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Diversidad y acciones afirmativas:

retos para el reconocimiento, la inclusión


desarrollo
y el
de las ciudadanías juveniles
Módulo 2. Entornos protectores y prevención de la revictimización
en las acciones con juventudes

Introducción
La Ley 1622 de 2013 es muy clara a la hora de señalar las responsabilidades que, como
personas servidoras públicas, tenemos a la hora de garantizar el ejercicio de los derechos de las
personas jóvenes. En este sentido, este módulo pretende profundizar en los entornos protectores
como una apuesta para fortalecer el trabajo que realizamos en nuestros municipios desde una
perspectiva diferencial y centrada en las juventudes. ¡Empecemos!

Unidad 1. Acción y juventudes: una comprensión del


servicio público en la consolidación de entornos protectores
centrados en la juventud
Tema 1: ¿Qué es un entorno protector?

El nombre de entornos protectores se ha convertido en una expresión que usamos indistintamente


cuando señalamos que toda la sociedad debería actuar conjuntamente para reducir los riesgos de
una determinada población, principalmente, infantil. Aun así, y pese a su uso extendido, muy pocas
veces nos preguntamos qué significa –y, más aún, qué implica– hablar de entornos protectores.

El vínculo que solemos hacer entre entornos protectores e infancia no es fortuito, pues en buena
medida se da por la incorporación que ha hecho el ICBF de este concepto en el marco de lo que
sería su estrategia para promover el desarrollo integral de la primera infancia (CIAIPI, 2013) a
través del reconocimiento de los cuatro entornos que actualmente hacen parte de la política De
Cero a Siempre: hogar, salud, educativo y espacio público.

Decimos incorporó, pues este concepto fue utilizado por primera


vez en 2005 por Karin Landgren, jefe del área de Protección Infantil
de UNICEF de 1998 a 2008. La apuesta de Landgren era sencilla:
el principal problema que enfrentan los programas que pretenden
proteger a la infancia radica en que se han centrado en la mera
provisión de servicios o en el refuerzo a marcos legales para la
protección. Si bien estas acciones son razonables y necesarias, no
necesariamente son suficientes para lograr impactos en el corto,
mediano y largo plazo (Landgren, 2005: 215).
Esto se debe a que la provisión de servicios de corte más inmediato enfrenta sus limitaciones cuando
no puede actuar sobre las brechas estructurales a las que se enfrenta la persona que es beneficiaria.
Por ejemplo, si nosotros tuviésemos un programa de retención escolar cuya única acción fuese dar
alimentación a adolescentes para prevenir la deserción escolar, solo lograríamos tener un impacto
sobre aquellas personas adolescentes que pueden ir a la escuela y recibir dicho alimento; nuestro
programa no protegería a las personas adolescentes que no pueden ir por falta de rutas de acceso a
su institución educativa, o que, por situaciones de pobreza en su hogar, se ven obligadas a asumir
roles de cuidado (una de las principales razones de deserción para mujeres jóvenes).

Por otro lado, si concentramos nuestra atención en el refuerzo de marcos legales para la protección,
dejamos de lado que dichos marcos legales deben estar respaldados por capacidades y recursos
de los entes territoriales para ser desarrolladas efectivamente, esto sin tener en cuenta el proceso
que implica la apropiación de un nuevo marco legal por parte de la población.

En este sentido, Landgren plantea que, más allá de las limitaciones operativas de
estos modelos unidimensionales (pues mantienen una única línea de acción), el
problema real radica en que no parten del reconocimiento de que el desarrollo
de toda persona se da en un entorno social concreto (o sistema) en el cual la
provisión de servicios y los marcos legales son solo uno de los factores que afectan
dicha trayectoria.

Variables como las relaciones familiares, educativas, comunitarias e institucio-


nales comienzan a jugar un papel mucho más importante en la tarea de protec-
ción, pues son los factores más inmediatos que afectan la magnitud de los riesgos
a los que se enfrenta una determinada persona. A su vez, incorporar estas varia-
bles –y particularmente en el ámbito institucional– nos permite cuestionarnos
críticamente si lo que hacemos como institución realmente está protegiendo a
las poblaciones o, por el contrario, está generando escenarios de acción con
daño –incluso victimización, cuando el marco legal así lo designe– o de revicti-
mización, al reforzar o, incluso, generar nuevos factores de riesgo y vulnerabilidad.
Así, este componente relacional nos permite definir los entornos protectores como:

El esfuerzo coordinado de una multiplicidad de actores, institucionales y comunitarios,


para garantizar el ejercicio pleno de los derechos de una determinada persona y su
desarrollo integral a través de la prevención y mitigación de los riesgos sistémicos a
los que se enfrenta en un determinado contexto.

Si tuviésemos que representar esta definición, podríamos hacerlo a


través de una sombrilla que actúa como un escudo para las personas
vulnerables que, de cualquier otra manera, estarían expuestos a una
lluvia que puede afectar su desarrollo integral: la sombrilla, entonces,
logra un aislamiento efectivo –volveremos sobre este concepto más
adelante– de las personas vulnerables sobre los riesgos que son
representados por la lluvia.

Por otro lado, la idea de representar los riesgos como lluvia nos permite reconocer que no hay un
riesgo unificado, sino que, al igual que las gotas, hay una multiplicidad de factores de riesgo
diferenciales para la persona vulnerable: habrá factores de riesgo que tienen que ver con
dimensiones económicas de la persona y otros que incluso emerjan de su pertenencia étnica, su
identidad de género, su orientación sexual o su condición de discapacidad. Es por este motivo, y
volveremos sobre ello, que es necesario pensar los factores de riesgo empleando las herramientas
que vimos en el módulo pasado: los enfoques diferenciales desde una perspectiva interseccional.

Es precisamente por este motivo que, a su vez,


si hiciéramos un zoom sobre esta sombrilla nos
daríamos cuenta de que también está compues-
ta por una multiplicidad de hilos que se rela-
cionan unos con otros para que ni una sola gota
pueda pasar. Estos son los factores de protec-
ción que se refuerzan entre sí y generan accio-
nes para prevenir o mitigar los daños que emer-
jan de los múltiples factores de riesgo a las que
se exponen las personas vulnerables. En este
sentido, los entornos protectores requieren de
una red de apoyo entre múltiples actores –insti-
tucionales y comunitarios– para que las accio-
nes de protección, en lugar de sobreponerse
unas a otras, se refuercen entre sí.
Tema 2: Los componentes de los entornos protectores

Ahora bien, de la misma manera en que no hay una sombrilla igual a la otra, se ha identificado
que la adopción de esta definición ha variado entre país y país (Ager et al., 2009). Esto se debe a
que, como mencionamos anteriormente, el hecho de que los entornos protectores atiendan al
riesgo y vulnerabilidad desde una perspectiva sistémica implica que cada entorno protector
responderá a factores de riesgo que son propios de su contexto nacional o local.

Aun así, hay un consenso sobre los elementos transversales que afectan el desarrollo de los
entornos protectores y la forma como debemos actuar en cada uno de ellos para pasar de
factores de riesgo a factores de protección. ¡Vamos a conocerlos!

1. Capacidad y compromiso gubernamental: son, tal vez, los lugares más tradicionales
cuando hablamos de los programas de cooperación internacional. Ahora bien, la capacidad
y compromiso gubernamental puede ser vista como un riesgo o un factor de protección en
tanto se evidencie una intencionalidad clara a nivel gubernamental de ratificar los acuerdos
internacionales que velan por los derechos de las poblaciones más vulnerables; así como
cuando se constata que existe una arquitectura, voluntad y capacidad institucional que
posibilita la atención pertinente y efectiva ante las situaciones de vulnerabilidad. Así, la
capacidad gubernamental se muestra como un factor de protección cuando hay acciones
claras para identificar los recursos técnicos, humanos y económicos que están orientados a
la protección de estas poblaciones, así como el reconocimiento público de las brechas que
se deben trabajar para que dicho uso de recursos devenga en acciones sostenibles e
integrales de protección. Por el contrario, una de las formas en que las capacidades
institucionales se convierten en un factor de riesgo se da cuando hay brechas actitudinales
o en la práctica frente a las personas que buscan atención o protección.

2. Marco legal e implementación de las leyes: nos referimos al efecto que tienen las
disposiciones legales para habilitar o truncar las acciones de protección. A su vez, es
importante que las políticas públicas y las prácticas administrativas sean coherentes con las
disposiciones legales y que todos los procesos de implementación de la Ley sean
transparentes. Uno de los principales obstáculos, y, por tanto, factores de riesgo que emanan
del marco legal, es el bajo nivel de detalle y precisión –incluso vacíos absolutos– que
muchas veces tienen estos marcos legales; llevando a resultados inesperados o huecos
legales que posibilitan el sostenimiento de escenarios de violencias y desprotección. En este
sentido, el marco legal y su implementación se convierten en factores de protección cuando
son detallados y acordes a los marcos internacionales de reconocimiento y protección de
derechos de las poblaciones vulnerables. Aún más, es necesario que las normas nuevas que
se incorporen sean coherentes con el marco legal y constitucional vigente, de acuerdo con el
principio de jerarquía normativa, para no generar escenarios de antinomia jurídica que
dificulte la interpretación y resolución de casos. Por otro lado, estas implementaciones deben
ser discutidas públicamente: la imposición legal tiende a generar más resistencia que
transformaciones efectivas.
3. Cultura y costumbres: como vimos en el primer módulo, pueden convertirse en factores
de riesgo o de protección. El hecho de que en nuestras culturas se mantengan relaciones de
poder asimétricas que devienen en matrices de opresión como el racismo, el machismo y
el clasismo, entre otros, es lo que posibilita la continuidad de violencias directas, simbólicas
y estructurales, pues estas no son reconocidas como tales porque se vuelven tradicionales.
Un claro ejemplo está en las acusaciones a las nuevas generaciones, catalogándolas como
“generación de cristal” por el creciente número de denuncias sobre escenarios de
vulneración económica, racial y de género, entre otras, así como la respuesta social de “en
mis tiempos eso era así y nunca me quejé” o “ya no se aguantan nada”. Para proteger a las
poblaciones vulnerables, este tipo de prácticas violentas deben dejar de ser normalizadas
como tradiciones y ser entendidas como factores de riesgo que afectan enormemente el
desarrollo y ejercicio integral de las poblaciones más vulnerables.

4. El debate público: tiene que ver en la forma como los escenarios de desprotección son
reflejados en la opinión pública a través de los medios de comunicación, así como por las
personas que ejercen liderazgos políticos, sociales, económicos o culturales, entre otros.
Muchas veces vemos que los escenarios de violencia contra las personas vulnerables
tienden a ser representados de manera “espectacular” o, por el contrario, minimizados en
su importancia y relevancia. Hablar del debate público como un factor protector es
posibilitar, alimentar y promover en todos los ámbitos un pensamiento crítico sobre la
necesidad de proteger y garantizar los derechos de las personas más vulnerables, así
como reflexionar públicamente sobre los escenarios y condiciones que posibilitan las
violencias que viven dichas poblaciones.

5. La agencia y ejercicio de los derechos de las personas vulnerables: nos obliga a


reconocer que, aunque la responsabilidad de la protección y garantía de sus derechos
corresponde fundamentalmente al Estado, ellas son agentes de su propia protección. El
no reconocer la agencia de las poblaciones vulnerables y, por consiguiente, asumir
posiciones paternalistas o asistencialistas es lo que, precisamente, termina alienando a
estas personas del ejercicio de sus derechos. Por el contrario, el reconocimiento de esta
agencia a través de escenarios de participación incidente, a nivel institucional, comunitario
y familiar, entre otros, es lo que posibilita una mayor apropiación y ejercicio de sus
derechos por parte de estas poblaciones.
6. La familia: es “el primer entorno protector” y, aunque es un loable deber ser, no
podemos desconocer que fenómenos como la violencia intrafamiliar nos llevan a
preguntarnos por las capacidades de las familias y las comunidades para la protección.
Aún más, factores como el conflicto también suponen escenarios donde una familia o
comunidad puede verse incapaz de proteger a las personas más vulnerables que las
componen. En este sentido, las capacidades de las familias y las comunidades se
constituyen como un factor de protección cuando producen un ambiente de apoyo,
cuidado y en el cual se identifican personas que son modelos o roles para seguir. De
hecho, la investigación muestra que uno de los factores que genera mayor protección en
personas jóvenes vulnerables es que puedan establecer un vínculo de confianza con una
persona que puedan considerar como “mentora” (Tevendale et al., 2009).

7. Salud, educación, saneamiento básico: son servicios esenciales que hacen parte de la
gama de derechos económicos, sociales y culturales –DESC– y cuya ausencia puede
incrementar significativamente los riesgos a los que se enfrenta una determinada
persona. Por ejemplo, se ha constatado que uno de los factores que incrementa
exponencialmente el riesgo que tiene una niña, niño o adolescente a ser sometido al
trabajo infantil es la falta de acceso a la educación (Yildirim et al., 2015). En este sentido,
los servicios esenciales como un factor de protección suponen la garantía en tres vías:
acceso, permanencia y calidad. Por ejemplo, en el caso de la salud, no es suficiente
pensar en que la persona cuente con un registro en una EPS o que sepa que tiene
cobertura por el Régimen Subsidiado, sino que también es importante garantizar y
promover el uso constante del servicio de salud (permanencia) y que este sea de calidad,
para prevenir complicaciones en el corto, mediano y largo plazo.

8. Información, monitoreo, reporte y seguimiento: su importancia radica en que nos


permite identificar las características sociodemográficas de las poblaciones vulnerables,
a la vez que nos permite hacer una medición precisa sobre los efectos e impactos que
tienen nuestras acciones sobre la garantía de sus derechos. No tener información clara y
estadística sobre las poblaciones con las que trabajamos es la causa principal de que
las acciones comprendidas en las políticas públicas no aludan a las necesidades
fundamentales y urgentes de estas poblaciones. Del mismo modo, la falta de monitoreo,
reporte y seguimiento de esta información impide ajustar dichas acciones en el marco de
entornos complejos y con una amplia variabilidad. En este sentido, un factor de
protección desde esta perspectiva implica establecer una estructura transparente y
participativa para la consolidación de indicadores de política pública que permitan
identificar los efectos reales que tienen nuestras acciones, así como los cuellos de botella
que afectan nuestra acción.
Unidad 2: entornos protectores en clave diferencial
para la prevención de la revictimización

Tema 1: La importancia de la protección en clave


diferencial y las acciones con daño

Todos los anteriores elementos, aunque no los veamos tan


presentes, enmarcan nuestra acción como personas servido-
ras públicas o líderes representantes de la juventud. Prácticas
y actitudes tan cotidianas como la forma como interactuamos
con nuestras comunidades; el reconocimiento y respeto que
tenemos por los liderazgos comunitarios; la confianza que
alimentamos con nuestros equipos de trabajo; y nuestra
voluntad de hablar de problemáticas sociales que nos preo-
cupan, son, todas ellas, acciones que afectan significativa-
mente el grado de protección efectiva de las personas más
vulnerables.

Aun así, es importante recordar que nuestras acciones, aunque bien intencionadas, también
pueden hacer daño o, incluso, llegar a revictimizar a la persona que tratamos de ayudar. Para
ejemplificar cómo nuestras acciones pueden hacer daño, quisiera que volviéramos sobre uno de
los conceptos que mencionamos cuando hablábamos de nuestra metáfora de la sombrilla: el de
aislamiento efectivo.

Ya que, como mencionamos al principio de este


módulo, los entornos protectores han sido un
concepto que se ha empleado principalmente en
el trabajo con la infancia, la noción de aislamiento
efectivo para la prevención de riesgos ha tenido
que ver principalmente con las acciones que la
comunidad, pero principalmente el núcleo fami-
liar, realizan para explícitamente aislar a la niña,
niño o adolescente de factores considerados de
riesgo a través de la apropiación de límites
físicos o sociales, como es el caso de las normas.
Un buen ejemplo lo da el ICBF (Disponible aquí).
Ahora bien, no es lo mismo hablar de protección en infancia que en juventud: las acciones para
establecer un entorno protector deben ser acordes a la trayectoria vital de la persona. Es justo acá
donde los enfoques diferenciales, y particularmente el enfoque generacional o de juventud, son
relevantes para prevenir las acciones con daño.

La apropiación de normas y límites tiene sentido en el ámbito de protección de la infancia y


adolescencia, pero conforme hablamos de personas jóvenes cuyo rango etario oscila entre los 14
y 28 años, se vuelve mucho menos claro cómo las estrategias de aislamiento efectivo, entendido
como limitaciones, aportan a su trayectoria vital, sino es que, por el contrario, la truncan.

Esto se debe a que, por su trayectoria vital, la población juvenil se enmarca en un proceso de
socialización. Socialización no entendida como la manera en que integramos a las personas
jóvenes a nuestro mundo adulto, sino socialización en el sentido en que las personas jóvenes
comienzan a participar de manera cada vez más significativa en la constitución y sostenimiento
de nuestras comunidades. En este sentido, poner limitaciones efectivas sobre este proceso de
socialización termina constituyéndose en un factor de riesgo con respecto a su agencia y ejercicio
de derechos que, si recordamos nuestra sección anterior, es uno de los componentes
fundamentales para lograr entornos protectores.

Lo que evidencia este escenario es que las acciones de protección que pueden funcionar para
un determinado grupo poblacional –recordemos que los límites y normas son fundamentales
para el proceso de desarrollo de la primera infancia– pueden devenir en acción con daño con
respecto a otro y, por consiguiente, reforzar o crear nuevas situaciones de vulnerabilidad en
la persona. No olvidemos, como ya mencionamos anteriormente, que los factores de riesgo y de
protección son determinados por el contexto vital que rodea a la persona y no al revés: si
queremos proteger a las juventudes colombianas, debemos entender, primero, quiénes son.

Un ejemplo de estos casos tiene que ver con las limi-


taciones o restricciones que se les ponen a las perso-
nas adolescentes o jóvenes sobre sus amistades. Si
bien, la intencionalidad puede ser precisamente aislar a
la persona de posibles escenarios de riesgo, el hecho
de que sea prevalentemente una limitación puede
generar la ruptura de un factor de protección tan funda-
mental como lo es la confianza familiar, pues la perso-
na puede verse obligada a frecuentar a sus amigos sin
el conocimiento de sus padres. Así, en lugar de prote-
ger, terminamos generando una acción con daño al
reducir de facto la red de apoyo de la persona y gene-
rando una vulnerabilidad donde antes no estaba. En
lugar de establecer una dinámica más dialógica y
abierta al debate público sobre los riesgos que puede
encontrar afuera de su hogar y cómo afrontarlos.
Tema 2: Nuestra acción y la prevención de la revictimización

Ahora bien, la revictimización (o victimización secundaria) ocurre cuando las personas que buscan
protección se enfrentan a respuestas institucionales que pueden generar nuevos daños, revivir el
trauma o delimitar su actuar al papel de víctima, entre otros. En este sentido, se revictimiza
porque la persona vulnerable ya no solo es víctima de un delito o acto de violencia, sino que
también es víctima del sistema institucional que ha fallado en reconocer sus necesidades de
protección y garantía de derechos.

Para ahondar en este escenario, trabajemos un caso que nos permita también reflexionar sobre
cómo podemos actuar en un marco de protección:

Laura es una mujer adolescente del pacífico colombiano que, por causa del conflicto, se
desplazó con su familia a un barrio periférico del Distrito de Macondo. Pese a las dificultades
que ella ha tenido debido al desplazamiento, es muy unida a su familia y trata de salir
adelante junto con ellos. A su vez, su comunidad les ha apoyado en aspectos como
necesidades básicas. Ha pasado el tiempo y Laura se matricula en un colegio del Distrito. El
problema es que sus compañeras y compañeros tienden a burlarse de ella por su color de
piel e, incluso, por la textura de su cabello. Aunque ella trata de frenarlos, ellas y ellos
siguen hostigándola, y siente que hablar con los profesores del tema tampoco ha dado
resultado; para ellos es una cuestión normal, pues así son los jóvenes, y le dicen que, si no
les presta atención, pronto la dejarán tranquila. Además, le recuerdan que “aquí” no es
como en su tierra y que sobrellevar estos escenarios es parte de “crecer”. Un día, después
de clase, los y las estudiantes que la molestan la siguen a casa y, en uno de los callejones,
la golpean, le rasgan la ropa y uno de ellos le toma una foto diciendo que, si llega a contar
lo que pasó, él compartirá la foto en todo el colegio. Asustada, Laura no sabe qué hacer y
durante los siguientes días evita ir al colegio e inventa excusas para sus padres con el fin de
justificarse. Andrea, una amiga de su barrio se da cuenta del cambio de actitud y le pregunta
qué le ha pasado. Laura decide contarle, Andrea le recomienda ir a la inspección de policía.
Laura le confiesa que tiene miedo, pero Andrea logra convencerla diciendo que ella la va a
acompañar a la inspección.

Cuando llegan a la inspección, Laura se percata de que las personas allí la tratan de una
manera diferente. Por un lado, apenas llegó le dijeron que su amiga no podía ingresar con
ella porque era un tema que debía hacer sola. Por el otro, cuando habló por fin con una
persona de la inspección, lo primero que él le dijo es que eso es algo que hacen los jóvenes
todos los días, que es un tema de las hormonas y quién sabe si tal vez ella los provocó.
Además, que denunciar es un trámite muy engorroso y muchas veces no pasa nada.
La idea ahora es que nos preguntemos cómo podríamos haber ayudado a Laura. Para esto, le
proponemos la siguiente actividad:

A continuación, encontrará una serie de aspectos considerados como posibles factores de riesgo
en la situación que vive Laura.

“La incapacidad de Laura para contarle la situación a su familia: si ella les hubiese contado
desde un principio, la situación sería diferente.”

“La situación de desplazamiento forzado que vivió en el pasado y que hace que Laura no
tenga la capacidad y autonomía para ponerle un punto final a la situación.”

“La aceptación social de conductas racistas, machistas y paternalistas sobre lo que vive Laura.”

Si respondió verdadero solo a la última afirmación, felicitaciones. Para entender por qué las
primeras dos afirmaciones no son factores de riesgo, debemos mirar en conjunto qué es lo que
implican. En el caso de la primera, debemos mirarla desde el componente de cultura y tradición
en los entornos protectores: si bien, es deseable siempre que hechos como los que vive Laura
deberían ser compartidos con la familia, identificar el hecho de que Laura no lo comparta como
un factor de riesgo termina revictimizándola. Esto se debe a que violencias como el matoneo o
las violencias basadas en género no solo están normalizadas, sino que también se han vuelto un
tabú que imposibilita hablar de ellas por el temor de ser señalizadas/os. En este sentido, al decir
que ella debió decirles a sus padres es desconocer este primer escenario de victimización y
revictimizarla, pues la hace responsable a ella de las violencias estructurales que vive.

En el caso de la segunda afirmación, debemos mirarla desde el componente de agencia y ejercicio


de los derechos: evidentemente, escenarios como el desplazamiento generan impactos en nuestras
trayectorias vitales, a unas personas más que a otras. No obstante, decir que Laura no tiene la
capacidad y autonomía para hacerle frente a esta situación por haber sufrido del desplazamiento es
problemático por dos motivos: 1) desconoce todas las acciones efectivas que hizo Laura para hacerle
frente a la situación, tales como hablar con sus profesores e, incluso, ir a denunciar y, 2) por
consiguiente, reduce a Laura y su agencia a la imagen tradicional que tenemos de la víctima como un
sujeto pasivo, nuevamente revictimizándola al reducir su subjetividad bajo su condición de víctima.
Los factores de riesgo que en realidad vive Laura son precisamente la naturalización que tienen estas
violencias en nuestras comunidades. El machismo que reduce un escenario de violencia sexual a un
tema de “hormonas” o a identificar si la víctima es la que provoca estos escenarios; el racismo,
cuando vemos como “normal” que a una persona la matoneen por su color de piel; o el paternalismo,
cuando decimos que aceptar y asumir esas realidades violentas hace parte de “crecer”.

Casos como el de Laura son parte de nuestra realidad como personas servidoras públicas o líderes
representantes de las juventudes. Con este ejemplo queríamos evidenciar cómo hasta la forma
como se describe, nombra o entiende una situación puede terminar generando los efectos
opuestos a nuestra intención original. Es precisamente por este motivo que el trabajo en entornos
protectores no es algo que se hace sobre las juventudes, sino con, para y por ellas mismas.

CONCLUSIONES
En este módulo hemos reflexionado críticamente sobre la relación entre los entornos pro-
tectores y nuestra acción institucional en el marco de la garantía integral de los derechos
para las personas jóvenes.

Los entornos protectores permiten identificar una serie de componentes que pueden
constituir factores de riesgo o protección. Cabe resaltar que dichos componentes no traba-
jan de manera aislada, sino que tienen una multiplicidad de relaciones entre ellas: tradi-
ciones o elementos culturales que son racistas pueden constituirse como brechas en los
procesos de atención por parte del Estado, así como, también, en el acceso a servicios.

En este sentido, debemos pensar en los entornos protectores desde una perspectiva dife-
rencial e interseccional. Hacerlo no solo nos permite fortalecer nuestro análisis sistémico
sobre la desigualdad, sino, también, integrar de mejor manera las acciones que realiza-
mos para fortalecer la protección.

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