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Traducción de Fermín Rodríguez incluida en segunda edición de L. Herrera y J.
Ramos, eds. Droga, cultura y farmacolonialdad: la alteración narcográfica, en prensa
en Córdoba: EDUVM.
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No hay libido sin estética, y por eso Lacan habla de la ‘función erógena
de la belleza’. Pero la estética libidinal es de manera esencial una
protestética [une prothesthésie ]:
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Bernand Stiegler, Ce qui fait que la vie vaut la peine d’être vecue: De la
pharmacologie, Paris, Flammarion, 2010, p. 31-32.
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6
Sigmund Freud, El malestar en la cultura, op cit., pp. 103-104.
6
7
Jacques Lacan, El Seminario. Libro VII. La ética del psicoanálisis 1959-1960, trad.
Diana Rabinovich, Buenos Aires: Paidós, 197, pp. 138-139.
8
Jacques Lacan, El triunfo de la religión precedido de Discurso a los católicos, trad.
Nora González, Buenos Aires: Paidós, 2006, p. 49, 64.
7
9
Bernard Stiegler, La technique et le temps, tome 3: Le temps du cinema et la
question du mal-être, Paris: Galilée, 2001.
8
10
Sigmund Freud, Obras completas, Vol. 13:Tótem y tabú y otras obras (1913-
1914), trad. José Luis Etcheverry. Buenos Aires: Amorrortu, 1992, p. 143.
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energía libidinal, en tanto liga las pulsiones por intermediación de los pharmaka
que traman lo simbólico, desde el objeto transicional y pre-verbal de Winnicott
hasta el significante que funda el pensamiento de Lacan.
¿Cuál sería entonces mi divergencia con los argumentos de Marcuse?
No me es posible aquí entrar en detalles, y una explicación más completa
puede encontrarse en Mécréance et discrédit 3. L’esprit perdu du capitalisme
[Incredulidad y descrédito 3. El espíritu perdido del capitalismo].11 En pocas
palabras, y a modo de conclusión, digamos que la tesis central de Marcuse es
que el principio de realidad se ha convertido, en la era del capitalismo industrial,
en un principio de actuación que está al servicio de lo que él llama “represión
excedente”. Y lo que propone es una crítica de la teoría freudiana de la libido
en la medida en que ésta habría consistido en una naturalización de un estado
de cosas que es un hecho histórico, y por lo tanto contingente. Marcuse
propone modificar la perspectiva freudiana a favor de una lucha por la
“liberación de los instintos”, sobre la base de un cambio de perspectiva teórica
que consiste, en primer lugar, en distinguir dos planos del principio de realidad:
el plano estructural, que sería una especie de “naturaleza del deseo”, y el plano
histórico, es decir, coyuntural--el principio de actuación, que representa la
configuración del principio de realidad propia de la era industrial.
Esta distinción es interesante porque parte del principio de que las
fuerzas que formalizan las categorías psicoanalíticas se forman dentro de una
historicidad procesual. Sin embargo, no está del todo claro que sea posible
‘des-enganchar’ [dé-gager] un plan estructural que no siempre ha sido
histórico, es decir, históricamente o protohistóricamente o prehistóricamente
enganchado [gagé], es decir, artefactual, y en la medida en que el artefacto es
precisamente el operador de la procesualidad y de la historización de estas
categorías, y que engancha el deseo precisamente como proceso de
individuación--pero esto es exactamente lo que escapa de Marcuse. Que el
artefacto sea el operador del proceso, es decir, su condición, significa que no
es posible aislar una base pre-procesual de este proceso, lo cual quiere decir
que lo “estructural” es elementalmente “histórico” y como tal “accidental”, y no
está guiado ni contenido por ninguna ontología que permita definir los
elementos constitutivos del proceso. Los elementos son siempre suplementos:
la elementariedad es una suplementariedad elemental.
Lo que llamo aquí el proceso de formación de las categorías
psicoanalíticas, es decir, los elementos devenidos siempre ya suplementos
(tomados siempre ya por un mecanismo fantasmático y fantástico, es decir,
ficcionalizando lo real, y como invención técnica), es el proceso de
individuación psíquica, colectiva y técnica, es decir, artefactual, dentro del cual
lo que cuentan son menos los elementos que sus relaciones. Si hay elementos
que mantienen sus formas o más bien sus formas metaestables más que
estables, es porque se trata de fuerzas constituidas por estas relaciones, es
decir, por lo que son como mínimo parejas que parecen formar opuestos
cuando en realidad son compuestos—y que a diferencia del método cartesiano
no pueden ser des-compuestas en elementos simples sin ser destruidas por el
hecho mismo de esta descomposición. Y el devenir común de estas relaciones,
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Bernand Stiegler, Mécréance et discrédit 3: L’esprit perdu du capitalism, Paris,
Galilée, 2006.
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