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MATERIAL DE LECTURA DE LA ACTIVIDAD

FÍSICA: EN LA EDAD MEDIA

PROFESOR: DR. DAVID BEER

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La edad media

¿Cuándo comenzó y cuándo finalizó la Edad Media?

Ruralización

¿Y la iglesia?

La cultura medieval

Las Universidades

El feudalismo

Las cruzadas

Crisis feudal y surgimiento de la burguesía

La formación de las monarquías nacionales

Aspectos de la vida cotidiana

Reflexiones sobre los niños Juventud

Educando los sentidos

Convertirse en caballero

Dispositivos de gobierno del cuerpo

Ejercicios físicos

Poder y actividad física

La sexualidad permitida -reprimida

Pensar la actividad física en el mundo medieval: categorías y tensiones:

Algunas actividades físicas

Bibliografía

La edad media

Para delimitar el concepto Edad Media, lo más sencillo ha sido siempre situarlo frente al
movimiento siguiente, el Renacimiento. Y es que al final del Medievo muchas corrientes se

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definieron por oposición a él. Sin embargo, curiosamente, hasta muy avanzado el siglo XIX
los términos Edad Media y Renacimiento son poco usados en el mundo europeo, y la idea
de que los siglos medios fueron una continuación del mundo antiguo murió bastante
lentamente. Si en el siglo XIX el término Edad Media empieza a remplazar al de gótico,
todavía en Inglaterra habrá que esperar hasta casi mediados de la centuria para que en el
lenguaje usual la Edad Media sea algo distinto.

¿Cuándo comenzó y cuándo finalizó la Edad Media?

Con respecto a esto último, hay que decir que las costumbres de los siglos medios
pervivieron durante largo tiempo, aspectos como el Derecho medieval fueron también muy
longevos, y la distribución feudal en el campo todavía la encontramos en el XIX español o
inglés. No obstante, aunque continúen existiendo instituciones e ideas medievales, se ha
optado por considerar que en el año 1500 se acaba el Medievo. Este tipo de delimitación
cronológica tiene siempre un carácter muy relativo. En relación a los comienzos, muchos
historiadores consideran que en el siglo III, ya podemos hablar de Edad media. 1 Si se puede
detectar en la crisis del mundo romano del siglo III el comienzo de la conmoción de la que
nacerá el Occidente medieval. La gran incursión de los alamanes, de los francos y de otros
pueblos germánicos que el año 276 devastan la Galia, España e Italia del norte, presagia la
gran avalancha del siglo V. Deja las llagas sin cicatrizar —campos devastados, ciudades en
ruina, acelera la evolución económica —-decadencia de la agricultura, repliegue urbano—,
la regresión demográfica y las transformaciones sociales: los labriegos se ven obligados a
buscar el amparo cada vez más pesado de los grandes propietarios que se convierten de este
modo en jefes de bandas militares y la situación del colono se parece cada vez más a la del
esclavo.

El mundo romano, desde el siglo III al menos, se alejaba de si mismo En cuanto


construcción unitaria, no cesaba de fragmentarse A la gran división que separaba Oriente de
Occidente había que añadir el aislamiento cada vez mayor entre las diversas partes del
1 SANMARTÍN BASTIDA, R (2004): De Edad Media y Medievalismos: Propuestas y perspectivas. Dicenda.
Cuadernos de Filología Hispánica. Universidad Compútense. Madrid

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Occidente romano El comercio, que era ante todo un comercio interior, entre provincias,
estaba en plena decadencia Los productos agrícolas o artesanales destinados a la
exportación al resto del mundo romano, aceite del Mediterráneo, vidrio renano, alfarería
gala, restringían su área de difusión, la moneda se hacía rara y se deterioraba, se
abandonaban las superficies cultivables, los campos desiertos se multiplicaban. Y a veces la
miseria campesina se transforma en levantamiento: circunceliones africanos, bagaudas
galos y españoles cuya revuelta se hace endémica en los siglos IV y V.

Ruralización
La población urbana es un grupo de consumidores que se alimenta de importaciones
Cuando la huida del dinero deja a la gente de la ciudad sin poder adquisitivo, cuando las
rutas comerciales dejan de irrigar los centros urbanos, los ciudadanos se ven obligados a
refugiarse cerca de los centros de producción La necesidad de alimentarse es la que explica
ante todo la huida del rico hacia sus tierras y el éxodo del pobre hacia el dominio del rico
También aquí las invasiones bárbaras, al desorganizar las redes económicas, al dislocar las
rutas comerciales, aceleran la ruralización de las poblaciones, pero no son ellas quienes la
crean. La ruralización, un hecho económico y demográfico, es a la vez y principalmente un
hecho social que va modelando la imagen de la sociedad del Medioevo La desorganización
de los intercambios acrecienta el hambre y el hambre empuja a las masas hacia el campo y
las somete a la servidumbre de quienes dan pan, los grandes propietarios

Por lo tanto, este proceso, se reafirma con las invasiones bárbaras del siglo V como
el acontecimiento que desencadena las transformaciones, les da un cariz catastrófico y
modifica profundamente su aspecto. En ese caos, podemos afirmar que de Roma no queda
nada: creencias, instituciones, curias, organización militar, artes, literatura, todo ha
desaparecido»—, no deja de ser el trueno que anuncia la tormenta que terminará por
sumergir al Occidente romano. En ese marco uno de los reyes germánicos Alarico aceptó
considerar las iglesias cristianas como lugares de asilo y las respetó. En ese marco de
desarticulación permanente en el año 543 la peste negra, llegada de Oriente, hace estragos
en Italia, en España y en una gran parte de la Galia durante más de medio siglo. Tras ella no
hay más que el fondo de la sima, el trágico siglo VII para el que dan ganas de resucitar la
vieja expresión de dark ages (edad oscura). Dos siglos después aún, Pablo el Diácono, con

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cierto énfasis literario, evocará el horror del azote en Italia. Campos y ciudades llenos hasta
entonces de una multitud de hombres y mujeres, quedaban sumergidos de la noche a la
mañana en el más profundo silencio por la huida general. Los hijos huían abandonando el
cadáver de sus padres sin sepultura, los padres abandonaban humeantes las entrañas de sus
hijos. Si por casualidad, alguien quedaba para enterrar a su allegado, se exponía a quedar él
mismo sin sepultura.

Los tiempos habían vuelto al silencio anterior a la humanidad: se acabaron las voces
en los campos, se acabaron los silbidos de los pastores, los racimos aún colgaban de las
viñas a las puertas del invierno. Los campos se transformaban en cementerios y las casas de
los hombres en guarida de animales salvajes. Retroceso técnico que dejará al Occidente
medieval durante mucho tiempo desamparado. Desaparece la piedra, que ya no se sabe
extraer, transportar y trabajar, y deja paso a una vuelta a la madera como material esencial.
Desaparece el arte del vidrio en que ya no se importa del Mediterráneo desde el siglo VI, o
se reduce a productos toscos fabricados en cabañas cerca de Colonia. En ese marco, sale a
la superficie el viejo fondo de las supersticiones campesinas, sino que se desatan las
mayores aberraciones sexuales, se exasperan las violencias: golpes y heridas, glotonería y
borrachera. Todo lo civilizado, estaba en hecatombe y desintegración.

¿Y la iglesia?
Fue el emperador Constantino (337), quién impulsó cambios fundamentales que
afectaron grandemente la vida y estructura del cristianismo. El edicto de Milán (313),
establece el principio de tolerancia religiosa para todos los cultos que existen dentro del
Imperio. El cristianismo gozaría de derechos y privilegios y se les devolverían los bienes
confiscados. En segundo término se implementó el día domingo como día de descanso y de
adoración religiosa antigua costumbre cristiana. Finalmente en el año 325, se desarrolló el
Concilio de Nicea donde la iglesia cristiana condenó las prédicas del obispo Arrió, quién
negaba la divinidad trinitaria de Jesús ratificándose el dogma de la Santísima trinidad como
creencia fundamental cristiana (a pesar de esta condena el arrianismo conseguirá adeptos en
los pueblos bárbaro germanos). El triunfo definitivo del cristianismo se logrará bajo el
emperador Teodosio el Grande quién prohíbe los cultos paganos quedando el cristianismo
como religión oficial, única y exclusiva del Imperio romano. A partir del edicto de

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Teodosio (394), la iglesia cristiana iniciará una época de crecimiento y expansión por todo
el Imperio, expansión que alcanzará a Europa occidental durante la Edad Media.

El cristianismo como elemento unificador de la Europa medieval.

En su conjunto, la Iglesia cristiana llegó a constituir una organización tan poderosa, que el
Imperio, como Estado, no podía eludir. La idea del cristianismo y el Imperio universal
habían coincidido. La Iglesia cristiana lo favoreció con su concepto de autoridad por la
voluntad divina y por su imperativo de obediencia, sumisión y resignación ante todo
señorío como ante Jesucristo mismo. Los clérigos desempeñaban los puestos más
importantes en la cancillería, en la corte del monarca y en política. Eran gente letrada,
insobornable; en la que generalmente se podía confiar por su supuesto desinterés. Por cierto
que el contenido cardinal de esta época será siempre el triunfo del cristianismo romano en
la Europa central y occidental, por lo que el mundo germánico fue cristianizado, por lo
tanto, romanizado. Esto sin olvidar que el cristianismo portaba buena cantidad de elementos
pagano-antiguos. Para rebatirlos, decían los Padres de la Iglesia, era necesario conocerlos.
La Iglesia occidental vivía y enseñaba en el idioma de los romanos, haciendo del latín la
lengua litúrgica y con ello el instrumento de toda cultura. Los monasterios y conventos no
sólo se convirtieron en centros industriales y agrícolas, sino que también en ellos se
continúa la tradición de las escuelas de la Antigüedad.

Ciertamente hubo un auge del papado con Gregorio VII, ya que el papado aspiraba a la
integración política y social de la Cristiandad toda. Hasta en el feudalismo el carácter
romano-cristiano preponderaba ampliamente, el Papa veía en sí mismo al supremo señor
feudal y exigía la lealtad y fidelidad además de la obediencia eclesiástica. A través de la
confesión se ejercía una gran influencia en la vida seglar. El tributo del diezmo que afluía a
Roma desde toda la cristiandad y la evolución del Derecho canónico contribuyeron, por
otro lado, a facilitar su intervención en la economía.

Concluiremos, entonces, que un significativo punto de coincidencia de la tradición romana


y la tradición cristiana fue la conciencia de un orden “católico”, o sea que la vida se inserta
en un sistema “universal”. Esto era secuela de la perduración del Imperio Romano y

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coincidía con la concepción universal de la Iglesia romana. La tradición romana tendía a
una unidad real, el Imperio, y la tradición cristiana conducía a una unidad ideal, la Iglesia;
disparidad de la cual surgiría el conflicto entre el poder temporal y espiritual durante la
“Querella de las Investiduras”. Imperio y Papado eran las dos potestades que representaban
la aspiración a un orden universal, sentimiento que durante la Edad Media poseía
extraordinario vigor. Dicho orden se logró, por parte de la Iglesia, a través de la jerarquía
eclesiástica, de las órdenes monásticas, de las universidades, de las cruzadas. El imperio por
el orden feudal, que ayudó a crear la necesidad de que por sobre la multitud de señoríos se
elevara una autoridad capaz de lograr el recurrente anhelo de la unificación. La Iglesia, por
su parte, manifestó una extraordinaria capacidad de adaptación y expansión. Superó en
Occidente a la disolución del Imperio, a las migraciones germánicas y a la embestida
islámica; y en Oriente supo convertirse en el principal soporte moral del mundo bizantino.

Sin duda alguna el poder del cristianismo sobresalía sobre el del desgastado imperio. La
Iglesia desempeña un papel central fundamental. Pero se puede observar que el cristianismo
funciona entonces en dos niveles diferentes: como ideología dominante apoyada en una
potencia temporal considerable y como religión propiamente dicha. En el desorden de las
invasiones, obispos y monjes, se convertían en jefes polivalentes de un mundo
desorganizado: a su papel religioso habían añadido un papel político, al negociar con los
bárbaros; económico, al distribuir víveres y limosnas; social, al proteger a los pobres de los
poderosos; incluso militar, al organizar la resistencia o al luchar con las armas espirituales,
allí donde ya no había armas materiales. Al no haber otro remedio, habían adoptado los
métodos del clericalismo, de la confusión de poderes. Intentan, mediante la disciplina
penitencial, mediante la aplicación de las leyes canónicas (el comienzo del siglo VI es la
época de los concilios y de los sínodos paralelamente a la codificación civil), luchar contra
la violencia y suavizar las costumbres.

La Iglesia busca sobre todo su propio interés sin preocuparse de la razón de los Estados
bárbaros más de lo que lo había hecho de la del Imperio romano. Mediante donaciones
arrancadas a los reyes y a los poderosos, incluso a los más humildes, acumula tierras,
rentas, exenciones y, en un mundo donde la acumulación de riquezas esteriliza cada vez
más la vida económica, inflige a la producción la más lacerante sangría. Sus obispos, que

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pertenecen casi todos a la aristocracia de los grandes propietarios, son omnipotentes en sus
ciudades, en sus circunscripciones episcopales e intentan serlo también en el reino.
Finalmente, al intentar servirse los unos de los otros, reyes y obispos se neutralizan
mutuamente y se paralizan: la Iglesia intenta dirigir el Estado y los reyes gobernar la
Iglesia. Los obispos se erigen en consejeros y en censores de los soberanos en todos los
ámbitos, esforzándose en hacer que los cánones de los concilios se conviertan en leyes
civiles, mientras que los reyes, incluso convertidos al catolicismo, nombran a los obispos y
presiden esos mismos concilios.

La cultura medieval

La cultura medieval es fundamentalmente religiosa. Es teocéntrica, o sea, coloca en el


centro del pensamiento a Dios. La transición del pensamiento clásico al medieval está
marcada por los padres de la Iglesia, quienes delimitan la filosofía cristiana. Destaca entre
ellos San Agustín, obispo de Ipona, uno de los grandes pensadores cristianos del siglo V.
En los primeros siglos de la Edad Media brilla el Renacimiento Carolingio, en el que se
establecen escuelas y se difunde el saber medieval. En general, únicamente los conventos
tienen bibliotecas y se dedican a reproducir algunas obras antiguas. Un gran papel
desempeñan los árabes, que no solamente transmiten a Europa las obras de los antiguos
griegos, sino que tienen importantes filósofos como Avicena y el cordobés Averroes. En
Europa Occidental se forman los idiomas romance que son la evolución del bajo latín. Así
surgen las canciones de gesta, obras literarias que narran epopeyas como el Mío Cid, La
Canción de Rolando, Los Nibelungos. Mientras las lenguas nacionales se iban
paulatinamente formando, el latín seguía siendo la lengua universal y se empleaba como
lazo de unión entre todos los pueblos para sus relaciones de carácter internacional. El
pueblo crea sus primeros poemas y canciones artísticas, en forma oral. Los juglares vagan
de un país a otro llevando noticias y canciones, mensajeros de culturas distintas y distantes.

Los trovadores son poetas cultos que componen cantos de amor o poesías novelescas. Los
cantos gregorianos son la música de la Edad Media, tiene su origen en el siglo VI, cuando

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el Papa San Gregorio manda a realizar una compilación de melodías sagradas. En los estilos
arquitectónicos, resalta al principio (siglo XI) el románico, que se caracteriza por el arco de
medio punto y por una construcción de tipo sólido y macizo. Después (siglo XIII)
predomina el gótico, en que sobresalen los arcos ojivales y la abundancia de torres que,
como flechas agudas, señalan hacia el cielo. La escultura y la pintura están unidas a la
arquitectura y son un elemento decorativo. La filosofía medieval es la Escolástica,
movimiento filosófico y teológico que utilizó la razón natural, principalmente la filosofía y
la ciencia de Aristóteles para comprender el contenido espiritual de la revelación cristiana.
Este movimiento fue importante en las escuelas y universidades medievales europeas, entre
el siglo XI y mediados del siglo XV. Su ideal fue integrar en un único sistema el saber
clásico grecorromano con el saber religioso del cristianismo.

Los escolásticos creen en la armonía fundamental entre razón y revelación. Afirman que el
mismo Dios es la fuente de los dos conocimientos y la verdad era uno de sus principios: la
revelación era la enseñanza directa de Dios, por tanto, tenía mayor verdad y certeza que la
razón natural. El máximo representante fue el teólogo y filósofo italiano Santo Tomás de
Aquino, quien estableció un equilibrio entre razón y revelación. En el siglo XIII, destaca el
científico inglés Rogerio Bacon, quien exige la observación y la experimentación para
llegar a la verdad, se le considera un antecesor de la ciencia moderna. El escritor más
destacado de la Edad Media es el italiano Dante, cuya obra contiene una síntesis de la Edad
Media, lo sucede Petrarca. Estos autores anuncian y preparan el Renacimiento.

Las Universidades
En el siglo XI se fundan las primeras Universidades, las de Bolonia, París, Oxford,
Salamanca. Son establecimientos de tipo gremial, donde un grupo de estudiantes y
profesores se reúnen para investigar y expresar sus opiniones. Al comienzo bajo la
protección de la Iglesia. Las Universidades nacieron en la Baja Edad Media, sobre la base
de las escuelas episcopales o patrocinadas por los obispos. Son el resultado del impacto en
el mundo de la docencia, del movimiento que conduce a los oficios a organizarse en
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corporaciones, así, el término “universidad” viene del latín universitas y significó
primitivamente, corporación o gremio, los que les daba cierto parecido con los gremios de
artesanos, ya que estaban organizadas para preparar y titular maestros, en este caso
maestros en artes liberales o en materias profesionales de teología, derecho o medicina.

Desde fines del siglo XII hasta 1300, aproximadamente, Europa conoce la aparición de casi
medio centenar de universidades de muy variado origen, las que se constituirán en la
consumación del saber medieval. Universidades como París y Bolonia son producto de
escuelas anteriores y de otras de fundación papal o monárquica. En ellas, en efecto, el
Estado y la Iglesia vieron las posibles forjadoras de cuadros de la administración laica o
eclesiástica. Y en algunos casos concretos, como la de Toulouse, el instrumento para
combatir la herejía en un territorio ampliamente contaminado. En la consolidación de su
autonomía los universitarios encontraron en el papado un poderoso aliado, es el Papa quien
defiende a la institución contra los abusos del rey. Un apoyo que desde luego no es
desinteresado: la universidad se libera de la tutela de los laicos para colocarse bajo la
jurisdicción de la Iglesia.

Los alumnos debían vivir dentro del recinto universitario, eso los liberaba de la jurisdicción
de las autoridades políticas, ya que la universidad era una comunidad independiente de
profesores y discípulos, muy celosa de los fueros y privilegios que les habían concedido
reyes y papas. Por otra parte, como cada universidad se especializaba en alguna rama del
saber, atraía gran cantidad de maestros y alumnos de otros países, de ahí la gran
compenetración entre la gente culta de todas las “naciones” occidentales.

El feudalismo
Una definición de feudalismo que incluye a la servidumbre tanto como al señorío en

sus distintos niveles: “El feudalismo comporta siempre la servidumbre y la protección


militar del campesinado por una clase social de nobles, que ejerce un monopolio exclusivo
de la ley y de los derechos privados de justicia, dentro de un marco político de soberanía
fragmentada. Lo que distingue al modo europeo de producción feudal es su específica
organización en un sistema verticalmente articulado de soberanía fragmentada y de
propiedad escalonada. Este sistema político –económico surge a partir del siglo VIII,

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producto de una oleada de invasiones en la Europa medieval. Normandos sobre Rusia, e
Inglaterra, el norte de Francia y el Mediterráneo; eslavos sobre el centro de Europa,
húngaros y búlgaros sobre Europa oriental (cuenca del Danubio) y por último, los piratas
berberiscos que asaltaban constantemente villas y monasterios de Italia y Francia, crearon
una atmósfera de inseguridad, que obligó a la población europea a buscar resguardo físico y
económico, en toda persona que poseyera los recursos necesarios para posibilitar algún
grado de subsistencia. Este grado de subsistencia se acrecentó en la medida que numerosas
prácticas económicas decayeron, entre ellas las vinculadas al comercio y consecuentemente
con ello, la ciudad perdió su primacía demográfica y el uso de la moneda decreció
sustancialmente.

Todo lo anterior derivó en que la tierra asumiera un rol protagónico, tanto en el proceder
económico, como en el humano, situación que conlleva el nacimiento de un nuevo orden
político-económico, con su característica configuración social: El Feudalismo Esta
necesidad de protección, especialmente de los más débiles, delineó una generalizada
costumbre; someterse a aquel hombre que emergiera con más poder económico y
demostrara máxima astucia en asuntos bélicos, que pasó a ser denominado señor y un
conglomerado de personas sometidas de estirpe noble que s se denominaron vasallos. Todo
ello, generó una especie de contrato tácito entre el señor y el vasallo: el primero ofrecía su
protección al segundo y el segundo aseguraba fidelidad y prestación de diversos servicios a
su protector, relación que quedó resumida en el nombre de: Régimen Vasallático.

Con la primacía económica de la tierra, ésta se convirtió en una importante fuente de


riqueza, de la cual se derivó un nuevo orden social en el Viejo Continente, es así, como
muchas veces el que buscaba protección, donaba sus tierras a su señor, manteniendo su
usufructo; a su vez los señores poderosos, traspasaban ciertos sectores de su propiedad a
algunos servidores en agradecimiento por su colaboración: surgió la "tenencia vitalicia". El
señor seguía siendo propietario, pero el servidor podía aprovechar sus productos. Este acto
se denominó "beneficio" en los primeros tiempos y después se generalizó con el nombre de
"feudo". La sociedad feudal estuvo configurada por estratos fijos, con muy escasas
posibilidades de dinámica, ellos fueron los estados o estamentos: los nobles, clero y la masa
campesina.

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La sociedad medieval estaba organizada jerárquicamente en estamentos de los cuales cada
uno cumplía con una determinada función social. La nobleza estaba constituida por el rey,
los señores y los caballeros (que no tenían ni feudo ni vasallos), de carácter hereditario, la
condición de nobleza fue más guerrera que palaciega. Esto se aprecia en el hecho de que
vivían para la guerra. Un objeto muy preciado eran las huestes o cabalgadas, que consistían
en el asalto de los dominios de un señor, procurando botín y la captura del propietario, para
el cobro de rescate. Este profundo belicismo desencadena la costumbre de la caballería, que
determinaba un largo proceso de aprendizaje y de protocolo, para terminar con el toque de
espada en el hombro por parte del padrino, y así investir a un noble como un caballero
(espaldarazo).

Dentro de la masa campesina habría que distinguir a Siervos y Villanos. Los primeros eran
personas adscritas a la tierra y debían prestar total servicio al señor. Los villanos eran
hombres libres sometidos a un señor, vasallos pobres, que tenían obligaciones que no tenían
los siervos. Entre éstas figuran:

• La corvea, consistía en trabajar algún número de días las tierras del señor

• La talla, consistía en un pago de tributo exigible en caso de necesidad del señor

• La gabela, pago de un impuesto por el uso del molino, el lagar y el horno

• Por último, debía solicitar permiso para contraer matrimonio y cancelar un impuesto para
materializarlo (Bagatela)

Las tierras de la villa se dividían en:

• Terra Indominicata; de uso exclusivo del señor, trabajada por siervos y villanos;

• Los Mansos, de usufructo de los villanos a cambio del cual debían pagar un censo y
prestar servicios personales al señor y por último las

• Tierras Comunales, de aprovechamiento común, especialmente de los villanos que


llevaban sus animales a pastar y a lograr leña. El señor se reservaba algunos privilegios
como el derecho de caza.

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La base económica del feudalismo, es la villa: esta tiene su origen en las invasiones, lo
que llevó a los pequeños propietarios a entregar sus tierras a propietarios poderosos y
convertirse en siervos de éstos y amparar su condición física y material. El número de villas
dependía de la extensión de un feudo, es así, como hubo feudos compuestos por una sola
villa. La parte más importante era el castillo fortificado, que hacía las veces de casa
señorial.

Las cruzadas

Las cruzadas y sus efectos sobre la sociedad feudal.


La gran empresa acometida por la Iglesia fue encabezar el proceso de las Cruzadas,
generado por la imposibilidad de visitar los Santos lugares, que recuerdan la gloria, pasión,
muerte y resurrección de Jesucristo, debido a que los turcos se apoderaron de Palestina.
“En el concilio de Clermont (1095) el Papa Urbano II invitó a los fieles a “tomar la cruz” y
a rescatar Tierra Santa de los infieles”. Sin embargo debemos señalar que la propuesta de la
Iglesia fue básicamente orientada en dos planos : el primero un intento de pacificación de la
violencia feudal , desplegando la misma hacia territorios por fuera de las habituales zonas
de conflicto .En segundo lugar, la necesidad de tomar nuevas tierras y de apropiarse de
nuevas mercancías y productos que impulsarían un nuevo orden económico comercial
detenido por al dinámica feudal .

Este nuevo movimiento, atraería nuevas riquezas a las necesitadas arcas eclesiásticas. La
cruzadas realizadas fueron entre otras la del año1096, que se dirigió una primera expedición
de 300.000 hombres, con pleno éxito, ya que se apoderaron de Jerusalén. En esta
expedición se fundaron las órdenes Militares: Templarios, Hospitalarios y Teutónicos. Se
realizaron otras cruzadas como la del año 1146, encabezada por Luis VII de Francia y
Conrado III de Alemania, derrotado por el Sultán Saladino, quien tomó Jerusalén y
expulsó a los cruzados de Tierra Santa. El año 1189 hubo una tercera cruzada. Entre los
años 1202 y 1204 se llevó a cabo una cuarta cruzada, predicada por el Papa Inocencio III
y conformada por caballeros franceses, tomaron Constantinopla y formaron el llamado

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“Imperio Latino”. Entre los años 1216 y 1221, comandada por Andrés II, rey de
Hungría, se desarrolló una quinta cruzada, con el objeto de apoderarse de Egipto, ésta
fracasó. La sexta cruzada se desarrolló en 1227 encabezada por el emperador Federico II
de Alemania, apoderándose de Belén, Nazaret y Jerusalén, fue repudiado por entrar en
tratativas comerciales con los turcos.

Crisis feudal y surgimiento de la burguesía

Los señores feudales que participaron en las cruzadas, perdieron el poder político y
económico, merced a que, para organizar una cruzada requerían dinero que los hizo
endeudarse con ricos burgueses. Al retornar fracasados, la mayoría de las veces debían
cubrir sus deudas con sus propiedades. Se pone así fin al Feudalismo, naciendo los Estados
Nacionales. Además, debido al auge comercial ya destacado, los mismos señores feudales
se vieron obligados a favorecer la instalación de ferias comerciales en su feudo una vez al
año, lo cual desembocó en la instauración paulatina de ciudades al pie de los muros de un
castillo o al lado de un palacio episcopal. En síntesis: Entre los siglos XII-XIV, la vida de la
sociedad europea experimenta una espectacular evolución, un cambio cualitativo radical, en
los dominios político, socioeconómico y cultural. Los nobles de los albores de la Edad
Media, guerreros y primitivos, cuya vida transcurría prácticamente en los campos de batalla
o en fortalezas casi inexpugnables, aquellos nobles, se van convirtiendo en una aristocracia
se van convirtiendo en una aristocracia cortesana. Y con ellos, las ciudadelas se transforman
en ciudades, las fortalezas, en elegantes y lujosos castillos y palacios, confortables
residencias, donde la vida es muy diferente de la dura y rudimentaria existencia medieval.
Paralelamente, se va desarrollando una nueva clase social, la burguesía, que irá imponiendo
con cada vez más desenfado y fuerza sus propios intereses y gustos, en todos los dominios
de la vida, inclusive en lo referente al arte.

En un comienzo las ciudades pertenecieron al señor, pero a partir del siglo XI las ciudades,
que para este entonces llamamos burgos; reivindicaron la tutela real, con lo cual el rey
comenzó a acumular riqueza vía impuestos, restando importancia política al señor,

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recuperando fuerza la Monarquía. Junto a la decadencia feudal, se desarrollan procesos
paralelos que colaboraron en la dinamización histórica de la ciudad, como es el caso de la
expansión demográfica, que Europa fue experimentando desde el siglo XII, que favoreció la
expansión comercial. Otro elemento partícipe es el aumento del espacio cultivable, con un
aumento de la capacidad productiva, lo que generó riquezas, las cuales fueron invertidas en
la naciente ciudad.

Todo lo anotado, trajo como singular consecuencia el enriquecimiento de las ciudades: al


referirnos a la expansión agrícola dijimos que generó ingentes ingresos, que fueron
invertidos en la ciudad, principalmente en productos industriales y manufacturados que era
la vocación de la ciudad, entonces las añosas ciudades recuperaron su estabilidad
económica, dando paso a un gradual proceso de revitalización urbana. El desarrollo de
nuevas técnicas de fabricación y transporte, la difusión del papel, el uso cada vez mayor del
hierro, afianza el enriquecimiento de las ciudades y sus dos elementos más característicos:
los artesanos y los comerciantes. En los primeros años de este proceso de revitalización
urbana, las ciudades tuvieron que rodearse de fortificaciones y muros, para eludir las
condiciones beligerantes de la época. En el centro de la ciudad se ubicaba la plaza, que
servía de mercado municipal (de carácter semanal), vecina a la plaza se localizaba la
Iglesia, el palacio de ayuntamiento y los hogares de los más connotados vecinos. Por las
características convenidas el espacio urbano era limitado, con calles reducidas y casas
angostas.

El gobierno de las ciudades era corporativo, ejercido mediante el ayuntamiento y los


Consejos Municipales, sus integrantes en su mayoría pertenecían a familias patricias.
Estaba presidido por el Alcalde, y sus funciones más destacadas eran: cobrar impuestos,
defender la urbe, nombrar jueces y jurados, administrar escuelas y hospitales, y por último
orientar la política económica. La política económica estuvo sustentada, como ya lo
dejamos entrever, por actividades comerciales y artesanales. Para desempeñar dichas
actividades se debían cumplir algunos requisitos básicos. Veamos primero el caso de los
artesanos. Estos sólo podían desarrollar su arte, en la medida que pertenecían a un gremio,
que era una especie de asociación representativa de cada rubro artesanal, que ofrecía
defensa de los intereses comunes para los asociados. Había numerosos gremios, en relación

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con los diversos rubros artesanales, zapateros, peleteros, joyeros, armeros, tejedores,
herreros, etc. Los gremios determinan las condiciones de producción, fijan los precios de
los artículos, velan por la calidad del producto elaborado.

En relación a la jerarquía de los artesanos, no todos pertenecían a la misma categoría, se


distinguen tres tipos de artesanos.

A) Los Maestros: de más alta figuración, dueños de taller y con la más alta eficiencia
en su labor.

B) Los Oficiales: Colaboran y ayudan al maestro en el taller. Para llegar al grado de


maestro debe exponerse la llamada "obra maestra", que debe ser aceptada por el gremio.

C) Los Aprendices: Como su nombre lo indica están conociendo el manejo de la


actividad, viven con el maestro, no recibiendo dinero por su labor. Y muy por el contrario
deben pagar por lo aprendido.

La formación de las monarquías nacionales

Un nuevo elemento social, llamado burgués, va a jugar un papel protagónico en


relación al desarrollo de las Monarquías Nacionales. Al entrar en crisis el régimen feudal,
las monarquías recuperan su fortaleza y comienza un acelerado proceso de unificación,
tanto política como territorial; es así, como las fronteras de los estados tienden a fijarse y
ampliarse. El Estado nación, se concibió como expresión política administrativa de un
territorio y un pueblo unido por una cultura y una lengua y regido por un monarca. En el
siglo XV se inicia el proceso de conformación de las Monarquías Nacionales, en la medida
que el Rey recupera su poder político perdido, de manos de los señores feudales, y
fomentado por los burgueses que observaban la necesidad de una autoridad centralizada y
firme.

En base a la siguiente estructura administrativo-política nace la Monarquía Nacional: el

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Rey, que pasa a ser la cabeza del Estado; la Corte que representa la más pura nobleza; la
Administración, funcionarios de los sectores burgueses; el Ejército permanente y con
recursos estatales; y la Diplomacia, que representa los ideales de la nación y regula las
relaciones bilaterales de las monarquías. Inglaterra, Francia y España, fueron los primeros
en convertirse en Estados Nacionales. Inglaterra lo logra con el ascenso del primer Tudor,
Enrique VII; en Francia sube al trono Luis XI; en España Los Reyes Católicos luego de su
matrimonio en 1469.

Aspectos de la vida cotidiana

Reflexiones sobre los niños


La edad media testimonia en principio un marcado desinterés por las mujeres en
estado de gravidez. La misma, no es objeto de ningún cuidado particular, si es campesina
debe seguir arando la tierra y si es noble debe seguir a su marido por donde este vaya. Las
cruzadas, dan marco para sostener esta hipótesis, ya que por ejemplo el rey de Francia Luis
IX, lleva a su mujer en la empresa y esta le da varios hijos en el camino. Cuando el rey es
hecho prisionero por los egipcios, su mujer embarazada de 8 meses reúne el rescate y
personalmente lo entrega a los captores. Felipe III, hijo de Luis, lleva a su mujer a una
cruzada y hace todo el camino por tierra. En Italia, cruzan un caudaloso río y su mujer cae
del caballo y muere como consecuencia de la caída junto con el niño que lleva en su
vientre.

El interés por el niño es bastante débil en la edad media al punto tal que había un
desinterés por su suerte. La tasa de mortalidad infantil era del 50 % aproximadamente y los
nacimientos eran bendecidos como posibilidad de acrecentar mano de obra en la producción
o en su defecto las clases nobles que buscaban herederos y jefes militares de confianza o
hijas para realizar alianzas matrimoniales. En el deseo de descendencia se mezclaban
muchos aspectos, desde el natural de continuar la especie, hasta el material de tener en los
hijos e hijas un seguro para la vejez. En un tiempo en el que para la inmensa mayoría de la
población sólo el trabajo garantizaba la supervivencia, los hijos e hijas, si eran buenos y

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sabían cumplir como tales, proporcionaban seguridad y tranquilidad en la etapa final de la
vida. No son raros los documentos en los que el padre o la madre, generalmente viudos y
solos, ceden a alguno de sus herederos ciertos bienes a cambio de que les proporcionen
cuidados idóneos.

Si el niño era llorón entraba en sospecha de estar relacionado con demonios, o


poseídos por engendros, las gentes creían que un niño deforme era producto del pecado de
sus padres, por ello y para evitar una critica pública eran abandonados o se les dejaba de
prestar cuidados con lo cual se producía un infanticidio pasivo. La mortalidad infantil era
muy alta y el tiempo de la crianza, en el caso de que la madre muriese o no pudiera
amamantar, resultaba gravosísimo, de forma que quienes adoptaban niñas o niños
procuraban que ya hubiesen superado los dos o tres años para tener mayores garantías de
que alcanzarían la edad adulta y ahorrarse el pago de nodrizas. Muchos de los niños y niñas
de las ciudades que se vieron desplazados del hogar propio nada más nacer, se
reincorporaban al mismo cuando ya andaban y hablaban, de manera que a la primera
separación había que añadir otra, pues de nuevo abandonaban lo conocido, la casa de los
nodrizas, para incorporarse a una familia, en este caso la suya propia, con la que no habían
mantenido trato continuado.

A veces la incorporación era efímera, pues algún tiempo después dejaban su casa
para formarse e iniciar la búsqueda de un lugar propio en el mundo. Sobre el tema de
cuando se dejaba de ser niño y se pasaba a ser considerado joven, debemos señalar que
resulta imposible dar una respuesta tajante a esta cuestión. Ni siquiera la mayoría de edad
estaba fijada en los mismos años ni a lo largo de todo el período ni en los diferentes reinos,
tampoco las periodizaciones teóricas establecían unos límites con validez universal, de
manera que podemos retener dos ideas: por una parte que el Derecho Canónico mantuvo
durante toda la Baja Edad Media los doce años para las mujeres y los catorce para los
hombres como edad mínima para el acceso al sacramento del matrimonio, por otra que el
sexo y el grupo social al que perteneciera cada persona fueron definitivos en este aspecto.

Así, por ejemplo, si dejamos de lado las mutaciones físicas operadas a lo largo de
los años, veremos que entre los grupos privilegiados se intentó con mucha asiduidad y
bastante éxito mantener a las mujeres en un estado de dependencia e infantilismo

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psicológico prolongado incluso más allá del matrimonio, de manera que, algunas mujeres
no parecían alcanzar la plena mayoría de edad hasta ingresar en la viudez. Sin embargo,
para otras niñas y niños, su niñez concluyó pronto y a menudo bruscamente el día en el que
fueron introducidos en el mercado laboral como sirvientes y aprendices. Ese día
abandonaron definitivamente su hogar familiar y a menudo se desplazaron a otros lugares,
de manera que el desarraigo se vio profundizado por la inmigración. Muchas de las niñas
que ingresaron en el servicio doméstico siendo menores de doce años provenían de hogares
deshechos por la muerte de uno o de ambos padres o por un matrimonio reciente del
padremadre cuyo nuevo cónyuge no quería o no podía asumir la carga de criar y alimentar a
los hijos de la unión anterior. Estas niñas, las pequeñas domésticas, constituyeron uno de
los grupos más vulnerables de la sociedad urbana bajomedieval, un auténtico grupo de
riesgo para las violaciones y abusos sexuales de todo tipo.

Aunque cabe suponer que las familias procuraran buscar un buen destino a los hijos
e hijas junto a personas decentes que les facultasen para llegar a ser mujeres y hombres de
provecho, la fortuna individual fue un factor decisivo que determinó la tónica de felicidad o
infelicidad durante estos años de aprendizaje. Hubo sirvientes y aprendices que recibieron
el mismo trato dispensado a los hijos e hijas, pero hubo también abundantes casos en los
que no fue así. Los pregones de las ciudades dejan numerosos testimonios de búsqueda de
mozos y mozas que se han fugado de la casa de sus amos rompiendo los contratos y
llevándose bienes , las novelas relatan las historias de pícaros y pícaras que iniciaron una
andadura ortodoxa en el mundo laboral que se torció por los desmanes y malos tratos
sufridos en sucesivas casas y los procesos permiten contemplar verdaderos estallidos de
odio y rencor de los sirvientes contra sus amos, malos sentimientos rumiados durante años y
reverdecidos por los castigos corporales y los malos tratos físicos y psicológicos.

Durante años muchos niños y niñas fueron recipientes, en los que los adultos vertieron
con impunidad sus miedos, iras, proyecciones y frustraciones, pero tras la fragilidad de los
años infantiles llegaba la adolescencia y juventud y, con frecuencia, la sociedad dejó
patente el temor tácito o explícito que experimentaba ante quienes atravesaban esta etapa de
la vida.

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A los niños y niñas de la Baja Edad Media, los adultos, espejos autorizados en los
que podían mirarse, les devolvieron una imagen global teñida por la ambivalencia que se
experimentaba hacia ellos. Una imagen en la que el peso de los rasgos positivos era
sensiblemente menor que el de los negativos, pero que en ambos casos, ya se tratara de algo
tenido por virtud o por defecto, podía quedar potencialmente abierto, a su vez, a la
contradicción. Los proverbios, los refranes, los dichos y tópicos recogían buena parte del
bagaje conceptual ambiguo sobre la infancia y, mediante la repetición, perpetuaban las
ideas y principios de generación en generación, como un hilo conductor en el que había que
invertir tiempo y esfuerzo para variar las constantes. Los niños eran vistos como seres
inútiles, indiscretos, olvidadizos, inconstantes, indignos de confianza, perezosos,
mentirosos, fuente de preocupación y trabajo para los mayores, entre otras cosas, por sucios
y llorones. Para los pobres, los hijos pequeños, sin distinción de sexo, eran una carga y un
durísimo refrán francés del siglo XVI lo recogía al proclamar que «al pobre se le muere la
vaca y al rico su hijo»26, de donde también se desprende la idea de que el niño muerto no
era un ser único e irrepetible, y por lo tanto el vacío dejado por su fallecimiento podía ser
cubierto por otro hijo. En Inglaterra, hacia 1460, podía escucharse con asiduidad que un
hombre no debe confiar en una espada rota, ni en un necio, ni en un niño, ni en un fantasma
ni en un borracho.

Desde el momento de la llegada al mundo hasta los siete años aproximadamente, la


inmensa mayoría de las criaturas, fuesen niños o niñas, vivían inmersos en un mundo
predominantemente femeninos,. Femeninas eran las cámaras de parto en las que veían por
vez primera la luz y de mujer también las manos que les proporcionaban los cuidados
primiciales. Todo parece indicar que muchos niños europeos de la Baja Edad Media
vivieron la primera etapa de la vida alejados de su hogar, pues los testimonios muestran lo
propagada que estuvo la costumbre de enviar a los pequeños de las ciudades al campo para
que otras personas los criasen. En principio, el amamantamiento, ya fuera materno o
mediante nodriza, debía prolongarse durante tres años. Esta era la duración óptima
establecida por la Iglesia, por la legislación y también el período de lactancia que señalaba
la crianza ideal. En la realidad es más que probable que el tiempo del amamantamiento, la
frecuencia de las mamadas y las atenciones recibidas por el bebé vinieran determinados por
factores como la clase social y el sexo. Los hijos de la nobleza eran pajes desde los 7 a 14

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años, después eran escuderos y a los 21 años recibían el cargo de caballeros, Su formación
y entrenamiento era: los manejos de arco, lanzas y lucha con espadas o cuerpo a cuerpo.

Las niñas recibían información de cómo comportarse en la vida social, hacer


bordados y aprendían a leer para que pudieran dedicarse al estudio de libros religiosos, y
decidirse por ser esposa de un caballero o profesar en un convento de por vida. En el estado
actual de nuestros conocimientos podemos afirmar que las niñas eran menos afortunadas
que los varones, ya que su edad de destete era a menudo más temprana y además corrían
mayor riesgo de abandono que sus hermanos. Por otra parte, se ha podido documentar que
en la vida cotidiana, lejos de los planteamientos teóricos de médicos y moralistas, el niño o
la niña que lactaban de los pechos de su madre, con frecuencia veían interrumpido su
amamantamiento por los sucesivos embarazos maternos, de manera que el nuevo hijo
destetaba a su antecesor.

Juventud

La definición de la juventud en la Edad Media se basaba en la división de la vida del


hombre en una serie de edades, pero ni siquiera esa clasificación era precisa, pues los
diferentes marcos de la vida tenían distintos referentes: la edad no afectaba de igual forma
ni se regía por los mismos parámetros en el caso del príncipe, del universitario, del
comerciante o del labrador. A un sistema de cómputo laico, basado en cuatro edades
coincidentes con las estaciones (la infancia equivalente a la primavera; la juventud, al
verano; la madurez o edad intermedia, al otoño, y la vejez, al invierno), se oponía una más
erudita potenciada desde los círculos eclesiásticos —basada en autores clásicos y en el
simbolismo de ciertos números—, que estaba dividida en seis o siete edades. La primera,
llamada infantia, iba desde el nacimiento hasta los siete años, de los siete a los catorce años
aproximadamente transcurría la pueritia, o segunda edad. Desde los catorce hasta los
veintiuno o veintiocho años se desarrollaba la adulescentia; la juventus desde los veintiuno
hasta los treinta y cinco; la virilitas, desde los treinta y cinco hasta los cincuenta y cinco o
sesenta años, y a partir de esa edad la senectus. En ocasiones se les podía añadir la senies, o

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vejez más allá de los setenta años. Para las mujeres las edades variaban ligeramente,
coincidiendo con las etapas de su vida reproductora. De la misma manera, en la vida
campesina las categorías utilizadas se correspondían más bien con las funciones sociales
que desempeñaba la persona: los niños de pecho, los niños, los jóvenes de ambos sexos, los
recién casados, los padres y madres de familia, los viudos, los ancianos y los difuntos, con
cometidos específicos dentro de su comunidad.

La definición de lo que actualmente entendemos como juventud correspondería, de forma


amplia, a las edades tercera y cuarta, aunque según el registro iconográfico, una y otra no se
confunden. A pesar de tener edades parecidas, los adolescentes y los jóvenes pertenecían a
mundos diferentes, habían dado el paso de escuderos —su etapa de educación y formación
en los valores caballerescos a caballeros, o de aprendices a oficiales, de ser casi unos niños
a ser hombres jóvenes que podían aspirar a los privilegios y atributos de la madurez. La
descripción literaria del cuerpo del joven repetía una serie de clichés que ponen de
manifiesto los modelos estéticos del Medievo: cuerpos bellos, claros, lisos, frescos, sanos,
risueños, delgados, vivos y sueltos, de cutis cuidado y sin malformaciones físicas. Sin
embargo, por motivos ideológicos, era conveniente que los jóvenes príncipes fueran
envejecidos prematuramente, para aumentar su autoridad moral a pesar de su juventud. Por
ello las descripciones que se hacen en crónicas y biografías tienden a representarlos con
más edad de la que en realidad tenían. Un ejemplo destacable sería Juan II de Castilla, que
reinó a partir de los dos años de edad, pero que siempre aparece en los retratos biográficos
como adulto.

Al definir la forma de educación por edades, encontramos una descripción de las


características de los jóvenes y del género de vida que teóricamente llevarían durante esa
etapa. Es difícil saber hasta qué punto se conformaba la realidad con esta definición teórica
de la juventud que deseaba un determinado sector de la sociedad medieval, pero dice
mucho de los modelos sociales que circulaban entre las clases cultas. Entre los cuatro y los
catorce años, etapa sumamente amplia en lo que supondría la niñez y la adolescencia
actuales, se entendía que debía prestarse especial atención a cuidar que el cuerpo estuviese
sano y bien proporcionado, a vigilar la voluntad y los apetitos, que debían ser ordenados, y

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a enseñarles la gramática, la lógica y la música como disciplinas propias de esta edad.
También debía cuidarse la templanza en el comer y el beber y el dominio de las pasiones
carnales. También era la edad de aprender el respeto a los mayores, escogiéndose entre
ellos a los mejores y más probados para que les dieran consejo, guía y para que los
refrenasen con paciencia. En cuanto a sus actividades, debían ejercitarse en los oficios
civiles o de caballería, según su condición social, e imitar a los mayores en sus buenos
modales, tener vergüenza, cazar, correr, pasar algo de hambre, sufrir las inclemencias del
tiempo y las heridas, y adiestrarse en la lucha contra sus iguales, pues el lujo pierde a los
mozos, y por eso muchos ricos malcrían a sus hijos y los vuelven ociosos.

En cuanto a las niñas de la misma edad, los consejos de San Jerónimo y el Eclesiastés
recomendaban guardar sus cuerpos, no presentarles cara alegre ni consentirles «lozanía»,
encerrarlas en casa y tener mucho cuidado con lo que se les enseñaba, separándolas de los
mozos al llegar a la pubertad. La adolescente no sólo debía evitar salir en exceso a la plaza
pública, mezclarse en jaranas callejeras y vigilar su virginidad, sino evitar los trabajos, el
baile y el cante, hasta que, cuando fuera mayor, acudiera con su madre y sus parientas y
damas a la iglesia. También debía vigilar la mesura en el comer y el beber, sobre todo en
esto último, pues a la señora de la casa no le correspondía el beber de más. A partir de los
catorce años, en la etapa juvenil propiamente dicha, debía cuidarse que los jóvenes
poseyeran tres cosas: buena complexión de cuerpo, apetito bien ordenado y entendimiento
bien alumbrado. A partir de esa edad se continuaba el estudio de las materias que ya se
habían comenzado a aprender la gramática, la lógica y la música y se completaban con el
resto de las artes liberales. Para aquellos que debían seguir en la vida civil política o
caballeresca se recomendaban las ciencias morales, para saber regir a los demás (el objetivo
de los tratados del género de espejos de príncipes, como veremos) y además las
matemáticas (aritmética, geometría y astronomía), filosofía natural, retórica y teología. En
cuanto a las virtudes y la moral, debían aumentar la piedad, la continencia, la justicia y la
fe. Debían guardarse de los pecados, trabajar en cosas convenientes, tener buenas
costumbres, ser maduros y sopesados en sus hechos. Además, para ser buenos mancebos,
debían ser callados y mesurados en el hablar, no darse a la lujuria y tener vergüenza;
aprender a obedecer y ser bien mandados, serviciales y disciplinados, para luego saber
mandar bien. Hasta los veintiocho años podían ser amonestados si era necesario, pues así se

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hacían más recios y soportaban mejor las cargas que pudieran tener. A esa edad ya debían
ser «varones de estado y voluntad», es decir, hombres hechos y derechos, que supieran
vencer las flaquezas del cuerpo. Si para las mujeres se recomendaba que se dedicaran a la
castidad, a los hombres se les indicaba el trabajo como forjador de la virtud, para vencer las
tentaciones y para evitar caer en el afeminamiento. A partir de los veintiocho años se
consideraba que el hombre ya era adulto, y debía abandonar «los usos de los mozos» y los
estudios, para dedicarse tan sólo a trabajar y batalla.

Los jóvenes de la elite

La casa del rey como centro de educación del príncipe y los jóvenes de la nobleza es
uno de los espacios en los que se define la situación social del adolescente y el joven de la
elite. No sólo se trataba del mejor lugar, por su magnificencia y grandiosidad, sino que
además era el que contaba con un mayor número de personal, muchos de ellos de alto
rango, con visitantes de numerosos lugares y un ambiente cultural refinado, en el que se
codeaban músicos, poetas, el clero, los médicos de la corte, los oficiales reales y los
maestros. Además de la nobleza, allí se formaban también los miembros de la
administración y la chancillería real, los pajes y donceles de buena condición social y los
hijos de los sirvientes. Basándose en los modelos promulgados por la Política de
Aristóteles, la casa se constituye en la unidad social primordial a partir de la cual se forman
las demás (el barrio, la ciudad y el reino). Se consideraba que era la base natural de la
organización social, pues el hombre es social por naturaleza y doméstico, y debe vivir en
pareja. La casa no estaba formada por sus partes físicas, sino por aquellas personas con las
que se convivía diariamente. La casa primera o más simple se definía como dos
comunidades y tres linajes de personas. A la comunidad de marido y mujer, basada en la
generación, y la de señor y siervo, basada en la conservación mutua, se superponían los
linajes de hombre, mujer y siervo (incluyendo entre los siervos a cualquier cosa o animal de
la que el hombre pudiera servirse). Existía otro tipo de casa, llamada segunda, más
completa y que constaba de tres comunidades y cuatro linajes.

24
Lo primero que debía aprender el joven noble era, por supuesto, la fe cristiana, y en la
argumentación que sigue a esta recomendación la juventud es primordial a la hora de
conseguir una buena educación religiosa. La fe debía enseñarse a corta edad para que los
hijos no preguntasen a sus padres el porqué de sus argumentos, imposibles de probar por la
razón. Al proceder la fe de una autoridad divina, debía creerse firmemente, y por ello la
infancia y la juventud eran el momento idóneo para enseñarla, para aprovechar una de las
características de estas edades, que los mozos creen sin dificultad, de forma que cuando los
príncipes fueran mayores, la fe ya estuviese anclada en ellos firmemente.

A los jóvenes se les recomienda una cierta dedicación al trabajo, muy conveniente para
entretenerse si es que no tienen que ganarse el pan con él, poniendo el ejemplo de la
Sagrada Familia. El príncipe y los nobles no están exentos de esta obligación, aunque varios
capítulos más adelante se aconseja que no se ponga a todos los mozos a trabajar por igual,
sino según sus condiciones y estado sociales.

Educando los sentidos

La educación continuaba por los denominados «tres sesos», es decir, los sentidos de
la vista, el oído y el habla, que también debían ser refrenados a esta edad. En primer lugar,
el habla debía ser guiada para evitar yerros, palabras vanas y torpes, pues se consideraba
que las palabras podían pasar rápidamente a las obras, y serían causa de muchas
equivocaciones. Debía también evitarse la mentira, y que, dada su poca experiencia, los
mozos dijeran tonterías sobre cosas que no conocían. Las pautas que se daban a los
muchachos al indicarles que debían refrenar el habla, pero se incide aún más en la
importancia del silencio y su virtud.

En cuanto a la vista, se debía evitar ver cosas torpes —mujeres desnudas e imágenes
pintadas torpemente—, pues «aquellas que antes se ven, mejor se retienen». Convenía
evitar la mirada huidiza, que vaga por lo que pasa alrededor, a la vez que se educaba una
mirada firme, recta, madura. Las glosas a estas indicaciones completan las instrucciones
sobre la vista: si está bien guardada, todo el cuerpo está bien ordenado, según el Evangelio

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de San Lucas. Los ojos son los mensajeros de todas las cosas que queremos acumular y
tener en el mundo, y si paseamos la vista por cualquier sitio, despertaremos la codicia en el
corazón de todo tipo de cosas, y despertaremos unos deseos muy difíciles de refrenar en los
jóvenes, quienes deben ser refrenados porque a esta edad es cuando más se quiere ver, por
curiosidad natural. De hecho, la mirada es una de las formas de reconocer al hombre
deshonesto.

Respecto al oído, las recomendaciones incluían no oír cosas torpes, ni malas acciones, ni a
personas mal hablantes. Al oír, los jóvenes se informan de todas las costumbres, buenas y
malas, y por ello en su mocedad se les deben dar los castigos y amonestamientos necesarios
para que tomen las buenas, y esto por parte de los padres y madres.

Convertirse en caballero

No había muchas formas en que una persona podía convertirse en un caballero, o era
hijo de otro caballero, hijo de una familia aristocrática o bien había tenido una acto de
valentía y honor en el campo de batalla, pero normalmente eran hijo de un un caballero o de
noble que desde niño, de unos ocho años de edad, era enviado para que sea preparado en
arte de guerrear. Pasaba mucho tiempo fortalecimiento su cuerpo, practicando lucha libre y
montando a caballo. Aprendía a luchar con una lanza y una espada. Practicaba golpeando
sobre una bolsa pesada con forma humana colgada de una cuerda. Por otro lado también
recibía instrucción intelectual, a leer , escribir, lenguas como latín y francés, a bailar, cantar
y a comportarse en la corte frente a un rey.

A los 15 años podría convertirse en escudero al servicio de un caballero. Sus deberes


incluían vestir al caballero en la mañana, servir las comidas al caballero, cuidar el caballo,
y también la limpieza de la armadura y sus armas. Acompañaba al caballero a todos los
torneos y ayudaba a su señor en el campo de batalla.

26
Un escudero también se preparaba para aprender a manejar la espada y la lanza mientras
transportaba veinte kilos de armadura y montado en un caballo. A los veinte años, si se lo
consideraba digno, el escudero podía convertirse en un caballero, mediante una ceremonia.
La noche antes de la ceremonia, el escudero vestía una túnica blanca y roja. Debía ayunar y
orar toda la noche para la purificación de su alma. El capellán le daba la bendición a su la
espada que se la colocaba en el altar de la iglesia.Antes del amanecer, tomaba un baño para
mostrar que él era puro, y se vestía con sus mejores ropas. Cuando amanecía, el sacerdote
escuchaba la confesión de la joven, un rito contrición católica. Luego el escudero podía
desayunar. La ceremonia se hacia al aire libre en frente de la familia, amigos, y la nobleza.
El escudero se arrodillaba delante del Señor, y era ligeramente golpeado en cada hombro
con su espada y se proclamaba un caballero, seguía luego una gran fiesta siguió con música
y baile.

Dispositivos de gobierno del cuerpo

Actividades diferenciadas. Jugar, guerrear, trabajar, orar.

Antes del cristianismo, y aun entre pueblos de temperamento completamente opuesto a toda
noción de ascetismo,2 como los romanos, habían surgido corrientes de pensamiento que
minusvaloraban el cuerpo. El ideal de los pensadores de la escuela Cínica era cortar todo
vínculo doméstico y dedicarse a la vida contemplativa. Para muchos filósofos, el cuerpo era
algo menospreciable, corruptible, transitorio, un peso muerto para el alma, una prisión para
el espíritu. Corrientes marginales a la Iglesia, como los maniqueos y los gnósticos, habían
considerado todo lo que es materia como algo despreciable. Nada corporal podía ser digno.

2 Práctica de abnegación y de renuncia de los placeres mundanos con el fin de alcanzar el más alto grado de
espiritualidad, de intelectualidad o de autoconciencia. Entre los antiguos griegos, el término original hacía
referencia al entrenamiento al que se sometían atletas y soldados. En filosofía griega, los seguidores del
cinismo y del estoicismo se esforzaban en dominar el deseo y la pasión. El asceticismo lo practican también
algunos seguidores de casi todas las religiones. Casi siempre requiere abstinencia de comida, de bebida y de
actividad sexual, es decir, ayuno y celibato, y a veces también sufrimiento físico o incomodidades, por
ejemplo, soportar calores o fríos o la auto-punición, como ocurre en el sufismo o como practican los

27
Por ello, los llamados "docetistas" 3 negaban la realidad del cuerpo de Jesucristo. Así pues,
el terreno ya estaba sembrado para la explosión de ascetismo que surgió en la Edad Media
temprana.

Fue entonces cuando la exageración, esta vez de signo contrario, alcanzó extremos
sorprendentes. No hay fase en la historia moral de la humanidad, que tenga tan doloroso y
tan profundo interés como esta "epidemia de ascetismo".

El triunfo progresivo del cristianismo junto a las influencias recibidas por parte de
los pueblos germánicos que en oleadas van barriendo toda Europa son los ingredientes que
van conformando los nuevos estados medievales. Era tal el grado de influencia de la Iglesia
que hablar de la Europa medieval y decir cristiandad resultaba prácticamente lo mismo. Es
por ello que en los principios de la edad media, los juegos romanos, y las exhibiciones
teatrales son puestos en latencia, para reaparecer posteriormente investidas de forma
diferente y con otros sentidos y significados. Lo que encontramos es: mujeres demonizadas,
trabajo manual despreciado, lujuria rechazada, o sea el cuerpo se sigue considerando como
la prisión del alma. Es una época de control de los gestos y de gobierno del cuerpo, siendo
la Iglesia la que dicta las reglas corporales. A modo de nota, debemos recordar que la
sociedad medieval estaba dividida en 3 ordenes; los oratores (monjes, curas, sacerdotes) los
bellatores (caballeros) y los labratores (campesinos, trabajadores rurales).

flagelantes
.

3
El docetismo enseñaba que la materia era mala, especialmente la carne; por lo tanto esta doctrina no podía
aceptar la idea de que lo divino pudiera formar una unión con lo humano mientras los hombres vivieran en
la carne. El docetismo negaba enteramente la humanidad de Cristo, pues consideraba que lo que se vio fue
sólo una visión. El docetismo, sutil tanto en su pensamiento como en sus métodos, fue un serio problema,
incluso para los líderes cristianos del tiempo de Pablo y Juan. Pablo
Aparece un cambio importante en derredor del gobierno y las diferencias corporales.
La tesis del calor es remplazada por la sangre, conformándose un tabú en derredor de la
misma. Es por ello que la mujer, que derrama sangre es considerada inferior y porque es
inferior derrama sangre. En relación a la actividad física, encontramos una separación de los

28
ejercicios físicos medievales entre los que realizaban los caballeros, destinados a adquirir
una formación militar y los juegos populares por el otro. Los caballeros, realizaban justas
entre ellos y además cazaban y practicaban la esgrima. Los torneos y luchas servían para
afirmar el valor y adiestrarse en el uso de las armas y puesto que estas virtudes se emplean
en las guerras y a favor de la fe y de la paz de la iglesia, debían considerarse permitidos. En
el Occidente medieval, el tiempo libre asusta a la Iglesia y al Estado, inscritos ambos
poderes en un sistema de valores judeocristiano que alaba el trabajo y se muestra hostil
hacia lo lúdico y toda actividad no productiva

En la pista los combatientes se enfrentaban a galope y en el momento de cruzarse,


intentaban golpearse con las lanzas, evitando el choque entre jinetes y caballos. Una de las
modificaciones que se introdujeron para evitar la gravedad de los choques fue colocar una
empalizada, barrera o tablas tal como se llamaba en España y que separaba a los
contendientes. Otra modalidad fue el torneo de cuadrilla, y simulaba una verdadera batalla
que se practicaba tanto como diversión como de preparación y entrenamiento para la
guerra. Había también otras modalidades de torneos como el correr lanzas contra un blanco,
conocido con el nombre de quintana, o bien luchas entre grupos con el objetivo de desarmar
y tomar prisioneros. La participación en los torneos estaba limitada a los caballeros que
debían demostrar su origen noble y no ejercer ningún oficio

Las clases campesinas practicaban lucha como preparación para la guerra ya que
podían ser convocados por su señor para que sirvan en su ejército. En relación a los juegos,
Legoff resalta, El jeu de paume, que se asemeja a la pelota vasca (golpear la pelota contra
un frontón) y el soule, donde se ha creído ver un antecesor del fútbol. Lo que si deseo dejar
en claro que ni uno ni el otro deben ser considerados deportes, dada la inexistencia de reglas
escritas y de organizaciones centrales que unifiquen manera de jugar. En las fiestas
populares se advierte la presencia de malabaristas.

El espíritu religioso no es totalmente hostil a todas las actividades físicas, como se

ha creído tradicionalmente, pero pone sus límites en cuanto a los excesos y señala que el
escolar debe prepararse para el trabajo y no para el juego. Asimismo en la vida rural la
gente de los pueblos solía ocupar sus horas de ocio preferentemente en el juego, la bebida,

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el canto o el baile. Además fue floreciendo una cultura popular que tenía en los juglares su
principal difusión. El juglar era un personaje diestro en ejercicios gimnásticos, baile y
danza, con instrumentos musicales, canto, recitar poemas e incluso componerlos. Como
vemos realizaba funciones de todo tipo que iban desde las de trovador hasta las de titiritero
y malabarista. Vivía de sus actuaciones en calles y ferias así como en las residencias de
nobles y potentados. También los nobles en tiempos de paz realizaban frecuentes torneos
que servían para demostrar su valor y para destacar ante sus damas, pero también como
preparativos para la guerra. Junto a los torneos la caza fue otra de sus diversiones favoritas

No es extraño encontrar entre los juegos el de tirar de la cuerda y la lucha


permanece como práctica valorada. El tiro con arco fue siempre fomentado por los reyes
como una actividad utilitaria para la guerra y mantuvo siempre una gran popularidad. Para
el fortalecimiento muscular se utilizaban ejercicios de resistencia con algún compañero,
luchas a empujones y tirar de la cuerda También se conocieron los ejercicios de equilibrio,
con largas varas, con una rueda sobre la espalda o sentado sobre una barra. Se practicaron
también competiciones de carreras y danzas sobre zancos.

Los festivales religiosos de la Edad media, iban acompañados con frecuencia por violentos
juegos de pelota entre ciudades y gremios rivales. En ese sentido Elías aborda el futbol de
los “martes de carnaval”, en Inglaterra. Este era un enfrentamiento ritualizado, bastante
agresivo en el que se abordaban los conflictos comunales entre los hombres. Jugar al futbol
permitía descargar s constantes tensiones acumuladas contra un adversario. Hay algunos
dibujos del siglo VIII, que representan a partida de ajedrez, ya que El juego llegó a Europa
a través de la conquista de España por el Islam. Una de las innovaciones en relación a las
propuestas de actividad física la encontramos en los laberintos, que habitaban jardines de
las residencias de los señores feudales. Los laberintos griegos estaban hechos con arbustos
bajos, para de esa forma, el que no encontrara el centro o el regreso pueda pasar sobre ellos.
El medieval, tenía setos de la altura de un ser humano, los paseantes debían ser pacientes y
perseverar en la búsqueda de la salida.

Ejercicios físicos
Al parecer los ejercicios físicos de la Edad media, no tienen nada que ver con lo
realizado por los griegos y los romanos. Sin embargo adquirieron una gran importancia en

30
el largo proceso iniciado alrededor del siglo IX, de civilización del cuerpo. Los juegos
corporales de la Edad Media proclaman las diferencias sociales, ya que lo que hay es una
importante separación de las actividades físicas caballerescas destinadas a adquirir una
formación militar y a exhibir las prácticas particulares de las capas superiores de la
sociedad y separarlas de ese modo de los juegos populares. Los torneos implicaban una
importante preparación, facilitaban un espacio de entretenimiento para los caballeros en
tiempos de ausencia de conflictos bélicos, pero y sobre todo respondían a motivaciones
económicas. En los torneos se apostaba mucho dinero y era la oportunidad para que los
caballeros escasos de fortuna, pudieran si eran exitosos, solventar durante algún tiempo sus
gastos.

Por otra parte los campesinos realizaban ejercicios de defensa, que se agrupaban casi
siempre alrededor de la lucha y de juegos de pelota. Lo que debe quedar en claro es que la
Edad media se otorgo un espacio importante al cuerpo en movimiento. Muy significativas
resultan algunas reflexiones de Tomás de Aquino (s. XIII) para ejemplificar las
valoraciones positivas que se generan en el ámbito intelectual bajomedieval en torno al
ejercicio físico, la competición o la asistencia a eventos deportivos. En el Tratado de las
pasiones del alma apunta este teólogo que “el ocio, el juego y otras cosas que se refieren al
descanso son deleitables en cuanto quitan la tristeza que resulta del trabajo” y más adelante,
al comentar la importancia de la victoria en la autoestima, opina que “todos los juegos en
los que hay competición y es posible la victoria, son los más deleitables; y, en general,
todas las competiciones en que hay esperanza de triunfo.

Pero en esta alabanza del juego, del ejercicio físico y la competición y de los
deleites sensoriales y espirituales así como de la jovialidad y sociabilidad que generan,
Tomás de Aquino introduce matices: la búsqueda del deleite descarta los juegos y ejercicios
calificados como groseros, insolentes, disolutos u obscenos porque pueden incitar, animar y
hacer caer en pecado así como todos aquellos que no se acomoden a la dignidad de la
persona y al tiempo. En estos términos, el teólogo camina por la misma senda que tanto la
Iglesia como los poderes civiles emprendieron en los siglos XIV y XV: la de fomentar
actividades que conlleven el aprendizaje de roles sociales y se practiquen con control y
moderación.

31
El mecanismo fue relativamente sencillo: a la par que se prohíben unos
determinados juegos –los de azar y apuestas y los más peligrosos para la integridad física
del deportista primordialmente, se procede a la promoción y patrocinio de otros
considerados militar y políticamente más útiles, y se regulan los modos (para evitar daños
físicos y morales al propio jugador, a otros participantes y a los espectadores) y los tiempos
(para evitar el incumplimiento de obligaciones laborales y religiosas). En el marco de las
celebraciones caballerescas y señoriales y en las fiestas populares, encontramos
malabaristas realizando ejercicios típicos de esa práctica corporal. Todas estas
manifestaciones se realizaban en plazas, campos, pueblos, espacios improvisados que sirven
de terreno para el despliegue de las tensiones acumuladas en el cuerpo.

Poder y actividad física

Las fuentes documentales evidencian la manifiesta voluntad de todas las instancias


de poder por organizar, dirigir, regular, instrumentalizar y en definitiva, controlar todo lo
relativo al juego y a los espectáculos que acogen certámenes competitivos. A lo largo de
todo el período medieval, los poderes públicos toleran y autorizan únicamente aquellas
manifestaciones que se ajustan a lo reglamentado. Al poder establecido le interesa, en
primer lugar, fijar unas condiciones horarias (no jugar en la noche ni durante la jornada
laboral o las misas y procesiones) y unas fechas (calendario de competiciones,
inhabilitación de la Cuaresma y Semana Santa). Una segunda preocupación recae en la
concreción de los espacios de juego (extramuros, plazas, calles, terrenos acotados y siempre
espacios públicos que posibiliten el desarrollo de las competiciones y la asistencia de
espectadores). Y, en tercer lugar, se va estableciendo un marco regulador que afecta tanto al
material lúdico (ballesta, pelota, dardo, garrocha, lanza, toros), como al desarrollo interno
del juego y a ciertos aspectos extradeportivos (fiscalidad, apuestas, violencias, daños,
responsabilidades).

Las posibilidades de organizar y financiar actividades competitivas en el seno de


celebraciones cívicas, religiosas o rituales fueron creciendo a medida que las instituciones
urbanas y estatales llegan a su plena maduración. Corona y municipios tienen capacidad
económica y de gestión para, en los siglos XIV-XV institucionalizar competiciones,

32
dotarlas de periodicidad y convertirlas en espectáculos de masas. Por su parte, las
celebraciones privadas –ya no sólo de la nobleza laica y eclesiástica sino también de las
familias burguesas y de los asociados en cofradías, gremios o parroquias– lograron
financiar y contar con sus propios certámenes lúdicos en una evidente búsqueda de
diversión, ostentación y significación socioeconómica.

Estas sociedades mantuvieron durante todo el período medieval un componente


guerrero plasmado en la preminencia de las competiciones a caballo, de los ejercicios de
tiro y puntería, de la lucha y los combates de defensa– que evoluciona hacia fórmulas de
mayor espectáculo y menor agresividad. Unas sociedades donde también tienen cabida
juegos más sencillos y espontáneos, como la pelota y la bola, ligados a la importancia del
cuerpo en movimiento, con adeptos en todos los sectores de la población y con unas
codificaciones cada vez más complejas. Unas y otras actividades físicas potenciaron la
competitividad y desarrollaron el gusto por el riesgo y el espectáculo.

En relación con las fiestas, el orden festivo oficial de la Edad Media (tanto las de la
Iglesia como las del Estado feudal) no sacaban al pueblo del orden existente, ni eran
capaces de crear esta segunda vida. Al contrario, contribuían a consagrar, sancionar y
fortificar el régimen vigente. Los lazos con el tiempo se volvían puramente formales, las
sucesiones y crisis quedaban totalmente relegadas al pasado. En la practica, la fiesta oficial
miraba sólo hacía atrás, hacia el pasado, del que se servía para consagrar el orden social
presente. La fiesta oficial, incluso a pesar suyo a veces, tendía a consagrar la estabilidad, la
inmutabilidad y la perennidad de las reglas que regían el mundo: jerarquías, valores, normas
y tabúes religiosos, políticos y morales corrientes. La fiesta era el triunfo de la verdad
prefabricada, victoriosa, dominante, que asumía la apariencia de una verdad eterna,
inmutable y perentoria. Por eso el tono de la fiesta oficial traicionaba la verdadera
naturaleza de la fiesta humana y la desfiguraba. Pero como su carácter autentico era
indestructible, tenían que tolerarla e incluso legalizarla parcialmente en las formas
exteriores y oficiales de la fiesta y concederle un sitio en la plaza pública

Lo profano

33
Los festejos del carnaval, con todos los actos y ritos cómicos que contienen, ocupaban un
lugar muy importante en la vida del hombre medieval. Además de los carnavales
propiamente dichos, que iban acompañados de actos y procesiones complicadas que
llenaban las plazas y las calles durante días enteros, se celebraban también la "fiesta de los
bobos" (Testa stultorum) y la "fiesta del asno"; existía también una "risa pascual" (risus
paschalis) muy singular y libre, consagrada por la tradición. Además casi todas las fiestas
religiosas poseían un aspecto cómico popular y público, consagrado por la tradición. Es el
caso, por ejemplo, de las "fiestas del templo", que eran seguidas habitualmente por ferias y
por un rico cortejo de regocijos populares (durante los cuales se exhibían gigantes, enanos,
monstruos, bestias "sabias", etc.).

La representación de los misterios acontecía en un ambiente de carnaval. Lo mismo


ocurría con las fiestas agrícolas, como la vendimia, que se celebraban asimismo en las
ciudades. La risa acompañaba las ceremonias y los ritos civiles de la vida cotidiana: así, los
bufones y los "tontos" asistían siempre a las funciones del ceremonial serio, parodiando sus
actos (proclamación de los nombres de los vencedores de los torneos, ceremonias de
entrega del derecho de vasallaje, de los nuevos caballeros armados, etc.).

Ninguna fiesta se desarrollaba sin la intervención de los elementos de una


organización cómica; así, para el desarrollo de una fiesta, la elección de reinas y reyes de la
"risa". Estas formas rituales y de espectáculo organizadas a la manera cómica y consagrada
por la tradición, se habían difundido en todos los países europeos, pero en los países latinos,
especialmente en Francia, destacaban por su riqueza y complejidad particulares. No se trata
por supuesto de ritos religiosos, como en el género de la liturgia cristiana, a la que están
relacionados por antiguos lazos genéricos.

El principio cómico que preside los ritos carnavalescos los exime completamente de

todo dogmatismo religioso o eclesiástico, del misticismo, de la piedad, y esta n por lo


demás desprovistos de carácter mágico o encantatorio (no piden ni exigen nada). Más aún,
ciertas formas carnavalescas son una verdadera parodia del culto religioso. Todas estas

34
formas son decididamente exteriores a la Iglesia y a la religión y pertenecen a una esfera
particular de la vida cotidiana.

Los espectadores no asisten al carnaval, sino que lo viven, ya que el carnaval esta
hecho para todo el pueblo. Durante el carnaval no hay otra vida que la del carnaval. Es
imposible escapar, porque el carnaval no tiene ninguna frontera espacial. En el curso de la
fiesta sólo puede vivirse de acuerdo a sus leyes, es decir de acuerdo a las leyes de la
libertad. El carnaval posee un carácter universal, es un estado peculiar del mundo: su
renacimiento y su renovación en los que cada individuo participa. Esta es la esencia misma
del carnaval, y los que intervienen en el regocijo lo experimenten vivamente.

Todos estos ritos y espectáculos organizados a la manera cómica, presentaban una


diferencia notable, una diferencia de principio, podríamos decir, con las formas del culto y
las ceremonias oficiales serias de la Iglesia o del Estado feudal. Ofrecían una visión del
inundo, del hombre y de las relaciones humanas totalmente diferente, deliberadamente
nooficial, exterior a la Iglesia y al Estado; parecían haber construido, al lado del mundo
oficial, un segundo mundo y una segunda vida a la que los hombres de la Edad Media
pertenecían en una proporción mayor o menor y en la que vivían en fechas determinadas.
Esto creaba una especie de dualidad del mundo, y creemos que sin tomar en consideración
no se podría comprender ni la conciencia cultural de la Edad Media ni la civilización
renacentista. A diferencia de la fiesta oficial, el carnaval era el triunfo de una especie de
liberación transitoria, más allá de la órbita de la concepción dominante, la abolición
provisional de las relaciones jerárquicas, privilegios, reglas y tabúes. Se oponía a toda
perpetuación, a todo perfeccionamiento y reglamentación, apuntaba a un porvenir aún
incompleto.

La sexualidad permitida -reprimida


El amor era comunión fraterna entendido como ascenso a Dios. En este contexto, se crearon
dos espacios válidos para ejercer la sexualidad, la virginidad o el matrimonio, ambos, un
remedio para el deseo el cual impedía el ascenso del alma por el apego a la carne.

El matrimonio se consolidó monogámico e indisoluble, frontera del pecado y la


virtud. Esta postura excluyó de tajo otras posibilidades, como el homosexualismo. Este fue

35
precisamente uno de los aspectos sobre los cuales la tradición cristiana siguió las
enseñanzas de Pablo. Ajustándose a la tradición judía de la cual procedía y la cual tenía un
abierto rechazo a la homosexualidad, estableció su postura con respecto a lo que más tarde
se llamaría sodomía fundamentalmente en tres textos: Romanos 1; 26-27; I Corintios 6: 9; I
Timoteo 1:10, textos en los que el concepto sodomía estaba emparentado con fornicación.
Un elemento importante de esta perspectiva paulina fue el carácter casi eminentemente
masculino de la acusación de homosexualismo, pues este comportamiento en la mujer no
era nombrado.

La Edad Media heredó esta acusación de la casi exclusiva responsabilidad


masculina, pues como veremos adelante, el carácter de pecado grave reposaba en el hombre
por su activa colaboración en la creación. Pero lo que es importante destacar es que la
homosexualidad, práctica muy extendida en el mundo mediterráneo y a la que se le
consideraba normal, se convirtió en un acto reprobable junto con la mollities, el conjunto de
prácticas que retrasaban el coito y alargaban el acto sexual. Esta condena era una idea muy
novedosa en un mundo donde las diversas formas de placer tenían una consideración
diferente. El cristianismo comenzaba de esta manera, a resaltar uno de los valores que
exaltaría con el tiempo, la negación de todo placer que no estuviera en directa relación con
la posibilidad de reproducción.

El ambiente en el cual la cristiandad mediterránea comenzó a articular su postura


frente a la homosexualidad era, precisamente, el romano. Un ambiente que, si se quiere, era
mucho más benévolo y menos severo que el que posteriormente se gestó, en el mundo
pagano del siglo II, se concedía a los hombres un notable margen de tolerancia, tanto en las
cuestiones de la homosexualidad como en las aventuras amorosas previas o ajenas al
matrimonio .En este mundo, ningún comportamiento sexual era examinado, o censurado,
con mayor detenimiento que otro. Como en la Antigua Grecia, la atracción entre sexos
iguales era un problema estético del cual se derivaba el placer, pero lo que si era
fuertemente juzgado era la actitud de algunos hombres de querer asumir el papel femenino.

Los padres de la Iglesia, como en adelante el mundo cristiano, argumentaron el repudio a


ciertos actos de la sexualidad siguiendo la doctrina que fundamentalmente había
establecido San Pablo. Pero por su parte, la censura contra los comportamientos

36
homosexuales se hizo dentro del contexto de defender la castidad en general, lo que no
implicaba que este tipo de relación fuera considerada atroz o antinatural. De esta manera se
sentaron las bases que prevalecieron en la Alta Edad Media. Pero en general, y frente al
repudio moral, la condena dependió de la clase a la que pertenecía el sujeto. Durante estos
siglos, se dio una importante característica, la censura moral no implicó necesariamente el
castigo al cuerpo del pecador, es decir, no se llevó a cabo una actitud cultural y
abiertamente hostil a comportamientos homosexuales.

Contrario a lo que muchas veces se cree prejuiciosamente, en el primer período de la


cristiandad medieval demostró una gran tolerancia, la homosexualidad se clasificaba como
una de las especies de la fornicación, y no de las más graves. La intolerancia en relación
con las prácticas que se apartaban del dictado eclesiástico que deviene en la formación de
una doctrina excluyente e intolerante contra el homosexualismo se comenzó a evidenciar
con los cambios sociales, económicos y culturales que generó la llamada "revolución
feudal" del siglo XII. Las profundas transformaciones, como la consolidación del
feudalismo, las reformas gregorianas y la escisión de la cristiandad oriental, implicaron un
proceso de complejización de las redes culturales de la cristiandad, lo que inevitablemente
condujo a la formación de una sociedad represora. Durante estos siglos de apogeo medieval,
los teólogos se preguntaron acerca de la unicidad de la moral. ¿Existía una moral o podían
coexistir varias? Evidentemente, los comportamientos sexuales fueron cuestionados
fuertemente, lo que estaba relacionado con el mismo proceso de complejización de las redes
culturales, sociales y económicas.

Siguiendo la tradición, los ejes sobre los que se articuló la normatividad del
comportamiento sexual fueron aquellos valores que habían sido considerados por la primera
Cristiandad: la virginidad, la castidad y la continencia. Los tres eran condición para el
ascenso del alma. De fondo, se trataba de buscar mecanismos que permitieran disciplinar, y
unificar, la actividad sexual, pues hasta entonces, existían muchas posibilidades de
establecer relaciones de pareja, las cuales se organizaban de acuerdo a los diferentes
entornos culturales de la cristiandad: los raptos, las uniones temporales y hasta la casi
imperceptible frontera entre concubinato y matrimonio, hablaban de ello .Y aunque la

37
Iglesia había mantenido una doctrina bíblica del matrimonio, no se había atrevido a
convertirlo en sacramento, porque no era fácil volver sagrada la unión sexual, pecado por
excelencia y elemento que desafiaba los tres ejes anteriormente nombrados.

Bajo los efectos de la reforma gregoriana se llevó a cabo el proceso de


sacramentalización del matrimonio, el cual pasó a convertirse en parte del misterio
cristológico. Su triunfo ocurrió en el Concilio IV de Letrán, el cual le otorgó tres
características: monogámico, indisoluble y sagrado, y así se sistematizó en la liturgia. El
canon Utriusgue sexus, decreto de ambos sexos, que todos los fieles de uno y otro sexo que
hubieran alcanzado la edad de la razón estarían obligados a confesarse una vez al año y a
comulgar en Pascua. El concilio se organizo a partir del llamado del papa Inocencio III, y se
planteaba como objetivos: “Erradicar vicios e implantar virtudes, corregir faltas y reformar
las costumbres, eliminar las herejías y fortalecer la fe, suprimir las discordias y establecer la
paz, deshacerse de la opresión y fomentar la libertad, inducir a los príncipes y al pueblo
cristiano a acudir en auxilio de Tierra Santa”.

Pensar la actividad física en el mundo medieval: categorías y


tensiones:
El Diccionario Razonado del Occidente Medieval coordinado por Le Goff y Schmitt
incluye bajo la voz 'juego' los denominados juegos de azar, juegos intelectuales y las
competiciones, excluyendo voluntariamente otras diversiones y formas lúdicas como las
representaciones musicales y teatrales (Mehl 2003). 3 Ello obliga a realizar una primera
consideración de carácter conceptual. La inexistencia de una entrada propia para las
prácticas deportivas nos lleva a una problemática de fondo cuyo origen se sitúa en la
barrera interpuesta por los investigadores sociales del mundo contemporáneo, empeñados

3 . Los argumentos más frecuentes pueden leerse en el volumen dirigido por Caillois, Juegos y deportes
Sports (1967: 1196~1197) que se basan en afirmar que las prácticas deportivas fueron una mera distracción
de un carácter religioso y de una trascendencia socioeconomía reseñable; también apuntan que su práctica
no se asoció con la defensa de un prestigio nacional o local, que no constituyeron un espectáculo salvo
ocasionalmente o que no dieron lugar a preocupaciones políticas, educativas o legislativas y muy alejada de
las pruebas olímpicas de la Antigüedad, carentes de reglas precisas, de una institucionalización

38
en reservar el concepto 'deporte' para las prácticas nacidas tras la revolución industrial y
calificando -y en no pocas ocasiones descalificando- como juegos tradicionales las
manifestaciones competitivas de períodos históricos precedentes3.

Las teorías del deporte como proceso civilizador (Elias y Dunning 1992) no resultan
aplicables a la Edad Media ya que no se ajustan a las características, ya que no se ajustan a
las características formales y funcionales que algunos autores consideran para definir el
concepto moderno de deporte- .Huizinga apuntó ya en su Homo Ludens que el juego
constituye un fenómeno que supera lo meramente biológico, que va más allá de una
reacción psíquica condicionada por lo fisiológico y que, para estudiar sus múltiples formas
y significados, debe ser entendido como un fenómeno cultural, como una «cualidad de la
acción» difícilmente reducible a parámetros cuantitativos.

Como tratamos de demostrar en este trabajo, las competiciones deportivas medievales


tienen algunos puntos en común en su incipiente desarrollo institucional y reglamentario
con el deporte antiguo y el contemporáneo. Así, Le Goff (2005) sostiene que las prácticas
competitivas medievales no están exentas de violencia, no postulan la igualdad social de los
participantes, no precisan de un lugar específico para su ejecución, no tienen un calendario,
no se rigen por un reglamento compartido por las partes adversas ... (retengamos estas
cuestiones porque los ejemplos que traeré a colación más adelante matizan estas
afirmaciones). Más allá de discrepancias conceptuales y vacilaciones terrninológicas5,
resulta mayoritaria entre los medievalistas la visión del deporte como fenómeno cultural,
como práctica que debe ser incluida en la categoría del juego6. Y, siguiendo los argumentos
de Huizinga, es aceptada la vinculación entre deporte y el trinomio juego/fiesta/función
sacra (2002: 49 y 70-7S).

Una segunda consideración que deseo anotar es que estas imbricaciones entre juego,
divertimento, deporte, fiesta y cultura medievales han constituido un condicionante para

39
que, historiográficamente hablando, el fenómeno competitivo en sí no haya tenido un
tratamiento diferenciado y autónomo. Ello obliga al investigador, por un lado, a bucear en
los más variados estudios sobre lo lúdico, lo festivo, lo ritual o lo educacional para conocer
los resultados existentes; y, por otro lado, a contar con escasos y puntuales trabajos de base
que dificultan las tentativas de síntesis. Hay una tercera consideración que no debe
obviarse: no resulta fácil reconstruir el fenómeno deportivo en los siglos medievales ni
ofrecer estudios sistemáticos cuando la carencia de fuentes específicas obliga al estudioso a
buscar, manejar y basar sus tesis en muy diversas, dispersas y parciales informaciones
provenientes de todo tipo de documentación, tanto escrita como arqueológica e iconográfica
(Rodrigo, 2008).

Apunta acertadamente Mehl (1993) para explicar los silencios documentales que todas las
sociedades humanas temen reconocerse ociosas y por ello no acostumbran a dejar
demasiadas huellas de sus actividades lúdicas: tan sólo las regulaciones legales. A partir del
siglo XIII el incremento cuantitativo y cualitativo de la documentación conservada
proporciona testimonios cada vez más numerosos y diversificados. A través de ellos es
posible analizar el lugar creciente de unas prácticas deportivas que ya no sólo se insertan en
el marco ritual de la fiesta y la elite, sino que también están presentes en otros momentos de
la vida cotidiana y en otros grupos socioeconómicos. Sin ningún esfuerzo interpretativo de
la información al alcance del investigador, podemos afirmar con Ladero (2004) que ya en
los siglos XIV y XV comienza la época de los ocios organizados en la que las autoridades
desarrollan «políticas deportivas» a través de la promoción de concursos y espectáculos
deportivos, la financiación de trofeos y recompensas o la creación de campos de juego. Pero
¿qué existe detrás de todas estas aficiones y dedicaciones? ¿Se puede hablar de tiempo de
ocio y de deporte en las sociedades preindustriales? ¿Afectan a todos los grupos sociales
por igual? ¿Qué ideas o conceptos sobre el deporte y lo lúdico se modelan y manejan en
estas centurias? Vayamos por partes. Las sociedades medievales del Occidente europeo
cristiano se definen, entre otros aspectos, por presentar un carácter fuertemente jerarquizado
y militarizado y por estructurarse dentro del sistema político, económico e ideológico que
las elites políticas y la Iglesia comenzaron a diseñar ya en el siglo VII, en el seno del estado
proto-feudal visigótico. A partir de este momento -y como sigue ocurriendo en la
actualidad-, la estratificación social impuso la práctica o la no-práctica de determinados

40
ejercicios y juegos. Así, la clase productora -grupos de campesinos y jornaleros- apenas
disponía de economías solventes y carecía de pausas temporales regulares que permitiesen
la realización de actividades deportivas.

Mientras, la elite guerrera llenaba sus tiempos de inactividad militar con ejercicios físicos y
competiciones que requerían fuertes dosis de valor y destreza y que, entre otros aspectos,
constituyeron un buen entrenamiento corporal y mental, trataron de encauzar los impulsos
vitales de los más jóvenes y, en definitiva, coadyuvaron a reforzar la preeminencia social
del grupo como defensor del sistema político y jerárquico creado. En buena parte de las
investigaciones hist6ricas, el concepto 'deporte' queda restringido en las sociedades
preindustriales a prácticas propias de los círculos cortesanos y nobiliarios, esto es, de los
detentadores del poder político y econ6mico dedicados a emplear parte de su tiempo diario
a entrenar y civilizar su cuerpo (RODRIGO Y VAL 2007). Esta sesgada visión es la misma
que tenía la Iglesia en los siglos bajomedievales en los que, como señala Huizinga, «el ideal
eclesiástico impedía la estimación del ejercicio corporal y de la alegre demostración de
fuerza en la medida en que no sirviera para la educación noble. Hoy el lenguaje establece
una importante diferencia conceptual entre los llamados deportes de elite o elitistas
relacionados con posibilidades socioeconomicas y no con aptitudes y potenciales físicos- y
el deporte de alta competición.

Por otro lado, el desarrollo urbano propicia cambios estructurales que afectan de lleno a la
organización laboral del Occidente europeo. La principal novedad en este sentido es que el
trabajo comienza a despegarse de los límites arbitrarios regulados por la naturaleza e
impuestos por los cómputos canónicos. El nuevo concepto de tiempo mensurable y laico,
corno constata la presencia de relojes mecánicos en el mundo rural y urbano aragonés del
siglo XV (Rodrigo 1996)- redefine la relación salario/. El ocio urbano toma posiciones
junto al ocio de la aristocracia Y lo lúdico -con sus protagonistas, sus reglas, sus
competiciones y su espectáculo- impregna el otoño de la Edad Media. Estas nuevas
posibilidades de tiempo libre se vienen a añadir al cada vez más abultado calendario festivo
cristiano, con un centenar de jornadas anuales de obligada observancia. La ociosidad se
coloca, más que en épocas precedentes, en el punto de mira de moralistas, gobernantes y
legisladores que ven en ella el camino hacia el vicio, el pecado, la pobreza y el desorden

41
público. En el Occidente medieval, el tiempo libre asusta a la Iglesia y al Estado, inscritos
ambos poderes en un sistema de valores judeocristiano que alaba el trabajo y se muestra
hostil hacia lo lúdico y toda actividad no productiva. En el humanismo del siglo XII
encontramos el progresivo desarrollo de nuevas concepciones que no condenan lo lúdico de
manera global sino que valoran el descanso y el deporte, reconocen las aptitudes
pedagógicas del juego o comienzan a relacionar, aunque sólo sea en los tratados dirigidos a
las elites, deporte y salud10• Muy significativas resultan algunas reflexiones de Tomás de
Aquino (s. XIII) para ejemplificar las valoraciones positivas que se generan en el ámbito
intelectual bajomedieval en torno al ejercicio físico, la competición o la asistencia a eventos
deportivos.

En el Tratado de las pasiones del alma apunta este teólogo que «el ocio, el juego y otras
cosas que se refieren al descanso son deleitables en cuanto quitan la tristeza que resulta del
trabajo y más adelante, al comentar la importancia de la victoria en la autoestima, opina
que «todos los juegos en los que hay competición y es posible la victoria, son los más
deleitables; y, en general, todas las competiciones en que hay esperanza de triunfo. Pero en
esta alabanza del juego, del ejercicio físico y la competición y de los deleites sensoriales y
espirituales así como de la jovialidad y sociabilidad que generan, Tomás de Aquino
introduce matices: la búsqueda del deleite descarta los juegos y ejercicios calificados como
groseros, insolentes, disolutos u obscenos porque pueden incitar, animar y hacer caer en
pecado así como todos aquellos que no se acomoden a la dignidad de la persona y al
tiempo. En estos términos, el teólogo camina por la misma senda que tanto la Iglesia como
los poderes civiles emprendieron en los siglos XIV y XV: la de fomentar actividades que
conlleven el aprendizaje de roles sociales y se practiquen con control y moderación.

El mecanismo fue relativamente sencillo: a la par que se prohíben unos determinados


juegos -los de azar y apuestas y los más peligrosos para la integridad física del deportista
primordialmente- se procede a la promoción y patrocinio de otros considerados militar y
políticamente más útiles, como veremos más adelante y se regulan los modos (para evitar
daños físicos y morales al propio jugador, a otros participantes y a los espectadores) y los
tiempos (para evitar el incumplimiento de obligaciones laborales y religiosos). Las fuentes
documentales evidencian la manifiesta voluntad de todas las instancias del poder de

42
organizar, dirigir, regular, instrumentalizar y, en definitiva, controlar todo lo relativo al
juego y a los espectáculos que acogen certámenes deportivos. Porque a lo largo de todo el
período medieval, los poderes públicos toleran y autorizan únicamente aquellas
manifestaciones que se ajustan a lo reglamentado. Es evidente que los legisladores
prestaron mayor atención a las condiciones que rodean la actividad deportiva que a su
reglamentación interna. Al poder establecido le interesa, en primer lugar, fijar unas
condiciones horarias (no jugar en la noche ni durante la jornada laboral o las misas y
procesiones) y unas fechas (calendario de competiciones, inhabilitación de la Cuaresma y
Semana Santa). Una segunda preocupación recae en la concreción de los espacios de juego
(extramuros, plazas, calles, terrenos acotados ... siempre espacios públicos que posibiliten
el desarrollo de las competiciones y la asistencia de espectadores). Y, en tercer lugar, se va
estableciendo un marco regulador que afecta tanto al material lúdico (ballesta, pelota,
dardo, garrocha, lanza, toros), como al desarrollo interno del juego y a ciertos aspectos
extradeportivos (fiscalidad, apuestas, violencias, daños, responsabilidades). Las
posibilidades de organizar y financiar actividades deportivas en el seno de celebraciones
cívicas, religiosas o rituales fueron creciendo a medida que las instituciones urbanas y
estatales llegan a su plena maduración. Corona y municipios tienen capacidad económica y
de gestión para, en los siglos XIV-XV, institucionalizar competiciones, dotarlas de
periodicidad y convertirlas en espectáculos de masas. Por su parte, las celebraciones
privadas -ya no sólo de la nobleza laica y eclesiástica sino también de las familias
burguesas y de los asociados en cofradías, gremios o parroquias- lograron financiar y contar
con sus propios certámenes lúdicos, en una evidente búsqueda de diversión, ostentación y
significación socioeconómica. En síntesis, el deporte surge en unas sociedades cuyos
ejercicios deportivos mantuvieron durante todo el período medieval un componente
guerrero -plasmado en la preeminencia de las competiciones a caballo, de los ejercicios de
tiro y puntería, de la lucha y los combates de defensa- que evoluciona hacia fórmulas de
mayor espectáculo y menor agresividad. Unas sociedades donde también tienen cabida
juegos más sencillos y espontáneos, como la pelota y la bola, ligados a la importancia del
cuerpo en movimiento, con adeptos en todos los sectores de la población y con unas
codificaciones cada vez más complejas. En el siglo XIII, el Libro de los juegos de Alfonso

43
X (1983: 309) 4considera dos tipos de actividades: las que requieren movimiento y pueden
ejecutarse a pie o a caballo, esto es, los juegos deportivos; y las que los participantes no
tienen que moverse y que hoy llamamos juegos de mesa, cuya práctica es apropiada para
los hombres de unas determinadas características -viejos y flacos-, para determinadas
situaciones -cuando se está en prisión, en mar o en casa- y para las mujeres que, por su
condición femenina, no suelen cabalgar, tienen como ámbito vital el hogar y, por tanto, son
inadecuados para ellas los juegos de movimiento. Las restricciones en cuanto a la actividad
deportiva afectan también al clero, al que se sanciona en las leyes alfonsinas con la
privación temporal de su oficio si asiste o practica determinados deportes. Entre los
ejercicios que requieren movimiento, esfuerzo corporal y se practican de pie, el Libro de
Los juegos enumera «esgrimir, luchar, correr, saltar, echar piedra o tirar el dardo. A pesar
del desprecio de la nobleza por las armas propulsadas a distancia, el fácil manejo y la
potencia de los lanzamientos de la ballesta hizo que el uso de este artefacto se extendiese
por todo el Occidente europeo a lo largo de los siglos XIII y XIV14.

Esta difusión debió propiciar la celebración espontánea de concursos y juegos hasta que el
tiro de ballesta se convierte, a fines del Medioevo, en una práctica competitiva orientada
tanto al entrenamiento corporal como a periódicas puestas a punto del armamento defensivo
existente en las localidades que promueven la actividad. Los certámenes de tiro de ballesta
resultan habituales en el siglo XV de tal modo que aparecen cofradías de ballesteros en
cuyo seno se establecen lazos de sociabilidad en torno al juego y a la organización de
concursos. Estamos ante competiciones masculinas, dotadas con premios municipales de
alta calidad -joyas o copas de plata, ballestas engalanadas-, que atraían a miembros de los
sectores medios y altos de las sociedades urbanas y en las que no están representados niños,
mujeres ni clero. Fueron los municipios en primera instancia quienes se ocuparon de
ordenar las convocatorias de tal modo que los participantes pudiesen demostrar su fuerza,
destreza y puntería. A finales del siglo XV, la organización parece corresponder a las
asociaciones de ballesteros. Sobre los ejercicios competitivos de lanzamiento de piedras y
de tejo, las escasas referencias documentales localizadas se refieren a su categoría de

4 (Alfonso X de Castilla, llamado el Sabio; Toledo, 1221 - Sevilla, 1284) Rey de Castilla y de León (1252-1284).
Era hijo primogénito de Fernando III el Santo, a quien sucedió en 1252 El reinado de Alfonso destacó sobre
todo en el orden cultural. A Alfonso X el Sabio se le considera el fundador de la prosa castellana y, de hecho,
puede datarse en su época la adopción del castellano como lengua oficial.

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actividades permitidas, siempre y cuando no conlleven apuestas de dinero entre los propios
jugadores o los espectadores y no causen daños en bienes ni personas por ejercitarse en
lugares inadecuados. En cuanto a los juegos de espada, también citados por Alfonso X el
Sabio, la esgrima constituye un deporte de destreza plenamente regulado. En el caso de
otras modalidades deportivas como las carreras pedestres o el salto, la falta de testimonios
archivísticos no implica necesariamente una escasa repercusión de estas actividades. Esta
carencia evidencia, por el contrario, la existencia de juegos y competiciones bien asentados
entre la población, con reglas conocidas por todos y cuyo desarrollo no provoca excesivos
riesgos ni altercados ni invita a grandes apuestas monetarias, por lo que apenas genera
intervenciones reglamentarias o legislativas. Y la ausencia de descripciones literarias puede
explicarse por el hecho de que la generalización de estas competiciones atléticas en el
Occidente medieval no las convertía en curiosas, admirables o extrañas ante el ojo
forastero.

La expresión ferir (Aragón), la pe/lota remite a diversos ejercicios deportivos y


competitivos muy presentes en la vida cotidiana de todos los grupos sociales: los juegos
consistentes en golpear un objeto redondo usando las manos, los pies o con ayuda de algún
objeto. La pasión por los deportes de pelota no sólo envolvió a los jugadores de todo tipo y
condición -dispuestos a organizar partidos en espacios y tiempos no autorizados sino
también al público, presto a hacer sus apuestas y armar grescas y escándalos ante la
consecución de puntos poco claros por parte de los participantes. La pasión por los deportes
de pelota no sólo envolvió a los jugadores de todo tipo y condición -dispuestos a organizar
partidos en espacios y tiempos no autorizados sino también al público, presto a hacer sus
apuestas y armar grescas y escándalos ante la consecución de puntos poco claros por parte
de los participantes.

A través de los ejemplos seleccionados resulta patente que juegos y ejercicios deportivos
ocuparon y atrajeron la atención de los poderes públicos bajomedievales. En este sentido
creo pertinente hablar de la existencia de políticas deportivas municipales que invirtieron
dinero en coordinar certámenes y competiciones, en acondicionar recintos, dar premios y
organizar verdaderos espectáculos en los que tuvo cabida buena parte de la población y en
los que era necesario garantizar el orden público y el orden social. Políticas deportivas que

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implicaron a gobernantes, legisladores, educadores y pensadores a partir del siglo XIII y
que lograron esbozar un marco de sociabilidad y competitividad que absorbió tensiones y
fomentó la construcción de nuevos valores en torno al cuerpo y a la actividad física.
Políticas deportivas que, ante todo, buscaron el prestigio y promoción del municipio, de su
elite dirigente y su orden social.

Algunas actividades físicas

La caballería

Durante la Edad Media era importantísimo hacer de los niños unos caballeros para el día de
mañana, pero obviamente no todos podían permitírselo, ya que formar a un guerrero
requería de una armadura, un caballo, y era algo bastante costoso. Por tanto, nos
encontramos la caballería ligada al feudalismo. Solo los señores con una posición elevada o
un gran poder adquisitivo podían permitirse el lujo de formarse como caballeros o formar a
sus propios hijos desde pequeños. Muchos caballeros encontraban en la lucha su fuente de
diversión, al igual que en el entrenamiento de los más pequeños, para hacer de ellos grandes
caballeros con poderosas armaduras el día de mañana.

Un dato interesante, es el papel de los juglares, El juglar era un personaje diestro en


ejercicios gimnásticos, baile y danza, con instrumentos musicales, canto, recitar poemas e
incluso componerlos. Como vemos realizaba funciones de todo tipo que iban desde las de
trovador hasta las de titiritero y malabarista. Vivía de sus actuaciones en calles y ferias así
como en las residencias de nobles y potentados. También los nobles en tiempos de paz
realizaban frecuentes torneos que servían para demostrar su valor y para destacar ante sus
damas, pero también como preparativos para la guerra. Junto a los torneos la caza fue otra
de sus diversiones favoritas. Del estudio del deporte de esta época, podemos observar que la
mayoría de las actividades deportivas, que surgen en una zona determinada europea,
posteriormente y más o menos reglamentadas se extienden por todo el continente europeo
occidental. El análisis de esos deportes nos permite saber con cierta exactitud lo que fue la
Edad Media con respecto al mundo del juego y del deporte. En cuanto a la infraestructura

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deportiva de la época romana en la mayoría de los casos es abandonada, aunque existen
informaciones en algunos casos, de un uso alternativo, durante los primeros siglos, como en
el caso de Roma con el estadio de Domiciano o el ejemplo francés de los anfiteatros
romanos de Nimes y Arlés que se convirtieron en la ciudadela de la ciudad .

Los torneos

Eran combates simulados a caballo entre una serie de cuadrillas, con unas reglas ya
definidas entre ellos porque el único fin era conseguir el aplauso del público, sobre todo de
las damas, y demostrar sus acrobacias a caballo. Siempre se disputaba por grupos. Un
miembro de cada grupo montado sobre su caballo se disponía a dar vueltas por el recinto en
busca de su adversario con el único fin de herirlo. Era como una imitación de las batallas,
pruebas que duraban incluso varios días. También se conoce como “Torneo” a una fiesta
pública donde los caballeros armados entraban con sus cuadrillas en una especie de circo
donde daban vueltas y hacían como que se pegaban imitando una terrible batalla. fue
durante el siglo XI cuando aparecieron los torneos, combates a caballo en que los caballeros
se enfrentaban entre sí armados con lanzas a lo largo de diferentes rondas y que, en un
primer momento, se desarrollaban alrededor de un recinto circular donde los combatientes
daban vueltas simulando una batalla; de ahí su nombre, derivado de la palabra "tornear".

Distribuidos en dos bandos, los combates se desarrollaban mediante enfrentamientos


individuales, o bien cargas compactas y emboscadas en las que trataban de derribar al
oponente para desarmarlo y apresarlo. Las armas utilizadas eran lo más parecidas posible a
las reales, generalmente pesadas, que se denominaban "armas corteses", pues habían sido en
parte modificadas para evitar accidentes en lo posible (bastones, lanzas sin punta o espadas
romas). Sin embargo, pese a todas las precauciones no eran raros los accidentes, con
heridas graves y muertes, de manera que la Iglesia llegó en ocasiones a prohibir los torneos.

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Funcionamiento de los torneos
Los torneos se convocaban junto a los castillos, de forma periódica o con ocasión de
acontecimientos especiales, como coronaciones, matrimonios, firma de tratados o treguas,
entre otras. El organizador establecía las normas que debían regir y enviaba heraldos a los
caballeros invitados o que quisieran participar. La celebración tenía lugar en un recinto
cerrado, generalmente de planta ovalada, alrededor del cual se disponían las gradas para el
público asistente, muy fastuosas y decoradas para los personajes importantes, y sencillas
para el pueblo llano; junto a estas instalaciones se levantaban las tiendas destinadas a los
caballeros, sus escuderos y criados, así como a los oficiales que se cuidaban del correcto
desarrollo del evento; además, las localidades próximas se engalanaban para acoger a los
visitantes y participantes, en muchas ocasiones venidos de tierras lejanas.

Diversos caballeros conocedores de las reglas hacían las funciones de jueces, supervisaban
el correcto estado de las armas y tomaban juramento a los participantes sobre su noble
comportamiento; otra figura importante era el rey de armas, encargado de anunciar a los
distintos contendientes. Los caballeros tenían que especificar su linaje, pues sólo podían
enfrentarse entre sí los de un mismo nivel, y situar su estandarte en el campo. Con carácter
previo, era habitual que se celebrasen enfrentamientos entre escuderos con armas ligeras,
como espadas, que les servían de prueba. Dentro ya del torneo propiamente dicho, en un
primer combate, cada participante escogía uno de los estandartes como contrincante, y se
enfrentaba a él lanzándose de frente con su montura y lanza; vencía quien rompía más
lanzas contra el rival. Al principio, se hacía sin separación entre los caballeros, pero con el
tiempo se colocó una valla entre ambos para garantizar la seguridad.

A continuación, la lucha proseguía a pie, con espadas y mazas, para concluir con un
enfrentamiento colectivo entre dos grupos de caballeros, que concluía cuando el rey de
armas daba la señal de detenerse. Al objeto de evitar accidentes, entre las normas que
regían estos combates estaban el no herir de punta al rival ni al caballo, no luchar varios
contendientes contra un mismo rival y no asestar golpes al caballero que alzase la visera de
su casco. El vencido y sus armas quedaban a disposición del vencedor, quien recibía su
premio de mano de los jueces y acostumbraba a depositarlo a los pies de la dama elegida.

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Finalmente, los torneos acostumbraban a concluir con un gran banquete al que asistían
todos los participantes y en el que las damas homenajeaban a los vencedores; no en vano,
tenían también un cierto componente cortés a lo largo de toda la celebración.

Las justas

Las justas son muy parecidas a los torneos, pero con unas ligeras diferencias. En los
torneos las armas y armaduras que se usaban solían ser simuladas porque todo era como una
gran escenificación teatral de una batalla. Sin embargo, en las justas, las armas y armaduras
que se usan no son simuladas, son reales, y el fin es coger al enemigo hasta que caiga
herido o muerto. En las justas participaban dos caballeros a caballo y ataviados con sus
lanzas. El fin era “justificar el derecho de alguno de ellos”, de ahí procede el nombre de
Justas, además de demostrar la destreza que tenían en el manejo de las armas. Además, a la
palabra justas también se le ha buscado otro significado “justicia de Dios”.

Desde los tiempos más antiguos ya hay vestigios de las prácticas de las justas en pueblos
guerreros para demostrar la fuerza o el valor de una persona determinada. En la Edad Media
fue una práctica de lo más extendida, y en todas las ciudades más o menos importantes
siempre había un recinto fuera de las murallas de la ciudad, normalmente, llamado “la tela”
que estaba destinado a estos combates.

La cetrería

Durante la Edad Media la cetrería fue concebida como medio de subsistencia por las
clases bajas. La forma que tenían de alimentarse era adiestrando aves rapaces para que ellas
a su vez les capturaran el alimento. Pero esta práctica pasó pronto de las clases bajas a ser

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de uso exclusivo para la nobleza porque veían en las aves nobles una forma muy particular,
no solo de cazar, sino de demostrar a su vez su elevado rango social para diferenciarse del
resto. De esta forma se convirtió en una forma exclusiva de caza. Incluso se llegó a
practicar la cetrería durante las cruzadas. Si uno de estos animales llegaba a posarse en
territorio enemigo se podían pedir rescates astronómicos por su liberación. Alfonso X el
Sabio, llegó a recomendar la caza y la cetrería como una actividad apropiada para reyes y
nobles. Este arte comenzó a desaparecer hacia finales de la Edad Media con la aparición de
las armas de fuego

La pesca

No era una actividad de ocio propiamente dicho porque no requería grandes


esfuerzos físicos, aunque se consideraba una forma de diversión aunque más calmada. Igual
que podría ser el juego del ajedrez o disfrutar de algún suculento banquete. Nace como
forma de alimentación aunque pronto se ve en esto una fuente de comercio que empieza a
florecer. El pescado solía cortarse, secarse al sol y ahumarlo, ya que las propiedades de la
sal para la técnica de la salazón aún no eran muy conocidas.

La caza
La caza era menos un placer que una necesidad. El señor cazaba para alimentarse y
alimentar a sus hombres. Como la mayor parte del suelo era improductivo, — cubierto de
bosques y pantanos, — había poco ganado vacuno y lanar; rara vez se comía carne de vaca
o de carnero. El alimento consistía principalmente en carne de cerdo, que de este animal
había numerosas manadas en los bosques, en carne de cabrito y, en fin, la que suministraba
la caza jabalí, oso y ciervo. También se utilizaban trampas como el ciervo en celo atado a
unas ramas que con sus bramidos atraía a las hembras. Otro tipo de caza era el que tenía a
las aves de presa como protagonistas. Los halcones eran muy preciados y aquel que osase
robar uno de una percha debía soportar un cruel castigo: el animal devoraría cinco onzas de
carne roja sobre el pecho del ladrón. Para la caza era habitual utilizar el arco, especialmente
para una modalidad denominada tiro al vuelo. El cazador, montado a caballo, disparaba sus

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flechas contra las aves, siendo su criado quien le preparaba el arco. Otro tipo era la caza a
cuchillo, especialmente para los jabalíes, la pieza más preciada.

La lucha

Empiezan a propagarse como medio de diversión en las fiestas bretonas. Había unas
reglas generales, como la de no golpear al contrario por debajo de la cintura. El ganador se
paseaba por todas partes como el hombre más fuerte del mundo, hasta que era vencido en
otra lucha. Los señores mantenían mediante una serie de honorarios a sus luchadores, que
les seguían allá por donde iban y se enfrentaban con los luchadores de los invitados de su
señor para ver quien era el más fuerte.

La palma
Era un juego de pelota que se recoge en las cantigas de Alfonso X el Sabio. Se
dividía un campo en dos partes desiguales, donde una de ellas solía tener más
complicaciones de terreno que la otra. La persona que estuviera en la parte de campo más
complicada no podía cambiar al otro hasta que no hubiera obtenido dos “cazas”, es decir,
cuando enviara la pelota al sitio indicado, o cuando el adversario fallara en la recepción de
la pelota. El fin del juego era conseguir el campo bueno unos, y mantenerlo los otros. En el
siglo XIV ya empiezan a aparecer campos cubiertos con pistas destinadas a este fin. Las
pelotas estaban hechas de cuero, eran bastante duras, por tanto los jugadores debían cubrir
sus manos con guantes de piel. Hacia el 1.500 ya empiezan a usarse raquetas encordadas de
tripa.

La soule

Este juego se practicaba de distintas maneras. Se jugaba con un balón que variaba de
tamaño según los distintos países. Consistía en llevar el balón hasta otro punto del campo
contrario, hacerlo pasar entre dos palos o incluso atravesar un arco. Normalmente este juego
se organizaba con motivo de alguna fiesta patronal donde enfrentaban a miembros de un

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pueblo con el pueblo contrario o a solteros contra casados. Era un juego para el pueblo llano
aunque se tiene constancia de que nobles y reyes también lo practicaron.

El mallo
Este juego derivaría posteriormente en el cricket y el golf. Surge en el siglo XV en
Irlanda y consistía en llevar una pelota desde un punto a otro determinado dándole el
mínimo de golpes posibles con un mazo.

El tiro con arco

Ahora esta práctica podemos verla como un deporte o una forma de ocio, sin
embargo, en la Edad Media era una forma de guerrear. En el Oeste de Europa era raro ver
tiradores de arco puesto que los que lo usaban eran los peores pagados del ejército o
campesinos que eran reclutados con este fin. Esto era así porque el arco y las flechas eran
utensilios muy baratos si los comparamos con toda la armadura y espadas que necesitaría
un caballero. Los arqueros profesionales precisaban un duro entrenamiento y arcos muy
caros para ser preciosos en su tiro. Es por esta razón que los arqueros son poco frecuentes
por Europa. Si se desarrolló mucho en Asia y en el mundo islámico.

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