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«Espero que los ensayos de este volumen transmitan...

a muchas personas una comprensión


más honda de la Iglesia y, sobre todo, complacencia y deleite en la Iglesia y que, de este modo,
puedan contribuir a su renovación en el Espíritu de Dios» (14). Estas palabras que el propio
Kasper antepone al tercer volumen de su Obra Completa (OCWK) que aparece en español
trazan el eje tridimensional de coordenadas (cf. las cursivas) en el que se despliegan las 24
contribuciones en él recogidas.

El libro arranca con un «Esbozo de eclesiología» de algo más de 100 páginas,


compuesto para la ocasión (orig. 2008) y más tarde embrión de Iglesia católica, el tratado de
Iglesia de Kasper que también acaba de aparecer en español (orig. 2011). El autor combina
magistralmente la presentación autobiográfica con la reflexión sistemática: asistimos de cerca
a la historia reciente del pensamiento católico sobre la Iglesia y nos familiarizamos con la
eclesiología de comunión. Los artículos que luego se reproducen agrupados en tres partes
ahondan en algunos de los rasgos fundamentales de esta. En ellos se aborda básicamente la
esencia de la Iglesia; los ministerios quedan para otro volumen de la OCWK.

La 1ª parte lleva por título: «El camino de la Iglesia en el posconcilio». Aquí se analiza la
situación de la Iglesia después del Vaticano II, se valora la recepción de este y se insiste en la
permanente relevancia de sus textos. Destaca un importante artículo sobre la interpretación
de las afirmaciones conciliares, pero también el detallado comentario al sínodo de 1985, del
que Kasper fue relator. En esa asamblea episcopal ven muchos un momento clave en la
recepción del concilio, pues fue entonces cuando arraigó la convicción de que la idea de
communio era la que mejor integraba las diversas imágenes conciliares de la Iglesia.

La 2ª parte está dedicada a «la Iglesia como sacramento universal de la salvación».


Que la Iglesia sea sacramento significa que es signo eficaz de una realidad que la trasciende. La
Iglesia es como la Luna, que no hace sino reflejar la luz solar; el Sol que aquí importa es, por
supuesto, Jesucristo. La Iglesia está llamada a vivir la comunión con Dios –que no otra cosa es
la salvación– y a hacer partícipes de ella a todos los hombres. Son interesantes las reflexiones
sobre la necesidad y relevancia salvífica de la Iglesia, así como los apuntes sobre la actualidad
de la misión. Pero lo más chispeante se encuentra en el artículo: «La Iglesia como sacramento
del Espíritu», donde leemos, p. ej., que «la Iglesia es una improvisación del Espíritu», por lo
que «le es inherente... la valentía de lanzarse a lo imprevisible, a lo nuevo, a lo que no es
planificable ni factible» (302).

La 3ª parte se centra en la «estructura de comunión de la Iglesia». La communio


consiste ante todo en la participación común de los creyentes en los bienes de la salvación; de
ahí derivan la comunión de los creyentes entre sí y la comunión de unas Iglesias con otras. Solo
realizando la communio en todos estos niveles puede ser la Iglesia sacramento de la unidad;
pero para ello debe configurarse como una auténtica comunidad, capaz de conjugar unidad y
pluralidad y de aplicar sabiamente el principio de subsidiariedad, que comporta que «una
instancia superior no debe hacer aquello que puedan hacer por sí mismos... el individuo o una
comunidad menor y subordinada» (455). Este principio ha de regir la vida toda de la Iglesia, p.
ej., la relación entre carismas y ministerios y la relación entre la Iglesia universal y las Iglesias
locales (al respecto, cf. la respuesta del año 2000 al entonces cardenal Ratzinger).
La Iglesia que artículo a artículo se va bosquejando es dialogante, abierta al mundo,
cercana a los desfavorecidos y, sobre todo, desbordante de sensibilidad humana y pasión por
Dios. ¡Cómo no esforzarse gozosamente por hacerla realidad!

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