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“Zombis: la instrumentalización de la vida al servicio de la acumulación del capital”,

por Paz Solís Durigo.

Antropofagia zombi, Suely Rolnik. Ciudad autónoma de Buenos Aires, Hekht Libros,
2022, 100 páginas.

¿Qué tienen en común la subjetividad de la vanguardia brasilera de principios del siglo


XX y la del actual pliegue del capitalismo financiero?

En Antropofagia zombi (2022), Suely Rolnik responde a esta pregunta. Para ello, hace
una salvedad. El texto original se escribe en 2005, en portugués. 17 años lo separan de
esta primera publicación en español. En numerosas notas al pie, la filósofa brasilera marca
las diferencias entre una y otra época.

Si bien analiza particularmente la situación de su país, su estudio es extensible a todo el


continente. Esta es una lectura sobre Latinoamérica desde Latinoamérica. Entonces, ¿qué
tienen en común la subjetividad modernista de los años ‘20 y la del neoliberalismo de
hoy? Rolnik nos responde: la antropofagia. Pero, sólo en su forma. No en su fuerza. La
antropofagia de mercado no es crítica. No sirve a los fines de alcanzar nuestra expansión
vital. Por el contrario, nos anestesia. Coloca nuestras vidas al servicio del capital. Es una
antropofagia zombi.

El capitalismo financiero trasnacional es perverso. La desterritorialización de la lógica


identitaria actual es instrumentalizada por el capital. Se apropia de este método que marca
el modo de producción de la subjetividad y la cultura de este país. Pero, lo inclina hacia
su polo reactivo. Lejos está de su extremo positivo, encarnado por la vanguardia
antropofágica que surge como experimentación emancipada de la subjetividad dominante
de los años 20’.

Lxs modernistas rescatan una costumbre de los indios caeté para dar batalla a las lógicas
colonizadoras que se encuentran desde el origen de Brasil. Construyen su propuesta
artística como rechazo a su imposición de jerarquías culturales sostenidas por criterios
racistas. Su lectura muestra que en el banquete antropofágico solo se devora lo que tiene
el poder de fortalecer nuestras potencias y expandir nuestros universos, lo que puede
llevarnos a la alegría, para devenir otrx de unx mismx. Esto nada tiene que ver con la
nivelación en clases sociales, razas, etc. Se trata de una hibridación positiva.
La filósofa se propone revisitar este procedimiento artístico trasladado a toda la cultura
brasilera. Su intención es encontrar sus puntos ciegos que lo llevan a caer en una
subjetividad de relación anestesiada ante los efectos de la presencia viva de lx otrx en el
propio cuerpo.

Rolnik marca el comienzo de la subjetividad flexible tras la caída del sujeto moderno,
desde fines del siglo XIX hasta los años 50’ del XX: la individualidad moderna se
sustituye por la multiplicidad y el devenir.

En Brasil, en los años 60’ y 70’, son los movimientos contraculturales los que reactualizan
la subjetividad antropofágica en su faceta disonante, como respuesta a la monocorde
nacionalista y racista impuesta por la Dictadura militar (que está en los orígenes del país).
No obstante, sus artistas no pueden escapar de la seducción del pliegue financiero. No
sólo se fascinan por esta fuerza de creación experimental confinada, hasta entonces, a la
marginalidad. Sino también, por el prestigio que terminan teniendo y, en consonancia, por
sus altos salarios. La antropofagia nace críticamente como expansión vital: la subjetividad
flexible, en devenir, contra el establishment, se adopta como política de deseo. Pero, la
misma se vuelve creación de mundos producidos por y para el capital.

A partir de entonces, esta subjetividad flexible va exacerbándose. Si antes la relación con


lx otrx expandía nuestro potencial vital positivo en devenir constante, ahora consumimos
imágenes-mundo que reinstalan la jerarquía imaginaria entre humanxs. Vivimos en un
sistema de subjetivación flexible de tipo showoom. Bajo esta nueva lógica, como zombis
hiperactivxs, devoramos estas imágenes que se muestran felices, ofrecidas por el mercado
y producidas por el capital, obnubiladxs bajo la creencia acrítica de poder incorporar esta
felicidad. Pero, no. Este sistema es perverso. Nos convertimos en esclavos voluntarixs de
un régimen inconsciente que baja nuestra autoestima, que nos hace sufrir.

El capitalismo cultural-informacional se apodera del planeta, llevando a un agotamiento


de la expansión de la vida, a su sometimiento al capital. Y, cuando habla de vida, no sólo
se refiere a la humana sino, también, a la animal, a los recursos naturales a nivel
planetario. Esto no sólo puede pensarse desde la gestión de Bolsonaro en Brasil y sus
políticas en materia de salud durante la pandemia, o a las medioambientales en relación
con el Amazonas; también puede trasladarse a nuestro país. Al conflicto del litio que se
da hoy en el Norte, y que el gobierno provincial busca solucionar a través de políticas
represivas en favor del capital, y no de las vidas que conforman el medioambiente: la
naturaleza y los grupos indígenas que cuidan y habitan estos territorios.

El neoliberalismo toma la forma seductora de las potencias creativas antropofágicas


disonantes. Pero, su fuerza es otra. Crea nuevas formaciones en el campo social que
permiten el sistema político actual: la postulación de consignas de agrupaciones
emergentes de derecha -La Libertad avanza- que enaltecen la hibridación de mundos, la
flexibilidad, la irreverencia y la libertad de experimentación. Pero, como la filósofa
explica, esto no asegura la vitalidad de una sociedad. Por el contrario, saca provecho de
las potencias subjetivas para ampliar la instrumentalización de la vida al servicio de la
acumulación del capital, de la inequidad de derechos.

No obstante, como señalé antes, la subjetividad dominante no sólo genera sus propias
manifestaciones perversas. Como sucede en los años 20’, 60’ y 70’, también da
consistencia a nuevos movimientos que buscan confrontarla. Allí, radica la esperanza de
Rolnik.

En nuestro continente, la gestión del régimen inconsciente capitalista actual da lugar a


nuevas micropolíticas de resistencia que están ganando lugar. Son los movimientos
negros, indígenas, feministas, LGBTQIA+ y ambientalistas, antes invisibilizados.
Movimientos políticos a los que ella llama antivirus porque producen anticuerpos contra
sus efectos tóxicos: un retorno de la antropofagia en su polo activo. La filósofa nos hace
ver que no todo está virando hacia la derecha. Tan sólo miremos a nuestro país vecino,
cuyo levantamiento autogestivo realizado entre los años 2019 y 2020 lleva a la
presidencia a Gabriel Boric.

La fuerza de estos movimientos se distingue de la de la macropolítica. Tanto hoy como


ayer, los impulsos de las resistencias tienen que ver con una fuerte activación de la
relación con la vida vinculada a las ancestralidades indígenas -y afrodiaspóricas-. Si bien
recién se están esbozando, son puntos de fuga que permiten imaginar otro futuro posible:
otros modos de hacer, de pensar, de sentir, de gestionar la vida. Dejan soñar nuevas formas
de gobernabilidad posibles y alternativas a este Estado democrático de derecho que sigue
siendo colonial, patriarcal y racista.

Tras todo este análisis, Rolnik expone cuál es el punto ciego de este germen antropofágico
que lleva a la situación reactiva presente, para luego esbozar su reactualización feminista
y superadora. No se trata de devorar como zombis acríticos a lx otrx. Pero, tampoco de
“comérselo” (como proponían los antropófagos modernistas). Ella vincula este accionar
al goce de apropiación para aumentar nuestro poder (base del régimen colonial-patriarcal-
racista-capitalista). Propone, en cambio, “dejarse fecundar por lx otrx” (89). Sus efectos
disímiles en nosotrxs nos transforman aumentando nuestra potencia para, después,
trabajar colectivamente en la regeneración del ecosistema ambiental, social y mental.

Rolnik nos ofrece un análisis sumamente interesante y prolijo. Aunque, en este punto,
encuentro una desintonía. A lo largo de todo el libro, la filósofa critica duramente el estado
actual de servilismo anestesiado de nuestras vidas. Y, finalmente, también propone como
solución un rol pasivo voluntario. En este caso, al servicio de una expansión vital positiva
y no reactiva, pero, si se trata de dejarnos hacer, se vuelve a incorporar una distinción
jerárquica entre quién tiene el poder de hacer y quién no.

Si queremos escapar de una política del deseo en que entregamos gozosamente la


apropiación de nuestras vidas, en que somos colonizadxs, ¿por qué volver a otorgar
distintos valores en la relación con lx otrx? Para buscar una expansión positiva en
consonancia con las ancestralidades indígenas, al igual que ellas, podríamos subrayar la
reciprocidad en esta creación, su carácter de interiorización y afectación vital mutua.
Quizá, para la reformulación hacia un trabajo de transformación colectiva, faltaría una
pequeña vuelta de tuerca: dejarnos fecundar por lx otrx al tiempo en que nuestros cuerpos
también lx fecundan.

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