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CUARTA PARTE

SIEMPRE PRESENTE

En las secciones precedentes, revisamos el desarrollo de las Psicoterapias


Humanistas desde sus comienzos a la actualidad. Hoy en día, lo que llamamos
psicoterapias humanistas, no solo están absolutamente vivas, sino que muchos de
sus planteamientos y procedimientos han permeado el quehacer de la mayoría de
los modos de hacer psicoterapia, muchos de los cuales se considerarían lejanos a
la “visión humanista”.

En la actualidad, el concepto de “paciente”, cuestionado inicialmente por Rogers,


es rechazado por la mayoría de los enfoques psicoterapéuticos, al igual que el rol
del terapeuta como “experto”. Lo anterior ha llevado a replantearnos la relación
jerárquica entre los protagonistas de la psicoterapia: Las iniciativas aludidas,
surgidas desde las psicoterapias humanistas, se asumen hoy como irrenunciables
de toda psicoterapia post-moderna, la que a su vez es muy amplia y tiene diversos
exponentes.

Conceptos como “Empatía”, la importancia de “centrarse en el presente” y


“Valoración de la Persona del Consultante” originados en el marco de las
psicoterapias humanistas, son hoy imprescindibles en toda concepción de
psicoterapia postmoderna.

Quizá el tema que más se ha expandido los últimos años, es el relativo al


reconocimiento de que el Terapeuta es también un ser humano y que, como tal,
vive y reacciona tanto a sus propias contingencias vitales, como a lo que va
ocurriendo en la sesiones de psicoterapia e incluso, a lo que le sucede al
Consultante. Todos esos aspectos, se exploran al acercarnos a lo que hoy
llamamos “la Persona del Terapeuta”, que es el tema que revisaremos como cierre
de este libro.
Capítulo 8: LA PERSONA DEL TERAPEUTA.

El concepto de “la Persona del Terapeuta”, surge del principio básico de que, el
actuar del Terapeuta se ve afectado por diversas variables, las que influyen en la
forma en que él perciba a la persona que viene a psicoterapia y a las reacciones
que genere frente a ella. Todo esto, da origen a la convicción de que: “Lo que
sea que el Psicólogo piense, imagine o hipotetice, respecto de las personas con
las que trabaja, afecta sus reacciones y en definitiva, el curso de su labor”.

1. LA PERSONA DEL TERAPEUTA: UNA DEFINICIÓN.

Comenzaré por establecer a qué me refiero al hablar de “La Persona del


Terapeuta”. Este concepto se refiere a las “Características personales del
psicólogo que influyen, de alguna manera, en el proceso laboral, del que el
psicólogo es parte”. En otras palabras, al subrayar que antes de nada somos
personas, con todo lo que eso implica, estamos significando que al trabajar en
psicoterapia, no usamos una parte específica (limitada) de nuestro ser, la referida
a los aspectos técnicos, sino que actuamos desde todo lo que somos como
personas.

La “Persona del Terapeuta”, se constituye entonces, como una amplia gama de


características y factores que abarcan: las cualidades psicológicas, los rasgos de
personalidad, las características demográficas (sexo, religión, edad, etnia, etc.),
las creencias y valores, las habilidades y limitantes, la visión sociocultural y las
distintas experiencias de vida del psicólogo. Todos estos elementos, así como los
estados pasajeros que el Terapeuta atraviese, influirán en las características de la
intervención psicoterapéutica y en su nivel de efectividad.

Lo anterior, nos lleva a la convicción de que, es central ocuparnos de las


condiciones en que se encuentra esta Persona, al minuto de asumir el rol de
Terapeuta.

2. EL TERAPEUTA CONSIGO MISMO.

La concepción expuesta en la sección anterior, nos lleva a considerar el rol de


psicoterapeuta como una importante responsabilidad. Suelo decir que la
herramienta de la psicoterapia es la persona del terapeuta. Con demasiada
frecuencia, se confunde a las técnicas con las herramientas, a pesar de lo obvio
que resulta observar que, en cualquier trabajo, las técnicas son las formas de
utilizar las herramientas. Fruto de esta confusión, que es históricamente muy
antigua y está muy arraigada en la psicoterapia, se ha puesto por décadas, el
acento en las “Técnicas Psicoterapéuticas”, en lugar de ponerlo en el Terapeuta,
que es el verdadero factor crucial. Si la herramienta no está en buenas
condiciones, una técnica, por eficaz que parezca, no ejercerá ningún resultado
satisfactorio.

El resultado natural de la anterior reflexión, es que: La primera prioridad del


Terapeuta no es ni la adquisición de conocimiento teórico, ni el desarrollo de
habilidades terapéuticas (temas, correspondientes al ámbito de las técnicas), sino
el conocimiento y la comprensión de sí mismo (la herramienta). Resulta claro
que, para trabajar eficazmente en psicoterapia, es importante tener conocimientos
teóricos y prácticos, haberse entrenado en el uso de técnicas, etc., pero lo
realmente básico, es ser capaz de identificar qué nos está pasando interiormente,
a nivel emocional, para poder utilizar todo conocimiento y habilidad de modo que
sea de verdad, un aporte a la persona con la que trabajamos.

De todo lo anterior se desprende otra conclusión evidente: Como es una persona,


el Terapeuta debe estar consciente de que merece la misma “consideración
positiva incondicional” y la misma “comprensión empática” que desea que
experimente el Consultante. Al igual que la persona que viene a terapia, nosotros
también necesitamos sentir que somos valiosos, y respetables, eso permitirá que
podamos expresarnos con lo mejor de nosotros, potenciando la efectividad de
nuestras intervenciones en la sesión.

3. VARIABLES DEL ROL.

Responder a la pregunta relativa a: “qué elementos son importantes al ejercer la


función de psicoterapeuta”, puede llevarnos a generar una lista casi interminable
de requerimientos. Sin embargo, si asumimos que es posible identificar ciertas
categorías básicas y que en ellas encontramos aspectos que parecen esenciales,
podemos agrupar estos elementos en tres grandes núcleos.

3.1. VARIABLES PROPIAS DE LA PERSONA TERAPEUTA.

El grupo más importante de elementos clave para ejercer la psicoterapia, es el


referido a las características personales de quien trabaja en ella, dado que, como
ya se ha dicho, es el Terapeuta quien es la herramienta del trabajo
psicoterapéutico. Cuando escuchamos en terapia, a otra persona hablar de sus
problemáticas personales, las características personales de Terapeuta constituyen
un filtro a través del cual las percibimos. Entre las características más relevantes
que afectan la recepción de lo expresado por el Consultante, encontramos:

3.1.1. Rasgos de Personalidad:


Esto es las características de la forma general de ser del Terapeuta. Hay
terapeutas habladores y terapeutas más bien callados, terapeutas inquisidores,
terapeutas emotivos, terapeutas imaginativos, etc., todas esas formas de ser, que
se pueden observar en la vida en general de la persona que es el Terapeuta, se
expresan en el trabajo psicoterapéutico y cada una de ellas, podrá aportar
elementos diferentes a la dinámica de la relación entre las dos personas que se
encuentran en la sesión de psicoterapia.

3.1.2. Características demográficas:


Aquí se incluyen elementos como edad, género, etnia, religión, etc. del Terapeuta.
Es imprescindible considerar todos estos factores, dado que ellos, siendo parte
constitutiva de cada uno de nosotros, influyen en la perspectiva que el Terapeuta
tenga para mirar la realidad y por consiguiente, afectarán su forma de percibir a
las otras personas y por consiguiente en el modo de reaccionar a sus mensajes.
Si tengo 60 años y el Consultante tiene 30 (o viceversa), mi visión de muchas de
sus problemáticas puede ser notablemente diferente a la suya y será relevante
ocuparme de notar cuándo eso es un aporte y cuándo es un obstáculo a la
compañía que quiero significar en su proceso.

3.1.3. Creencias y valores:


Cada uno de nosotros vive inmerso en nuestras personales formas de considerar,
entender y reaccionar al mundo. Estas formas llegan a ser tan nuestras, que
pueden llegar a ser invisibles para nosotros (quién no es consciente de ello, puede
creer que “la realidad ES cómo él la ve” y no notar que él percibe solo una de las
versiones posibles de dicha realidad). Ser un Terapeuta agnóstico frente a un
Consultante profundamente religioso (o viceversa), puede originar visiones de
mundo (y de la vida) notablemente diferentes. Al tomar en cuenta este fenómeno,
el terapeuta puede “visibilizarlo” y activar mecanismos que contribuyan a minimizar
su efecto, controlando así el potencial surgimiento de prejuicios (o al menos de
preconcepciones), que distorsionen su captación de lo que vive la persona con la
que trabaja. (Necesitamos la versión de la realidad del Consultante, no la
nuestra).

3.1.4. Habilidades y limitantes personales.


Cada persona tiene determinadas características, las que pueden facilitar o
dificultar las diversas funciones que ejerza en su vida cotidiana. El Terapeuta, no
está exento de esta condición. Dado que algunas características personales
pueden ayudar al Terapeuta a realizar mejor su función y que otras podrían
entorpecerla, es importante que el Terapeuta tenga un alto nivel de
autoconocimiento. El poder valorar aquellas características que aporten al
desempeño del rol, le permitirán servirse de ellas, cuando perciba que resultan un
aporte al proceso vivido por el Consultante. El Terapeuta podrá también, ser
cuidadoso respecto de la aparición y expresión de aquellas características
personales que puedan entorpecer su condición de acompañante del Consultante
en su proceso de autoexploración.

3.1.5. Visión sociocultural.


Los seres humanos, nacemos y vivimos sumergidos en un contexto social y
cultural. Esta condición es tan inevitable que se convierte en el contexto “normal”
desde el que percibimos nuestra realidad. El contexto sociocultural, se constituye
no solo en el “color del cristal” con que miramos el mundo, sino que además
resulta invisible para el observador. En la vida cotidiana, esto se traduce en una
notable dificultad para entender contextos diferentes a los propios. Al trabajar en
psicoterapia, eso podría ser altamente perjudicial cuando nos encontremos con
personas que provienen de contextos diferentes al nuestro, lo que ocurre con alta
frecuencia. Para el trabajo en psicoterapia, resulta altamente importante darse
cuenta que nuestro contexto, es solo uno de los innumerables contextos que son
posibles para las personas. Esto abre la puerta a poder entender realmente qué
le sucede a otra persona y cómo reacciona a su circunstancia desde SU propio
marco de referencia. Si el Terapeuta ignora el marco de referencia socio-cultural
de Consultante, podría reaccionar de modos gravemente inadecuados para el rol
de acompañante del Consultante en su autoexploración.

3.1.6. Experiencias vitales.


Cada uno de nosotros tiene su propia historia de vida. Los hechos que hemos
vivido nos van marcando y nos predisponen a percibir la vida de determinada
manera y a reaccionar a las situaciones de un modo particular. Un Terapeuta que
sufrió mal trato infantil, podría reaccionar de diverso modo al maltrato infantil del
Consultante, que como lo haría un Terapeuta que no vivió ese tipo de
experiencias. Este es otro aspecto que afecta el cómo vemos la realidad de la
otra persona. El que un Terapeuta haya explorado diversos hechos significativos
de su vida, le ayuda a ser más flexible y considerado con los Consultantes,
descubriendo qué elementos de la propia experiencia puedan servir de recursos al
trabajo y cuales podrán entorpecerlo, nos permitirá valorar y respetar opciones
que parezcan lejanas a las que uno hubiera elegido.
Los seis elementos recién revisados, resultan claves en la configuración de lo que
llamaremos el “estilo” del Terapeuta, cuando responde a las expresiones del
Consultante. En general, los diversos elementos de la Persona del Terapeuta
que hemos revisado, se verán claramente facilitados si el terapeuta ha vivido un
efectivo proceso de desarrollo personal. Estoy convencido además, de que las
Variables de la Persona de Terapeuta, son claves en la prevención y solución de
potenciales rupturas terapéuticas. Creo que, en definitiva, ellas resultan recursos
eficaces para acompañar al Consultante en su proceso exploratorio y vital.

3.2. VARIABLES PROPIAS DE LA FORMACIÓN DEL PSICÓLOGO.

El segundo grupo de factores, al momento de trabajar en psicoterapia, se


relaciona a las características del proceso a través del que la persona llegó a
transformarse en psicólogo. Entre ellas tenemos las siguientes:

3.2.1. Entrenamiento.
Resulta importante el tipo y nivel de acercamiento al desempeño concreto del rol
de Terapeuta que hay tenido un especialista en su proceso de formación. Dado
que la formación de un psicólogo depende del lugar en que se realizó su
capacitación, existen diversos modos (más teóricos o más prácticos, más
centrados en la comprensión o más centrados en la ejecución, etc.), que influyen
en el desempeño profesional, llegado el momento de trabajar en psicoterapia.
Desde el punto de vista cualitativo, y dado que existen diversos estilos de trabajo
en psicoterapia, el estilo en que cada terapeuta se haya entrenado, determinará
las características de sus intervenciones. Desde el punto de vista cuantitativo,
resulta evidente que es más útil el haber tenido una formación con la mayor
cantidad de experiencias reales posibles y que estas hayan sido supervisadas lo
mas cercanamente posible. Parece recomendable el haber sido inducido
paulatinamente a lo largo de la formación, en el desempeño de roles que
desemboquen en el ejercicio concreto de la psicoterapia.

3.2.2. Orientación Teórica.


Existen innumerables estilos teóricos de trabajar en psicoterapia y cada uno de
ellos, implica un modo diferente de situarse frente al Consultante, incluso diversos
enfoques llegan a tener concepciones distintas respecto de los objetivos del
trabajo psicoterapéutico. Es evidente que un psicólogo Psicoanalítico trabaja de
un modo diferente de uno Cognitivo. Un psicólogo Sistémico, pondrá el acento en
aspectos diferentes que uno Experiencial, aunque compartan una visión post-
moderna. La variedad es tan grande, que podríamos citar a Gergen cuando dice
que: “No existe un solo método de hacer psicoterapia, sino tantos como terapeutas
existan”. Es importante señalar que la clave en cada caso, es que el estilo de
trabajo resulte operativo respecto de las características de la persona del
Consultante y sus problemáticas. Este elemento es clave, dado que sería
lamentable que el Terapeuta persiga objetivos diferentes a los buscados por el
Consultante cuando se acerca a terapia.

3.2.3. Nivel de Experiencia.


Por último, debemos considerar que el tiempo ocupado en trabajar en psicoterapia
es un elemento que “pule” el tipo y nivel de desempeño del Psicoterapeuta. De
hecho al estudiar las variables de eficacia de un terapeuta, la cantidad de horas de
ejercicio de la profesión aparece como la variable más influyente en el éxito de su
función. Todo terapeuta puede notar como, en la medida que aumenta su tiempo
trabajando, su desempeño se hace cada vez mas eficaz. (Estudios recientes
señalan que el nivel de “experticia” se alcanza luego de las 10.000 horas de
ejercicio, pero no debemos interpretar esto como si los terapeutas jóvenes no
fueran eficaces, dado que ente ellos existen numerosas otras variables relevantes
y existen terapeutas “novatos” que resultan de altísima calidad operativa. De
hecho muchos terapeutas experimentados, que son altamente exitosos, ya eran
sobresalientemente buenos en sus primeras experiencias psicoterapéuticas.

A un nivel más general, podemos señalar que, en cualquiera de los tres aspectos
señalados, resulta clave potenciar el desarrollo de la Empatía y la
Autoexploración.
La Empatía, resulta clave para la relación con el Consultante, dado que si éste no
se siente comprendido en sus procesos, la alianza terapéutica se verá en
problemas. Desde el lado del Terapeuta, la Empatía también fortalece la alianza,
dado que es importante sentir que la satisfacción vital del Consultante nos es
relevante.
La Exploración de sí mismo, es imprescindible para que el Terapeuta, considerado
como la herramienta básica del trabajo, resulte realmente un recurso eficiente y
eficaz en función de los objetivos del trabajo psicoterapéutico. Es esta
autoexploración, la que generará conciencia de las variables personales que
hemos revisado en los párrafos anteriores.

3.3. VARIABLES DEPENDIENTES DEL ROL DEL TERAPEUTA.

Por último, tenemos el grupo de factores referidos a la manera concreta en que el


Terapeuta se comporta durante la sesión de trabajo. Para mí, esto constituye el
“COMO” se realiza la psicoterapia y es un elemento clave de la efectividad del
proceso. Esto incluye:
3.3.1. Actitud:
Como toda predisposición, la Actitud, implica que el terapeuta adopte una posición
que implique, tanto el estar activamente atento a lo que la persona siente
(Empatía), como a que parta de la base de que la persona es valiosa en sí misma
(Respeto).

Estas dos condiciones se constituyen en la base de un modo determinado de


relacionarse con el Consultante. Este modo se caracteriza por la calidez en la
forma en que se da la interacción entre ambas personas. Si el terapeuta está
predispuesto a lograr que estas condiciones se logren en la relación, será más
probable que logre ser un “compañero de viaje” efectivo. Es este marco
relacional, el que se constituye, en última instancia, en fuente de satisfacción y
seguridad personal para el Consultante. Todo esto, configura la base de
cualquier trabajo exitoso. La generación de una alianza terapéutica temprana y
efectiva, parecen depender notablemente de estas actitudes de Terapeuta.

3.3.2. Personalidad Actual:


Resulta de primera importancia para los resultados del trabajo que se está
realizando, el estado en que se encuentra la persona que ejerce el rol de
Terapeuta en psicoterapia. Aquí es importante considerar cuatro factores que
contribuyen a un estado personal que resulte aportativo al avance del proceso:

- Equilibrio emocional: Encontrarse en relativa calma, no sometido a emociones


intensas, que puedan modificar las reacciones que el Terapeuta tenga frente a la
persona y su discurso. Este, por ser nuestra respuesta a lo que va sucediendo
minuto a minuto, es el más dinámico de los factores a que me refiero en este
punto. Por consiguiente requiere un alto nivel de atención, dado que puede
cambiar de sesión a sesión, de un Consultante al próximo e incluso de un
momento a otro de una sesión.

– Seguridad: El Terapeuta necesita poseer un nivel mínimo de confianza en sí


mismo y en los recursos de los que disponga. Esto resulta central para enfrentar
las problemáticas que puedan aparecer en el proceso de la exploración, tanto
respecto de la subjetividad del Consultante como de la relación con él.

– Autoconocimiento: Haberse auto-explorado y estar consciente tanto de sus


capacidades como de sus recursos y tener claridad respecto de temas que
puedan serle conflictivos personalmente. Resulta imprescindible para eso, el
conocer las principales características de sí mismo También es necesario un alto
nivel de autocontacto, que informe de las reacciones que momento a momento se
tiene respecto de lo que va sucediendo en cada sesión.
– Integridad: Disponer de consistencia ética, conocer sus limitaciones y actuar
responsablemente cuando ellas puedan afectar el proceso. Esto se apoya en el
autoconocimiento, pero requiere además de responsabilidad respecto de las
consecuencias de cada acción y además de compromiso con el bienestar de las
personas con las que se trabaja. Todo eso, contribuirá a poder diferenciar entre
lo que sean sus propias reacciones ante los hechos y las que sean las del
Consultante.

Estos cuatro factores, resultarán de primera importancia respecto de la forma que


el Terapeuta vaya respondiendo a lo que va presentando el Consultante,
determinando en gran medida, la efectividad de trabajo realizado. Por supuesto
no debemos olvidar que estos cuatro factores no son cualidades estables y
definitivas, sino estados dinámicos, por lo que la responsabilidad de mantenerlos
es una tarea continua de cada Terapeuta.

3.3.3. Habilidades Desarrolladas:


Independientemente de las características personales y el enfoque terapéutico, la
persona que trabaja en psicoterapia, ve facilitada su tarea si desarrolla las
siguientes habilidades:

- Escuchar: Esta es quizá la habilidad más básica en un Terapeuta, porque es


un proceso que le permite recibir lo que el Consultante comunica. La mayoría de
las personas tiene, en su vida cotidiana, la sensación de que en general sus
interlocutores no los escuchan realmente. Esto es verdad, cada vez que quien
escucha está pensando desde su propio punto de vista o imaginando respuestas a
lo que escucha. Otras veces quién escucha, solo atiende a los mensajes
verbales, desperdiciando toda la información “no verbal” que nos llega en todo
momento. El percibir que el Terapeuta “de verdad” escucha lo que decimos, (y
que capta los significados cognitivos y emocionales que eso tiene para nosotros),
resulta de altísimo poder para fortalecer la relación. Por otro lado, esta forma de
escuchar, aporta al Terapeuta la información relevante de primera mano, respecto
de las vivencias del Consultante. La real información de lo que le sucede al
Consultante es entregada directamente por él, y no viene de dentro de nuestras
cabezas, sino que es provista por nuestros ojos y oídos.

– Reflejar: Para el autoconocimiento del Consultante, resulta clave que el


Terapeuta sea capaz de informarle respecto de cómo se está expresando y cuáles
son los principales mensajes que está emitiendo. Que el Terapeuta devuelva
como un espejo lo que recibe del Consultante, tiene múltiples efectos:
Por un lado está el doble efecto de, confirmarle al Consultante que es escuchado y
además, le permite tomar conciencia de lo que está comunicando.
Por otro lado permite al Terapeuta confirmar que “lee” adecuadamente los
mensajes del Consultante y también permite a este corregir eventuales lecturas
erróneas de sus procesos internos.
En el entrenamiento inicial de habilidades psicoterapéuticas, es notable la
dificultad de muchos terapeutas de permitirse simplemente devolver al
Consultante lo que está diciendo. Algunos temen ser reiterativos y no ser un
aporte, otros no logran separar lo comunicado por el Consultante de lo que ellos
opinan al respecto, ambas dificultades se ven alimentadas por preconcepciones
erróneas respecto de lo que es una adecuada comunicación con el Consultante.

– Confrontar: Con frecuencia el Consultante actúa de modo contradictorio con


su discurso, otras veces el Terapeuta percibe que parte del discurso del
Consultante se contrapone a otra parte del mismo, contradiciéndolo. Es esencial
que el Terapeuta pueda señalar las veces en que eso ocurre, de modo que la
persona pueda tomar conciencia de la diferencia de ambas expresiones y se
revise para establecer cuál de las expresiones es la más cercano a la realidad. El
efecto de auto-clarificación que esto aporta, es clave en la toma de decisiones del
Consultante. Es importante señalar que la oposición señalada es entre dos
expresiones del Consultante y no entre la expresión del Consultante y las
convicciones del Terapeuta. Esta habilidad resulta difícil al comienzo del ejercicio
del rol, en especial porque la incongruencia necesita ser expuesta sin resultar
amenazante o descalificatoria para el Consultante.

– Resumir: El recoger significados que surgen al mirar en conjunto lo


comunicado por el Consultante, resultan de alta importancia, porque aportan
información que contexto que no resulta evidente al observar detalladamente una
situación. Con frecuencia en una o dos frases, podemos presentar con mayor
claridad una situación que ha sido descrita en largas descripciones y que, a veces,
tiene un significado que se encuentra repartido por diversos momentos de la
verbalización del consultante. En general, poder presentar de modo sucinto un
significado que no aparece visible, porque se encuentra distribuido en el discurso,
presenta al consultante una visión clarificadora de su realidad personal.

Estas cuatro habilidades, resultan de gran utilidad en la práctica, aunque a veces


al observarlas desde un punto de vista teórico, muchos Terapeutas en formación
las viven con complicación por parecerles muy básicas, reiterativas o invasivas.
3.3.4. Técnicas.
Por último, cada terapeuta habrá aprendido, desde su formación en un Enfoque
Psicoterapéutico determinado, diversas técnicas que lo ayudan a funcionar como
una herramienta más efectiva.

Al respecto, resulta central no olvidar lo que señalaba antes, respecto de la


necesidad de diferenciar entre Herramientas y Técnicas. La “Herramienta” de la
Psicoterapia es el Terapeuta. En toda actividad, las Técnicas son sólo la forma
en que “se utiliza” la Herramienta. La cantidad y amplitud de dichas formas de
actuar como herramienta dependerán de la línea teórica en que se formó cada
Terapeuta.

También es relevante recordar que las investigaciones señalan que el peso de las
Técnicas en la efectividad psicoterapéutica es cercano al 15%, mientras la relación
interpersonal pesa alrededor del 30%.

4. DOMINIOS:

La Psicoterapia, se desarrolla en diversos ámbitos respecto de la forma de ser del


Terapeuta y de su conciencia de no dejar nunca de ser una persona. A
continuación revisamos algunos de los aspectos que resultan claves para lograr
una relación que sea efectiva y realmente útil al Consultante.

4.1. Autoconciencia:

Para trabajar con efectividad en psicoterapia, se requiere en primer lugar, que el


Terapeuta tenga un alto nivel de conciencia de sus propios procesos internos.
Para esto, es importante desarrollar la habilidad de activar e incrementar el nivel
de conciencia respecto al propio comportamiento, sensaciones, emociones y
cogniciones, como así mismo del entorno en que vive la persona. Al respecto
resulta importante diferenciar los aspectos estables en cada uno de ellos (dada su
relevancia en procesos de larga data), respecto de los que resultan dinámicos y
van variado de un momento a otro (que pueden terminar siendo irrelevantes a la
larga). Esto tiene como objetivo en primer lugar, el logro de una percepción más
nítida de sí mismo y en definitiva, convertir al Terapeuta en una herramienta mas
eficaz.
Además de lo anterior, también es importante desarrollar la habilidad de
diferenciar y seleccionar las propias experiencias de modo de lograr mayor
claridad respecto de aspectos de lo que se está vivenciando. Finalmente resulta
relevante percibir y las diversas alternativas de acción que se le presentan a la
persona en cada momento vital que enfrenta. Esto es útil tanto a nivel macro.
(decidir cursos de un proceso en terapia), como micro, (decidir entre múltiples
respuestas posibles ante una específica consultante).

4.2. Autoconocimiento:

Una vez lograda la conexión con los propios procesos internos, se requiere
conocerlos. Para esto, es útil que el Terapeuta haya desarrollado la capacidad de
“explorar”, “recoger” e “integrar” información significativa para sí mismo, de sus
estados internos. Explorar, permite conocer las características de lo que vamos
sintiendo en cada momento de nuestra interacción con el Consultante. Recoger,
implica hacernos cargo consciente y responsablemente de lo que vamos
descubriendo. Integrar, implica considerar dichos descubrimientos en el proceso
general de nuestra conciencia y toma de decisiones y nos llevará al proceso
descrito en el próximo punto.
Estas tres acciones le permiten a la persona, ampliar la comprensión de su
historia y de su forma de actuar, sentir y pensar, en sentido tanto diacrónico como
sincrónico. Con todo esto, el Terapeuta podrá tomar decisiones operativas para
orientar su comportamiento en terapia, en un proyecto coherente con sus valores,
profesión y sentido de la vida, que logre ser un aporte para el proceso vivido por el
Consultante.

4.3. Integración Emocional:

El “Autoconocimiento del Terapeuta”, le aporta información que conforma una


vasta red de datos respecto de si mismo. Surge entonces la necesidad de
explorar, tomar conciencia, reconocer y modular sus emociones, en un proceso de
autorregulación continua. Como se señaló en varias de las exposiciones de la
sección teórica de este libro, las emociones, son información clave para la toma de
decisiones y hay que coordinarlas con el resto de la información disponible.
La integración de la emocionalidad tiene dos aspectos. Por un lado está la
integración entre las diferentes reacciones emocionales que coexisten en cada
momento dentro de cada persona. Por otro lado está la integración de la
respuesta emocional global, con el resto de la experiencia personal, esto en la
racionalidad y las perspectivas conductuales. Todo esto debe ser orientado hacia
el logro y mantención de un estado psicológico de bienestar y salud, lo que
potenciará la efectividad de las intervenciones del Terapeuta. Un Terapeuta
integrado emocionalmente, sin duda responderá de un modo más efectivo a las
expresiones del Consultante.
4.4. Integración Corporal:

Tan importante como lo descrito hasta aquí, resulta el que el Terapeuta desarrolle
la capacidad de alcanzar una clara conciencia de sus vivencias corporales. La
referida “conciencia de las vivencias corporales” implica dos niveles de
experiencia:
- Por un lado tenemos las habilidades relacionadas con el funcionamiento
equilibrado de sus funciones vitales como: mantener un patrón respiratorio
armónico, atender a sus necesidades fisiológicas y ser consciente de
incomodidades fruto del funcionamiento fisiológico.
- Por otro lado, “Integración Corporal” implica ser físicamente consciente de sus
reacciones emocionales. En otras palabras, implica poder reconocer los
indicadores físicos de reacciones emocionales de agrado y desagrado (alegrías,
penas, etc).
La consideración de ambos niveles de vivencia corporal, llevarán al Terapeuta a
poder actuar considerando ambos planos de manera real y oportuna. Todo esto,
resulta la base de lograr mantener reacciones corporales fluidas frente a las
situaciones personales e interpersonales que debe afrontar.

4.5. Relaciones Interpersonales:

Un Terapeuta eficaz debe ser capaz de desarrollar habilidades de comunicación


personalizada y establecer relaciones interpersonales nutritivas. Resulta clave,
que el Terapeuta pueda mantener una actitud básica de comprensión empática
hacia la diversidad de experiencias humanas, en las diversas áreas de su vida
personal. Estas habilidades interpersonales, son la base en que el Terapeuta
funde su quehacer personal y profesional.
Esto no significa que la persona deba ser necesariamente sociable y amistosa,
implica más bien que el Terapeuta debe saber “leer” comunicaciones del
Consultante y necesita poder expresar de modo adecuado, elementos que ha
percibido y pueden ser de utilidad al Consultante para llevar adelante su proceso
vital. Una persona que posee habilidades interpersonales, tiene la libertad de
elegir el momento y el modo en que sea necesario utilizarlas (si no tiene dichas
habilidades no tiene esa libertad).

4.6. Comportamiento Ético:

Por último, un Terapeuta debe ser capaz de incorporar a su conducta principios


basados en la ética. El quehacer profesional del Terapeuta debe orientarse en
sus relaciones interpersonales y profesionales por un marco ético claro y
coherente (como el Código de Ética del Colegio de Psicólogos, La Declaración
de los Derechos Humanos y/o los Principios Éticos Universales).
Resulta imprescindible, que un Terapeuta ponga como valor central al ser humano
y respete a cada persona con la que trabaja. No se debe perder nunca de vista
que la relación terapéutica es para beneficio del Consultante y que el terapeuta no
es más que un recurso para que esa persona logre mayor claridad respecto de
su situación personal para tomas decisiones operativas en su vida. La relación
terapéutica, no es nunca y en ningún aspecto está orientada al provecho del
Terapeuta (que éste pueda obtener satisfacción de ser un recurso a los objetivos
del Consultante, es un efecto secundario, bienvenido pero no buscado).

5. CARÁCTERÍSTICAS DE TERAPEUTAS EXITOSOS.

Una pregunta recurrente entre los psicólogos en formación es la referida a qué se


necesita para ser un buen Terapeuta. Diversos estudios han observado las
características recurrentes en lo que se considera terapeutas exitosos. Entre las
diversas características observadas, las que más frecuentemente encontramos
son:

5.1. Emocionalmente receptivos.

Un Terapeuta exitoso suele ser una persona sensible a la comunicación emocional


de sus interlocutores. Un buen Terapeuta valora la exploración y descubrimiento
de aspectos emocionales de la vida del Consultante y lo acompaña a profundizar
responsablemente en dichos aspectos. La idea es para lograr la mayor claridad
posible respecto de esos aspectos emocionales, para que sirvan como insumos
para la toma de decisiones respecto de opciones conductuales. Identificar los
estados emocionales de los Consultantes, resulta imprescindible para responder
afectivamente a las expresiones de estas y si el Terapeuta es capaz de percibirlos,
podrá acompañar al Consultante en la exploración de ellos.

5.2. Mentalmente sanos y maduros.

Personas que no se encuentran complicados con complejas situaciones


emocionales o cognitivas propias, suelen resultar Terapeuta efectivos, dado que
dichas preocupaciones distraen de la atención a los procesos que vive en
Consultante. Lo anterior se ve facilitado si, además, el Terapeuta ha atravesado
un proceso de desarrollo personal a partir del autoconocimiento, dado que la
experiencia en la propia autoexploración, aporta pistas para acompañar al
Consultante en su propio autoconocimiento. Con estos recursos, el Terapeuta
podrá acompañar efectivamente al Consultante, sin confundir elementos de su
vida personal en el trabajo psicoterapéutico.
Creo importante no olvidar que, a partir de lo revisado hasta aquí, está claro que
“salud” y “madurez” son procesos dinámicos y no condiciones estables y por
consiguiente se dan, en una persona, en diversos grados en diferentes momentos,
pero está claro que, mientras en mayor grado se posea estas características en
cada momento de la vida que el Terapeuta se encuentre, más efectivo será el
trabajo que él realice.

5.3. Atienden y cuidan su bienestar y sus emociones.

El auto cuidado es un proceso clave en la vida de todo ser humano y en el caso de


un Terapeuta cobra un nivel de relevancia central. Las personas que son
conscientes de la importancia de estar equilibradas emocionalmente y que cuidan
su bienestar personal, no solo tienen una mejor calidad de vida, sino que, al
disponer de sus habilidades y recursos personales con facilidad, están en mejores
condiciones para acompañar a otros en sus procesos vitales. Un Terapeuta con
su emocionalidad equilibrada, será un recurso altamente eficiente en el
acompañamiento del proceso del Consultante.

5.4. Están conscientes de que su salud emocional impacta su trabajo.

Los Terapeutas exitosos, no solo son personas equilibradas que se autocuidan,


sino que son conscientes de que su bienestar es un requisito de su efectividad
profesional. Parte del autocuidado de un Terapeuta, surge de la convicción de
que cualquier problema personal afectará negativamente su nivel de desempeño
en su trabajo. Esto lleva a que el autocuidado resulte no solo un acto de
responsabilidad personal (en la medida que afecta su calidad de vida), sino un
imperativo ético desde lo profesional (por el efecto que tendrá en su desempeño
como Terapeuta).

5.5. Poseen fuertes destrezas de relación.

Un Terapeuta exitoso despliega una amplia gama de habilidades de relación


interpersonal:
- Son personas hábiles en entablar relaciones de confianza y cordialidad. Esto
implica saber crear lazos de emocionales,
- Son capaces de mantener relaciones de modo sostenido y eficaz. Saben
alimentar una relación para que permanezca vital e interesante para el interlocutor.
- Pueden identificar, enfrentar y solucionar eficazmente los problemas (y
potenciales conflictos) que aparezcan durante el desarrollo de la relación. Eso
implica tanto “ver” los problemas, como tener las habilidades para encontrar salida
que permita la mantención de la prelación.
(Esto no es lo mismo que “ser amistoso” en su vida social: un Terapeuta podría
ser amistoso y no tener estas habilidades o tenerlas y no tener una amplia vida
social).

5.6. Creen en la alianza de trabajo (trabajo en equipo).

Son personas que saben que el trabajo se hace en conjunto con el Consultante y
que sin su colaboración no habrá éxito en el proceso. Esto resulta de gran
importancia, dado que este tipo de terapeutas estarán atentos al nivel de
involucración del Consultante con su propio proceso, a la vez de que estarán
continuamente invitándolo a asumir la responsabilidad de su proceso personal.
Desde esas condiciones, es que ambos construirán una alianza que implicará que
trabajen de modo coordinado en función de los objetivos del proceso
psicoterapéutico. Esto implica atender simultáneamente a: - lo que sucede sí
mismo, - lo que le sucede al Consultante y - a lo que sucede en la interacción de
ambos.

5.7. Usan sus destrezas personales en la relación laboral.

Un Terapeuta exitoso es una persona que conoce sus capacidades personales


generales y que considera que es útil utilizarlas en el trabajo psicoterapéutico.
El estar en condiciones de aplicar al trabajo psicoterapéutico, las habilidades que
se ha descubierto en la vida en general, es una cualidad de alta importancia en el
ejercicio del rol de Terapeuta. Parte de su efectividad se relaciona a haber
descubierto cómo, cuándo y con qué objetivo, aplicar capacidades útiles en su
vida cotidiana al trabajo en psicoterapia. Este es quizá, uno de los aspectos en
que resulta más útil el haber trabajado en el autoconocimiento.

5.8. Asentados en sus experiencias acumuladas.

Los Terapeutas exitosos son personas que utilizan como base del trabajo
psicoterapéutico, mucho de lo aprendido a lo largo de su vida profesional y
personal. Para eso se requiere mantener a nivel consciente los aportes que
significan las diversas experiencias vividas, tanto en el ejercicio del rol de
psicoterapeuta, como en la vida cotidiana.
Diversas situaciones vividas, ayudan a comprender mejor las experiencias de los
consultantes y los significados que tiene para ellos. A un nivel más específico, el
aquilatar los logros fruto de determinados modos de intervenir en terapia, respecto
de las vivencias de los demás, van generando una especie de “banco de
respuestas posibles” frente a determinado tipo de experiencias vividas por los
Consultantes.

5.9. Valoran la complejidad y ambigüedad cognitiva.

Las personas que disfrutan de explorar diversas facetas de la realidad, por difícil y
poco clara que sea, buscando descubrir relaciones y aclarar situaciones, resultan
ser buenos Terapeutas. La complejidad de las experiencias vividas por una
persona debe ser asumida y explorada en su mas amplia condición. Un terapeuta
eficaz, sabe identificar cuando una experiencia necesita detención en su
exploración para logar la claridad necesaria antes de tomar decisiones de acción.
En estos casos, la curiosidad y las ganas de comprender situaciones, resultan
incentivos importantes para llegar a ser un Terapeuta eficaz, que disfruta al
enfrentar y aclarar situaciones complejas. Este tipo de personas, significa
positivamente la aparición de aspectos que implican ambigüedades en la vida del
Consultante y las vive como interesantes desafíos a aclarar y solucionar.

5.10. Lectores voraces.

Los Terapeutas eficaces son personas que disfrutan de la lectura como un hecho
en sí mismo, en ese contexto, no solo leen mucho y con placer, sino que han
desarrollado altos grados de comprensión de lectura. Desde esa perspectiva, a
nivel profesional, se constituyen en personas que se han ocupado de conocer
diversos modos de acercarse al rol de psicoterapeuta, tanto porque disfrutan
haciéndolo, como porque reconocen la utilidad que esto tiene para el desempeño
efectivo del rol profesional. Paralelamente se han ocupado de informarse tanto
respecto de las concepciones de persona y de proceso terapéutico, como de los
estilos de trabajo que presentan evidencia de mayor efectividad en el proceso
psicoterapéutico, respecto de diversas temáticas a enfrentar en el trabajo. Por
otro lado, el leer respecto de asuntos diferentes del quehacer psicoterapéutico,
ayuda a ampliar la visión de mundo del Terapeuta, lo que también resulta un
recurso importante en el acompañamiento de la exploración de una persona.

6. HABILIDADES PROFESIONALES DEL PSICOTERAPEUTA.

De las muchas características que suele tener un psicoterapeuta, resulta


importante detenerse en aquellas que resultan clave en el desempeño profesional.
Podemos categorizar estas habilidades en tres grandes grupos:
6.1. Calidez y Apoyo:

La “Habilidad Psicoterapéutica” más básica que podemos encontrar, es la de


construir una relación cálida y de apoyo. Todo Consultante necesita sentir que el
Terapeuta con que trabaja, es capaz de ser cercano emocionalmente.

Como Consultante, es central que yo sienta que le importo al Terapeuta y que él


se interesa en lo que me sucede y en lo que siento frente a eso. Esta condición,
se expresa en un notable conjunto de necesidades del Consultante que hay que
satisfacer:
- Debo sentir que el Terapeuta se compromete con mi situación y mi proceso.
Necesito sentir que comprende cómo me siento y que él puede ser un recurso
para clarificar mi situación.
- Necesito sentir que el Terapeuta es una persona emocionalmente sensible, a la
que le importa mi bienestar.

Paralelamente es relevante comunicar al Consultante la disponibilidad para


trabajar juntos y recorrer el camino de su exploración personal.
- Necesito sentir que cuento con el Terapeuta para salir adelante respecto de la
situación en la que me encuentro.
- Debo percibir que el Terapeuta me ayuda el sentir que le importo como ser
humano y que él disfrutará con mis logros personales.
- En definitiva, necesito sentir que el Terapeuta se suma a mis esfuerzos y que
construimos un proyecto conjunto, es decir, que el objetivo del trabajo es también
suyo.

Es en esas condiciones (sentir que le importo y que me puede acompañar en mi


proceso), que podemos hablar de haber construido una relación sólida, una
alianza que pueda ser productiva, en función de mis objetivos como Consultante.

6.2. “Madurez personal”:

Esta condición, implica un conjunto de cualidades, fruto del trabajo personal. Si


bien es difícil establecer en qué consiste “ser maduro”, creo que esta
característica, también dinámica y sujeta a la forma en que se viva las diversas
tapas de la vida, implica una gama de características que incluye:

- Apertura: Implica receptividad, capacidad de registrar qué está sucediendo,


especialmente con el Consultante. Implica también la capacidad de percibir y
aceptar cambios en el interlocutor. Un Terapeuta con apertura es sensible a los
procesos vividos por el Consultante y a las respuestas de éste frente a las
contingencias que le toca vivir.

- Aceptación: Es la capacidad de poder acoger al Consultante tal como es (no


como uno quisiera que fuese) y valorar el aspecto humano de la persona,
diferenciándolo de sus acciones (algunas de las cuales podrían no gustarme). Un
Terapeuta aceptante es una persona que acoge al Consultante por lo que él es,
sin cuestionar características, opiniones o preferencias diferentes a las propias, si
ellas no dañan ni a la persona ni a los demás.

- Ser genuino: Mostrarse tal como uno es y evidenciar honestamente sus


reacciones, sin fingimientos (esto resulta esencial en la construcción de la
confianza del Consultante en el Terapeuta). Los Consultantes son muy sensibles
a indicadores no verbales que desmientan las declaraciones verbales del
Terapeuta. Un Terapeuta genuino, se permite expresar sus reacciones
emocionales y sus pensamientos, de modo adecuado, sin temer sobre exponerse
ni dañar al Consultante.

- Flexibilidad: Es la capacidad de ir registrando las consecuencias de nuestras


respuestas al Consultante, para poder acomodar el curso de nuestras
intervenciones en función de los objetivos del trabajo. Hay momentos en que se
requiere modificar drásticamente nuestra forma de acercamiento al tema que se
trabaja, para resultar eficaz. Un Terapeuta flexible, no sólo estará atento a las
reacciones del Consultante, sino que tendrá la capacidad de modificar el curso de
su acción, para adecuarlo a los procesos y reacciones que observe en el
Consultante.

- Reflexividad: Capacidad de revisar lo que va sucediendo, para identificar


avances, aciertos, problemas, etc. que vayan surgiendo, así como claridad
respecto de la explicación teórico-cognitiva de lo que va sucediendo en el proceso.
Un Terapeuta reflexivo, será capaz de elaborar lo que va observando en el
proceso del Consultante, de modo de poder potenciar los efectos de sus
intervenciones.

6.3. “Sabiduría”:

Esta es una condición que implica haber alcanzado un alto nivel de auto
conocimiento y de procesamiento de experiencias, pero es importante que el
Terapeuta vaya desarrollando este grupo de habilidades, en aras de ser efectivo
en su función. Al igual que lo que sucede con las habilidades del Consultante, la
“sabiduría” es también fruto de un proceso que puede durar toda la vida.
Entre las cualidades incluidas como elementos de la sabiduría, que resultan útiles
para ejercer el rol de Terapeuta, encontramos:

- Calidez: Quizá la característica más básica que posee un Terapeuta eficaz, es


la de ser capaz de generar un ambiente emocional en el que el Consultante se
sienta acogido y cómodo. Como ya he aludido antes, un ”anciano sabio” debe ser
cálido (y esto es válido también si se es joven).

- Integridad: Se relaciona a la coherencia interna y la estabilidad dinámica de la


personalidad del Terapeuta. Un Terapeuta integro, está firmemente situado
respecto de quién es, lo que le otorga seguridad y solidez en sus intervenciones.
Sus expresiones son claramente definidas y expresan el equilibrio personal entre
flexibilidad y estabilidad que le permiten ajustarse a una realidad dinámica sin
perder su identidad.

- Confiabilidad: Desde el punto de vista ético, alguien confiable es una persona


que actúa de modo responsable, esto es previendo las consecuencias (tanto a
corto, como a mediano y largo plazo) de sus acciones. En esa medida, podemos
confiar que sus intervenciones ayudarán al Consultante a salir adelante respecto
de la situación presente que lo lleva a asistir a terapia. El Consultante podrá
percibir dicha confiabilidad, lo que contribuirá a la disposición del Consultante a
autoexplorarse y compartir lo que vaya descubriendo.

- Valentía: Un terapeuta valiente interviene de modo decidido y firme. No es


complaciente por temor a incomodar al Consultante y se permite confrontarlo con
elementos incómodos que lo saquen de su zona de confort, si considera que esto
aportará al proceso terapéutico. La valentía, consiste en detectar aspectos
complejos y ser capaz de evaluar pros y contras de diversas alternativas, para
atreverse a explorar zonas potencialmente peligrosas, tomando las medidas para
minimizar riesgos.

- Humildad: La humildad implica asumir que el proceso depende más del


compromiso y la proactividad del Consultante, que de las intervenciones del
Terapeuta. Implica no perder nunca de vista que uno es un recurso para la
calidad de vida del Consultante. El centro de la psicoterapia es el Consultante no
el Terapeuta y la meta es el bienestar del Consultante, no la exhibición de las
habilidades del Terapeuta. Un Terapeuta humilde, no se siente nunca el factor
determinante del proceso, sino que se visualiza como un “facilitador” de él: si bien
su presencia ayuda. El proceso es “de el Consultante”, “por el Consultante” y
“para el Consultante”.
- Tacto: Resulta clave la capacidad de Terapeuta de encontrar el momento y el
modo más adecuado de plantear sus observaciones. Un Terapeuta con tacto,
tendrá la capacidad de evaluar condiciones, de modo de encontrar el momento y
el modo más adecuado de plantear sus percepciones al Consultante. Una
intervención usada en el momento y del modo adecuado resulta de alta eficacia,
en un momento o de un modo errado puede resultar inútil, mal utilizada, podría
incluso resultar dañina.

- Fuerza: Un elemento de alta importancia, es la capacidad del Terapeuta de


dosificar la intensidad de sus intervenciones y el poder insistir en ámbitos que
resultan esenciales para el avance del proceso (por ejemplo la necesidad de que
el Consultante se refiera a su forma de reaccionar ante los hechos y los
significados que estos tienen para él). Es clave que el Terapeuta sepa cuándo ser
firme y cuando ser suave, acomodando la intensidad de sus intervenciones a las
condiciones en que se encuentre el Consultante en cada momento.

- Intuición: Esta capacidad consiste en poder “leer” expresiones no verbales que


indican elementos emocionales de los que el Consultante no es claramente
consciente. El poder “ver” lo que le sucede al Consultante, es clave para realizar
intervenciones aportativas. A veces ni siquiera el Terapeuta sabe cómo lo
percibe, pero ciertos elementos aparecen como evidentes y al planteárselos al
Consultante, se genera avances notables en el proceso.

- Paciencia: Resulta de gran utilidad es saber esperar el momento en que un


Consultante logre ciertas metas, las que pueden parecer fáciles para el Terapeuta,
pero que para el Consultante requieren todo un proceso. Cada persona tiene su
propio ritmo de avance y requiere de determinadas condiciones para poder
enfrentar ciertas exploraciones. La paciencia es también relevante respecto de
personas o momentos en que el proceso resulta muy lento.

La lista de habilidades descrita, puede parecer larga, pero en realidad habla de la


importancia de lo que se ha llamado “habilidades inespecíficas” por no tener que
ver con el “estar haciendo algo concreto” sino tener más bien relación con “el
modo” en que le Terapeuta ejerce su rol. Como hemos visto en otro momento,
diversos estudios han evidenciado que estas habilidades, que me gusta agrupar
bajo el apelativo del “cómo actúa” el Terapeuta, resultan más relevantes que el
“que hace” concretamente él.
7. LA ALIANZA TERAPÉUTICA.

Como decía antes, el trabajo en equipo del Consultante y Terapeuta, resulta clave
en el logro de metas de la psicoterapia. La Alianza Terapéutica, es la gran meta
y pilar del proceso. Por consiguiente es de primera importancia que se
establezca un trabajo conjunto entre ambos protagonistas.

Lograr una alianza firme y segura es una tarea básica del Terapeuta.
Prácticamente todas sus habilidades y capacidades revisadas antes, deben
propender a que esta se establezca con facilidad y se mantenga con fluidez.
Para trabajar la referida alianza es necesario considerar diversos aspectos. A
continuación revisaremos los Componentes que la conforman, la Calidad el
Vínculo que se establece y finalmente los Factores que lo hacen posible.

7.1. Componentes:

La Alianza Terapéutica es fruto de un complejo proceso y está constituida por tres


grandes elementos:

- Acuerdo mutuo sobre las metas de la intervención.


Este es un componente básico. Consultante y Terapeuta deben establecer
(negociar) un objetivo (u objetivos) de trabajo en que ambos estén de acuerdo (y
que sea terapéuticamente abordable). Aquí resulta clave la habilidad del
Terapeuta, tanto para explorar las metas de Consultante (que pueden estar
ocultas tras el ”motivo de consulta”), como para negociar objetivos de trabajo
consensuados. Evidentemente, el que Consultante y Terapeuta mantengan
objetivos diferentes, respecto del sentido del proceso terapéutico, generará
dificultades en el trabajo.

- Acuerdo respecto de las expectativas del tratamiento.


Un segundo aspecto a negociar, es que nivel de logro se espera respecto de las
metas establecidas. Esto implica tanto los aspectos concretos, como la magnitud
del cambio esperado. El Terapeuta debe conocer los límites potenciales del
trabajo a realizar y debe informar al Consultante respecto de las limitaciones a las
que se ve sometido el proceso. Una persona que consulta por conflictos
interpersonales y cuya expectativa es que la otra persona (su pareja, su madre o
su jefe) cambie, podrá frustrarse al descubrir que el trabajo psicoterapéutico es
con ella y no con los ausentes.
- Vinculo emocional positivo entre Cliente y Terapeuta.
Quizá el elemento central de la Alianza Terapéutica, sea el nexo emocional entre
Consultante y Terapeuta. Si cualquiera de los involucrados experimenta algún
grado de rechazo por la otra persona, el proceso se verá claramente entorpecido.
(Se requiere un grado de simpatía mutua para que la psicoterapia vaya adelante).
Aquí el trabajo de Terapeuta es aparecer confiable y comprometido
emocionalmente con el Consultante y sus objetivos, para facilitar la generación de
este nexo emocional positivo.

7.2. Calidad del Vínculo:

Un segundo aspecto a considerar es el referido al hecho de que el vínculo


terapéutico puede ser más o menos sólido. Esta estabilidad se construye sobre
los siguientes procesos:

- Calidad de la relación interpersonal.


El establecimiento de lo que se considera una ”buena” relación, depende de dos
elementos:
Confianza, es decir el grado en que ambas personas logran sentir que su
interlocutor es una persona íntegra, franca y bien intencionada. En la medida
que el Terapeuta transmita una sensación de confiabilidad, será más fácil que el
Consultante se abra a la autoexploración franca.
Compromiso personal con el proceso, es decir la disposición de cada una de
las personas a dedicar sus mejores esfuerzos a explorar las condiciones del
Consultante y la viabilidad de enfrentar satisfactoriamente las problemáticas que
se establezcan como metas del trabajo psicoterapéutico. En la medida que el
Consultante perciba que el Terapeuta se interesa genuinamente en su proceso,
estará mejor dispuesto a participar activamente en su autoexploración.

- Fortaleza de la relación de trabajo.


Esto se refiere a la Habilidad de ambos para coordinar sus respectivos roles.
Es decir la capacidad de cada uno de conocer las funciones que cada uno debe
asumir en el trabajo psicoterapéutico y el respeto por la asunción de dichas
funciones que realice la otra persona. Es clave que el Terapeuta ofrezca al
Consultante, condiciones de confianza y paralelamente lo inste a comprometerse
en su proceso personal considerado como propio.

7.3. Factores:

Por último, es relevante revisar los fenómenos que hacen posible una buena
Alianza. Entre ellos, encontramos:
- Credibilidad y compromiso del terapeuta:
El Terapeuta debe transmitir al Consultante que es capaz de asumir la
responsabilidad del trabajo en conjunto y que para esto cuenta con los
conocimientos y capacidades para acompañarlo exitosamente en su exploración,
que será honesto en sus expresiones y que se involucrará emocionalmente en el
éxito del proceso. El Consultante debe llegar a sentir que “cuenta con el
Terapeuta” para alcanzar sus metas, debe llegar a confiar tanto en su honestidad
como en su involucración emocional con el trabajo a realizar. No está de más
recordar una vez más, que el Consultante siempre debe tener la certeza de que la
relación es para su provecho y nunca para que el Terapeuta se aproveche de ella.

- Relación horizontal y equilibrada:


Para una buena alianza terapéutica, es necesario que el Terapeuta establezca
una relación de igual a igual con el Consultante. El Consultante debe sentir que
está frente a una persona, un ser humano de carne y hueso, no ante a un experto
que se relacionará desde un rol y utilizará un conjunto de mecanismos técnicos.
(Como ya hemos visto, los aspectos técnicos son parte importante del trabajo,
pero no lo central). Es la calidad humana del Terapeuta, el elemento clave en el
establecimiento de una relación operativa, en que el Consultante se siente
valorado y considerado como un igual, válido en el trabajo a realizar.

- Empatía:
Acá nos encontramos de nuevo con la capacidad del Terapeuta de comprender
los significados que tienen, los diversos estados emocionales del Consultante para
él. La capacidad del Terapeuta de “ponerse en el lugar” del Consultante,
literalmente “hace posible” una Alianza Terapéutica poderosa. Un Terapeuta que
transmite al Consultante la sensación de que lo comprende de verdad, desde lo
que las circunstancias significan para él, establece las bases ideales para una
buena alianza terapéutica.

- Captación por parte del consultante de la reciprocidad de sentimientos


positivos en la relación:
Como ya hemos visto, no basta que el Terapeuta sienta que le importa el
bienestar del Consultante; resulta esencial que el Consultante se dé cuenta de
ello. Esto tiene varios aspectos relevantes, entre los que no es menor la
importancia de identificar qué características del Terapeuta son relevantes para
cada Consultante (dado que estará más atento a dichas características que a
otras que le pueden parecer más importantes al Terapeuta). El Terapeuta debe
ocuparse de identificar qué características personales serán relevantes para el
Consultante (no quedarse en las que son relevantes para sí mismo). Una vez
más, el objetivo de todo esto es facilitar el proceso de Consultante. En la medida
que la relación sea clara, el Consultante verá fortalecido su proceso (elementos de
ambigüedad, inducirán confusión en el Consultante lo que será contraproducente
para el proceso).

Como podemos observar, una buena alianza terapéutica depende de un conjunto


bastante amplio de elementos a considerar y el Terapeuta debe permanecer
atento a la calidad de ella, porque siempre es posible que se produzca algún
quiebre, el que debe ser identificado y solucionado..

8. EN RESUMEN:

Podemos ver cómo la importancia de considerar que el Terapeuta es una persona,


con sus propios sentires, pensares, historia, metas, etc., es esencial para lograr un
trabajo efectivo en psicoterapia. Un Terapeuta en la postmodernidad, no puede
ser un experto que mira a la persona que viene a psicoterapia, desde detrás de
unos lentes que le aporta una técnica. Necesitamos un Terapeuta que se asuma
un ser humano vivo, con sentires tan válidos como los del Consultante (aunque en
equilibrio), con necesidades y proyectos, tan válidos como los del Consultante y
con ideas (e ideologías) tan válidas como las del Consultante. En otras palabras
un ser humano que se para en la vida frente al Consultante, en una postura de
igual a igual en su ser persona. La diferencia la determinan solo los roles, no el
status.

El trabajo de auto exploración y de desarrollo de capacidades personales, resultan


centrales en el proceso de formación y desarrollo de un
Psicoterapeuta. Resultan también importantes el auto-cuidado, para la
mantención de la persona en condiciones que le permitan el desempeño de su rol
en las mejores condiciones posibles. El rol de “recurso”, herramienta para el
trabajo de logro del bienestar y las metas del Consultante, hace que el bienestar
del Terapeuta sea parte de la responsabilidad ética de quien ocupa este rol.

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