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1.

Planteamiento

Los registros del jaguar dicen que “pasó del Viejo Mundo a América a
principios del Pleistoceno hará cosa de 850 mil años. Es decir, el jaguar pobló el
continente americano mucho antes de que lo hiciera el hombre” (Beauregard;
Magaña; Cámara 2009:20) El felino se desarrolló en el territorio que actualmente
es Latinoamérica, zona geográfica que fue poblada por las culturas
mesoamericanas y dónde se desarrollarían. El símbolo aparece desde la cultura
Olmeca del preclásico, y recorre un gran periodo de tiempo hasta llegar a las
culturas del posclásico como la Azteca y por supuesto la Maya.

Lo anterior lleva a que el animal sea representado de diferentes formas en


la iconografía mesoamericana, brindando un espacio muy amplio de investigación
para la disciplina arqueológica, histórica y antropológica. En ese sentido, autores
como: Traci Ardren; Richard Takkou-Neofytou; Guilhem Oliver; Heike roSaS-
müller; Alberto Ruz Luillier; María del Carmen Valverde Valdés; Mercedes de la
Garza; Gustavo Aviña Cerecer entre muchos otros, han dedicado muchas
investigaciones para significar todos los registros que actualmente se tienen del
jaguar en monumentos, pinturas o cerámica, brindándonos datos sobre la
importancia del mamífero en las sociedades prehispánicas, en tanto es usado
como símbolo de poder por las condiciones duales de obscuridad y fuerza
observadas y utilizadas en el mamífero por esos pobladores. Como nos explica
Ardren: “La identificación del jaguar con el líder persistió en Mesoamérica durante
miles de años, y en el período maya clásico el jaguar fue tanto un acompañante
espiritual de determinadas dinastías gobernantes como un emblema del poder
(Ardren 2010:12)

Está relación del jaguar con las elites mesoamericanas trasciende desde la
aparición del animal en la construcción de su cosmovisión, el animal aparece en
consonancia con símbolos importantes del mundo prehispánico, por ejemplo, la
visión cuadripartida mostrada con la cruz Olmeca, la cual es fundamental para la
división del mundo mesoamericano y dónde se fundamentan cuestiones como la
construcción de las pirámides, “la asociación de la cruz olmeca con el jaguar
muestra un vínculo con el mundo subterráneo, la residencia de los antepasados y
los dioses relacionados con el agua y el fuego.” (Magni 2014:29) además como
explica Takkou-Neofytou: “El imaginario jaguar estaba estrechamente relacionado
con las características del animal mismo, agresión, fiereza y fuerza y un estatus de
protección sobrenatural.” (Takkou-Neofytou 2014:3) lo que lo virtualiza en hechos
míticos rituales como el Way o con dioses con esas características.

Siguiendo con la aparición del jaguar en la investigación arqueológica, el


libro editado por Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de Yucatán y
complidado por Lilia Fernández Souza, nos brinda un panorama más amplio
respecto a la interacción del animal dentro de las tierras ocupadas por las
poblaciones Mayas. Los autores: Catalina E. Bolio Zapata; Marco Zimmerman;
Carolina Ramos Novelo; Vera Tiesler; Andrea Cucina; Marcos Noé Pool Cab;
Socorro Pilar Jiménez Álvarez; Ileana I. Ancona Aragón; Cecilia E. Soldevilla
Illingworth; Guillermo Kantún Rivera; Guillermo de Anda Alanis; Rafael Cobos y
Héctor Hernández Álvarez, nos brindan una cartografía del jaguar en las tierras
Yucatecas Mayas, hablando desde todas las ramas de la arqueología y las
identidades. De esta forma, nos encontramos con diálogos sobre la
Zooarqueología, la etnoarqueología, la etnobotanica, la bioarquelogía, los
espacios domésticos, el comercio, la arqueología submarina y las identidades
Mayas. En la mayoría de estos diálogos y análisis está presente el jaguar de
alguna u otra manera apelando a su importancia simbólica ritual en la zona.

En el mismo orden de ideas, el pensamiento del símbolo de jaguar


mostrado en la iconografía refiere a un animal poderoso ligado a los contextos
donde el poder se podía ejercer en la sociedad prehispánica. Trabajos como el de
Noris Vargas, “Relaciones entre félidos y humanos en las tierras bajas mayas.” Y
Traci Ardren, “The Jaguar’s Spots: Ancient Mesoamerican Art from the Lowe Art
Museum”, proporcionan datos sobre cómo el jaguar se mueve como símbolo de
poder dentro del pensamiento colectivo Maya.
La diferencia de este animal con los otros felinos de piel moteada de la
zona radica en la utilización de este (entendiendo como sus representaciones, piel
o partes de su cuerpo) en contextos de elite, siendo presentado en muchas
ocasiones con su condición dual como el señor del poder o el señor de la noche,
un animal símbolo al que se le debía respeto y el cual ayudaba a legitimar el poder
en esas sociedades. En las palabras de Traci Ardren, “Es muy probable que la
admiración por el jaguar reflejada en el arte de los pueblos antiguos de América
Central no se inspirase en el miedo a un ataque sino en la adaptación y el respeto
mutuo que, en opinión de los científicos, caracterizaban a las interacciones
normales” (Ardren 2010:11) el jaguar es entonces el ejemplo donde se instala una
cosmovisión fluida entre lo real y lo mítico, un imaginario de poder, respeto y
fantasía, imaginario que a través de signos como el del animal legitiman lugares
en el estatus social de la sociedad.

Partiendo de lo anterior, es necesario contextualizar a la población Maya


prehispánica con lo respectivo a las posiciones de género. Cuando se habla de
condiciones de poder también se está hablando de condiciones de género. En los
trabajos de Rosemary Joyce (Joyce 2000; Joyce 2004) Hector Hernández
(Hernández 2013) y Traci Ardren (2012, 2015) se expone la problemática en torno
a las diferencias de género en las elites Mayas, “dentro de las pequeñas y grandes
ciudades del mundo maya clásico, con su nobleza hereditaria y plebeyos, las
negociaciones de posición social a través de la manipulación de imágenes
humanas han dejado abundantes testimonios de estereotipos de género.” (Joyce
2000:59) En las sociedades Mayas, los estatus de poder casi siempre eran
ocupados por personajes masculinos, la representación de los sujetos femeninos
aparece en contextos de acompañamiento.

En el mismo orden de ideas, lo masculino se entendía de forma diferente


que lo femenino dentro del imaginario Maya “la mujer era para el hombre lo que la
naturaleza para la cultura; y a diferencia del hombre, que podía rehacerse
socialmente, la mujer estaba irrevocablemente marcada como parte de la
naturaleza a través de los procesos biológicos de la menstruación y el parto”
(Joyce 2000:4) Mientras que la mujer atendía a actividades que tienen que ver con
lo natural como las labores de parto, el alimento derivando en las labores
domésticas. Los hombres tenían un amplio margen de desenvolvimiento en la
estructura social, desempeñándose en actividades como la guerra, la caza o la
política. Lo que derivaba en una mayor posibilidad de adquirir lugares desde
donde ejercer el poder por parte de los sujetos masculinos.

De acuerdo a lo anterior, el jaguar podría aparecer más ligado a los


masculinos, ya que, las circunstancias sociales derivarían en que los dos
(masculinos y jaguares) se mostraran en contextos parecidos, esto debido a las
condiciones de poder. Sin embargo, es interesante cuestionarse ¿existe evidencia
de relación del jaguar con mujeres prehispánicas mayas? Y de ser así, ¿en qué
contextos aparecen estas relaciones? Este planteamiento ayudaría a encontrar un
nuevo sitio del jaguar en la estructura social prehispánica, y al mismo tiempo nos
ayudaría a replantear el concepto de masculinidades en la sociedad Maya
prehispánica.

Otro factor importante, respecto al pensamiento del jaguar en las tierras


Mayas, es el que nos brinda la etnografía. Si bien muchos de los pensamientos
sobre el animal registrados en la iconografía no se pudieron preservar con el paso
del tiempo y los cambios históricos, muchos otros se han preservado y se incluyen
aún en el pensamiento mitológico de algunos lugares puntuales en el actual
Yucatán. Para ejemplo de lo anterior, el registro elabora por María del Carmen
Valverde Valdés sobre “Jaguar y Chaman entre los Mayas” dónde expone una
idea de tonalismo, la cual es ejercida por los chamanes para tomar un animal en
forma de alter ego. El jaguar es en muchas ocasiones es elegido por estos
chamanes por sus cualidades naturales, su vista en la obscuridad, sus
movimientos en las sombras, su fuerza al atacar y su figura imponente “con todas
estas características, el felino no solo es el alter ego de los hombres principales de
la comunidad, de los grandes señores, sino también asociados prácticamente en
forma indisoluble a los chamanes.” (Valderde 1996:27) lo que deriva en “una
especie de mutualismo biológico entre el jaguar y el humano; pero también una
suerte de mutuo reflejo identitario, entre el jaguar y algunos roles sociales, de tipo
totémico.” (Aviña Cerecer 2006:187).

Siguiendo lo anterior, en algunos espacios puntuales como el monte y


actividades también puntuales como la cacería o el chamanismo, el símbolo del
jaguar continúa siendo latente en el imaginario de lo poderoso y lo mágico, el
símbolo aún está presente dentro del imaginario colectivo Maya otorgando la
posibilidad de encontrar estás ideas ancladas en el núcleo duro de la sociedad
que han sobrevivido a través de miles de años. Entonces, la etnografía en
espacios puntuales como los montes podría ayudar a mostrar la conexión del
símbolo del jaguar con el poder en Mesoamérica y en la actualidad. A través de
las historias de los cazadores o del contacto con los saberes de algún chaman o
Men, las condiciones del símbolo se mostrarían latentes para ser analizadas.

A través de todas las condiciones antes enunciadas, considero que es


necesario retomar el diálogo sobre el jaguar en la cosmovisión Maya, para
responder a la pregunta ¿Cuál es el papel del jaguar en los procesos de
identidades masculinas en la perspectiva diacrónica del símbolo? Entendiendo
que es un símbolo latente a través de miles años (Takkou-Neofytou 2014:2;
Ardren 2010:12) pasando por las culturas más importantes de Mesoamérica y
apareciendo actualmente en los espacios, los mitos y creencias de los cazadores
y chamanes. Propongo también que el símbolo tiene que ser debatido desde la
perspectiva de género, donde se ponga a debate su posición y su relación con las
masculinidades de la antigüedad y del presente, teniendo como objetivo analizar
los procesos de identidades masculinas con relación al símbolo del jaguar desde
una perspectiva diacrónica. Y de esa manera ayudar a que el símbolo del jaguar
regrese a debate en los contextos sociales y académicos, proponiéndolo como un
símbolo muy relevante de nuestra cultura.

Aproximación multi variable. Ese enfoque


Símbolo

Utilizar signo de Charles Pierce:

Un signo, o representamen, es algo que, para alguien, representa o se refiere a algo en


algún aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un
signo equivalente, o, tal vez, un signo aun más desarrollado. Este signo creado es lo que yo
llamo el interpretante del primer signo. El signo está en lugar de algo, su objeto. Está en
lugar de ese objeto, no en todos los aspectos, sino sólo con referencia a una suerte de
idea, que a veces he llamado el fundamento del representamen. "Idea" debe entenderse
aquí en cierto sentido platónico, muy familiar en el habla cotidiana; quiero decir, en el
mismo sentido en que decimos que un hombre capta la idea de otro hombre, en que
decimos que cuando un hombre recuerda lo que estaba pensando anteriormente,
recuerda la misma idea, y en que, cuando el hombre continúa pensando en algo, aun
cuando sea por un décimo de segundo, en la medida en que el pensamiento concuer- da
consigo mismo durante ese lapso, o sea, continúa teniendo un contenido similar, es "la
misma idea", y no es, en cada instante del intervalo, una idea nueva.

Provisionalmente, podemos hacer una división a grandes ras- gos de las relaciones
triádicas, la cual, no es necesario negarlo, contiene verdades importantes, aunque
imperfectamente aprendi- das, en:
Relaciones triádicas de comparación, Relaciones triádicas de funcionamiento, y Relaciones
triádicas de pensamiento.
Las relaciones triádicas de Comparación son aquellas cuya naturaleza es la de las
posibilidades lógicas.
Las relaciones triádicas de Funcionamiento son aquellas cuya naturaleza es la de los
hechos reales.
Las relaciones triádicas de Pensamiento son aquellas cuya naturaleza es la de las leyes.

El Segundo CoRelato es, de los tres, aquel que es considerado como de complejidad
intermedia, de modo tal que si dos cualesquiera de los otros son de la misma naturaleza -
sean ambos meras posibilidades, existencias reales o leyes-, entonces el Segundo
Correlato es una existencia real.

Conforme con la segunda tricotomía, un Signo puede ser Ilamado ícono, índice o Símbolo.

Un Icono es un signo que se refiere al Objeto al que denota meramente en virtud de


caracteres que le son propios, y que posee igualmente exista o no exista tal Objeto. Es
verdad que, a menos que haya realmente un Objeto tal, el ícono no actúa como signo;
pero esto no guarda relación alguna con su carácter como signo. Cualquier cosa, sea lo
que fuere, cualidad, individuo existente o ley, es un ícono de alguna otra cosa, en la
medida en que es como esa cosa y en que es usada como signo de ella.

Un índice es un signo que se refiere al Objeto que denota en virtud de ser realmente
afectado por aquel Objeto. No puede, entonces, ser un Cualisigno, dado que las
cualidades son lo que son independientemente de ninguna otra cosa. En la medida en que
el índice es afectado por el Objeto, tiene, necesariamente, alguna Cualidad en común con
el Objeto, y es en relación con ella como se refiere al Objeto. En consecuencia, un lndice
implica alguna suerte de Icono, aunque un fcono muy especial; y no es el mero parecido
con su Objeto, aun en aquellos aspectos que lo convierten en signo, sino que se trata de la
efectiva modificación del signo por el Objeto.

Un Símbolo es un signo que se refiere al Objeto que denota en virtud de una ley,
usualmente una asociación de ideas genera- les que operan de modo tal que son la causa
de que el Símbolo se interprete como referido a dicho Objeto. En consecuencia, el
Símbolo es, en sí mismo, un tipo general o ley, esto es, un Legi- signo. En carácter de tal,
actúa a través de una Réplica. No sólo es general en sí mismo; también el Objeto al que se
refiere es de naturaleza general. Ahora bien, aquello que es general tiene su ser en las
instancias que habrá de determinar. En consecuencia, debe necesariamente haber
instancias existentes de lo que el Símbolo denota, aunque acá habremos de entender por
"existente", existente en el universo posiblemente imaginario al cual el Símbolo se refiere.
A través de la asociación o de otra ley, el Símbolo estará indirectamente afectado por
aquellas instancias y, por con- siguiente, involucrará una suerte de índice, aunque un
índice de clase muy peculiar. No será, sin embargo, de ninguna manera cierto que el
menor efecto de aquellas instancias sobre el Símbolo pueda dar razón del carácter
significante del Símbolo.

Cualquier palabra común, tal como "dar", "pájaro", "matrimonio", puede constituir un
ejemplo de símbolo. Es aplicable a cualquier cosa que pueda realizar la idea conectada con
la palabra; pero, en sí misma, no identifica esas cosas. No nos muestra al pájaro de que se
trata, no encarna delante de nuestros ojos el acto de dar o el de contraer matrimonio,
pero implica que somos capaces de imaginar esas cosas y que hemos asociado las
respectivas palabras con ellas.

Los Símbolos crecen. Nacen por desarrollo de otros signos, en especial de íconos, o de
signos mixtos que comparten la naturaleza de íconos y símbolos. Pensamos sólo en signos.
Estos signos mentales son de naturaleza mixta: las partes simbólicas de los mismos se
denominan conceptos.
Un símbolo, una vez que ha nacido, se difunde entre la gente. A través del uso y de la
experiencia, su significado crece. Palabras tales como fuerza, ley, riqueza, matrimonio,
comportan para nosotros significados muy diferentes de aquellos que tenían para
nuestros bárbaros antepasados. El símbolo, con la esfinge de Emerson, puede decir al
hombre: De tus ojos soy la mirada.

Clifford Geertz comparte con Max Weber la visión del hombre como «un animal inserto en
tramas de significación que él mismo ha tejido». Siguiendo la línea de pensamiento que se
remonta a través de Parsons y de Cassirer hasta Vico, Geertz define la cultura como un
sistema de símbolos, en virtud de los cuales el hombre da significación a su propia
existencia. Estos sistemas de símbolos -creados por el hombre, compartidos,
convencionales y aprendidos- suministran a los seres humanos un marco significativo
dentro del cual pueden orientarse en sus relaciones recíprocas, en su relación con el
mundo que los rodea, y en su relación consigo mismos.

La noción de cultura denota un esquema históricamente transmitido de concepciones


heredadas y expresadas en formas simbólicas, por medio del cual los hombres comunican,
perpetúan y desarrollan su conocimiento y actitudes ante la vida. En concreto, Geertz
define la cultura como «un conjunto de símbolos que obra estableciendo vigorosos,
penetrantes y duraderos estados anímicos y motivaciones en los hombres, formulando
concepciones de un orden general de existencia, y revistiendo estas concepciones con una
aureola de efectividad tal que los estados anímicos y motivaciones parezcan de un
realismo único».

En cualquier ámbito cultural se pueden distinguir dos categorías: los aspeaos morales y
estéticos, esto es, los elementos de evaluación que han sido generalmente resumidos bajo
el título de “ethos”, y los aspectos cognitivos y existenciales designados con el término
«cosmovisión». El ethos de una cultura es el tono, carácter, calidad y estilo de su vida
moral y estética, la disposición de su ánimo, la actitud subyacente que un pueblo tiene
ante sí mismo y ante el mundo. Su «cosmovisión» es el retrato de la manera en que las
cosas son en su pura efectividad, su concepción de la naturaleza, de la persona, de la
sociedad.

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