Está en la página 1de 6

CUANDO LA UNIVERSIDAD FUE TOMADA

La Universidad de Córdoba, entre muchas otras, fue también escenario del conflicto armado
colombiano. Lo particular es que en su caso la intervención fue literal, con manejo total de sus
recursos y de las vidas de quienes integraban el estamento académico. Todo sucedió frente a los
ojos del Estado, que nada hizo para detener la situación.

Escribe / Antonio Molina – Ilustra / Stella Maris

Rasguñar las piedras de la memoria es el ejercicio que hace el verdadero periodismo ante el reto
del olvido y la indolencia. Esa misma labor informativa que ha permitido guardar en el borrador de
la historia los hechos más gloriosos, así como la ignominia. Un periodismo que escarba para
realizar primero una fidedigna función casi notarial y, luego, para aportar elementos de análisis
que permitan comprender lo que pasó y, si es del caso, aventurar lo que pasará.

En Colombia ese ejercicio serio, de compromiso con la sociedad y su devenir, ha dado notables
frutos sin los cuales la ciudadanía no sabría hoy en realidad lo que pasó. Son ejemplo de ello los
cubrimientos sobre graves hechos recientes, tales como los desaparecidos en la retoma del Palacio
del Justicia, la llamada parapolítica que involucró a buena parte del Congreso del momento y las
miles de ejecuciones extrajudiciales de jóvenes enfrentados a un no futuro, a manos de las fuerzas
legítimas del Estado que actuaron de manera ilegítima.

Ginna Morelo, cordobesa hasta el tuétano, ha hecho desde hace más de dos décadas este ejercicio
a carta cabal. Fruto de esa disciplina han sido centenares de informes publicados en diferentes
medios de comunicación, las guías periodísticas en las que ha colaborado, sus clases universitarias
y los talleres orientados, a los que se suman libros como Tierra de sangre, memoria de las
víctimas; Córdoba, una tierra que suena y el más reciente, presentado este año, La voz de los
lápices. Testimonios de la universidad tomada, publicado con apoyo de la KAS (Konrad Adenauer
Stiftung).

De esta manera, la buena práctica periodística se impone como tarea rescatar los silencios para así
construir la memoria, al fin de cuentas el miedo y el olvido hacen parte integral de la Historia, la
modelan y trazan los límites sinuosos de los recorridos cotidianos. La Historia con mayúscula está
constituida a partir de minucias, por historias diminutas que luego, como una especie de mosaico,
integran un todo, muchas veces colorido y otras tantas plagado de matices sombríos. Allí está la
realidad, tantas veces oculta, la tarea periodística es poner los reflectores sobre ella para descubrir
sus mezquindades y alcances.

En La voz de los lápices Ginna se impone un doble ejercicio: rescatar los silencios para tejer
memoria colectiva y sanar sus propias heridas como protagonista indirecta que fue de lo vivido en
su tierra, en la Universidad de Córdoba. Para hacer la tarea se acompañó con un equipo humano
valioso, entre ellos Constanza Bruno y Alex Galván. Fueron más de 10 años de búsqueda de
información testimonial y documental, sumados al recorrido por varios países buscando a quienes
huyeron para salvar sus vidas y las de los suyos.
Como bien lo afirma Gonzalo Sánchez en la presentación, “Señalemos con todo que el silencio no
es, estrictamente hablando, supresión de la memoria, el silencio es testimonio y memoria diferida,
que se reactiva con la transformación de los contextos.”

Para complementar esta arqueología en el terreno del olvido, el libro se integra a un proyecto
digital más ambicioso, el sitio web Entre Ríos Museo (ver), que incluye archivos sonoros,
audiovisuales, línea de tiempo y unas ilustraciones alusivas. “Un lugar para recordar el silencio, la
palabra y la verdad”, como se presentan ellos mismos. Incluso, allí se puede leer el libro de
manera gratuita.

Mirar para otro lado

Los años ‘más felices’ del paramilitarismo transcurrieron desde la década del 90 del siglo pasado
hasta el 2005, sin querer decir que haya terminado en Colombia este fenómeno de sistemática
alianza entre sectores del Estado con organizaciones ilegales de ultraderecha. Sigue vigente y
todavía trunca vidas.

Nacidos como una manera de enfrentar a la guerrilla izquierdista que tenía arrinconados a
ganaderos, comerciantes, finqueros y a ciudadanos, los paramilitares contaron desde sus inicios
con la mirada cómplice o el apoyo explícito de amplios sectores de las Fuerzas Armadas y de los
organismos de inteligencia, entre muchos otros actores sociales. Por supuesto, varias de las
víctimas de las guerrillas los apoyaron también.

Así se acentuó una vez más la división del país entre dos bandos antagonistas: guerrillos (o
terroristas) y paracos. De hecho, ambos calificativos en la actualidad se usan para estigmatizar a
cualquiera que tenga un mínimo de crítica o, por lo menos, serenidad al momento de analizar cada
uno de estos bandos. Dentro de esa dinámica, muy pronto la universidad, sobre todo la pública,
fue señalada como colaboradora o cómplice silenciosa de las guerrillas. Así, en Colombia, ser
docente o estudiante de estos centros de educación superior fue y sigue siendo motivo de
sospecha para ciertos actores políticos y de la seguridad del Estado. Los paramilitares desde sus
inicios replicaron el modelo y el acoso a estos estamentos universitarios se convirtió en una línea
de acción ‘contrainsurgente’.

“Lo que se vivió en las universidades por cuenta del paramilitarismo solo se puede llamar terror
(…) En los 90 las universidades se convierten en un objetivo y hay una estrategia de las estructuras
paramilitares de tomarse las universidades ”, dijo la excomisionada de paz Marta Ruiz en un
evento sobre el conflicto armado en las universidades colombianas.

En la costa Caribe colombiana estas instituciones fueron el objetivo de todo tipo de acciones
ilegales por parte de las derechistas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), que nacieron como
Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU), integradas en parte estas últimas, de
manera paradójica, con algunos antiguos miembros de la guerrilla izquierdista del Ejército Popular
de Liberación (EPL) que se desmovilizaron a principios de los años 90 en esa región.

Fue tanto el acoso contra las universidades que varias de ellas han sido declaradas sujetos de
reparación colectiva, figura que en 2012 inauguró la Universidad de Córdoba al ser incluida en el
Registro Único de Víctimas, y que luego sumó a otras como la Universidad del Atlántico, la
Universidad del Magdalena y la Universidad Popular del Cesar.

Una universidad entre ríos

Entre Ríos era el nombre que tendría el departamento de Córdoba, pero algunas maquinaciones
derivaron en el cambio de la denominación. En Montería, su capital, muy pronto se da vida a la
Universidad de Córdoba en 1962, importante centro de formación, investigación y extensión, con
diversos programas académicos, pero en particular varios enfocados en el campo.

Aunque la guerra fue cruel para todos —lo sigue siendo— en las instituciones de educación
superior las heridas de sus espinas dejaron una cantidad innumerable de víctimas entre muchos de
sus integrantes. Unicórdoba, en particular, las sufrió todas, hasta el límite de que muy pronto, en
mayo del 2004, el representante Gustavo Petro (hoy presidente de la República) se atrevió a decir
en el Congreso que “el rector de la Universidad de Córdoba es un paramilitar”. Nadie lo desmintió.
Y no estaba desatinado, porque para esa época el poder del jefe de las AUC Salvatore Mancuso era
más que evidente, tanto que profesores y directivos debían rendir cuentas ante él en su punto de
concentración en Santa Fe de Ralito, a solo dos horas de la sede la universidad.

En Unicórdoba, 1995 fue un punto de quiebre que se estaba gestando desde mucho antes. Ese
año asesinan al profesor Francisco Aguilar Madera, afiliado a la asociación de profesores (ASPU);
luego siguen más asesinatos de estudiantes y profesores, atentados y muchas amenazas.

En La voz de los lápices se muestra la complejidad de la toma paramilitar que acosó por igual a
estudiantes, administrativos y docentes. Los asesinatos, atentados, manejo del presupuesto y las
amenazas fueron la dinámica. La respuesta ante la connivencia estatal fue el miedo convertido en
silencio de casi toda la sociedad cordobesa. Solo los más valientes se atrevieron a alzar su voz,
pero el resultado fue el exilio forzoso, ese mismo que muchos de ellos todavía mantienen, porque
contrario a la creencia popular, tanto el paramilitarismo como la guerrilla siguen marcando el
curso de la Historia colombiana.

Vivir el silencio no como indolencia, quizá mejor como una manera de blindarse ante un poder que
supera con mucho nuestra capacidad como individuos, es una forma de proteger la integridad. La
labor periodística, y Ginna lo ha hecho, es convertir ese mismo silencio en parte de un todo,
sumarlo a la memoria para traducir a las nuevas generaciones un legado de horror que permita la
reflexión y la no repetición de un pasado olvidable, pero que debe tenerse siempre presente, así
suene contradictorio. El silencio no siempre es complicidad, es una manera de sobrevivir mientras
la vorágine violenta permita el desahogo. Este libro lo ha explicado muy bien.

entreriosmuseo.co

https://entreriosmuseo.co/sala-del-tiempo

Amenazas contra Sintraunicol y varios profesores de la Universidad de Córdoba


Estefan Romero Núñez denunció que él, junto a otros profesores, fueron amenazados de muerte
mediante mensajes de textos. Varios de los profesores aparecieron amenazados en panfletos
firmados por la banda criminal de los Rastrojos. Los amenazados fueron relacionados con la
guerrilla y la subversión. Además, estos hacían parte del Comité de Impulso desde donde
trabajaban por la reparación colectiva de la Universidad.

https://prensarural.org/spip/spip.php?article25789

El caso de la Universidad Popular del Cesar (UPC) es un ejemplo magnífico de como la Historia y la
memoria son útiles en reivindicaciones del presente. Para entender porque la UPC hoy se
encuentra reconocida como sujeto de Reparación Colectiva, es importante ubicarnos en el Cesar,
departamento del Caribe colombiano, pues esto nos permitirá conocer las conflictividades que allí
se han vivido y de las la que la Universidad Pública no ha sido ajena. (20 de agosto de 2020)

“El rector de la Universidad de Córdoba es un paramilitar”. Con esta denuncia pública, hecha en
mayo de 2004, el entonces representante Gustavo Petro

“La guerra nos marcó, también nos definió. Somos tiempo, uno que reposa sus huellas tras cada
paso. El tiempo en los cuerpos estirados que fueron algún día jóvenes y sobrevivieron. El tiempo
de los que ya no están y que se hizo cenizas.”

“La violencia de los llamados grupos paramilitares viene de la relación transparente entre grupos
políticos y grupos guerrilleros. No hubiera surgido si, desde el principio de los acuerdos (de paz), se
hubiera hecho responsables a los primeros de los que hacía los segundos”, decía durante una
entrevista a El Tiempo, en 1988, el general retirado Rafael Peña Nieto, en referencia a los diálogos
que proponía el entonces presidente Virgilio Barco.

https://www.revistas.una.ac.cr/index.php/derechoshumanos/article/view/11143/14706
María Alejandra Taborda Caro

Los registros de la violencia armada dentro de este claustro del saber se registran desde el año
de 1995, año en que muere el profesor Francisco Aguilar Madera (afiliado a la asociación de
profesores, ASPU). En 1996, se presentó un atentado contra René Cabrales Sossa. Por la misma
época, fue asesinado Alberto Alzate Patiño, ambientalista y uno de los promotores de la
formación posgradual. La continuación sistemática de la violencia gesta en la sociedad
cordobesa y dentro de la universidad, por ser su expresión: "una época de terror" que dentro de
esta se traduce en asesinatos contra estudiantes, trabajadores y profesores. Porque lo
sistemático de la violencia corresponde a una estrategia, y la muerte era la condición de la
posibilidad de entonces, así prosiguió la penetración por parte de los grupos paramilitares al
claustro universitario, para ello ubicaron colaboradores al interior de todos los estamentos
(López, 2010; Valencia y Celis, 2013).
Salvatore Mancuso, exjefe paramilitar del bloque Córdoba, al entregar una de sus últimas
versiones desde Estados Unidos, describió que los paramilitares a su mando ejercieron control
absoluto de la Universidad de Córdoba. Para hacerlo debieron aliarse con gran parte de las
autoridades locales, y con la complicidad de los integrantes de esta alma máter. Sin pudor
alguno confesó, que para comienzos del año 2000 este recinto fue el objetivo de asesinatos
sistemáticos de profesores y estudiantes que pertenecían a sindicatos y asociaciones sociales,
cada uno de ellos fue señalado por las Autodefensas a través de infiltrados que constataron
cómo su actividad intelectual y académica no se desligaba de sus simpatías por la guerrilla.
Pagaba a por lo menos quince estudiantes sus estudios para que estuvieran de espías (Verdad
Abierta, 2009).
Cerca de otros 20 integrantes de la comunidad universitaria fueron asesinados por
determinación de las AUC. El 1.° de abril de 2001 fueron asesinados Eduardo Enrique
Hernández (quinto semestre de Acuicultura), Pedro Esteban Manotas Olascoaga (décimo
semestre de Ciencias Sociales), Sheila María Olascoaga Quintero, el docente James Pérez
Chimá y el estudiante becario Francisco Ayazo Gómez.
Sin duda alguna, se perpetraron crímenes de lesa humanidad, entre ellos el asesinato, en el año
2000, de la estudiante de Ciencias Sociales Marly De la Ossa Quiñónez, embarazada en su
séptimo mes de gestación. También, el atentado al docente René Cabrales Sosa, en 1996, quien
salió herido, pero las balas dieron blanco mortal en su nieta que apenas cumplía 32 meses, la
menor Alejandra Camargo Cabrales. Las víctimas, como se evidencia, se dieron en todas las
edades.
Los paramilitares en la Universidad de Córdoba, configuraron una elaborada tecnología de
control: lo primero, fue introducir una cantidad importante de agentes soplones al interior del
movimiento estudiantil y desde ahí se monitoreo las acciones del profesorado. Según lo
publicado por Verdad Abierta (2013), “el estudiante César Bedoya era quien organizaba este
frente estudiantil y escogía para los 'paras' sus víctimas que asumía como sospechosos
guerrilleros infiltrados” (p. 2). La segunda estrategia, narrada también por Verdad
Abierta (2013) fue apoderarse de la rectoría, “en el año 2000 se presentaron dos candidatos:
Víctor Hugo Hernández, avalado por Mancuso, quien resultó electo, y Hugo Iguarán Cotes,
avalado por el político liberal Juan Manuel López, quien sería asesinado con posterioridad a la
elección”(p. 2). La tercera, consistió en apoderarse de los cargos administrativos más
neurálgicos en el manejo de los dineros y del personal contratado. También, se creó una bolsa
de empleo a nombre del jefe que manejaba Eleonora Pineda y el senador Miguel de la Espriella
(Paternina, 2009; López, 2010).
Finalmente, el 18 de febrero de 2003, Salvatore Mancuso ordenó que el Consejo Superior de la
Universidad de Córdoba se reuniera en su campamento general de Tierralta, con el fin de
determinar el futuro de la universidad. Una vez captada una inmensa población estudiantil, y
también profesoral, los paramilitares trabajaron fuertemente por encontrar legitimidad y
reconocimiento por parte del pueblo.

Los silencios son construidos y finamente elaborados a partir del miedo colectivo como
detonantes paralizadores de las víctimas del terrorismo de Estado. Se instaura un
comportamiento cómplice naturalizado que resguarda los secretos de los crímenes. Estos
pactos de silencio configuran una cultura militar que no solo es castrense, sino que también es
ciudadana, porque configura unos valores, se naturalizan “voces que todos escuchan y nadie
investiga” donde (disciplina y lealtad) permanece intacta a través del tiempo.

https://www.elheraldo.co/judicial/las-decadas-oscuras-de-las-universidades-en-el-caribe-776656

También podría gustarte