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HORA SANTA DE FIN DE AÑO

1. EXPOSICIÓN:

Canto: Pangue Lingua

Que la lengua humana, cante este misterio, la precisa sangre y el precioso cuerpo.
Quien nació de virgen Rey del Universo, por salvar al mundo dio su sangre en precio.

Fue en la ultima cena, ágape fraterno, con

Cantemos el gran misterio del cuerpo y sangre preciosos, que el rey de todos los pueblos; fruto de
un vientre dichoso, para rescatar al mundo, quiso entregar por nosotros. Para nosotros nacido de
Virgen Inmaculada, vino a vivir nuestra vida, y sembrada su Palabra, selló con este misterio el tiempo
de su pasada. Era la tarde postrera, cenaba con sus hermanos, para cumplir con los ritos de aquel
pueblo liberado, ¡y a los Doce en alimento se da Él mismo con sus manos! Y la Palabra hecha carne,
convierte con su palabra el Pan en su propio cuerpo, el Vino en su sangre santa; de corazón lo
creemos porque la vista se engaña.

Todos: Padrenuestro. Avemaría y Gloria.

Guía: Aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros.

Todos: A todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios.

Canto: ¿Quién eres tú?

Todos: Padrenuestro. Avemaría y Gloria.

Guía: Aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros.


Todos: A todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios.

Canto: El Señor es mi luz.

Todos: Padrenuestro. Avemaría y Gloria.

Guía: Aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros.

Todos: A todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios.

Canto: Tu Palabra me da vida.

2. ADORACIÓN: 10 min

Lector: Jesús Sacramentado, en este momento tan especial de fin de año en el que venimos a
adorarte, reconociéndote como el Señor de la historia, te queremos repetir las mismas palabras que
pronunciaste en los últimos instantes de tu vida: “Todo está cumplido”. Quisiéramos poder decir que
este año ha sido completamente consagrado a ti, para tu gloria y tu servicio. Te pedimos perdón por
las veces que no hemos sabido corresponderte y te ofrecemos esta Hora Santa de acción de gracias
por tantos beneficios. En efecto, Jesús Sacramentado, hoy, sobre todo, queremos darte las gracias.
Jesús amigo, no solo queremos lamentarnos por el tiempo perdido, sino queremos hoy redoblar
nuestros esfuerzos para superarnos. Danos tu gracia para aprovechar el tiempo de manera que
podamos ya desde ahora encontrarnos con tu amor por toda la eternidad. Gracias por todos tus
beneficios Jesús.

Oración en silencio. Música o canto.

3. ESCUCHAR: 10 min

Lector: del Evangelio según San Juan 1, 1-18.

“En el principio ya existía aquel que es la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era
Dios. Ya en el principio él estaba con Dios. Todas las cosas vinieron a la existencia por él y sin él
nada empezó de cuanto existe. El era la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las
tinieblas y las tinieblas no la recibieron. Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
Este vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no
era la luz, sino testigo de la luz. Aquel que es la Palabra era la luz verdadera, que ilumina a todo
hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba; el mundo había sido hecho por él y, sin
embargo, el mundo no lo conoció. Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron; pero a todos los que
lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, los cuales
no nacieron de la sangre, ni del deseo de la carne, ni por voluntad del hombre, sino que nacieron de
Dios. Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros. Hemos visto su gloria, gloria
que le corresponde como a Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan el Bautista dio
testimonio de él, clamando: A éste me refería cuando dije: El que viene después de mí, tiene
precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo. De su plenitud hemos recibido todos gracia
sobre gracia. Porque la ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gracia y la verdad vinieron
por Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es
quien lo ha revelado”.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Lector: Señor Jesús, tú que eres la Palabra eternamente creadora de la que “todas las cosas
vinieron a la existencia y nada empezó de cuanto existe”, estamos reunidos alrededor de ti en este
último día del año. Reconocemos que somos obra de tu amor. Eres una presencia personal de Dios
en nuestras vidas. Sin embargo, en nuestros tiempos, un cierto tipo de cultura nos ha educado a
movernos solo en el horizonte de las cosas, de creer solo en lo que vemos y tocamos con las manos.
Por eso crece el número de personas que se sienten desorientados y creen en todo y nada. En este
contexto, nos surgen algunas preguntas fundamentales: ¿Qué sentido tiene vivir? ¿Hay un futuro
para nosotros y para las generaciones futuras? ¿Cómo orientar las decisiones de nuestra libertad
buscando un resultado bueno y feliz de la vida? ¿Qué nos espera más allá del umbral de la muerte?

Señor Jesús, “luz verdadera que ilumina a todo hombre”, necesitamos no solo el pan material, sino
también necesitamos amor, sentido, esperanza, de un fundamento seguro, de un terreno sólido que
nos ayude a vivir con un sentido auténtico, aún en la crisis, en la oscuridad, en las dificultades y en
los problemas de cada día. Gracias por la luz de la fe, esta fe que es una confianza plena en ti, una
adhesión a tu persona llena de esperanza y confianza porque has revelado el rostro amoroso de
Dios con tu muerte y resurrección mostrándonos de manera luminosa que sólo en el amor está la
plenitud del hombre. Ayúdanos a seguir viviendo el Año jubilar diocesano y a educarnos en la fe,
fruto de un encuentro contigo y del conocimiento de la verdad y de los acontecimientos salvíficos, en
este Año de la fe.

Señor Jesús, tú que eres el principio y el fin, “Aquel que es, que era y que ha de venir” (Ap 1, 8), que
“permanece hoy como ayer y por la eternidad” (Heb 13, 8), pues “mil años para ti son como un día,
un ayer, un momento de la noche” (Sal 90, 4). Ayúdanos a no absolutizar el presente que nos lleva al
vacío, crisis de sentido, frustración, ansiedad y angustia. Y porque eres la Palabra “que se hizo
hombre y habitó entre nosotros”, abre nuestro ser para entender que el tiempo humano ha entrado a
participar en la eternidad de Dios, suscita nuestra respuesta generosa descubriendo que creer es
encontrar la verdadera vida. Provoca que en estos últimos minutos de este año dirijamos nuestra
mirada a ti quien nos ha revelado la plenitud de la vocación humana, nos enseñas a mirar la realidad
en todos sus aspectos y nos invitas a responderte de manera adecuada y humana.

Oración en silencio. Música o canto

4. ORACIÓN: 10 min.

Lector: El último día del año es una ocasión para elevar un cántico de alabanza y acción de gracias.
Es una necesidad dar gracias a Dios que nos ha acompañado durante este tiempo, velando por
nosotros con su amor de Padre. Repasemos en esta oración todos los beneficios de Dios.
Agradezcamos de corazón y con humildad los dones recibidos. Todo es un regalo inmerecido de la
Misericordia.

Todos: Te damos gracias, Señor Jesús.

Lector: Ahora pasemos a pedir perdón por nuestras faltas de correspondencia, por las veces que nos
olvidamos de Dios y del prójimo.

Todos: Te pedimos perdón, Señor Jesús.

Lector: No podemos continuar nuestra oración sin pedir al Señor por todas aquellas personas que
pasan por el sufrimiento, ya sea por el dolor físico o por las penas morales.

Todos: Te lo pedimos, Señor Jesús.


Lector: Roguemos al Señor para que nos haga experimentar a todos su fortaleza y su gracia.

Todos: Te rogamos, Señor Jesús.

Lector: Ahora miremos al futuro. No sabemos lo que nos tiene preparado la Providencia, pero
nuestra fe nos dice que todo contribuye al bien de los que aman a Dios. En sus manos ponemos
nuestros proyectos, pero sobre todo, nuestros deseos de amarlo por encima de todas las cosas.

Todos: Tú eres nuestra esperanza, Señor Jesús.

Lector: Señor Jesús, los hombres y las mujeres que vivimos en esta tierra vamos a iniciar un año
nuevo. En unos momentos nos desearemos: ¡Feliz año nuevo! Tú también nos deseas un feliz año
nuevo, porque darnos felicidad es tu principal preocupación. Por eso te hiciste hombre y Dios con
nosotros, con esa finalidad naciste como Salvador. Nos ponemos en tu presencia porque queremos
que nos acompañes en este nuevo año, Eres el camino, la verdad y la vida, eres nuestro Maestro y
nuestro guía.

Todos: Acompáñanos, Señor, en este año nuevo.

Lector: Enséñanos el camino de la felicidad.

Todos: Bendícenos, Señor Jesús.

Lector: Que este año nuevo nos traiga vida nueva.

Todos: Que sigamos caminado junto a ti.

Oración en silencio. Música o canto.

5. CONTEMPLACIÓN: 10 min

Lector: “Otro año llega a su término, mientras que, con la inquietud, los deseos y las esperanzas de
siempre, aguardamos uno nuevo. Si pensamos en la experiencia de la vida, nos deja asombrados lo
breve y fugaz que es en el fondo. Por eso, muchas veces nos asalta la pregunta: ¿Qué sentido
damos a nuestros días? Más concretamente, ¿qué sentido damos a los días de fatiga y dolor? Esta
es una pregunta que atraviesa la historia, más aún, el corazón de cada generación y de cada ser
humano. Pero hay una respuesta a este interrogante: se encuentra escrita en el rostro de un Niño
que hace dos mil años nació en Belén y que hoy es el Viviente, resucitado para siempre de la
muerte. En el tejido de la humanidad, desgarrado por tantas injusticias, maldades y violencias,
irrumpe de manera sorprendente la novedad gozosa y liberadora de Cristo Salvador, que en el
misterio de su encarnación y nacimiento nos permite contemplar la bondad y ternura de Dios. El Dios
eterno ha entrado en nuestra historia y está presente de modo único en la persona de Jesús, su Hijo
hecho hombre, nuestro Salvador, venido a la tierra para renovar radicalmente la humanidad y
liberarla del pecado y de la muerte, para elevar al hombre a la dignidad de hijo de Dios… Así pues,
no hay lugar para la angustia frente al tiempo que pasa y no vuelve; ahora es el momento de confiar
infinitamente en Dios, de quien nos sabemos amados, por quien vivimos y a quien nuestra vida se
orienta en espera de su retorno definitivo. Desde que el Salvador descendió del cielo el hombre ya
no es más esclavo de un tiempo que avanza sin un porqué, o que está marcado por la fatiga, la
tristeza y el dolor. El hombre es hijo de un Dios que ha entrado en el tiempo para rescatar el tiempo
de la falta de sentido o de la negatividad, y que ha rescatado a toda la humanidad, dándole como
nueva perspectiva de vida el amor, que es eterno… A ti, oh Dios, te alabamos. La Iglesia nos sugiere
terminar el año dirigiendo al Señor nuestro agradecimiento por todos sus beneficios. Nuestra última
hora, la última hora del tiempo y de la historia, termina en Dios. Olvidar este final de nuestra vida
significaría caer en el vacío, vivir sin sentido” (Benedicto XVI, 31 de diciembre de 2011).

Oración en silencio. Música o canto.

6. BENDICIÓN: 5 min.

Canto: Tatum Ergo (incensación)

Adoremos, pues humildes a tan grande sacramento: en vez de la antigua alianza ya es el Nuevo
Testamento, no importa que no se vea, la fe nos lo está diciendo. Honor, gloria y bendiciones a Dios
Padre sin principio, y las mismas alabanzas al Hijo del Él nacido y al Espíritu de ambos: nuestro
Dios, único y Trino. Amén.

Guía: Nos diste el pan del cielo.

Todos: Que contiene en sí todo deleite.


Guía: Oremos. Oh Dios, que en este Sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, te
pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que
experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas por los
siglos de los siglos. Amén.

Bendición con el Santísimo (incensación).

ACLAMACIONES

Bendito sea Dios.

Bendito sea su santo nombre.

Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.

Bendito sea el nombre de Jesús.

Bendito sea su sacratísimo Corazón.

Bendita sea su preciosísima Sangre.

Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del altar.

Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.

Bendita sea la gran Madre de Dios, María Santísima.

Bendita sea su santa e inmaculada Concepción.

Bendita sea su gloriosa Asunción.

Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre.

Bendito sea San José, su castísimo esposo.


Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos.

Todos: Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos. Firme es su misericordia
con nosotros, su fidelidad dura por siempre. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en
el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén

Todos: Adoremos, por siempre, al Santísimo sacramento (2).

Oración por las vocaciones. Todos: Oh Jesús, Pastor eterno de las almas, dígnate mirar con ojos de
misericordia a esta porción de tu grey amada. Señor, gemimos en la orfandad, danos vocaciones,
danos sacerdotes, religiosas y laicos santos. Te lo pedimos por la inmaculada Virgen María de
Guadalupe, tu dulce y santa Madre. Oh Jesús, danos sacerdotes, religiosas y laicos según tu
corazón. Amén.

Oración por la paz. Todos: Señor Jesús, Tú eres nuestra paz, mira nuestra patria dañada por la
violencia y dispersa por el miedo y la inseguridad. Consuela el dolor de quienes sufren. Da acierto a
las decisiones de quienes nos gobiernan. Toca el corazón de quienes olvidan que somos hermanos y
provocan sufrimiento y muerte. Dales el don de la conversión. Protege a las familias, a nuestros
niños, adolescentes y jóvenes, a nuestros pueblos y comunidades. Que como discípulos misioneros
tuyos, ciudadanos responsables, sepamos ser promotores de justicia y de paz, para que en Ti,
nuestro pueblo tenga vida digna. Amén.

7. RESERVA: 5 min

Canto final: Se cierra el sagrario y queda escondido en místico nido, Jesús, mi Señor. Desciende
amoroso desde el alto cielo tras místico velo, Jesús, mi Señor. No cierres, Dios mío, no cierres la
puerta, déjala entreabierta a mi corazón. Jesús, dulcísimo, la noche llega, dejar ya debo toda labor, y
darme al sueño que tú me ofreces, pero antes quiero decirte adiós. -Muy buenas noches (2), hasta
mañana, mi buen Jesús (2).

Oración: Virgen María, Señora del Santísimo Sacramento, gloria del pueblo cristiano, gozo de la
Iglesia universal, ruega por nosotros y concede a todos los fieles verdadera devoción a la Sagrada
Eucaristía, siendo dignos de recibirla cada día. Amén.

Guía: Que el Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén.
El fin de año
Francisco Fernández Carvajal
26 diciembre 2017
Sección: Valores católicos

- Un día de balance. Nuestro tiempo es breve. Es parte muy


importante de la herencia recibida de Dios.

– Actos de contrición por nuestros errores y pecados cometidos en este año que termina. Acciones de
gracias por los muchos beneficios recibidos.

– Propósitos para el año que comienza.

I. Hoy, es un buen momento para hacer balance del año que ha pasado y propósitos para el que
comienza. Buena oportunidad para pedir perdón por lo que no hicimos, por el amor que faltó; buena
ocasión para dar gracias por todos los beneficios del Señor. La Iglesia nos recuerda que somos
peregrinos. Ella misma está presente en el mundo y, sin embargo, es peregrina (1). Se dirige hacia su
Señor peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Diosƒy (2).

Nuestra vida es también un camino lleno de tribulaciones y de consuelos de Dios. Tenemos una vida
en el tiempo, en la cual nos encontramos ahora, y otra más allá del tiempo, en la eternidad, hacia la
cual se dirige nuestra peregrinación. El tiempo de cada uno es una parte importante de la herencia
recibida de Dios; es la distancia que nos separa de ese momento en el que nos presentaremos ante
nuestro Señor con las manos llenas o vacías. Sólo ahora, aquí, en esta vida, podemos merecer para la
otra. En realidad, cada día nuestro es un tiempo que Dios nos regala para llenarlo de amor a Él, de
caridad con quienes nos rodean, de trabajo bien hecho, de ejercitar las virtudes…, de obras agradables
a los ojos de Dios. Ahora es el momento de hacer el tesoro que no envejece. Este es, para cada uno, el
tiempo propicio, éste es el día de la salud (3). Pasado este tiempo, ya no habrá otro.
El tiempo del que cada uno de nosotros dispone es corto, pero suficiente para decirle a Dios que le
amamos y para dejar terminada la obra que el Señor nos haya encargado a cada uno. Por eso nos
advierte San Pablo: andad con prudencia, no como necios, sino como sabios, aprovechando bien el
tiempo (4), pues pronto viene la noche, cuando ya nadie puede trabajar (5). Verdaderamente es corto
nuestro tiempo para amar, para dar, para desagraviar. No es justo, por tanto, que lo malgastemos, ni
que tiremos ese tesoro irresponsablemente por la ventana: no podemos desbaratar esta etapa del
mundo que Dios confía a cada uno(6).

San Pablo, considerando la brevedad de nuestro paso por la tierra y la insignificancia que tienen las
cosas en sí mismas, dice: pasa la sombra de este mundo (7). Esta vida, en comparación de la que nos
espera, es como su sombra.

La brevedad del tiempo es una llamada continua a sacarle el máximo rendimiento de cara a Dios.
Hoy, en nuestra oración, podríamos preguntarnos si Dios está contento con la forma en que hemos
vivido el año que ha pasado. Si ha sido bien aprovechado o, por el contrario, ha sido un año de
ocasiones perdidas en el trabajo, en el apostolado, en la vida de familia; si hemos abandonado con
frecuencia la Cruz, porque nos hemos quejado con facilidad al encontrarnos con la contradicción y
con lo inesperado.

Cada año que pasa es una llamada para santificar nuestra vida ordinaria y un aviso de que estamos un
poco más cerca del momento definitivo con Dios.

No nos cansemos de hacer el bien, que a su tiempo cosecharemos, si no desfallecemos. Por


consiguiente, mientras hay tiempo hagamos el bien a todos (8).

II. Al hacer examen es fácil que encontremos, en este año que termina, omisiones en la caridad,
escasa laboriosidad en el trabajo profesional, mediocridad espiritual aceptada, poca limosna,
egoísmo, vanidad, faltas de mortificación en las comidas, gracias del Espíritu Santo no
correspondidas, intemperancia, mal humor, mal carácter, distracciones más o menos voluntarias en
nuestras prácticas de piedad… Son innumerables los motivos para terminar el año pidiendo perdón al
Señor, haciendo actos de contrición y de desagravio. Miramos cada uno de los días del año y cada día
hemos de pedir perdón, porque cada día hemos ofendido (9). Ni un solo día se escapa a esta realidad:
han sido muchas nuestras faltas y nuestros errores. Sin embargo, son incomparablemente mayores los
motivos de agradecimiento, en lo humano y en lo sobrenatural. Son incontables las mociones del
Espíritu Santo, las gracias recibidas en el sacramento de la Penitencia y en la Comunión eucarística,
los cuidados de nuestro Angel Custodio, los méritos alcanzados al ofrecer nuestro trabajo o nuestro
dolor por los demás, las numerosas ayudas que de otros hemos recibido. No importa que de esta
realidad sólo percibamos ahora una parte muy pequeña. Demos gracias a Dios por todos los
beneficios recibidos durante el año.

Es menester sacar fuerzas de nuevo para servir y procurar no ser ingratos, porque con esa condición
las da el Señor; que si no usamos bien del tesoro y del gran estado en que nos pone, nos lo tornará a
tomar y nos quedaremos muy más pobres, y dará Su Majestad las joyas a quien luzca y aproveche con
ellas a sí y a los otros. Pues, cómo aprovechará y gastará con largueza el que no entiende que está rico?
Es imposible, conforme a nuestra naturaleza, a mi parecer, tener ánimo para cosas grandes quien no
entiende está favorecido de Dios; porque somos tan miserables y tan inclinados a cosas de tierra, que
mal podrá aborrecer todo lo de acá de hecho con gran desasimiento, quien no entiende tiene alguna
prenda de lo de allá (10).

Terminar el año pidiendo perdón por tantas faltas de correspondencia a la gracia, por tantas veces
como Jesús se puso a nuestro lado y no hicimos nada por verle y le dejamos pasar; a la vez, terminar
el año agradeciendo al Señor la gran misericordia que ha tenido con nosotros y los innumerables
beneficios, muchos de ellos desconocidos por nosotros mismos, que nos ha dado el Señor.

Y junto a la contrición y el agradecimiento, el propósito de amar a Dios y de luchar por adquirir las
virtudes y desarraigar nuestros defectos, como si fuera el último año que el Señor nos concede.

III. En estos últimos días del año que termina y en los comienzos del que empieza nos desearemos
unos a otros que tengamos un buen año. Al portero, a la farmacéutica, a los vecinos…, les diremos
Feliz año nuevo! o algo semejante. Un número parecido de personas nos desearán a nosotros lo
mismo, y les daremos las gracias.

Pero, qué es lo que entienden muchas gentes por un año bueno, un año lleno de felicidad, etcétera?
Es, a no dudarlo, que no sufráis en este año ninguna enfermedad, ninguna pena, ninguna
contrariedad, ninguna preocupación, sino al contrario, que todo os sonría y os sea propicio, que
ganéis bastante dinero y que el recaudador no os reclame demasiado, que los salarios se vean
incrementados y el precio de los artículos disminuya, que la radio os comunique cada mañana buenas
noticias. En pocas palabras, que no experimentéis ningún contratiempo(11).

Es bueno desear estos bienes humanos para nosotros y para los demás, si no nos separan de nuestro
fin último. El año nuevo nos traerá, en proporciones desconocidas, alegrías y contrariedades. Un año
bueno, para un cristiano, es aquel en el que unas y otras nos han servido para amar un poco más a
Dios. Un año bueno para un cristiano no es aquel que viene cargado, en el supuesto de que fuera
posible, de una felicidad natural al margen de Dios. Un año bueno es aquel en el que hemos servido
mejor a Dios y a los demás, aunque en el plano humano haya sido un completo desastre. Puede ser,
por ejemplo, un buen año aquel en el que apareció la grave enfermedad, tantos años latente y
desconocida, si supimos santificarnos con ella y santificar a quienes estaban a nuestro alrededor.

Cualquier año puede ser el mejor año si aprovechamos las gracias que Dios nos tiene reservadas y que
pueden convertir en bien la mayor de las desgracias. Para este año que comienza Dios nos ha
preparado todas las ayudas que necesitamos para que sea un buen año. No desperdiciemos ni un solo
día. Y cuando llegue la caída, el error o el desánimo, recomenzar enseguida. En muchas ocasiones, a
través del sacramento de la Penitencia.

Que tengamos todos un buen año! Que podamos presentarnos delante del Señor, una vez concluido,
con las manos llenas de horas de trabajo ofrecidas a Dios, apostolado con nuestros amigos,
incontables muestras de caridad con quienes nos rodean, muchos pequeños vencimientos, encuentros
irrepetibles en la Comunión…
Hagamos el propósito de convertir las derrotas en victorias, acudiendo al Señor y recomenzando de
nuevo.

Pidamos a la Virgen la gracia de vivir este año que comienza luchando como si fuera el último que el
Señor nos concede.
El fin de año momento para pedir perdón y agradecer
¡Que tengamos todos un buen año! Que podamos presentarnos delante del Señor con
las manos llenas.

Por: Francisco Fernández Carvajal | Fuente: encuentra.com

Un día de balance. Nuestro tiempo es breve. Es parte muy importante de la herencia recibida de
Dios.

Actos de contrición por nuestros errores y pecados cometidos en este año que termina. Acciones de
gracias por los muchos beneficios recibidos.

Propósitos para el año que comienza

I. Hoy, es un buen momento para hacer balance del año que ha pasado y propósitos para
el que comienza. Buena oportunidad para pedir perdón por lo que no hicimos, por el amor que
faltó; buena ocasión para dar gracias por todos los beneficios del Señor. La Iglesia nos recuerda que
somos peregrinos. Ella misma está presente en el mundo y, sin embargo, es peregrina (1). Se dirige
hacia su Señor peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Diosƒy (2).

Nuestra vida es también un camino lleno de tribulaciones y de consuelos de Dios. Tenemos una vida
en el tiempo, en la cual nos encontramos ahora, y otra más allá del tiempo, en la eternidad, hacia la
cual se dirige nuestra peregrinación. El tiempo de cada uno es una parte importante de la herencia
recibida de Dios; es la distancia que nos separa de ese momento en el que nos presentaremos ante
nuestro Señor con las manos llenas o vacías. Sólo ahora, aquí, en esta vida, podemos merecer para
la otra. En realidad, cada día nuestro es un tiempo que Dios nos regala para llenarlo de amor a Él, de
caridad con quienes nos rodean, de trabajo bien hecho, de ejercitar las virtudes…, de obras
agradables a los ojos de Dios. Ahora es el momento de hacer el tesoro que no envejece. Este es,
para cada uno, el tiempo propicio, éste es el día de la salud (3). Pasado este tiempo, ya no habrá
otro.

El tiempo del que cada uno de nosotros dispone es corto, pero suficiente para decirle a Dios que le
amamos y para dejar terminada la obra que el Señor nos haya encargado a cada uno. Por eso nos
advierte San Pablo: andad con prudencia, no como necios, sino como sabios, aprovechando bien el
tiempo (4), pues pronto viene la noche, cuando ya nadie puede trabajar (5). Verdaderamente es
corto nuestro tiempo para amar, para dar, para desagraviar. No es justo, por tanto, que lo
malgastemos, ni que tiremos ese tesoro irresponsablemente por la ventana: no podemos desbaratar
esta etapa del mundo que Dios confía a cada uno(6).

San Pablo, considerando la brevedad de nuestro paso por la tierra y la insignificancia que tienen las
cosas en sí mismas, dice: pasa la sombra de este mundo (7). Esta vida, en comparación de la que
nos espera, es como su sombra.

La brevedad del tiempo es una llamada continua a sacarle el máximo rendimiento de cara a Dios.
Hoy, en nuestra oración, podríamos preguntarnos si Dios está contento con la forma en que hemos
vivido el año que ha pasado. Si ha sido bien aprovechado o, por el contrario, ha sido un año de
ocasiones perdidas en el trabajo, en el apostolado, en la vida de familia; si hemos abandonado con
frecuencia la Cruz, porque nos hemos quejado con facilidad al encontrarnos con la contradicción y
con lo inesperado.

Cada año que pasa es una llamada para santificar nuestra vida ordinaria y un aviso de que estamos
un poco más cerca del momento definitivo con Dios.
No nos cansemos de hacer el bien, que a su tiempo cosecharemos, si no desfallecemos. Por
consiguiente, mientras hay tiempo hagamos el bien a todos (8).

II. Al hacer examen es fácil que encontremos, en este año que termina, omisiones en la
caridad, escasa laboriosidad en el trabajo profesional, mediocridad espiritual aceptada, poca limosna,
egoísmo, vanidad, faltas de mortificación en las comidas, gracias del Espíritu Santo no
correspondidas, intemperancia, mal humor, mal carácter, distracciones más o menos voluntarias en
nuestras prácticas de piedad… Soninnumerables los motivos para terminar el año pidiendo
perdón al Señor, haciendo actos de contrición y de desagravio. Miramos cada uno de los días
del año y cada día hemos de pedir perdón, porque cada día hemos ofendido (9). Ni un solo día se
escapa a esta realidad: han sido muchas nuestras faltas y nuestros errores. Sin embargo, son
incomparablemente mayores los motivos de agradecimiento, en lo humano y en lo sobrenatural. Son
incontables las mociones del Espíritu Santo, las gracias recibidas en el sacramento de la Penitencia y
en la Comunión eucarística, los cuidados de nuestro Angel Custodio, los méritos alcanzados al ofrecer
nuestro trabajo o nuestro dolor por los demás, las numerosas ayudas que de otros hemos recibido.
No importa que de esta realidad sólo percibamos ahora una parte muy pequeña. Demos gracias a
Dios por todos los beneficios recibidos durante el año.

Es menester sacar fuerzas de nuevo para servir y procurar no ser ingratos, porque con esa condición
las da el Señor; que si no usamos bien del tesoro y del gran estado en que nos pone, nos lo tornará
a tomar y nos quedaremos muy más pobres, y dará Su Majestad las joyas a quien luzca y aproveche
con ellas a sí y a los otros. Pues, cómo aprovechará y gastará con largueza el que no entiende que
está rico? Es imposible, conforme a nuestra naturaleza, a mi parecer, tener ánimo para cosas
grandes quien no entiende está favorecido de Dios; porque somos tan miserables y tan inclinados a
cosas de tierra, que mal podrá aborrecer todo lo de acá de hecho con gran desasimiento, quien no
entiende tiene alguna prenda de lo de allá (10).

Terminar el año pidiendo perdón por tantas faltas de correspondencia a la gracia, por tantas veces
como Jesús se puso a nuestro lado y no hicimos nada por verle y le dejamos pasar; a la vez,
terminar el año agradeciendo al Señor la gran misericordia que ha tenido con nosotros y los
innumerables beneficios, muchos de ellos desconocidos por nosotros mismos, que nos ha dado el
Señor.

Y junto a la contrición y el agradecimiento, el propósito de amar a Dios y de luchar por adquirir las
virtudes y desarraigar nuestros defectos, como si fuera el último año que el Señor nos concede.

III. En estos últimos días del año que termina y en los comienzos del que empieza nos
desearemos unos a otros que tengamos un buen año. Al portero, a la farmacéutica, a los
vecinos…, les diremos Feliz año nuevo! o algo semejante. Un número parecido de personas nos
desearán a nosotros lo mismo, y les daremos las gracias.
Pero, qué es lo que entienden muchas gentes por un año bueno, un año lleno de felicidad, etcétera?
Es, a no dudarlo, que no sufráis en este año ninguna enfermedad, ninguna pena, ninguna
contrariedad, ninguna preocupación, sino al contrario, que todo os sonría y os sea propicio, que
ganéis bastante dinero y que el recaudador no os reclame demasiado, que los salarios se vean
incrementados y el precio de los artículos disminuya, que la radio os comunique cada mañana buenas
noticias. En pocas palabras, que no experimentéis ningún contratiempo(11).

Es bueno desear estos bienes humanos para nosotros y para los demás, si no nos separan de nuestro
fin último. El año nuevo nos traerá, en proporciones desconocidas, alegrías y contrariedades. Un año
bueno, para un cristiano, es aquel en el que unas y otras nos han servido para amar un poco más a
Dios. Un año bueno para un cristiano no es aquel que viene cargado, en el supuesto de que fuera
posible, de una felicidad natural al margen de Dios. Un año bueno es aquel en el que hemos servido
mejor a Dios y a los demás, aunque en el plano humano haya sido un completo desastre. Puede ser,
por ejemplo, un buen año aquel en el que apareció la grave enfermedad, tantos años latente y
desconocida, si supimos santificarnos con ella y santificar a quienes estaban a nuestro alrededor.

Cualquier año puede ser el mejor año si aprovechamos las gracias que Dios nos tiene reservadas y
que pueden convertir en bien la mayor de las desgracias. Para este año que comienza Dios nos ha
preparado todas las ayudas que necesitamos para que sea un buen año. No desperdiciemos ni un
solo día. Y cuando llegue la caída, el error o el desánimo, recomenzar enseguida. En muchas
ocasiones, a través del sacramento de la Penitencia.

Que tengamos todos un buen año! Que podamos presentarnos delante del Señor, una vez concluido,
con las manos llenas de horas de trabajo ofrecidas a Dios, apostolado con nuestros amigos,
incontables muestras de caridad con quienes nos rodean, muchos pequeños vencimientos,
encuentros irrepetibles en la Comunión…
Hagamos el propósito de convertir las derrotas en victorias, acudiendo al Señor y recomenzando de
nuevo.

Pidamos a la Virgen la gracia de vivir este año que comienza luchando como si fuera el último que el
Señor nos concede.

(1) CONC. VAT. II, Const. Sacrosanctum concilium, 2.- (2) IDEM, Const. Lumen gentium, 8.- (3) 2
Cor 6, 2.- (4) Ef 5, 15-16.- (5) Jn 9, 4.- (6) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Amigos de Dios, 39.- (7) 1
Cor 7, 31.- (8) Gal 6, 9-10.- (9) SAN AGUSTIN, Sermón 256.- (10) SANTA TERESA, Vida, 10, 3.-
(11) G. CHEVROT, El Evangelio al aire libre, p. 102.

Meditación extraída de la serie “Hablar con Dios” por Francisco Fernández Carvajal.
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