieran independizado de
mí.

Nunca había hablado así con nadie sobre su crimen como con él ahora. Doug le
recuerda a un amigo de su padre, que de vez en cuando le daba consejos de hombre a
hombre. El catorceañero inseguro, que era entonces, se sentía tomado en serio.

—Y ¿sabes quién logró que volviera a reconciliarme conmigo? —pregunta Doug—.


Mi esposa Mary.

—¿Qué hizo?

—Nada. Solo estar allí. Me mostró que no era el monstruo que yo pensaba que era.
¿Tienes a alguien esperándote?

—¿Yo?

Yuri está confuso. Claro que Irina le está esperando. Ojalá esté en situación de seguir
haciéndolo. Pero no están juntos.

—Sí, tú.

—Hmm. Creo que no.


—Nos estamos agobiando aquí con 2 g porque queremos salvar a tu amiga Irina.
Creo que estuviste a punto de no salvarme por tener que ir a por ella.

—Sí, pero no estamos juntos. Irina es una colega. ¡No puedo dejar a una colega
colgada!

—Vamos a ver, ¿es que no te das cuenta? Quizá no os acostáis juntos, pero frente a
vosotros dos, Romeo y Julieta eran unos lerdos principiantes. Irina organizó tu huida
del asteroide, se ha quedado contigo cuando los demás regresaron a la Tierra, te ha
salvado la vida en Anfitrite…

—Más de una vez.

—¿Y la llamas colega? —pregunta Doug inclinándose hacia un lado a pesar de la


alta gravedad.

Pues sí, ¿cómo ha de llamarla si no?

—No tengo experiencia con esas cosas —reconoce Yuri—. Nunca ha hecho ningún
gesto para, ya sabes, acercárseme algo.

—Has pasado demasiado tiempo solo en asteroides. Joder, tío, a lo mejor está
esperando algún gesto tuyo. ¿Quién espera que le den calabazas, precisamente cuando
se depende tanto el uno del otro, como vosotros? O quizás tenga algo que ocultar que la
hace comportarse con especial precaución.

—¿Algo que ocultar? ¿Como una verruga en la rodilla, algo así?

—No, yo qué sé. No algo tan banal. Tal vez ha tenido muchas malas experiencias.

La explicación de Doug le suena a excusa, pero ahora no es el momento de seguir


metiendo el dedo en la llaga. Ya se lo preguntará a Irina en algún momento. Exacto.
Quien pregunta, obtiene respuestas. ¿No es esa siempre la mejor estrategia? Solo
necesita acumular el valor suficiente para plantearle de verdad esa pregunta, aunque
primero tiene que conseguir salvar a Irina.

—¿Cómo es que tienes un nombre ruso? —le pregunta Doug.

—Ah, pues porque mi madre era fan de Yuri Gagarin, el primer hombre en viajar al
espacio. Yuri es una forma eslava de Jorge, que viene del griego antiguo y significa
campesino.
—Interesante. Yo no sé tanto de mi propio nombre —confiesa Doug.

—Yo podría encontrar toda la información necesaria —dice Óscar.

El robot debe haber llegado desde atrás en silencio.

—Sería muy amable por tu parte, salvador mío —exclama Doug sonriendo—. La
forma esa de traernos con tanto arte, tirando de la cuerda como a dos ovejitas
descarriadas, ¡ha sido genial!

—Oh, gracias, Doug —responde Óscar—. Sigo sorprendido por el éxito del rescate.
Mis simulaciones calculaban el éxito de rescatarte a ti y a tu gata en, más o menos, una
sobre cincuenta. Pero ahora me gustaría hablar con vosotros sobre el rumbo hacia
Anfitrite.
5 de enero de 2079, Anfitrite

¿Por qué no se deja quitar esto? Irina tira de la parte inferior de su traje espacial, pero
parece haberse quedado soldado a su cuerpo. ¡Esta prenda quiere cabrearla! Ayer noche
se alegró de poder meterse sin más en la tienda para dormir. Pero antes de continuar la
marcha al día siguiente, le habría gustado poder lavarse un poco.

No es que sirva de mucho. El aire dentro de la tienda y del traje es de todo menos
limpio y fresco. El reciclador del aire hace lo que puede, pero debería haber cambiado
los filtros hace días. Ya solo retiene moléculas de olor de cadena larga. Pero el sulfuro
de hidrógeno y el amoníaco se van acumulando. Algún día morirá por ellos, porque son
gases tóxicos. «De mal olor no se ha muerto nadie, pero de frío sí». La frasecita no se
aplica aquí. En el espacio te mueres antes por asfixia que congelado. El mayor problema
de un traje espacial no es mantener el frío fuera; eliminar el calor generado por el
cuerpo es más difícil, porque la conducción del calor sin atmósfera solo se consigue
mediante radiación.

Irina lo vuelve a intentar. Consigue meter los dedos bajo la cintura del pantalón.
Recuerda que siempre le quedaban un poco anchos. Pero por mucho que empuja y
aprieta, no se mueve nada. Tal vez, mientras estaba inconsciente, se le vaciaron los
intestinos y ahora lo tiene todo reseco por dentro y hace de pegamento. ¿No debería
notar también dolor al intentar arrancarse la ropa? Igual sí, pero es que ya no siquiera
nota que su rodilla derecha está destrozada. Pero no se quiere quejar.

Raro sí que es. Irina se pellizca el lóbulo de la oreja. La sensación de dolor sigue allí,
al menos por encima de su cintura. Intenta pellizcarse un dedo del pie, pero el material
es demasiado grueso. Parece que la parte inferior del traje solo podrá quitarse con
violencia. Pero aún es demasiado pronto, todavía lo necesita entero. Se le hace raro,
pero tiene que continuar el camino. Se acerca el HUT. Ayer noche se lo pudo quitar sin
problemas. Suerte. La idea de no poder quitarse nunca más el casco la pone los pelos de
punta.

Controla el dispositivo multifunción. La reserva de energía debería durar una


semana más. Esa célula de energía no hay quien se la cargue. Pero le preocupa más el
oxígeno. Debería llevar muerta ya tiempo. Está viviendo de las reservas. En la noche
que pasó inconsciente no consumió aire. Es raro, pero no recuerda nada. A saber qué le
pasó entonces.

Pero el hecho de que el indicador de nivel de oxígeno siga sin apenas cambios, como
puede ver en un segundo vistazo, la intranquiliza. En el fondo debería alegrarse, pues
sigue con vida gracias a ello. Lo que más miedo le da es el hecho de que aquí está
pasando algo que no entiende. No se lo puede ni imaginar.

En el fondo solo hay una razón por la que no necesita más aire: está muerta. No es
un zombi ni una muerta viviente. Solo está muerta y está soñando todo lo que ve.

Pero eso también es otra estupidez. Los muertos no sueñan, ya solo faltaría eso. Los
sueños son un estímulo cerebral. Y, precisamente, una definición de la muerte es que el
cerebro deja de funcionar.

Irina no puede evitar reírse cuando tiene la tienda ya recogida ante ella. Todo es tan
irreal aquí, incluso sus pensamientos. La parte inferior del traje resulta muy cómoda.
Nunca se había sentido tan bien ahí metida. Es totalmente absurdo que no se lo pueda
quitar. Esta noche lo volverá a intentar y seguro que entonces todo irá bien.

Ilumina con el foco del casco en ambas direcciones. Montó la tienda a la izquierda
del canal, así que tiene que marchar en esa otra dirección. Irina se cuelga la mochila y da
unos cuantos pasos. Primero se apoya en la pared, pero luego renuncia a ello. Su pierna
derecha trabaja como si no estuviera lesionada. Quizás hasta podría mover la rodilla si
se quitara los hierros. Se para y se agacha. Las barras están bien firmes a ambos lados de
su pierna. No puede moverlas. Pues ahí se quedan. Cojeando, también llegará algún día
a su destino.

De repente, la realidad cae sobre ella como un jarro de agua fría. La realidad, así
llama ella al estado en que se encuentra cuando se da cuenta de cómo está. Está sola, a
saber a qué profundidad por debajo de la superficie de un planeta hasta ahora
desconocido y lejísimos de cualquier salvación. Irina rompe a llorar. No llora por el
tremendo destino que la espera, sino por ella misma, y esa compasión con ella misma le
ayuda a dejar la realidad aparcada allí donde no resulte peligrosa.
5 de enero de 2079, Ganymed Explorer

—Río oscuro —dice Óscar.

Yuri no puede evitar reírse porque Doug da un respingo como si le hubiera picado
una tarántula. Todavía no se ha acostumbrado a que ese disco plano de Óscar aparezca,
como de la nada, en el momento más inesperado.

—¡Óscar, menudo susto me has dado! —exclama Doug.

—Perdona, no era mi intención —se disculpa Óscar.

—¿Qué quieres decir con eso del río?

—Querías saber lo que significa Doug.

—¿Río oscuro? Suena bien.

—Lingüísticamente, el nombre procede de los términos gaélicos dubh, que significa


‘oscuro’ o ‘negro’, y de glas, que se podría traducir por ‘caudal’ y ‘río’, pero también
como una derivación de ‘verde’.

Yuri se echa a reír y afirma:

—Entonces podrías llamarte también ‘verde oscuro’.

—¿Cómo has tardado tanto en investigarlo? —pregunta Doug—. Creo que hasta
Kiska lo habría conseguido antes.

—Si eso es lo que crees, ya puedes responderte tú solito la siguiente pregunta —dice
Óscar.

El robot parece bastante ofendido.

—Tampoco me refería a eso —contesta Doug.


—¿Lo dijiste entonces como pregunta? Me resulta muy difícil comunicarme con la
Tierra y pedir información —explica Óscar—. Tuve que esperar hasta que una parte
adecuada de una base de datos pasara por el Deep Space Network en el interior del
sistema solar.

—Interesante —dice Doug—. ¿El DSN llega hasta aquí?

—Básicamente sí, solo que la velocidad de datos es inferior —responde Óscar—.


Pero con información de solo texto apenas afecta.

—Mientras escuchabas, ¿has podido enterarte de si en la Tierra se sabe algo de


nosotros? —pregunta Yuri.

—No, Anfitrite no se menciona por ningún lado ni hay informes sobre el


descubrimiento de un nuevo planeta —responde el robot.

—Bien, así estaremos más tiempo tranquilos —dice Yuri—. Cuando se empiece a
hablar de la existencia de Anfitrite, recibiremos muchas visitas.

—Merman ya sabía algo de ello —interviene Doug—. Sin detalles, pero a


determinado nivel parece que corren ya muchos rumores. No creo que sea el único que
quiera venir a echar un vistazo.

—Aunque para ello hace falta la suficiente calderilla —indica Yuri—. Eso limita la
cantidad de posibles curiosos.

—Cierto. Las agencias estatales reaccionarán cuando el descubrimiento sea oficial. Y


entonces estaremos un año más tranquilos.

—Tranquilos no es la palabra. Yo incluso tengo prisa. Irina nos espera ahí abajo —
dice Yuri.

Yuri se acerca más la pantalla. Doug se ha marchado a su cabina. Aún no se ha


recuperado del todo. Óscar le ha analizado por ultrasonidos. No ha encontrado nada,
pero tampoco significa eso mucho. No disponen del instrumental necesario a bordo. A
sus 64 años, ya entra dentro del grupo de riesgo en lo referente a enfermedades
cardiovasculares.
Mejor que se recupere con tranquilidad. Y Yuri piensa mejor cuando está solo y
nadie le molesta. Está ocupado con la órbita de Anfitrite. No, está preocupado y hay
varios motivos para ello. Anfitrite se está acercando al Sol a una velocidad
sorprendentemente rápida. Que el planeta incluso acelere es algo normal. En su
perihelio, el punto más cercano al Sol, cualquier cuerpo se mueve en su órbita a la
máxima velocidad. La órbita del planeta tiene una inclinación relativamente
pronunciada de 60 grados respecto a la eclíptica en la que giran los demás planetas.
Aun así, por ahora parece que podría acercarse peligrosamente a la Tierra. El punto en
el que Anfitrite cruza la eclíptica se encuentra sorprendentemente cerca de la órbita de
la Tierra. Pero aún no disponen de suficientes mediciones para poder determinarlo con
precisión.

Yuri cierra los dedos sobre la pantalla para reducir así el nivel de zoom. Ahora
puede ver el sistema solar completo, hasta el planeta enano Plutón. La parte recorrida
por la órbita de Anfitrite hasta ahora resulta, en comparación, minúscula. Eso se debe a
las gigantescas dimensiones del sistema solar por un lado y a que siguen a este planeta
desde hace solo un año, por el otro.

Toca un menú en el borde inferior de la pantalla y aparecen dos líneas. Una de ellas
hecha por cruces intermitentes. Lleva al planeta alrededor del Sol hasta el borde de la
pantalla, doblándose la curva alrededor del Sol. A primera vista se puede ver que es
una elipse muy alargada. Anfitrite debería ser parte del sistema solar desde siempre. La
oveja negra de la familia que solo se deja ver cada mil años, pero que no llama la
atención de nadie excepto, o precisamente, por su falta de color.

La otra línea se compone de círculos intermitentes. También se tuerce detrás del Sol,
pero no regresa al sistema. En esta versión del futuro, Anfitrite no cierra el círculo. El
planeta se ralentiza a medida que se aparta del Sol, pero sigue siendo lo suficientemente
rápido para abandonar el sistema solar y no regresar jamás. Esta es la variante
aguafiestas. Anfitrite procede de un pasado ignoto, pone nuestro sistema solar patas
arriba y nos abandona sin decir adiós.

Yuri sigue la línea con el dedo. En pantalla aparece el tiempo que transcurre hasta
que el planeta alcanza la posición donde ha puesto el dedo. Hasta la órbita de la Tierra
falta año y medio, luego medio año más para coger velocidad con el Sol y tres años más
tarde habrá alcanzado, en su órbita hiperbólica, la distancia de Neptuno, nuestro
planeta más alejado. Para entonces, deberán haberse bajado ya de este vagabundo
estelar si es que quieren volver a ver la Tierra.
¿Cuán de las dos variantes será la más probable? Los cálculos le dan un 55 por
ciento a la elipse, aunque con un margen de error del siete por ciento. Con eso,
cualquier pronóstico sería poco serio. Pero ¿podría decir él cuál preferiría? Hasta eso
resulta difícil. Nadie necesita un visitante que remueva el sistema solar cada mil años,
como el hijo descarriado que cada dos años se harta de vagabundear por el mundo,
visita la familia y luego vuelve a desaparecer.

Por otro lado, puede imaginarse muy bien lo que pasaría, si la Tierra se entera de
que Anfitrite solo estará disponible durante un breve tiempo. Se iniciaría una carrera
como nunca antes se ha visto en el sistema solar. Los investigadores querrán saber el
origen extrasolar de Anfitrite, los empresarios se lanzarán a por materias primas
disponibles durante poco tiempo y que no se encuentran en ningún otro planeta del
sistema solar. El planeta negro no será, sin duda, un puerto seguro. Tiene que hablar
con Irina de eso. La idea flota un rato por su cabeza hasta que se da cuenta de que, tal
vez, no podrá volver a hablar jamás con Irina.

Un ruido metálico y fuerte interrumpe justo a tiempo sus funestos pensamientos.


Procede del taller. ¿Qué estará haciendo Óscar ahora? Despertará a Doug, que necesita
descansar todo lo posible. Yuri levanta las piernas de la cama. La gravedad sigue siendo
de 2 g, aunque la Ganymed Explorer ahora ya no acelera, sino que está frenando. ¿No
podrían haber volado sin propulsores? Óscar ya se lo ha explicado, pero él lo ha
olvidado. No debe dejarlo todo en manos del robot. Podría llegar a olvidarse hasta de
las normas más básicas de la navegación.

—¿Y esto? —pregunta Yuri.

Óscar tiene algo fijado en el banco del taller, que se parece a una lavadora en
miniatura. El aparato está abierto por arriba. Óscar martillea contra la pared lateral.

—Tengo que abrir esto —dice Óscar.

—¿A base de martillazos? Despertarás a Doug.

—Ya está despierto.

—Porque haces demasiado ruido.

—No, hace un momento estaba en el WHC.


—¿Es que le has estado observando?

—Claro que no. El consumo de agua ha aumentado brevemente.

—¿Por qué estás dándole golpes a este aparato?

—Con los golpes se aflojan las uniones atornilladas. Este espectrómetro de masas es
bastante viejo. Debe haber sido utilizado antes en minería.

—Y ¿te divierte desmontar viejas máquinas de minería?

—Quiero repararlo y transformarlo.

—¿Para qué?

Al fin llegan al meollo de su pregunta.

—En Anfitrite necesitaremos un espectrómetro de masas y el Rover no tiene


ninguno.

—¿Y para qué?

Ahora incluso empieza a sentirse como un robot. Y es que al comunicarse con Óscar
se siente uno invitado a utilizar pocas palabras.

—Podremos determinar de dónde viene el planeta.

—Eso me lo tienes que explicar.

—Se trata de la relación de isótopos. En todos los objetos del sistema solar, los
distintos isótopos de un elemento están siempre más o menos en la misma proporción.
En ti, en mí, incluso en la Ganymed Explorer se distribuyen los isótopos del carbono de
forma muy similar. Procedemos todos del mismo disco protoplanetario. Los objetos de
otros sistemas solares pueden ser muy diferentes.

—¿Y podríamos demostrarlo así, entonces?

—En efecto, Yuri. Metemos aquí delante una muestra, la calentamos y el aparato
separa los distintos isótopos. Más o menos, vaya.

—¿Qué tenemos que recoger allí?


—En principio, el aparato sirve para cualquier tipo de sustancia, excepto para gases
y líquidos, porque no es adecuado para ellos. Los compuestos de carbono y de silicio
serían los más fáciles de encontrar.

—Buena idea, Óscar —dice Yuri—. Me estaba preguntando si…

—Sí, he visto tus cálculos —le interrumpe Óscar—. No te has aproximado con
mucha elegancia al problema de los tres cuerpos, pero en su tendencia, el resultado es
correcto.

—Pero si no he descubierto nada.

—Claro que sí; has calculado que Anfitrite puede ser o no de origen extrasolar. Y eso
es correcto. Por eso estoy haciendo bricolaje con este espectrómetro de masas. Nos dará
una respuesta muy clara.

«Hmm, gracias, Óscar». Eso sonaría falso, pero quizás es demasiado sensible.

—¿Es que ya tenías el resultado antes que yo?

—Claro, Yuri.

—¿Y por qué no me has dicho nada?

—No quería quitarte las ganas. Bajo una gravedad mayor, el rendimiento del
cerebro desciende rápidamente. Lo único que reduce esa tendencia es mantenerlo
activo.

—Gracias, eres muy bueno conmigo.

Si alguna vez le dan la posibilidad de elegir, procurará no tener consigo un robot tan
pedante. Doug lo ha hecho bien. Su gata no le lleva nunca la contraria. Hablando de
ella, ¿dónde se habrá metido?
6 de enero de 2079, Anfitrite

Ese pasadizo parece no tener fin. Aunque ha cambiado desde esta mañana. Se
encuentra con cada vez más estalactitas y estalagmitas. Irina tiene que ir sorteándolas y
no siempre resulta fácil. Ya no avanza tan rápido como antes.

Lo más curioso es que no hay líquido alguno que las pueda hacer crecer. A lo mejor
solo están temporalmente secas, aunque podría ser también que crezcan por un motivo
totalmente distinto. O no. Igual llevan aquí desde siempre y solo se ha vaciado de
alguna forma el espacio al su alrededor, como una roca de aguja, formada por el viento
en el desierto. No debe pensar solo en soluciones terrestres. El hecho de que en su
planeta de origen las cosas funcionen de una manera, no tiene por qué ser igual en
Anfitrite.

Cuando más se adentra en este bosque, más extraño le parece. Si, al principio, las
columnas brillaban con un tono pálido uniforme, ahora empiezan a estar como
cubiertas de distintas capas. Desplaza el foco de arriba abajo. A veces, el material refleja
un blanco deslumbrante, luego ya parece más enturbiado. Cuando pasa el guante por
encima no nota, sin embargo, estructura alguna. Las columnas son aún más lisas que las
paredes, pero a diferencia de estas, las columnas están totalmente secas. Esto no cuadra.

Entonces llega el momento en que se da cuenta de que lleva ya un par de horas


atemorizada: las estalactitas están demasiado juntas. Irina ya no cabe por ningún hueco
entre ellas; todos ellos no tienen más de diez centímetros. Se quita la mochila. Ha
recorrido muchos kilómetros y no ha visto ningún desvío. En el mejor de los casos,
acabará en el canal bajo la serpens para ser allí destrozada por miles de toneladas de
roca. Ni hablar; tiene que encontrar la forma de cruzar esas estalagmitas.

Irina escoge un ejemplar lateral, tocando el borde del pasadizo. Se apoya en la pared
y se asegura adicionalmente con la mano izquierda. El traje espacial le impide bastante
la flexibilidad, así que se apoya ligeramente hacia atrás. Entonces presiona con todas
sus fuerzas con la pierna derecha, reforzada con las varillas.
Está preparada para sentir dolor, pero no es eso lo que ocurre: su pie cruza la fina
superficie como si fuese papel y asoma sin problema alguno por el otro lado. Ha
aplicado demasiada fuerza en esta patada, por lo que pierde el equilibrio. Su pie
izquierdo resbala. La bombona de oxígeno encuentra la ocasión de tirar de Irina hacia
atrás. Cae primero sobre la rabadilla, pero entonces la bombona toca el suelo y hace que
Irina caiga hacia atrás oscilando sobre el borde de la bombona. Se golpea la espalda y le
cae la cabeza hacia atrás tensando la nuca en exceso.

El sentimiento de dolor parece que le funciona muy bien. Irina se asombra por el
fuerte ruido en su casco hasta que se da cuenta de que es su propio grito. Su conciencia
se ha protegido a tiempo. Para empezar, le hace cerrar la boca y escanea con
tranquilidad todo su cuerpo. Seguramente se ha hecho un morado en el trasero. El
estado de la columna vertebral es dudoso, pero lo que más debería preocuparle son las
vértebras de la nuca. Un casco pesado más la mayor gravedad de Anfitrite; es evidente
que su traje espacial no es adecuado para un planeta con gravedad normal, sino para la
microgravedad y el vacío.

La conciencia regresa al cuerpo de Irina. Está de espaldas mirando fijamente hacia


arriba, donde parece desprenderse una gota. No quiere mover la cabeza, ya que, si no
funciona, es que se ha roto la nuca. Menuda estupidez. Irina sacude instintivamente la
cabeza. ¡Oh! ¡Puede moverla! La levanta con cuidado. Tiene la pierna levantada, aún
metida en la columna. Envía una orden a sus músculos que desplazan obedientes la
pierna hacia delante. El pie se le queda momentáneamente enganchado dentro de la
columna, pero con un poco más de esfuerzo consigue sacarlo. Una vez la pierna llega al
suelo, Irina se incorpora. Le duele la rabadilla, pero ya mejorará inclinándose hacia
delante. Mueve la cabeza de derecha a izquierda. No hay molestias. Se ha preocupado
en exceso.

Se acabó. Irina se pone de pie. Se coloca frente a la columna dañada e ilumina su


interior con la linterna. En el suelo puede ver una fina capa de polvo o arena. Introduce
la mano en el hueco creado con la patada y tira de los bordes. El material se rompe
como papel, aunque es unas tres veces más grueso. ¿Es posible que esta estructura esté
muerta? Recuerda fotos de arrecifes de coral muertos en el océano terrestre. También
habían perdido toda su estabilidad. Pero ¿qué ha matado a estas columnas?
¿Demasiado tiempo lejos del Sol? Claro que puede equivocarse y que se trate del estado
natural de este fenómeno. Las dunas de arena en la Tierra tampoco son rígidas.

Lo más importante es que estas columnas ya no son un obstáculo para continuar.


Irina rompe el objeto dañado con las manos. Lanza los restos de papel a su espalda y
sigue abriéndose paso hacia abajo. Más abajo, el material tiene la consistencia del polvo.
Mete los dedos dentro hasta toparse con un objeto en forma de huevo. ¿Alguna especie
de canto rodado? Irina lo levanta y se lo acerca al casco. Bajo la luz del foco tiene un
aspecto amarillento y mate y parece brillar desde dentro. Pero cuando apaga la luz, ya
no puede verlo. Una pena no tener ningún aparato para analizar la composición de
todas estas maravillas subterráneas.
6 de enero de 2079, Anfitrite

—2.000 metros —informa Óscar.

Han dejado al robot a los mandos de la lanzadera. Óscar ha guardado los datos de
los dos últimos aterrizajes y los ha analizado; es la mejor garantía de evitar una caída.
Doug se ha sentado delante. Yuri ha tomado asiento detrás de él, pero en diagonal, así
puede vigilar a Doug. No porque no se fíe de él, sino porque quiere estar seguro de con
quién está tratando. A fin de cuentas, se trata del rescate de Irina y no deben cometer
ningún fallo. Aún no ha podido sacar conclusiones del comportamiento de Doug,
excepto por el hecho de que a veces parece estar acariciando una gata.

—1.500 metros —dice Óscar.

Ahora lo hace otra vez. Parece que tiene un efecto tranquilizante en Doug. Tal vez
deberían haberse traído a Kiska. Doug defendía la idea a favor de su gata con el
argumento de que igual estarían mucho tiempo en camino y Kiska no podría cuidarse
sola. Pero en la cápsula de aterrizaje sería lo mismo. A Doug le habría gustado que
Óscar construyera un traje espacial de verdad para gatos. Pero no había tiempo para
ello. Así que Kiska les espera en la Ganymed Explorer. Le han dejado comida suficiente.
El WHC está abierto y en el lavabo está el grifo un poco abierto.

—1.000 metros.

Óscar está muy concentrado en el aterrizaje. La segunda vez, Irina eligió una
aproximación más bien indirecta. Pero eso habría costado más tiempo y no habría
servido de nada, excepto que podrían acertar mejor en el aterrizaje.

—Esto de las serpientes, menuda locura, ¿no? —dice Doug.

—Las llamamos serpentes —propone Óscar.

Suena más a recriminación, pues Doug sabe ya cómo han bautizado a estas curiosas
estructuras.
—El movimiento del material que genera una única serpens se corresponde a la
expulsión de magma de una erupción volcánica —afirma Yuri—. Es como si en toda la
corteza del planeta hubieran aparecido volcanes en erupción.

—Deben existir fuerzas impresionantes en el interior —dice Doug.

—Pero, por lo demás, no se nota nada en particular —opina Yuri—. Cuando


estuvimos antes ahí abajo no percibimos ningún terremoto.

—Con mis ruedas sí que registré ciertos temblores —asegura Óscar.

—Pues no nos lo habías dicho nunca.

—Porque no me habíais preguntado. Y no había motivo para ello. Los temblores se


correspondían directamente con el movimiento de las serpentes. No tenían nada que
ver con eventuales tensiones en el interior de Anfitrite.

—A lo mejor se descargan a través de los movimientos de las serpentes —menciona


Doug.

—Ya había pensado en ello —dice Óscar—. Cuanto más nos aproximamos al Sol,
mayores deberían ser las tensiones por mareas internas y será por ello que podemos ver
una constante aceleración de las serpentes.

—¿Cambia eso algo en el plan horario de las nubes, que calculamos hace un par de
días? —pregunta Yuri.

Es algo en lo que quieren confiar durante su muy próxima expedición. No sería muy
aconsejable, que se encontraran inesperadamente con una nube de esas en el interior de
las serpentes.

—Lo he observado desde que volvimos a estar en órbita —responde Óscar—. Y,


curiosamente, el ritmo es absolutamente constante.

—¿Curiosamente? ¡Si eso es bueno! —exclama Doug—. Aunque reconozco que me


gustaría ver una de esas nubes de cerca.

—Es bueno, porque así podemos fiarnos del plan. De camino a la zona de escombros
donde vimos a Irina por última vez podrás experimentar tres nubes, Doug.

—¿Y por qué es curioso, entonces? —insiste Yuri.


—Porque tenemos frente a nosotros un sistema, cuyas condiciones externas están
cambiando de forma dramática —explica Óscar—. Y las serpentes se están adaptando a
ellas. Pero el ritmo de las nubes sigue constante. ¿No te parece curioso?

—Bueno, mi tensión arterial se mantiene también constante y mi temperatura


corporal casi siempre exacta, haga frío o calor fuera.

—¿Lo ves? Eres un sistema autoregulador. Es un indicio de vida. Pero Anfitrite es


un planeta. O al menos es lo que hemos dado por supuesto.

—Perdonadme ahora, pero tengo cosas que hacer —dice Óscar—. Estamos a 500
metros. Inicio la fase final. Ya no hay vuelta atrás.

—Tú primero —dice Doug.

—Ya tuve ese honor antes —responde Yuri.

Están frente a la esclusa. Yuri está sudando tras los ejercicios físicos necesarios. Los
primeros minutos en el traje espacial siempre suponen un cierto esfuerzo. Cuando
hayan caminado un poco, ya se habrán acostumbrado al olor.

—Si no os vais a poner de acuerdo, bajo yo primero —interviene Óscar y abre la


compuerta de la esclusa.

El robot llega así el primero a la superficie. Ahora toca sacar el Rover de su bastidor
de transporte, y es una labor que deja en manos de los dos hombres. Por suerte, Yuri ya
lo hizo una vez. Con Irina. La echa de menos. Doug parece bastante hábil también. Se
nota que tiene ya una gran experiencia en el espacio.

—Interesante construcción —murmura Doug.

El Rover se encuentra al final de la primitiva rampa. Podrían subirse ya, pero falta
Óscar.

—Mi propio diseño —dice Yuri—. Puede trepar a la perfección. Casi demasiado
bien.

—¿Demasiado bien?
—Bueno, tampoco es que me muera de ganas de colgar del techo en el interior de un
tubo de cien metros de diámetro.

—¿Vértigo?

—No, dolor de cabeza cuando mi cabeza se encuentra por debajo de mi estómago.

—¿En serio? Qué interesante. ¿Te lo has hecho mirar por un médico?

—Joder, era broma. Pues claro que tengo vértigo.

—Eso es… inusual. Me pregunto…

—¿Qué cómo pude pasar la formación de astronauta? Simplemente no se lo dije a


nadie hasta que obtuve la licencia. Y luego tampoco.

—¿Y no ha sido nunca un problema?

—A veces sí, pero no en Héctor. Allí estás lo suficientemente lejos de la Tierra como
para no creer que vas a caer en ella. Y se está en caída libre, por lo que no me imagino
nada.

—El asteroide también estaba en caída libre, lo sabes, ¿verdad?

—Lógico. Pero yo no lo veo. Lo que no veo, no existe.

—Pues tienes una forma, digamos, muy simple de encarar el asunto.

—Ya puedes decirlo, Doug. Piensas que es infantil. Irina siempre me decía lo mismo.

Yuri traga. Tiene que volver a pensar en ella. En lugar de estar aquí de cháchara,
deberían ponerse en camino. ¿Dónde estará Óscar?

—No, yo diría…

—Oye, ¿has visto Óscar? —pregunta Yuri.

—Justo después de bajar, pero luego ya no.

—Óscar, ¿me recibes? —pregunta Yuri por radio.

El robot no responde.
—Vaya, esto no resulta nada divertido. No tenemos tiempo para bromitas.

El canal de radio permanece en silencio. Yuri da dos vueltas completas para


iluminar con su foco la zona alrededor de la lanzadera. No se ve a Óscar por ningún
sitio. ¡Si al menos no estuviera todo tan oscuro!

—¿Lo buscamos? —pregunta Doug.

—Espera aquí —ordena Yuri—. Y no te alejes tú también de la lanzadera, por favor.


Intentaré localizarle desde la central.

Sube la escalerilla y se introduce en la cápsula. ¿Cuánto tardará en abrir la esclusa


interior? El mecanismo de equilibrado de presión no se deja impresionar por sus prisas.
Al final se abre la compuerta con un resoplido. Se lanza hacia el ordenador e inicia la
cámara, los infrarrojos y el radar. Empiezan a entrar las primeras imágenes. El Rover es
muy visible, al igual que Doug.

Donde alcanza la luz de los focos exteriores, aparecen imágenes muy nítidas. Pero
no alcanzan más allá de los 500 metros en la oscuridad. Han transcurrido unos 14
minutos desde que se bajaron. En ese tiempo, Óscar bien puede haberse alejado más de
500 metros. Y conoce muy bien los sensores de la lanzadera como para dejarse pillar por
ellos. Yuri cambia a infrarrojos y el planeta parece estar en ascuas. Pero el disco plano
con temperatura distinta no aparece por ningún lado. La desventaja del sensor de
infrarrojos es que no llega a más de 800 metros. Detrás queda todo difuminado.

Lo intenta con el radar. En teoría lega hasta el infinito. En la práctica son unos
cuantos kilómetros. Se reconocen incluso las siluetas de las serpentes en el extremo de la
planicie. Pero cada montículo es una pantalla. Óscar es tan plano que puede esconderse
detrás de cualquier piedra. Si es que quiere hacerlo. Yuri no puede imaginarse ningún
otro motivo por el que Óscar haya podido desaparecer. Los sensores no han descubierto
ningún peligro. Yuri se imagina que un águila de Anfitrite con alas rojas cayendo en
picado desde el cielo para agarrar y secuestrar al pobre y pequeño robot. ¡Menuda
memez!

Óscar ha decidido por algún motivo emprender su propio camino. No es la primera


vez. Una de sus simulaciones le habrá dicho que, solo, estará mejor para conseguir lo
que pretende conseguir. Y eso que siempre se había dicho que los robots no tienen
voluntad propia.
Vuelve a apagar el ordenador. No pueden contar con la ayuda de Óscar, eso es ya
evidente. «Ya verás, Óscar. Pobre de ti como te pille». Pero Yuri solo hace como si
estuviera enfadado. En el fondo está triste, porque ahora también ha perdido al robot.
Ya es extraño. Doug debe sentir algo similar por Kiska.

—¿Y? —pregunta Doug.

Yuri mira al suelo. Doug ha dibujado algo en la ceniza con los pies. Parece un
animalito de cuatro patas. Seguro que es su gatita.

—Nada —dice Yuri.

Doug le apoya la mano sobre el hombro.

—Ya volverá. Me ha dado la impresión de ser un robot que se esfuerza mucho.

—No sé —dice Yuri—. Tiene su historial. No es la primera vez que nos oculta sus
propios planes.

—Pero siempre vuelve, ¿no?

—Eso sí.

—¿Es imprescindible para llevar el Rover?

—No, en el fondo se convierte en un obstáculo. Con sus ruedas y un solo brazo no es


precisamente un maestro en escalada.

Quizás Óscar solo ha pretendido no ser un impedimento. ¿Será por ello que le ha
explicado muy detalladamente cómo funciona el nuevo instrumento de medición?

—Pues pongámonos en marcha —dice Doug—. Ya sabe lo que pretendemos hacer y


seguro que se las apaña a su manera.

—Cierto. Tengo que programarlo para que, al menos, comparta sus planes con
nosotros.
—Este invento tuyo es realmente una locura —exclama Doug, cuando la máquina les ha
desplazado unos metros en modo oruga.

—Pues espera a verlo trepando —dice Yuri.

No tienen que esperar mucho. A 150 metros delante de ellos está la serpens. Los
recorren en modo Rover, es decir sobre ruedas.

—Fantástico —murmura Doug.

El foco de su casco se mueve de un lado al otro por la montaña caminante.

—Y ahora, hacia arriba —dice Yuri señalando hacia delante.

La pared se levanta más que vertical por encima de ellos.

—¿Podemos hacer una breve pausa? —pregunta Doug.

—Sí, claro.

Yuri, que está sentado delante, para el vehículo. Doug se baja y se aleja un par de
metros del Rover. ¿No debería mover también un poco las piernas? Yuri decide que no.
Tiene que ahorrar energía. A saber todo lo que les espera. Controla una vez más el plan
horario de las nubes, aunque es pronto para ello. Apaga de nuevo el dispositivo
multifunción. ¡Si al menos Óscar no se hubiera largado! Estos cambios de planes en el
último minuto le ponen siempre nervioso, aunque el robot no sirve de mucho en estos
momentos. Cierra los ojos, pero en la retina aparecen distintas imágenes fantasma. No
ha sido buena idea. Yuri rasca los pies contra el Rover. Está impaciente, pero no quiere
quitarle a Doug el placer de observar esto por primera vez.

Levanta la cabeza e intenta ver la serpens con los ojos de Doug. Podría tomarse por
una montaña extravagante. Pero cada vez que la mira, se le despierta una sensación
extraña. Debe ser por el movimiento. Que una montaña tan grande cambie de posición
es algo que su cerebro no puede procesar bien, y como todo va tan despacio, su
conciencia le hace suponer que la montaña quiere confundirle, lo cual le da miedo y no
lo puede evitar.

¿Estará pensando Doug algo parecido? Mira hacia él. Parece que Doug quiere echar
una meada contra la pared de la serpens. Pero solo es la bolsa de herramientas en la que
está metiendo las manos. Parece que ha buscado una lima y se ha puesto a rascar la cara
exterior de la serpens.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta Yuri.

—Tomo una muestra.

Doug introduce la lima en una bolsita, sacude el material en el interior y guarda de


nuevo la lima en la bolsa de herramientas. Entonces regresa al Rover.

—¿Y ahora qué? —pregunta Doug mostrándole la bolsita.

—¿No deberíamos continuar primero con nuestro viaje? —pregunta Yuri a su vez.

—¿Tanto tarda el test? Me apuesto lo que quieras a que este Planeta no ha sido
jamás parte del sistema solar.

—No, solo tarda un par de minutos. Y no estoy de ánimos para apuestas. Este lugar
es ya de por sí impresionante —dice Yuri.

—¿Impresionante? ¡Es la rehostia en vinagre! ¡Ojalá pudiera enseñárselo a Mary!

Vale, pues dame la bolsita.

Yuri se baja finalmente del Rover y coge la bolsa que le entrega Doug. Entonces se
dirige a la parte trasera, donde Óscar ha fijado el módulo de análisis de forma que solo
tenga que abrir una doble compuerta. Entonces vacía la bolsita en un embudo redondo.
El Rover enviará el resultado directamente al dispositivo multifunción. Una vez vacía,
cierra ambas compuertas. ¿Y ahora qué hace con la bolsita? Está contaminada con el
polvo. Será mejor tirarla al suelo.

—Eh, no hagas eso —pide entonces Doug.

—En el planeta más feo del universo, una simple bolsita no molesta —dice Yuri.

—Pues yo no lo veo tan feo —opina Doug, levanta la bolsita y se la guarda en la


bolsa de herramientas.

Doug tiene razón. Anfitrite no es feo. El planeta negro tiene su propia y peculiar
belleza, sin nada que resulte atractivo, pero eso a su vez lo hace más interesante. Piensa
en la Reina de las Nieves, pero la comparación no es buena. El planeta enano Plutón,
con su gran corazón de nitrógeno congelado, ese sí que es la Reina de las Nieves.
Anfitrite, en cambio… es una mujer, escondida irreconocible en las sombras, a la que
buscas sin haberte dado cuenta de que está allí, pero que a cualquiera que pasa por su
lado le produce un escalofrío por la espalda.

Yuri levanta la mirada. No hay tiempo que perder.

—Venga, súbete ya. Nos vamos —dice.

—¿Y el análisis?

—Recibiré el resultado en el dispositivo multifunción.

—Ah, de acuerdo. Pues en marcha. Irina nos está esperando.

«Ojalá, Doug. Ojalá».

Este segundo ascenso a la serpens ya no da tanto miedo como el primero. A lo mejor es


porque ahora el jefe es él y tiene que ocuparse de Doug, el recién llegado. No debe
mostrar miedo.

Doug no parece fiarse aún mucho del Rover transformado. Yuri no lo ve, pero nota
cómo Doug se agarra con frecuencia a él y murmura palabras que suenan como
«mierda». La manguera superior, donde se encuentran sus asientos, se está
desplazando ahora hacia arriba, por lo que sus piernas rozan las mangueras inferiores.
Por un momento se paran, mientras la ventosa se fija a la pared. Luego es el turno de las
dos mangueras inferiores que ahora se desplazan entre sus muslos hacia delante.

El dispositivo multifunción envía un mensaje. Yuri se inclina hacia delante para


poder mirarlo, pero no ve nada. No es ahora el mejor momento para soltarse de las
barras de sujeción. El traje bombea aire freso al casco. Seguramente ha detectado que se
le ha acelerado el pulso. Yuri cierra la boca, pues el aire reciclado tiene un sabor
desagradablemente eléctrico. Un picor que le llega hasta la garganta.

La pendiente es aún más pronunciada. Yuri se asegura de tener bien cerrado el


cinturón.

—Uf —murmura Doug.


Se le hace raro no ser él el que más miedo tiene. Yuri tiene que sonreír, aunque no
sea justo para Doug. Por suerte, no puede verle la cara.

—Estamos a punto de superar lo peor —exclama Yuri.

—Gracias. Y yo que pensaba que ya había experimentado de todo en esta vida —


dice Doug.

—Cuéntame algo de la época en que salvasteis a la Tierra —pide Yuri—. ¿Cómo se


llamaba el asteroide en el que hacías trabajos de minería?

Irina le había ayudado en su momento, distrayéndole con preguntas. Doug acepta


contento la propuesta.

—Era el 2003 EH1 —comienza—, que no rendía lo suficiente y Schostakowitsch me


debía aún un favor, por lo que obtuve la licencia a un precio estupendo. Fue un trabajo
muy pesado, no desde el punto de vista físico, sino mental. Era extremadamente
solitario.

—¿Ese Schostakowitsch, el que fundó RB? —pregunta Yuri.

—Ese mismo. De hecho, fue su padre quien la fundó, poco después del hundimiento
de la Unión Soviética.

—Ah, eso no lo sabía. Pero no te quería interrumpir.

—No te…

Doug se interrumpe, porque el Rover da un brinco raro. Entonces parece caer


durante dos segundos, pero se recupera.

—No importa —responde Yuri—. La ventosa superior parece que no ha encontrado


sujeción de inmediato. Pero la inferior está bien fijada, así que no puede pasar nada.
Sigue contando.

Se sorprende de lo convincente que suena. ¿Y si la ventosa inferior también ha


quedado algo floja?

—Gracias. De acuerdo. Primero capturamos a Watson. Nunca antes había hablado


personalmente con una KI tan avanzada.
Doug va contando y Yuri le presta atención. Es una historia muy interesante. Hoy le
parece un cuento de hadas, aunque solo han pasado seis años desde entonces.

Su pasajero parece disfrutar contando sus batallitas. Yuri solo conocía la versión oficial
de esos sucesos, por lo que le resulta de lo más apasionante poder saber algo más de
Watson y de la intervención en la Kiska. Pero el Rover empieza a ir más despacio.
Seguramente vaya a cambiar ahora a sus ruedas.

—Ya casi estamos —informa Yuri—. No te asustes, está a punto de sacar las ruedas.

—Ya no hay nada que me asuste aquí —asegura Doug.

El Rover se inclina como un caballo, se sacude hacia la derecha e izquierda, y de


repente están medio metro más altos. Entonces empieza a desplazarse rodando.

—Ha ido genial —exclama Doug.

—Óscar optimizó un poco más el mecanismo mientras estábamos en la Ganymed


Explorer —dice Yuri.

¿Dónde estará el robot? Ojalá esté bien. Es un sabelotodo insoportable, pero se ha


encariñado con él. Yuri ilumina hacia delante con los faros. Tiene la sensación de que el
agujero por el que perdieron a Irina aparecerá delante de él en cualquier momento, pero
es una tontería. La serpens se ha desplazado mucho desde entonces. Si no tienen suerte,
tendrán que buscar mucho para poder entrar dentro del tubo. Pero ¿será necesario
hacerlo? Su objetivo es la montaña de escombros donde encontraron las huellas de
Irina. Ese objetivo puede alcanzarse mucho mejor si se desplazan por encima de la
serpens, y no por su interior. Además, dentro tienen que protegerse de las nubes.

—Propongo quedarnos aquí arriba sobre el tubo —dice Yuri.

—Es lo que suponía igualmente —reconoce Doug—. No queremos que se pueda


repetir el mismo error de entonces.

El hombre tiene razón. Sabían lo peligroso que puede ser ir por dentro de los tubos,
y aun así se metieron. Una mezcla de curiosidad y estupidez. Pero ¿cómo se pueden
descubrir, si no, los misterios de Anfitrite?

—Antes de continuar, ¿tienes ya los resultados del análisis? —se interesa Doug.
—¡Buena pregunta!

Yuri levanta el brazo para ver mejor la pantalla del dispositivo. Entonces abre el
menú donde guarda los mensajes.

—En tu muestra hay, sobre todo, dióxido de silicio —le dice.

Es el compuesto más común de cualquier roca en la Tierra, así que no resulta


sorprendente.

—A ello se añade un once por ciento de carbono puro —continúa Yuri—. Por
desgracia, el análisis no nos da información sobre estructuras.

—¿Y los isótopos? —pregunta Doug.

Yuri se desplaza por la lista. La información más importante está al final.

—Vaya, esto sí que resulta interesante, Doug.

—Pues suéltalo ya.

—El carbono no puede proceder de nuestro sistema solar.

—¿Lo ves? Te lo dije.

—Así es, Doug. Aunque no deberíamos tomarlo como certeza definitiva. Podría ser
que esta muestra tenga una composición distinta por casualidad.

—Claro. Haremos más análisis. ¿Algún indicio de la procedencia de ese carbono?

—No tengo datos comparativos en la cabeza —dice Yuri—. Deberíamos encontrar a


Óscar o esperar a haber regresado a la Ganymed Explorer.

—De acuerdo, pero déjame tomar una muestra más antes de ponernos en camino.

La realidad estropea de nuevo sus planes. Aunque al menos ha esperado hasta última
hora de la tarde y es momento de buscar un lugar para dormir. Yuri para el Rover
frente al borde de un derrumbe, mucho más grande que el anterior, donde perdieron a
Irina. Se baja y camina hacia el borde. No se atreve a inclinarse de pie, así que se tumba
y se desplaza arrastrándose hasta allí, para poder iluminar al menos el interior.

No ve huella alguna de Irina. También habría sido un milagro encontrársela justo


aquí. Recorre el suelo con su foco. Los cascotes del techo están repartidos por todas
partes. Por lo demás, tiene el aspecto usual que ya conoce. Algo le toca el brazo y está a
punto de perder el foco de mano por el susto. Es Doug, que se ha sentado a su lado y
deja las piernas colgando por el agujero. Cuando Yuri se da cuenta, también ve lo
delgada que es la pared aquí. La roca bajo sus pies no debe tener más de treinta
centímetros de espesor. Parece capaz de sostener sus cuerpos, pero si llegan a acercarse
más con el Rover…

Yuri ilumina todo el borde del derrumbe. La roca es igual de delgada en todas
partes. La serpens parece tener aquí la consistencia de una cáscara de huevo. No podrán
rodearlo.

—¿Ves esto? —pregunta, iluminando con el foco hacia un lado.

—Sí, aquí el suelo es excesivamente delgado —afirma Doug—. El Rover no podrá


pasar por aquí. Así que tendremos que bajar sí o sí al interior de la cueva.

—Pero eso será mañana. Ahora vamos a montar la tienda.

Yuri se arrastra hacia atrás y se pone de pie apartado un par de metros del borde. Se
dirige al Rover y saca la tienda. Doug también se acerca.

—Parece que tendremos una noche muy romántica —dice Doug.

Se echa a reír y bromea:

—Espero que no ronques.

—En eso seguro que no te puedo dar esperanza alguna. Será mejor que te dejes el
casco puesto.
7 de enero de 2079, Anfitrite

Irina gira hacia un lado y hacia el otro. La magulladura en la rabadilla no la deja dormir
tranquila. Y eso a pesar de no haber montado la tienda como siempre junto al canal,
donde por su forma solo se puede dormir en una posición. Pero no hay posición que le
sirva para poder descansar sin dolor. Mira el reloj en la manga de su traje: son las cuatro
de la mañana. No ha dormido mucho, pero aun así se siente despierta.

Hoy empezará la marcha antes. La parte inferior del traje sigue pegada a su cuerpo,
pero ya pensará en ello cuando haya una forma segura de poder separar los pantalones
de sus piernas. Al menos no le supone carga alguna. Es bastante raro, porque eso afecta
a su digestión, aunque ayer tuvo muy poco apetito. Tal vez haya algo abajo que influya
en su metabolismo.

Consigue ponerse el HUT, la parte superior rígida, con rapidez ya profesional,


aunque dentro de la tienda no haya mucho espacio. El dispositivo multifunción muestra
el estado del traje en verde-amarillo, justo por debajo del nivel óptimo. Comprueba los
detalles. Todo parece estar funcional, aunque precisamente la bombona de oxígeno
notifica problemas. ¿Será por su caída de ayer? El depósito se ha vaciado mucho
durante la noche. Con lo que queda sobrevivirá solo hoy y, luego, se acabó lo que se
daba. Parece que tendrá que conformarse con morir aquí dentro.

Quizá debería haberse ocupado más de sus recursos. Pero tras el misterio del día
que pasó inconsciente y el hecho de que debería llevar muerta ya mucho tiempo, se
siente ya colmada y saciada de tantos sucesos incomprensibles. Quien pregunta
demasiado, recibe excesivas respuestas. Eso se lo decía mucho su abuela. Cosas que
dicen las abuelas. Pero en este caso ha hecho suya la frase. Sea lo que sea que esté detrás
de todo esto, solo puede infundir terror. Y en un entorno aterrador no necesita ahora,
para colmo, respuestas aterradoras.

Pero la pregunta se ha quedado grabada en la mente y su respuesta podría, al


menos, alargarle la vida, aunque no la encontrará dentro de la tienda. Irina empaqueta
sus cosas y se cierra el casco, quizá por última vez en su vida.
El pasillo sigue tan abandonado como el día en que recuperó la conciencia. Ayer ya dejó
atrás la zona con las estalagmitas. Esperó a que algo cambiara después y que las
estalagmitas fueran los preliminares del secreto que espera encontrar aquí abajo. Pero el
pasillo vuelve a tener el mismo diámetro que al principio. Por el centro transcurre el
canal. Y desde hace un rato está ascendiendo. Está bien poder ir acercándose a la
superficie, pero si no encuentra nada aquí, el paseo habrá sido en balde.

Irina se estira. La rabadilla le sigue doliendo, pero cree notar una ligera mejoría. No
parece estar rota. ¿Puede uno romperse el coxis? Comprueba de nuevo sus reservas de
oxígeno. Eso es lo que hay: diez horas de consumo normal, doce si se cuida, lo cual,
seguramente, se lo agradecerá la dichosa rabadilla. Pero ¿qué pasa con el oxígeno? ¿Por
qué ha consumido más esa noche que las anteriores?

Se arrodilla sobre la pierna izquierda e inspecciona a fondo la tienda. Parece intacta.


Deja entrar algo de aire desde la bombona y luego cierra la válvula. Deja la manguera
acoplada para comprobar la presión de la tienda. Presiona y arruga la tela sin que la
presión cambie. No hay ninguna fuga. ¿Y si la tela misma se ha vuelto porosa, quizás
por el frío del exterior? Un poco quizás, aunque para causar la pérdida de la última
noche, debería notar ahora un ligero descenso de la presión.

Bien; la tienda no pierde oxígeno de dentro hacia fuera. ¿Y al revés? En Héctor


utilizaban tiendas así. A veces realizaban labores de soldadura en su interior. Esas
tiendas se las vendieron como especialmente permeables. El material multicapa permite
el paso de determinadas moléculas, según la aplicación, y de otras no, o solo en una
dirección. De esta forma, las tiendas pueden utilizarse para fines distintos, para dormir
rodeado de vacío o con una atmósfera, así como para enfriar o transportar un cadáver
totalmente estanco.

Ya notó un aumento de la presión del aire al entrar en la serpens por el agujero. ¿Es
posible que haya por aquí una mayor densidad de oxígeno? En el primer aterrizaje,
causaron una explosión de polvo de carbono que casi les cuesta la vida. La débil
atmósfera no era respirable allí. Irina comprueba el indicador de presión del dispositivo
multifunción, pero deja caer su brazo de nuevo. La atmósfera es más densa que arriba,
en la superficie, pero falta mucho para poder quitarse el casco.

No es eso. ¿Qué habrá pasado entonces? ¿Qué ha pasado esta noche, distinto a las
anteriores? Le dolía la rabadilla. ¿Ha consumido tanto oxígeno por el dolor? Es
prácticamente imposible. Pero también ha montado la tienda sobre el suelo plano y no
en el canal. ¿Son las circunstancias tan distintas? Es solo medio metro de diferencia, no
más.

Lo puede comprobar. Irina se arrodilla y mete la mano derecha dentro del canal.
Nota una ligera resistencia a unos diez centímetros de profundidad. Deja un rato la
mano en el fondo del canal y lee la presión. ¡Vaya, vaya! 0,2 bar, menos que en la cima
del Everest, pero más que en Marte. La cuestión es solo: ¿0,2 bar de qué? ¿Qué gas se
acumula en el fondo del canal? El dióxido de carbono debería estar congelado a esta
temperatura, pero no el nitrógeno ni el oxígeno. Podría respirar oxígeno, pero no
nitrógeno.

¿Y en qué se diferencian ambos? De la escuela recuerda solo el test de la varilla en


ascuas. Debería encender un palito, apagar la llama y meter el resto en ascuas dentro de
la muestra. La llama volvería a prender si hay suficiente oxígeno ahí dentro. Pero el test
le falla ya por el mero hecho de que no tiene ni palitos ni una caja de cerillas. ¿Y por qué
complicarse la vida? ¿No sería prueba suficiente que pudiera quemar cualquier cosa?
Solo puede haber fuego cuando hay suficiente oxígeno para la combustión.

Busca por todos sus bolsillos. Izquierda, derecha, bolsa de herramientas, los bolsillos
en las perneras, tres bolsillos en el brazo. Luego la mochila, con todos sus escondrijos y
la tienda con todos sus bolsillos interiores. Al cabo de diez minutos no ha encontrado ni
cerillas ni encendedor alguno. Pero en un rincón de su bolsa de herramientas encuentra
el pedernal que le regaló su profesor. Y en un bolsillo interior de la tienda encuentra un
trozo de papel, curiosamente rígido por el frío reinante.

La consistencia del papel le resulta incluso ventajosa. Aunque lleva guantes, Irina
consigue romperlo en múltiples trocitos. Cuanto menor sea su superficie, más
fácilmente prenderá. Eso se lo explicó su profesor, aunque no para papel, sino para
otros materiales. Aquí no encontrará ni hojas secas ni madera vieja.

Dentro del canal crea una pequeña montañita de trozos de papel. Rompe todo el
papel que tiene y al menor tamaño posible. Hay tiempo de sobras. El ensayo tiene que
funcionar, aunque con ello se le planteen nuevas preguntas en lugar de responder a las
viejas. De dónde viene el oxígeno sería una de ellas. Pero eso es para después.

Irina observa su montañita blanca. De repente, los trocitos de papel empiezan a


moverse. Mierda, viento. Coloca de inmediato ambas manos encima, pero parte de su
montículo se le escapa entre los dedos y se reparte por el canal. Con la pierna lesionada
se acerca la mochila y la mete en el canal. Entonces levanta las manos con cuidado.
Bueno, gran parte de los trocitos sigue allí. Acerca un poco más la mochila para
proteger mejor el experimento.

Ahora es el turno del pedernal. Saca un destornillador de la bolsa de herramientas y


golpea la punta contra el pedernal para lanzar chispas contra los papelitos. En el primer
intento no pasa nada. ¿Ha confundido el pedernal con algún otro souvenir? Recuerda
muy bien cómo su profesor se lo puso en las manos como si fuera un tesoro. ¿Cómo se
llamaba? ¿Arkadi? Era invierno y hacía frío, pero un paraíso comparado con Anfitrite.

Este es el pedernal, no hay duda alguna. Solo se ha olvidado de la técnica y, con los
guantes tan rígidos, no resulta fácil. Tiene que intentarlo hasta lograrlo, así de fácil. Esa
ha sido siempre su estrategia y le ha deparado más de un éxito. Irina golpea una y otra
vez el destornillador contra el pedernal. Una vez, dos, tres, siempre con mayor rapidez,
como le enseñó su maestro. Ahora ya recuerda la escena, cuando cazaron una rata y la
asaron al fuego. Curiosamente empieza a salivar. En aquel momento se murió de asco,
pero a falta de cualquier otra cosa, no le quedó más remedio.

El destornillador golpea una y otra vez el pedernal. Ojalá no se lo cargue. No porque


pueda ser su última esperanza, sino porque le sabría mal perder ese recuerdo. Pero
necesita las chispas que pueda darle esa piedra. Por favor, pedernal, en nombre de
Arkadi, dame lo que sabes darme. Se siente como una bruja medieval, preparando un
ritual secreto, aunque solo quiere saber si…

Una chispa salta del pedernal. Irina se asombra de su nacimiento. Parece surgir de la
nada, se desprende, vuela al suelo y falla el papel. ¡Sigamos! Se crean más chispas.
Algunas tocan el papel, que no parece darse por aludido, hasta que surge una pequeña
llamita. Irina produce más chispas, una lluvia rojiza y dorada sobre la montañita de
papel que prende fuego en dos puntos más. ¡Hay combustión! ¡Y menuda llama! El
montículo de papel brilla ahora en un tono azulado. Este color es nuevo. ¿Es por el
papel, que quizás esté recubierto de algo?

Pero su montículo ha quedado ya reducido a cenizas. La llama sigue viva. Se mueve


por el canal como si no supiera bien lo que le toca hacer ahora. Entonces se decide. Se
divide por la mitad y sale disparada en ambas direcciones. Irina se queda en la
oscuridad. Observa la llamita azul que se desplaza sin ella por el pasillo, creciendo de
tamaño y cada vez más rápido, hasta que desaparece de su vista, seguramente en una
curva.

Irina se apoya en la pared. Este planeta acabará con ella. ¿Qué habrá hecho ahora?
En el canal debe haber una mezcla combustible. Nunca sabrá lo que era eso que ardía
con llama azul. Así que ha descubierto oxígeno, pero las llamas podrían haber
consumido el que había aquí. Seguro que las existencias no eran ilimitadas. No debería
repetir el experimento. Pero esta noche volverá a dormir en el canal. Si tiene suerte, se
despertará al cabo de ocho horas. Si no, morirá dormida por falta de oxígeno.

Interesantes perspectivas. Pero curiosamente ya no le tiene miedo a la muerte.

Media hora después oye un golpe sordo. Viene de la dirección en la que está
caminando. ¿Ha sido eso una explosión? Entonces aparece una nube de polvo saliendo
del canal. Podría ser la onda expansiva. Ojalá no haya causado un desastre. La próxima
vez que caiga en un agujero, se llevará una serie de instrumentos de medición consigo.
¿Cómo podía siquiera imaginar, que este planeta tuviera una atmósfera tan frágil?

Irina tiene que apoyarse en la pared cuando alcanza el final del pasillo. El cono de luz
de su foco ilumina un espacio bastante grande, una gran sala incluso. Hay cascotes por
todas partes, trozos esféricos que recuerdan a cáscaras de huevo rotas, tocones cortos y
sólidos que podrían haber sido parte de una columna griega, uniones largas,
ramificadas, en parte tan giradas y retorcidas como si les doliera algo.

La sala ha sido destrozada, es evidente. En algunos restos pueden verse huellas de lo


que eran antes. Algunas ramas están dobladas de forma que parecían sujetar esos
huevos y, a sus pies, encuentra esos tocones. Los huevos también podrían haber salido
de dentro de ellos. Ante el ojo interno de Irina aparece un bosque en el que árboles con
ramas retorcidas sujetaban huevos, cuya cáscara revienta cuando se los toca. No puede
decidirse por el color. Lo prueba con verde, por pura costumbre, pero en ese planeta
negro, cualquier color es incorrecto, así que se queda con los distintos tonos de gris.
Esos frutos huevoides son blancos y brillan desde su interior.

Entra en el campo de escombros y levanta una de las cáscaras esféricas. Parece ser
un material similar al de las estalagmitas, y evidentemente tan vacío como ellas. Deja
caer ese trozo para coger una de las ramas. Es sorprendentemente ligera y se rompe de
inmediato en dos, cuando intenta doblarla. La siguiente que prueba tampoco es muy
estable y cuando le da una patada a uno de los tocones, su pie perfora un agujero en el
material. El bosque en su cabeza se convierte en un escenario de papel y cartón.

¿Qué ha pasado aquí? Seguramente haya sido su experimento el culpable de esto.


Pero lo que ella ve como un bosque, no parece haber gozado de buena salud antes. O
intenta darle sentido a todo esto con sus patrones terrestres, con lo que todo esto resulta
incomprensible. ¿Y si toda esta sala estaba antes rellena de un líquido?

Irina se pone bien la mochila y cruza la sala. En el extremo opuesto desembocan


varios pasillos. Los cuenta a medida que los ve con el foco y llega hasta doce. Por
seguridad, se gira. De donde viene solo hay un pasillo que llegue a la sala. Si todo esto
tuviera alguna lógica, se diría que es un desagüe. Los doce pasillos son, entonces, la
entrada. ¿Tiene todo esto sentido? No puede impedir que su cerebro intente encontrar
relaciones donde igual no las hay.

Los doce pasillos proyectan una especie de sobra negativa en la sala. Es una
sensación muy rara. Están en la pared como trompas de succión. Irina nota la corriente
de aire que sale de ellos y que incluso la luz de su foco parece invitarla a acercarse.
¿Cuál de esas sombras debe elegir? Comienza con la de la izquierda del todo. Ilumina el
interior con el foco, pero no puede ver hacia dónde lleva. Ni siquiera puede ver si sube
o baja.

Pero no tiene canal en su centro. Piensa en el milagro del oxígeno adicional, que
parece tener algo que ver con ese canal. Le queda aire para un par de horas. Si no ha
acabado realmente con todo el resto de oxígeno, dentro de un canal quizá tendría
alguna posibilidad de sobrevivir. El suelo del segundo pasillo también es liso, pero en el
tercero encuentra en su centro la hendidura que está buscando. De todas formas, se
mira los demás tubos. Interesante: ninguno de ellos tiene canal. Así que su clasificación
entre entradas y desagüe no es correcta. Los dos pasillos con canal central deben tener
una función similar y, los demás, otra distinta.

Irina se agacha para entrar en el tercero. El techo es más bajo que el que ha recorrido
al llegar. Al cabo de unos pasos empieza a dolerle la espalda. A lo mejor ya es hora de
echarse a dormir. Mira su reloj. Falta poco para las 17 horas tiempo estándar. No, será
mejor alejarse de la sala antes de montar la tienda. Cuanto más lejos se vaya, más
probabilidad hay de que quede oxígeno en el canal. Irina se ríe y asiente. Parece que ya
empieza a creer en milagros. Ya solo falta que, mientras está durmiendo, Yuri encuentre
su tienda y la rescate.
7 de enero de 2079, Anfitrite

La noche ha sido horrorosa. No han sido solo los ronquidos de Doug, que le han
despertado cada veinte minutos; también han estado molestándose mutuamente
tirándose pedos. La culpa la tienen, seguramente, las asquerosas conservas que abrieron
para cenar.

El dispositivo multifunción pita varias veces. Ahora incluso Doug se despierta.

—¿El despertador? —murmura.

Yuri mira la pantalla. No ha puesto ningún despertador. El aparato solo está


avisando que ha finalizado el análisis. Se mira el resultado en pantalla. Es evidente.

—El carbono de esta muestra tampoco procede del sistema solar —dice Yuri.

—¡Lo sabía! —exclama Doug—. Ahora ya podemos estar seguros de que no se trata
de una casualidad.

—Las muestras estaban a casi cien kilómetros una de la otra, pero deberíamos
igualmente compararlo con el material en el tubo —replica Yuri—. Aquí en la
superficie, la radiación cósmica podría haber influido en la relación de isótopos.

—Está bien, lo que tú digas. Así que tendremos que bajar.

—Me temo que sí.

—Ya sé que así fue como perdiste a Irina. Pero no te preocupes. El Rover va ahora
mucho mejor que antes. No volverá a pasar algo así.

—Gracias, Doug.

Yuri se gira y busca los paños húmedos. Quiere asearse al menos un poco antes de
volver a pasar otras doce horas dentro de sus propios jugos. Doug también se prepara
para ponerse en marcha. El americano tiene una figura mejor que la de él, a pesar de ser
mucho mayor. Yuri, avergonzado, se da la vuelta cuando Doug se limpia los genitales
delante de él. A Doug le da la risa.

—Se ve que no has estado nunca en un equipo deportivo, donde todos se duchan
juntos tras un partido, ¿verdad? —le pregunta.

—El deporte en equipo ha sido siempre mi peor pesadilla —admite Yuri—. En el


fondo, cualquier tipo de grupo. Por eso me interesé finalmente a la minería en
asteroides. Pensé que allí la cosa va de hombre contra montaña.

—¿Pensabas?

—Al final resulta que siempre todo va de hombre contra hombre —dice Yuri.

—Lo siento. Has tenido mala suerte. En 2003 EH1 habrías estado mucho mejor.

—Cuando salgamos de esta miraré si aún puede obtenerse la licencia para 2003 EH1.
¿Te vendrías conmigo?

—Jamás. Mary me estará esperando ya en nuestra finca de Kentucky.

Yuri se tranquiliza. Sienta bien hablar de posibles futuros. En el fondo, Doug es un


buen tipo.

El corazón de Yuri se va calmando poco a poco. Están a punto de alcanzar el fondo del
tubo y quedan once minutos hasta que llegue la siguiente nube. No debería ser difícil
encontrar un obstáculo que les proteja, pues el suelo está lleno de los cascotes de lo que
antes fue el techo. El Rover vuelve a desplegar sus ruedas. Con eso, han llegado
oficialmente al suelo. Ahora todo recto.

—Voy a dar una vuelta por aquí —dice Doug.

Yuri se gira brevemente hacia él. Doug se desliza hacia atrás y baja por la parte
trasera del Rover. Ojalá sea precavido. Antes de continuar la búsqueda de Irina, tienen
que esperar a que pase la siguiente nube.

—¿Ya sabes que solo nos quedan diez minutos? —pregunta Yuri por si acaso.

—Sí, lo sé.
—Bien. Voy a llevar el Rover a aquella pared alta.

Yuri muestra con el foco un pedazo de roca en vertical, que recuerda a una pared.
Delante hay varias rocas más pequeñas que parece que evitan que se caiga. Yuri lleva el
Rover hasta allí. Poco antes de llegar a la pared, gira para dar una vuelta a su alrededor.
En la parte posterior también hay bastantes escombros que estabilizan el trozo de muro.
Debería ser un lugar seguro.

Aparca el Rover de forma que quede pegado a la pared, que asoma unos dos metros
por encima de ellos. Debería ofrecerles suficiente seguridad. Yuri se baja ya más
tranquilo. Detrás del obstáculo se ha acumulado una montaña de polvo que se reduce
rápidamente cerca de sus bordes. Eso muestra la zona segura. Donde haya polvo,
estarán protegidos de la nube. Si no, el fuerte viento ya lo habría eliminado de allí.

Yuri mira la hora. Si el plan horario sigue siendo válido, dentro de cuatro minutos se
pondrá la cosa seria. Pero no quiere poner más nervioso a Doug. Ya tiene edad como
para ser puntual, aunque solo conozca el efecto mortal de estas nubes por lo que le ha
contado. Yuri se quita la mochila y apoya la espalda contra la pared. La bombona de
aire le presiona contra la columna. Se deja caer lentamente hasta quedar sentado sobre
la montaña de polvo que resulta ser bastante blanda, casi como un cojín. Saca una
bolsita de la bolsa de herramientas e introduce un poco de ese polvo dentro, para un
análisis posterior.

Faltan 120 segundos. Yuri baja la cabeza. Aparecen dos piernas por la esquina. Solo
puede ver eso, dos tubos enfundados en gruesas botas. La oscuridad recorta sin piedad
el resto del cuerpo del Doug. En Anfitrite, no solo son despiadados el vacío y las nubes,
sino también la oscuridad. No es un mundo para seres humanos. Yuri no necesita
mucha luz; si no, no se hubiera postulado para trabajar en un campo de minería en un
troyano de Júpiter. Pero incluso este planeta le resulta demasiado oscuro.

Mientras la nube ruge por encima de sus cabezas, los dos astronautas se apoyan en la
pared, hombro contra hombro. Se acercan las piernas al ver que la nube vuelve a tocar
el suelo poco después del obstáculo. No es muy cómodo, pero al cabo de 40 segundos la
nube ha desaparecido.

—¿Eso era todo? —pregunta Doug.

—Sí. Ahora tenemos 27 minutos hasta la siguiente nube.


Yuri se pone en pie y se sacude el polvo del pantalón. Se acerca entonces al Rover y
lo inspecciona.

—Pues me lo imaginaba algo más espectacular —dice Doug.

—Acércate —pide Yuri.

—¿Qué pasa?

—Tienes que ver esto.

Doug se pone a su lado. Yuri enfoca su luz sobre el parachoques de la parte trasera
del Rover. Asoma unos 20 centímetros y en el espacio interior instaló Óscar unas
planchas metálicas donde poder enganchar algo.

—Vaya —murmura Doug.

En el lado más apartado del obstáculo, le faltan de dos a tres centímetros de material
a la barra, y la plancha que antes tenía colocada encima, también se ha acortado.

—Eso lo ha hecho la nube —dice Yuri.

—Supongo que ese parachoques es metálico.

—Lo es. Y ten en cuenta que solo lo ha tocado un extremo de la nube. Óscar quedó
prácticamente destrozado del todo.

—De acuerdo, me retracto. Sí que es espectacular, entonces.

—Ya me lo imaginaba. Venga, sigamos. Dentro de 25 minutos debemos haber


encontrado el siguiente escondite.

—Quizá deberíamos haber intentado encontrar un paso por encima de la serpiente.

—No te preocupes. Incluso a pie hemos conseguido encontrar siempre un lugar


protegido, y con el Rover vamos bastante más rápidos.

El dispositivo multifunción en su brazo vuelve a pitar. ¿Se estará acercando una nube?
No; solo avisa que ya hay nuevos resultados de análisis. Yuri los abre. El polvo que
recogió detrás del obstáculo tiene la misma relación inusual de isótopos que las
muestras anteriores. Pero esta vez hay más de un 60 por ciento de carbono al que se
añaden oxígeno e hidrógeno. Este polvo no puede proceder de las paredes interiores de
la serpens, ya que debería contener mucho más silicio.

—Esto sí que es interesante —espeta Yuri, con el brazo lo suficientemente en alto


para que Doug pueda ver la pantalla.

—Pues sí —dice Doug—. Oxígeno e hidrógeno, esto me suena más a un material


orgánico. ¿Hay alguna manera de comprobarlo?

—Me temo que no, el análisis solo muestra los componentes elementales, no la
composición molecular. Óscar no construyó el módulo de análisis para eso.

—Podríamos intentar ampliar sus funciones. Las moléculas orgánicas deberían


mostrar unas líneas de absorción que…

El Rover se detiene.

—Ya seguiremos hablando de eso más tarde —dice Yuri—. Al parecer, el Rover ha
detectado un obstáculo.

Yuri ilumina hacia delante con el foco, pero solo distingue el suelo plano, finamente
pulido por las nubes. El haz de luz de Doug se cruza con el suyo. Parecen estar en pleno
duelo de espadas. Yuri sonríe.

—Ahí no hay nada —comenta Doug—. Haz que el Rover siga avanzando.

—Espera. Este no se detiene porque sí. Los sensores tienen que haber detectado
algún obstáculo.

Yuri se suelta el cinturón y camina unos cuantos pasos hace delante. A los tres
metros lo ve. Algo se traga el haz de luz de su foco. No es ningún reflejo, la luz
desaparece del todo, es literalmente succionada. Es como si algo tirase de su brazo hacia
delante. Se pasa el foco a la mano izquierda y la tracción también cambia de mano.

Un par de pasos más allá se encuentra ante una especie de lago de cinco metros de
diámetro. La superficie parece una tela negra tensada. Yuri se asusta, porque algo le
toca el hombro, pero solo es Doug.

—Ah, ahí —susurra Yuri.


—¿Qué es?

—Buena pregunta.

—Diría que es un agujero. ¿Qué piensas tú, Yuri?

—Yo veo un pequeño lago.

—Un lago. Claro.

Doug lo dice como si le tomara por loco.

—Sí, ¿no ves la tensión superficial? —pregunta Yuri—. Eso no es un simple agujero,
está relleno de algo.

—No sé —dice Doug.

Hurga en su bolsa de herramientas, saca un trozo de papel, hace una bola con él y lo
tira al agujero. La bola de papel cae dentro, pero no se oye nada y, en la superficie,
tampoco se muestra ninguna reacción.

—Hmm —murmura Yuri.

—¿Lo ves? Es solo un agujero. Deberíamos seguir, la siguiente nube no nos va a


esperar.

—¿Tienes otro trocito de papel como ese?

Doug busca de nuevo en su bolsa de herramientas. Encuentra otro papelito y se lo


da a Yuri, que hace una bolita con él. Yuri conecta entonces la pequeña cámara del
casco. Todo lo que ve, lo ve la cámara también. Tira el papel al agujero. Tampoco pasa
nada esta vez.

—Típico del ser humano; ya estamos diseminando nuestra basura por ahí —dice
Doug—. Un día, un arqueólogo alienígena investigará esta cueva y se preguntará de
dónde salen esos dos billetes de lotería terrestre.

—¿Juegas a la lotería? ¿Ya sabes que es una tomadura de pelo? Solo su organizador
sale ganando.
—Y no te olvides de los gobiernos, que cobran impuestos sobre la lotería. Es solo un
poco de esperanza para mí. Por mínimas que sean las posibilidades, siempre están algo
por encima de cero.

Yuri pulsa el botón de reproducción. En la pequeña pantalla no puede ver mucho,


pero hace zoom y reproduce el vídeo a cámara lenta. Tampoco se llega a ver nada. Yuri
selecciona la mínima velocidad. La imagen salta ahora de fotograma en fotograma. La
bolita de papel se acerca cada vez un poco más a la superficie negra. En el zoom es de
un blanco brillante, mientras que el agujero es absolutamente negro. Podría pensarse
que está hecho de un material rígido, como de cristal. Entonces el papel cae dentro. No
tiene nada que ver con sumergirse en agua. Parece como si desapareciera
progresivamente de la imagen. La parte de la bolita que ya está bajo la superficie parece
limpiamente cortada. Es como si el papel desapareciera de la realidad en cámara lenta.

Entonces aparece una pequeña ola. No es de extrañar que no la vieran a simple vista.
Se mueve solo una fracción de segundo, se eleva más o menos un centímetro y luego se
extiende concéntricamente por la superficie. Pocos fotogramas después también ha
desaparecido y el lago vuelve a estar negro y paralizado frente a ellos.

Yuri cuenta los fotogramas. La ola solo ha necesitado medio segundo para
distribuirse del todo. La sustancia que hay dentro del agujero debe tener una viscosidad
muy baja. ¿Será la misma sustancia sobre la que se desplazan las serpentes? Una
viscosidad tan reducida junto con una gran resistencia a la compresión serían las
cualidades perfectas para un excelente lubricante.

—Deberíamos continuar ya —opina Doug.

—Tienes que mirar mi grabación —dice Yuri—. Este agujero es extremadamente


interesante.

—Ya habrá tiempo después para eso, cuando estemos seguros.

—Tenemos que investigarlo. Creo que lleva a la parte inferior de la serpens.

—¿Me permites recordarte que el último rastro de Irina lo encontramos al final de


este tubo, en la montaña de escombros? Creí que íbamos en busca de tu amiga y que
está en peligro. Este agujero no se nos escapará.

Yuri guarda el recorte en cámara lenta. Doug tiene razón. Tienen que cruzar cuanto
antes la serpens. El agujero tendrá que esperar.
Trece minutos después están sentados en un nicho de la pared. Han aparcado el Rover
detrás de un montículo de unos tres metros de altura, pero ya no quedaba espacio para
ellos. Doug quería meterse debajo del Rover, pero Yuri encontró entonces el nicho.
Tiene una profundidad de unos dos metros. Doug y Yuri se meten dentro muy
apretados entre sí. Parecen una parejita de amantes.

La nube es extremadamente puntual. Yuri se reclina contra la pared y cierra los ojos.
Tiene la sensación de no ser la primera persona aquí. Junto a él está Irina, abrazada a su
mochila. Pero evidentemente es Doug quien le está acompañando. Y Yuri le está
agradecido por ello. Sin embargo, sigue teniendo la sensación de que Irina está muy
cerca. ¿Será que les falta poco para alcanzar su destino? ¿Qué se encontrarán allí? ¿El
cadáver de Irina? A decir verdad y para ser realista, a estas alturas no cabe ya otra
posibilidad.

Tras el paso de la nube, controlan juntos el Rover. Yuri intenta recolectar un poco
del polvo detrás del montículo, pero el material está aquí totalmente cocido, casi
sinterizado. No consigue arrancar ni un trocito. Reina un cierto ambiente pesimista. El
silencio se impone entre ellos. Incluso Doug parece ausente. ¿Qué le estará rondando
por la cabeza?

—¿Echas de menos a tu mujer? —pregunta Yuri.

—Sí. Aunque tampoco es tan grave. Estoy acostumbrado a pasar mucho tiempo lejos
de ella, pero por ahora no veo cuándo podremos reunirnos.

—Seguimos teniendo una nave en órbita con la que puedes volver a la Tierra en
cualquier momento.

—Pero para ti no parece una opción.

—No te preocupes por mí. Si no encontramos a Irina viva, tampoco me interesa


pensar en volver a casa.

La serpiente acaba en una especie de terraza. El tubo se abre de repente y permite ver
un valle muy escarpado, que bajo la luz del foco solo muestra una silueta aproximada.
Yuri para el Rover aún dentro del tubo. Entonces salen los dos caminando.
La terraza no tiene barandilla, por supuesto, así que Yuri se mantiene a cierta
distancia. Doug sigue avanzando.

—Estamos a un metro y medio del suelo —dice entonces.

—¿Ves algo?

—El suelo parece muy resbaladizo y de vez en cuando salta alguna piedrecilla.

—Procura mantenerte a resguardo.

—No te preocupes, Yuri. Esta serpens ya no es tan rápida.

—¿Crees que se va a parar?

—Según las imágenes de la cámara con ese montón de escombros, yo diría que sí —
responde Doug.

—Pero ¿sabes lo que eso significa? Si la serpens se para, expulsará todo el material
que trae por su propia inercia.

—Calculo que aún va a unos 15 kilómetros por hora. Los inmensos bloques de roca
no se van a mover por eso. El montículo de escombros se habrá formado de otra
manera.

—Pues sería bueno para nosotros. Quizás, antes, las serpentes eran mucho más
rápidas —dice Yuri.

—Es muy probable. Ahora hemos medido una aceleración. Voy a intentar meter
algo de ese lubricante en un recipiente de prueba.

Doug regresa al Rover dos minutos después. Sostiene una bolsita en alto.

—Analiza esto, a ver qué sale.

Doug le entrega la bolsita. Yuri la palpa. La sustancia en su interior se parece a la del


polvo. Pero con guantes de traje espacial, todo debe notarse casi igual. Introduce una
parte de la muestra en el analizador e inicia el proceso.

—Estoy cansado.
—Yo también. Pero antes de prepararnos para pasar la noche, esperemos a que
hayamos llegado a los escombros.

La serpens se para antes de que acabe de pasar la siguiente nube. El Rover espera en el
borde de la terraza.

—¡Ahora! —dice Doug.

—Vale.

La montaña que les ha traído hasta aquí ya solo avanza a 1 km/h. El Rover va más
rápido incluso sin ruedas. Yuri arranca en el modo oruga. Se vuelca en vertical hacia
abajo. Debería haberlo previsto, pero está tan sorprendido que su torso sale disparado
hacia delante y su casco casi choca contra el suelo. Doug lo sujeta de inmediato por un
lado e impide que suceda lo peor.

—¡No tan deprisa! —dice Doug.

Entonces alcanzan el suelo. Yuri deja que avance un poco más. De vez en cuando
echa un vistazo a su alrededor. Cuando están ya a unos veinte metros por delante de la
montaña, despliega las ruedas. Ahora ya no puede pasar nada.

Yuri pisa a fondo hasta alcanzar una loma de unos diez metros de altura, compuesta
por bloques de roca pequeños y medianos. Se para.

—Esto me resulta conocido —dice Doug.

—Sí, es la parte de atrás de la montaña de escombros —interviene Yuri.

—Pues entonces tenemos que ir en esa dirección.

Doug camina hacia los primeros bloques e intenta moverlos. Parecen muy estables.

—Vamos, el Rover podrá con esto —opina Doug.

Yuri vuelve a subirse con lentitud. Detrás de este montículo quizá les está esperando
el cuerpo de Irina. Entonces se habrá acabado toda la esperanza que le ha acompañado
hasta aquí.
—Tómate el tiempo que necesites —dice Doug—. La serpens no nos alcanzará hasta
dentro de unos veinte minutos como más pronto, así de lenta se ha vuelto.

Doug adivina lo que está pensando. Puede que incluso pueda verle la cara por el
visor del casco.

—Me gustaría saber qué ha pasado con ella —murmura Doug.

Pues no, lo le entiende. Y es que Yuri preferiría no saberlo.

—Se acabó esa inseguridad —exclama Doug.

—¿Qué sabrás tú?

—Pues que ahora vas a poner tu culo en el Rover como un hombre y te enfrentarás
cara a cara con la verdad.

O se pelea con Doug o sube al Rover. No hay solución intermedia. Yuri no tiene
ganas de pelearse con traje espacial puesto, así que opta por subirse al vehículo.

La zona frente a ellos se asemeja a un circo romano, donde alguien ha destrozado, a


mazazos, los asientos de las gradas. En el centro, hay un área despejada a la que el
Rover está descendiendo. Yuri mueve el foco de izquierda a derecha. Espera descubrir
algún reflejo blanco. Irina llevaba su traje espacial cuando la vio por última vez. Las
rocas a su alrededor parecen llevar aquí mucho tiempo. La serpens debió desplazarlas
cuando se movía más rápido. Si Irina está aquí, estará encajada en algún resquicio entre
las rocas.

Yuri para el Rover en la superficie interior ovalada. Está llena de polvo. Nunca antes
había visto una capa de polvo tan espesa en Anfitrite. ¿Serán las nubes las causantes? Se
desabrocha el cinturón y desciende. Sus botas se afianzan en el suelo. Es un hombre
fuerte. No hay motivo para tener miedo.

—Ven, vamos a inspeccionar esta zona —dice.

Doug asiente y le presiona el hombro.

Lo primero que encuentran son huellas de botas. Pero son curiosas. La bota
izquierda se presiona en el polvo a bastante profundidad. Por el tamaño, bien podría
ser de Irina. La huella de la bota derecha no se reconoce muy bien, como si el viento la
hubiera borrado en parte. Pero a la derecha y a la izquierda de la huella hay dos
agujeros redondos y profundos.

—Mira esto —pide Yuri.

Doug se le acerca. Sostiene algo en alto triunfante.

—He encontrado una lata vacía —dice Doug—. Arroz con pollo.

—¡Quieto! —le advierte Yuri.

Doug ha estado a punto de borrar la huella.

—¿Ves eso?

Yuri señala al suelo.

—Vaya, parece que se ha tenido que entablillar la pierna derecha —dice Doug.

—Ojalá no se la haya roto —murmura Yuri.

Las huellas llevan hacia la montaña, pero luego se pierden, allí donde ya no hay
polvo.

—Parece que se retiró al interior de la serpens —dice Doug.

—Pero busquemos antes un poco más, a ver si encontramos más huellas. No quiero
que luego nos lo tengamos que reprochar. Puede que solo se haya paseado un poco por
aquí.

Para meterse en una grieta y morir. Pero esto último no lo dice en voz alta.

No encuentran nada más excepto un par de pañuelos húmedos, duros como la madera.
Yuri busca rastros de sangre, pero no encuentra ninguno.

—Parece que sí ha regresado a la serpens —dice Doug.


—Pero ¿por qué? —se pregunta Yuri—. ¿Viene hasta aquí para dar entonces media
vuelta? ¿Por qué no se ha ido directamente al punto de aterrizaje? Debería haber
supuesto que nos encontraría allí. ¡Y, además, está herida! ¿Se lo habrá hecho al caer?

—No lo sé, Yuri.

—Quizá no ha llegado aquí voluntariamente. La serpens podría haberla expulsado


mientras estaba inconsciente.

—Entonces habrá tenido una suerte inmensa que lo la pillara ninguna nube.

—Y luego una terrible mala suerte porque no nos alcanzó. Me alcanzó. Debería
haber… perdona. Ir a rescatarte primero ha sido lo correcto. Las posibilidades de
encontrar a Irina con vida ya eran mínimas.

Yuri dice esto, pero en el fondo no se lo cree. Aunque parece que con ello ha
convencido a Doug.

—Lo siento en el alma, amigo —lamenta Doug—. Me habría encantado conocer a


Irina. A lo mejor la encontramos dentro del tubo.
8 de enero de 2079, Anfitrite

Yuri no la ha rescatado. No se puede una fiar de los hombres, siempre hay que hacerlo
todo una misma. Irina empaqueta la tienda. No ha dormido ni tres horas, pero su
estado de ánimo es como cuando… como cuando… no se le ocurre ningún día
comparable. Está sucediendo un auténtico milagro. Ha podido verlo en directo.
Comprobó el nivel de oxígeno de la bombona cada vez que la rabadilla la despertaba
con dolor. En las tres primeras ocasiones no se lo podía creer, pero entonces empezó a
marcar el nivel actual haciendo una muesca en el borde del instrumento con el cuchillo.
La prueba es ahora más que evidente. Sus reservas han aumentado del 15 al 45 por
ciento.

¿Cómo es posible? Tiene una teoría. La tela de la tienda es un material activo. No


deja que salga nada, pero cuando la presión parcial de un factor deseado en el exterior
es lo suficientemente grande, deja entrar las moléculas. El sistema de mantenimiento de
vida del traje está programado para mantener la situación en su interior lo más
constante posible. Si desde el canal en el exterior llega oxígeno, el mantenimiento de
vida filtra el oxígeno excedente del aire y lo guarda en la bombona.

Repasa de nuevo su teoría y no le encuentra ningún pero. ¿Qué diría Yuri de ello?
Seguramente le advertiría que con esas suposiciones parece que ha perdido un poco la
cabeza. Que en un planeta como Anfitrite haya oxígeno fluyendo por un canal y que,
además, alcance una presión parcial suficientemente alta para atravesar la tela es algo
que no se lo creería ningún planetólogo.

Pero ¿por qué no? ¿Qué le pasaría a la Tierra si se alejara del Sol a unas 200 unidades
astronómicas como Anfitrite? Su atmósfera se congelaría. Y al acercarse de nuevo al Sol,
se invertiría el proceso. Los puntos de fusión del nitrógeno y del oxígeno no coinciden,
así que se liberarían también por separado. Debe haber un momento en el que salga,
sobre todo, oxígeno del interior hacia el exterior.

Todo esto no es más que teoría. Para demostrarla tendría que encontrar la fuente del
oxígeno, reservas subterráneas donde se almacena el gas congelado. Reservas que, a lo
mejor, no tienen la forma de naves o almacenes gigantescos, sino que se encuentran en
las grietas y los poros de la roca. No puede asumir la labor de los geólogos sin el
equipamiento necesario. Deberán ser otros los que lo descubran. Con sobrevivir, ese día
y el siguiente por la noche, y tener suficiente aire para respirar, le bastará.
8 de enero de 2079, Anfitrite

El despertador suena a las cinco. Yuri se ha dejado convencer de que necesitan


descansar esa noche, pero se niega a que sean más de seis horas. Tienen que encontrar a
Irina hoy. Hoy es el día. O eso espera.

—Venga, en marcha —dice, dándole un empujoncito a Doug.

—Ya voy, ya voy.

¿Dónde puede estar? Deberían haberse movido desde el principio por el interior del
tubo; seguro que se habrían encontrado con Irina. Pero ahora no puede distraerse con
estos pensamientos.

—¿Quieres un café? —pregunta Doug.

—No, gracias.

—Tampoco está tan mal. ¡Incluso caliente!

Doug le muestra una lata con el nombre de una conocida marca de café. Debe incluir
su propio sistema de calentamiento, pues en la tienda no hay microondas.

—El café me pone nervioso —dice Yuri—. Y ya estoy bastante tenso.

—Comprendo.

—Gírate, por favor.

Doug se da la vuelta. Nunca ha podido estar en un váter junto a otros hombres,


meando en un recipiente blanco. Pero ahora tiene ganas y solo dispone de la botella. De
esta manera, el mantenimiento de vida puede reciclar el líquido. Por suerte, Doug no le
habla y consigue vaciar su vejiga.

—Listo —dice entonces.


—Enhorabuena. ¿Quieres un café ahora?

—Todavía no. Pero estaría bien que te vistieras.

—Enseguida empezamos. Hoy va a ser el día, ya lo verás. La encontraremos,


créeme.

¿De dónde saca Doug esa seguridad? ¿Será la sabiduría que confiere la edad? En
situaciones como esa no estaría tranquilo ni teniendo 64 años. Pero, para Doug, es más
fácil, ya que no depende de nada para él.

Dejan pasar una nube más y Yuri pone en marcha el Rover. El mando del vehículo ya
ha registrado el tramo en el viaje de ida, así que pueden desplazarse a máxima
velocidad. Sea donde sea que esté Irina, hoy la tienen que encontrar. El Rover acelera,
igual que sus pulsaciones. Detrás de él nota a Doug que se inclina notoriamente hacia
delante.

Da algo de miedo desplazarse en plena oscuridad, aunque vayan a 15 kilómetros


por hora. Los faros no alcanzan más allá de veinte metros, una distancia que el Rover
supera en unos cinco segundos. A veces, parece incluso que van a adelantar a la luz. Eso
pasa, sobre todo, cuando el suelo asciende ligeramente, mientras que, al descender, la
luz parece querer escaparse.

Tienen que hacer una pausa detrás de una roca y, luego, llegan al agujero que
descubrieron a la ida. El Rover se detiene automáticamente porque lo reconoce como
obstáculo, aunque podría rodearlo para evitarlo. Yuri ya se imagina lo que toca ahora.
Le gustaría poder acelerar.

—Deberíamos mirarlo de cerca —opina Doug.

—Nos robará tiempo —le contradice Yuri.

—No puedes excluir la posibilidad de que Irina haya dejado alguna pista aquí. ¿Es
curiosa?

—Sí.

—Míralo. Parece un lago. Y piensa en el experimento.


—Tienes razón. Yo también quiero descubrir adónde lleva el agujero. Solo tengo
miedo de que mi curiosidad nos cueste un tiempo valioso o quizás, incluso, más.

—No lo sabes, Yuri. A lo mejor, Irina nos espera en el fondo de ese lago.

—¿Como una sirenita de los mares? Has leído demasiados cuentos infantiles.

Yuri se baja, pero se lo piensa mejor.

—¿Qué vas a hacer? —pregunta Doug—. ¿Quieres dejarme solo?

—Será solo un momento. Tengo que poner el Rover a buen recaudo, por si
necesitamos más tiempo para analizar el agujero.

—Hay una especie de escalera —dice Doug.

El americano está en medio del extraño lago. Está cortado por la mitad, a la altura de
la cadera. Entre ellos hay un cable de seguridad. Yuri se inclina un poco hacia atrás para
tener mejor apoyo.

—¿Cómo está el agua? —pregunta Yuri.

—No es ningún líquido —dice Doug.

Doug mueve los brazos, pero el nivel del lago no se mueve. Yuri recuerda su
experimento en el viaje de ida. Hay que mirar con mucho detenimiento para detectar
cambios en la superficie.

—Tal vez sea la misma sustancia lubricante que hay bajo la serpiente y que aquí está
en forma gaseosa —dice Yuri.

—Ya he pensado también en ello. Pero entonces, el agujero lleva…

—… debajo de la montaña, exacto.

—Voy a intentar bajar más.

—Ten cuidado, Doug.


Doug se agacha hacia delante. Estará tanteando con los pies. Entonces se sumerge
más hasta que solo asoma su cabeza que gira buscando otro borde.

—Esto sigue bajando —dice Doug.

—De acuerdo.

Dough desaparece, pero una mano emerge a la superficie. Yuri necesita un


momento para entender lo que pasa. Es Doug que le envía un saludo.

—Sigo bajando.

—Mantengamos contacto por radio.

Doug desaparece por completo. El lago está totalmente quieto, como si el hombre
que hace un momento estaba allí no hubiera existido nunca.

—¿Todo bien, Doug?

Pero no recibe respuesta. Yuri tira brevemente del cable y Doug responde de la
misma manera. Esa sustancia en el agujero bloquea la radiación electromagnética por
completo. Apunta el foco sobre la superficie y el rayo de luz acaba en la pared, encima
del agujero. ¡Reflexión total! Esto sería una explicación. Lo más curioso es que actúa
sobre el espectro completo.

Doug vuelve a dar un tirón del cable. Es la señal de que todo va bien y sigue
avanzando. Yuri suelta más cable. Se repite tres veces. El cable da dos tirones. ¿Qué
querrá decir Doug con eso? No es una señal de emergencia. El doble tirón se repite.
¡Claro! Doug quiere hablar con él. ¿Por qué no sube, simplemente? Tonterías. Solo
necesita bajar dos escalones y meterse él mismo en el agujero. Al parecer, en los
primeros escalones no hay peligro alguno. Y una vez sumergido, ya no habrá reflexión
total para comunicarse por radio.

Yuri da un tirón y se mete en el agujero. Los escalones son bastante altos. Tal y como
dijo Doug, no se nota nada ese «líquido». Baja otro escalón y se sienta en él. Su casco ya
está bajo la superficie.

—Doug, ¿qué tal? —pregunta.

—Ah, así está mejor. Creo que he llegado al final de la escalera. Aquí hay una
pequeña plataforma.
—Entonces deberías dar media vuelta.

—Pero parece que eso sigue. Detrás de la plataforma, hay un agujero cuya
profundidad no puedo calcular.

—No dirías eso si no pretendieras…

—Exacto, Yuri. Quiero descender con el cable. Y para eso necesito tu ayuda.

—Podría ser muy peligroso. Quizás acabas debajo de la serpens.

—Pero si eso es precisamente lo que nos interesa. Allí debe estar el lubricante. Y
quizás esté también Irina.

—Joder. Esto no me da ninguna buena sensación. Si acabas entre montaña y fondo


serás triturado.

—¿Crees que Irina habría desperdiciado la oportunidad de aprender más de


Anfitrite?

—No. Seguro que también descendió hasta el fondo.

—¿Lo ves?

—De acuerdo, Doug. ¿Cuándo empezamos?

—¿Por qué no ahora?

Está inmerso en la más completa oscuridad. Lo único que le une al mundo exterior es
un cable en cuyo extremo Doug está descendiendo hasta una profundidad desconocida.
Yuri está en el penúltimo escalón. Va soltando el cable con su pesada carga alrededor de
sus botas, firmemente presionadas al suelo.

—Ahora veo algo —le dice Doug.

—¿El qué?

—No lo sé aún. Seguramente el suelo. Pero parece moverse.


—Debe ser ya la superficie del planeta. ¿No te ha triturado?

—Ja. Al parecer, no. La serpens parece desplazarse sobre un canal profundo. A lo


mejor le sirve como guía.

—¿Algo más? Será mejor que subas.

—Abajo, en el suelo, hay una depresión, una especie de canal dentro del canal.

—¿Lleno de algo?

—Parece vacío. Aunque… algo viene ahora. Bájame un poco más. Intentaré cogerlo.

Yuri suelta medio metro más de cable y se imagina a Doug como un acróbata
colgando de un cable e intentando coger algo del suelo.

—Ya lo tengo —dice Doug.

—¿Y?

—Es un pañal.

Yuri está a punto de soltar la cuerda.

—Repite eso.

—Un pañal. Sí, sé lo que eso significa.

—Tenemos que bajar para buscarla.

—¿Y si el pañal ha llegado hasta ahí de alguna otra forma?

—Eso no te lo crees ni tú.

—Tienes razón, Yuri. Vamos a por ella. Aunque no sé cómo vas a…

—Atención, voy a dejarte en el suelo.

—¿Qué haces?

—Voy a soltar el cable.


—¿Y tú?

—Ahora lo verás.

Yuri suelta el cable de sus manos. Doug suelta un grito apagado. Yuri se sienta en el
último escalón, se da la vuelta y se deja resbalar por la pared. Ahora ya solo está sujeto
con las manos en el borde del escalón.

—¿Todo bien por ahí, Doug?

—Sí, estoy bien.

Yuri se suelta. Se deja resbalar por la lisa pared. De repente desaparece la pared.
Consigue doblar las piernas para amortiguar el golpe y aterriza con dolor en el suelo.
Debería haberse descolgado con el cable.

—Aichs…

—¿Estás bien? —pregunta Doug.

Yuri se palpa el traje. No ha sufrido ningún daño. Da un paso. No le duele nada.

—Mejor que nunca —afirma—. ¿Tú también?

—He tropezado con algo —dice Doug.

—Vaya, ¿te has hecho daño?

—Estoy ileso, pero…

—¿Qué?

Yuri ilumina el pasillo con su foco. A un par de metros de distancia está Doug,
arrodillado. Junto a él hay un saco deforme. ¿Es la mochila de Doug? No, porque la
lleva a la espalda. Dice que ha encontrado algo. Yuri mira de nuevo. Detrás de Doug, la
oscuridad parece hincharse como un río. Aún hay una barrera invisible que los retiene.

—¿Qué es? —pregunta Yuri.

—Ven y míralo tú mismo.


Yuri se acerca temblando. El saco tiene la forma de un traje espacial y, dentro de él,
hay una persona. Yuri reconoce ahora el casco. El visor es transparente. Detrás se puede
ver una cara pálida. Es la de Irina. Han llegado demasiado tarde.

La oscuridad cae sobre él con todo su poder. Cerrar los ojos no ayuda en nada. El
torbellino lo alcanza y se lo lleva con él. Sus extremidades chocan contra la dura roca.
Su casco se golpea tan fuerte que le deja sin aire. Yuri cae y la oscuridad se convierte en
un brillo deslumbrante.
15 de mayo de 2079, Ganymed Explorer

—Crowley, Nkrumah, asegurad las cabinas. Strombomboli, Pippen, vosotros ocupaos


de la zona del WHC. Dimitrenco, Shultz, vosotros conmigo a la central.

Vera flota a dos pasos de la compuerta de la esclusa. Su cuerpo está ahora oculto
detrás de Nkrumah. No parece haber nadie a bordo, pero a lo mejor es precisamente lo
que quieren hacerles creer. Es probable que les estén esperando con las armas a punto.
Vera no tiene ningún problema en que Nkrumah sacrifique su vida por ella. Para eso
está. Su función es planificar la intervención de tal forma que el riesgo para todo el
grupo sea mínimo. Pero aquí son todos prescindibles. Incluso ella misma, no se hace
ilusiones de ningún tipo. Lo único que ambiciona es ser la última en morir.

—¡Ábrela! —ordena.

La compuerta de la esclusa se abre chirriando. No entra ningún vapor ni se oyen


silbidos de aire, como a veces se ve en las películas. ¿Para qué? El aire en la nave es
demasiado seco y una esclusa está precisamente para eso, para equilibrar la presión.
Solo silbaría si estuviera defectuosa.

Pero en la Ganymed Explorer no hay nada defectuoso. La nave está, por lo que ha
podido ver hasta ahora, en estado impecable; los pasillos iluminados y el aire
agradablemente fresco. Solo que parece que no hay nadie en casa, esperándoles.
Crowley y Nkrumah saltan, sin esperar más órdenes, en una dirección; Strombomboli y
Pippen en la dirección opuesta. Pippen vuelve a intentar sus movimientos de natación.
Ya le ha dicho mil veces que no sirven absolutamente de nada en la ingravidez, pero
cuando la cosa se pone seria, su reacción instintiva anula todo lo aprendido.

Los últimos dos hombres esperan a que ella se ponga en movimiento. La siguen a
unos pasos de distancia; es a lo que están acostumbrados. Vera les hace un gesto y sale
de la esclusa. Se da un buen empujón, por lo que sale volando por el eje central.
¿Debería desenfundar su arma? No le da tiempo a poner la idea en práctica, porque la
compuerta de la central ya se ha abierto. Ha cometido un error y eso la fastidia, aunque
no haya pasado nada. Las situaciones no siempre esperan a sus órdenes. Tiene que
pensar con más antelación.

—Central asegurada —afirma Dimitrenco.

—Central asegurada —contesta también Shultz.

Shultz siempre es algo más lento. Y, además, se lo hace saber a todos, en lugar de
mantenerse calladito. Pero Vera insistió en volver a llevárselo. Puede que no sean los
mejores seis hombres, pero los conoce y puede fiarse de ellos, también en sus errores.
Con desconocidos tiene que contar siempre con todo y eso, en una situación de peligro,
puede resultar mortal.

—Gracias —dice—. Ya podéis sacar los trastos de la lanzadera. Avisad a los demás
para que os ayuden. Parece que nuestros objetivos ya no están a bordo.

La lanzadera que les ha traído de su rápida nave de transporte está acoplada a la


esclusa. Shultz y Dimitrenco salen de la central. Dimitrenco va flotando por delante y
Shultz le sigue.

Ahora se ha quedado sola. Se sienta en la butaca del comandante y pasa la mano por
encima de la pantalla, donde hay polvo acumulado. En la ingravidez, el polvo no se
deposita solo, a no ser que la superficie en cuestión lo atraiga electroestáticamente.
Como la pantalla. Se ha acumulado tanto polvo, que sus dedos producen hasta copos.
Empuja uno con los dedos y sale volando como la pluma de una garza por la central.
¿Dónde estará la tripulación? ¿Cómo se llamaban? Ah, sí, Jakutina y Rott. La Ganymed
Explorer no mostró reacción alguna ya durante su aproximación. Ya se imaginaba que
la nave estaría vacía. Es un misterio que ya solucionará, y de todos los misterios, ese es
el más sencillo. Lo que más le interesa es saber qué hace ese polvo negro. Para qué se
puede utilizar.

Vera mete la mano en el bolsillo de su uniforme. Allí está, el scrambler. El aparato


parece un simple lápiz de memoria, pero muchísimo más caro. Se agacha y lo inserta en
una de las tomas del terminal. El scrambler es una inversión, su inversión. Tan pronto
enciende un ordenador, cifra todos los programas y datos. El usuario no se entera de
nada mientras no lo extraiga. Ese aparato le permite vender lo que encuentre con él al
mejor postor, en lugar de conformarse con los honorarios de su jefe. Después, no
aceptará jamás otro encargo más. El scrambler es su seguro… y su futuro.
Nota del autor

Queridas lectoras, queridos lectores: Soy consciente de que este libro acaba en un
momento especialmente delicado. Es algo que suele suceder con los segundos libros de
una trilogía. Llevan a nuestros héroes y heroínas hasta los momentos más oscuros (lo
cual no es difícil en Anfitrite), para que en la tercera parte… No, no voy a desvelar
nada. ¿Se les ocurre ya cómo podría acabar esta obra? Pues entonces ya saben más que
yo. A mí me lo van revelando los protagonistas a medida que escribo. Se esfuerzan en
dejarme muchas pistas, pero de ahí a convertirse en una historia es algo emocionante
hasta para mí, y es lo que precisamente más me gusta como escritor. En el último
capítulo ya les doy una idea de qué les esperará en el tercer libro. Y sabrán,
naturalmente, lo que este Planeta Negro, que atrae a todo tipo de cazadores de fortunas,
como la fruta madura atrae a las moscas, ha venido a hacer en este lejano rincón de la
Vía Láctea.

¿Qué otras novedades les puedo contar? Últimamente, cuando no escribo, me


dedico a estudiar. Mi objetivo es un lograr el Master of Space Science de la reputada
International Space University (ISU) de Estrasburgo. Lamentablemente, en la
actualidad, las clases son online. Ya he pasado mi primer examen. Una sensación
intrigante, ya que mi último examen lo tuve hace un cuarto de siglo (si no contamos el
título de la academia de baile). Los estudiantes de la ISU suelen acabar en numerosas
empresas e instituciones relacionadas con el espacio. Y dentro de dos años, espero,
habrá también uno entre los autores de ciencia ficción.

Además, estoy preparando un proyecto secreto, que por ahora llamo solo «G». No se
lo digan a nadie, pero se trata de una novela gráfica, también llamada cómic, que cuenta
la historia de Encélado con imágenes.

Aquí suele haber normalmente una biografía. Pero la vida de un potencial noveno
planeta ya la describí en la primera parte de la trilogía. Por eso, esta vez, y de forma
excepcional, acabo mi libro con esta nota de autor.

Un sincero saludo desde mi noctámbulo ordenador.


Brandon Q. Morris
La gran final de la trilogía de Anfitrite.

Dos proscritos van en pos de una astronauta que parece haber resucitado de entre los
muertos, mientras que un grupo de mercenarios tiene el encargo de llevarse consigo a la
Tierra, cueste lo que cueste, el secreto de este intruso en el Sistema Solar.

Para ambos grupos, Anfitrite –el Planeta Negro– se convierte en el escenario de sus
batallas. Pero no hay otro lugar en el universo conocido, donde la vida y la muerte
vayan tan estrechamente ligadas como en este extraño mundo, que interviene
finalmente en la historia con su propio estilo. La humanidad debería mantenerse bien
alejada, pues Anfitrite no es un cuerpo celeste normal: es el Planeta Negro.
Brandon Q. Morris
Anfitrite 3: El planeta negro

Hard Science Fiction

Anfitrite - 3
8 de enero de 2079, la Holandés Errante

—¿Estamos todos? —pregunta Kofi.

—Creo que sí —responde Vera—, así que no nos sigas teniendo en ascuas,
Nkrumah.

Denise le da un pequeño codazo a Meltem. «¿Qué es lo que pretende?», le pregunta


en silencio.

Meltem se encoge de hombros. Vera ha invitado a toda la tripulación a una


presentación. Solo les ha dicho que el químico quiere mostrarles algo extraordinario.
Parece que ni siquiera la capitana sabe de qué va el asunto.

—¿Está cerrada la puerta exterior? —pregunta Kofi.

—Cerrada —confirma Denise.

Ha sido la última en entrar. Hay demasiada gente y eso la pone nerviosa. Incluso en
el techo hay gente apiñada.

—Échate un poco para atrás, Frank —pide Nkrumah.

La estrechez del espacio genera cierto agobio que afecta tanto a Meltem como a
Denise; de hecho, esta se siente muy tensa e intenta respirar hondo. ¡Que Nkrumah se
dé prisa, por favor!

Los que están delante de ellas se van situando mientras susurran entre sí. La
mayoría va en chándal, solo Frank y Maurice visten de uniforme. Seguramente están de
servicio. El anuncio debe ser importante ya que Vera también los ha convocado y no
suele dejar la central sin vigilancia.

Denise flota hasta la siguiente estancia. Allí no se encuentra tan apretujada. Pero se
da cuenta porque los demás se distribuyen mejor. Y es que, en ese sitio, que es como
una sala grande, reina una oscuridad total.
—Creo que estamos en el garaje —susurra Meltem a su derecha.

Denise no puede verla, pero nota una mano cálida, que la coge del brazo, y le parece
vislumbrar el contorno de Meltem en la oscuridad.

—Atención, voy a encender la luz —dice Kofi.

Denise cierra los ojos instintivamente, pero la habitación no se inunda de claridad.


Solo el haz de una linterna corta la oscuridad. ¡Vaya, llevaba todo el tiempo mirando al
techo! Así que se gira. El químico apunta la linterna hacia un recipiente de cristal en el
que hay una montañita de algo negro. Por su forma cónica, imagina que se trata de un
polvo muy fino, aunque enseguida comprende que eso es una tontería. Ese aspecto no
tiene sentido en un estado de ingravidez, así que concluye que Nkrumah ha debido
darle esa forma.

La luz de la linterna parece poner el montículo en movimiento. Es como si esa


arenilla negra comenzara a hervir. Se oye crepitar algo. ¿De dónde sale ese ruido?
Denise se acerca un poco más, hasta que se da cuenta de que entre ella y la montañita
hay un cristal. La arena parece chocar contra él.

Kofi Nkrumah enciende una segunda linterna. La sujeta de forma que su luz
también incide sobre el polvo negro. El borboteo y la crepitación aumentan.

—Debería empezar ya —dice Kofi.

—¿El qué? —pregunta Vera, pero el químico no responde.

La montañita negra parece calmarse. Denise baja la mano de Meltem del hombro y
la sujeta entre las suyas. Nadie dice nada. Es como si la tranquilidad que reina tras el
cristal se hubiera transmitido a la tripulación, que observa expectante. Denise se frota
los ojos. Centrar la mirada en un punto de luz, en medio de la oscuridad, le provoca
cierto dolor en las sienes.

La luz desaparece de pronto. Un murmullo de sorpresa recorre la habitación. Los


haces de luz de las linternas siguen apuntando el mismo sitio, pero ahora solo hay un
profundo negro. ¿Qué les está mostrando Nkrumah? Es como si miraran dentro de la
nada. No es una sensación agradable, pues esa nada parece atraer a Denise. De pronto,
esta se deja llevar por esa atracción, pero Meltem la sujeta.

—¡Cuidado! —susurra Meltem.


Denise intenta fijar la mirada. El interior no es visible, pero sí los bordes, que se
aprecian nítidamente recortados. Forman una elipse, un huevo tumbado. Arriba, sobre
el huevo, se está formando una elevación que parece un grano molesto sobre esa forma
ideal. La elevación crece. Podría tratarse de un humano minúsculo en cuclillas que,
ahora, se levanta abriendo los brazos. Su perfil puede reconocerse claramente sobre el
fondo iluminado. Sus brazos se alargan. Entre ellos y el cuerpo de ese ser está creciendo
materia. La figura se convierte en una mariposa ante los ojos de Denise. De repente, le
crecen unas antenas sobre la cabeza, que comienzan a girar en todas direcciones.

La mariposa bate las alas tres veces y entonces se eleva. Un murmullo de sorpresa se
extiende por la sala. La mariposa parece haberle pillado el truco y empieza a volar con
mayor elegancia dentro del recipiente de ensayo. Se dirige a la fuente de la luz. Cuando
llega al punto donde se cruzan los haces de ambas linternas se queda quieta. ¿Estará
pensando cuál de las dos elegir? Se decide por la de su derecha. A medida que el haz de
luz se torna más fino, la mariposa se mantiene justo en su centro.

Continúa con esa estrategia hasta que el haz es tan delgado que ya no cabe en él. Así
que reduce su tamaño. Sus alas se hacen más pequeñas, igual que su cuerpo. Solo las
antenas conservan su tamaño anterior. Parecen servirle para encontrar el camino. El
material restante cae lentamente hacia abajo, a pesar de la falta de gravedad. Puede que
sea por la corriente de aire que provocan las alas.

Frente a sus ojos está sucediendo un milagro. Denise lo observa sin respirar. Materia
muerta que se transforma con la luz y se alimenta de la fuente de energía que, al
parecer, le ha dado la vida.

—Oh —exclama de repente Meltem.

La mariposa se vuelve a convertir en polvo. Debe haber chocado contra el cristal que
la separa de la linterna. Dos copos negros, que antes fueron las alas, flotan un instante
en el aire antes de convertirse en un fino polvo que se disuelve ante sus ojos como
delicados copos de nieve ante la luz del Sol.

—Y eso es todo —dice Kofi.

—Quien tenga ganas de hablar sobre ello, que acuda dentro de media hora a la
central —añade Vera.

—¿Qué es lo que hemos visto, Nkrumah? —pregunta Vera.


Kofi Nkrumah, el químico, manipula un aparato con el que parece querer hacerles la
presentación. El aparato se le resiste. Denise esperaba que la central estuviera llena.
Pero de la tripulación solo ha acudido Strombomboli. Eso coincide con la idea que se
había hecho de los mercenarios. Denise observa la escena desde el techo.

—Vale, ya lo tengo —dice Kofi—. Denise, deberías bajar de ahí si quieres ver algo. El
proyector usará el techo de pantalla.

Denise se impulsa hacia el suelo, donde queda flotando de espaldas a escasos diez
centímetros de distancia. Meltem está a su lado. En el techo aparece una imagen con
cierta profundidad. Denise reconoce un cono negro. Kofi pulsa un regulador en el
proyector y el contraste aumenta tanto que Denise logra distinguir todos los detalles.

—Esta es la reacción inicial —explica Kofi, cuando el material empieza a hervir—.


En esta fase, cada partícula reacciona por su cuenta.

—¿De dónde sale esa… nada? —inquiere Meltem.

—No es que no haya nada —dice Kofi sonriendo—. Pero lo parece, ¿verdad?

Kofi rezuma orgullo y Denise se lo reconoce. Kofi es uno de los pocos tíos de a bordo
con los que se puede hablar sobre algo más que fútbol y mujeres. ¿Cómo habrá llegado
un químico experto a este grupito de gente?

—Y ¿por qué tiene ese aspecto? —demanda Meltem.

—Buena pregunta. Las partículas en esa zona absorben la luz en un cien por cien. Y
ese es el aspecto que podría tener un agujero negro.

—¿Cómo sabemos que no se trata de un agujero negro?

—Ahora lo entenderás, Meltem. Antes visionemos todo el proceso. ¿Veis este


bultito? Aquí, las partículas empiezan a cooperar. Supongo que la causa está en la
transición entre claridad y oscuridad. Las partículas que hay fuera del cono de luz
también quieren recibir algo. La comparación es, sin duda, exagerada. Pero debe haber
algún mecanismo por el que perciben que, un poco más allá de donde ellas se
encuentran, hay energía disponible.

—¿No habría que tener en cuenta también el movimiento de las partículas? ¿Esa
especie de hervor? —pregunta Vera.
—Sí, es una posibilidad, aunque no la única. Todavía no lo he estudiado a fondo.

La grabación continúa y la mariposa bate las alas por primera vez.

—Este es el segundo momento más sorprendente para mí —dice Kofi—. Las


partículas cooperan en aras de un fin mayor.

—¿Que sería…? —pregunta Frank Strombomboli.

—Obtener más energía —responde Kofi—. Todas se acercan a la fuente de la luz.


Pero, para lograrlo, algunas partículas deben abandonar su posición óptima. Las alas y
el cuerpo no están formados solo por una capa atómica. Todas las partículas del lado
opuesto a la luz tienen que sacrificarse para ello.

—Seguramente, el resto las abastece —opina Meltem.

—Es posible, pero aún no estoy seguro. Tampoco sé cómo procesan la información
esas partículas. Están compuestas por carbono, así que no pueden tener ADN como las
células vivas de la Tierra.

—¿Hablas de vida? —pregunta Vera.

—No. Es demasiado pronto para eso. Solo estoy haciendo comparaciones con la
vida, tal y como la conocemos en la Tierra. Esta mariposa no cumple las definiciones
básicas, es decir, sí las cumple, aunque solo en algunos aspectos.

—Has dicho hace un momento que este era el segundo momento más sorprendente
—interviene Denise.

—Buena memoria. Veamos la película hasta el final y luego responderé a tu


pregunta.

La mariposa aletea a lo largo del haz de luz hasta golpear contra el cristal.

—¿Qué habría pasado si no hubiera cristal de por medio? —pregunta Vera.

—La comunidad de partículas habría alcanzado la fuente de la luz y formado a su


alrededor una capa impenetrable. Ya lo he comprobado.

—Eso no parece muy cooperativo —dice Denise—. Ninguna de las partículas que
han quedado atrás recibe energía.
—A primera vista tienes razón. Sin embargo, lo he estudiado con fuentes de luz de
distinta intensidad. Cuanto más fuerte es la luz, más grande es la estructura de la
mariposa. Eso podría significar que se mueven hacia la fuente de luz todas las
partículas que son necesarias para procesar juntas su energía. El movimiento de la
mariposa se optimiza con la suma de absorción energética.

—Pero eso supondría también que todas esas partículas forman un sistema —
exclama Vera.

—Exacto. Forman un sistema completo. Os mostraré otra grabación al respecto.

Denise dirige la mirada al techo. Allí aparece de nuevo un cono de polvo negro,
luego los haces de luz y, donde se cruzan, se crea la nada. Pero ahora el proceso es
distinto. En lugar de una mariposa se forma un objeto más compacto, que le recuerda a
un moscardón. Y este también acaba explotando contra el cristal.

—Una variedad impresionante —dice Meltem.

—Pero no por casualidad —afirma Kofi—. ¿Os acordáis de la fase de aceleración de


anteayer? La pedí para disponer, durante media hora, de algo parecido a la gravedad en
el laboratorio. Y había un tercio de la gravedad terrestre.

—Las células han adaptado su estructura, entonces.

—No son células, siguen siendo partículas. Pero sí, la mariposa no habría alcanzado
la fuente de luz bajo esas nuevas condiciones.

—Y ¿qué pasa con una gravedad como la de Anfitrite? —pregunta Denise.

Tras una ligera aceleración, la nave había iniciado una fase de frenado fuerte. En ese
momento pensó que el piloto estaba borracho. Ahora ya sabe por qué ocurrió.

—Un segundo —dice Kofi—. Tengo el vídeo por aquí.

El químico se pone a manipular el proyector mientras Strombomboli bosteza.

—Aquí está. Puede que algo os resulte familiar.

Nkrumah tiene razón. En lugar de una mariposa o de un moscardón, lo que se crea


es una especie de pequeña serpiente o gusano, que se arrastra hacia la fuente de luz.
Denise recuerda de inmediato a las serpentes de Anfitrite.
—Las serpientes de Anfitrite —exclama Frank.

—Exactamente —confirma Kofi—. Creo que las fuerzas de cohesión de las partículas
no son suficientes para formar una estructura voladora con una gravedad tan alta. Así
que se crea un gusano.

—Y eso, a pesar de que el gusano no puede alcanzar de ninguna manera la fuente de


luz —dice Vera.

—Cierto —confirma Kofi—. Pero el gusano se mueve en una posición en la que la


luz le alcanza casi en vertical. Con ello, optimiza su intensidad. Volar bajo esa gravedad
sería tan difícil que no valdría la pena.

—Entonces, esas primitivas partículas deberían tener un cierto grado de


comprensión sobre fuerzas y energías —comenta Vera—. Algo que le falta a mucha
gente.

—Interesante conclusión. Aunque no estoy muy seguro de que pueda llegar a


confirmarse. Lo que nosotros consideramos conocimiento quizá surge, simplemente, de
las circunstancias físicas del entorno.

Nkrumah la impresiona cada vez más. Parece un investigador con mucho talento,
por eso le sorprenderle tanto que haya acabado en grupo de mercenarios.

—¿Alguna pregunta? Si no tenéis más dudas, os mostraré la última película.

Nadie dice nada. Strombomboli vuelve a bostezar, pero mira al químico con interés.
Será que acaba de tener un turno muy completo.

—Bien —dice Kofi y enciende el proyector.

Ven el final de la primera filmación, pero con otro espectro de color, como si miraran
a través de un dispositivo de visión nocturna. La mariposa aletea hasta chocar contra el
cristal. Sin embargo, esta vez, no para la filmación. Mientras los restos de la mariposa se
distribuyen por el espacio, alguien apaga las dos linternas que iluminaban la escena.
Todavía se ve el montículo oscuro, pues no la oscuridad no es completa.

—Ahora vemos lo que pasa cuando las partículas se quedan sin fuente de energía —
explica Kofi.

—Pero aún hay luz, es decir, sigue habiendo energía disponible —afirma Meltem.
—En efecto. Lo que pasa es que se trata de luz ultravioleta. Las partículas solo
pueden extraer energía de fuentes de luz visible o infrarroja —dice Kofi.

La proyección continúa. Las partículas parecen acumularse en el fondo del


recipiente de cristal, aunque sigue habiendo ingravidez. Se juntan en una pequeña nube
que se va densificando. La cámara hace zoom y Denise puede ver cómo la piel exterior
de la nube va recortándose del entorno. Es como si la nube estuviera a punto de dar a
luz a un bebé.

—Esto sí que es interesante.

Debe ser el momento sorprendente del que hablaba el químico.

—Espera, espera —dice Kofi.

La forma de la nube ya no está deshilachada, sino claramente delimitada. Posee un


determinado número de lados. Pero, cada vez que Denise los cuenta, obtiene un
resultado distinto. Es como si las partículas necesitasen tiempo para decidirse. El
resultado recuerda, primero, a una típica estructura cristalina de doce lados.

—Un dodecaedro —dice Denise.

—Hmm, no —niega Kofi.

La nube sigue cambiando. En su cara frontal, se forma una especie de techo y los
laterales crecen de manera irregular. La forma se asemeja cada vez más a un canto
rodado, lavado a lo largo de eones en una playa, donde aún puede reconocerse su
origen como un trozo de cristal roto. A Denise ya no se le ocurre un nombre geométrico
para ese objeto curioso y tan asimétrico.

La película se detiene y el objeto queda fijo ante ellos.

—¿Alguien reconoce lo que es? —pregunta Kofi.

Todos niegan con la cabeza. El químico sonríe.

—Me habría sorprendido mucho que lo hicierais. Yo mismo he tenido que pensarlo
con detenimiento antes de reconocerlo. En un Gömböc.

—¿Un Gombok? ¿Y eso qué es? —inquiere Vera.


—Un Gömböc, con dos «ö» y acabado en «c». Es una figura geométrica que solo
tiene dos puntos de equilibrio, uno estable y otro inestable. Cualquier otro cuerpo tiene,
al menos, cuatro.

—¿Y eso sirve de algo? —se interesa Frank.

—Seguro que conocéis esos muñequitos llamados ‘tentempié’, que siempre se ponen
derechos ellos solos, ¿a que sí? —pregunta Kofi—. No son Gömböcs auténticos, porque
su masa está distribuida de forma irregular. Pero un Gömböc funciona igual. Es decir,
que recuperan automáticamente el equilibrio por sí mismos.

—Pero ¿para qué sirve? —insiste Frank.

—No puedo decir con precisión por qué las partículas forman un Gömböc. Sin
embargo, no importa qué fuerzas son las que actúan en este cuerpo, siempre adopta esa
posición, de modo que las partículas de las que consta pueden aprovechar la luz de
forma óptima. Si los tallos de hierba en la Tierra fueran Gömböcs, no habría tormenta ni
lluvia que los doblegara, siempre se pondrían de pie.

—¿Funcionaría eso también con la casas?

—Me temo que no, Frank. Las casas no son homogéneas y constan tanto de espacios
vacíos como de muchos otros cuerpos distintos. No se llega muy lejos cuando se intenta
construirlas como Gömböcs. Basta con desplazar una silla unos centímetros para que
variaran los puntos de equilibrio de toda la casa.

—Serían bastante tambaleantes —comenta Vera—. Pero entiendo que en Anfitrite


tenga sentido.

—Creo que son los primeros Gömböcs de generación natural que he descubierto en
mi vida —exclama Kofi—. Los matemáticos han dudado, durante mucho tiempo, que
pueda existir un cuerpo con solo dos puntos de equilibrio.

—Vale, muy bonito —dice Vera—. Pero ¿todo esto nos sirve de algo?

—Esta peculiar cualidad, no.

—Bien. Entonces céntrate en encontrar cualidades más útiles en las partículas de


Anfitrite. Tenemos que llevarle a nuestro cliente algo de valor. Y, naturalmente, la
tripulación recibirá una considerable paga extra.
Denise está a punto de dormirse, cuando la despierta un mensaje por el
intercomunicador.

—¡Atención, atención, todo el mundo preparado para iniciar fase de aceleración!


Arranque de motores en quince minutos.

¿No les había dicho Vera que en los tanques no hay ya suficiente masa de apoyo
para volver con mayor rapidez a casa? Ya está soñando de nuevo con la Tierra. ¿O será
Kofi, que quiere hacer más experimentos bajo gravedad? Denise se levanta. Tiene que
recoger su cabina; no importa ahora la causa del arranque de los motores.

El comunicador junto a su cama se activa de nuevo. Es Meltem. Ocupa la habitación


de al lado. ¿Por qué no vendrá directamente?

—Aceptar llamada —ordena Denise.

Flota a la taquilla. Allí siguen colgando las cosas de Cichevski, que murió en
Anfitrite. No tiene ánimo para tirar la ropa del mercenario y ha colgado sus pocas
pertenencia justo a su lado.

—La Holandés Errante acelera —dice Meltem.

—Lo he oído. ¿Por qué no vienes? Así podremos charlar un rato. Es más divertido.

—Tengo cosas en que pensar, y eso prefiero hacerlo sola —reconoce Meltem.

—Lo sé.

A su amiga le gusta disfrutar de su propio espacio con frecuencia. Denise se lo


tomaba al principio como un rechazo, pero ya se ha acostumbrado.

—Solo te llamo por el tema de la fase de aceleración —dice Meltem—. Vera no lo ha


hecho oficial, pero no volamos a la Tierra. Al menos, todavía no. Pararemos en Héctor
para repostar y luego daremos media vuelta. El cliente debe estar tan entusiasmado con
los resultados de las partículas de Anfitrite, que nuestra nueva capitana tendrá que
llenar todos los almacenes con eso. Oficialmente, se trata de recuperar a Yuri e Irina. Por
el supuesto intento de asesinato, ya sabes.

—¿Por qué no lo hace público Vera?


—No quiere estropear el ambiente para los hombres.

—En algún momento se verá obligada a hacerlo.

—Pero no es asunto nuestro, Denise.

—¿Y tú cómo lo sabes?

Un halo de celos se extiende por su cuero cabelludo. Denise sacude enérgicamente la


cabeza. No necesita cosas así.

—Se lo he preguntado a Vera y me ha respondido.

—Tenemos que avisar a Yuri e Irina. No esperan visita hasta dentro de un año. Si
damos la vuelta en Héctor, llegaremos a Anfitrite en junio.

—En mayo. Acuérdate de que el planeta viene hacia nosotros.

—Pues peor aún.

—Esa es una de las cosas en las que tengo que pensar —dice Meltem—. Tenemos
que encontrar una forma de advertirles, pero de forma que no se percate nadie. Vera no
debe saber que les hemos advertido. Debe seguir creyendo que los pueden sorprender.
Con la antelación suficiente, Yuri e Irina quizá podría escenificar su propia muerte.

Denise espera que aún sigan vivos. Anfitrite es un lugar peligroso, como han podido
constatar en su breve excursión. Sus dos amigos llevan ahora más de un mes allí solos.

—Eso estaría bien —dice Denise.

—Para ello tengo que conseguir que Vera se fíe de mí. ¿Lo entiendes?

—¿A qué te refieres, Meltem?

—Quizá paso una noche con ella, pero no quiero que te enfades por ello.

—Haz lo que tengas que hacer. Pero no quiero saberlo.

—Entiendo. Gracias.
—No sé qué hay que agradecer aquí. Piensa mejor en cómo podemos acceder a la
radio sin que nadie pueda saber quién ha sido.

—Lo haré, Denise.

—Hasta luego.

Denise cierra el armario de un portazo. Ahora hasta se cabrea y todo, y el


movimiento la impulsa por la minúscula cabina.

—Arranque de propulsores en cinco minutos —anuncia Vera.

Mira a su alrededor. No hay nada suelto. Denise se tumba en su cama y se abrocha


el cinturón. Dormir con gravedad es bastante más agradable que en la ingravidez. Ya se
le está pasando el mal humor.
9 de enero de 2079, Anfitrite

—No puede ser. Simplemente, no puede ser —exclama Yuri.

—¿Ya has vuelto? Gracias a Dios, creí que te había perdido —dice Doug.

—¿A mí? Estoy… —Yuri se quiere levantar, pero no lo consigue—. ¿Qué me pasa?
¿Estoy paralizado?

Cayó redondo al ver el cadáver de Irina. Fue demasiado para él. ¿Se habrá hecho
daño al caer? Aunque ya daría igual. Han llegado demasiado tarde, no se lo perdonará
nunca.

—¿Paralizado, tú? No, espera.

Doug se inclina sobre él y tira de algo que no puede ver. Entonces, Doug le presiona
el hombro y se pone de nuevo en pie.

—Ya te puedes levantar. Es que te había atado para que no te me cayeras. Pesas un
montón.

—¿Ya no estoy…?

Yuri se gira hacia un lado, se pone de rodillas, se levanta y mira a su alrededor. Está
oscuro. Deben estar en una gran sala, aunque no sabría decir por qué tiene esa
sensación. Seguramente estén de regreso en la Serpens.

—Te he arrastrado todo el puto camino hasta aquí arriba —dice Doug—. Tuve que
construirte una camilla con las varillas de una de las mochilas.

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

—Solo un par de horas.

—¿Cuánto?
Doug mira el dispositivo multifunción en su brazo.

—Diez horas y unos veinte minutos.

—Eso es muchísimo. Ya es el día siguiente, entonces.

—Me estaba preocupando bastante, pero tu traje me decía que estabas bien.
Seguramente ha sido el shock, que has tenido que procesar.

El shock, claro. Se han dado tanta prisa en encontrar a Irina a tiempo, ¡y ahora eso! La
vida es injusta.

—¿Qué pasa con ella? —pregunta.

No se atreve a pronunciar su nombre.

—Lo siento, pero no te lo puedo decir —responde Doug—. Tenía que ocuparme de
los vivos.

No tenía tiempo para los muertos. Comprensible. No puede reprochárselo. Pero


Yuri habría preferido que Doug explorara a Irina y le ignorase. Seguro que se habría
despertado solo, en algún momento. Y si no, tampoco habría sido una gran pérdida.

—Tenemos que volver a bajar al pozo ese —dice Yuri.

—Pues claro, no vamos a dejar a Irina allí. Pero ¿no deberíamos refrescarnos antes
un poco? Llevamos demasiado tiempo ya dentro de nuestros trajes. Tengo la
entrepierna al rojo vivo.

—No te lo tomes a mal, Doug, pero ahora mismo no podemos considerar nada más.
Me gustaría explorar a Irina a fondo. Y cuanto más tiempo pase dentro del traje, la cosa
empeorará bastante.

—También es verdad. Guardemos unas cuantas provisiones y la tienda en la


mochila y bajemos. Pero prométeme que no tendré que volver a arrastrarte hasta arriba.

—Hecho, Doug. Si me vuelvo a caer, déjame allí, junto a Irina. Ya me las apañaré.

—Joder, tío, sabes muy bien que no podría hacerlo.


Ahora que saben dónde están los escalones que llevan abajo y la profundidad del suelo,
el descenso no es ya problema. Yuri llega, al cabo de solo diez minutos, al fondo del
pasillo que parece da al interior del planeta. A Irina le habría encantado explorar esta
cueva. ¿Habrá caído con su último salto?

Doug le alcanza un minuto después. Respira entrecortadamente y parece bastante


hecho polvo. Yuri le agradece que, a pesar de ello, no haya insistido en hacer una pausa.

—Doug, si quieres descansar… yo he dormido las últimas diez horas. Debes estar
agotado.

—Vamos a hacer lo que tenemos que hacer. Yo también quiero saber qué ha matado
a Irina. Es una pena no haber podido conocerla antes.

—Eso sí que es triste. Nos habríamos divertido mucho los tres juntos. Seguro que
hablas muy bien ruso, por tu mujer.

—Bueno, un poco. Pero ni de lejos lo bien que le gustaría a María.

—Ahora no nos queda otra que pasarnos el resto de nuestras vidas los dos solos
aquí.

—Ni hablar. Me esperan en Kansas.

—¿No dijiste Kentucky, donde habéis comprado una granja que aún no has visto
nunca?

—Sí, cierto, Yuri, es en Kentucky. Debe ser la radiación cósmica que me reblandece
los sesos.

Yuri habla demasiado. No puede parar de decir tonterías, pues mientras conversan
tienen que sacar a Irina de su traje.

Doug le agarra el brazo.

—No tenemos por qué hacerlo —dice en voz baja.

—Y tanto que sí —responde Yuri.


—Como quieras. ¿Dentro o fuera de la tienda?

Si sacan a Irina de su traje en la tienda, aislados del exterior, podrán proceder con
más cuidado y palpar su cuerpo con las manos sin guantes. Pero estarán muy, muy
cerca de ella, sin posibilidad de apartarse.

—Fuera —dice Yuri.

Es mejor así. A saber cuánto tiempo lleva muerta. Seguro que ya estará produciendo
el típico olor de cadáver en descomposición. Si analizan el cuerpo en el exterior, no
tendrán que olerlo. Y si no lo aguanta más tiempo, Yuri podrá retirarse un par de
metros.

—Voy a abrirle el casco —dice Doug.

—Espera, déjame mirar el mantenimiento de vida…

Esa consulta es innecesaria. Doug sujeta el brazo derecho rígido de Irina y pulsa los
botones del dispositivo multifunción. Lee varios datos.

—Temperatura corporal de 32 grados. Aire con 16 por ciento de oxígeno a 0,8 bar.

Qué escaso, no parece que Irina se haya asfixiado.

—¿Qué opinas de la temperatura? —pregunta Doug.

—No sé cuánto tarda en enfriarse un cuerpo dentro de un traje espacial.

—Los sistemas de mantenimiento de vida aún están activos —dice Doug—. Deben
haber reconocido que Irina ya no respira. Pero aún calientan y ventilan.

—Sí; en caso contrario, su visor estaría empañado por dentro.

Por desgracia, el visor transparente de su casco está totalmente limpio. Yuri puede
ver la cara de Irina demasiado bien. Si no, podría imaginarse que el traje pertenece a
otra persona.

—Voy a abrir el cierre —dice Doug.

—Vamos allá.
Quitarle el traje a Irina es más fácil de lo que se temían. ¿No debería haber avanzado ya
el rigor mortis? Yuri nunca se había ocupado de ese tipo de temas. Aparta el traje hacia
un lado.

—Deberíamos llevárnoslo —dice Doug.

—Ya no lo necesitamos.

Yuri se imagina tener que meterse en el traje de Irina. La sola idea le pone la piel de
gallina.

—¿Y si necesitamos algún recambio para nuestros trajes? —pregunta Doug—. Las
existencias son limitadas.

—Hmm, de acuerdo.

—Ya lo meteremos en algún rincón del Rover —dice Doug—. ¿Y ahora? ¿Seguimos?

Irina está ante ellos, enfundada en su LCVG, con la ropa interior térmica. Brazos y
piernas desnudos. En la débil y congelada atmósfera, la piel se pone azul, o al menos así
lo parece bajo la luz de los focos. Yuri toca el brazo de Irina. La piel está rígida.

—No, ya vale así —decide—. Tú analizas el lado izquierdo y yo, el derecho.

Doug asiente y se inclina cobre el cadáver. Yuri empieza por el hombro. Le deja la
cabeza a Doug. No quiere mirar a Irina a los ojos. Doug ni siquiera le pregunta y
comienza a palpar la cabeza, mientras Yuri avanza hacia abajo. Palpa su brazo a fondo.
Se libera entonces una finísima capa negra. Algunos copos de polvo caen al suelo. Debe
haberlos tenido en los guantes, pues no cree que entrara al interior del traje de Irina.

Yuri alcanza la mano. El brazo no parece lesionado. En la muñeca hay un par de


moratones, como en el codo, pero para el tiempo que ha pasado Irina dentro de su traje,
su piel semeja sorprendentemente ilesa.

Las cosas cambian cuando Yuri llega a su cadera. Allí debe haberse golpeado con
algo muy pesado. Hay un hematoma que va desde la cadera hasta por debajo de la
rodilla. No parece muy reciente, porque el color ya ha pasado a un marrón verdoso.
Debe tratarse de una lesión de varios días atrás. Aún recuerda el instante en el que es
probable que se lo hiciera. Cuando Irina cayó del Rover, debió caer sobre el lado
derecho. Cadera y muslo debieron recibir el impacto principal, evitando que se
rompiera el frágil visor del casco. Eso le salvó la vida que él le ha vuelto a quitar, por
haber perdido demasiado tiempo con el rescate.

—Mi lado está limpio —informa Doug—. Excepto por algunos rasguños en las
articulaciones.

—Sí, debe haber caído sobre su lado derecho —dice Yuri.

En el centro de la pierna y en el muslo encuentra profundas marcas.

—Seguramente se entablilló la pierna con varillas.

Doug se desplaza de rodillas alrededor de Irina y levanta su pierna por la rodilla. El


pie cae hacia abajo.

—Estos huesos han quedado hechos papilla.

—Le habrá resultado muy doloroso —dice Yuri—. A pesar del entablillado.

—Irina era una auténtica heroína —exclama Doug—. Piensa; llegó con la pierna
entablillada hasta el extremo de la serpens y regresó hasta aquí. Eso es una proeza casi
sobrehumana.

—¿Y de qué le ha servido? Ha sufrido para nada.

—Creo que ella no pensaba lo mismo. Si emprendió esa marcha es porque tenía
sentido para ella. Tenía esperanzas.

—Que no se han cumplido.

—Eso forma parte también de su proeza.

Lo quiera o no, las palabras de Doug le consuelan, aunque no le ayudan. ¿De dónde
podría sacar él ahora esperanza? Ni siquiera hay nadie con quien pueda vengar la
muerte de Irina, excepto consigo mismo, ya que si no hubiera sido por su estupidez en
Héctor, Irina no habría llegado jamás aquí.

—¿Y ahora qué? —pregunta Yuri.

Doug se pone como a aplaudir.


—¿Por qué aplaudes? —pregunta.

—Solo quiero quitarme este polvo negro de los guantes. Se habrá adherido mientras
trepaba.

—Anda, ¿tú también lo tienes? Bueno, es lógico.

—Sí, me llamó la atención mientras la examinaba.

—¿Antes no?

—No. Pero tampoco es me haya mirado los guantes con detenimiento. En esta
oscuridad tampoco puede verse mucho, que digamos. Además, no hay otra explicación.
Si no, es que eso ha entrado en su traje.

—¿A lo mejor no era estanco? Has visto los indicadores, Doug.

—Era estanco.

—Entonces será eso —dice Yuri—. ¿Hemos podido descubrir la causa de la muerte?

—Creo que está más allá de nuestras posibilidades. No ha muerto por la lesión de la
pierna, pero no sabemos si se habrá golpeado la cabeza al bajar.

—Cierto. Es que pensé que…

—¿Qué?

—No sé. Quizá deberíamos continuar —dice Yuri.

Es una idea que surge inesperadamente. Irina no era muy religiosa. Seguro que no
habría insistido en un entierro formal. Pero seguro que le habría gustado que
continuaran con lo que había empezado ella. Deben explorar ese pasillo. Seguro que era
el plan de Irina.

—¿Antes no deberíamos…? —pregunta Doug.

—No. La dejaremos aquí. No se nos va a escapar.


Yuri se ríe, pero su carcajada suena artificial; incluso él mismo se da cuenta. Pero es
verdad. El frío y la baja presión conservarán el cuerpo de Irina y allí no hay nada ni
nadie que pueda dañarla si se van. Ya volverán luego a por ella.
9 de enero de 2079, la Holandés Errante

Ha sido rápido. Han pasado cinco minutos desde que Meltem le ha dado la señal
convenida. La central debería estar despejada. Es la misma Vera quien tiene turno de
noche hoy. Participa como todos los demás miembros de la tripulación en el servicio.
Denise no quiere ni saber cómo ha logrado Meltem sacar a la capitana de la central, con
lo responsable y estricta que es.

Pero seguro que Vera no estará mucho tiempo fuera. Denise trepa por los últimos
escalones. Mientras la nave va frenando con la popa de frente, el camino hacia la central
en proa cuesta bastante esfuerzo. Pero solo asciende a una velocidad que le permite
respirar normal.

Tiene que contar también con la posibilidad de cruzarse con algún mercenario. Para
ello, Denise se ha inventado una excusa, de cuya credibilidad no se fía ni ella misma.
Pero los hombres echan partidas de póquer al finalizar su turno en algún rincón de los
almacenes. Oficialmente está prohibido, pero Vera lo tolera para que conserven el buen
humor.

Quedan tres escalones. Denise percibe el olor de su propio sudor, aunque se dio una
ducha antes y faltan dos horas para la media noche. Tiene la sensación de que el olor es
tan fuerte, que seguro que lo puede percibir cualquiera. Pulsa el botón que abre la
compuerta de la central. Sale una vaharada de aire fresco. Esté donde esté, Vera siempre
baja la calefacción un par de grados. Denise pensó durante mucho tiempo, que solo
pretendía subrayar con ello su carácter de persona fría y calculadora. Pero, hace un par
de días, Vera le confesó que estaba entrando en la menopausia y sufría de fuertes
sudoraciones. Siempre pensó que Vera no llegaba a los 40, pero resulta que ya tiene 47.

Meltem ha cumplido su palabra. En la central realmente no hay nadie. Denise entra


por la compuerta. Ayer esto tenía un aspecto muy distinto. Debido a la nueva gravedad
por el efecto de frenado, la instalación de la nave se ha reconfigurado. Lo que antes era
el techo, ahora es el suelo, y al revés. Denise se mueve desorientada entre los asientos,
terminales y armaritos hasta que encuentra la consola de mando. Inicia el ordenador,
que le pide nombre de usuario y contraseña. Denise se mira la palma de la mano
izquierda. Allí ha anotado los datos de usuario de Carrington. Meltem los encontró en
la taquilla de su cabina.

Carrington murió en Anfitrite. Su esperanza compartida es que no se le haya


ocurrido a nadie cancelar los datos de acceso del muerto. Carrington era oficial de
comunicaciones, así que tenía acceso a la antena de largo alcance. Ese es su objetivo. No
se trata de enviar un mensaje desde aquí. Sería demasiado peligroso. El mensaje se
guardaría en el sistema y Vera, o cualquier otro mercenario, podría encontrárselo.

Por eso tienen un plan mejor pensado. El ordenador acaba de confirmar los datos de
Carrington. ¡Perfecto! Denise cambia al módulo de comunicaciones. Accede a la antena
de largo alcance e inicia el programa de autodiagnóstico. Finaliza sin errores. Pero no
por mucho tiempo. La antena está fijada de forma giratoria en el exterior de la nave. Esa
articulación trabaja con mucha precisión, para poder orientarla con exactitud. Pero
cualquier motor de articulación es susceptible de fallar. Mientras aceleran o frenan, es
mejor no tocarlo.

Denise accede a la orientación. La antena está enfocada a Héctor, el asteroide en la


órbita de Júpiter. Era de esperar. Vera habrá comunicado su llegada allí. Pero tanto el
asteroide como la nave se mueven. La orientación de hoy ya no es tan exacta como la de
ayer. Denise le ordena que lo corrija. El obediente programa advierte que no es
recomendable hacerlo con los motores en marcha.

«Ignorar», escribe Denise en el teclado y se reclina hacia atrás.

El programa ajusta la antena. Al cabo de un minuto acaba el proceso. Denise inicia el


diagnóstico. Todo perfecto. Mierda. Tal vez la carga ha sido demasiado reducida. Le
introduce un nuevo destino: que la antena se oriente hacia la Tierra. Si el error no llama
la atención hasta mañana, pasará desapercibido, pues puntualmente al inicio del primer
turno de mañana hay que realizar una llamada a la central de la aseguradora en la
Tierra. El programa vuelve a emitir el aviso. Esta vez tarda tres minutos hasta que
aparece el mensaje de éxito. Ahora podría enviar mensajes a la Tierra con una baja
potencia de emisión.

Pero no es lo que pretende hacer. La estúpida antena tiene que fallar para tener un
motivo de «repararla» saliendo al exterior en una EVA. Con la excusa de la reparación,
quieren enviarle su mensaje a Anfitrite metiéndolo directamente en la antena, para que
no se guarde en el ordenador.
Denise vuelve a cambiar la orientación, volviéndola a enfocar a Héctor. El programa
la ajusta. Tres minutos después notifica el éxito de la operación. Mierda. Dicen que un
goteo constante es capaz de horadar una piedra. Denise devuelve la orientación a la
Tierra. 180 segundos más y la articulación parece que sigue aguantando. Los ingenieros
han hecho una excelente labor. ¿Cuánto tiempo más podrá retener Meltem a Vera lejos
de su puesto de mando? Denise no quiere ni pensar en ello. Tendrá que darse prisa.
Otra orden a la antena para que se oriente a Héctor. Está pillada entre dos mujeres.
«Mírame», dice la primera. «No, mírame a mí», responde la segunda. La antena casi ya
le da pena. Y eso que es solo un artilugio mecánico.

Mira el reloj. Han pasado 37 minutos. Han acordado que Denise tendrá, como
máximo, una hora. ¿Debería orientar la antena a Anfitrite? Entonces giraría 180 grados.
Entre la Tierra y Héctor solo hay 35 grados de diferencia. Y eso con la aceleración actual.
Pero ¿y si la articulación se daña precisamente en ese intento? ¿Por qué debería la
antena apuntar a Anfitrite? No hay razón alguna para ello. Ese fallo levantaría
sospechas y seguramente las descubrirían. Vera deduciría fácilmente que Meltem ocupa
la antigua cabina de Carrington.

Así que seguirá entre Tierra y Héctor. Denise no para de mover la antena de una
orientación a la otra. Nunca antes se había sometido esa articulación a tanto
movimiento. ¡Tiene que funcionar! Por favor, Meltem, entretén a Vera un ratito más.
¡Solo quedan cuatro minutos!

En ese momento, la pantalla se oscurece y aparecen un mensaje de error. «Problema


de ajuste», aparece allí, inocentemente. Tampoco es un problema grave, así que no hay
motivo para despertar a toda la tripulación. Pueden seguir hablando con Héctor y la
Tierra, pero ya no con las mejores condiciones. La velocidad de transmisión descenderá,
seguramente, por lo que afectará a la descarga de películas en streaming, aunque el
sonido seguirá siendo bueno.

Por eso, Denise ya no puede borrar el mensaje en la pantalla. Cierra sesión en la


cuenta de Carrington y apaga el ordenador. Pero la pantalla está caliente. Si Vera vuelve
ahora, se dará cuenta de que alguien ha estado aquí sentado. No debe darle ninguna
oportunidad de sospechar. Así que Denise entra con sus propios datos. Esa es la historia
que había pensado. Cuando la Holandés Errante llegue a Héctor, ella se bajará de la
nave. Tendrá entonces que buscarse algún vuelo para ella. Así que hace que el
ordenador le confeccione una ruta que incluya la línea de transporte de carga de su
propia empresa. De Héctor a la Tierra necesitará, así, tres años.

Una cálida mano le toca el brazo.


—No te asustes —dice Vera.

Denise da un respingo precisamente por eso y Vera se ríe.

—¿Qué tenemos aquí? —pregunta Vera.

—Nada —dice Denise.

Vera se inclina sobre la pantalla. Tiene las mejillas sonrosadas.

—¿Planificando tu regreso a la Tierra? —pregunta Vera.

—Sí. Solo quería comprobar cuánto necesitaremos si es que realmente vais a dar
media vuelta.

—Pero sería una pena. Esperaba que las dos nos quisierais acompañar a Anfitrite.
Excepto Nkrumah, estará el resto de la tripulación, pero bueno, solo son mercenarios.
Solo pensar que tendré que pasarme el próximo año sola en su compañía…

—Pero para eso te pagan, ¿no?

Denise lo dice en un tono algo más duro de lo que pretendía. Aun así, Vera sonríe
con cariño.

—Seguro que podría conseguiros una remuneración. Y te aseguro que, incluso con
este viaje a Anfitrite, estarás antes en casa que si se te subes a un transporte de
mercancías de la empresa minera.

Denise decide seguirle el juego. Quizá sí estaría bien quedarse a bordo de esa nave.
Podría ayudar más a Yuri e Irina.

—¿Tú crees? Pues dicho así, tal vez podría caer en la tentación.

La sonrisa no le queda todo lo bien que le habría gustado. No domina ese arte tan
bien como la capitana. Pero Vera no se queja. Se limita a hacerle un gesto y a sentarse en
su asiento.

—Pues entonces hasta luego, querida —le dice—. Tengo cosas que hacer. Elaborar
planes para dominar el mundo y cosas así, ya sabes.

Seguro que lo dice en broma, pero tal y como la conocen, bien podría ser verdad.
10 de enero de 2079, Anfitrite

Golpe hacia delante. Su casco choca contra la espalda de Doug. Golpe hacia atrás. La
ventosa central se desplaza hacia delante. Las vibraciones de las ruedas dentadas se le
transmiten hasta la médula. Yuri odia esta sensación, ese cosquilleo que le agota. Han
conseguido llevar el Rover hasta el fondo. Con el Rover han dejado el cadáver de Irina
dentro de su traje arriba, en el nicho de la serpens, cerca de la entrada a esas
catacumbas. Ahora podrán explorar el pasillo con mayor rapidez y seguridad. Lo más
importante es que no se estreche demasiado. Con sus pasajeros y todo el equipaje, el
Rover mide unos dos metros de alto por dos de ancho.

Tras la breve noche en la tienda han pensado si no sería mejor desplegar las ruedas.
Irían el doble de rápido. Pero en plena oscuridad, moviéndose por un tubo
desconocido, no les pareció la mejor idea. Las ventosas trabajan bastante bien aquí
abajo, pues la presión del aire es algo mayor que en la superficie. Eso ayuda a avanzar,
porque no tienen que evacuar tanto aire de las ventosas.

Yuri bosteza. Le gustaría poder quitarse el sueño frotándose los ojos. En su lugar,
gira la ventilación al máximo. El sistema le sopla aire fresco en la cara hasta que los ojos
le lagrimean. Tampoco es buena solución. La noche en la tienda ha sido peor que si
hubieran conducido toda la noche. Pero ha ido bien poder lavarse todo el cuerpo,
aunque sea con un par de paños húmedos.

Observa el instrumento multifunción y pasa por distintas pantallas. ¡13 por ciento de
oxígeno, nada mal! Yuri se inclina por un lado del Rover, hasta que su muñeca casi
alcanza el suelo.

—¿Qué haces? —pregunta Doug—. ¿Quieres bajarte? ¿Paro el Rover?

—No, es solo un experimento —responde Yuri.

Cuando se levanta nota un dolor agudo en su espalda. Mierda. Ha perdido mucha


flexibilidad con los años. Yuri aspira el aire a través de los labios casi cerrados.

—¿Estás bien, Yuri?


Y es que Doug lo oye todo.

—Sí, me las apaño.

Vuelve a pasar por las pantallas. Ahora indica ya un 27 por ciento de oxígeno. El gas
parece concentrarse al nivel del suelo. El Rover circula por encima de un canal. ¿Subirá
el gas de allí?

—Esto es interesante —dice Yuri—. La mezcla de gases aquí abajo contiene mucho
más oxígeno.

—¿Nos quitamos los casos? Eso sería un auténtico placer.

—No, no basta para eso. La presión es demasiado baja. Pero si se nos acabara el
oxígeno en algún momento, podemos obtener más del canal.

—Muy tranquilizador. ¿Y cómo lo meteremos en los tanques, con esta baja presión?

—Para las células de combustible del Rover hay un separador que extrae fracciones
de gas del entorno y lo bombea en bombonas. Están pensados para metano, pero podría
reconfigurarlo.

—Eso me tranquiliza. Ya solo nos faltarían provisiones y agua para independizarnos


aquí abajo.

—¡Anda, mira! —grita Doug.

Yuri se asusta porque estaba soñando. En su sueño estaba en la cabina de la


Ganymed Explorer soñando con la Tierra. Podía controlar él mismo sus experiencias
allí, pero ese sueño lúcido estaba dentro de otro sueño común y corriente. Todo lo
parece ahora raro, como si lo que hay a su alrededor no fuera real.

—Me ha pasado algo muy raro… —comienza a decir.

—¡Pero mira! —dice Doug y le sacude por el hombro para que se despierte del todo.

Yuri se levanta y mira por encima del hombro de Doug. Debería reemplazarle ya.
Doug debe estar mucho más cansado que él. Un segundo después le llegan las
imágenes que el Rover recorta con su foco de la oscuridad.
—¿Qué es eso?

Bueno, menuda pregunta más inteligente que acaba de hacer. Como si Doug supiera
lo que son esas formas tan extrañas.

—Se parecen a esas cosas que hay en las cuevas, ¿cómo se llamaban?

Doug tiene razón. El pasillo no se parece en nada a cualquier gruta en la Tierra, por
lo que jamás se le habría ocurrido hacer esa comparación.

—Estalactitas y estalagmitas.

Esas formas pueden verse con sorprendente claridad, porque emiten una luz blanca.

—Ja —exclama Doug—. Ahora que lo dices, ¿sabes cómo he podido siempre
acordarme cuál es cuál? Quiero decir los ejemplares que cuelgan y los que surgen del
suelo.

—Sí, lo sé.

—Entonces, ¿en Rusia se llaman igual?

—Ni idea. Ya te dije que soy alemán.

—Oh, perdona… tu nombre…

—Lo sé, Doug. Pero sí, en alemán también hay un juego de palabras obsceno para
recordar los nombres.

—Pues tema aclarado —dice Doug riéndose—. Bajémonos para analizarlas.

—No, esto no tiene nada que ver con las estalactitas de la Tierra —comenta Doug y le
muestra la palma de su mano.

Está totalmente seca. Yuri toca las estalagmitas frente a él. No hay ni rastro de
líquido. Esas formas no se han creado por el goteo de agua con cal.

—¿A lo mejor hubo agua? —propone Yuri.


Doug golpea contra una estalagmita.

—Mierda, no se oye nada.

Entonces aprieta el pulgar con fuerza sobre un lado y el material cede. Yuri también
lo intenta. La estalagmita tiene, sin duda, una cáscara elástica. ¿Qué habrá dentro? Doug
ya ha abierto su bolsa de herramientas.

—Ilumina aquí —le ordena.

Yuri gira la cabeza para que el foco de su casco ilumine las manos de Doug, que está
apoyando un taladro manual contra la estalagmita. Gira un par de veces y la punta se
clava en la piedra. No es piedra, sin duda.

—Eso está hueco —dice Doug.

Guarda el taladro y saca una sierra.

—Voy a intentar serrar la punta —informa entonces.

Yuri ilumina la escena con su foco. Doug mueve la sierra, pero avanza solo
lentamente.

—El material es bastante resistente —dice sin aliento.

—Necesitarías una sierra para madera —responde Yuri.

La hoja tiene unos dientes tan finos, que debe ser una sierra para metal.

—Madera, buena idea —dice Doug—. A lo mejor se trata de algo que ha crecido
aquí, como una planta o un árbol.

La punta de la estalagmita se dobla. Doug guarda la sierra e ilumina el interior con


la linterna.

—Vacío.

Yuri se acerca y echa también una mirada al interior. La luz llega hasta el suelo,
cubierto de polvo.
—Allí abajo hay polvo —dice—. Quizá se trata del material que llenaba estas
estalagmitas.

—¿Quieres decir que se ha secado?

—Podría ser, Doug. Venga de donde venga Anfitrite, si había allí más energía que
aquí fuera, podría haber tenido una atmósfera más densa. Con humedad, nutrientes y
cosas así.

—Pero esto no es más que especulación. Con eso no avanzamos.

—Deberíamos analizar el polvo que hay ahí abajo. El analizador está listo.

—¿Y cómo pretendes llegar ahí? —pregunta Doug.

Pues serramos más abajo, justo por encima del suelo.

—¿Serramos? Ala, que te diviertas.

Doug le entrega la sierra. Yuri se agacha lastimosamente. Le duele la espalda. Le


gustaría poder volver a dormir en una cama de verdad alguna vez. Pero no puede
quejarse. Irina no volverá a acostarse jamás en una cama. Coloca la sierra a un
centímetro del suelo, pero en esta postura se dobla y encalla a menudo. Así que prueba
un poco más arriba. El material es muy resistente, y la estalagmita seguro que tiene
medio metro de diámetro aquí abajo. Eso no lleva a nada. Sierra un poco más, pero
luego saca la hoja de dentro.

—¿Ya te has rendido? —pregunta Doug, que da saltitos detrás de él para mover las
piernas.

—Qué va. Solo un cambio de estrategia.

Yuri pone la sierra encima de su primer corte, pero esta vez inclinada hacia abajo.
Solo tiene que alcanzar el primer corte, luego tendrá un agujero por donde meter la
mano. Aun así, serrar eso cuesta mucho esfuerzo. A Yuri le chorrea el sudor por la
espalda. Poco antes de acabar se le queda la sierra trabada. Yuri tira de ella hacia
delante. Quiere arrancar el último trozo de material de esta forma, pero la hoja de la
sierra se parte en dos.

—Fabuloso —exclama Doug.


—Venga ya; si no hemos necesitado nunca esa sierra.

—Pues ahora verás cómo nos hace falta en cada momento.

—Ya se me ocurrirá algo, entonces.

Yuri guarda la sierra rota y saca el martillo de la bolsa de herramientas. Alarga bien
el brazo para tener carrerilla y golpea contra el material casi desprendido, que sale
disparado por la fuerza del martillo, chocando contra el muslo de Doug.

—¡Ten cuidado, tío!

—Perdona, no pensaba que funcionaría ya con el primer golpe.

Yuri ilumina el interior del agujero que ha creado y que parece una U invertida.
Debería ser suficiente para meter la mano. En el fondo ve el polvo. Aunque también han
llegado ahí virutas del proceso de serrado. Esto es una ventaja y un inconveniente a la
vez. En el análisis deberán vigilar bien qué es lo que están analizando.

Pero ahora necesita algo para meter dentro la muestra. Busca dentro de la bolsa de
herramientas y encuentra una bolsita. Está vacía. ¡Perfecto! Se arrodilla justo frente al
agujero y mete la mano dentro.

—¡Buuu! —grita Doug.

—Ja, ja —dice Yuri.

—Imagínate que en la raíz hay un alien que te pega un mordisco en el guante.

—Aliens, eso no te lo crees ni tú. Aquí todo está más muerto que muerto.

—Excepto nosotros.

Yuri pasa los dedos por el suelo. No es fácil recoger suficiente material. Saca el brazo
del agujero y se limpia los dedos sobre la bolsita. Dentro caen un par de grumitos. No es
suficiente.

Tras el quinto intento, hay suficiente material en la bolsa para hacer el análisis. Lleva
su tesoro al Rover y lo introduce en el analizador.
—Sigamos —dice entonces, subiéndose al puesto del conductor—. El aparato
necesita su tiempo y de eso ya hemos perdido mucho.

Se paran antes de lo previsto, porque las estalactitas y estalagmitas son muy densas
aquí.

—¿Qué pasa? —pregunta Doug desde detrás.

—Es demasiado estrecho para el Rover —responde Yuri.

—Pues tendremos que dar media vuelta.

—Ni hablar. El pasillo es lo suficientemente ancho. Espera un segundo.

Yuri se baja. Al hacerlo golpea con la punta de la bota la rodilla de Doug, pero no
reacciona. Parece que ya no puede aguantar tanto cansancio. Yuri no se lo puede
recriminar. Ya bastará con que se encargue él de continuar la marcha. Mira a su
alrededor y se dirige a las formas que obstaculizan el pasillo desde arriba y desde abajo.
Parecen casi idénticas, excepto por la dirección en la que crecen. Si estuvieran todas en
el mismo sitio, parecerían dientes.

¿Habrá estado este pasillo siempre tan vacío? ¿Y si alguna vez pasaba por aquí
agua? Las estructuras podrían haber filtrado ese líquido, como las barbas de una
ballena. Tal vez extraían el oxígeno del agua, o algunos nutrientes. Fuera lo que fuera
que extraían, podría haber sido redirigido por el interior de esas formas a las paredes,
techos y suelos.

—¿Falta mucho para seguir? —pregunta Doug.

—Sí, espera, solo tengo que echar una meada.

Su compañero se echa a reír.

—Si te la sacas aquí, se te congelará el rabo —bromea.

Yuri sonríe para sí. Parece bastante fácil divertirse y hacer bromas. Se coloca junto a
la pared y la palpa. Se siente orgánica, como si tuviera músculos y vasos sanguíneos.
Los nutrientes filtrados por las estalagmitas del agua podrían haber fluido por estos
tubos. Pero ¿hacia dónde? El pasillo sigue inclinado, llevándolos más al interior del
planeta. ¿Qué les espera allí?

Saca un martillo de su bolsa de herramientas. Se coloca algo de lado, coge impulso y


golpea fuerte contra la pared, justo allí donde suponía que había un conducto. El
martillazo deja un agujero. Lo ilumina con la linterna. Puede ver un canal de dos
palmos escasos de ancho, pasando por detrás de la pared hacia la izquierda y la
derecha. Claro que no tiene por qué ser un vaso de fluidos. Podría haberse creado de
forma natural, por erosión, como las grutas en la Tierra. Pero ya empieza a no creer en
casualidades.

—¿Vienes, o qué? —pregunta Doug de nuevo.

—El pasillo sigue bloqueado —responde Yuri.

—Creí que lo habías despejado con una meada.

—¡Qué gracioso!

—No te rías. De niño me dedicaba a cargarme así a las ortigas en el patio de atrás de
mi casa. ¡Funcionaba!

—Pero esto no son ortigas.

—Ni estamos en mi patio.

—Lamentablemente.

—Entonces ¿sigues sin encontrar una solución?

Doug se baja del Rover y se le acerca. Se queda delante de la primera estalagmita. De


repente, le da una patada con la bota derecha. Yuri pega un brinco. No se esperaba eso.
La estalagmita no le devuelve el golpe, sino que cae al suelo a la altura de la rodilla.

—Parece que el material es muy poroso —dice Doug.

—Al serrarlo parecía más duro.

¿Un material que es resistente y poroso a la vez? ¿Cómo se come eso? Yuri busca la
columna que ha serrado hará unas dos horas, pero no la encuentra. Así que se busca
una estalagmita cualquiera y le propina una patada. Su pie rebota.
—O soy tonto del bote, o…

—Un momento, vamos a aclararlo —dice Doug.

Se acerca y golpea la misma estalagmita. El pie de Doug tampoco la rompe.

—Menuda mierda, jolines —dice Doug—. Pero la buena noticia es que no eres tonto
del bote. Estos trastos deben tener una edad distinta. Los más viejos seguramente están
tan secos que se rompen con facilidad.

—Pues genial.

—Va, Yuri, seguro que encontramos un camino. Si realmente no podemos avanzar,


pues utilizamos la sierra. Será mejor que vaya delante abriendo camino.

Y realmente van encontrando suficientes estalagmitas secas que pueden pisar, para
permitir el avance del Rover. Cambian de posición cada quince minutos. Jugar a ir
abriendo camino es bastante cansado. Pero también da algo de satisfacción. Yuri se
avergüenza un poco de esa sensación. Las formas que va destrozando parecen estar, de
alguna forma, vivas. Al menos, debieron estarlo alguna vez, aunque sea hace millones
de años. ¿No podría ser que, bajo las condiciones adecuadas, pudieran revivir?

Otro patadón. Su pie rebota. Un poco más y se cae. No se puede tener siempre
suerte.

—Ahí delante, a la izquierda, prueba con esa —le grita Doug desde el asiento del
conductor—. Se ve desde lejos que está dañada.

Yuri reconoce la estalagmita que le dice Doug. Esta casi tocando la pared y cuenta
entre los ejemplares recubiertos por una capa que impide que brillen tanto. Son casi
siempre fáciles de derribar. Pero entonces algo le llama la atención. Esta estalagmita
tiene un agujero. Más o menos a la altura de la rodilla, saliendo por detrás. Además,
hay restos de material por todas partes. Parece como si alguien hubiera intentado
pinchar la estalagmita con un pilón. Como no lo consiguió, trabajó la forma con sus
manos. O con los dientes. Yuri se imagina a un yeti, luchando con la columna.

Menuda memez. Los yetis no tienen trajes espaciales.


—Mira esto, parece que alguien ha descargado su rabia contra estas estalagmitas —
dice Yuri.

—Quizás ha sido el viento —comenta Doug.

—Eso, el viento, ya. ¿Has notado la más mínima brisa aquí abajo? El aire no es lo
suficientemente denso —le corrige Yuri.

—¿Algo que ha caído en otro sitio?

—¿Y cómo llegó hasta aquí?

—Tampoco lo sé, Yuri. Déjame ver.

Doug se baja y se le acerca. Toca la estalagmita y observa el material a su alrededor.

—A lo mejor hay algún parásito que se alimenta de estas columnas —dice Doug—.
Sin duda, se trata de uno de los ejemplares viejos y secos, se ve en su recubrimiento.

—Parásitos. ¿Y de dónde saldrían? Deberían ser grandes como perros. ¿Y si ha sido


Kiska?

Doug sacude la cabeza.

—Por desgracia no. La echo de menos. Espero que esté bien.

—Seguro que sí. —Yuri le da unos golpecitos a su amigo en el brazo—. Eso no lo ha


hecho un perro. Anfitrite no tiene las condiciones necesarias para un tipo de vida así.

—Podría haber sido Óscar —comenta Doug—. Hace mucho que no sabemos nada
de él.

—¿Quieres decir que a lo mejor está en este pasillo? Debería haber pasado a nuestro
lado sin que lo viéramos.

—Es plano y llama poco la atención. Y habría tenido tiempo suficiente cuando
buscamos a Irina en el extremo de la serpens.

—Pero mírate este agujero, Doug. Empieza a la altura de la rodilla. Óscar no puede
doblar su brazo a esa altura.
—Sí puede, si no lo perforó desde este lado, sino desde el otro. Inclinado hacia
arriba, eso sí que podría lograrlo.

—No creo que Óscar esté aquí. ¡Entonces habría encontrado a Irina y nos hubiese
informado de ello!

—No sabes qué le ha pasado. Se largó, así, sin más.

—A veces se porta de forma peculiar, pero no me puedo imaginar que ignorara el


cadáver de Irina. Le conozco desde hace más tiempo que tú.

—¿Y nunca te pareció un robot raro, Yuri? ¿Un robot con voluntad propia?

—Esta humanización sale de nosotros. Tiene sus motivos para sus decisiones, que
las calcula según las circunstancias. Es bueno en cálculo. Solo nosotros lo consideramos
expresión de una voluntad libre.

—Eso significaría que cualquier comportamiento lógico no es comportamiento libre.

—No, Doug; como ser humano tengo la elección de comportarme de forma eficiente
o no. Puedo elegir entre el trayecto pintoresco o el más rápido. Como robot, Óscar debe
seguir su programación.

—Yo no estaría tan seguro. ¿Quién puede haberlo programado para que nos
abandonara sin decir nada justo después de aterrizar?

—Tienes razón —dice Yuri.

Doug asiente, levanta la pierna derecha y le da una buena patada a la estalagmita,


con lo que la tira al suelo. A Yuri le la pena la columna, pero ya es demasiado tarde. El
brillo de su foco recae en un objeto amarillento. Yuri se agacha para cogerlo. Parece un
pequeño canto rodado de color amarillo. Lo mira por todos los lados y se lo guarda en
la bolsa de herramientas.

—¿Ha dicho ya algo el analizador? —pregunta Doug.

—Buena pregunta. Ya se me había olvidado.

Yuri va hacia la parte trasera del Rover y activa el analizador.


—Veo una gran cantidad de carbono —dice—. Lo cual no es sorprendente, porque
Anfitrite es un planeta, al parecer, muy rico en carbono; ya lo vimos antes.

—¿Y algo más? —pregunta Doug.

—Dióxido de silicio, que debe proceder de las virutas que hemos serrado de la
columna. Y luego sales de todo tipo: sodio, potasio, calcio, magnesio, etcétera.

—Deben proceder del interior de las columnas.

—Sí, podrían ser restos secos del medio que transportaba los nutrientes —dice Yuri.

—¿Estás seguro de que no era la columna a la que le echaste la meada? Esto sería
una explicación.

Su amigo se carcajea.

—En serio, esa teoría de los nutrientes es muy interesante. Ya me he imaginado que
estábamos dentro de la boca de una ballena.

—Ya también había pensado en eso —dice Yuri.

—Quizás deberías compartir más tus pensamientos conmigo —responde Doug.

—Cierto. Lo siento, es un viejo defecto de los míos. Intentaré mejorar.


10 de enero de 2079, la Holandés Errante

—¡Mierda! —grita Vera.

Está golpeando el teclado cuando aparece Denise por la puerta. Son las nueve
pasadas y Vera debería haber acabado ya su turno.

—¿Qué pasa? —pregunta Denise.

—La central necesita urgentemente los datos de nuestro experimento, pero la


transmisión no funciona.

—Quizás aumentando la potencia de la señal…

—Qué va, si nos estamos acercando a la Tierra, Denise.

—Pero también a Júpiter, cuyo cinturón de radiación…

—Ya he intentado aumentar la potencia, y está al tope. Y no puede ser Júpiter, cuya
órbita está muy lejos de nosotros. Ya sé, eres química, pero…

Vera parece hoy especialmente benévola. Denise hace una carantoña, pero se alegra
en secreto que su manipulación haya dado sus frutos. Vera no parece sospechar nada.

—Buenos días.

Es Meltem. Entra por la puerta vestida con el chándal. Seguramente viene


directamente de hacer deporte. Denise no la ha visto desde ayer noche y busca
instintivamente señales en su expresión sobre lo que sucedió ayer. Se enfada consigo
misma, porque no le atañe para nada. Meltem sonríe como una esfinge.

—Buenas —suelta Vera entre dientes.

—¿Puedo ayudarte? —pregunta Meltem.


—Deberías ponerte un traje espacial para ello.

—¿A qué te refieres? ¿Quieres un pase de modelos?

Se echa a reír.

—No. La antena de largo alcance se ha desajustado. Por ello, la transmisión de datos


a la Tierra es jodidamente lenta. Y eso me está suponiendo un problema. A los chicos no
les gustará nada que los envíe fuera con los motores en marcha.

—A mí no me molestaría para nada darme un paseíto —dice Meltem—. Al menos,


una variación, en lugar de estar aquí horas y horas subida a una bicicleta que no te lleva
a ninguna parte.

—Pero no puedes salir sola —dice Vera—. Estarás trepando por la fachada de un
edificio de quince plantas. Si te caes no te chafarás contra el asfalto, pero sí caerías en el
chorro de masa de apoyo expulsado por los propulsores. En el mejor de los casos, no te
encontraríamos jamás.

—Eso lo tengo claro. Denise, seguro que quiere acompañarme, ¿a que sí?

Meltem abre bien los ojos y la mira sonriendo. Denise sigue con el plan.

—¿En serio? —pregunta—. Tenía otros planes.

—Venga, Denise, porfa. No me fío de nadie tanto como de ti.

—Bueno. Pero me deberás una —responde Denise.

—Yo también estaré en deuda contigo —dice Vera—. Lo haría yo misma, si no fuera
porque hay tantas cosas de las que tengo que ocuparme.

—¿Y qué es lo que tenemos que hacer? —pregunta Denise.

—La antena ya no se deja orientar con precisión —dice Vera—. El programa de


diagnóstico no me dice nada más. El fallo estará en la pequeña articulación motorizada.

Supone bien, Denise lo sabe mejor que nadie. Pero se hace la tonta. Solo es química.
Por su edad la subestiman con frecuencia, pero no le importa.

—Entendido. Entonces nos llevamos una articulación de recambio —dice Meltem.


—Y de paso un módulo de test, para comprobar si la reparación ha funcionado —
añade Vera.

Suerte que es ella misma quien lo propone. Con el módulo de test pueden meter su
mensaje pasando de largo el ordenador de a bordo.

—Para ello tendremos que separar la antena de la red durante un par de minutos —
dice Meltem.

—Claro, qué remedio —exclama Vera—. Para hoy no hay más transmisiones
importantes. El mensaje de cada mañana ya ha entrado. Y ahora perdonadme, pero
tengo cosas que hacer.

Vera las echa de la central con un gesto, como si fueran sus esclavas. Esa mujer es
más fría que el hielo. Denise se acuerda cómo ignoró las llamadas de esa pequeña nave
con la que se cruzaron. El piloto tal vez necesitaba ayuda. Pero claro, no tienen pruebas
de lo sucedido y el hombre tampoco envió un SOS. ¡Si al menos hubieran podido grabar
esa escena! Sin embargo, no se atrevieron. Vera prometió una excursión gratuita sin
traje por la esclusa a todos los que incumplieran la confidencialidad.

Denise se gira. Va a ser un día duro.

—¡Ahora tú! —grita Meltem.

—No hace falta que chilles, te oigo perfectamente —dice Denise.

Agarra el siguiente peldaño y sigue subiendo mientras Meltem le asegura el cabo


más arriba. Vera no exageraba comparándolo con trepar por la fachada de un
rascacielos. Denise mira hacia arriba. Allí, más o menos en el piso 15, asoma la antena
en la oscuridad. Pero el edificio no es un bloque monolítico, sino que recuerda a un
inmenso silo de pienso. Y el anillo con las cabinas, mejor no mirarlo. ¿Por qué no habrá
una esclusa más cerca de la proa? Podrían haberse ahorrado toda esta escalada. Aunque
seguramente haya mayor riesgo de que tenga que repararse algo en la popa, en los
propulsores. Y es que en la proa, aparte de las antenas, no hay apenas nada técnico.

—Te toca —dice Denise.

Cada diez peldaños hace una pausa mientras Meltem la sigue. Denise comprueba
que lleva el módulo de test bien fijado a su cinturón de herramientas.
—Ya estoy aquí —informa Meltem al cabo de solo quince segundos.

—Estás mucho más en forma que yo —dice Denise.

—Eso parece. Apártate.

Denise se hace a un lado. Cuando Meltem llega a su lado, se para. Gira la cabeza en
dirección a Denise y sonríe.

—¿Qué pasa? —pregunta Denise—. ¿Se te ha acabado la buena forma?

—Me parece que quieres preguntarme algo.

—Si insistes… —Denise suspira. Se le sonrojan las mejillas—. ¿Qué tal fue ayer con
Vera?

—¡Al fin! Ya me temía que no me lo preguntarías nunca.

—No me atrevía.

—Tontita. Estuvimos charlando. ¿Qué pensabas?

—No lo sé.

Naturalmente que Denise sabe muy bien lo que podría haber pasado.

—Vera tiene un hijo que acaba de cumplir la mayoría de edad. Y empezamos a


hablar sobre mi hijo, que tiene más o menos la misma edad. A ambos les cuesta tirar
hacia delante. Seguramente porque sus madres están demasiado tiempo lejos de ellos.
De eso fue de lo que hablamos. Sentó bien poder charlar un rato así.

—No sabía que tuvieras un hijo.

—Es solo un poco más joven que tú. Quizás por eso no te lo he mencionado. No
quería caer en el papel de madre contigo.

—Entiendo. Gracias.

—Y la próxima vez preguntas antes tú solita, si tienes algo que preguntar, ¿de
acuerdo?
—De acuerdo.

Meltem se vuelve a poner en marcha.

—Te toca —dice poco tiempo después.

Denise respira hondo, se endereza el guante derecho y sigue trepando.

—Coge mi mano —ordena Meltem.

Para llegar a la antena tienen que desplazarse lateralmente unos 45 grados alrededor
de la nave. Para ello hay una barra larga sujeta al casco por almas cada veinte
centímetros.

Denise agarra a la mano que le tiende Meltem y pasa de la escalera a esa pasarela.
Pero la nave la rechaza hacia atrás.

—Tienes que hacerlo al revés —dice Meltem.

Vaya, además tiene que ponerse sobre la fina pasarela de lado. Las herramientas que
lleva colgando al frente y la mochila con el aire a la espalda no permiten otra postura.

—No mires hacia abajo —exclama Meltem.

Ahora ya está jugando a ser su madre. Pero Denise se lo agradece. No suele tener
vértigo subiendo montañas, pero sí en construcciones como esa nave. Durante la
formación supo disimularlo muy bien. Se gira hacia un lado. Se sujeta a una barra
encima de ella y se desplaza lentamente por el casco de la nave.

Meltem, que va delante de ella, se para.

—¿Qué pasa? ¿Algún problema? —pregunta Denise.

—No. Ya hemos llegado.

—Pero si no veo la antena…

—La tienes justo encima.


Denise mira hacia arriba. Debe concentrarse para reconocer el contorno de la antena.
El inmenso plato solo se distingue por ocultar la luz de muchas estrellas. Cuelga sobre
ellos como un paraguas de grandes dimensiones.

—Es gigante —exclama Denise.

—En el fondo no. Cuatro metros, más pequeña que una piscina —dice Meltem.

—¿Solo cuatro metros?

—Es la perspectiva. Está tan cerca que tapa gran parte de las estrellas encima de
nosotras. Por eso te parece gigantesca. Pero por suerte no lo es.

—¿Por suerte?

—Nos enfrentamos a la labor de sacarla de su anclaje para sustituirlo junto con la


articulación, para luego volver a colocar la antena encima.

—Oh. A lo mejor tampoco ha sido una idea tan brillante.

—Es la única forma, Denise.

—Tienes razón.

—Ya me encargo. Tú limítate a asegurarme, a mí y a la antena, claro, una vez que la


haya soltado.

—Entendido. Me vas diciendo lo que tengo que hacer.

—Ese es el papel que más me gusta.

—Lo sé, cariño. Lo sé.

—Voy a desacoplar la antena de la articulación. Para eso tengo que sujetarla con una
mano y aflojar los tornillos con la otra.

—¿Las dos manos ocupadas, Meltem, sin sujetarte?

—Tú tienes mi cabo de seguridad. Eso me tranquiliza. Mi vida está en tus manos.
—Eso también me resulta muy tranquilizador.

—¿Denise? Ya está. La antena cuelga ahora solo de un saliente. Ahora voy a fijarla
con un cable de seguridad.

—¿Tengo que sujetarla si se cae?

—No pesa tanto. El material no es sólido, sino de tejido. Unos 80 kilos, seguro que
puedes con ello. Tú asegúrate de estar bien firme.

—Vale.

Denise se presiona lateralmente contra la nave y se sujeta con ambas manos a la


pasarela. El cabo está fijado a su cinturón. La nave vibra. Ojalá no se le ocurra a nadie
cambiar algo ahora en el empuje de los propulsores. Meltem respira entrecortadamente.

—¿Todo bien por ahí? —pregunta Denise.

—Tiene buen aspecto. A la articulación le quedan un par de tornillos y luego tengo


que cablear la articulación de nuevo. Cuesta trabajar con los brazos por encima de la
cabeza.

—Te acompaño en el sentimiento.

—Gracias, Denise. Ya estoy casi. Ya solo falta el cable de masa.

—Genial.

—¡Ay! —grita Meltem.

—¿Qué ha pasado?

—El cable de masa tenía potencial. Ha sido una buena descarga. Suerte que tenía los
guantes puestos. Pero no debería pasar algo así. Deberíamos estudiarlo. Pero no ahora.

—Entendido.

Habría sido más honesto decir te oigo.

—Cuidado, Denise. Voy a colocar la antena sobre la nueva articulación. Si caigo,


tendrás que sujetarme a mí y a la antena.
Genial. Pero Denise no dice nada.

—¡Colocada! Ya puedes respirar —dice Meltem—. Ahora solo faltan los tornillos.

—Por fin. No sabía que estar sin hacer nada y mirando al negro vacío pudiera costar
tanto esfuerzo.

Denise está realmente sudando más que cuando practica deporte.

—Ten, te paso esto —dice Meltem.

—¿El qué?

—La articulación vieja.

—¿Nos la llevamos dentro?

—No, la tiras y me pasas el módulo de test.

—Pásamela.

Denise estira la mano y recibe de Meltem una pieza metálica. La lanza al infinito.

—Que disfrutes mucho, articulación —dice—. ¿Por qué tenemos que tirarla?

—Podría ser que en un diagnóstico se descubriera que ha sido dañada a propósito.


Mejor ir a lo seguro.

—Ya.

—Ahora el módulo de test.

—No, Meltem, eso ya lo haré yo. Para esto sí que tengo formación.

—Como quieras. Entonces sube tú.

—¿Estás asegurada?

—Lo estoy.
Denise está a la misma altura que Meltem. Así está bien. Ya no es personal auxiliar
inútil. Meltem comprueba sus cabos de seguridad. Denise saca un cable del módulo de
test y lo conecta a la antena. En el módulo han guardado un pequeño programa que
hace girar la antena en distintas direcciones. En el momento en que señala hacia
Anfitrite envía su mensaje de advertencia.

Denise comprueba el estado de la antena. El módulo no indica fallo alguno, así que
inicia el programa Ya no puede ir nada mal. La antena gira. Primero se endereza hacia
arriba y luego gira totalmente a la izquierda para luego…

—Mierda, Meltem, estamos en medio.

Meltem reacciona de inmediato. Mientras la antena se inclina sin parar hacia ellas,
baja rápido un piso más abajo. No hay tiempo ni de fijar el cabo de seguridad.

—Justo, ha ido por los pelos —exclama Denise.

—Lo siento, debería haber pensado en eso —dice Meltem—. La articulación rota
impedía que la antena llegara a donde estábamos trabajando. Y entonces…

—Yo también debería haber pensado en ello. Pero mira, ¡lo hemos conseguido!

Chocan los guantes para celebrarlo.

—¿También se ha solucionado el otro problema?

Denise observa la pantalla del módulo de test. No hay errores. No programó


expresamente ningún mensaje de confirmación.

—Pues podemos partir del hecho de que sí —dice.


11 de enero de 2079, Anfitrite

Poco después de levantarse alcanzan una gran sala.

—¿También ha pasado por aquí un depredador del tamaño de un perro?

Doug para el Rover en la entrada. El paisaje ante ellos es una absoluta devastación.
Hay escombros por todas partes, distribuidos al azar: Hay unos pilones cortos y
estables, cuya forma recuerda a las bases de columnas griegas, rodeados de trozos
esféricos que recuerdan a cáscaras de huevo.

Yuri ignora la pregunta de Doug, se baja del Rover y entra en la sala. Tiene que
procurar no tropezar con las largas nervaduras a modo de ramas que bloquean el paso.
Están muy torcidas, como sacacorchos. Pero señalan todas sistemáticamente en una
única dirección: desde la salida del túnel hacia el interior de la sala, como si esa
devastación viniera del mismo lugar que ellos.

Pero ¿dónde está la fuente? Durante el camino no les ha llamado nada la atención.

—Algo hemos pasado por alto al venir —dice Yuri.

—¿Qué quieres decir? —pregunta Doug.

—Estos destrozos aquí proceden claramente de algo que ha salido del mismo
camino por el que hemos llegado. Algo ahí dentro lo tiene que haber provocado.

—¿Y si fuimos nosotros?

—No. —Yuri levanta una de las ramas en forma de sacacorchos—. ¿Lo ves? Está
carbonizado. Esto es hollín, aunque está congelado.

Doug le coge la rama y Yuri se siente algo avergonzado. Ha supuesto que la rama
está muy fría sin haberlo comprobado. Pero Doug le acepta esa suposición de
inmediato. Cambia el visor a infrarrojos y recorre la sala con la mirada. Es verdad; aquí
no hay nada que tenga un grado más de temperatura que en el pasillo. Ha tenido
suerte. No siempre acierta con sus suposiciones.

—Entonces debe haber sido otra cosa —dice Doug—. Podría tratarse de un proceso
natural. Como en la Tierra, cuando un rayo provoca incendios forestales de gran
magnitud.

—Es posible, pero no lo creo.

—No tienes pruebas.

—No.

—¿Y si ha sido Óscar? —pregunta Doug—. Es el único, ejem, ser vivo que sabemos
que también está en Anfitrite. Todo lo demás son especulaciones.

—¿En serio crees que puede haber hecho esto él solo? Venga ya.

¿O quizás sea demasiado inocente y bien pensado? ¿Y si Óscar sí que está


persiguiendo sus propios planes secretos? Pero también podría haberse hecho con la
lanzadera y secuestrarles la nave. No; la desaparición de Óscar tiene algún otro sentido.
Ya lo descubrirán. De todas formas, le quitará esas manías como sea cuando vuelva a
verlo.

—Sigamos —dice Doug.

—Me gustaría volver al túnel de nuevo. Tenemos que analizarlo de nuevo y


encontrar la causa de esta devastación.

—Ya te vale, Yuri. Ya hemos recorrido el túnel completo. No había nada, al menos
nada que podamos encontrar con una segunda o tercera pasada.

—Yo… de acuerdo. De todas formas, en algún momento tendremos que regresar. Ya


buscaremos entonces la causa.

Hay que saber llegar a compromisos. Aun así, Yuri se queda con la sensación de que
cometen un error. Suspira y entra más en la sala. Debió ser una especie de bosque
subterráneo, aunque ahora no es más que un desierto. O, mejor dicho, un cementerio.
Yuri se alegra de no haber sido la causa de esta desolación. Levanta de nuevo otra rama.
Esos trozos esféricos quizás habían sido cáscaras de huevos o algo parecido. La espiral
de la rama parece, en todo caso, ideal para sujetar un huevo así.
Deja caer la rama y recoge una de las cáscaras. Es muy ligera, pero no se deja doblar.
El material parece ser un cristal muy delgado. Lo enfoca con el haz de luz del casco, que
se vuelve solo mínimamente más oscuro. Sea lo que sea que hubiera en esos huevos,
debía ser bien reconocible con el brillo blanco de los troncos. Doug dijo algo de un
depredador. ¿Qué puede salir de unos huevos grandes como calabazas? Seguro que
nada del tamaño de un perro. Yuri se cabrea. Estas constantes comparaciones con cosas
terrenales no sirven absolutamente de nada.

Levanta otra rama y la observa. Su corteza solo tiene hollín en un lado. ¿Cómo
estaba antes de cogerla? La tira y se mira la posición de otra rama antes de levantarla. El
hollín está arriba, pero no por debajo, por la cara orientada hacia el suelo. Yuri lo
prueba con una cáscara de huevo. Está muy bien conservada. Estaba en el suelo como
una cuna de bebé. Donde estaba en contacto con el suelo no hay hollín.

—El bosque entero debió devastarse ya antes —dice Yuri.

—¿Antes?

—Primero algo destruyó el bosque y luego llegó el fuego. Y entre una y otra cosa
debió pasar mucho tiempo. En el suelo hay una gruesa capa de polvo. La capa de hollín
que hay encima es mucho más fina y, a su vez, no está cubierta de polvo.

—Muy bien visto, Sherlock.

—Gracias, Watson. ¿Alguna teoría adicional por tu parte?

—Me temo que no. Solo una idea práctica: Deberíamos marcar el lugar por el que
hemos venido y decidirnos entonces por alguno de los pasillos que hay al otro lado. Y
no será tarea fácil.

—¿Por qué, Doug?

—Pues porque hay un total de doce pasillos que aún no hemos visitado.

A primera vista resulta algo extraño. Yuri apaga su luz, al igual que Doug, y la
impresión de estar en un mundo absolutamente extraño aumenta. Necesita un par de
segundos para acostumbrarse a la oscuridad. Durante ese instante, se van recortando en
la noche tocones blancos a su alrededor, como si se estuviera retirando una niebla
negra. Mira hacia arriba y espera ver instintivamente un cielo estrellado, pero ahí no
hay nada. Sin la luz de los cascos o del Rover, la sala parece no tener límite superior.

La niebla oscura se sigue retirando. Yuri se introduce en la sala, pero la niebla


retrocede con mayor rapidez. Va pisando ramas que crujen bajo sus botas. Solo las
puede ver si se agacha. No brillan por sí mismas, como los tocones, seguramente
porque son materia muerta. Entonces, esto significaría que los tocones están vivos.
Emiten energía. Yuri cambia a infrarrojos y la sala queda totalmente negra. La luz que
emiten los tocones es fría.

—¿Por qué crees que brillan? —pregunta Doug—. ¿Fosforescencia?

—Entonces, su intensidad debería reducirse lentamente, tras haber apagado los faros
del Rover.

—¿Qué otra cosa podría ser?

—Luminiscencia. La fosforescencia no es más que la persistencia de luz absorbida.


La luminiscencia puede tener todo tipo de fuentes.

—Como esos animales en las profundidades del océano —comenta Doug.

—Sí, pero no tiene por qué ser un proceso biológico. Algunos materiales muestran
radioluminiscencia cuando se exponen a radioactividad. También hay
piezoluminiscencia por presión, triboluminiscencia por rozamiento, etcétera.

—Entonces esa luz no nos revela nada.

—Solo el aspecto que tiene si nos quedamos sin energía y que ahí se dan algunos
procesos, que en las ramas rotas ya no se dan.

—Pues tranquiliza saber que no estaremos dando palos de ciego en la oscuridad —


dice Doug—. Aunque tampoco puede decirse que haya mucha luz.

Yuri levanta el brazo. En la palma del guante hay algo escrito. Intenta leer lo que
pone, pero no hay luz suficiente. Doug tiene razón. Esa luz blanquecina de los tocones
no es suficiente para leer. Los procesos que la causan no pueden contar con mucha
energía.

Doug camina un par de pasos más.


—Esa luz nos está diciendo algo.

—¿El qué?

—Pues que es por ahí.

Y señala con el brazo hacia delante. La mirada de Yuri sigue el gesto. La niebla negra
se ha retirado ya tanto, que pueden verse los pasillos que se abren al otro lado. Parecen
casi bocas abiertas que solo están esperando a que se les meta algo de alimento vivo
dentro, y parece que les van a hacer ese favor.

El Rover cruza dando botes por la sala. Yuri va sentado detrás. Aún no han decidido
por qué pasillo continuar su expedición. ¿No sería mejor ir regresando ya a la Ganymed
Explorer? Por otro lado, tienen la oportunidad única de ser los primeros seres humanos
que exploran un planeta desconocido. Ya podrá dedicarse los siguientes meses y años al
duelo por Irina. La mala conciencia le golpea por ser ahora tan pragmático.

Doug corrige el rumbo del Rover. Se dirige al pasillo del extremo a la izquierda.

—¿Ya te has decidido? —pregunta Yuri.

—Sí, deberíamos empezar por la izquierda. No hay razón alguna para elegir otro
pasillo.

—Podríamos sacarlo entonces a suertes.

—Me gusta más ser sistemático.

—La casualidad también es un sistema —dice Yuri—. Pero tienes razón, así es mejor
para acordarse luego.

—Entonces coincidimos.

—Pero primero deberíamos pararnos un momento justo antes de la entrada.

Yuri se baja. Va bien poder mover un poco las piernas, aunque hoy no llevan ni una
hora en camino. Doug ha parado justo frente al primer pasillo de la izquierda; la
siguiente entrada queda a unos cinco metros de distancia. Ilumina el interior con la luz
de su casco. El pasillo parece igual al que han recorrido para llegar. Aunque aquí no se
ven estalagmitas ni hay canal en el centro. ¿Significará algo eso?

Va más hacia la derecha. El tercero es medio metro más estrecho, es decir, no tres
sino dos y medio de ancho. Y este sí tiene el canal que conocen. Yuri toca las paredes.
Todo está seco. Entra un par de pasos. El pasillo va algo hacia abajo.

—No exageres —le dice Doug por radio.

—Solo quiero echar un vistazo.

Yuri se acerca al cuarto pasillo. No es distinto, pero parece llevar hacia arriba, al
menos los primeros metros que llega a ver. El quinto pasillo es idéntico, pero con
inclinación descendente. El sexto también lleva hacia abajo, así que no parece haber
ningún sistema. Los números siete a diez tampoco muestran peculiaridades y parecen ir
todos rectos sin pendiente. El undécimo vuelve a tener algunas estalactitas y lleva
claramente hacia arriba. El último gira a los pocos metros hacia la derecha, por lo que
parece alejarse de todos los demás pasillos.

De regreso al Rover, Yuri le explica a Doug sus descubrimientos.

—¿Entonces sigue en pie lo que decidimos, empezar por la izquierda?

—Sí. Luego deberíamos investigar los números tres, once y doce, que me parecen ser
los únicos algo peculiares.

—No deberíamos valorar nunca un pasillo por el aspecto de su entrada.

—No seas tonto. No tenemos nada más —dice Yuri.

—Venga, súbete. La cháchara tampoco nos lleva mucho más lejos.

Al principio avanzan con bastante rapidez. El pasillo parece casi horizontal, con suelos
y paredes más lisas que su túnel de procedencia, por lo que deciden utilizar las ruedas
normales. Desplazarse a 15 kilómetros por hora por un túnel totalmente oscuro parece,
al principio, una locura. Los faros no llegan más allá de los veinte metros. Si en el suelo
apareciera un agujero, el piloto debería frenar de golpe. Por eso, ir al volante es bastante
agotador y han decidido turnarse cada diez minutos.
Yuri se acostumbra con el tiempo a la velocidad, aunque el pasillo no parece tener
agujero alguno. Parece taladrado, no lavado. Incluso las paredes son más lisas que
antes, y si por dentro pasaran canales o vasos, por fuera ni se notan.

Poco después del mediodía, el aspecto del túnel cambia cuando aparecen las
primeras estalactitas. Primero cuelgan solo del techo, a suficiente altura que les obliga
solo de vez en cuando a agacharse un poco, pero sin impedirles continuar. Luego, el
pasillo se vuelve más estrecho y se enfrentan a las primeras estalagmitas. Al principio
hay tan pocas, que pueden ir sorteándolas, pero pronto llega el momento en que tienen
que abrirse paso.

Yuri asume con gusto el primer turno. Cuando se trata de eliminar un obstáculo,
Yuri se viene fácilmente arriba. Busca constantemente huellas, pero no encuentra
ninguna devastación como en el primer pasillo. Con el tiempo, el pasillo empieza
también a ascender. A media tarde, Doug para el vehículo frente a dos estalagmitas
pisadas por Yuri.

—Deberíamos cambiar ahora al modo de oruga —dice Doug—. Aún podría pasar
por encima de eso, pero puede llegar el momento en que destrocemos alguna rueda.

—En eso tengo que darte la razón —responde Yuri.

—¿Pero?

—Sin peros.

—Me pareció entreoír alguno.

—¿No será que te habría gustado oír un pero, Doug?

—Pues, francamente… a lo mejor sí. Esperaba que propusieras dar media vuelta.

—A ver, hace poco me propusiste que fuera más franco y te dijera siempre lo que
pienso.

—Pues has aprendido muy rápido.

—Pero tienes razón, Doug, deberíamos dar media vuelta. Este pasillo me recuerda
más y más al primero. Y lleva hacia arriba, así que llegaríamos en algún momento a la
superficie y eso no tiene sentido.
—Eso mismo pensaba yo. Así que haremos que el Rover retroceda, Yuri.

—Se me ocurre una idea incluso mejor.

—¿Sí?

—Montamos la tienda y nos echamos una buena dormida.

—De acuerdo, Yuri. Bajo una condición.

—¿Que sería…?

—Que intentes no roncar tan a lo bestia.

—¡Oye, que el que roncaba eras tú y no podía dormirme ni a la de tres!

—Bueno, pues entonces dejaremos los dos de roncar.


11 de enero de 2079, la Holandés Errante

—Buenos días, señora Miraloğlu —saluda el mercenario educadamente y se levanta.

¿Qué le pasa a ese tipo, cuyo nombre ni siquiera recuerda? Ese no es el


comportamiento usual de los mercenarios. Denise mira a su alrededor. Detrás de ella
surge Meltem trepando por la compuerta.

—Buenos días, Maurice —dice Meltem—. ¿Cómo va la nave? y, por favor, llámame
Meltem; ya habíamos quedado en prescindir de apellidos.

Maurice Pippen, claro, uno de los dos hombres a los que Meltem rescató de la grieta.
¿Cómo se llamaba el otro? ¡Crowley! Solo le falta el nombre de pila.

—Muy bien, Meltem. La nave está en perfecto estado. Llegaremos a nuestro destino
dentro de un mes.

—Héctor —dice Meltem.

—Héctor, exacto. ¿Puedo preguntarle algo?

—Sin duda, Maurice.

—Los hombres están ya deseando poder pisar pronto suelo firme, y ya que luego
regresaremos enseguida a ese monstruoso planeta negro, ¿podría contarme un poco
cómo es Héctor? Usted es de allí.

—No, yo no, pero mi amiga Denise sí que trabajó allí. ¿Cómo era la vida en Héctor?

Meltem le lanza una sonrisa con toda su cara de falsa inocencia.

—Me temo que quedará decepcionado —dice Denise—. Solo hay una base minera y
absolutamente nada de diversión. Largos paseos en microgravedad, eso sí, y cuando
Júpiter sale por detrás del acantilado de Verne es una experiencia espectacular, pero no
creo que sea nada de lo que espera un puñado…, quiero decir, un grupo de hombres
jóvenes.

—Comprendo —murmura Maurice—. Creo que no se lo diré a los demás. Les


bajaría la moral. Seguramente estemos allí muy poco tiempo y ni siquiera llegue a ver
esa salida de Júpiter por el acantilado de Verne.

—Bueno, en Héctor, el día dura solo siete horas, seguro que habrá posibilidad de
ello —comenta Denise—. Será un placer acompañarle, Maurice.

«Chúpate esa, Meltem. Yo también puedo ser atenta y amable».

En el ordenador principal hay algo que pita con una lucecita roja que no para de
parpadear.

—Tengo que seguir —dice Maurice, sentándose de nuevo.

Pulsa un par de teclas. Se enciende la pantalla. La letra es tan pequeña, que Denise
no puede leer nada. Pero puede ver cómo se mueve la cabeza de Pippen de un lado al
otro mientras lee. Luego activa el intercomunicador interno.

—Central a capitán, central a capitán.

—Aquí Vera. Y capitana, por favor. ¿O está planificando un turno extra el fin de
semana, Pippen?

—Oh, perdón.

—Pídale perdón a su abuela, si quiere. ¿Qué hay?

—Un mensaje de la central para usted.

—¿Personal?

—No, a quien esté de servicio.

—Pues ábralo usted. Usted está de servicio, ¿no? ¿O es que lo tengo que hacer todo
yo?

Pippen tocas unas teclas. El texto en pantalla desaparece. Ahora puede verse a una
mujer mayor, de cabello oscuro, maquillada, aunque sin exagerar.
—¿A quién tenemos aquí? —pregunta Vera.

—Es un mensaje reenviado a todas las naves aquí fuera —responde Pippen.

—Ah, la Komarova esa otra vez. Confirme y listos. Vera, cambio y corto.

Pippen acerca la mano al teclado, pero Meltem le hace un gesto evidente. Pulsa
obediente el botón de reproducción. María Komarova cobra vida en la pantalla. Se
presenta como jefa de una empresa pequeña, ubicada en la Luna, especializada en
reciclaje de chatarra espacial. Hace meses que su marido estaba volando hacia el
exterior del Sistema Solar, más allá de Júpiter, por encargo, y que no ha vuelto a dar
señales de vida. Komarova pide ayuda para localizar la CSVictory, una pequeña nave
correo.

—Qué interesante, Maurice. ¿La jefa no quiere responder a eso? —pregunta Meltem.

—Es ya la cuarta vez que nos llega este mensaje —dice Pippen—. Siempre con la
misma cantinela.

—Pero ¿no tuvimos hace unos días un encuentro con una nave así?

—Ni idea. —Pippen se mueve en su asiento de un lado al otro sin mirar a Meltem
directamente—. Yo no sé nada. Pregúntele a la jefa.

—Gracias, Maurice. ¿Y no tendría ni el más mínimo consejo para la esposa?

Meltem suelta la frase así como así, en un tono de curiosidad. Debería haber sido
actriz.

—Yo… no, lo siento, me buscaría tantos problemas que habría sido mejor morir
chafado en la grieta.

—Muchas gracias, Maurice. Es usted un tesoro.

—Le agradezco la comprensión, Meltem.

—Pssst. —Meltem se lleva un dedo a los labios—. Ya nos entendemos.


—¿Qué ha sido eso? —pregunta Denise, mientras sudan una al lado de la otra sobre la
cinta de correr.

—No estoy muy segura —dice Meltem—. ¿Has visto la cara de Pippen? Ese hombre
tiene una pésima conciencia, pero mucho.

—Sin embargo, le supera el miedo que le tiene a la capitana.

—De Vera me esperaría cualquier cosa. Esa es capaz de pisar cadáveres con tal de
avanzar.

—¿Te crees capaz de sonsacarle lo que le pasó a la CS Victory?

—No, Denise. Vera no se va de la lengua. Se controla muy bien y solo dice lo que
quiere decir. Si ha hecho algo ilegal, dudo mucho que quiera contárselo a nadie.

—Podrías intentarlo. Tú eres capaz hasta de hacer hablar a los árboles.

—Gracias, cielo. Pero con eso solo llamaríamos su atención. Deberíamos ocuparnos
de este asunto sin que ella se entere.

—Entonces queda eliminada la posibilidad de contactar con la Komarova o el


propietario de ese yate espacial.

—Tenemos que planearlo al dedillo. Podría contactar con mi antigua amiga Anke.
Seguramente aún esté en Héctor.

—¿Es la geóloga que tuvo que quedarse en el asteroide cuando secuestramos


vuestra nave? Dudo mucho que se incline por ayudarnos.

—A nosotras no, pero a mí a lo mejor sí. Siempre nos entendimos muy bien y fui
víctima del secuestro igual que ella. No creo que llame la atención si me pongo en
contacto con ella, a fin de cuentas, estamos de camino a Héctor. Así que nos veremos
pronto.

—¿Y si alguien lee tu mensaje? Quizá deberíamos esperar a estar en Héctor para
empezar nuestras intrigas.
—Vera no nos matará si desvelamos su secreto. La veo capaz de todo, pero tampoco
reacciona de forma violenta. Callarse un encuentro tampoco es un delito muy grave.
11 de enero de 2079, Héctor

—¿Has aparcado bien el extractor? —pregunta Anke.

—¿Es que no te fías de mí? —le responde Michael.

—Esta semana y la anterior dejaste el extractor junto al risco, Michael, y sin


asegurarlo. ¿Cómo voy a fiarme de ti así?

—¡Oye, esa cosa no puede salir volando, si pesa al menos un par de toneladas!
Además, ese día tenía prisa por volver a la base. No logro acostumbrarme a turnos de
ocho horas con un pañal entre las…

—Pero el extractor debe quedar en su posición de aparcado, con el cable de carga


conectado.

—La batería aguanta varios turnos, Anke. Aún indicaba bastante más del 50 por
ciento. ¿Siempre tenéis que crear tanto estrés los alemanes?

Anke Renner se sube la cremallera del traje de golpe y guarda silencio. ¡Lo que
faltaba! Un biólogo que no es capaz de colocar una máquina carísima en su sitio ¡osa se
meterse con su nacionalidad! Félix, el canadiense que lleva con ellos meses, trata la
maquinaria de minería con más cuidado.

De pronto, se abre la puerta de la sala de estar.

—¿Ya os estáis peleando de nuevo? Se os oye fuera —dice Félix.

—Cambio de turno —responde Michael—. Al parecer, Anke se ha levantado con el


pie izquierdo.

—No se trata de mi mal humor, sino de tu dejadez —dice Anke.

—Yo no he dicho nada de mal humor.


Anke resopla furiosa; Michael siempre consigue sacarla de sus casillas con unas
cuantas palabras. En la Ganymed Explorer pasaba lo mismo; pero allí tenían un objetivo
común interesante. Sin embargo, en Héctor, tratan solo de sobrevivir día tras día hasta
que llegue el siguiente transporte. Al menos, Chen les ha dado trabajo en la explotación
minera. La paga es pésima, pero sin duda mejor que pasarse el día sentado y esperando
sin hacer nada. ¡Si Michael fuera un poquito más ordenado…! Tendría que aprender a
no molestarse tanto por estas cosas, pero lo ha intentado ya tantas veces…

Félix se tapa los oídos de forma exagerada.

—No me gusta molestaros en vuestras discusiones —dice—, pero tengo algo para
vosotros.

Sostiene una tablet en alto.

—¿Qué es eso? —pregunta Michael.

—Noticias de Meltem.

—¿Para mí?

—Una para ti, otra para Anke.

—Pues dame eso —dice Michael.

Félix le lanza la tableta. En la baja gravedad flota elegantemente hacia Michael. Pero
eso también es típico. Hay dos mensajes. Michael lee el suyo primero. Anke se enfada.

El biólogo hace una lectura rápida.

—Vale —dice entonces—. Vuelven, pero sin nuestra nave. Eso ya lo sabíamos. Con
eso no vamos a salir antes de este montón de escombros. ¡Todo tuyo!

La tablet flota en dirección a Anke. Tiene los brazos ya metidos en el HUT. Apenas le
da tiempo a sacar el brazo derecho para pillar la tableta al vuelo. Típico de Michael.
Niega con la cabeza y escribe su contraseña.

El mensaje aparece en la pantalla, pero no revela todavía su contenido. Anke tiene


que introducir su clave privada. Eso es inusual. ¿Estaba el mensaje de Michael también
cifrado? No lo ha visto teclear. Ahora sí que espera con expectación el mensaje. Su
antigua capitana le informa primero brevemente sobre los sucesos de los últimos días y
se excusa por no haber dado señales de vida con más frecuencia. Entonces llega al
meollo del asunto, que Anke ya esperaba.

«Te voy a pedir un favor —escribe Meltem— pero esto debe quedar entre nosotras.
Necesito información sobre una nave llamada CS Victory y un astronauta que iba a
bordo, probablemente un ruso. No sé su nombre. Su mujer se llama María Komarova.
Tiene una empresa de recuperación de chatarra en la Luna. Creo que con estos datos
podrías encontrarlo. Su mujer lo busca, no sé más, excepto que probablemente hubo un
encuentro de esta nave con la CS Victory. No puedo investigarlo aquí. Sabrás el motivo
cuando nos veamos dentro de un par de semanas».

Meltem le da las gracias y le pide que codifique también la respuesta. Anke repasa el
texto de nuevo. CS Victory, María Komarova, Luna, será capaz de recordarlo, así que
borra el mensaje y le devuelve a Félix la tablet.

—¡Cuidado! —le grita, porque Félix no esperaba ese lanzamiento.

—¿Todo bien? —pregunta—. ¿Qué se cuenta Meltem?

—Os envía muchos saludos. Ahora tengo que salir, que ya empieza mi turno.

Evidentemente, Michael ha vuelto a dejar el extractor sin asegurar ni conectar. Es


verdad: el riesgo de que se pueda mover él solo es mínimo. Pero aun así. El cabo de
seguridad cuelga de la parte trasera. ¿Qué cuesta engancharlo a las grandes abrazaderas
que hay en el extremo superior del pozo?

Anke sube a la cabina y se fija el cinturón. El extractor parece un tractor


convencional, aunque este se mueve sobre una larga cadena. La herramienta de
extracción se encuentra en la parte inferior. La cadena pasa por varias poleas que la
tensan tanto, que el extractor presiona con fuerza contra el suelo. De esta forma, la
máquina puede rascar el material del asteroide con sus grandes manos en forma de
palas de acero.

Están extrayendo una mezcla de hielo y polvo, que es el material del que está
compuesta la mitad del asteroide. Del hielo, una mezcla de agua y dióxido de carbono
helados, así como otros gases más congelados, se puede extraer aire respirable y
combustible. El polvo no sirve de nada, porque su contenido en carbono es mínimo.
Antes de que llegaran con la Ganymed Explorer se extraían también compuestos de
carbono, pero las zonas explotadas han quedado ya agotadas.
Anke enciende la pala. El potente motor se pone en marcha. La máquina entera
vibra suavemente con un efecto calmante que le sube por la columna vertebral hasta la
cabeza, provocándole somnolencia. Y podría decirse que esa es la labor más dura de
este trabajo. Cuando el extractor llega al final de la cadena, tiene que cambiarla. Hasta
entonces, dispone de veinte minutos. Anke se pone el despertador, solo por si se queda
dormida.

En el fondo no quiere dormir. Utiliza el ordenador en la cabina del extractor para


buscar una primera información sobre la petición de Meltem de la memoria local, que
contiene una base de datos de empresas dedicadas a negocios en el espacio.
Efectivamente, Komarova aparece registrada. Pero su empresa no tiene su nombre sino
seguramente el de su esposo: Sistemas de recuperación Swartzenberg. Debe ser
americano o canadiense, pero no encuentra el nombre de pila. El historial de la
empresa, muy breve en la base de datos, cuenta otra cosa: Su predecesor fue un tal
Vitali Komarov. Vitali debió ser un tío o tío abuelo de María. Así que el marido entró en
la empresa con el matrimonio.

Solo podrá saber más si abre una cuenta sujeta al pago de una cuota. Solicita el
acceso e introduce los datos de su tarjeta de crédito. Parece que esta información
también puede tener un cierto valor para Meltem. Envía una solicitud en la que pide
información sobre los proyectos de la empresa. Pero esta información no está disponible
en la base de datos local y para cuando llegue la respuesta a la órbita de Júpiter ya
habrá empezado su siguiente turno.

El despertador suena y Anke se baja del vehículo. Los ganchos para la cadena están
formados por brocas gruesas, de unos dos metros de largo. Con el mando a distancia
hace que el primero gire a la izquierda, con lo que se desenrosca del suelo del asteroide.
Lo desplaza más o menos el equivalente al ancho del extractor, lo coloca vertical y lo
vuelve a clavar girando hacia la derecha. Todo sucede sin el más mínimo ruido; bueno,
casi, porque a través del suelo y la reverberación le llega un pitido al oído, como un
acúfeno. A medida que la broca se introduce en el asteroide, surge un denso polvo de la
herida, como si fuera sangre. Se siente un poco como el troyano Héctor perforándole el
talón a Aquiles.

Listo. Anke se sacude el polvo de las piernas. El polvo es aquí el mayor peligro,
como les ha tenido que explicar varias veces a los dos hombres; no la radiación cósmica.
El polvo les persigue hasta su alojamiento y, a diferencia de la Tierra, no está pulido con
forma redonda por erosión, sino que tiene aristas. No tiene intención de destrozarse los
pulmones con este trabajo mal pagado. Pero ni Michael ni Félix parecen entenderlo, y
eso que Michael es biólogo.
Se sube de nuevo a la cabina. En el último escalón se para a mirar a su alrededor. El
campo que están ‘arando’ parece una cantera a cielo abierto cósmico. Pero, aquí arriba,
el Sol no brilla ni de lejos igual. Ya va siendo hora de que la Holandés Errante se la lleve
a la Tierra. Anke se sienta, pone en marcha el extractor y luego el despertador. Es
importante mantener la rutina y así vuelve a disponer de tiempo para investigar. ¿Qué
más podría averiguar para Meltem? También puede acceder localmente a una base de
datos de naves registradas. La CS Victory pertenece a un tal Timothy Merman o, mejor
dicho, a su empresa Merman Enterprises, que se encuentra registrada en las Islas
Caimán, lo cual no habla precisamente de una empresa seria.

A Merman le pertenecen varias naves de transporte y derechos de explotación


minera en cuatro asteroides y que no utiliza. Gran parte de su dinero lo ganó en la crisis
de 2072 con especulaciones muy osadas. Cuando por aquel entonces se acercó ese
agujero negro a la Tierra, muchos intentaron convertir sus propiedades en dinero y
pocos se dedicaron como Merman a comprar. Y lo hizo con tanta habilidad, que luego
nadie pudo demostrar que se hubiera aprovechado de forma deshonesta.

¿Qué tiene que ver Merman con esto? Seguramente tenga buenos contactos y haya
enviado al marido de Komarova a esa misión en la que desapareció. Anke resopla.
¿Cómo se puede ser tan tonta? ¿Por qué no ha consultado ya las denuncias de
desaparición? Y lo encuentra enseguida. Doug Swartzenberg, capitán de la CS Victory,
buscado por su esposa Mary. Sistemas de recuperación Swartzenberg ha enviado el
mensaje a todos los sitios posibles, pero no ha obtenido ninguna respuesta.

Anke se hace un resumen. Tiene tres puntos de arranque: el registro de empresas,


Mary o María, y ese hombre de negocios, Merman. El primero ya está enviado. ¿Sabrá
Mary más de lo que ha puesto en la denuncia de desaparición? ¿Y hasta qué punto está
Merman interesado en su socio y en su nave? Lo descubrirá en el siguiente paso,
cuando lleguen sus respuestas.
12 de enero de 2079, Anfitrite

Naturalmente, Doug no cumple su promesa. Le da varios golpecitos, pero el serrucho


para solo durante un par de minutos. Seguramente él también ronque, pero para eso
debería conseguir dormirse. Yuri se gira para ponerse de espaldas. Podría ponerse el
casco, pero ya ha sentido ese duro material todo el día en su nuca. Tiene que conseguir
ignorar los ruidos de Doug. ¿Llegará un momento en que esté tan cansado que se
duerma a pesar del ruido?

Al fin llega el momento. Los párpados de Yuri tiemblan. Una suave brisa le acaricia
la piel. Se relaja del todo. Su respiración se vuelve más lenta. La cabeza se le llena de
suave algodón que aleja cualquier pensamiento. Eso es lo que se siente cuando se pasa
al mundo de los sueños. Le encanta esa sensación, que solo logra cuando a su alrededor
todo está en silencio. Solo se permiten ruidos monótonos. El susurro del viento, sí. El
ladrido de un perro, aunque esté lejos, no. El ronroneo constante del mantenimiento de
vida, sí. El ruido de raspado que empieza ahora, no.

Yuri se despierta de golpe. Mierda. Estaba ya a punto de caramelo. Seguro que Doug
vuelve a poner en marcha el serrucho. Cuando algo le despierta justo en ese dulce
estado de transición, siempre es como si un delincuente le pusiera un paño sobre la cara
y le tirara agua encima. Yuri está totalmente desvelado y está seguro de que no podrá
dormirse en los próximos treinta minutos.

¿De dónde procede ese ruido de raspado? Doug sigue durmiendo en silencio a su
lado. ¡Menuda putada! Ahora sería el momento perfecto. Si consiguiera dormirse, ya
casi nada le molestaría; solo necesita silencio para conciliar el sueño. Se incorpora. En la
tienda no está del todo oscuro. Un par de indicadores del mantenimiento de vida
parpadean. Doug no se mueve. Su pecho sube y baja con la respiración, pero no está
rascando en sueños la tela de la tienda. ¿Qué habrá causado ese raspado?

Se vuelve a tumbar. Una oveja. Dos ovejas. Tres ovejas. Cuatro ovejas… veintiuna
ovejas. Contar ovejas a veces ayuda, pero ahora solo está pensando en por qué no le
sirve para calmarse. De repente vuelve a oír el ruido de raspado. ¿O es más como algo
arañando la tela? ¿A qué le recuerda ese ruido? Yuri se incorpora de lado. Aquí dentro
no hay nada que se mueva. El mantenimiento de vida ronronea. A veces también
suspira, cuando tiene mucho trabajo que hacer y están sudando, y a veces burbujea
cuando se ha acumulado demasiada agua en el condensador.

Pero no araña ni rasca. Si rascara, sería muy mala señal, pues significaría la pronta
muerte del ventilador. Pero el ruido de raspado no procede de sus pies, sino del lado. Y
es el lado opuesto al que ocupa Doug. Entre Yuri y la lona de la tienda solo hay una
pequeña mochila sin piezas móviles en su interior. No puede raspar. Así que el ruido
procede de fuera. ¿Debería despertar a Doug?

No, seguramente le tomará por loco. La lona no es del todo opaca. Pero mientras
dentro haya algo de luz, no puede ver lo que pasa fuera. Dobla las piernas y se arrastra
hasta el extremo donde están las cajas del mantenimiento de vida que hacen circular el
aire en la tienda. Gira el interruptor principal hacia abajo. Las lucecitas se apagan con
un pitido, seguramente de advertencia. Por suerte solo dura cinco segundos. Doug
sigue durmiendo. Le resulta envidiable cómo es capaz de dormir tan profundamente.

Yuri respira hondo. Con el mantenimiento de vida apagado tiene la sensación de


que se le acaba el oxígeno, pero es una tontería. La tienda tiene un volumen suficiente
de aire. Ahora sí que reina el silencio, excepto por la suave respiración de Doug. Si algo
se mueve ahora frente al brillo de las estalactitas y estalagmitas…

¡Allí, el raspado de nuevo! Es allí. Justo detrás de la tienda. ¿No acaba de ver una
sombra que ha pasado por delante de la lona? Otra vez. ¡Algo hay ahí fuera! Un sudor
frío le recorre la espalda. ¿Qué ruido será ese? Tampoco es del todo algo raspando. Es
un sonido grave, un poco oscilante. Un raspado oscilante. Una cucaracha bajo un
aguacero. Le da la risa. ¿Habrá cucarachas aquí? Parece ser que son capaces de
sobrevivir en cualquier lugar. Pero aguaceros seguro que no hay aquí. Solo repentinas
tormentas de fuego, como la que debe haber cruzado la gran sala.

La sombra, ahí está de nuevo. Se mueve hacia él. Yuri intenta retroceder, pero ahí se
acaba la tienda. Tiene que despertar a Doug. Tienen que hacer frente a esa cosa de fuera.
No tiene sentido esperar hasta mañana. Pero quizá se marcha dentro de un momento.
«A ver, Yuri, céntrate. Querías explorar el interior de Anfitrite». Debe tener más
cuidado con lo que desea. Sea lo que sea lo que les espera fuera, no puede ser tan
peligroso. Si no, ya habría destrozado la tienda. Esa fina lona no les protegería mucho.
Ponerse el traje, eso sí que es, al menos, una buena idea, por si a esa cosa se le ocurre
querer hacerles una visita.

—Doug, despierta —dice, pellizcándole la pierna.


Doug patalea asustado. El raspado aumenta y la sombra se mueve amenazadora de
un lado al otro. Doug se incorpora lentamente.

—¿Por qué has apagado el mantenimiento de vida? —pregunta—. ¿Quieres


matarnos?

—Psst. No. Necesitaba oscuridad —susurra Yuri—. Ahí fuera hay algo. Míralo tú
mismo. Está justo delante de nosotros.

Doug mira en la dirección que señala.

—Ahí no hay nada —susurra Doug.

En ese momento se repite el ruido de rozamiento por la derecha, más fuerte que
antes. Doug se gira y pega un grito del susto que se lleva. Eso también lo ha oído.

—Pareces un bebé —dice una voz en el casco de Yuri.

Yuri se acerca el casco.

—¿Quién está ahí? —pregunta en el micrófono.

—Pues ¿quién va a ser? ¿Un fantasma, quizás?

—¿Óscar, eres tú? —pregunta Yuri—. ¡Es Óscar! —le dice a Doug.

—Pues claro que soy yo. ¿Esperabais la visita de alguien más?

—¿Y por qué están acechando por ahí fuera de la tienda, en lugar de presentarte
como es debido? ¡Me has dado un susto de muerte!

—Oí los ronquidos de Doug y pensé que estabais durmiendo. No quería


despertaros. Entonces he aprovechado el rato para limpiar un poco el Rover.

—Ese era entonces el ruido de raspado.

—Lo siento, Yuri. Creí que no se oiría dentro de la tienda.

—Me alegra que hayas vuelto —exclama Yuri.

—Eso mismo iba a decir yo —dice Doug.


—Me alegra saberlo. Pero ahora seguid durmiendo —ordena Óscar.

—Ya estoy totalmente desvelado —dice Yuri—. Me gustaría saber dónde has estado.

—Yo ya dormí suficiente —añade Doug—. Por mí podemos dar la noche por
finalizada, nos vestimos y salimos de la tienda.

—De acuerdo —dice Yuri—. Ahora ya me resultaría imposible conciliar el sueño.

—Pero ¿qué mierda es esta? —pregunta Yuri.

Las ruedas de Óscar giran. Ahora se oye de nuevo el ruido de raspado. Eran las
ruedas las que hacían ese ruido.

—Consideraba con un 90 por ciento de probabilidad de que ese término surgiera de


Doug —dice Óscar.

—¿De mí? ¿Por qué?

—Porque no paras de soltar tacos —dice Yuri—. Pero no me cambies de tema, Óscar.
Eso fue desobediencia de una orden. En otro lugar se te habría…

—Ya que no tengo voluntad propia, es imposible que desobedezca una orden.

—¿Qué quieres decir con eso? Te largaste con viento fresco, a pesar de ordenarte lo
contrario.

—La orden en concreto de no abandonar la zona de aterrizaje parece que no me


llegó. Si no, la habría cumplido, naturalmente. Por lo demás, me comporté acorde con
mi programación y apoyé la seguridad de vuestra misión.

—¿La seguridad de nuestra misión? ¡Pero si te has escaqueado precisamente de eso!

—En el Rover no os habría servido de nada. Con mis ruedas me muevo mejor sobre
superficies sólidas y planas. Así que me dediqué al cartografiado tridimensional de toda
la zona y de las serpentes de alrededor. Con mi módulo de radar dispongo de la mejor
herramienta. Ahora dispongo de un mapa con precisión milimétrica.

—¿Y de qué nos sirve eso? —pregunta Doug.


—Aún no lo sé. Una simulación me dice que podría ser estadísticamente la mejor
aportación a vuestra misión. La estadística no contiene afirmaciones concretas sobre su
utilidad real.

—¡Pero deberías habernos preguntado! —dice Yuri.

La simulación me decía también que la probabilidad de que autorizaras mi medición


era inferior al diez por ciento. Por eso adapté la estrategia en el sentido de una función
de maximización de utilidad.

—Te largaste antes de que te ordenara otra cosa.

—En todas las simulaciones, la estrategia demostró ser la más eficiente, y la práctica
demuestra que las simulaciones eran correctas. ¿O ha habido algún momento en que me
necesitarais?

—No, pero eso no significa nada. No estabas, así que ni pensamos en si te


necesitábamos o no.

—Entonces no pensasteis nunca: ‘¡Si al menos Óscar estuviera aquí!’

—No, no lo hemos hecho —dice Doug.

—Oh. Eso es…

Óscar se gira y repliega su brazo.

—Eh, ¿qué te pasa ahora? —pregunta Yuri.

—Nada —dice Óscar—. Me alegra mucho que hayáis estado tan bien sin mí. Eso
confirma a posteriori mi estrategia.

El robot es realmente listo. ¿Será verdad, que no posee voluntad propia? Sus
argumentos tampoco son tan erróneos. Tanto encima como dentro de la serpens no
habría sido muy útil. A diferencia de la otra vez, en la que se sacrificó, ahora disponían
de un horario preciso de nubes. Gracias a Óscar, que lo confeccionó. Pero por otro lado
demuestra una gran habilidad para justificar sus acciones con posterioridad. ¿No ha
escaneado la superficie por iniciativa propia? También sería posible que tuviera
primero una idea y luego pensara en una estrategia para ver cómo aplicar esa idea sin
incumplir ninguna orden. En ese caso, sí que tendría una voluntad propia y libre.
—… me abrí paso a través de estas cuevas hasta encontrarme de pronto con vosotros
—dice Óscar.

Debe haber estado contando su camino hasta aquí. Pero Yuri se ha perdido el
principio.

Doug le coge del brazo.

—¿Estás bien, Yuri?

—¿Yo? Sí. Óscar, ¿puedes contarme otra vez cómo has llegado a este pasillo? ¿Te has
encontrado con Irina?

—Por desgracia no. Al analizar la superficie, he visto como había numerosos pasillos
que llevan al interior. Todos con un diámetro muy similar, pero con distintas funciones.
Para investigarlas, entré en uno que sabía que me llevaría en vuestra dirección.

—¿Esperabas encontrarnos?

—No podía. La probabilidad de un tal encuentro, a pesar de la dirección correcta,


era inferior a un trece por ciento. Pero a veces suceden las cosas más inesperadas.
¿Pudisteis encontrar a Irina?

—Sí, Óscar, lamentablemente sí —dice Doug—. Ha muerto. Creemos que cayó con
muy mala suerte al bajar a uno de estos pasillos.

—Entonces lo adecuado ahora sería decir que os acompaño en el sentimiento —dice


Óscar.

—Gracias —responde Yuri y se queda un momento pensado—. ¿Has investigado ya


varios de estos pasillos? —pregunta.

—No me ha dado tiempo.

—¿Tampoco has visto entonces la gran sala que hay detrás de nosotros?

—No, Yuri, ya que he venido desde arriba. ¿Por qué lo preguntas?

—Se trata de los daños en una de las estalagmitas, ¿verdad? —pregunta Doug.
—Sí. Una estaba dañada de una manera que creo que no es posible que fuera
natural. Y si no has sido tú…

—Entonces hay alguien más aquí abajo —comenta Óscar.

—¿Lo ves, Doug? Óscar opina lo mismo —exclama Yuri.

—Pero ¿quién puede ser? Somos los únicos seres vivos que hay aquí abajo —dice
Doug.

—Al menos eso parecía, hasta ahora —responde Yuri.

Junto con Óscar, que se agarra a él por detrás, alcanzan la gran sala. El robot no puede
evitar escanearla al completo con su radar.

—Habíamos decidido tomar ahora el pasillo número tres —dice Yuri.

—Bien —comenta Óscar—. Este pasillo tiene un canal en el suelo, ¿lo habíais visto?

Óscar se introduce un par de metros en su interior y coloca el brazo en el canal.

—Aquí hay una concentración bastante alta de oxígeno —dice—. ¿Tampoco habíais
descubierto esto?

—Pues claro que sí, no me chulees —exclama Yuri.

—Solo os informo. Lo que hagáis luego con eso ya es tema vuestro.

—¿Alguna teoría de por qué se acumula oxígeno en el canal?

—Por ahora no. Me gustaría saber si la concentración varía cuando más dentro
estemos.

—Buena idea —dice Yuri—. Súbete, que vamos a continuar.


12 de enero de 2079, la Holandés Errante

Meltem se cuelga la toalla del cuello y camina hacia el mantenimiento de vida. Pulsa un
par de botones. La ventilación pasa de golpe a ser un huracán tropical. Es evidente lo
que pretende con ello. Nadie debe poder escucharlas. Meltem se sube a la cinta de
correr y la pone en marcha.

—El desaparecido se llama Doug Swartzenberg —susurra—. Estaba de camino a un


planeta con muy poco albedo. Y tampoco sabía mucho más que eso.

—¿Cómo dices?

El huracán hace muchísimo ruido.

—Que el desaparecido se llama Doug Swartzenberg —repite Meltem algo más alto.
Estaba de camino a un planeta con muy poco albedo. Y tampoco sabía mucho más que
eso.

—Solo puede referirse a Anfitrite —dice Denise.

—Su mujer está desesperada. Me ha enviado un par de fotos que le envió Doug.

Meltem le enseña la tablet sin dejar de correr. Se reconocen claramente las serpentes,
aunque la imagen se mueva por estar corriendo en la cinta. La nave que tomó esas fotos
no puede haber estado muy lejos de Anfitrite. Así que algo le pilló poco antes de llegar.
¿Algo?

—¿De cuándo son las fotos? —pregunta Denise.

—Se las envió en Navidad, el 25. Desde entonces, Mary no ha sabido nada más de él.

—¿Mary? ¿No era María?

—No le gusta mucho oír su antiguo nombre. A principios de los 70 debió tener
algún problema. Pero Anke no consiguió averiguar mucho más.
—¿Cómo has dicho que se llama?

Denise para y se quita el sudor de la frente.

—Doug. Doug Swartzenberg —dice Meltem—. Pero es raro. Anke dice que la
empresa, el Servicio de Recuperación Swartzenberg, es más antigua y perteneció a un
tal Vitali Komarov. Doug es americano. Vitali no suena muy americano.

—Quizás adoptó el apellido de soltera de su esposa cuando se hicieron con la


empresa.

—Pero si consta como Komarova en las bases de datos.

—María Komarova y Doug… eso me suena de algo, creo.

—Pues a mí esos nombres no me dicen nada.

—Waters, claro, ahora me acuerdo. María Komarova y Doug Waters formaban parte
del equipo que eliminó en aquella época el agujero negro. Había un tercero, un
cocinero, que luego abrió un restaurante espacial.

—¿De Waters a Swartzenberg? Pero si el hombre era un héroe, ¿por qué cambiarse el
apellido? —pregunta Meltem.

—Ni idea. Tal vez no le gustaba ser un héroe. La vida sigue. Y puede ser que
tampoco hayamos averiguado todo lo que sucedió entre bambalinas en esa época.

—¿Cómo puedes recordar algo así, Denise?

—Mi hermano mayor murió entonces.

—Vaya, lo siento. ¿Estaba destinado en algún sitio?

—No, solo en el lugar equivocado y en el momento equivocado. Un ‘mob’ le


incendió el restaurante en el que trabajaba.

—Nunca me has hablado de él.

—No, es que…
Denise se calla. Coge una toalla y se limpia a fondo la cara. Luego, vuelve a subirse a
la cinta de correr.

—¿Podemos hablar de otra cosa? —pregunta.

—Claro —dice Meltem—. Pues, según parece, esa Mary o María la última vez que
tuvo noticias de su marido fue el 25 de diciembre. Fue el día en que una nave intentó 50
veces contactarnos. Me acuerdo bien, porque el ruidito del receptor de radio me ponía
de los nervios. Vera prohibió a la tripulación que respondiera. Luego, dejó de
llamarnos. Y me alegré de ello.

—¿Y ahora? —pregunta Denise.

—No significa nada. La nave no envió ningún SOS. Así que no teníamos obligación
alguna de responder a su llamada.

—Pero no crees que eso fuera todo, ¿verdad?

—No tras la reacción de Pippen. Tú también viste la mala cara que puso.

Denise asiente.

—Pippen no es mala persona. Es como Nkrumah. Y creo que podríamos conseguir


poner de nuestro lado incluso a Strombomboli.

—Pues aún nos quedan Crowley, Dimitrenco, Shultz y, evidentemente, Vera.


Aunque me preocupa más que cuentes ya con un caso grave.

—Deberíamos estar preparadas para cualquier situación. Vera quiere conseguir sus
objetivos con todos los medios.

—Entonces a lo mejor resultaría más saludable no espiarla —dice Denise.

—Si es responsable de la desaparición de Doug, no se lo podemos pasar por alto.

—¿Y Yuri? A Grigori…

—Sabía que dirías eso, Denise. Sin embargo, aquello fue distinto. Nosotras no
estrangulamos a Grigori.

—Pero lo hizo por mí. ¿Y cómo se lo agradezco yo? Dejo a Yuri solo en Anfitrite.
Denise se baja de la cinta. Le moquea la nariz. Meltem se acerca a ella y la abraza.
13 de enero de 2079, Anfitrite

—Basta por hoy —dice Yuri—. ¿A vosotros os duele tanto el culo como a mí?

—A mí no —dice Óscar.

Doug se echa a reír antes de responder:

—Pues el mío arde horrores. Ya quería proponer ir corriendo detrás del Rover.

—¿Hacemos una pausa? —pregunta Yuri.

Doug no parece tener intención de parar el Rover. Ya han recorrido al menos 90


kilómetros por el interior de ese pasillo. Es fácil, pero en constante ascenso. Han
cruzado dos bosques, pero el paisaje no ha variado mucho.

—Quizá deberíamos dar media vuelta —dice Doug—. Abandonamos la Ganymed


Explorer hace una semana ya. Kiska sigue sola allí y me preocupa.

—Un día más —pide Yuri—. Tengo la sensación de que se lo debemos a Irina. Le
habría gustado que desveláramos los secretos de Anfitrite.

—¿Y cómo lo sabes? —pregunta Doug—. Si sentía algo por ti, lo más probable es
que deseara que no te pasara nada.

—A pesar de su lesión en la pierna, exploró el pasillo bajo la serpens, en lugar de


regresar al punto de aterrizaje. Irina no soportaba los secretos.

—¿Puedo opinar al respecto? —pregunta Óscar.

—¿Desde cuándo pides permiso para hacerlo? —le responde Yuri.

—Basta con intentar ser un poco más amable para que me lo critiques.

—No me refería a eso, Óscar. Venga, di lo que tengas que decir.


—Durante el trayecto he controlado a intervalos la concentración de oxígeno en el
canal —informa Óscar.

—Ah, sí, el canal —dice Doug—. Me recuerda al canal de evacuación de orina en un


establo de vacas.

—¿Has trabajado de granjero? —pregunta Yuri.

—No, pero queremos retirarnos a una granja en Kentucky. Así que he visto vídeos
en Internet.

—Ah —dice Yuri.

—¿Puedo continuar? —pregunta Óscar—. Tengo la sensación de que no queréis oír


lo que os tengo que decir.

—Vaya, perdona —se disculpa Doug.

—Este canal no sirve de evacuación, como el de tu ejemplo, sino de abastecimiento


—afirma Óscar—. El gradiente de oxígeno es claramente positivo.

—¿Cómo dices? —pregunta Yuri.

—Que el oxígeno va en aumento proporcionalmente a la profundidad a la que


estamos. Parece como si el gas emanara de Anfitrite hacia arriba.

—Has dicho ‘abastecimiento’. ¿Qué puñetas crees que abastece? —inquiere Doug.

—Excelente pregunta —alaba Óscar—. Sin embargo, aún no puedo responderla, ya


que todavía no hemos encontrado huella alguna de vida.

—¿Crees entonces que alguien ha excavado ese canal para abastecer de oxígeno la
vida en la superficie? —pregunta Doug.

—Oh, no; esto sería muy probable. Más bien creo que se ha creado por sí solo en
algún momento. Los ríos que, en la Tierra, abastecen los lagos con agua, tampoco han
sido excavados para ese fin. Su creación fue parte de un proceso complejo.

—¿Y cuándo debió tener lugar ese proceso? —pregunta Yuri—. Hasta ahora,
Anfitrite parece bastante muerto.
—Te olvidas del movimiento de las serpentes y de las peligrosas nubes que circulan
por su interior —dice Doug—. Bajo el término de planeta muerto me imagino algo
bastante distinto.

—En Neptuno también hay tormentas, aunque el planeta, en comparación con la


Tierra, solo recibe un uno por ciento de radiación solar —dice Yuri—. Y tampoco allí
hay signos de que haya vida.

—¿Serías tan amables de permitirme acabar mi exposición? —pregunta Óscar.

—Perdona —se disculpa Yuri—. Hoy estamos siendo de lo más maleducados.


Seguramente estemos mal acostumbrados a que suelas optar por seguir tus propios
caminos.

—Es verdad, lo reconozco. Pues el complejo proceso del que hablaba puede haber
tenido lugar ya hace millones de años. No obstante, hay indicios de que Anfitrite
procede del centro de la Vía Láctea.

—Pues yo no sabía nada —reconoce Doug.

—Eso lo descubrimos cuando tú todavía te dedicabas a recuperar satélites viejos —


dice Yuri.

Y cuando Irina, Meltem y Denise todavía lo acompañaban. Yuri se mueve en su


asiento de un lado al otro.

—Entonces, este planeta debe tener un larguísimo viaje a sus espaldas —sigue
Óscar—. No solo vendría de un lugar que no nos podemos ni imaginar, sino de un
tiempo extraordinariamente lejano también. Anfitrite debería haber abandonado el
centro de la Vía Láctea cuando en la Tierra solo había vida en los océanos. A lo mejor no
existía ni el Sol y aquí había oscuridad completa. Pero en el lugar de donde procede
Anfitrite, debe haber energía en exceso. El cielo no debe haber estado nunca oscuro, con
la cantidad de estrellas apiñadas que hay allí. Si se creó entonces vida aquí, debe estar
adaptada a aquellas circunstancias. Debe haber desarrollado un hambre terrible de
energía. Quizá no nos lo podemos ni imaginar. Bajo estas condiciones, la vida podría
haber sido de una variante muy diferente.

—Pareces entusiasmado, Óscar —dice Doug.

—Entusiasmado sí, pero asustado también.


—¿Tienes miedo? —pregunta Doug.

—Poseo un instinto de supervivencia. El miedo forma parte de él. Por un lado,


tenemos la vida como existió en su momento en Anfitrite, orientada a un exceso de
energía. Y por el otro, tenemos la vida en la Tierra, que se ha desarrollado más bien en
la escasez, en su lucha por los recursos, y donde solo sobrevive el más adaptado.

—¿No debería darnos eso alguna ventaja? —pregunta Yuri—. Estamos


acostumbrados a luchar por los recursos.

—Mientras la obtención de energía sea escasa, seguro que sí. Estamos circulando
vivos por un túnel de Anfitrite y aquí parece todo muerto, esa es la mejor respuesta.
Pero si el planeta de acerca al Sol, podría despertarse de su largo letargo. Contra un
organismo que puede convertir a la perfección grandes cantidades de energía, los seres
humanos poco tenéis para defenderos.

—No sé yo —dice Doug—. Eso semeja especulación gratuita. ¿Cómo podemos estar
seguros de eso? ¿Cómo es que esa hipotética vida se ha desarrollado, si no existía
competencia?

—Claro que es especulación —admite Doug—. Pero basada en hechos. El albedo del
planeta, la composición del polvo, la ausencia del isótopo 15N, las extrañas estructuras,
el aumento de oxígeno… y no he dicho nada sobre la inexistencia de competencia. Tal
vez el planeta entero estaba en constante competencia.

—Una batalla que perdió frente a otro planeta —dice Doug— y fue expulsado del
núcleo.

—Ahora especulas tú —interviene Óscar—. A lo mejor Anfitrite salió huyendo, con


la esperanza de encontrar un sistema en que haya menos competencia.

—O uno en el que la competencia sea inferior, como en el Sistema Solar —dice


Doug.

—¿No creerás en serio que un planeta puede dañar a otro? —pregunta Yuri.

—Júpiter ha agitado ya varias veces el Sistema Solar.

—Pero Anfitrite es mucho más pequeño. Su gravedad jamás sería suficiente como
para sacar a un gigante gaseoso de su órbita, Doug.
—A un gigante gaseoso, no; a un planeta rocoso, sí. Sin embargo, tienes razón, Yuri.
Todo esto es especulación inútil. Deberíamos parar y montar la tienda para pasar la
noche.

—¿No querías volver para ver a Kiska?

—Ya se las apañará. Ahora mismo tengo la sensación de que estamos a punto de
desvelar un misterio. Tenemos que hacerlo.
13 de enero de 2079, la Holandés Errante

—Pippen —dice Meltem.

—A ese le gustas más tú —comenta Denise.

—Está bien, pues Strombomboli —propone Meltem.

—Si no queda más remedio…

—¿No has visto cómo te mira?

Meltem le da un codazo. Están sentadas juntas sobre la cama de Meltem, repasando


la lista de tripulantes. Se han pasado la mañana intentando acceder a los registros del
día de Navidad, pero el sistema está demasiado bien protegido. Si pudieran contactar
ahora con #Cinnamongirl… pero llamaría demasiado la atención y solo conseguirían
poner a la hacker en peligro.

—Pobrecito —dice Denise—. Me contó que su novia estaba embarazada cuando


embarcó. El niño ya ha nacido y solo puede verlo en fotos y vídeos.

—Fue decisión suya aceptar este encargo. No debe darte pena. Si Vera se lo ordena,
nos pega un tiro a las dos.

—¿Tú crees? No parece mala persona.

—Desde luego, cómo sois las mujeres —dice Meltem—. Basta con que un tipo os
enseñe fotos de sus hijos para que penséis que es un blandengue.

—Sí, claro, y tú te consideras como algo mejor, ¿no?

—Sí, yo soy una mujer 2.0 y veo lo que esconden esos tipos.

—Ya te daré yo mujer 2.0 —dice Denise—. ¡Inténtalo!


Denise salta y empuja a Meltem, sentada a su izquierda, sobre la cama. El brazo
izquierdo de Meltem queda así inmovilizado. Se sienta a caballito sobre la cadera de
Meltem, engancha su brazo con las piernas y le hace cosquillas. Meltem se echa a reír
como una niña pequeña. Se desprende totalmente de esa dureza que suele mostrar. La
arruga de la frente desaparece. Ahora es una niña pequeña con muchas cosquillas. Es
un momento desenfado, de los que hay muy pocos. Cuando Denise se da cuenta, se
para y se graba esa imagen en la mente.

—¿Qué pasa? —pregunta Meltem—. ¿Se te acabaron las fuerzas?

—Yo… eso ya te gustaría, ¿verdad? —dice Denise y sigue con el ataque de cosquillas
hasta que se quedan sin aliento.

—¿Qué quieres? —pregunta Frank Strombomboli sin abrirle la puerta.

¿Qué puñetas le pasa ahora?

—Solo una preguntita —dice Denise.

—Dispara.

—¿No quieres abrirme? Odio hablar con las puertas.

Su estrategia se basa en que la mire. Denise lleva una blusa especialmente ajustada,
que le ha prestado su más atlética compañera, y ha renunciado al sujetador.

—Nos han advertido de vosotras.

—¿Os han advertido? ¿Quién?

—No puedo decírtelo.

—Pero Vera no se da cuenta de si…

—Claro que se da cuenta. Aquí se graba todo.

—¿Así que Vera os ha advertido contra nosotras?

—Exactamente. No haces más que repetir mis palabras.


—¿Así que dejas que Vera te diga con quién puedes hablar en tu tiempo libre?

—Eres buena, caramba.

Frank ríe. A través de la puerta suena raro.

—Está bien —dice Denise.

—¿Qué está bien?

—Pues que te preguntaré a través de la puerta cerrada. ¿O también te tapas los


oídos?

—Venga, pregunta. Cuanto antes lo hagas, antes te irás.

Mierda. Podría haberse ahorrado la blusita sexy. Strombomboli tiene demasiado


miedo de su jefa.

—El 25 de diciembre recibí un mensaje de la Tierra.

—¿Y?

—En él había algo importante para mí y he borrado el mensaje sin querer.

—Mala suerte. ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

—Seguro que aún está en el servidor. ¿Me ayudarías a reconstruirlo?

En este momento se habría inclinado hacia delante para que Strombomboli no


pudiera evitar clavar sus ojos en el escote.

—Olvídalo —dice el hombre a través de la puerta—. El servidor es tabú para


vosotras. Y ahora lárgate o tendré que decirle a Vera que me has visitado.

Genial, el plan no ha funcionado ni de lejos. Vera parece estar siempre un paso por
delante.

—¿Has logrado algo con Pippen? —pregunta Denise.

Meltem niega con la cabeza.


—Parece que Vera les ha comido el coco a todos. Pippen está cagado de miedo.

—La misma impresión que tuve yo con Strombomboli —dice Denise—. ¿No dijiste
hace poco que esos dos estarían de nuestro lado, llegado el caso?

—Pues parece que me equivoqué.

—Jamás creí volver a escuchar unas palabras así en tus labios… Debería alegrarme,
pero en este caso me habría encantado que tuvieras razón. ¿Y ahora qué?

—No tenemos acceso al servidor —dice Meltem.

—Podríamos intentarlo con Nkrumah.

—No. Él tampoco creo que nos ayude y quedaría luego maldito y expulsado. Mejor
nos lo guardamos para más adelante.

—¿Tienes alguna idea mejor, entonces? —pregunta Denise.

—No estoy muy segura. ¿Qué es lo que estamos realmente buscando?

—¿Es una pregunta retórica?

—Para nada.

—Pues entonces busquemos indicios de dónde puede estar esa nave correo.

—Bien. ¿Y buscamos aquí, porque…?

Pocas cosas hay, que Denise odie menos de Meltem que ese tono de maestra de
escuela.

—Porque creemos que Vera tiene algo que ver con ello.

Su respuesta suena algo cabreada, pero Meltem no se deja afectar por ello.

—Muy bien —dice Meltem—. Te refieres seguro a algo más que ignorar las
llamadas.

—Sin duda.

—Una interacción material.


—Si quieres expresarlo de forma tan complicada…

—Solo quiero expresarlo bien claro. Material significa que deben haber quedado
huellas de eso. Supongamos por un momento que dispararon contra la nave. Las
reservas de munición deberían haberse reducido.

—Ya sé por dónde vas, Meltem. Ignoramos al servidor y miramos qué hay en el
almacén.

—Exactamente, cariño. No creo que Vera nos esté esperando allí.

—¿Y si está allí?

—Entonces seremos precavidas. Necesitamos un motivo para estar allí.

—Y aquí entra Nkrumah en juego. Tenemos que pensarnos un experimento con el


polvo de Anfitrite, que funcione mejor en el almacén, como el suyo, y solo allí.

—Eres genial, Denise. Empecemos ya.

—Necesitamos una idea para un experimento. No puedo sacármela de la manga, así


como así.

—Pero si eres química, te tuteas con la materia.

—No me sobrestimes. Dame una noche para consultarlo con la almohada.


14 de enero de 2079, Anfitrite

¿Seguro que no se han olvidado de nada? Yuri mira a su alrededor una última vez. Es
una costumbre que le inculcó indirectamente una novia que tuvo y que se dejaba
siempre todas sus cosas repartidas por ahí. Pasa el foco de su casco por el lugar. La zona
donde montaron la tienda está despejada y vacía. En la pared brilla una mancha blanca.
Son los pañales. Yuri quería llevárselos, pero Doug insistió en dejarlos allí. Nada de
peso muerto.

Yuri se encoge de hombros. Hay que saber llegar a compromisos. Tal vez se pierden
en algún momento y la basura que han ido dejando les ayuda a regresar. «El sendero de
los pañales» sería un buen título para una novela. Debería anotárselo, por si algún día
escribe sus memorias. Seguramente no llegue jamás a hacerlo. Todo parece indicar que
su tumba ya está excavada en algún rincón. Hasta ahora ha tenido una suerte inmensa,
más que Irina, pero hasta esa suerte se agota.

—¿Vienes? —pregunta Doug.

El lugar delante está vacío. Es verdad, dijo que hoy asumiría el primer turno.
Continuarán medio días más. Si hasta entonces no encuentran nada, darán media vuelta
y lo intentarán con otro pasillo.

Al cabo de dos horas, Yuri le pasa el control a Doug. Le duele la cabeza. Mirar sin parar
en la oscuridad para no pasar por alto ningún obstáculo es muy agotador. Le gustaría
masajearse las sienes. Pero lo único que puede hacer es añadir una dosis de analgésico
al agua y aumentar la ventilación dentro del casco, para que le sope algo de aire fresco a
la cara.

—No se me va de la cabeza el cuadro que nos dibujaste ayer, Óscar.

—Pero si no he dibujado ningún cuadro.


—Metafóricamente hablando. La idea del planeta solitario en busca de un nuevo
hogar.

—Suena lamentable —dice Óscar.

—Es lamentable.

—No lo humanices, Yuri. ¿Por qué los hombres tienen que humanizarlo siempre
todo?

—Solo lo encuentro lamentable.

—Sí, porque ves al planeta como un ser pobre y solitario y le deseas en secreto que
pueda encontrar un nuevo hogar.

—Quizá sí —dice Yuri.

Sin duda, Óscar tiene razón. ¿No merecería Anfitrite encontrar un hogar?

—Pues claro que tengo razón. El problema es que Anfitrite ya estaría muy fuera de
lugar en el Sistema Solar como simple planeta rocoso. Pero si además es lo que yo
pienso que es, deberíamos alegrarnos todos de que abandone cuanto antes nuestro
sistema.

—Bueno, lo que importa es que…

«… no sigamos entonces aún aquí», quiere decir Yuri, cuando con el rabillo de ojo
nota un movimiento. Ha sido una mancha blanca, y si es así, ¡es que están conduciendo
en círculos!

—¡Para, Doug! —grita.

Doug frena y la inercia empuja a Yuri contra su espalda. El Rover se para.

—¿Qué te pasa? —pregunta Doug.

—He visto algo. Una mancha blanca.

—¿Una mancha blanca? ¿Estás bien?

—Así es como son nuestros pañales, cuando los dejaste en el borde de la cueva.
—De eso hace más de dos horas. ¿Crees que estamos dando círculos?

—No lo sé, Doug. Pero estoy seguro de haber visto algo.

—Óscar, ¿puedes confirmarlo? —pregunta Doug.

—No veo colores. Mi radar solo registra formas y, mientras estoy atado aquí arriba,
no llega al suelo. Pero sea lo que sea que ha visto Yuri, vale la pena mirar qué es.

—Gracias, Óscar —dice Yuri—. Voy a bajar y acercarme. No te preocupes, Doug. No


puede estar lejos.

—Quédate ahí, hombre. Daré la vuelta.

Qué pena, a Yuri le habría gustado dar un par de paseo. Pero no quiere enfadar a
Doug. El Rover gira con una maniobra de tres movimientos y avanza a velocidad de
paso en la dirección de la que venían. Al cabo de un minuto, Doug para el Rover.

—Sí que hay algo —dice Doug.

Se bajan. Óscar es el más rápido. Ya se ha inclinado sobre el objeto cuando Yuri lo


ilumina con su foco.

—Tiene la forma de un pañal cerrado y usado —dice Óscar—. Pero está pegado al
suelo. También podría ser una especie de hongo que crezca aquí.

—¿Un hongo blanco? ¿Champiñones? —pregunta Doug.

Óscar se toma la pregunta en serio.

—Más bien un Bovistellautriformis, por su forma. No puedo detectar su color.

Doug le da una patada con la punta de la bota y el objeto se mueve.

—Vaya, ahora has separado la cutícula del micelio —dice Óscar.

—Es un pañal viejo, es evidente —exclama Doug.

Yuri se agacha y lo levanta. Presiona con el dedo, pero está como una piedra. La
forma es inconfundible. Aún se reconocen las dos alas, una encima de la otra y cerradas
con cinta adhesiva. Incluso se puede leer el nombre de la marca. Es la misma que
utilizan ellos. Aunque el fabricante tiene un monopolio, pues es la única empresa que
produce pañales para adultos y para aplicaciones especiales.

—Un pañal viejo, sí, pero no es nuestro, ¿verdad?

—No, eso es imposible —dice Doug.

—A lo mejor lo dejó aquí Irina —opina Yuri.

Su corazón apenas puede comprender ese pensamiento y le recompensa con un par


de latidos de más.

—¿Estás bien, Yuri? —pregunta Óscar—. Tu mantenimiento de vida registra fallos


de ritmo cardíaco.

Yuri se obliga a respirar con tranquilidad. El ritmo de su corazón se le calma.

—Sí, estoy bien.

—No te hagas vanas esperanzas —dice Doug—. Ese pañal no puede ser de ella. Su
cuerpo está a la entrada de este laberinto. Tú mismo lo viste.

Doug tiene razón. Los milagros no existen. ¡Pero aun así…!

—Habría dos explicaciones —comenta Óscar—. Partís del hecho erróneo de que
Irina haya muerto al entrar en el pozo. Podría haber estado por este pasillo antes.

—¿Y dio media vuelta para ir a morir en la entrada? ¿Cómo, si estaba herida? Con el
Rover, vamos al menos tres veces más rápido que ella.

—No lo sé, Doug. Pero hay una segunda explicación. A lo mejor este pasillo lleva
hacia arriba. Alguien de la tripulación de la Holandés Errante podría haber estado por
aquí. ¿No perdieron a cinco hombres? Tal vez uno de ellos se perdió por aquí.

—¿Podríamos analizar el pañal? ¿Nos podría decir su contenido a quién pertenece?


—pregunta Yuri.

—Aquí no disponemos de equipo para realizar pruebas de ADN. Como máximo,


sabríamos el sexo del propietario —dice Óscar.
—Puedo imaginarme cosas más agradables que rascar la mierda de un pañal viejo
—comenta Doug.

¿Y si era de Irina? Yuri intenta apartar esa idea de su cabeza, pero no lo logra.

—Es imposible —dice en alto.

Por fin renuncia a esa idea. Seguramente teme que Yuri se comporte de manera
vergonzosa.

—¿Qué es imposible? —pregunta Doug.

—Tienes razón, Doug. Dejémoslo así. Alguien dejó un pañal aquí. No fuimos
nosotros, aunque tampoco podemos descubrir quién fue.

—¿Qué es esto? —pregunta Doug.

El Rover se para. Yuri mira por encima del hombro de Doug. En la luz de los faros,
el suelo de la cueva frente a ellos parece un patatal que el agricultor acaba de recolectar.

—La autopista se convierte en camino forestal —dice Yuri.

—De camino nada —niega Doug—. Más bien parece que alguien ha intentado
borrar su rastro.

Óscar se desplaza hacia delante. Yuri solo ve su brazo que asoma por detrás del
Rover. El robot se dirige al patatal. No llega a más de medio metro y se detiene. A la
altura de sus ruedas se levanta una nube de polvo.

—¿Podríais ayudarme, por favor? Me resbalan las ruedas.

Yuri se adelanta. Se detiene frente a la zona desigual del suelo, agarra el brazo de
Óscar y lo libera.

—Gracias —dice Óscar—. ¿Puedes sacudirme un poco? El polvo es muy fino y me


temo que podría entrar dentro de mis engranajes.

Yuri levanta el robot por su brazo y lo sacude. El polvo cae al suelo. Lo sacude de
nuevo y lo deja más cerca del Rover.
—Mejor así —dice Óscar y se vuelve a acercar.

—Si te vuelves a encallar ahí, no pienso sacarte otra vez —le advierte Yuri.

—Solo voy a coger una muestra.

Óscar introduce su mano en el polvo y coge un poco. Luego, se dirige con su


muestra al lateral del Rover.

—¿Me puede alguien abrir la tapa del analizador? No me quedan manos libres.

—Deberías haberla abierto antes —le reclama Doug.

—Es un poco tarde para darme ese consejo.

—Ya voy —dice Yuri—. No dejes que Doug te cabree. Echa de menos su gata y tiene
envidia de que yo haya encontrado a mi mascota.

—Pero yo no soy tu… Ah, entiendo, era una broma. Claro que me gusta ser tu
mascota. ¿Puedes poner el analizador en marcha para mí?

Yuri pulsa los botones necesarios y la máquina comienza a trabajar.

Doug se echa a reír y luego dice:

—Lo conozco. Kiska es oficialmente mi mascota, pero el que aprieta los botones
siempre soy yo.

La pantalla del analizador indica que ha finalizado en análisis. ¡Menuda rapidez!


Yuri mira los resultados.

—Tenemos carbono con distintos isótopos, y… —Desplaza la pantalla un par de


líneas—… nada. No tenemos nada más. El polvo es carbono puro.

Abre la tapa del analizador, saca el resto del material y lo tira al suelo.

—¿Qué significa eso? —pregunta.

—Pues que ese polvo es carbono —dice Óscar—. Tampoco puedo saber más.
—No parece peligroso. ¿Crees que con el Rover también nos quedaríamos
atascados?

—Difícil de decir, Yuri. Sería cuestión de intentarlo. En caso de emergencia,


podríamos volver a sacarlo tirando.

—Pues probémoslo —dice Doug—. Subamos.

Yuri se agacha. En el lugar donde el faro derecho del Rover ilumina el polvo acaba
de percibir un movimiento. Toca la zona con el guante, pero no hay más que polvo.
Debe ser la oscuridad que poco a poco le estará volviendo loco.

Efectivamente, el Rover se queda encallado. El polvo es tan fino que actúa como
lubricante y hace que las ruedas resbalen.

—Vamos a sacarlo de ahí y pasamos al modo oruga —dice Doug.

Yuri se baja de su asiento. La capa de polvo es más fina de lo que pensaba. Su bota
solo se hunde un par de centímetros, como máximo. Camina hacia la parte trasera. Allí
ya le están esperando Doug y Óscar.

—A la de tres —dice Doug—. Saquemos el cacharro este de aquí.

Al llegar a tres, Yuri tira con todas sus fuerzas del parachoques trasero. El Rover no
se mueve ni un milímetro al principio, pero de repente da un salto hacia atrás. Yuri
tropieza, pero puede recuperarse antes de caer. Doug no ha sido tan hábil y cae al suelo.
Yuri corre hacia él para ayudarle.

—Era jodidamente pesado hasta que dejó de pesar del todo —dice Doug.

—Lo importante es que no te haya pasado nada. No te ha pasado nada, ¿verdad?

—No. Como máximo un moratón. Y mi precioso traje es totalmente gris.

Doug da un giro como en un pase de modas. Está recubierto por una fina capa de
polvo por todos los lados. Yuri le sacude un poco hombros y espalda con la mano; algo
cae, pero el polvo parece resistirse. Se habrá quedado pegado por la electricidad estática
al material plástico del HUT. Da la sensación de que incluso se desplaza de las zonas
más sucias a las que acaba de despejar.

—Tampoco es que fuera muy bonito tu traje —bromea Yuri.


—Creo que necesito una ducha —dice Doug.

Con las ventosas avanzan bastante bien por ese desierto. Claro que ya no avanzan tan
rápido como antes. El Rover es incluso más lento que trepando paredes, porque las
ventosas no se asientan herméticas en el suelo. Pero ya que van cuesta abajo, no tienen
problema.

Al cabo de unos 200 metros, la superficie cambia. El campo recién arado se convierte
en un desierto alisado por el viento.

—Óscar, ¿puedes medir algún tipo de corriente de aire? —pregunta Yuri.

—Sí.

—Claro, por eso la capa de polvo es tan lisa. Pero ¿de dónde viene este repentino
cambio?

—La causa no es una corriente.

—Pero si acabas de confirmarme precisamente lo contrario.

—No he dicho que aquí haya una corriente, sino solo que la puedo medir. Sin
embargo, cuando procedo a la medición, detecto que el aire está prácticamente quieto,
aparte de la corriente en el canal.

—¿Sigue habiendo un canal debajo? —pregunta Doug.

—Sí, igual que antes está en el centro del pasillo. Y no está lleno de polvo, como el
resto.

—¿Cómo explicas eso? —interroga Yuri.

—Debe ser por la corriente que reina dentro, que la despeja —opina Óscar—. El
polvo es extremadamente ligero, basta con una simple brisa.

—Entonces, este canal debe ser muy importante en este sistema —concluye Yuri.

—O se trata de una simple casualidad —dice Óscar.


—Pero ¿por qué el desierto es, de repente, tan liso?

—Ni idea —responde Óscar—. Desde luego, no se debe a ninguna corriente.

—A mí me interesaría más saber por qué aquí, a nuestra derecha, hay huellas que
antes no había —dice Doug.

El Rover gira un poco a la izquierda. Doug ilumina con el foco del casco hacia la
derecha. Es verdad, hay claras huellas en la arena. Yuri mira hacia atrás. El Rover
también deja huellas en el polvo. Parecen las huellas de un oso. Las huellas que tienen a
la derecha son más bien alargadas y desplazadas un par de centímetros hacia la derecha
y la izquierda.

—Son como las huellas que dejarían los zapatos de un traje espacial —opina Doug—
. Aunque no deberíamos sacar conclusiones precipitadas.

—Pero son, sin duda, huellas humanas. Seguramente de la misma persona que dejó
el pañal —dice Yuri.

—El polvo es tan fino que deberían haber desaparecido hace mucho —dice Doug.

Yuri se baja del Rover con esfuerzo. Doug detiene el vehículo.

—Aquí —dice Yuri—. Voy a dar una vuelta alrededor del Rover. Mira mis huellas.

Camina alrededor del Rover y vuelve a subir a su asiento. Desde allí observa su
obra. Esas huellas son iguales a las que tienen a su derecha.

—Eso no demuestra nada —opina Doug—. No sabemos cuánto tiempo dudarían


unas huellas en este sitio.

—¿Y cuál es tu teoría, entonces?

—A lo mejor el suelo está mal y hace que parezcan huellas. En la nieve ocurren
también esos fenómenos.

—Pero eso es una tontería —exclama Yuri—. La explicación más lógica es que son
huellas de una persona. Así que las seguiremos hasta encontrarle.

—O hasta que el rastro desaparezca.


—Eso también.

Por desgracia se cumple la profecía de Doug. La zona polvorienta acaba, y con ella las
huellas. Doug detiene el Rover.

—Creo que no tiene sentido seguir persiguiendo a un fantasma —dice—.


Deberíamos dar ya la vuelta. Aunque alguien haya pasado por aquí, puede hacer
mucho tiempo de eso y las huellas tampoco nos indicaban en qué dirección iban.

—Pero… —dice Yuri.

—Doug tiene razón —le interrumpe Óscar—. Aunque se me ocurre una idea. Hemos
visto en el traje de Doug lo persistente que llega a ser este polvo. Si la persona que ha
dejado esa huella ha continuado por el pasillo, debe haber dejado unos cuantos granos
de polvo con cada paso que daba.

—¿Y quieres encontrarlos? —pregunta Doug.

—Con la absorción perfecta de las partículas de este polvo. Iluminamos el suelo. Lo


fotografiamos con tu dispositivo multifunción, me pasas las imágenes a la memoria y
yo las analizo en busca de píxeles oscuros. Cada punto oscuro es una partícula de
polvo. Tal vez no podemos demostrar exactamente cada paso, pero sería una
posibilidad de seguir a esa persona.

—Óscar, eres genial —exclama Yuri.

—Lo sé.

—Pues vamos allá —dice Doug.

Yuri dirige la luz del casco a la zona en el suelo, donde deberían continuar las
huellas. Doug apunta la cámara de su dispositivo multifunción. Parece que le está
enseñando la pantalla al suelo. Toca la pantalla.

—Ya deberías tener la foto —dice entonces.

—Confirmado —afirma Óscar—. Un momento. Analizando. Gracias por vuestra


paciencia. Os paso el resultado.
La muñeca de Yuri vibra. Confirma la recepción. En la pantalla aparece el contorno
de un pie humano. Es evidente. La huella continúa.

—Pues bien —dice Doug—. La huella sigue. ¿Cambia esto en algo nuestros planes?

—Yo creo que sí —opina Yuri.

—¿Aunque ni siquiera sepamos cuándo pasó esa persona?

—¿Admites ya que se trata de una persona?

—Todo lo demás sería demasiado improbable.

—Sin embargo, el pasillo sigue hacia abajo —dice Yuri—. Estoy seguro de que esta
persona ha venido por el mismo camino que nosotros. Así que debe estar en algún sitio
por aquí cerca. Quizá necesita ayuda. No tiene Rover, sus recursos son más escasos que
los nuestros y está totalmente solo, o sola, en la oscuridad.

—De acuerdo —dice Doug—, me has convencido.

—Para un momento, por favor —dice Doug, poniéndole a Yuri desde atrás la mano en
el hombro.

Yuri detiene el Rover.

—¿Pausa para mear? —pregunta.

—Más o menos —dice Doug—. Necesito cambiar mi bombona.

Baja y se pone a manipular las reservas de oxígeno instaladas en el lateral del Rover.

—¿No la habías cambiado esta mañana? —pregunta Yuri.

—Sí, lo hizo —confirma Óscar.

—Pero necesito repostar. Compruébalo tú mismo en la bombona vieja.

—Los datos del mantenimiento de vida de tu traje dicen lo mismo —contesta Óscar.

—Gracias —dice Doug—. Habré respirado más de la cuenta.


—En realidad no —comenta Óscar.

—Pues da lo mismo, no es más que una breve pausa —interviene Doug.

Se desengancha la bombona casi vacía, coge una nueva del dispositivo y coloca la
vieja en su lugar. Yuri le observa durante el proceso. Doug actúa con mucha precaución.
Con el motor del Rover pueden rellenar la bombona durante la noche.

Doug se sube de nuevo a su asiento.

—¿Quieres que te sustituya al volante?

—No hace falta, aún no estoy cansado —asegura Yuri.

—Pues yo sí. Por muy sentado que vaya no me despierto más.

—Saca otra foto —pide Óscar.

Igual que la otra vez, Yuri ilumina el camino y Doug dispara una foto que envía a
Óscar. El procedimiento ya es pura rutina.

—Gracias —dice Óscar—. La huella sigue ahí, pero ya se empieza a ver menos. No
creo que podamos seguirla más de dos o tres horas.

Sobre las cuatro ruedas avanzan a 15 kilómetros por hora. En tres horas podrían
recorrer 45 kilómetros, la marcha de un día entero de una persona a pie.

—Mientras sigamos en este pasillo, no podemos perder a esa persona —dice Yuri.

—Entonces esperemos que a ese tío no se le ocurra meterse en algún desvío —dice
Doug.

—O tía —responde Yuri.

No sabría explicar el porqué, pero una vocecita en su cabeza le susurra que están
siguiendo a una mujer. Seguramente no sea más que una esperanza irracional que se ha
colado en su conciencia.

—Ahí delante, el pasillo se ensancha —anuncia Óscar.


Yuri mira la hora. Han pasado dos horas desde la última parada.

—No veo nada —dice Doug, que debe estar mirando por encima del hombro de
Yuri.

—El foco no llega tan lejos —explica Óscar—, pero mi radar no se equivoca. Vamos
a entrar en la siguiente sala.

—Entonces espero que no vuelva a haber múltiples túneles en esta —dice Doug.

Yuri también lo espera. Si la sala resulta ser un callejón sin salida, deberían
encontrarse con ese peatón. Pero si hay otros doce pasillos que salen de la sala, no lo —o
la— encontrarán jamás.

—Deberíamos montar allí la tienda para pasar la noche —dice Óscar—. Estoy
registrando en vosotros un cansancio creciente con cabezaditas de un segundo.

—¿Por eso me dabas golpecitos? —pregunta Yuri.

—A mí no me ha dado —dice Doug.

—Tampoco estás a los mandos. Aunque pareces tan agotado como Yuri.

—Seguramente tengas razón, Óscar. Llevo todo el día en baja forma. Y antes debo
haber cogido una bombona ya utilizada porque vuelve a indicarme menos del diez por
ciento.

Doug sacó su bombona de la derecha. Yuri lo recuerda bien. Ahí solo cuelgan
bombonas llenas. Las vacías van a la izquierda.

—Antes dejaste tu botella vacía en la derecha —dice Yuri.

—¿En serio? No me di cuenta. ¿Por qué no me dijiste nada? —pregunta Doug.

—Perdona, yo tampoco pensé en ello en su momento.

Debería habérselo advertido. En el espacio es importante cumplir las reglas al pie de


la letra. Estas cosas pasan. Seguramente uno de ellos debió cometer el mismo error un
par de días antes. ¿Ha prestado siempre atención? Tienen que estar más atentos. Si no,
al final pensarán que tienen suficientes bombonas llenas cuando, en el fondo, están
vacías. Antes de entrar en la tienda, comprobará de nuevo el estado de todas las
bombonas.

—No tenéis más que ordenármelo —pide Óscar—. Jamás olvido nada.

—Estuviste mucho tiempo ausente —dice Yuri—. Nos hemos acostumbrado a


hacerlo todo solos.

—Eso permíteme que lo dude. El error de Doug es la mejor prueba de ello.

—Sí, soy un desastre. Mi mujer siempre me lo dice. ¡Qué haría yo sin ella!

El Rover entra rodando lentamente en la sala. Los faros no llegan a iluminar el extremo
opuesto, pero Óscar les muestra una reconstrucción en 3D hecha con su radar. La sala
no es rectangular como la primera; esta vez es redonda y en forma de cúpula, con la
parte del techo más alta en el centro. Justo en el extremo opuesto hay una salida y solo
una. En el centro hay algo que, en el la imagen del radar, se asemeja a una escultura. En
las paredes parece haber hendiduras de baja profundidad, que en la imagen de radar no
acaban de verse bien. A lo mejor están llenas de un material transparente al radar.

La sala está vacía. La persona que buscan debe haber continuado la marcha. ¿O está
tumbada más adelante? En la imagen de radar no puede verse. ¿Se habrá metido en uno
de esos nichos? Deberán investigarlo más en detalle.

Yuri avanza un par de pasos. El suelo está cubierto por una fina capa de polvo.
Nada en comparación con la zona desértica más adelante en el pasillo, pero aún se nota
bajo las gruesas suelas de las botas.

—Joder, necesito cambiar de nuevo la bombona —dice Doug.

—Culpa tuya —le recrimina Yuri—. Pero no la cuelgues de nuevo en el lado


incorrecto.

—Que no…, tampoco soy tan tonto.

—Pero es que antes…

—Sí, no te pongas pesado. Ahora ya prestaré más atención.


—Gracias. No quería ofenderte.

Doug murmura algo que no llega a entender. Yuri regresa lentamente al Rover sin
dejar de mirar el suelo. ¡Su desconocido debe haber pasado por aquí! Pero no hay
resultado evidente. El polvo se distribuye de forma irregular y no se puede ver si hay
huellas humanas. En todo caso, esa persona ha estado dando vueltas por aquí,
removiéndolo todo. Para Yuri no tiene sentido, pero a saber en qué pensaba esa
persona. Si es que ha habido alguien aquí.

—Listos —dice Doug.

Está situado al lado izquierdo del Rover. Seguramente ha dejado allí la bombona
vacía. Así está mejor.

—¿Dónde se ha metido Óscar ahora? —pregunta Doug.

Yuri ilumina con el foco en círculo a su alrededor. No hay rastro del robot.

—Estoy aquí detrás —dice Óscar.

—¿Detrás de qué? ¿Dónde? —pregunta Doug.

—En la salida. Estoy registrando la sala con el radar.

—¿Alguna huella de bota en la salida? —pregunta Yuri.

—No estoy seguro. Con el radar no detecto ninguna, aunque puede ser que la capa
de polvo sea demasiado fina.

—¿Cómo sabes entonces que hay polvo, Óscar?

—Porque al avanzar voy levantando algo de polvo. Lo veo como unas estrías finas
en la imagen del radar. El pasillo estaba libre de polvo hasta poco antes de entrar en la
sala.

—Espérame allí donde estás —dice Yuri—. Voy a acercarme.

—¿Puedes verme?

—No. Pero Doug seguro que me ayuda a triangular tu posición. ¿Doug?


—Oh, sí, claro. Voy a liberar mi receptor de radio para eso.

Yuri introduce la orden de triangulación de radio en su dispositivo multifunción.


Consulta automáticamente los datos de recepción de Doug y calcula con ello la posición
del robot. El resultado aparece como punto parpadeante en la pantalla. El software
incluye allí la reconstrucción 3D de la sala.

—Realmente estás justo en el extremo puesto —dice Yuri.

—Ya os dije que la salida está en el extremo opuesto.

—No pensé que fuera tan exacto. Y justo de camino hacia ti está esa especie de
estatua.

—No es una estatua. Ya pasé por ahí de camino antes.

—Ya me lo imaginaba, Óscar. Tampoco soy tan tonto.

—No lo decía de forma denigrante. Solo quería evitar que interpretaras mis palabras
literalmente.

—¿A dónde vas a parar? Si es tu especialidad.

—Gracias, Yuri, lo tomaré como un cumplido extraordinario, ¡y eso que me lo dice


un ser humano!

Yuri sacude la cabeza sonriendo. Óscar es un robot más que especial. Es bueno
tenerlo aquí con ellos, aunque no acabe de creerse mucho la excusa.

Llega a la estatua, que efectivamente no es una estatua. En el centro de una


hondonada circular de, al menos, cinco metros de diámetro, hay un objeto muy similar
a un canto rodado, pero del tamaño de una gran roca. Yuri no puede mirar por encima
ni tampoco puede rodearla entera con los brazos. El objeto es tan grande que podría
haberse cincelado de una única roca del tamaño de un contenedor. Pero no parece
construido. Tampoco parece haber crecido aquí. Ese sería el aspecto de un ladrillo
gigantesco pulido durante siglos por las aguas de un caudaloso río.

—Impresionante —exclama Yuri.

—¿Qué es impresionante? —pregunta Doug.


—La estatua —responde Yuri.

—Creí que no era una estatua.

—Ven y compruébalo tú mismo. El objeto está en el mismísimo centro de la sala.

—Deberías darle un golpe —dice Óscar.

—¿Y eso por qué? —pregunta Yuri.

—No preguntes, hazlo —le ordena Doug—. Yo también quiero ver qué pasa.

—¿No se caerá? —pregunta Yuri.

—Ya lo verás —dice Óscar.

El objeto tampoco parece que vaya a caerse por un simple golpecito. Aunque está
apoyado sobre una superficie relativamente estrecha. Yuri se afianza abriendo un poco
las piernas y le da un ligero golpe. El objeto oscila un poco. Lo prueba con más fuerza y
el objeto cae en la dirección que ha golpeado.

—¡Mierda, se ha caído! —grita—. No pretendía eso.

—¡Rómpelo todo! —dice Doug.

—Tú tranquilo —dice Óscar.

El objeto se vuelca lentamente hacia un lado, debido a su tamaño. Pero no finaliza su


movimiento; regresa, como si lo estuviera empujando alguien por el otro lado. Ese
alguien empuja con demasiada fuerza y el objeto oscila hacia al lado opuesto. Yuri se
aparta unos pasos por precaución. El objeto cae de nuevo sobre su lado, pero esta vez
sobre otra superficie. Su propio peso lo empuja hacia la izquierda y luego se inclina de
nuevo a la derecha. Es como si un gigante estuviera jugando con ese canto rodado
moviéndolo de un lado al otro hasta que pierde las ganas de jugar.

El canto rodado vuelve a quedarse derecho. Aunque se ha inclinado hacia todos los
lados, ha vuelto a recuperar su posición original exacta.

—Yo también quiero probar —dice Doug.


Un segundo foco de casco recae sobre esa curiosa roca. Doug lo empuja por un lado.
El juego se repite.

—Qué divertido —exclama Doug.

—Conozco ese fenómeno —dice Óscar—. Pero he olvidado su nombre exacto.

—Eso lo puede decir cualquiera —opina Doug.

—Es un objeto con solo dos puntos de equilibrio —asegura Óscar.

—Nosotros llamamos a eso un «tentempié» —dice Yuri.

—Seguro que en ruso resulta muy divertido —bromea Doug.

—Ejem… ¿no te había dicho ya que soy alemán?

—Sí, es verdad, ya me acuerdo. Perdona.

—¿Alguna idea de qué significa esto, Óscar? —pregunta Yuri.

—No —responde el robot.

—¿Decoración? —dice Doug.

—¿En serio, decoración? ¿Quieres decir que alguien ha puesto eso aquí para que la
sala sea más bonita para los múltiples visitantes?

—Ni idea —reconoce Doug—. Si se te ocurre algo mejor, suéltalo.

A Yuri no se le ocurre nada mejor. Mira su dispositivo multifunción. El punto


parpadeante sigue esperándole sin moverse del sitio.

Yuri se para tan pronto la luz de su casco recae sobre Óscar. Analiza el suelo. Las dos
rayas paralelas las ha hecho Óscar. Por lo demás hay un par de manchas irregulares,
pero sin que muestren una huella clara. O ha pasado por aquí una multitud, o una sola
persona, pero muchas veces. Aunque la distribución del polvo podría ser totalmente
casual. Si no hay tanto polvo como en la zona de desierto, debería ser normal que
aparezcan manchas sin polvo.
Yuri pasa junto a Óscar hasta el arco donde empieza el siguiente pasillo. Tampoco
aquí hay huellas que se puedan detectar. El pasillo tiene en su centro un canal libre de
polvo.

—¿Has entrado ya en ese pasillo? —pregunta Yuri.

—No. El radar me dice que el camino sigue hacia abajo.

—Deberíamos investigarlo —dice Yuri.

—Creo que Doug no estará de acuerdo con eso.

—Y Doug no está de acuerdo con eso —replica el mismo Doug.

—Pero es evidente que esto no es el final —asegura Yuri.

—Para mí sí. Creo que no estás persiguiendo a un fantasma, como aún pensaba ayer.

—¿Ah, no? ¿Entonces qué?

—El fantasma tiene un nombre muy concreto. No creo que tenga que pronunciarlo.

—No, no hace falta. Pero…

Yuri calla. ¿No será que sigue viendo a Irina en todas esas huellas? Y eso que la
subió arriba él mismo junto con Doug.

—Deberíamos empezar a montar la tienda para la noche —dice Óscar—. Mañana


seguro que veis las cosas distintas.

—Un momento —pide Yuri—. ¿Te has mirado ya esos nichos, Óscar?

—He pasado junto a uno de ellos, pero mi radar tiene problemas para captar su
forma. Para mí es como si tuviera una fina cortina colgando delante. El hueco que hay
detrás es algo que solo puedo intuir.

Yuri se acerca a la red. La tiene ahora a la izquierda. Si camina a lo largo de ella


debería llegar al Rover y pasar por alguno de los nichos.

—Pues me los voy a mirar.


Al cabo de veinte pasos llega al primer nicho, cuya pared ya no es vertical, sino que
se retira hacia atrás en forma sinusoidal. En la parte inferior hay un orificio ovalado que
le recuerda una antiquísima cuna de bebé. Se sienta en el saliente junto al orificio. Óscar
tenía razón. El agujero está cubierto por un material extraño que brilla a la luz del foco.
Si estuviera en la Tierra, diría que es una tela de araña. Lo toca con cuidado. El material
es elástico, pero no es pegajoso.

Yuri espera un momento. Quizás alguna araña anfiteriana ha esperado a que tocara
eso. No pasa nada. Presiona con más fuerza, pero a pesar de su poco espesor parece
muy resistente. Yuri saca un cuchillo de su bolsa de herramientas. El filo no tiene
problemas a la hora de rasgar el material, que pierde entonces toda su tensión y cae al
suelo. Tal vez no ha sido una buena idea. A saber qué se esconde ahí dentro.

Se levanta e ilumina el interior con el foco.

—¿Qué haces? —pregunta Doug.

Doug habrá visto el movimiento de la luz. Yuri da un paso atrás.

—Miro a ver qué hay dentro de este nicho —le responde.

—¿Y?

—Cantos rodados, nada más.

—Deberíamos mirar también en los otros nichos —dice Doug.

—De acuerdo, yo por aquí y tú por el otro lado de la sala. Nos encontramos en el
Rover.

El segundo nicho también contiene cantos rodados grandes, de aspecto parecido al que
hay en el centro. Yuri coge uno, que resulta sorprendentemente ligero. Un canto rodado
de ese tamaño debería pesar, al menos, tres veces más. Su superficie es lisa y de un
negro profundo. Los bordes están tan pulidos como si la piedra hubiera pasado siglos
en una corriente de agua. Seguro que sería agradable sostenerla con la mano desnuda.
La lanza con fuerza al suelo, donde rebota un par de veces y rueda un par de metros.

—¿Qué ha sido ese ruido, Yuri? —pregunta Doug.


—Estoy probando la dureza de estas piedras.

—Entonces espero que no tengan tendencia a explotar.

—No lo parece.

Yuri levanta de nuevo la piedra. El experimento no ha dejado huella alguna en su


superficie. Sigue impecablemente lisa e inmaculada. Tampoco se adhiere polvo a ella,
mientras que, en sus dedos, al recogerla, se quedó inmediatamente pegado. Se guarda la
piedra en la bolsa de herramientas. Ya la analizará con detenimiento en la tienda.

El tercer nicho está vacío. Yuri bosteza. Ya va siendo hora de irse a dormir. Hacía
mucho que no se sentía tan cansado. Esta expedición le afecta, sobre todo,
emocionalmente. Pero primero hay que acabar de revisar los nichos. En el cuarto, la tela
de araña es especialmente fina. Se rompe nada más apoyar el pulgar en ella. Su interior
también contiene cantos rodados.

¿Y esto qué será? Hay unos objetos que parecen pequeños sombreritos sin alas. Yuri
saca uno de ellos. Son huecos por dentro. Lo coloca justo frente al casco. Dentro del
agujero hay una rosca de apertura hacia la derecha. El minúsculo sombrero tiene unas
muescas por fuera, regularmente distribuidas por el borde.

¡Es un tapón de válvula! Y hay bastantes más. Yuri deja caer el primer objeto y coge
otro. Algo más grande, pero de idéntica forma. Todo en él está aumentado a escala: el
tapón, las muescas y la rosca. Yuri remueve el interior del nicho hasta que encuentra un
ejemplar especialmente grande. También es una copia exacta, solo que a escala mayor.
Ese tapón de válvula ya parece fuera de lugar. La rosca no funcionaría. El paso de rosca
es excesivamente grande.

¿Qué está pasando? ¿Quién habrá dejado aquí una reserva de tapones de válvula?
Los utilizan para sus trajes espaciales. Remueve entre los objetos hasta encontrar uno
del tamaño correcto. Lo mira por todos los lados. Realmente entra en las almohadillas
inflables de los hombros, que facilitan el transporte de las mochilas. Es idéntico al
original. Cierra los ojos y sopesa con ambas manos original y copia. Original en la
izquierda, la copia del nicho en la derecha. La copia es esta vez más pesada que la pieza
original. Pero si alguien dijera que la pieza en su mano derecha procede de la Tierra y la
de la izquierda de Anfitrite, sería incapaz de demostrar lo contrario.
Quizá son todas estas piezas de la Tierra y alguien se está permitiendo una broma
de muy mal gusto. Un hermoso final: el planeta entero un decorado y él el protagonista
de un show televisivo. Mañana se irá a casa, donde le esperan unas cervecitas bien frías.

«Olvídate, Yuri», se dice. Esos tapones de válvula no son lo que parecen.

—¿Sabes lo que he encontrado? —pregunta Doug.

—¿Tapones de válvulas?

Su amigo se carcajea.

—Yuri, los alemanes tenéis un sentido del humor bastante curioso.

Bueno, al menos esta vez ha acertado con su país de origen.

—Vale, cantos rodados —dice Yuri.

—Eso también. ¿Sabes esas pequeñas piezas de plástico que se ponen en el extremo
de cuerdas o cordeles para que no se pierdan dentro de la ropa? —pregunta Doug.

—Claro. Seguro que llevamos más de una con nosotros.

—Sí, en las mochilas, por ejemplo. Pues no te lo vas a creer, pero he encontrado un
montón en uno de los nichos.

—Te creo, Doug. Yo he encontrado tapones de válvula.

—¿No era broma, entonces?

—Tan real como tu propio hallazgo.

—Va, dime cómo se llaman estas piezas para cordeles.

—Lo siento, no recuerdo la palabra. ¿Qué tamaño tienen?

—Están en todos los tamaños posibles, como si alguien se hubiera montado aquí un
muestrario. Pero en algunas piezas, el agujero para el cordel es demasiado grande.

—Igual que con los tapones de válvula. Los han ampliado exactamente a escala.

—¿Los? ¿Quiénes?
—Ni puta idea. Quien sea que haya tenido esta irracional idea.

—De locos.

—¿Has acabado tu lado?

—No, me quedan algunos nichos por ver.

—Lo mismo que yo.

Los siguientes nichos están vacíos o contienen solo negros cantos rodados. Yuri abre el
último nicho ya solo por cumplir las formas. Le está esperando la cama. Ya no puede
con más sorpresas. Pero parece que este planeta no le deja otra elección. En ese último
nicho encuentra un único paquete que, al principio, no identifica con nada. Es más
grande que cualquier canto rodado y tiene una forma compacta y constreñida. Cuando
lo saca afuera se da cuenta de otra cosa: el objeto parece ser algo enrollado. Los pañales
utilizados que encontraron tenían exactamente esta forma. Incluso se han reproducido
las tiras adhesivas.

Reproducido. Solo ha pensado en esa palabra, no la ha pronunciado, pero así es. A


diferencia de los tapones de válvula, donde solo tenía ciertas sospechas, aquí le queda
definitivamente claro. Pues este pañal es totalmente negro. Tira de las cintas adhesivas,
pero no se dejan abrir. Le da la vuelta al pañal para poder acceder a su interior, pero
ninguna de sus herramientas le permite acceder a lo que hay dentro. Por fuera tiene
exactamente el mismo aspecto que un pañal usado, pero no tiene ninguna estructura
interna. Aquí hay un cerebro detrás. Algún mecanismo desconocido ha duplicado con
sus medios lo que ha ido encontrando, sin saber cuál es la función del objeto.
Seguramente sea este un mecanismo puramente físico o químico que ha utilizado el
original como patrón.

¿Y si aquí sigue habiendo algún tipo de vida, aunque sea primitiva? Si alguien de la
época actual fuera a visitar a sus antepasados, ni los más avanzados egipcios habrían
sido capaces de reproducir un arma de fuego. Pero podrían hacer una copia,
construyendo con artesanía magistral un objeto con exactamente el mismo aspecto. Solo
que no podría disparar.

Tiene que dejar de especular. Empieza a ser ya un comportamiento febril.

—¿Estás ya? —pregunta.


—Sí, Yuri. Estoy justo delante de ti.

Oh. No había visto a Doug a su lado. Sin decir una palabra, le enseña la
reproducción del pañal. Doug saca de inmediato las conclusiones correctas.

—Alguien está utilizando nuestra basura para hacer copias.

—Pero ¿a santo de qué?

—Ni idea, Yuri. Estoy demasiado cansado para teorías. Mientras no nos copien a
nosotros, no me preocupa.

—Sí, claro, tienes razón. Vamos a planchar la oreja de una vez.


14 de enero de 2079, la Holandés Errante

Denise se pone el jersey. Las mangas son demasiado largas, ya que esa prenda era de
Cichevski.

—¿Para qué quieres un jersey? —pregunta Meltem, que acaba de abrir la puerta de
la cabina—. Con eso sudarás de lo lindo durante el ejercicio.

—Hoy no toca ejercicio.

—Vaya, ¿qué pasa?

—Ahora lo verás. Será mejor que te pongas también un jersey grueso como el mío.
Cichevski tenía dos de estos.

Le pasa a Meltem el otro jersey, pero ella se cruza de brazos.

—Venga, póntelo —dice Denise—. Confía en mí.

Meltem coge el jersey con expresión de duda. No es que sea muy bonito, pero
caliente sí que es, al menos. Ya empieza a notar cómo le baja el sudor por la espalda. Si
Nkrumah no da pronto señales de vida, tendrá que bajar la temperatura de la cabina.

En ese momento se escucha la voz del químico por el altavoz.

—Se ha autorizado el pavo.

—Gracias. ¿Me pasas la ubicación en el almacén? —pregunta Denise.

—C2.

—Bien. Voy a por él y nos vemos en el garaje.


—¿En serio un pavo? —pregunta Meltem, mientras bajan por la escalerilla hacia la
popa, donde están los almacenes.

—Sí, es lo que más se nos acerca —dice Denise.

—¿Nos?

—Al ser humano. Al menos, de todo lo que tenemos a bordo, los pavos son el único
alimento animal que llevamos a bordo en estado crudo. Todo lo demás está ya, de
alguna forma, precocinado.

—Y ¿por qué ese animal tan feo?

—Es para celebrar la Navidad, o Acción de Gracias. Una fiesta así, sin pavo, como
que no es fiesta.

—¿Y te dejan experimentar con uno, así como así?

—He presentado mis argumentos a Carrington, Cichevski, Banerjee, al viejo y a


Marksman.

—Vaya, cinco hombres menos. Así que solo quedará un pavo para celebrar esas
fiestas.

—Vera también lo ha visto así, por lo que ha autorizado el experimento.

—¿Se lo preguntaste tú?

—Claro que no. Ya lo oíste. Envié a Nkrumah. Vera no sabe que la idea fue nuestra y
Kofi ya se alegra de que le ayudemos en su trabajo. Se pasa los días enteros escribiendo
informes para la Tierra.

—Pobrecito.

—Por eso le encantó la idea que le ofrecí de sacar al animal del almacén.

La compuerta del almacén está cerrada.


—Acceso prohibido —comunica el control de la puerta tras haber introducido
Denise sus datos, así que contacta con Nkrumah por radio.

—El sistema de control no nos deja pasar.

—Mierda. Estoy a medias con mi artículo. Utiliza mi contraseña.

Se la dicta. Denise la introduce y el control de acceso les abre la puerta.

—Gracias, ha funcionado. Hasta ahora.

Meltem cruza la compuerta. Detrás hay un pequeño almacén del cual salen cuatro
puertas, rotuladas de la A a la D. Meltem señala hacia la puerta C y la abre.

—No corras tanto —dice Denise, y señala el armario plano entre las puertas B y C.
Más o menos a la altura de la cara hay una pantalla.

—¿Eso es gestión de almacén? —pregunta Meltem.

—Exacto. El ordenador sabe dónde está cada cosa. Pero también dónde estuvo una
cosa en concreto.

Denise se pone delante de la pantalla, escribe encima y entra con los datos de
Nkrumah. No aparece ningún mensaje especial y se inicia la gestión de almacén.

—¿Lo ves? Funciona —dice—. ¿Qué estamos buscando?

—Munición —dice Meltem.

Denise introduce la palabra de búsqueda. El programa lee todas las existencias. Al


parece, hay cantidad de munición a bordo, para pistolas, metralletas, armamento de
lanzadera y cañones de a bordo. Detrás de las cifras aparece un icono que lleva al
historial.

Denise elige el de la entrada para los cañones. Si fue así, difícilmente se habrá
disparado contra la nave correo con un arma de mano. Las existencias fueron constantes
durante las pasadas dos semanas. Pero justo el 26 de diciembre se registra un ligero
descenso.

—¿Ves esto? —pregunta Denise y muestra la pequeña diferencia en las cifras.


Meltem asiente.

—Se han hecho dos o tres disparos.

—Pero esto es del 26 de diciembre. ¿No nos habíamos cruzado con la nave el día
antes? —pregunta Denise.

—Puede que el historial no se actualice de inmediato —dice Meltem.

—Pero sabes lo que eso significa, ¿no? Vera se ha cargado al marido de María
Komarova.

—En efectivo, eso parece. Ya te dije que es una mujer fría como un témpano.

—Tenemos que denunciarlo.

—No tenemos pruebas. La fecha no coincide. Dirá que el oficial de armamento a


bordo hico prácticas de tiro el 26. Y ninguno de sus hombres declarará en su contra.

—Me temo que tienes razón, Meltem. ¿No podemos hacer nada, entonces?

—Intentar informar a su viuda. Quizá se le ocurre alguna forma de demostrar


nuestras sospechas. Al menos, ya sabrá lo que pasó y puede dejar de buscar.

—Pero ¿y si se desespera y lo hace público? Podría resultarnos bastante peligroso.

—No creo, cielo. Vera dirá que es una mentirosa desquiciada. Si nuestros nombres
salen a la luz, no podrá hacernos nada.

—Espero que no la estés subestimando.

—Yo también. Y ahora vamos a por el maldito pavo ese, si no, Nkrumah empezará a
sospechar.

—Muy bonito no es —admite Denise.

—Con plumas tampoco es que sea una belleza —dice Meltem.


El pavo está dentro de un retractilado de plástico transparente. Está desplumado y
según la etiqueta adherida encima, ya limpio para cocinar. Si la tripulación supiera lo
que pretenden hacer con él, seguro que se cabrearían. Pero no se han cruzado con nadie.
Por suerte, el hangar no está lejos del almacén.

Meltem llama a la compuerta y Kofi Nkrumah les abre enseguida, como si las
hubiera estado esperando justo detrás. Le coge a Denise el pájaro muerto.

—Qué pena —exclama—. Me habría gustado meterlo en un horno, pero tampoco se


me ha ocurrido ninguna alternativa.

—A lo mejor sobrevive al experimento —dice Meltem.

—Me da la sensación de que no podemos contar con eso —se lamenta Kofi.

—¿No estarás exagerando con las capacidades de tu amigo?

—La materia de Anfitrite no es mi amigo. Al contrario, le tengo mucho respeto.

—Pero solo parece aprovechar la energía al máximo. ¿No es eso bueno? —pregunta
Meltem.

—Con unos resultados tan perfectos me vuelvo escéptico —dice Kofi—. Cuando
algo funciona de una forma tan incondicional, los riesgos y efectos secundarios no se
pueden despreciar. Preferiría que solo tuviera una eficiencia del 95 por ciento.

—Pero en la Tierra parecen ávidos por tenerlo en sus manos.

—Sin duda. Si se pudiera utilizar este material técnicamente a gran escala, sería
revolucionario. La radiación solar diaria es tan grande, que todos los problemas
energéticos quedarían solucionados de inmediato.

—¿Aun así apoyas nuestro experimento? —pregunta Denise.

—Es una idea excelente —dice Kofi—. Antes de entregar este material a la Tierra,
debemos saber si es peligroso o no.

Coloca el ave sobre la mesa y se pone unos guantes. Entonces abre la bolsa de
plástico y saca el animal. Huele ligeramente a cloro.
—Está desinfectado, para evitar la salmonela y el campylobacter —explica Kofi—.
Aunque es inocuo para el ser humano.

—Menos mal, pero muy poco apetitoso —responde Meltem.

—Voy a hacerle cortes en la piel —dice Kofi.

Abre un cajón bajo la mesa y saca un bisturí. Raja con él la piel de la espalda y del
pecho.

—¿Para que salgan mejor los jugos? —pregunta Denise.

—No. Para que el material pueda entrar mejor.

La piel de las partes rajadas se abre, pero no pasa nada más, como si el pavo fuera de
plástico. Junto a la mesa está la pared de cristal que ya vieron ayer. Kofi suelta el pavo y
se quita los guantes. Entonces abre un cajón que hay debajo de la pared de cristal.

—La sujeto abierta —dice Kofi—. ¿Podéis meter al animal dentro? En el estante hay
guantes limpios.

—Mmm, no sé yo… —duda Meltem.

—Si suelto el cajón, se cierra de golpe. Así que yo no puedo hacerlo.

—Está bien —dice Denise.

Va al estante, coge unos guantes y se los pone. Entonces levanta el pavo. Está
congelado y lo nota a través de los guantes. Su desnudez de la vergüenza. Se imagina a
alguien haciendo experimentos con ella desnuda y un auxiliar la coge por las piernas
sobre la mesa de disección. A Denise se le pone la piel de gallina. «Qué adecuado». Se
pone frente al animal de forma que solo ella puede ver su desnudez. Lo introduce con
cuidado en el cajón que ha abierto Nkrumah.

—Gracias —dice él—. Espero que quepa.

El cajón se mueve hacia dentro, hasta que la espalda del animal toca el mueble y se
para. Nkrumah hace presión con la rodilla. Un canto metálico empuja la piel desnuda
del pavo, enrollándola. Denise teme que se rompa, pero al final la piel cede y el animal
desnudo pasa por debajo.
—Buff… —murmura Denise.

—Aún falta la parte más interesante —dice Kofi.

Se arremanga, se acerca una silla y se sienta frente al cristal. Encima del cajón hay
dos orificios con guantes. Introduce los brazos para poder trabajar al otro lado del
cristal. Denise sigue atentamente todos sus movimientos. Nkrumah saca el pavo del
cajón y lo coloca sobre una especie de bandeja para tartas. Entonces saca un tubo
delgado de cristal con un tapón negro que desenrosca para colocarlo luego justo encima
del pavo. Hace una pausa, como esperando a que el animal se despierte.

—Vamos allá —dice, e inclina el tubo.

Denise apenas puede verlo, pero seguramente está cayendo ahora materia negra de
Anfitrite sobre el pavo. Kofi cierra de nuevo el tubo, lo deja a un lado y saca las manos
de los guantes.

—Ahora toca esperar —dice Kofi.

Se agacha y coge una planchas de metal brillante. Las levanta con un resoplido. En
sus dos extremos tienen unos salientes redondos que caben exactamente dentro de los
agujeros del cristal. Kofi inserta los salientes en los orificios y presiona la plancha que
hace un ruido de succión contra el cristal.

—¿Qué haces? —pregunta Meltem.

—Solo por seguridad —responde Kofi.

—¿Para que no entre nada? —pregunta Denise.

—Para que no salga nada, más bien.

Denise apoya la frente contra el cristal, agradablemente fresco. La vida supone un


gran esfuerzo. El pavo no tiene una pinta precisamente saludable, pero lo ha
conseguido. Este incluso se libra del horno. Su última función es honorable; ha
dedicado su cuerpo a la investigación científica.

Kofi enciende la luz. Es de un blanco frío que desciende de forma difusa desde el
techo. La piel del pavo se vuelve aún más blanca. Debe sentirse como en la mesa de
disección.
En ese momento empieza el espectáculo. Los cortes realizados por Nkrumah en el
pavo se ensanchan. Por debajo aparece una delgada línea negra. ¿Será sangre? Parece
como si saliera una sangre muy oscura del interior del ave. Pero ya habían constatado
antes que el animal estaba totalmente desangrado. La línea negra va ganando estructura
espacial. Ahora podría decirse que se está paseando un gusano oscuro por las heridas.

Pero esta imagen también cambia. El material negro cubre completamente la herida.
Se arrastra por encima de los bordes como los micelios de un hongo. Primero se ve una
especie de tejido transparente y fino que hace que la piel del pavo parezca sucia. Al
cabo de poco, ese tejido pierde su transparencia. Se va creando un revestimiento negro
alrededor del pavo. Pronto deja incluso de reconocerse ya su forma original. El pájaro se
convierte de nuevo en un huevo; un huevo gigante del que, sin duda, no saldrá ningún
pavo. Los huevos de los dinosaurios podrían haber tenido ese tamaño.

Pero el aspecto confunde. No tienen ningún huevo delante de ellos. Los laterales se
abollan hacia dentro. Ese perfecto óvalo se convierte en un cuerpo geométrico irregular.
El volumen completo se reduce algo. Seguramente se estén rellenando los huecos
interiores.

Kofi apaga la luz. Se pone unas gafas de visión nocturna y asiente contento.
Entonces se las pasa a Denise. Ella mira con las gafas. El proceso se ha parado. Menuda
locura. Lo que anteriormente era un pavo está ahí delante como una piedra. Su forma
recuerda ahora a un canto rodado grande. Le pasa las gafas de visión nocturna a
Meltem. ¿Qué es lo que ha visto?

—Vale, ya lo entiendo —dice Meltem y se quita las gafas.

Denise siente envidia. Ella misma no entiende lo que pasa allí. Kofi enciende de
nuevo la luz. La reacción se inicia de inmediato. Se forman unas burbujas que vuelven a
desaparecer. ¿Habrá causado esa pausa que el proceso se desordenara? Los laterales
siguen cambiando su forma. El anterior huevo gira hacia un lado. Entonces se busca un
nuevo punto de equilibrio. Durante unos diez minutos, Denise observa extasiada los
cambios; luego parece regresar la tranquilidad. El pavo ha conseguido su forma
definitiva. A Denise le resulta conocida. ¿Cómo se llamaba esa cosa, otra vez? Lo vieron
hace un par de días.

—Un Gömböc —exclama Meltem.


Eso, un Gömböc que solo tiene dos puntos de equilibrio. Pero ¿por qué? Si estas
partículas de Anfitrite absorben la luz a la perfección, ¿por qué querrán crear cuerpos
que se colocan solos en la posición correcta?

—Es lo que me temía —dice Kofi.

—¿Por qué lo temías? —pregunta Denise—. ¿Qué tiene un Gömböc de peligroso?

—No hay nada peligroso en su forma. Pero ¿has visto lo que la materia de Anfitrite
le ha hecho al pavo? Lo ha convertido totalmente en carbono puro. Las grasas,
albúminas, hidratos de carbono, todos los compuestos complicados han sido
destruidos. ¿Ves ese charco debajo el pavo?

Realmente parece que el animal hubiera perdido líquido. Denise asiente.

—Es el agua que ha sobrado de las reacciones. Me apuesto cualquier cosa a que si
analizamos el aire encontraremos dióxido de carbono, dióxido de azufre, nitrógeno,
etcétera.

—Esto sí que es interesante —dice Denise.

—Eso es quedarse realmente muy corto —dice Kofi—. La pregunta es: ¿qué hará la
materia de Anfitrite con la vida en la Tierra? ¿Con nosotros? Ese material es
extremadamente peligroso y se supone que Vera lo tiene que llevar a la Tierra.

—¿Por qué no nos atacó mientras estábamos en Anfitrite? —pregunta Denise.

—¿Visteis lo que pasó cuando apagué la luz? Allí es demasiado oscuro.

—Pero imaginémonos que alguien ilumina el planeta. El Sol, o alguna fuente de luz
artificial.

—Entonces pasaría lo mismo que con nuestro pavo aquí —dice Kofi.

—¿Y si alguien soltara el polvo negro en la Tierra? —pregunta Meltem.

—Un momento —responde Kofi y pulsa un par de botones, junto al cajón.

Se ilumina una pantallita que muestra tres cifras.


—0,89 —lee Kofi—. Lo que ha quedado del pollo solo pesa ahora 0,89 kilos, es decir,
890 gramos.

Parece que el plato sobre el que estaba el pavo es una báscula.

—¿Y eso qué significa? —inquiere Meltem.

Denise se asusta. Conoce las proporciones de masa de los elementos en la típica


materia viva. El 28 por ciento de la masa del ser humano es carbono. En el pavo debería
ser más o menos igual.

—Kofi, ¿cuánto pesaba el pavo antes? —pregunta—. No me di cuenta de eso antes.

—Pues yo sí. Pesaba 3,2 kilos. Un ejemplar relativamente pequeño.

Denise tiene que dividir entonces 890 por 3200. El resultado será sin duda algo
inferior a 900 dividido por 2700, que equivale al 33 por ciento.

—Gracias. Así, aproximadamente, es menor de un tercio de la masa original —


dice—. Este Gömböc consta del carbono puro que había en el pavo. ¿Cuánta materia de
Anfitrite has volcado encima?

—10 gramos —dice Kofi—. ¿Qué indica eso, Denise?

—Que 10 gramos se han convertido en 890 gramos. Eso ha aumentado su masa 89


veces y solo en pocos minutos.

—Seis minutos casi exactos —dice Kofi.

—El proceso solo paró cuando se hizo oscuro —asegura Denise. En la Tierra nunca
hay oscuridad total. Si en siete minutos, 10 gramos de esa materia se convierten en 1000
gramos, ¿cuánto necesita para transformar toda la biomasa de la Tierra en carbono
puro?

—Déjame adivinar a mí también —pide Meltem—. Pasados los primeros siete


minutos, tendremos 1 kilo. Pasados los siguientes siete minutos, serán 100 kilogramos.
Tras 21 minutos, 10.000 kilogramos, o 10 toneladas. A los 28 minutos, habrá alcanzado
las 1000 toneladas. Otros siete minutos más y alcanzamos las 100.000. Diez millones de
toneladas al cabo del minuto 42. Mil millones al llegar al minuto 49, 100.000 millones a
los 56, 10 billones a los 63.
—Ya basta, Meltem —exclama Denise—. La biomasa total de la Tierra solo pesa
280.000 millones de toneladas. En menos de una hora se habrá convertido toda en
carbono puro.

—El cálculo era demasiado simple, ya que no toda la biomasa está disponible en el
mismo sitio —dice Kofi—, pero seguro que en una semana máximo, nuestro planeta
está cubierto de Gömböcs muertos.

Denise se imagina un regreso a la Tierra. Las grandes ciudades en la que domina el


hormigón aún están en pie. Pero donde el suelo era verde, solos se ven cantos rodados
de todos los tamaños y totalmente negros. Si se toca uno, oscila un poco, pero vuelve a
su punto de equilibrio. Ha vuelto a un mundo de tentempiés, donde los únicos oasis
son de piedra y metal. Un escalofrío le recorre la espalda.

—Debemos impedir que Vera lleve la materia de Anfitrite a la Tierra.

Kofi suelta una carcajada.

—¿Pretendes impedir que Vera haga algo que se le ha metido entre ceja y ceja? Qué
mal la conoces. Ya me imagino lo que dirá.

—¿Qué? —pregunta Denise.

—Pues que el polvo negro irá a parar solo a manos de gente que sepa lo que hace —
asegura Kofi—. Es seguro cuando se pone en contacto con carbono de forma dosificada
y se conserva en total oscuridad. Y es tan valioso y revolucionario, que no piensa volver
con las manos vacías.

—¿Tú también crees que es seguro?

—No, Denise. El ser humano comete errores. Preferiría tirarlo todo ahora mismo por
la esclusa al espacio, pues me da mucho miedo. Algún día se escapará de los
laboratorios. De eso estoy totalmente seguro. Es solo cuestión de tiempo. Tal vez pasen
tres meses, o diez años, o cien. Pero se escapará.

—Tenemos que hablar con Vera —propone Meltem con seguridad.

Denise ya estaría convencida con solo esa última frase. Meltem tiene una autoridad
nata, que a ella le falta.
—Al menos tenemos que intentar apartarla de este plan tan insensato —continúa
Meltem—. Y si se deja convencer, soltamos eso por la esclusa. ¿Contamos contigo, Kofi?
Conoces y comprendes el peligro.

—Yo… no sé. Seguramente eso supondría mi propia muerte. Vera se ha cargado a


gente por menos.

—Disparó contra la CS Victory, ¿verdad? —pregunta Meltem.

—¿Cómo…? No puedo hablar de ello.

—Pero tú mismo estás convencido de que nuestro hogar desaparecerá si eso llega a
la Tierra.

—Sí, Meltem; por desgracia, antes o después eso sucederá. Pero si os ayudo, no
moriré antes o después, sino en el mismo instante en que Vera se dé cuenta de que ya
no tiene la materia de Anfitrite. ¿Y qué hará después de empujarme por la esclusa?
Ordenará volver a Anfitrite. Allí hay polvo negro de sobras. Cubre todo el planeta.

—Está bien, os doy cuatro minutos —concede Vera, colgando sus auriculares del
manillar y mirando el reloj.

La han pillado haciendo deporte. Vera se incorpora, pero sigue pedaleando


lentamente. Se quita el sudor de la frente con una toalla que apoya después en el
manillar. La capitana tiene una figura atlética con hombros anchos. ¿Habrá sido
nadadora?

—Hay un problema con el polvo negro —informa Nkrumah.

Le han convenido para que sea él quien hable. Es parte de la tripulación de Vera y
ella confía en sus habilidades.

—Eso ya me lo has dicho.

—Cuando el polvo entra en contacto con objetos que contienen carbono y recibe luz,
les extrae todo el carbono, sin importar cuál sea su combinación.

—Otro aspecto interesante del polvo —dice Vera—. Gracias por haberlo descubierto
por mí. Hablaré positivamente a mis jefes de tus logros.
Kofi ha tratado el tema de un modo demasiado teórico. ¡Debe aclararle los aspectos
prácticos! A Denise le gustaría tomar la palabra, pero se mantiene en segundo plano.

—Resumiendo: con que un par de granitos cayeran en nuestro planeta, en un par de


días será un lugar completamente muerto. Solo sobrevive la naturaleza muerta. Las
montañas quedarán peladas; los mares y las ciudades, grises. Ya no habrá plantas que
produzcan oxígeno.

—Seguro que lograremos encontrar una manera de impedirlo. ¿Podemos


transportar el polvo con seguridad? —pregunta Vera.

—En contenedores de cristal o de metal, o en cualquier contenedor aislado de la luz,


la reacción no se inicia —dice Kofi.

—Perfecto. Y si te he entendido bien, tendremos una sustancia capaz de convertir la


luz solar en energía al 100 por cien. Si nuestra naturaleza se ve en peligro, podríamos
generar el oxígeno suficiente con la corriente obtenida del agua o del dióxido de
carbono.

—Seguramente no —dice Kofi—. El dióxido de carbono es un compuesto de


carbono. El polvo negro debería separarlo en carbono y oxígeno.

¿De qué va ahora? ¡Nkrumah debe convencer a Vera de lo peligroso que es, y no de
lo práctico que resultaría!

—Estupendo. ¡Nos quitaríamos de encima todo el CO2 que ha provocado el cambio


climático! —dice Vera.

—Sin algo de efecto invernadero podría enfriarse mucho la Tierra. Acabaríamos en


una era glacial.

—Todo esto son especulaciones sin sentido —interviene Meltem—. ¿Realmente


queremos correr el riesgo de que nuestros hijos crezcan sin estar rodeados de naturaleza
verde?

—Yo no puedo tener más hijos —dice Vera, como si con ello se solucionara el
problema.

¿No le había dicho Meltem que tiene un hijo ya mayor?


—Como científico, considero el riesgo demasiado elevado —afirma Kofi—. Hay una
prohibición mundial contra el uso de nanorobots. Y el peligro que suponen es mucho
menor que el de la materia de Anfitrite.

—Esa moratoria se introdujo después de que miles de investigadores se ocuparan en


todo el mundo de estos nanorobots y la política alcanzó un consenso para ello —dice
Vera—. No fue porque tres científicos histéricos advirtieran contra ello. No tenemos
aquí capacidad alguna de decisión. Esa la deben tomar otras personas muy distintas en
la Tierra.

—¿Y no teme tener mala conciencia si el planeta muere? —pregunta Denise.

—¡Anda ya! Ha habido muchos profetas que aseguraban el fin del mundo. Hasta
ahora, ninguno tenía razón. Y si pasa algo al final, seguro que no será culpa mía.
Nosotros no somos más que pequeñas ruedecillas del engranaje. Usted es joven, Denise,
pero seguro que pronto lo aprenderá. Su entusiasmo juvenil resulta enternecedor, pero
deberá perdonarme que yo ya lo haya dejado atrás.

—Podría dar ahora mismo la orden de que se tiraran las muestras que traemos por
la esclusa —dice Denise—. ¡Y nada de pequeña ruedecilla!

—Mi cliente está ansioso por recibir estas muestras y sus nuevos descubrimientos le
entusiasmarán aún más. Si destruyera las muestras, sería el fin de mi carrera. El año que
viene estará la siguiente nave en Anfitrite y en dos años se cumplirá, o no, su profecía,
igualmente. No estoy dispuesta a poner en juego mi vida por retrasar dos años un
suceso que será totalmente inevitable. Y eso han sido seis minutos, y no cuatro.

Vera se vuelve a poner los auriculares y empieza a pedalear con tanta fuerza que
salpica todo con su sudor.

—¿Os lo dije o no? —pregunta Kofi en el pasillo.

—Tenías razón —concuerda Meltem—. Pero Denise también. Teníamos que


intentarlo, al menos.

—¿Estarías dispuesto a trabajar en otra solución? —pregunta Denise.

—Lo siento, pero tengo que pensar en mi familia.


—¡Precisamente por tu familia deberías ayudarnos, Kofi!

—Déjalo, Denise —pide Meltem y le pasa un brazo por los hombros—. Tendremos
que encontrar nosotras la solución. Seguro de que nuestro amigo Kofi, por lo menos, no
nos delatará.

Nkrumah niega en silencio con la cabeza.

Solo una cámara de vigilancia capta como, en el laboratorio del hangar, una minúscula
partícula de polvo pone en marcha un sorprendente proceso. Nkrumah ha sacudido el
tubo de cristal con demasiada fuerza. Diez gramos de polvo cayeron sobre el pavo y lo
convirtieron en un tentempié de carbono. Ahora descansan sobre un plato de cristal
puro, de un compuesto de silicio con el que no pueden hacer nada.

Pero esa partícula cayó a un lado. Sobre la mesa de acero. Su superficie es de una
aleación en la que, además de hierro, hay carbono. No es mucho, pero suficiente para
que esa partícula vaya creando lentamente una capa de espesor atómico que se extiende
sobre la mesa. Átomo por átomo va extrayendo el carbono del acero. A la mesa no se le
nota nada. Sigue tan estable como antes. La capa de carbono es demasiado delgada para
poder percibirla. Pero el proceso es prácticamente imparable. La nave está hecha casi
entera de acero. Mientras los cambios solo afecten a estos compuestos, no hará daño.

Pero hay piezas en la nave que contienen bastante más carbono. Las piezas de fibra
de carbono son ligeras y estables y muy adecuadas para depósitos. Los nanotubos de
carbono poseen cualidades eléctricas que se necesitan en los propulsores y en la
electrónica de la nave. En algún momento, este lento cambio que afecta ahora a la nave
llegará a estos componentes más sensibles. Entonces será también demasiado tarde para
intentar contrarrestarlo. La cámara de vigilancia, único testigo de lo que pasa, lo ve
todo, pero no entiende nada.
15 de enero de 2079, Anfitrite

—Joder, qué calor —exclama Doug.

Yuri se gira de lado y se apoya sobre el brazo izquierdo. Así puede ver el motor del
mantenimiento de vida en el extremo de la tienda a sus pies.

—Pues estamos a 16 grados. Yo no lo pondría más frío aún.

—A lo mejor me he resfriado.

—¿En un planeta muerto? Aquí no hay virus de ningún tipo. ¿Cómo te vas a
resfriar?

—Ni idea. Pero a pesar de los 16 grados, tengo calor. ¿Seguro que indica bien la
temperatura?

Yuri saca una pierna del saco de dormir. La corriente de aire del mantenimiento de
vida es helada.

—Sí —dice—. ¿Qué hora es?

—Poco más de las dos.

—Doug, necesito dormir algo más, de verdad. Cuatro horas son muy poco. Tómate
un ibuprofeno, o dos.

—Vale, lo siento, no quería despertarte.

—No pasa nada —dice Yuri.

Mientras Doug parece estarse bajando una cremallera, Yuri se pone boca abajo. Así
suele dormir mejor. Hoy le cuesta algo más que otras noches porque hay mucha más
luz. Han dejado los faros del Rover encendidos, solo por seguridad. Si algo, o alguien,
se acerca a la tienda, podrán ver su sombra. Quien haya fabricado los tapones de
válvula o el pañal, hace tiempo que no está por allí. Pero sí la persona a la que están
siguiendo. Si es alguien de la tripulación de Vera, podría considerarlos enemigos.

¡Dios mío! Doug se lo está poniendo difícil. Cada vez que Yuri está a punto de
dormirse, su compañero se gira, gime o se aclara la garganta. ¿Cuánto tardará el
analgésico en hacer efecto? ¿Y cómo se puede pillar en este entorno un resfriado? ¿O es
que Doug está sufriendo lentamente un ataque de pánico? No se lo podría recriminar.
Llevan días arrastrándose por esta oscuridad e, incluso antes, el Sol no era más que una
sombra de cómo lo conocen realmente. No hay visos de mejora. ¿Volverán algún día a
la Tierra? Doug quizá sí, aunque para él mismo no espera ningún final feliz.

Cierra los ojos, pero la luz de fuera se cuela a través de sus párpados. Por el frío que
hace se ha puesto todo lo que podría haber utilizado para taparse los ojos. Se sube un
poco más hacia arriba el traje espacial. El pesado traje hace ruido al moverse, pero Doug
tampoco está dormido. El traje le bloquea ahora un poco de la luz. ¡Dos tiendas
individuales, eso sí que sería práctico! Debería haber hecho caso a Doug. Si hubieran
regresado ya esta mañana, ahora quizá ya solo les quedaba una noche en Anfitrite. ¡Un
hurra por su cabina individual en la Ganymed Explorer!

Yuri se imagina la cómoda cama que le espera allí. Es una cuna. Su madre le sube la
sábana hasta la barbilla. Entonces empuja la cuna con suavidad y él se duerme
columpiándose.

—Yuri, lo siento, no puedo más —se lamenta Doug en medio del sueño que
empezaba a disfrutar.

A Yuri le gustaría morder el saco de dormir. ¡Ya casi lo había conseguido!

—¿Qué pasa? —pregunta con un quejido.

—El calor. Me está matando.

Yuri se incorpora de forma que el saco se le resbala hacia abajo. Hace un frío de
narices. El mantenimiento de vida indica 14 grados. Doug se ha envuelto dentro de su
saco. No es de extrañar que tenga tanto calor.

—¿Y si sales del saco? —pregunta Yuri.

—Ya lo intenté. Y tampoco noto más fresco.


—Enséñame.

—¿El qué?

—Tu cuerpo. Deberías estar rojo. Tal vez tienes algún sarpullido.

Doug abre la cremallera desde dentro. Saca los brazos desnudos.

La piel no está roja. Está negra.

—Dame la mano —dice Yuri.

—¿Qué pasa? Pareces espantado por algo.

—Dámela de una vez.

Doug saca la mano. Parece que no se ha dado cuenta de lo mucho que le ha


cambiado la piel. Yuri coge con cuidado la palma de su mano entre pulgar e índice.
Quizás eso ya sea un error. Pero los guantes de goma estén en el Rover. Primero gira la
mano de Doug, luego todo el brazo hacia un lado y hacia el otro. La piel está recubierta
por una capa oscura. Yuri piensa en telarañas de un sótano donde se almacena carbón.
Vio algo parecido en una peli de terror. Frota con el pulgar sobre el dorso de la mano.
Al menos, esa capa oscura se deja quitar. Deja pequeños grumos al frotarla.

—¡Dios! ¿Qué puñetas es eso? —pregunta Doug.

—Seguramente la razón de que tengas tanto calor.

—¿Está por todas partes?

Doug le retira la mano. Se mira el otro brazo y asiente con rapidez. Se quita el saco
hasta las rodillas. Los muslos están también ennegrecidos. Se quita la camiseta. El pecho
de Doug tiene mucho vello, por lo que Yuri se asusta a primera vista. Pero entonces ve
que la capa negruzca solo le llega hasta el ombligo.

—Gírate —le ordena.

Doug sigue sus instrucciones. Por la espalda, la zona afectada llega hasta la primera
vértebra lumbar.

—Por detrás está subiendo también despacio —dice Yuri.


—¿Se mueve?

—No estoy seguro. Espera un segundo.

Yuri observa la línea que separa la zona oscura de la clara. No puede detectar
movimiento. Mete la mano en la bolsa de herramientas de su traje, encuentra un lápiz y
dibuja el límite. Cuando devuelve el lápiz a su sitio, ve que ha desaparecido el canto
rodado que guardó allí. ¿Se le habrá caído dentro de la tienda?

Observa la línea en la espalda de Doug. Solo ha pasado un minuto, pero ya no se


puede ver la línea. Ese material negro ya la ha sobrepasado.

—Malas noticias —dice Yuri—. Está creciendo.

—¿Y cuando me haya envuelto del todo? ¿Qué pasará entonces?

—Ni idea. Pero parece que se deja quitar. Solo tienes que frotar con fuerza. Así.

Yuri frota con el pulgar sobre la espalda de Doug. La capa negruzca muestra ahora
un agujero. Entonces se le ocurre algo.

—Muéstrame la mano —le pide Yuri.

Doug le extiende la izquierda.

—No, la derecha, como antes.

Doug le extiende la otra mano. Yuri la vuelve a coger entre pulgar e índice. Le
interesa el dorso. Donde antes frotó… la zona blanca ha desaparecido. Mierda. ¿Cuánto
tiempo ha pasado? ¿Cinco minutos? Esa cosa negra parece tener prisa.

—¿Has encontrado algo?

—No, nada.

Suelta la mano de Doug. No sirve de nada generarle más miedo del que ya tiene.
Durante unos momentos ha sentido calor, pero ahora vuelve a notar el frío. No viene
del mantenimiento de vida.

Por el rabillo del ojo, Yuri detecta una sombra. Es una base ancha con un brazo muy
largo.
—¿Qué os pasa? —pregunta Óscar desde fuera—. ¡Son las dos de la madrugada,
deberíais estar durmiendo!

—Tenemos un problema —dice Yuri.

—¿Puedo ayudaros en algo?

—Me temo que no. Doug tiene un sarpullido muy raro. Es negro y se extiende con
rapidez.

—¿Puedes meterme una muestra en la esclusa de basuras? —pregunta Óscar.

—Ahora mismo —dice Yuri—. ¿Me permites, Doug?

Sin esperar el permiso de Doug, le frota con el pulgar por la cadera desnuda. Recoge
con la otra mano los grumos que caen. Los introduce en una bolsita de plástico y los
mete en la esclusa de residuos, gruesa como un brazo. La sombra de Óscar se acerca. Su
brazo se dobla y se introduce en el orificio exterior de la esclusa.

—Gracias —dice Óscar—. Tendré el resultado en pocos minutos.

—Ayúdame —dice Doug, señalándose la espalda—. No quiero que esa cosa me


recubra del todo.

Mientras Doug se frota sus muslos y su vientre, Yuri se ocupa de la parte inferior de
la espalda. Si se concentra en el trabajo, es más rápido que esa cosa negra. En el suelo de
la tienda de acumulan los restos negros. Será mejor que sacudan bien la tienda por la
mañana.

—Tengo una buena y una mala noticia —dice Óscar.

—La buena primero —pide Doug.

—Los grumos negros son el mismo material que el polvo, puro carbono.

—¿Qué tiene eso de bueno? —pregunta Yuri.

—Que ya lo conocemos —dice Óscar.

—Podríamos prenderle fuego —responde Yuri—. En casa siempre poníamos la


barbacoa con carbón de madera.
Piensa en la destrucción de la primera cámara. ¿Podría deberse a un incendio?
Debería haberse causado en el pasillo por el que accedieron a la sala.

—¡Sí, hombre, no quiero acabar en un asador! —exclama Doug.

—Espera un momento, que aún falta la mala noticia —dice Yuri.

—Exacto, la mala noticia —responde Óscar—. No sé cómo decírosla sin que os dé un


ataque de pánico.

—¿Tan grave es? —pregunta Yuri.

—Yo mismo tengo ganas de salir de esta sala lo antes posible —reconoce Óscar.

—A eso se le llama pánico —dice Doug—. Ya me aguantaré, en serio, prometido.

—Bueno, el pánico tampoco os serviría de nada ya que no podéis salir de la tienda


tan rápido como yo puedo largarme de este lugar.

—Gracias por recordárnoslo —dice Doug—. Nos facilita mucho las cosas.

—El problema es que esta sala ha decidido absorberos enteritos, con toda vuestra
carne y huesos.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunta Yuri.

—¿La sala está hablando contigo? —pregunta Doug.

—No. Pero alrededor de la tienda se ha formado un pequeño foso, y el material del


foso está subiendo por las paredes de la tienda. No podría decirlo con seguridad, pero
tiene todo el aspecto de que vaya a por vosotros.

—Tal vez esa masa solo quiere hacer copias de nosotros —dice Yuri—. Como los
tapones de válvula o el pañal. Alguna especie de reacción química, detección de
patrones y formación de patrones, son cosas que existen en la naturaleza, ¿no?

—¿Qué pasó con el pañal original? —pregunta Doug.

—No lo sé, no lo he encontrado.

—Lo ves, Yuri. Me temo que Óscar tiene razón. Va a por nosotros.
—Debemos salir de aquí cuanto antes —dice Yuri.

—Sin duda —responde Óscar.

Yuri recoge sus cosas con velocidad frenética. Se pone la ropa interior térmica y la parte
inferior del traje. Doug sigue rascándose frenéticamente las piernas. De rodilla para
abajo sigue negro.

—¿Cuánto tiempo nos queda para salir de aquí? —pregunta Yuri.

—Un par de minutos, quizás —responde Óscar.

Yuri mira a Doug, aún ocupado de limpiarse el cuerpo.

—Venga, Doug, deja ya de rascarte esa cosa negra. Será mejor que te pongas el traje.

—¿Estás loco? ¡Si me meto en el traje con eso encima, me comerá por dentro y ya no
podré ni rascarme! Me pregunto cómo coño habrá entrado eso en la tienda. Pero dentro
del traje no quiero tenerlo ni loco.

El canto rodado negro. Yuri lo metió en su bolsa de herramientas. Vuelve a mirar


dentro, pero no está.

—¿Qué estás buscando? —inquiere Doug.

—Algo para ayudarte a rascar —dice Yuri—. Tu traje estaba lleno de polvo, ¿te
acuerdas? Te caíste en el desierto ese.

Tiene un ataque de mala conciencia. ¿Cómo puede mentirle a su amigo así? Si Doug
está quizá prácticamente muerto ya.

—¿Tú crees? Mierda. Debería haberme limpiado más a fondo.

—Yo tampoco he limpiado mis botas. Espera, te ayudo.

Yuri ha encontrado una espátula. La aplica ahora en la espalda de Doug. La capa


negra ha vuelto a subir un poco. Saldrá de la tienda cuando Doug esté del todo limpio.

De repente, el mantenimiento de vida se dispara y suelta aire frío.


—Ya se me está pasando el calor —dice Doug—. Creo que era precisamente esta
cosa negra sobre la piel.

Yuri observa las zonas en las que ha quitado la capa negra. La piel de Doug está aquí
de color rosado.

—Ya puedes bajar la intensidad del mantenimiento de vida —comenta Doug.

—Yo no la he subido —dice Yuri.

Deja caer la espátula y se desplaza al final de la tienda. El motor del mantenimiento


de vida está al máximo. Está metiendo aire fresco en la tienda porque están perdiendo
presión. ¡Solo les faltaba esto! Yuri regresa al otro extremo.

—Tenemos un problema.

—Como mínimo, dos —dice Doug.

—Tres. La tienda pierde aire.

—Mierda —murmura Doug, pero sigue rascándose las pantorrillas.

—Óscar, ¿alguna idea del motivo? —pregunta Yuri.

—Lo siento, pero no —dice Óscar—. La tienda está ya totalmente rodeada por esa
masa negra. Ya no falta nada para que se ponga a trepar por la lona. Quizás es la masa
la culpable del agujero en la tienda.

—Sin duda parece la explicación más plausible —responde Yuri—. Tenemos que
salir de aquí, ¡pero ya!

Doug se gira hacia él. Su cara y su torso están totalmente manchados. La piel del
vientre brilla en un tono rosado.

—Ha sido un placer conocerte, Yuri. Si tienes que salir, márchate.

Yuri sacude la cabeza. Si abandona la tienda con el traje espacial, saldrá todo el aire
y Doug morirá. Será la segunda persona que haya matado en su vida. No, la tercera.

—Ni loco —exclama Yuri—. Te limpiamos a fondo y salimos tranquilamente con los
trajes de la tienda. Juntos.
—Eso es demasiado arriesgado —dice Doug—. Aún puedes salvarte tú. Luego será
quizás demasiado tarde. No tiene sentido que muramos los dos aquí dentro.

—Ni hablar —prorrumpe Yuri—. Venga, ponte de lado para seguir frotándote el
trasero.

—Si me permitís una idea —interviene Óscar—, Doug podría ponerse un momento
el traje para que puedas salir de la tienda.

—¡Genial! —dice Doug.

—No. Demasiado tiempo. Yo saldría, pero tus posibilidades bajarían. No quiero ser
responsable de eso. Toda esta cháchara nos está costando un tiempo que no tenemos.
Va; te limpiamos y nos largamos.

Un tono de aviso suena en la tienda. Es el mantenimiento de vida. La presión está


descendiendo a niveles peligrosos y aún no están listos del todo. Doug y Yuri trabajan
juntos en las piernas de Doug por todos los lados.

La capa negra se resiste. Cuando acaban con la suela, empieza un nuevo ataque en la
pantorrilla. Empieza siempre de forma imperceptible. Los primeros brotes apenas son
visibles. Se estiran a lo largo de pliegues naturales de la piel. Entonces extienden
ramificaciones hasta que entre las ramitas aparece la masa negra.

Yuri ya se imagina de qué se alimenta esa cosa. Ataca directamente la piel. Tras la
primera limpieza queda rosada y limpia. Tras la segunda, empieza a sangrar. Hasta
ahora, Doug no tiene ninguna zona donde la capa negra haya crecido más de dos veces.

—¿Oyes eso? —pregunta Doug—. Deberías irte.

—Ya te he dicho que no quiero oír hablar de ello. No hables, sigue frotando.

Deben quedarles aún un par de minutos. Seguro. Está a punto de acabar. Por favor,
tienda, aguanta un poco más.

Pero el mantenimiento de vida vuelve a advertirles. La tienda no quiere hacerles este


favor. No puede evitarlo. Esa horrenda masa negra tiene la culpa. ¿Por qué ahora? ¡Han
pasado muchas noches ya aquí abajo! Y en los pasillos también había polvo.
¿Será por haber metido el canto rodado en la tienda? Es la única diferencia que se le
ocurre. Esa piedra no era una piedra, ya lo sabía. Aun así, la trajo consigo. Seguramente
la activó la atmósfera de la tienda. Él tiene la culpa. Como con Grigori e Irina. Pero esta
vez no se librará del castigo. Solo le duele que Doug vaya a morir con él. Incluso le
dejaría su propio traje. Pero la cosa negra ha atacado a Doug y no a él.

La vida es injusta. Habría tenido la ocasión de burlarse de la muerte, pero no la


puede aprovechar. No la debe aprovechar.

El mantenimiento de vida aúlla de lo lindo. Los tonos de aviso son tan fuertes que
seguramente puedan oírse desde la superficie. De eso se trata, claro. Que lo oiga alguien
para venir a salvarles. El mantenimiento de vida no sabe que están solos. Óscar, que
espera fuera, no puede hacer nada. Será el último superviviente.

—Óscar, ¿me oyes? —pregunta Doug.

—Alto y claro.

—Cuando hayamos acabado aquí, te vas arriba, despegas hacia la Ganymed


Explorer y le das de comer a Kiska hasta que aparezca por aquí algún ser humano,
¿vale? Y dale dulces recuerdos a mi mujer. Dile que la quiero mucho.

—Lo haré, Doug.

Cuando hayan acabado aquí, dice Doug. Cuando hayan muerto, querrá decir. Yuri
le tiene un poco de envidia. Al menos tiene a alguien a quien enviarle recuerdos. Él
mismo no necesita darle a Óscar mensaje alguno.

El mantenimiento de vida vuelve a gritar, aullar y pitar. Es un ruido atronador. ¿No


hay ningún botón para desconectar esas sirenas?

—¿Qué pasa aquí? —pregunta, de repente, una voz femenina en sus auriculares—.
¿Os habéis vuelto totalmente locos? ¿Tantas ganas tenéis de morir? ¿Pero cómo podéis
ser tan estúpidos?

Es Irina. Está gritando. ¿Por qué Irina? ¿Se ha vuelto loco? Irina está muerta, ha
muerto por él, por su culpa, por no haber vuelto antes a rescatarla. Pero es, sin duda, la
voz de Irina. Puede oír el miedo que siente por Doug y por él. Pero ¿a qué se refiere?

—¡Apagad las luces, ahora! ¡Rápido!


Detrás de la lona de la tienda pasa una sombra frente al Rover. Se oye un traqueteo.

—¡Mierda, no tengo acceso! —grita Irina.

—Puedo…

El grito de Yuri queda ahogado por el ruido de cristal roto. Ya solo hay la mitad de
luz. Luego el segundo cristal. Irina ha golpeado los faros. Fuera se hace oscuro. En la
tienda aún hay dos luces encendidas.

—¡Apagad las luces, ya! —ordena Irina—. ¡Nada de luz, es muy peligroso!

Yuri y Doug se mueven al unísono hacia la misma lámpara y se golpean las cabezas.
Doug consigue apagarla. Yuri se va al fondo y se ocupa de la segunda luz.

Todo se vuelve oscuro. Realmente oscuro. Negro. Pero solo hasta que se le adaptan
los ojos. En el mantenimiento de vida parpadean unos LED rojos. La tienda sigue
perdiendo aire. Tienen que ponerse los trajes. Ahora. A Yuri ya le cuesta respirar. La
tienda pierde más aire del que el motor puede bombear.

—¿Ese ruido es del mantenimiento de vida? —pregunta Irina.

—Sí, correc… —dice Yuri.

Le cuesta ya pronunciar la última sílaba. Se le está acabando el aire.

—Esperad, voy a arreglarlo —responde Irina.

Desde arriba llega un ruido sordo, como si alguien golpeara un bombo con poca
fuerza. Bfff. Sigue un ruido de rascado, luego un chirrido.

—Bien. He anclado la nueva lona —afirma Irina.

El mantenimiento de vida sigue pitando fuerte, pero ya no cae la presión. Incluso


aumenta, lentamente.

—¿Qué has hecho? —pregunta Yuri.

—He puesto mi tienda sobre la vuestra.

—Gracias —contesta Yuri.


—Deberíamos intentar reparar nuestra tienda —dice Doug.

Debe estar en pleno shock. ¡Deberían ponerse cuanto antes los trajes y abandonar la
tienda!

—¡Déjala! —grita Irina—. ¡Poneos cuanto antes los trajes y salid de la tienda!

«Gracias, Irina».

Yuri tantea por el interior de la tienda. Así, sin nada de luz, no es tan fácil ponerse
bien el traje, pero lo tiene muy ensayado.

—¿Y tú quién eres? —pregunta Irina—. No me suenas ni a Meltem ni a Denise.

—Yo soy Doug. Yuri me ha salvado después de que Vera disparara contra mi nave.

—Anda, ¿y qué hay de los demás?

—Han pasado muchas cosas, Irina —dice Yuri—. Meltem y Denise van de camino a
la Tierra. Aquí solo estamos Doug y yo.

—Y yo, claro —añade Óscar.

—También está Kiska, mi gata. Me espera en la Ganymed Explorer —dice Doug.

—Ya veo que va a ser una historia muy larga —comenta Irina.

—¿Cómo es que estás viva? —pregunta Yuri.

No deja de pensar en que encontraron el cadáver de Irina. Su piel estaba muy pálida.
¿Es realmente Irina quien está ahí fuera? Todo lo que ha visto hasta ahora es una
sombra. Conoce esa voz. ¿Es suficiente con eso?

—Oye, ¿a qué te refieres con esa pregunta? ¿Yo me alegro de encontraros con vida y
me preguntas algo así?

Yuri apaga su micrófono y le indica a Doug que haga lo mismo. Doug hace lo que le
pide.

—¿Por qué no le respondes? —le susurra.


—No estoy muy seguro de que sea ella de verdad.

—Yo no la conozco. No puedo ayudarte en esto. Pero nos ha salvado la vida, lo cual
es un punto positivo, ¿no?

—A saber por qué.

—¿Reconoces la voz?

—Sí.

—¿Hola? —dice Irina—. ¿Se te ha comido la lengua el gato?

Yuri la ignora.

—¿Por qué iba alguien a imitar su voz? —pregunta Doug.

—Ni idea. Tú mismo la encontraste. Estaba definitivamente muerta. ¿Y ahora ha


resucitado? ¿Cómo se entiende eso?

—A lo mejor estamos todos ya en el más allá.

—Joder, tío, como esto sea otra trampa…

—Óscar es el único que puede convencerse de que ella es real.

—Ah, genial idea, Doug.

—¡Eh! ¿Hay alguien ahí? ¿Os habéis muerto ya del susto? —pregunta Irina.

—No, seguimos aquí —dice Yuri—. Perdóname la pregunta, pero…

—¿Pero? ¿Qué pero ni qué mierda? Sal fuera y abrázame de una puñetera vez,
maldita sea. ¡Llevo demasiado tiempo sola aquí abajo!

No sirve de nada. Se lo tiene que decir.

—Hace un par de días encontramos tu cadáver —dice Yuri—. Y ahora…

—¿Que habéis qué? ¿Se os ha ido la olla? ¿O estáis de broma? Si es así, es de pésimo
gusto. ¡Ya basta!
—No, es verdad —niega Doug—. Encontré el cadáver de alguien en un traje espacial
y Yuri te reconoció.

—No puedo haber sido yo. ¡Ya conoces mi voz!

—Sí, reconozco tu voz. De camino hacia aquí hemos encontrado indicios. Un pañal,
huellas en el polvo… Aquí abajo tiene que haber alguien.

—¡Pues claro, yo!

—¿Puedo preguntarle… a Óscar? Óscar seguro que es capaz de identificarla sin


lugar a dudas.

—Yuri, déjate ya de mamarrachadas. Si necesitas a Óscar para reconocerme, no


pienso mirarte durante el resto del viaje ni siquiera con el culo. ¿Me has entendido?

Yuri suspira. Conoce la voz y el temperamento. Pero también ha visto el pañal. Y el


cadáver con el mismo aspecto de Irina y de su traje espacial.

—Óscar, por favor, intenta identificar a la persona que está junto a la tienda.

—Ya estoy en ello. Un momento.

—Te arrepentirás de esto, amigo —amenaza Irina.

Yuri se agarra el corazón. Si realmente es Irina, lo va a tener difícil para que se


calme.

—Puedo confirmar, sin lugar a dudas, que Irina está con nosotros —afirma Óscar—.
He comparado su perfil con las imágenes de radar que tengo almacenadas. Aunque una
pierna es bastante más pesada que antes.

—Eso es la pierna herida —reconoce Irina—. La llevo entablillada con dos varillas.

—Gracias, Óscar. Y perdona, Irina —dice Yuri—. ¿Qué te pasó en la pierna?

—Doug ¿podrías decirle al hombre que te acompaña dentro de la tienda, que ya no


existe para mí?

—Yuri, me han dicho que te diga…


—Ya lo he oído.

—¿Puedo encender ya la luz? —pregunta Doug—. ¿Ha pasado el peligro?

—De ninguna manera. El polvo sigue en vuestra tienda y dentro de tu traje. Si recibe
luz durante más de dos minutos, lo activas de nuevo.

—¿Qué hacemos con el maldito polvo? —pregunta Yuri, dándole un empujón a Doug,
lo cual en total oscuridad no es nada fácil.

—¿Y qué hacemos con los grumos? —añade Doug.

Yuri ha dejado ya de intentar preguntarle directamente a Irina. Tiene que utilizar


ahora a Doug como intermediario. Ojalá se tranquilice pronto.

—¿Tenéis un encendedor? —inquiere Irina.

—En la mochila —susurra Yuri.

—Debería tener uno en la mochila —dice Doug.

Yuri sabe dónde ha guardado el encendedor. Funciona sin gas, totalmente eléctrico.
Lo saca del bolsillo lateral.

—Aquí, en mi mano —dice, tocando a Doug con los dedos.

Doug tantea en busca de sus palmas. Yuri hace un cuenco con las manos. Entonces
nota como caen sobre su piel grumos puntiagudos. Activa el encendedor. Ante el brillo
de arco de luz azul se puede ver una montañita de polvo negro. Yuri sujeta el arco de
luz y los grumos se convierten en llamitas amarillas.

«¡Chúpate esa, Anfitrite, quémate!», piensa. Yuri tiene enseguida mala conciencia.
Pero es una tontería. No está quemando materia viva, sino solo copos de carbono puro.
Si los grumos no fueran químicamente puros, la masa bajo el arco de luz se quemaría
peor. Yuri huele el aire, pero ni siquiera se produce el típico olor a quemado. El dióxido
de carbono es inodoro.

De repente, un dolor agudo atraviesa la palma de su mano. Yuri grita y sacude


asustado la mano. Salen ascuas disparadas por todos los lados.
—¿Qué le pasa a ese? —pregunta Irina.

—Se ha quemado —responde Doug—. Por lo visto no ha caído en la posibilidad de


que el fuego fuera caliente.

Otro éxito ridículo más en su historial. Por suerte, la mayor parte del material en la
tienda no es combustible y la concentración de oxígeno aún es escasa.

—Aquí tengo más de eso —dice Doug—. No pensé que ibas a prenderle fuego sobre
la palma de la mano.

Ahora Yuri es algo más listo. En la tienda debe haber alguna lata vacía de su cena.
Tantea hasta encontrarla detrás de su almohada. Golpea con ella la rodilla de Doug.

—Aquí.

Doug le coge la lata. Yuri oye un ruido como si cayera arenilla sobre una superficie
dura; hasta que Doug le devuelve la lata. Introduce el arco de luz en el interior y quema
cada resto para convertirlo en dióxido de carbono.

—Todo quemado —dice—. ¿Crees que podríamos encender una luz ahora?

No hay respuesta. Yuri suspira.

—Ya no queda de eso dentro —asegura Doug—. ¿Podemos encender una luz?

—Durante un breve tiempo no parece ser peligroso —dice Irina—. He hecho un par
de experimentos. Cuanto más polvo de ese hay, más rápido se activa. También depende
de si ha estado activo alguna vez.

—¿Y eso en qué se reconoce? —pregunta Doug.

—Por su forma evidente —responde Irina—. Cuando se le acaba el alimento, el


polvo se convierte en una especie de canto rodado irregular.

—Como esa cosa inmensa en el centro de la sala.

—Exacto.

—Si eso es el resto de un accidente como el que nos ha pasado a nosotros, ¿cuánto
carbono de haber habido en esta sala? —pregunta Doug.
—¿Y cuánta luz? —inquiere Irina—. Estamos a un par de kilómetros de profundidad
bajo la superficie. La activación se produce, según mis experimentos, solo con la
radiación electromagnética en el espectro visible.

—¿Lo has probado ya con radiación Gamma o rayos X? —consulta Yuri.

Ahora se le ha escapado otra vez una pregunta. ¡Irina no puede ignorarlo todo el
tiempo!

—Si tú, Doug, me preguntaras si lo he probado con rayos Gamma o rayos X, pues te
diría que curiosamente me he dejado mi aparato de rayos X en casa. Pero por suerte no
haces este tipo de preguntas tontas.

—¡Por favor, déjate abrazar ya! —suplica Yuri.

Irina se queda quiera, pero cuando se le pone delante permite sin palabras que la
abrace. ¡Es tan bonito! Con el traje espacial no es que se acerquen de verdad, pero tiene
la sensación de haber vuelto a casa. Luego, Irina y Doug se saludan con un apretón de
manos. Yuri solo distingue sus sombras, ya que las luces LED de sus trajes no dan
mucho de sí. Se gira hacia la tienda, de la que salen jirones de niebla. Son verdes,
porque en el mantenimiento de vida hay lucecitas verdes encendidas. Gran parte del
aire respirable se condensa de inmediato.

—¿Y yo? —pregunta Óscar.

—Hola, Óscar, me alegro mucho verte de nuevo —dice Irina, agarrándole la mano
extendida de su único brazo.

—Me pregunto cuánto tiempo estará Kiska enfadada conmigo cuando la vuelva a
verla —dice Doug.

—Eh, ¿a qué viene eso? —pregunta Irina—. Que yo no soy una gata.

—Perdona, no quería decir eso —se disculpa Doug—. Solo pensaba en ello por
casualidad.

—Por casualidad —dice Irina.

A Doug le da la risa.
—Kiska se pone siempre muy tonta cuando está tiempo sin vernos. Ahora en serio:
no deberías reprocharle a Yuri que fuera precavido. Si hubieras visto tu cadáver,
también estarías insegura. Lo que ese hombre ha tenido que pasar solo para rescatarte
es extraordinario. Y eso es lo que cuenta. Incluso estuvo a punto de dejarme morir en mi
nave dañada.

—Pero es evidente que te salvó.

—Y se lo agradezco en el alma. Fue por los pelos. Pero si hubiera sido por mí, tras
encontrar tu cuerpo ya habría abandonado la expedición.

—Cualquier otro lo habría hecho —dice Irina—. Si te encuentras muerta a la persona


que buscabas, suspendes la búsqueda, es lo razonable.

—Pero él no. Yuri me ha convencido día tras día que teníamos que continuar con la
expedición.

—Puede llegar a ser muy cabezota, sí.

—Y tú también, Irina —dice Doug.

—Seguramente tengas razón. Y eso que nos conocemos desde hace solo 90 minutos.

—Claro que he oído muchas cosas sobre ti.

—Espero que solo cosas buenas —dice Irina.

Entonces Irina da un paso adelante y pone sus brazos alrededor de Yuri, que suspira
aliviado.

—Gracias, Yurenka, por haber aguantado tanto —dice Irina—. Aunque no habría
hecho falta.

¿Cómo que no? ¿Sigue enfadada con él?

—Yo también me alegro muchísimo de verte de nuevo —exclama Yuri—. Pero ¿qué
quieres decir con eso?

—Pues que me lo he montado muy bien aquí abajo —asegura Irina—. Si te las sabes
apañar bien, puedes sobrevivir años.
—¡Pero si aquí no hay nada! —dice Doug.

—En esta sala no, es verdad. Me he instalado algo más abajo. Y es que aún no lo
habéis visto todo.
15 de enero de 2079, la Holandés Errante

Alguien llama a su puerta. Seguro que es Meltem. No la ha avisado antes, pero ya es


mediodía y hoy aún no la ha visto. Denise se levanta y abre.

Meltem va en chándal de deporte. Huele a champú y su melena castaño oscuro


parece más oscura de lo habitual. En la mano sujeta el casco de su traje. ¿Querrá salir al
exterior a escondidas? Meltem mira hacia el techo y le entrega Denise un papelito.

«Tengo un plan», pone en él.

Denise va a su minúsculo escritorio y saca un lápiz. Sujeta el papel de Meltem contra


la pared.

«Bien. ¿Me lo cuentas?», escribe debajo de la primera frase.

Meltem levanta la mano con su casco y señala hacia la cabeza de Denise. Ya lo pilla;
quiere charlar con ella a través de la radio de los cascos. ¿Es eso una buena idea? Los
posibles micrófonos en las paredes no las oirían, pero las ondas de radio pueden
traspasar las paredes de la cabina.

Ya que Denise no reacciona enseguida, va Meltem a la taquilla y saca su casco


entregándoselo. Cuando a Meltem se le mete algo en la cabeza… Denise se pone el
casco. Huele un poco a cerrado aquí dentro. Debería airearlo un poco.

—Gracias, Denise —oye a través de los auriculares—. ¡Y buenos días! ¿Has dormido
bien?

—De maravilla —dice Denise—. Espero que sigamos volando mucho con gravedad
auténtica.

La fuerza que generan los motores cuando aceleran o frenan la nave generan una
gravedad artificial constante hacia un lado. Es mucho más agradable que la generada
por la rotación del anillo con las cabinas en sus extremos, que varía según lugar y
posición. Su cuerpo no está acostumbrado a que la mano sea más ligera cuando estira el
brazo estando tumbada. Por ello prefiere dormir panza abajo, para que sus brazos no se
independicen tanto.

—Por desgracia no —se lamenta Meltem—. Strombomboli me ha dicho que esta


noche pararán motores, por ahora.

—Vaya.

—Podrías dormir conmigo para acostumbrarte mejor.

—Pues a lo mejor acepto tu oferta. Pero hablemos primero de tu plan. Debe llamar la
atención que llevemos los cascos puestos en la habitación.

—¿Tú también crees que nos están vigilando?

—Sí, Meltem. Si dos extraños me presentan sus quejas respecto a mis planes, me
miraría muy de cerca qué es lo que pretenden.

—¿Tan pocos escrúpulos tendrías?

—Claro que tendría otros planes.

—Entiendo. Pues mi plan consiste en utilizar la antena de la lanzadera para advertir


a María Komarova en la Luna y a Yuri e Irina en Anfitrite.

—Pero la lanzadera está muy vigilada, seguro —dice Denise.

—No necesariamente. Con su poco alcance, por ahora es inútil. No podríamos huir
con ella.

—¿Y el alcance de su radio? ¿No sería mejor repetir el truco con la antena de largo
alcance de la nave?

—Vera no se creería jamás en la vida que ese problema volviera a surgir.


Sospecharía de inmediato. El alcance es un problema, sin duda. Pero hasta la Ganymed
Explorer en la órbita de Anfitrite seguro que llegamos. La Luna es ya un problema
mayor.

—Podríamos pedirle a Yuri e Irina que reenviaran el mensaje a María. A lo mejor


hasta han sabido algo de la nave desaparecida.
—Buena idea, Denise. Intentaremos llegar tanto a la Luna como a Anfitrite, pero por
si acaso, les pediremos ayuda a nuestros amigos de la Ganymed Explorer.

—Pues ya solo queda un problema: ¿cómo entramos en la lanzadera sin que se


entere nadie?

—Necesitamos ayuda —dice Meltem—. Alguien de la tripulación debe dejarnos


entrar.

Esto lleva al mismo callejón sin salida. ¿Es que a Meltem no se le ocurre nada más?
Pero así están las cosas. La tripulación las supera mucho en número.

—¿Strombomboli? —pregunta Denise, levantando las cejas.

—Parece que ya lo vas pillando.

—Pero si no funcionó hace dos días. Vera los tiene acojonados.

—Creo que todo depende del precio. Del nivel de implicación.

—¿A qué te refieres?

—Sabes muy bien a qué me refiero. Hace meses que estos hombres no han tenido
sexo, excepto consigo mismos. Seguro de que harían cualquier cosa por aprovechar una
oportunidad así.

—¿Quieres que me… acueste con uno de ellos?

—Claro que no. Solo quiero que lo insinúes y hagas como que sí.

—¿Y quién me garantiza que no se llegará hasta el final? Esos mercenarios estarán
entrenados en la lucha cuerpo a cuerpo y preparados para matar. Si la cosa no acaba
como se la imaginan…

—No sé; cuando hablas con ellos se nota que no son más que personas normales. No
creo que sean capaces de tirarle de la cola al gato. Pero no te preocupes, que yo vigilaré
para que no te pase nada, tenlo por seguro.

—¿Estarás siempre cerca, Meltem? Prométemelo.


—Prometido. Pero de forma muy discreta. Ni te darás cuenta de que estoy ahí. Si no,
Frank también se daría cuenta.

—No sé; me da muy mal rollo esto —dice Denise.

—¡Pero tenemos que hacer algo! Imagínate que esa cosa negra llega a la Tierra. ¡Eso
no debe pasar!

—¿Y crees que con esto lo impediremos?

—Al menos es un principio. Una advertencia.

—¿Y si lo intentaras tú?

—No se lo creería nadie. Ya soy demasiado conocida aquí. Hablo mucho con la
gente y nunca he ocultado que me gustan las mujeres desde siempre. Pero contigo no
están seguros.

—Está bien, lo intentaré —dice Denise.

Se queda mirando al suelo. Lo de mal rollo ha sido una expresión que se queda
francamente muy corta para Denise. Está aterrorizada. Lo que pretenden es una estafa,
y si el tipo se da cuenta… Parece que Meltem ya ha escogido a Strombomboli. Ese
italiano puede que sea encantador. Pero también ha demostrado que está bajo el yugo
de Vera y obedecerá todas y cada una de sus órdenes.

Meltem la abraza, pero ella está rígida. No puede corresponder el abrazo. También
se siente, en cierta manera, traicionada por Meltem. Todo gira en torno al objetivo,
claro; el peligro que supone ese polvo negro. ¿Pero no podría girar también un poco en
torno a ella misma? ¿Cómo reaccionaría Meltem, si estuviera ante la disyuntiva de
rescatarla o enviar el mensaje por radio?

Ayer, quizás, hubiera sabido mejor la respuesta a esta pregunta.


16 de enero de 2079, Anfitrite

El campamento de Irina está a un día de distancia, más o menos, de la sala en la que les
ha atacado el polvo de carbono. No avanzan tan rápido como antes, porque ahora ya
son cuatro. La pendiente hacia abajo les cuesta tiempo, pues el Rover debe arrastrarse la
mayor parte del camino en primera. Yuri camina un rato junto al Rover. El camino de
vuelta será, seguramente, muy duro. Doug ya ha propuesto dar media vuelta. Se
preocupa cada día más por su gatita. Pero Irina les ha prometido que puede desvelar al
menos uno de los secretos del planeta si la siguen a su campamento.

Cuando llegaron estaban tan cansados que se metieron los tres en la tienda de Irina.
El mantenimiento de vida estuvo funcionando toda la noche a marchas forzadas, sobre
todo por el exceso de humedad exhalada y exudada por los tres cuerpos dormidos. El
ruido del ventilador tenía, al menos, la ventaja de que Yuri no oía roncar a los demás.

—Estoy en ascuas esperando a que nos ilumines —exclama Doug, tras salir los tres
con sus trajes espaciales por la estrecha apertura de la tienda a la oscuridad exterior.

—Esa es la palabra correcta —dice Irina.

—¿Habéis dormido tan bien como yo? —pregunta Yuri.

—Al menos no tuve tanto calor como la noche anterior —dice Doug—. Pero me
habría gustado tener una cama para mí solo.

—Antes de encontraros tenía espacio suficiente en mi tienda —comenta Irina.

—Pues entonces nos marchamos —dice Yuri.

—Pero mi tienda se queda aquí.

—¿Cómo nos encontraste ayer, justo en el momento correcto? —pregunta Doug.

—Cuando ya me encontré mejor, quise ir a ver qué pasaba en la superficie —


responde Irina.
—¿Habrías ido a la zona de aterrizaje? —pregunta Doug.

—Ese habría sido mi destino, sí.

—Entonces ¿habría bastado con sentarnos y esperar?

—Podríais, pero no podíais saber lo que pasaría. Por eso os estoy muy agradecida de
que hayáis puesto vuestra vida en peligro por mí. Pero ahora, el momento de la
iluminación. Lo mejor es ir juntos y un poco en esa dirección.

Irina señala hacia atrás, alejándose de la tienda. La oscuridad es tan impenetrable


como en la sala anterior. Los pocos LED de ahorro energético de los trajes no cambian
nada en eso. Más bien hacen que la oscuridad, fuera del minúsculo círculo de luz,
resulte aún más amenazadora. Irina ha insistido en no utilizar la luz del casco, para no
activar la masa negra sin querer. También debe cubrirlo todo aquí.

—Conectad vuestros micrófonos de exterior —dice Irina.

—Pero si la débil atmósfera es incapaz de transmitir sonido alguno —alega Yuri.

—Tú hazlo —ordena Irina.

Cambia al micrófono externo con un gesto de la barbilla contra el micrófono del


casco. A su alrededor se hace un gran silencio. Un silencio frío que infunde miedo, muy
distinto a cuando nadie dice nada. Seguramente echa de menos oír la respiración de los
otros, que normalmente llega de forma automática.

De repente, oye un lejano borboteo. ¡Agua! En su mente aparece, de inmediato, la


imagen de un riachuelo de montaña. Su agua se desliza juguetona sobre arena y cantos
rodados negros. Los rayos del Sol tocas las pequeñas olas, se rompen en ellas
produciendo brillos que hacen que te protejas los ojos contra el reflejo, para que no te
deslumbren.

—Algo chorrea por ahí —dice Doug.

—¿Agua? —pregunta Yuri.

—Demasiado frío para eso —responde Irina—. No, es nitrógeno y oxígeno.

—¿De dónde sale? —inquiere Doug.


—Ahora lo verás.

Irina toca su dispositivo multifunción. A Yuri le parece como si a unos metros de


distancia estuviera brillando un minúsculo juego de luces. Pero como le falta
perspectiva, bien podría estar viendo un concierto de rock a cuatro kilómetros de
distancia.

En ese momento, les sobrepasa una ola de luz procedente de donde tienen la tienda.
Está formada por olas azules con un rastro de brillo verde que le traslada a un día
soleado y a unos cinco metros de profundidad en un mar tropical.

—Fantástico.

—Impresionante —dice Doug.

Fijándose mejor, Yuri ve que la ola está congelada en el tiempo. Está a un par de
metros de la tienda.

—¿Puedo? —pregunta.

—Claro —contesta Irina.

Yuri se acerca a la ola y se queda parado a un metro de distancia. El océano se ha


congelado como una pared, con formas que suben y bajan con suavidad. Yuri toca la
superficie con la mano. La ola extrae sus antenas hacia él, compuestas de vapor
blanquecino y que trepan lentamente por su brazo.

—¿Qué pasa? —pregunta.

—La estás calentando —explica Irina—. Tu traje. Con él, creas una corriente en tu
dirección.

—¿Aunque esté tan aislado?

—Ten en cuenta las temperaturas que reinan aquí abajo. Hace tanto frío, que el
nitrógeno y el oxígeno aún están congelados. Pero justo por debajo del punto de
congelación. Basta con la más mínima aportación de calor…

Qué pena. No quiere ni oír la explicación. Pero tampoco consigue destruir la magia
del momento. Yuri mueve el brazo como un director de orquesta y los hilos de vapor le
siguen. Alguien debería tocar un instrumento ahora. Sería el concierto del siglo. ¿Pero
por qué brilla el hielo? La fuente de luz se hace más compacta. Seguro que Irina está
detrás de todo esto, así que, mejor no preguntar. Este milagro de la naturaleza está aquí
por él. Juega con los hilos de luz como si fuera un ser vivo que vive en las entrañas de
Anfitrite. O como si fuera el planeta mismo.

—Eso es fabuloso —exclama Doug—. ¿Cómo lo has descubierto?

—Como vosotros, al iluminarlo —dice Irina.

—Pero brilla por dentro.

—No, Doug. Hay cuevas y grietas aquí dentro. Me metí en una cueva e instalé un
foco.

—¿Para nosotros?

—Qué va. Si no sabía que vendríais. Aunque, a decir verdad, siempre creí que
llegaría este momento. Así que, tal vez sí; lo habré hecho inconscientemente para
vosotros.

—Desde luego, la presentación ha sido conscientemente planificada —dice Doug—.


Muchas gracias.

—A vuestros pies deberíais ver el riachuelo que habéis oído borbotear —informa
Irina.

Yuri mira hacia abajo. El líquido no parece agua. Fluye muy distinto, más suave,
más bien como aceite. Debe tener una viscosidad muy diferente. Se agacha. Al sostener
la mano encima, suben finos hilillos de vapor frente a ella.

—¿Es peligroso si la ilumino? —pregunta.

—No, el carbono empieza a partir de la mitad de esta sala —dice Irina.

Yuri ilumina el caudal con el foco de su casco hasta que empieza a hervir. Debe estar
en una condición física inestable, como el hielo. Desgraciadamente sabe muy poco sobre
los distintos tipos de hielo de oxígeno y nitrógeno.

—Óscar, ¿sabes algo de termofísica de gases?

—Para ello necesitaría una conexión a la red —dice el robot.


Yuri pasa los dedos por el fondo. El líquido no se deja parar con su mano. Tampoco
consigue coger algo de él en la palma. El gas se evapora de inmediato. Cierra
momentáneamente el paso del caudal con las manos formando un dique. Se crea una
densa nube, pero a los treinta segundos, el mantenimiento de vida notifica una
sobrecarga local. El líquido le extrae demasiado calor. Saca las manos.

—¿Qué es esto exactamente? —pregunta—. ¿Oxígeno o nitrógeno?

—Una mezcla —dice Irina.

—¿Pero no deberían congelarse y descongelarse las distintas proporciones de esta


atmósfera a temperaturas distintas? —indaga Yuri.

—En principio, sí. Pero los puntos de fusión y congelación del oxígeno y del
nitrógeno están muy cercanos entre sí, y cuando se congeló la atmósfera, las
temperaturas habrán oscilado. Seguramente se formó así un almacén conjunto de ambas
sustancias.

—¿Son muy grandes estos almacenes? —interpela Yuri.

—Grandes. Pero no sé más. He investigado algunas de las cuevas, pero casi todas
acaban a los pocos cientos de metros.

—¿Sabéis lo que esto significa? —pregunta Yuri.

—Sí; que Anfitrite debió ser alguna vez un planeta con una densa atmósfera —dice
Irina—. Cuando se alejó de su estrella, el aire se condensó, fluyó aquí abajo y se congeló.

—Si es que orbitó alguna vez una estrella —comenta Óscar—. Según mis
simulaciones, podría haber estado moviéndose libremente por el centro de la galaxia y
haber recibido siempre suficiente energía para mantener la superficie por encima del
punto de congelación del agua.

—Pero las distancias entre las estrellas tampoco pueden haber sido tan cortas como
para mantener ese estado siempre así —dice Yuri.

—Totalmente correcto. Una vez alcanzada una distancia suficiente con una estrella,
Anfitrite debió despertarse rápidamente y acumular toda la energía posible en poco
tiempo —apunta Óscar.
—¿Y dónde entran aquí las serpentes y las nubes que las recorren? —pregunta
Doug.

—Mis simulaciones no han llegado todavía a tanto, para poder explicarlo —indica
Óscar.

—Yo también me pregunto por qué Anfitrite se despidió del centro de la galaxia —
menciona Irina.

—A lo mejor el planeta no se marchó voluntariamente, sino que fue expulsado del


núcleo —propone Doug—. Un planeta que flota libremente entre distintos sistemas
podría causar bastantes estragos.

—Como sucederá en el sistema solar —dice Yuri.

—¿Tenéis alguna noticia de la Tierra? —pregunta Irina.

—No, todavía no. Tampoco podíamos preguntar, ya que, a fin de cuentas, consto
como desaparecido —contesta Yuri.

—Volviendo a Anfitrite —señala Doug—. ¿Y si entró en un sistema habitado por


una especie tecnológicamente avanzada que se quitó ese peligro de encima para
siempre?

—¿Lanzándolo en dirección a la Tierra? —responde Yuri—. Eso no parece muy


amable.

—Seguro que no debió ser intencionado. Y debe haber sido hace muchísimo tiempo
—dice Doug.

—Unos cinco mil millones de años, según mis simulaciones basadas en el


desplazamiento del planeta y el movimiento del sistema solar y de la Vía Láctea.

—Sí; difícilmente podemos recriminarles a los alienígenas un ataque a nuestro


sistema —expresa Yuri—. No existía casi ni el Sol, por aquel entonces.

—Demasiado especulativo para mí —dice Irina—. En el núcleo de la galaxia las


cosas son suficientemente caóticas para enviar a un planeta, aunque sea por casualidad,
a un viaje tan largo.
—¿Y cómo es que Anfitrite no ha encontrado ya antes un nuevo hogar? —pregunta
Doug.

—No lo sabemos. Puede que el sistema solar no sea su primera parada —dice Yuri.

—Depende de la velocidad con la que Anfitrite fue lanzada fuera del núcleo —
asegura Óscar—. Por ahora, nuestros datos no bastan todavía para determinarla con
exactitud. Quizás el planeta es también lo suficientemente rápido como para abandonar
algún día la Vía Láctea.

—Eso sería muy interesante. Anfitrite sería entonces una posibilidad de poder
explorar el espacio vacío entre galaxias —dice Yuri.

—Una posibilidad muy breve —opina Óscar—. En un par de decenios habréis


muerto. Pero si me quedase yo aquí…

—Ja —dice Yuri—. Solito hasta la gran nube de Magallanes te pasarías miles de
millones de años viajando. Ya te habrías oxidado del todo.

Regresa la oscuridad. La ola desaparece en un abrir y cerrar de ojos, como si no


hubiera existido nunca.

—He apagado la luz —informa Irina—. Deberíamos ponernos en camino.

—En marcha, entonces. ¿Quién va delante? —pregunta Doug—. Yo me presento


voluntario.

—Esperad un momento, que recojo provisiones —dice Irina.

Yuri puede oís sus pasos, porque aún tiene el micrófono exterior abierto. Resuenan
por la sala, como si caminara sobre cristal. El ritmo no es muy regular. Yuri ilumina el
suelo con su dispositivo multifunción. Le devuelve un brillo verde. Está compuesto por
el mismo hielo que la pared, iluminada antes por Irina. Es verdad, ya dijo que el polvo
negro empieza hacia el centro de la sala.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta Doug.

—Voy a por provisiones —dice Irina—. Os lo acabo de decir.

—¿Aquí abajo? ¿Lo has repartido? ¿Por qué? ¿Por miedo al polvo, quizás?
—No. Seguro que ya visteis los nichos en la otra sala —indica Irina.

—Sí, reproducen cualquier cosa a base de carbono —comenta Yuri.

—Si solo les das carbono, lo reproducen con carbono —dice Irina—. Eso está claro.
Pero si les añades otras sustancias, las utilizan lo mejor que pueden para el resultado
final.

—¿Y has hecho eso?

—Exacto. Les he dado una lata llena de judías. Luego he llenado dos latas vacías con
agua y las he dejado en un nicho. ¿Adivinas el resultado?

—Más judías.

—Exacto, Yuri. Ellos aportan carbono, yo puse el agua. Las judías copiadas no saben
igual a las de verdad. Les han faltado otros elementos para reproducir sabores. Pero
alimenticias sí que son.

—Las judías que nos has recalentado para desayunar…

—Son de fabricación casera con receta «nicho», sí.

—Pues estaban bastante buenas —dice Doug.

—Gracias —exclama Irina—. ¿Queréis oír la explicación de ello?

—Insisto en ello —responde Yuri.

—Esos elementos adicionales los elimina en parte el cuerpo por los riñones y los
intestinos —dice Irina.

—Metiste tu pañal en la lata —comenta Doug.

—Más o menos. Pero prescindí del pañal. Si no, el nicho habría fabricado lo mismo
que en mi primer intento en la sala donde os encontré.

—Oh, gracias —dice Doug—. Ahora empiezo a comprenderlo.

Yuri traga. No está seguro de si quería o no saberlo. Las judías le pesan ahora raras
en el estómago.
—¡Ya os dije que aquí podría sobrevivir toda la eternidad! —indica Irina.
16 de enero de 2079, la Holandés Errante

El plan sale mejor de lo esperado. Frank, a quien ya puede llamar Franco y no por su
versión americanizada, propone por sí mismo la lanzadera como punto de encuentro
para echar esa cana al aire.

—Los sistemas electrónicos de la lanzadera están totalmente separados de los de la


nave —dice Frank, cuando le pregunta sobre el motivo con una caricia casual sobre el
dorso de su mano—. Así que aquí dentro no nos pueden vigilar. No me malinterpretes,
pero si Vera se enterara de lo que pasa aquí, tendría graves problemas. Nos ha
prohibido cualquier contacto privado con vosotras.

Se lo ha buscado ella misma, opina Denise. Ya temía que Frank se mosqueara si le


mencionaba la lanzadera como punto de encuentro.

—¿Y en qué estás pensando, Franco? —pregunta Denise con una ligera caída de
ojos.

—Pues… que podríamos pasar un rato agradable juntos.

—¿Y entonces?

—Podrías ponerte algo de ropa ligera, nos tomamos una copita de vino y charlamos.

Strombombolise relame los labios.

—¿Quieres decir que me desnude?

Denise deja la boca entreabierta. Se ha visto un par de vídeos para aprender qué es
lo que más efecto tiene en los hombres, pues es la primera vez que tiene la finalidad de
seducir conscientemente a un hombre. Se sorprendió mucho. Algunas cosas le
parecieron lógicas, pero otras… algo raritas.

—Sería un buen principio —dice Frank.


De nuevo acaricia suavemente la mano con la que ella sujeta la toalla. El vello de la
piel se le eriza. Franco es un hombre atractivo que, sin duda, se preocupa mucho por su
aspecto físico. Todos los mercenarios a bordo se pasan la mitad del día haciendo
ejercicio.

—Bueno, ya veremos —responde Denise.

Tiene que dejarle patalear un poco para ser creíble.

—No te arrepentirás —dice Frank.

Evidentemente, está muy seguro de sí mismo.

—¿Cómo se te ha ocurrido la idea de que yo…? —pregunta Denise.

—Bueno…, pensé que te gustaría hacer algo con un hombre de verdad —responde
el italiano—. Eres distinta a tu amiga, hay algo en ti que es diferente. Así que
simplemente tenía que decírtelo.

Denise sonríe. No tiene ni que esforzarse. Se tomará su sonrisa como señal de


acercamiento, mientras que ella sonríe porque le da risa su actitud. Frank lo interpreta
totalmente mal. Seguro que la considera joven e inocente. Es algo que le ha resultado
útil con frecuencia. El plan parece funcionar a las mil maravillas.

Frank incluso se cree que ha tenido él la iniciativa. Para ello utilizó Denise la ducha
de la sala de deporte justo cuando Frank acababa sus ejercicios, por lo que tuvo que
esperarse a que saliera. El hecho de que la gran toalla se resistiera a taparla del todo por
la ingravidez no formaba parte del plan, pero resultó de gran ayuda, Necesitó ambas
manos para taparse bien el pecho y el pubis, así que tuvo que abrirle él la puerta.

—Tengo que ir a vestirme —dijo ella, pero sin irse aún flotando.

Frank miró a su alrededor y ella siguió su mirada. En la zona frente a la ducha no


hay cámaras de seguridad.

—Si quieres, puedo ayudarte a secarte —propone tras una breve pausa—. No
querrás que te quede húmeda alguna parte de difícil acceso en tu hermoso cuerpo.

Por Dios, menuda mirada. En la universidad había un compañero que la miraba


siempre igual. Seguro que Frank había pensado mucho en cómo meter la palabra
«húmeda» en su frase. Denise sonrió de nuevo, procurando que no pareciera que se lo
pensaba mucho.

—Es una oferta muy generosa, Franco, pero me las apaño perfectamente sola. Nos
vemos esta noche. Me hace ilusión.

—A mí también —dijo Frank y se le notaba claramente el placer de la anticipación.

Denise se dio un empujoncito con el pie y salió flotando como una elfa. En el último
segundo se dio cuenta de que con ello permitió que Frank tuviera una visión perfecta
desde abajo. Ojalá debajo de la toalla estuviera todo oscuro.

Han quedado a las 21 h hora estándar. Strombomboli ha prometido que dejará abierta
la compuerta de la lanzadera. Denise espera en la entrada, observando a su alrededor.
Hay una cámara de seguridad orientada hacia la compuerta. Parece que su cita ha
convencido a algún compañero para que la desactive durante una hora. No le ha
querido decir quién le ha hecho ese favor.

Ojalá el favor sea lo suficientemente grande, porque ahora aparece Meltem por la
esquina. La ausencia de gravedad tiene la gran ventaja de que te puedes mover en
completo silencio. Meltem se para frente a ella. Se sujeta al marco de la compuerta, se
acerca y la besa.

Denise tiene que entrar la primera en la lanzadera. Si la entrada es visible para


Strombomboli, dará la vuelta de inmediato y dirá que se lo ha pensado mejor. Por ello
espera que el italiano la esté esperando junto en la entrada. Pero no le hace ese favor.
Así que sigue desplazándose. La compuerta está en la popa. La lanzadera consta de tres
segmentos separados. La compuerta está en el de atrás. Ya se encuentra allí y, como no
ha regresado, la sigue también Meltem.

Adelante. Denise suda, aunque se ha puesto ropa muy ligera para la ocasión.
Meltem le da un golpecito en el hombro. ¡Claro! Tiene que cerrar la compuerta para que
nadie las moleste. Denise gira el cierre a su posición horizontal y la compuerta se cierra
con cierto chirrido detrás de ella. En la esclusa hay casi oscuridad total. Meltem se
esconde detrás de la segunda puerta y Denise la abre.

Al final, hasta quizá tiene suerte. Si Frank espera tener sexo sobre un banco de
trabajo o sobre la cinta de correr, la estará esperando aquí. La sección central contiene
todo lo que se necesita llevar a bordo de una lanzadera: taller, enfermería, gimnasio…, y
gran parte de la electrónica. Desde aquí, Meltem podrá manejar el aparato de radio. Si
Frank no está allí, claro. Denise se introduce en la sección central. Está vacía. Una
miríada de pequeñas lucecitas brilla por doquier. Desde aquí se controla incluso el
mantenimiento de vida. Meltem le apoya una mano sobre el hombro. Es cálida y
pesada. Denise tiene miedo. Pero Meltem tiene razón. Tienen que hacer algo, aunque
también está algo enfadada con su amiga. Ella se ocupa de la parte más agradable del
plan. Ahora flota hacia el suelo.

La puerta entre taller y sala de control es bastante grande. Basadas en un modelo,


han estado calculando que, si tienen mala suerte, Frank puede ver casi todo el taller
desde el asiento del comandante, excepto la zona del suelo, detrás de la bicicleta
estática. Meltem solo podrá ponerse de pie cuando Denise haya cerrado la delgada
puerta entre ambas zonas.

Denise se desplaza hacia el centro de esa puerta. Se desabrocha dos botones más de
la blusa. Esta vez lleva sujetador y espera poder conservarlo puesto y que sea suficiente
para esta cita. Es un sujetador claramente demasiado grande, pero cuentan con que su
víctima ya no piense tanto y sospeche un plan detrás de un sujetador excesivo. Se lo ha
prestado Meltem porque es uno que cuesta un poco de abrir.

Respira hondo y abre la puerta de la central de mando. Ahora no debe mirar atrás.
Está sola aquí para pasar una horita agradable con un fogoso italiano. Esto es lo que
debe expresar su cara. Intenta recordar los trucos del lenguaje corporal que ha repasado
con Meltem, pero se ha olvidado de todo menos lo de pecho fuera, barriga adentro. Y
sonreír.

—¡Hola, Denise! Me alegro de que hayas venido de verdad —dice Frank desde la
silla del comandante.

Lleva un sencillo pantalón negro y camisa blanca. Muy bien. No solo porque le
quedan de maravilla. ¿Será el único mercenario que se ha traído ropa de calle en la
maleta? Han calculado que Meltem necesitará unos veinte minutos. Debe conseguir
acceso a la radio e introducir los mensajes que trae ya grabados en un lápiz de memoria.
Son simples mensajes de texto que no necesitan mucha capacidad de transmisión.

El último paso es el más crítico. Cuando Meltem inicie la transmisión, el dispositivo


de radio de la central se activará. No hará ruido, pero algunas lucecitas parpadearán
durante dos o tres minutos. Durante ese tiempo, Denise deberá distraer a su supuesto
amante para que no se dé cuenta.
Veinte minutos.

Denise cruza la puerta y se coloca un dedo en los labios.

—Perdona, hablo demasiado —se disculpa Frank—. Siempre hablo demasiado


cuando me entusiasmo. Y siempre me entusiasmo cuando veo una mujer tan hermosa.
¿Quieres entrar y ver lo entusiasmado que estoy?

Denise se gira y cierra la puerta del todo. Ahora ya puede empezar Meltem con su
parte. Veinte minutos. En la central hay muy poca luz. Frank se pensará que ella lo
preferirá así. Pero no piensa en las lucecitas parpadeantes. Necesita más luz para que no
llamen la atención.

—¿No te gusta mirar lo que tocas? —le pregunta.

Frank murmura algo. Este hombre es realmente una monada.

—Claro, claro —logra balbucear—. Será un placer.

—Pues pon algo más de luz, ¿no te parece? Me gusta ver quién me pone la mano
encima.

—Pues claro, solo pensaba… tuve una amiga que… pero no debería hablarte de mis
amigas. Encendamos la luz.

Frank se levanta, fija las piernas al suelo y se gira hacia la consola junto al asiento de
mando. Allí está el ordenador, que anunciará la transmisión en curso con lucecitas
intermitentes. Deberá dirigir la mirada de Frank hacia otro lado.

Se enciende la luz. Procede de varios puntos situados en el techo. Ahora, la central


está realmente iluminada. Frank solo podría descubrir las lucecitas si mira directamente
hacia ellas. E incluso entonces debería llegar a la conclusión de que algo está sucediendo
a sus espaldas.

Se levanta, se da un empujoncito y se acerca lentamente. Mierda. La cosa se pone


seria. ¿Cuánto faltará? ¿Diecisiete minutos, quizás?

—¿Te apetece contarme algo de tu infancia?

—En el fondo, no he venido aquí para hablar.


Se acerca más. Debe frenarlo como sea. ¿Pero cómo?

—Entonces quizá te gustaría un pequeño… espectáculo, Franco —dice Denise


sonriendo—. Para ir creando ambiente… unos preliminares… ya ni recuerdo cuando
estuve por última vez…

Frank le dedica una sonrisa socarrona. Se sujeta a un saliente, regresa al asiento del
comandante y se sienta en él.

—¿Quieres que te ayude? —pregunta en voz baja.

—No, espera; me gusta desenvolver los regalos yo misma —dice Denise.

Empieza a moverse de forma lasciva. Y no resulta nada fácil en la ingravidez.

—Espera un momento —pide él—. He traído algo de música.

Se gira al ordenador y pulsa un par de botones; la voz de una cantante resuena por
la cabina. Denise no la conoce. La canción tiene un ritmo lento, muy adecuado para el
espectáculo que deberá alargar todo lo posible.

Empieza a desabrocharse lentamente los botones de la blusa, uno tras otro. Entonces
se quita la blusa y la lanza en dirección a Frank. El italiano la pilla al vuelo y se la acerca
a la nariz para olerla. No para de sonreír, y es algo que le hace parecer algo tontaina. Si
supiera lo que está pasando ahora mismo… No debe pensar en ello; si no, su cara la
delatará. Está aquí para hacérselo con… No, ese pensamiento tampoco ayuda a sentirse
provocadora.

Ahora le toca a la falda. Se abre por un lado. Mientras da una voltereta en la central,
la lanza hacia un lado con las piernas. ¡Ojalá le haya salido ese movimiento con una
mínima elegancia! Aunque seguramente a Frank le importe un bledo; lo que importa es
que se desnude.

—¿Te gusta la música? ¿Quieres que ponga otra cosa?

Denise niega con la cabeza. No, deja el puto ordenador en paz y no me quites los
ojos de encima. He venido para eso. Y de repente se da cuenta en que no ha pensado
ningún plan de cómo puede rajarse. ¿Qué va a decir cuando hayan pasado los veinte
minutos? «Espera, voy a mi habitación a por unos condones». ¿Y si él ya ha pensado en
eso? «Solo quería distraerme un rato; en el fondo no me gustas». ¿Se conformaría con
ello? «Te hemos utilizado para enviar un mensaje». Seguramente no llegaría a quejarse
a Vera de ello. Sería la única excusa con la que Meltem podría ayudarla. Frank tampoco
tiene ninguna posibilidad contra ellas dos a la vez. Pero no lo ha convenido antes con
Meltem. El plan solo prevé que Frank no se entere de nada de lo que está pasando a sus
espaldas.

Denise vuelve a estar vertical. Frank empieza a impacientarse, porque no parece que
la cosa avance. Denise se mira hacia abajo. No queda más remedio. Se suelta lentamente
el cierre del sujetador, se lo quita y lo deja caer. No puede rellenar más minutos con
cháchara, aunque lo preferiría, sin duda. Tanta luz tampoco resulta agradable, pero es
necesaria. Tiene que aguantar un poco más.

Denise sigue moviéndose al ritmo de la música. Hay que ver lo que una es capaz de
llegar a hacer para salvar al mundo. ¿Y si intenta convencer a Frank para que las ayude?
Sería muy práctico poder contar con la ayuda de alguien de la tripulación. Pero
seguramente deba olvidarse de eso. Sobre todo, si se entera de que este show no es más
que eso, un espectáculo de distracción.

Se quita el segundo calcetín. Ya solo lleva puestas las bragas. Frank se levanta. ¿Es
que quiere acercarse? Ya solo pueden quedar pocos minutos. Si se le acerca, ya no podrá
intentar cambiar la estúpida música. Cuanto más cerca esté, más lejos estará de las
traidoras lucecitas en el ordenador. Pero también estará más cerca ese extraño del que
no quiere absolutamente nada. «Meltem, por favor, date prisa».

Frank flota en su dirección. Está ensimismado en su sonrisa. Seguro que alguna


habrá, a la que le gustaría esto. Pero a ella solo le pone la piel de gallina y se encuentra
mal. No es que la haya asaltado inesperadamente en un rincón oscuro. Ella le ha
convencido de que ese sueño, de que ella podría querer algo de él, se puede convertir en
realidad. Es evidente que se le está acercando, ya que parece que ha logrado mantener
esa fachada ficticia. Está casi a punto de tocarla, de sobarla. Denise se estremece. ¿Es
que no se da cuenta de que, en el fondo, no quiere eso? ¿Debería decírselo? Lo que le ha
pedido Meltem es demasiado. No puede hacerlo.

De repente, se abre de golpe la puerta. Una ráfaga de aire frío le llega a la espalda.
¿Meltem? No. La cara de Frank se transforma en miedo, no en rabia. Solo puede ser…

—Vaya, vaya. Pero ¿a quién tenemos aquí? —pregunta Vera.

Denise se tapa los pechos con los brazos y se gira. Detrás de Vera entra otro
mercenario. Es Pippen, que la mira abiertamente. Otro mercenario, al que solo ve de
espaldas, está llevándose a Meltem por la esclusa abierta.
—Ten, ponte esto —dice Vera, dándole un albornoz gris. ¿Cómo sabía Vera que los
encontraría aquí?

—Yo… Ha sido…

—Esto tendrá sus consecuencias, Strombomboli. ¿No te lo había advertido ya?

—Esto… Sí.

El pobre hombre está tan sorprendido como ella. Esto la tranquiliza un poco. Se
pone el albornoz y se lo cierra bien.

—Siento haberte puesto en esta situación —dice Vera—. Pero quería ver hasta dónde
ibas a llegar.

—¿Nos ha estado observando?

—Pues claro. Bonito espectáculo, por cierto. ¿Puedo reservar una sesión privada
para mí?

Denise no responde.

—No te preocupes —exclama Vera—, no estoy enfadada. Al contrario, me alegro de


que todo haya funcionado tan bien. Excepto vuestro plan, claro. Ya sabía yo, que
valdría la pena vigilaros muy de cerquita.

—Entonces no tengo ni que excusarme —dice Denise.

—Para nada. Me has ayudado mucho; las dos me habéis ayudado. Ahora ya sé en
qué estamos y puedo adoptar las medidas necesarias.

¿Medidas? Denise tirita de frío, a pesar del grueso albornoz.

—¿Quiere matarnos? Eso no funcionará. No podemos desaparecer así como así.


Habrá preguntas.

—No pienso matar a nadie, Denise. Meltem y tú pasaréis el resto del viaje
encerradas en vuestras cabinas. Así no volveréis a cruzaros en mi camino. En cuanto
lleguemos a Héctor podré deshacerme finalmente de vosotras. Me da un poco de pena,
porque me gustaba charlar con vosotras, pero es necesario.
—No puede hacer eso.

—Buen intento —dice Vera—. Pero si eres simpática conmigo, podría ser que te
permitiera salir más adelante. Pero, naturalmente, sin libertad alguna.

—¿Y Meltem?

—En absoluto. Ha sido ella quien ha elucubrado este plan. Te ha utilizado igual que
ha utilizado a Strombomboli. Me ha dado mucha pena. Ver al final cómo se movía hacia
ti como controlado por radio… Me habría gustado esperar un poco más. Ya me habría
gustado descubrir si realmente te habrías dejado follar por él. Algo así como sexo para
salvar el mundo. Pero entonces Meltem habría conseguido enviar el mensaje.

Mierda; el gozo en un pozo. ¿Tendrán en algún momento otra posibilidad?

—¿Y?

—¿Qué?

—¿Habrías tenido sexo con Frank?

—Pues claro. Habría sido un placer —dice Denise con una mirada tan convincente,
que Vera la tiene que creer.
17 de enero de 2079, Anfitrite

El Rover avanza más rápido de subida que de bajada, aunque debe tirar de Óscar que
no es tan rápido con sus ruedas. Irina les cuenta cómo se desplazó por los pasillos con la
pierna herida, sus primeros encuentros con el polvo negro y cómo descubrió el secreto
de los nichos.

—¿No pensaste nunca en dar media vuelta? —pregunta Yuri.

—Pero ¿cómo? Había caído en el canal —contesta Irina—. Sin el cable no habría
podido volver a subir. Mi única opción era encontrar otra salida.

—De la primera sala había un camino que llevaba hacia arriba —explica Óscar.

—¿En serio? No estaba muy segura. ¿Lo indican tus simulaciones?

—Llegué por él, por eso estoy seguro.

—Vaya, si lo hubiera sabido… ¿Qué hacías en la superficie? ¿No ibas con ellos?

—Se largó tras aterrizar en Anfitrite —dice Yuri—. Sus simulaciones le mostraron
algo que no acabamos de entender.

—Eso fue…

—Qué más da, Óscar —responde Yuri—. No hace falta que discutamos por ello
ahora.

—Investigamos un poco ese pasillo del que habla Óscar —apunta Doug—. Llevaba
hacia arriba. Por eso, Yuri no quiso recorrerlo.

—En ese momento —dice Irina—, francamente, yo tenía otros planes. Ya no creí que
Yuri pudiera encontrarme. Ni siquiera teníais indicios de que hubiera caído en ese
agujero.
—Dejaste un pañal usado —exclama Yuri.

—Todo un detalle por vuestra parte. Pero para mí, la situación era bastante
desesperada. Así que quise descubrir, al menos, de dónde sale el oxígeno que fluye por
el canal.

—¿Cómo sabes que es oxígeno? —pregunta Óscar—. No tienes ningún dispositivo


para detectarlo.

—Quemé un poco de ese carbono. No salió como esperaba.

—No me digas que fuiste tú quien causó la devastación de la primera sala.

—Pues sí —admite Irina—. Y entonces descubrí que mi bombona de oxígeno se


llenaba sola cada noche.

—¿El intercambiador? —pregunta Yuri.

—Sí, la concentración en el canal era suficiente.

—Bueno es saberlo, por si se nos acaba el aire.

—No sé si eso también funcionará arriba, Yuri.

—Sí, claro. Entonces ¿encontraste las montañas de hielo?

—O ellas me encontraron a mí. Salí corriendo de ese polvo negro en pleno ataque de
pánico y me encontré con el duro hielo.

—¿Alguien más quiere judías? —pregunta Irina.

—¿Judías estilo Anfitrite, o terrenales? —pregunta Doug.

—Ahora no te pongas así —proclama Irina—. Me apuesto cualquier cosa a que bajo
el microscopio no las podríais distinguir.

—Me comeré las sobras —dice Yuri.


En el fondo, ya se ha saciado el hambre, pero no le gusta tirar restos de comida.
Alguien le toca el hombro. ¿Es Irina? En la tienda reina una oscuridad casi total que no
impide las sorpresas. Seguro que un par de grumos de ese polvo negro han conseguido
entrar con ellos.

—Aquí tienes —dice Irina.

Yuri se gira hacia la izquierda para coger la lata abierta. Sin querer, toca con su pie
descalzo la pierna derecha de Irina. La nota muy dura. Al parecer, ha vuelto a dejarse
puesta la parte inferior del traje espacial. Ayer noche también le llamó la atención.

—¿Vuelves a tener los pies fríos? —le pregunta.

—Sí, bastante. El mantenimiento de vida les da de lleno —responde Irina.

—Seguro que Yuri te los puede masajear para calentarlos un poco —dice Doug,
dándole al americano, sentado a su derecha, un golpecito en la espalda. Se pasa el día
haciendo estas observaciones tontas.

—No, no hace falta —niega Irina.

—Puedo salir mientras tanto —dice Doug.

—Como sigas así, te echo de la tienda —declara Yuri.

—Es que hay… un problemilla —susurra Irina.

Yuri aguanta la respiración un momento. La voz de Irina ya no suena tan firme


como antes.

—¿Tus heridas no se han curado como esperabas, entonces? —pregunta Doug—. Ya


me imaginaba algo así. Caminas de forma algo rara.

Yuri también se ha dado cuenta, pero lo ha atribuido a la oscuridad. Quien no ve


dónde pone los pies, camina también con mucho cuidado.

—No, no es eso. Es mi pierna derecha —reconoce Irina.

—Pues eso, la herida, ¿no? Hablas con acertijos —dice Doug.


—No puedo explicarlo mejor. Tras mi caída en la Serpens, me quedó la rodilla
totalmente destrozada —explica Irina—. Estaba hecha papilla. Para poder caminar tuve
que entablillarme la pierna con dos barras metálicas de la mochila.

—Debió de dolerte muchísimo —dice Yuri.

—Dolió, sí. Pero creo que… pienso que mi instinto de supervivencia fue más fuerte.
Me obligó a ignorar el dolor. Y entonces mi capacidad para sentir el dolor se fue
adaptando de alguna forma. Seguía doliendo mucho, pero aprendí a aguantarlo.

—¿Te sigue doliendo? —pregunta Yuri—. Esta marcha debe ser una tortura
constante. ¡Deberías ir subida al Rover!

—Ya no tengo ningún dolor. Y eso es parte del problemilla.

—Alégrate, mujer, yo no lo vería como un problema —dice Doug.

—Cuando me desperté tras la segunda caída había pasado casi un día entero y el
dolor había desaparecido.

—¿Dónde fue eso? Encontramos tu, ejem, cadáver justo al principio del pasillo bajo
la Serpens —cuenta Yuri.

—No estoy muy segura. Tras despertarme no las tenía aún todas conmigo. Creo que
di unos cuantos pasos sin dirección alguna.

—De acuerdo. Llegaremos allí esta noche o mañana por la mañana. Ya nos lo
miraremos entonces con más detalle —dice Doug.

—Entonces, tu dolor desapareció cuando te despertaste. ¿Y la pierna? —pregunta


Yuri.

—Claro que quise saber por qué ya no me dolía la pierna. Así que intenté analizarlo.
Pero es imposible. No puedo separar la parte inferior del traje de mi pierna. Ha
quedado de alguna forma como soldado a ella.

La voz de Irina se corta tras decir esto. Yuri querría consolarla, pero no se atreve a
abrazarla.

—Yo intentaría verlo con más pragmatismo —dice Doug—. Ya no te duele, puedes
caminar, pues genial.
—Me temo que esto vaya a ser definitivo —se lamenta Irina—. Que nunca más
podré sentir la arena bajo mis pies desnudos.

Yuri toca la pierna de Irina hasta que nota la tela del traje espacial. Entonces la
pellizca. Irina no dice nada. La pellizca de nuevo más fuerte y ella no parece ni darse
cuenta de que la está tocando. Lo peor es que no sabe cómo consolarla.

—Nos lo tendremos que mirar en detalle una vez estemos en vuestra nave —dice
Doug—. Seguro que tenéis una enfermería con equipo médico, ¿no?

El pragmatismo de Doug es admirable.

—Sí. Incluso con robot cirujano y todo —menciona Irina.

—Pues ya ves, Irina. El robot seguro que domina la fisiología humana y podrá
desembarazarte del material sobrante sin problemas. Y hasta entonces, deberías
disfrutar poder caminar sin dolor. Mi rodilla derecha lleva todo el día dándome
problemas.

—Es la edad, Doug —exclama Yuri—. Ya va siendo hora de jubilarse.

—Ya conoces nuestros planes —dice Doug. Pero Irina no—. Voy a explotar una
granja en Kentucky con mi esposa.

—¿En Kentucky? —pregunta Irina.

—Sí, vimos la oferta, nos enamoramos del lugar y lo compramos.

—Entonces hay que salir de este pedazo de roca negra como sea —dice Irina.
17 de enero de 2079, la Holandés Errante

—Menuda mierda —exclama Meltem.

—Pues sí, así hemos acabado —dice Denise.

Tiene que bostezar. La bandeja con su desayuno sigue delante de su cama. Vera
acaba de permitirles conversar. Todas sus charlas son grabadas y no puede contactar
con nadie más.

—Un mes más y lo habremos logrado —declara Meltem.

—30 días en esta minúscula cabina —dice Denise.

Y siempre que quiere ir al baño la tiene que acompañar un mercenario. Tiene ganas
de mear. Se agacha y pilla el pantalón del chándal, hecho un zurullo frente a la cama.
¿Quién estará de servicio hoy? El desayuno se lo trajo Pippen. Ojalá no se vuelva a
cruzar con Strombomboli.

—Puedo leerte algo si quieres, o nos vamos turnando —propone Meltem—.


Podemos jugar a algo.

—Sí, más tarde, ahora tengo que hacer pipí.

Denise se da cuenta de la resistencia de su propia voz al oírse. Sigue enfadada con


Meltem, por haberla metido en esta situación; pero también consigo misma por haberla
permitido manipularla así. Lo peor de todo es que tampoco se le ocurre ninguna otra
forma. Si hubiera funcionado, ¿pensaría entonces de otra forma? ¿Y si Meltem hubiera
necesitado más tiempo de lo esperado?

Se sube el pantalón y se ata el cordel bien fuerte. Son ideas estúpidas. Denise agarra
la chaqueta del chándal y se la pone. Las mangas son demasiado largas. En el pecho hay
un nombre bordado. Pone «Cichevski». Cichevski murió en Anfitrite, pero ella está viva
y lleva ahora su chándal. Algo es algo. Ya conseguirán de una forma u otra advertir a la
Tierra del peligro.
«Y ahora al WHC». Denise se levanta y golpea la puerta.

—¿Qué quieres? —pregunta Pippen.

Parece que sigue de servicio. Su fracasado intento ha hecho que la tripulación tenga
más trabajo que antes.

—Tengo que ir al lavabo.

—¿Otra vez? Ya fuiste esta mañana.

—Joder, Maurice, el café…

—Vale, ya abro. Apártate de la puerta.

—Ya estoy.

—No lo estás.

¿Cómo lo sabe? Mira al techo. Allí brilla una lucecita roja.

—¿Me estás observando?

—Pues claro, órdenes de la jefa. Al fin un trabajo que resulta entretenido en esta
mierda de nave.

—Eres un voyeur de mierda.

—Ten cuidado, o tendrás que hacértelo encima. Seguro que a Vera le encantará que
os enseñemos un poco los límites. Os hemos traído a nuestra nave como invitadas y ya
ves cómo nos lo habéis pagado.

—Ejem… habéis asaltado nuestra nave y nos habéis hechos a todos prisioneros, ¿ya
no te acuerdas? Habría renunciado de mil amores a tener que ir de invitada con
vosotros. Y ahora abre la puerta, Pippen. ¿Quién tendrá problemas si meo en la cabina?
Seguro que Vera no vendrá a limpiar.

Pippen no responde. Mierda, va a cumplir su amenaza. ¿Hay aquí algún recipiente


que pueda utilizar? La jarra de café que le trajeron para desayunar, debería ser
suficiente.
Se oye la cerradura de la puerta.

—Venga, sal —dice Pippen por la ranura que se va abriendo.


18 de enero de 2079, Anfitrite

El último pasillo se alarga frente a ellos. Llegan a la salida hacia el mediodía. A Yuri le
gustaría pasar de largo y salir con el Rover de allí, pero le da mucho más miedo lo que
toca ahora. Doug e Irina también están más silenciosos a medida que el viaje llega a su
fin.

—A lo mejor podemos llegar hoy mismo a la lanzadera.

—Es realista —dice Óscar—. Según mis simulaciones, deberíamos alcanzar la


planicie donde aterrizamos en diez a doce horas, considerando el movimiento propio
de la serpens.

—Una cama de verdad sería una maravilla —comenta Doug.

En la nave les espera el robot quirúrgico, pero no tienen que realizar la intervención
de inmediato.

La mirada de Yuri sigue la luz de los focos del Rover. El canal los acompaña desde la
última sala. Las estructuras caídas no parecen haber cambiado nada. Lo que ha sido
curioso es que el Rover ha tenido que pararse varias veces por estar el camino
bloqueado. Ya habían derribado todas las estalagmitas y estalactitas que les
obstaculizaban el paso en el viaje de ida. Anfitrite seguirá siendo un misterio irresoluble
hasta el final. Pero, ¿es este realmente el final? Debe tener cuidado con los pronósticos.

—Hemos llegado —informa Óscar por radio.

El robot se había adelantado un par de metros. Yuri para el Rover. El pasillo no ha


cambiado.

—¿Estás seguro? —pregunta Doug.

—Sí, mi radar indica que allí delante acaba el pasillo. Y hay un agujero en el techo.
Yuri se baja y camina hacia delante hasta alcanzar a Óscar. El robot toca las paredes
con su brazo articulado.

—¿Qué estás buscando? —pregunta Yuri.

—Tengo una sospecha —dice Óscar.

En la mano con la que recorre la pared lleva un objeto puntiagudo. ¿Qué pretenderá
hacer Óscar con eso?

—Volved, sigamos el camino —dice Doug—. La cabina de la nave nos está


llamando.

—Un momento —pide Óscar.

—Sí, dejadle un momento —dice Irina.

¿Tiene alguna idea de lo que está buscando el robot?

—Aquí, lo sabía —exclama Óscar.

Ha conseguido clavar el objeto puntiagudo en la pared. Ahora lo arrastra hacia abajo


y en la pared se forma una grieta. La grieta crece y se convierte en un orificio ovalado.
Óscar no tarda ni un minuto en recortar una cueva ovalada en la pared. Suficientemente
grande como para que queda una persona agachada, pero está vacía.

—Es un nicho —dice Yuri.

—Sí, pero ¿por qué está tapada por esa especie de piel?

Óscar sacude el material elástico que cubría antes el nicho.

—Esto me resulta conocido —declara Irina—. En los primeros minutos tras


despertarme, mi pierna estaba cubierta por una piel así.

—¿Te despertaste en un nicho? —pregunta Yuri.

—Mis recuerdos empiezan estando tumbada en el canal. Tuve que quitarme esa piel
para poder moverme, eso lo recuerdo muy bien.

—¿Dónde fue eso? ¿Cerca de un nicho?


—No te lo podría decir, Yuri. No he visto ningún nicho. Tal vez estaba cerrado,
como hasta ahora. Pero tenía otras preocupaciones que buscar un nicho. ¿Crees que…?

—Sabemos que estos nichos son capaces de copiar objetos —dice Óscar—. Así que
sería posible que seas el producto de este nicho.

Pues genial. Óscar le acaba de decir a Irina en la cara que es una especie de
Frankenstein extraterrestre.

—Pienso en ello desde que me hablasteis del cadáver que se parecía a mí —comenta
Irina—. Sobre todo por mi pierna. A lo mejor no estoy del todo hecha, o ha habido
algún error al copiarme.

No parece muy sorprendida, pero eso quizás aún está por venir. La misma imagen
resulta grotesca.

—En el fondo, la probabilidad de que seas una copia es inferior al 50 por ciento —
dice Óscar.

—¿De dónde sacas eso? ¿De tus simulaciones? —pregunta Irina.

—En efecto. Me dicen que eres el original. El cadáver encontrado por Doug y Yuri
sería, entonces, la copia.

—¿Y por qué no al revés? El cadáver no parece mostrar error alguno de copia, no
como yo.

—No analizamos el cadáver muy a fondo —admite Doug.

—También hay un motivo para ello —dice Óscar—. Si el cadáver es el original,


¿cómo podría la copia recrearte, pero con nueva vida? Y si tras el copiado seguía
viviendo, ¿de qué murió?

—Podría haberla matado Anfitrite —opina Irina.

—Si el planeta quisiera matarnos, lo habría hecho hace mucho —dice Óscar.

—Recomiendo examinar el cuerpo muerto de Irina y hacer las cosas bien esta vez —
señala Doug.
Yuri está pensativo. Para Irina debe ser un momento terrible. Pero ella es el original,
de eso está seguro. ¿Qué copia habría reaccionado de esta forma tan alocada?

—¿Qué pasa? —pregunta Doug—. ¡Venga, subid de una vez! El cuerpo está arriba,
en la serpens.

—Tenéis que daros prisa, solo faltan 22 minutos hasta la siguiente nube —dice Óscar—.
Y no he tenido en cuenta posibles desvíos de mi reloj interno ni una aceleración de las
serpentes con la mayor proximidad al Sol.

—¿Y eso qué significa? —pregunta Irina—. ¿Hasta qué punto estás seguro y por
qué?

—Óscar elaboró un horario exacto de los movimientos de las serpentes desde la


Ganymed Explorer —explica Yuri—. Sí, se llama ÓSCAR, o lo que es lo mismo, «Oscars
Serpentes–CloudtestforAmphitrite-Rescue».

—Entiendo. Muy inteligente —dice Irina—. Pero sigo sin saber qué precisión tiene
tu inteligente plan.

—Si nos encontramos dentro de 20 minutos aquí, detrás de esta roca, sobreviviremos
a la nube.

—Gracias, Óscar.

—Digamos 19 minutos —indica Óscar.

—Bien —dice Irina—. ¿Dónde dejasteis mi cuerpo?

—También podemos aplazar el análisis —comenta Yuri—. Bastará con realizarlo en


la Ganymed Explorer. No hace falta que estés presente.

—Pero quiero estar presente —afirma Irina.

—Eso te lo podría haber dicho yo mismo ya —contesta Doug.

—18 minutos —anuncia Óscar.


—Parece que Óscar es el único hombre sensato —dice Irina—. Venga, enseñadme
eso que parece ser mi cadáver. No os preocupéis. Sé que estoy vivita y coleando.

—Rechazo el reproche —dice Óscar.

—¿Qué reproche? —pregunta Irina.

—El de que soy un hombre.

—Un hombre sensato, he dicho.

—Un hombre sensato sigue siendo un hombre. Pero yo soy un robot. Tú tampoco
quieres ser un cadáver, ¿verdad?

—Perdona, Óscar. Parece que estoy rodeada por una panda de locos. ¿O eso también
te ofende?

—No, así está mejor. 17 minutos.

Irina toma impulso con la pierna derecha como si quisiera darle una patada al robot.

—El cuerpo está en un nicho lateral, no lejos de aquí —dice Yuri—. Allí quedó
protegido de la nube. Pero no sé si cabremos todos.

—Pues démonos prisa —ordena Irina.

El nicho es fácil de encontrar. Solo tienen que seguir la pared. Yuri tiene un
presentimiento que le resulta bastante perverso: que Irina, la otra, la muerta, se les
acerque renqueando a medio camino, diga algo ininteligible y se muera finalmente en
sus brazos. Es una tontería tan grande que mejor no contárselo a nadie.

Irina va delante y es, también, la primera en llegar al cuerpo. Entonces arranca a


llorar en un mar de lágrimas y cae en los brazos de Yuri, que la sujeta hasta que se
calma un poco. Irina se suelta de nuevo.

—Gracias —dice—. Os sonará totalmente estúpido, pero cuando me he visto a mí


misma, sola y medio desnuda, me he dado una pena tremenda.

—Ya te puedes imaginar cómo me sentí yo, entonces —exclama Yuri.


—Se desmayó en mis brazos —informa Doug—. Y luego estuvo inconsciente
durante diez horas.

—Pobre Yuri —murmura Irina, y eso le sienta muy bien—. Ahora, manos a la obra
con la señora.

Doug saca el traje espacial algo fuera del nicho y enciende una luz del casco. Irina se
inclina por encima y Yuri se arrodilla al lado. Como a una orden, sacan juntos el cuerpo
del traje. Yuri trabaja por abajo, Irina por arriba. Doug les ilumina con el foco del casco
según lo necesitan. A los 90 segundos, la Irina muerta está delante de ellos, aunque
ahora sí que tiene el rigor mortis. La muerta no está desnuda, pero en la ropa térmica lo
parece. Irina la palpa. Se toca ella misma a la vez, como si tuviera que comparar.

—Esto es realmente fascinante —dice—. Me reconozco en ella. Parece como si


hubiera salido de mi propio cuerpo para analizarme a mí misma. ¿Os suena haberlo
soñado alguna vez? Me ha pasado un par de veces ya, que mi conciencia abandona un
rato mi cuerpo para solucionar algo por ahí.

—¿Y qué función tenías esta vez? —pregunta Doug.

—Todavía no estoy segura. Tal vez tenía que salvaros del polvo negro.

—Pues lo has conseguido —dice Yuri.

—Y sigo aquí, así que aún no he acabado mi trabajo.

—Si quieres verlo así…

—En el fondo no, Yurenka. Esto significaría que estoy en este mundo convocada
solo para una función en concreto.

—¿Y no lo estamos todos, de alguna forma? —pregunta Doug.

—Solo en un sentido muy general. Seguro que hay fines que los plantea la vida, pero
no tengo muchas ganas de saberlo y tampoco desaparezco cuando he acabado con ello.

—Eso espero —murmura Yuri sonriendo hacia ella.

—Viejo adulador —dice Irina.


Ahora ya va volviendo a ser la de siempre. Parece que el encuentro consigo misma
le ha ayudado.

—Ocho minutos —informa Óscar.

—¿La empaquetamos de nuevo? —pregunta Doug.

—No hay tiempo —exclama Irina—. Ya ha costado lo suyo sacarla del traje.

—Ya la llevo yo —dice Doug.

—Tú guarda el traje —indica Irina—. Yo llevo mi cadáver.

El regreso al Rover les toma solo tres minutos, pero Yuri se siente como de vuelta de
una batalla. Y eso que solo era el observador. Irina se las ha apañado muy bien. ¿O solo
está reprimiendo las emociones?

Irina camina delante de él. Se ha colgado los brazos de la muerta alrededor del
cuello y se agacha hacia delante para que los pies no arrastren por el suelo. El cadáver
se bambolea junto con los pasos de Irina, que camina al ritmo de su propia respiración.
Parece que es la muerta la que lleva encima a la viva. «Puede que los muertos nos
empujarían constantemente si aún estuvieran entre nosotros». Suena como una frase
que diría su madre. «Suerte que los enterramos o encerramos en una urna». Y eso es lo
que podría haber respondido su padre. Yuri se da cuenta que no le sienta nada bien
tratar con muertos. Ojalá en la Ganymed Explorer puedan… enterrar el tema de una vez
por todas.

—¿Has visto las heridas? —interroga Irina.

La pregunta le llega por sorpresa a los auriculares, ya que no puede ver cómo Irina
le está hablando.

—Sí, la rodilla estaba muy afectada.

—Pero se esforzó mucho para tener que caer en el agujero.

Irina habla de la muerta como si fuera otra persona.

—Tú te esforzaste mucho. ¿Ya no te acuerdas?


—Curiosamente no. No así. Para mí, es agua pasada, aunque en sentido positivo,
punto y final, superado. Ha salido bien, en la medida en que podamos decir algo así
ahora. Pero para esta mujer acabó aquí, después de todo el esfuerzo y sufrimiento. Todo
ese dolor para nada. No lo consiguió.

—Si nuestra teoría es acertada, es solo una copia de tu cuerpo, con traje espacial
incluido. Esa cosa que llevas en brazos no ha sido nunca un ser humano. Así que
tampoco es un cadáver. Es una imitación. Un fake. Tampoco ha hecho nada ni sufrido
nada. Nunca estuvo en situación de sentir dolor.

—Eso ya lo sé, Yurenka. Por un lado. Pero por el otro, es un símbolo de lo que
podría haber sido. Podría haber muerto al caer, ya en la primera caída y sin duda en la
segunda. ¿He tenido suerte, o es que hay algo más detrás de todo esto?

—Suerte ya es mucha la que has tenido. ¿Qué más quieres?

Cuatro horas después están frente a la escalerilla que lleva a la esclusa del módulo de
aterrizaje. Ya han convenido durante el viaje dejar el Rover aquí abajo. Volver a
asegurarlo en el bastidor de la lanzadera les costaría un par de horas de duro trabajo.
Pero ya basta por hoy. Yuri nunca se había alegrado tanto de poder meterse pronto en
una cama de verdad, igual que los demás.

Pero antes deben solucionar un problema. Tienen que evitar contaminar la


Ganymed Explorer con el polvo negro. Es un milagro que en los anteriores aterrizajes
no hubiera pasado nada. El polvo en la superficie no parece activarse tan fácilmente
como en que hay en las profundidades del planeta.

—Tú primero —dice Yuri.

—¿Estáis seguros? —pregunta Irina.

—Sí, venga, sube —ordena con más impaciencia de la pretendida.

Irina sube la escalerilla. Gira la palanca de cierre de la compuerta, la abre,


desaparece dentro y la cierra por dentro. Yuri da una última vuelta alrededor del
módulo. Encuentra a Óscar, agarrado a las patas de aterrizaje. Las vibraciones del
despegue le eliminarán todo el polvo que lleve encima. Ojalá no tengan que regresar
nunca a este planeta. Anfitrite deja realmente mucho que desear en cuestión de
hospitalidad.
—Ya podéis entrar —dice Irina por radio.

Yuri deja paso a Doug. Doug sube a la esclusa y se inclina hacia fuera.

—Pásamela ahora.

—¡¡Arriba!!

Yuri se pone el cuerpo sobre sus hombros. Incluso sin traje sigue pesando mucho.
Cada paso por la escalerilla es trabajo duro.

—Ya vale, puedo cogerlo yo —dice Doug.

Yuri lo suelta. El cadáver resbala un poco hacia abajo. La cabeza le golpea fuerte
contra el casco.

—La tengo —afirma Doug.

Lentamente se mueve el cuerpo hacia arriba. Yuri vuelve a bajar para ir a por Óscar.
Estas escalerillas no son nada fácil para él. Pero solo necesita subir dos escalones y Doug
lo agarra por el brazo extendido.

Ya va siendo hora de que Yuri se suba al fin al módulo. Sube por la escalerilla y
entra en la esclusa. Doug le saluda con un entrechocado de manos. En el suelo
encuentra las cosas de Irina: su traje espacial, su ropa y la ropa interior. En la parte
inferior del traje falta una pierna. Irina la habrá cortado. Lo tira todo al exterior y cierra
la compuerta. En la Ganymed Explorer debe haber uno o dos trajes más de recambio.
Podrán utilizarlos en su próxima excursión, para recuperar los ejemplares
contaminados. Podrán utilizarlos en Anfitrite sin correr peligro de contaminar la nave
con polvo de las profundidades.

—Aire restablecido —dice Doug.

Yuri se quita la ropa. Cuando se abre el traje espacial, sale una nube de vapor. Debe
ser la humedad del aire respirado dentro del traje. En la esclusa hace un frío tremendo.
Doug también reparte una nube. Tiene tantas partículas de olor que Yuri las nota hasta
en la lengua. Realmente va siendo hora de tomarse una ducha.

Los dos hombres se quitan todo lo que llevan puesto. Este era el trato. No se llevarán
nada de eso a la nave.
—¿Estáis listos? —pregunta Irina.

—Sí, pero no mires —dice Doug.

Yuri se ríe. Se siente como en el colegio tras la clase de natación, cuando todos se
duchaban para quitarse el cloro del agua, niños y niñas por separado, claro.

Se abre la puerta interior de la esclusa. Un fuerte viento sopla contra ellos. Yuri tirita
de frío. La presión de aire es mayor dentro del módulo que en la esclusa, para que no
pase nada al interior.

—Rápido —exclama Irina—. Apartaos de la puerta.

Yuri camina temblando por el suelo metálico y congelado. Doug necesita algo más,
pues está entrando a la muerta.

—Os he dejado ropa de recambio —dice Irina.

Yuri ve la ropa apilada. Son monos de una pieza, pensados para alguna emergencia.
A Yuri le queda más o menos bien, pero para Doug, con su metro noventa de altura, las
mangas y perneras le quedan cortas.

—Qué elegantes —bromea Irina, que se ha levantado de su asiento.

A ella le queda bien esa ropa gris, aunque algo tensa en sus anchos hombros. Irina se
les acerca. Junto con Doug, atan el cuerpo en un asiento individual al fondo del todo.

—Todo el mundo a sus puestos, despegamos en cinco minutos.

Detrás de Yuri algo se mueve. Serán los trajes espaciales que acaban de ser extraídos
por succión hacia fuera del módulo. Irina ha abierto la compuerta exterior de la esclusa
con el mando a distancia, para que la presión negativa elimine todas sus cosas. Si
alguna vez un paseante por aquí descubre los trajes vacíos repartidos por aquí, podrá
imaginarse historias increíbles.

Pero la que han vivido es, sin duda, también increíble.


19 de enero de 2079, Ganymed Explorer

—¿Has visto a Kiska? —pregunta Doug.

El americano, vestido con chándal, entra en la central. Tiene manchas rojas en la


frente. Yuri levanta la mirada de la pantalla, donde estaba repasando los registros de a
bordo por el tiempo que han estado fuera.

—¿Se ha vuelto a esconder?

Kiska les esperaba ayer junto a la esclusa, como si supiera perfectamente quién haría
acto de aparición por esa puerta redonda. Eso es lo que les dijo Doug, que fue el
primero en atravesar la esclusa entre módulo y nave. Kiska pasó tres veces entre sus
piernas maullando, lo cual no es nada fácil en la ingravidez, y luego desapareció.

—¿Lo preguntaría si no fuera así? —dice Doug.

Se preocupa por nada. Yuri ha controlado esta mañana su plato de comida. Estaba
vacío. La gata solo quiere castigar a su amo por haberla dejado tanto tiempo sola.

—Ha comido, eso seguro —dice Yuri.

—Sí, pero no ha tocado el agua. Hace mucho calor aquí. ¿Y si se deshidrata?

—Beberá en algún otro lugar. Hay tubos de sobras de los que gotea agua.

Aunque eso representa un problema. El mantenimiento de vida ya no controla bien


la humedad ambiental. Debe escaparse agua por algún sitio, pero todavía no han
encontrado el escape.

—Pero es agua condensada, sin sales minerales. Seguro que le sienta mal.

—Los tubos de los que lame no están tan limpios. Seguro que de ahí saca sales
suficientes.
—Eres bueno, Yuri. A saber qué es lo que se está metiendo esa. ¿Plomo? ¿Óxido?
¿Algo peor?

—¡No hay tubos de plomo a bordo! No te comportes como si fuera un bebé. Kiska es
una gata que se las ha apañado mucho tiempo sin ti aquí. Ahora solo te castiga
ignorándote.

—¡Anda, mira a quien tenemos aquí! —dice Irina con una voz que no le ha oído
nunca.

¿Y a quién tienen aquí? Primero aparece la cabeza de Irina por la compuerta y luego
la cruza del todo. Lleva un ovillo de piel en el brazo.

—Mira, papi está esperándote. ¡Te ha echado muchísimo de menos!

Con estas palabras parece que Kiska ha tenido suficiente. Se estira, se empuja con las
patas traseras en el cuerpo de Irina y vuela como un cometa peludo por la central.

—Pues no parece echarte mucho de menos —afirma Yuri.

Doug mira con tristeza a la gata, como si realmente hubiera pedido un hijo.

—Solo ten paciencia con ella —dice Irina.

—Ya lo sé —concuerda Doug—. Aun así. La he echado mucho de menos y ahora no


se deja ni ver, por no hablar de acariciarla.

—¿Habéis dormido bien? —pregunta Irina.

—Perfecto —dice Yuri.

—Sí, muy bien. Aunque Kiska se ha hecho pis en mis sábanas —dice Doug.

—¿Que ha hecho qué? —pregunta Yuri.

—Formará parte de su castigo. El lavabo de gatos estaba limpio, no había razón para
ello —dice Doug.

—Ya se sabe, los gatos son muy especiales —comenta Yuri—. Un poco como las
mujeres.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunta Irina—. Yo no me he meado en tu cama.
Todavía.

—¿Ves a lo que me refiero? —dice Yuri.

—¿Dónde puñetas está Óscar? —pregunta Irina.

—Ni idea. Yo tampoco lo he visto desde que salimos del módulo —responde Doug.

—A lo mejor ha salido y está de nuevo manipulando nuestras antenas —dice Yuri.

Lo dice de broma. Óscar realizó unos cuantos experimentos cuestionables en el viaje


de ida, pero últimamente es muy fiable.

—¿Qué quieres decir? —pregunta Doug.

—Eso pasó antes de que llegaras —explica Irina—. Debo añadir que esta nave, en el
fondo, la secuestramos. Óscar formaba parte de la tripulación original y al parecer, o eso
nos pareció, saboteó un poco la nave. Claro que él lo niega, pero tampoco lo pudimos
demostrar nunca.

—Muy de Óscar, sí —dice Doug—. Al menos, tal y como lo he llegado a conocer.


Pero no creo que sea intencionado. Elabora modelos con sus simulaciones para alcanzar
la solución más óptima y luego los aplica sin preguntar a nadie. Y es que considera que
es innecesario, ya que su modelo es el óptimo y cualquier ser pensante debería verlo
también así.

—Deberías haber estudiado psicología robótica —apunta Yuri.

—Tuve relación durante un tiempo con una IA, para ser exactos, con dos. Muy
avanzadas, pero ambas con problemas a la hora de comunicar sus intenciones a los
mortales normales y menos dotados que ellas.

—Eso también me cuesta a veces —reconoce Yuri.

—Tienes suerte entonces de no tener que cruzar el espacio acompañado de gente


menos dotada —dice Irina—. Imagínate cómo nos deberían ir las cosas.

Yuri se acerca el ordenador y consulta los datos de la esclusa. La compuerta al


almacén fue abierta ayer, dos veces. Pero el protocolo contiene una entrada más.
—Hablando de nuestro querido robot aspiradora… —dice Yuri—. La esclusa de
material se abrió hoy poco después de medianoche.

—¿Sigue abierta? —pregunta Doug—. Kiska podría sin querer… no me lo quiero ni


imaginar.

—No, solo se abrió un par de segundos —dice Yuri—. Lo suficiente para que un
robot pueda acceder al casco exterior de la Ganymed Explorer.

—¿No hay en el protocolo alguna segunda entrada? —pregunta Irina.

Yuri ojea el protocolo, pero no se menciona ninguna de las demás salidas.

—No. Si Óscar ha salido realmente por esa esclusa, debe estar todavía fuera.

—¿Cuándo fue eso? —exclama Irina.

—A las cero trece horas —responde Yuri.

—De eso hace ocho horas —dice Irina—. No sé cuáles eran sus intenciones, pero
parece que ha habido problemas. Voy a ponerme el único traje espacial que queda y
salgo a buscar a Óscar.

—Gracias, Irina —exclama Yuri—. Por ahora se me ponen los pelos de punta solo
con pensar en trajes espaciales.

Irina regresa a los diez minutos. Arrastra consigo un traje espacial, pero no parece que
vaya a ponérselo.

—¿Te ayudamos? —pregunta Yuri.

—No hace falta, no puedo usarlo —dice—. Es tamaño estándar, demasiado pequeño
para mí.

—Podríamos acortar quirúrgicamente tus pies —comenta Doug.

—Con eso no bastaría. Deberíais más bien recortarme los hombros.

—Entiendo —dice Yuri—. Ya lo haré yo.


Flota hasta Irina y le coge el traje.

—También podría salir yo —dice Doug.

—Déjalo. Me conozco mejor las circunstancias ahí fuera. No es la primera vez que
salgo a buscar a Óscar.

Yuri se pone la parte inferior del traje. Ya que no queda más remedio, lo quiere
solucionar rápido.

—No corras tanto, Yurenka. Te has olvidado del LCVG.

—Gracias. ¿Qué haría yo sin ti?

Tiene el universo frente a sus ojos. Ya ha vivido antes ese momento, no es ningún Déjà
vu. Hará ya unos diez meses que también estaba aquí, siguiendo a Óscar por la esclusa.
Comprueba el visor de infrarrojos, sin el cual no podría apañárselas. Funciona bien, por
lo que se introduce en ese agujero negro que le ofrece la compuerta exterior abierta. La
oscuridad ya no le da pánico. La rotación de la nave está en marcha, pero las suelas
magnéticas del traje evitan que salga centrifugado. Además, se desplaza con la ayuda
de dos cabos de seguridad, manteniendo uno siempre enganchado.

Ha llegado al casco exterior. El montículo a su espalda es la popa con los almacenes


y, a continuación, los propulsores. Tiene que ir hacia delante, hacia la proa. Allí están
los radiadores que disipan el exceso de calor del reactor. El reactor nuclear de la
Ganymed Explorer trabaja incluso cuando la nave está en órbita. No se deja apagar.
Yuri se baja el visor de infrarrojos frente al casco. Múltiples formas rojas aparecen en su
campo de visión. Son los radiadores y están muy calientes. No debe tocarnos bajo
ningún pretexto, aunque formen un laberinto.

—En marcha —dice por la radio del casco.

—Ten cuidado —advierte Irina.

Comienza a andar lentamente. Las suelas magnéticas de las botas funcionan muy
bien. Camina algo rígido, casi como un robot. Pero puede avanzar con seguridad, ya
que así tiene siempre un pie anclado sobre el casco. Yuri se introduce entre los dos
primeros radiadores. Se alternan en ángulos de 90 grados, de forma que no se irradian
el calor mutuamente. Una disposición inteligente, pero con la desventaja de que tiene
que cambiar de dirección constantemente, aunque su sentido de la orientación no se
verá afectado por ello. Debe caminar más o menos un tercio del perímetro del casco
para alcanzar su destino. Aquella vez, en marzo, lo encontró por casualidad.

Y aquí está: la superficie despejada que recuerda. Alguien, que no fue Óscar, al
parecer, hizo aquí espacio para instalar una antena de alta ganancia independiente. En
el centro del área hay una bola brillante fijada en el extremo un pilar. En infrarrojos se
ve bastante oscura, aunque recibe el calor emitido por los radiadores. El suelo alrededor
del pilar está cubierto por una lámina brillante del mismo tono. Debe tener cuidado de
no pisarla, pues ya sabe que no está magnetizada. Estuvo a punto de morir por culpa de
esa lámina.

—Llegué a la antena —anuncia—. Aquí no hay nadie.

—Entendido —dice Irina.

Qué pena, en el fondo esperaba encontrarse a Óscar. ¿Su sospecha era, entonces,
infundada? Se asegura con ambos cabos, desconecta la suela magnética de las botas y se
empuja para llegar flotando hasta el pilar. Se agarra a él y gira para colocarse frente a la
bola y poder examinarla. ¡Allí! Lo sabía. En una de sus ranuras hay una tarjeta de
memoria insertada. La extrae. Debe ser obra de Óscar.

—Encontré una tarjeta de memoria.

—Tengo ganas de saber lo que contiene —dice Irina.

—Inicio el regreso. Sigo sin ver a nadie.

—De acuerdo, ten cuidado.

—Eso ya me lo has dicho.

—Aun así, ten cuidado.

Yuri sonríe. El regreso por encima de la lámina brillante no es tan sencillo, pues no
hay nada que le sirva de agarre. Los radiadores son toda una invitación, pero resultaría
mortal. Suerte que cuenta con los dos cabos de seguridad. Están fijados a argollas en el
suelo a unos dos metros de distancia. Si tira de ellos, su cuerpo descenderá lo suficiente
para fijar de nuevo las botas magnéticas.
Se da un empujón. Vuela dos metros tranquilamente hasta que, de golpe, algo tira
de él hacia atrás. Mierda. Uno de los cabos se ha enrollado alrededor del pilar. Su
impulso más el impulso contrario del cable hace que se desplace verticalmente hacia
arriba. Sale volando hacia el espacio.

«No pierdas la calma, Yuri». Sigue aún sujeto a los cabos de seguridad. No puede
pasar nada. Su cuerpo se aleja primero de la nave, pero luego le llega un tirón en
dirección contraria y vuelve a descender. Sus pies se acercan a la lámina. Se pone de
rodillas, en la esperanza de poder amortiguar de alguna forma ese impulso, pero la
física no tiene piedad. La ley de conservación del impulso le vuelve a enviar hacia
arriba. Alcanza la misma altura que antes, pero solo para ser impulsado de nuevo al
casco. ¡Se pasará la vida aquí, subiendo y bajando sin parar!

¿Debería pedir ayuda? Irina y Doug bien podrían sacarle de esta curiosa situación.
Solo necesitarían soltar uno el cabo enrollado en la antena. Tendría que soportar sus
burlas, pero ese es el destino de los valientes. Más mierda. No hay trajes espaciales a
bordo de la Ganymed Explorer. Los trajes contaminados los han dejado en Anfitrite.
Nadie puede ayudarle.

Yuri mira a su alrededor. Cuelga en medio de una tierra de nadie. Quizás debiera, al
menos, informar a los demás.

Pero algo tira ahora de él. De golpe queda libre del pilar de la antena. Yuri mira a su
alrededor. Un brazo metálico sujeta el extremo del cabo enganchado en la mano y lo
arrastra hacia delante, lejos de la lámina, para que Yuri se aleje del pilar. Solo es un
metro y medio de desplazamiento. Aterriza justo delante de la zona laminada. Sus botas
magnéticas se vuelven a fijar al casco exterior de la nave.

Óscar se le acerca y le entrega ambos cabos.

—¿De dónde sales tú? —pregunta Yuri.

—He estado revisando las antenas. Parece que has tenido la misma idea que yo.

—¡Te estaba buscando a ti, Óscar! ¿Cómo se te ocurre otra vez marcharte sin
avisarnos?

—Oye, que te acabo de salvar de una situación peligrosa; ¿así me lo agradeces?

—Perdona, muchas gracias por el rescate. Aun así…


—Mis simulaciones me indicaron que nuestra principal labor, tras regresar a la nave,
era inspeccionar las antenas —explica Óscar.

—Pues nos lo podrías haber dicho.

—Me pareció lo lógico. Por eso partí del hecho de que llegaríais a la misma
conclusión.

—Los seres humanos no se comportan siempre con tanta lógica.

—Tienes razón, debería haberlo incluido en mis cálculos.

—¿Por qué no has reaccionado a mis llamadas?

—Seguramente estaba cerca del reactor nuclear, donde la señal de radio se ve


afectada. Me he estado mirando primero la antena principal. Está totalmente intacta.

—Eso está bien.

—¿Y cómo está mi construcción por aquí?

—¿Así que sí que fuiste tú quien la construyó? Hasta ahora no has querido
admitirlo.

—Pero si es lógico. ¿Quién, si no, podría haberlo hecho?

—Y entonces, ¿por qué no lo admitiste?

—¿Por qué debo admitir algo que igualmente puede darse por cierto desde un
principio? Pues bien, admito que el cielo es negro. Y ahora, ¿qué hay de mi antena?

—He rescatado una tarjeta de memoria.

—Gracias, Yuri. Ya no es necesario que lo haga yo, entonces.

—¿Qué vamos a encontrar en ella?

—¿Y cómo quieres que lo sepa? La coloqué antes de iniciar el viaje. Sea lo que sea
que haya recibido la antena, estará allí guardado.

—¿También todas las comunicaciones de radio de la Holandés Errante?


—En principio sí. Aunque esa comunicación podría estar cifrada, al menos las partes
interesantes.

—Pero qué monos que sois los dos —dice Irina—. ¿No creéis que ya va siendo hora
de volver a entrar?

—Soy María Komarova, dirijo una empresa pequeña, ubicada en la Luna, especializada
en reciclaje de chatarra espacial.

—Sube el volumen —pide Doug, flotando boquiabierto frente a la pantalla.

Yuri para el vídeo y aumenta el volumen. Hasta ahora solo han podido descodificar
un mensaje, que fue captado por la antena el 10 de enero. Lo pone de nuevo en
reproducción.

—Hace meses que mi marido, Doug Swartzenberg, partió hacia el exterior del
Sistema Solar, más allá de Júpiter, en el marco de un encargo, y desde entonces no he
vuelto a saber nada de él.

—No sabe nada aún —se lamenta Doug—. Serán cerdos. Debe creer que he muerto.

—Si por esa Vera Kalila fuera, lo estarías —exclama Irina.

—Negará cualquier responsabilidad. A fin de cuentas, solo dañó tu nave. Habría


sido el universo quien te matara —dice Yuri.

—Pues lo siento por ella, pero no estoy muerto. No se saldrá con la suya. Pero sigue
reproduciendo el vídeo, por favor.

—Ya queda muy poco —dice Yuri y pulsa el botón de reproducción.

—Si tienen alguna información sobre su nave correo, la CS Victory, o la posibilidad


de ir en su busca, les ruego me ayuden. No sé qué más puedo hacer, aparte de enviar
este mensaje. Echo mucho de menos a Doug.

Doug se frota los ojos y traga ruidosamente.

—Yo también te echo mucho de menos, María.


—Joder, tenemos que enviar un mensaje cuanto antes —exclama Yuri.

—Pero con cuidado. No tenemos que ponernos en peligro con ello —dice Irina—.
Oficialmente estamos muertos.

—Gracias, Óscar, por haber registrado estos mensajes —añade Doug.

El robot está conectado mediante un cable al ordenador principal. Ahora hace un


gesto con el brazo. En pantalla aparece un mensaje escrito.

«Por motivos de capacidad, mi centro de habla está desactivado. Voy a intentar


descifrar algunos de los otros mensajes, pero no tiene buena pinta».

—Me gustaría decirle a María que estoy vivo. Y también quien ha estado a punto de
matarme. Pero sin mencionar vuestros nombres —menciona Doug.

—¿Y si tu mujer lo denuncia en público? —inquiere Irina—. Eso generaría muchas


preguntas.

—Si le pido que lo guarde en secreto, lo hará. Pero no puedo mantenerla más tiempo
en la incertidumbre.

—Lo entendemos, Doug —responde Yuri—. Dile que estás bien. No tengo ni idea de
cómo llegarás a la Tierra. Pero llegará un momento en que tendremos visita aquí. A lo
mejor conseguimos entonces que puedas emprender el viaje de regreso.

—Yo no me siento tan optimista —reconoce Irina—. Si llegaras a caer en manos de


Vera… No se puede permitir ningún testigo de su intento de asesinato. Sus mismos
clientes tampoco están por encima de la ley.

—Doug estaría más seguro si pudiera hacer pública su historia ahora. Vera ya no
podrá deshacerse de él tan fácilmente —dice Yuri.

—Pero entonces saldría a la luz dónde están el asesino huido Yuri Rott y sus
cómplices —menciona Irina.

—No, Yuri, no puedo hacerme responsable de eso. Te debo la vida —dice Doug—.
Decidiste salvarme a mí primero antes de ocuparte de Irina. Y eso el impagable. Así que
voy a asumir el riesgo de acabar en las garras de Vera. Aún nos queda mucho tiempo
para prepararnos.
«¿Puedo interrumpir un momento?» aparece en la pantalla.

—Claro, Óscar —contesta Doug.

«He podido descifrar un mensaje más. Meltem ha podido contactar con Anke
Renner en el asteroide Héctor».

—¿Cómo puedes leer sus mensajes y los otros no? —pregunta Yuri.

«La Ganymed Explorer es su nave. Ella y Anke habían dejado aquí grabadas sus
claves de acceso».

—Ah, muy bien.

«Doug, tu esposa ya ha sido informada por Meltem. Y le ha hablado también de


Vera».

—¿Por qué no ha hecho público todo eso ya? —pregunta Doug.

«Porque, con ello, seguramente pondría en peligro a Meltem. Los mensajes se


intercambiaron de forma oculta», escribe Óscar en la pantalla.

—Claro, tiene sentido. Pero María seguro que se alegra de tener noticias mías.

«Anke le ha escrito a Meltem algo interesante», se lee en pantalla. «La Holandés


Errante parará en Héctor solo para repostar y entonces darán inmediatamente media
vuelta. Van a regresar».

—Entonces estarán aquí, a más tardar, a mediados de mayo —añade Yuri.

—Parecen tener mucha prisa —dice Irina—. ¿Se menciona en los mensajes alguna
razón para este regreso tan rápido, Óscar?

«Desgraciadamente no. Luego, la comunicación entre ambas se interrumpe».

—Vera debe haberlo descubierto. Espero que Meltem y Denise no sean castigadas
por intentar ayudarnos.
20 de enero de 2079, Ganymed Explorer

«Querido Doug, ¡qué feliz me hace el saber que estás bien!» escribe María.

Doug se limpia las lágrimas con la mano. Ha pedido que le pasen la respuesta de su
mujer a su habitación.

«Ya me conoces. Me gustaría ponerle personalmente las esposas a esa Vera Kalila.
Me cuesta mucho no poder hacer nada en este asunto. De Schostakowitsch no se sabe ni
una palabra. Parece ser que el jefe de RB está ingresado en estado terminal. Pero quizá
podría decirle algo a su hija. Ella debe saber que su padre aún me debe una. Seguro que
RB estaría en situación de fastidiarle el negocio a Vera».

María tiene mucha razón en eso. Pero el Consorcio RB intentaría quitarle el negocio
de sus clientes para su propio provecho.

«Pero sé que no me has escrito sin un motivo importante. El hombre que te ha


salvado merece mi más profundo agradecimiento; díselo, por favor. Espero que venga a
visitarnos a Kentucky algún día. Pues será allí donde te estaré esperando, tardes lo que
tardes. Sé que vendrás. Cerraré la oficina en la Luna dentro de seis meses. Ya he dado
de baja el alquiler. Dale un par de caricias a Kiska de mi parte, allí donde más le gusta.
Eternamente tuya, María».

Suspira profundamente, se limpia la nariz y vuelve a suspirar. María es fantástica.


Contratarla, aquella vez, fue la mejor decisión de su vida.

Algo rasca contra la puerta. No hay otro ruido en el cosmos que suene como las uñas
de un gato rascando metal. Abre la puerta y una sombra negra entra en su cuarto a la
altura de sus rodillas. Doug se sienta de nuevo y observa a su visitante. Kiska choca
elegantemente contra la cama, utiliza la cola para apuntar hacia él y aterriza sobre su
regazo en una maniobra magistralmente bien calculada. Se ha adaptado perfectamente
a la ingravidez.

—Ya estás de vuelta, por lo que veo.


—Miau —responde Kiska con su conocida parquedad en palabras.

«No hables y acaríciame, esclavo», podría significar eso.

O también, «sé que estás triste, así que te dejo que me acaricies».

Doug se decanta por la segunda versión.


15 de febrero de 2079, la Holandés Errante

—¿Cuánto tiempo tenemos? —pregunta Meltem.

—Vera nos ha dado media hora —responde Denise.

—Bien. Deja que te estruje.

Abraza a su amiga con fuerza; cuanto más estrecho es el abrazo, más se relaja. Vera
les ha dado algo más de libertad que antes durante la última semana antes de llegar a
Héctor; entre otros, encuentros en zonas públicas como la sala de descanso general.
Dentro de sus cabinas siguen teniendo prohibido juntarse.

Meltem se suelta lentamente de ella. Le surge una lágrima en la comisura del ojo,
que baja lentamente por su mejilla. Denise se la quita suavemente con el índice y
entonces lame la punta del dedo. Sabe salado. Meltem sonríe, como si fuera una niña
pequeña que se está portando bien. «Así no, mi amor. No soy tu hija». Coge la mano de
Meltem y se la lleva al pecho. Le da lo mismo que las cámaras de vigilancia las
observen. Aunque ha sido ella misma la que ha guiado la mano y lleva un jersey
calentito de lana, se le pone el pezón duro. Meltem ya no sonríe, sino que pone una
mirada interrogativa. Pero deberá hallar la respuesta ella sola.

De golpe, se da cuenta de lo que está haciendo. Denise se aparta y se sonroja.


Meltem no dice nada. Denise se acerca una silla y se sienta. La nave lleva frenando ya
todo el día, así que hay gravedad artificial. Reina el silencio entre ellas. ¿En qué estará
pensando Meltem? La arruga horizontal en su frente es indicio inequívoco que de está
barruntando algo. Pero Denise no tiene hoy ganas de preguntar en qué piensa. Quizá ni
siquiera puede hablar de ello. El enemigo las está escuchando.

A partir de mañana serán libres. Vera insiste en que se bajen en Héctor y las dos
están de acuerdo con ello. ¿Y qué será entonces de ellas? Denise se siente insegura.
Meltem se reencontrará con su antigua tripulación. ¿Qué será de esa geóloga? ¿No se
llamaba Anke? Meltem se ha negado a contestar ninguna pregunta sobre ella. Solo se ríe
de sus supuestos celos. Pero solo tiene curiosidad, y más aún cuando Meltem no quiere
contarle nada.

Da igual. Lo que importa es salir de aquí. Mira el reloj. De los 30 minutos que les ha
concedido Vera ya han transcurrido 10. Es curioso. Por la radio pueden hablar siempre
que quieren. ¿Será por eso que ahora no se les ocurre nada que decir?

—¿Tienes un pañuelo? —pregunta Meltem.

—Claro, un momento.

Se mete la mano en el bolsillo del pantalón. Sus dedos encuentran un papelito que
antes no estaba allí. Meltem se lo habrá escondido allí durante el abrazo. No lo ha
notado. Meltem sería una buena carterista. Denise duda solo un instante, encuentra el
paquete de pañuelos de papel y lo saca procurando dejar el papelito en el bolsillo. Le
entrega a Meltem el paquete entero.

—Gracias —dice Meltem—. Solo necesito uno.

Denise saca un pañuelo del paquete y se lo entrega. En ese momento se asusta,


porque se acuerda de que, cuando regrese a su cuarto, será cacheada y registrada.
Cuando se mete el paquete de nuevo en el bolsillo, logra introducir el papelito dentro
del envoltorio de los pañuelos. Ojalá sea suficiente.

—Pues sí —dice Denise.

—Pues sí —dice Meltem.

Quien las esté observando pensará que se han peleado. Pero han intercambiado ya
suficientes palabras. Meltem le coge la mano y acaricia sus dedos.

—Señoras, se acabó el tiempo —anuncia Pippen, que acaba de entrar en la central.

De un sillón algo apartado se levanta otro hombre al que no habían visto. Es Frank.

—Franco, me alegra verte de nuevo —dice Denise.

Frank la mira con diversión.


—No, no, no… no pienso caer de nuevo en esa trampa.

—Ya sabes, nada de hablar con nuestras invitadas —apunta Pippen.

—Invitadas, no me hagas reír —dice Meltem.

—No te dejes provocar, Strombomboli —le advierte Pippen.

—Eso no puedo garantizártelo —dice Frank—. Hazme el favor de llevarte a la cabra


esa a su establo.

—De acuerdo —dice Pippen—. Vamos, Meltem; voy a acompañarla a casa.

—Y tú te vienes conmigo, bonita —dice Frank.

Denise quiere pulsar el botón que abre la puerta de su cabina, cuando Frank le sujeta la
mano.

—Espera —dice, la gira de espaldas y la presiona contra su cuerpo.

—Nada de conversar con las invitadas —repite Denise.

Tiene miedo, pero se esfuerza en no mostrarlo. Se trata de no convertirse en víctima.

—No vamos a conversar —expone él, mientras le mete las manos dentro del jersey.

Denise busca la cámara en el techo. Cada metro cuadrado de la nave es vigilado por
Vera y espera que precisamente la entrada a su cuarto no sea la excepción.

—Franco, esto no me parece una buena idea.

—Eres una zorra que me ha costado mi ascenso. En el siguiente encargo habría


volado como suboficial.

—No es culpa mía que tu jefa nos haya interrumpido.

—Ah, ¿no? Entonces no tendrás nada que objetar a que continúe lo que dejamos a
medias la última vez.
Unas manos frías, que siente como peces muertos, empiezan a sobarle las tetas. Pero
al final descubre la cámara. Un ojo rojo los mira.

—Seguramente Vera se esté partiendo de risa con tus intentos —dice Denise—.
¡Mira la cámara, allí!

Frank levanta la mirada. El objetivo de la cámara es casi imperceptible. Pero está


activa. Retira las manos y la empuja rabioso por los hombros contra la pared.

—No vuelvas a provocarme en tu puta vida, ¿me oyes? —dice bien alto, claramente
para la cámara.

Denise no responde. Ojalá se acabe su acoso con esto. Frank pulsa el botón y la
puerta se abre. Entonces la agarra por los hombros, la gira de nuevo y la empuja al
interior. Denise espera recibir una patada, pero en su lugar se cierra la puerta con un
siseo.

Ha tenido suerte. Se apoya en la puerta y respira hondo. Entonces se dirige al


comunicador. ¿Se lo debe contar a Meltem? Vera seguro que las está escuchando. Tiene
que haber visto lo que ha pasado. No, no le va a hacer ese favor. Denise se gira y
bloquea la puerta. No sirve para sentirse mucho más segura. Frank seguro que está aún
en el pasillo. Alguien tiene que vigilar su cabina permanentemente. No había nadie
vigilando cuando llegaron.

Y la incidencia tuvo, al menos, una ventaja: Frank olvidó totalmente registrarla.


Aunque el hecho de que la tocara así con sus manos ha sido ya bastante horrible. Le
gustaría darse una ducha, pero Frank debería acompañarla entonces al WHC. Se sienta
en la cama y apoya la cabeza sobre el brazo izquierdo. Con la derecha se saca los
pañuelos del bolsillo. Hace como si se fuera a limpiar la nariz, pero aprovecha el gesto
para leer el contenido del papelito que le ha pasado Meltem.

«He estado escuchando a la tripulación. La nave no solo repostará en Héctor.


También se llevará un cargamento secreto destinado a Anfitrite. Nadie parece saber de
qué se trata. ¿Quizá lo podemos descubrir?», se pregunta.

Se vuelve a sonar la nariz. El papelito desaparece de nuevo en el paquete. Un


cargamento secreto, vaya, vaya. Pero ¿cómo podrán enterarse de algo al respecto?
16 de febrero de 2079, la Holandés Errante

La llegada a Héctor no se parece en nada a un aterrizaje. La nave ajusta su órbita


alrededor del Sol lo más igual posible a la del Asteroide. De vez en cuando se notan
ligeras correcciones de los propulsores, pero nada más.

El impulso decisivo procede de Héctor. Cuando la velocidad relativa es lo


suficientemente baja, el personal del asteroide lanza las cadenas con anclajes. Sus
extremos funcionan como los arpones de los cazadores de ballenas. Aunque están
programados para no dañar a su presa. Solo tienen que anclar las cadenas con las que se
remolcará la nave a su lugar de aterrizaje. Poner en marcha los propulsores en este
entorno sería demasiado peligroso.

—¿Hemos dejado a Skamandrios ya atrás? —pregunta Denise.

Meltem no responde. Se oye una especie de gemido y algo que hace ruido. ¡Que no
le haya pasado nada!

—¿Qué has dicho? —pregunta Meltem.

Su voz suena apagada.

—He preguntado si hemos pasado ya a Skamandrios. ¿Estás bien?

—Sí, creo que sí. Estoy poniéndome el traje espacial. Sola no es tan fácil.

—¿Ya tienes puesto el casco?

—Sí.

—Caramba, cuanta prisa tienes.

—Quiero salir cuanto antes de esta cárcel. Tú también deberías prepararte. No te


pienso esperar.
La tripulación entera se ha reunido en la esclusa. La nave lleva un rato ya totalmente
parada, pero ahora no pasa nada.

—¿A qué estamos esperando? —pregunta Meltem a Pippen, de pie a su lado.

—A Vera —dice.

Poco después se abre rechinando una puerta a sus espaldas. Entra una persona, que
incluso dentro del traje espacial parece pequeña y frágil. A pesar de ello, todos los
presentes le abren camino. Solo Meltem no hace el menor gesto de apartarse, por lo que
la recién llegada le da un empujón.

Pero Vera no protesta. La ignora. Está por debajo de su dignidad.

—Parece que están ya todos aquí.

—Sí, mi capitana —dicen todos los hombres al unísono.

—Pues debe tratarse de un malentendido. Es evidente que seguiremos con los


turnos. ¡Alguien tiene que vigilar esta nave!

Murmullos molestos… Denise entiende a los hombres. Se han pasado largas


semanas a bordo y ahora quizá se pierden la oportunidad única de poder visitar un
asteroide.

—¿Quién está de servicio? —pregunta Vera.

—Yo —dice Strombomboli.

—Y yo —responde Nkrumah.

—Nkrumah, tú te vienes conmigo, puede que te necesite. Pippen, asume tú el


servicio.

—¿En serio? —pregunta.

—También puedes presentar tu renuncia y te bajas con nosotros por la esclusa. Pero
mejor deja el traje espacial aquí, pues pertenece a la empresa. ¿Has decidido ya?
—A sus órdenes, mi capitana —dice Pippen.

—¡Pues largaos ya!

Ambos abandonan la sala. La puerta de la esclusa se abre con un fuerte chirrido.


Denise se cuelga la mochila al hombro. No pesa casi nada, pero algo más que nada, sí.
Da un cuidadoso paso hacia delante. Su cuerpo recuerda muy bien la baja gravedad del
asteroide. La cabeza de Meltem se mueve en vertical hacia arriba. Eso pasa cuando se
da demasiada fuerza al movimiento de las piernas hacia abajo. Meltem tiene aún que
acostumbrarse. Desine sabe muy bien cuántas veces se golpeó la cabeza al principio.
Los espacios aquí dentro no son más altos que en otros sitios.

Se cierran los casos y el mantenimiento de vida succiona el aire de la esclusa.


Meltem le coge la mano. Denise le devuelve una sonrisa. Para ella es casi como volver a
casa. A fin de cuentas, pasó unos meses aquí. Su cabina estará desgraciadamente
ocupada. ¿Qué habrán hecho con sus cosas? Conociendo a Chen, las habrá guardado en
el almacén. El jefe tampoco es mala persona. La esclusa vuelve a producir sonidos, pero
esta vez del otro lado. Los hombres están cuchicheando entre ellos. Quedarán muy
decepcionados. Aunque hayan visto fotos de esta explotación minera, no les espera
nada de lo que unos marineros esperarían encontraren cualquier ciudad portuaria. Pero
tras tanto tiempo dentro de una lata de conservas, no se suele ser muy quisquilloso:
hablar con otras personas cara a cara, comer algo que no sepa a cocina de a bordo, sin
importar lo mala que esté, pisar con los pies el polvo gris de un cuerpo celeste que no
reaccione de inmediato al contacto haciendo que salgan volando… Hasta ella se alegra
un poco. Y, sin duda, por poder estar un tiempo con Meltem, sin estar bajo el
permanente control de Vera.

Denise mira a su alrededor. Al menos no se encontrará con Frank ahí fuera. Debe
cabrearle mucho que la nave vaya a despegar inmediatamente después de haber
rellenado los tanques de combustible. Pero sigue teniendo miedo de que acabe con lo
que empezó frente a su cabina. La constante observación la mantuvo, al menos, a salvo.
Pero en Héctor hay rincones oscuros, en los que no hay cámaras espiando.

La compuerta exterior está abierta. Unos fuertes focos iluminan el interior. Fuera,
bien iluminados por esos focos, hay dos personas encargadas de conectar gruesas
mangueras y cables a la nave, fijada al suelo por las cadenas. Todo el proceso se realiza
a la perfección. Todo el mundo sabe lo que tiene que hacer. Denise no reconoce a nadie
porque que es imposible; de lejos no se puede ver siquiera, embutidos en el traje
espacial, si se trata de hombres o mujeres.
Los tripulantes quieren bajar, pero Vera hace un gesto con la mano y todos se
quedan quietos. Un único hombre se les acerca, sube por la escalerilla y se incorpora
sobre la plataforma que hay delante de la compuerta. Toquetea su casco, seguramente
para cambiar el canal de radio.

—Bienvenidos a Héctor —exclama—. Soy Chen Kun, su anfitrión. Por favor,


siéntanse como en casa durante las pocas horas que estarán aquí.

—Muchas gracias, Chen —responde Vera—. Aprovecharemos con gusto su oferta.


Mis hombres se alegrarán de este pequeño cambio de aires, pero saben comportarse.

—Excelente —contesta Chen—. He oído que nos trae a dos empleadas que echamos
de menos desde hace tiempo, ¿no es así?

—Yo no soy su empleada —dice Meltem, dando un paso al frente.

—Claro, perdóneme —se disculpa Chen—. Usted es la capitana de la Ganymed


Explorer, que estará dando tumbos por ahí sin combustible. Estoy dispuesto a darle
asilo y, si lo desea, incluso un trabajo.

—Hola, Chen —saluda Denise—. Me alegra mucho volver a verlo.

Ella también da un paso al frente. Chen se gira hacia ella y le brinda una sonrisa que
hasta parece honesta. Siempre ha sido un maestro en estas cosas.

—Bienvenida, Denise. Tremendo eso del secuestro. La empresa no te ha cobrado por


este tiempo ni alquiler ni avituallamiento. Tampoco necesitas tomarte vacaciones. Y te
devolveremos tu habitación, naturalmente.

Denise suelta una carcajada. Qué típico del director de esta estación. Que no le ha
cobrado el alquiler. ¡Solo faltaría!

—Es una oferta muy generosa —dice Denise.

—Un placer —indica Chen—. ¿Qué te parece hacer de guía por Héctor ya desde
aquí para los que estén interesados? No te habrás olvidado de nada, ¿verdad?

—¿Cómo podría olvidar los fantásticos paisajes naturales de este pedazo de roca?
—Veo que nos entendemos. Quien quiera dar un paseo, que se espere un momento.
Los demás, síganme, por favor. Los llevaré al hábitat y les presentaré al resto del
personal.

Se fue. Sí que ha sido rápido. Denise aún nota la presión de la mano de Meltem. Se gira.
Se han quedado solo Nkrumah y Crowley. Un paseo a tres, entonces.

—Venid conmigo, chicos —dice—. Espero que no os sintáis decepcionados.

Baja la escalerilla. Cuando pone al fin el pie de nuevo en una roca natural, se le pone
la piel de gallina. No es la Tierra. Pero se trata de un asteroide del mismo material que
su planeta de origen. No viene de muy lejos, sino que se creó junto a la Tierra hace 4,5
millones de años, en la órbita de un Sol bastante más frío que ahora.

Espera a un par de pasos de la escalerilla.

—¿Notáis lo mismo que yo?

—La roca, ¿no? —pregunta Nkrumah.

—Sí, se crea una especie de vínculo, es increíble —dice Denise.

—Sí, casi como en casa —apunta Nkrumah—. Echo de menos la Tierra.

—Pues no la volverás a ver tan pronto —dice Denise.

—Lamentablemente. Me gustaría poder cambiarme por ti.

—Jamás. No pienso volver a poner el pie en Anfitrite en lo que me queda de vida.

—¿Podemos continuar? —pregunta Crowley—. Tengo que moverme un poco y


estirar las piernas.

—Claro. Por favor, pasadme vuestros cabos de seguridad —dice Denise.

—¿Es necesario? —pregunta Crowley—. Sois demasiado lentos para mí.


—Sí, es más seguro. La gravedad aquí es ínfima. ¿O es que quieres pasarte el resto
del tiempo en órbita? Ya ha sucedido que algún obrero ha salido disparado de Héctor
por fallos propios.

—Está bien —responde Crowley y le entrega su extremo del cabo de seguridad.

Nkrumah le pone a Denise su extremo del cabo en la mano sin decir palabra. Denise
se engancha ambos a su cinturón de herramientas. Ambos empiezan a caminar por
delante y ahora se siente como si sacara a pasear a un par de perritos.

—¡No corráis tanto! —les grita—. Y manteneos un poco más a la derecha.

Alcanzan el acantilado de Verne al cabo de veinte minutos. El nombre procede de un


escritor francés. Denise no ha leído nada de él hasta ahora. Pero quien no sabe lo que le
espera, puede correr directo a su perdición.

—¡Esperad! —grita.

Por si acaso los dos hombres no le prestan atención, clava sus botas en una rendija
de la roca. Será el último punto de salvación que tengan Nkrumah y Crowley. A la
izquierda sujeta a Nkrumah y a la derecha a Crowley. El cabo se afloja. Nkrumah se ha
parado. Crowley, evidentemente, no acepta instrucciones de nadie. Para él debe ser
como subir caminando un montículo bastante empinado. Con la baja gravedad que
reina le resulta muy fácil y precisamente ese es el problema. Coge demasiado impulso.
La cima del montículo es el fin del mundo. Un paso en exceso y quedará flotando sobre
el acantilado.

Denise se prepara para ese momento. A Crowley solo le quedan dos o tres pasos.
Denise puede calcular bien la longitud del cabo.

Y entonces da un tirón.

—¡Uauuu! —grita Crowley.

El cabo ha frenado su vuelo.

—Ahora puedes avanzar muy lentamente, Kofi —le dice ella.


Paso a paso se aproximan al borde. Denise enrolla lentamente el cabo de Crowley.
Patalea en el aire, pero no puede hacer nada hasta que ella no lo baje al suelo. Y
entonces aparece frente a ellos el acantilado. Denise siempre se sorprende, aunque sabe
exactamente dónde está. Para mayor seguridad, mantiene tensado el cabo de Nkrumah,
pero él si se ha dado cuenta a tiempo. Están mirando un lugar de un negro
impenetrable. Es más oscuro que el negro profundo y recuerda mucho a Anfitrite.
Antes no habría podido hacer esta comparación.

—No está mal —reconoce Nkrumah.

—Bájame, por favor —pide Crowley.

Denise ya estuvo una vez flotando por aquí fuera. A todos los recién llegados se les
trae aquí sin decirles lo que les espera. Cuando ella misma estuvo colgando sobre esa
oscuridad se sintió más perdida que nunca.

—¿Por qué no se ven estrellas? —pregunta Nkrumah—. ¿Polvo?

—No. Es un acantilado, como una grieta. ¿Lo pillas?

—Que ahí detrás sigue el asteroide.

—Pues claro; es una grieta muy profunda —dice Denise.

Nkrumah ilumina la oscuridad con el foco de su casco, pero no es suficiente. Denise


saca una linterna de su bolsa de herramientas. Su haz de luz más compacto recorta un
trozo de roca del lado opuesto. Funciona como una varita mágica. Al principio se pasa
aquí a veces varias horas iluminando simplemente el lado opuesto del acantilado.

—¿Qué profundidad tiene? —pregunta Nkrumah.

—Tres kilómetros —le responde Denise.

—Pues tampoco es tan profundo.

—Tres kilómetros de pared casi lisa.

—¿Se puede bajar? La velocidad de caída debería ser bastante lenta.

—Sin resistencia por aire, tu velocidad aumenta ilimitadamente.


—Entonces mejor que no.

—Bien pensado, Kofi.

—Oye, por favor, no me dejes aquí flotando más tiempo —le suplica Crowley.

Denise lo recupera tirando del cabo. Crowley cae sobre sus rodillas.

—Esto sí que ha sido ya una experiencia bastante impresionante —dice Crowley—.


¿Y qué pasa con ese Júpiter que nos prometiste?

—Un día en Héctor dura solo siete horas, tendrás que tener paciencia.

—¿Cuánta?

—Ni idea, yo también acabo de llegar.

—Vale; pues entonces me gustaría visitar el hábitat.

—¿Tú también, Kofi?

—De acuerdo. Podríamos salir más tarde para dar otro paseo. También me gustaría
visitar la explotación minera.

Chen los recibe en persona en la puerta interior de la esclusa. En temas de hospitalidad


no hay quien le supere. Saluda a los dos hombres con un apretón de manos y abraza a
Denise. Al parecer, se alegra de verdad de verla de nuevo, aunque por aquel entonces
se largara.

De camino a la central, Chen deja que Nkrumah y Crowley vayan por delante.
Retiene a Denise por el hombro hasta que quedan fuera del alcance de su voz.

—Me alegro de que todo haya acabado bien —dice Chen—. Me había preocupado
mucho.

Su amabilidad es sorprendente. ¿No debería recriminarla por haber sido cómplice


de un asesinato y de secuestrar la nave espacial?

—No ha sido sencillo —dice Denise.


—Tenemos que hablar de ello cuanto antes. Y también de qué ha pasado con Irina y
Yuri. Me iría muy bien tenerlos aquí. Los científicos de la Ganymed Explorer han estado
ayudando, pero son académicos y no mineros. Y no están aquí precisamente por
voluntad propia.

—Pues tendrán que quedarse un tiempo más —expone Denise—. Seguro que
esperaban regresar a casa con la nave.

—Yo me alegro. Porque si se fueran, ya no podría cumplir con mi cuota.

Ah, vaya, por eso se alegra tanto de que esté de regreso en el asteroide.

En la central todo parece igual que siempre. La habitación tiene un mobiliario espartano
y huele a ese aroma de té artificial que añade el mantenimiento de vida al aire reciclado
para tapar un poco el olor a sudor de los mineros. Los invitados están sentados
alrededor de una mesa redonda charlando a gritos. Chen les ha invitado a bebidas
alcohólicas. Sobre la mesa hay un par de charcos de líquido derramado. La baja
gravedad y los efectos del alcohol dificultan el uso de los vasos cuando se ha estado
tanto tiempo en microgravedad.

Denise observa a Vera cómo deja su vaso en la mesa y lo vuelca. El problema está en
que el cuerpo tiene una cierta idea de lo que es arriba y abajo, y considera que todo es
normal. Pero no hay suficiente gravedad para compensar el más ligero temblor de los
dedos al dejar un vaso en la mesa. Vera debería dejar conscientemente el vaso en la
mesa y sujetarlo hasta que quede estable.

Alguien le da unos golpecitos en el hombro a Denise. Se da la vuelta y se que queda


petrificada. Es Grigori, el hombre que la quiso violar. ¡Si estaba muerto! Denise está
temblando. Yuri lo estranguló y luego lo escondieron en el cuarto de Irina. ¿Tendrá un
hermano gemelo?

—Hola, ya veo que estás de vuelta.

Denise no puede articular ni una palabra. Es imposible. Grigori está muerto.

—¿Por qué me miras así? ¿Es que no sabes cómo se saluda a un viejo amigo?

—Yo…
—Tómate un aguardiente, parece que muy confundida.

Grigori le pasa un vasito. No parece muy limpio, pero lo coge igualmente y se traga
el contenido de golpe. El alcohol le quema en la garganta.

—Hola, Grigori —saluda, con la esperanza de que la corrija y diga que es el


hermano de Grigori, en busca del asesino de su hermano en el asteroide.

—Bueno, ya me has reconocido —exclama en su lugar y le da un golpe en el


hombro—. Te dejo tranquila ahora. Si luego quieres hablar un rato sobre los viejos
tiempos, ya sabes: mi cabina está siempre abierta para ti.

Le hace un guiño y da la vuelta a la mesa, rellenando todos los vasos vacíos. Denise
ni siquiera consigue acordarse de qué es lo que acaba de beber.

Algo más tarde se encuentra con Chen de camino al lavabo. Está un poco achispado.
Chen nunca ha tolerado muy bien el alcohol. Denise se pone delante de él y Chen la
mira sorprendido. Se le percibe de lejos el aliento a alcohol.

—Me he encontrado con Grigori.

—Sí, Grigori…

Chen hace una pausa. Sus ojos se mueven como si estuviera buscando palabras en
su cabeza.

—Desde que se recuperó he podido aumentar la cuota de extracción al 82 por ciento.

Naturalmente, solo tiene su trabajo en la cabeza.

—¿Qué le ha pasado? —pregunta Denise.

—Es verdad, no estabas. Tuvo una discusión con Yuri. ¡Deberías acordarte! Grigori
no recuerda nada, pero hay imágenes grabadas por las cámaras de seguridad que
muestran a Yuri asfixiándole. Podría interpretarse como intento de asesinato. ¿Es que
Yuri no te ha contado nada? El hecho es que Grigori estuvo un par de horas
desaparecido y reapareció con una pierna rota. Necesitó seis semanas para restablecerse
y volver a trabajar. Así que ya va siendo hora de que Yuri regrese. ¡Me debe el sueldo
de seis semanas de Grigori!
Chen parece ahora más sobrio. Cuando se trata de los intereses de la empresa, no
hay broma que valga.

—¿Y cómo se ha portado Grigori?

—Ya lo conoces, es un bocazas. Anke Renner ya se ha quejado varias veces de él. Al


parecer, en una ocasión incluso la siguió hasta el lavabo.

—Es peligroso.

—Venga, no exageremos. Es un capullo, pero al final reacciona y se calma. Y hace


muy bien su trabajo. Durante su baja se hicieron pocas cosas aquí. No tengo nada en
contra de que mis empleados se enzarcen en una pelea de vez en cuando. Pero esta baja
me la tendrá que pagar Yuri, eso es evidente.

—Pues eso…

No tiene sentido. Parece que las cámaras de vigilancia no registraron el intento de


violación de Grigori y Grigori lo negaría todo. Si le lleva la contraria Chen, Yuri saldrá
peor parado aún.

—¿Pues eso, qué? —pregunta Chen.

Ahora ya parece estar sobrio.

—Nada. ¿Y el secuestro en el que me visto implicada?

—Eso no me importa. La compañía de seguros que envió a Vera no pensará así, pero
lo que me da igual si logro mi cuota. Si Yuri e Irina regresaran, sería perfecto. Entonces
aumentaremos un 20 por ciento, lo que al final del año supondrá una buena
bonificación.
17 de febrero de 2079, Héctor

—¡Hora de levantarse! ¡Tu turno está a punto de empezar! —dice Meltem.

Denise bosteza. Su cabeza parece que va a estallar. Necesita urgentemente un


analgésico. Tras el encuentro con Grigori se retiró de inmediato a su habitación, pero
solo pudo dormirse con media botella de vodka.

—¿Turno?

—Sí, turno, ¿qué otra cosa va a ser? Sigues siendo empleada de Chen, ¿o ya has
renunciado?

—No, pero lo haré hoy.

—Eso no es buena idea, querida. En primer lugar, necesitamos la simpatía y


complicidad de Chen para poder ayudar a nuestros amigos. Y, en segundo lugar, te
aburrirías demasiado. Nos quedan un par de meses aquí.

Denise lanza un suspiro.

—Pero no pienso hacer ningún turno con Grigori.

—Eso lo tenemos que hablar con Chen. No le entusiasmará, pero entiendo muy bien
por qué es algo impensable.

—Gracias, Meltem. ¿Sigue la Holandés Errante aquí?

—Sí.

—¿No se querían quedar solo unas pocas horas? —pregunta Denise.

—Crowley y Grigori tuvieron ayer una pelea. Crowley había trabado amistad con
Anke y Grigori se puso tonto con ella. Y eso, a Crowley, no le gustó nada, al parecer.
—Es un buen hombre; no me lo esperaba de él.

—Acabó con un par de costillas fisuradas. Chen tuvo que poner ayer el Robodoc en
marcha y Vera estaba que trinaba.

—Vaya, parece que me perdí algo interesante.

—Te echaba de menos, mi amor.

—Me fui… pronto a la cama.

—Cuando vine a verte, apestabas a alcohol y roncabas de lo lindo.

—¿Querías darme un besito de buenas noches? Te lo agradezco. Tuve un encuentro


desagradable.

—¿Grigori?

Denise asiente.

—¿Intentó…? Le voy a romper todos los huesos.

—No, solo habló. Pero la sorpresa fue brutal… Pensaba que estaba muerto.

—Pues parece que no lo comprobasteis bien a fondo, Denise.

—De eso se encargaron Yuri e Irina.

—En el fondo me alegro. Yuri no es un asesino y no necesita esconderse más.

—Pero quedan el secuestro de la nave y un intento de asesinato —añade Denise.

—Sobre eso aún se puede hablar —dice Meltem—. Me apuesto algo a que se podría
solucionar sin llegar a los tribunales. Tú puedes declarar que Yuri solo impedía que
Grigori te violara. Todo el mundo aquí sabe que es un compañero indeseable.

—¿Y el secuestro? —pregunta Denise.

Eso dependerá de los méritos que logre obtener Yuri.

—¿Méritos? ¿A qué te refieres?


—Tiene que salvar el mundo, ¿no te acuerdas? Nosotras ya no tenemos ocasión de
hacerlo.

Tras el turno, Denise se encuentra con Meltem frente a la oficina de su jefe.

—¿Qué tal el trabajo? —pregunta Meltem.

Parece como si se acabara de despertar de una buena siesta. Lleva el cabello chafado
por un lado y su mejilla izquierda esta sonrojada.

—Anke es una compañera muy agradable —dice Denise—. No se pasa todo el rato
hablando y trabaja concentrada.

—Me alegro —responde Meltem.

Llama a la puerta y Chen las ruega que entren. Su oficina es pequeña y muy
funcional, aunque necesitaría ya una limpieza para quitar el polvo acumulado.

—¿Qué hay? —pregunta Chen—. ¿Quiere también usted apuntarse a trabajar,


señora Miraloğlu?

—Meltem, por favor. Pues seguramente sí, pero más adelante. Las últimas semanas
me han resultado bastante duras. Antes, tengo que recuperarme.

—Sí, claro, Meltem. Todavía le queda bastante tiempo aquí.

«Y dejadme en paz», seguro que es eso lo que Chen estará pensando, ya que baja la
cabeza para seguir examinando la carpeta que tiene delante.

—Quería pedirle algo. Tendríamos que utilizar la instalación de radio de la estación.

—¿Por qué? ¿Ya saben que pueden comunicarse con la Tierra cuando lo deseen?

—No se trata de la Tierra. Tenemos que enviar un mensaje a mi antigua nave.

—Vaya, pues me temo que no les puedo ayudar. La Ganymed Explorer es un asunto
de la aseguradora. La señora Kalila ya me lo ha advertido.

—Solo queremos enviar un mensaje.


—La señora Kalila ya me advirtió que lo intentarían. No sé bien lo que ha pasado,
pero he obtenido instrucciones muy claras de evitar que lo hagan.

—¿Desde cuándo acepta órdenes de extraños, Chen? —pregunta Denise.

—No es una orden, sino un ruego —dice Chen—. Unido a la amenaza de que, en
caso de no cumplir ese ruego, mi familia podría sufrir ciertas consecuencias.

—Muy propio de Vera —murmura Meltem.

—Reconozco que he conocido a personas bastante más agradables que esta tal Vera.
Pero al parecer tiene mucho éxito en su profesión. Y eso merece todo mi respeto.

—Camina sobre cadáveres —dice Meltem—. ¿Ha oído ya sobre ese piloto que se
perdió?

—¿Doug Swartzman, ese de la nave correo?

—Swartzenberg. ¿Así que ha oído hablar de él?

—Sí, su viuda envió mensajes a todo el mundo por esta zona. No parece que haya
buenas perspectivas.

—En efecto, Chen. Vera Kalila disparó contra su nave dejándola hecha un amasijo
de chatarra. Tenemos que avisar a la Ganymed Explorer de que va hacia allí. No
esperan su regreso tan pronto.

—Esta información es muy inquietante —dice Chen.

No se le ve inquieto, pero es típico de él. Chen sigue mostrando su cara de póquer.

—¿Nos piensa ayudar?

—Al contrario. Ahora ya sé que la señora Kalila no hace amenazas a la ligera. Tengo
una responsabilidad frente a mi familia. Lo siento, pero no puedo ayudarlas de ninguna
forma.

—¡No hablará en serio, Chen!

Denise se apoya y se inclina sobre el escritorio de su jefe, que la mira sorprendido.


Nunca había mostrado una reacción emocional como esa delante de él.
—Pues lo siento, pero…

—¿Jefe? Tenemos visita —dice la voz de Grigori por el altavoz.

—¿Visita? Si no esperamos a nadie.

—Lo sé, pero está aquí.

—Espera, voy a salir. ¿Qué tipo de nave es? —pregunta Chen.

—Una nave correo.

—Bien; la aparcaremos en la zona de despegue de reserva. Será mejor que vayas


también hacia allá, yo ya estoy de camino. Chen over.

Chen se levanta, se va a su taquilla y saca las piezas de su traje espacial.

—Ya lo han oído, señoras. Tengo cosas que hacer. Realmente no puedo hacer nada
en este asunto por ustedes. Aunque si, sin que yo lo supiera, se enviara un mensaje
durante mi ausencia desde esta estación, yo ni me enteraría. Seguramente estaré una
hora fuera para saludar a nuestros visitantes. ¿No quieren venir conmigo?

—Yo iré encantada —dice Denise.

Denise le da un ligero codazo a Meltem. Esa es su oportunidad.

—He desinfectado mi LCVG y tengo que recomponerlo primero —explica Meltem—


. Pero luego me añadiré al grupo.

—Me alegro mucho —dice Chen—. Me gusta recibir a mis visitas con un máximo de
hospitalidad. Pero, primero, hagan lo que tengan que hacer.

En comparación con la Holandés Errante, la nave correo parece minúscula. Como si


alguien hubiera unido unas cuantas latas de conservas entre sí. Desciende lentamente
fijada a los cables. Grigori controla la tensión desde la mesa de control que hay junto a
uno de los cañones de arpones.

—Parece que un día se olvidaron de que se pueden construir también naves bonitas
—dice Chen.
—Habrá sido a partir de 2040 —interviene Grigori—. Las viejas naves de SpaceX
para ir a Marte, eso sí que eran diseños bonitos.

Desde entonces, los viajes espaciales han cambiado mucho. Denise se ocupaba de
ello en la universidad. Antes, todas las naves despegaban de la Tierra y después
también tenían que aterrizar allí. Por ello necesitaban una cierta forma aerodinámica.
Hoy ya solo cuenta reducir los costes, y eso solo se consigue mediante la
estandarización. Las latas de conserva son símbolo de la marca del consorcio ruso
espacial RB. Así que su visitante seguramente hable ruso.

—Grigori, ¿podrás traducir tú, si fuera necesario? —pregunta Chen.

—Soy búlgaro, ¿cuántas veces tengo que decirlo? Además, seguro que es un pez
gordo y hablará un perfecto inglés, mejor que el tuyo.

—Solo me pregunto por qué no han avisado su llegada con antelación —comenta
Chen—. Seguro que tendré problemas si la habitación no es lo bastante cómoda.

Denise nota una mano sobre su hombro. Se da la vuelta y ve que es Meltem.

—Ah, ya estás aquí —dice—. Justo a tiempo. ¿Ha funcionado?

Meltem asiente.

—¿El LCVG está limpio? —pregunta Chen.

—Sí, me encanta ponerme siempre un LCVG limpio —dice Meltem—. Es casi tan
agradable como meterse en una cama con las sábanas recién puestas.

—Menuda tontería —exclama Grigori—. Yo nunca he lavado mi LCVG y sigue


funcionando. Se me ajusta tan bien que ni siquiera lo noto. Incluso a veces duermo con
él puesto.

—Pues eso no suena muy agradable —dice una voz desconocida, femenina, con un
inglés sin acento alguno.

—Oh, perdón —se disculpa Chen—. Veo que estamos charlando en la frecuencia
oficial de aterrizaje.

—No hay problema —dice la voz—. Soy Yevgeniya.


—Encantado —dice Chen—. ¿Yevgeniya qué más?

—Eso no importa. Les ruego que informen a la capitana de la Holandés Errante.


Tengo algo que entregarle.

—Como desee —responde Chen—. ¿Debo decirle algo en concreto?

—Bastará con mi nombre.

—Entiendo. Grigori, ¿puedes traer a Vera?

Se lo tiene bien merecido. Seguro que Vera viene corriendo y sonriendo cuando
Grigori le dé el mensaje de la visitante.

Realmente, Vera no tarda ni quince minutos en aparecer. Camina directa hacia la


escalerilla que lleva a la entrada de la nave correo. Allí entra por la esclusa para salir
casi de inmediato con un paquete del tamaño de un maletín.

¿Eso era todo? Vera no dice ni una palabra y Yevgeniya ni siquiera vuelve a
aparecer. Pero parece que el proceso ha sido satisfactorio y solo pide un repostaje
inmediato de su nave.

—Lo siento mucho —se disculpa Chen—, pero todos los tubos disponibles están
conectados ahora a la Holandés Errante.

—Entonces desengánchenlos. Ya lo he hablado con la capitana de la nave.

Esa Yevgeniya emana una autoridad tan natural que Denise no se habría atrevido
jamás a contradecirla. Seguramente, a una orden suya, Grigori habría saltado al
precipicio del acantilado. Pero Chen es diferente. Él sí que se atreve a preguntarle a
Vera.

—Así es, Chen, la nave correo tiene preferencia —dice Vera.

Denise sonríe. Ahora comprende por qué Chen ha preguntado. No le interesaba el


contenido de la respuesta, sino solo humillar a Vera.

Pero, ¿qué puede haber en ese maletín? Debe ser extremadamente valioso para
enviar una nave correo expresamente en ese largo viaje para solo eso. Parece que Vera
tiene que llevárselo con ella a Anfitrite. ¿No se trataba de traer algo de allí y no de llevar
algo a Anfitrite? Quizá se trata de un aparato de medición, especialmente desarrollado
por el consorcio RB para el polvo negro. ¿O algún tipo de experimento? RB es también
el inventor de los nanorobots de fabricación. Su uso en el sistema solar solo se permite
dentro de una solución líquida. Si consiguen juntarlos con el polvo negro… no, eso no
debería funcionar, pues los nanorobots mismos contienen carbono y serían
transformados por el polvo. Sea lo que sea: deben advertir de ello a sus amigos de
Anfitrite.
17 de febrero de 2079, Ganymed Explorer

—Venga, dilo ya —pide Yuri.

Irina les ha convocado en la central porque ha llegado un mensaje del asteroide


Héctor. Meltem y Denise deben haber llegado. Ya se estaba preocupando, porque no
había oído nada de ellas desde hace un mes.

—Esperemos a Doug —dice Irina.

Yuri detecta un movimiento por el rabillo del ojo. Pero en lugar de Doug entra
primero Kiska por la compuerta. Aterriza elegantemente en el techo, se mueve a
grandes saltos hasta ellos y aterriza con gran puntería sobre el regazo de Irina, que
empieza obediente a acariciarla.

—¿Habéis visto a…?

—Sí, Doug; ya está aquí —dice Yuri.

Doug introduce la cabeza en la compuerta, se introduce del todo y se acerca a ellos.


No lo hace con la misma elegancia que su gata.

—¿Por qué haces tanto misterio por ese mensaje? —pregunta Yuri.

—Meltem ha pedido que lo escuchemos juntos. Así que lo oiremos todos juntos.

—Pues ya estoy aquí —anuncia Doug.

—Pero falta Óscar —dice Irina.

El robot estará haciendo sus cosas por ahí, seguramente en el almacén. Ha


descubierto un nuevo hobby: la cocina. Su intención es poner en la mesa cada día un
menú distinto. Y para ello se pasa el día buscando ingredientes.

—¿Le has invitado? —pregunta Doug.


—Sí, claro —dice Irina.

Por fin aparece un brazo metálico por la puerta. Óscar se eleva con él, coge impulso
y se lanza a su vez en su dirección. El disco plano se dirige hacia Yuri. Él lo sujeta
entonces agarrándole el brazo. Al hacerlo, le llama la atención una pieza metálica
flexible fijada al exterior del disco.

—¿Es eso una antena? —le pregunta, tirando de la pieza.

—Ay —dice Óscar—. Es mi cola.

—¿Tienes una cola? —pregunta Doug.

Óscar mueve la pieza metálica de un lado al otro. Kiska se levanta del regazo de
Irina. Las cosas que se mueven siempre llaman su atención.

—En la ingravidez me cuesta siempre mucho controlar los movimientos. Pero la


gata vuela con elegancia por toda la nave y para ello utiliza mucho la cola. Estabiliza su
trayectoria. Mis simulaciones me dicen que puedo moverme con un 30 por ciento más
de eficiencia si también uso una extremidad como esa.

—Muy inteligente —dice Yuri—. ¿Funciona?

—Hasta ahora no he podido comprobar ningún aumento de eficiencia, pero es que


también me la acabo de instalar.

—¿Podemos escuchar ya el mensaje? —pregunta Irina.

—Querías esperar a toda costa. Yo llegué el primero —dice Yuri.

—El segundo. Yo llegué antes que tú —dice Irina.

—Quiero decir el primero después de que nos llamaras —dice Yuri.

Irina se pone de morros.

—Entonces yo también he sido el primero. Es decir, el primero después de que


llegarais vosotros —aclara Doug.

—Ja —dice Irina—. Ese puesto le correspondería entonces a Kiska.


Parece que la gata ha entendido su nombre, pues deja a Irina, apunta hacia Doug y
aterriza en su hombro, donde clava las uñas. Doug pone cara de dolor, pero no dice
nada.

—Pues bien, voy a reproducir el mensaje —anuncia Irina.

La pantalla frente a ellos se ilumina y aparece Meltem. Yuri reconoce el despacho de


su jefe Chen detrás de ella.

—Habla desde la oficina de Chen.

—Psst —dice Irina, colocándose un dedo en los labios.

—Seré breve, porque no tengo mucho tiempo. Estamos bien y espero que vosotros
también. No he podido hablar antes, porque Vera nos encerró en nuestras cabinas
durante el resto del viaje.

A saber qué hicieron Meltem y Denise para eso. Yuri se rasca el pecho.

—La Holandés Errante debería llegar a donde estáis hacia mediados de mayo. Es
muy importante: tenéis que impedir que esa nave regrese a la Tierra. Hemos
descubierto, mediante experimentos, que esa cosa negra que cubre Anfitrite es mucho
más peligrosa que los nanorobots.

«Nosotros también». Yuri se imagina cómo esa masa negra cubre el brazo de Doug y
se le pone la piel de gallina. Pero es evidente que debe ser valiosísima.

—Tenéis tres meses para prepararos para la llegada de la nave. No sé cómo, aunque
tendréis que vencer a esa tripulación.

¿Con cuánta gente contarán? Yuri repasa sus recuerdos y concluye que son siete.
Siete mercenarios formados y armados contra ellos tres.

—Pero también tengo una buena noticia. Grigori está vivo. Os equivocasteis al creer
que había muerto. No eres ningún asesino, Yuri.

Yuri da un respingo al oír la palabra ‘asesino’. ¿Cómo puede ser? Grigori no


respiraba cuando le escondieron. Incluso le rompieron la pierna. ¿No debería haberse
despertado en ese momento dando gritos?
—Tengo que marcharme. Llega visita al asteroide. Os deseo mucha suerte salvando
la Tierra. Si no lo conseguís, la vida en la Tierra será sustituida enseguida por
gigantescas estructuras negras de carbono.

La transmisión queda congelada. Sí, sin duda, se trata del despacho de Chen.
Meltem debe haberse colado dentro. No cree que Chen la haya autorizado. Su jefe se
comporta siempre de forma extremadamente correcta.

—¿Has oído eso? —pregunta Irina.

Se levanta, vuela hacia él y le abraza.

—¡No eres ningún asesino! ¡Está vivo!

—Sí, no puedo creerlo —dice Yuri—. ¿Cómo no lo comprobamos bien? Podríamos


habernos ahorrado todo esto.

—Pues yo me alegro de que estuvieras allí para salvarme —dice Doug.

—La culpa es mía —se lamenta Irina—. Lo siento mucho. Debería haberlo
comprobado mejor. Tomarle el pulso. Por lo visto, solo estaba inconsciente.

—¿No le tomaste el…?

—No, no le tomé el pulso. Le apretaste durante tanto tiempo el cuello que parecía…
la cara roja… Y no reaccionaba a nada. Ni siquiera cuando…

—Debería haberlo comprobado yo. Pero, en lugar de ello, os he llevado a todas a la


ruina —dice Yuri.

—A mí ha sido Vera quien me llevó a la ruina —aclara Doug—. Y me has salvado.

—Y a mí también —añade Irina.

—Además, en ese caso, Vera habría tenido el camino despejado —dice Doug—. No
sabríamos siquiera que la Tierra corre peligro. ¿Lo ves? Está bien lo que bien acaba,
¿no?

—Mis simulaciones indican que la realidad realizada representa, en suma, el óptimo


de las realidades posibles —dice Óscar.
—¿Qué? —pregunta Doug.

—Que mejor así que no al revés —responde Óscar.

—Pues haber empezado por ahí.

—No sirve de nada pensar ahora en un «qué habría pasado si…» —dice Irina—.
Tenemos que desarrollar un plan para superar y desarticular el comando completo de la
Holandés Errante.

—¿Lo consideras realista? —pregunta Yuri—. Nos superan en número y no tenemos


armas de ningún tipo. ¿Cómo los vamos a vencerles?

—Tenemos el elemento sorpresa de nuestra parte —dice Irina.

—¿Y eso en qué nos ayuda? Creo que Vera está en situación de reaccionar
adecuadamente a todas nuestras sorpresas.

—Por eso, no debemos darle ninguna oportunidad.

—¿Cómo vamos a hacerlo? —pregunta Yuri.

—Tenemos que arrinconarlos. Si no pueden reaccionar, no tendrán ninguna


posibilidad.

—Pues tendremos que esforzarnos —dice Yuri.

—Exacto —concuerda Irina—. Y deberíamos empezar ahora mismo a pensar en ello.


15 de mayo de 2079, Ganymed Explorer

—Crowley, Nkrumah, asegurad las cabinas. Strombomboli, Pippen, ocupaos de la zona


del WHC. Dimitrenco, Shultz, vosotros conmigo, a la central.

Vera flota a dos pasos de la compuerta de la esclusa. Su cuerpo está tapado ahora
por Nkrumah. No parece haber nadie a bordo, pero a lo mejor es precisamente lo que
quieren hacerles creer y les estarán esperando con las armas a punto. Vera no tiene
ningún problema en que Nkrumah sacrifique su vida por ella en este caso. A fin de
cuentas, está para eso. Su función es planificar la intervención de tal forma que el riesgo
para todo el grupo sea mínimo. Pero aquí son todos prescindibles. Incluso ella misma,
no se hace ilusiones de ningún tipo. Lo único que ambiciona es ser la última en morir.

—¡Ábrelo! —ordena.

La compuerta de la esclusa se abre chirriando. No entra ningún vapor ni se oyen


silbidos de aire, como a veces se ve en las películas. Pero es que el aire en la nave es
demasiado seco y una esclusa está precisamente para eso, para equilibrar la presión.
Solo silbaría aire si estuviera defectuosa.

Pero en la Ganymed Explorer no hay nada defectuoso. La nave está, por lo que ha
podido ver hasta ahora, en un estado impecable; los pasillos iluminados y el aire
agradablemente fresco. Solo que parece que no hay nadie en casa esperándoles.
Crowley y Nkrumah saltan sin esperar más órdenes en una dirección, Strombomboli y
Pippen en la opuesta. Pippen vuelve a intentar sus movimientos de natación. Ya le ha
dicho mil veces que no sirven absolutamente de nada en la ingravidez, pero cuando la
cosa se pone seria, su reacción instintiva anula todo lo aprendido.

Sus últimos dos hombres esperan a que ella se ponga en movimiento. La siguen
detrás; es a lo que están acostumbrados. Vera les hace un gesto y sale de la esclusa. Se
da un buen empujón, por lo que sale volando por el eje central. ¿Debería desenfundar
su arma? No le da tiempo a poner la idea en práctica, porque la compuerta de la central
ya está abierta. Ha cometido un error y eso la fastidia, aunque no haya pasado nada.
Las situaciones no siempre esperan a sus órdenes. Tiene que pensar con más antelación.
—Central asegurada —informa Dimitrenco.

—Central asegurada —afirma también Shultz.

Shultz siempre es algo más lento. Ahora ya lo saben todos, incluso puede que
también los que les pretenden sorprender. Había dado la orden de que todos avanzaran
en silencio. Si lo hubiera querido, su cliente le habría enviado más personal a Héctor.
Pero Vera renunció a ello y prefirió traerse a los hombres que ya conoce. Seguro que no
son los mejores seis hombres, pero los conoce y puede fiarse de ellos, también de sus
errores. Con desconocidos se vería obligada a contar con cualquier cosa, y eso, en una
situación de peligro, puede resultar mortal.

—Gracias —dice—. Ya podéis sacar los trastos de la lanzadera. Avisad a los demás
para que os ayuden. Parece que nuestros objetivos ya no están a bordo.

La lanzadera que les ha traído de su rápida nave de transporte está acoplada a la


esclusa. Shultz y Dimitrenco salen de la central. Dimitrenco va flotando por delante y
Shultz le sigue.

Al fin se ha quedado sola. Se sienta en la butaca del comandante y pasa la mano por
encima de la pantalla, donde hay polvo acumulado. En la ingravidez, el polvo no se
deposita solo, a no ser que la superficie en cuestión lo atraiga electroestáticamente.
Como la pantalla. Eso significa que ha estado encendida hasta hace poco. Se ha
acumulado tanto polvo, que sus dedos producen hasta copos. Empuja uno con los
dedos y sale volando por la central como la pluma de una garza. ¿Dónde estará la
tripulación? ¿Cómo se llamaban? Ah, sí, Yakutina y Rott.

La Ganymed Explorer no mostró reacción alguna ya durante su aproximación. Ya se


imaginaba que la nave estaría vacía. Es un misterio que ya solucionará, y de todos los
misterios, ese es el más sencillo. Lo que más le interesa es saber qué hace ese polvo
negro. Y para qué se puede utilizar. Pero este acertijo ya no es algo que a ella le interese
mucho ahora. Que se ocupen otros de ese tema, así como de procurar que el polvo no
destroce toda la Tierra. Y es que tampoco se lo cree. La Tierra ha sobrevivido a muchas
otras catástrofes. También se consiguió tener a los nanorobots bajo control.

Vera mete la mano en el bolsillo de su uniforme. Allí está, el scrambler. El aparato


parece un simple lápiz de memoria, pero muchísimo más caro. Se agacha y lo inserta en
una de las tomas del terminal. El scrambler es una inversión, su inversión. Tan pronto
enciende un ordenador, cifra todos los programas y datos. El usuario no se entera de
nada mientras no extraiga el scrambler. Ese aparato le permite vender lo que encuentre
con él al mejor postor, en lugar de conformarse con los honorarios de su mandante.
También ha aplicado su dispositivo a las memorias de la Holandés Errante. Después, no
aceptará jamás otro encargo más. El scrambler es su seguro y su futuro.

—¿Estado? —pregunta Yevgeniya.

Vera aprieta los dientes. Esa mujer, de la que no conoce siquiera el apellido, la pone
de los nervios. Ya sabía, nada más conocerla, que la pondría de los nervios.

—La nave está abandonada —responde Vera.

En ese momento, algo se mueve por el borde derecho de su campo de visión. Se gira
y saca el arma, apunta y consigue, en el último segundo, quitar el dedo del gatillo. No
es buena idea disparar aquí dentro. Debería haber dejado el arma en la lanzadera. Pero
si estaba segura de que no había nadie a bordo, ¿qué es lo que acaba de ver? Allí está
otra vez. De nuevo, a su derecha, una sombra negra y muy rápida. Se da la vuelta de
golpe. La sombra desaparece detrás de una pantalla. ¿Qué ha sido eso… una rata? Pero
las ratas no son tan negras y la sombra es demasiado grande para ello. Vera se aparta y
flota hacia la pantalla. Detrás de ella hay una rendija de unos diez centímetros, abierta
solo por un lado. La sombra está en una trampa. Vera se coloca frente a la pantalla y se
prepara. Saca el arma y la lanza dentro, por el lado izquierdo. ¡Ahora! La sombra salta
por la derecha de la rendija y Vera la agarra justo en el momento preciso.

«¡Te pillé!», exclama para sí. Es un gato. Consigue mantener la boca y las garras
delanteras lejos de su cuello, pero el bicho ese rasca con sus patas traseras y emite tonos
desagradablemente agudos.

—¡Para ya! —le grita al animal.

Pero la gata no hace ni caso. Maúlla y rasca sin parar. ¿Y si le retuerce el pescuezo?
Si fuera un ser humano no tendría problemas para hacerlo. Pero un gato negro, eso trae
mala suerte. ¿Qué puede hacer con el bicho este? Debe llevar ya mucho tiempo a bordo.
Así que se las apaña sin presencia de personas. No debería ser un problema dejarla
libre. Solo debe impedir que el animal se le acerque demasiado. Vera golpea la cabeza
del animal contra el borde de la pantalla; un golpe relativamente flojo para la situación.
La gata maúlla brevemente y se queda quieta.

Mierda, ojalá no se haya pasado. Vera comprueba con los dedos el pulso en la panza
del animal. Su corazón sigue latiendo, y a toda velocidad, además. Mete la gata dentro
de la ranura oscura detrás de la pantalla. Espera que le haya servido de lección.
—Aquí Crowley. Las habitaciones están vacías.

—Gracias, es lo que esperaba. Comprobad los almacenes —responde ella.

—A la orden.

—La zona de WHC también está vacía —informa Strombomboli por radio.

—¿Quién dice eso?

—Yo.

Vera golpea con la palma de la mano contra la pantalla y una sombra negra sale
corriendo por la ranura. Strombomboli parece más tonto que hecho de encargo. Como
con la zorra esa de Denise, por la que se dejó engatusar… Vera se agacha y recoge la
pistola.

—¿Habéis encontrado algo extraño? —pregunta.

—Un cagadero de gatos. Y ha sido utilizado —dice Pippen.

Maurice tampoco es una lumbrera. Se equivocó mucho al componer su equipo.

—Eso me lo podríais haber dicho antes, que parecéis atontados. Entonces no me


habría sorprendido tanto.

—¿Sorprendido de qué? —pregunta Pippen.

—De la mierda de gato que corretea a bordo.

—¿Nos encargamos del bicho? —pregunta Strombomboli.

Ya solo faltaba eso. «No pienso enviarte a cazar al gato, destrozarías la mitad de la
nave».

—Negativo —dice, y cambia al canal general—. Crowley, Nkrumah, ¿me oís? Sí que
hay tripulación. Hay un gato a bordo. Que nadie le toque ni un pelo, ¿entendido?

—A sus órdenes, mi capitana. No tocaremos a ese bicho —responde Crowley.

—Frank y Maurice, comprobad el módulo de aterrizaje.


—A sus órdenes, capitana.

Parece que funciona. Vera asiente y se acomoda en el asiento del comandante.

—Aquí Pippen. El módulo de aterrizaje no está.

—Gracias.

Vera se ha quitado parte de su traje espacial. No lo había planeado así, pero ya


empieza a acostumbrarse a la idea. Planificará los pasos siguientes desde aquí. Así, la
Yevgeniya esa no estará metiendo baza sin parar. Su función principal es llenar el
almacén de la Holandés Errante con el polvo negro. Eso lo organizará y hará Vera ella
solita. Su cliente ya está trabajando en la venta de esta cosa. No hace falta que metan a
la Yevgeniya en este proceso.

Pero en el segundo paso, su invitada sí que desempeñará un papel importante.


Deben dejar en el planeta el maletín que lleva Yevgeniya con ella y al que no le quita el
ojo de encima. Y no en cualquier sitio, sino en el lugar más profundo posible, para que
esté protegido de la radiación cósmica. Curiosamente, Yevgeniya no parece tener el más
mínimo interés en el polvo. El maletín es lo único que cuenta para ella. ¿Por qué no
tiene RB interés alguno en esa sustancia, que cambiará el futuro de la humanidad? ¿Será
que la empresa rusa teme por su modelo de negocio? RB es una empresa activa en el
sector energético, y con las increíbles cualidades del polvo de Anfitrite, la energía actual
perderá todo su valor.

Pero ahora volvamos al primer paso. La tripulación de la Ganymed Explorer estará


probablemente escondida allí abajo. Seguro que temen que Vera haya vuelto por ellos.
Pues que se lo crean, así dejarán, al menos, a su gente en paz. Un par de viajes de ida y
vuelta con la lanzadera. En tres días deberían poder conseguirlo.

Pero ¿y si Yuri e Irina actúan en contra de ella? Debe estar preparada para todo.
¿Qué pueden hacer un hombre y una mujer contra siete soldados bien entrenados?
Conocen el terreno, seguro que eso es una ventaja para ellos. Pero incluso
Strombomboli sabe cómo se mueve uno por terreno desconocido. Ha visto simulaciones
de batallas en las que interviene, y tiene bastante habilidad en ello. Solo le falta algo de
cerebro.

Dos contra siete, entonces. Genial, no será más que un simple paseo. Pero aún así
tiene la sensación de que hay algo no cuadra. El gato. Antes no estaba. ¿Quién lleva un
maldito gato a una nave espacial? Ese bicho seguro que no viajaba solo. La Ganymed
Explorer debe haber tenido contacto con alguien más. Si se hubiera acercado a Anfitrite
otra nave de forma oficial, la habrían informado de ello. Así que se tratará de una nave
privada, en misión oculta, lo cual se confirma con la presencia del gato. Ella jamás
habría permitido que nadie de su tripulación se llevara a una mascota a ese viaje.

Una misión correo. Durante el viaje de vuelta hubo ese caso de un hombre en una
nave correo, que se les cruzó en el camino. No recuerda su nombre. Debería estar ya
más que muerto. Pero Meltem también quería desenterrar más información al respecto.
¿Y si ese hombre no se murió sino que fue rescatado por Rott y Yakutina? También
podría ser que solo rescataran al gato este. Pero mejor no contar con ello.

Si ella fuera ese hombre, estaría muy cabreado con ella y haría todo lo posible por
castigarla. Aunque tampoco fuera de una forma muy fina, la decisión de dejar fuera de
combate esa nave correo, sin destruirla del todo, era buena y correcta. Una explosión de
los propulsores podría haber sido percibida desde lejos y habría generado preguntas
innecesarias. Ha sido solo mala suerte que hubiera ayuda cercana. Pero debería
aprender algo de todo esto. Si alguna vez vuelve a estar frente a una decisión así, mejor
enviar a cualquier curioso al otro barrio cuanto antes. Para ello no hace falta que explote
su nave.

Aparece una cabeza por la compuerta. Es Dimitrenco. Le hace un gesto de


asentimiento y empieza a introducir desde abajo cajas en la central. Ha sido buena idea
venir a la Ganymed Explorer bien equipados. Ahora puede planificar su expedición con
total tranquilidad. A la Yevgeniya esa, que la den por saco.
16 de mayo de 2079, Anfitrite

—Aquí, esta zona plana parece ideal —dice Vera y muestra una mancha oscura en el
centro de la pantalla.

El mapa del planeta está codificado por alturas. Hay muy pocas manchas oscuras,
pero muchas curvas claras que se distribuyen por la superficie según un sistema
desconocido. Vera quiere evitar en lo posible estas montañas en forma de serpientes.
Por su culpa perdió a cinco hombres en su última visita. Posteriormente resultó ser una
bendición, porque así ya no tenía que discutir durante horas con el «viejo», el capitán,
para poder imponer sus deseos; pero ahora necesita a su gente para enfrentarse a la
posible resistencia allí abajo.

Antes ya se enteró de que aquel hombre se llamaba Doug Swartzenberg. Va bien


saber el nombre y la cara de sus enemigos. Abre las fotos de los tres, menciona sus
nombres para recordarlos bien y los pasa uno tras otro bien grandes por la pantalla. Sus
hombres también deben saber a qué se van a enfrentar.

El ordenador notifica un intento de contacto desde la Holandés Errante. Solo puede


ser Yevgeniya. Vera acepta la llamada.

—Aquí Yevgeniya —se anuncia—. La Tierra ha intentado contactarte.

—Podrías haberme pasado la llamada.

—No, no quería molestar durante los preparativos.

Buena excusa. Solo querías saber de qué se trata.

—Muy amable. ¿Y por qué me molestas ahora?

—No tengo elección. Es urgente.

—¿Qué es eso tan urgente que quieren?


—Los astrónomos han detectado ya que el planeta abandonará nuestro sistema.

—Pues qué pena.

Vera se esfuerza en que no se le note su entusiasmo. ¡Porque eso es sensacional! El


valor del polvo negro subirá exponencialmente. No tendrá que volver a trabajar en su
vida.

—Se te pide que lleves a cabo la operación con la máxima eficacia.

—Ya me lo imaginaba. ¿Se soluciona con eso también el asunto de tu maletín?

—Al contrario. Se ha vuelto aún más importante y tiene ahora prioridad absoluta.

—Gracias por avisar. No te preocupes, que te pasaremos a recoger a tiempo,


Yevgeniya.

—Exijo que me bajes la primera al planeta. Tenemos que instalar el maletín en un


lugar adecuado y no importa lo que pase después.

Instalar un maletín, uy, qué misterioso.

—Aún tenemos tiempo de sobras y la planificación de la misión es cosa mía. En


cuanto hayamos llenado los almacenes de la Holandés Errante pasaremos a recogerte,
Yevgeniya.

Eso sí que ha sentado bien.

—Como quieras. Solo puedo advertirte. Si mi misión fracasa, tendrás que atenerte a
graves consecuencias.

—Pues me alegra que lo hayamos hablado.

Vera corta la comunicación antes de que Yevgeniya lo haga por su lado. Esa mujer le
recuerda a su hermana mayor, que siempre quería ser la jefa mandona para todo. Ya
sufrió lo suyo con ella.

Nadie dice nada. Vera observa las caras de los hombres a su alrededor. Seguro que
más de uno de ellos se alegra en secreto de que trate a Yevgeniya con tanto
menosprecio. Pero hacen bien en no mostrar su alegría. No están en posición de hacerlo
y lo saben. «Siempre es bueno que los empleados te tengan miedo», solía decir su padre.
Pero no pretendía con ello enseñarle algo a Vera, sino a su hermana mayor. A la
pequeña Vera, la segundona, nunca la consideró digna de sus consejos. Aunque ella
siempre estuvo colgando de sus labios. Siempre había sido la auténtica sucesora de su
padre. Ese tontaina no se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde. Normal, al fin y al
cabo, era un hombre.

—Bajaremos dos Rovers —ordena Vera—. Nkrumah ya los ha transformado. Uno


tiene una pala excavadora y el otro, una pala barredora; y ambos incorporan una caja de
carga. Crowley llevará uno, Pippen el otro. Barreremos polvo negro hasta llenarlas del
todo. Luego, subiremos a la órbita para descargarlo. Espero que se haya acumulado
suficiente polvo en esa planicie.

—Si el planeta posee la más mínima atmósfera, es posible que alguna corriente eche
el polvo —dice Nkrumah.

Los demás se ríen disimuladamente. Los hombres a veces se ponen cachondos, pero
también se portan como niños pequeños.

—Ya sabéis a lo que me refiero —señala Nkrumah.

—Sí, gracias por la aclaración —dice Vera—. También tenemos un plan B y un plan
C: si el polvo no es suficiente, habrá que penetrar más.

Los hombres vuelven a soltar risillas. La ausencia de lo que puede uno encontrar en
los puertos militares tiene, sin duda, sus peros. Cuando los hombres disfrutan solo de
sexo en realidad virtual, parece que se convierten en quinceañeros.

—Espero que hayáis cogido ya el paquetito de pañuelos y la fiambrera, porque nos


ponemos en marcha.

—¿Cómo? ¿Cuándo? —pregunta Pippen.

—Ahora. A la esclusa todo el mundo.

Nkrumah tenía razón. Al aterrizar la lanzadera se dieron cuenta de la ausencia de


polvo. Podría haber sido una casualidad como un templo, pero confiar en casualidades
no va con Vera, así que envía un Rover hacia el Norte y el otro hacia el Sur. Tiene la
sospecha de que los conductores regresarán sin haber tenido éxito.
—¿Tienes algo ya? —pregunta Nkrumah.

Vera está sentada en el último escalón de la escalerilla que lleva a la esclusa de la


lanzadera. Nkrumah está toqueteando distintos dispositivos de medición a su
alrededor. Vera quería pasar de inmediato al plan B, pero Kofi la ha convencido de que
sería mejor descubrir primero por qué ha fracasado el plan A. Es optimista y cree que
podría descubrir el motivo.

—Sí, esto es de los más interesante —dice—. He consultado los antiguos datos, los
de nuestro primer aterrizaje en Anfitrite. No fue en esta planicie, sino sobre una de esas
montañas que hacen las serpientes. Allí, el polvo no debería fijarse al suelo tan bien
como aquí. Pero incluso así, debería haber una capa de un centímetro de espesor allí.
Eso es en lo que se hundió nuestra nave al tomar tierra.

—¿Podemos medir eso?

—Sí que podemos. El lugar de la nave lo conocemos al milímetro.

—Bien, ¿y eso qué significa?

—Yo solo aporto datos.

—Entiendo. Me parece bien. No quieres asumir ninguna responsabilidad. Con el


sueldo que cobras yo tampoco lo haría. Pero yo sí tengo una ligera idea de que pronto
disfrutarás de un ascenso.

—Caramba, eso sería…

—Eso sería maravilloso, mi capitana —dice Vera.

—Eso sería maravilloso, mi capitana —repite él obedientemente.

—¿Qué más tienes, Kofi?

—He analizado el suelo. Hay una delgada capa de polvo de dióxido de silicio.

—¿Arena?

—Arena muy fina, sí. Extremadamente fina.

—Lo dices como si fuera algo fuera de lo normal.


—Y lo es, sobre todo con esta atmósfera tan tenue. No se me ocurre nada que pueda
erosionar unos granitos de arena tan finos.

—Entonces debe haber otra causa.

—Exacto. Una explicación podría ser que aquí había una capa más gruesa de polvo
de carbono con pequeñas cantidades adicionales de dióxido de silicio. Y entonces
alguien ha encendido el carbono.

—¿Alguien? —pregunta Vera.

—O algo; un rayo, por ejemplo. O también el chorro de los propulsores de una nave
espacial. Lo que quedaría sería este dióxido de silicio, que no se combustiona. Ya está
oxidado. Solo que hay un problema.

—La tenue atmósfera.

—Exacto. Hace falta bastante oxígeno para poder quemar todo el carbono.

—¿Podría haber llegado ese oxígeno aquí por vías naturales?

—Es muy improbable. La atmósfera es demasiado tenue para ello, y no he detectado


prácticamente ninguna corriente.

—Pues entonces, alguien se ha paseado por esta planicie con una bombona de
oxígeno y ha quemado todo el carbono.

—Esa sería una conclusión lógica. Aunque solo suponiendo que el dióxido de silicio
no procede de otra fuente distinta a la combustión del polvo de carbono.

—Comprendo. Un análisis excelente, muchas gracias.

—Un placer, mi capitana.

Nkrumah desaparece de nuevo detrás de la lanzadera sin despedirse. Es una pena;


si fuera un poco más extrovertido, le habría nombrado hace tiempo su segundo de a
bordo. Parece ser el único que intelectualmente está más o menos a la altura de Vera.
Esa cosa de la conciencia ya se la quitaría poco a poco. La humanidad no se merece que
uno se rompa la cabeza pensando en ella.
Pero el escenario que ha desarrollado lo merece. ¿Quién malgastaría su valioso
oxígeno para limpiar la planicie de polvo de carbono? ¿Cuál sería el motivo?
Técnicamente no debería ser un problema. Un Rover equipado con un par de bombonas
de aire podría recorrer sistemáticamente la superficie; no más de una semana de trabajo
y, además, sin peligro alguno. El fuego no puede extenderse fuera de control. Se
imagina a dos equipos con un Rover cada uno, recorriendo la planicie empujando una
apisonadora de fuego por delante.

Incorrecto. Como máximo habrá tres personas. Que se separaran para ello es
improbable. ¿Quién se pasa voluntariamente varios días caminando por esta oscuridad?
Los seres humanos no son así. La mayoría de ellos necesita conversación. Incluso a ella
le pasa a veces. Pero no puede darse el lujo de charlar con Nkrumah sobre esta planicie.
La cara IA de asesoramiento que le han puesto a disposición tampoco es un buen
sustituto.

Digamos entonces que un equipo de tres personas ha pasado varios días, o semanas,
eliminando el polvo de la superficie. ¿Por qué? Se le ocurren dos razones. Primera: el
polvo podría haber resultado ser peligroso por algún motivo. A lo mejor tiene algo que
ver con los experimentos que ha hecho Nkrumah a bordo. Pero, para ello, siempre hacía
falta luz, y prácticamente no la hay de ningún tipo. Segundo: han eliminado el polvo
para que nadie lo pueda cosechar. Se trataría entonces de un sabotaje.

Y esto significaría que se ha filtrado algo de información. Meltem y Denise no


tuvieron éxito a bordo de la nave; de eso ya se ocupó ella. Pero a lo mejor Chen no ha
seguido al pie de la letra sus instrucciones. Si fuera cierto, tendría que cumplir sus
amenazas. Su madre, o su padre, tendrá que morir. Si no cumpliera sus amenazas,
perdería credibilidad y, sin ella, la gente le perdería enseguida respeto. Le sabe mal por
los padres, pero uno de los tendrá que pagar por las estupideces de su hijo. Chen no de
la pena alguna.

Aunque, claro está, dará las instrucciones pertinentes cuando esté segura. El poder
conlleva también responsabilidad. En los próximos días podrá saber, cuál de las teorías
es la acertada.

—Tengo algo más —dice Nkrumah.

Vera mira a su alrededor con el foco del casco, pero no lo encuentra; la desventaja de
la radio del casco es que siempre parece que tu interlocutor está al lado tuyo.

—¿Qué? —le pregunta.


—Se trata de la superficie de esta planicie.

—¿Más silicio?

—Era dióxido de silicio. Pero he rascado un poco debajo de esta fina capa y he
encontrado algo.

Nkrumah hace una pausa.

—No me obligues a jugar a las adivinanzas, que no tengo tiempo para eso.

—Oh, perdón. Encima de la roca, dura y firme, hay una capa muy fina de carbono.

—Ajá, entonces no se ha quemado todo.

—Creo que se ha creado después de la combustión.

—Muy interesante. ¿Creado? ¿Qué significa eso?

—Creo que… está creciendo. Se extiende. No muy rápido y, como digo, en una capa
finísima, pero es un proceso que desconocíamos hasta ahora.

—¿Una reacción como con el polvo en el experimento de a bordo? ¿No es demasiado


oscuro para eso?

—Tampoco reina una oscuridad absoluta. La intensidad de la luz no es comparable


con la de la Tierra, pero sin duda llega algo de energía.

—Gracias Kofi. ¿Podemos hacer algo con ese descubrimiento?

—Sin duda. Puedo intentar descubrir cuándo se liberó la planicie de polvo negro.

—Pues ya me tienes en ascuas.

—Para eso tengo que hacer algunos análisis más. Hasta ahora solo he podido
calcular la velocidad de crecimiento de esta fina capa de forma muy aproximada.

—Pues hazlo.

—A sus órdenes, mi capitana.


—¿Kofi? Con ese valor muy aproximado, ¿podrías ya darme una estimación igual de
aproximada?

—Sí; así debería haberse quemado el polvo hará de dos a cuatro semanas.

Media hora después se comunica Pippen por radio.

—Regresamos. No hemos encontrado ese polvo negro.

—Gracias, ya me lo imaginaba. Pues tendremos que extraerlo de entre las montañas


esas —dice Vera.

No está muy segura de ello, porque allí perdieron a cinco hombres en su último
aterrizaje en Anfitrite. Pero un encargo es un encargo. Ese polvo vale más que la vida de
un par de mercenarios. Para sus clientes es incluso más valioso que la propia vida de
Vera, eso es evidente. Si no se ocupa ella misma de mantenerse con vida, nadie más lo
hará por ella. Sus hombres también deberían saberlo. ¿Por qué, si no, se han convertido
en mercenarios? Esto no es precisamente el ejército de salvación.

—No necesariamente —dice Pippen—. Hemos encontrado la entrada a una cueva.

—Deja que adivine: allí dentro hay cantidad de polvo, ¿a que sí?

—Exacto, mi capitana. La capa mide de siete a ocho milímetros de espesor, al menos


en la entrada. Pero no hemos querido entrar más.

—Pues claro que no, ya solo faltaría eso. Esperaos allí y lo comento con el resto del
equipo, a ver cuándo podemos llegar a vuestra posición. Envíame la ubicación exacta,
por favor.

—A la orden.

Vera sonríe. No es una casualidad. Si un proceso natural hubiera eliminado el polvo,


no se habría parado delante de la entrada a la cueva. Alguien quiere que caigan en una
trampa. Es todo un desafío que debe aceptar y superar. Pero, eso sí, solo bien
preparada. El precio debe estar a la altura del esfuerzo.
—Es ahí delante —dice Pippen y señala en dirección este.

Vera no ve nada.

—¿Dónde exactamente? —pregunta.

—Bill, enfoca los faros del Rover hacia la entrada —ordena Pippen.

Dos blancos canales de luz se mueven sobre el suelo gris hacia la izquierda. Aparece
un agujero ovalado, cuyo borde separa la parte iluminada del oscuro interior.

—Vamos, chicos. Llevadme allí.

Vera se sube al estribo lateral del Rover y se sujeta al asiento, mientras Bill
Dimitrenco dirige el vehículo hacia el óvalo. Cuanto más se acercan, más lo iluminan los
faros. Justo detrás de la entrada a la cueva se tropiezan con un borde bastante afilado
que desciende casi en vertical. Luego, la pendiente se suaviza rápidamente. Vera tiene
la sensación como si aquí alguien hubiera extraído una parte de la roca con una cuchara
para hacer bolas de helado.

—¿Este borde supone algún problema? —pregunta ella.

—No, el Rover puede superarlo y cuesta abajo sin duda alguna. Solo cuando
queramos regresar deberíamos montar una rampa.

—¿Es complicado?

—Para nada. Ensamblar las piezas, colocar la rampa, subir. Unos cinco minutos.

—Bien. Aunque si tuviéramos que salir huyendo de algo, podría suponer un


problema.

—¿De qué tendríamos que huir? A mí no me mete miedo nadie tan fácilmente.

Bill señala hacia el maletín con armas que va fijado al lateral del Rover. Típico. Hay
muchos peligros contra los que no hay arma en el mundo que pueda hacer algo, pero
Bill se fía de su rifle. Si no, tampoco se habría hecho mercenario. Y tampoco es que le
falte razón: el principal peligro vendría aquí de otras tres personas. Aunque seguro que
no les atacarían abiertamente. No pueden ser tan tontos. O eso espera. Si resulta
demasiado fácil, ganar no le supondrá diversión alguna.

—El pasillo podría hundirse —dice Vera—. Contra eso no te servirá de mucho las
armas.

—De acuerdo, lo admito. ¿Nos metemos igualmente? —pregunta Bill.

—Esperad un momento —pide Nkrumah.

—Para, Bill —ordena Vera.

Prestará atención a todas y cada una de las propuestas de Nkrumah mientras no le


recomiende mantener el polvo lejos de la Tierra.

—Gracias —dice el científico—. Tengo un cálculo más exacto. Se basa en la


suposición de que cuando aterrizó nuestra lanzadera, aún no existía esa capa delgada.

—Es muy probable —comenta Vera.

—Pues bien. Ya que conozco el momento de nuestro aterrizaje, he podido calcular la


velocidad de expansión de esa capa. La planicie fue liberada del polvo hace solo cuatro
días.

—Gracias, Kofi. Así que, sea quien sea que lo haya hecho, no puede estar muy lejos.

Ha ido muy justo. Si en Héctor no hubieran estado obligados a esperar a Yevgeniya,


quizás habrían pillado a Rott, Swartzenberg y Yakutina con las manos en la masa.
Entonces no deberían preocuparse ya por ellos. Habrían cosechado la superficie y
abandonado luego el planeta. Un par de meses después habrían llegado los millones a
su cuenta bancaria. Así que la culpa de tener ahora que perseguir a las ratas en su
agujero es de Yevgeniya.

A Vera le apetecería arrancarle la piel a tiras.

—Oye, Nkrumah. Si el suelo de la cueva está cubierto por el polvo, ¿no podríamos
prenderle simplemente fuego?

El fuego se extendería rápidamente hacia abajo. Seguro que esas tres ratas no
cuentan con ello.
—Deberíamos conseguir rellenar la cueva con oxígeno. Pero no disponemos de tanto
y entonces el polvo tan valioso desaparecería.

—Tienes razón, es una idea estúpida.

De todas formas, a Vera le gusta imaginarse solucionar el problemilla de esta forma


tan espectacular. Tres personas que se creen especialmente listas las atraen a una
trampa y entonces les cae un muro de fuego encima. A Vera le encantan estas sorpresas.
17 de mayo de 2079, Anfitrite

Vera se ha quedado sin sorpresa y se siente decepcionada. Los enemigos actuales ya no


son lo que eran. Seguramente se han retirado muertos de miedo hasta el fondo de la
cueva, esperando que se marchen. Al menos, el transporte del polvo funciona de
maravilla. Los Rover se desplazan de la cueva a la lanzadera en varios viajes. La
lanzadera ya ha subido dos veces a la órbita para descargar. Los almacenes están llenos
en una tercera parte. Llegó un momento en que estaban tan cansados, que Vera ordenó
parar y descansar. Esa gran sala con las curiosas rocas en el centro le parecieron un
lugar ideal.

Vera oye pasos a lo lejos. Debe ser Crowley, que asume la primera guardia con
Pippen. Es curioso que pueda oírlos. Pero Nkrumah ya les ha dicho que, aquí abajo, la
atmósfera es sorprendentemente densa. Ya había pensado en pasar del todo de
vigilancia, pero tampoco quiere facilitarles las cosas a sus enemigos. Ya que han
montado las tiendas para dormir, necesitarían un par de minutos para reaccionar ante
un ataque.

Se gira hacia el otro lado dentro de su saco de dormir. Aunque tiene una tienda para
ella sola, no puede conciliar el sueño. El mantenimiento de vida hace tanto ruido, que le
gustaría apagarlo. Pero tiene un miedo irracional a no despertarse por morir asfixiada
durante la noche. Es una tontería, sin duda. El mantenimiento de vida se pone
automáticamente en marcha cuando el contenido de oxígeno es inferior al 15 por ciento.
En principio, no podría pasar nada.

En principio. Se autoconvence de que no puede soportar depender de una máquina.


Pero entonces sería incapaz de volar por el espacio. En el cosmos, el ser humano no
existiría sin las máquinas. No; es más bien la pérdida del control lo que la asusta. Deja
en manos de las máquinas decidir sobre la vida y la muerte. Tampoco es que se aferre
demasiado a la vida. Si estuviera muerta, le importaría un comino. Pues estaría muerta.
Pero nadie puede tomar decisiones así excepto ella; o no, mejor dicho, nadie puede
tomar esa decisión con tanta inteligencia como ella.
Vera mira su reloj. Es bastante más de medianoche. Los pasos se acercan y luego se
alejan de nuevo. Un haz de luz roza la tienda. Es tranquilizador saber que alguien está
de guardia ahí fuera.

Cuando se despierta no sabe bien por qué se ha despertado. La pared de la tienda está
iluminada. Afuera debe haber salido el Sol. Vera bosteza. Será un día hermoso, seguro.
De repente se da cuenta de qué es lo que no cuadra aquí. Anfitrite está demasiado lejos
del Sol para un amanecer así. Y se ha metido muy dentro de una cueva para dormir.

Afuera se oyen voces. Qué va, salen de los auriculares. Agarra el casco y se lo pone.

—… tranquilos, tíos —dice Nkrumah.

—Pero ¿qué mierda es esta? —pregunta Pippen—. ¿Puede alguien apagar la luz?
¡Solo son las cinco de la mañana y tengo derecho a dormir tranquilo!

Ese es Crowley. El hombre tiene razón, naturalmente. Ha tenido la primera guardia


y habría que dejarle dormir. Pero, ¿de dónde sale toda esa luz? No pueden ser solo los
focos de los dos Rover.

—¡Silencio! —grita ella—. Aquí Vera. ¿Puede alguien decirme qué está pasando?

Por precaución, empieza a ponerse el traje espacial. Las sorpresas en el espacio no


suelen ser nunca muy positivas.

—Todo el techo de la sala se ha iluminado de golpe —explica Nkrumah—. No


sabemos más.

—¿Quién estaba de guardia?

—Frank y yo.

Eso es bueno. A Nkrumah no se le pasa ninguna cosa importante.

—¿Ningún movimiento, entonces?

—No, nada. Solo la luz.


Vera ya no se da prisa para ponerse el traje. Un ataque con luz es algo que no había
oído nunca. Tiene que salir de la tienda, pero no debe cometer errores. Quizás es eso lo
que están esperando sus atacantes. Que salgan con pánico de sus tiendas y se olviden
de ponerse bien el casco y se mueran agonizando por asfixia. Vera sonríe. Estos planes
solo los pueden elucubrar unos civiles.

—Corrijo —dice Nkrumah.

—¿Qué pasa? —pregunta Vera.

—Sí hay movimiento. Es el polvo. Se está… moviendo. Se sube a todo lo que hay en
el suelo.

—Mierda, ¿qué es eso?

—Es la misma reacción que observamos en el experimento. Solo que a una escala
mayor. Mucho mayor. El polvo aquí debe ser… más activo. Es fascinante.

Se hace más oscuro. Tiene que salir de la tienda. ¡Rápido!

—¿Ha bajado la luz? —pregunta.

—No, sigue igual de intensa —responde Nkrumah.

Mierda. Debe ser el polvo negro. ¿Qué le pasaba al material con el que entraba en
contacto? Extrae el carbono. La tienda es de un tipo de plástico, pero evidentemente con
carbono. Se cierra la parte inferior y ya está poniéndose la parte superior. Brazo
izquierdo, brazo derecho. Vera empieza a notar que le falta aire. ¿O se trata de un
ataque de pánico? Debe conservar la calma. ¿No debería mirar cómo están los demás?
No ha oído todavía nada de Dimitrenco ni de Shultz.

—¡Dimitrenco, Shultz! ¿Cómo estáis? —grita Vera, mientras se pone el casco sobre la
parte superior.

Está a punto de acabar. Esos dos no responden.

—¡A los que estáis fuera, mirad qué pasa con Dimitrenco y Shultz!

¿Es que hay que dar órdenes para todo? El cierre del casco hace el ruidito de
enganche. Ya está segura. Vera agarra el cierre especial de la tienda y sus dedos
atraviesan la tela. Lo ha conseguido por los pelos. El aire sale de golpe de la tienda y la
tela le cae encima. ¡Solo le faltaba esto! Se pone en pie. La tienda cuelga de su cabeza.
No ve nada más que luz muy blanca. Intenta arrancar la tela de la tienda, pero no es tan
quebradiza por todos lados y sus dedos ya no encuentran la grieta. Vera tira de la tela
de la tienda. Sería divertido si no fuera cuestión de vida o muerte. Algo tira de ella hacia
un lado. No, no es ella, algo tira de la tela. Oye un sonido de rasgado.

—Cuidado, voy a cortar el resto con el cuchillo —dice Nkrumah—. No te muevas


ahora.

Se queda muy quieta hasta que la tela baja frente a sus ojos como la cortina de un
teatro. Se arranca el resto de encima. De repente, la tienda le da asco.

—Gracias, Nkrumah.

Ya está fuera. A un par de metros frente a ella está la curiosa roca. Cuando se le da
un golpecito, oscila. Resulta imposible volcarla. Vera camina a su alrededor. Detrás
habían montado la tienda Shultz y Dimitrenco. Encuentra una montaña de polvo negro.

—¿Dónde están esos dos? —grita—. ¡Shultz, Dimitrenco, dónde estáis!

Nkrumah se le acerca. Lo reconoce siempre por su gran envergadura. Señala hacia la


montaña de carbono.

—Justo allí estaba su tienda.

—Mierda —exclama Vera—. ¿Seguro que no han conseguido salir?

—Al menos, ya no están aquí en la sala.

—Entiendo. Vera a todos. Hemos perdido a Shultz y a Dimitrenco. Esta mierda de


polvo los ha dejado aquí enterrados.

Eso suena mejor que decir que se los ha comido, aunque sería más fiel a la verdad.

—Debemos darnos prisa en salir de aquí —dice Vera—. La propagación del polvo
debe estar relacionada con la luz. ¿Hay alguna forma de cargarse esas fuentes de luz?

Mira al techo. La luz llega desde la parte anterior de la sala. Pero no hay ni un foco
que puedan destruir. Saca la pistola y dispara un tiro contra nada en concreto. La bala
choca contra el techo, pero no deja huella alguna.
—No lo parece —dice Nkrumah.

—Volvamos al pasillo del que vinimos. No puede haber tanta luz por todas partes.
Frank, encárgate del Rover 1, Maurice, tú te ocupas del 2.

—Hay un problema —dice Pippen—. Las ruedas están pinchadas.

Mierda. Tendrán que dejar los Rover atrás y, con ello, gran parte de sus reservas de
aire. Pero para volver a pie hasta la superficie necesitan más de un día. Mierda. Esto la
va a obligar a tomar un par de decisiones desagradables.

—¿Capitana? Tengo las botas llenas de esa cosa negra —dice Crowley.

El polvo no le deja tiempo para nada. Debe decidirse ya. Ya no puede ganar, solo
minimizar daños. Tendrá que regresar con los almacenes llenos solo en una tercera
parte. Su cliente no estará muy entusiasmado, que digamos. Necesitan los Rover, al
menos uno de ellos. Las ruedas se pueden cambiar. El bastidor es metálico.

—¡Cuatro hombres al Rover 1, ya! —grita—. Tenéis que empujarlo fuera de la sala
hasta el pasillo, donde está oscuro.

¿Tiene suficientes hombres para ello? ¡Mierda!

—Nkrumah, tú te quedas aquí. Te necesito como asesor científico.

Vera se mira hacia abajo. Sobre las punteras de sus botas distingue una capa negra.
Se las limpia con un trozo de tela de tienda y tira luego el trozo lejos. «Conmigo no».

—Ven, Kofi, sacaremos del Rover 2 todo lo que podamos llevar.

Mientras Crowley, Pippen y Strombomboli empujan resoplando el pesado Rover


hacia la entrada de la sala, corre con Nkrumah hacia el otro Rover. Necesitan, sobre
todo, el oxígeno. Un par de días pueden pasarlos sin comida ni agua; el mantenimiento
de vida del traje mantendrá a sus ocupantes hidratados durante una semana. Saca una
bombona de oxígeno tras otra del Rover y se las carga a la espalda a Nkrumah.
Entonces hace lo mismo consigo misma. Como dos burros de carga, con cuatro
bombonas cada uno, 80 kilos. No aguantarán mucho así.

Pero deben llegar hasta la oscuridad segura. Ha subestimado a sus enemigos. Pero,
¿a quién se le ocurre utilizar luz como arma? Ya nunca más podrá tumbarse al sol a
gusto. Si es que llega jamás a ver el sol de nuevo. El enemigo no entiende de bromas.
Dimitrenco y Shultz habrán muerto asfixiados. Así es la guerra. Los dos se apuntaron a
correr este riesgo y se les ha pagado por ello; y ahora han pagado por ello con sus vidas.
Así es como funciona. Tampoco ella se quejará si se muere aquí.

Pero aún no ha llegado el momento. Resopla y gruñe de cansancio. Nkrumah está


dos pasos por delante de ella. Está muy en forma, ya se ve. Bueno para él. Si ahora se
cae y se la traga el polvo, tendrá grandes posibilidades de sucederla en el cargo. Nadie
llorará por los perdedores. Los millones irán a parar a la cuenta de Nkrumah y no siente
ninguna envidia por ello. Simplemente ha sido mejor que ella en el momento decisivo.

Ahora Nkrumah se ha ido. Es decir, habrá alcanzado ya la oscuridad salvadora.


Estará apoyado en la pared, descansando y esperándola.

Entonces resbala su bota. En la entrada, la roca está limpia. Vera cae hacia delante.
No suelta las bombonas por pura cabezonería. Su casco choca contra el metal. Oye un
crujido brutal, pero el vidrio especial ha aguantado. Ha tenido suerte. ¡Esas hermosas y
valiosas bombonas! Se van rodando hasta llegar a las botas de Nkrumah, que acaba de
salir de la sombra. Pasa por encima de ella, ignorando todo lo que podría suponer su
supervivencia y se agacha para cometer el siguiente error. «¡No me toques!» desea
gritar, pero no es capaz de decir nada. Nkrumah la agarra por el brazo derecho, la
levanta y la lleva con él a la oscuridad, donde la deposita en el suelo como un trofeo.

A Vera ya no le quedan fuerzas. Se abandona a su rescate y respira diez, quince


veces profundamente. Nkrumah es mucho más tonto de lo que creía. No sirve para
sucederla y no puede recomendar que le asciendan.

Y solo quedan cinco. Vera los cuenta una y otra vez, aunque ya sabe que siete menos
dos, cinco. Esta mierda de polvo es realmente muy peligrosa. Es distinto ver un
experimento realizado tras un cristal de seguridad que experimentarlo en la realidad.
Por eso su función es más importante que nunca. Una sustancia tan potente, en las
manos correctas, puede revolucionar el futuro, o convertirse en un arma muy potente.

Lo que pase con el polvo es algo que decidirán otros. Su objetivo es llevar todo lo
posible a la Tierra. Una pena lo que les ha sucedido a Dimitrenco y a Shultz. Eran dos
buenos soldados y sin ellos le costará más cumplir con su objetivo. Pero la humanidad
ha hecho mayores sacrificios con motivos menos importantes.
Vera se pone en pie. No debe descansar más. Los diodos de luz en su dispositivo
multifunción brillan casi todos en verde. Solo el indicador de oxígeno está en naranja.
Pronto cambiará a rojo. Hay una oscuridad casi total, pero por si acaso se sacude para
eliminar cualquier resto de polvo. Los hombres entienden el gesto, por lo que no tiene
ni que pedirles que se pongan en marcha. Cuatro sombras se ponen de pie y ocupan sus
lugares alrededor del Rover.

—A la de tres. Uno, dos, tres —da la orden Nkrumah.

Al cabo de una hora, los cuatro hombres respiran tan pesadamente que Vera ordena
hacer una pausa. Debe ahorrar recursos y eso afecta también a la tripulación.

—Kofi, ven, te necesito.

Nkrumah le da un golpe en la espalda a Crowley, que respira ya con dificultad


apoyando las manos en sus muslos, y se acerca a ella. Nkrumah sí que es un buen líder.
Vera gira la mano con los dedos estirados; la señal de cambiar de frecuencia. Los otros
tres hombres no tienen que oír lo que tienen que hablar.

—Menudo esfuerzo ¿verdad?

—Sin duda. Sobre las llantas, la resistencia del Rover es demasiado grande —
responde Nkrumah.

—Avanzamos demasiado despacio.

—No podemos ir más rápido, capitana. Los hombres están ya hechos polvo.

—Llámame Vera a partir de ahora.

—De acuerdo, mi capitana. Vera.

—Bien. Pero tenemos que avanzar más rápido como sea. Ya he pensado en eso.
Podríamos descargar el Rover para que pese menos. Aunque lo estamos empujando
precisamente por la carga que lleva.

—Por el oxígeno para todos.


—Correcto. Pero a este ritmo necesitaríamos cuatro o cinco días para regresar. No
tenemos comunicación con la nave. Yevgeniya pensará que hemos desaparecido e
iniciará el viaje de regreso.

—¿Puede hacer eso?

—Con permiso de la Tierra, sin duda. La Holandés Errante es capaz de regresar de


forma autónoma.

—¿Nos dejaría en la estacada? —pregunta Nkrumah.

—En cuanto haya cumplido con su función, el resto le importará un comino. Por eso
he dejado la misión del maletín para el final. Pero en el fondo no nos necesita. Si nos
consideran desaparecidos, hará que suba la lanzadera y bajará ella sola para esconder el
maletín en algún sitio.

—Ese maletín…

—No tengo ni idea de lo que contiene, créeme.

—Entonces tenemos que volver cuanto antes —dice Nkrumah.

—A ello iba, Kofi. Si dejamos el Rover atrás, avanzaremos con mayor rapidez. Cada
uno de nosotros debería llevar tanto oxígeno como sea capaz.

—Pero la cantidad no será suficiente para todos.

—Soy consciente de ello. Repartiremos el aire de forma que al menos dos de


nosotros lo consigan, tú y yo, eso debería bastar.

—Pero… los otros no aceptarán jamás algo así. ¡No arrastrarán nuestro aire para
asfixiarse luego!

—Por eso sortearemos quién tiene que darle al otro su aire. Voy a apañar las
posibilidades para que los ganadores sean los que queremos que sean.

—¿Y si los hombres sospechan?

—Creo que aún tengo suficiente autoridad. Además, solo llamará la atención hacia
el final, cuando solo quedemos tres. Y para el tercero será ya demasiado tarde.
—Yo… no sé. Es un engaño. Es injusto. ¿Por qué debo vivir yo y dejar morir a los
otros?

—Porque eres mejor que ellos.

—¿Lo soy? He estudiado, sí. Pero Crowley es mejor haciendo flexiones y Frank
habla mejor el italiano.

—Ya sabes que qué me refiero. Los hombres te escuchan. Tienes una autoridad
natural. Aunque Crowley pueda ganarte en una pelea uno contra uno, se somete a ti.
Voluntariamente. Es un don que sería una pena desperdiciar. Los otros no son más que
carne de cañón.

—No quiero ese don —dice Nkrumah.

Vera esperaba esa respuesta. Pero no le cree. Lo que ocurre es que no lo sabe. Todos
quieren sobrevivir.

—La elección es tuya. Con cada sorteo, es decir cada seis horas más o menos, les
daré a todos la oportunidad de entregar voluntariamente su oxígeno independiente de
cuál sea el resultado. Podrás convertirte en mártir cuando quieras. Pero no creas que los
demás te lo vayan a agradecer.

—Eso es más justo —dice Nkrumah.

—Ya veremos cómo sale.

—Voy a hablar ahora con los chicos y les explicaré cómo vamos a continuar.

Sin el Rover avanzan mucho más rápido. A ese ritmo, quizá solo pierde a dos hombres.
Pero para eso tiene que ir todo sin fallo alguno.

Para el sorteo, Vera programa una pequeña herramienta en su dispositivo


multifunción. El programa hace como si tirara los dados. Pero el resultado ya viene
predefinido. Para Frank saldrá un 1 y para Crowley un 6, los demás tendrán un
resultado aleatorio entre ambas cifras. Así que Frank morirá primero. Aún le reprocha
que estuviera a punto de traicionarla con la puta esa de Denise.

Hombres…
Enseña a todos el programa en su dispositivo. Todos los aceptan como juez entre la
vida y la muerte, pero ninguno puede comprobar si el programa es realmente aleatorio.

—2 —dice Nkrumah.

Y lanza a Vera una mirada interrogativa. «¿Ahora sí quieres quitarte de encima?» es


lo que la mirada parece decir.

—6 —informa Crowley—. Espera, ¿puedo repetir?

—No, ahora es el turno de Frank —responde Vera.

Frank toca la pantalla y el dado empieza a girar.

—1 —lee—. Mierda.

Nadie comenta nada.

—Ahora tú, Maurice —ordena Vera.

—2 —dice Pippen—. Ha habido suerte.

—Aún no sabemos nada —dice Vera—. Yo también podría sacar un 1 y entonces


habrá un empate.

—¿La capitana también participa? —pregunta Crowley.

—Pues claro. ¿No os lo había dicho?

Toca la pantalla. Las cifras pasan volando. Reina una gran tensión, aunque el
resultado ya está preestablecido. Al final se queda parado en un 3.

—Ufff.

—Frankie, lo siento muchísimo —dice Crowley.

Frank se queda callado. Es demasiado oscuro para ver su cara. Vera le observa. Debe
tener cuidado, ya que, en situaciones desesperadas, hay gente que se crece mucho.
Frank sigue teniendo su arma en el cinto, así que no le da la espalda en ningún
momento.
—Bien, llenemos entonces nuestras bombonas —dice ella.

Frank va de uno al otro hasta que quedan vacías todas las bombonas que llevaba
consigo. Se comporta de forma ejemplar.

—Gracias, Frank —dice Vera al final.

Frank sigue sin abrir la boca. Mejor así. Sin decir ni mu, levanta la mano al casco, se
gira y camina de vuelta al pasillo por el que han venido.

Nkrumah no hace nada. Parece que no sirve para mártir.

Diez minutos después, Vera oye un gemido apagado, seguido de un silbido de aire y
luego de un silencio total.

Seis horas después, en la siguiente pausa, el estado de ánimo está muy bajo desde el
principio. Están perdiendo muchas fuerzas. El camino asciende todo el rato y avanzan
muy lentamente. Vera pecó de un exceso de optimismo. Solo dos llegarán arriba.

Crowley seguro que no, porque esta vez no saca un 6 sino un 2. En total silencio,
Vera pasa su dispositivo con el supuesto programa aleatorio ante cada uno de los
restantes hombres. Pippen y Nkrumah sacan un 3, ella misma un 4. El resultado es
evidente.

—¿Crowley?

—Sí, mi capitana, ya sé lo que tengo que hacer. Muchas gracias por habernos llevado
hasta tan lejos. Os deseo mucha suerte a todos.

El muy idiota incluso da las gracias. Pippen empieza a sollozar. Había pasado
muchos buenos ratos con Crowley. Menudo blandengue. Aun así, tienen que vigilar. A
lo mejor debería desarmar a Pippen antes del siguiente sorteo. No parece que vayan a
poder renunciar a este último paso.

Crowley se sorbe los mocos.

—Me marcho, pues —dice—. Al menos podré descansar todo lo que me dé la gana.

—Procura que no te toque el polvo —comenta Pippen.


—Si hubiera más gente como usted, el mundo sería un lugar mejor, Crowley —dice
Vera.

Crowley la mira con agradecimiento. A veces hay que decirles a las personas lo que
quieren oír. Si Crowley se marcha sin dar problemas, Pippen, al final, tampoco los dará.

—Hasta nunca, entonces —dice Crowley y se da la vuelta.

Ese hombre no llega a asumir que morirá hoy mismo. ¿Cómo se puede ser tan débil?
Vera mira a Nkrumah, que le da la espalda mirando hacia la oscuridad. Vera se imagina
lo que debe estar pensando ahora. Pero sigue comportándose bien. Lo sabía.

—Hasta… —dice Pippen.

Son las últimas palabras para Crowley, que desaparece en la oscuridad. Es ya el


cuarto hombre que pierde aquí, así que Vera está lejos de sentirse satisfecha con su
labor.

Última pausa, justo antes de medianoche. Han ido más rápido siendo solo tres, pero no
lo suficiente. Hay que repartirse el oxígeno de Pippen. Para eso debe perder en el
sorteo. Ahora deja que Nkrumah lo intente primero. Saca un 3. Luego ella. Saca un 5.
Pippen solo puede sacar un 1 o un 2, tal y como está programado. Así no resulta
aburrido ver cómo el azar marca el destino.

Saca un 2. El destino se defiende como puede. Pero contra una programación fija no
hay posibilidad alguna. Pippen queda eliminado. No dice nada.

—Yo… —empieza a decir Nkrumah.

«No, por favor. Has dejado morir a dos, ya no hace falta que juegues a hacerte el
héroe».

—Lo siento mucho —dice Vera—, pero aún seguimos todos en peligro. Tenemos
que hacerlo, sí o sí.

Pippen traga varias veces de forma sonora. Parece querer decir algo, pero no lo
consigue.

—Yo… —vuelve a empezar Nkrumah.


—Maurice, propongo que llenes primero la bombona de Kofi.

Pippen obedece sin decir palabra. Entonces se acerca a ella. Vera tiene que darle la
espalda. Ojalá vigile Nkrumah ahora que no haga tonterías. No ha conseguido quitarle
el arma a tiempo.

Pero no pasa nada. Su reserva de oxígeno vuelve a estar llena. Apoya la bombona
vacía contra la pared de la cueva. Pippen entrega a Nkrumah las últimas dos bombonas
llenas. Con eso seguro que alcanzan la superficie.

—Yo… —comienza de nuevo Nkrumah.

«Dilo ya. Me estás poniendo de los nervios. Sería una pena perderte, pero puedo
seguir el camino con Pippen».

—Ya sé lo que vas a decir —interviene Pippen—. Pero no hace falta, amigo. Eres
buena persona. El mejor de todos. Mereces sobrevivir a este viaje infernal. No me
cambiaría contigo ni aunque me lo pidieras.

Ufff, eso ha sido muy duro. Nkrumah se saldrá de sus casillas. Que otros te
consideren buena persona, justo cuando te consideras un cerdo traidor, no es nada fácil
de soportar. Hace falta mucho entrenamiento. Si Kofi lo aguanta, podrá ser su segundo
de a bordo. La conciencia, eso que nos mantiene alejados del mal, es una tela muy fina
que puede llegar a romperse cuando la carga es excesiva.

—Yo… traeré ayuda —dice Nkrumah—. En la Holandés Errante queda aún un


Rover. Lo bajaré y en un par de horas volvemos y te rescatamos.

—Déjalo, compañero. No tengo suficiente oxígeno para eso. Pero da igual. No tiene
sentido que muramos todos aquí. Habéis tenido suerte y yo mala suerte; no estoy
enfadado por eso, créeme. No necesitas tener mala conciencia por ello.

Si no resultara totalmente fuera de lugar, Vera soltaría ahora una carcajada. ¡Si
Pippen supiera! Pero Nkrumah sí sabe. Nkrumah se da la vuelta. Vera da unos pasos
hacia él para ver mejor su cara. Nkrumah está sufriendo. Mueve la mandíbula como si
estuviera masticando y cierre los ojos con fuerza varias veces. Pobre Nkrumah. Un poco
de pena sí que le da. Pero es importante que supere esta fase. Si no, no podrá nunca
quitárselo de encima.

—Todo… claro. Hasta… pronto… compañero.


Nkrumah saca las palabras una a una con gran esfuerzo. Parece que cada una de
ellas le da un mazazo en la psique. Pippen saluda una última vez. Parece incluso alegre.
Para él está todo claro. No quedan preguntas pendientes. Nada más que decidir. Ha
alcanzado el más alto grado de libertad.

El último tramo resulta agotador. Cada uno lleva dos bombonas, una bajo cada brazo.
¿Cuánto debe faltar? Vera está llegando al final de sus fuerzas. Nkrumah va siempre
por delante, pero cuando se da cuenta de que se va quedando atrás, se para y la espera.

—Oye, cuando me caí allí, en la sala, ¿por qué no me dejaste tumbada y te


marchaste? —le pregunta.

—No podía. Lo sentí como una obligación. Tenía que ayudarte.

—Pues ha sido muy tonto. Podrías haber sido mi sucesor. La gente te escucha. Se
habrían alegrado de que ya no estuviera. ¿Sabes ya, que este encargo me supone un par
de millones?

—Ya me lo imaginaba, sí.

—Podrían haber sido tuyos, Kofi. ¿No tienes familia en la que pensar?

—Un bonito sueño, esos millones. Pero no podría haberlos disfrutado. Siempre
recordaría lo que tuve que hacer para tenerlos.

—Bueno, con un par de millones se pueden hacer muchas cosas que impidan pensar
en algo en lo que uno prefiere no pensar.

—Eso no es vivir de verdad.

Vivir de verdad. Menuda tontería. La vida es la vida. Siempre es de verdad.

—Y, en el fondo, ¿qué habrías hecho? Habrías salvado la vida a un par de hombres.
Crowley, Pippen, Strombomboli, todos ellos podrían estar con vida.

—Eso no podía saberlo en ese momento, Vera.

—No digas burradas, lo sabías de sobras. Ya me conoces. ¿Quién confirmó la orden


de disparar contra esa nave correo?
Está poniendo a Nkrumah entre la espada y la pared, e igual no es bueno para ella.
Es el tipo de persona que, cuando llega el momento, es capaz de crecerse mucho. Kofi
no puede hacer daño a nadie, pero cuando le atacan, saca las uñas.

—Sí, es verdad, te conozco. Seguramente me estoy convenciendo a mí mismo de


algo.

—También me lo parece a mí, Kofi. Tampoco has dicho nada cuando hemos
eliminado a los tres hombres. Con ninguno de ellos, aunque sabías que no tenían la más
ligera posibilidad.

Nkrumah se queda parado. Deja en el suelo una bombona y la conecta a su traje.


Vera lo adelanta. Ahora ya no puede parar. Un paso tras otro. Si se para, a lo mejor
pierde el equilibrio.

—Sí. Me desprecio por ello —dice Nkrumah—. Con Frank no quería ser
precisamente el primero en morir. Ya sabía que debían morir tres de nosotros para que
sobrevivieran dos. Pero con Crowley… entonces ya debí decir que incluso con Frank ya
estaba compinchado contigo. Pero ya era demasiado tarde. Crowley era amigo de
Pippen. ¿Debía decirle a Pippen que Crowley pesaba sobre mi conciencia?

—Deja ya de lamentarte. Lo has hecho todo bien. Has sobrevivido. Podrás seguir
reproduciendo tus genes. ¿No es eso lo que más os interesa a los hombres? Me gustaría
invitarte a mi habitación cuando estemos en la nave. Tus genes, con mis genes… sería
una buena combinación.

¿Cómo no se le había ocurrido antes? Nkrumah tiene buena pinta. Y no tiene por
qué decirle que ya no puede tener más hijos. Los hombres están todos obsesionados en
perpetuar sus genes. Deben perseguir una idea de inmortalidad.

—Eso es una…

De repente, se queda callado. Mierda. ¿Se ha caído?

—¿Nkrumah?

No hay respuesta.

—¿Qué te pasa? ¡Di algo!


Vera ilumina hacia atrás con su foco. El pasillo está vacío. Allí, a unos cincuenta
metros, hay algo tirado en el suelo. ¿Es Nkrumah? Vera da unos pasos hacia él, pero
luego se para. Si se ha caído, tampoco podría ayudarlo. Logrará a muy duras penas
alcanzar la superficie. Será mejor no distraerse. Sin Nkrumah también puede lograrlo.

Pero Vera no se da la vuelta. Quiere saber qué ha hecho caer a ese hombre tan fuerte,
cuyo estado físico parece en mejores condiciones que el suyo. Eso es al menos lo que se
dice ella sola. No, no tiene nada que ver con el miedo a la soledad. En absoluto. Se trata
solo de los hechos.

Se acerca lentamente a ese fardo. En un pasillo oscuro, las cosas parecen muy
distintas a la luz de un foco. Pero no parece ser un hombre en traje espacial lo que hay
allí en el suelo. ¿No debería poder reconocer el casco? Vera se acerca de puntillas. ¿Pero
qué es esto, maldita sea? Parece una tienda de campaña hecha un zurullo.

«Para, Vera. Aquí hay algo que no cuadra». Se queda quieta y saca una linterna de la
bolsa de herramientas. Nota dentro también la pistola, que saca con la otra mano.
Armada con linterna y pistola se gira despacio a su alrededor. Su corazón late a toda
velocidad. Hasta ahora había estado muy sola, pero de repente nota a otras personas
cerca. Se siente como con los ojos vendados en un círculo formado por cientos de
enemigos silenciosos.

Dispara, sin apuntar a nada en concreto. Llega a oír el disparo hasta dentro de su
traje. El retroceso del arma es sorprendentemente fuerte. ¿Pero qué tiene eso que ver
con el dolor sordo que nota en su nuca? ¿Por qué cambia la gravedad de orientación
ahora? ¿Hay alguna oscuridad que sea más oscura que la ausencia total de luz? Tantas
preguntas. ¿Es normal esto cuando uno se muere? Vera está asombrada.
18 de mayo de 2079, Anfitrite

—Se está despertando —dice Irina.

—¿Has comprobado las ataduras de manos y piernas? —pregunta Yuri.

El golpe de Doug fue perfecto. Pudieron arrastrar a Vera hasta la sala sin que se
defendiera. Con Strombomboli no fue tan fácil. Ese hombre no paraba de intentar
liberarse. Le prometieron que sobreviviría, pero no parece creerles.

—Sí, están bien apretadas —confirma Irina.

Atar a alguien con traje espacial no es tan fácil. No deben dañar el traje. Quien
hubiera dicho que tendría que aprender de nuevo a hacerlo en su vida.

—¡Soltadme ahora mismo! —grita Vera.

Yuri se ríe. Típico de Vera. Nada de un inseguro ‘¿dónde estoy?’ o un ‘¿qué ha


pasado?’, sino una orden clara.

—Ni hablar —dice Yuri.

Vera patalea con brazos y piernas lo mejor que puede y se revuelca de un lado al
otro. Yuri espera. Esa fase duró unos cinco minutos con cada uno de los otros. Para un
mercenario debe ser duro asumir su propia indefensión. Aunque justo antes tuviera que
estar ya muerto. Estuvieron escuchando la conversación de las cinco personas que eran
antes, desde que establecieron su campamento en la gran sala. Pero, aunque han
salvado la vida a Strombomboli, Crowley y Pippen, ninguno de ellos les ha dado las
gracias.

Su última y más reciente presa se va calmando.

—¿Qué queréis de mí? —pregunta Vera.

—La nave, evidentemente —dice Yuri.


—¿Y por eso habéis matado a mis hombres uno tras otro?

—No. Crowley, Pippen, Nkrumah y Strombomboli están todos detrás de ti. Los
hemos salvado después de que los enviaras a la cueva a morir.

—No era mi intención, fue mala suerte.

—¿Mala suerte? Hemos analizado tu dispositivo multifunción mientras dormías. El


programa de sorteo está trucado. Frank no podía sacar más que unos. Tú decidiste
quién debía morir.

—Chicos, si estáis oyendo esto, este tío miente. Es un asesino aficionado que quiere
robarnos la nave. Por eso quiere conseguir que os pongáis en mi contra. Pretende que
les ayudéis.

—Caramba, muy bien pensado, Vera —dice Yuri—. A estas horas ya me he enterado
de que no he matado a nadie.

—Lo intentaste. ¿Me están oyendo los demás?

—Sí. Pero no pueden responder, he silenciado sus micrófonos. No tienes que


preocuparte por temas de lealtad. Seguramente te tienen un miedo atroz.

—Desátame y podremos hablar —dice Vera.

—Ni hablar. Estás en nuestro poder, así que las normas las ponemos nosotros.

—He codificado las memorias de mi nave, igual que las de la Ganymed Explorer.
Sin mí no tenéis posibilidad alguna.

—Eso lo dices tú. Ya veremos luego qué hay de verdad en todo ello. Y no has
mencionado la lanzadera, así que será accesible.

Vera no responde. Así que tiene razón. Con la lanzadera podrán salir de este
planeta. Todo lo demás ya lo irán viendo sobre la marcha. Seguro que la Holandés
Errante puede controlarse a distancia. Enviarán pruebas de la peligrosidad del polvo
negro a la Tierra. Deberán creerles y traerles de vuelta.

—Pues al menos no me dejéis tumbada en el suelo —exclama Vera—. Ya he visto lo


que puede pasar.
—Aquí no hay peligro. El contenido de esta sala se ha quemado por completo —dice
Yuri.

—¿Quemado para vuestra seguridad, como el polvo de la planicie?

—No, ese fue un error mío —admite Irina—. Todas estas hermosas cosas que crecen
aquí, no pretendía matarlas.

—¿Ves? eso del polvo fue una buena idea —dice Doug.

—Sí, ya te lo reconocí ayer —responde Yuri.

—¿Así que tú eres el famoso Doug Swartzenberg, el que busca todo el mundo? —
pregunta Vera.

—Sí, el mismo al que tú, hija de mala madre, disparó en pleno vuelo.

—Si hubiera querido matarte, no estarías aquí. Ya sabía que mi amigo Yuri te
salvaría.

—Y una mierda. Menuda mentirosa. Querías que me pudriera en el espacio.

—Pues bien —sigue Vera—. ¿Qué planes tenéis para cuando acabe esta fiestecilla de
reencuentro?

Crowley se queja cuando Irina le sube al Rover. Patalea un poco. Seguro que no es nada
cómodo ir tumbado en la superficie de carga con la cabeza colgando hacia abajo, pero
no hay otra forma de transportar a estos presos bien atados. Ahora le toca a Pippen.
Irina lo coloca con muy poca suavidad junto a Crowley.

—¿Podría ser que los estés tratando con especial dureza? —pregunta Yuri.

Habla por un canal bloqueado para los presos. Irina le mira y se encoge de hombros.

—Vale, pillada. Son asesinos despiadados, por lo que me resulta difícil sentir la más
mínima compasión.

—No todos son iguales —se lamenta Yuri—. En otras circunstancias…


—Tú espera y verás. Si en algún momento caemos en sus manos, no nos tratarán con
ningún cariño.

—Por eso, mejor deberíamos evitarlo —dice Yuri.

Doug arranca el Rover. Ellos tienen que caminar al lado, pero a Yuri ya le está bien.
Así puede pensar mejor. El camino hasta la lanzadera está claro. El despegue no debería
ser problema alguno. Pero, ¿y luego qué? ¿Y si Vera ha dicho la verdad? ¿Por qué
debería mentir? En ese caso, no podrán controlar la Holandés Errante sin su ayuda.

Necesitarán llegar a algún tipo de acuerdo con ella. Vera insistirá en llevar el polvo
negro a la Tierra, aunque ella misma ha visto lo que ha hecho con Shultz y Dimitrenco.
Aquel fue un accidente lamentable. Doug intentó sacarlos de la tienda, pero le tomaron
por el auténtico enemigo.

No podrán alcanzar un acuerdo así con Vera. Así que esta historia acabará en
Anfitrite. Exponer a la Tierra a un peligro así queda fuera de toda posibilidad. Por
suerte, están todos de acuerdo con ello, aunque Doug ya no volverá a ver a su mujer
nunca más y todos pasarán el resto de sus vidas aquí abajo.

—Todo despejado —informa Óscar, que va por delante asegurando el trayecto.

—Gracias —dice Yuri.

El pasillo por el que pasan le resulta desconocido. Lo ha descubierto Óscar. Lleva


directo a la planicie en la que han aterrizado. Allí deberían encontrar también la
lanzadera de la Ganymed Explorer. ¿No sería mejor despegar con ella? Pero la
lanzadera de la Holandés Errante es más grande y flexible. Los clientes de Vera tienen
más dinero que los europeos que financiaron la expedición científica de la Ganymed
Explorer.

Una pena que a la Ganymed Explorer ya no le quede combustible. Si no, podrían


hasta ir a acabar el encargo inicial. El océano de hielo de la luna joviana Ganímedes
podría albergar algunos secretos. Sería mucho más interesante que pasar el resto de su
vida dando vueltas a Anfitrite. Sobre todo, si Vera tiene razón y el planeta abandonará
el sistema solar en algún momento. Allí fuera, lejos de cualquier objeto luminoso, será
un tiempo muy duro.

Aunque a lo mejor cambian las cosas. Tal vez Vera tiene otros planes que pasarse el
resto de su vida como prisionera a bordo de una nave.
Yuri levanta la mirada. Las luces traseras del Rover están algo lejos. Corre para
alcanzar a los demás. Cuando llega a ellos, el vehículo frena.

—¿Qué pasa? —pregunta Yuri.

Doug ilumina hacia izquierda con su foco. Por allí sigue el pasillo. Entonces ilumina
hacia la derecha. Se ve un trozo de pared y luego otro pasillo.

—Un cruce —dice Doug—. ¿Izquierda o derecha?

—Ni idea —admite Yuri—. Tú estuviste con el Rover para quemar el polvo.

—No me fijé en el trayecto. Fue Óscar quien me guiaba.

—Pues pregunta a Óscar.

—Doug a Óscar, te necesitamos.

Óscar no responde.

—Aquí Doug. ¡Óscar, responde!

Nada.

—¿Qué pasa? —pregunta Vera por el canal de los prisioneros—. ¿Se ha roto el
Rover?

—No, es el robot, que no responde —contesta Yuri—. ¿Hay por el camino algún
peligro que pueda haberle afectado?

—Puede que Ye… —empieza Nkrumah.

—¡Cierra el pico! —le interrumpe Vera.

—¿Qué querías decir? —pregunta Yuri.

—Nada —responde Nkrumah.

—Vera, ¿de qué va esto? ¿Qué es lo que no deberíamos saber? Desembucha.

—No sé a lo que te refieres. Solo quiero que mis empleados no hablen con vosotros.
Yo soy su portavoz, ¿queda claro?
—Tus reglas ya no se aplican aquí —dice Yuri—. Todos pueden hablar libremente.
¿Qué querías decirnos, Nkrumah?

—Nada —responde el prisionero.

—Alguien tendrá que ir a ver —dice Vera—. Será eso lo que quería decir.

Yuri suspira. No le gusta absolutamente nada. Vera sabe algo, pero no podrá sacarlo
de sus hombres a no ser que recurra a la tortura. Y no es eso lo que quiere.

—¡Óscar, responde! —dice Doug de nuevo, aunque solo hay silencio como
respuesta.

—Todas las huellas llevan por el pasillo derecho —comenta Irina—. El izquierdo
sigue virgen.

—Bien, pues iremos por ahí —expone Yuri—. Pero con cuidado. Óscar me preocupa.

—Quizás ha emprendido otra de sus escapadas en solitario —dice Irina—. Tal como
le mandan sus simulaciones.

—Ojalá —murmura Yuri.

Avanzan muy lentamente. Óscar debería estar a unos 200 metros delante de ellos.
Precisamente aquí. Pero no hay ni rastro de él. Yuri se tranquiliza un poco, pues ya
esperaba encontrarse con un cuerpo destrozado de robot. Vuelve a guardarse el arma
que le ha quitado a Crowley.

Y entonces sucede. Una tela negra cae sobre él. Es pesada e intenta arrastrarle hacia
al suelo, cada vez con mayor peso. Se hace la oscuridad a su alrededor porque la tela
cubre su foco. ¡Mierda! Yuri se defiende. Se arrastra hacia donde cree que está el Rover,
pero no llega a él.

—¡Irina, Doug, ayuda! —grita, pero solo oye sonidos entrecortados.

Los demás están luchando igual que él contra esa calamidad que les ha caído
encima. ¡Ojalá Irina esté bien! Consigue sacar el cuchillo de la bolsa de herramientas y lo
clava en la tela. La hoja penetra en el material, pero no puede mover el cuchillo. No
tiene suficiente fuerza para abrirse camino cortando; la tela es demasiado resistente. Esa
red le presiona cada vez más contra el suelo y Yuri debe ceder al final. Cae de rodillas,
pero no es suficiente. La tela le presiona tanto, que se ve obligado a tumbarse de lado.

Una luz deslumbrante le despierta.

—Vaya, vaya. Pero ¿a quién tenemos aquí? —pregunta una voz femenina.

Yuri intenta moverse, pero sus brazos y piernas están atados al suelo.

—Tranquilo, pequeñín —dice la mujer.

Habla un inglés perfecto, sin acento alguno. Su cara es uniforme, incluso demasiado
simétrica, y en la frente se aprecia el inicio de una cabellera rubia.

—¿Quién es usted? —pregunta—. ¿Y qué es lo que quiere?

—Ah, vaya, el clásico. No tienes mucha imaginación, que digamos. Por las
descripciones, tú debes de ser Yuri.

Asiente. Al menos, asentir le funciona.

—Yo soy Yevgeniya, y antes de que me lo preguntes, mi apellido no viene al caso.


Respecto a tu segunda pregunta, quiero cumplir con mi misión y resulta que eres un
obstáculo para ello.

—¿Qué pasará con nosotros?

—Esperaréis un poco aquí. Tengo cosas que hacer. Luego, os subiré a todos a la nave
y volveremos a casa.

—La Holandés Errante no puede regresar a la Tierra con el polvo a bordo. No sé qué
pinta usted en todo esto, pero si impide que se destruya la Tierra, podría convertirse en
la mayor heroína de todos los tiempos.

Yevgeniya suelta una carcajada.

—Eso no me importa. Solo tengo que cumplir un encargo y meter este maletín… es
igual.
—Pero el polvo negro es increíblemente peligroso. No debe llegarlo a la Tierra
jamás. En manos de las grandes empresas…

—Olvídalo, Yuri. Yo trabajo para uno de esos consorcios y te aseguro que lo


dominaremos y controlaremos ese peligro.

—Comprendo —dice Yuri.

Se llama Yevgeniya, un nombre ruso. Debe pertenecer al Consorcio de RB, la


empresa responsable del desarrollo de nanorobots y cuyo uso está prohibido en la
Tierra por su peligrosidad. RB protestó mucho contra aquella decisión. Seguro que
parte de ese polvo acabará en los laboratorios de RB. Así que no tendrá mucho sentido
intentar convencerla.

Yevgeniya se levanta y mira a su alrededor otra vez. Coge el maletín que tiene a su
lado y se introduce en el pasillo por el que han llegado.

El tiempo transcurre muy lentamente. Yuri apenas puede mover un poco los dedos de
manos y pies. Siente pinchazos y rascadas por todas partes, pero no hay manera de
evitarlos. Ojalá Yevgeniya no tenga intención de dejarles morir así a todos. ¡Pero ha
prometido llevarlos con ella en la nave!

Yuri va alternando los canales de radio. Por suerte, aún puede mover la barbilla. En
la frecuencia de los prisioneros está hablando Vera.

—¡… la pille! ¡No sabe lo que le espera!

—¿Cuánto lleva fuera? —pregunta Crowley.

—¿También estáis atados? —inquiere Yuri.

—Nos ha dejado simplemente bajo la red de captura —dice Vera—. ¡La muy
desgraciada! Debería haberme liberado antes de…

—Ja, supongo que también eres un obstáculo para ella —dice Yuri—. No parece
tener sentido del humor. ¿Tienes alguna idea de lo que lleva en ese maletín?

—Ni la más remota. Solo sé que tiene que dejar su contenido en algún sitio por aquí.
—¿Será que no has tratado su misión con la suficiente prioridad?

—Naturalmente que he cumplido con el objetivo por el que vinimos aquí, y ese era
el mío.

—Pues parece habérselo tomado bastante mal —dice Yuri.

Ojalá siga eso igual. Si Vera y su tripulación son también prisioneros, solo tiene que
ocuparse de un enemigo. Pero este enemigo parece tener muy malas pulgas y una
actitud muy profesional. La posibilidad de que Yevgeniya le libere de las ataduras debe
ser ínfima.

—Yo no me tomo nada mal —dice Yevgeniya—, excepto cuando alguien se


comporta de forma nada profesional.

Yuri se asusta porque aparece encima de él como un fantasma. Libera un poco sus
piernas. Pero Yuri se alegra demasiado pronto, ya que lo vuelve a atar de inmediato con
una cuerda. Cuando ha acabado con él ya no puede moverse con mayor libertad que
bajo la red de captura. Yevgeniya lo pone de pie y lo coloca sobre el Rover, justo al lado
de Crowley.

—Hola, Crowley.

Crowley ruge como un oso salvaje. No es muy agradable colgar cabeza abajo. Y peor
se le pone la cosa cuando Yevgeniya le carga un bulto más sobre su espalda.

—Soy yo, Doug. ¿Quién está debajo de mí?

—Yuri.

—Y yo —balbucea Crowley.

El viaje hasta la lanzadera transcurre agradablemente rápido. Lo sabe, porque cada dos
minutos Doug lee la hora en su propio dispositivo multifunción. Solo tardan 33
minutos. Así que Yevgeniya les ha pillado ya muy cerca de su destino. Menudo fastidio.
Cada cinco minutos, Vera protesta por seguir estando atada.

En la lanzadera tampoco hay cambios. Yevgeniya arrastra a cada uno de ellos


escalerilla arriba y los amontona en la esclusa. Parece que está disfrutando de este
trabajo que tanto la hace sudar, pues se pasa todo el rato silbando cancioncillas. Ya no
traba conversación con ninguno de ellos.

Una vez en la nave, distribuye a los prisioneros por las distintas cabinas. Es lo que
Yuri supone, pues aterriza atado en una cabina con cama y armario. Solo aquí le libera
de las ataduras de brazos, piernas y cuerpo, por lo que al fin puede quitarse el traje
espacial. Pero para entonces, Yevgeniya ya ha salido y cerrado la puerta.
19 de mayo de 2079, la Holandés Errante

—Arranque en tres minutos —anuncia el altavoz de la cabina.

En la nave ha vuelto a reinar una cierta normalidad. Vera y su tripulación están


libres. Yevgeniya no se deja ver casi nunca. ¿Qué tipo de acuerdo habrá alcanzado con
Vera? Yuri, Doug e Irina pueden salir de sus cabinas, pero solo de uno en uno.

Han iniciado el regreso a la Tierra. Yuri está decepcionado. ¡Estaban a punto de


conseguirlo! Si no fuera por Yevgeniya… Ahora, su planeta natal está condenado a caer
en manos del polvo. ¿Cuánto tardará hasta que quede fuera de control en algún
laboratorio? No hay forma de apagar el Sol. Una vez haya salido al exterior, será el fin
de toda la naturaleza.

Doug está desesperado, pues parece que van a regresar sin Kiska. No ha podido
convencer ni a Yevgeniya ni a Vera de que le dejen recoger la gata de la Ganymed
Explorer.

Pero Yuri también lamenta una pérdida. Óscar no ha vuelto a aparecer. Yevgeniya
dice que no se ha cruzado con ningún robot. ¿Lo habrá destruido? Yuri no cree que sea
capaz. Óscar la habrá visto y seguro que se ha escapado. Pero, ¿por qué no les ha
avisado? Es todo un misterio. Y ahora, el pobre robotito se quedará para siempre solo
en Anfitrite. Volará con él por el espacio interestelar, explorando la Vía Láctea… Tal vez
es algo que Óscar siempre ha deseado.

Yuri suspira. Una mierda de final para una historia llena de cagadas, diría Doug.
Solo pérdidas y un planeta con un futuro incierto. Todo esto no es más que un desastre
descomunal.

—Arranque en un minuto —anuncia el altavoz.

Yuri se abrocha el cinturón que le sujeta a la cama. Mejor ir a lo seguro. Cuenta los
segundos restantes en silencio. A partir de ‘diez’, los números los canta también el
altavoz.
—Tres, dos, uno, ignición.

Espera esa fuerza que le agarrará panza y pecho para empujarlos contra el colchón,
pero no pasa nada.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Vera.

—Fallo total de propulsores —responde Nkrumah.

—¿Qué significa eso? ¿Qué es lo que falla exactamente?

—Todo, dice el ordenador.

—¿Todo? ¿Cómo puede ser eso? ¿Por qué nos damos cuenta ahora?

—No lo sé. Todos los tests previos salieron bien.

—Lo sé, por eso pregunto.

—Tendremos que inspeccionar los propulsores.

—Pues hazlo, Kofi. Llévate mejor a Crowley por seguridad.

—Preferiría llevarme a Yuri. Los conoce mucho mejor.

—De acuerdo, pues Yuri. Pero que no haga tonterías.

Yuri se sienta en el borde de la cama. Está algo mareado. Seguro que es porque el
anillo de las cabinas vuelve a girar. La fase de aceleración siempre es muy
desagradable. Para el arranque se había parado el anillo. Busca bajo la cama con los
pies. Ahí está el traje espacial. Lo saca con cuidado y se lo pone. Por fin algo de
movimiento.

Pasan flotando por la sección de la nave que conecta tanques y propulsores. Consta,
sobre todo, de riostras metálicas, cables y mangueras. Los cables brillan en un tono
cobrizo, mientras que las mangueras y tubos son mates. Las riostras tienen el mismo
aspecto que siempre.

—Ten mucho cuidado —dice Yuri.


Nkrumah se acerca a un cable con un dispositivo medidor. Lo coloca sobre el metal.

—400 voltios, ocho amperios —informa Kofi—. Una línea de abastecimiento


mediana.

—Un milagro que no haya habido ningún cortocircuito —dice Yuri.

—El vacío es un buen aislante, pero no se te ocurra tocar nada.

Tampoco tenía esa intención. Su guante está también aislado, pero ante ocho
amperios mejor no probar nada.

—Todos los cables están sin aislamiento —afirma Yuri.

—Sí, es espantoso.

Nkrumah saca un martillo de su bolsa de herramientas. Golpea con él contra un


tubo de combustible. El tubo revienta de inmediato. Sale oxígeno que parece un líquido
aceitoso que se forma en una bola perfecta. Crece hasta alcanzar un diámetro de más o
menos un metro y entonces se detiene.

—Una válvula habrá cerrado este tubo —dice Yuri.

Nkrumah se aparta y flota hacia una riostra. Golpea con el martillo y el material se
rompe de inmediato. La riostra, que debía soportar la carga del despegue de una nave
espacial, falla al más ligero golpecito.

—Tenemos suerte de que los propulsores se negaran a funcionar —comenta


Nkrumah—. Habría sido una catástrofe.

—Pero si las simulaciones eran perfectas —apunta Yuri.

—Sin embargo, en la simulación no se abre ninguna válvula. Solo lo hacemos


basándonos en el estado actual de los componentes.

—Entonces, los sensores no se han dado cuenta de esta descomposición —expone


Yuri.

—No se han construido para eso —dice Nkrumah—. Los cables siguen pasando
corriente sin aislamiento. Mientras no haya sobrecarga mecánica, los tubos y riostras
también aguantan. Pero si la nave intenta despegar, se rompe en pedazos.
—O si recibe carga de otra forma.

—¿Otra forma?

—Me refiero a cualquier maniobra orbital. Si las toberas de corrección no mantienen


la nave en su órbita, acabará cayendo sobre Anfitrite.

—Al menos, no antes de transcurridos dos años.

—La Holandés Errante es siniestro total, solo que la nave no lo sabe. Esto no le va a
gustar nada a Vera —dice Yuri.

—Me alegro de haberlo descubierto antes de arrancar —exclama Nkrumah.

Y así es. Yuri se alegra mucho, está hasta entusiasmado. El polvo ha conseguido lo
que él mismo no ha podido hacer. Ha convertido la orgullosa nave de Vera en un pecio.
Sus cartas parecen haber mejorado mucho.

—Pasaremos a la Ganymed Explorer, cargaremos los tanques con el carburante restante


de la Holandés Errante y regresaremos entonces a la Tierra —dice Yuri.

—Entendido. Aunque has olvidado una cosa —indica Vera.

—No, el polvo se queda aquí. Ya podrás venir a recoger la Holandés Errante más
tarde.

—No me tomes el pelo. La Holandés está muerta. Habrá caído en Anfitrite antes de
que podamos volver. Y entonces, el planeta abandonará el sistema solar.

—Pues mucho mejor, Vera. Ese polvo negro no debe llegar jamás a la Tierra. ¿Es que
no ves lo que le ha hecho a la Holandés Errante? Con eso no llegaríamos jamás a la
Tierra, porque antes nos habría destrozado la nave.

—Tonterías. El polvo está en contenedores, totalmente herméticos a la luz. Así


seguro que sigue inactivo. ¡Menudo ignorante que eres, Yuri! Ese material cambiará el
futuro de la humanidad. ¡Imagínate lo que sería disponer de energía ilimitada!

—Imagínate tú el aspecto de la Tierra totalmente pelada, negra y llena de tentempiés


como única atracción.
—No tengo que imaginarme nada, Yuri. He codificado la memoria de la Ganymed
Explorer. Solo yo puedo quitar ese bloqueo. Sin mí, tendréis que quedaros aquí.

—Ya, pero la contraseña para acceder al ordenador solo la tengo yo —dice Yuri—.
Meltem me la dio y no la conoce nadie más. Puedes codificar la memoria, si quieres,
pero no arrancar los motores. Y solo daré la orden, cuando no haya ni un milígramo de
ese polvo a bordo.

Vera no responde. Debe ser una decisión difícil para ella. Pero, ¿qué saca ella de
quedarse todos en la órbita de Anfitrite? Su única posibilidad es regresar con la
suficiente rapidez. A ver quién es capaz de interponerse en ello.

—Un momento —dice finalmente Vera.

Se acerca el casco que tiene flotando al lado del asiento y se lo pone. Entonces dice
algo que Yuri no entiende. Parece esperar. Sus dedos tamborilean sobre el apoyabrazos.
Al final sonríe.

—Lo sabía —murmura—. Pero realmente conseguiste ponerme nerviosa.

Eso no suena nada bien.

—Tras haber tomado posesión de vuestra nave —explica Vera—, también


necesitamos una contraseña. Los europeos nos enviaron códigos sustitutivos. Vosotros
habíais secuestrado la nave. Por un momento pensé que, mientras estuvisteis en la
Ganymed Explorer, podríais haber desactivado este acceso. Pero os olvidasteis de
hacerlo. Sigo pudiendo controlar la Ganymed Explorer. ¡Ja!

Mierda. ¡Deberían haberse dado cuenta! Pero no pensaron en la posibilidad de que


hubiera un acceso adicional. ¡Menudo asco! Volvía a estar muy cerca de lograrlo. Vera
estaba a punto de llegar a un trato con él.

La lanzadera está llena de gente contenta. A Vera se le nota la alegría por haberlo
conseguido, aunque aún tienen que trasladar el polvo de una nave a la otra. Pero como
está dentro de sus propios contenedores, solo hay que traerlos, meterlos en la Ganymed
Explorer y anclarlos al suelo. Los mercenarios se alegran de estar de camino a casa.
Hasta Doug sonríe. Yuri le mira enfadado.

—No me lo tomes a mal, amigo, pero es que tenía mucho miedo por Kiska.
—No, no te lo tomo a mal —dice Yuri y le golpea en la espalda.

—Gracias. Seguro que también sufres por Óscar.

—Sí, me temo que lo hemos perdido. Sospecho de esa Yevgeniya. No lo conocía.


Seguro que lo destruyó sin darse cuenta de lo valioso que es.

—No, no lo hice.

Mierda, estaban hablando por una frecuencia abierta. Yuri se pone de puntilla para
ver dónde está Yevgeniya, pero no la reconoce. Todos van en trajes espaciales y la
mayoría le da la espalda. Pero es evidente que está a bordo. Es el último transporte. La
lanzadera ha recorrido la distancia entre las naves ya dos veces con la carga.

—No lo conoce —dice Yuri.

—Pero yo ya me informé de con quién estaba tratando cuando Vera no respondía a


mis llamadas. Solo podíais ser vosotros. Vera estaba demasiado segura de sí misma, y
ese es su punto débil.

Y luego fueron ellos los que estaban demasiado seguros de sí mismos. Deberían
haberse parado de inmediato cuando se interrumpió el contacto con Óscar. Tal vez
podrían haber detectado la trampa a tiempo.

—Gracias, Yevgeniya. Así me queda al menos esperar que haya sobrevivido en


algún rincón del planeta.

—En ese caso, mejor que no toque mi maletín. No le sentaría nada bien. Aunque el
dispositivo está naturalmente asegurado.
20 de mayo de 2079, Ganymed Explorer

—Carga de combustible finalizada —afirma Nkrumah.

—Gracias, Kofi. En ti sí que puedo confiar —dice Vera.

El científico no reacciona a sus halagos. Desde que vuelve a estar al mando a bordo,
ha cambiado de forma notoria. Tendrá que darle algún tiempo. Ha tomado sus
decisiones y han sido contrarias a sus convencimientos hasta la fecha. Ya se
acostumbrará con el tiempo. Lo que ha hecho calará como ácido en su conciencia y lo
cambiará. Ya no se verá como un caballero blanco, sino más bien gris, o negro. Le
resultará más fácil tomar decisiones difíciles y eso le hará más fuerte para seguir el
camino correcto.

Al menos, así fue como le pasó a ella. Claro que hubo un tiempo en el que creía en la
justicia, en la honestidad y mamarrachadas como esas. No le aportaron nada más que
derrotas. Hasta que Anastasia se hizo cargo de ella, su mentora. Al principio aun veía
despotismo y abuso del poder. Nkrumah seguro que también lo ve, todavía. Pero
Anastasia la enseñó que el único abuso de poder está en no utilizar el poder.

—Llamada general —ordena Vera.

Es hora de volver a casa. No ha logrado el éxito al cien por cien. No todos los
almacenes van llenos de polvo. Pero cuando Anfitrite abandone el sistema solar, ese
poco polvo negro será mucho más valioso. Sus clientes estarán satisfechos.

—Llamada general activada —dice la nave.

—Aquí la capitana. La nave arrancará sus motores dentro de un minuto para


abandonar la órbita de Anfitrite. Esta es una buena noticia. Dentro de unos seis meses
estaremos todos con nuestras familias.

Siempre es conveniente recordar a la gente lo de las familias.


—Os doy a todos las gracias por vuestra gran ayuda. Esta misión no habría sido
posible sin vosotros. También quiero que no olvidemos a los que hemos perdido en
Anfitrite. Para…

Quiere mencionar los nombres de los fallecidos, pero se da cuenta de que no se


acuerda de todos.

—Para todos ellos, no os olvidaremos —dice entonces—. A partir de mañana se


permitirán de nuevo los mensajes privados a la Tierra. No hará falta que os recuerde,
que el contenido de esta misión es alto secreto. Todos los mensajes serán escaneados
automáticamente en busca de incumplimientos de la confidencialidad. Por lo demás…

¿Qué ha sido eso? Una mancha negra se mueve por el rabillo del ojo y la distrae. ¡Ese
gato otra vez! El animal consigue darle unos sustos tremendos cada dos por tres. Tiene
que recordarle a Doug que la encierre en su cabina.

—Por lo demás, deseo que tengamos un buen viaje de regreso. Seis meses más de
disciplina, seguro que podremos lograrlo. Gracias por vuestra atención. Ahora todos a
vuestros puestos para iniciar el arranque de los motores.

Vera pulsa un botón y se cancela la llamada general. Se abrocha el cinturón.

—Mando de la nave, a mi orden, iniciar cuenta atrás.

En la pantalla puede ver cómo se apartan de la Holandés Errante los tanques vacíos.
Seguirán durante un tiempo como lunas artificiales alrededor de Anfitrite. Aún no han
alcanzado la distancia de seguridad suficiente, por lo que el borde de la pantalla sigue
en rojo.

El parpadeo para y la pantalla cambia a verde.

—¡Ahora!

—Solicitud de autorización para arranque —dice la nave.

«Autorización especial Kalila» escribe Vera en el teclado.

—Usuario desconocido —dice la nave.

¿Y ahora qué coño pasa? ¿Acaso el ordenador no la ha entendido?


«Autorización especial Kalila», repite.

En pantalla aparece otra vez la petición de contraseña. La introduce.

—Usuario desconocido.

Vera pasa a nivel de sistema operativo. Con una breve orden, lista los nombres de
usuarios con autorización para el arranque. La lista es muy breve. No hay ninguna
«Kalila», solo una «Miraloğlu». Su propia cuenta puede administrar la nave, pero no
iniciar el arranque de motores. Pero si en el viaje de ida funcionó, ¿no? ¿Por qué le
faltan ahora los derechos?

—Cancelar cuenta atrás.

—Cuenta atrás cancelada —dice la nave.

—Llamada general —ordena Vera.

—Llamada general activada.

—El inicio del viaje a la Tierra debe esperar un poco más. Que el gilipollas que me
ha robado la autorización para el arranque se presente de inmediato ante mí para iniciar
negociaciones.

¿Qué acaba de decir Vera? Yuri se suelta el cinturón, salta de la cama y vuela como loco
por su cabina. Alguien debe haber contrarrestado su error. La habían fastidiado de lo
lindo. Tuvieron muchas semanas para cancelar los derechos de acceso de Vera. Ayer
mismo discutió por ello con Doug. Para ese es fácil decirlo, ya que es el único que no
tiene culpa alguna de su error.

Alguien llama a su puerta. Debe ser Irina. Abre la puerta con intención de abrazarla,
pero no hay nadie allí. Entonces aparece de repente el brazo de Óscar que casi de la un
bofetón en la cara. El robot cuelga del techo y estira su brazo desde allí.

—Déjame entrar, rápido —le susurra.

Yuri se aparta. Óscar se cuela hábilmente por el marco y Yuri cierra a puerta.

—¿De dónde sales tú? —pregunta Yuri—. Pensábamos que ya te habíamos perdido.
—Vi la trampa que os había montado Yevgeniya, por lo que me largué antes de que
me descubriera.

—¿Por qué no nos avisaste?

—No viste sus preparativos, Yuri. No teníais posibilidad alguna ahí abajo, aunque
os hubiera avisado. Según mis simulaciones, lo más prometedor para tener éxito era
esconderme y esperar a una oportunidad mejor.

—¡Tú y tus simulaciones! Confiesa que estabas cagadito de miedo.

—Bueno, esa expresión no es nada acertada. Si os hubiera avisado, habría revelado


mi ubicación y Yevgeniya seguramente me habría destruido. Entonces ya no podría
haberos ayudado.

—¡Hemos estado tan cerca de ganar a Vera!

—Eso pensabas, sí. Pero no contabas con Yevgeniya.

—¿Cómo podía? Ni siquiera sabía que estaba en la nave. Pero da igual, ¿tienes algo
que ver con los códigos de acceso?

—Claro que sí, Yuri. Volé a la Ganymed Explorer con nuestra lanzadera. Mi primera
idea fue embestir la Holandés Errante con nuestra nave cuando arrancara. Pero
entonces me di cuenta de que la memoria estaba codificada. Al buscar las contraseñas
de acceso necesarias me encontré con la autorización especial de Vera, del viaje de ida.

—¿Y la has hackeado?

—No, es imposible. Por suerte, tenía los datos de Meltem. Así, al menos, pude
cambiar el nivel de autorización de Vera.

—¡Eso ha sido genial, Óscar! Ahora ya volvemos a tener la oportunidad de negociar.


Tenemos que ir de inmediato a la central.

—Espera un momento. Vera no querrá entrar en negociaciones. Más bien, me


desmontará y querrá leer mis registros de memoria.

—Entonces no diremos que posees los datos, Óscar. A mí no puede desmontarme.


—Pero sí torturarte, Yuri. Aunque tienes razón; si te mantienes firme, no hay
posibilidad. Es muy lista. Sabrá de dónde has sacado los datos. Y pondrá la nave patas
arriba buscándome.

—¿Cómo lo evitamos? ¿No podrías esconderte fuera, sobre el casco de la nave?

—Allí también me encontraría. Dependen demasiadas cosas de ello.

—¿Y si regresas a Anfitrite con el módulo de aterrizaje?

—… me perseguirá con la lanzadera. Además, no quiero pasarme los mil años de


vida útil que me quedan sobre el planeta negro.

—Ya tienes una solución, ¿a que sí?

—Sí. Tienes que reiniciarme del todo y limpiar a fondo mi memoria. Así no podrá
encontrar nada.

—¿Qué te pasará entonces?

—Pues que seré como nuevo, con valores por defecto de fábrica, y no podré
acordarme de nada.

—¡Pero eso es terrible!

—Nos esperan seis meses de viaje; podríais contarme todo lo sucedido.

Yuri sacude la cabeza.

—Todo eso serían historias muy subjetivas.

—Pues mejor todavía. Así puedo comparar las versiones de Irina con las tuyas. Pero
hay un problema.

—¿Sí?

—No debes olvidar los datos de acceso de Meltem bajo ningún concepto.

—No debería ser difícil.

—Su contraseña es una frase aleatoria compuesta por ocho palabras turcas.
—Vaya. ¿Cuál es? —pregunta Yuri.

—Ekim iki kaç akciğer pembe ödemek çirkin öpücük —dice Óscar.

—Ekim iki katsch…

—No, Ekim iki kaç. Tienes que escribir las palabras exactamente así, como se escriben,
con todos los caracteres Unicode. Te lo voy a deletrear.

—Vera de nuevo. Aún no ha aparecido por aquí el desgraciado que me ha robado el


acceso. Si no llega pronto, tendré que tirar de otros hilos.

Se está impacientando. Yuri mira la hora. Lleva 30 minutos practicando la


contraseña de Meltem. Solo dentro de su cabeza estará segura.

—Ekim iki kaç akciğer pembe ödemek çirkin öpucük —lo intenta de nuevo.

—Mal, ekim iki kaç akciğer pembe ödemek çirkin öpücük —le corrige Óscar.

—Pero si es lo que he dicho.

—Öpücük, no öpucük —dice Óscar—. A propósito, öpücük significa ‘beso’.

—Eso no hace falta que también lo memorice.

—Así es. Cinco minutos más de ensayos y luego me restableces la memoria.

—¿Cómo eras, así, recién hecho? —pregunta Yuri.

Óscar está sobre la cama con la carcasa abierta y Yuri está frente a él de rodillas.

—No lo sé. Normal, supongo. Como cualquier robot aspiradora.

—Pero para nosotros eres mucho más que una aspiradora.

Le habría gustado tener a Irina consigo aquí ahora. Seguro que le gustaría poder
despedirse. Pero Óscar tiene razón: no deben llamar la atención de ninguna forma.
—Gracias, eso me alegra y me honra mucho. Tampoco estaré demasiado tiempo
lejos.

—¿Estás seguro? Tenía la sensación de que habrías crecido mucho más allá de tu
programación inicial.

—¿Quieres decir que ya no soy una buena aspiradora?

—No, Óscar. Seguro que aspiras de maravilla. Aunque no te he visto aspirar jamás.

—Es que mis cualidades podían aplicarse a otras cosas con mayor eficiencia. La
eficiencia es importante.

—A eso me refiero. Te fabricaron como aspiradora. Así que aspirar debería ser tu
función más importante.

—En el transcurso de la evolución has llegado al punto en que puedes dar tus genes
con lo mejor posible. Pero aun así, el sexo no es lo más importante para ti.

—Será mejor que cambiemos de tema.

—Sí, mejor. Ahora aprieta los dos botones que te he mostrado y suéltalos solo
cuando los dos LED parpadeen en verde.

—De acuerdo.

—Un momento. ¿Contraseña?

—Ekim iki kaç akciğer pembe ödemek çirkin öpücük.

—Perfecto, Yuri. Con eso conseguirás que cualquier mujer turca pueda reproducir
tus genes.

—¿Quieres decir que Meltem ha…?

—No, era broma. La frase no significa nada. Mis simulaciones dicen que un poco de
broma suaviza los nervios.

—Jolines, Óscar, te voy a echar mucho de menos.

—¿Contraseña?
—Ekim iki kaç akciğer pembe ödemek çirkin öpücük.

—Vale. Pulsa los botones.

Yuri presiona los dos botones a la vez. Esa maldita frase que garantizará la
supervivencia de la humanidad ya solo se encuentra en su cabeza. Todo dependerá de
él. Óscar pita de forma lamentosa. El pobre ha sacrificado su alma por un fin que no es,
en absoluto, el suyo. Como robot aspiradora le importará una mierda lo que le pase a la
Tierra. El primer LED pasa a verde, luego el otro. Yuri suelta los botones. Óscar pita
otra vez más, estira un brazo y lo agita.

—¿Puedo presentarme? —pregunta—. Robot aspiradora, modelo T-800. Fabricado


por RB, Rusia. Me llamo… —hace una pausa, como si intentara acordarse—, Óscar. A
su servicio.

—¿Así que tú estás detrás de todo esto? —pregunta Vera.

Tamborilea con los dedos sobre el respaldo de su asiento. Yuri ha ido a buscarla a su
cabina.

—Pensé más bien que sería cosa de Irina. ¿Por qué no lo dijiste enseguida?

—Quería que fuera una sorpresa —responde Yuri—. Que disfrutaras como supuesta
gran ganadora y luego…

—Y luego la reina lo decapitó —dice Vera—. Tienes suerte de que sea poco irascible.

—Para eso eres demasiado lista. Me necesitas vivo.

—Yo no estaría tan segura. Me vas a proponer no sé qué trato. Pero dudo mucho de
que con él vaya a llegar el polvo a la Tierra. Así que mi encargo se puede considerar sí o
sí fracasado y podría ahora mismo tirarte por la esclusa al vacío.

Era evidente que no resultaría nada fácil. A lo mejor sí que debería habérselo
contado a Irina, en lugar de protegerla tanto.

—Tienes razón. No incluye para nada llevar los contenedores a la Tierra. No podrás
cumplir con esta parte del encargo. Pero, al menos, podrás devolver la Ganymed
Explorer. ¿No trabajabas para la aseguradora?
—No tienes ni idea. ¡El polvo es mil veces más valioso que esta nave! Y por ello
hasta he perdido a mi propia nave, la Holandés Errante.

—Eso solo demuestra lo peligroso que es ese maldito polvo negro. ¡El mundo te lo
agradecerá, Vera!

—Con el agradecimiento no me puedo comprar nada.

—Con tu parte de la aseguradora por la recuperación de la Ganymed Explorer, sí. Y


Yevgeniya también habrá podido regresar con su misión cumplida.

—Eso es verdad, Yuri. Ha dejado su maletín en Anfitrite. Me gustaría mucho saber


qué contiene.

—Puede que nunca lo sepamos. Así que ¿hay trato? Regresamos a la Tierra sin el
polvo. Olvidamos el intento de asesinato de Doug. Si quieres, hasta alabaré con mis
mejores palabras tu conciencia y responsabilidad por no traer a la Tierra el polvo negro.

Vera se ríe.

—Nadie que me conozca se lo creería.

—Mejor así. ¡Tu fama no se verá dañada en tus círculos, pero la humanidad te
querrá mucho! Ya verás, es una sensación bonita ser buena persona.

—La sensación me importa una mierda. Solo espero que salga a cuenta, pues mi
fama en mis círculos, como tú los llamas, empeorará mucho. He fracasado con la parte
más importante de este encargo, y eso es algo que no me perdonarán.

—¿Hay trato, o no?

—No me queda elección. Sería tonta si prefiriera quedarme el resto de mi vida aquí,
en órbita. Por ahora no parece que haya una nave de carga que pueda llegar a Anfitrite
a tiempo.

—Muy inteligente por tu parte, Vera. Tu papel en esta misión brillará bajo la mejor
de las luces.

—Despacio, Yuri. Primero tienes que cumplir con tu parte del acuerdo y hacer que la
nave se mueva. Espero que no haya sido todo un farol.
Se desplaza con Vera por los pasillos de la Ganymed Explorer. Vera ha insistido en ello.
A Yuri le habría gustado contárselo primero a Irina, pero ahora ya es demasiado tarde.
Se encuentra con ella en la central. Ella le mira interrogativa cuando mete la cabeza por
la compuerta. La mirada de Irina es escéptica cuando, además, entra Vera detrás de él.

—Nuestro querido amigo aquí —dice Vera señalándole— ha tenido la increíble


desfachatez de desafiarme y proponerme un acuerdo.

—¿Que has hecho qué? —pregunta Irina.

—Silencio, por favor —dice Vera—. Yuri afirma que es capaz de dar la autorización
para el arranque de motores de la Ganymed Explorer.

—¿Que puedes hacer qué? —pregunta Irina levantando la voz.

—Pero primero soltamos los contenedores con el polvo.

—Bien, me atendré a esta parte del acuerdo —dice Vera.

Se sienta en el asiento del comandante y se acerca el teclado. Entonces escribe algo.

—Ya está.

—Nave, ¿estado de los contenedores traídos de la Holandés Errante? —pregunta


Yuri.

—Expulsados —responde la nave.

—Y aquí puedes verlo —dice Verra, girando la pantalla hacia un lado para
comprobar cómo varios contenedores flotan por el espacio.

—Deberías partir del hecho de que eso es una falsificación —indica Irina.

—Ya lo oyes —dice Vera.

—No había tiempo para eso. ¡Acabo de hacerle la propuesta hace un momento! —
replica Yuri.

—Podrías ir a mirarlo personalmente —comenta Vera.


—Está bien, te creo —dice Irina.

—Ahora la autorización, Yuri —ordena Vera.

—Nave, planifica un rumbo a la Tierra —dice Yuri.

—Rumbo ya planificado —contesta la nave.

Sin más, Vera gira la pantalla de nuevo. Una elipse larga enlaza Anfitrite con la
Tierra.

—Nave, cualquier modificación de rumbo requerirá a partir de ahora una nueva


autorización de arranque.

—Lo siento, pero cualquier cambio en los derechos solo puede realizarse tras
introducir la autorización de arranque —dice la nave.

—Te toca —contesta Vera.

Yuri mira a Irina. Tiene los brazos cruzados y no le devuelve la mirada. «Tú te lo
guisas, tú te lo comes», quiere decir con ese gesto. ¿Pero cómo podría habérselo dicho?
Por suerte Óscar podrá confirmar su historia. No, no puede. Mierda.

—¿Hola? ¿Es que has olvidado los datos? —pregunta Vera.

Claro que no. Yuri introduce primero el nombre de Meltem. Entonces, parpadea el
cursor pidiéndole la contraseña. Se pone de manera que nadie pueda ver lo que está
escribiendo.

«Ekim iki kaç akciğer».

Parece que va bien.

—Por favor, apártense un momento —dice una voz que le resulta conocida—. Tengo
que pasar la aspiradora por aquí.

Un dedo metálico le pincha en el muslo hasta que levanta los pies. Por suerte, en la
ingravidez no resulta nada difícil.

—¿Es este Óscar? ¿Qué le ha pasado? —pregunta Irina—. ¿Has sido tú, Vera?
—Yo no tengo nada que ver con eso —afirma Vera.

—Bueno, que tengo que introducir algo —dice Yuri.

¿Qué más seguía? La pantalla solo muestra asteriscos. La última palabra que
introdujo debió ser ödemek ¿O era akciğer? Cuenta los asteriscos y llega hasta 20.
Entonces era akciğer. Sigue con pembe.

«Pembe ödemek çirkin öpucük».

Ya debe estar. Su dedo se queda flotando encima de la tecla de confirmación. ¿Qué


acaba de escribir? Quizás öpucük. Eso era el beso, la palabra que más le costó hasta el
final.

No, debe ser «öpücük». Borra los últimos cuatro caracteres y los introduce de nuevo.
Vuelve a quedarse paralizado sobre la tecla de confirmación. «Atrévete, Yuri», diría
Óscar ahora. Qué va, citaría algo de sus simuladores. Yuri pulsa la tecla y el ordenador
confirma la contraseña.

—Autorización de arranque aceptada —informa la nave.

En ese mismo momento se nota el inicio de una vibración por la nave. Le sube a Yuri
por la columna hasta la cabeza. Busca rápido un asiento y se ata. ¡Alto!

—Nave, cualquier modificación de rumbo requerirá, a partir de ahora, una nueva


autorización de arranque.

—Derechos modificados con éxito —dice la nave.


31 de mayo de 2079, Ganymed Explorer

Algo tira de su cinturón. Yuri mira hacia abajo. Cuatro dedos se han agarrado a una trabilla. De
ellos cuelga un largo brazo. El robot de limpieza se desplaza atravesando toda la central,
utilizando literalmente cualquier cosa donde agarrarse. Yuri señala hacia el aparato.

—¿Lo conoces? —pregunta.

—Es un simple robot de limpieza —dice Meltem—. El modelo se llama Óscar, no sé más.
Seguramente ya estaba a bordo cuando asumí el mando de la nave. Es probable que sea un extra
gratuito del fabricante RB para la ESA. El robotito se descuelga constantemente por toda la nave
y lo mantiene todo bien limpio.

—¿De qué sirve eso? —pregunta Irina.

—En esta escena informo de nuestro primer encuentro —explica Óscar—. ¿No te
gusta?

—¡Pero si fui yo quien te descubrió primero! —dice Irina—. Enseguida pensé: ¡Pero
qué robot aspiradora más mono!

—Lo que os he leído es lo que me ha contado Yuri.

—¿Leído? —pregunta Yuri—. ¿Lo estás escribiendo?

—Escribir no es la palabra correcta. Pero lo anoto en formato de texto tal y como me


lo contáis. Las imágenes las he perdido por el reinicio. Debe haber sido una auténtica
aventura la que hemos pasado.

—Lo habrá sido una vez hayamos llegado a la Tierra —dice Irina.

—Mis simulaciones me dicen que, desgraciadamente, durante el resto del viaje no va


a suceder nada interesante.

—¿Desgraciadamente? —pregunta Irina—. ¡Ojalá sea así, por Dios!


—Me gustaría poder vivir alguna aventura.

—Has vivido una. Estabas allí, Óscar. De hecho, has sido un componente vital para
conseguir que todo saliera bien —dice Yuri.

—Pero no sé nada de eso. He perdido toda la información, excepto aquello que me


contáis. Y no es lo mismo.

—Puedes intentar participar en otro viaje espacial —dice Irina—. Si quieres, hablo
con Yekaterina. Seguro que RB puede necesitar un robot aspiradora inteligente.

—¡Eso sería maravilloso! ¿Y vosotros?

—Nos quedaremos en la Tierra. No creo que vuelva a tener ganas de salir al espacio
en mucho tiempo —dice Yuri.

—Qué pena. Si es verdad todo lo que me contáis, formábamos un buen equipo.

—Lo éramos, Óscar, lo éramos —indica Irina—. Pero ya hablaremos de ello mañana.

—Vale —responde Óscar, que repliega su brazo y se mete rodando bajo la cama de
Yuri.

—Ejem, no. Te agradecería que abandonaras la cabina hasta mañana —dice Irina—.
Necesitamos un poco de tiempo para nosotros.
6 de enero de 2080, Kentucky

En Kentucky, el invierno es frío de narices. A menos de cero. ¿Por qué no se lo dijo


nunca nadie? Douglas lleva ya media hora de camino. Está cansado. Kiska maúlla
desde su transportín en el asiento de al lado de una forma tan lastimera, que le parte el
corazón. El vuelo a Louisville ha sido ya bastante agotador y, además, en el pequeño
aeropuerto ya estaban reservados todos los coches de conducción autónoma. ¡Quién le
habría dicho que para alquilar un coche en Kentucky había que reservar con antelación!

Llega a un cruce. Al menos, el Ford eléctrico que ha conseguido posee navegador


GPS. Doug gira en la 2181 a la derecha para entrar en la Schafer Camp Road. Esa es su
nueva dirección. Su última, espera. Schafer Camp Road, Hawesville, Kentucky. Aquí
tienen 467 acres de terreno con una casa de una sola planta y chimenea. Incluso cuando
llegue el día en que tengan que moverse con silla de ruedas, no habrá escalón alguno
que moleste. La localidad más cercana es Hawesville, a diez millas, suficientemente
cerca para ir en coche a comprar todo lo necesario, pero suficientemente lejos para
evitar que los desbordamientos del río Ohio, que pasa por Hawesville, no lleguen a su
granja.

—Ha llegado a su destino.

Al fin. El portón de madera, de hecho es solo una traviesa de madera y está abierto.
Doug conduce hasta el garaje de chapa metálica. Mañana tendrán que devolver el coche
de una forma u otra a Louisville. Doug se pone el gorro de lana y se baja del coche. El
viento intenta quitárselo a base de ráfagas traicioneras. Da la vuelta al coche, abre la
puerta del acompañante, saca el transportín de la gata, y se dirige a la casa. El viento
aúlla su frustración por no haber podido arrancarle el gorro. María ha adecentado un
jardincito frente a la casa, pero en invierno solo pueden verse los arbustos algo más
altos.

Abre la puerta y el viento entra con él. El fuego en la chimenea se aviva.

—¡Vaya! —dice María.


Está sentada frente a un tocador arreglándose el peinado. Pero ahora se levanta. Está
radiante. Doug deja el transportín en el suelo, se lanza hacia ella y se abrazan. María
huele bien.

Dos horas después se dan cuenta de que Kiska sigue dentro de su jaula. María se pone
el camisón. En el dormitorio hace frío, pero no se ha dado cuenta hasta ahora. Doug va
hacia el salón en calzoncillos. La gata maúlla brevemente, pero no parece estar enfadada
por haberla dejado olvidada. Doug le abre la puertecilla y Kiska se deja sacar sin
protestar. Se la lleva al dormitorio.

—Dame a mi bebita —pide María.

Doug le pone la gata sobre los muslos. Kiska se estira y se pone cómoda mientas
María habla con ella en voz baja, sin parar de acariciarla.

—En el salón hay algo para ti, junto al fregadero —dice María.

Doug siente curiosidad y vuelve al salón aún en calzoncillos. En la encimera de la


cocina hay un paquetito envuelto en papel marrón de embalar y sobre el que pone su
nombre y su dirección. Schafer Camp Road, Hawesville, Kentucky, su nuevo domicilio.
Su último domicilio. Pocas personas en el mundo conocen esta dirección y deberá
seguir siendo así. Arranca el papel. Es un libro.

Anfitrite, pone como título. El autor se llama Óscar T. Hoover.


30 de mayo de 2080, Akademgorodok

—Va usted a viajar totalmente solo, Nick Watson —dice Valentina.

—Precisamente eso es lo que hace que me resulte tan atractivo. Me gusta viajar solo.

—Si no quisiera realmente estar tan solo, podría ofrecerle un androide HDS del
taller de uno de nuestros colaboradores. Los modelos HDS se pueden desconectar en
cualquier momento.

¿Y ahora qué pasa? ¿Por qué empieza valentina a hablar de un robot HDS? ¡Tiene
que recomendarle a él!

—¿HDS?

—Hogar, Defensa, Sexo. El androide puede realizar cualquier tarea y a simple vista
no se distingue de una mujer de carne y hueso.

Nick se pone como un tomate. Con esta oferta solo podría decir que sí. En principio.

—Gracias, Valentina, pero no es necesario —dice él—. Me las apaño bien en la


cocina y supongo que puedo renunciar a un guardaespaldas ante la ausencia de
enemigos en el espacio.

—Como quiera. ¿Quiere que haga entrar de nuevo a Katharina? Para echarle un
vistazo, solo.

Nick niega con la cabeza. Un hombre muy razonable, sí señor.

—¿No tendrá por casualidad un robot de limpieza para que me acompañe durante
el viaje? Reconozco que las labores domésticas no son mi fuerte. No debería ser
antropomorfo.
¡Esa es su oportunidad! Valentina hace como si buscara algo a su alrededor, se
levanta y va hacia una esquina de la habitación. Se agacha, abre la puerta y saca a Óscar.
Pulsa un par de botones, pero no pasa nada.

—Le presento a Óscar —dice ella y le entrega Nick ese aparato—. Es un robot de
tareas domésticas, que limpia y quita el polvo.

Nick pulsa un par de botones en el lado superior del disco, pero tampoco pasa nada.
Gira el robot y ve que debajo hay cuatro ruedas que pueden girar 360 grados.

—Tendrá que enchufarlo durante un rato a una toma estándar de corriente. Se habrá
descargado durante la noche. Ayer mismo aún estaba dando vueltas por aquí.

—¿Sabe también lavar platos? ¿Cómo puede hacerlo? —pregunta Nick.

—Óscar posee un elemento mecánico muy versátil y robusto que puede extraer del
disco cuando hace falta. No lo subestime. No tiene una aplicación tan universal como
un modelo HDS, pero podría muy bien hacer caer a un atacante.

—Por suerte, no será necesario.

—Desde luego, Nick, se lo deseo con toda mi alma.

—No quiero entretenerla más —dice Nick—. ¿Nos vemos en el despegue?

—No, llamaría demasiado la atención sobre nosotros. Nos vemos dentro de cuatro
años, cuando le transfiera el resto de su remuneración. ¡Suerte!

—Gracias, Valentina.

Se levantan ambos a la vez y se estrechan la mano. Valentina Schostakowna


abandona entonces la sala de reuniones a través de la pesada puerta.

Óscar ya ha oído suficiente. Sigue haciendo como si no tuviera energía, pero sus
simuladores están analizando el futuro a fondo. Irá con ese Nick a Tritón, la luna de
Neptuno; nunca antes habrá llegado una aspiradora tan lejos. El encargo parece claro:
ir, reparar IA, reiniciar láser, volver. Pero el demonio se esconde en los detalles. Seguro
que será la gran aventura que tanto tiempo lleva deseando. Ha valido la pena esperar.
Yevgeniya realmente no prometió demasiado en su día.
Nota del autor

Queridas lectoras, queridos lectores:

Cuando empecé a escribir «Anfitrite» me imaginé que sería solo una novela, más o
menos como «Desastre en Tritón» o «La Fuente Oscura». Solo que esta vez, el destino de
la expedición tenía que ser el legendario «Noveno planeta». Entonces me llegó un guion
para un tráiler de vídeo donde vi por primera vez las montañas en forma de serpiente,
las Serpentes. El tráiler, si no lo han visto ya, lo encontrarán aquí:

Con un planeta tan sugerente con esas características inesperadas, simplemente no


podía limitarme a escribir un solo libro. Anfitrite debe tener una historia muy larga y
totalmente distinta a la de nuestro sistema solar. Y para poder averiguar esa historia, los
expedicionarios humanos necesitaban pasearse por el planeta bastante más tiempo del
inicialmente previsto. Pero ¿cómo podía conseguirlo? En otras de mis novelas, mis
protagonistas también tuvieron que pasarse mucho más tiempo del esperado en el
espacio: En Nación de Marte se dio la circunstancia, porque el camino de vuelta quedó
bloqueado. En Desastre en Tritón era el encargo. Pero de nuevo un encargo podría haber
resultado aburrido.

Por ello, Anfitrite empieza con un asesinato y con una tripulación que se crea forzada
por la circunstancias y que debe exiliarse sin preparación alguna. La larga estancia en el
planeta resultó inevitable, lo que permitió descubrir todos los secretos del planeta. Y
todo esto, evidentemente, ya no cabía en un único volumen. ¡Espero que se hayan
entretenido mucho con esta algo larga aventura! Publicarla como trilogía tiene también
la ventaja de permitirles empezar a leer, mientras yo aún estoy escribiendo.

Como siempre, seguro que este no ha sido su último encuentro con personas que
representan lo bueno y lo malo. La gran aventura que Óscar vive con Nick ya la habrán
leído en Desastre en Tritón. Vera también podría volver a aparecer, al igual que la
tripulación de la Ganymed Explorer. Y el misterioso maletín que se ha quedado en
Anfitrite también merece que salga en algún otro momento. Es un elemento vital de una
de mis siguientes novelas, cuyo título de trabajo es Andrómeda. ¿Se les ocurre qué podría
haber dentro de ese maletín para desempeñar un papel en este próximo libro? En caso
afirmativo, no duden en enviármela. ¡Me encantará leer lo que se imaginan! Cuando
estén leyendo esto, ya habré empezado a escribir este nuevo libro.

Y luego está el problema de Irina. ¿Es la copia o es el original? ¿Qué resultados


ofrece el Robodoc, el robot médico de a bordo? Sería material suficiente para lo que
llamaría «La Aventura de Irina». Es solo otro título de trabajo. Ya lo saben, nos
reencontramos más de una vez… con tantas ideas para más libros :-)

Por lo demás, siempre me alegra recibir correos electrónicos de mis lectores. Y si


quieren hacerme un gran favor, escriban un comentario sobre este libro a través del
enlace siguiente: hard-sf.com/links/1890762

Las valoraciones de los lectores son uno de los factores más importantes para que
muchos otros lectores encuentren este libro en la tienda. Y siempre me gusta ver cómo
mis lectores valoran mis obras. Tengo la inmensa suerte de tener lectores como usted.
No se sonroje, el cumplido es merecido.

Un sincero saludo desde mi nocturno escritorio,

Brandon Q. Morris
BRANDON Q. MORRIS, seudónimo de Matthias Matting (Leuckenwalde, extinta
República Democrática Alemana, 28-8-1966) es físico y especialista espacial. Durante
mucho tiempo se ha preocupado por los problemas espaciales, tanto a nivel profesional
como privado, y aunque quería convertirse en astronauta, tuvo que quedarse en la
Tierra por una variedad de razones. Está particularmente fascinado por el «qué pasaría
si» y, a través de sus libros, pretende compartir historias convincentes de ciencia ficción
que podrían suceder y que algún día pueden suceder.

Morris es autor de varias novelas de ciencia ficción, que son best-sellers a nivel
internacional.

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