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Aproximaciones a la Psicoterapia

Capítulo I, La aproximación inicial:

El problema de la definición de la psicoterapia


Desde 1960 el prestigioso psicólogo P. Meehl describia a la psicoterapia como “el arte de
aplicar una ciencia que todavía no existe”. Desde entonces el área de la psicoterapia se ha
desarrollado considerablemente, sin que ello haya requerido un consenso manifiesto en
torno a una definición explicita. Prueba de ello es el proyecto iniciado por la Fundación
Milton Erickson, «¿Qué es psicoterapia?». En este proyecto se preguntaba a un total de 81
autores, considerados psicoterapeutas ejemplares, preguntas como las siguientes: ¿Cómo
define la psicoterapia? ¿Cuáles son sus objetivos? El resultado de este proyecto es un libro
heterogéneo y dispar.
La cuestión reside en que existe una pluralidad de enfoques psicoterapéuticos, y, en
consonancia con ello, se da también una amplia gama de definiciones de psicoterapia.
Muchas de estas definiciones están vinculadas a la conceptualización que hace del
proceso y los objetivos terapéuticos un modelo determinado. Así, unas se basan en la
resolución de la dinámica inconsciente, otras en el cambio de conductas observables, etc.

La mayoría de estas definiciones concuerdan en identificar a la psicoterapia como un


tratamiento ejercido por un profesional autorizado que utiliza medios psicológicos para
ayudar a resolver problemas humanos, en el contexto de una relación profesional.
En la actualidad, más que una definición del campo, los psicoterapeutas se plantean la
necesidad de construir una metaperspectiva de la personalidad y la intervención, que
abarque todo lo que hemos aprendido hasta ahora y que promueva el crecimiento y el
desarrollo del área.

El cliente
El cliente o paciente en psicoterapia es la persona que acude a los servicios
psicoterapéuticos. Las personas que acuden a psicoterapia tienen en común es que
experimentan algún tipo de dificultad, malestar o trastorno, que es lo suficientemente
importante en sus vidas como para provocar un deseo consciente de cambio. Por lo
general, antes de acudir a un psicoterapeuta, los individuos han intentado solucionar sus
dificultades recurriendo a otras fuentes, tales como amigos, médicos, sacerdotes, etc.
Habitualmente, los clientes expresan conflictos con otras personas y síntomas, tales como
ansiedad, desesperanza, incomunicación con su compañero/a, conducta de evitación,
insomnio, etc. Es frecuente que los clientes acudan a la terapia con expectativas poco
realistas, es decir, buscando que el terapeuta les dé «la» solución a sus problemas. En este
sentido es importante tener en cuenta que «el proceso de la terapia se diseña no para
cambiar a los pacientes sino para ayudar a los pacientes a que se cambien a sí mismos».

Existen muchos casos en los que la persona que solicita la psicoterapia no es la que sufre
el síntoma, y otros en los que no se acude a psicoterapia por decisión e iniciativa propia
sino por indicación o mandato de otros. Estos casos abarcan un amplio espectro, desde
niños, menores de edad o incapacitados hasta la psicoterapia en contextos judiciales, etc.
Por ello parece conveniente distinguir entre demandante, aquel que determina que es
necesaria la intervención de un profesional de la psicoterapia, y paciente identificado (PI),
el portador del síntoma o problema. Cuando demandante y PI no coinciden, la
psicoterapia resulta mucho más compleja, de manera que se hace casi inevitable un
análisis más completo del sistema o triángulo que se crea entre demandante, PI y
terapeuta.
La figura del cliente no se refiere únicamente a un individuo concreto sino que puede
incluir también a una pareja, una familia, un grupo o una institución.

El psicoterapeuta
En la actualidad la formación de los psicoterapeutas tiende a consolidarse en el marco de
la psicología científica. Para poder desempeñar su labor, los psicoterapeutas necesitan
poseer conocimientos específicos sobre los procesos de aprendizaje, la dinámica de la
personalidad, los procedimientos y técnicas de la evaluación psicológica, la psicopatología,
los principios de la interacción social, los procesos cognitivos y emocionales, el desarrollo
durante el ciclo vital, etc... Junto a estos aspectos básicos de la formación de los
psicoterapeutas sobre los que existe un consenso razonable, existen otros aspectos que
resultan específicos de cada modelo psicoterapéutico y sobre los que el consenso no es
tan claro. Aunque la tendencia en la actualidad apunta hacia la formación de
psicoterapeutas en el marco de la psicología científica, los principales argumentos en este
campo se han desarrollado en el marco de los distintos modelos psicoterapéuticos y, por
esta razón, los abordaremos con mayor detalle más adelante.
Guy (1987) ha realizado una interesante sistematización de la investigación sobre las
características personales asociadas con la elección de la profesión de psicoterapeuta. Los
datos en los que se basa esta revisión están extraídos de encuestas realizadas a
psicoterapeutas profesionales.

Motivaciones funcionales asociadas con la elección de la profesión de


psicoterapeuta

- Interés natural por la gente y curiosidad sobre sí mismos y los demás.


- Capacidad de escuchar. Es uno de los principales instrumentos curativos del
psicoterapeuta.
- Capacidad de conversar. Los que devienen psicoterapeutas suelen tener buenas
habilidades verbales y conversar les resulta reforzante y reconfortante.
- Empatía y comprensión.
- Capacidad de discernimiento emocional. El conocimiento y la aceptación de las
propias emociones promueve una actitud natural y genuina que facilita la curación
psicoterapéutica de los demás.
- Capacidad introspectiva. La tendencia a la introspección en los psicoterapeutas
puede ayudarles a facilitar la autoexploración del cliente.
- Capacidad de autonegación. La capacidad de abnegación y de negación de las
gratificaciones personales resulta beneficiosa para la práctica de la psicoterapia, en
el sentido de que la tarea requiere que el terapeuta deje a un lado sus propias
necesidades personales y se centre exclusivamente en las necesidades del
paciente.
- Tolerancia a la ambigüedad. Entendida como la capacidad para soportar lo
desconocido, las respuestas parciales y las explicaciones incompletas.
- Capacidad de cariño.
- Tolerancia a la intimidad.
- Confortable con el poder. Aquellos que disfrutan sintiéndose en una posición de
poder e influencia pueden sentirse atraídos por la profesión de psicoterapeuta,
dado que pueden llegar a tener gran influencia sobre las vidas de sus clientes.
Capacidad de reír. Aquellos que tienen un buen sentido del humor y disfrutan
riendo con otros pueden sentirse cómodos en el papel de psicoterapeuta.

Los datos que acabamos de mencionar pueden ser muy interesantes por lo que respecta a
la cuestión de qué tipos de personas eligen la profesión de psicoterapeuta, no se centran
directamente en los atributos y habilidades que debe poseer el buen psicoterapeuta o el
psicoterapeuta eficaz.
Se llegó a sostener que la implantación eficaz de las técnicas específicas debe descansar
en las cualidades personales del terapeuta. Este punto de vista en la actualidad ya no
resulta representativo, porque, entre otras cosas, el avance de la investigación ha
permitido «manualizar» los modelos terapéuticos de forma tal que el nivel de
competencia en la aplicación de las técnicas ha podido aislarse como una variable del
terapeuta que ha mostrado tener una relación positiva con variables de éxito terapéutico.
Y el nivel de competencia no depende tanto de las cualidades personales del
psicoterapeuta, como de su formación y práctica en el manejo de las técnicas
psicoterapéuticas.
Hasta el momento nos hemos referido al terapeuta en un sentido unipersonal; sin
embargo, para ser estrictos nos deberíamos referir al sistema terapéutico como entidad
que puede incluir más elementos que el terapeuta. Por ejemplo, muchas psicoterapias,
especialmente de grupo o familiares, contemplan el rol del coterapeuta.
En resumen, la característica más relevante del papel de terapeuta es que intenta ayudar
al paciente.
En un sentido general el terapeuta tiene que (a) formular alguna hipótesis acerca del
problema del cliente y (b) tomar decisiones acerca de qué hay que hacer primero y qué
hay que hacer después. Y tanto para (a) como para (b), el terapeuta necesita funcionar a
partir de algún modelo terapéutico.

La relación terapéutica
La relación entre terapeuta y cliente es uno de los elementos distintivos esenciales de
toda psicoterapia. Para que la relación sea verdaderamente terapéutica, debe ser
diferente de otras relaciones en la vida del cliente. La diferencia esencial reside en que se
trata de una relación profesional: el terapeuta se interesa genuinamente por el cliente,
pero no forma parte de sus relaciones interpersonales cotidianas. De su carácter
profesional se desprenden otras características de la relación terapéutica, tales como su
asimetría, su carácter retributivo y su encuadre.
La relación terapéutica es asimétrica, porque se inicia a partir de la demanda del cliente y
se centra en sus necesidades. Además, al terapeuta se le retribuye por su trabajo. Este
aspecto es importante, porque el centramiento en la persona del cliente no debe suponer
una actitud abnegada, sacrificada y altruista por parte del terapeuta. Esta podría generar
en el cliente un sentimiento de deuda contrario a la salud mental que espera obtener con
la psicoterapia. Por ello es necesario y saludable que el cliente compense al terapeuta por
su dedicación.
Asimismo, al ser una relación profesional, la relación terapéutica requiere una
estructuración específica. Tradicionalmente, se ha utilizado la noción de encuadre
terapéutico para hacer referencia al conjunto de reglas fijadas por el terapeuta para hacer
viable la psicoterapia. Estas incluyen los honorarios (en el contexto privado), la duración y
frecuencia de las sesiones, el lugar donde se realizan, las vacaciones, así como cualquier
otro detalle que afecte al desarrollo de la psicoterapia. Al margen de otras
consideraciones, la relación terapéutica resulta más útil cuando se establece con un
encuadre preciso que contribuya a alejar la confusión de roles. También conviene indicar
que existe un consenso generalizado en recomendar que terapeuta y cliente no
mantengan ningún otro tipo de relación, ya sea comercial, profesional o personal, fuera
de las sesiones terapéuticas. Así, a menudo resulta desaconsejable que el terapeuta
acepte como cliente a un familiar, un amigo o un conocido, con quien mantiene una
relación previa.
Los diferentes modelos terapéuticos sugieren visiones particulares de lo que debe ser la
relación terapéutica.
El desarrollo de una adecuada alianza terapéutica es un factor de cambio esencial en
todas las formas de psicoterapia, aunque su naturaleza particular varíe según la
modalidad de terapia. Un primer componente de esta alianza es el vínculo establecido
entre cliente y terapeuta. La calidad de este vínculo determina el tono emocional de la
vivencia que el cliente tiene del terapeuta, que influye en su colaboración en el proceso
terapéutico.
Un segundo componente es el grado de acuerdo en los objetivos de la terapia. Se trata de
si cliente y terapeuta orientan sus esfuerzos en la misma dirección.
Finalmente, el tercer componente, es el acuerdo en las tareas de la terapia, es decir, en el
acuerdo acerca de los medios que son adecuados para conseguir los objetivos propuestos.
La visión actual de esta cuestión es que los tres aspectos, vínculo, acuerdo en los objetivos
y en las tareas, no son independientes sino que se influyen mutuamente. Si el terapeuta
concuerda con el cliente acerca de los fines de la psicoterapia y con los medios de
alcanzarlos, es mucho más probable que sienta que el terapeuta puede serle de ayuda y le
comprende.

El proceso terapéutico
Cuando hablamos de proceso terapéutico, hacemos referencia al conjunto de procesos
psicosociales que tienen lugar desde el inicio al fin de la psicoterapia. La concepción del
proceso terapéutico depende, en gran medida, del modelo psicoterapéutico que se
adopte. No obstante, existen algunos planteamientos que abarcan el proceso
psicoterapéutico en general, es de cir, independientemente de un modelo terapéutico
específico.
Ya Rogers (1942) había propuesto un modelo general del proceso terapéutico que
constaba de tres etapas básicas: catarsis, insight y acción.
En la actualidad, existen varios modelos secuenciales del proceso terapéutico, y a modo
de ilustración expondremos el modelo de Egan (1986), que resulta especialmente útil a la
hora de trabajar con problemas de ajuste, de falta de habilidades o con casos en los que el
objetivo terapéutico puede operacionalizarse claramente.
El modelo de Egan (1986) constituye uno de los manuales sistematizados más utilizados
en los EE.UU. El modelo concibe la ayuda psicológica como un proceso secuencial en tres
etapas, cada una de las cuales consta a su vez de tres pasos.
Modelo de Egan de las fases del proceso terapéutico:
Fase I: identificación y clarificación de las situaciones problemáticas y de las
oportunidades no utilizadas.
Primer paso I-A: ayudar a los clientes a contar su historia
Segundo paso I-B: centramiento: la búsqueda de nivelación
Tercer paso I-C: puntos ciegos y nuevas perspectivas
Fase II: establecimiento de metas, y desarrollo y elección de escenarios preferidos
Paso II-A: construcción de un nuevo escenario
Paso II-B: evaluación de las metas de un nuevo escenario
Paso II-C: elección y compromiso
Fase III: acción, avance hacia el escenario preferido
Paso III-A: descubrir estrategias de acción
Paso III-B: elección de estrategias y desarrollo de un plan de acción
Paso III-C: implantación de planes y logro de metas

Capitulo II, la aproximación historia:

A grandes rasgos, cabe distinguir dos formas de ver la conducta anormal o desviada del
grupo. La primera corresponde a un estadio pre-racional en el que la anormalidad se
concibe como el producto de la voluntad de algún agente sobrenatural: antepasados,
brujos, demonios, dioses... En la segunda, se considera que la anormalidad es el resultado
de causas naturales. En función del predominio de una u otra concepción, los trastornos
psicológicos han dependido de los intermediarios con lo sobrenatural o de los
profesionales de la ciencia natural de la enfermedad mental.
La psicoterapia contemporánea aparece durante el siglo XIX en el ámbito de la medicina.

Las raíces de la psicoterapia


La psicoterapia hunde sus raíces en diferentes tipos de saberes, presentes en la cultura
occidental, tales como la magia, la medicina, la filosofía y la religión.
De hecho, para realizar una reconstrucción cabal del pasado de la psicoterapia sería
necesario partir de una historia de la praxis del vivir cotidiano. Desde esta perspectiva, las
prácticas psicoterapéuticas formarían parte de los recursos o remedios que el hombre ha
utilizado para salir (o hacer salir a otros) de situaciones vitales recurrentes. Habría que
mencionar aquí remedios considerados normales dentro de determinados contextos, tales
como las confesiones, las epístolas, las guías espirituales, etc.

La «psicoterapia» en las sociedades tribales


Las prácticas curativas que podríamos llamar «tratamientos psicoterapéuticos» primitivos
presentan numerosas variantes. Ellenberger (1970) ofrece una sistematización, en la que
se incluyen prácticas como las siguientes: ceremonias para la restauración del alma,
prácticas exorcistas, confesiones, curaciones por incubación, etc. Por ejemplo, en el caso
de las ceremonias para la restauración del alma, encontramos la creencia de que el
hombre posee dentro de sí una especie de doble o alma fantasma cuya presencia en el
cuerpo es necesaria para su buen funcionamiento, pero que también puede abandonarlo.

La «psicoterapia» en Grecia y el mundo antiguo


El origen de la psicoterapia actual hay que situarlo en Grecia, donde surge el pensamiento
racional y con él la tradición filosófica y la tradición médica.
Así, en la obra de Aristóteles, el gran sistematizador de la cultura griega, se encuentran
claramente establecidos y diferenciados los distintos usos de la palabra, que fue
ampliamente utilizada en Grecia con fines curativos. Platón, hizo interesantes
observaciones sobre los efectos de la palabra sobre la vida anímica. Si el discurso es bello,
produce un estado de armonía en todas las partes del alma, que posee efectos somáticos
beneficiosos y es la condición para que la acción de los fármacos sea eficaz al máximo.
Aristóteles instaura la doctrina de in medio virtus, que ha prevalecido hasta nuestros días.
Aristóteles argumenta que toda acción es fuente potencial de placer si se ejerce conforme
a la naturaleza del ser que la realiza. En el caso del ser humano, su naturaleza es ser
racional, lo cual le inclina al ejercicio de la recta razón. La virtud reside en el justo medio
entre dos extremos viciosos; por ejemplo, el valor es mejor que la cobardía y que la
temeridad, la generosidad es preferible a la avaricia y a la prodigalidad, etc.
La solución estoica para la vida feliz viene a ser más radical, porque consiste en prescindir
de las pasiones por considerarlas irracionales. Según los estoicos, el hombre debe vivir
ajustado al orden del mundo que está determinado por la Razón universal. Las pasiones
son excesos irracionales que pueden conducir a la «enfermedad del alma». Siguiendo el
principio cognitivo de que no son las cosas las que nos afectan, sino las representaciones
que tenemos de ellas, los estoicos concibieron las pasiones como representaciones falsas
o engañosas de las cosas. En consecuencia, para alcanzar la «apatía» o impasibilidad,
estado de auténtica libertad, el hombre debe aprender a controlar las pasiones, lo cual se
consigue borrando las representaciones falsas que perturban el buen juicio. En la práctica,
los estoicos aprendían a controlar las pasiones por medio de ejercicios escritos y verbales
de concentración y meditación.
Galeno distinguió entre cosas «naturales» (elementos radicales, humores, temperamentos
y facultades), cosas «preternaturales», esto es, que están en contra de la naturaleza (la
enfermedad, sus causas y síntomas), y cosas «no naturales», es decir, que no pertenecen a
la naturaleza humana. Estas últimas pueden ser de seis géneros: aire y ambiente, comida y
bebida, trabajo y descanso, sueño y vigilia, excreciones y secreciones y movimientos del
ánimo. Estas cosas no naturales pueden ser causas externas de la enfermedad y
constituyen la base de la terapia.
La enfermedad es para Galeno una disposición preternatural del cuerpo por la cual están
alteradas las funciones vitales. El médico puede ayudar a la naturaleza a curar alterando
las seis cosas no naturales. Como hemos visto, éstas incluían los movimientos del ánimo
que podían alterarse por medio de la acción del médico; así, por ejemplo, el médico podía
provocar ira en las enfermedades de naturaleza humoral fría, para combatir con su calor
la causa de la enfermedad. Por otro lado, en su Tratado de las pasiones del alma y sus
errores, Galeno distinguía dos clases de pasiones, las sanas y las enfermizas. Entendía que
las primeras eran competencia de la moral, pero reclamó para la medicina las segundas.
Para curar a estos últimos enfermos, Galeno acude a la razón; aconseja alcanzar la
serenidad e impone a estos enfermos una especie de tutor, pedagogo, censor y guardián
porque, aun reconociendo que el consejo es mejor, reconoce que «resulta insuficiente en
la mayoría de los casos».

La aportación del cristianismo


Durante la Edad Media, el modelo galénico, que se concentra en las seis cosas no
naturales y que reduce el papel de lo psicológico a mero soporte moral, sobrevivió. A lo
largo de este período, fue la Iglesia la que jugó un papel determinante a la hora de
considerar los trastornos mentales como productos de una voluntad sobrenatural, en este
caso, del diablo. Los tratamientos «psicoterapéuticos», por tanto, iban desde la oración
hasta la hoguera, pasando por la tortura y el exorcismo. La enfermedad mental se
interpretó como el resulta do de la posesión por el Otro, el diablo.
La confesión es un procedimiento cuyo origen se remonta a las «psicoterapias» primitivas.
Desde el punto de vista psicoterapéutico destaca la utilización de jerarquías, la
disociación, la imaginería mental, la comparación y, sobre todo, el nivel de estructura y
especificidad.
La actitud de la Iglesia católica ante la enfermedad mental y ante todo pensamiento libre
durante la Edad Media fue despótica e inhumana, como lo muestran las prácticas
inquisitoriales y la creación de ciertas instituciones en la que los «locos» eran exhibidos
como objetos de recreo y diversión.

El Renacimiento y la humanización de la diferencia


Con el Renacimiento se empezaron a oír los primeros testimonios contra la consideración
de la enfermedad mental como una posesión diabólica. Resulta algo paradójico que el
siglo XVI, período de recentramiento en el hombre, coincida con el período más activo de
«caza» de brujas, demonios, fantasmas y diablos. Por ejemplo, el Malleus maleficarum (El
martillo de los maleficios) tuvo 34 ediciones entre 1486 y 1669. Este hecho, sin embargo,
resulta más comprensible cuando se tiene en cuenta que el siglo XVI es una época de
tremenda transformación social. Las guerras, la peste negra, el hambre y la sífilis estaban
provocando estragos entre la población. La vida cotidiana europea estaba dominada por la
angustia, el sufrimiento y la obsesión por la muerte. También resultaban comunes las
posesiones diabólicas y las prácticas exorcistas.
Paralelamente a la existencia de estas prácticas, como indicábamos antes, se va
produciendo la progresiva «humanización» de la enfermedad mental.

El tratamiento moral introducido por Pinel al filo de la Revolución Francesa constituye un


paso importante hacia la humanización de la enfermedad mental. Este movimiento
terapéutico respondía principalmente a dos cosas: a) la reforma de la asistencia
psiquiátrica que siguió a la Revolución y b) una concepción optimista de las enfermedades
mentales, que veía en las pasiones las causas más importantes de la locura. A pesar de
todo, el tratamiento moral no iba más allá de los esquemas terapéuticos tradicionales.
Recomendaba cosas tales como ambientes placenteros, compañías agradables, un
régimen de vida conveniente, música, ejercicio, contacto con la naturaleza, consuelo del
enfermo, y manejo de las pasiones. Pinel, por otro lado, asignaba gran importancia a la
relación del médico con el enfermo. El tratamiento moral ofrecía, en definitiva, un
tratamiento más humanitario que psicoterapéutico, puesto que sin una concepción
psicogénica de las alteraciones mentales poco más podía hacerse.

La aparición de la psicoterapia
La psicoterapia, en sentido estricto, aparece durante el último cuarto del siglo pasado. La
medicina oficial reconoce la naturaleza psicogénica de la neurosis.

La psicoterapia en sentido estricto aparece durante el último cuarto del siglo pasado. La
medicina oficial reconoce la naturaleza psicogénica de la neurosis.
Del magnetismo animal a la hipnosis. Representa el vínculo de unión entre las curaciones
pre-psicológicas de la antigüedad y el psicoanálisis. Mesmer médico vienés que tenía unas
teorías que fueron rechazadas, su figura queda más cerca del antiguo mago, pero
proporcionó un impulso clave para el desarrollo de la psicoterapia. Presenta lo que era
considerado cosas del diablo y brujas como cosa de la ciencia. Rechazó las practicas
exorcistas.

Teorías de Messmer: 1. Existe un fluido físico que llena el universo y que es el vehículo de
unión entre el hombre, la tierra y los astros, y también entre hombre y hombre. 2. La
enfermedad se origina a causa de una distribución desequilibrada de este fluido en el
cuerpo; la recuperación se logra cuando se restaura el equilibrio. LA APROXIMACIÓN
HISTÓRICA 53 3. Con la ayuda de ciertas técnicas este fluido puede canalizarse,
almacenarse y transmitirse a otras personas. 4. De este modo, se pueden provocar «crisis»
en los pacientes y curar las enfermedades.
Liébault era un médico rural, en un pueblo cercano a Nancy. Después de diez años de
ejercicio con éxito de su práctica médica, por razones desconocidas comenzó a tratar a sus
pacientes mediante la hipnosis. Su procedimiento consistía en ordenar al paciente que le
mirara fijamente a los ojos mientras le decía que estaba cada vez más dormido. Una vez el
paciente entraba en un estado de somnolencia, Liébault le aseguraba que sus síntomas
habían desaparecido. Con este método trataba todo tipo de enfermedades.
Bernheim investiga sobre la hipnosis, para él la hipnosis era producto de la sugestión. La
Sugestionabilidad era la aptitud para transformar una idea en acto.
Paulatinamente, Bernheim fue prescindiendo de la hipnosis y aseguró que los resultados
que se pudieran alcanzar por este método se podían alcanzar también mediante la
sugestión en estado de vigilia, procedimiento que la escuela de Nancy denominó
psicoterapia. Sus métodos se extendieron rápidamente por el continente y la hipnosis y
los procedimientos sugestivos se introdujeron en algunos hospitales psiquiátricos.
Charcot se dedicó a describir cuadros clínicos y evoluciones típicas. En 1870 comenzó a
estudiar la histeria y el hipnotismo. Sugirió que en las etapas histéricas la condición
hipnótica se presentaba siguiendo tres etapas sucesivas: letargo, catalepsia y
sonambulismo. Charcot apuntaba a sistematizar los síntomas histéricos y distinguirlos de
los ataques epilépticos. Demostró q la histeria no sólo se daba en mujeres y que podían
reproducirse experimentalmente usando la hipnosis.
P. Janet aprendió de Charcot la técnica hipnótica para estudiar la mente subconsciente.
En resumen, durante este periodo de avance de la nosología psiquiátrica (p.ej., Kraepelin)
se había conseguido aislar ciertas enfermedades a las que no se podía encontrar una
lesión anatómica.8 Por otro lado, la sucesiva depuración del mesmerismo había hecho de
la hipnosis un procedimiento aceptable para los médicos. Ambos factores, unidos a la
demanda social de tratamientos para las enfermedades nerviosas, permitieron la
emergencia de la psicoterapia. Durante este período el procedimiento terapéutico estelar
fue la sugestión hipnótica. Hacia el final de siglo el término psicoterapia se utilizaba para
dar referencia al tratamiento por sugestión, y, por extensión, se convirtió en el término
aceptado para todos los métodos de curación por medio de la mente.
El método catártico consistía en ayudar a la paciente, revivir y descargar («purgar») las
emociones patógenas vinculadas con los recuerdos traumáticos. La hipnosis tenía como
propósito aumentar la esfera de la conciencia del paciente y facilitar de este modo el
recuerdo de los hechos traumáticos. Para que este procedimiento fuera eficaz, los
recuerdos tenían que revivirse con toda intensidad afectiva y con el mayor detalle.
Aunque la técnica catártica, como acabamos de ver, partió de los mismos presupuestos
que la sugestión hipnótica, implica Lina estrategia terapéutica distinta. En la sugestión
hipnótica se aborda el síntoma directamente, mientras que en la catarsis se aborda la
supuesta causa del síntoma. En la primera el paciente tiene que cumplir una orden,
mientras que en la segunda tiene que hablar, recordar y revivir. Así, en el proceder
catártico, la hipnosis está al servicio de la recuperación y expresión de recuerdos
traumáticos que supuestamente se hallan en la base del trastorno. Todo ello supone un
descentramiento del síntoma de indudables consecuencias para la posterior evolución de
la psicoterapia.
Freud había descubierto los fenómenos clínicos que se conocen como resistencia y
transferencia (véase más adelante), y ello le llevó a desarrollar el método de la asociación
libre (que había sido sugerido casualmente por una paciente).
La obra de Freud se desarrolla a partir de la medicina y culmina en la creación de las
condiciones de posibilidad para que la psicología se convierta en un saber operativo y
eficaz, capaz no sólo de detectar la enfermedad, sino de promocionar la salud. Su obra
representa para la psicología un proceso de reincorporación de la visión global del
enfermo y la reintegración en ella de la dimensión psicológica. Construye un nuevo
método basado en la asociación libre y la interpretación.

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