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PERRA VIDA

Bajo el puente
Olfateaba todos los rincones tratando de encontrar a mi madre. Su esencia estaba grabada en mi
memoria, pero sin importar cuan fuerte aspire, ningún olor parecía dirigirme a ella. La última vez
que vi a mi madre fue el día que vinieron los humanos de arriba a nuestra casa.

Nuestro hogar estaba junto a un río, debajo de un puente en el que los humanos que nos cuidaban
hicieron una casita de cartón para que viviéramos con ellos. Dormíamos juntos e incluso nos
daban de comer. A veces, nos dejaban olfatear unos tarros que ellos inhalaban. A mi no me
gustaba porque el olor era desagradable y me mareaba, pero los humanos que nos cuidaban
parecían más felices luego de oler ese repugnante frasco.

Mamá nos dijo que los humanos que vivían debajo del puente eran buenos, pero los que vivían
arriba eran peligrosos y debíamos tener cuidado con ellos. ¡Qué razón tenía mamá! Nunca
olvidaré ese maldito día.

El maldito día
Los humanos de arriba llegaron estrepitosamente a nuestro hogar. Tenían jaulas y bolsas donde
metieron a mis hermanos. A los humanos que nos cuidaban los golpearon con palos mientras
rompían las casitas de cartón en las que vivíamos. Yo me oculté debajo de uno de los cartones
que quedaron y cerré los ojos hasta que no escuché más ruido.
Al abrir los ojos ya no quedaba nadie. Mis hermanos no estaban, tampoco mi madre. No había
señal de los humanos que nos cuidaban. Esperé por horas -tal vez días- por alguien, pero me
encontraba solo. Finalmente, decidí ir en búsqueda de mi familia.

El mundo de arriba
El mundo de los humanos de arriba era gigantesco. Algo que mamá no nos dijo es que los
humanos de arriba tienen mucha comida, pero no les gusta compartirla. Mientras buscaba a mi
madre, el olor a comida me distrajo repetidas veces. Cuando trataba de comer algo, los humanos
de arriba me botaban a patadas. A veces, sí tenía suerte, me daban algunos huesos.

Mi búsqueda no fue fructífera. Parecía que la esencia de mi madre había desaparecido de este
mundo. Aprendí que en el mundo de arriba los humanos son egoístas y si querías algo, debías
tomarlo a la fuerza.

Hora de dormir
Por tomar a la fuerza comida, terminé en una jaula. Uno de los humanos que me capturó se
acercó a mi jaula. En su mano tenía un tubo pequeño y delgado. Con un tono amable, me dijo
que iba a dormirme y que esté tranquilo porque no sentiría nada.

Mientras cerraba mis ojos, recordé que la última vez que vi a mi madre fue cuando los humanos
de arriba vinieron a nuestra casa bajo el puente. Traté con todas mis fuerzas de olfatear una vez
más su esencia.

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