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LEYENDA: EL DUENDE DE MULAUCO

Hace mucho tiempo, cuando no existía luz eléctrica, televisores, ni radio que escuchar;

la matriarca de una de las familias ancestrales de Mulauco, contó con lujo de detalle, lo
acontecido cuando era una adolescente de apenas 13 años.

En esos tiempos a las mujeres nos ponían tareas para tenernos ocupadas y no pensar mal,
decía mi mamá.

Entonces en casa todas las mujeres nos encargábamos de alguna actividad ordenada. Junto a
otras amigas de casas vecinas, nos correspondía cuidar y dar agua a las mulas que llegaban
del oriente con cargas de panela, cañas y pomas de aguardiente. Con esto ayudábamos al
presupuesto del hogar ya que nos pagaban con parte de los productos

Un día estando en la quebrada huarmihayco, cerca del puente divisorio entre los barrios
Mulauco y La Virginia,

bajo el puente vi a “un niño” que me estaba dando besos volados, mis compañeras presentes
solo se reían; pues no lograban ver al niño y pensaban que estaba loca, pero no fue así.

Le conté a mi mamá, quien se dio cuenta que se trataba de un duende enamorado que se
interesó en mí.

De cabello negro y largo, yo ya pintaba cuerpo de señorita, mis atributos de mujer comenzaban
a ser notorios.

Sabiendo lo que estaba pasando, cuando sentía la presencia del duende me echaba a correr
en busca de mi mamá.

Es cuando el duende enamorado al ver que no le correspondí, comenzó a martirizar no solo a


mí, sino también a mi familia pues este ser comenzó a hacer maldades.

Cuando no había nadie en casa él se entraba y mataba a los cuyes que vivían y se abrigaban
con el calor en la cocina de leña,

se llevaba las botas con las que asistíamos a la escuela de Pifo, revolvía ropa, botaba los
platos,

por las noches desataba las mulas que las encontrábamos descarriadas por todos lados, y así
una infinidad de travesuras.  

Mis padres preocupados trataban de buscar una solución al problema y nada funcionaba, todo
lo que les aconsejaban que hicieran no daba resultado y las maldades del duende enamorado
seguían.

En esos tiempos se acostumbraba a guardar dinero, que era sagrado cogerlo, debajo de los
Santos de un pequeño altar que había en la casa. Cual fue la sorpresa que diez sucres
desaparecieron.  

Como a los siete días estando conversando en familia, vimos como del soberado cayó un papel
justo en el pie de mi papá, cuando él se da cuenta era el billete de diez sucres que había
desaparecido; todos comentábamos que eso era obra del duende.
Buscando la forma para que me deje en paz, escuchamos la noticia de unos forasteros dueños
de mulas, que los duendes son asquientos, que ellos detestan la cochinada, y si queríamos que
el duende me deje en paz tendría que hacer lo siguiente:

Cuando sienta ganas de hacer mis necesidades biológicas, debía correr a la quebrada, esperar
que el duende me vea, defecar y coger las heces con las manos  haciendo como que estoy
comiendo mi propia caca,

fue así que haciendo caso del concejo y por el cansancio que sentía al percibir en todo
momento la presencia del duende en mi vida, tomé esa decisión.

El duende al instante se desenamoró, cuando vio lo que estaba haciendo se largó haciendo
muecas, vociferando unas palabras que no entendía, pero que si pude comprender, el duende
se fue insultando entre la maleza del campo hasta perderse bajo el puente. Nunca más lo vi

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