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Ana María Niño

Seminario de profundización
Maestría en escrituras creativas

El cementerio perfecto de Federico Falco

Siempre he creído que no tengo ningún talento para los títulos. Me cuestan. Me duele
ponerlos. Mis poemas suelen llevar el nombre de sus personajes y mis profesores nunca
parecen contentos. Recuerdo, por ejemplo, que un requisito para inscribir el seminario de
tesis era ponerle nombre al libro de poemas. ¿Por qué? Qué horrible presión. Finalmente opté
por un verso que me gustaba: Seguir hablando con fantasmas. El libro de Falco resonó
conmigo. Yo hablo con fantasmas, como poeta, y él planea su cementerio, como cuentista. El
título me parece prefecto. Sonoro, precioso, útil. ¿Qué pasaría si el libro de Falco se llamara
Bagiardelli y no Un cementerio perfecto? Sería, probablemente un libro mío y no del
argentino. ¿Por qué digo que es útil? Porque además de parecer un verso de un poema que
atesoraría, también es descriptivo de lo que es Un cementerio perfecto como libro de cuentos.
Los cementerios son sólo un lugar designado para deshacernos de los restos de
quienes hemos perdido. Un lote baldío. Quizás son tierra sagrada, consagrada por alguna
religión. Pero es pasto. Espacio que resignificamos. Los libros son lo mismo: un lugar
designado para deshacernos de los restos de lo que hemos perdido. Una página vacía. Quizás
son ideas sagradas, de autores consagrados. Pero son papel. Palabras que resignificamos.
Como Bagiardelli, en el cuento epónimo, Falco planea cuidadosamente cada una de las
tumbas en las que entierra a cada uno de los personajes de los que no sabemos mucho. Sus
nombres, algunas intenciones, afiliaciones, pero caminamos por su libro como caminamos
por un cementerio: en silencio, dejándonos envolver por la atmósfera y la soledad de quienes
allí yacen.
Cuando se edita un libro de cuentos, usualmente se busca que cada uno tenga un
espíritu común, y a eso le llamamos estilo, atmósfera, tono o color. Y que, al mismo tiempo,
cada uno pueda llevar una lápida distinta, un espacio determinado, que los haga únicos
incluso después de que hayamos terminado de leerlos. Esa fue mi impresión con el libro de
Falco: él es una especie de Bagiardelli que alcanza su más grande anhelo de poder crear,
lápida a lápida, título a título, su preciado cementerio perfecto.

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