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Farmacología del deseo,


Capitalismo pulsional y des-economía libidinal
Bernard Stiegler***

H ay una figura que durante mucho tiempo permaneció desconocida,


especialmente para el mundo del psicoanálisis, que jugó un papel
importante en el modelo económico que hoy se derrumba ante nuestros
ojos: Edward Bernays, quien resultó ser el doble sobrino de Freud. Bernays
acuñó los conceptos básicos de lo que denominó relaciones públicas,
prehistoria de lo que con el tiempo sería el marketing. Bernays introdujo
prácticas empresariales y comerciales basadas en algunas de las lecturas del
trabajo de su tío, y propuso reconfigurar en su totalidad la política industrial
estadounidense como una economía libidinal.
Gradualmente aunque de manera radical, la economía libidinal del siglo
XX fue transformada por el marketing, un psicopoder ligado a lo que Foucault
había denominado biopoder. El biopoder controla las poblaciones de
productores por medio de tecnologías de poder disciplinario. El psicopoder
controla la conducta individual y colectiva de los consumidores canalizando su
energía libidinal hacia las mercancías—y la inversión del deseo en el objeto de
consumo, su catexis, es lo que permite amortizar la inversión industrial en los
aparatos de producción.
La tesis que estoy proponiendo parece estar cerca de la de Marcuse.
Pero es bastante diferente, y trataré de dejar en claro las diferencias. Por un
lado, postula que hay una historicidad del inconsciente--que Lacan también
sostiene, pero sin tematizarla como tal (retomaré esta cuestión)--, y por otro,
postula que esta historicidad es la de las relaciones entre una economía de
subsistencia, es decir, de necesidades, y una economía de existencias, es
decir, de deseos, que presuponen una economía de consistencias, es decir,
de objetos de idealización bajo todas sus formas (infantil, romántica, artística,
científica, filosófica, política, religiosa, en particular).
La crisis global que estamos experimentando es el derrumbe del
agenciamiento consumista entre subsistencia y existencia—un colapso debido
a la liquidación de la consistencia, es decir, de la idealización y la sublimación
en todas sus formas (y es en este punto que estoy cerca de Marcuse, en
especial cuando recurre a los conceptos de desublimación y superyó
automático). Con la aparición de las psicotecnologías, cuyas primeros críticos
fueron Benjamin y la Escuela de Frankfurt, la historicidad del inconsciente hizo
posible una des-economía libidinal, es decir, una destrucción de la libido como
fuerza de enlace de pulsiones—fuerza de enlace que debe ponerse en relación
con la fuerza de enlace de la imaginación trascendental en Kant-- abriendo la
cuestión de lo que llamaré aquí una farmacología del deseo (en referencia a

***
Traducción de Fermín Rodríguez incluida en segunda edición de L. Herrera y J.
Ramos, eds. Droga, cultura y farmacolonialdad: la alteración narcográfica, en prensa
en Córdoba: EDUVM.
2

las interpretaciones griega, platónica y derrideana del pharmakon como


veneno y cura).
En la economía consumista, los impulsos se desvían de sus fines hacia
necesidades artificiales, que por lo tanto no constituyen deseos. Adorno y
Horkheimer ya perciben este proceso cuando argumentan que el aparato de
proyección hollywoodense produce un cortocircuito en la imaginación. Sin
embargo, intenté mostrar en un libro próximo a aparecer que su análisis
descuida el hecho de que la imaginación siempre está constituida por
artefactos transicionales y que no es su exteriorización técnica lo que causa el
cortocircuito, sino la hegemonía cultural que el psicopoder ejerce sobre lo que
hay que pensar como un pharmakon.
Las fantasías en general proceden del polimorfismo intrínseco a la
libido, pero en el caso de la fantasía consumista, el desplazamiento no conduce
a ninguna libido, ya que se basa, por el contrario, en una desublimación y una
desidealización. El objeto de consumo, tan pronto como queda investido, debe
ser desinvestido: el consumismo es una economía del descarte, es decir, de la
infidelidad. El consumidor no debe apegarse a sus objetos: debe consumirlos
precisamente separándose de ellos, destruyéndolos y arrojándolos para
continuar desplazando su energía pulsional hacia objetos siempre nuevos
propuestos por la innovación industrial.
Intenté mostrar en Pour une nouvelle critique de l’économie politique
[Para una nueva crítica de la economía política 1 ] que esta organización
pulsional del consumo tiene su contraparte en la inversión capitalista, que
tiende a convertirse en especulativa. Es decir, esencialmente infiel: que tiende
estructuralmente a la desinversión. Los hedge funds y LBO [leverayed buyouts]
son complejos de desinversión--y factores esenciales de ruina económica.
*-*
La historicidad de la economía inconsciente y libidinal resulta, de manera
general, del perfeccionamiento orgánico que Freud describe en El malestar en
la cultura: “El hombre perfecciona sus órganos”.2
En Ce qui fait que la vie vaut le coup d’être vécue [Lo que hace que la
vida valga la pena de ser vivida] intenté demostrar que se trata de una situación
farmacológica:
En este “malestar” de la cultura y de la civilización, la técnica (la
protesicidad) desempeña un papel vital porque es eminentemente
farmacológica, en tanto sistema de órganos artificiales que se forma en
la era industrial... A lo largo de este perfeccionamiento, 3 la técnica
compensa constantemente una falta de ser (de la cual también habla
Valery4) provocando cada vez una nueva falla--siempre más grande,
1
Bernand Stiegler, Para una nueva crítica de la economía política, Buenos Aires:
Capital Intelectual, 2016.
2
Sigmund Freud, Obras completas, Vol. 21: El porvenir de una ilusión, El malestar
en la cultura, y otras obras (1927-31), trad. José Luis Etcheverry. Buenos Aires: Amorrortu,
1992, p. 89.
3
Traté de esbozar una teoría como genealogía de lo sensible en De la misère
symbolique 2. La catastrophè du sensible [Sobre la miseria simbólica 2. La catástrofe de lo
sensible], pp. 198 y siguientes.
4
Valéry, “La crise de l’esprit”, p. 33.
3

siempre más compleja y siempre menos controlable que la anterior.


Esta desajuste constante provoca frustraciones, heridas narcisistas y
melancolía.5
Esta farmacología que debería estudiarse con Canguilhem pasa por una
sucesión de desfuncionalizaciones y refuncionalizaciones orgánicas, que
deben ser pensadas en los términos de una organología general y que
constituyen lo que he llamado una “genealogía de lo sensible’:
La filosofía comienza reprimiendo la pregunta por la técnica, que
es también el núcleo reprimido de la cuestión de la represión
[refoulement] entendida en el sentido psicoanalítico del término… La
sublimación supone la represión. También es la elevación expresiva
constitutiva de la libido, que se caracteriza tanto por su capacidad de
desligarse de sus objetos sexuales como por la represión [la répression,
que tiene una sentido de supresión o de represión en un sentido político
o social] y los procesos regresivos que resultan de ella, tales como la
dominación de un sistema simbólico. La sublimación posibilita tanto la
elevación como la caída al proceder de una represión que debe ser
analizada en tres niveles económicos, vinculada con los tres niveles
constitutivos de la organología general: la economía política como
división del trabajo y organización de la producción; la economía
simbólica, que se conecta con la etapa precedente como economía del
don y del contra-don, y la economía libidinal, como origen pulsional y
fuente energética de las dos etapas precedentes. Estos tres niveles
económicos forman los tres niveles de una composición organológica.

No hay libido sin estética, y por eso Lacan habla de la ‘función erógena
de la belleza’. Pero la estética libidinal es de manera esencial una
protestética [une prothesthésie ]:

La protesicidad funda la estética humana como una protestética que


recién puede corporizarse con la conquista de la postura erecta,
momento inaugural de un proceso en el que la mano, abandonando su
función motora, inventa una función fabril. La desfuncionalización de la
pata, que deviene mano o pie, es la apertura de la técnica, y constituye
una re funcionalización (un reequilibrio funcional, dice Leroi-Gourhan):
la mano es productora de signos, objetos, instrumentos, prótesis, obras.
Y el pie se pone a bailar. Esta mano obrera abre un mundo...
La historia organológica de la estética consiste en una sucesión
de exteriorizaciones funcionales y desfuncionalizaciones correlativas,
en la que también se producen reasignaciones funcionales que afectan
a los órganos sensoriales, y en base a la cual se constituye la prostética
como un nuevo poder de repetición.
Estas reasignaciones canalizan las energías de la “economía
libidinal” resultante, creadas por esta desfuncionalización. Porque si la

5
Bernand Stiegler, Ce qui fait que la vie vaut la peine d’être vecue: De la
pharmacologie, Paris, Flammarion, 2010, p. 31-32.
4

libido no es la pulsión sexual, sino el deseo en la medida en que es


capaz de desplazar su energía hacia objetos no sexuales, solo es
posible en la medida en que la disfuncionalización que está en la base
de lo que Freud denomina represión [primaria] orgánica permita la
removilidad de los objetos técnicos como condición de un proceso de
adopción. Y a partir de esta disfuncionalización / refuncionalización
organológica, que redefine sin cesar los dispositivos funcionales que
soportan toda “estética”, pueden producirse tekhnaïs como ars y artes
necesarias para un "reparto de lo sensible"--las artes que no son más
que una dimensión de la estética donde se produce tal repartición, que
es también un proceso de sublimación en el sentido más amplio del
término.
...
Este constante reequilibrio funcional al límite del desequilibrio, que
constituye la historia del proceso de individuación psíquica y colectiva,
despliega las consecuencias del proceso de represión orgánica en el
origen de la represión en general. Según Freud, esta represión
comienza con una des-funcionalización del sentido del olfato correlativo
a la conquista de la postura erecta, es decir, la elevación entendida en
el sentido que permite que Leroi-Gourhan, muy cerca de Nietzsche,
pueda escribir “todo comienza con los pies”. La dimensión protésica que
constituye la sensibilidad humana, en tanto se trata de una noética,
caracteriza el devenir de la diferencia sexual, que obviamente ya está
funcionando en la animalidad, pero que la prótesis, como soporte de la
fetichización y superficie de proyección constitutiva del narcisismo,
reconfigurar totalmente, inscribiendo dentro de ella la necesidad de un
juicio--es decir, la posibilidad de una preferencia estética, acerca de la
cual cabe preguntarse si no surge de las prácticas alimenticias de los
grandes simios, cuya aparición Darwin ya había estudiado en relación a
la conducta sexual de las aves, y que Lacan caracteriza por su lado
como la función "formativa y erógena" de lo bello.
Sin embargo, en este contexto protestético puede constituirse una economía
libidinal capitalista que va a sacar partido de las industrias culturales y de las
psicotecnologías que las constituyen.
La transformación funcional del olfato, que indica o inaugura la
represión orgánica, es para Freud consecuencia de la postura erecta.
Obviamente, la conquista de la postura erecta se encuentra
estrechamente relacionada con la del arma, que es la expresión
concreta, bajo la forma de la herramienta, de lo que vuelve posible la
liberación de la mano respecto de la motricidad, y la fabricación y la
práctica, de tal modo que conduce también, en forma simultánea, a la
des-funcionalización de un sentido en beneficio de un reinvestimiento
libidinal. Porque todo esto constituye en su totalidad la cuestión del
fetichismo, es decir, de la alucinación, a través del cual lo sensible se
vuelve sensacional o, cuando es sublimado, soporte de la expresión
noética.
Sin embargo, estos desplazamientos organológicos son
pensados por Freud en un plano fisiológico, sin ninguna consideración
5

por los objetos técnicos a pesar de la importancia que estos tienen en


la interpretación de los sueños. Dichos desplazamientos son
explícitamente reexaminados en 1929, treinta y cuatro años después de
la carta a Fleiss sobre el olor, bajo el nombre de represión orgánica, y
expresamente analizados como condición de la sublimación:
“Con la postura vertical del ser humano y la desvalorización del
sentido del olfato, es toda la sexualidad, y no solo el erotismo
anal, la que corre el riesgo de caer víctima de la represión
orgánica, de suerte que desde entonces la función sexual va
acompañada por una renuencia no fundamentable que estorba
una satisfacción plena y esfuerza a apartarse de la meta sexual
hacia sublimaciones y desplazamientos libidinales”.6
Hay, para Freud, una organología de la sublimación, y consiste
en un desplazamiento orgánico: es al mismo tiempo una
desfuncionalización y una refuncionalización de los órganos del olfato y
de la vista, inscritos en lo que Leroi-Gourhan denominó un nuevo
equilibrio funcional, donde se opera un refuerzo de la visibilidad de los
órgano genitales en detrimento del sentido del olfato, y esta represión
orgánica es también una represión simbólica, de manera tal que el
pudor es prácticamente inducido por este proceso de elevación que
constituye la conquista de la postura erecta.
Así, la elevación que constituye la postura vertical induce, según
Freud, el acceso al pudor, a la vergüenza [en español en el original], es
decir, a lo que los griegos llaman aidôs, y al “comienzo del proceso
ineluctable de la civilización” cuyo fundamento sexual es en este sentido
organológico, es decir, ligado al devenir de los órganos genitales y al
papel del órgano de la vista inducido por la disfuncionalización del olfato.
Y todo esto está condicionado, si se lo pone en relación con el relato de
Protágoras inspirado en Hesíodo, Esquilo y toda la mitología griega, por
el devenir técnico y protésico del ser humano.
Así, esto es lo que viene a confirmar la paleo-antropología en la
segunda mitad del siglo XX: la conquista de la postura erecta no se
deriva del hecho de “la adopción de una postura erecta en la marcha”,
como Freud se anima a decir, sino del establecimiento de un nuevo
equilibrio funcional, inducido por una neotenización que será de gran
interés para Lacan, y cuya realidad es inmediatamente y a la vez la
verticalización del cuerpo humano y su protesización--es decir, el
abandono de la motricidad de la mano en favor de una nueva función
fabril. Esta nueva función equivale a la aparición del trabajo, que como
economía del placer en la construcción de la realidad--es decir, en su
invención--, constituye una desviación de la energía libidinal de sus
metas sexuales, y como tal el nacimiento de la sublimación como
principio del placer tanto como el más allá de este principio.
A pesar de todo lo que dice sobre este perfeccionamiento orgánico,
Freud nunca piensa el papel de los utensilios en la constitución de la memoria
y el inconsciente (esto es particularmente sorprendente en Moisés y la religión

6
Sigmund Freud, El malestar en la cultura, op cit., pp. 103-104.
6

monoteísta, pero ya en Totem y tabú). Por otro lado, la historicidad de las


figuras del deseo, es decir, del inconsciente, parece estar muy cerca de ser
enunciada por Lacan, cuando reflexiona sobre el lugar de la sublimación en el
amor cortés y en la estructura literaria del inconsciente:
“Aunque totalmente borrada hoy en día en sus prolongaciones
sociológicas, [el amor cortés] deja de todas maneras huellas en un
inconsciente, para el cual no hay ninguna necesidad de usar el término
de colectivo, en un inconsciente tradicional, transmitido por toda una
literatura, por todas una imaginería, en la que vivimos en nuestras
relaciones con la mujer”.7
Y en su Discurso a los católicos, Lacan pone expresamente la sublimación en
relación con la técnica:
“Conocemos lo que ocurre con la Tierra y el cielo, uno y otro
están vacíos de Dios, y se trata de saber qué hacemos aparecer en las
disyunciones que constituyen nuestras técnicas (…) El Trieb freudiano,
noción primera y más enigmática de la teoría, tropezó, para gran
escándalo de sus discípulos, con la forma y la fórmula del instinto de
muerte. Esta es, sin embargo, la respuesta de la Cosa cuando no se
quiere saber nada de ella. Ella tampoco sabe nada de nosotros”.
“¿Pero no hay allí también una forma de la sublimación en torno
de la cual el ser del hombre, una vez más, gira sobre sus goznes? ¿Esta
libido de la que Freud nos dice que ninguna fuerza en el hombre es ya
susceptible de sublimarse no es acaso el último fruto de la sublimación
con la que el hombre moderno responde a su soledad?”8
*-*
La primera cuestión que la economía industrial capitalista plantea para la teoría
del inconsciente y la teoría de que el deseo se funda en la represión es la de
la tecnicidad de este deseo, es decir, de su historicidad, de manera tal que,
debido a su esencial exterioridad, que hay que poner en relación con lo que
Winnicott denomina objeto transicional y espacio transicional, la economía
libidinal puede ser destruida por su explotación industrial a través de las
psicotecnologías del psicopoder: esta economía del artefacto (y del fantasma) Commented [FR1]: “artefact” en el original. Dudo si
es también una farmacología. El artefacto, el objeto técnico, es a la vez la traducir ‘artefacto’ por ‘artificio’, que me parece que
tiene más resonancias estéticas e incluso en el campo
condición de la formación del deseo como tal y la posibilidad de su regresión ‘farmacológico’ (los paraísos artificiales de Baudelaire)
sistémica, si es que no de su destrucción total. Esta regresión sistemática está
vinculada a la organización de la infidelidad sistemática requerida por la
innovación que Joseph Schumpeter teorizó en 1911 sin considerar ninguna de
estas consecuencias, al igual que Keynes.
Si es verdad, sin embargo, que el aparato psíquico juvenil resulta ahora
afectado de manera precoz y sistemática por la toxicidad farmacológica
contemporánea, hay que plantear entonces la cuestión de una des-economía
libidinal. El problema clínico y sociopatológico tanto como psicopatológico que

7
Jacques Lacan, El Seminario. Libro VII. La ética del psicoanálisis 1959-1960, trad.
Diana Rabinovich, Buenos Aires: Paidós, 197, pp. 138-139.
8
Jacques Lacan, El triunfo de la religión precedido de Discurso a los católicos, trad.
Nora González, Buenos Aires: Paidós, 2006, p. 49, 64.
7

plantea la economía libidinal capitalista es su carácter autodestructivo, es


decir, el hecho de estar dominada por la pulsión de muerte.
Sostener tal punto de vista supone reafirmar la cuestión del deseo. En
tanto energía libidinal, el deseo es producido por los aparatos que transforman
las pulsiones en catexis de objetos a través de dispositivos de enlace que son
a la vez super-yoicos y sublimatorios (y no es posible separarlos: no hay
superyó sin figuras de identificación producidas por la sublimación, y la
pregunta sigue siendo si lo contrario es verdad).
Estos aparatos realizan lo que analicé en Le temps du cinema 9 [El
tiempo del cine] como dispositivos retencionales, es decir, como dispositivos
de producción de criterios de selección en las retenciones primarias y
secundarias para formar un aparato psíquico. Son dispositivos superyoicos y
sublimatorios, cuyos criterios están fundados en los circuitos largos de un
proceso de transindividuación que liga a las generaciones y que las
psicotecnologías sometidas a la hegemonía del psicopoder ponen en
coroicircuito, lo cual produce también cortocircuitos en la transindividuación.
Tales cortocircuitos generan procesos de identificación regresiva del
tipo de los que Freud describe en su Massenpsychologie (Psicología de las
masas y análisis del yo). Pero también provocan masivamente lo que he
llamado una proletarización generalizada--es decir, una pérdida masiva del
savoir vivre y un proceso de des-aprendizaje sistemático.
La transindividuación crea circuitos largos de deseo y, al igual que estos
circuitos, tiene una estructura intergeneracional. La escena de
transindividuación que forma tales circuitos es par excellence el diálogo
socrático, cuyos interlocutores comparten un fondo preindividual común
cargado de potencial, es decir de trauma, de protensiones en suspenso, de
elementos reprimidos, de cargas simbólicas de todo tipo. Son estas cargas las
que obligan regularmente a Sócrates a convocar mitos y mistagogías
asociadas, entre las que se encuentra la figura de la sacerdotisa Diotima.
La activación dialógica libera estas cargas, y esto es lo que describe el
mito del alma alada en Fedro. Cuando la transindividuación dialógica produce
un circuito largo, o más bien sigue o persigue un circuito largo, ocurre lo que
Platón llama la anamnesis. La anamnesis es lo que pone en relación el diálogo
y a sus interlocutores con el origen de su objeto discursivo, es decir, su objeto
significante--y como objeto extra-ordinario, es decir, como ideal.
Esta referencia al diálogo platónico no significa que esta sea la forma
esencial en que se produce la transindividuación (y la mayoría de las veces,
se produce en formas completamente distintas y a través de prácticas muy
diferentes), sino que esta estructura, que conduce a la constitución de la ley
como legalidad de los procesos de transindividuación, es la que opera en la
filosofía como fundamento del conocimiento en el origen de Occidente--ya que
lo que está en juego en toda filosofía, y en particular en la filosofía naciente, es
la formación de una legalidad política en armonía con la legalidad del logos en
todas sus formas.

9
Bernard Stiegler, La technique et le temps, tome 3: Le temps du cinema et la
question du mal-être, Paris: Galilée, 2001.
8

La trans-individuación supone una individuación de cada uno de los


locutores, es decir, una trans-formación que crea un circuito a través del sujeto
que el circuito transforma precisamente al pasar por ellos, hasta el punto de
oponerse eventualmente a los circuitos que pasan a través del otro interlocutor.
Estos circuitos largos nos reconducen a la cuestión original del inconsciente,
es decir, en última instancia al defecto en el origen, que Freud y Lacan llaman
das Ding.
Este defecto es también lo que constituye el deseo (eros) como penia,
es decir, como carencia--como aquello que hace falta, y como traté de mostrar
en otra parte, lo que deviene falta en el deseo mismo y que se establece tanto
como se desvanece (porque es farmacológico) a partir de la protetización de
lo viviente, es decir a partir de la aparición del arma que les permite a los hijos
matar al padre de la horda en Totem y tabú. En efecto, Freud se pregunta qué
fue lo que pudo empujar a los hijos al crimen, y formula esta hipótesis: “El
manejo de un arma nueva”,10 sin comprender que la aparición del arma como
prótesis, artefacto y pharmakon es lo que inaugura este proceso del que surge
la ley.
Cuando en El Banquete Diotima le dice a Sócrates que la filosofía es
deseo, quiere decir que la filosofía idealiza sus objetos como el deseo, ya que
el deseo es en todas sus formas el proceso de tales idealizaciones. Ahora, esto
consiste en infinitizar los objetos de estas catexis y, a través de esto, en
proyectarlos en circuitos que son en potencia infinitamente largos--la fidelidad
se constituye en esta potencialidad infinita. Estas infinitizaciones, que se
vuelven sublimaciones, constituyen la base de saberes de todo tipo. Tales
saberes son dialógicos en un sentido amplio, que pasa por Bajtín: en el sentido
de que quienes hacen uso de ellos participan de su formación por el hecho de
utilizarlos e individuarlos, como ocurre en la escena dialógica platónica.
Así es como se forman los medios asociados, es decir, los medios
transicionales donde aquellos que están conectados por los objetos
transicionales y que se constituyen por esta misma conexión (que es la del
deseo), participan en la individuación de este mismo medio al co-individuarse
y trans-individuarse--es decir, al proyectarse en un plano intergeneracional.
Los circuitos largos de transindividuación que constituyen circuitos
largos de deseo, pueden pasar también por circuitos cortos que no son
cortocircuitos, como el humor, la risa, el Witz, la comedia, la poesía, el juego
de palabras, el arte en general. Pero estos circuitos son cortos porque son muy
rápidos—muy largos pero recorridos a mucha velocidad, lo que de alguna
manera, al franquear las barreras del aparato psíquico, representa un
cosquilleo para las almas.
Es en este sentido que el id, el ello, puede hacer reír: como una pelota
dentro de estos circuitos largos que en los juegos del id puede desplazarse a
gran velocidad por grandes distancias. Estos juegos son también los de
Winnicott, y atan el id al objeto transicional como pharmakon del juego. Así es
como el id enlaza las generaciones, primero a través de este pharmakon
primordial que es el objeto transicional.

10
Sigmund Freud, Obras completas, Vol. 13:Tótem y tabú y otras obras (1913-
1914), trad. José Luis Etcheverry. Buenos Aires: Amorrortu, 1992, p. 143.
9

Sin embargo, la economía consumista, al plantear en principio el


carácter intrínsecamente descartable de cualquier objeto, cortocircuita la
identificación primaria y, más generalmente, la relación de atención. La
economía consumista constituye un enorme proceso de desaprendizaje y
destrucción de los medios asociados y dialógicos--ya que lo simbólico, sujeto
a la oposición funcional entre productores industriales de símbolos y
consumidores de esta producción, resulta des-simbolizado debido a este
mismo proceso.
Este consumidor queda des-simbolizado porque no participa en la
emergencia de su medio transicional—por lo cual se vuelve intrínsecamente
tóxico. Así es como se constituyen los medios disociados, es decir, ambientes
donde los individuos psíquicos se desindividúan, y donde la economía libidinal
se vuelve una des-economía, es decir, un proceso sistemático y sistémico de
liberación de las pulsiones del lugar del que vienen. A fines de la década de
1970, aquí en Londres y en los Estados Unidos, este proceso toma el nombre
de “revolución conservadora” tal como sostiene el neoliberalismo.
El psicopoder funcionaliza los juegos que devienen dispositivos de
captura de la atención. Más allá de esto, las psicotecnologías tienen como
objetivo suscitar y controlar los procesos de identificaciones secundarias o, si
no los procesos mismos, al menos sus contenidos simbólicos, que se
encuentran de este modo des-simbolizados. Esto da como resultado una
estandarización de las retenciones secundarias, es decir, los trazos mnémicos
que constituyen los criterios que cada individuo implementa en la operación de
selección que acompaña lo que Husserl denomina retenciones primarias (es
decir, la red de flujos de percepciones). Esto también implica que lo que resulta
del proceso es una desindividuación psíquica y una desingularización de las
experiencias: un cortocircuito de la experiencia misma, en otras palabras.
Esto es precisamente lo que constituye lo que el CEO de la cadena de
televisión francesa TF1 llama la producción de “tiempo cerebral disponible” que
“se vende a Coca Cola”.
La ecología libidinal (es decir, la economía libidinal en tanto presupone
siempre un medio transicional intrínsecamente farmacológico) queda
arruinada por las psicotecnologías implementadas por el psicopoder al servicio
exclusivo de las pulsiones—de lo que resulta una sociedad adictógena
impuesta por un capitalismo pulsional en la que la conducta adictiva y pulsional
de los consumidores hace sistema con el de los especuladores, cuya conducta
es igual de pulsional, es decir, ultra cortoplazista.
Esta desimbolización que destruye todo crédito y, por lo tanto, toda ley,
provoca un desinvestimiento generalizado. La cuestión económica
fundamental, es decir, la cuestión que vincula la economía de subsistencia y
la economía de existencias--al proyectar las consistencias imaginarias de las
idealizaciones--es la del investimiento entendido en primer lugar como libido
que enlaza en el tiempo diversas energías pulsionales en el seno de un sujeto,
pero también dentro de un juego intergeneracional; y en segundo lugar,
investimiento entendido como el espacio económico de inversión capitalista
capaz de mantener el espíritu empresarial por medio de un sistema de
protensiones, es decir de lazos sociales de deseos más o menos
10

convergentes. Al menos eso es lo que sostengo en Para una nueva crítica de


la economía política.
Como sistema de protenciones, el capital es un régimen específico de
pharmakon que funda el deseo. El deseo es protensión, una infinita inversión
en su objeto. Lo que sucede con la nueva farmacología que Lutero encuentra
bajo la forma de la imprenta es el capitalismo tal como lo describió Weber, es
decir, una nueva modalidad de inversión ligada al papel moneda: a este
producto tan particular de la imprenta que es el billete, especialmente el dólar,
sobre el que no está inscripto In God we believe, creemos en Dios, sino In God
we trust, confiamos en Dios.
El dinero es farmacológico en diable, como se dice en Francia,
diabólicamente farmacológico, y es la figura misma del diablo en el cristianismo
pre-luterano. Pero sobre todo, el dinero es a la vez una retención terciaria y
una protensión terciaria. Es como tal que el dinero permite el desarrollo del
capitalismo como un sistema protencional de proyección de deseos e
inversiones. Pero el dinero es un pharmakon precisamente porque, en tanto
dispositivo de proyección de deseos, es también un dispositivo de cálculos que
permiten transformar la creencia en confianza, reduciéndolo todo a la
posibilidad de cálculo y arruinando inevitablemente la confianza en la medida
en que la des-sublimación, que es la destrucción de los objetos de deseo que
son también proyectores de infinitos, consiste en una finitización que se
traduce en un des-investimiento devenido especulación.
Este sistema, que tiende a la des-simbolización que Weber describe
esencialmente como secularización y desencanto, ha alcanzado hoy la etapa
de lo que debe entenderse como de extremo desencantamiento, un límite
extremo en el que se combinan y se potencian entre sí tres límites del
capitalismo: la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, la tendencia a la
baja de la energía libidinal, y la generalización de las externalidades negativas
(causadas por la infidelidad y la descartabilidad sistemática y generalizada)
que destruyen las condiciones básicas de funcionamiento de un sistema
industrial de explotación y transformación de materias y conductas.
Este límite extremo del capitalismo consumista, cuya toxicidad es
explosiva en todas los sentidos y que resulta ser estructuralmente adictivo,
aparece en el momento en que se está estableciendo una nueva farmacología.
Por razones de espacio no voy a poder analizarla en detalle, pero quiero al
menos señalar que esta aparición abre también la posibilidad de salir del
modelo industrial consumista y de reconstituir los medios asociados y una rica
vida transicional y simbólica a través de nuevos reordenamientos de la
economía de subsistencia y la economía de existencias.
Pensar todo esto con el psicoanálisis es sin embargo repensar el
psicoanálisis en profundidad, es decir, en su relación con el defecto de origen
que es la prótesis, origen de este perfeccionamiento orgánico del cual el
capitalismo habrá sido el período literalmente estupefaciente que conduce,
como una inmensa operación de desaprendizaje y proletarización
generalizada, a lo que habría que llamar no solo estupidez sistémica, es decir,
el estado de trastorno mental que produce un estupor paralizante, sino también
embrutecimiento sistemático (no podemos reducir el embrutecimiento a la
estupidez), es decir, una regresión pulsional fundada en la destrucción de la
11

energía libidinal, en tanto liga las pulsiones por intermediación de los pharmaka
que traman lo simbólico, desde el objeto transicional y pre-verbal de Winnicott
hasta el significante que funda el pensamiento de Lacan.
¿Cuál sería entonces mi divergencia con los argumentos de Marcuse?
No me es posible aquí entrar en detalles, y una explicación más completa
puede encontrarse en Mécréance et discrédit 3. L’esprit perdu du capitalisme
[Incredulidad y descrédito 3. El espíritu perdido del capitalismo].11 En pocas
palabras, y a modo de conclusión, digamos que la tesis central de Marcuse es
que el principio de realidad se ha convertido, en la era del capitalismo industrial,
en un principio de actuación que está al servicio de lo que él llama “represión
excedente”. Y lo que propone es una crítica de la teoría freudiana de la libido
en la medida en que ésta habría consistido en una naturalización de un estado
de cosas que es un hecho histórico, y por lo tanto contingente. Marcuse
propone modificar la perspectiva freudiana a favor de una lucha por la
“liberación de los instintos”, sobre la base de un cambio de perspectiva teórica
que consiste, en primer lugar, en distinguir dos planos del principio de realidad:
el plano estructural, que sería una especie de “naturaleza del deseo”, y el plano
histórico, es decir, coyuntural--el principio de actuación, que representa la
configuración del principio de realidad propia de la era industrial.
Esta distinción es interesante porque parte del principio de que las
fuerzas que formalizan las categorías psicoanalíticas se forman dentro de una
historicidad procesual. Sin embargo, no está del todo claro que sea posible
‘des-enganchar’ [dé-gager] un plan estructural que no siempre ha sido
histórico, es decir, históricamente o protohistóricamente o prehistóricamente
enganchado [gagé], es decir, artefactual, y en la medida en que el artefacto es
precisamente el operador de la procesualidad y de la historización de estas
categorías, y que engancha el deseo precisamente como proceso de
individuación--pero esto es exactamente lo que escapa de Marcuse. Que el
artefacto sea el operador del proceso, es decir, su condición, significa que no
es posible aislar una base pre-procesual de este proceso, lo cual quiere decir
que lo “estructural” es elementalmente “histórico” y como tal “accidental”, y no
está guiado ni contenido por ninguna ontología que permita definir los
elementos constitutivos del proceso. Los elementos son siempre suplementos:
la elementariedad es una suplementariedad elemental.
Lo que llamo aquí el proceso de formación de las categorías
psicoanalíticas, es decir, los elementos devenidos siempre ya suplementos
(tomados siempre ya por un mecanismo fantasmático y fantástico, es decir,
ficcionalizando lo real, y como invención técnica), es el proceso de
individuación psíquica, colectiva y técnica, es decir, artefactual, dentro del cual
lo que cuentan son menos los elementos que sus relaciones. Si hay elementos
que mantienen sus formas o más bien sus formas metaestables más que
estables, es porque se trata de fuerzas constituidas por estas relaciones, es
decir, por lo que son como mínimo parejas que parecen formar opuestos
cuando en realidad son compuestos—y que a diferencia del método cartesiano
no pueden ser des-compuestas en elementos simples sin ser destruidas por el
hecho mismo de esta descomposición. Y el devenir común de estas relaciones,

11
Bernand Stiegler, Mécréance et discrédit 3: L’esprit perdu du capitalism, Paris,
Galilée, 2006.
12

dentro de un proceso de individuación triplemente trenzado, es una


genealogía, concebida a partir de una organología.
La organología general esbozada al comienzo de este artículo es el
marco teórico de la genealogía que da cuenta de esta procesualidad.

Conferencia presentada en el Congreso de Psicoanálisis, Dinero y Economía, Freud Museum


and Birkbeck College, 3 de julio de 2010.

Traducción de Fermín A. Rodríguez

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