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PUREZA Y
VIRGINIDAD
Dietrich Von Hildebrand PUREZA Y VIRGINIDAD
VERSIÓN ESPAÑOLA
POR
A. DE MIGUEL MIGUEL
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Dietrich Von Hildebrand PUREZA Y VIRGINIDAD
ÍNDICE
DIETRICH VON HILDEBRAND.............................................. 1
ÍNDICE.........................................................................3
PRÓLOGO ....................................................................5
INTRODUCCIÓN .........................................................8
DELIMITACIÓN DE LA ESFERA “SENSUAL” EN
RELACIÓN CON LOS DEMÁS DOMINIOS DEL
CUERPO.....................................................................11
CONEXIÓN DE LA ESFERA SENSUAL Y DE LA
ESFERA .....................................................................16
ESPIRITUAL ..............................................................16
LOS TRES ASPECTOS DE LA ESFERA SENSUAL ....26
LA PUREZA ............................................................................ 30
LA IMPUREZA ...........................................................31
PUREZA E INDIFERENCIA SENSUAL .....................39
EL ASPECTO POSITIVO DE LA VIRTUD DE LA
PUREZA .....................................................................56
LOS PELIGROS INMANENTES A LA ESFERA
SENSUAL ...................................................................82
LA “INFORMACIÓN” DE LA ESFERA SENSUAL POR
EL ...............................................................................89
AMOR CONYUGAL ....................................................89
EL ETHOS CLÁSICO DE LA PUREZA CONYUGAL EN
SU FORMA SUPREMA ..............................................98
INTRODUCCIÓN .....................................................113
EL CARÁCTER DE LA CONSAGRACIÓN A DIOS ...120
EL ALMA, ESPOSA DE CRISTO. EL MATRIMONIO
DE LA VIRGEN CONSAGRADA A DIOS..................129
EL SENTIDO DE LA VIRGINIDAD DESDE EL PUNTO
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DE ............................................................................140
VISTA ASCÉTICO ....................................................140
LA VIRGINIDAD, PRINCIPIO DE “INDIVISIÓN” ...147
LA MISIÓN POSITIVA DE LOS BIENES NATURALES
Y LAS CONDICIONES DE LA FECUNDIDAD
SOBRENATURAL DEL RENUNCIAMIENTO .........153
LA VIRGINIDAD, FORMA OBJETIVA DE VIDA, Y
ACTITUD DE “ABANDONAR TODO POR JESÚS”..166
EL MISTERIO DE LA VIRGINIDAD, MATRIMONIO
CON CRISTO............................................................173
CONCLUSIÓN ..........................................................182
LA VIRGINIDAD CONSAGRADA A DIOS, ESTADO
DE ............................................................................182
AMOR ......................................................................182
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PRÓLOGO
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PUREZA
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INTRODUCCIÓN
Bienaventurados los
corazones puros porque ellos verán
a Dios.
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PRIMERA SECCIÓN
LA ESFERA SENSUAL
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“Decían a sus madres: “¿Dónde hay pan y vino? Caían heridos por la espada, en
las plazas de la ciudad, y su alma expiraba sobre el seno de sus madres”.
Lamentaciones de Jeremías, 2, 12.
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Se observará que el autor analiza los fines psicológicos del amor, no los fines
objetivos del matrimonio como comunidad social e institución sacramental. (N. del
T.)
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154; ídem, p. 155: “¿Qué son las relaciones de los sexos sin un amor fuerte y puro?”.
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El hecho de que el acto conyugal posea una significación para el hombre
inquantum homo; en otros términos, el hecho de que tiene también un sentido a
título de expresión y perfeccionamiento del amor conyugal, no autoriza naturalmente
a aislar artificialmente de la generación esta función. Por el contrario, esos dos
significados están orgánicamente unidos por Dios, de tal suerte que destruir esa
unidad, atentar al misterio sagrado de esa unión de elementos diversos, constituiría,
por sí, un crimen de una audacia espantosa, sin hablar de otros motivos.
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Naturalmente, la unión estrecha del amor conyugal con la esfera sensual puede
ser considerado al mismo tiempo como medio con vistas a la procreatio. Sin
embargo, eso no basta para indicar la significación de la esfera sensual para el hombre
inquantum homo, ni para determinar lo que constituye el sentido propio e inmanente
de esa unión. Ese sentido reside más bien en la función de expresión y realización,
propias de la esfera sensual. El plan divino del mundo prevé que varios elementos,
dotados cada uno de un sentido propio, puedan también subordinarse según una
relación de medio a fin: este hecho no destruye en modo alguno el sentido realmente
propio de cada uno. Esta es, precisamente, la belleza del cosmos, en el que se
entrecruzan múltiples finalidades que presuponen una significación propia en cada
dominio de significación. Si no fuera así, el cosmos no sería más que una mecánica
estéril.
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El uso vago del término “fin” lleva a concebir la relación entre una experiencia
vivida y su expresión o su realización como una relación de medio a fin, únicamente
porque la expresión, o la realización está al servicio de la experiencia vivida que
encuentra en ella su perfeccionamiento. Sin embargo, desde el punto de vista objetivo
la relación es completamente distinta que en el caso de una verdadera relación de
medio a fin. Es fácil advertirlo si se piensa en el sentido material de la relación de
medio a fin.
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Véase WINTERSIG, Liturgie undFrauenseele, p. 89. (Liturgia y alma
femenina).
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Nada cambia por el hecho de que el ser humano deba su origen a la
unión de un espermatozoide y un óvulo, solamente desde el punto de vista
corporal, mientras que su alma es producida individual y directamente por
Dios. Con todo, la generación humana es la generación de un cuerpo humano
destinado a la más estrecha unión con un alma inmortal, recibiendo en ella su
“forma” (anima forma corporisj.
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11
Ese punto de vista capital será expuesto detalladamente en el cap. 3, a),
sección 2, de la 1.a parte.
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Dios12.
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Se encuentra un ejemplo típico que ilustra la diferencia de los dos aspectos de
valor negativo de la esfera sensual —el encanto turbador y la seducción demoníaca—
en el Parsifal, de RICARDO WAGNER. Las hijas-flores son aquí el tipo del atractivo
encantador de esa esfera hecha autónoma, mientras que KUNDRI es el tipo de la
seducción demoníaca.
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SEGUNDA SECCIÓN
LA PUREZA
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LA IMPUREZA
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Intencionadamente nos limitamos aquí no solamente a la pureza en sentido
estricto, sino, en el cuadro de ésta, a la pureza considerada como virtud humana.
Reservamos para publicaciones ulteriores el tratar de la pureza en un sentido más
amplio, de la pureza de Dios y de la pureza de los ángeles, que son el modelo de toda
pureza humana.
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No podemos asignar la “razón” propia que hace que la esfera sensual, hecha
autónoma, dé ese aliento deletéreo, aunque analicemos más adelante los peligros
particulares de esa esfera desde el punto de vista formal de su estructura. Se trata ahí
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Véase sobre esto, las explicaciones del capítulo primero de la tercera edición.
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Véase más abajo, en el capítulo tercero, a) de la segunda sección, lo dicho
sobre la necesidad de una sanción formal y consciente de Dios, para la completa
pureza.
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Se comprende que no pensamos aquí en aquellas perversidades en que la
entrega a ciertas cosas sirve para saciar la “concupiscencia”, por ejemplo, la crueldad
de un sádico. Pues no se trata entonces de una forma de impureza esencialmente
nueva en
relación a las que ya hemos mencionado; otros dominios se sustituyen solamente a la
esfera sensual, y son portadores de la atracción demoníaca a que se entrega
conscientemente el sujeto.
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La situación común a esos dos tipos ha sido muy bien explicada por la teoría
antes citada de SIGMUND FREUD. Estamos en presencia de verdaderos casos de
sensualidad reprimida.
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Capítulo II
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Se puede oponer a la virtud adquirida no solamente la virtud poseída de
siempre por uno, sino también la virtud infundida a uno de una vez, en un momento de
importancia decisiva. Recordemos la conversión de San Pablo. De un golpe amanecen
en él actitudes normales completamente nuevas, que no podrían calificarse de
adquiridas; sin embargo, fueron indudablemente auténticas virtudes, y de ningún
modo “disposiciones nativas”.
Aun la virtud que va madurando lentamente en nosotros, sin que cooperemos a
ella de modo consciente y que nos es concedida como una recompensa por nuestra
buena voluntad y nuestros esfuerzos morales en otros terrenos, aun esa virtud no
puede llamarse “adquirida”.
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Veremos a continuación el sentido de esa distinción en el terreno de las
virtudes. Subrayemos solamente aquí la distinción que se impone entre una virtud
natural menos consciente y el correlativo natural de la virtud que acabamos de
mencionar en el orden de las disposiciones nativas.
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Hemos indicado desde el principio que se puede hablar también de la pureza
en un sentido completamente general. Estudiaremos en publicaciones ulteriores la
relación que existe entre la virtud general de la pureza y cada forma particular de la
pureza en sentido estricto y en el más riguroso de la palabra.
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Capítulo III
a) La actitud de
pureza
El hombre puro comprende el misterio de la esfera
sensual, comprende su profundidad, su seriedad y su
intimidad, ya la penetre por connaturalidad, ya perciba
indirectamente su carácter si no lo comprende por
naturaleza. Entiende implícitamente su alto destino y su
sentido último; ve la horrible profanación que constituye
todo abuso en este terreno y el veneno que mancha al alma
y la separa de Dios cuando el encanto sensual reina como
soberano. Este hombre se distingue por un pudor profundo
que le guarda del menor contacto con esa esfera cuando se
convierte en veneno, por emanciparse. Ante el misterio que
en ella reina, se mantiene en profundo respeto. No es que la
desprecie ni la desestime. Libre de todo resentimiento, de
todo horror gazmoño e histórico temor a este dominio
como tal y al acto de la unión conyugal, se mantiene a una
distancia respetuosa del mismo, mientras la voluntad de
Dios no le introduce en él. Ese respeto es un elemento
fundamental de la pureza. El hombre puro vive siempre en
una actitud general de respeto ante Dios y ante su creación
y no tiene menos respeto ante esa esfera y ante su
profundidad y sublime significación providencial.
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Al hablar de la pureza específicamente conyugal, veremos más de cerca en qué
consiste esa “información”.
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Llegamos aquí a la cuestión tan importante de saber qué otras virtudes
condiciona la pureza. Es el problema de la conexión de las virtudes, especialmente de
la pureza en sentido estricto y de la pureza en sentido general, y de la pureza en
general con las otras virtudes Ya hemos dicho que no nos es posible entrar en más
detalles sobre esta cuestión en la presente obra.
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otro, esa clase de peligro. Esa actitud sin ilusión existe aun
en aquel que no ha sufrido tentaciones, pues la sencillez, la
veracidad y la humildad son casi siempre tan esenciales
como el respeto en la auténtica pureza.
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prototipo de la pureza.
Se dice que la castidad es un “cinturón” y se da un
símbolo muy característico. En efecto, esa virtud mantiene
escondido el misterio de un dominio cuyo destino descansa
en las manos de Dios. Su esencia positiva consiste en
mantenerse lejos de algo negativo. La castidad humana es al
mismo tiempo algo que presupone y que es a la vez una
consecuencia de la pureza. Pero su campo es mucho más
restringido. Está unívocamente ordenado a la esfera
sensual y consiste únicamente en la rectitud de la conducta
de la persona en lo referente a esa esfera, mientras que la
pureza está constituida por una actitud de respuesta a los
valores que es mucho más general. Su símbolo no es el
cinturón que “salvaguarda”, ni la fortaleza que se defiende
por su posición aislada, sino la blancura inmaculada, el lirio,
la luz que no se ha oscurecido.
La comparación de la pureza con la castidad pone de
relieve dos cosas. En primer lugar, que la pureza no está
constituida primera y necesariamente por una actitud
respecto a la esfera sensual, como la castidad, sino más bien
por el hecho de estar ante Dios y abandonarse a la
irradiación de su rostro. No obstante, la forma humana de
la pureza incluye y requiere ante todo cierta actitud
respecto a la esfera sensual. Esta posee, pues, con todo, una
significación especial para la pureza aunque no sea el
objeto correlativo a que responde esta última, como sucede
en cierto modo con la castidad. Esta significación de la
esfera sensual para la pureza aparece ya por el hecho de
que, en el hombre, la castidad está ligada necesariamente a
la pureza, en el sentido de que lleva, por decirlo así, a su
pleno desenvolvimiento un elemento de la pureza. Su
función consiste en estar al servicio de la pureza. En cierto
modo, es preciso ser casto para ser puro. La pureza da el
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Véase, respecto a esto, nuestro estudio “Grundhaltung und
Grundstellung” (Disposición y actitud fundamentales), en Sittllchkeii und
ethische Werterkenntnis (Moralidad y percepción de valores éticos). (Jahrbuch f.
Philosophie und phanomenolog. Forschung, Halle, 1922).
28
Véase JOSEPH MULLER: Die Kenschheitideen.
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Véase a este respecto la segunda pare de este libro: la Virginidad.
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Véase a este respecto la segunda parte de este libro: la Virginidad.
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Aquí “sustancialidad” va en un sentido cualitativo.
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Véase respecto a esto el excelente trabajo de FRANZ WALTER, en Der Leib
und sein Recht im Christentum (El cuerpo y sus derechos en el Cristianismo).
Donauwórth, 1910, II parte, cap. III. Véase, sobre todo, págs. 494 y 495.
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Véase FRANZ WALTER. id., primera parte, segundo capítulo, 111; págs.
157 y 158.
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TERCERA SECCIÓN
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Capítulo I
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También este hecho está en relación estrecha por una parte con el carácter
extraordinario de esta esfera, y por otra con la propiedad del acto conyugal de
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engendrar nuevos seres. Si hablamos aquí de sueño, o de despertar, u propósito del ser
corporal, no es en el sentido de un carácter metafísico manifestado por el ser corporal
si se Je compara con el ser espiritual. A su vez, el ser material toma un aspecto de
sueño por comparación al ser vital corporal. En el orgasmo, el ser vital corporal
experimenta una actuación en la que alcanza el máximum de estado despierto de que
es capaz, y se aproxima otológicamente a to espiritual lo más posible. No hay que
decir que el término “actuación” no está tomado en su sentido estricto, sino solamente
en una acepción análoga, más bien cualitativa.
35
La muerte es la mayor desactualización del cuerpo, en cierto sentido, lo
contrario del orgasmo. Por otra parte, esos dos fenómenos tienen de común remontar
hasta a las raíces y la profundidad de lo corporal, lo que sucede en los dos casos,
aunque de modo completamente distinta, y también existe cierta analogía en dolores
físicos extremadamente violentos, como en los dolores del alumbramiento.
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Toda forma de iniciación que exagera la revelación de ese dominio y su
aspecto “objetivo” hiere, pues, nuestro sentido del pudor, porque no tiene en cuenta
ese temor.
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Capítulo II
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Capítulo III
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Estos grados de la pureza, en especial el que se designa como el “ideal”, están
considerados desde el punto de representar el caso ideal de la pureza en la
actualización de la esfera sensual. Es preciso observar que el caso ideal de la pureza
coincide aquí con el caso ideal de la unidad conyugal. En efecto, si los valores de ese
tierno y supremo abandono y de esa unión de amor, como hemos visto ya, representan
algo especial en relación con la pureza, sin embargo, sólo en el caso en que se realicen
lo más perfectamente y en su forma más alta, los valores de unión conyugal, florece
la pureza conyugal en su más profunda belleza.
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En este tercero y supremo tipo de pureza conyugal se observa de una manera
especialmente clara cómo, en oposición a la pureza de disposición nativa, la auténtica
virtud de la pureza tiene que estar esencialmente fundada por motivos sobrenaturales
y que no se puede conseguir más que con ayuda sobrenatural.
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No hace falta decir que no se traía aquí de una pretendida “ternura” que
termina en una mera necesidad de caricia, que tiende inconscientemente a agazaparse
contra otro.
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VIRGINIDAD
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INTRODUCCIÓN
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que parece que el hombre tiene el papel de dar, de fecundar, mientras que la mujer es
receptiva. Hablando en sentido estricto, esta definición no conviene, sin embargo,
más que en el aspecto físico de la realidad de las cosas. Pero en el orden espiritual de
la naturaleza también el principio receptivo es propio de la mujer, en contraste con el
hombre, aun cuando, en este plano, las oposiciones complementarias no son tan
exclusivas. El hombre también es receptivo en relación con el mundo de los valores.
La mujer también da y crea en numerosos dominios de la vida. Sin embargo, el
principio receptivo constituye también aquí un elemento formal y constitutivo de la
mujer; pertenece, como parte integrante, a la esencia de la categoría de “femenino”,
no limitado solamente a lo biológico. Pero, en el orden de las relaciones con Dios, esa
preponderancia del carácter receptivo no está reservada al sexo femenino. En ese
encuentro de lo infinito y lo finito, del Creador y la criatura, de Dios y el ser humano,
el hombre, como alma individual, es tan receptivo como la mujer. Ahí es Dios sólo
quien da. quien fecunda por su poder creador, y el hombre, en cuanto criatura, es
solamente receptivo, una actitud que podría llamarse “femenina”. Esto es válido sobre
todo en el orden sobrenatural, en la relación nupcial del alma con Cristo,
Hombre-Dios. En su actitud receptiva respecto al hombre, la mujer constituye un
punto de comparación dado por la naturaleza para hacer, como hemos designado, al
alma como esposa y a Cristo como Esposo, y no viceversa, la mujer es también el
prototipo natural de la virginidad consagrada a Dios. A. WINTERSIG insiste con
mucha profundidad en su hermoso libro Liturgie und Frauenseele (Liturgia y alma
femenina), en el carácter femenino de la Iglesia. Es preciso añadir que esa
“feminidad” metafísica caracteriza también a la humanidad entera en relación con
Dios. Sin duda, el hombre lleva en sí el principal principio que crea y que engendra en
el orden natural del espíritu, es decir, en su relación con el mundo y con la vida; por
este título está mejor designado, incluso en el orden sobrenatural, para ejercer la
función del sacerdote que comunica los dones de Cristo, a quien representa. De todos
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“Y guárdate bien, cuando tú te esfuerzas tanto en ser continente, de hincharte
de orgullo respecto a los que son casados, pues también son puros.” (SAN CIRILO
DE JERUSALEN, Catech. 4).
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“¿Qué espíritu creador es capaz de comprender la esencia de la virtud que cae
fuera de los límites de las leyes de la naturaleza? O ¿quién, pues, encontraría la
palabra exhaustiva para expresar lo que supera a la vida de la naturaleza? Esta virtud
viene del cielo.” (SAN AMBROSIO, De Virginibus, I„ cap. 3).
44
SAN ATANASIO dice en su Apol. ad. imp. Constatinum “Jesucristo, Hijo
de Dios, Nuestro Señor y Redentor, nos ha dado en la virginidad un modelo de
santidad angélica. Por eso la Iglesia ha llamado siempre esposa de Cristo a la joven
adornada con esa virtud.”
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45
“No alabamos a las vírgenes, por ser vírgenes, sino por ser vírgenes
consagradas a Dios en la santa continencia.” (SAN AGUSTIN. De Virginitate, cap.
11).
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PRIMERA SECCIÓN
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Capítulo 1
EL CARÁCTER DE LA CONSAGRACIÓN A
DIOS
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Véase, sobre esto, lo que hemos dicho antes sobre la “pureza sacral”.
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“¡Alguien querrá recordar, tal vez, las vírgenes vestales y los sacerdotes de
Palas! Pero ¿qué clase de castidad es esa que no está arraigada en el libre ejercicio de
la virtud, sino en una simple circunstancia exterior de edad, que no exige, en manera
alguna, una renuncia perpetua, que, pasado algún tiempo, ya no se requiere?” (SAN
AMBROSIO, De Virginibus, I., cap. 4).
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El voto representa evidentemente algo completamente nuevo, si lo
comparamos con la mera voluntad. En su obra, que podemos llamar clásica Das
Apriori im bürgerlichen Recht (El “a priori” en el derecho civil) (en Ges.
Schriftcn, Halle 1921), Adolf REINACH señala un tipo especial de actos
comprendidos por él como “actos sociales”. Comunicar, prometer, interrogar,
mandar, pedir y agradecer, pertenecen, entre otros, a ese grupo de actos, cuya
completa y verdadera ejecución exige que sean percibidos por alguno
(vemehmungbedürftig). Incluyen siempre una trascendencia a la esfera de expresión,
no se realizan nunca solamente en el interior, como puede suceder, por ejemplo, con el
amor, el respeto y el querer. Ese grupo comprende también los actos creadores que
establecen ciertos lazos objetivos, como la obligación contraída con otro por una
promesa, una obligación objetiva que resulte de un contrato, o también la obligación
que se desprende de una orden dada por una autoridad auténtica. Ahora bien, a este
tipo de actos sociales pertenece el voto. Por contraste con la mera voluntad de hacer
algo, o con la sola manifestación que no crea ningún compromiso objetivo, el voto,
emparentado con la promesa, establece una obligación de esta clase. Aquí, solamente
el voto puede constituir el lazo objetivo, lo mismo que los esponsales y la conclusión
del matrimonio son los únicos que constituyen el lazo objetivo del matrimonio, por
oposición a la sola voluntad de pertenecer a otro por amor.
No nos es posible analizar en detalle la naturaleza de estos actos sociales
creadores. Recomendamos al lector el trabajo de REINACH. Digamos, sin embargo,
unas palabras sobre lo que distingue materialmente el voto de la promesa y del
juramento. En primer lugar, el voto incluye siempre un recurso directo a Dios, lo que
no ocurre en la promesa. Aun cuando una promesa se haga, por decirlo así, in
conspectu Dei, la promesa como tal no se modifica esencialmente por ello. El
recurso a Dios como testigo figura más directamente en el juramento, que ofrece, sin
embargo, una diferencia típica con relación al voto, desde otros puntos de vista. El
voto se limita a una conducta futura del que lo hace. Yo no puedo hacer prometer, por
voto, más que portarme de cierta manera, mientras que puedo prestar juramento de
haber hecho u omitido una cosa. Mi juramento no se refiere necesariamente a mi
conducta personal; puede referirse también a un estado de hecho objetivo.
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SANTO TOMÁS se expresa así: “La virginidad como virtud lleva consigo la
resolución confirmada por un voto de permanecer siempre virgen.” (Santo Tomás, li
50 c. 152, artículo 3, ad. 4).
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SEGUNDA SECCIÓN
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Capítulo I
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La frase “El que pueda comprender, comprenda” se interpreta generalmente en
el sentido de “abarcar”, “abrazar” (un estado), más que en el de “comprender,
entender”. Que el que sea llamado a ello lo realice, o sea el que tenga disposiciones
para esa vocación, por oposición al que comprende, acaso, el sentido de la virginidad,
pero sin sentir un llamamiento personal hacia su belleza. Sea o no exacta esta
interpretación, lo que resalta de todos modos es el tono solemne y misterioso con que
se habla aquí de la virginidad consagrada a Dios. Por otra parte, toda interpretación
subraya esa diferencia, bien característica en relación con otros pasajes relativos a la
pobreza.
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A decir verdad, no hay que exagerar esta distinción. No hay que negar que
todos los miembros del cuerpo místico de Cristo forman parte de la Iglesia. No hay
ninguna pequeña iglesia privilegiada dentro de la Iglesia. Pero así como los miembros
del cuerpo ejercen funciones de importancia diversa —la cabeza y el corazón, por
ejemplo, son más representativos que las manos y los pies—, así la Ecclesia docens
representa a la Iglesia' en su sentido más estricto, y esto puede decirse, aunque con
menor rigor, de todos los estados más importantes en la Iglesia.
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“indivisión”.
El bautismo constituye una participación en la vida
divina de la Santísima Trinidad por la recepción en el
Cuerpo místico de Cristo. En Cristo, las naturalezas divina y
humana están unidas con una unión que supera
infinitamente a todo lo que puede ser sugerido por la idea
de matrimonio. Esa unión entre dos naturalezas en una sola
persona no existe más que en el caso único del
Hombre-Dios. Pero por su incorporación al Cristo místico,
todo bautizado participa de esa unión con la naturaleza
divina, aunque de una manera incomparablemente menos
inmediata. Se puede ya caracterizar mejor el modo de
habitación de la Trinidad en el alma del cristiano por la
gracia santificante, por medio de una comparación con el
matrimonio. La aplicación de este simbolismo es más
precisa si se representa la relación de Cristo con toda alma
bautizada, por la más elevada de todas las relaciones
humanas. Evidentemente, se trata aquí de un misterio que
trasciende a todo concepto. Por eso se llama matrimonio a
esta unión de Cristo con el alma53. Haciendo abstracción de
esa relación objetiva y misteriosa que existe aun sin darnos
cuenta, como sucede en un niño pequeñito bautizado,
podemos plantear la cuestión a propósito de la relación
individual y vivida con Jesús, a propósito de la actitud del
alma respecto a él, y entonces encontraremos, casi siempre,
aun en los miembros vivos del Cuerpo místico de Cristo,
una relación mucho menos íntima que la que se puede
calificar de nupcial.
En efecto, en oposición a otros lazos de amor, ¿cuál
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“Por otra parte, sean los que sean el estado humano y las relaciones que funda
por el lado de la tierra, desde el momento en que un alma está en gracia con Dios, es
esposa de Jesucristo” (Mgr. Carlos GAY, De la Vie et des Vertus chrétiennes, et
II, cap. X, De la Chasteté).
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No se trata aquí de la naturaleza propia del amor de los desposorios con su
ternura llena de promesa, por oposición al amor conyugal, sino de esa forma
fundamental del amor, que puede entrar igualmente en el amor de desposorios como
en el amor conyugal, en tanto en cuanto que se opone a otras formas típicas, como el
amor de los padres, de los hijos, etc.
ser completo, y como si el ser humano no pudiera encontrar su perfección más que en
su unión. Se encuentra esta concepción en el idealismo alemán y en Ja filosofía
romántica. Aun el amor nupcial no es fundamentalmente una tendencia egoísta hacia
un perfeccionamiento, sino que es una respuesta a valores de los que nace el deseo de
unión. El “carácter complementario” no es más que un epifenómeno de este amor.
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Véase sobre esto nuestro trabajo sobre la intentio unitiva contenida en todo
amor y que toma un relieve más marcado en el amor nupcial (Pureza, 3.” sección, cap.
3).
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En resumen, toda criatura sobrenatural izada, adoptada y deificada por la fe se
convierte en hermana de Cristo, y desde el momento en que su fe se desenvuelve en
amor, esa hermana se convierte en una esposa: “Mi hermana que es mi esposa”, dice
El en el Cantar de los Cantares. Hay sin duda aquí innumerables grados que
responden exactamente a los grados de la caridad y acaso haya tantos como almas que
amen... “La esposa —dice San Bernardo—, es toda alma que ama. Aun la que ha
querido dar a uno de los hijos de la familia humana ese nombre sagrado de esposo no
ha perdido, pues, por ello, el derecho de llamar así a su Salvador ” (Mgr. GAY, De la
Vie el des Vertus chrétiennes t. II, cap. X, De la Chasteté).
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“Un día un fraile predicador le dijo, sin duda para probarla, o tal vez,
equivocadamente, que él estaba más libre y tenía más facilidad que ella para el amor
de Dios, puesto que ella vivía con un esposo mientras que él, religioso, había
renunciado a todo y que ella estaba casada con el mundo como él con el estado
religioso. Y el fraile siguió hablando y alegando varios motivos más en favor de su
perfección mayor. Pero después de hablar él así durante un largo rato, Catalina,
llevada de una viva llama de puro amor, no pudo escucharlo más. Se levantó con
violencia tal, que parecía fuera de sí, diciendo: “Si yo creyera que su hábito tenía ese
poder, y yo no pudiera apoderarme de él de otro modo, se lo arrancaría a viva fuerza.
Es posible que usted lleve una vida más meritoria que yo, pero poco me importa. Pero
que yo no pueda amarle tanto como usted, eso no me lo hará admitir jamás”. Y lo dijo
con tal énfasis y entusiasmo, que se soltaron sus cabellos y cayeron sobre sus hom
bros. Estaba como fuera de sí y. sin embargo, llena de gracia y dignidad. “Nada
puede detener al amor, y si surgiera un obstáculo cualquiera y consiguiera
detenerlo, sería porque no era claro y puro amor de Dios.” Vuelta a casa, a solas
con su Señor, exclamó: “¡Oh amor, quién podrá impedirme amarte! Aunque yo
viviera, no solamente casada, sino en un campo de soldados, nada podría turbar
mi amor. Si el mundo o un marido pudieran ser un obstáculo al amor, ¿qué sería
el amor?” (Vita delta Beata Catarina Fiesca Adorna, citada según la Dr. M.
SCHLÜTER- HERMKES: Katharina von Genua, en Die Christliche Frau,
Aprilheft, 1924).
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Capítulo II
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Es fácil ver que la función del sacrificio puro, en el que se ofrece algo a Dios,
queda fuera del cuadro de la ascesis.
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Así, por ejemplo. San Benito y San Francisco se tendían sobre espinas a fin de
cortar por el dolor la fuerza turbadora de una turbación actual.
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La expresión “castidad” está tomada aquí en el sentido de continencia total y
no en el sentido particular antes determinado.
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Capítulo III
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Que hay, además, fuera del ascetismo, otros puntos de vista para buscar el
valor de la virginidad, se desprende de estas sublimes palabras de SAN AMBROSIO:
“El perfume de tus vestidos es semejante al olor del Líbano”. Ved la graduación. “Tu
perfume —dice al principio—, supera al de las esencias que envuelven el cuerpo
muerto del Salvador en la tumba. Manifiesta que los movimientos de tu cuerpo están
mortificados, que la concupiscencia de la carne ha muerto. Tu segundo perfume es
comparable al perfume del Líbano. Respira la pureza del cuerpo de Nuestro Señor, la
flor de la Castidad virginal.” De Virginibus, I. cap. 7.
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Baste observar que el matrimonio es un sacramento: por tanto no solamente
algo santo, sino algo que “da la gracia” y, en ese sentido supremo y singular, une a
Dios.
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Capítulo IV
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Véase sobre eso: Dietrich von HILDEBRAND, “Die Ehe” (El matrimonio).
MÜNCHEN, pág. 192.
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Claro está que no llamamos aquí “embotamiento” ese agotamiento psicofísico
que representa como una mera reacción nerviosa después de grandes golpes en la
vida.
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Recordemos lo que San Ambrosio escribe de una virgen consagrada a Dios:
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resulta con mucha claridad que no solamente la continencia es un don de Dios, sino
también la castidad de los esposos. Puesto que uno y otro son dones de Dios, se ve que
es preciso pedirlos, si no se los tiene, y que se debe agradecer cuando se los tiene’.
(Ad. I. Cor. 7).
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individual de ser “llamado”. Por una parte, el llamamiento general de Jesús incluido
para “los que puedan comprender”, su invitación a ese estado. Por otra, la
confirmación objetiva de esa conciencia subjetiva por el director espiritual y el
superior religioso, éste último por la aceptación después del noviciado. Así la
objetividad del llamamiento se distingue expresamente del entusiasmo meramente
subjetivo.
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Capítulo VI
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Se ha sentido siempre que entre la virginidad y el martirio hay una misteriosa
analogía. Véase de esto San Cipriano: Del estado de las Vírgenes, cap. 21, o
Venantius FORTUNATUS. De Laude Virginum, libro 8: “Inter apostólicas acics,
sacrosque prophetas, próxima martyribus praemia virgo tenet”, etc.
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Desde este punto de vista se puede comprender perfectamente el exclusivismo
absoluto del lazo constituido por la unión conyugal. Por otro lado, se desprende
también de ahí que ese exclusivismo que resulta de la esencia de la comunidad
conyugal como tal se extingue con la muerte de un cónyuge, mientras que el lazo de
amor y el exclusivismo solamente relativo de él se desprende, o la fidelidad al amado,
no son alcanzados de ningún modo por la muerte.
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Desde el momento en que te has consagrado a la virginidad perpetua, lo que es
tuyo no te pertenece ya (SAN JERONIMO, Ep. 9, ad. Demeiriadem).
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Es verdad que el acto de unión conyugal, en su forma más elevada, equivale a
disipar una manera demasiado inflexible de “pertenecer a sí mismo”, favorable al
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Que la virginidad consagrada a Dios encierra un misterio que va mucho más
lejos que la mortificación de la carne, y que desciende, en cierto modo, de lo alto sobre
la virgen, cuando ella pronuncia esa única “entrega” de sí misma a Cristo, eso
expresan magníficamente las palabras del Papa Liberio, traídas por SAN
AMBROSIO, en su De Virginibus, III, cap. 9: “El (Cristo) hará descender sobre ti,
que eres desde hace tanto tiempo enemiga de los goces del hombre natural, el misterio
sublime de la virginidad”.
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San Metodio de Olimpo. El banquete de las diez vírgenes, o de la
Castidad, citado según A. WlNTERSlO.
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Desde luego, hay que tomar la analogía mencionada cum grano salís,
porque, respecto a Dios, todo lo que es interior posee ya una realidad más completa y
más objetiva que respecto a las criaturas. Véase F. B. VIZMANOS, Las Vírgenes
Cristianas, VII, pág. 1.040.
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Mgr. GAY. De la vie et des Vertus chrétiennes, t. II, cap. X, De la
Chasteté.
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Desde otro punto de vista, la virgen consagrada a Dios sigue siendo prometida
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CONCLUSIÓN
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“De todos modos es bien claro que esos estados de vida que, abriendo por sí
mismos un campo más libre y más amplio a la caridad, son, además, en los que a ellos
se consagran, la prueba de su firme resolución de amar a Dios más y ya con un amor
más grande”. Mgr. GAY, op. cit.
82
San Agustín dice en este sentido en su Enarrat. in Psalm. 99: “Si sois
vírgenes, ¿de qué os sirve una carne intacta, si el espíritu está corrompido? Más vale
un matrimonio humilde que una virginidad orgullosa”
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Cartas de San Bernardo. Epís. 116 y 117.
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