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Alcances conceptuales y contribuciones a la cuestión de Violencia de Estado, desde

América Latina

Marcela Ruggeri/ Artículo de divulgación

“Cada imagen del pasado que no es reconocida por el presente,


como una de sus preocupaciones,
amenaza con desaparecer irremediablemente”
Walter Benjamin

Las placas conmemorativas, clausuran etapas, pero no detienen el potencial subversivo de la


memoria: el rememorar entre todos, como acto, ayuda a construir una conciencia colectiva crítica
sobre las experiencias traumáticas, encontrando nuevos sentidos a aquella violencia vivida,
develando los motivos implícitos tras de ella.
Muchas placas han sido colocadas en diferentes puntos del territorio latinoamericano, intentando
atenuar el dolor por la pérdida de tantas vidas durante las últimas décadas del siglo XX, pero
todavía nuestros países adolecen del debate profundo que hagan posible la construcción de una
conciencia colectiva sobre lo que realmente aconteció, reflexión necesaria para que el “Nunca
Mas”, no sea mas que un emblema vacío, y por ello, estéril.

America Latina
Las décadas del ’70 y el ’80 representan momentos históricos de enorme desgarramiento social en
América Latina. En aquel contexto histórico y social, el discurso desde el poder se hizo real, se
ontologizó, inoculando una ideología que justificó el terrorismo de estado en su lucha contra el
enemigo que, fuera ya nominado como comunista, socialista, o peronista, formaba parte de
segmentos sociales percibidos como amenazantes, construidos como la “otredad negativa”.
Así, el continente se vió arrasado por una oleada de represión y violencia estatal sin parangón,
producto de la implementación de un proyecto de alcance continental que, expresado en la
Doctrina de Seguridad Nacional, fue aplicado con independencia del poder de fuego de fuerzas
insurgentes, del grado de peligrosidad o del grado de amenaza concreta de un triunfo
revolucionario.
La existencia de este “plan reorganizador” se hace evidente si, al comparar, encontramos que el
mismo fue implementado casi por igual, fuera en situaciones de guerra civil, como en El Salvador;
en contextos en los que el poder de combate militar no era importante, como en Argentina; o donde
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no existieron acciones que pusieran en riesgo el aparato estatal, como sucedió en el caso chileno.
(Feierstein, D. 2012, pág. 141).
El grado de interrelación entre los diferentes gobiernos de facto era tal que, en el cono sur, se
montó un “paraguas” de cooperación represivo, el denominado Plan Cóndor, a partir del cual las
diferentes dictaduras perseguían en sus territorios a ciudadanos de otras nacionalidades que huían
de la represión en sus propios países.

Argentina
Argentina ingresa el 24 de marzo de 1976 a una de las etapas mas oscura de su historia,
caracterizada por la cancelación de las libertades y los derechos fundamentales. En ese marco, el
terror generalizado, la represión, la censura, la persecución y el exilio obligado eran moneda
corriente, como lo eran también la detención, el secuestro de miles de ciudadanos, que pasaban a
la macabra situación de “desaparecidos”.
Los detenidos-desaparecidos, bien podían ser dirigentes estudiantiles, sindicales, religiosos,
personalidades de la cultura, intelectuales, obreros, docentes, trabajadores comunitarios,
periodistas, empresarios; niños, adolescentes, adultos o ancianos; ciudadanos argentinos o
extranjeros; detenidos por su orientación sexual o su filiación religiosa: para el régimen de facto,
todos eran simplemente “enemigos”.
Los relatos de las víctimas o de sus familiares, de sus amigos o de testigos ocasionales, dan cuenta
de que, luego de ser secuestrados de sus domicilios (frecuentemente saqueados durante estos
operativos), de sus lugares de trabajo o de la vía pública, eran trasladados a los Centros
Clandestinos de Detención, base fundamental de operaciones de las fuerzas armadas y organismos
de seguridad, que funcionaban en sitios de detención locales, dependencias policiales,
asentamiento de las Fuerzas Armadas, supeditados a autoridad militar con jurisdicción en el área
de detención, donde se infligía la tortura física y psicológica, la degradación ilimitada y la vejación
(Nunca Más, 2016, pág. 32), metodologías que bien podrían ilustrar un catálogo de prácticas
“sobrehumanamente inhumanas’, como las que Himmler esperaba de sus subordinados (Arendt,
H., 2018, pág. 156).

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Los detenidos-desaparecidos, podían continuar en este estadio, durante días, meses o años;
posteriormente de ese lapso, eran trasladados a las cárceles comunes, con lo cual se los hacia
“visibles” legalmente, o eran asesinados: lanzados al mar desde aviones en los famosos “vuelos de
la muerte”, fusilados para hacerlos aparecer como muertos en enfrentamientos, o simplemente
aniquilados durante las torturas, y enterrados en fosas comunes, como “N.N”.

A fines de no caer en la mera descripción de las metodologías, es importante intentar correr los
velos que ocultan las razones escondidas tras este plan macabro, los motivos que activaron esta
maquinaria del terror, y para ello, tal vez sea importante recordar que , cuando Michel Foucault
analiza el funcionamiento del poder, recomienda que se debería deslizar la mirada desde aquello
que las prácticas se proponen destruir (una cultura, o una tendencia política) hacia lo que se
proponen construir (por lo general, una forma particular y especifica de reconfigurar las relaciones
sociales entre los sujetos). En este caso en particular, existió un proyecto de reorganización social
y nacional, pergeñado con anterioridad a la existencia de grupos armados de izquierda que, con la
excusa de la lucha contra la subversión, persiguió la puesta en marcha de un plan tendiente a la
destrucción de las relaciones sociales de autonomía y cooperación, y de la identidad de la sociedad,
a partir del aniquilamiento de grupos relevantes por el efecto de sus prácticas y del uso del terror,
producto del aniquilamiento, con el fin de establecer nuevas relaciones sociales y modelos
identitarios.
En esas épocas oscuras, también hubo resistencias, denuncias sobre lo que estaba aconteciendo
prácticamente a la vista de todos. Organizaciones de familiares de detenidos, agrupaciones de ex
detenidos, organismos de derechos humanos, intelectuales, periodistas, argentinos y extranjeros, o
exiliados, entre otros tantos elaboraron estrategias para denunciar, pero fue sin duda, la lucha
silenciosa y sin pausa de un grupo de madres motivadas por la búsqueda de sus hijos, en ese
momento desaparecidos luego de sus secuestros, las que causaron el mayor impacto.
Las “Locas de la Plaza”, como se las llamó, se aunaron, convirtiendo el reclamo individual en uno
colectivo, potencializando la legitimidad de su reclamo a partir del sacrificio materializado en sus
cuerpos marchantes, silentes, inclaudicables, sacrificio repetido, cada jueves, en los rituales de

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sus rondas alrededor de la Pirámide de Plaza de Mayo, que nunca más sería aquella Plaza, ya que
desde entonces fue, es y será, su territorio, el de las Madres de Plaza de Mayo, hoy reconocidas y
admiradas en todo el mundo, por su lucha pacífica en pos de la búsqueda de la Justicia y la
Reparación. (Sigal, S. 2006. Pág. 323-344)

En el año 1982, luego de la Guerra de Malvinas, se abre un nuevo período en el cual la opción
democrática comienza a adquirir mayor fuerza, culminando en el proceso eleccionario que
finalmente concluiría con la asunción de Raúl Alfonsín como presidente de la Nación, el 10 de
diciembre de 1983.
Uno de los ejes fundamentales en la plataforma de la UCR había sido el juicio y castigo de todos
aquellos que hubieran cometido los delitos aberrantes que ya se habían comenzado a denunciar en
la visita de la CIDH en 1979. En ese contexto, una de las primeras medidas del gobierno
democrático fue la creación de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, la
CONADEP, cuya labor concluye con la publicación de su informe, el NUNCA MAS, que se
convirtió en el reflejo de lo que muchos no habían querido ver, ni escuchar.

En 1985, se celebra el Juicio a las Juntas, un hecho inédito a nivel mundial, diferente al Juicio de
Núremberg porque los responsables de los crímenes aberrantes cometidos durante el proceso
militar fueron juzgados frente a una instancia civil, no por sus pares. El Juicio se convirtió en un
ejemplo para muchos países de la región que pasaron por regímenes similares, aunque las
diferentes coyunturas políticas, históricas y sociales hayan demorado o imposibilitado su
implementación.
En el caso argentino, las víctimas o sus familiares recibieron un resarcimiento económico como
paliativo por los daños sufridos, aunque sin dudas, el reclamo desde siempre haya sido la obtención
de justicia, como forma reparación.

Las leyes de Obediencia Debida y el Punto Final, opacaron lo que se había conseguido en el
proceso abierto desde 1983, al dejar sin castigo a los perpetradores directos de los secuestros, las

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torturas y asesinato de miles, y en los ’90 se recibe otro duro golpe, cuando el gobierno de Carlos
Menem concede los indultos.
Posteriormente se han continuado los juicios, se llevó a la cárcel a los presidentes de los gobiernos
de facto, y aun continúan multitud de casos en casos particulares, por ejemplo, en la causa de “La
Perla”, en la provincia de Córdoba. Lo que sigue pendiente, lamentablemente, es la investigación
tendiente a rastrear e investigar las necesarias complicidades que se dieron entre el régimen y
personas e instituciones de la sociedad civil, no sólo de la persecución y muerte , sino también de
profundas modificaciones que se realizaron en la estructura social y económica, objetivo
fundamental del plan montado en esas décadas.

Conclusión

El secuestro, la tortura y la aniquilación de miles, la destrucción de las relaciones sociales, no


culminan con la realización material, sino que continúan replicándose en el ámbito simbólico e
ideológico, en los modos de representación y en la forma de narrar dichas experiencias traumáticas,
y por lo tanto, de re-presentarse-la experiencia de aniquilamiento.

El poeta salvadoreño Roque Dalton, afirmaba que la gente de su país, El Salvador, debía hacer la
reescritura de su historia restituyendo la base, o sea, negando la base desde donde fue escrita la
historia “oficial’, lo que implica necesariamente el estar profundamente “consciente” de ella para
poder así llegar a reconocer a la “otra historia”, la historia prohibida, aquella no dicha por miedo
a represalias por parte del poder establecido, el colonial, el neocolonial o el imperialista.

Esa heterogeneidad y sincronía existente a partir de una matriz propia, autónoma, desde donde
interpretar los fenómenos sociales, puede ser el punto de partida en la búsqueda de alternativas
para imaginar un futuro posible, sin el trauma, que como una marca producto del pasado violento,
perdura en la identidad colectiva.

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Tal vez al hacerlo, se abriría la posibilidad de que, finalmente, en Latinoamérica se pudiera realizar
la reapropiación histórica de aquellas identidades mutiladas, silenciadas, ignoradas, desaparecidas,
recuperando ese espacio desde donde reconocerse a uno mismo, para poder exigir, como propone
Schmucler, no la tolerancia del otro, sino su reconocimiento. (Schmucler, H, 1997)

Bibliografía
-Arendt, Hannah, Eichmann en Jerusalén, Barcelona: Penguin Random House, 2018
-Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, Nunca Mas; Informe sobre la Comisión
Nacional sobre la Desaparición de Personas, 10ª edición, Ciudad Autónoma de Buenos Aires:
Eudeba, 2016.
-Dalton, Roque, Poemas Clandestinos, Solidarity Publications, 1984
-Feierstein, Daniel, Memorias y representaciones. Sobre la elaboración del genocidio, 1ª edición,
Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2012
-Schmucler, Héctor, Memoria de la Comunicación, Buenos Aires: Editorial Biblos, 1997,
Capitulo: La investigación (1982): un proyecto comunicación/cultura.
-Sigal, Silvia, La Plaza de Mayo, una crónica, Buenos Aires: Editorial Siglo Veintiuno, 2006

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