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Antropofagia zombi, Suely Rolnik. Ciudad autónoma de Buenos Aires, Hekht Libros,
2022, 100 páginas.
En Antropofagia zombi (2022), Suely Rolnik responde a esta pregunta. Para ello, hace
una salvedad. El texto original se escribe en 2005, en portugués. 17 años lo separan de
esta primera publicación en español. En numerosas notas al pie, la filósofa brasilera marca
las diferencias entre una y otra época.
Lxs modernistas rescatan una costumbre de los indios caeté para dar batalla a las lógicas
colonizadoras que se encuentran desde el origen de Brasil. Construyen su propuesta
artística como rechazo a su imposición de jerarquías culturales sostenidas por criterios
racistas. Su lectura muestra que en el banquete antropofágico solo se devora lo que tiene
el poder de fortalecer nuestras potencias y expandir nuestros universos, lo que puede
llevarnos a la alegría, para devenir otrx de unx mismx. Esto nada tiene que ver con la
nivelación en clases sociales, razas, etc. Se trata de una hibridación positiva.
La filósofa se propone revisitar este procedimiento artístico trasladado a toda la cultura
brasilera. Su intención es encontrar sus puntos ciegos que lo llevan a caer en una
subjetividad de relación anestesiada ante los efectos de la presencia viva de lx otrx en el
propio cuerpo.
Rolnik marca el comienzo de la subjetividad flexible tras la caída del sujeto moderno,
desde fines del siglo XIX hasta los años 50’ del XX: la individualidad moderna se
sustituye por la multiplicidad y el devenir.
En Brasil, en los años 60’ y 70’, son los movimientos contraculturales los que reactualizan
la subjetividad antropofágica en su faceta disonante, como respuesta a la monocorde
nacionalista y racista impuesta por la Dictadura militar (que está en los orígenes del país).
No obstante, sus artistas no pueden escapar de la seducción del pliegue financiero. No
sólo se fascinan por esta fuerza de creación experimental confinada, hasta entonces, a la
marginalidad. Sino también, por el prestigio que terminan teniendo y, en consonancia, por
sus altos salarios. La antropofagia nace críticamente como expansión vital: la subjetividad
flexible, en devenir, contra el establishment, se adopta como política de deseo. Pero, la
misma se vuelve creación de mundos producidos por y para el capital.
No obstante, como señalé antes, la subjetividad dominante no sólo genera sus propias
manifestaciones perversas. Como sucede en los años 20’, 60’ y 70’, también da
consistencia a nuevos movimientos que buscan confrontarla. Allí, radica la esperanza de
Rolnik.
Tras todo este análisis, Rolnik expone cuál es el punto ciego de este germen antropofágico
que lleva a la situación reactiva presente, para luego esbozar su reactualización feminista
y superadora. No se trata de devorar como zombis acríticos a lx otrx. Pero, tampoco de
“comérselo” (como proponían los antropófagos modernistas). Ella vincula este accionar
al goce de apropiación para aumentar nuestro poder (base del régimen colonial-patriarcal-
racista-capitalista). Propone, en cambio, “dejarse fecundar por lx otrx” (89). Sus efectos
disímiles en nosotrxs nos transforman aumentando nuestra potencia para, después,
trabajar colectivamente en la regeneración del ecosistema ambiental, social y mental.
Rolnik nos ofrece un análisis sumamente interesante y prolijo. Aunque, en este punto,
encuentro una desintonía. A lo largo de todo el libro, la filósofa critica duramente el estado
actual de servilismo anestesiado de nuestras vidas. Y, finalmente, también propone como
solución un rol pasivo voluntario. En este caso, al servicio de una expansión vital positiva
y no reactiva, pero, si se trata de dejarnos hacer, se vuelve a incorporar una distinción
jerárquica entre quién tiene el poder de hacer y quién no.