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Adviento, un tiempo para dejarse encontrar por Dios

Te proponemos tomarte el tiempo de Adviento como un momento para dejarse encontrar por
Dios. Sí, es verdad, el Adviento es un camino... pero en el que sabemos que Dios ya ha dado el
primer paso y que correrá a nuestro encuentro en cuanto vea de nosotros un tímide balanceo de
nuestro cuerpo.
´Con nuestros materiales profundiza en la Palabra para salir al encuentro de la Palabra
Encarnada, de Jesús, el Verbo hecho uno de nosotros.
¡Déjate descolocar por Dios!
Tal vez algunos materiales propuestos te llamen la atención. Son dinámicas y oraciones que, en
estos años, nos han servido y sirven para, en un primer momento, captar la atención (los clásicos
hablarían de "captatio benevolentiae") y descolocar al joven y adulto y después acercarnos a la
Palabra y a la dinámica propia del tiempo de Adviento. Siéntete libre de utilizarlos y, como
decimos siempre, si los utilizas, ¡háznoslo saber! Nos gusta saber hasta dónde llega aquello
que, con gratuidad y entrega, preparamos.
EXPERIENCIA DE SILENCIO EN EL ADVIENTO
 Charo
 diciembre 16, 2022
 5:57 pm
 No hay comentarios
“Estad despiertos en todo tiempo” (Lc 21,36)
MOTIVACIÓN
Hemos venido a una experiencia de silencio, en este tiempo de Adviento. Buscamos,
necesitamos silenciarnos para escuchar la voz de Dios, acoger su presencia en nuestro interior,
recibir su Palabra, su Luz y su Amor.
Este tiempo de Adviento es favorable para: Centrar nuestra mirada en el Dios que nos ama.
Recordar que Dios es fiel a sus Promesas. Hacernos preguntas esenciales:
¿Qué Promesas he escuchado? ¿Vivo con esperanza? ¿Qué motivaciones profundas nos
mueven en la vida para caminar con esperanza en el mundo que nos ha tocado vivir?
Somos conscientes de la crisis de valores y de falta de sentido que atraviesa nuestra sociedad
nos ha hecho perder de vista el horizonte hacia el que camina la humanidad y la historia. ¿Hacia
dónde vamos? Es una pregunta que nos hacemos con frecuencia y quizá no tenemos respuesta.

Con frecuencia nos sentimos envueltos en la incertidumbre, la inseguridad, la soledad, la


precariedad, violencia, guerras, muertes, enfermedades…. Se nos nubla el horizonte y se
esconde la alegría y la esperanza.
Por eso este tiempo de Adviento es tiempo de volver a lo esencial, a escuchar las promesas
del Dios fiel a su palabra.
¿Qué nos ha prometido el Señor?
El Señor está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos. El Señor nos ama con
infinita ternura, que ha venido, viene y vendrá.
La palabra que nos regala la Iglesia en este tiempo de Adviento nos conforta y serena ante
tanto sufrimiento inexplicables, tantos problemas económicos, tensiones constantes en la
convivencia.
Éste es el reto que nos trae el Adviento. Éste es el reto de la Iglesia y de cada uno de los
cristianos: aportar un poco de luz, de esperanza y de alegría a nuestro mundo herido. Ser signo
de esperanza para la humanidad y apostar sin condiciones por el Niño hecho carne que viene en
Navidad. Él es la esperanza más firme de esta vieja humanidad. Él es el redentor, el liberador, el
pastor que cuida con amor desmedido a su pueblo y ovejas de su rebaño.
¿Cómo atender y responder al grito de tantos hermanos nuestros que sufren por diversas
causas?
Necesitamos que la Gracia de Dios nos penetre y nos transforme. Necesitamos reavivar
nuestra identidad profunda de hijos e hijas de Dios, todos hermanos, amados por Él
inmensamente. Para esto, para reavivar la llama del amor venimos a esta experiencia de
silencio.
Esta experiencia tiene 4 momentos:
1. Oración inicial en el salón
2. Momento de meditación sobre un texto del papa Francisco.
3. Adoración al Santísimo en la Capilla
4. Compartir la experiencia en el salón
Para ayudarnos a vivir esta experiencia de silencio todos tenemos que implicarnos, por eso es
necesario apagar los teléfonos, hacer el menor ruido posible, evitar hablar innecesariamente, de
esta manera cuidamos el silencio de todos y favorecemos la escucha de Dios que nos habla al
corazón.
ORACIÓN
Comenzamos escuchando el canto:
VEN, SEÑOR JESÚS, MARANATHA (3), SÍ, ¡VEN PRONTO, MARANATHA! (Harpa Dei)
Oracion-Ven-Senor-Jesua-Marana-ThaDescarga
Se canta en diversas lenguas, así nos unimos al grito universal de la humanidad que anhela la
venida constante del Salvador.
Salmo 26
El orante de este salmo nos invita a buscar apasionadamente a Dios, a confiar en el Señor, pase
lo que pase en la vida. Su palabra disipa los temores. Él es la luz de nuestros ojos y la dicha del
corazón.
¿Quién nos dará esperanza? ¿Dónde encontraremos ánimo para vivir? La palabra de Dios y el
testimonio de los hermanos nos dan luz y confianza para el camino.
Lemos todos el salmo, despacio. Después de una pausa de silencio cada uno repite en voz alta
alguna frase que le haya resonado dentro.
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?
Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.
Pausa de silencio
Escuchamos el canto: El Espíritu y la Novia dicen ¡Ven! de Jésed.
La Novia es la Iglesia, somos nosotros, Iglesia sinodal que en este tiempo de Adviento
anhelamos la venida del Señor, el agua viva que Dios nos da gratuitamente.
Canto: El Espíritu y la Novia dicen ¡Ven! (Jésed)
Mira el río de agua de vida,
brillante como el cristal.
Mira que brota del trono de Dios, y del Cordero;
y a cada lado del río crecen árboles llenos de vida.
¡Ven, Señor! ¡Ven, Señor!
¡Ven, Señor Jesús!
¡Ven, Señor! ¡Ven, Señor!
¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven Pronto!
¡Ven, Señor! ¡Ven, Señor!
¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven pronto!
¡Ven, Señor! ¡Ven, Señor!
¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven pronto!
¡Ven pronto!
El Espíritu y la Novia dicen: ¡Ven!
Y que todo el que escuche diga: ¡Ven!
Y si alguno tiene sed, que beba del agua de la vida;
que, el Señor, gratuitamente le dará.
Yo soy el alfa y soy la omega;
Yo soy el principio y fin;
mira que vengo muy pronto ya, dice el Señor.
Dichosos todos aquellos, que guardan mis palabras.
TIEMPO DE MEDITACIÓN
Ficha con el texto de Meditación del papa Francisco.
Ficha-de-MeditacionDescarga
Cada uno lo lee personalmente en silencio durante unos minutos. A continuación, escuchando la
música nos dirigimos, siempre en silencio, a la Capilla para el Momento de Adoración al
Santísimo
ADORACIÓN AL SANTÍSIMO.
Audición del canto mientras se expone el SANTÍSIMO: ME POSTRARÉ EN TU PRESENCIA
(C.Pulpón, CD: Armonía y plegaria, volumen 2, Editorial Monte Carmelo)
Durante la adoración la audición del canto: MIRÁNDOLE AMÁNDOLE (Fabiola Torrero, CD:
Acostumbrarme a TI, Editorial Monte Carmelo
Tiempo de adoración silenciosa
Rezo del Padre nuestro y Bendición del Santísimo
Canto final: NO ADORÉIS A NADIE A NADIE MÁS QUE A ÉL
COMPARTIR LA EXPERIENCIA DE SILENCIO
Canto a la Virgen
La Virgen sueña caminos, está a la espera
La Virgen sabe que el niño está muy cerca
De Nazaret a Belén hay una senda
Por ella van los que creen en las promesas
Los que soñáis y esperáis la buena nueva
Abrid las puertas al niño, que está muy cerca
El Señor, cerca está, él viene con la paz
El Señor cerca está, él trae la verdad
Equipo CIPE

Retiro de Adviento 2023

7.11.23
Retiro de Adviento
Por: M. Carmen Martín. I.S. Vita et Pax. Madrid
Palabras para el Adviento

El Señor viene. La Palabra más importante pronunciada por Dios, Jesucristo, está de camino.
Viene cada día, cada noche, cada tarde… en el momento más inesperado. Sólo la que sabe
esperar tendrá el privilegio de acogerla, hablar con ella y, sobre todo, hablar como ella. Este
Adviento nos invita a la finura, a la coherencia en nuestra palabra para que sea lo que es,
imagen y semejanza de la Palabra de Dios.
No es fácil comunicarse con otras personas; hablar, conseguir expresarse es, a la vez, una
alegría y un sufrimiento. Una alegría porque podemos formular nuestros deseos, pensamientos,
descargar una preocupación o decir a alguien que le queremos. Pero también hablar nos hace
sufrir, a veces no conseguimos alcanzar la comunicación deseada o no nos sale expresar lo que
de verdad queremos decir y, terminamos hiriendo o heridas.
A Dios tampoco le fue fácil comunicarse con los seres humanos. Primero lo hizo a través de
signos y prodigios como el arco iris que recuerda la alianza (Gn 9,12-16) o la nube signo de la
presencia de Dios (Ex 13,21-22), después a través de los profetas… Pero tanto por un lado
como por otro no dio resultado, o las gentes sentían temor ante los signos o les resultaba
molesta la palabra de los profetas. Dios no acababa de conseguir comunicarse con la
humanidad, pero no por eso dejó de intentarlo.
Este Adviento nos propone reflexionar sobre las palabras: la Palabra de Dios y la palabra
humana y cómo comunicarnos mejor.

1. La Palabra de Dios
La Palabra es el modo habitual con el que Dios se comunica con la humanidad; Palabra muy
particular que tiene características propias:
1. Palabra creadora
La primera Palabra de Dios es una Palabra creadora. La Palabra audible que procede de su boca
tiene el poder de crear todo lo que proclama. En el relato de la Creación de Génesis 1, la
expresión “dijo Dios” se usa repetidamente (Gn 1,3.6.11.14…). Las palabras pronunciadas por
Dios tienen tal poder que, cuando habla, aparece tierra seca, brotan plantas, florecen árboles
frutales y flores, surgen animales, seres humanos…y ve que todo es bueno.
Hay una fascinante palabra hebrea usada en Génesis 1 para expresar la actividad creadora de
Dios. Es la palabra bará y se usa solamente cuando Dios es el sujeto; es decir, únicamente Dios
puede bará. Y no solo creó (bará) este mundo a través de su Palabra, sino que también lo
mantiene y lo sustenta día a día a través de Ella.
1. Palabra humana
Y vino el paso definitivo: “De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el
pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado
por medio de su Hijo…” (Hb 1,1-4). Para hacernos comprensible su Palabra, Dios la adaptó
genialmente a la nuestra: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14) y así fue
como, eterna y perfecta, tomó cuerpo y vida, se hizo visible y comprensible, en la carne de un
niño, después hombre, compañero y amigo, Jesús.
Con razón podemos decir: ¡Qué bien te expresas ahora, Señor! ¡Qué bien comprendemos tu
amor, tu cercanía!
En su Hijo ha resonado definitivamente la Palabra de Dios. Él es la Palabra de Dios: “En el
principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1,1).
La Palabra toma el camino de la humanidad, se hace tierra fértil, posibilitadora de todo lo que
existe, potenciadora de la vida. El “sí” de María, abre las puertas a la humanidad compasiva de
Dios. En la noche, en el silencio, “la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14) superando toda
expectativa, toda razón. “Carne” en el lenguaje bíblico significa el ser humano en su condición
débil y mortal.
Jesús es mucho más que un simple mensajero de Dios como fueron los profetas. No solo es el
mensajero, Él mismo es el mensaje. La persona de Jesús es más que un sonido, más que un
discurso, más que un texto…; es la Palabra de Dios hecha historia y fragilidad. Toda la vida de
Jesús se convierte en palabras vivas dirigidas a la humanidad.
1. Palabra expuesta
Según el diccionario de la RAE, una de las acepciones de exponerse es ponerse a la vista, correr
riesgo, aventurarse… Y eso es lo que hace Dios en su Palabra.
Dios se expone en su primera Palabra, la creación, se pone fuera de sí mismo, sale de sí, de su
eternidad, para entrar en el tiempo y en el espacio de la existencia humana, para contar su
historia en metros y segundos, por un amor tan grande que lanza a la existencia esta maravilla
que es el universo. Un universo siempre amenazado por la ambición y la codicia humana.
Dios dice su segunda Palabra en la encarnación de su Hijo Jesús, donde se dice a sí mismo de
manera definitiva. En Jesús Dios se hace próximo, cercano, uno con el ser humano. En Jesús,
Dios se expone, se arriesga, corre peligro al presentase entre nosotras en la debilidad de una
existencia que se acerca sin ninguna fuerza armada ni institucional, sino tan sólo con la
autoridad que brota de su propia persona. Jesús es la Palabra humilde de Dios que no se impone
sino que se propone.
Reflexión: “Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1,14). Medito
agradecida los esfuerzos de Dios por comunicarse con la humanidad.
¿Pongo yo también mis mejores esfuerzos por comunicarme con las y los demás?

2. La palabra humana

Las personas poseemos la palabra, se nos ha regalado este gran don y, al igual que el ser
humano es imagen y semejanza de Dios, la palabra humana es también imagen y semejanza de
la Palabra de Dios y, de alguna manera, comparte con ella esas tres mismas características.
1. Palabra ‘creadora’
La palabra humana tiene fuerza vivificadora. Hablar a otra persona es tanto como decirle que
ella existe para mí. Es elevarla a mi nivel. Dirigir a otra mi palabra es hacerla mi interlocutora,
es promoverla, es ponerla en la categoría de prójimo.
Cuanto más alto está o es más importante aquel o aquella que nos dirige la palabra, tanto más
nos sentimos elevados a su nivel (Rey, Directora, Papa…). Por el contrario, negarle la palabra a
alguien es tanto como decirle que no existe para mí, es anularlo, dándole a entender que es
insignificante.
La palabra humana tiene fuerza transformadora. Hay palabras que nos dirigen y se quedan para
siempre dentro, en la mente y en el corazón (consejos de los padres, maestros, palabras de
amigas, compañeras…). La palabra se desliza en el interior y tiende a permanecer en la
intimidad. Se parece a una semilla que se siembra en lo profundo donde germina. En cierto
sentido cada persona somos el resultado de las palabras que hemos recibido y han permanecido
en nuestro interior.
1. Palabra ‘humana’
La palabra humana participa de la grandeza de la Palabra de Dios, pero, a la vez, es muy frágil y
tiene fuerza ambivalente. Una palabra puede ser un puente o provocar la ruptura de un vínculo.
Las palabras elevan o hunden, construyen o destruyen. Las palabras refuerzan y hacen sentir al
otro fuerte, o aumentan la fragilidad y el sentimiento de vulnerabilidad. Las palabras acercan o
alejan. También se puede traicionar con la palabra, chismorrear con la palabra, humillar con la
palabra, dividir con la palabra…
Para Dios sólo existe un tipo de Palabra, por desgracia para los seres humanos existen
diferentes:
La mentira: La experiencia dice que nos hacemos tolerantes a la mentira. Es fácil. Una vez que
nos acomodamos a la mentira, vivir con mentiras deja, aparentemente, de generarnos problemas
de conciencia. El ser humano es tendente a hacerse práctico y la mentira es algo así como “lo
menos malo” o “un mal necesario”, tanto que, desde antiguo se habló de “mentira piadosa”.
Argumento como mentir para no hacer daño, para no preocupar, para no generar conflictos, para
justificarnos…son los que ‘las personas de bien’ utilizamos en el día a día para seguir
mintiendo. Por otra parte, las mentiras repetidas una y otra vez, se convierten en un hábito y
acabamos creyendo que son la verdad o, incluso, que son la realidad.
La verdad relativa: En lo cotidiano, nos hemos acostumbrado a dejar hacer, dejar decir, como
si una capa protectora de “ella lo ve así”, o “él lo vive de tal manera”, bastara para seguir
admitiendo las verdades múltiples y sus consecuencias negativas. ¡No vale todo! Esta cuestión
de la verdad “relativa” contagia todos los ámbitos de la vida, también la nuestra.
La verdad: La verdad hace referencia a la autenticidad. La verdad es el acuerdo entre el
discurso y los hechos. Es también la coherencia que implica ser consciente del mundo interior o
exterior y comunicarlo. La verdad es la correspondencia entre lo que se piensa, se dice y se
hace.
Reflexión: “No salga de vuestra boca palabra dañosa. Sino la que sea conveniente para
edificar…” (Ef. 4,29). ¿Qué predomina más en mi vida: la mentira, la verdad relativa o la
verdad? ¿Qué necesitaría para llegar a ser, aún más, una mujer que vive en la verdad?
1. Palabra ‘expuesta’
No vivimos aisladas sino que formamos parte de un grupo o familia al que nos sentimos
pertenecer y con quien nos queremos comunicar bien. No es un grupo al que me enfrento, sino
un grupo del que hago parte, un grupo que es mi familia. Y por lo tanto no voy al margen, sino a
la par, por eso, las palabras que decimos nos exponen, de ahí que:

 Haríamos bien en utilizar palabras lo más claras y comprensibles posibles ante el otro o
la otra y, sobre todo, no decir a espaldas lo que no nos atreveríamos a decir en la cara.
También moderar las valoraciones y los calificativos que damos a la persona ausente
con la que tenemos alguna dificultad.
 Sería conveniente contar hasta diez antes de responder y no enzarzarnos en discusiones
estériles con quien sabemos que no va a cambiar. Tener ‘cintura’ para torear situaciones
que encaradas de frente no llevan sino a aumentar la crispación.
 Por otra parte, qué bueno sería quitar de nuestro vocabulario expresiones como “cada
vez que hablas, lo estropeas”, ese tipo de palabras desautorizan, generan culpa, no nos
ayudan a crecer. No sólo quitar de nuestro vocabulario sino, sobre todo, de nuestro
diálogo interior que cada una llevamos dentro. Sucede que, a veces, hemos dominado la
palabra que lanzamos, pero por dentro el menosprecio, incluso el insulto, sigue
formando parte de nuestro interior: “Esta no da para más”, “no hay manera de que
cambie”, “y tú más”, “la misma con lo mismo” … y un largo etcétera de palabras
despectivas que nublan nuestra mente y enturbian la comunicación.
 Hay palabras que nacen en el momento preciso, con la intensidad justa, que hacen bien.
Si digo: “estoy contigo, pase lo que pase”, arropo con las palabras. Las palabras cubren
la inseguridad, el miedo y manifiestan la condición de compañera fiel. Si digo “lo
siento”, reconozco que no soy todopoderosa y lamento de verdad el daño que he hecho,
muchas veces acompañado de mis palabras. Si digo “gracias”, no pretendo que sea un
gesto de formalidad, sino que cada vez que pronuncio esta palabra, atraigo hacia mí y
mi interlocutora todo el sentimiento de sincera gratitud que me desarma de orgullo, de
exigencia, de obligatoriedad. Gracias debería ser una palabra que solo fuera dicha si de
verdad se siente, no por puro formalismo. Y sería bueno decirla mucho más.
Reflexión: “Recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de
salvaros” (St. 1,21). Dios nos ofrece su mejor Palabra en este Adviento: Jesucristo, Compañero
y Amigo, y nos haría mucho bien acogerla, de nuevo, en este tiempo tan oportuno. Y, a su vez,
ofrecernos entre nosotras y a las demás personas nuestras mejores palabras. Estoy contigo, lo
siento y gracias, en su sencillez, son muy especiales, son palabras de paz y ayudan a mejorar las
relaciones en la vida cotidiana; bien pudieran ser PALABRAS para ofrecernos en este
ADVIENTO.
Durante el tiempo de Adviento se puede escoger alguna de las opciones presentadas a
continuación para vivir cada día intensamente y llegar a la Navidad con el corazón lleno de
amor por el Niño Dios.
1. Pesebre y pajas (Dar calor al Niño)
Esta actividad consiste en preparar con anticipación un pesebre (cuna) de paja para el Niño
Jesús. Pueden usarse solo las pajitas o se las puede colocar sobre una cunita de madera o
recipiente adecuado. La idea es que cuando nazca Jesús el 25 de diciembre no tenga frío y la
paja le dé el calor que necesita. Todos los miembros de la familia u hogar pueden ir colocando
una pajita por cada obra buena que se realice. Si hay niños en casa, este puede ser un excelente
medio para motivarlos a obrar bien. Cada miembro del hogar pondrá su aporte en pajitas hasta
el día del nacimiento de Cristo.
2. Vitral del Nacimiento
Es necesario una imagen impresa (o dibujada) del belén o pesebre en el que estén representados
Jesús Niño, María y José. Es importante que la imagen solo incluya los contornos de los objetos,
animales y personajes, de manera que el fondo esté en blanco. La actividad consiste en ir
pintando las distintas secciones (estas pueden ser divididas a discreción de manera similar a los
vitrales de las iglesias). Todos pueden participar: por ejemplo, los niños podrán colorear algunas
partes cada vez que realicen una obra buena; y los adultos que deseen participar pueden hacer lo
mismo añadiendo sacrificios, oraciones y ofrecimientos especiales-. La idea es tener el “vitral”
coloreado antes de la Navidad.
3. Calendario de Adviento
En esta actividad se trata de que los niños hagan ellos mismos un calendario de Adviento en
donde escriban sus propios propósitos para cumplir cada día, antes de Navidad. Si los niños
cumplen sus metas, podrán colorear o marcar la cuadrícula del día correspondiente. Para ello es
necesario que los niños revisen a diario sus propósitos. Esta actividad es un inmejorable
“calentamiento” para el corazón.
Los padres deben acompañar a los niños y guiarlos en el cumplimiento de sus metas, de manera
que aprendan a manejar tanto el éxito como el fracaso, controlar la frustración y saber ofrecerla
también. Se trata de un ejercicio pedagógico: se pueden retomar los propósitos no cumplidos o
pedir ayuda a alguien para fomentar la solidaridad. Este calendario lo podrán llevar a la Iglesia
el día de Navidad o ponerlo al pie del Belén en casa, si así lo desean.
Posibles propósitos (sugerencias):
 Ayudaré en casa en aquello que más me cueste trabajo.
 Rezaré en familia por la paz del mundo.
 Ofreceré mi día por los niños que no tienen papás ni una casa donde vivir.
 Obedeceré a mis papás y maestros con alegría.
 Compartiré mi almuerzo con una sonrisa a quien le haga falta.
 Hoy cumpliré con toda mi tarea sin quejarme.
 Ayudaré a mis hermanos en algo que necesiten.
 Ofreceré un sacrificio por los sacerdotes.
 Rezaré por el Papa.
 Daré gracias a Dios por todo lo que me ha dado.
 Llevaré a cabo un sacrificio.
 Leeré algún pasaje del Evangelio.
 Ofreceré una comunión espiritual a Jesús por los que no lo aman.
 Daré un juguete o una ropa a un niño que no lo tenga.
 No comeré entre comidas (ayuno).
 En lugar de ver la televisión ayudaré a mi mamá en lo que necesite.
 Imitaré a Jesús en su perdón cuando alguien me moleste.
 Pediré por los que tienen hambre y no comeré dulces.
 Rezaré un Avemaría para demostrarle a la Virgen cuánto la amo.
 Hoy no pelearé con mis hermanos.
 Saludaré con cariño a toda persona que me encuentre.
 Hoy pediré a la Santísima Virgen por mi país.
 Leeré el nacimiento de Jesús en el Evangelio de San Lucas (Lc 2, 1-20).
 Abriré mi corazón a Jesús para que nazca en él.
4. Los que esperaban a Cristo
En esta actividad se trata de lograr completar una lista con 24 o 28 nombres (dependiendo del
número de días del Adviento) de personajes del Antiguo y del Nuevo Testamento que esperaron
la venida del Mesías. Estos personajes se buscarán en la Biblia, se dibujarán (en papel o
cartulina) y se recortarán. En el reverso de cada personaje se pondrá su nombre y qué dijo o
hizo. Se puede utilizar como juego. Una alternativa es usar tarjetas para notas (flashcards).
Algunos personajes que se pueden incluir:
 Abraham: Dios le dijo a Abraham que su descendencia iba a ser numerosa como las
estrellas del cielo y las arenas del mar, y así fue.
 David: Dios le dijo al rey David que el Mesías iba a ser de su linaje (descendencia
familiar).
 Isaías: Dios le dijo al profeta Isaías que el Mesías iba a nacer de la Virgen (doncella de
Israel).
 Jeremías: Dios le dijo al profeta Jeremías que cuando naciera el Mesías, Él iba a dar a
los hombres un corazón nuevo para conocerlo y amarlo mucho.
 Ezequiel: Dios le dijo al profeta Ezequiel que el Mesías iba a resucitar.
 Miqueas: Dios le dijo al profeta Miqueas que en Belén iba a nacer su Hijo.
 Oseas: Dios le dijo al profeta Oseas que de Egipto iba a llamar a su Hijo.
 Zacarías: Dios le dijo al profeta Zacarías que su Hijo iba a entrar en Jerusalén montado
en un pollino (burro).
 Hombres Sabios o Reyes Magos: esperaban la venida del Salvador de los hombres.
 Los pastores: un ángel les avisó del gran acontecimiento (Jesús había nacido).
Adviento 2023 : Isaías. Figura de espera por la Salvación

La elección de las lecturas de Adviento nos ha puesto en frecuente contacto con Isaías.
Conviene reflexionar un poco sobre su personalidad.Los textos evangélicos no dicen nada de la
personalidad del profeta Isaías, pero le citan. Incluso podemos decir que, a menudo, se le
adivina presente en el pensamiento y hasta en las palabras de Cristo. Es el profeta por
excelencia del tiempo de la espera; está asombrosamente cercano, es de los nuestros, de hoy. Lo
está por su deseo de liberación, su deseo de lo absoluto de Dios; lo es en la lógica bravura de
toda su vida que es lucha y combate; lo es hasta en su arte literario, en el que nuestro siglo
vuelve a encontrar su gusto por la imagen desnuda pero fuerte hasta la crudeza. Es uno de esos
violentos a los que les es prometido por Cristo el Reino.
Todo debe ceder ante este visionario, emocionado por el esplendor futuro del Reino de Dios que
se inaugura con la venida de un Príncipe de paz y justicia. Encontramos en Isaías ese poder
tranquilo e inquebrantable del que está poseído por el Espíritu que anuncia, sin otra alternativa y
como pesándole lo que le dicta el Señor.
El profeta apenas es conocido por otra cosa que sus obras, pero éstas son tan características que
a través de ellas podemos adivinar y amar su persona. Sorprendente proximidad de esta gran
figura del siglo VIII antes de Cristo, que sentimos en medio de nosotros, cotidianamente,
dominándonos desde su altura espiritual.
Isaías vivió en una época de esplendor y prosperidad. Rara vez los reinos de Judá y Samaría
habían conocido tal optimismo y su posición política les permite ambiciosos sueños. Su
religiosidad atribuye a Dios su fortuna política y su religión espera de él nuevos éxitos. En
medio de este frágil paraíso, Isaías va a erguirse valerosamente y a cumplir con su misión:
mostrar a su pueblo la ruina que le espera por su negligencia.Perteneciente sin duda a la
aristocracia de Jerusalén, alimentado por la literatura de sus predecesores, sobre todo Amós y
Oseas, Isaías prevé como ellos, inspirado por su Dios, lo que será la historia de su país.
Superando la situación presente en la que se entremezclan cobardías y compromisos, ve el
castigo futuro que enderezará los caminos tortuosos.Lodts escribe de los profetas: "Creyendo
quizá reclamar una vuelta atrás, exigían un salto hacia adelante. Estos reaccionarios eran, al
mismo tiempo, revolucionarios". Así las cosas, Isaías fue arrebatado por el Señor "el año de la
muerte del rey Ozías", hacia el año 740, cuando estaba en el templo, con los labios purificados
por una brasa traída por un serafín (Is 6, 113). A partir de este momento, Isaías ya no se
pertenece. No porque sea un simple instrumento pasivo en las manos de Yahvé; al contrario,
todo su dinamismo va a ponerse al servicio de su Dios, convirtiéndose en su mensajero.
Mensajero terrible que anuncia el despojo de Israel al que sólo le quedará un pequeño soplo de
vida.Los comienzos de la obra de Isaías, que originarán la leyenda del buey y del asno del
pesebre, marcan su pensamiento y su papel. Yahvé lo es todo para Israel, pero Israel, más
estúpido que el buey que conoce a su dueño, ignora a su Dios (Is 1, 2-3).
La Doncella va a dar a Luz
Pero Isaías no se aislará en el papel de predicador moralizante. Y así se convierte para siempre
en el gran anunciador de la Parusía, de la venida de Yahvé. Así como Amós se había levantado
contra la sed de dominación que avivaba la brillante situación de Judá y Samaría en el siglo
VIII, Isaías predice los cataclismos que se desencadenarán en el día de Yahvé (Is 2, 1-17). Ese
día será para Israel el día del juicio.
Para Isaías, como más tarde para San Pablo y San Juan, la venida del Señor lleva consigo el
triunfo de la justicia. Por otra parte, los capítulos 7 al 11 nos van a describir al Príncipe que
gobernará en la paz y la justicia (ls 7, 10-17).
Es fundamental familiarizarse con el doble sentido de este texto. A aquel que no entre en la
realidad ambivalente que comunica, le será totalmente imposible comprender la Escritura,
incluso ciertos pasajes del Evangelio, y vivir plenamente la liturgia.
En efecto, en el evangelio del primer domingo de Adviento sobre el fin del mundo y la Parusía,
los dos significados del Adviento dejan constancia de ese fenómeno propiamente bíblico en el
que una doble realidad se significa por un mismo y único acontecimiento. El reino de Judá va a
pasar por la devastación y la ruina.
El nacimiento de Emmanuel, "Dios con nosotros", reconfortará a un reino dividido por el cisma
de diez tribus. El anuncio de este nacimiento promete, pues, a los contemporáneos de Isaías y a
los oyentes de su oráculo, la supervivencia del reino, a pesar del cisma y la devastación.
Príncipe y profeta, ese niño salvará por sí mismo a su país.
La Edad de Oro
Pero, por otra parte, la presentación literaria del oráculo y el modo de insistir Isaías en el
carácter liberador de este niño, cuyo nacimiento y juventud son dramáticos, hacen presentir que
el profeta ve en este niño la salvación del mundo. Isaías subraya en sus ulteriores profecías los
rasgos característicos del Mesías. Aquí se contenta con apuntarlos y se reserva para más tarde el
tratarlos uno a uno y modelarlos. El profeta describe así a este rey justo: (Is. 11, 1-9).
Ezequías va a subir al trono y este poema se escribe para él. Pero, ¿cómo un hombre frágil
puede reunir en sí tan eminentes cualidades? ¿No vislumbra Isaías al Mesías a través de
Ezequías? La Iglesia lo entiende así y hace leer este pasaje, sobre la llegada del justo, en los
maitines del segundo domingo de Adviento.En el capítulo segundo de su obra, hemos visto a
Isaias anunciando una Parusía que a la vez será un juicio. En el capitulo 13, describe la caída de
Babilonia tomada por Ciro. Y de nuevo, se nos invita a superar este acontecimiento histórico
para ver la venida de Yahvé en su "día". La descripción de los cataclismos que se producirán la
tomará Joel y la volveremos a encontrar en el Apocalipsis (Is 13, 9-ll).
Esta venida de Yahvé aplastará a aquel que haya querido igualarse a Dios. El Apocalipsis de
Juan tomará parecidas imágenes para describir la derrota del diablo (cap. 14).
En los maitines del 4.° domingo de Adviento, volvemos a encontrarle en el momento que
describe el advenimiento de Yahvé: "La tierra abrasada se trocará en estanque, y el país árido en
manantial de aguas" (35, 7). Se reconoce el tema de la maldición de la creación en el
Génesis.Pero vuelve Yahvé que va a reconstruir el mundo. Al mismo tiempo, Isaías profetiza la
acción curativa de Jesús que anuncia el Reino: "Los ciegos ven, los cojos andan", signo que
Juan Bautista toma de este poema de Isaías (35, 5-6).
Podríamos sintetizar toda la obra del profeta reduciéndola a dos objetivos:
 El primero, llegar a la situación presente, histórica, y remediarla luchando.
El segundo, describir un futuro mesiánico más lejano, una restauración del mundo.
Así vemos a Isaías como un enviado de su Dios al que ha visto cara a cara. El profeta no cesa de
hablar de él en cada línea de su obra. Y, sin embargo, en sus descripciones se distingue por
mostrar cómo Yahvé es el Santo y, por lo tanto, el impenetrable, el separado, Aquel que no se
deja conocer. O, más bien, se le conoce por sus obras que, ante todo, es la justicia. Para
restablecerla, Yahvé interviene continuamente en la marcha del mundo.
Adviento 2023 : Juan Bautista. Figura de preparación


Isaías está presente en Juan Bautista, como Juan Bautista está presente en aquél al que ha
preparado el camino y que dirá de él: "No ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que
Juan el Bautista".
San Lucas nos cuenta con detalle el anuncio del nacimiento de Juan (Lc 1, 5-25).
Esta extraña entrada en escena de un ser que se convertirá en uno de los más importantes jalones
de la realización de los planes divinos es muy del estilo del Antiguo Testamento. Todos los seres
vivos debían ser destruidos por el diluvio, pero Noé v los suyos fueron salvados en el arca. Isaac
nace de Sara, demasiado anciana para dar a luz. David, joven y sin técnica de combate, derriba a
Goliat.
Moisés, futuro guía del pueblo de Israel, es encontrado en una cesta (designada en hebreo con la
misma palabra que el arca) y salvado de la muerte. De esta manera, Dios quiere subrayar que Él
mismo toma la iniciativa de la salvación de su pueblo.
El anuncio del nacimiento de Juan es solemne. Se realiza en el marco litúrgico del templo.
Desde la designación del nombre del niño, "Juan", que significa "Yahvé es favorable", todo
es concreta preparación divina del instrumento que el Señor ha elegido.
Su llegada no pasará desapercibida y muchos se gozarán en su nacimiento (Lc 1, 14); se
abstendrá de vino y bebidas embriagantes, será un niño consagrado y, como lo prescribe el libro
de los Números (6, 1), no beberá vino ni licor fermentado. Juan es ya signo de su vocación de
asceta. El Espíritu habita en él desde el seno de su madre. A su vocación de asceta se une la de
guía de su pueblo (Lc 1, 17).
Precederá al Mesías, papel que Malaquías (3, 23) atribuía a Elías. Su circuncisión, hecho
característico, muestra también la elección divina: nadie en su parentela lleva el nombre de Juan
(Lc 1, 61), pero el Señor quiere que se le llame así cambiando las costumbres. El Señor es quien
le ha elegido, es él quien dirige todo y guía a su pueblo.
Benedictus Deus Israelei
El nacimiento de Juan es motivo de un admirable poema que, a la vez, es acción de gracias y
descripción del futuro papel del niño. Este poema lo canta la Iglesia cada día al final de los
Laudes reavivando su acción de gracias por la salvación que Dios le ha dado y en
reconocimiento porque Juan sigue mostrándole "el camino de la paz".
Juan Bautista es el signo de la irrupción de Dios en su pueblo. El Señor le visita, le libra, realiza
la alianza que había prometido.
El papel del precursor es muy preciso: prepara los caminos del Señor (Is 40, 3), da a su pueblo
el "conocimiento de la salvación.Todo el afán especulativo y contemplativo de Israel es conocer
la salvación, las maravillas del designio de Dios sobre su pueblo. El conocimiento de esa
salvación provoca en él la acción de gracias, la bendición, la proclamación de los beneficios de
Dios que se expresa por el "Bendito sea el Señor, Dios de Israel".
Esta es la forma tradicional de oración de acción de gracias que admira los designios de Dios.
Con estos mismos términos el servidor de Abrahán bendice a Yahvé (Gn 24, 26). Así también se
expresa Jetró, suegro de Moisés, reaccionando ante el relato admirable de lo que Yahvé había
hecho para librar a Israel de los egipcios (Ex 18, 10). La salvación es la remisión de los pecados,
obra de la misericordiosa ternura de nuestro Dios (Lc 1, 77-78).
Juan deberá, pues, anunciar un bautismo en el Espíritu para remisión de los pecados. Pero este
bautismo no tendrá sólo este efecto negativo. Será iluminación. La misericordiosa ternura de
Dios enviará al Mesías que, según dos pasajes de Isaías (9, 1 y 42, 7), recogidos por Cristo (Jn
8, 12), "iluminará a los que se hallan sentados en tinieblas y sombras de muerte" (Lc 1, 79).El
papel de Juan, "allanar el camino del Señor". El lo sabe y se designa a sí mismo, refiriéndose a
Isaías (40, 3), como la voz que clama en el desierto: "Allanad el camino del Señor". Más
positivamente todavía, deberá mostrar a aquel que está en medio de los hombres, pero que éstos
no le conocen (Jn 1, 26) y a quien llama, cuando le ve venir: "Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo" (Jn 1, 29).Juan corresponde y quiere corresponder a lo que se ha dicho y
previsto sobre él. Debe dar testimonio de la presencia del Mesías. El modo de llamarle indica ya
lo que el Mesías representa para él: es el "Cordero de Dios".
El Levítico, en el capítulo 14, describe la inmolación del cordero en expiación por la impureza
legal. Al leer este pasaje, Juan el evangelista piensa en el servidor de Yahvé, descrito por Isaías
en el capítulo 53, que lleva sobre sí los pecados de Israel. Juan Bautista, al mostrar a Cristo a
sus discípulos, le ve como la verdadera Pascua que supera la del Éxodo (12, 1) y de la que el
universo obtendrá la salvación.Toda la grandeza de Juan Bautista le viene de su humildad y
ocultamiento: "Es preciso que él crezca v que yo disminuya" (Jn 3, 30).
Todos verán la salvación de Dios
El sentido exacto de su papel, su voluntad de ocultamiento, han hecho del Bautista una figura
siempre actual a través de los siglos. No se puede hablar de él sin hablar de Cristo, pero la
Iglesia no recuerda nunca la venida de Cristo sin recordar al Precursor. No sólo el Precursor está
unido a la venida de Cristo, sino también a su obra, que anuncia: la redención del mundo y su
reconstrucción hasta la Parusía. Cada año la Iglesia nos hace actual el testimonio de Juan y de
su actitud frente a su mensaje.De este modo, Juan esta siempre presente durante la liturgia de
Adviento. En realidad, su ejemplo debe permanecer constantemente ante los ojos de la Iglesia.
La Iglesia, y cada uno de nosotros en ella, tiene como misión preparar los caminos del Señor,
anunciar la Buena Noticia. Pero recibirla exige la conversión.Entrar en contacto con Cristo
supone el desprendimiento de uno mismo. Sin esta ascesis, Cristo puede estar en medio de
nosotros sin ser reconocido (Jn l, 26).
Como Juan, la Iglesia y sus fieles tienen el deber de no hacer pantalla a la luz, sino de dar
testimonio de ella (Jn 1, 7). La esposa, la Iglesia, debe ceder el puesto al Esposo. Ella es
testimonio y debe ocultarse ante aquel a quien testimonia. Papel difícil el estar presente ante el
mundo, firmemente presente hasta el martirio. como Juan, sin impulsar una "institución" en vez
de impulsar la persona de Cristo. Papel misionero siempre difícil el de anunciar la Buena
Noticia y no una raza, una civilización, una cultura o un país: "Es preciso que él crezca v que yo
disminuya" (Jn 3, 30). Anunciar la Buena Noticia y no una determinada espiritualidad, una
determinada orden religiosa, una determinada acción católica especializada; como Juan, mostrar
a sus propios discípulos donde está para ellos el "Cordero de Dios" y no acapararlos como si
fuéramos nosotros la luz que les va a iluminar.Esta debe ser una lección siem presente y
necesaria, así como también la de la ascesis del desierto y la del recogimiento en el amor para
dar mejor testimonio.
La elocuencia del silencio en el desierto es fundamental a todo verdadero y eficaz anuncio de la
Buena Noticia. Orígenes escribe en su comentario sobre San Lucas (Lc 4): En cuanto a mí,
pienso que el misterio de Juan, todavía hoy, se realiza en el mundo". La Iglesia, en realidad,
continúa el papel del Precursor; nos muestra a Cristo, nos encamina hacia la venida del
Señor.Durante el Adviento, la gran figura del Bautista se nos presenta viva para nosotros,
hombres del siglo XX, en camino hacia el día de Cristo. El mismo Cristo, tomando el texto de
Malaquías (3,1), nos habla de Juan como "mensajero" (4); Juan se designa a sí mismo como tal.
San Lucas describe a Juan como un predicador que llama a la conversión absoluta y exige la
renovación: "Que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se
enderece, y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán
juntos". Así se expresaba Isaías (40, 5-6) en un poema tomado por Lucas para mostrar la obra de
Juan. Se trata de una renovación, de un cambio, de una conversión que reside, sobre todo, en un
esfuerzo para volver a la caridad, al amor a los otros (Lc 3, 10-14).
Lucas resume en una frase toda la actividad de Juan: "Anunciaba al pueblo la Buena Noticia"
(Lc 3, 18).
Preparar los caminos del Señor, anunciar la Buena Noticia, es el papel de Juan y el que nos
exhorta a que nosotros desempeñemos.
Hoy, este papel no es más sencillo que en los tiempos de Juan y nos incumbe a cada uno de
nosotros.
El martirio de Juan tuvo su origen en la franca honestidad con que denunció el pecado.
Juan Bautista anunció al Cordero de Dios. Fue el primero que llamó así a Cristo.
Citemos aquí el bello Prefacio introducido en nuestra liturgia para la fiesta del martirio de San
Juan Bautista, que resume admirablemente su vida y su papel:
"Porque él saltó de alegría en el vientre de su madre, al llegar el Salvador de los hombres, y su
nacimiento fue motivo de gozo para muchos. El fue escogido entre todos los profetas para
mostrar a las gentes al Cordero que quita el pecado del mundo. El bautizó en el Jordán al autor
del bautismo, y el agua viva tiene desde entonces poder de salvación para los hombres. Y él
dio, por fin, su sangre como supremo testimonio por el nombre de Cristo".
Adviento 2023 : María. Virgen de la esperanza y Madre del Salvador

La primera venida del Señor se realizó gracias a ella. Y, por ello, todas las generaciones le
llamamos Bienaventurada. Hoy, que preparamos, cada año, una nueva venida, los ojos de la
Iglesia se vuelven a ella, para aprender, con estremecimiento y humildad agradecida, cómo se
espera y cómo se prepara la venida del Emmanuel: del Dios con nosotros. Más aún, para
aprender también cómo se da al mundo el Salvador.
Sobre el papel de la Virgen María en la venida del Señor, la liturgia del Adviento ofrece dos
síntesis, en los prefacios II y IV de este tiempo:
"...Cristo Señor nuestro, a quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable
amor de Madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres. El mismo
Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al Misterio de su Nacimiento, para
encontrarnos así, cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza".
"Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos por el Misterio de la Virgen Madre. Porque, si
del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno de la Hija de Sión ha germinado aquél que
nos nutre con el pan de los ángeles, y ha brotado para todo el género humano la salvación y la
paz. La gracia que Eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María. En ella, madre de todos los
hombres, la maternidad, redimida del pecado y de la muerte, se abre al don de una vida nueva.
Así, donde había crecido el pecado, se ha desbordado tu misericordia en Cristo nuestro
Salvador. Por eso nosotros, mientras esperamos la venida de Cristo, unidos a los ángeles y a los
santos, cantamos el himno de tu gloria..."
La Virgen Inmaculada fue y sigue siendo el personaje de los personajes del Adviento: de la
venida del Señor. Por eso, cada día, durante el Adviento, se evoca, se agradece, se canta, se
glorifica y enaltece a aquella que fue la que accedió libremente a ser la madre de nuestro
Salvador "el Mesías, el Señor" (Lc 2,11).
Entresaco tres textos de los tantos que uno se encuentra en honor de la Bienaventurada Madre
de Dios, en todo este Misterio preparado y realizado. Son de la solemnidad de santa María
Madre de Dios:
"¡Qué admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de
una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad" (antífona de las
primeras Vísperas).
"La Madre ha dado a luz al Rey, cuyo nombre es eterno; la que lo ha engendrado tiene al mismo
tiempo el gozo de la maternidad y la gloria de la virginidad: un prodigio tal no se ha visto
nunca, ni se verá de nuevo. Aleluya" (antífona de Laudes).
"Por el gran amor que Dios nos tiene, nos ha mandado a su propio Hijo en semejanza de carne
de pecado: nacido de una mujer, nacido bajo la ley. Aleluya" (antífona del Magníficat primeras
Vísperas).
A partir de la segunda parte del Adviento, la preponderancia de la Madre Inmaculada es tan
grande, que ella aparece como el centro del Misterio preparado e iniciado. Así las lecturas
evangélicas del IV Domingo, en los tres ciclos, están dedicadas a María. Y en las misas propias
de los días 17 al 24, correspondientes a las antífonas de la O, todo gira alrededor de ella. Y con
razón.
"Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de María Virgen" (Tercia) - "El ángel Gabriel
saludó a María, diciendo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre las
mujeres" (Sexta) - "María dijo: ¿Qué significa este saludo? Me quedo perpleja ante estas
palabras de que daré a luz un Rey sin perder mi virginidad" (Nona).
En las vísperas del primer domingo de Adviento, la antífona del Magnificat está tomada del
evangelio de la anunciación: "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios.
Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo".
El lunes de esta primera semana, en las vísperas, la antífona del Magnificat será: "El ángel del
Señor anunció a María y concibió por obra del Espíritu Santo".
En las vísperas del jueves se canta: "Bendita tú entre las mujeres". En las vísperas del segundo
domingo de Adviento: "Dichosa tú, María, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se
cumplirá". En los laudes del miércoles hay una lectura tomada del capítulo 7 de Isaías: "Mirad:
la Virgen ha concebido y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel...". El
responsorio del viernes después de la segunda lectura del oficio, está tomado del evangelio de la
anunciación en Lc 1, 26, etc... Y podríamos continuar con una larga enumeración.
Esta enumeración interesa porque muestra cómo la presencia de la Virgen es constante en los
Oficios de Adviento, así como en el recuerdo de la primera venida de su Hijo y en la tensión de
su vuelta al final de los tiempos.
Aunque Navidad es para María la fiesta más señalada de su maternidad, el Adviento, que
prepara esta fiesta, es para ella un tiempo de elección y de particular preparación.
Adviento 2023 : El Adviento

En espera del Señor


1. Si bien el tiempo litúrgico de Adviento no comienza hasta el domingo próximo, deseo
empezar a hablaros hoy de este ciclo.
Estamos ya habituados al término «adviento»; sabemos qué significa; pero precisamente por el
hecho de estar tan familiarizados con él, quizá no llegamos a captar toda la riqueza que encierra
dicho concepto.
Adviento quiere decir «venida».
Por lo tanto, debemos preguntarnos: ¿Quién es el que viene?, y ¿para quién viene?
En seguida encontramos la respuesta a esta pregunta. Hasta los niños saben que es Jesús quien
viene para ellos y para todos los hombres. Viene una noche en Belén, nace en una gruta que se
utilizaba como establo para el ganado.
Esto lo saben los niños, lo saben también los adultos que participan de la alegría de los niños y
parece que se hacen niños ellos también la noche de Navidad. Sin embargo, muchos son los
interrogantes que se plantean. E1 hombre tiene el derecho, e incluso el deber, de preguntar para
saber. Hay asimismo quienes dudan y parecen ajenos a la verdad que encierra la Navidad,
aunque participen de su alegría.
Precisamente para esto disponemos del tiempo de Adviento, para que podamos penetrar en esta
verdad esencial del cristianismo cada año de nuevo.
Dios y el hombre
2. La verdad del cristianismo corresponde a dos realidades fundamentales que no podemos
perder nunca de vista. Las dos están estrechamente relacionadas entre sí. Y justamente este
vínculo íntimo, hasta el punto de que una realidad parece explicar la otra, es la nota
característica del cristianismo. La primera realidad se llama «Dios», y la segunda, «el hombre».
El cristianismo brota de una relación particular recíproca entre Dios y el hombre. En los últimos
tiempos —en especial durante el concilio Vaticano II— se discutía mucho sobre si dicha
relación es teocéntrica o antropocéntrica. Si seguimos considerando por separado los dos
términos de la cuestión, jamás se obtendrá una respuesta satisfactoria a esta pregunta. En efecto,
el cristianismo es antropocéntrico precisamente porque es plenamente teocéntrico; y al mismo
tiempo es teocéntrico gracias a su antropocentrismo singular.
Pero es cabalmente el misterio de la Encarnación el que explica por sí mismo esta relación.
Y justamente por esto el cristianismo no es sólo una «religión de adviento», sino el Adviento
mismo. El cristianismo vive el misterio de la venida real de Dios hacia el hombre, y de esta
realidad palpita y late constantemente. Esta es sencillamente la vida misma del cristianismo. Se
trata de una realidad profunda y sencilla a un tiempo, que resulta cercana a la comprensión y a
la sensibilidad de todos los hombres y sobre todo de quien sabe hacerse niño con ocasión de la
noche de Navidad. No en vano dijo Jesús una vez: «Si no os volviereis y os hiciereis como
niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt18, 3).
El ateísmo
3. Para comprender hasta el fondo esta doble realidad de la que cada día late y palpita el
cristianismo, hay que remontarse hasta los comienzos mismos de la Revelación o, mejor, hasta
los comienzos casi del pensamiento humano.
En los comienzos del pensar humano pueden darse concepciones diferentes; el pensar de cada
individuo tiene la propia historia en su vida, ya desde la infancia. Sin embargo, hablando del
«comienzo» no nos proponemos tratar propiamente de la historia del pensamiento. En cambio,
queremos dejar constancia de que en las bases mismas del pensar, es decir, en sus fuentes, se
encuentran el concepto de «Dios» y el concepto de «hombre». A veces están recubiertos por un
estrato de otros muchos conceptos distintos (sobre todo en la actual civilización, de
«cosificación materialista» e incluso «tecnocrática»); pero ello no significa que aquellos
conceptos no existan o no estén en la base de nuestro pensar. Incluso el sistema ateo más
elaborado sólo tiene un sentido en el caso de que se presuponga que conoce el significado de la
idea de «Theos», es decir, Dios. A este propósito, la constitución pastoral del Vaticano II nos
enseña justamente que muchas formas de ateísmo se derivan de que falta una relación adecuada
con este concepto de Dios. Por ello, dichas formas son, o al menos pueden serlo, negaciones de
algo o, más bien, de Algún otro que no corresponde al Dios verdadero.
En los comienzos de la Revelación
4. El Adviento —en cuanto tiempo litúrgico del año eclesial— nos remonta a los comienzos de
la Revelación. Y precisamente en los comienzos nos encontramos en seguida con la vinculación
fundamental de estas dos realidades: Dios y el hombre.
Tomando el primer libro de la Sagrada Escritura, esto es el Génesis, se comienza leyendo estas
palabras: Beresit bara: «Al principio creó... » . Sigue luego el nombre de Dios, que en este texto
bíblico suena «Elohim». A1 principio creó, y el que creó es Dios. Estas tres palabras constituyen
como el umbral de la Revelación. A1 principio del libro del Génesis se define a Dios no sólo
con el nombre de «Elohim»; otros pasajes de este libro utilizan también el nombre de «Yavé».
Habla de Él aún más claramente el verbo «creó». En efecto, este verbo revela a Dios, quién es
Dios. Expresa su sustancia, no tanto en sí misma cuanto en relación con el mundo, o sea con el
conjunto de las criaturas sujetas a las leyes del tiempo y del espacio. El complemento
circunstancial «al principio» señala a Dios como Aquel que es antes de este principio, Aquel que
no está limitado ni por el tiempo ni por el espacio, y que «crea», es decir, que «da comienzo» a
todo lo que no es.
Dios, lo que constituye el mundo visible e invisible (según el Génesis: el cielo y la tierra). En
este contexto, el verbo «creó» dice acerca de Dios, en primer lugar, que Él mismo existe, que es,
que É1 es la plenitud del ser, que tal plenitud se manifiesta como Omnipotencia, y que esta
Omnipotencia es a un tiempo Sabiduría y Amor. Esto es lo que nos dice de Dios la primera frase
de la Sagrada Escritura. De este modo se forma en nuestro entendimiento el concepto de
«Dios», si nos queremos referir a los comienzos de la Revelación.
Sería significativo examinar la relación en que está el concepto de «Dios», tal como lo
encontramos en los comienzos de la Revelación, con el que encontramos en la base del pensar
humano (incluso en el caso de la negación de Dios, es decir, del ateísmo). Pero hoy no nos
proponemos desarrollar este tema.
Las bases del cristianismo
5. En cambio, sí queremos hacer constar que en los comienzos de la Revelación —en el mismo
libro del Génesis—, y ya en el primer capítulo, encontramos la verdad fundamental acerca del
hombre, que Dios (Elohim) crea a su «imagen y semejanza». Leemos en él: «Díjose entonces
Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza» (Gén 1, 26), y a
continuación: «Creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho
y hembra» (Gén 1, 27).
Sobre el problema del hombre volveremos el miércoles próximo. Pero hoy debemos señalar esta
relación particular entre Dios y su imagen, es decir, el hombre.
Esta relación nos ilumina las bases mismas del cristianismo.
Nos permite además dar una respuesta fundamental a dos preguntas: primera, ¿qué significa «el
Adviento»?; y segunda, ¿por qué precisamente «el Adviento» forma parte de la sustancia misma
del cristianismo?
Estas preguntas las dejo a vuestra reflexión. Volveremos sobre ellas en nuestras meditaciones
futuras y más de una vez. La realidad del Adviento está llena de la más profunda verdad sobre
Dios y sobre el hombre.
Catequesis del Papa Juan Pablo II
29 de noviembre de 1978
Adviento 2023 : El Señor está cerca

Meditación sobre el Adviento


1. Nuestro encuentro de hoy nos brinda ocasión para la cuarta y última meditación sobre el
Adviento.
El Señor está cerca, nos lo recuerda cada día la liturgia del Adviento. Esta cercanía del Señor la
sentimos todos: tanto nosotros, sacerdotes, rezando cada día las maravillosas «antífonas
mayores» del Adviento, como todos los cristianos que tratan de preparar el corazón y la
conciencia para su venida. Sé que en este período los confesionarios de las iglesias de mi patria,
Polonia, están asediados (no menos que en Cuaresma). Pienso que ocurra también así en Italia y
dondequiera que un profundo espíritu de fe hace sentir la necesidad de abrir el alma al Señor
que está para venir. La alegría mayor de esta espera del Adviento es la que viven los niños.
Recuerdo que precisamente ellos iban deprisa, muy contentos, a las parroquias de mi patria para
las misas de la aurora (llamadas «Rorate...» por la palabra con que se abre la liturgia: Rorate
coeli, «gotead, cielos, desde arriba» (Is 45, 8). Ellos contaban día tras día los «peldaños» que
todavía quedaban en la «escalera celeste» por la que Jesús bajaría a la tierra, para poderlo
encontrar en la Nochebuena sobre el pesebre de Belén.
¡El Señor está cerca!
El pecado
2. Hace ya una semana hablábamos de este acercarse del Señor. Efectivamente, éste era el tercer
tema de las reflexiones del miércoles, elegidas para el Adviento de este año. Hemos meditado
sucesivamente, trasladándonos a los orígenes mismos de la humanidad, es decir, al libro del
Génesis, las verdades fundamentales del Adviento. Dios que crea (Elohim) y en esta creación se
revela simultáneamente a Sí mismo; el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, «refleja»
a Dios en el mundo visible creado. Estos son los temas primeros y fundamentales de nuestras
meditaciones durante el Adviento. Después, el tercer tema puede resumirse brevemente en la
palabra: «gracia», «Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de
la verdad» (1 Tim 2, 4). Dios quiere que el hombre se haga partícipe de su verdad, de su amor,
de su misterio, para que pueda participar en la vida del mismo Dios. «E1 árbol de la vida»
simboliza esta realidad ya desde las primeras páginas de la Sagrada Escritura Pero en estas
mismas páginas nos encontramos también con otro árbol: el libro del Génesis lo llama «el árbol
de la ciencia del bien y del mal» (Gén 2, 17). Para que el hombre pueda comer el fruto del árbol
de la vida, no debe tocar el fruto del árbol «de la ciencia del bien y del mal». Esta expresión
puede sonar a leyenda arcaica. Pero profundizando más en «la realidad del hombre», como nos
es dado entenderla en su historia terrena —tal como a cada uno nos habla de ella nuestra
experiencia humana interior y nuestra conciencia moral—, nos damos cuenta mejor de que no
podemos permanecer indiferentes, moviendo los hombros antes estas imágenes bíblicas
primitivas. ¡Cuánta carga de verdad existencial contienen acerca del hombre! Verdad que cada
uno de nosotros siente como propia. Ovidio, el antiguo poeta romano, pagano, ¿acaso no
ha dichode manera explícita: Video meliora proboque, deteriora sequor: «Veo lo que es mejor y
lo apruebo, pero sigo lo peor» (Metamorfosis VII 20)? Sus palabras no distan mucho de las que
más tarde escribió San Pablo: «No sé lo que hago; pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo
que aborrezco, eso hago» (Rom 7, 15). El hombre mismo, después del pecado original, está
entre «el bien y el mal».
«La realidad del hombre» —la más profunda «realidad del hombre»— parece desenvolverse
continuamente entre lo que desde el principio ha sido definido como el «árbol de la vida» y «el
árbol de la ciencia del bien y del mal». Por esto, en nuestras meditaciones sobre el Adviento,
que miran a las leyes fundamentales, a las realidades esenciales, no se puede excluir otro tema:
esto es, el que se expresa con la palabra: pecado.
La dimensión ética de la vida humana
3. Pecado. El catecismo nos dice, de manera sencilla y fácil de recordar, que es la transgresión
del mandamiento de Dios. Indudablemente el pecado es la transgresión de un principio moral,
violación de una «norma» —y sobre esto todos están de acuerdo, aun los que no quieren oír
hablar de «los mandamientos de Dios»—. También ellos están concordes en admitir que las
principales normas morales, los más elementales principios de conducta, sin los cuales no es
posible la vida y la convivencia entre los hombres, son precisamente los que nosotros
conocemos como «mandamientos de Dios» (en particular, el cuarto, el quinto, el sexto, el
séptimo y el octavo). La vida del hombre, la convivencia entre los hombres, se desarrolla en una
dimensión ética, y ésta es su característica esencial, y es también la dimensión esencial de la
cultura humana.
Querría, sin embargo, que hoy nos centráramos sobre aquel «primer pecado» que —a pesar de
cuanto se piensa comúnmente— está descrito con tanta precisión en el libro del Génesis, que
demuestra toda la profundidad de la «realidad del hombre» encerrada en él. Este pecado «nace»
al mismo tiempo «del exterior», es decir, de la tentación, y «de dentro». La tentación se expresa
con la siguientes palabras del tentador: «Sabe Dios que el día en que de él comáis se os abrirán
los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal» (Gén 3, 5). El contenido de la
tentación toca lo que el mismo Creador ha plasmado en el hombre —porque, de hecho, ha sido
creado a «semejanza de Dios», que quiere decir «igual que Dios»—. Toca también al anhelo de
conocer que hay en el hombre y al anhelo de dignidad. Sólo que lo uno y lo otro se falsifica de
tal manera, que tanto el anhelo de conocer como el de dignidad —es decir, la semejanza con
Dios—, en el hecho de la tentación, son utilizados para contraponer al hombre con Dios. El
tentador coloca al hombre contra Dios, sugiriéndole que Dios es su adversario, el cual intenta
mantener al hombre en el estado de «ignorancia»; que pretende «limitarlo» para subyugarlo. El
tentador dice: «No, no moriréis; es que sabe Dios que el día en que de él comáis se os abrirán
los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal» (según la antigua versión: «seréis
como Dios» (Gén 3, 4?5).
Es preciso meditar, más de una vez esta descripción «arcaica». No sé si aun en la Sagrada
Escritura se pueden encontrar otros muchos pasajes en los que se describa la realidad del pecado
no sólo en su forma de origen, sino también en su esencia, esto es, donde se presente la realidad
del pecado en dimensiones tan plenas y profundas, demostrando cómo el hombre haya utilizado
contra Diosprecisamente lo que en él había de Dios, lo que debía servir para acercarlo a Dios.
Viene el Señor
4. ¿Por qué hablamos hoy de todo esto? Para comprender mejor el Adviento. Adviento quiere
decir Dios que viene, porque quiere que «todos los hombres sean salvos y vengan al
conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4). Viene porque ha creado al mundo y al hombre por
amor, y con él ha establecido el orden de la gracia. Pero viene «por causa del pecado», viene «a
pesar del pecado», viene para quitar el pecado.
Por eso no nos extrañamos de que, en la noche de Navidad, no encuentre sitio en las casas de
Belén y deba nacer en un establo (en la cueva que servía de refugio a los animales).
Pero lo más importante es el hecho de que Él viene.
El adviento de cada año nos recuerda que la gracia, es decir, la voluntad de Dios para salvar
al .hombre, es más poderosa que el pecado.
Catequesis del Papa Juan Pablo II
20 de diciembre de 1978
Adviento 2023 : El Adviento: Tiempo de Espera

La palabra adventus significa venida, advenimiento. Proviene del verbo «venir». Es utilizada en
el lenguaje pagano para indicar el adventus de la divinidad: su venida periódica y su presencia
teofánica en el recinto sagrado del templo. En este sentido, la palabra adventus viene a significar
«retorno» y «aniversario». También se utiliza la expresión para designar la entrada triunfal del
emperador: Adventus divi. En el lenguaje cristiano primitivo, con la expresión adventus se hace
referencia a la última venida del Señor, a su vuelta gloriosa y definitiva. Pero en seguida, al
aparecer las fiestas de navidad y epifania, adventus sirvió para significar la venida del Señor en
la humildad de nuestra carne. De este modo la venida del Señor en Belén y su última venida se
contemplan dentro de una visión unitaria, no como dos venidas distintas, sino como una sola y
única venida, desdoblada en etapas distintas. Aun cuando la expresión haga referencia directa a
la venida del Señor, con la palabra adventus la liturgia se refiere a un tiempo de preparación que
precede a las fiestas de navidad y epifanía. Es curiosa la definición del adviento que nos ofrece
en el siglo IX Amalario de Metz: «Praeparatio adventus Domini». En este texto el autor
mantiene el doble sentido de la palabra: venida del Señor y preparación a la venida del Señor.
Esto indica que el contenido de la fiesta ha servido para designar el tiempo de preparación que
la precede.
1. Ilustración histórica
La historia de este período de tiempo es sencilla. Parece fuera de discusión el origen occidental
del adviento. A medida que las fiestas de navidad y epifanía iban cobrando, en el marco del año
litúrgico, una mayor relevancia, en esa misma medida fue configurándose como una necesidad
vital la existencia de un breve periodo de preparación que evocara, al mismo tiempo, la larga
espera mesiánica. Habría que considerar también un cierto mimetismo litúrgico que invitaría a
plasmar aquí lo que la cuaresma es a pascua. Más aún, la posible celebración del bautismo
vinculada por algunas Iglesias de occidente a epifanía, especialmente en Galia y España,
motivaría también la institución de un tiempo de preparación catecumenal. Este último hecho,
expresado aquí en términos de hipótesis, explicaría por qué el adviento aparece primeramente
en Galia y en España no como preparación a la solemnidad del 25 de diciembre, sino como
preparación a la fiesta de epifanía.
Al principio ni siquiera se llama adviento. Es un tiempo de preparación a la fiesta de epifanía
que dura tres semanas. Hay que anotar, sin embargo, que de esta primera fase original no se
encuentra ningún rastro en los libros litúrgicos más antiguos. Más aún, estas tres semanas de
preparación habría que entenderlas en el marco de la piedad y de la ascesis cristiana, al margen
de estructuras litúrgicas consolidadas y estables, bien como acompañamiento de la comunidad a
quienes se preparaban al bautismo, o bien como reacción contra los saturnales paganos, que
tenían lugar precisamente durante esos días. A finales del siglo V comienza a dibujarse en Galia
una nueva imagen del adviento. No se trata ya de tres semanas, sino de un largo período de
cuarenta días que daba comienzo a partir del día de san Martín (15 de noviembre) y se
prolongaba hasta el día de navidad. Se trataba, pues, de una verdadera «cuaresma de invierno»
o, como prefieren otros, «cuaresma de san Martín». En España, la evolución del adviento se
orienta en el mismo sentido. Los libros litúrgicos, que reflejan la liturgia hispana del siglo VII,
nos ofrecen un adviento de treinta y nueve días. Comenzaba el día de san Acisclo (17 de
noviembre) y terminaba el día de navidad'.
A pesar de las evidentes afinidades entre la cuaresma y este adviento de cuarenta días, sería un
error interpretar ambos períodos de tiempo con el mismo patrón. En ambos casos se trata de un
período de preparación. Pero en adviento la práctica penitencial del ayuno no tuvo jamás la
relevancia que tenía en cuaresma. Adviento, en esta segunda fase, venía a ser un tiempo
consagrado a una vida cristiana más intensa y más consciente, con una asistencia más asidua a
las celebraciones litúrgicas que ofrecían un marco adecuado a la piedad cristiana.
La institución del adviento no aparece en Roma hasta mediados del siglo VI. Los primeros
testimonios los encontramos en los libros litúrgicos. Precisamente en el Sacramentario
gelasiano. En una primera fase el adviento romano incluía seis domingos. Posteriormente, a
partir de san Gregorio Magno, quedará reducido a cuatro. Y así ha llegado a nosotros.
Originariamente, el adviento romano aparece como una preparación a la fiesta de navidad. En
ese sentido se expresan los textos litúrgicos más antiguos. A partir del siglo VII, sin embargo, al
convertirse la navidad en una fiesta más importante, en competencia incluso con la fiesta de
pascua, el adviento adquirirá una dimensión y un enfoque nuevos. Más que un período de
preparación, polarizado en el acontecimiento natalicio, el adviento se perfilará como un «tiempo
de espera», como una celebración solemne de la esperanza cristiana, abierta escatológicamente
hacia el adventus último y definitivo del Señor al final de los tiempos. El adviento que hoy
celebra la Iglesia ha mantenido esta doble perspectiva.
2. Espíritu y dimensión del adviento hoy
Toda la mística de la esperanza cristiana se resume y culmina en el adviento. Por otra parte,
también es cierto que la esperanza del adviento invade toda la vida del cristiano, la penetra y la
envuelve.
Hay que distinguir en el adviento una doble perspectiva: una existencial y otra cultual o
litúrgica. Ambas perspectivas no sólo no se oponen, sino que se complementan y enriquecen
mutuamente. La espera cultual, que se consuma en la celebración litúrgica de la fiesta de
navidad, se transforma en esperanza escatológica proyectada hacia la parusía final. La espera,
en última instancia, es única; porque la venida del Señor, aparentemente múltiple y fraccionada,
también es única.
Las primeras semanas del adviento subrayan el aspecto escatológico de la espera abriéndose
hacia la parusía final; en la última semana, a partir del 17 de diciembre, la liturgia del adviento
centra su atención en torno al acontecimiento histórico del nacimiento del Señor, actualizado
sacramentalmente en la fiesta.
3. Adviento y esperanza escatológica
La liturgia del adviento se abre con la monumental visión apocalíptica de los últimos tiempos.
De este modo, el adviento rebasa los límites de la pura experiencia cultual e invade la vida
entera del cristiano sumergiéndola en un clima de esperanza escatológica. El grito del Bautista:
«Preparad los caminos del Señor», adquiere una perspectiva más amplia y existencial, que se
traduce en una constante invitación a la vigilancia, porque el Señor vendrá cuando menos lo
pensemos. Como las vírgenes de la parábola, es necesario alimentar constantemente las
lámparas y estar en vela, porque el esposo se presentará de improviso. La vigilancia se realiza
en un clima de fidelidad, de espera ansiosa, de sacrificio. El grito del Apocalipsis: «¡Ven, Señor,
Jesús!», recogido también en la Didajé, resume la actitud radical del cristiano ante el retorno del
Señor.
En la medida en que nuestra conciencia de pecado es más intensa y nuestros límites e indigencia
se hacen más patentes a nuestros ojos, más ferviente es nuestra esperanza y más ansioso se
manifiesta nuestro deseo por la vuelta del Señor. Sólo en él está la salvación. Sólo él puede
librarnos de nuestra propia miseria. Al mismo tiempo, la seguridad de su venida nos llena de
alegría. Por eso la espera del adviento, y en general la esperanza cristiana, está cargada de
alegría y de confianza.
4. Adviento y compromiso histórico
La invitación del Bautista a preparar los caminos del Señor nos estimula a realizar una espera
activa y eficaz. No esperamos la parusía con los brazos cruzados. Es preciso poner en juego
todos nuestros modestos recursos para preparar la venida del Señor.
Los teólogos están hoy de acuerdo en afirmar que el esfuerzo humano por contribuir a la
construcción de un mundo mejor, más justo, más pacífico, en el que los hombres vivan como
hermanos y las riquezas de la tierra sean distribuidas con justicia, este esfuerzo —se afirma— es
una contribución esencial para que el mundo vaya madurándose y preparándose positivamente a
su transformación definitiva y total al final de los tiempos. De esta manera, la «preparación de
los caminos del Señor» se convierte para el cristiano en una urgencia constante de compromiso
temporal, de dedicación positiva y eficaz a la construcción de un mundo nuevo. La espera
escatológica y la inminencia de la parusía, en vez de ser motivo de fuga del mundo o de
alienación, deben estimularnos a un compromiso más intenso y a una integración mayor en el
trabajo humano.
El adviento nos hace desear ardientemente el retorno de Cristo. Pero la visión de nuestro mundo
injusto, marcado brutalmente por el odio y la violencia, nos revela su inmadurez para la parusia
final. Es enorme todavía el esfuerzo que los creyentes debemos desarrollar en el mundo a fin de
prepararlo y madurarlo para la parusía. Deseamos con ansiedad que el Señor venga, pero
tememos su venida porque el mundo aún no está preparado para recibirlo. El cielo nuevo y la
tierra nueva sólo se nos aparecen en una lejana perspectiva.
5. El adviento entre el acontecimiento de Cristo y la parusía
La venida de Cristo y su presencia en el mundo es ya un hecho. Cristo sigue presente en la
Iglesia y en el mundo, y prolongará su presencia hasta el final de los tiempos. ¿Por qué, pues,
esperar y ansiar su venida? Si Cristo está ya presente en medio de nosotros, ¿qué sentido tiene
esperar su venida?
Esta reflexión nos sitúa frente a una tremenda paradoja: la presencia y la ausencia de Cristo.
Cristo, al mismo tiempo, presente y ausente, posesión y herencia, actualidad de gracia y
promesa. El adviento nos sitúa, como dicen los teólogos, entre el «ya» de la encarnación y el
«todavía no» de la plenitud escatológica.
Cristo está, sí, presente en medio de nosotros; pero su presencia no es aún total ni definitiva.
Hay muchos hombres que no han oído todavía el mensaje del evangelio, que no han reconocido
a Jesucristo. El mundo no ha sido todavía reconciliado plenamente con el Padre. En germen, sí,
todo ha sido reconciliado con Dios en Cristo, pero la gracia de la reconciliación no baña todavía
todas las esferas del mundo y de la historia. Es preciso seguir ansiando la venida del Señor. Su
venida en plenitud. Hasta la reconciliación universal, al final de los tiempos, la esperanza del
adviento seguirá teniendo un sentido y podremos seguir orando: «Venga a nosotros tu reino».
Lo mismo ocurre a nivel personal. En el hondón más profundo de nuestra vida la luz de Cristo
no se ha posesionado todavía de nuestro yo más intimo; de ese yo irrepetible e irrenunciable que
sólo nos pertenece a nosotros mismos. Por eso, también desde nuestra hondura personal
debemos seguir esperando la venida plena del Señor Jesús.
6. Actualización de la venida del Señor y esperanza
Nuestra esperanza, abierta de este modo hacia las metas de la parusía final, durante los últimos
días de adviento se centra de manera especial en la fiesta de navidad. En esa celebración, en
efecto, se concentra y actualiza, a nivel de misterio sacramental, la plenitud de la venida de
Cristo: de la venida histórica, realizada ya, de la cual navidad es memoria, y de la venida última,
de la parusía, de la cual navidad es anticipación gozosa y escatológica.
Por eso nuestra espera no es una ficción provocada por cualquier sistema de autosugestión
psicológica o afectiva. Esperamos realmente la venida del Señor porque tenemos conciencia de
la realidad indiscutible de su venida y de su presencia en el marco de la celebración cultual de la
fiesta. Al nivel del misterio cultual —que es nivel de fe— se aúnan y actualizan el
acontecimiento histórico de la venida de Cristo y su futura parusía, cuya realidad plena sólo
tendrá lugar al final de los tiempos.
No solamente en navidad; en cada misa, en el «ahora» de cada celebración eucarística, se
actualiza el misterio gozoso de la venida y de la presencia salvífica del Señor entre nosotros.
Nuestra espera tiene, pues, un sentido. La explosión de gracia y de luz que tiene lugar en la
fiesta de navidad es como el punto culminante de la espera, en el que ésta se consuma y culmina
plenamente.
7. El misterio de Cristo en el tiempo: hasta que él venga
Pero la venida de Cristo, efectuada en la esfera del misterio cultual, no es plena ni definitiva. La
provisionalidad es una de sus notas características. Sólo la parusía final tendrá carácter
definitivo y total. Sólo entonces aparecerán el cielo nuevo y la tierra nueva de que habla el
Apocalipsis. Hasta entonces es preciso repetir, reiterar una y otra vez la experiencia de su venida
al nivel del misterio. Así este continuo esperar y este continuo experimentar, un año tras otro,
los efectos de su venida y de su presencia irán madurando la imagen de Cristo en nosotros.
La repetición cíclica de la experiencia cultual del adviento y de la navidad, más que la imagen
de un movimiento circular cerrado en sí mismo, donde siempre se termina en el punto cero que
constituyó el punto de partida, nos sugiere la imagen del círculo en forma de espiral donde cada
vuelta supone un mayor grado de elevación y de profundidad. Así, cada año nuestra espera es
más intensa y más ardiente, y nuestra experiencia de la venida del Señor más profunda y más
definitiva. De este modo, cada año la celebración litúrgica del adviento

Francisco: El Adviento es un tiempo de gracia para iniciar una nueva vida


En el Ángelus en la plaza de San Pedro, el Papa Francisco insta a aprovechar la ocasión de la
gracia del Adviento para ”purificarnos del sentido de superioridad, del formalismo y de la
hipocresía” y convertirnos a una vida nueva, siguiendo el camino de la humildad. "Con Jesús
siempre hay una oportunidad de volver a empezar". "¡Él nos espera y no se cansa jamás de
nosotros!"
Cecilia Mutual - Vatican News
“Para acoger a Dios no importa la destreza, sino la humildad; hay que bajar del pedestal y
sumergirse en el agua del arrepentimiento”. Fue la indicación del Papa a los miles fieles y
peregrinos congregados en la plaza de San Pedro, en su breve alocución antes de rezar la
oración del Ángelus, este segundo domingo de Adviento.
Asomado desde la ventana del Palacio Apostólico, ante una plaza adornada con el Pesebre y el
árbol de Navidad inaugurados ayer por la tarde, el Santo Padre centró su reflexión en el pasaje
del Evangelio de Mateo (Mt. 3,1-12) propuesto por la liturgia del día, que describe la figura de
Juan Bautista, “hombre alérgico a la duplicidad”.
De hecho, el texto evangélico relata que “llevaba un vestido de pelo de camello", que "su
comida era langostas y miel silvestre" (Mt 3,4) y que invitaba a todos a la conversión:
"¡Conviértanse, porque el reino de los cielos está cerca!".
Es decir, explica Francisco, “un hombre austero y radical, que a primera vista puede parecernos
incluso duro e infundir cierto temor”, y que nos lleva a preguntarnos porqué la Iglesia lo
propone cada año como principal compañero de viaje durante el tiempo de Adviento. “¿Qué se
esconde detrás de su severidad, detrás de su aparente dureza? ¿Cuál es el secreto de Juan? ¿Cuál
es el mensaje que la Iglesia nos da hoy con Juan?
En realidad, el Bautista, más que un hombre duro, es un hombre alérgico a la duplicidad. Por
ejemplo, cuando fariseos y saduceos, conocidos por su hipocresía, se acercan a él, ¡su
"reacción alérgica" es muy fuerte!
Algunos de ellos, de hecho, - precisa el Papa - probablemente acudían a él por curiosidad o por
oportunismo, porque Juan se había hecho muy popular. Ellos se sentían satisfechos “y ante la
llamada apremiante del Bautista, se justificaban diciendo: ‘Abraham es nuestro padre’”.
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El grito de amor del Bautista para volver a Dios
“Así, entre duplicidad y presunción, no aprovecharon la ocasión de la gracia, la oportunidad de
comenzar una nueva vida: estaban encerrados en la presunción de ser justos”, comenta el Santo
Padre. Por eso Juan les dice: “¡Muestren los frutos de una sincera conversión!". Se trata de “un
grito de amor como el de un padre que ve a su hijo arruinarse y le dice: ‘¡No desperdicies tu
vida!’”.
De hecho, la hipocresía es el peligro más grave, porque puede arruinar incluso las realidades
más sagradas.
Por eso el Bautista -como luego también Jesús- es duro con los hipócritas, para sacudirlos,
afirma el Santo Padre. En cambio, los que se sentían pecadores "acudían a él, confesaban sus
pecados y Él los bautizaba en el Jordán".
Es así: para acoger a Dios no importa la destreza, sino la humildad; hay que bajar del pedestal
y sumergirse en el agua del arrepentimiento.
Quitarnos las máscaras y reconocer nuestros pecados
El Pontífice evidencia entonces que Juan con sus "reacciones alérgicas", nos hace reflexionar y
preguntarnos si no somos también nosotros, a veces, un poco como esos fariseos: “Tal vez
miramos a los demás por encima del hombro, pensando que somos mejores que ellos, que
tenemos nuestra vida en nuestras manos, que no necesitamos cada día de Dios, de la Iglesia, de
nuestros hermanos, y olvidamos que solamente en un caso es lícito mirar a otro de arriba para
abajo: cuando es necesario ayudarlo a levantarse”.
“El Adviento es un tiempo de gracia para quitarnos las máscaras - que cada uno tiene- y
ponernos en fila con los humildes; para liberarnos de la presunción de creernos
autosuficientes, para ir a confesar nuestros pecados, aquellos escondidos, y recibir el perdón de
Dios, para pedir perdón a los que hemos ofendido. Así comienza una nueva vida”
Seguir el camino de la humildad
Y para iniciar una nueva vida, el camino es uno solo, el de la “humildad”:
Purificarnos del sentido de superioridad, del formalismo y de la hipocresía, para ver en los
demás a los hermanos y las hermanas, pecadores como nosotros, y en Jesús ver al Salvador que
viene por nosotros, tal como somos, con nuestras pobrezas, miserias y defectos, sobre todo con
nuestra necesidad de ser levantados, perdonados y salvados.
Con Jesús siempre podemos volver a empezar
Concluyendo su reflexión, el Papa invita a recordar una cosa más:
Con Jesús siempre hay una oportunidad de volver a empezar. Nunca es demasiado tarde, existe
siempre la posibilidad de recomenzar, ¡Tengan coraje! Él está cerca de nosotros y este es un
tiempo de conversión. Él nos espera y no se cansa jamás de nosotros. Escuchemos el llamado
de Juan Bautista a volver a Dios y no dejemos pasar este Adviento como los días del calendario
porque este es un tiempo de gracia, de gracia también para nosotros, ahora, aquí.
“Que María, la humilde sierva del Señor, nos ayude a encontrarnos con Él, Jesús, y con nuestros
hermanos en el camino de la humildad” es la oración final del Pontífice.

1. El pesebre representa la ternura de Dios


“Les invito a detenerse ante el pesebre, porque allí nos habla la ternura de Dios”. (22.12.2015).
2. Jesús nos dedicó toda su vida
“Jesús ha venido para compartir nuestra vida, para acoger nuestros deseos. Porque ha querido, y
sigue queriendo, vivir aquí, junto a nosotros y por nosotros”. (22.12.2015).
3. El amor de la Navidad no se impone por la fuerza
“El pesebre nos dice que Él nunca se impone con la fuerza”.(22.12.2015).
4. La Navidad es luz, es un camino, más allá de algo emotivo y los regalos
La Navidad “no se trata sólo de algo emotivo, sentimental; nos conmueve porque dice la
realidad de lo que somos: somos un pueblo en camino, y a nuestro alrededor –y también dentro
de nosotros– hay tinieblas y luces”. (24.12.2013).
5. En esta noche, hay salvación para todos los hombres
“Jesús es el Amor hecho carne. No es solamente un maestro de sabiduría, no es un ideal al que
tendemos y del que nos sabemos por fuerza distantes, es el sentido de la vida y de la historia que
ha puesto su tienda entre nosotros” (24.12.2013).
6. Los últimos, los humildes, como los pastores, recibieron al niño
“Los pastores fueron los primeros que vieron esta “tienda”, que recibieron el anuncio del
nacimiento de Jesús. Fueron los primeros porque eran de los últimos, de los marginados”.
(24.12.2013).
7. No hay lugar para el miedo. La Navidad es amor renovado que vence siempre
“El Señor nos dice una vez más: “No temáis” (Lc 2,10). Como dijeron los ángeles a los
pastores: “No teman”. Y también yo les repito a todos: “No teman”. (24.12.2013)
8. Vivir la Navidad acogiendo los problemas de quien está a nuestro lado
¿Tenemos el coraje de acoger con ternura las situaciones difíciles y los problemas de quien está
a nuestro lado? ¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de hoy!” (24.12.2014)
9. ¿Cómo acogemos la ternura de Dios?
“Esta es la pregunta que el Niño nos hace con su sola presencia: ¿permito a Dios que me
quiera?” (24.12.2014)
10. Bondad, mansedumbre por una Navidad autentica
“La vida tiene que ser vivida con bondad, con mansedumbre. Cuando nos damos cuenta de que
Dios está enamorado de nuestra pequeñez, que él mismo se hace pequeño para propiciar el
encuentro con nosotros, no podemos no abrirle nuestro corazón”. (24.12.2014)
Caminar hacia Belén
Publicado en la Revista Lubarri (Diciembre 2012). APA Karmelo Ikastetxea (Donostia)
“Voy a ayudarte, Dios mío, a no apagarte en mí, pero no puedo garantizarte nada por
adelantado. Sin embargo hay una cosa que se me presenta cada vez con mayor claridad: no
eres tú quien puede ayudarnos, sino nosotros quienes podemos ayudarte a ti y, al hacerlo,
ayudarnos a nosotros mismos. Eso es todo lo que podemos salvar en esta época, y también lo
único que cuenta: un poco de ti en nosotros, Dios mío. Quizá también nosotros podamos
sacarte a ti a la luz en los corazones devastados de los otros”
Etty Hillesum

Etty Hillesum es una mujer judía de 27 años que escribió este pensamiento en su diario un año
antes de ser deportada a Auschwitz donde murió.
Desde estos sentimientos quiero invitaros a caminar este año hacia el Portal de Belén, con
mula o sin mula ¡menudo revuelo se ha preparado este año ante la Navidad a cuenta de la mula
y el buey de la cueva de Belén! Queremos caminar hacia la presencia de Dios que se hace
hombre por amor y que quiere llenar nuestro corazón de paz para contagiarla, con mula o sin
mula.
¿Quieres caminar a Belén? Para caminar hacia Belén lo primero será preguntarnos qué tiene
que cambiar en mi vida para poder emprender este peregrinaje. Nada de medias tintas: ¿Quiero
o no quiero acercarme hasta Él?
He tomado mi decisión: voy a emprender el camino, así que voy a prepararme. Si me pongo a
caminar con tantas cosas, no podré llegar muy lejos, el peso aminorará mis pasos y agrandará
mi cansancio, el camino me parecerá largo e imposible y corro el riesgo de renunciar a mi gran
decisión: voy hacia Belén.
¿Qué me sobra? ¿Qué me está estorbando en mi vida que me impide descubrir la grandeza de la
vida que tengo, el regalo de Dios en cada amanecer?
Tomate un tiempo, ponte ante él, pídele que te ayude a despegarte de todo lo que te estorba, y
descubre y agradece el regalo de tu vida.
Belén no es solo un lugar geográfico. Belén es, ser persona. Las prisas, los problemas, las
heridas,… van haciendo aflorar en cada uno su lado más oscuro, ese que menos nos gusta. Para
hacer nuestro viaje necesitamos preguntarnos por ese asunto personal que hay en lo más
profundo de nosotros mismos, el que nos hace vivir como lo que somos: Hijos muy amados de
Dios. ¿Has caído en la cuenta de cuantas veces te has sentido feliz al lado de esa persona que
quieres, que significa tanto en tu vida? ¿Cuántas personas te han hecho sentir así? Cada uno es
para el otro un regalo porque estamos llamados a vivir juntos, a respetarnos y a querernos desde
el amor personal que Dios nos tiene a cada uno.
Si lo pensamos bien, no es tan difícil ser ese regalo para el otro. Deja crecer en tu corazón
actitudes de perdón, de acogida, de comprensión, saluda siempre con una sonrisa, pero sobre
todo: saluda.
Hacemos un alto en nuestro camino para dar gracias a Dios por las personas que se han
cruzado en nuestra vida. Unas lo habrán hecho por un corto espacio de tiempo y otras
forman parte del paisaje de cada día, pero todas ellas han dejado su huella en nuestras vidas
y nos han ayudado a ser lo que somos.
Ser persona, es ser de este mundo.Belén nos invita a abrir nuestras fronteras personales, esas
que no sabemos bien como hemos ido construyendo. Camino de Belén, sintiendo el peso de mis
pasos cansados, del barro que se pega a mis sandalias, del polvo que va ensuciando mi ropa, me
pregunto ¿qué es lo que le pasa al mundo?, ¿qué es lo que le lleva a tanta corrupción, guerra,
desastres?
¿Cómo te sientes indignado o dignado? Tienes derecho a sentirte de una u otra manera.
Yo prefiero sentirme dignado, aunque a veces tengo que luchar por hacer brotar ese sentimiento
en mí. Prefiero sentirme dignado, llamado a ahorrar problemas, que estos ya brotan como las
setas en tiempo de lluvias seguidas por un sol esperanzador. Prefiero sentirme llamado a ofrecer
y construir soluciones, a ser de los emprendedores en nombre del Evangelio, de los que
escucharon la Buena Noticia y quieren hacerla posible, de los locos que siguieron y siguen a
Jesús de Nazaret, su mensaje, conscientes o inconscientemente, porque “el que no está contra
nosotros, está con nosotros”. Prefiero ser de las personas que contagian optimismo, realista,
pero optimismo.
¿Y tú, hoy, a qué te apuntas? No lo dejes en el aire. Concretiza. No hacen falta grandes
heroicidades, porque como decía un anuncio publicitario “El total es lo que importa” y si te
apuntas ¡ya somos uno más!.
Ser en este mundo es usar el corazón. En esta altura del camino creo que ya has adivinado lo
importante que es usar el corazón, amar, amar sin medida, amar a los que nos quieren, y también
a los que no nos tienen en cuenta, incluso a los que no nos quieren, y todavía más allá: “Amad a
vuestros enemigos”.
Espera un momento. Mírate hacia adentro. ¿Qué cosas tocan tu corazón? ¿Cuáles son tus
riquezas? ¿Qué es lo más importante en tu vida? ¿Qué ocupa más espacio en tu corazón las
cosas o las personas?
Usar el corazón es recibirle. Estamos llegando a Belén. Abre los ojos y descubre que es Belén
quien está llegando a ti. Has hecho el camino y es Él quien desciende hasta ti, quien llama a tu
puerta: “Escuchad pastores una gran noticia”.
Abre tu puerta si al emprender el camino, por la costumbre, tuviste la previsión de dejar tu casa
“bien cerrada”.
Abre la puerta porque es Dios quien está llamando y Él no la va a forzar. La puerta de tu vida se
abre desde dentro. Sólo tú tienes la capacidad y el derecho de abrirla.
Está a la puerta, espera que le abras y tú lo intuyes. Y antes de decidirte a abrir, a invitarle a
pasar, echas una ojeada a tu casa ¿está preparada para recibir visitas? Hay algunas cosas
esparcidas por el medio del salón, en algunos rincones se ha acumulado el polvo, ayer no baje la
basura, ni los cartones al reciclaje. Está cerca, lo intuyo, pero todavía tengo tiempo. Quiero que
se encuentre: ¡en su casa!.
Son esas pequeñas cosas de cada día, ese criticar sin caridad, ese encerrarme en mi misma,
ese dejar el trabajo duro para el otro,…
Nunca lo hubieras imaginado:
DIOS HA NACIDO EN TI, HA HECHO DE TU VIDA, DE TU CASA,
LA CUEVA DE BELÉN.
VUELA TAN ALTO COMO PUEDAS
Dios, ya hemos dicho, es muy respetuoso, así que esto sólo sucederá si tu quieres. Como a
Zaqueo te dice: Hoy, quiero hospedarme en tu casa. Puede parecer una barbaridad pero
“DIOS NECESITA DE TI”
Mª Victoria Alonso Domínguez , CM
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Bienaventuranzas del Adviento
De Miguel Ángel Mesa

Felices quienes siguen confiando, a pesar de las muchas circunstancias adversas de la vida.
Felices quienes tratan de allanar todos los senderos: odios, marginaciones, discordias,
enfrentamientos, injusticias.
Felices quienes bajan de sus cielos particulares para ofrecer esperanza y anticipar el futuro, con
una sonrisa en los labios y con mucha ternura en el corazón.
Felices quienes aguardan, contemplan, escuchan, están pendientes de recibir una señal, y
cuando llega el momento decisivo, dicen: sí, quiero, adelante, sea, en marcha…
Felices quienes denuncian y anuncian con su propia vida y no sólo con meras palabras.
Felices quienes rellenan los baches, abren caminos, abajan las cimas, para que la existencia sea
para todos más humana.
Felices quienes acarician la rosa, acercan la primavera, regalan su amistad y reparten ilusión a
manos llenas con su ejemplo y sus obras.
Felices quienes cantan al levantarse, quienes proclaman que siempre hay un camino abierto a la
esperanza, diciendo: “No tengáis miedo, estad alegres. Dios es como una madre, como un padre
bueno que no castiga nunca, sino que nos acompaña y nos alienta, pues únicamente desea
nuestra alegría y nuestra felicidad”.
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Genéricos
De Dolores Aleixander rscj publicado en Alandar (Diciembre 2012)

GENÉRICOS
Voy a decir lo que sigue en voz baja y a escribirlo con lápiz y letra pequeña para que quede
entre nosotros: me parece que Dios es un genérico. Voy a repetirlo de otra manera aún más
discreta para evitar posibles represalias mafiosas de alguna multinacional farmacéutica: Dios ha
elegido estar entre nosotros en formato de genérico. En vez de incorporar el principio activo y
la biodisponibilidad de su presencia a alguna corporación reconocida y poderosa (fariseos,
sacerdotes o escribas que eran entonces las Bayer, Merck o Roche de hoy), prescindió de la
protección de sus patentes y, para estar al alcance de todo el mundo, corrió el riesgo de
comercializarse a precio ínfimo y con margen cero de beneficio. (Si a alguien le escandaliza
esto de la comercialización, le recuerdo aquella antiquísima antífona de la liturgia navideña que
llama a la encarnación admirabile commercium entre Dios y nosotros).
Hoy resulta decisivo el lanzamiento promocional de lo que sea: un medicamento, un famoso,
una película o un libro y de cómo se haga esa campaña dependerá la clave de su éxito y su
prestigio futuro. Se supone que para promocionar el “evento Jesús” habría que cuidar al
máximo las estrategias: cuál iba a ser la población diana, qué emociones despertar, qué sueños
poner en marcha, cómo presentar sus rasgos más seductores y lo más impactante de su mensaje.
Al evangelista Lucas le tocó hacer de cronista de la campaña y dada la rareza de las cosas que
pasaron, va preparando poco a poco a los lectores para que no se le desquicien: presenta
primero al venerable Zacarías con todos los atributos y cachiperres de la más rancia estirpe: de
casta sacerdotal, residente en Jerusalén, con su barba y su incensario y oficiando solemnemente
en el templo. A continuación aparece María, genérica total, diminuta e insignificante: joven,
pueblerina y domiciliada en una aldea perdida de Galilea, comarca cuajada de indignados y de
rebeldes anti-sistema. Pero, mira por dónde, es ella y no el honorable Zacarías la inundada de
gracia y la elegida para vivir a la sombra del Espíritu; es ella la primera en escuchar el nombre
de Jesús y la invitada a presenciar y participar en la primera mañana de la nueva creación. Ya
empiezan a descolocarse las cosas para nuestros ordenados criterios.
Luego llegó la “operación lanzamiento” del Dios-con-nosotros. Qué desatinado y
desconcertante resultó su diseño: por qué Belén, por qué un pesebre en una cuadra; por qué en
medio de la oscuridad y el anonimato de la noche. Por qué en la peor franja horaria en vez de en
el cenit resplandeciente del mediodía y la audiencia; por qué en el extrarradio y no en
Eurovegas o en el World Trade Center de Jerusalén. Por qué recibieron su anuncio unos
indocumentados y no la gente con glamour, la clase docta, religiosa, pudiente y refinada, capaz
de influir en el vulgo. Sin consultar al G8, ni a los lobbies de poder, al FMI o al Banco
Mundial. Sin hacer un cálculo del daño irreparable que iba a sufrir la marca Emmanuel y de sus
consecuencias en la reacción de los mercados.
Aquella noche fue un “especial genéricos”, destinado a los que nunca verán su foto en el
Huffington Post o en la revista Forbes; a los que nunca se sentirán aludidos al leer: “Marca la
diferencia. Haz un master”, o “Acostúmbrate a sentirte único”, porque su destino no es ser ni
diferentes ni únicos, sino rellenar estadísticas: el 25% en situación de riesgo, el tercio que no
llega a fin de mes, los amenazados por desahucio o que ya han perdido la tarjeta sanitaria.
Los signos de la gloria del Emmanuel serán también para ellos: apiñados en torno a Jesús le
escucharán proclamarlos “dichosos”, probarán el mejor de los vinos en una boda de pueblo, se
sentarán en la hierba y comerán sardinas y pan hasta saciarse.
Estaba con ellos el que no había retenido ávidamente su denominación divina de origen, el que
se había despojado de todo prestigio, el que había elegido estar entre nosotros como uno de
tantos, como el último del ranking. Y por eso recibióel Nombre sobre todo nombre y la Marca
sobre toda marca.
91 5531804 cmsecreuropa@gmail.com

 CONÓCENOS
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 CASAS

 MISIÓN
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 FCO. PALAU Y QUER


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Orando la Liturgia | Adviento Ciclo B | Todas | Recursos para orar | Rincón de la Oración
mayo 6, 2022
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Adviento (Ciclo B)
I Domingo de Adviento (Ciclo B)
Del Evangelio de San Marcos 13, 33-37
¡VELAD!

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:


– Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su
tarea, encargando al portero que velara.
Velad, entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a
medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os
encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!

Lectura orante del Evangelio en clave teresiana


“Todo lo que tiene fin, aunque dure, se acaba… Abrid por amor de Dios los
ojos” (Fundaciones 10,9.11).
Vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Dios es el que nos espera. Tiene tiempo y promesas para nosotros. Su amor es más fuerte que
nuestros agobios y preocupaciones, su presencia se muestra fiel en nuestras ausencias y olvidos.
Esta es la experiencia esperanzada que canta Teresa de Jesús: “Sea bendito por siempre, que
tanto me esperó” (V pról 2). Saber que Dios nos espera, nos abre los ojos para vivir alerta y
perseverar confiados: “Oh cristianos! Despertemos ya, por amor del Señor de este sueño” (Cp
4,8). Saber que Dios viene a nosotros, reaviva nuestro deseo de ir a su encuentro. El Espíritu nos
enseña a vivir en esperanza de Dios. “Alma mía, espera” (E 15,3).
Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa… encargando al potero que
velara.
Velar es cuidar la casa y nada la cuida mejor que la oración interior, la atención amorosa a quien
vive en nosotros. Su presencia en nosotros es el mayor don. “Si no conocemos que recibimos,
no despertamos a amar” (V 10,4). Pero como nuestra condición es olvidadiza y nos perdemos en
tantas cosas que nos quitan la vida, necesitamos juntarnos con amigos verdaderos, los que
alientan nuestra esperanza y nos despiertan a amar. “Aláboos muy mucho, porque despertáis a
tantos que nos despierten” (V 13,21). “Pues velad, velad, no os roben lo que tenéis… Pues
habiendo así velado, con el Esposo entraréis” (P 25).
Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa.
Nuestra interioridad es la casa de Dios. Para Él hemos nacido, -“tan alta vida espero”-. ¿Cómo
viviremos conscientes de este don? ¿Cómo caminaremos alerta en la fe y alegres en la
esperanza? “Pues, buen Maestro nuestro, dadnos algún remedio cómo vivir sin mucho
sobresalto en guerra tan peligrosa” (C 40,1). El castillo fuerte, que encuentra Teresa de Jesús, es
el amor, el amarnos unos a otros. La vigilancia no tiene que ver con el encogimiento, sino con la
libertad para amar. “Quienes de veras aman a Dios,todo lo bueno aman, todo lo bueno quieren,
todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y
defienden; no aman sino verdades y cosa que sea digna de amar“(C 40,3).
¡Velad!
Otra manera de velar es cultivar el don del temor. “El Espíritu Santo le dé su santo temor,
amén” (Ct 17,1). El temor nada tiene que ver con el miedo ni con los falsos temores que
encogen el alma y la incapacitan para todo lo bueno. ”Procurad caminar con amor y temor” (CE
69,1), dice Teresa de Jesús. “El amor nos hará apresurar los pasos; el temor nos hará ir mirando
adónde ponemos los pies para no caer por camino adonde hay tanto que tropezar” (C 40,1). El
temor de Dios es valentía. “Importa mucho y el todo una grande y muy determinada
determinación de no parar hasta llegar” (C 21,2). Adviento es “atención a lo interior”, tiempo
para cuidar la vida como espacio donde Dios se hace carne, casa de compasión y de ternura.
Adviento es caer en la cuenta de que ”este Señor mío jamás se descuida de mí” (V
49,19). “Pensar la gloria que esperamos, muévenos a gozo” (V 12,1).
Equipo CIPE

UNA IGLESIA DESPIERTA


Las primeras generaciones cristianas vivieron obsesionadas por la pronta venida de Jesús. El
resucitado no podía tardar. Vivían tan atraídos por él que querían encontrarse de nuevo cuanto
antes. Los problemas empezaron cuando vieron que el tiempo pasaba y la venida del Señor se
demoraba.
Pronto se dieron cuenta de que esta tardanza encerraba un peligro mortal. Se podía apagar el
primer ardor. Con el tiempo, aquellas pequeñas comunidades podían caer poco a poco en la
indiferencia y el olvido. Les preocupaba una cosa: «Que, al llegar Cristo, nos encuentre
dormidos».
La vigilancia se convirtió en la palabra clave. Los evangelios la repiten
constantemente: «vigilad», «estad alerta», «vivid despiertos». Según Marcos, la orden de Jesús
no es solo para los discípulos que le están escuchando. «Lo que os digo a vosotros lo digo a
todos: Velad». No es una llamada más. La orden es para todos sus seguidores de todos los
tiempos.
Han pasado veinte siglos de cristianismo. ¿Qué ha sido de esta orden de Jesús? ¿Cómo vivimos
los cristianos de hoy? ¿Seguimos despiertos? ¿Se mantiene viva nuestra fe o se ha ido apagando
en la indiferencia y la mediocridad?
¿No vemos que la Iglesia necesita un corazón nuevo? ¿No sentimos la necesidad de sacudirnos
la apatía y el autoengaño? ¿No vamos a despertar lo mejor que hay en la Iglesia? ¿No vamos a
reavivar esa fe humilde y limpia de tantos creyentes sencillos?
¿No hemos de recuperar el rostro vivo de Jesús, que atrae, llama, interpela y despierta? ¿Cómo
podemos seguir hablando, escribiendo y discutiendo tanto de Cristo, sin que su persona nos
enamore y trasforme un poco más? ¿No nos damos cuenta de que una Iglesia “dormida” a la que
Jesucristo no seduce ni toca el corazón, es una Iglesia sin futuro, que se irá apagando y
envejeciendo por falta de vida?
¿No sentimos la necesidad de despertar e intensificar nuestra relación con él? ¿Quién como él
puede liberar nuestro cristianismo de la inmovilidad, de la inercia, del peso del pasado, de la
falta de creatividad? ¿Quién podrá contagiarnos su alegría? ¿Quién nos dará su fuerza creadora
y su vitalidad?
José Antonio Pagola
NO HAY QUE ESPERAR NADA SINO DESCUBRIR LO QUE YA TENEMOS
Estamos en el día de Año Nuevo de la liturgia. Comenzamos con el Adviento, que no es
solamente un tiempo litúrgico, sino toda una filosofía de vida. Se trata de una actitud vital que
tiene que atravesar toda nuestra existencia. No habremos entendido el mensaje de Jesús, si no
nos obliga a vivir en constante Adviento. Lo importante no es recordar la primera venida de
Jesús; eso es solo el pretexto para descubrir que ya está aquí. Mucho menos prepararnos para la
última, que solo es una gran metáfora (mitología). Lo verdaderamente importante es descubrir
que está viniendo en este instante.
Todo el AT está atravesado por la promesa y por la espera. Durante dieciocho siglos, el pueblo
judío ha vivido esperando que Dios cumpliera sus promesas. Dios les va prometiendo lo que
ellos, en cada momento más ansían. A Abrahán, descendencia; a los esclavos en Egipto,
libertad; a los hambrientos en el desierto, una tierra que mana leche y miel; cuando han
conquistado Canaán, una nación fuerte y poderosa; cuando están en el Exilio, volver a su tierra;
cuando destruyen el templo, reconstruirlo; etc., etc. En el AT siempre les promete cosas terrenas
porque es lo único que ellos esperan. Jesús promete algo muy distinto. «He venido para que
tengan vida y la tengan abundante.»
Esta trayectoria del pueblo judío debería hacernos reflexionar. ¿Se trata de un Dios que durante
dieciocho siglos les puso la zanahoria delante de las narices o el palo en el trasero, para hacerles
caminar según su voluntad? Sería ridículo. Dios nunca hace promesas para el futuro, porque ni
tiene nada que dar ni tiene futuro. Las promesas de Dios, son hechas por los profetas, como una
estratagema para ayudar al pueblo a soportar momentos de adversidad, que ellos interpretaban
como castigo por sus pecados. Nada de los que anunciaron los profetas, se cumplió en Jesús.
Gracias a Dios, porque todos los textos están encaminados hacia una salvación de seguridades
materiales. Pero podemos entender aquellas imágenes como metáforas de la verdadera
salvación.
La clave del relato evangélico está en la actitud de los criados. Nos quiere decir que Dios está
siempre viniendo. Él es el que viene. La humanidad vive un constante adviento, pero no por
culpa de un Dios cicatero que se complace en hacer rabiar a la gente obligándole a infinitas
esperas antes de darle lo que ansía. Estamos todavía en Adviento, porque estamos dormidos o
soñando con logros superficiales, y no hemos afrontado con la debida seriedad la existencia.
Todo lo que espero de fuera, lo tengo ya dentro.
Vigilad. Para verno solo se necesita tener los ojos abiertos, se necesita también luz. No se trata
de contrarrestar el repentino y nefasto ataque de un ladrón. Se trata de estar despiertopara
afrontar la vida con una conciencia lúcida. Se trata de vivir a tope una vida que puede
transcurrir sin pena ni gloria. Si consumes tu vida dormido, no pasa nada. Esto es lo que tendría
que aterrarme; que pueda transcurrir tu existencia sin desplegar las posibilidades de plenitud que
te han dado. La alternativa no es salvación o condenación. Nadie te va a condenar. La
alternativa es o plenitud humana o simple animalidad.
Pues no sabéis cuándo en el ‘momento’. En griego hay dos palabras que traducimos al
castellano por «tiempo»: «kairos» y «chronos». Chonos significa el tiempo astronómico,
relacionado con el movimiento de los cuerpos celestes. Kairos sería el tiempo psicológico.
Significa el momento oportuno para tomar una decisión por parte del hombre. Por no tener en
cuenta esta sencilla distinción, se han hecho interpretaciones descabelladas de la Escritura. En el
evangelio que acabamos de leer, se habla de kairos, es decir del tiempo oportuno. Naturalmente
que el hombre, como criatura material, se encuentra siempre en el chronos, pero lo
verdaderamente importante para él es descubrir el kairos.
El punto clave de nuestra reflexión debe ser: ¿esperamos nosotros esa misma salvación que
esperaban los judíos? Si es así, también nosotros hemos caído en la trampa. Jesús no puede ser
nuestro salvador. La mejor prueba de que los primeros cristianos, verdaderos judíos, no estaban
en la auténtica dinámica para entender a Jesús, es que no respondió a sus expectativas y
creyeron necesaria una nueva venida. Esta vez sí, nos salvará de verdad, porque vendrá con
«poder y gloria». ¿No os parece un poco ridículo? La médula de su mensaje es que la salvación
que Dios nos ofrece, está en la entrega y el don total.
En las primeras comunidades se acuñó una frase, repetida hasta la saciedad en la liturgia:
«Maranatha» (ven Señor Jesús). Vivieron la contradicción de una escatología realizada y otra
futura. «Ya, pero todavía no». «Ya», por parte de Dios, que nos ha dado ya todo lo que
necesitamos para esa salvación. Si no fuera así, se convertiría en un tirano. «Todavía no», por
nuestra parte, porque seguimos esperando una salvación a nuestra medida y no hemos
descubierto el alcance de la verdadera salvación, que ya poseemos. Aquí radica el sentido del
Adviento. Porque «todavía no» ha llegado la verdadera salvación, tenemos que tratar de
adelantar el «ya». Eso nunca lo conseguiremos, si permanecemos dormimos.
¿Cómo podremos seguir luchando con todas nuestras fuerzas por un mayor consumismo y a la
vez convencernos de que la felicidad está en otra parte? Creo que es una tarea imposible.
Descubrir esa trampa, sería estar despiertos. El ser humano sigue esperando una salvación que
le venga de fuera, sea material, sea espiritual. Pero resulta que la verdadera salvación está
dentro de cada uno. En realidad Jesús nos dijo que no teníamos nada que esperar, que el Reino
de Dios estaba ya dentro de nosotros. En este mismo instante está viniendo. Si estamos
dormidos, seguiremos esperando.
La falta de encuentro se debe a que nuestras expectativas van en una dirección equivocada.
Esperamos un Dios que llegue desde fuera. Esperamos actuaciones espectaculares por parte de
Dios. Esperamos una salvación que se me conceda como un salvoconducto, y eso no funciona.
Da lo mismo que la espere aquí o para el más allá. Lo que depende de mí no lo puede hacer
Dios ni lo puede hacer otro ser humano. Esta es la causa de nuestro fracaso. Seguimos
esperando que otro haga lo que solo yo puedo hacer.
También la religión me ofrece salvación, pero solo puede salvarme de las ataduras que ella
misma me ha colocado. Ninguna institución puede darme lo que ella no tiene. Dios es la
salvación y ya está en mí. Lo que de Dios hay en mí es mi verdadero ser. No tengo que
conseguir nada ni cambiar nada en mi auténtico ser, simplemente tengo que despertar y dejar de
potenciar mi falso yo. Tengo que dejar de creer que soy lo que no soy. Esta vivencia me
descentrará de mí mismo y me proyectará hacia los demás. Me identificaré con todo y con
todos. Mi falso ser, mi individualidad se desvanece. Esa experiencia de salvación transformaría
radicalmente mi comportamiento con los demás y con las cosas.
El verdadero problema está en la división que encontramos en nuestro ser. En cada uno de
nosotros hay dos fieras luchando a muerte: Una esmi verdadero ser que es amor, armonía y
paz; otra es mi falso yo que es egoísmo, soberbia, odio y venganza. ¿Cuál de los dos vencerá?
Muy sencillo y lógico. Vencerá aquella a quien tú mismo alimentes.
Como los judíos, seguimos esperando una tierra que mane leche y miel; es decir mayor
bienestar material, más riquezas, más seguridades de todo tipo, poder consumir más…
Seguimos pegados a lo caduco, a lo transitorio, a lo terreno. No necesitamos para nada la
verdadera salvación o, a lo máximo, para un más allá. Si no sientes necesidad no habrá
verdadero deseo, y sin deseo no hay esperanza. Hoy ni los creyentes ni los ateos esperamos
nada más allá de los bienes materiales. Dios sigue esperando.
Fray Marcos
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Adviento (Ciclo B)
II Domingo de Adviento (Ciclo B)
Del Evangelio de San Marcos 1, 1-8
…Preparad el camino… … Allanad sus senderos…

Comienzo del evangelio de Jesús, Cristo, Hijo de Dios.


Está escrito en el profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te
prepare el camino.
Una voz grita en el desierto: Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos.
Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que
se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus
pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se
alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:
– Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para
desatarle las sandalias.
Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.

BUENA NOTICIA
A lo largo de este nuevo año litúrgico los cristianos iremos leyendo los domingos el
evangelio de Marcos. Su pequeño escrito arranca con este título:
«Comienza la Buena Noticia de Jesucristo, Hijo de Dios».
Estas palabras nos permiten evocar algo de lo que encontraremos en su relato.
Con Jesús «comienza» algo nuevo. Es lo primero que quiere dejar claro Marcos. Todo lo
anterior pertenece al pasado. Jesús es el comienzo de algo nuevo e inconfundible. En el relato,
Jesús dirá que «el tiempo se ha cumplido». Con él llega la Buena Noticia de Dios.
Esto es lo que están experimentando los primeros cristianos. Quien se encuentra
vitalmente con Jesús y penetra un poco en su misterio, sabe que empieza una vida nueva,
algo que nunca había experimentado anteriormente.
Lo que encuentran en Jesús es una «Buena Noticia». Algo nuevo y bueno. La
palabra «Evangelio» que emplea Marcos es muy frecuente entre los primeros seguidores de
Jesús y expresa lo que sienten al encontrarse con él. Una sensación de liberación, alegría,
seguridad y desaparición de miedos. En Jesús se encuentran con «la salvación de Dios».
Cuando alguien descubre en Jesús al Dios amigo del ser humano, el Padre de todos los
pueblos, el defensor de los últimos, la esperanza de los perdidos, sabe que no encontrará una
noticia mejor. Cuando conoce el proyecto de Jesús de trabajar por un mundo más humano,
digno y dichoso, sabe que no podrá dedicarse a nada más grande.
Esta Buena Noticia es Jesús mismo, el protagonista del relato que va a escribir Marcos.
Por eso, su intención primera no es ofrecernos doctrina sobre Jesús ni aportarnos información
biográfica sobre él, sino seducirnos para que nos abramos a la Buena Noticia que sólo podremos
encontrar en él.
Marcos le atribuye a Jesús dos títulos: uno típicamente judío, el otro más universal. Sin
embargo reserva a los lectores alguna sorpresa. Jesús es el «Mesías» al que los judíos esperaban
como liberador de su pueblo. Pero un Mesías muy diferente del líder guerrero que muchos
anhelaban para destruir a los romanos. En su relato, Jesús es descrito como enviado por Dios
para humanizar la vida y encauzar la historia hacia su salvación. Es la primera sorpresa.
Jesús es «Hijo de Dios», pero no dotado del poder y la gloria que algunos hubieran
imaginado. Un Hijo de Dios profundamente humano, tan humano que sólo Dios puede ser
así. Sólo cuando termina su vida de servicio a todos, ejecutado en una cruz, un centurión
romano confiesa: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios». Es la segunda sorpresa.
José Antonio Pagola
Red evangelizadora: BUENAS NOTICIAS
EVANGELIO Y NO-DUALIDAD
Hasta donde conocemos, Marcos fue el creador del género literario llamado
“evangelio”. De manera que ese término que, en un primer momento, designaba la “buena
noticia” proclamada, empezó a usarse para referirse a todos aquellos escritos que buscaban
transmitir la vida de Jesús y su mensaje.
Ese “doble significado” de la palabra puede apreciarse en el inicio mismo del relato
marcano: “Comienzo del evangelio de Jesús…”. Se refiere, en primer lugar, como es obvio, a
la actividad de Jesús (o, más exactamente aún, a la “buena noticia que es Jesús”); pero se presta
fácilmente a entenderlo también como referido al escrito en cuanto tal (“aquí comienza la buena
noticia escrita sobre Jesús”).
En cualquier caso, la citada expresión no constituye tanto la primera frase del texto,
cuanto el título de todo el libro: todo él viene a mostrar a Jesús como “Mesías” (Cristo, Ungido)
e “Hijo de Dios”. Y ésa es, precisamente, la “buena noticia”.
Desde el comienzo mismo, el autor manifiesta su intención expresa de presentar a Jesús,
no sólo en la línea de los grandes profetas de su pueblo, sino como aquél en quien se cumplen
las promesas anunciadas. En concreto, son palabras de Malaquías (3,1) y de Isaías (40,3) –
aunque el autor atribuya todas a este último-, que Marcos aplica a la persona de Jesús, según
una fórmula casi sagrada que las sanciona: “Está escrito”.
Dicha fórmula remite al lector directamente a la Torah; es decir, desde el mismo
comienzo, todo el acontecimiento de Jesús se anuncia como “previsto” por Dios. Aunque para
ello, Marcos deba cambiar el destinatario de las palabras del profeta: mientras éste hablaba de
“preparar el camino al Señor (Yhwh)”, el texto evangélico se refiere explícitamente al “Señor”
Jesús.
Nos hallamos, pues, ante un texto “fundacional” del cristianismo –en realidad, todo el
evangelio lo es-, que afirma que Jesús es el Hijo enviado por Dios, tal como había sido
anunciado “desde antiguo” en quien se cumplirían, por tanto, todas las esperanzas de la
humanidad.
Este es el texto. Lo que ocurre es que puede leerse desde diferentes “claves de lectura”.
Mientras hemos permanecido en un nivel de conciencia que podemos llamar mítico, utilizando
un modelo dual de conocer, la lectura de todo lo relativo a Jesús parecía ser sólo una (la lectura
se había hecho coincidir con un “idioma” concreto): el Hijo único de Dios, eterno y
preexistente, se encarna en Jesús de Nazaret, según un “proyecto” divino que puede rastrearse,
incluso, desde el momento mismo del pecado original. El es, por tanto, el “único Salvador y
Mediador”.
Sin embargo, apenas empieza a emerger otro nivel de conciencia (transpersonal) y otro
modo (no-dual) de conocer, saltan las disonancias y todo un torrente de preguntas (que, si
quedan silenciadas, se debe únicamente al temor de abandonar las fórmulas aprendidas).
Enumero simplemente algunas de ellas:
 ¿Cómo pensar en Dios como un ser separado, cuando, como dijera Nicolás de Cusa, no
puede ser “lo otro” de nada? El Misterio de Lo que es no está “al margen” de nada de lo
que es.
 ¿Qué significa, en concreto, que “Dios se hace hombre”? ¿Acaso “cabe” todo el
Misterio en un ser humano? (Puede advertirse que, desde la perspectiva mítica, esto no
ocasionaba problemas, porque se percibía a Dios como un “ser separado” todopoderoso
que “podía”, por tanto, “introducirse” en un hombre. Pero es justamente todo este
imaginario el que cae al cambiar el nivel de conciencia y el modelo de cognición).
 ¿Cómo puede ser Jesús el único Salvador? ¿No suena esta idea a etnocentrismo
competitivo, que parece ignorar la presencia de lo divino en toda la realidad?
 Presentar a Jesús en clave de “rivalidad” frente a los demás seres humanos, ¿no es
sencillamente una consecuencia del propio modelo dual, que se basa en la supuesta e
incuestionable realidad del “yo”, como nuestra identidad última? ¿Qué sucede cuando
venimos a descubrir que el “yo” es sólo un “objeto” dentro de quienes realmente
somos?
Podría seguir con más preguntas. Pero me parece que éstas pueden bastar para hacer ver
la disonancia cognitiva en que nos encontramos, y que, si somos honestos, tendremos que
afrontar.
Para empezar –y evitar malentendidos-, quiero insistir en el hecho de que se trata sólo de
un “cambio de idioma”, de una modificación de la “clave de lectura”. Y que, más allá de
idiomas y de claves, lo realmente decisivo se juega en otro nivel, en la experiencia o vivencia de
cada persona.
Como sucede con los lingüísticos, todos los “idiomas culturales” son legítimos y pueden
convivir siempre que no olviden que son sólo eso: idiomas. La Verdad a la que apuntan está más
allá y se les escapa. Únicamente, cuando ellos callen y la mente se silencie, podremos llegar a la
Comprensión.
Con esta salvedad, querría plantear sencillamente la posibilidad de una lectura del texto
evangélico –y del Credo cristiano- desde la no-dualidad, es decir, desde una “perspectiva de
conocer” absolutamente legítima y coherente, que parece emerger cada vez con mayor fuerza
entre nosotros.
Desde ella, surge una primera afirmación: no existe nada separado de nada. Todas las
“separaciones” que afirmamos no son sino construcciones de nuestra mente, caracteriza por la
separatividad y la dualidad. Basta silenciarla, para que se haga manifiesto que sólo existe Eso
no-dual, que nos constituye a todos y a todo. La trampa radica en el hecho de que, mientras
queramos percibirlo con la mente, se nos escapará.
En el modelo no-dual, Dios deja de ser percibido como un “Ser separado” –proyección
de nuestra propia pre-comprensión como “individuos” o yoes-, y empezamos a abrirnos a él
como La Mismidad última de todo lo que es, el Misterio consciente y amoroso, que en todo se
expresa y todo lo abraza. No como si fueran realidades separadas (Dios / lo que no es Dios: esto
sólo es así para nuestra mente), sino en la misma Unidad en su “doble cara”, manifiesta e
Inmanifestada.
Jesús es también Eso no-dual, expresado admirablemente en un ser humano. Tan
admirablemente, que fácilmente podemos reconocerlo como “espejo de humanidad” y, por
tanto, de divinidad: de nuevo, las “dos caras” de lo Real.
No tiene sentido hablar ya de “salvación”, ni de un salvador “único”. Estas son
categorías deudoras exclusivamente del estadio mítico. Todo está ya salvado, porque todo
está/es en Dios; no nos hace falta más que reconocerlo, caer en la cuenta, verlo. Todo está aquí
y ahora, ¿no lo ves?
Jesús no se halla separado de nada ni de nadie. Por ese motivo, cae cualquier
comparación, distancia o “rivalidad”. ¿Tendría sentido que las olas rivalizaran entre sí para ver
cuál es “más” agua? Jesús es lo que somos todos, formas de Lo que no tiene forma,
manifestación de lo divino y expresión de lo humano.
Es cierto que nuestro lenguaje sigue siendo “dual”, pero, aunque torpemente, puede
ayudarnos a intuir la superación de la dualidad. Las separaciones, comparaciones, fronteras…
sólo existen en nuestra mente, no son otra cosa que construcciones mentales. La realidad es que,
al hablar de Jesús, estamos hablando de todos nosotros. Indudablemente, es legítimo que cada
persona tenga sus “afectos” (sean Jesús, Budha, Mahoma…), pero sería bueno que ello no se
convierta en un pretexto “reductor” que nos llevaría a un etnocentrismo insostenible y dañino.
Querría concluir con otra afirmación que quizás no resulte fácil de entender –y que
parafrasea el conocido dicho del físico Niels Bohr: “Lo opuesto de una verdad profunda puede
ser también una verdad profunda”-, pero puede ayudar a abrir nuestro horizonte egoico: Cada
afirmación es verdadera en el marco de su propio idioma y resulta absurdo, por tanto, pelearse o
descalificarse por ello. Y esto no es relativismo vulgar, que aboca en el nihilismo suicida; es
reconocimiento de los límites de la mente y de la palabra y apertura a la Verdad y al Misterio
que las trasciende.
Enrique Martinez Lozano
Inicio 9 Rincón de la Oración 9 Recursos para orar 9 Orando la Liturgia 9 III Domingo de
Adviento (Ciclo B)
III Domingo de Adviento (Ciclo B)
Del Evangelio de San Juan 1, 5-8.19-28
Y la luz brilla en la oscuridad. Y la oscuridad no logra sofocarla….
Hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan.
Llegó para dar testimonio, para que testificara en favor de la Luz, a fin de que todos llegaran a
creer por medio de él: ésta era la Luz verdadera que, al venir al mundo, ilumina a toda
persona.
Y este es el testimonio de Juan, cuando enviaron a él los judios, desde Jerusalén, sacerdotes y
levitas para preguntarle:
¿Tú quién eres?
Él confesó la verdad sin reservas y no la negó:
Yo no soy el Mesías.
Y le preguntaron:
Entonces ¿qué? ¿Tú eres tú Elías?
Dice:
No soy Elías.
¿Eres tú el Profeta?
Respondió:
No.
Conque le dijeron:
¿Quién eres? Para que demos una respuesta a quien nos enviaron, ¿qué dices de ti mismo?
Dijo:
Yo soy “voz de uno que grita en el desierto: ¡Enderezad el camino del Señor!”, como dijo el
profeta Isaías.
Algunos de los enviados eran de fariseos y le preguntaron así:
Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?
Juan respondió así:
Yo bautizo con agua; en medio de vosotros está ese, al que vosotros no conocéis, el que viene
detrás de mí, al que no soy digno de desatar la correa de su calzado.
Esto pasó en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.

SOLO SOY UN ESPEJO PERO QUE PUEDE REFLEJAR TODA LA LUZ


Las lecturas nos invitan a repensar nuestra condición de criaturas, limitadas pero con
posibilidades infinitas. El tono es de alegría. La verdadera alegría nace del descubrimiento de lo
que somos en Dios. No solo tenemos derecho a estar alegres, sino que tenemos la obligación
de ser alegres. Puede ser interesante hablar de la alegría justo en este momento que estamos
preparado la Navidad. ¿Qué alegría buscamos en esta fiesta?
El primer paso sería diferenciar el placer y el dolor de la alegría y la tristeza. El placer y el dolor
son mecanismos, que la evolución ha desplegado para asegurar nuestra supervivencia como
individuos y como especie. Son respuestas automáticas del organismo ante lo que es bueno o
perjudicial para nuestra biología. Si el contacto con el fuego no me produjera dolor, me
abrasaría sin poner remedio alguno.
El placer que nos proporciona la biología no es malo. Pero las necesidades de placer no tienen
límite y nunca quedan satisfechas. Debemos encontrar otro camino para desplegar una vida
feliz. Esa alegría es la clave para alcanzar la felicidad que permanece en el tiempo. La alegría es
un estado que debemos alimentar desde dentro. Nacerá de un verdadero conocimiento de
nuestro ser y de la estructura de nuestra psicología.
Una alegría que perdure tiene que estar fundamentada en nuestro ser profundo, no en lo
accidental que podemos tener hoy y perder mañana. No se puede apoyar en la riqueza, en la
fama, en los honores; realidades que vienen de fuera de nosotros mismos. Pero tampoco se
puede apoyar en la salud, en la belleza, en el cuerpo, porque también esas realidades son
efímeras y antes o después las perderemos.
Nuestra principal tarea como seres humanos es descubrir ese verdadero ser y vivir desde la
perspectiva de su realidad inconmovible. Entonces nuestra alegría será completa y nuestra
felicidad, absoluta y duradera. El ser felices o desgraciados, no depende de las circunstancias
que nos rodean, sino de la manera como cada uno respondemos a esas influencias de lo externo
y de lo interno.
Es probable que el versículo 6 fuera el principio del evangelio de JN. Muchos libros del AT
comienzan así: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba…” Los otros 10 versículos
son la continuación del prólogo, y nos narran una misión de los “judíos”. Da por supuesto que el
lector conoce lo que el Bautista hacía en el desierto de Judea. Empieza con el interrogatorio al
que le someten los enviados. Eran los responsables del orden, por tanto no tiene nada de extraño
que se preocupen por lo que está haciendo.
La pregunta es simple: ¿Tú quién eres? Existían varias figuras mesiánicas. La principal era el
Mesías, pero también la de un profeta escatológico (como Moisés). La de Elías que volvería.
Juan atrajo mucha gente a oír su predicación y a participar en su bautismo. La pregunta quería
decir: ¿Con cuál de las figuras mesiánicas te identificas? La respuesta es también sencilla:
Con ninguna: No soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. No quedan satisfechos y le exigen que
defina su papel. La respuesta es también simple: Soy una voz.
Allanad el camino al Señor. Es el grito de todo profeta. Esto es lo que nos dice Jesús por activa
y por pasiva. Lo que debemos tener en cuenta hoy es que “el Señor” no tiene que venir de fuera
sino dejarle surgir desde dentro. Con esta salvedad, esta sugerencia sigue siendo la clave de toda
religiosidad. ¿Cómo conseguirlo? Apartando de nosotros todo lo que impide esa manifestación
de lo divino en nosotros, el egoísmo e individualismo.
Entonces, ¿por qué bautizas? No se identifica con ninguno de los personajes previsibles, pero
se siente enviado por Dios. La pregunta lleva en sí una acusación. Es un usurpador. El hecho de
bautizar estaba asociado a una de las tres figuras anteriores. Consideran su bautismo como un
movimiento en contra de las instituciones. En realidad era el símbolo de una liberación de las
autoridades.
Yo bautizo con agua. La justificación de su bautismo es humilde. Se trata de un simple
bautismo de agua. El que ha de venir bautizará en espíritu santo. Esta distinción entre dos
bautismos, agua y Espíritu es típicamente cristiana, se trae a colación para dejar, una vez más,
bien calara la diferencia entre el bautismo de Juan y el cristiano.
Entre vosotros hay uno que no conocéis. El bautista habla de una presencia velada que no es
fácil de descubrir. Es el recuerdo de lo que les costó conocer a Jesús. Esa dificultad permanece
hoy. Incluso los que repetimos como papagayos que Jesús es Hijo de Dios, no tenemos ni idea
de quién es Dios y quién es Jesús. Ni lo tenemos como referente ni significa nada en nuestras
vidas. En el mejor de los casos, lo único que nos interesa es la doctrina, la moral y los ritos
oficiales para alcanzar una seguridad externa.
Para entender la relación entre la figura del Bautista y Jesús, es imprescindible que nos
acerquemos a la narración sin prejuicios. Para nosotros, esto no es nada fácil, porque lo que
primero hemos aprendido de Jesús es que era el Hijo de Dios, o simplemente que era Dios.
Desde esta perspectiva, no podremos entender nada de lo que pasó en la vida real de Jesús. Este
juicio previo (prejuicio) distorsiona todo lo que el evangelio narra. Lc dice que Jesús crecía en
estatura, en conocimiento y en gracia ante Dios y los hombres.
Jesús desplegó su vida humana como cualquier otro ser humano. Como hombre, tuvo que
aprender y madurar poco a poco, echando mano de todos los recursos que encontró a su paso.
Fue un hombre inquieto que pasó la vida buscando, tratando de descubrir lo que era en su ser
más profundo. Su experiencia personal le llevó a descubrir donde estaba la verdadera salvación
del ser humano y entró por ese camino de liberación. Si no entendemos que Jesús fue
plenamente hombre, es que no aceptamos la encarnación.
Es comprensible que los primeros cristianos no se sintieran nada cómodos al admitir la
influencia de Juan Bautista en Jesús. Esta es la razón por la que siempre que hablan de él los
evangelios, hacen referencia al precursor, que no tiene valor por sí mismo, sino en virtud de la
persona que anuncia. A pesar de ellos, tenemos muchos datos interesantes sobre Juan Bautista.
Incluso de fuentes extrabíblicas. El primer dato histórico sobre Jesús, que podemos constatar en
fuentes no bíblicas, es el bautismo de Jesús por Juan.
Jesús aceptó la propuesta de Juan, pero no renunció a seguir buscando. Eso le llevó a
distanciarse de él en muchos puntos. Están de acuerdo en que no basta la pertenencia a un
pueblo ni los rituales externos para salvarse. Es necesaria una actitud interior de apertura a Dios
que se traduzca en obras. Pero hay diferencias. Juan no predicaba una buena noticia, sino una
estrategia para escapar del castigo. Jesús predica una buena noticia para todos. Enseña la
manera de participar del amor, no de escapar de la ira.
Fray Marcos

EN EL DESIERTO
El desierto tiene una larga tradición espiritual. Simbólicamente representa un lugar privilegiado
de encuentro con la divinidad. También es el lugar de la preparación, de la austeridad y de la
búsqueda de Dios. Bíblicamente representa un lugar especial para Israel que ha tenido que
atravesarlo antes de llegar a la tierra prometida. Los profetas eligen este lugar como símbolo de
la restauración: del desierto, Dios sacará una tierra fértil. Y en el NT, Juan Bautista y Jesús
mismo tendrán que atravesarlo.
La descripción del desierto bíblico no coincide con nuestra idea actual. La RAE lo define como
un lugar despoblado, o como un lugar en el que la falta de agua hace que no haya vegetación. El
ambiente en el que está el bautista, por ejemplo, no es así: hay agua para bautizar (y sumergirse)
y concurren personas de distintos lugares.
Así Juan el bautista se presenta en este desierto, como la voz que clama en el desierto,
retomando el anuncio del profeta Isaías. Y lo que anuncia es que el Reino está cerca.
A nivel personal podemos hablar de desierto espiritual: “El desierto es parte de la condición y
del espíritu humano. Es la experiencia del vacío, la soledad, la frustración, la ruina y aridez que
periódicamente nos invade” (Segundo Galilea 1928-2010). Y a nivel colectivo hoy muchos
desiertos aparecen en medio de las personas debido a las serias dificultades de comunicación.
Aunque estamos juntos, constatamos sorderas generadas por la falta de atención e
incomprensiones. Muchas veces, en especial las mujeres, decimos y repetimos, con más y
distintos argumentos, nuestras formas de entender la vida, las relaciones y nuestra experiencia
de Dios pero no es lo habitual ser escuchados con empatía y mucho menos que la realidad se
reordene en diálogo con nuestra voz. Somos con Juan una voz que grita en el desierto, que cae
en el vacío, que no se escucha.
Y esto es así porque, por otro lado, saber escuchar es un don y una tarea. Jesús nos pide: “Estén
atentos”, porque el Reino está entre nosotros. Pero ello es un regalo para los pobres, para los
sencillos, para los enfermos, para quienes trabajan por la justicia…
Es entre ellos, donde se hace eco débil o con más fuerza de la voz que anuncia que el Reino está
cerca, a la puerta. Y donde se constata que Dios saca de los desiertos una tierra fértil y fecunda.
El desierto, como lugar de pobreza espiritual y social y como hábito de atención, es así lugar
privilegiado de encuentro con Dios.
Paula Depalma
PREPARACIÓN A LA NAVIDAD EN TRES ACTOS
La liturgia del tercer domingo de Adviento, teniendo en cuenta la cercanía de la Navidad,
pretende ser una clara invitación a la alegría. El protagonista de la primera lectura afirma:
“Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”; san Pablo pide a los tesalonicenses
“estad siempre alegres”. Juan Bautista es demasiado serio para hablar de alegría, pero da
testimonio de la luz que inundará el mundo, y eso también es motivo de gozo. Aparte de este
dato común, la mejor forma de entender las lecturas es imaginarnos espectadores de una obra de
teatro en tres actos.
Acto primero
Cuando se descorre el telón se ve un personaje de pie en el centro del escenario, rodeado de una
multitud sentada en el suelo, pobremente vestida. Son antiguos desterrados en Babilonia,
actuales oprimidos por el imperio persa. La escena está en penumbra, transmitiendo al
espectador una sensación de profunda tristeza; sólo un foco ilumina el rostro del protagonista.
Mira en silencio, durante largo rato, a la multitud que le rodea. Finalmente, abre la boca y dice
algo inaudito: “El Espíritu del Señor está sobre mí”. Suena a blasfemia. El Espíritu del Señor
hace siglos que no se posa sobre nadie. Eso dicen algunos sabios: que el Espíritu se retiró
después de la destrucción del templo de Jerusalén. Pero el personaje parece muy seguro de lo
que dice. Y les habla de la misión que llevará a cabo movido por el Espíritu: “daros una buena
noticia a vosotros que sufrís, vendar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los
cautivos, y a los prisioneros la libertad, proclamar el año de gracia del Señor”.
Poco a poco, la luz que iluminaba solo el rostro aumenta de intensidad y permite ver que el
protagonista, a diferencia de los demás, está vestido de gala, envuelto en un manto regio y
espléndido, que refuerzan la alegría de su rostro. Pero no habla como un rey a su corte. Se dirige
a campesinos, con el lenguaje que pueden entender: “Como el suelo echa sus brotes, como un
jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los cantos de alegría ante
todos los pueblos.”
Acto segundo
En el centro del escenario un muchacho de unos veinte años sentado a una mesa y escribiendo.
Pablo camina por la habitación mientras dicta.
̶ “Guardaos de toda forma de maldad.”
̶ No sigas. (Lo interrumpe el muchacho cuando acaba de escribir la frase). Ya van siete
consejos.
Pablo lo mira extrañado.
̶ ¿Los has ido contando?
̶ Claro. Los seis anteriores han sido: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad
gracias en toda ocasión. No apaguéis el espíritu. No despreciéis el don de profecía. Examinadlo
todo, quedándoos con lo bueno.” Ahora basta con que los encomiendes a Dios y les asegures su
protección.
̶ ¿Cuál de esos consejos te viene mejor?
El muchacho se queda releyendo los consejos y pensando mientras cae el telón.
Acto tercero
Escena a orilla del río Jordán. En el centro Juan Bautista, rodeado de un grupo de sacerdotes y
levitas. Las noticias que han llegado a Jerusalén son alarmantes. Cada vez más gente acude al
río, y las autoridades temen que se produzca una revuelta. ¿Quién es ese Juan? ¿Es el Mesías, el
rey que los liberará del poder romano? ¿Es cierto, como dicen unos, que es el profeta Elías, que
ha vuelto a la tierra? ¿O es el profeta del que habló Moisés, el que otros esperan antes del fin del
mundo? ¿Qué dice él de sí mismo?
Lo asedian a preguntas, pero no consiguen arrancarle más que negativas, cada vez más escuetas:
“No soy el Mesías”. “No lo soy”. “No”. Al final, cansado de tanto interrogatorio, les da una
clave que ellos probablemente no comprenden. “Yo sólo soy una voz que grita en el desierto. Al
que deberías buscar es a uno que no conocéis, que viene detrás de mí, mucho más importante
que yo.”
Los sacerdotes y levitas dan a Juan por imposible y se retiran.
Juan mira a sus discípulos y les comenta:
̶ Han venido desde Jerusalén queriendo saber quién soy yo, y no les interesa lo más mínimo
saber quién es el que viene detrás de mí.
Crítica del periódico
Como preparación a la Navidad se representó ayer una extraña obra en tres actos que provocó
bastante desconcierto entre el público presente. En opinión de este comentarista, la clave se
encuentra en el contraste entre los actos primero y tercero: el primero habla de un personaje
seguro de sí mismo y de su misión; el tercero de Juan, que se empequeñece a sí mismo para
poner de relieve la grandeza del que lo sigue. Y el que lo sigue es precisamente el que lo ha
precedido, el protagonista del primer acto. Alguien con un mensaje de esperanza y alegría para
los que sufren. Quien no esté de acuerdo con estas sutilezas deberá contentarse con poner en
práctica los buenos consejos de Pablo.
José Luis Sicre
Inicio 9 Rincón de la Oración 9 Recursos para orar 9 Orando la Liturgia 9 IV Domingo de
Adviento (Ciclo B)
IV Domingo de Adviento (Ciclo B)
Del Evangelio de San Lucas 01,26-38
¡ALÉGRATE!
A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada
Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen
se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
– Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres.
Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquel.
El ángel le dijo:
– No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a
luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor
Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su
reino no tendrá fin.
Y María dijo al ángel:
– ¿Cómo será eso, pues no conozco varón?
El ángel le contestó:
– El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el
santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis
meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.
María contestó:
– Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.

ABRIR EL CORAZÓN COMO MARÍA


El cuarto Domingo de Adviento nos invita a abrir las puertas de nuestra casa, de nuestra vida,
como María. Acojamos como ella la buena Noticia de que Dios viene a vivir con nosotros.
Aprendamos de ella, digamos HÁGASE y pongámonos a servir.
El Corazón de María es un corazón que acoge, que está abierto a la Palabra, que se ilumina con
la Luz verdadera. El Corazón de María nos enseña a acoger en nuestra vida a Aquel que viene a
encender nuestras ilusiones, esperanzas, proyectos. El Corazón de María se hace uno con el de
su Hijo. Es un Corazón con Luz, porque en ella habita la Luz.
Como María queremos aprender a acoger la Luz. Queremos que Jesús esté dentro de nosotros,
para que Él bombee nuestro corazón y nos marque el ritmo de nuestra vida con sus opciones y
con su Amor.
Con María hoy queremos cantar que se haga en nosotros según Tu voluntad.
Oración:
Corazón de María, Corazón abierto a la Palabra, ayúdanos a estar disponibles a los planes de
Dios. Aprendamos a cambiar nuestros esquemas, planteamientos y ocupaciones y seamos más
de Él, como tú.
Dibu: Patxi Velasco FANO
Texto: Fernando Cordero ss.cc.
LLAMADOS/AS A VIVIR A LA SOMBRA DEL ESPÍRITU
Como otras muchas veces nos encontramos hoy con un texto evangélico muy conocido, un texto
que hemos oído explicar muchas veces referido exclusivamente a María. Es verdad, el texto nos
habla de esta mujer, toda de Dios que bajo la acción del Espíritu Santo consiente, da
su SI incondicional al Creador y, así, por su medio, el hijo de Dios se hace hombre, persona
humana como nosotros. Esta reflexión nos ha ayudado, sin duda, a conocer y admirar a María. A
considerarla realmente la madre de Jesús por obra del Espíritu Santo.
Pero este evangelio, no habla solo de María. No está escrito solo para que la conozcamos, o
conozcamos su historia. Estamos ante una catequesis que busca ayudarnos a crecer en la fe. La
palabra catequesis significa “resonar, hacer eco”, es decir, una catequesis es la resonancia de
una palabra ya dicha. En este caso la resonancia de la Palabra de Dios en nosotros.
Por eso, ante este evangelio, hoy, en este final del adviento de 2020, en las circunstancias que
estamos viviendo es bueno que nos preguntemos:
¿Qué resuena en mí al escuchar esta Palabra de Dios? ¿Qué eco queda en mi corazón de lo
escuchado en profundidad?
También podemos preguntarnos, ¿qué nos quiere decir Lucas en este texto? ¿Cuál era el
mensaje o el propósito de escribir este texto, esta catequesis, que forma parte de los que
llamamos evangelios de la infancia de Jesús y que solo él nos narra?
En primer lugar, desvelar o explicar de algún modo los orígenes de Jesús. Este Jesús que ha
vivido entre nosotros, al que hemos visto morir a manos de los romanos y del que tenemos la
“experiencia” de que está vivo y camina a nuestro lado, aunque de otra forma, ¿Quién es
realmente? ¿De dónde viene? ¿Cuál es su origen? Y Lucas contesta inequívocamente: viene de
Dios, es obra de su Espíritu; pero a la vez su gestación y nacimiento se realizan a través de una
mujer, como el de cada uno de vosotros.
Por eso Jesús es hijo de Dios e hijo de María, una mujer sencilla del pueblo, totalmente
disponible ante Dios. María, la esposa de José, por quien Jesús entra a formar parte del pueblo
judío, en la tribu de David, y de la humanidad entera (Lc. 3, 23)
Pero también hay un segundo objetivo. Si, como dice Dolores Aleixandre, de todo texto
evangélico puedo decir: “esta historia es mi historia”, ¿qué dice de mí y que me dice a mí este
evangelio? Si miramos en profundidad dejando un poquito de lado lo que tantas veces hemos
oído, podemos descubrir que este texto habla de nosotros. Nos dice a qué estamos llamados
todos los seguidores y seguidoras de Jesús, nos habla de nuestra común vocación, poniéndonos
como referente a María.
Como a ella, también a cada uno de nosotros nos llega la palabra de Dios, que “entrando donde
estamos” allí, en nuestra vida habitual, en nuestras familias y tareas… irrumpe con un saludo
que nos paraliza y nos choca. No entraba en nuestros planes, posiblemente. Y como ella nos
preguntamos, ¿Qué saludo es este? ¿De qué nos hablas, Señor? Nuestra vida, como la de ella, ya
está organizada y planificada aunque ahora el COVID lo líe todo… Ya somos cristianos,
medianamente buenos, vamos a misa, rezamos, ayudamos a los pobres… ¿Qué quieres de
nosotros ahora?
Nuestra vida, como la de María, está llamada a ser lugar de encuentro con Dios. ¿Nos
permite nuestra forma de vivir “enterarnos” de la presencia de Dios, allí donde estamos?
También nosotros nos llenamos de temor, nos da miedo… Porque intuimos que la llamada de
Dios, todas sus llamadas, nos sacan de lo habitual, de lo de todos, de lo que pensábamos… pero
con infinito amor y comprensión, en vez de regañar nuestra falta de fe (motivos tendría) nos
dice: NO TENGAS MIEDO. No temas María, no temas José, no temas Carmen,
Antonio… “Has encontrado gracias ante mí” Te miro con amor, te he elegido… para que tu
vida sea fecunda, y sea una vida que viene de Dios, para que hagas presente a mi hijo en la
tierra.
Y nos toca contestar. Arriesgar desde la fe, dejar que sea la fuerza del Espíritu la que nos cubra
con su sombra y que lo que nazca de nosotros sea “hijo de Dios, vida de Dios” o… callarnos, o
decir que no, o darnos la vuelta y seguir con lo de siempre, con los cumplimientos que
controlamos y nos hacen sentirnos seguros. Quizá hasta justificándonos, “Yo no conozco varón,
yo no tengo fuerza, yo no…”
Ojalá que poco a poco, como María, cada uno de nosotros y nosotras, como todas las personas
“llamadas” de la Biblia, vayamos descubriendo que el protagonismo y la fuerza vienen de Dios,
de su Espíritu, que “nos cubrirá con su sombra”, expresión repetida en el AT tiene un sentido
muy profundo. Desde esta experiencia también descubriremos que la inmensidad de la
encomienda no es proporcional a nuestras posibilidades de personas creyentes pero débiles. Y
entonces, lúcida y confiadamente, respondamos SI a este deseo, voluntad, sueño de Dios. “Si tú
lo vas a hacer, por mí no hay problema”. En luz y en oscuridad… pero en confianza y cariño.
En la medida en la que experimentemos que el Espíritu nos habita y nos cubre con su sombra,
tomaremos conciencia, con más fuerza, de la necesidad de hacer un mundo más al estilo de
Dios, de reconstruir esta sociedad desde otras claves: trabajando para que haya vacuna para
todos los pueblos y todas las personas, tejiendo nuevas redes de solidaridad y fraternidad,
relativizando estructuras eclesiales, etc.
En definitiva, la experiencia de que Dios le “anuncia” no solo es de María, nos anuncia a cada
uno y cada una de nosotras que hemos encontrado gracia ante Él, que gratuitamente nos quiere y
quiere hacerse presente, nacer en el mundo por medio nuestro…
Ojalá, aun en medio de pequeños o grandes temores, encontremos la confianza y el amor
suficiente, aunque sea para balbucir tan solo: Si, hágase en mí… El resto es cosa del Espíritu.
Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp

ACOGER A JESÚS CON GOZO


El evangelista Lucas temía que sus lectores leyeran su escrito de cualquier manera. Lo que les
quería anunciar no era una noticia más, como tantas otras que corrían por el imperio. Debían
preparar su corazón: despertar la alegría, desterrar miedos y creer que Dios está cerca, dispuesto
a transformar nuestra vida.
Con un arte difícil de igualar recreó una escena evocando el mensaje que María escuchó en lo
íntimo de su corazón para acoger el nacimiento de su Hijo Jesús. Todos podemos unirnos a ella
para acoger al Salvador. ¿Cómo prepararnos para recibir con gozo a Dios encarnado en la
humanidad entrañable de Jesús?
«Alégrate». Es la primera palabra que escucha el que se prepara para vivir una experiencia
buena. Hoy no sabemos esperar. Somos como niños impacientes, que lo quieren todo enseguida.
No sabemos estar atentos para conocer nuestros deseos más profundos. Sencillamente se nos ha
olvidado esperar a Dios, y ya no sabemos cómo encontrar la alegría.
Nos estamos perdiendo lo mejor de la vida. Nos contentamos con la satisfacción, el placer y la
diversión que nos proporciona el bienestar. Sabemos que es un error, pero no nos atrevemos a
creer que Dios, acogido con fe sencilla, nos puede descubrir nuevos caminos hacia la alegría.
«No tengas miedo». La alegría es imposible cuando vivimos llenos de miedos, que nos
amenazan desde dentro y desde fuera. ¿Cómo pensar, sentir y actuar de manera positiva y
esperanzada? ¿Cómo olvidar nuestra impotencia y cobardía para enfrentarnos al mal?
Se nos ha olvidado que cuidar nuestra vida interior es más importante que todo lo que nos viene
desde fuera. Si vivimos vacíos por dentro, somos vulnerables a todo. Se va diluyendo nuestra
confianza en Dios y no sabemos cómo defendernos de lo que nos hace daño.
«El Señor está contigo». Dios es una fuerza creadora que es buena y nos quiere bien. No
vivimos solos, perdidos en el cosmos. La humanidad no está abandonada. ¿De dónde sacar
verdadera esperanza si no es del Misterio último de la vida? Todo cambia cuando el ser humano
se siente acompañado por Dios.
José Antonio Pagola
Publicado en www.gruposdejesus.com
TRES MENSAJEROS, TRES PROMESAS Y UN MISTERIO
Primer mensajero (Natán) y primera promesa (a David)
Al final de numerosas aventuras, David se ha convertido en rey del Norte y del Sur, de Israel y
Judá. Ha conquistado una ciudad, Jebús (Jerusalén) que le servirá de capital. Se ha construido
un palacio. Y ahí es donde comienzan los problemas. Mientras se aloja cómodamente en sus
salas, le avergüenza ver que el arca de Dios, símbolo de la presencia del Señor, está al aire libre,
protegida por una simple tienda de campaña. Decide entonces construirle una casa, un templo.
El profeta Natán está de acuerdo. Dios, no. Será Él quien le construya a David una casa, una
dinastía. A su heredero lo tratará como un padre a su hijo. «Tu casa y tu reino durarán por
siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre».
En esta antigua promesa se basa la esperanza mesiánica. Vendrán crisis políticas, morirán reyes
judíos asesinados, terminará desapareciendo la monarquía cuando los babilonios deporten a los
últimos reyes. Pero algunos grupos siempre mantendrán la certeza de que Dios no ha
abandonado a David y le suscitará un descendiente, concebido con rasgos cada vez más
grandiosos.
Segundo mensajero (Gabriel) y segunda promesa (a Israel)
El anuncio de Gabriel a María es como un cuadro que solo comprendemos bien cuando lo
comparamos con otro situado a su izquierda: el anuncio de Gabriel a Zacarías. Contemplando
las diferencias captamos mejor su mensaje.
1) El anuncio a Zacarías tiene lugar en el espacio sagrado del templo, el de María, en un
pueblecillo desconocido de Galilea, de doscientos habitantes.
2) Gabriel se aparece a un anciano venerable, casado con una mujer muy piadosa, los dos
israelitas modélicos; luego Dios lo envía a una pareja joven, todavía sin casar, de los que no se
menciona ninguna virtud.
3) En el primer caso, el protagonista es un varón (Zacarías); en el segundo, una muchacha
(María).
4) A Zacarías se le aparece provocándole un miedo sagrado; a María la saluda con palabras tan
elogiosas que se siente turbada y sorprendida.
5) En ambos casos se anuncia el nacimiento de un niño, pero con enormes diferencias entre
ellos: Juan será un profeta, al estilo de Elías, y su misión consistirá en preparar al pueblo; Jesús
será un rey que gobernará en la Casa de David eternamente. A menudo se pasa por alto el fuerte
contenido político de las palabras relativas a Jesús: «Será grande, se llamará Hijo del Altísimo,
el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y
su reino no tendrá fin.» Si tenemos en cuenta que «Hijo del Altísimo» no significa «Segunda
persona de la Santísima Trinidad», sino que es un título del rey de Israel, las palabras de Gabriel
repiten insistentemente la idea de la realeza de Jesús. Pero su reino no es universal, se limita a
«la casa de Jacob».
6) En ambos casos, el nacimiento parece imposible: Zacarías e Isabel son ancianos; María no ha
tenido relaciones con José. [La traducción habitual: “no conozco varón” se presta a
malentendido, ya que María conoce a José, es su novio; lo que quiere decir es «no he tenido
relaciones sexuales con ningún hombre».]
7) Ante esa dificultad, Zacarías pide una garantía de que eso pueda ocurrir [algo que solo se
percibe claramente en el texto griego: kata. ti, gnw,somai tou/toÈ]; María se limita a formular
una pregunta: «¿Cómo puedo quedarme embarazada si no he tenido relaciones con un hombre?»
[pw/j e;stai tou/to( evpei. a;ndra ouv ginw,skwÈ].
8) En consecuencia, mientras Zacarías queda mudo hasta el día del nacimiento de Juan, María
es la que pronuncia la última palabra: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra». Esta frase sintetiza la actitud de María en toda su vida y, al mismo tiempo, la presenta
al cristiano como modelo de disponibilidad absoluta.
Tercer mensajero (Pablo) y tercera promesa (al mundo entero)
Pablo no ha visitado todavía Roma cuando escribe su carta a los romanos. Pero tiene una larga
experiencia de apostolado y de reflexión. Sobre todo, ha tenido una experiencia fundamental en
el momento de su vocación: el Mesías Jesús no ha sido destinado por Dios solo al pueblo de
Israel, sino a todas las naciones.
El misterio
Desde David hasta Pablo se recorre un largo camino y la perspectiva se abre de modo
asombroso: lo que comenzó siendo la promesa a un rey, más tarde a un pueblo, termina siendo
la promesa al mundo entero. Como dice la segunda lectura, esta es «la revelación del misterio
mantenido en secreto durante siglos eternos».
Tres reacciones a tres mensajeros
¿Cómo reaccionan los interesados antes los mensajes que reciben?
La respuesta de David no la recoge la lectura, pero es una extensa oración de alabanza y acción
de gracias por la promesa que Dios le hace (2 Samuel 7,18-29).
María reacciona con aceptación y fe. No imagina los momentos tan duros que tendrá que
aceptar por causa de Jesús («una espada te atravesará el alma») ni la cantidad de fe que
necesitaría cuando vea a su hijo criticado y condenado por terrorista y blasfemo.
La reacción de Pablo, la que desea inculcar a sus lectores romanos, es cantar la sabiduría y la
gloria de Dios a través de Jesucristo.
Estas tres reacciones nos sirven para vivir estos días previos a la Navidad.
José Luis Sicre
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Adviento 2011. Sala de espera de Dios
Artículo publicado en Vida nueva el 25 de noviembre de 2011
Querámoslo o no, la espera sigue siendo parte de la vida. Porque somos humanos, y por esto
mismo capaces de desear y de imaginar.

El domingo 27 de noviembre arrancaba el Adviento, cuatro semanas de espera y de


preparación a la Navidad. Pero, ¿qué significa esperar a Dios?, ¿por qué ahora?, ¿dónde
atender a sus promesas?… Estas páginas nos invitan a dar respuesta a preguntas que, un año tras
otro, surgen con la llegada de este tiempo de búsquedas y sueños. Que las imágenes y
reflexiones que aquí se proponen nos animen a entrar en la sala de espera de Dios y dispongan
todo nuestro ser para la gozosa llegada del Mesías.
Hablar de espera tiene un punto contracultural hoy en día. No estamos acostumbrados a
esperar. Llevamos décadas viviendo al día. Llevamos años asistiendo, con una mezcla de
admiración, interés y sorpresa, a la capacidad de la técnica para reducir las distancias y los
tiempos.
Los más jóvenes no se acuerdan de lo que era escribir una carta que tardaría días en llegar.
La velocidad es un imperativo contemporáneo. Alta velocidad para los transportes, ancho de
banda para las telecomunicaciones, programación a la carta para los televidentes, inmediatez
para los encuentros. Hoy en día causa furor el wassup, una forma de comunicación instantánea
que hace que las personas puedan estar intercambiando mensajes en cualquier momento con sus
amigos, familiares y conocidos a través de móviles y otros dispositivos portátiles. Parece que la
inmediatez es una batalla ganada.
Sin embargo, querámoslo o no, la espera sigue siendo parte de la vida. Porque somos
humanos, y por esto mismo capaces de desear y de imaginar. Una combinación poderosa, esta
de imaginación y deseo. El deseo nos empuja, nos ilumina, nos hace buscar. Deseamos de
muchas maneras, y nuestro anhelo tiene muchos objetivos, materiales o inmateriales, efímeros o
duraderos, personales o impersonales…
Como además tenemos imaginación, anticipamos lo que podría ocurrir si esos deseos se
cumplen. Y si lo vemos posible, aunque sea difícil, la espera se convierte en esperanza. El
reverso de esto es el miedo, cuando tememos lo que puede ocurrir; y lejos de desearlo,
quisiéramos evitarlo.
Aunque nos vayamos desacostumbrando a esperar, por aquello de la inmediatez, la espera
nunca desaparecerá de nuestras vidas (afortunadamente). Porque en nuestro horizonte está el
futuro. Y el futuro es el tiempo de las promesas, de las posibilidades, de los deseos que aún
no han tomado cuerpo. Aunque no toda espera es tan sublime, bucólica o esencial. En realidad,
la espera empieza en el momento que algo no ocurre ya mismo. Esperamos en la cola de un
comercio para pagar; o en clase, desmoralizados por la lentitud con que transcurren los minutos.
En el aeropuerto, uno de los pocos lugares donde te exigen llegar con tiempo, y todavía
existe algo llamado “sala de espera”. Lo mismo que en los servicios médicos –ambulatorios,
consultas, hospitales…–, donde también toca esperar. Esperamos una llamada que no llega (y
quizás desesperamos); o el resultado de un examen, en esa eternidad que transcurre desde que
lo entregas hasta que lo corrigen y publican las notas; algunos padres, inquietos y preocupados,
esperan en duermevela a que lleguen a casa sus hijos por la noche. Solo entonces podrán
descansar bien.
Esperamos que termine de descargarse un archivo. Hay quien espera, con entusiasmo, que
llegue la fecha en la que sale al mercado un producto que le entusiasma; o que se estrene en los
cines la última película de su actor favorito. Hay jóvenes que pasan dos días en la puerta de un
estadio anticipando un concierto –algunos de ellos tardarán menos tiempo en olvidarlo del que
han pasado en la cola, pero esa es otra cuestión–.
Esperas que merecen la pena
Hay algunas esperas que son un engorro, un verdadero incordio. Podríamos perfectamente
prescindir de ellas. No nos aportan nada. Como mucho, nos ayudan a ejercitar la paciencia. Pero
hay otras que son bonitas. ¿Qué sería de la vida sin la capacidad de anticipar? Pongamos el
ejemplo del amor.
Es verdad que hay quien prefiere vivir las relaciones –también el afecto– en versión
exprés, con poca inversión vital y poco desgaste. Pero quien alguna vez ha estado enamorado,
sabe que, si te corresponden, la relación se vive en el tiempo en que la pareja está junta, pero
también en el tiempo en que, separados, se esperan, se anticipan, se imaginan. Y así, los
abrazos reales heredan otros muchos que se han soñado antes.
Una cita se vive cuarenta veces en la cabeza, hasta que se materializa. Uno anticipa las
palabras que va a decir, idea situaciones, dedica, quizás, horas a preparar alguna sorpresa, algún
regalo. Sí, caramba, el amor sin espera pierde romanticismo.
¿Quién espera a Dios?
Y en medio de todo esto, ¿quién espera a Dios? Porque de eso va la espera del
Adviento. Son tantas las promesas efímeras, brillantes, cotidianas y quizás comprensibles que
estos días nos asaltan, que no tenemos mucho tiempo para dedicarle a otra promesa, la de Dios-
con-nosotros.
Esperar a Dios no es algo fácil. Porque, ¿de qué se trata? ¿Es esperar los momentos de
celebración? ¿La Misa del Gallo, el belén de mi parroquia, los villancicos cargados de
evocaciones infantiles, los relatos sobre el nacimiento de un niño en un portal, historias que
podríamos repetir con los ojos cerrados?
¿O acaso debemos esperar algo más personal, único, espiritual…? ¿Va Dios a venir otra
vez? ¿Acaso tenemos que echarnos a la calle para indagar en los pesebres de nuestro mundo, a
ver si en alguno de ellos reconocemos al Dios niño? ¡Qué lío!, ¿no?
Esperar a Dios empieza por entender que Dios, el que es Palabra –una Palabra que se
hace carne, como recordamos en la liturgia de la Navidad– tiene algo que decirnos. Ese es un
buen recordatorio. Para todos. No creo que haya nadie que lo tenga todo claro sobre Dios.
Bueno, en realidad, no creo que nadie lo tenga todo claro en general: ni sobre Dios, ni sobre los
otros, ni sobre uno mismo.
Y respecto a la fe, nadie que haya integrado perfectamente su mensaje, su palabra, su
proyecto, su lógica. Nadie que deba sentarse, ufano, pretendiendo que lo tiene todo claro.
Es verdad que hay muchas personas que, de algún modo, terminan actuando así, por el lado de
la fe (gente que hace años que dejó de percibir novedad en el Evangelio, instalados en unas
creencias algo atrofiadas), y por el lado del ateísmo (instalados en una increencia práctica o
teórica que no admite fisuras).
Pero lo sorprendente de Dios y su Evangelio es que constantemente nos desinstala,
nos pone ante encrucijadas nuevas, y hace que la propia vida se ilumine de forma distinta. En
ocasiones esa novedad es exigencia, o reto, o un toque de atención sobre algo que necesita
reforma en nuestra vida. En otras ocasiones, es una palabra de amor que necesitábamos
escuchar, o luz sobre una manera de ver el mundo. Y en otras ocasiones tiene que ver con que
descubrimos algo distinto en Dios. El que toda la vida cree en Dios como creía a los cinco años
tiene un problema.
JOSÉ MARÍA RODRÍGUEZ OLAIZOLA, SJ

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