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Modulo2 Diversidad Juvenil
Modulo2 Diversidad Juvenil
Introducción
La Ley 1622 de 2013 es muy clara a la hora de señalar las responsabilidades que, como
personas servidoras públicas, tenemos a la hora de garantizar el ejercicio de los derechos de las
personas jóvenes. En este sentido, este módulo pretende profundizar en los entornos protectores
como una apuesta para fortalecer el trabajo que realizamos en nuestros municipios desde una
perspectiva diferencial y centrada en las juventudes. ¡Empecemos!
El vínculo que solemos hacer entre entornos protectores e infancia no es fortuito, pues en buena
medida se da por la incorporación que ha hecho el ICBF de este concepto en el marco de lo que
sería su estrategia para promover el desarrollo integral de la primera infancia (CIAIPI, 2013) a
través del reconocimiento de los cuatro entornos que actualmente hacen parte de la política De
Cero a Siempre: hogar, salud, educativo y espacio público.
Por otro lado, si concentramos nuestra atención en el refuerzo de marcos legales para la protección,
dejamos de lado que dichos marcos legales deben estar respaldados por capacidades y recursos
de los entes territoriales para ser desarrolladas efectivamente, esto sin tener en cuenta el proceso
que implica la apropiación de un nuevo marco legal por parte de la población.
En este sentido, Landgren plantea que, más allá de las limitaciones operativas de
estos modelos unidimensionales (pues mantienen una única línea de acción), el
problema real radica en que no parten del reconocimiento de que el desarrollo
de toda persona se da en un entorno social concreto (o sistema) en el cual la
provisión de servicios y los marcos legales son solo uno de los factores que afectan
dicha trayectoria.
Por otro lado, la idea de representar los riesgos como lluvia nos permite reconocer que no hay un
riesgo unificado, sino que, al igual que las gotas, hay una multiplicidad de factores de riesgo
diferenciales para la persona vulnerable: habrá factores de riesgo que tienen que ver con
dimensiones económicas de la persona y otros que incluso emerjan de su pertenencia étnica, su
identidad de género, su orientación sexual o su condición de discapacidad. Es por este motivo, y
volveremos sobre ello, que es necesario pensar los factores de riesgo empleando las herramientas
que vimos en el módulo pasado: los enfoques diferenciales desde una perspectiva interseccional.
Ahora bien, de la misma manera en que no hay una sombrilla igual a la otra, se ha identificado
que la adopción de esta definición ha variado entre país y país (Ager et al., 2009). Esto se debe a
que, como mencionamos anteriormente, el hecho de que los entornos protectores atiendan al
riesgo y vulnerabilidad desde una perspectiva sistémica implica que cada entorno protector
responderá a factores de riesgo que son propios de su contexto nacional o local.
Aun así, hay un consenso sobre los elementos transversales que afectan el desarrollo de los
entornos protectores y la forma como debemos actuar en cada uno de ellos para pasar de
factores de riesgo a factores de protección. ¡Vamos a conocerlos!
1. Capacidad y compromiso gubernamental: son, tal vez, los lugares más tradicionales
cuando hablamos de los programas de cooperación internacional. Ahora bien, la capacidad
y compromiso gubernamental puede ser vista como un riesgo o un factor de protección en
tanto se evidencie una intencionalidad clara a nivel gubernamental de ratificar los acuerdos
internacionales que velan por los derechos de las poblaciones más vulnerables; así como
cuando se constata que existe una arquitectura, voluntad y capacidad institucional que
posibilita la atención pertinente y efectiva ante las situaciones de vulnerabilidad. Así, la
capacidad gubernamental se muestra como un factor de protección cuando hay acciones
claras para identificar los recursos técnicos, humanos y económicos que están orientados a
la protección de estas poblaciones, así como el reconocimiento público de las brechas que
se deben trabajar para que dicho uso de recursos devenga en acciones sostenibles e
integrales de protección. Por el contrario, una de las formas en que las capacidades
institucionales se convierten en un factor de riesgo se da cuando hay brechas actitudinales
o en la práctica frente a las personas que buscan atención o protección.
2. Marco legal e implementación de las leyes: nos referimos al efecto que tienen las
disposiciones legales para habilitar o truncar las acciones de protección. A su vez, es
importante que las políticas públicas y las prácticas administrativas sean coherentes con las
disposiciones legales y que todos los procesos de implementación de la Ley sean
transparentes. Uno de los principales obstáculos, y, por tanto, factores de riesgo que emanan
del marco legal, es el bajo nivel de detalle y precisión –incluso vacíos absolutos– que
muchas veces tienen estos marcos legales; llevando a resultados inesperados o huecos
legales que posibilitan el sostenimiento de escenarios de violencias y desprotección. En este
sentido, el marco legal y su implementación se convierten en factores de protección cuando
son detallados y acordes a los marcos internacionales de reconocimiento y protección de
derechos de las poblaciones vulnerables. Aún más, es necesario que las normas nuevas que
se incorporen sean coherentes con el marco legal y constitucional vigente, de acuerdo con el
principio de jerarquía normativa, para no generar escenarios de antinomia jurídica que
dificulte la interpretación y resolución de casos. Por otro lado, estas implementaciones deben
ser discutidas públicamente: la imposición legal tiende a generar más resistencia que
transformaciones efectivas.
3. Cultura y costumbres: como vimos en el primer módulo, pueden convertirse en factores
de riesgo o de protección. El hecho de que en nuestras culturas se mantengan relaciones de
poder asimétricas que devienen en matrices de opresión como el racismo, el machismo y
el clasismo, entre otros, es lo que posibilita la continuidad de violencias directas, simbólicas
y estructurales, pues estas no son reconocidas como tales porque se vuelven tradicionales.
Un claro ejemplo está en las acusaciones a las nuevas generaciones, catalogándolas como
“generación de cristal” por el creciente número de denuncias sobre escenarios de
vulneración económica, racial y de género, entre otras, así como la respuesta social de “en
mis tiempos eso era así y nunca me quejé” o “ya no se aguantan nada”. Para proteger a las
poblaciones vulnerables, este tipo de prácticas violentas deben dejar de ser normalizadas
como tradiciones y ser entendidas como factores de riesgo que afectan enormemente el
desarrollo y ejercicio integral de las poblaciones más vulnerables.
4. El debate público: tiene que ver en la forma como los escenarios de desprotección son
reflejados en la opinión pública a través de los medios de comunicación, así como por las
personas que ejercen liderazgos políticos, sociales, económicos o culturales, entre otros.
Muchas veces vemos que los escenarios de violencia contra las personas vulnerables
tienden a ser representados de manera “espectacular” o, por el contrario, minimizados en
su importancia y relevancia. Hablar del debate público como un factor protector es
posibilitar, alimentar y promover en todos los ámbitos un pensamiento crítico sobre la
necesidad de proteger y garantizar los derechos de las personas más vulnerables, así
como reflexionar públicamente sobre los escenarios y condiciones que posibilitan las
violencias que viven dichas poblaciones.
7. Salud, educación, saneamiento básico: son servicios esenciales que hacen parte de la
gama de derechos económicos, sociales y culturales –DESC– y cuya ausencia puede
incrementar significativamente los riesgos a los que se enfrenta una determinada
persona. Por ejemplo, se ha constatado que uno de los factores que incrementa
exponencialmente el riesgo que tiene una niña, niño o adolescente a ser sometido al
trabajo infantil es la falta de acceso a la educación (Yildirim et al., 2015). En este sentido,
los servicios esenciales como un factor de protección suponen la garantía en tres vías:
acceso, permanencia y calidad. Por ejemplo, en el caso de la salud, no es suficiente
pensar en que la persona cuente con un registro en una EPS o que sepa que tiene
cobertura por el Régimen Subsidiado, sino que también es importante garantizar y
promover el uso constante del servicio de salud (permanencia) y que este sea de calidad,
para prevenir complicaciones en el corto, mediano y largo plazo.
Aun así, es importante recordar que nuestras acciones, aunque bien intencionadas, también
pueden hacer daño o, incluso, llegar a revictimizar a la persona que tratamos de ayudar. Para
ejemplificar cómo nuestras acciones pueden hacer daño, quisiera que volviéramos sobre uno de
los conceptos que mencionamos cuando hablábamos de nuestra metáfora de la sombrilla: el de
aislamiento efectivo.
Esto se debe a que, por su trayectoria vital, la población juvenil se enmarca en un proceso de
socialización. Socialización no entendida como la manera en que integramos a las personas
jóvenes a nuestro mundo adulto, sino socialización en el sentido en que las personas jóvenes
comienzan a participar de manera cada vez más significativa en la constitución y sostenimiento
de nuestras comunidades. En este sentido, poner limitaciones efectivas sobre este proceso de
socialización termina constituyéndose en un factor de riesgo con respecto a su agencia y ejercicio
de derechos que, si recordamos nuestra sección anterior, es uno de los componentes
fundamentales para lograr entornos protectores.
Lo que evidencia este escenario es que las acciones de protección que pueden funcionar para
un determinado grupo poblacional –recordemos que los límites y normas son fundamentales
para el proceso de desarrollo de la primera infancia– pueden devenir en acción con daño con
respecto a otro y, por consiguiente, reforzar o crear nuevas situaciones de vulnerabilidad en
la persona. No olvidemos, como ya mencionamos anteriormente, que los factores de riesgo y de
protección son determinados por el contexto vital que rodea a la persona y no al revés: si
queremos proteger a las juventudes colombianas, debemos entender, primero, quiénes son.
Ahora bien, la revictimización (o victimización secundaria) ocurre cuando las personas que buscan
protección se enfrentan a respuestas institucionales que pueden generar nuevos daños, revivir el
trauma o delimitar su actuar al papel de víctima, entre otros. En este sentido, se revictimiza
porque la persona vulnerable ya no solo es víctima de un delito o acto de violencia, sino que
también es víctima del sistema institucional que ha fallado en reconocer sus necesidades de
protección y garantía de derechos.
Para ahondar en este escenario, trabajemos un caso que nos permita también reflexionar sobre
cómo podemos actuar en un marco de protección:
Laura es una mujer adolescente del pacífico colombiano que, por causa del conflicto, se
desplazó con su familia a un barrio periférico del Distrito de Macondo. Pese a las dificultades
que ella ha tenido debido al desplazamiento, es muy unida a su familia y trata de salir
adelante junto con ellos. A su vez, su comunidad les ha apoyado en aspectos como
necesidades básicas. Ha pasado el tiempo y Laura se matricula en un colegio del Distrito. El
problema es que sus compañeras y compañeros tienden a burlarse de ella por su color de
piel e, incluso, por la textura de su cabello. Aunque ella trata de frenarlos, ellas y ellos
siguen hostigándola, y siente que hablar con los profesores del tema tampoco ha dado
resultado; para ellos es una cuestión normal, pues así son los jóvenes, y le dicen que, si no
les presta atención, pronto la dejarán tranquila. Además, le recuerdan que “aquí” no es
como en su tierra y que sobrellevar estos escenarios es parte de “crecer”. Un día, después
de clase, los y las estudiantes que la molestan la siguen a casa y, en uno de los callejones,
la golpean, le rasgan la ropa y uno de ellos le toma una foto diciendo que, si llega a contar
lo que pasó, él compartirá la foto en todo el colegio. Asustada, Laura no sabe qué hacer y
durante los siguientes días evita ir al colegio e inventa excusas para sus padres con el fin de
justificarse. Andrea, una amiga de su barrio se da cuenta del cambio de actitud y le pregunta
qué le ha pasado. Laura decide contarle, Andrea le recomienda ir a la inspección de policía.
Laura le confiesa que tiene miedo, pero Andrea logra convencerla diciendo que ella la va a
acompañar a la inspección.
Cuando llegan a la inspección, Laura se percata de que las personas allí la tratan de una
manera diferente. Por un lado, apenas llegó le dijeron que su amiga no podía ingresar con
ella porque era un tema que debía hacer sola. Por el otro, cuando habló por fin con una
persona de la inspección, lo primero que él le dijo es que eso es algo que hacen los jóvenes
todos los días, que es un tema de las hormonas y quién sabe si tal vez ella los provocó.
Además, que denunciar es un trámite muy engorroso y muchas veces no pasa nada.
La idea ahora es que nos preguntemos cómo podríamos haber ayudado a Laura. Para esto, le
proponemos la siguiente actividad:
A continuación, encontrará una serie de aspectos considerados como posibles factores de riesgo
en la situación que vive Laura.
“La incapacidad de Laura para contarle la situación a su familia: si ella les hubiese contado
desde un principio, la situación sería diferente.”
“La situación de desplazamiento forzado que vivió en el pasado y que hace que Laura no
tenga la capacidad y autonomía para ponerle un punto final a la situación.”
“La aceptación social de conductas racistas, machistas y paternalistas sobre lo que vive Laura.”
Si respondió verdadero solo a la última afirmación, felicitaciones. Para entender por qué las
primeras dos afirmaciones no son factores de riesgo, debemos mirar en conjunto qué es lo que
implican. En el caso de la primera, debemos mirarla desde el componente de cultura y tradición
en los entornos protectores: si bien, es deseable siempre que hechos como los que vive Laura
deberían ser compartidos con la familia, identificar el hecho de que Laura no lo comparta como
un factor de riesgo termina revictimizándola. Esto se debe a que violencias como el matoneo o
las violencias basadas en género no solo están normalizadas, sino que también se han vuelto un
tabú que imposibilita hablar de ellas por el temor de ser señalizadas/os. En este sentido, al decir
que ella debió decirles a sus padres es desconocer este primer escenario de victimización y
revictimizarla, pues la hace responsable a ella de las violencias estructurales que vive.
Casos como el de Laura son parte de nuestra realidad como personas servidoras públicas o líderes
representantes de las juventudes. Con este ejemplo queríamos evidenciar cómo hasta la forma
como se describe, nombra o entiende una situación puede terminar generando los efectos
opuestos a nuestra intención original. Es precisamente por este motivo que el trabajo en entornos
protectores no es algo que se hace sobre las juventudes, sino con, para y por ellas mismas.
CONCLUSIONES
En este módulo hemos reflexionado críticamente sobre la relación entre los entornos pro-
tectores y nuestra acción institucional en el marco de la garantía integral de los derechos
para las personas jóvenes.
Los entornos protectores permiten identificar una serie de componentes que pueden
constituir factores de riesgo o protección. Cabe resaltar que dichos componentes no traba-
jan de manera aislada, sino que tienen una multiplicidad de relaciones entre ellas: tradi-
ciones o elementos culturales que son racistas pueden constituirse como brechas en los
procesos de atención por parte del Estado, así como, también, en el acceso a servicios.
En este sentido, debemos pensar en los entornos protectores desde una perspectiva dife-
rencial e interseccional. Hacerlo no solo nos permite fortalecer nuestro análisis sistémico
sobre la desigualdad, sino, también, integrar de mejor manera las acciones que realiza-
mos para fortalecer la protección.