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Desde finales de los años sesenta el mundo experimenta grandes transformaciones: la caída del
comunismo y el triunfo del capitalismo, el mayo del 68, la igualdad efectiva de la mujer o el creciente
poder de los medios de comunicación de masas propician lo que ha dado en denominarse la
“democratización del arte”, hecho que supone que los límites entre la obra artística y el producto
comercial no se distingan.
En estas décadas, España experimenta una notable evolución que se percibe en el terreno
literario con dos etapas claramente diferenciadas: por una parte, en los sesenta y primeros setenta, la
literatura social se agota, se vive el Boom de la literatura hispanoamericana y se impone el
experimentalismo. Por otra parte, la muerte de Franco, supone la desaparición definitiva de la censura y
el regreso de autores exiliados, sin embargo no se llega a conseguir la resurrección artística que se
intuía con la recuperación de la Democracia.
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Siguiendo la línea de Buero Vallejo en El tragaluz, Alfonso Sastre comenzará una nueva
etapa teatral hacia 1953 – con Escuadra hacia la muerte, prohibida por la censura en la tercera
representación por su mensaje antimilitarista- enfocada a la composición de obras que puedan
dirigirse a un público lo más amplio posible. En este sentido Sastre insistirá en las relaciones
entre el individuo y su entorno, haciendo hincapié en los problemas de la justicia y la libertad,
desde un enfoque existencialista, en la línea del filósofo francés Jean-Paul Sartre, dentro de los
límites marcados por la censura.
Este nuevo teatro nacido en los albores de la Democracia se caracterizará por seguir
siendo un teatro de protesta y denuncia, cuya temática gira aún en torno a la dictadura, la falta
de libertad y la injusticia. Frecuentemente el drama será una parábola que habrá que descifrar
por lo que se recurrirá a la farsa como subgénero dramático por excelencia.
La vanguardia hace que hablemos de un teatro definido por lo grotesco, las
deformaciones esperpénticas y la presencia de imágenes delirantes u oníricas.
Sobresaldrán figuras como José María Bellido, Francisco Nieva, Martínez Mediero o
Alberto Miralles que tendrán que luchar contra la persecución de la censura y contra la ignorancia
de un público que no entiende sus obras, ya que, debido a su temática y estilo, representan a un
teatro compuesto para minorías: un teatro soterrado.
El único caso de éxito rotundo es el de Antonio Gala con obras como “Los verdes
campos del Edén” o “Anillos para una dama”.
El teatro independiente.