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La Reina Traidora
La Reina Traidora
personas que, sin ningún motivo de lucro, han dedicado su tiempo a traducir y co-
rregir los capítulos del libro.
El motivo por el cual hacemos esto es porque queremos que todos tengan
la oportunidad de leer esta maravillosa historia lo más pronto posible, sin que el
idioma sea una barrera.
También les invitamos a que en cuanto este libro salga a la venta en sus paí-
ses, lo compren. Recuerden que esto ayuda a la escritora a seguir publicando más
libros para nuestro deleite.
¡No subas la historia a Wattpad, ni pantallazos del libro a las redes socia-
les! Los autores y editoriales también están allí. No sólo nos veremos afecta-
dos nosotros, sino también tú.
¡Disfruten la lectura!
CRÉDITOS
TRaDUCCIONES INDEPENDIENTES
Y SOMBRa LITERaRIa
MODERaCIÓN
Reshi
-Patty
TRaductorEs CorrEcción
Steph M Beth
Albars11 Macs
-M Pamsi
Viv_J -Patty
Juliette Reshi
Eileen
Mariam -Patty
Achilles
Daemon Portada
Kamis Wes
Mrs. Tiber
Isabella Diseño
Andrea A Niktos
SINOPSIS
Una reina exiliada por ser una traidora. Lara ha visto cómo su propio padre con-
quistaba Ithicana, sin poder hacer nada para detener la destrucción. Pero cuando
se entera de que su esposo, Aren, ha sido capturado en la batalla, Lara sabe que
sólo hay una razón por la que su padre lo mantiene vivo; como un señuelo para su
hija traidora.
Con todo lo que ama en peligro, Lara debe decidir por quién y qué está lu-
chando: su reino, su esposo o ella misma.
La
REINa TRaIDORa
Para mi querida amiga y confidente,
Elise Kova
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aREN
Porque si bien el dolor era un viejo amigo y la incomodidad era casi una
forma de vida, estar confinado a lo que su propia mente podía conjurar era la peor
clase de tortura. Porque a pesar de que su más ferviente deseo era que fuera de otra
manera, todo lo que su mente quería mostrarle eran visiones de ella.
De Lara.
Su esposa.
Aren tenía asuntos más urgentes que considerar, el más importante era cómo
diablos iba a escapar de los maridrianos. Sin embargo, los aspectos prácticos de
esa necesidad se desvanecían cuando indagaba cada momento con ella; intentando
y fracasando en diferenciar la verdad de la mentira, la realidad de la actuación,
aunque no podía decir con qué fin. ¿Qué importaba saber si algo de eso había sido
real cuando el puente ya se había perdido, su gente estaba muerta y agonizante, su
reino estaba al borde de la derrota, y todo ello como resultado de haber confiado,
amado, en su enemigo?
¿Verdad o mentira?
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LaRa
Lara yacía de espaldas en el estrecho catre, la fina manta que le habían dado
hacía poco para protegerla del frío húmedo; su estómago contraído por el hambre,
ya que estaba sujeta a las mismas raciones que todos los demás en la isla.
No era así como ella había esperado que fueran las cosas.
Y cada día que pasaba era otro día que Aren permanecía preso en Maridrina,
sometido a Dios-sabe-qué clase de trato.
Necesitaba a Iticana.
Si tan solo pudiera hacer que se diesen cuenta que ellos también la necesitaban.
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aREN
—BUENOS DÍAS, SU Majestad —dijo una voz mientras le quitaban la venda del
rostro a Aren.
Aren parpadeó rápidamente, las lágrimas corrían por sus mejillas mientras
el sol le quemaba los ojos, cegándolo por completo, así como lo había hecho la
tela manchada de sudor. Poco a poco, el blanco ardiente retrocedió para revelar un
jardín de rosas bien cuidado. Una mesa. Y a un hombre de cabello plateado, con piel
bronceada por el sol y con ojos del color de los mares tempestuosos.
El Rey de Maridrina.
El padre de Lara.
Su enemigo.
Aren se lanzó sobre la mesa, sin importarle que estuviera desarmado o que
sus muñecas estuvieran atadas. Solo reconociendo que necesitaba lastimar a este
hombre que había destruido todo lo que amaba.
—Jódete.
El labio superior del rey Maridriano se curvó con desdén, como si Aren hubiera
ladrado en lugar de hablar.
Era.
—Me importa una mierda cómo me llames, Silas. En cuanto a tu otro punto,
el puente no es Iticana. Yo no soy Iticana. La…
—Todo un secreto que guardar —El rey Silas Veliant negó con la cabeza—.
Sin embargo, ya no lo es.
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—Si quieres utilizarme para negociar la sumisión de Eranahl, estás perdiendo
el tiempo.
Una pregunta inesperada, dado que Aren esperaba que ella estuviera aquí.
De vuelta en Maridrina. De vuelta al lado de su padre. Que ella no estuviera... Que
su padre no supiera dónde estaba...
Te amo.
Aren negó con la cabeza, bruscamente, una gota de sudor le corría por la
mejilla. Lo había apuñalado por la espalda, le había mentido desde el principio.
Nada de lo que ella había dicho importaba ahora.
—¿Está viva?
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—Tu suposición es tan buena como la mía.
—Permitir que un traidor quede libre parece una elección imprudente —sin
embargo, era lo que él había hecho. ¿Por qué? ¿Por qué no la había matado cuando
tuvo la oportunidad?
—A primera vista, tal vez —Los dedos del rey maridriano rozaron el maldito
pedazo de papel—. Si puedo preguntar, ¿quién mató a Marylyn?
—Yo lo hice —la mentira se deslizo antes de que Aren pudiera cuestionar por
qué sentía que la mentira era necesaria.
—Déjame contarte una historia. Una historia sobre una niña criada en el
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desierto junto a sus amadas hermanas. Una niña que, al enterarse de que su propio
padre tenía la intención de matarla a ella y a diez de sus hermanas, decidió no
salvarse a sí misma sino arriesgarse para salvar las vidas de ellas. Eligió no escapar
hacia un futuro seguro, sino condenarse a sí misma a un destino oscuro. Todo por
salvar esas preciosas vidas.
—Por supuesto, ilumíname —Aren levantó sus muñecas atadas—. Soy una
audiencia cautiva.
—¿Por qué, dado que la niña estaba ya condenada y muy decidida a proteger
la vida de sus hermanas, mataría a una de ellas con sus propias manos?
—Las otras no estaban allí. Tenía tiempo. Sin embargo, en lugar de usarlo,
rompió el cuello de su hermana. Lo que me lleva, Aren, a creer que algo que ella
valoraba mucho estaba en un peligro más inmediato.
Silas Veliant se inclinó sobre la mesa, sin que pareciera importarle que
estuviera al alcance de las manos de Aren.
—Le hice una promesa a mi hija, Su Majestad —Su voz estaba llena de
burla—. Le prometí que, si alguna vez me traicionaba, la mataría de la peor manera.
Y siempre cumplo mis promesas.
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Bastardo azul maridriano. Ese era el color de los ojos de este hombre. Y de
los de Lara. Pero mientras que los de ella habían estado llenos de profundidad y
vida, mirar los ojos de su padre era como encontrar la mirada de una serpiente.
Fría. Desapasionada. Cruel.
Una lenta sonrisa reveló dientes que habían visto demasiado tabaco.
Eso era mentira. Lara le había costado a Iticana su puente. Las vidas de su
gente. El trono de Aren. La odiaba.
—Ya veremos. Seguro que sabe que te tengo aquí. Y con mayor seguridad,
ella vendrá a buscarte. Y cuando lo haga, la cortaré.
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LaRa
¿Cuántos días había estado aquí abajo? Sin sol, la única forma de calcularlos
era por la llegada diaria de su singular comida. ¿Seis? ¿Siete? Sacudió la cabeza
para tratar de despejar la niebla, luego se centró en la luz que acompañaba a los
pasos.
Y Lara no era la única que mostraba su peor aspecto. Ahnna estaba vestida
con una túnica tradicional, pantalones y botas que usaban casi todos en Iticana, su
cabello oscuro estaba recogido en una cola en la parte posterior de su cabeza. Pero
las sombras oscurecían la piel debajo de sus ojos, y su boca dibujaba una delgada
línea de agotamiento. La herida que Ahnna había recibido luchando contra los
invasores de Maridrina seguía siendo una línea roja lívida que se extendía desde la
frente hasta el pómulo, y mientras Lara la miraba, Ahnna la tocó una vez, como si
se recordara a sí misma que todavía estaba allí.
—Ha habido una fuerte tormenta sobre nosotros durante casi una semana,
así que estamos aislados.
Agarrando los barrotes de la celda con ambas manos, Ahnna se inclinó contra
ellos.
—Toda la ciudad exige que te ejecute. ¿Sabes cómo nos ocupamos de los
traidores en Iticana? —No esperó a que Lara le respondiera—. Los colgamos hasta
las caderas en el mar y los arrojamos como carnada en las aguas. Si tienes suerte,
llegará algo grande y terminará el trabajo rápido, pero no es así como sucede a
menudo.
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La verdad.
Aren era a la única persona a la que se lo había confiado y, aun así, había
reprimido muchas cosas. Lara no se contendría ahora. Ahnna escuchó en silencio
mientras Lara le contaba que fue llevada junto con sus hermanas al complejo en
el Desierto Rojo. Le contó sobre la terrible experiencia que fue su entrenamiento
con Serin, El Coleccionista. Cómo les habían lavado el cerebro para hacerles creer
que Iticana era el villano, sin sospechar ni una sola vez que el verdadero mal era
su propio padre. Sobre la cena en la que había salvado la vida de sus hermanas,
sacrificándose a sí misma; y luego todo lo que había sucedido después, sin escatimar
detalles.
Para cuando terminó, Ahnna estaba sentada en el suelo, con los codos
apoyados en las rodillas.
—Aren le dijo a Jor que te escapaste. Pero supe tan pronto como lo escuché
que él te había dejado ir. Maldito idiota sentimental.
—Y, sin embargo, aquí estás —Ahnna tocó la herida en su propio rostro, sus
ojos distantes. Luego se centró en Lara—. ¿Dijiste que tenías un plan? ¿Una forma
de liberar a Aren?
—Para liberar a Aren, sí. Pero también para liberar a Iticana de mi padre.
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—Suenas como Aren. Y ese es el tipo de pensamiento que nos llevó a esta
posición, para empezar.
Ahnna asintió.
—Sí.
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años en los que se sintió como si él pasara más tiempo fingiendo ser otra persona
en otro reino que siendo mi hermano en Iticana —Ahnna se quedó callada por un
momento—. Nunca lo entendí. Nunca entendí por qué querría estar en cualquier
otro lugar que no fuera aquí.
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aREN
Tanto tiempo como Aren había pasado en Maridrina, el palacio era un lugar
en el que nunca había estado. Lo que se podía ganar de ese riesgo no valía la pena
como para probar las capas de seguridad que Silas mantenía en él. Especialmente
para alguien de la importancia de Aren. La única espía Iticana que logró entrar
había sido su propia abuela. Nana había dispuesto ser reclutada en el harén del
rey anterior, donde había vivido durante más de un año antes de fingir su propia
muerte para escapar. Y eso había sido hace cincuenta años.
La pared interior tenía treinta pies de altura, con puestos de guardia en cada
una de las cuatro esquinas y soldados patrullando la cima. Solo había una puerta
de entrada, que siempre se mantenía cerrada y vigilada, tanto por dentro como
por fuera. Dentro de las paredes interiores había dos edificios curvos, entre los
cuales se levantaba la torre con su techo de bronce que se podía ver por millas
alrededor. Y en medio de todo eso estaban los jardines, sirvientas pasando sus días
cultivando el césped y los setos y flores, mientras que otras barrían los caminos de
piedra y limpiaban las fuentes de escombros esparcidos por las tormentas, todos
sus esfuerzos para asegurar la comodidad de Silas y sus esposas.
Había cincuenta esposas en el harén, las mujeres que tomaban ventaja de las
pausas en el clima para salir, todas ellas envueltas en las más finas sedas, dedos
y orejas brillando con piedras preciosas. Algunas eran mayores, pero la mayoría
eran lo suficientemente jóvenes para ser las hijas de Silas, lo que hizo que Aren
se avergonzara. Le habían ordenado no hablar con ellas, aunque en verdad, las
mujeres se mantuvieron lo suficientemente lejos de la mesa de piedra en la que
estaba encadenado que nunca hubo ninguna oportunidad.
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Y lo peor de todo: la cuestión de si mordería el cebo de Silas y vendría por él.
Por supuesto que no lo hará, se dijo a sí mismo. A ella no le importas una mierda.
Todo eran mentiras.
¿Por qué, si ella le había dado todo lo que su corazón deseaba, la quiere
muerta?
El Coleccionista.
—Sucede que tienes un visitante —dijo Serin y con una mano, les hizo señas
a los guardias.
Dos soldados aparecieron en la puerta del patio, arrastrando una figura que
luchaba entre ellos. Aren trató de ponerse de pie, pero sus cadenas lo empujaron
hacia el banco.
La mujer vestía un vestido estilo Maridriano, pero su rostro estaba oculto por
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un saco. Su ropa estaba manchada con sangre, y cada vez que trataba de zafarse
del agarre de los soldados, gotas salpicaban contra los pálidos adoquines.
Serin sostuvo la hoja del cuchillo sobre un brasero que uno de los soldados
había traído, viendo el metal calentarse.
—Esto es lo que solía usar para templar sus mentes. Es fascinante cómo a
pesar de que fui yo quien las quemó, yo quien las cortó, yo quien las enterró vivas,
al susurrar las palabras correctas en sus oídos, te culparon a ti de sus lágrimas. Los
niños son cosas tan maleables. Quítenle uno de los zapatos, por favor.
Ella gritó, y fue el peor sonido que Aren jamás había escuchado.
Se abalanzó hacia ella, el banco de piedra patinó contra el suelo, las esposas
cortando sus muñecas, sangre corriendo por sus manos.
Serin sonrió.
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—Estoy seguro de que te gustaría —El Coleccionista sostuvo el cuchillo
encima del brasero otra vez—. ¿Cuánto crees que pueda aguantar? Así como lo
recuerdo, Lara era bastante resistente. Sorprendentemente.
—¿Qué fue eso? —Serin presionó la hoja contra su otro pie, sus gritos agudos
resonaban en el patio—. La edad no ha hecho nada bueno por mi audición, me
temo.
—Ah —Serin bajó el cuchillo—. Bueno, en ese caso, quizás podríamos llegar
a un acuerdo. Dinos cómo romper las defensas de Eranahl y todo esto terminará.
No.
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banco más cerca. Tenía que ayudarla. Tenía que salvarla.
Los hombres se acercaron, con ojos cautelosos, y Aren jaló a la joven contra
él a pesar de que sabía que no sería capaz de mantenerlos alejados por mucho
tiempo. Y una vez que ellos la tuvieran, Serin la torturaría hasta que estuviera
muerta o Aren le diera lo que quería.
Emra hizo un ruido, la palabra apenas se distinguía. Pero la súplica fue clara.
—¡Deténganlo! —chilló Serin, pero Aren fue más rápido, el crujido del cuello
de Emra rompiéndose paró a ambos soldados en seco.
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hasta que ella estuvo colgando, fuera de alcance, de una de las cornisas, la sangre
goteando de su pie salpicando contra el verde del césped.
Pero antes de que pudieran moverse, una voz cortó el aire—: ¡Dios mío,
Serin! ¿No tienes agujeros y lugares oscuros donde realizar este tipo de asuntos?
¿Qué sigue? ¿Decapitaciones en la mesa de la cena?
Aren volvió la cabeza para ver a un hombre delgado vestido con las galas
Maridrianas observando desde una docena de pasos de distancia, sus brazos
cruzados y su labio curvándose con disgusto. Él se dirigió hacia ellos, evitando
cuidadosamente las salpicaduras de sangre en el camino. Detrás de él, dos soldados
Maridrianos acompañaban a una mujer de Valcota, con las muñecas atadas. Ella
era alta y esbelta, su cabello oscuro y rizado cortado, sus ojos marrones amplios
y enmarcados con abundantes pestañas. Hermosa, pero su piel morena tenía
moretones descoloridos y su labio inferior tenía costra donde se había dividido.
—Su Alteza —Serin hizo una reverencia superficial—. Se suponía que usted
estaría en Nerastis.
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—General Zarrah Anaphora, sobrina de la Emperatriz. Se ha superado a
usted mismo, Alteza. Estará dentro del favor de su padre.
—Lo dudo.
No era una pregunta, sino una declaración. Cualquiera que fuera de los hijos
de Silas, era evidente que el Coleccionista no quería tenerlo en Vencia.
—¿Es este el rey Iticana entonces? Debo decir, que es menos aterrador de
lo que yo anticipaba. Estoy bastante decepcionado de ver que, de hecho, no tiene
cuernos.
La mirada del príncipe se dirigió hacia donde Emra colgaba de la pared, luego
de vuelta a Aren.
Pasando junto a Aren, se encaminó hacia la torre, seguido por los soldados
que escoltaban a la General Anaphora.
Antes de que Aren pudiera responder, uno de los soldados la arrastró de pie,
gruñendo—: ¡La única cosa por la que deberías estar orando es que Su Majestad
elija no clavar tu cabeza en la puerta de Vencia, Valcota desgraciada!
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destino del último hombre que golpeó a mi premio?
—Trae a los otros dos prisioneros —dijo Serin con los dientes apretados—.
Es hora de ver qué más tiene que ofrecer su excelencia.
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LaRa
Solo ella y Jor estaban en la playa, los otros Iticanos, los pocos sobrevivientes
de la guardia de honor de Aren, todos permanecieron en el barco, sus rostros tan
oscuros como el cielo detrás de ellos.
—No tenemos tiempo que perder en esta misión —dijo Jor, la versión más
cortés del estribillo que había escuchado continuamente desde que habían dejado
Eranahl.
Lara había estado presente cuando la princesa Iticana había recibió la carta
de su padre. La había leído ella misma mientras Ahnna estaba doblada por el dolor,
las palabras bailando a través de sus pensamientos ahora.
Nuestro más sincero saludo, Silas Veliant, Rey de Maridrina y Maestro del
Puente.
—Él está mintiendo —le dijo a Ahnna—. Si abres las puertas, matará a todo
el mundo.
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—Sabe que iré por Aren. Él no renunciará a la oportunidad de verme muerta.
—Él sabe que irás a rescatar a Aren. Pero él sabe que es igualmente probable
que vayas por venganza.
—Quizás. Pero uno no puede aventajar con los muertos, y no le cuesta nada
mantener prisionero a Aren. Mantendrá a Aren con vida al menos hasta que se
gane la guerra.
Lara gruñó una afirmación. Ese era el reloj contra el que estaban corriendo.
La ciudad estaba a plena capacidad, e incluso con el racionamiento en su lugar, las
tiendas se estaban agotando a un ritmo alarmante. Los pescadores entraban en vigor
siempre que había una pausa en las tormentas, pero no se atrevían a aventurarse
lejos. No con su padre pagando a los Amaridianos para que se arriesgaran en
los violentos mares para mantener vigilada la fortaleza de la isla. Eranahl tenía
suficiente para durar hasta el comienzo de la próxima temporada de tormentas,
pero ni un día más. Si llegaban a ese punto, Iticana estaba realmente perdida.
—Eso sería ideal —Lara le frunció el ceño al cielo del amanecer—. Pero
espero que continúes desperdiciando las vidas de nuestros mejores hombres y
mujeres intentando infiltrarse en el palacio de mi padre. Lo que hará que este
rescate sea aún más difícil cuando llegue el momento. Necesitamos trabajar juntos
si hay alguna posibilidad de liberar a Aren. Y si eso no es suficiente para ti, recuerda
que Ahnna estuvo de acuerdo con este plan. Y la última vez que lo comprobé ella
era la que estaba al mando.
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Jor exhaló un suspiro de dolor y Lara lo miró con cautela. Esto era difícil para
el viejo soldado. Él había estado con el grupo peleando con los Maridrianos cuando
Aren había sido capturado, y ella sabía que él se culpaba a sí mismo, aunque no
fue culpa suya. Lara había logrado extraer los detalles del guardaespaldas de Aren,
Lía, y se había enterado de que la toma de riesgos de Aren finalmente lo había
alcanzado. Él se había adentrado demasiado profundo, y cuando los Maridrianos
se dieron cuenta del premio que tenían, se habían retirado, permitiendo que Jor y el
resto no tuvieran oportunidad de recuperarlo.
—No es tu culpa.
A pesar de que casi todos los Iticanos con los que se había cruzado habían
escupido alguna variación de esas palabras en su cara, Lara se estremeció. Ella se
merecía su ira, su desconfianza, su odio porque era culpa suya que Iticana hubiera
caído. Que hubiera sido un error agravado por su propia cobardía solo empeoraba
las cosas.
—Lo sé, Jor. Por eso estoy haciendo todo lo que está en mi poder para deshacer
el daño que ha sido hecho.
—Puedes tener tus armas de vuelta —Cogió el saco que tenía a los pies,
luego maldijo cuando la tela se balanceó sin fuerzas mientras la levantaba.
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—Pensamos que Maridrina nos había enviado una oveja —dijo èl, sacudiendo
su cabeza—. Pero todo el tiempo tuvimos a un lobo cenando en nuestra mesa,
engañándonos a todos.
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aREN
Traducido por —M
Serin susurró las palabras, la sensación del aliento contra el cuello de Aren
cortó a través del cansancio y envió olas de repulsión por su columna. Por días,
había estado encerrado dentro del pequeño y árido cuarto había sido sometido a
las preguntas del jefe de espías; a todas las cuales se había rehusado a responder.
—No hay nada que decir —gruñó Aren a través del pedazo de madera que
había sido puesto en su boca a la fuerza y entre sus dientes, así no tendría ideas
sobre morder su lengua—. Es impenetrable.
—¿Y sobre los acantilados? —El tono en la voz de Serin nunca cambiaba, sin
importar qué dijera Aren. No importaba cuánto tratara de engañarlo—. ¿Podría un
solo soldado llegar al cráter del volcán sin ser detectado?
—Descríbeme el cráter del volcán —Serin caminó con Aren mientras giró—.
¿Cómo luce?¿De qué materiales están hechos los edificios?
—Vete a la mierda.
Aren apretó sus dientes, deseando desmayarse, pero imaginando que igual
lo despertarían con un cubetazo de agua fría sobre su cara.
Y luego habría más preguntas. Interminables preguntas. Era todo lo que Aren
sabía, después de días de este tormento. Aren sabía.
Todo lo que Aren quería hacer era dormir. Cualquier cosa que lo hiciera dormir.
Pero Serin no le permitiría más de unos cuantos minutos antes de despertarlo de
las peores formas posibles. Maneras en las que harían que su corazón quisiera
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explotar de su pecho por el pánico.
Con Lara.
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Deja que el agua te sostenga.
Abrió sus ojos para mirarlo, el vapor formaba lágrimas en sus pestañas.
—Ese no es el punto.
Los ojos de Aren se abrieron de golpe y trató de sentarse, pero estaba atado
al abrigo debajo de él. El cuarto estaba sumergido en la oscuridad y Lara gritaba,
su voz llena de dolor y terror.
Entonces los gritos cesaron, en su lugar, sus oídos captaron unas pisadas
ligeras. Una puerta se abrió y cerró, luego una lámpara se encendió, cegándole y
revelando la cara de Serin cubierta por una capucha.
No habían sido los gritos de Lara. Sólo otro de los juegos mentales de Serin.
Enderezándose, Aren habló—: He tenido mejores mañanas.
El Coleccionista sonrió.
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LaRa
Lara protegió sus ojos del cegador resplandor del lago de la montaña, distinguiendo
cuidadosamente los detalles del pueblo construido entre los árboles de su orilla
occidental. Durante la última semana, había visitado una docena de pueblos como
éste, preguntando con cautela por una hermosa mujer de pelo negro y ojos azul
marino.
Ella era la que más motivos tenía para estar enfadada. Marylyn era la
hermana elegida, la destinada a ser la reina de Iticana, y Lara le había robado ese
honor. O más bien la recompensa que su padre había prometido que vendría con
ella, se recordó a sí misma, recordando el brillo maníaco de los ojos de Marylyn
cuando había revelado sus verdaderas motivaciones.
Pero tal vez sus otras hermanas tenían la misma razón para odiar a Lara
por lo que había hecho. Sus vidas habían transcurrido compitiendo por un puesto,
un puesto que Marylyn se había ganado y que Lara había robado utilizando
subterfugios. Les había mentido a todas. Las envenenó a todas. Las dejó para que
lucharan por salir del Desierto Rojo sin camellos ni provisiones. Por lo que ella
sabía, la verían y la degollarían como castigo.
Sólo Sarhina era la hermana de la que estaba segura que perdonaría sus
acciones.
—Dicen que Iticana está envuelta en una niebla tan espesa que no se puede
ver más de una docena de pasos en cualquier dirección.
—…Que las selvas son tan densas que hay que atravesarlas con una cuchilla,
y los incautos se encuentran atrapados en las ramas como una mosca en una
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telaraña. Que una vez que estás en las islas, nunca ves el cielo.
Por eso Lara se encontraba en el punto más alto de Maridrina: las montañas
Kresteck. La cordillera se extendía por la costa oriental, escarpada y salvaje, llena
de lagos brillantes, arroyos caudalosos y el fresco aroma de los pinos. Estaba
escasamente poblada, en su mayoría cazadores y tramperos que vivían aislados
en sus toscas cabañas; las pocas aldeas escondidas en los valles y en las orillas de
los lagos rara vez albergaban a más de cien personas. La cordillera era peligrosa
de atravesar, propensa a los desprendimientos de rocas, a las inundaciones y, en
invierno, a las avalanchas, todo ello agravado por los salteadores de caminos que
rondaban las pocas rutas establecidas que iban hacia el norte y el sur.
Un lugar espantoso en opinión de Lara, frío y poco acogedor. Pero los picos
llegaban hasta el cielo, la vista era amplia y abierta en kilómetros y kilómetros a la
redonda, y en su corazón, Lara sabía que era allí donde Sarhina había ido.
Sin embargo, seguirle la pista sería algo muy distinto. En los días anteriores
a aquella fatídica cena en el oasis del desierto, no había tenido oportunidad de
pensar en cómo podría reunirse con sus hermanas en el futuro, no sin revelar su
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plan. Por eso dependía de que Sarhina la encontrara. Las otras chicas sabían que
su padre las quería muertas. Muy posiblemente sabían que la tapadera que Lara les
había dado había sido comprometida por Marylyn. De cualquier manera, estarían
preparadas para la persecución. Y estarían igualmente preparadas para lidiar con
cualquiera que viniera a buscarlas. Al igual que Lara, todas las hermanas Veliant
eran cazadoras; sólo tenía que hacer saltar una de sus trampas.
Y dado que en el último pueblo le habían avisado de que podría haber una
joven con la descripción de Sarhina en este lugar, Lara estaba segura de que
finalmente había hecho precisamente eso.
Rodeó el pueblo, marcando a cada individuo y las armas que llevaban, así
como las mejores rutas para escapar si la situación se agravaba. Los montañeses
eran bastante pacíficos, pero la necesidad les hacía desconfiar de los extraños y ser
capaces de luchar. Nadie la había molestado todavía, pero eso podía cambiar en un
instante. Y lo último que necesitaba era que una mujer con su descripción llegara a
Serin en Vencia, sobre todo si iba acompañada de la información de que buscaba a
mujeres que encajaban con la descripción de una princesa de Veliant.
Satisfecha con la ubicación del terreno, Lara dio un paso hacia el pueblo,
con la historia de su búsqueda de una hermana perdida en la punta de la lengua,
cuando la puerta de una de las casas se abrió y Sarhina salió con una cesta bajo el
brazo.
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común hacia el hombre que cortaba leña. Hizo una pausa en su tarea, secándose
el sudor de la frente antes de inclinarse para susurrarle algo al oído. La risa de
Sarhina se esparció por el aire y se inclinó hacia atrás, su capa se separó para
revelar dos anillos de matrimonio que se ceñían sobre un vientre hinchado.
Se había casado.
Estaba embarazada.
Tal como Lara había esperado que lo hiciera su hermana. ¿Cómo podría ella
interrumpir eso ahora? ¿Cómo podía arriesgar todo lo que Sarhina había construido
para sí misma, las vidas de las personas que claramente amaba, en aras de rectificar
los errores de Lara? ¿Por salvar a un hombre?
Los ojos de Lara se cerraron, las lágrimas se filtraron para caer en el pañuelo
que llevaba al cuello. Sabía que tenía que alejarse. Dejar a su hermana en la paz
que había comprado para ella. Tratar de encontrar a una de las otras... Cresta. Tal
vez a Bronwyn.
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LaRa
—Suelta la maldita arma, Bronwyn —La voz de Sarhina cortó el aire frío—.
Si Lara te quisiera muerta, ese cuchillo tuyo no la detendría.
—Más vale que lo sea —dijo Cresta, con una sonrisa de satisfacción en los
labios—. No hay otra explicación para la cantidad de viento que ha pasado.
Sarhina puso los ojos en blanco. —Me quedan otros tres meses.
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Como era de esperar, Sarhina rompió el silencio.
—Has dicho que Marylyn está muerta. ¿Fue papá quien la mató?
—No. Yo la maté.
—¿Por qué?
Los ojos de Sarhina se entrecerraron, formándose una arruga entre sus cejas.
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llegaba en pequeños jadeos rápidos que no parecían llenar sus pulmones. No había
orgullo en la voz de Sarhina por lo que había hecho Lara, sino condena.
Lo sabían.
Sabían que habían sido alimentadas con mentiras la mayor parte de sus
vidas, que Iticana no era el opresor más hambriento de poder y que Maridrina era
la víctima hambrienta. Sabían que Lara no era una heroína por haber salvado a
su nación, sino una conquistadora manchada de sangre que había capturado un
premio de guerra.
—¿Lara?
Las palabras que había preparado para explicar lo que había sucedido entre
ella y Aren desaparecieron de su cabeza, dejándola, abriendo y cerrando la boca
como una tonta.
Pero Sarhina siempre había sido capaz de saber lo que estaba pensando.
—Te enamoraste de él, ¿verdad? ¿El rey de Iticana? ¿Le dijiste lo que te
habían enviado a hacer y trataste de deshacer el daño que habías hecho, y padre lo
descubrió? ¿O algo así?
—Algo así.
—Lo he arruinado.
—No es del todo sorprendente. Manejas tus emociones tan bien como Bronwyn
ejecuta un ataque por la espalda con un cuchillo. Como una mierda.
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Sarhina la miró con complicidad y luego negó con la cabeza.
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LaRa
Traducido por —M
SARHINA Y SU ESPOSO, Ensel, vivían en una de las pequeñas cabañas que creaban
Renhallow. Su hogar estaba hecho de troncos caídos astutamente colocados como
piezas de un rompecabeza, efectivos al resguardarlos de fríos vientos. Olía a madera
quemada y a pino, todos los muebles habían sido hechos por Ensel y comodidad
hecha por mantas tejidas por su madre, quien vivía en el lugar de al lado. Los
limpios pisos de madera estaban cubiertos por alfombras de oscuras verdes y azules,
el cuarto principal reinado por una mesa de madera pesada con una superficie
mellada y raspada pero tan pulida que sacaba brillo.
—No tengo idea. Parecía lo mejor no saber dónde está cada una, en caso de
que Serin capturé a cualquiera.
—Tal vez las tenemos, tal vez no —Bron se dio la vuelta para calentar su
delgada espalda contra el fuego.
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determinamos que no estabas entre los muertos —dijo Cresta—. ¿Tienes idea de
cómo fue? ¿Despertar rodeada de humo, fuego y cadáveres? Tengo más pesadillas
que noches tranquilas.
—No estabas —Sarhina miró fijo y con ojos distantes a la mesa entre ellas—.
Desperté con el peor dolor de cabeza de toda mi vida, tan enferma de náuseas que
apenas me podía parar, pero todo en cuanto podía pensar era en que no estabas.
Que habías muerto peleando.
—Pero la nota.
Sarhina giró sus muñecas, revelando sus palmas desfiguradas por cicatrices
rosas. Cicatrices de quemaduras.
—Lo siento —La culpa la inundó—. Fue la única forma en la que pude pensar
para sacarlas a todas de esa situación vivas.
—Y estamos todas vivas por eso —dijo Sarhina, terminando el argumento del
modo en el que ella siempre lo hacía—. Pero para responder tu pregunta, Marylyn
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no dijo mucho al respecto hasta que todas estuvimos en el Desierto Rojo. Luego
no dijo nada en absoluto, sólo desapareció en la oscuridad. Nuestra primera pista
sobre cómo nos había traicionado fue cuando los soldados de Padre comenzaron a
cazarnos —escupió a través de la habitación hacia la chimenea—. Perra traicionera.
—No era quien creíamos que era —Aunque Lara aún se sentía enferma al
pensar en la muerte de su hermana. Aún sentía el chasquear en el cuello de Marylyn
reverberando en sus brazos. Aún veía la luz irse en los ojos de su hermana.
—¿También tú?
Un hogar que estaría bajo constante amenaza, porque todas ellas sabían que
su padre nunca detendría su caza.
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Necesitando alejar la tensión que se había construido alrededor de la
habitación, Lara preguntó—: ¿Cómo se conocieron ustedes dos?
—…No teníamos dinero, así que fuimos a cazar lo que pudiéramos y a robar
el resto. Mayormente viajeros en el camino que parecía que podían reemplazarlo,
pero a veces teníamos que hacerlo en las aldeas. O morir de hambre.
La culpa de Lara brilló viva al saber que sus hermanas habían pasado hambre
mientras que ella había comido hasta saciarse con la mejor comida que había. Que
hubieran tenido que dormir en la lluvia, el frío y la tierra mientras que ella se
remojaba en las aguas termales de Midguard.
—De cualquier forma, estaba a punto de agarrar cinco, pero Ensel armó una
trampa afuera del gallinero y caí en ella. Me encontré colgando de cabeza con una
flecha apuntada a mi cara.
Ensel sonrió.
—Creí que había capturado a un espectro. Poco sabía que había atrapado
algo mucho más peligroso.
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Alejándose de la estufa, inclinó su cabeza para besar a Sarhina, quien dijo—:
Me atrapó con sus encantadores cumplidos y decidí quedarme.
Y ahora Lara estaba ahí para llevarla lejos. Para arriesgar la vida de su
hermana y su hijo no nacido para así rectificar sus propios errores.
—No debí haber venido —dijo, poniéndose de pie—. No es correcto que pida
tu ayuda. Han seguido con sus vidas.
—Padre tiene que pagar —dijo Sarhina—. Y yo, por mi parte, obtendría una
gran satisfacción si pagara con lo que nos hizo entrenar para tomar en primer
lugar. Porque conociéndote, tus planes no se limitan a rescatar al rey de Iticana.
—Fuimos entrenadas para hacer lo imposible.Y para bien o para mal, has
demostrado que somos más que capaces.
—Padre y Serin saben que voy por Aren. Y especialmente Serin, sabe todo en
que fui entrenada para hacer. Como pienso. Iticana no tenía esa ventaja.
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—¿Viniste aquí para convencernos de ayudar o para disuadirnos? Porque
suena más como la última.
Sarhina rodeó la mesa, y se inclinó hasta que estuvieron nariz con nariz.
—Entendido.
61
11
aREN
EL VIENTO PASÓ por el jardín, haciendo crujir los cuidadosos rosales y los esculpidos
setos antes de alejarse silbando a través de las cornisas que adornaban el muro,
dejando atrás el crujido de las cuerdas en las que se balanceaban los cadáveres.
Ahora eran dieciocho. Dieciocho Iticanos muertos en el intento de rescatar a su rey.
En el intento de rescatarlo a él.
El cadáver de Emra era poco más que un esqueleto raído por los cuervos,
irreconocible ahora, salvo por su memoria. Pero los cuerpos más frescos lo
observaban con las cuencas de los ojos vacías, los rostros familiares se ennegrecían
y se hinchaban con cada día que pasaba encadenado a la mesa de piedra en este
jardín del infierno.
Aunque Dios sabía que lo había intentado. Una docena de guardias tenían
los ojos morados, las narices rotas y uno un collar de moretones cortesía de la
cadena que unía las muñecas de Aren. Había matado a otro después de conseguir
coger su espada, pero había sido dominado inmediatamente por otra docena de
guardias. Todo lo que había conseguido eran costillas magulladas, un dolor de
cabeza y más seguridad rodeándolo día y noche sin un momento de privacidad.
Le registraban regularmente en busca de cualquier cosa que pudiera utilizar para
forzar las cerraduras de sus grilletes, y le obligaban a dormir atado a un catre bajo
una brillante luz proyectada por una lámpara para que no tuviera oportunidad
de soltarse aprovechando el amparo de la oscuridad. El único cubierto que se le
permitía era una maldita cuchara de madera.
Había agotado todos los trucos que conocía en un intento desesperado por
escapar, cuando la estrategia lógica habría sido esperar el momento. Pero la lógica
significaba poco cuando cada día que pasaba veía cómo se torturaba y mataba a
más Iticanos en sus intentos por liberarlo.
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en silencio. Hazlo. No seas un maldito cobarde. Si estás muerto, Iticana tendrá que
seguir adelante sin ti. Se inclinó hacia atrás tanto como le permitieron sus cadenas,
y respiró profundamente…
—Las esposas están empezando a quejarse del olor. No puedo decir que las
culpe.
—Es una práctica terrible —dijo el príncipe, mirando los cadáveres que se
alineaban en las paredes, con la carne putrefacta llena de insectos—. No importa
el olor; invita a las moscas y otras alimañas. Propaga enfermedades —Su atención
volvió a centrarse en Aren—. Aunque supongo que es mucho peor para usted, dado
que los conoce, Alteza. Sobre todo, teniendo en cuenta que murieron tratando de
liberarlo.
Este era el último tema de conversación que Aren deseaba discutir, la vista y
el olor y el conocimiento ya eran suficientemente malos sin necesidad de palabras
ociosas que los acompañaran. —¿Tú eres...?
—Keris.
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El príncipe dijo—: Ocho hermanos mayores que encajaban en el molde,
todos muertos, y ahora mi padre está atascado tratando de escabullirse para
no nombrarme el heredero sin romper una de sus propias leyes. Podría desearle
suerte en el empeño si no fuera por el hecho de que sus trampas y las de Serin
probablemente me llevarán a la tumba junto a mis hermanos.
Aren se echó hacia atrás en su silla, con el traqueteo de los grilletes. —¿No
quieres gobernar?
La risa que salió de la boca del príncipe fue inquietantemente familiar, los
pelos de los brazos de Aren se erizaron como si hubiera sido tocado por un fantasma.
—Gobernar es una carga, pero quizá lo sea especialmente para un rey que
entra en su reinado deseoso de cambio, pues se pasará la vida vadeando contra la
corriente. Pero eso lo entiendes, ¿verdad, Alteza?
Era la segunda vez que el príncipe utilizaba el título de Aren, algo que Silas
había prohibido expresamente. —Tú eres el filósofo. ¿O eso también era parte del
engaño?
Una sonrisa irónica se formó en el rostro del príncipe y negó con la cabeza.
—Creo que a Serin le divirtió especialmente utilizar mis sueños de forma tan
perversa. Es uno de los únicos casos en los que me ha engañado, y no olvidaré
pronto el impacto de estar atado y encerrado en un rincón mientras mi escolta
invadía Iticana. Aun así, podría haber perdonado la duplicidad si mi padre me
hubiera permitido continuar con mis estudios en Harendell, pero como puedes ver
—extendió los brazos—, aquí estoy.
—Mis condolencias.
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—No puedo —mintió Aren—. Lo único que conozco bien es la guerra, lo cual
no dice mucho dado que estoy en el lado perdedor de ésta.
—Tú esposa.
Aren no respondió.
—Si pretendías que eso fuera una gran revelación, me temo que tengo que
decepcionarte.
Una suave risa, pero Aren no se perdió cómo los ojos del príncipe escudriñaron
rápidamente el jardín, la primera grieta en su fachada de divertida indiferencia. —
No es mi hermanastra. También tenemos la misma madre.
Keris se pasó la lengua por los labios, los ojos distantes durante un latido
antes de centrarse en Aren. —Tenía nueve años cuando los soldados de mi padre
se llevaron a mi hermana; lo suficientemente joven como para seguir viviendo en
el harén, pero lo suficientemente mayor como para recordar bien el momento. Para
recordar cómo mi madre luchó contra ellos. Para recordar cómo intentó escabullirse
del palacio para ir en busca de mi hermana, sabiendo en su corazón que mi padre
la destinaba a algún propósito ruin. Para recordar cómo, cuando la atraparon y la
arrastraron de vuelta, mi padre la estranguló él mismo delante de todos nosotros.
Como castigo. Y como advertencia.
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La madre de Lara estaba muerta.
Una punzada de dolor llenó el pecho de Aren. Esta verdad heriría enormemente
a Lara, sobre todo teniendo en cuenta que su madre había muerto en su defensa.
Pero si lo que decía Keris era cierto, era un enemigo que podría convertirse en
un aliado. El príncipe tenía motivos tanto para odiar como para temer a su padre, lo
que significaba que, al igual que Aren, tenía un gran interés en ver muerto a Silas.
—¿A qué juego estás jugando, Keris?
—Uno muy largo, y tú no eres más que una pieza singular en el tablero,
aunque de cierta importancia —El príncipe le observó, sin pestañear—. Siento que
estás considerando retirarte del juego. Te pido que lo reconsideres.
Los ojos de Keris pasaron por encima del hombro de Aren, un destello de odio
los recorrió ante lo que vio. —Sigue jugando, Aren. Tu vida no es tan inútil como
crees.
—Curiosidad.
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la muy asediada ciudad cercana a la disputada frontera entre Maridrina y Valcota—.
Tienes que estudiar con los generales de tu padre.
Sin decir nada más, el príncipe Keris cruzó el patio, dejando a Aren a solas
con el Coleccionista.
—No —Lo último que quería Aren era entablar una conversación trivial con
Silas y sus esposas.
Aren observó cómo los soldados subían el cadáver por la pared, fijándolo
en una de las cornisas. Gorrick. Su amigo desde la infancia y uno de los pocos
guardaespaldas de Aren que quedaban.
Sus hombros se doblaron sobre sí mismos, y Aren apretó los dientes, tratando
de contener el sollozo de angustia que le subía al pecho, de contener las náuseas
que le subían al estómago. ¿Por qué? ¿Por qué seguían viniendo a por él? ¿Por qué
no podían dejarle marchar? No merecía su lealtad. No merecía su sacrificio.
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Con los ojos encendidos, Aren parpadeó furiosamente, fijando su mirada en
la piedra lisa de la mesa, armándose de valor. Luego dudó.
Urraca.
Haciendo sonar los grilletes, Aren tomó el libro, hojeando lentamente las
páginas hasta encontrar el capítulo sobre Corvidae, escaneando el texto hasta
encontrar un dibujo del ave común en la costa oriental de Maridrina. Leyó la
descripción y se detuvo al llegar a los hábitos alimenticios del ave. Oportunista, la
urraca mata y se come los polluelos de los pájaros cantores...
Aren cerró el libro y lo apartó. Keris dijo que las esposas del harén habían
bautizado a Serin con su apodo. Pero no, pensó Aren, debido a la naturaleza de la
voz del espía. Las esposas sabían que era Serin, por orden del rey, quien se había
llevado a Lara y a sus hermanas. Y no habían, sospechó, perdonado a la Urraca por
sus crímenes.
El problema era: Aren tenía prohibido el contacto con las esposas. Y cualquier
intento que hiciera llovería escrutinio sobre la mujer en cuestión. A menos que...
—He cambiado de opinión —dijo Aren—. Dígale a su rey que estaré encantado
de cenar con él esta noche.
69
12
LaRa
—Es donde Jor me dijo que viniera —Era el único detalle concreto que
estaba dispuesto a darle, pues aún no confiaba en Lara lo suficiente como para
comprometer la presencia Iticana en suelo Maridriano—. Me ha dado un código
para que se lo facilite al tabernero, que sabrá cómo ponerse en contacto con ellos.
A pesar de su gran barriga, Sarhina bajó de la carreta con una agilidad que
aún asombraba a Lara, incluso habiendo estado en el camino con su hermana
durante más de una semana. Durante gran parte de ese tiempo, Ensel las había
acompañado, en parte para ayudar a disuadir a alguien de que las atacara a lo
largo del viaje, pero sobre todo para reducir cualquier pregunta que la gente pudiera
tener sobre dos mujeres Maridrianas viajando solas. Había emprendido el regreso
esta mañana, y la hinchazón alrededor de los ojos de su hermana por las lágrimas
resultantes apenas se había desvanecido, las despedidas que habían intercambiado
sonaban lo suficientemente permanentes como para que Lara hubiera considerado
maniatar a Sarhina y enviarla de vuelta a casa.
Las manos de Marisol dejaron de pulir y sus ojos se fijaron en ellas. Atrás
quedaban los caros vestidos bordados que había llevado cuando Lara la conoció; su
vestido era una tela barata y su pelo dorado estaba sujeto en una sola trenza en la
espalda. Dejó el vaso cuando Lara se acercó, y Sarhina le siguió los pasos. —Mira
lo que ha traído el gato.
—Hola, Marisol —Tomó asiento en uno de los taburetes y apoyó los codos en
la barra—. Muy lejos del Pájaro Cantor.
—Muy sabio.
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furia reprimida. Así que no fue una sorpresa cuando la mujer blandió su mano,
con la palma chocando con la cara de Lara. —Deberían haberte matado. Debería
matarte.
Frotándose la mejilla escocida, Lara negó con la cabeza a Sarhina, que parecía
dispuesta a atravesar la barra. —Afortunadamente para mí, los que tienen el poder
decidieron que les era más útil viva que muerta.
—No confían en mí —Al ver que la otra mujer se preparaba para abofetearla
de nuevo, Lara añadió—: Ya tomaste tu parte. Inténtalo de nuevo y te romperé la
muñeca.
—Ten cuidado —La voz de Sarhina era frígida, su tono llamó la atención de
Marisol por primera vez.
—Me dijeron que viniera aquí —dijo Lara antes de que la situación pudiera
involucionar más—. Que tú podrías ponerme de nuevo en contacto con mis socios.
Tal vez podríamos dejar la puesta al día para más tarde, dado que el tiempo es
esencial.
72
—Ella es Maridriana, pero espía para los Iticanos —dudó Lara, y luego
añadió—: Aren solía frecuentar Vencia disfrazado. Era su amante.
Lara negó con la cabeza, pero Sarhina dijo—: Sí. Y un litro de leche, si tienes.
Tráele a mi hermana algo más fuerte.
Marisol se quedó boquiabierta y luego miró a través de la escasa luz los ojos
de Sarhina, que eran gemelos a los de Lara. Sacudió la cabeza y luego gruñó—:
Espero que alguna de ustedes, princesas, tenga monedas para pagar.
—Lo único que me preocupa es si seré capaz de cumplir mis promesas —No
habían oído nada de Bronwyn ni de Cresta respecto a si habían tenido éxito en el
reclutamiento del resto de sus hermanas, y en este punto, a Lara le preocupaba
haber perdido semanas en una tontería que habría sido mejor empleada en Vencia
tratando de liberar a Aren.
Sacando uno de los cuencos delante de ella, Sarhina empezó a comer con
gusto. —No está mal. Deberías comer.
—Ya están aquí —Sarhina hizo una pausa en su comida, observando cómo
73
los dos ancianos de la esquina abandonaron su comida y salían de la sala común.
Sólo unos instantes después, la puerta se abrió de nuevo y Jor entró, con Lia
pisándole los talones. Ambos iban disfrazados con ropas Maridrianas, sus únicas
armas eran los cuchillos que Lia llevaba en la cintura, aunque Lara sabía que
llevarían otros.
—Bien, ahora —dijo él, tomando asiento—. Semanas de espera para que
nos traigas refuerzos y nos entregas —Miró a Sarhina de arriba abajo—, una chica
embarazada con un apetito saludable.
—Me está llevando más tiempo reunir a mis hermanas de lo que había
previsto. No estaban todas en el mismo sitio —No importaba que ella no estuviera
segura de que fueran a venir.
—Siempre hay una excusa —Lia sacó uno de sus cuchillos y lo clavó sobre
la mesa, mostrando el borde afilado. Sarhina lo cogió y lo utilizó para cortar su
panecillo por la mitad, aunque Lia se lo arrebató cuando empezó a utilizarlo para
untar el pan.
Lara sabía que esto iba a ser un concurso de ingenio, pero no esperaba que
empezara tan pronto —El retraso no se puede evitar —Inclinándose hacia delante,
preguntó—: ¿Hay alguna noticia? ¿Alguien lo ha visto? ¿Saben si está bien?
Vivo. Lara exhaló un largo suspiro, la tensión se filtró de sus hombros. Podía
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trabajar con él vivo. Vivo significaba que podía ser salvado. —¿Y Eranahl?
—Gorrick ha muerto.
La voz de Lia era amarga y cortante, y Lara se estremeció. Los dos habían
sido amantes desde que los conocía, y Aren había especulado a menudo que era
sólo cuestión de tiempo hasta que se casaran. No todas las víctimas de la guerra
eran cadáveres. —Lo siento.
Sarhina se movió, y Lara supo que estaba buscando un arma. Pisó el pie de
su hermana.
—Sabes que él y Aren crecieron juntos —La voz de Lia sonaba extraña.
Sofocada—. Gorrick no soportaba la idea que Aren estuviera preso mientras él estaba
libre. Se cansó de esperarte y decidió ir por su cuenta —Le tembló la mandíbula—.
Si hubiera sabido que esperarte sería una pérdida de tiempo, habría ido con él. Y
tal vez todavía estaría vivo.
—Es más probable que el Rey Rata hubiera tenido dos cadáveres con los que
burlarse de Aren —espetó Jor—. Si no puedes manejar esto, lárgate.
—Estoy bien.
Lara apenas oyó la réplica de la mujer, con los ojos fijos en una hendidura
de la mesa de madera, la sangre rugiendo en sus oídos. Aren estaba acostumbrado
a las bajas de la batalla, pero ¿esto? ¿Tener los cadáveres de su gente en la cara y
saber que habían muerto tratando de salvarlo? La culpa lo destruiría. —Te dije que
dejaras los intentos de rescate. Lo vas a llevar al límite.
75
—Es mejor que no hagamos nada, ¿no? —se quejó Lia—. ¿O es todo parte
de su plan, Su Alteza? ¿Distraernos con promesas hasta que sea demasiado tarde
para hacer algo?
El cráneo de Lara palpitaba, y se frotó las sienes, intentando alejar las visiones
que fluían por su mente de Aren quitándose la vida en un intento desesperado por
evitar que murieran más personas de su pueblo. No era un cobarde. Si creía que no
había otra manera, lo haría. —Tenemos que sacarlo.
—¿Dónde están tus hermanas? —exigió Jor—. ¿Cuánto falta para que
lleguen?
Conocida por sus hermanas como la espectro, Athena tenía el pelo del color
de la ceniza, su piel blanca y fantasmal era cortesía de una madre de algún lugar
del norte de Harendell. Podía moverse por un espacio abierto a plena luz del día
sin que el sol se fijara en ella lo suficiente como para proyectar una sombra. Como
acababa de demostrar.
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—Lo que importa es rescatar a Aren —dijo Jor—. Debes ponerlo por delante
de tus deseos de venganza o esto no va a funcionar.
Y si había algo que Lara sabía con certeza era esto: las hermanas Veliant
tenían muy buena puntería.
77
13
aREN
Aren parpadeó y se volvió para mirar a la mujer regordeta que se había sentado
a su derecha. Tenía tal vez la edad de Nana, aunque bastante menos envejecida. Su
cabello castaño dorado estaba cubierto de canas, sus hombros estaban ligeramente
encorvados y las arrugas surcaban la piel a ambos lados de sus ojos verdes. Llevaba
un vestido de brocado rojo con bordados dorados, sus muñecas estaban cargadas
de brazaletes y un rubí del tamaño de un huevo de paloma decoraba uno de sus
dedos. Una mujer rica o de rango. Probablemente ambas cosas. Una forma poética
de describirlo.
Se rio. —Mi sobrino siempre intenta endilgarme sus tonterías poéticas. ¿Cuál
es el término? ¿Metáfora?
—Símil, creo.
—¡Un hombre educado! Y eso que me habían dicho que no eras más que una
bestia viciosa propensa a los ataques de violencia.
79
excluyentes.
Se rió. —Mi sobrino discutirá contigo, pero también discute con casi todo el
mundo, aunque él no lo llama así.
—Un debate.
—Coralyn Veliant —dijo, y la respuesta levantó las dos cejas de Aren. Era
una de las esposas de Silas, la primera que había visto que no fuera al menos
veinte años menor que él. La boca de la mujer se torció ante su reacción—. Una de
las de su padre. Me heredó, para su disgusto.
El harén del rey anterior... Nana había pasado un año en ese harén como
espía antes de escapar. ¿Se conocían? La idea rondaba la mente de Aren, tentándolo
con las posibilidades. —Una... costumbre interesante. —Tan atrapado estaba en la
posibilidad de que hubiera un vínculo que pudiera explotar que el sarcasmo se le
escapó antes de que pudiera frenarlo.
80
por un comportamiento que encuentro reprobable. Así que mi burla, me temo,
permanece intacta.
—¿Tienes muchos?
Y no había mayor enemigo de los hijos del harén que el hombre que los había
engendrado a todos.
Coralyn se rio. —Está claro que está al tanto de los cotilleos y no quiere
encontrar esa cadena entre tus muñecas alrededor de su cuello.
—No te molestes en aprender sus nombres —dijo Coralyn—. No son más que
aduladores de mi marido enviados a espiar cada una de tus palabras, el riesgo de
que les rompas el cuello vale el favor que podrían ganar al entregar información
valiosa. No hay mucho que puedas hacer al respecto, pero al menos no tienes que
molestarte en hablar con ellos. O en intentar tomarlos como rehenes.
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Los dos hombres la miraron con desprecio, pero no replicaron.
Aren sospechaba que su presencia aquí esta noche era para demostrar a
todos los reinos, del norte y del sur, que Iticana había sido doblegada. Pero todos
ellos sabían que Iticana aún no estaba rota, no con Eranahl aún autónomo. Obligar
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a Aren a levantarse sólo llamaría la atención sobre el desafío de Iticana. Pero no
decir nada haría que Silas pareciera débil. Sin ser tonto, el rey Maridriano dijo—:
¿Necesitamos encontrarte un juego de cadenas más ligero, Aren? ¿Quizás podríamos
pedir a uno de los joyeros que te haga algo menos pesado?
Silas frunció el ceño. —¿Lo ven, amables señores? Lo único que conocen
los Iticanos son los insultos y la violencia. Qué bien que ahora ya no tenemos que
lidiar con los de su calaña cuando realizamos intercambios comerciales a través
del puente.
—Me temo que Valcota no está de acuerdo con su opinión, Alteza —dijo
Zarrah—. Y hasta que Maridrina se retire de Iticana y liberarás a su rey, los
mercaderes de Valcota seguirán evitando el puente en favor de las rutas marítimas.
—Entonces será mejor que tu tía se acostumbre a perder barcos en los Mares
de Tempestad —espetó Silas—. Y tú harías bien en recordar tu lugar y refrenar tu
lengua, muchacha. Tu presencia es sólo una cortesía. Deberías agradecerme que
te haya perdonado la vida, y no poner a prueba mi paciencia con tu cháchara. Tu
cabeza quedaría muy bien clavada en las puertas de Vencia.
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la vida de Zarrah. Lo cual era bastante interesante, dado que se suponía que eran
enemigos mortales.
Ya sea por alguna señal silenciosa o por el sentido innato de los sirvientes
bien entrenados, unos jóvenes que llevaban platos de verduras esculpidas con
fantasía eligieron ese momento para entrar en la sala, cortando la tensión. Uno de
ellos puso con cuidado un plato delante de Aren, junto a la cuchara de madera que
era todo lo que le daban.
Algo cayó en su regazo, y miró hacia abajo para ver un tenedor de plata. —
Perdóname —dijo Coralyn—. Mis dedos no son tan ágiles como antes —Entonces
chasqueó fuertemente esos mismos dedos, y un sirviente se escabulló hacia adelante
para proporcionarle un reemplazo.
Aren podría atravesar una yugular con esas púas de plata en poco tiempo,
pero en lugar de eso tomó un bocado de ensalada, apenas saboreando el vinagre
y las especias del aderezo mientras masticaba. Uno de los guardias comenzó a
dirigirse hacia él, pero una aguda mirada de Silas le hizo retroceder. Un individuo
que se suponía que estaba en una posición de poder no discutía por los tenedores.
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que murmuró algo que implicaba que necesitaba hacer sus necesidades, y luego
salió corriendo por la puerta. La joven esposa que estaba sentada a su lado continuó
comiendo, pero Aren no se perdió cómo sus ojos se dirigieron a Coralyn, ni la leve
inclinación de cabeza que hizo a la mujer mayor.
Desde detrás de una de las cortinas, empezaron a sonar los primeros trinos
de la música, y la chica dejó el tenedor. Se puso de pie, inclinó la cabeza una vez
en dirección a Silas y luego comenzó a bailar, un conjunto de movimientos lentos y
seductores que parecían más apropiados para un dormitorio que para un comedor,
pero casi nadie en la mesa le prestó atención. Excepto el hombre bajito que estaba
a la derecha de Coralyn, que observaba a la joven con indisimulada lujuria.
Muy inteligente.
Aren apretó los dientes y observó pasar a la chica que bailaba, con su pelo
rubio rozando el hombro del espía. La música estaba lo suficientemente alta como
para ahogar la conversación del otro extremo de la mesa, y aunque Silas no desvió
su atención de los embajadores, Aren pudo ver que los músculos de la mandíbula
del hombre estaban tensos por la irritación.
—Era una niña decidida. No me sorprende que haya tenido éxito en lo que
se propuso.
85
hijas, de las cuales Lara era una, y que Aren revelara cuán profundamente detestaba
a su esposa haría más daño que bien. —Ella no es tan tonta como para venir aquí
y caer en su trampa, si eso es lo que temes.
No. —Sí.
—Una fue cortada —dijo, haciendo una pausa mientras un sirviente tomaba
el plato frente a él, junto con su maldito tenedor—. El jardinero tiene en la mira a
las otras.
—Algo menos de vigor —dijo Silas a los músicos—. ¡Apenas puedo oírme
pensar!
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—Tal vez podrías considerar pedir al proveedor que desista de enviarlas.
—No nos devolverá las flores. Ni hará nada para mantenerlas a salvo de los
elementos que las amenazan.
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Aren no tenía nada más que ofrecer. No era una mujer que pudiera comprarse,
y él no estaba en posición de ofrecer protección a las hermanas de Lara, que era lo
único que podría haberla tentado. Lo único que tenía era la posibilidad de que la
lealtad de Coralyn hacia las esposas del harén y sus hijos se extendiera a la única
mujer que había escapado de sus garras. A la espía que había regresado a Iticana
y se había vuelto a casar. Que había tenido un hijo que se casó con una reina, que
había dado a luz a un rey.
88
14
LaRa
—¿Dónde está esa pequeña perra traidora que llamamos reina? Vi a diez
princesas de ojos azules danzar adentro, pero no a ella. ¿El destino le habrá dado
algo de suerte y la mató?
—No pensaste honestamente que te iba a dejar este trabajo sin supervisión
¿verdad? Pequeña tonta mentirosa—La vieja curandera le quitó el manto y lo lanzó
hacia Jor—. No después de tu historial de estropear las cosas.
Con un gesto en su cara, Lía se movió hacia Nana, mano en su espada. Pero
la abuela de Aren solo se mofó.
—Vaya ejército que tienes aquí, Lara. Una manada de caras bonitas y una
mujer embarazada.
90
Nana no se inmutó.
—Serás menos que inútil para esta misión, niña. Ve a casa y concéntrate en
lo que crece en tu barriga.
Las palabras de Sarhina eran más intimidantes que todo el arsenal detrás
de ella. Pero nada de esto, nada de las peleas y amenazas harían algo por liberar a
Aren. Lara descansó una mano en el brazo de su hermana, haciéndola retroceder.
La abuela que aún no había perdonado a Lara por sus errores y probablemente
nunca lo haría.
—Su abuela y la única persona en este cuarto que está familiarizada con la
conformación y seguridad de las murallas internas de ese palacio—replicó Nana.
91
única persona presenta tan frustrada como ella.
—Los sirvientes trabajan para el rey por años antes de permitírseles entrar
en el círculo interior—interrumpió Nana—. Y años no tenemos.
92
la muralla interna. Se les lleva adonde son requeridos y después se les escolta de
nuevo afuera.
—A menos que también los cieguen, habrán visto algo—dijo Sarhina—. ¿Se
puede comprar a alguno de ellos?
Jor se mofó.
Lara sabía que no sería fácil, pero ahora, con el reloj contando y tantos
obstáculos aparentemente insuperables, la imposibilidad de la tarea le vaciaba el
estómago. Estrategia tras estrategia le circulaba en la cabeza, considerándola y
después descartándola. Los Iticanos eran excelentes con los explosivos, pero el
palacio estaba lleno de mujeres y niños, sin importar que accidentalmente pudieran
matar a Aren en las explosiones. Podrían traer refuerzos de Iticana, pero la cantidad
de muertos sería astronómica y sin una seguridad de victoria. Ella y sus hermanas
podrían infiltrar el castillo a ciegas, pero eso terminaría con más de una muerta,
y la verdad era que no estaba preparada para sacrificarlas por un plan incierto.
Muertes por todas las opciones, cuerpos apilados sobre cuerpos de todos aquellos
que ya habían muerto por sus errores.
—¿Sugerencias?—preguntó.
93
Todas miraron silentemente al esquema hasta que un toque alto en la puerta
las salvó de tener que contestar.
—Beth tiene la señal de “cerrado” puesto—dijo Jor—. Quien sea que sea
tendrá que esperar.
Otro toque ruidoso y el lejano sonido de una voz desde fuera demandaban el
permiso para entrar a la tienda.
—Dijiste que esta mujer era leal a Iticana—Sarhina le siseo a Jor, quien le
dio una mirada de pánico mientras se acercaba a la puerta. Abriendo un poco la
cortina. Se asomó mientras Bronwyn y Cresta se marchaban a la parte trasera del
edificio, revisando cualquier señal de que la reunión hubiera sido descubierta.
Desde la parte frontal, la joyera dijo en voz alta—: Es un honor tener a una
de las esposas de su majestad en mi establecimiento, mi señora. ¿Cómo puedo
ayudarle esta magnífica mañana?
Mierda, Beth no había tenido opción. No abrirle la puerta a una de las esposas
les habría traído toda clase de problemas, pero, aun así, era de bastante mala
suerte.
Lo que significaba que no tenían opción más que esperar a que se fueran.
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—Se me dio a entender que esta era una florería y usted una florista, no una
joyera.
La mano de Jor se fue al cuchillo en su cintura y Lía sacó el suyo, ambos con
una expresión sombría.
Los dos guardias eran muy probablemente señuelos, puestos ahí para parecer
blancos fáciles. Habría más esperando. El horror se asentó en las entrañas de Lara.
Ella había traído a sus hermanas aquí, las había arriesgado a todas por el bien de
salvar a Aren. Otro error, cometió otro error.
—Ninguno.
—¿Mi señora?
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más allá.
—No con la corona Maridriana, te refieres. Pero tal vez con otra.
—No seas tonta, Lara. Una vez que mi padre te tenga, tendrá menos razón
para mantener a Aren con vida. Y si él muere, también muere cualquier posibilidad
de que Ithicana perdure. Esto se trata de más que solo tú.
La joyera estaba hablando sobre algunos de los trabajos que había hecho
para los nobles de otras tierras, tratando de mantener la atención de la vieja esposa
el tiempo suficiente para que los demás pudieran escapar.
—Suficiente con tus balbuceos, mujer. Solo tengo poco tiempo. Ahora diles
a los Iticanos que estas escondiendo que el nieto de esa Amelie Yamure me envió.
96
15
LaRa
—¿Tita?
Lara dio un paso al frente, deseando estar vestida en prendas más finas. La
ropa siempre había sido armadura para ella, herramientas para utilizar. Y justo
ahora ella se sentía desarmada.
—Yo lo soy.
—Su majestad.
Tan rápido como un rayo, Coralyn se movió, su mano golpeando sobre la cara
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de Nana—Eso es por las mentiras, y por abandonar el harén.
Lía tomó aire, y la cara de Jor se tensionó con duelo. Pero todo lo que sentía
Lara era un frío establecimiento de su resolución.
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—No—gruñó Lara, y escuchó a sus hermanas alzarse hacia adelante, ninguna
retrayéndose—. Si te importa tanto nuestro bienestar, entonces ayúdanos. Danos
la información que necesitamos para sacar a Aren.
—No hay nada que pueda decirles que haría una diferencia. Necesitan un
ejército para sacarlo, el cual no tienen. Y no haré nada que ponga en peligro la vida
del harén y de los niños.
—Ella tiene razón—La voz de Nana era gruesa y ruda—. Yo nunca pretendí
pasar un año en el harén, pero una vez dentro…—exhaló arduamente—. Salir
era imposible. Mi única opción fue ganar suficiente confianza del rey para que me
permitiese salir bajo escolta. E incluso así, tomó muchos intentos antes de que
pudiera escapar. Y yo no estaba bajo el escrutinio al que Aren es sometido.
—Fácil, es relativo.
Silencio.
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espías. Sus otras habilidades—Ella levantó una mano antes de que Lara pudiese
contestar—. Una pregunta diferente: ¿a quién tenía tu padre entrenándolas para
ser esposas?
Lara le lanzó a Sarhina una mirada rápida, después dijo—: A la dama Mezat.
Coralyn asintió.
—Ustedes chicas no fueron las únicas hijas que Silas le permitió a la Urraca
desespirituar. Y ciertamente no son las únicas cuyas vidas están en peligro de él.
Lo que necesitaban eran ojos desde adentro. Y no solo cualquier par de ojos.
101
16
aREN
Eres inútil.
—No sé por qué te molestas —dijo uno de los guardias desde donde estaba
apoyado contra la pared—. Parece una pérdida de energía.
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La cara del guardia se enrojeció y le echó un vistazo a su camarada, quien
sonreía burlonamente.
Excepto que sus instintos le decían que ella no estaba muerta. Que, por
imposible que fuera, había sobrevivido. Lo que significaba que su silencio era por
elección.
No va a venir.
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KERIS ESTABA SENTADO en la misma mesa donde habían hablado por primera
vez. A su alrededor, estaban sus hermanastras más jóvenes, las pequeñas princesas
usando vibrantes vestidos que eran la versión miniatura de lo que usaba la esposa
que estaba a cargo de ellas. Juzgando por los músicos sentados a un lado, la niñas
estaban por recibir algún tipo de lección de baile. A pesar de estar en el centro del
grupo de niñas que daban vueltas, Keris no les mostraba ni un ápice de interés,
tenía la mirada fija en el libro que sostenía en una mano.
Aren se sentó frente a él, las cadenas sonando mientras los guardias las
aseguraban en la banca. Sólo cuando retrocedieron, el príncipe bajó el libro y fijo
su mirada azul sobre Aren.
Keris frunció el ceño, luego se inclinó para mirarle las piernas debajo de la
mesa, su voz ligeramente amortiguada mientras decía:
—Su Majestad...
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están en medio de la práctica de mis hermanitas. Muévanse.
—Como gustes.
—El riesgo está ahí sin importar lo que diga o haga —El príncipe apoyó
los codos sobre la mesa—. Como mi padre, ellos tomaron mi falta de interés en el
ejército como un insulto personal, y dado que no me convertiré en algo que no soy;
no hay un camino de redención con ninguno. Mi cama está hecha.
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—Hay formas de popularidad que no requieren ondear una espada.
—Un rumor está rondando, que estás siendo torturado para obtener
información sobre cómo mi padre podría derrotar a Eranahl —dijo Keris—. Tales
ideas terribles con las que surgen las masas mientras se alzan durante las tormentas.
Manos ociosas puede que hagan el trabajo del diablo, pero las mentes ociosas...
—¿Sí? —La nariz de Keris se arrugó con desdén—. Mi tía te cree más listo de
lo que pareces, pero estoy empezando a cuestionar su juicio.
Dios, no había forma de confundirlo con otra cosa que no fuera la carne y
sangre de Lara.
Escuchando los gritos crecientes, que sonaban claramente más como una
muchedumbre, Aren entrecerró la mirada. Había sido el plan de Lara usar los
recursos de Iticana para alimentar a Maridrina, lo que socavaba así la artimaña de
su padre de culpar a Iticana por los problemas de Maridrina. A lo largo de las Mareas
de Contienda, Aren había creído que su plan había funcionado, los maridrianos
habían estado cantando su nombre en las calles, declarándoles a todos los que
escucharan que la alianza con Iticana era su salvación. Parecía poco probable que
107
Silas siguiera con sus intenciones de tomar el puente, pero claro, Aren había estado
dolorosamente equivocado en eso. Tan mal que había asumido que el plan de Lara
había sido un engaño destinado a hacer que bajara la guardia de Iticana. Pero
ahora...
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Aren ignoró la burla.
—Así es. No han ganado nada de él, pero les ha costado bastante.
Aren había estado tan enfocado en su propio pueblo que no se había parado
a pensar en los maridrianos. No se detuvo a considerar qué significaría para ellos
poseer el puente. El puente era tanto una carga como un activo, exigiendo que su
amo se sacuda de manos con la misma gente que los invadiría dada la oportunidad.
Exigiendo imparcialidad cuando se lidia con naciones, a pesar de ser amigo de una y
enemigo de otra. Exigiendo la sangre de buenos hombres y mujeres para protegerlo de
aquellos que lo tomarían, y entonces y sólo entonces, les proporcionaría. Pero Silas
negaba a los Valcotanos. Favoreciendo a los Amaridianos sobre los Harendelinos.
Lo único que les estaba dando era sangre Maridriana, pero no era suficiente. El
comercio se había acabado. El puente estaba vacío.
—Me imagino que así es cómo se sienten los padres cuando sus hijos
aprenden a hablar —dijo Keris—. Es tremendamente satisfactorio ver esta muestra
de inteligencia de tu parte, su Gracia.
109
bancarrota.
Aren hizo un sonido evasivo, trazando una grieta en la mesa con la punta del
dedo mientras pensaba. Pero por primera vez, Keris parecía demasiado impaciente
como para esperar.
Era una mejor oferta de la que Aren podría haber soñado. Especialmente,
110
dado que había hecho añicos la relación de Iticana con Valcota cuando rompieron
su bloqueo cerca de la Sudguardia
—Estoy de acuerdo. Por lo que es mucho mejor para ambos si se ve como que
tu gente y tú son los responsables de liberarla.
—Serin no confía en mí, por lo tanto estoy bajo constante vigilancia cuando
salgo del palacio, lo que significa que no puedo contactar directamente a tu gente.
Necesito al harén para facilitar la comunicación. Pero ahí está el problema: ellas
detestan a los Valcotanos tanto como cualquier otro maridriano, así que no hay
oportunidad de que acepten mi plan.
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17
aREN
DURANTE LOS DÍAS transcurridos desde su conversación con Keris, Aren había
pasado cada minuto que estaba despierto estudiando las defensas del palacio,
reconociendo rápidamente lo que ya sabía: no había salida. Al menos, no para
alguien tan bien vigilado como él.
No había ninguna posibilidad de que su gente los silenciara a todos sin que
se diera la alarma, y en el momento en que esas campanas empezaran a sonar, las
verdaderas defensas del santuario interior de Silas se podrían en marcha.
Prueba tras prueba tras prueba, todas ellas le dejaron maltrecho y sangrando,
pero nada de lo que probó le dio otra cosa que la verdad: escapar era imposible.
Durante toda su vida adulta, había sido parte de hacer de Iticana impenetrable,
poniéndose en la mente de los enemigos de su reino para tratar de entender cómo
y dónde atacarían. Cómo repelerlos mejor. Sobre todo, cómo identificar los puntos
débiles en las defensas de Iticana. Pero por mucho tiempo que pasara intentando
ponerse en la piel de Silas, Aren no podía dar con una solución.
Como era de esperar, los guardias de Aren observaban a las mujeres bailar o
más bien la forma en que la niebla hacía que sus vestidos se aferraban a sus ágiles
cuerpos, y Aren vio su ventana.
El soldado gritó al caer por la borda, pero Aren no lo soltó, utilizando el peso
del hombre para liberarlo del agarre del otro soldado. Se precipitaron hacia abajo,
Aren tirando de sí mismo contra el soldado para que el cuerpo del otro hombre
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recibiera el impacto al caer al suelo. Todavía le dolía.
Pero esta era la primera vez que se alejaba tanto de sus guardias, y Aren
pensaba aprovecharlo.
—No puedes rendirte, ¿verdad? —La voz de Silas llegó a los oídos de Aren—
. Empiezo a preguntarme si es usted más problemático de lo que vale, Maestro
Kertell. Si no fuera un hombre de honor, mandaría clavar tu cabeza en las puertas
de Vencia esta tarde.
—He conocido ratas con más honor que tú —escupió Aren, dándole un
codazo en la cara a uno de los guardias, sus esfuerzos fueron recompensados con
un gemido de dolor—. Y estás perdiendo el tiempo. No vas a arriesgar tu propio
cuello para salvar el mío. No está en su naturaleza.
Estaba siendo aplastado bajo el peso de los soldados, pero aun así Aren les
arañó, sin preocuparse de nada más que matar al hombre que tenía delante.
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los barrotes a pesar de la inutilidad de sus esfuerzos. Es la naturaleza de su gente,
queridas. Ellos no son nada como nosotros.
Furioso, Aren enseñó los dientes, y varias de las jóvenes mujeres jóvenes
retrocedieron alarmadas.
—No tengan miedo, queridas —río Silas, y luego tiró de una de ellas, cuyo
vientre tenía la curva de un embarazo prematuro, hacia él—. Este perro ha sido
amordazado.
Los soldados esperaron hasta que Silas y sus esposas se fueran, y luego se
desenredaron lentamente.
Silas tenía razón: Aren no se parecía en nada a él. Y ya era hora de que Aren
recordara cómo pensar como un Iticano.
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18
LaRa
Los otros clientes se volvieron, así que Lara también lo hizo, viendo como
su tía Coralyn paseaba por la sala, con la ropa seca y los zapatos milagrosamente
libres de barro.
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aREN
TENÍA QUE SER en la cena. Era el único momento en el que él y Zarrah estaban en
la misma habitación juntos, tal vez había otros momentos y lugares más oportunos
para que su gente lo rescatara, la necesidad de tener a la general Valcotan libre
superaba el peligro creciente. Por lo tanto, tenía que ser esta noche.
Todo lo que hizo fue avivar el fuego de los rumores, la gente de Maridriana
desconfiaba de la nobleza en el mejor de los casos. Este no era el mejor de los casos.
Los guardias lo guiaron a través de los corredores del palacio y los sombríos
confines del comedor donde la mayoría de los invitados ya estaban reunidos
conversando entre ellos. Luciendo un vestido de gala azul Maridriano que dejaba
al descubierto sus hombros y gran parte de su espalda, Zarrah estaba sentada en el
extremo más lejano de la mesa, su rostro carente de expresión mientras escuchaba
el parloteo, pero Keris no estaba en ningún lugar a la vista. Sabiendo lo que él
sabía, probablemente la pequeña mierda estaba escondiéndose en algún sitio.
Pero tal vez eso también estaba bien. A largo plazo, Aren necesitaba al
príncipe vivo, y los accidentes sucedían durante una batalla.
—Es una tarde encantadora, ¿no cree? No hay una sola nube a la vista —Ella
le sonrió, y entonces su cara se puso seria, su mano arrugada presionando contra
la suya—. Cuídate.
119
Silas entro a al salón, y por primera vez no estaba escoltado por sus esposas
favoritas. —¿Dónde están? —le rugió a Coralyn—. Si empiezas a eludir tus
responsabilidades, tus días de extravagancia en el Mercado de Zafiro llegarán a su
fin.
Coralyn inclinó su cabeza. —Las chicas del harén llegarán pronto, esposo.
Han preparado una presentación para ti. Dado el esfuerzo que han puesto para
hacerlo memorable, tal vez quieras darles tu total atención cuando lleguen.
Los sirvientes regresaron por los platos, aunque el de Aren estaba escasamente
tocado.
Todo había sido un truco porque no había forma de que Coralyn arriesgara
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al harén a la violencia. O su gente había sido capturada, o no iban a venir. Tal vez,
todo había sido por nada.
Con ojos apagados, Aren observó, que era más de lo que podía decir que
Silas estaba haciendo, el bastardo seguía inmerso en una conversación con el
Amaridiano.
Había una energía, un propósito, en sus pasos que Aren no había notado
antes, y aunque no estaba completamente seguro de por qué, su atención se centró
en ellas mientras tomaban sus posiciones.
Una pequeña mujer con el cabello rubio del color de la miel empezó a bailar,
las pequeñas sacudidas de sus muñecas hacían sonar delicadamente los cascabeles
que las decoraban. Se balanceaba en medio de un elaborado juego de pasos, sus
caderas se movían de lado a lado seductivamente. Entonces, las demás se unieron,
imitando sus movimientos en perfecta sintonía, los músicos también uniéndose.
Las mujeres rodearon la mesa, sus pies descalzos chocaban contra el suelo
rápidamente en una serie de pasos que llenaban el aire con música. Giraban
rápidamente, largos candados se balanceaban detrás de ellas antes de caer y rosar
las partes bajas de sus espaldas.
Una joven mujer con largo cabello castaño peinado pasó detrás de Aren, la
121
seda transparente de sus mangas rozó su mejilla, él se dio la vuelta para verla. Igual
que las otras, su rostro estaba cubierto con un velo, solo sus ojos eran visibles. Ojos
celestes. Ella le giñó antes de irse lejos dando vueltas.
Ninguna de las esposas tenían ojos de ese color. Ninguna. Pero su atención
fue de una mujer a otra, cada una de ellas con ojos del azul bastardo Maridriano,
la piel de Aren comenzó a hormiguear.
Estas mujeres eran algo más. ¿Cómo las había llamado Coralyn? Las chicas
del harén.
122
oídos.
Y aún así no había duda de que ella había venido aquí por él.
Lara dio tres pasos rápidos y saltó, aterrizando en el centro de la mesa como
un gato y haciendo vibrar los objetos de cristal.
—¿Qué estás haciendo mujer? —demandó Silas—. Bájate y sal de aquí antes
de que haga que te azoten.
Los ojos de Silas se agradaron mientras ella se quitaba el velo que cubría su
rostro, permitiendo que cayera sobre uno de los platos. Suspiros llenaron el aire,
pero nadie habló. Nadie se atrevió.
No soy tuyo, quería gritarle Aren, pero Coralyn presionó una mano sobre su
123
brazo.
Riéndose, Lara echó su cabeza hacia atrás. —¿Realmente crees que soy tan
tonta como para venir aquí sola?
El aire se partió con diferentes ruidos, el ruido sordo de los cuerpos cayendo
al piso.
La atención de Aren se movió de Lara a las otras cinco bailarinas, cada una
de las cuales ahora sostenía un arma brillando con la sangre de los guardias que
acababan de despachar. Como si fueran una, todas se quitaron los velos y sonrieron
mientras decían—: Hola, Padre.
Aren tiró hacia arriba, pero sus muñecas y sus tobillos estaban atados a la
mesa, dándose cuenta de que era inútil y no podía hacer más que ver a los soldados
que se movían para matarla.
Tomó una copa y la lanzó al rostro de uno de los guardias, usando esa
124
distracción para patearlo en la muñeca, haciendo que su espada volara.
El otro guardia blandió su arma, pero ella saltó, la espada silbando debajo de
ella, una pierna chocó contra el rostro del hombre. El cayó hacia atrás agarrando
su nariz en fracturada.
Una vez, dos veces, ella bloqueó las embestidas, pero en la tercera, la fuerza
tiró la espada de sus manos.
—¡No! —Aren trató de jalarse hacia adelante, luchando contra sus ataduras,
pero la mesa apenas se movió.
125
Coralyn liberó los tobillos de Aren justo a tiempo para que el arremetiera en su
contra, tacleando al guardia hacia el piso.
Las puertas.
Justo como él había pedido en el plan que le había dado a Coralyn. Quien
subsecuentemente se lo había dado a Lara, lo que significaba que él había estado
trabajando involuntariamente con su esposa todo este tiempo. Pero ahora no era el
momento para pensar en cómo había sido manipulado.
—Todo esto será por nada si te matan —siseo el, arrastrándola hacia una de
las cortinas y empujándola detrás.
Vete. Susurró una voz dentro de su cabeza. El resto del plan es tuyo, no las
necesitas. Todo lo que importa es sacar a Zarrah de aquí.
Los hombres eran hábiles. La cabeza y los hombros más grandes que los de
ella. Pero la velocidad con la que movía…
Él nunca la había visto luchar, solo los restos que había dejado atrás en
126
Serrith. Pero ahora… Ahora entendía por qué el número de muertos había sido tan
alto.
—Sabía que vendrías —La risa de Silas era salvaje—. Esta trampa era para
ti, y tu caíste en ella. Lo mejor es que trajiste a tus hermanas contigo.
—No es una muy buena trampa —Lara se estiró para cortar la garganta de
un soldado jadeando a sus pies—. Estas perdiendo tu toque.
La mueca de Silas era asesina. —No hay escapatoria. Serin te entrenó, ¿No
crees que sugirió todos los movimientos posibles qué harías? ¡Sabe a la perfección
la forma en la que piensas!
127
puerta principal. Una gran ruptura se había formado en la madera, los soldados
del otro lado estaban intentando forzar su entrada. Tenían solo unos minutos para
escapar.
Vio a Lara voltear había la puerta. Viendo como sus labios formaban una
mueca enojada, y luego se estaba yendo, sus hermanas siguiendo la orden, todas
ella empapadas de sangre que las hacía parecer más un cómo demonios que como
mujeres.
—Tienes que venir con nosotros, Tía —dijo Lara, tirando del brazo de Coralyn,
pero la vieja mujer solo sacudió su cabeza, moviéndose para pararse entre ellos y
los guardias de Silas.
—Por todos los medios, Silas, ¡Por favor hazlo! —Coralyn rio—. Sera un
gran entretenimiento para mi vida en el más allá ver como duermes sabiendo
que cada una de las concubinas que tienes y cada una de las que tendrás estarán
observándote y esperando el momento perfecto para vengarse por lo que has hecho.
El harén protege a los suyos, y tú has demostrado ser nuestro enemigo. Creo que
no volverás a quitarte la ropa interior tan fácilmente sabiendo que todas las bocas
bonitas con las que te rodeas a ti mismo también tienen dientes. Así que te ruego
Silas. Conviérteme en una mártir. Eso significa que tendré un mirador excepcional
desde el cual te veré pagar por tus crímenes.
La abertura en las puertas se hizo más grande. Solo tenían algunos segundos.
—Tenemos que irnos —dijo una de las hermanas de Lara—. No tenemos más
tiempo.
Aren atrapó el brazo de Coralyn, pero sabiendo el tipo de mujer que era, no le
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pidió que corriera. —Gracias.
Con los ojos ardiendo por el humo, encontró las botellas que el harén había
dejado puestas en el marco de la ventana. Se metió dos en los bolsillos, y usó el
resto para armar los explosivos, luego encendió la mecha. Aren se tiró hacia un
lado y se cubrió los oídos.
Una niebla brumosa salió del agua, haciendo imposible ver más que un pie
delante de él.
Las hermanas saltaron ágilmente sobre las ennegrecidas ruinas del marco de
la ventana, desapareciendo entre la neblina. Rompiendo la falda de su vestido para
liberar sus piernas, Zarrah subió después de ellas.
129
Aren salto sobre el marco, la tos de aquellos atrapados en el salón cubriendo
el sonido de sus movimientos. Él trepó por los muros del palacio, sus dedos
encontrando agarre donde el mortero se había resquebrajado, sus delgados zapatos
eran tan buenos como estar descalzo. Debajo de él Lara lo seguía, tenía un cuchillo
apretado entre sus dientes.
Las campanas de alarma estaban sonando, el sonido hacía que los oídos
de Aren dolieran, pero cubrían cualquier sonido que hicieran mientras se movían
dentro del vacío corredor, las lámparas esparcidas regularmente iluminaban su
paso. Detrás de las puertas, Aren podía oír el parloteo alarmado de las mujeres. Un
bebe lloraba. Un niño gritaba algo acerca de haber perdido un juguete.
Era extraño escuchar su voz, pero aun así… No. Ella había consumido sus
pensamientos. Había consumido sus sueños. Así que casi se sentía como si nunca
hubieran estado separados.
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—Solo que te siguiera.
—¿Confías en él?
Corrieron por el pasillo, alfombras cubrían sus pasos. Doblando una esquina
los guio a una puerta, la cual Aren abrió fácilmente, dejando ver uno de los puentes
techados de los jardines. El interior estaba oscuro, pero el olor de lámparas recién
apagadas aun colgaba en el aire. Afuera, una densa niebla se alzaba de las fuentes,
los frascos de vidrió que las esposas habían puesto en ellas se habían disuelto. Los
químicos dentro reaccionando con el agua. Creaba una niebla tenebrosa como en
Iticana, y eso hizo igualmente un excelente trabajo en desorientar a los soldados
Maridrianos cazadores.
Lara apartó a Aren a un lado, alzó su espada mientras se movía para encarar
al individuo. Justo antes de bajarla, Aren reconoció el rostro de Keris. Lanzándose
hacia adelante, atrapó la muñeca de Lara, jalándola hacia atrás.
131
—Ha sido un largo tiempo, hermanitas —dijo Keris, inclinando su cabeza
a las mujeres Veliant—. Esperaba que nos pudiéramos reunir bajo mejores
circunstancias.
—No es nada
—No lo creo. Zarrah viene con nosotros. Me aseguraré de que cumpla con su
parte del trato.
—Precisamente. Pero dado que es más probable que mi plan alcance lo que el
tuyo desea, talvez te abstengas de lloriquear. El tiempo es corto —Keris gentilmente
empujó a Zarrah hacia la puerta abierta, pero Aren atrapó su brazo.
132
alcanzarlos —Luego ella puso su mano sobre su corazón—. Buena suerte, Su Alteza
—Es hora de que sigas adelante —dijo Keris—. Pero antes de que te vayas,
necesito que hagas parecer que al menos intenté detenerte.
—Con gusto —Aren se balanceó, su puño conecto con fuerza con el pómulo
de Keris.
Una de las hermanas fue hacia una pared y retiró una obra de arte enmarcada.
Había piezas de madera y metal colocadas en un patrón aleatorio, pero mientras la
mujer quitaba el marco y tiraba al suelo frente a sus pues el contenido, Aren se dio
cuenta de lo que estaba viendo.
—Jor dijo que deberías ser capaz de resolver esto —dijo ella.
—Lo estaba la última vez que lo vi. Dijo que, si no puedes armar esto, talvez
merezcas este destino. Soy Bronwyn por cierto.
Lara se puso ropa y unas botas a lado de él. —Date prisa —dijo—. Ya han
pasado cinco minutos.
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tornillos y poner las piezas en su lugar. Los segundos volaron. Diez minutos.
—Ahí.
Ella solo levantó una ceja y asintió hacia el balcón. —Es hora de que recuperes
tu reputación, Su Majestad.
Ella solo se rio burlonamente. —Bonito y astuto. Tal vez debí haber luchado
más duro para ser la que se casara contigo.
134
Él se apartó, concentrándose en el techo abovedado del puesto de vigilancia
ubicado en la esquina dentro de la muralla. Este era probablemente el fatal error
en su plan. Algunos de ellos serían capaces de bajar escalando antes de que los
guardias lo notaran, pero no todos. El segundo en el que los guardias los vieran,
tendría una lucha en sus manos.
—No funcionará —dijo Lara en voy baja—. Tienes que llevarnos hasta los
muros exteriores.
—No hay nada que yo pueda golpear. La torre de vigilancia está hecha de
piedra sólida, el disparo rebotará enseguida.
—Si no crees que puedas hacer el tiro —dijo ella—. Entonces dame esa
maldita cosa. Y sobre lo demás, nuestra gente ha arreglado una distracción.
—¿Nuestra gente? —No era el momento. No era el lugar. Pero los meses
que habían pasado separados no había logrado menguar la furia que sentía por
su traición—. ¿Serán esas las personas que perdieron sus casas? ¿A sus seres
queridos? Por tu culpa. Ellos no son tu gente.
135
dramatismo para cuando hayamos salido de aquí. Iticana ha puesto casi todos los
recursos que le quedaban en este rescate, y sería una pena que el esfuerzo de todos
se desperdicie debido a la semántica.
Disparó a través del aire, la cuerda colgaba detrás, y mientras volaba, más
explosiones era realizadas, el orden se transformó en caos con la creencia de que la
ciudad estaba siendo atacada. Pero Aren apenas las oía. Apenas las veía. —Vamos.
Vamos.
Bronwyn se estiró para darle una palmada en la mejilla. —Oh, eres maravilloso.
Lara y sus hermanas tenían ganchos idénticos a los que se usaban en Iticana,
Lara le pasó uno. —Yo iré primero. Después tú —Sus ojos echaron un vistazo a sus
hermanas—. No se pongan nerviosas.
136
—Espera —Aren la alcanzó, había visto tirolesas fallar antes. Había visto
a soldados caer, aunque usualmente era dentro del agua, lo que significaba que
sobrevivían. Nadie podía sobrevivir a una caída sobre los jardines debajo—. Déjame.
137
20
LaRa
Hasta ahora, todo había ido de acuerdo a su plan, pero eso podía cambiar
en un instante. Su hermano, quien había estado sin que ella lo supiera, envuelto
en la planificación, debería estar de camino a alertar a los guardias de que estaban
en la torre. Los que las buscaban en el suelo no serían capaces de ver a través de
la niebla, pero los que estaban en muro interior lo harían. Y sus hermanas serían
patos de caza.
Pero todo lo que podía pensar era en los ojos de Aren cuando la había
reconocido. Cuando los había visto por última vez en Midguard, habían estado
enrojecidos y llenos de ira y dolor. Pero ahora… eran fríos. Como si ella no significara
nada para él y como si nunca lo hubiese hecho.
—No creas que esto cambia algo —susurró él entre las explosiones—. No
valoro lo suficiente mi propio cuello como para que, al salvarlo, eso deseche todo el
daño que has causado. El segundo en el que estemos lejos de tu padre, quiero ver
tu espalda. ¿Entendiste?
No había sentido en pelear, dado los planes que tenía en juego, y ella estaba
intentando evitarlo cuando Athena subió a la torre para encontrarse con ellos.
Faltan cuatro.
139
Bronwyn tomó velocidad, pero mientras volaba sobre el muro interior, gritos
saliendo del santuario hicieron eco—: ¡Están en la torre!
Todos los guardias en el muro miraron hacia arriba a tiempo para ver a
Bronwyn sobre ellos. Gritaron y se volvieron, levantando sus armas.
—Ya nos vieron —respondió Athena—. Cierren los ojos y cúbranse los oídos.
140
21
aREN
AREN SE TAPÓ instintivamente las orejas con las manos y cerró los ojos, apretando
su rostro contra el parapeto.
—Perra —gruñó la morena alta mientras Lara la arrastraba hacia arriba. Sus
ojos estaban llenos de lágrimas por el brillo de la explosión—. ¿No podías haberme
avisado? Y no te molestes en discutir, no puedo oír una mierda.
Lara solo la arrastró por la parte superior de la torre de vigilancia. Sus otras
hermanas ya estaban bajando por el muro, aprovechando los pocos momentos en
que los enjambres de soldados estarían tan sordos y ciegos como Bronwyn.
142
Desconfiando de la boca llena de dientes del caballo, Aren sacó al animal de
su establo y luego le pasó las riendas por la cabeza. Metió el pie en el estribo, y sólo
su agarre mortal a la silla le impidió caer cuando el animal se tambaleó.
Con el ceño fruncido, Aren se echó sobre el lomo del caballo, y apenas
consiguió poner el otro pie en el estribo antes de que Lara le diera una palmada a
su caballo. Luego se pusieron en marcha.
Los cascos de los caballos repiquetearon con fuerza contra los adoquines al
atravesar la puerta humeante, los uniformes y adornos de los animales convenciendo
a los que vigilaban las murallas de que ellos también perseguían a los señuelos
que entraban al galope en la ciudad. Aunque si alguno de ellos estuviera prestando
atención, se daría cuenta al instante de que Aren no era un soldado maridriano. No
con la forma en que se aferraba a las crines de su montura, rebotando salvajemente
sobre su lomo, con las riendas flotando inútilmente frente a él.
Como si alguna vez pudiera confiar en ti, pensó, pero fue imposible seguir
143
conversando porque empezó a llover. Los adoquines se volvieron resbaladizos, pero
las mujeres mantuvieron el ritmo a pesar de la lucha de los caballos por mantener
el equilibrio. La montura de Aren resbaló y estuvo a punto de caer, y su corazón se
aceleró mientras el sudor le corría por la espalda.
Los caballos avanzaron, los edificios a ambos lados no eran más que borrones
oscuros, la lluvia ahora era un diluvio cegador. Había fuego adelante, parte de la
puerta en llamas, la luz iluminando a docenas de soldados que se alineaban en la
muralla. Y un sinnúmero de soldados más abajo trabajando para extinguir el fuego
y asegurar las puertas.
Una flecha pasó por delante de la cara de Aren, otra se clavó en las patas del
144
caballo de Lara, que chilló de dolor. Tres más repiquetearon contra las paredes de
las casas, lo único que impedía que les dieran era la oscuridad y la lluvia.
Tres de las chicas guiaron sus caballos por un callejón que llevaba al norte.
Pero su caballo se dirigía en dirección contraria, Lara tirando de las riendas y
guiándolo hacia un callejón, Bronwyn liderando el camino, una de las otras
hermanas vigilando la retaguardia.
Las calles estaban casi vacías ahora, los maridrianos, creyendo que Vencia
estaba bajo ataque, se refugiaban en sus casas cerradas.
—Al oeste —Los ojos de Lara estaban en la calle detrás de ellos—. Sólo
tenemos unos minutos antes de que vuelvan a hacer la señal con el tambor en
145
la torre, y tendremos a toda la guarnición tras nosotros —Entonces maldijo—.
¡Cresta! ¡Bronwyn! ¡Tenemos compañía!
Tengo que volver. La idea le rondó por la cabeza, pero Bronwyn se acercó a
él, negando con la cabeza.
146
Bronwyn galopó hacia ella y Lara se agarró al estribo de su hermana en el
último segundo. Saltó en el aire y su pierna se arqueó sobre el lomo del caballo.
Bronwyn agarró la mano libre de Lara para ayudarla a acomodarse en el lomo del
animal.
La puerta oeste apenas merecía ese nombre, pues no era más que una ranura
enrejada en el muro conduciendo a un estrecho sendero, el cual llevaba a una
subida vertical hasta la orilla. No había ningún lugar dónde amarrar un barco; la
única manera de llegar a una embarcación sería nadando a su encuentro. Podía
hacerlo. Fácilmente. Pero Lara y sus dos hermanas...
Subieron la colina por las tortuosas calles, con los caballos agotados y casi
al límite. Entonces apareció la puerta, una estrecha reja levadizade acero defendido
por seis soldados fuertemente armados.
—No tenemos los códigos —La otra hermana, Cresta, se acercó a Aren, y el
grupo redujo la velocidad al trote y luego a una caminata—. Diles que las torres con
los tambores han sido comprometidas, pero que se ha informado de la presencia de
naves iticanas fuera del rompeolas. Sólo tenemos que acercarnos lo suficiente para
eliminarlos.
—Las torres con los tambores han sido comprometidas —llamó, deslizándose
por el lado del caballo, con las piernas doloridas.
147
El soldado frunció el ceño, pero no bajó su arma, y sus compañeros
mantuvieron las manos en las empuñaduras de sus espadas.
Terminó en minutos, pero desde atrás, caballos corrían hacia ellos. Refuerzos.
—Por aquí.
Se negó a ceder.
—Aren, no hay barcos. No hay botes —siseó—. Era sólo una treta. Hay
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caballos frescos esperando en los árboles a poca distancia de aquí.
No quería ir con ella. No quería estar cerca de ella, no sólo por lo que había
hecho, sino porque no confiaba en sus instintos cerca de ella.
—Al punto de encuentro donde tenemos provisiones —Se giró para mirar
de nuevo por el camino hacia la ciudad, traicionando sus nervios—. Tenemos que
darnos prisa.
—No voy a ninguna parte contigo, Lara. Voy a volver a Iticana —Porque
podía hacerlo solo. Podía mantenerse en la costa hasta que pudiera robar un barco,
y luego volver a casa.
—No seas tonto —Ahora había ira en su voz—. Se han invertido semanas de
preparación en este plan, y pretendes tirarlo todo por la borda.
—No confío en ti —dijo—. O en tus planes. Te dije que no quería volver a ver
tu cara. Que te mataría. Tienes suerte de que no te arroje por este acantilado.
¿Cómo diablos había llegado Lara a Eranahl? Fue el primer pensamiento que
le asaltó, pero lo apartó.
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—Bien.
Apretando los dientes, Aren trepó por la ladera del acantilado, encontrando
asideros sólo por el tacto en la oscuridad. Abajo, las botas subían con fuerza por
el sendero, los soldados persiguiéndolos rápidamente tras haber descubierto a sus
compañeros muertos.
Más rápido.
—¡Están subiendo!
El grito se filtró hacia arriba, y un segundo después, las cuerdas de los arcos
sonaron, las flechas rebotaron en el acantilado.
Aren hizo una mueca cuando una se hundió en el suelo rocoso a centímetros
de su mano, y otra se estrelló contra el tacón de su bota.
—¡Bronwyn! —jadeó Lara, y Aren miró más allá de sus pies para ver una
figura que se deslizaba por el acantilado, agarrándose tal vez cuatro metros por
debajo de él.
Lara dejó de moverse debajo de él, y Aren pudo sentir que ella tomaba una
decisión. Él sabía en su corazón cuál era.
150
Pero estaba harto de que la gente muriera por él.
—¿Dónde?
—Hombro derecho —Su voz era tensa—. Vete. No dejes que tengan otro
golpe de suerte.
—Sujétate.
Una flecha rebotó en una roca junto a su cara, y débilmente captó el sonido
de los soldados escalando por debajo, pero no miró hacia abajo. No miró hacia
arriba para ver cuánto faltaba para llegar.
—Te tengo —La voz de Lara. Entonces Bronwyn lo soltó, sus hermanas
arrastrándola hacia arriba.
151
Luego corrieron lo más rápido posible por el accidentado terreno, con rocas y
matorrales que les atrapaban los pies, Lara arrastrando a Bronwyn.
—Tres —respondió Lara—. Pero tengo otras formas de matarlos. Sólo déjame
un caballo.
Luego retrocedió.
152
22
LaRa
Lara regresó con pies silenciosos por donde había venido, con el arco suelto
mientras escuchaba los sonidos de los soldados que los perseguían.
Oyó el débil ruido de las botas y se apartó del camino, contando a los hombres
que pasaban corriendo, con espada en mano. Seis. Y pronto habría más en el camino.
Se acercó por detrás de ellos y disparó flechas a las espaldas de tres soldados,
y luego se escondió en las sombras mientras el resto gritaba alarmado y buscaba
refugio. Sacando un cuchillo, Lara se arrastró alrededor de las rocas, tomándose su
tiempo para evitar ser detectada, y luego se detuvo a escuchar.
Nada.
Pero una brisa le rozó la mejilla y llevó consigo el olor rancio del sudor.
Sonriendo, Lara se agachó, manteniendo la nariz al aire mientras daba pasos
lentos, deteniéndose cuando divisó una gran roca que le proporcionaría una buena
cobertura. Lanzó una piedra en los arbustos lejanos, marcando el débil movimiento
cuando los hombres giraron la cabeza en esa dirección.
Los soldados alzaron sus espadas, llenando la noche con estruendos de acero
mientras se enfrentaban. Ella luchó con uno de ellos con fervor, esquivando los
golpes del otro, que intentaba apuñalarla por la espalda, atrayéndolo hasta que se
abalanzó sobre ella. Entonces se hizo a un lado, quitándole el brazo del cuerpo un
instante después de que apuñalara a su compañero en el pecho.
Se quitó la capucha y se soltó el nudo del pelo para que le cayera por la
espalda. Incluso en la oscuridad, debería ser suficiente para confirmar su identidad.
154
Volando por el camino, esperó hasta que el grupo estuvo a la vista, entonces
levantó su caballo, haciendo girar al animal en un círculo como si estuviera perdida.
En pánico. Luego, Lara colocó las riendas en el hombro del animal y volvió a bajar
por el camino, sonriendo con maldad mientras la perseguían.
La lluvia había cesado, pero el camino estaba fangoso, el agua sucia salpicaba
su montura y sus piernas mientras conducía a los soldados de su padre lejos de
Aren y sus hermanas, en dirección a un pequeño pueblo en una ensenada al oeste
de Vencia. El animal patinó y se deslizó por la pendiente hacia las casas de piedra
que bordeaban la ladera, con la luz de las lámparas brillando en las ventanas. Sólo
había unas pocas personas en las calles. Se quedaron boquiabiertos y se apartaron
de su camino mientras ella bajaba al galope hacia los pequeños muelles donde
estaban amarrados los barcos pesqueros.
Al llegar al muelle, se lanzó desde el lado del caballo y soltó los cabos que
amarraban las embarcaciones, alejándolas del muelle hasta que el puerto quedó
desordenado. Entonces, al oír que los soldados la habían alcanzado, se metió bajo
el muelle, con el cuerpo casi sumergido, agarrando con los dedos un entrepaño
cubierto de percebes.
—Hay testigos que dicen que ella estaba gritando a alguien aquí abajo, señor
—dijo un hombre, dando zancadas por encima de ella, su forma sombría visible a
155
través de los huecos de los tablones—. Para que la esperarán. Ella usó el nombre
del Iticano.
—Están en el agua. Enciende las señales para los barcos que patrullan. Si la
marina no los encuentra pronto, los perderemos. Trae a algunos de los pescadores
para que ayuden en la búsqueda.
Al llegar a la playa rocosa, Lara se arrastró por el agua hasta las rodillas,
encogiéndose cada vez que una ola le pasaba por encima. Las manos y las rodillas
le sangraban por las afiladas rocas, pero no podía arriesgarse a ponerse en pie
mientras estuviera a la vista del grupo de soldados.
Y cada vez llegaban más. No eran tontos. Buscarían en todos los barcos y en
toda la costa, y no le extrañaría que trajeran perros para ayudar en la tarea.
156
¿Y Aren?
Al llegar a la boca de la pequeña cueva, vio los caballos atados a un lado. Vio
las gotas de sangre en la roca que conducía al interior. Por favor, que todos sigan
vivos, rezó. Por favor, que sigas aquí, Aren.
—Cazadora —Su voz era áspera, y tragó saliva antes de añadir—: Soy Lara.
Entonces entró, sólo para ser recibida por una voz familiar y agria.
—Bueno, las estrellas realmente no están a nuestro favor esta noche, porque
aquí estás, todavía viva.
157
23
aREN
DESPUÉS DE DIEZ minutos de cabalgata, tuvieron que parar para atar a Bronwyn
a su caballo.
—Es lo único que impide que te desangres —Pero Aren no era indiferente, ya
que él mismo había recibido más de un disparo—. Lo sacaremos tan pronto como
estemos en un lugar seguro.
—Río arriba hay una pequeña cueva. Nuestra hermana Sarhina estará allí
con los suministros que tú y Lara necesitan para el viaje.
—Estoy agradecida de no ir con ustedes dos. No hay nada peor que ser el mal
trío en una pelea de enamorados.
—Como usted diga, Su Excelencia. Pero no crea que se librará tan fácilmente.
Lara no será asesinada por los soldados de nuestro padre. La mujer es casi imposible
de matar —por eso la llamamos cucarachita, y el mismo hecho de que no nos hayan
atrapado sugiere que todo va exactamente según su plan.
Pero en la oscuridad, los caballos sólo podían avanzar a paso lento por el
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río, con los cascos resbalando en las resbaladizas rocas. Aren habría podido ir al
doble de velocidad a pie, pero no llevando a Bronwyn. Estaba agotado, su cuerpo no
estaba acostumbrado a una actividad tan extenuante, y lo odiaba. Odiaba sentirse
débil cuando toda su vida había sido fuerte.
Otros diez minutos siguiendo el camino entre los árboles los llevó a un
acantilado bajo, una entrada de una cueva revelada por el brillo de la luz del fuego
parpadeante.
Desmontando a toda prisa, Cresta ató los caballos mientras Aren desataba a
Bronwyn. Bajándola de la silla, la llevó hacia la cueva.
—A Bronwyn le dispararon.
—¡Mierda! —La mujer embarazada, que Aren supuso que era la hermana
Sarhina, envainó sus armas, dando zancadas hacia él. Luego se congeló—. ¿Dónde
está Lara?
—Entren.
—¿Nana?
Ella estaba de pie y sosteniendo sus propias armas, pero cuando lo vio, el
machete se le cayó de la mano con un estruendo.
160
Estás vivo. Estás aquí. Gracias a Dios misericordioso... —Entonces las lágrimas
empezaron a caer por su cara.
Entonces sus ojos se dirigieron a Bronwyn, y se limpió las lágrimas del rostro,
recompuesta en un instante.
—Tráela aquí.
—¿Estará bien?
Nana no respondió.
—Aren, rompe esta punta de flecha y luego sal a vigilar. Tú —Lanzó una
oscura mirada a Sarhina—, ve con él.
—Cresta irá.
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—Cazadora —Y luego—: soy Lara.
El alivio lo invadió cuando su esposa errante entró, con los hombros subiendo
y bajando con su respiración rápida y jadeante. Estaba empapada y su pelo color
miel colgaba lacio y enredado sobre sus hombros. Tenía un moretón en una mejilla
y las rodillas de su pantalón estaban rotas, con la piel ensangrentada debajo. Sin
embargo, cuando levantó la cara para mirarlo, el corazón de Aren siguió dando
saltos.
—Bueno, las estrellas realmente no están a nuestro favor esta noche, porque
aquí estás, todavía viva.
—Viva, apenas. Limpia tus manos y ven a ayudarme. Por una vez, podrías
ser realmente útil.
Sin una palabra, Lara pasó junto a él, y Aren prácticamente se lanzó a la
entrada de la cueva. Sentía el pecho demasiado apretado, sus pulmones no traían
suficiente aire, y no fue hasta que estaba de pie bajo el cielo nublado, con la cálida
lluvia lavando el sudor de su rostro, que sus músculos se relajaron lo suficiente
como para respirar profundamente.
162
a pocas semanas de dar a luz, se había movido tan silenciosamente como Cresta.
Doce de ellas. Silas había hecho doce de estas armas. Y Aren sospechaba que sólo
ahora el hombre se daba cuenta de lo peligrosas que eran.
—Lo era.
Él sabía eso. Sabía que la mayoría había llegado con poco más que la ropa
que llevaban puesta, y que sólo los soldados de carrera de Iticana permanecían en
las otras islas para combatir a las fuerzas maridrianas. Durante meses, había vivido
a la intemperie con lo que quedaba de la guarnición de Midguardia, durmiendo en
la tierra y comiendo lo que podían cazar o buscar en la selva, mientras luchaban
contra los soldados que vivían en sus casas y comían como reyes con los suministros
que llegaban a través del puente.
—¿Y qué crees que están comiendo ahora todos esos civiles?
163
—¡Porque es una mentirosa y una traidora que merece ser degollada, por
eso!
La hoja del cuchillo presionó con más fuerza, una gota de sangre recorrió su
garganta.
—No significas nada para mí. No eres nada. La única razón por la que el
resto de mis hermanas y yo aceptamos ayudarte fue porque Lara te ama, y nosotras
la amamos. No importa que le debamos la vida.
Ella se relajó un poco y Aren pensó en cómo podría quitársela de encima sin
herir al niño.
164
—¿Eligió? —La palabra salió entre los dientes de la mujer—. ¿Por qué eres
tan estúpido que no puedes entender que sus mentiras eran como un veneno?
Un veneno del que nunca nos recuperaremos realmente. Yo conozco la verdad.
La he visto con mis propios ojos, y aun así la mayoría de las noches me despierto
frenética, con mi odio hacia Iticana de vuelta como si nunca se hubiera ido.
Sin decir nada más, entró en la cueva, dejándolo bajo la lluvia. Unos minutos
después, Lara apareció en la entrada de la cueva, donde se detuvo. Luego caminó
hacia él.
—Hemos detenido la hemorragia, pero está muy débil. Habrá que esperar
un día más o menos para tener cualquier seguridad de que se recupere, e incluso
entonces, siempre hay riesgo de que la herida se infecte —Ella se frotó las sienes, el
cansancio y el costo de lo que fuera que había hecho para perder a sus perseguidores
eran palpables, y él contuvo el impulso de acercarse a frotarle el cuello donde sabía
que siempre se anudaba.
Claro que me importa, no soy como tú, quiso decir, pero en su lugar dijo—:
No tengo ningún problema con tus hermanas.
165
—¿Ni siquiera con la que estuvo a punto de cortarte el cuello?
—No me toques.
—Sarhina dice que has metido a Ahnna en este plan tuyo —dijo—. ¿Dónde
está? ¿Qué está haciendo? ¿Y dónde supones exactamente que voy a ir contigo?
—¿Cuál es?
—Una cosa es que Harendell tome Norteguardia. Otra cosa es que naveguen
a través de los Mares Tempestuosos para tomar Sudguardia bajo las narices de
166
Maridrina. Necesitamos asegurar otro aliado.
A Aren se le cayeron las tripas porque sabía lo que ella estaba planeando. Al
igual que sabía que era una locura siquiera soñar con que ocurriera.
167
24
LaRa
Todo esto empeoró por Aren. Después de que ella le contara el plan, él se
había esforzado por mantenerse tan lejos de ella como la cueva le permitiera,
negándose a encontrarse con su mirada, y eligiendo en su lugar mirar fijamente las
profundidades del pequeño fuego durante horas.
—¿Estás lista?
Sarhina se acercó por detrás de ella y le entregó a Lara una taza llena de
líquido humeante.
—Me odia —A pesar de sí misma, una lágrima caliente bajó por la mejilla de
Lara, que la apartó con rabia—. Pensé... —Se interrumpió, sacudiendo la cabeza—.
No sé lo que pensé.
La luz había aumentado lo suficiente como para que Lara pudiera ver la
cara de su hermana, las sombras bajo los ojos y la tensión alrededor de la boca.
Agotamiento y preocupación, nada bueno para el bebé.
—Lo sé.
169
—¿Eso cambia algo? —preguntó Sarhina—. ¿Quieres salir de esto? Porque
puedes. Podemos darle a esa vieja zorra y a Su Majestad caballos y provisiones, y
luego las cuatro podemos salir de aquí y dejar que hagan lo que quieran.
—No —Lara no podía alejarse. Moriría antes de alejarse, sin importar lo que
Aren sintiera por ella. Porque liberar a Iticana del yugo de su padre era algo que
necesitaba hacer para vivir consigo misma—. Aunque él me perdone, el resto de
Iticana nunca lo hará. Y no le haré elegir entre nosotros. Veré que esto se haga, y
luego me iré, y...
Sarhina exhaló.
—O tal vez dejes todo esto atrás y vengas a buscarme. Haz una vida en algún
lugar que no esté cargado de política y violencia. Sigue adelante con alguien que te
ponga en primer lugar.
—Duele pensar en eso —Y por muy ilógico que fuera, lo que Sarhina describía
no era lo que ella quería. No era quien ella era.
Era la primera oportunidad que tenía de mirarlo a la luz del día, y Lara
170
descubrió que sus ojos se desviaban sobre su forma alta, de hombros anchos y
cuadrados, y la cabeza erguida. Llevaba el pelo más largo que en Iticana, mostrando
algunos de los rizos que poseía Ahnna, y su rostro estaba ensombrecido por la
barba incipiente.
Sarhina resopló.
—De mala gana —Su hermana sonrió—. Pero no podía dejar que me dejaras
inconsciente junto a otro fuego otra vez, ¿o sí?
—Dios, pero ella es intratable —murmuró Bronwyn, con el rostro aún pálido
arrugado—. ¿Cómo la has tolerado durante un año?
171
—Se ha vuelto muy autoritaria, Su Majestad —dijo Bronwyn antes de
inclinarse hacia ella.
—Planificas todo.
En el exterior, Aren estaba con los caballos, inmerso en una conversación con
Nana, pero se interrumpió en el momento en que vio a Lara. Se acercó a su caballo,
apretó la cincha y comprobó que las alforjas estuvieran bien aseguradas antes de
montar. Desvió la mirada mientras Aren se subía torpemente a su caballo, aunque
había una cierta parte mezquina de ella que disfrutaba viéndolo incompetente en
algo. Especialmente después de todas las burlas que había soportado por su mareo
en el mar.
—Si le pasa algo... —empezó a decir Nana, pero Lara estaba cansada de sus
172
amenazas.
Esperó a que cruzaran el río y se dirigieran al sur y al este, hacia las montañas
bajas, antes de ponerse a su lado.
Los ojos de Aren permanecieron fijos en el camino que tenían por delante,
con los nudillos blancos de agarrar las riendas.
—Hermano completo.
—¿Perdón?
Era posible. Lara había abandonado el recinto cuando tenía cinco años, y
aunque recordaba a Keris, sus recuerdos eran borrosos e inespecíficos.
173
confianza en que hará lo que sea necesario para seguir vivo, y para ello necesita
quitarle la corona a tu padre. Y para ello necesita que Eranahl resista.
Aren guardó silencio durante un largo momento, y luego negó con la cabeza.
—No.
Un destello de ira recorrió sus venas, y Lara pasó al galope junto a él, haciendo
girar su caballo para bloquearle el paso. —No seas mezquino, Aren. Retener esto
sólo para hacerme enojar es un golpe bajo.
Él apartó la mirada mientras lo decía, y ella entrecerró los ojos, sabiendo que
estaba tratando de redirigirla. Exhalando lentamente, pidió—: Por favor, dime la
verdad.
El silencio se prolongó.
—Lo que sé es lo que me dijo Keris —Aren se encontró con su mirada—. Dijo
que tu madre intentó ir por ti para recuperarte y que tu padre la estranguló como
castigo. Y como advertencia a las demás esposas para que no lo desafiaran —Dudó,
y luego añadió—: Lo siento.
174
¡Lo odio!
—También Keris lo odia. Así que confía en eso, si no confías en nada más
—Golpeó los talones contra los costados de su caballo, avanzando como un saco de
patatas de gran tamaño, sin dejarle otra opción que seguirle.
—¿Cómo lo hiciste?
—¿Hice qué? —preguntó ella, a pesar de saber a qué se refería. Esta no era
una conversación que ella quisiera tener.
—Aren...
Con el pecho apretado, Lara llenó su odre en el arroyo, luego montó y cabalgó
tras él.
175
a mi padre.
—No quiero oírlo —Espabiló a su caballo, pero tiró de las riendas al mismo
tiempo, y el irritado animal sólo resopló y se puso a brincar en el sitio—. ¡Muévete,
criatura estúpida!
—La noche que estuvimos juntos por primera vez, antes de salir contigo al
patio, estuve en tu habitación destruyendo el papel. Toda esa tinta derramada de la
que culpabas a tu gato era cosa mía. Y conté todas las páginas. La carta que habías
empezado y el resto, estaban todas allí. No sé cómo se me escapó una, pero que
sepas que cuando fui contigo creí que había puesto fin a mis planes.
—Aren, ¡escucha! Sé que es mi culpa, pero por favor, entiende que no era mi
intención que esto sucediera.
—He leído esto todos los días desde que tu hermana me lo puso en la cara.
Cada maldito día, leo tus planes y veo cómo me manipulaste. Cómo cada momento
juntos era sólo parte de tu estrategia para atraerme y hacer que confiara en ti. Para
encontrar la información que necesitabas para destruir todo lo que me importaba.
Locura o no, esa había sido la razón por la que nunca le había dicho que lo
176
había escrito en primer lugar: porque así era como ella sabía que él reaccionaría.
—Pero eso no es lo peor —gritó—. Tenías tus razones para hacer lo que
hiciste. ¿Cuál es mi excusa? Cada detalle que aprendiste, cada oportunidad que
tuviste para espiar... esos fueron mis errores. Traerte a Iticana fue mi error. Confiar
en ti fue mi error. Amarte fue mi error —Recogiendo una piedra, la lanzó contra
un árbol—. Iticana cayó por mi culpa, y si crees que volverá a levantarse bajo mi
mandato, estás muy equivocada.
¿Y qué podía decir ella? Argumentar que no debía culparse por haber entrado
en su matrimonio de buena fe parecía hueco y tonto. Lara abrió la boca y la volvió
a cerrar, rechazando cada palabra que subía a sus labios.
—Aren…
—Viene alguien.
DURANTE DOS DÍAS recorrieron las colinas y los valles, luchando por eludir a los
perseguidores, que parecían no cansarse nunca, siempre a unos pocos pasos de
distancia, sin importar cuántos trucos empleara Lara. Robó monturas frescas para
ellos cuando se encontraban pequeñas aldeas y granjas, dejando a sus agotados
177
animales como pago. Pero no eran de la calidad de las monturas que montaban los
soldados de su padre, así que con cada hora que pasaba se acercaba el sonido de
los perros que ladraban y los cascos que galopaban.
—Tu padre tendrá soldados que subirán a todo galope por la carretera
principal de la costa y luego se moverán hacia el este para cortarnos el paso. No
tenemos ninguna posibilidad de adelantarnos a ellos. No con estos jamelgos1.
Dormir era lo que ambos necesitaban. Ninguno de los dos había tenido más
de unas pocas horas, todas ellas en la silla de montar mientras el otro guiaba
los caballos. Ella estaba agotada y dolorida, y la constante hostilidad de Aren le
crispaba los nervios.
—Nos acercaremos al borde del desierto. No habrá mucha agua, por lo que
es posible que no esperen el movimiento. Una vez que los esquivemos, podremos
volver a la costa y comprar caballos más rápidos.
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Lo que daría por que lloviera en ese preciso momento, que cayera agua limpia
y fría del cielo y se llevara la suciedad, que le llenara la boca, que ahogara el olor de
su rastro. Pero la única clase de tormenta que podrían encontrar ahora era la que
estaba llena de polvo.
Con cada hora que pasaba, cabalgaban más hacia el este, el aire se volvía
más seco y el viento contenía el familiar aroma de la arena. Al instar a su caballo
a llegar a la cima de una colina, Lara se detuvo para mirar las arenas rojas que se
extendían ante ella, interminables y vastas como el océano.
—Seguiremos hacia el sur desde aquí todo lo que podamos hasta que los
caballos necesiten agua. Entonces...
—¡Maldita sea! —Aren gruñó las palabras, señalando detrás de ellos. Dos
grupos más, acercándose rápidamente. Acorralándolos por todos lados.
Girando a su caballo, Lara miró hacia el este, donde las arenas rojas parecían
cambiar y moverse con las olas de calor.
Tomando una decisión, Lara clavó los talones en los costados de su sudoroso
caballo y condujo a Aren y a su montura hacia el Desierto Rojo.
179
25
aREN
Había consumido toda el agua, su boca estaba seca como hueso, su piel
ardiendo bajo el incesante ataque del sol, con los labios agrietados. Debajo de él,
su caballo se tambaleaba, sus costados se agitaban y su pelo estaba blanco debido
al sudor seco. Este dejó escapar un gemido y cayó de rodillas, haciendo que Aren
cayera en la arena.
—¡Levántate! —Le gritó al animal, tirando de las riendas, pero solo yacía de
costado, con las fosas nasales dilatadas.
—Déjalo —Lara pasó junto a él, desabrochó las alforjas del animal y se
las entregó, para poder quitar también las de su caballo. Liberando así a ambos
animales, les acarició varias veces el cuello antes de cargarse los bolsos al hombro.
En lugar de responder, Lara levantó una mano para protegerse los ojos
mientras miraba a lo lejos.
Pasaron las horas, cada paso era un acto de voluntad, cada respiración era
dolorosa. Pero Lara no vaciló y él se negó a ser el primero en romperse.
Subieron una duna que parecía llegar hasta el cielo, una montaña de arena
que se deslizaba y se movía bajo los pies de Aren, haciéndolo tropezar. Caer. Volver
a levantarse solo para repetir el proceso.
Estaba tan sediento. Tan sediento de una manera que él no había creído
posible, la necesidad de agua era tan terrible que el pánico se estaba apoderando
de él, era como estar atrapado bajo el agua y necesitar desesperadamente respirar.
Excepto que esta tortura parecía durar una eternidad.
Y luego levantó la cabeza y vio lo que había hecho que Lara se detuviera en
primer lugar.
181
—¡Lara! —Su boca estaba seca como un hueso—. ¿Pueden los camellos
aventajar a la tormenta?
—La tormenta necesita pelear esa batalla por nosotros —Iniciando a trotar,
Lara se dirigió hacia la pesadilla de viento y arena.
182
26
LaRa
La mayoría habría pensado que era un espejismo o una ilusión, pero ella
había vislumbrado un temblor verde a la distancia, un sexto sentido arraigado en
ella como resultado de una vida vivida en el desierto. Todo lo que tenían que hacer
era adentrase en la tormenta.
¿Qué les había ofrecido su padre? ¿Qué recompensa, qué riqueza, valía la
pena que cabalgaran hacia una muerte potencial para reclamar dos vidas?
Tal vez era el miedo a lo que su padre les haría si no lograban llevar de vuelta
las cabezas de ella y de Aren.
El rugido del viento era ensordecedor, su fuerza los azotaba desde un lado
y del otro, la arena raspaba su carne expuesta, sus ojos estaban en agonía pura
mientras sostenía la mano de Aren, arrastrándolo hacia adelante paso a paso.
La oscuridad cayó, y Lara cerró los ojos, subiendo el pañuelo para ocultar
completamente su rostro.
184
dónde era abajo.
Ahora había cosas más pesadas que solo arena en el aire, y gritó cuando una
piedra le cortó el hombro.
—¡Aren! —Buscó tan lejos como podía, girando en círculo sobre sus rodillas.
Pedazos de piedras la golpearon y le cortaron la ropa. Cortando también su carne—.
¡Aren!
Sus dedos rozaron una tela y Lara se abalanzó, encontrando su cuerpo caído.
Apretó los labios contra la tela de la bufanda de él a la altura que cubría su oreja.
A través de sus párpados, vio un relámpago, le dolieron los oídos por el boom
que le prosiguió. Entonces su nariz se llenó con el olor a humo.
Apenas era capaz de respirar, pero aun así se agarró con fuerza al abrigo
de Aren, para que ambos persiguieran el escurridizo olor que se arremolinaba y
bailaba a su alrededor.
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Sus dedos se atascaron contra algo duro. Tosiendo, Lara tanteo el objeto.
Piedra lisa. Ladrillos.
Aren se derrumbó.
—¡No! —gritó ella—. ¡No! —Luego, un ataque de tos hizo que hablar le fuera
imposible.
Un paso.
Luego otro.
Ahí.
Le ardían los ojos y, cada tres respiraciones, tosía, su boca estaba llena de
arena y demasiado seca como para escupir. Pero Aren, temía, estaba en peor estado.
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No se había movido de donde ella lo había dejado. Tosía casi continuamente,
pero era la deshidratación lo que más le preocupaba, porque podía matarlo. Lo
mataría si no le traía agua pronto.
Pero la tormenta podría durar horas. Días. Y los odres de agua atados a sus
costados estaban vacíos.
Necesitaba extraer agua del manantial, y tenía que hacerlo ya, con tormenta
o sin ella.
El único sentido que le quedaba era el tacto, Lara se movió con una lentitud
minuciosa, porque si se perdía no llegaría al manantial, y mucho menos a Aren,
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antes de que la tormenta la matara.
Continua. ¡Eres la maldita Reina de Iticana! ¡No serás derrotada por la arena!
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Entonces, el suelo colapsó debajo de ella.
Maldiciendo, recordó la última vez que una tormenta de arena había golpeado
el complejo, cómo habían tardado semanas en dragar1 el manantial; y otro mes más
antes de que fluyera normalmente. El agua sería potable, pero tendría que filtrarla.
Lara bebió todo lo que pudo sin ponerse enferma. Volvió a llenar su odre de
agua y también llenó el de Aren, asegurándose de que estuvieran bien sujetos a su
cinturón antes de regresar al sendero.
Esperando hasta que cesó su ataque de tos, le abrió la boca y vertió un poco
de agua antes de cerrarle la mandíbula hasta que tragó, repitiendo el proceso. En
la cuarta toma, él se atragantó y escupió. Soltándose de su agarre, rodó sobre su
costado.
—¿Aren?
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—Más agua —dijo con voz ronca, y Lara empujó el odre de agua en las
manos de él, escuchándolo tragar hasta que ella consideró que era suficiente, luego
se lo arrebató.
—Más.
—Un poco más y, simplemente, lo vomitarás —le dijo, bebiendo ella misma
del odre de agua—. Y no voy a volver a buscar más hasta que se calme la tormenta.
—¿Dónde estamos? —La voz de Aren estaba ronca—. ¿Qué es este lugar?
190
27
aREN
AREN CAMINABA POR el frío pasillo, escuchando los truenos del tifón de afuera,
el aire pesado por la humedad y la electricidad de los rayos. Tenía cientos de cosas
por hacer. Miles. Pero como el hierro a un imán, era atraído incluso de sus tareas
más importantes para encontrarla.
Boom.
Boom.
—¡Lara!
Más gritos.
—¡Lara!
Un relámpago destelló de nuevo, y por un momento, Aren pudo ver. Ver los
pisos y las paredes del palacio salpicadas de carmesí. Luego, una vez más, fue
lanzado a la oscuridad.
Boom.
192
El pánico corrió a través de él, y se arrancó la bufanda que envolvía su rostro,
sus nudillos rozando la suave textura de cabello.
Lara.
El ruido era increíble, tan intenso como el de cualquier tifón, el viento furioso
golpeando arena y sabrá Dios qué más contra los costados del pequeño edificio
de piedra. Los truenos hacían temblar el piso. A pesar de la puerta cerrada y la
falta total de ventanas; el polvo y la arena aún permanecían en el aire forzándolo
a ponerse de nuevo la bufanda sobre su nariz y boca, aunque odiaba la sofocante
sensación.
Lara había dicho poco luego de revelar que estaban en el complejo donde
había sido criada, ambos tan exhaustos que se habían quedado dormidos uno al
lado del otro, ella usando la camisa de él en lugar de su vestido mojado. Pero Aren
no había requerido ninguna explicación para darse cuenta de que le había salvado
la vida.
Lo último que recordaba era estar rodeado por una arenosa y sofocante
oscuridad, y luego nada; hasta que se había despertado cuando ella le vertía
agua en la boca. Lo que significaba que se las había arreglado para encontrar este
edificio y arrastrarlo al interior, y luego había vuelto a salir a buscar agua. Hazañas
que parecían imposibles, aunque ella había probado lo contrario, y le provocaban
admiración a regañadientes.
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habían puesto a ella y a sus hermanas durante su tiempo en este lugar, pero eso
no era todo.
Mentiroso, una pequeña voz susurró dentro de su cabeza. ¡Mírate! ¡Si ambos
no estuvieran medio muertos, probablemente estarías entre sus piernas!
La puerta estaba delineada por una débil luz y él la abrió, parpadeando ante
el brillo del sol de la mañana, viendo cómo la pared de arena y la tormenta se
movían de manera constante hacia al oeste. Completamente diferente a los tifones
que azotaban Iticana, pero no menos mortal.
Cerrando la puerta detrás de él, evaluó el lugar donde había crecido Lara.
Aren caminó entre los edificios que estaban manchados de hollín, algunas de
las puertas estaban destruidas o carbonizadas. Pero no sé detuvo a investigar, su
194
sed lo llevaba hacia adelante.
Curioso, Aren se acercó más, pero su pie se atoró con algo en la arena y
tropezó; casi cayéndose. Estirándose para desenredar su bota, su mano se congeló
al darse cuenta de lo que había pisado.
Un cuerpo disecado.
—¡Aren! —La voz de Lara llegó a sus oídos y él salió, parpadeando por el
brillo del sol—. Aren, ¿dónde estás?
Entonces la vio acercarse por el camino usando sólo su camisa y las botas. Se
movía con lentitud, todavía con una venda alrededor de los ojos. ¿Qué le pasaba?
—¡Aren! —Tenía los brazos extendidos, usando los costados de los edificios
195
para guiarse, pero su bota se encontró con una piedra y se tropezó y cayó. Se puso
de pie de nuevo rápidamente, pero por la forma en la que se bamboleaba, se dio
cuenta que estaba desorientada. Perdida—. ¿Estás bien?
—No mucho.
—Déjame echar un vistazo —No es que estuviera del todo seguro de cómo
ayudarla. Los ojos eran cosas delicadas, y mientras él era lo suficientemente hábil
con los huesos y suturando heridas, esto no era algo sobre lo que supiera mucho.
Pero al menos necesitaban ser enjuagados y él podía hacer eso—. Encontré la cocina
mientras exploraba. Debería tener lo que necesitamos para limpiarte.
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agua por la tela hasta que salió limpia, luego la hirvió en la estufa y dejó la olla a
un lado para que se enfriara.
—Una vez me dijiste que tu padre asesinó a todos los que sabían de sus
planes. ¿Es aquí donde ocurrió?
—Sí.
—No —Su era voz inexpresiva—. Pero tampoco hice algo para salvarlos.
Lara suspiró.
—Mi padre vino con su gente para recuperar a la chica que Serin había
escogido para que se casara contigo, la cual era mi hermana, Marylyn.
—¿Por qué?
197
—No lo sé —Una mentira. Había habido consuelo en su creencia de que Lara
no era el tipo de persona que se arriesgaba así misma en un intento de rescate.
Silas se había llevado eso—. ¿Por qué no le dijiste a tus hermanas y luego huyeron?
Con su entrenamiento, habría sido sencillo.
—Sí, pero también habría significado que pasaríamos toda nuestra vida
huyendo a no ser que matáramos también a nuestro padre y a su gente, que era un
gran riesgo. Además...—Se interrumpió, dando una ligera sacudida de cabeza—.
En aquel entonces, todas aún creíamos lo que nos habían dicho sobre la maldad de
Iticana y el sufrimiento de Maridrina. El irnos habría significado abandonar la que
creía era la única oportunidad de sanación de mi país, y no podía aceptarlo—Su
rostro se contrajo—. Ahora parece tan estúpido haber creído eso, pero supongo que
es difícil imaginarse ciego cuando se puede ver.
Ese era el motivo por el cual Silas las había mantenido ocultas. No para
protegerlas de ser asesinadas, sino para evitar que sus hijas descubrieran la verdad.
—¿Por qué tú? Podrías haber fingido tu muerte y la de tus hermanas y dejar
que Marilyn siguiera como la elegida de tu padre.
—Pon la cabeza sobre la mesa —le dijo, enrollando un vestido de seda para
hacer una almohada que puso debajo de su mejilla—. Esto va a doler.
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¿Se habría enamorado de alguna de sus hermanas si hubieran sido las que
vinieran? ¿Habría cometido los mismos errores?
Tal vez, pero no lo creía. Había algo sobre ella. Algo que le había hablado a
su alma de una forma que ninguna otra mujer que había conocido lo había hecho.
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LaRa
PUEDE QUE EL complejo les haya salvado la vida, pero no era su salvación. No
cuando no había comida. Y no cuando más de los soldados de su padre estarían en
camino para asegurarse de que ella y Aren estuvieran muertos. Lo que significaba
que el mayor desafío estaba delante de ellos: cómo salir con vida del Desierto Rojo.
—Encuentra cualquier cosa con la que se pueda llevar agua —le dijo a Aren—
. Y todo lo que sea comestible, aunque dudo que haya mucho.
Aren tiró los suministros que había reunido en el piso cerca del manantial,
en el cual Lara había estado usando una pala para excavar, su vestido empapado
de sudor por el esfuerzo. Era malditamente caluroso, pero necesitaban agua limpia
más de lo que ella necesitaba bañarse y era una actividad que era capaz de hacer con
los ojos cerrados. Qué, dada la forma en la que aún le escocían, era una bendición.
—¡Sal! —Chilló ella, forzándose a abrir los párpados, el horror por lo que él
estaba haciendo peor que el dolor—. ¡Está prohibido! —Ignorando cómo la miraba
mientras se salía, Lara levantó la mano, alzando un dedo a la vez mientras decía—:
Los animales no tienen permitido beber directamente para que no contaminen el
agua. Sólo recipientes limpios serán usados, preferiblemente de plata u oro. ¡Y
ningún maldito baño!
—¿Qué tal si no quiero beber el agua que ha remojado tus pies sudorosos?
201
discusión.
—La costa estará muy vigilada. Los soldados de mi padre estarán vigilando
el desierto en caso de que aparezcamos.
Sus ojos exigían ser cerrados, pero Lara ignoró el dolor mientras Aren se
quitaba la camisa y la tiraba a un lado. Luego levantó una mano para sombrear su
rostro mientras escaneaba el desierto que los rodeaba. Tenía una nueva cicatriz a lo
largo de las costillas y otra justo encima del codo, y ella se encontró examinándolo
para ver si había otros cambios en el cuerpo que conocía tan bien. Estaba más
delgado de lo que había estado, el cautiverio había socavado algo de su masa
muscular, aunque no hizo nada para restarle valor a su atractivo. Aren se dio la
vuelta, y ella cerró los ojos de nuevo antes de que la atrapara mirándolo.
—No hay manera de que esos soldados sobrevivieran a esa tormenta —le
dijo—. Y cuando no regresen, tu padre asumirá que estamos tan muertos como
ellos.
Resopló.
—Tal vez.
—Y sólo porque el grupo esté muerto no significa que no vendrán más —dijo
Lara—. Serin sospechará que intenté llegar aquí. No dejará nada al azar.
202
llevaron todas cuando huyeron, y no me gusta mucho la idea de ir mano a mano
con más de dos docenas de soldados entrenados.
Una gota de sudor rodó dentro de los rasguños alrededor de su ojo y Lara
hizo una mueca, reprimiendo las ganas de quitarse el dolor frotándose.
Silencio.
Lara volvió a excavar arena, negándose a abrir los ojos y mirarlo, porque ya
podía sentir su juicio. Ya sabía las palabras que saldrían de sus labios aun cuando
tomaba el aire que necesitaba para formarlas.
Ella era una sobreviviente, y para ser una a menudo se necesitaba ser cruel.
Era extraño pensar que una vez había creído que él era un hombre cruel y
despiadado, completamente desprovisto de compasión. Que había pasado casi toda
su vida convencida de que cada iticano era igual.
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norte en los talones de aquella tormenta, lo que significa que si los dejamos vivos,
sólo será cuestión de días hasta que lleguen a las afueras del Desierto Rojo. Donde
sin duda se encontrarán con los soldados de mi padre, quienes los interrogarán
extensivamente. Justo ahora, tenemos la ventaja de que mi padre no está seguro de
si estamos vivos, lo que perdemos tan pronto como esos comerciantes describan ser
abordados por un par que tiene nuestra descripción.
—Soy consciente de ello —El tono de Aren era frío—. Pero tendremos
demasiada ventaja como para que nos atrapen en el desierto.
—Pero no la suficiente como para que los jinetes rápidos, capaces de cambiar
monturas todos los días, no sean capaces de llegar antes a Valcota e interceptarnos
en el lado opuesto.
—¿Crees que quiero matar personas? ¿Que lo disfruto? —Abriendo los ojos,
caminó sobre la pila de arena y cerró la distancia entre ellos, sus manos cerradas
en puños—. No estoy intentando salvarme. Estoy intentando salvarte a ti porque
eres la única persona capaz de asegurar una alianza con Valcotta.
Él apartó la mirada.
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Señaló a la isla, llena de huesos de sirvientes y músicos por los que no había hecho
nada para proteger—. Y eso me atormenta, pero no significa que no lo haría de
nuevo, porque la alternativa era la vida de mis hermanas. Sólo porque una decisión
es difícil no significa que no la tomas —Hizo una pausa y luego le preguntó—.
¿Entonces, cuál será? ¿Un puñado de comerciantes o cada maldita alma en Eranahl?
¡Elige!
—¡Escóndete!
¡Concéntrate, tonta!
205
Pero no había nada. Nada más que el único individuo cuyo camello ahora bebía
agua del manantial. Una muerte fácil.
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29
aREN
Todavía llevaba una brida y una silla de montar, esta última sentada sobre
adornos en colores maridrianos, pero lo que más interesaba a Aren era el hombre
muerto colgando boca abajo junto al camello, un pie enredado en una parte de la
silla.
—Supongo que nadie le explicó las reglas sobre el agua al camello —Se
dirigió hacia el par.
—No lo creo —O al menos, eso era lo que su instinto, junto con años de
experiencia de repeler asaltantes, le estaba diciendo.
El camello se movió hacia un lado cuando Aren alcanzó las riendas colgando,
haciendo un ruido horrible antes de chasquear sus dientes amarillos hacia él.
—No lo molestes mientras está bebiendo —Lara se fue a parar junto a él, arma
todavía en mano. Con el ceño fruncido, desenganchó el pie del soldado muerto, el
hombre cayendo al suelo con un ruido sordo.
Aren arrastró el cadáver fuera del alcance de los cascos del camello, luego se
agachó para examinarlo. El cuerpo del soldado estaba maltratado por ser arrastrado,
la piel restregada por la arena y tormentas, pero Aren determinó que había estado
muerto por menos de un día. Lo que significaba que era muy probable que fuera
uno de sus perseguidores. Y con suerte eso significaba que el resto de ellos estaban
muertos.
Lara quitó la silla del animal y la dejó caer junto a Aren, dejándolo desabrochar
las hebillas de las alforjas y extraer el contenido. Carnes secas, frutas y nueces.
No mucho, pero bastaría para mantenerlos durante unos días. Posiblemente una
semana.
También había lonas y cuerdas para una carpa, los postes faltantes fácilmente
reemplazables. Dos odres de agua, que añadió a la pila, y en el fondo de la alforja,
un frasco que estaba lleno de whisky.
—Parece bueno —Lara soltó la pezuña trasera del camello, que había estado
inspeccionando, y le dio al animal una palmadita en el cuarto trasero—. ¿Las bolsas
tienen lo que necesitamos?
208
30
LaRa
EN LUGAR DE seguir su propio consejo, Lara dejó a Aren dormido en una de las
camas, incapaz de resistir seguir explorando el lugar que una vez había sido tanto
su prisión como su hogar.
Una brillante moneda de plata que Sarhina había encontrado y le había dado,
la
Esos los hojeó, sonriendo con algunos, su corazón rompiéndose con otros,
porque muchos de sus maestros habían sido crueles en su tutela. El nombre de
Serin estaba notablemente ausente, ninguna de las chicas lo suficientemente
valientes como para escribir algo crítico sobre él. Siempre había sido demasiado
bueno descubriéndolas.
Su madre se lo había dado. Lara tenía solo unos pocos recuerdos de la mujer,
pero uno de ellos había sido de ella abrochando este collar alrededor del cuello de
Lara. Ella había estado usándolo cuando los soldados de su padre se la llevaron, y
lo había escondido todos estos años, su más preciada posesión. Prueba de que en
210
algún momento, había sido amada.
—¿Estás bien?
—Astuta.
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ustedes.
Lara sintió que la sangre se le escapaba de la cara, y miró hacia otro lado.
—Nosotras doce no fuimos las únicas chicas que fueron traídas al recinto.
Éramos veinte. Dos murieron por enfermedad. Cuatro murieron en entrenamiento
de combate y una en un accidente. Pero una... Su nombre era Alina, y se negó
a jugar los juegos de Serin. Se rehusó una y otra vez. Entonces una noche, ella
desapareció —Lara tragó saliva—. No creo que haya escapado.
Un dolor sordo se formó en el estómago de Lara. Por el dolor que Aren había
soportado, y también porque Serin había sido capaz de utilizarla en su contra.
—¿Es inteligente?
—Sí. Pero él es... difícil de descifrar. Afirma que solo quiere la corona porque
la alternativa es una tumba junto a sus hermanos, pero no estoy convencido. Tu
padre lo detesta por no encajar en el molde que tiene en mente de un heredero, pero
212
Keris lo provoca en lugar de complacerlo —Frunciendo el ceño, miró fijamente el
suelo de piedra agrietado bajo sus pies—. Está dispuesto a arriesgar su vida para
mantenerse dentro de ciertos principios, pero habla de él mismo como si fuera un
cobarde. No tiene sentido para mí.
—Creo que es más complejo que eso —respondió, luego metió la mano en su
caja de tesoros y sacó el último artículo—. ¿Qué es esto?
—Veneno.
—La mayoría de las chicas guardan cartas de amor en sus cajas de tesoros,
pero tú guardas armas homicidas.
—Es lo que usé para fingir la muerte de mis hermanas, es mi propio brebaje.
Más de unas pocas gotas y estás muerto, así que ten en cuenta que no debes meter
tus pies en mi agua potable de nuevo.
—Anotado.
213
31
LaRa
Si hubieran podido seguir con su plan y viajar por la costa, él habría estado
bien, o lo suficientemente cerca de eso como para no causar preocupación, pero
el Desierto Rojo era un viaje completamente diferente. Una bestia completamente
diferente.
Aren conocía el calor, pero no así. Y dudaba que alguna vez hubiera pasado
más de unas pocas horas sin agua. ¿Por qué tendría que hacerlo cuando los cielos
de Iticana proporcionaban más de lo que uno podía beber? Incluso la verdadera
hambre era una extraña para él, porque las islas estaban llenas de cosas para
comer si uno sabía dónde buscar, razón por la cual su gente sobrevivía incluso
aislada del puente como estaba.
Pensar en los Iticanos hizo que Lara rechinara los dientes de frustración. Ella
y Aren estaban retrasados, lo cual no era algo que pudieran permitirse. La temporada
de calma, lo que una vez habían sido las Mareas de Contienda, pronto comenzaría,
lo que significaba que tenían poco tiempo para conseguir la ayuda de Valcotta para
expulsar a Maridrina. Cualquier otro retraso y perderían la oportunidad, ya que
un ataque durante la temporada de tormentas sería imposible. Incluso si su padre
perdía el apoyo de la armada amaridiana, seguiría siendo casi imposible para los
de Eranahl sobrevivir a otra temporada de tormentas sin el puente.
Aren eligió ese momento para tropezar, casi caer, y el corazón de Lara se
hundió. Tirando de la correa del camello hasta que se detuvo, dijo—: Sube y monta
un poco.
Aren no se llevaba bien con el camello, al que ella había bautizado como
Jack, ambos lanzándose miradas oscuras el uno al otro cuando pensaban que el
otro no estaba mirando. Ella lo había convencido de montar una vez antes, pero
mientras Aren todavía se estaba enderezando en la silla, Jack se había levantado,
215
enviando a Aren a caer de cabeza en la arena. Decir que se había tomado mal el
incidente sería quedarse corto.
—El oasis de Jerin está a solo unas horas de aquí. Si vamos a entrar y salir
sin ser atrapados, necesitas no tropezar con tus propias botas.
—Jack ha pasado una semana sin beber. Necesita un poco de agua —Una
mentira, dado que el animal podría pasar fácilmente otra semana sin agua, incluso
con este calor. Pero Aren no lo sabía—. Así que, a menos que quieras ceder tu parte,
tenemos que parar.
—Es probable que haya cerca de cien personas en Jerin, por lo que matar a
todos para mantenerlos en silencio no es una opción. El sigilo lo es. Pero ahora
mismo no podrías escabullirte por una taberna harendeliana llena de borrachos.
216
Que le permitiera atarlo a la silla era testimonio de su cansancio, pero Lara
no dijo nada mientras completaba el trabajo, empujando a Jack para que se pusiera
de pie y guiándolo hacia adelante.
Gimiendo, Jack tiró de la correa, tratando de que ella se moviera más rápido.
Deteniendo al animal, le ató las patas para que solo pudiera moverse a paso
lento. Se quitó todos los odres de agua vacíos y se los echó por encima del hombro.
SOLO LE TOMÓ una hora más o menos llegar al puesto de comercio que rodeaba el
pequeño lago, la luz brillante de la lámpara haciendo que el puesto de avanzada
brillara como el borde ardiente de un sol eclipsado.
Agachada detrás del borde de una duna, Lara examinó los edificios. Eran
estructuras de piedra, casi sin ventanas, como las del recinto donde se había criado.
Campanas hechas de vidrio de colores colgaban de las líneas del techo, llenando
el aire con una música suave, y en la arboleda bien iluminada entre los edificios
y el agua, paneles de seda de colores colgaban de las ramas. Era la influencia de
Valcotta, la frontera entre las dos naciones tan indefinida aquí como lo era a lo
largo de la costa, aunque mucho menos disputada. A ninguna nación le importaban
mucho unas pocas millas de arena, o al menos, no lo suficiente como para marchar
con un ejército al desierto para luchar por ella. Como tal, Jerin era un puesto de
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avanzada de ambas naciones o ninguna, dependiendo de a quién le preguntaras.
—¿De qué se trata todo ese alboroto, malditas criaturas? ¡Regresen aquí!
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privadas de quienes establecían permanentemente su hogar en el oasis. Había varios
establecimientos que ofrecían comida, bebida y entretenimiento, una herrería,
una serie de establos y varios edificios bien iluminados que parecían brindar los
servicios necesarios a quienes cruzaban el desierto de un lado a otro.
El fuego era la elección obvia, pero como si estuviera sentado a su lado, Lara
sintió el juicio de Aren ante la idea de destruir los hogares o los medios de vida de
las personas por una distracción. Con el ceño fruncido, Lara consideró sus opciones
mientras miraba a un grupo de camellos atados en las afueras de la ciudad, con
las espaldas cargadas de bienes y suministros, y un solo niño vigilándolos. Pero
solo había espacio abierto a su alrededor, por lo que era casi imposible acercarse
sigilosamente a los animales.
219
la parrilla. Desenvainando su espada, Lara sostuvo la punta de la hoja, esperando.
Cuando la mujer volvió a entrar, se inclinó sobre el borde, enganchó la empuñadura
de la espada debajo de una de las brochetas y la deslizó hacia arriba hasta asegurar
la carne. Luego lo levantó con cuidado y se escabulló hacia la parte trasera de la
casa.
Los perros echaron a correr tras el premio, los camellos levantaron la cabeza
alarmados mientras los animales corrían hacia ellos, el aire llenándose con sus
fuertes bramidos.
220
y más voces se unieron a la refriega, el incidente inclinando la frágil paz entre la
gente de las dos naciones, y pronto los puños comenzaron a volar. Llegó más gente
corriendo de todas las direcciones, y Lara hizo una mueca al darse cuenta de que el
fuego podría haber causado menos daño que la pelea que había instigado.
Lara se unió a los que gritaban y corrían hacia el altercado, que era en el
mercado. Los camellos habían derribado varios puestos, y había más de una docena
de hombres alborotados sumándose al caos.
Todo lo que tenía que hacer ahora era salir de la ciudad, interceptar a Aren
y Jack, y luego...
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aREN
AREN SE DESPERTÓ sobresaltado, con las manos luchando por agarrarse mientras
se deslizaba hacia los lados. Sus dedos se aferraron al cuello del camello, su cabeza
nadaba con mareos mientras se enderezaba con cuidado en la silla. A la que estaba
atado.
Sin respuesta.
—No quieres dejarla atrás —dijo Aren, tirando de nuevo de las riendas—. Le
gustas. A mí no.
Rindiéndose, Aren soltó las riendas y comenzó a desatar los nudos que
ataban sus piernas a la silla de montar, lo único que le había impedido caer del
todo. Deslizándose hasta el suelo, clavó los talones, tirando del camello a la fuerza
para detenerlo. Fue solo entonces que notó las ataduras alrededor de las patas
delanteras de Jack.
El borde del sol apareció en el este, subiendo más y más alto, pero Lara no
regresó. Aren bebió profundamente de uno de los odres de agua y se secó el sudor
de la frente mientras escudriñaba el horizonte en busca de movimiento.
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Jack expresó su disgusto por la demora, el ruido haciendo eco sobre las dunas
vacías.
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33
LaRa
1 Dispositivo utilizado anteriormente para castigar públicamente a los infractores. Consiste en un marco de
madera con agujeros en los que se colocaban la cabeza y las manos del infractor.
desnuda porque, por supuesto, no le habían permitido quedarse con su ropa. Le
habían quitado todo, ni siquiera le habían dejado lo suficiente para mantenerla
decente.
—Bésame el trasero —gruñó ella, pero él solo se rio y abofeteó a dicho culo,
la piel, no acostumbrada a la exposición al sol, ya muy quemada.
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Levantando la cabeza, Lara entrecerró los ojos contra la luz brillante,
mirando al camello solitario que se acercaba al pueblo. El hombre que lo montaba
se balanceaba en la silla, una mano sujetaba las riendas, la otra sujetaba una
petaca, el metal brillando al sol. Cabalgando hacia la plaza del mercado, tiró de las
riendas, el camello se detuvo justo cuando el hombre terminó su canción.
—¡Maldita seas, maldita bestia! —le gritó Aren a Jack—. ¡Te moviste! —
Luego se llevó la petaca a los labios, aparentemente la encontró vacía y la tiró a un
lado—. ¡Necesito una bebida! ¡Que alguien me venda una bebida!
—Amigo mío, amigo mío, ¿cómo es que has venido a nosotros solo y en tal
estado? ¿Qué te ha pasado?
Lara vio cómo Aren colocaba su cabeza en sus manos, su mandíbula cayendo
mientras él gemía abruptamente.
Lara hizo todo lo que pudo para no poner los ojos en blanco. Claramente,
Aren la había notado en la picota, el comentario tanto para ella como para el
comerciante.
—El desierto es una mujer voluble, amigo mío —El comerciante le dio una
palmada en el hombro a Aren—. ¿Cómo es que sobreviviste?
Aren se secó los ojos. —La fortuna claramente deseaba que yo viviera con
mis errores en lugar de descansar en la ignorancia en el sueño eterno —Luego, su
mirada se posó en la botella en las manos del comerciante—. Si eres un verdadero
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amigo, me ayudarás a ahogar mis penas.
—Por supuesto, por supuesto —El hombre extrajo una taza y sirvió una
medida, entregándosela a Aren, quien la bebió de un trago y la sostuvo para más.
Pero el comerciante cacareaba tristemente.
Eso era mentira. Lara sabía que Aren tenía oro y plata en los bolsillos porque
se lo había dado en caso de que se separaran. Era más que suficiente para pagar el
alojamiento y los suministros y para que Jack bebiera hasta saciarse. ¿Qué estaba
tramando?
Excepto que Aren no era tonto. Sabía que necesitaban a Jack, lo que significaba
que tenía un plan. Era solo que su mente horneada por el sol era demasiado lenta
para descifrarlo.
—Pero lo necesito —se quejó—. ¿De qué otra manera voy a llegar a Valcotta?
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—Quizás realmente podamos ayudarnos el uno al otro, amigo mío. ¿Qué te
parece si te unes a nuestro grupo cuando nos vayamos esta noche? Tu bestia puede
llevar una parte de mis bienes y, a cambio, te sacaremos seguro de las arenas.
Sin embargo, incluso desde una docena de metros de distancia, Lara pudo
ver el brillo en sus ojos que sugería que esta era exactamente la oferta que el rey
de Iticana había planeado extraer del comerciante. Y a Lara se le heló la sangre. Si
iba con ellos, no la necesitaría; los hombres eran más que capaces de cumplir su
promesa, y el camello valía el precio de sus servicios y más.
No la dejaría. No podía. Pero una voz dentro de su cabeza susurró: ¿Por qué
no debería irse? Ayudarte sería un riesgo, y él no te debe nada.
Pero tal vez solo había visto lo que quería ver. Lo que esperaba. O tal vez
él solo había estado fingiendo. De cualquier manera, parecía que Aren planeaba
dejarla aquí para morir.
La barbilla de Lara tembló mientras luchaba por no sollozar, luego apretó los
dientes con fuerza. Ella era una reina. Una guerrera. Pero más que eso, ella era la
cucarachita.
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Las horas se alargaron, el sol moviéndose lentamente por el cielo, el único
respiro de su calor abrasador era la sombra proyectada por la picota. Lara mantuvo
la cabeza baja, el cabello ocultando su rostro, sus manos curvadas lo más posible
debajo de sus muñecas para protegerlas del sol. Con las rodillas y los dedos de los
pies, cavó lentamente en el suelo, cubriendo la parte inferior de sus piernas con
arena mientras mantenía sus muslos bajo la sombra de su torso.
Pero no había nada que pudiera hacer para proteger su espalda o su trasero,
su piel expuesta ya estaba quemada hasta el punto de ampollar. Más cicatrices para
agregar a su colección.
Como un reloj, el grandullón le trajo agua, que Lara bebió con avidez mientras
contemplaba cómo lo mataría una vez que fuera liberada. No importaba que todavía
no tuviera ni idea de cómo escapar de la picota.
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se toman el robo muy en serio.
—Aren…
Cuando el sol era poco más que una astilla de naranja brillante, Aren, el
comerciante y el resto de su grupo se levantaron, riendo y dando palmadas en los
hombros a sus compañeros de bebida mientras se despedían. Aren se tambaleaba
sobre sus pies.
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alimentarla cuidadosamente con un poco de pan, trozo por trozo.
Lara le enseñó los dientes, pero él solo se rio entre dientes y se enderezó.
Mientras lo hacía, se balanceó borracho, recargando su peso contra la picota. El
marco de madera gimió y se movió, pero él no pareció darse cuenta, más decidido
a aumentar los charcos de orina a su alrededor.
Lara esperó hasta que se reunió con sus compañeros. Y luego sonrió.
232
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—La costa —Uno de los mozos de cuadra le entregó las riendas de Jack a
Aren. El camello levantó un labio como si fuera a morder antes de decidir que Aren
no valía la pena el esfuerzo—. Ya he tenido suficiente arena.
Aren hizo todo lo que pudo para no poner los ojos en blanco ante la obviedad
de la estratagema del hombre, pero respondió—: Mi familia está en Harendell,
gracias a Dios. Tendré tiempo para pensar en una forma de explicar que perdí todo
su dinero —Eructó ruidosamente—. Podría tomarme mi tiempo, luego usar las
tormentas como una excusa para no volver por un año.
—Estás muy serio, James —La voz de Timin irrumpió en los pensamientos
de Aren.
El comerciante intentó pasarle una botella a Aren, pero levantó las manos.
—Ya has sido más que generoso con la oferta que has hecho por mi camello. No
podría tomar más.
234
mientras Aren fingía beber, vertiendo subrepticiamente el contenido en la arena de
vez en cuando. Se tambaleaba con frecuencia, chocando con el poco divertido Jack.
Pero estaba sobrio como una piedra cuando escuchó la espada ser
desenvainada detrás de él.
Aren se volvió y miró a Timin, que sostenía un cuchillo largo y sus dos
compañeros lo flanqueaban. El más joven estaba a cierta distancia sujetando las
correas de los camellos, con expresión aterrorizada.
—Y yo aquí pensando que éramos amigos —Aren soltó la correa de Jack pero
permaneció de pie.
Los tres hombres se rieron y Timin dijo—: Solo es un robo si la persona que
sufre la pérdida está viva para denunciar el crimen.
Más alto y más fuerte, atrapó al niño con facilidad y lo derribó en la arena.
—Por favor —Lloró el niño—. Por favor, ten compasión. No sabía lo que
pretendían hacer.
235
— No voy a matarte, pero me temo que necesito mantenerte callado hasta
que esté bien encaminado.
Amordazando al niño, luego atándole las muñecas a los tobillos, Aren lo dejó
cerca de los camellos, a quienes ató las patas delanteras y luego clavó la atadura
en el suelo. Entonces, un gemido de dolor llamó su atención.
—Estamos demasiado lejos para que nadie nos escuche —Aren se arrodilló
junto al moribundo—. Pero ya lo sabías, ¿no?
—¿Quién eres tú? —Las palabras de Timin eran tensas—. ¿Qué clase de
demonio eres?
236
35
LaRa
Hacia atrás.
A la izquierda.
A la derecha.
Hacia atrás.
Hubo gritos de alarma, luego dos hombres más se cayeron a un lado de sus
sillas, mostrando los mismos síntomas.
238
Esta era su oportunidad.
Poniendo sus piernas debajo de ella, Lara se empujó, sus pies escarbando
la arena. Su espalda gritaba en agonía, pero lentamente, la picota se volcó hacia
adelante, tirándola con ella. Intentó disminuir la caída del marco, pero fue inútil.
Su cuerpo se lanzó hacia arriba, su trasero en el aire mientras la punta de su cabeza
se golpeaba con la arena lo suficientemente duro como para hacerla ver estrellas.
La abertura que se cerraba alrededor de su cuello golpeó su barbilla, presionándole
fuertemente la garganta. Pero había escuchado el pestillo abrirse.
Metiendo un dedo del pie en uno de los huecos en el piso, Lara tiró, los
huesos de su muñeca aplastándose contra la madera, los músculos temblando.
—Esa no fue tu maniobra más elegante —siseó una voz conocida, luego unas
manos le sostenían los brazos, poniéndola de pie—. Tienes suerte de no haberte
roto el maldito cuello.
Aren.
239
escuchó los gritos de alarma mientras sus captores se daban cuenta de que se había
escapado.
—Por aquí.
Aren la guio hasta el agua, pero no fue hasta que estaban sobre las piedras
que pavimentaban la orilla que se dio cuenta lo que intentaba hacer.
—¡Está prohibido!
El agua estaba más cálida que el aire a su alrededor, casi como un baño
mientras Aren la llevaba más profundo en el lago, las profundidades se levantaban
hasta sus caderas y luego hasta su cintura, pero cuando se profundizó en el siguiente
paso, ella retrocedió.
La cabeza le daba vueltas a Lara, los pequeños sorbos de agua que tomaba
no hacían nada para calmar su creciente náusea. Tenía los brazos acalambrados,
el esfuerzo de sostenerse a Aren estaba casi más allá de su capacidad. El cuerpo le
temblaba, y tomó respiraciones profundas para calmar a su acelerado corazón, pero
no ayudó en nada.
240
frente a él, donde le sostuvo la cintura. Su piel quemada gritó por el contacto, y se
tragó un quejido.
—Tranquila —murmuró él, sosteniéndola bajo los brazos para darle más
apoyo, cuidadoso de no tocarla donde le dolería—. Estarás bien.
— Lara... —Su mano acunó su mejilla y le movió el rostro para que lo mirara a
los ojos, aunque estaba muy oscuro como para ver más que sombras. Su aliento era
cálido contra sus labios, y escuchó como éste se aceleraba mientras ella apretaba
las piernas a su alrededor, enredando los dedos en su cabello.
Luego sus labios acariciaron los de ella, y se sintió como si todo desapareciera.
Como si no hubiera nada en todo el mundo más que ellos dos. Se estremeció,
empujándose más cerca contra él, hasta que él susurró—: Lara, no importa dónde
estés en el mundo, si me necesitas, vendré por ti. Por favor, tienes que saberlo.
241
Se mantuvieron en silencio, escondiéndose en el agua hasta que los buscadores
se alejaron de la orilla, entonces Aren empezó a avanzar hasta el pequeño risco
donde chorreaba la diminuta cascada que llenaba el lago. Alcanzando la orilla, la
mantuvo estable hasta que logró agarrarse a las piedras.
—Ve.
—Te tengo —le dijo Aren en el oído mientras la alzaba—. Vas a estar bien.
La sangre rugió en sus oídos, las estrellas en el cielo giraron, luego todo el
mundo se oscureció.
242
36
aREN
Los camellos, el niño y los cadáveres estaban donde los había dejado. Los ojos
del chico se agrandaron cuando aterrizaron en Lara, quien permanecía inconsciente.
—Mira para otro lado —le gruñó Aren antes de dejar a su esposa desnuda
sobre la arena. Encendiendo el brillo de la linterna, hizo una mueca al ver su espalda
y hombros quemados por el sol. Ella estaba febrilmente caliente al tacto, tanto su
respiración como su pulso eran mucho más rápidos de lo que deberían ser.
Buscando en los paquetes de los camellos, Aren encontró la bolsa del niño,
que contenía un conjunto de ropa de repuesto que le quedaría a Lara. Ella gimió
cuando él le puso las prendas, tratando de acurrucarse sobre sí misma. La tarea le
llevó más tiempo del que le importaba. Después de despojar a Jack de los bienes del
comerciante, colocó a Lara sobre el lomo del camello, usando trozos de tela en lugar
de una cuerda gruesa para atarla a la silla. Luego se volvió hacia el chico.
Ajustando las ataduras del chico para que le fuera posible gatear, Aren señaló
hacia el oasis.
—Si empiezas ahora, es posible que lo consigas antes de que salga el sol.
Verificando que los animales todavía estaban asegurados entre sí, Aren tomó
la correa de Jack y luego lo empujó con el palo para que él y los demás se pusieran
de pie.
LARA ESTUVO ENFERMA durante días, apenas podía retener la comida y estaba
demasiado cansada para hacer algo más que desplomarse en la silla de Jack. La piel
de su espalda se llenó de ampollas, y donde no lo hizo, estaba de un rojo lívido.
Su mandíbula se cerraba por el dolor cada vez que él le aplicaba el ungüento que
había encontrado en uno de los paquetes de los camellos. La mayoría de las veces
estaba inconsciente, murmurando y gritando en sueños, aunque él no podía decir
si era por viejos terrores o por nuevos. Sin embargo, Aren no tuvo más remedio que
marcar un paso agotador a través de las dunas rojas, cabalgando durante la noche
y el día hasta que el calor se volvía insoportable.
244
Solo cuando llegaron al borde del desierto y a las colinas de Valcotta, se
recuperó. Y la vista de ella caminando a grandes zancadas junto a él, con la
espada ceñida a su cintura, era más bienvenida que los gorgoteantes arroyos de
preciosa agua que aparecieron. Con el regreso de su salud, la mente de Aren tuvo la
oportunidad de volver a pensamientos más allá de la supervivencia.
Lara puso los ojos en blanco, luego se puso a cuidar de los camellos, su voz
era suave mientras deslizaba bolsas llenas de grano sobre sus narices para que
pudieran comer. Mechones de su cabello se habían soltado de su trenza, y volaban
con la suave brisa, el sol de la tarde brillando sobre ellos. Comenzó a descargar la
tienda de la espalda de un camello, pero Aren la agarró por la muñeca.
—Yo lo haré.
—Sé que lo estás. Y sé que puedes hacerlo tú misma. Pero déjame hacerlo por
ti de todos modos.
—Como quieras.
245
No debería haberlo hecho, Aren lo sabía. Se dijo a sí mismo que era porque
había estado aterrorizado de que ella se estuviera muriendo en sus brazos. Que no
fue más que un casto roce de labios. Que no significaba nada.
Excepto que significaba todo, porque ese beso había hecho añicos las paredes
tambaleantes que había construido contra ella en su corazón, y sabía que si ella lo
quería, si lo ofrecía, lo que vendría después sería cualquier cosa menos casto.
Después de poner una olla a hervir, sacó un saco de lentejas y lo que quedaba
de la fruta seca, y luego se sentó frente a su esposa frente al fuego.
—El dolor era mejor —Lara se levantó la camisa para rascarse la espalda
descamada—. Nunca he sentido más maldita picazón en toda mi vida.
—Idiota —Sacó una pastilla de jabón de uno de los paquetes—. Voy a darme
un baño mientras cocinas. Podrías considerar hacer lo mismo en algún momento,
hueles a camello.
—¿El culo que se está pelando como el chico de un barco con un saco de
patatas?
246
Girándose, levantó lentamente su dedo medio, dándole una mirada penetrante
antes de volverse hacia el agua.
¿Qué estás haciendo? Se preguntó en silencio. ¿Por qué estás actuando como
si todo estuviera bien entre ustedes cuando no podría estar peor?
Vertió las lentejas en la olla, luego tomó una cuchara para revolverlas,
tratando de concentrarse en la tarea que tenía entre manos.
¿Cuándo?
247
Clavándose las uñas en las palmas de las manos, Aren luchó contra el
impulso de ir hacia ella. De quitarle ese último trozo de ropa de los muslos para
poder saborearla. Hacerla perder el control y gritar su nombre, su cuerpo temblando
debajo de él, sus dedos enredados en su cabello mientras él se enterraba dentro de
ella.
Ella era todo. Mente, cuerpo y alma, ella era todo lo que él quería. Todo lo
que necesitaba. La reina que Iticana necesitaba.
Pero gracias a Silas y su codicia, ella era todo lo que Aren no podía tener.
Aren se volvió hacia las lentejas, con las manos en puños. Quería golpear
algo. Quería enfurecerse. No era justo. No era jodidamente justo.
Ella se acercó a él, con el olor limpio del jabón flotando delante de ella.
—¿Estás bien?
—Estoy bien.
Sintió sus ojos sobre él, la sintió considerando qué hacer. Qué decir. Y todo
lo que él quería era suplicarle que lo rompiera. Porque solo haría falta un toque de
ella, una palabra, y su fuerza de voluntad se rompería.
Pero en lugar de eso, dijo—: Cuando volví a Eranahl, la única razón por la
que no me mataron fue porque Ahnna no se los permitió. Y la única razón por la
que ella no me mató personalmente fue porque quería rescatarte más de lo que
quería verme muerta.
Aren respiró hondo y se volvió. Lara estaba de pie con un trozo de tela
envuelto alrededor de su cuerpo, la pastilla de jabón en la mano.
248
iticanos que se supone nos encontrarán allí. Y luego me voy a ir.
—Lara…
—Te amo, Aren —Sus ojos brillaban—. Pero se acabó entre nosotros. Tiene
que acabarse, y ambos lo sabemos. Fingir lo contrario solo empeorará las cosas
cuando me vaya.
Ella tenía razón, y él lo sabía. Pero en su corazón, sabía que incluso si nunca
la volvía a ver por el resto de su vida, nunca terminaría.
249
37
LaRa
Llevaban casi un mes de retraso, el número de semanas que Aren tenia para
convencer a la emperatriz de Valcota de una alianza reducido a unos días.
A pesar de la lujuria desnuda que vio en sus ojos, lujuria que ella provocó
voluntariamente en sus momentos más débiles, Aren tomó sus palabras en serio y
ni una sola vez estuvo cerca de ceder al calor entre ellos. Calor que, a pesar de lo
que ella le había dicho, parecía arder cada día más.
Fue solo una vez que el barco atracó en Pyrinat que finalmente abandonó
esas esperanzas y dedicó su mente por completo a la tarea que tenían entre manos.
TOMANDO EL BRAZO de Aren para ayudarla a cruzar el muelle, Lara se detuvo para
maravillarse ante la enormidad de la ciudad que los rodeaba.
El olor del mar soplaba tierra adentro, mezclándose con los aromas de las
251
especias y los alimentos cocinados, las prístinas calles de la ciudad desprovistas de
suciedad. Los valcottanos vestidos con ropas brillantes y voluminosas llenaban las
calles, el aire cargado con el sonido de sus voces mientras intercambiaban con los
vendedores en los abarrotados mercados.
—Por aquí —dijo Aren, tirando de su brazo—. De nuevo, ¿cómo dijiste que
se llamaba el lugar?
—Aquí.
252
en coloridos cojines alrededor de mesas bajas, bebiendo un humeante líquido
marrón en vasos de vidrio. Un pasillo embaldosado conducía a un gran escritorio de
madera, detrás del cual estaba sentado un hombre valcottano, con la piel reluciente
a la luz de las lámparas colocadas a ambos lados de él.
—No hay mensajes —repitió el hombre—. Pero tal vez el otro miembro de su
grupo pueda brindarles la información que buscan.
Luego hizo un gesto hacia la cafetería hacia una figura solitaria sentada en
una mesa en un rincón.
Lara sonrió.
253
38
aREN
Pero Aren se obligó a caminar lentamente entre las mesas. A guardar silencio
mientras sacaba una silla y se sentaba frente a su compatriota.
Con los ojos fijos en la taza que tenía frente a él, que no estaba llena de café,
Jor gruñó:
—Estas vivo.
Aparte de su breve encuentro con Nana, habían pasado meses desde que
había hablado con alguien de Iticana. Tener a Jor frente a él ahora era casi tan
bueno como estar en casa.
—Pensé que estabas muerto —La voz de Jor estaba ahogada, como si
estuviera tratando de contener las lágrimas, aunque Aren nunca había visto llorar
al hombre en toda su vida.
—Fue algo cercano más veces de las que me gustaría contar —dijo Aren,
señalando que todos los demás clientes estaban mirando. Empujando a Jor hacia
atrás en su asiento, Aren enderezó la mesa y volvió a sentarse—. Créeme, si nunca
vuelvo a ver el desierto, sería demasiado pronto.
— ¿El desierto? —Los ojos de Jor se agrandaron, luego se volvió para mirar
a Lara, que estaba a unos pasos de distancia, con una leve sonrisa todavía en su
rostro—. Ese no era el plan, niña. Tienes que dar algunas explicaciones.
—¿Vas a pagar alguna vez esa cuenta, viejo? —respondió la chica, pero
había cariño en su voz—. Haré que te envíen comida a tu habitación. Asegúrate de
comértela, te estás marchitando.
255
Eso era cierto. Aren notó las diferencias en Jor mientras lo seguía fuera de
la cafetería hacia un tramo de escaleras. Tenía los hombros encorvados de una
manera que no lo habían estado antes, su cuerpo era más estrecho y sus pasos más
lentos. Menos seguros. Ya no era un hombre joven, pero no era el tiempo lo que
lo había envejecido en los meses que habían estado separados. Jor había cuidado
a Aren desde que tenía la edad suficiente para caminar, sacrificando su propia
oportunidad de tener una familia con el fin de mantener a salvo al heredero de
Iticana, de mantenerlo con vida. Y Aren sabía que Jor se culpaba a sí mismo por
su captura, lo que significaba que se habría culpado a sí mismo al creer que Aren
había muerto.
Jor miró por encima del hombro y sus ojos marrones se encontraron con los
de Aren. Pero el único reconocimiento que dio fue un breve asentimiento. Sacando
una llave de su bolsillo, abrió la puerta de una habitación en el segundo piso,
revelando una suite que daba al atrio en el centro del hotel.
—Lujoso.
—Serin anticipó adónde íbamos y nos interceptó. Por eso tuvimos que
atravesar el desierto. Pero no importan ellos. ¿Qué hay de Eranahl? ¿Y Ahnna?
— Eranahl sigue en pie, al igual que tu hermana. Ella está ahí ahora.
—Gracias a Dios.
256
suministros entregados por un benefactor misterioso a algunas de las islas vecinas,
pero incluso si ese individuo está dispuesto a hacer otra entrega, no hay forma de
obtenerla a menos que tengamos una fuerte tormenta. Eranahl está rodeado día
y noche por barcos amaridianos. Y la temporada tranquila de este año ha hecho
honor a su nombre.
Aren asintió.
—Eso es lo que yo dije —murmuró Lara—. Somos un medio para un fin con
él, y si se presenta otra oportunidad para lograr lo que quiere, nos arrojará a los
lobos sin derramar una lágrima.
—Quizás —Aren había tenido mucho tiempo para considerar las motivaciones
de Keris: el juego largo, como había dicho el príncipe, y no estaba convencido de
que Keris estuviera tan motivado por sí mismo como se presentaba. Cualquiera
con recursos y monedas podría haber dispuesto un barco lleno de suministros para
entregar a Iticana, lo que planteaba la pregunta de por qué Keris sentía que Zarrah
necesitaba ser liberada para lograr ese fin. Y Aren estaba bastante seguro de que
conocía la respuesta.
257
—Si lo está, no he oído de ello. ¿Quizás ha vuelto a su mando de la guarnición
valcottana en Nerastis? Ahí es donde está Keris, por cierto. El rumor en Pyrinat es
que zarpó de Vencia al día siguiente de tu huida. Ha reanudado su propio mando de
las fuerzas maridrianas en la frontera y se ha interesado mucho más en sus deberes
de lo que lo había hecho en el pasado.
—¿Tienes noticias sobre mis hermanas? —La voz de Lara era firme cuando
hizo la pregunta, pero Aren vio la forma en que sus manos se abrían y cerraban,
revelando sus nervios.
—Eres tía.
Ella jadeó.
—¿Sarhina?
—Fresca como una rosa. Nana asistió el parto apenas medio día después de
que se separaron. Bronwyn estaba resistiendo la última vez que escuché antes de
partir, y el resto de tus hermanas en Vencia sobrevivieron relativamente ilesas.
—Me temo que no la han visto. Pero tampoco pudimos confirmar su muerte.
Aren solo podía esperar que Keris hubiera intervenido en nombre de su tía,
porque si Coralyn estaba viva, bien podría estar deseando estar muerta.
258
los amaridianos.
—Ella no debería…
—Tenía que hacerlo —interrumpió Jor—. La moral esta baja. Se habla mucho
de abandonar la ciudad. Abandonar Iticana. Ella está manteniendo todo junto para
ganarte tiempo, pero... —dudó—. Tan pronto como la temporada de tormentas
ahuyente a la flota, habrá un éxodo hacia el norte, hacia Harendell, que ha ofrecido
un refugio seguro.
E Iticana ya no existiría.
—Si pensaran que era lo mejor, se habrían ido todos la última temporada de
tormentas —espetó Lara, luego arrojó su propia bolsa junto a la de él—. Planean
irse porque no hay otra opción, no porque sea lo que quieren. Necesitamos darles
otra opción. Jor, ¿qué dijo el rey harendeliano a la propuesta de Ahnna?
Antes de que pudiera responder, alguien llamó a la puerta y Jor se acercó, tomó
una bandeja de comida humeante y agradeció a la chica que la había entregado.
Sirvió agua de una jarra y le entregó un vaso a Aren.
—¿Que eran?
Aren abrió la boca para argumentar que no estaría de acuerdo con eso, pero
Jor lo interrumpió.
259
—Ella ya dio su palabra, así que ahorra tu aliento. Pero todo esto se basa en
que obtengas el apoyo de Valcotta; no tiene mucho sentido que el rey Edward venga
a nuestra fiesta a menos que la emperatriz también lo haga.
—Así que todo depende de mí —Aren vació el agua, deseando que fuera algo
más fuerte.
—En ti, y solo tienes unos días para hacerlo. Se necesita tiempo para organizar
una fiesta con tantos invitados, y tenemos que hacerlo antes de que lleguen las
tormentas. Casi se nos acaba el tiempo.
Jor resopló.
—No estoy seguro de que vaya a ser una gran conversación. Será más como
postrarte de rodillas pidiendo perdón.
Alcanzando su bolso, Aren sacó su navaja, frotando con tristeza la barba que
había estado usando como parte de su disfraz.
260
39
LaRa
—¿Quizás está esperando su momento? Ella sabe que eres libre, ¿tal vez está
esperando una oferta de alianza?
—Una alianza con Iticana siempre fue una posibilidad, incluso estando yo
preso. Hay otros que podrían haber negociado un trato, y ella lo sabía, pero decidió
no hacerlo.
—¿Crees que todavía está enojada porque Iticana se puso del lado de
Maridrina y rompió el bloqueo de Sudguardia?
Acciones que fueron tomadas con base en su consejo. Y era un consejo que
Lara no se arrepentía de haberle dado. Los meses de Iticana llenando los vientres
de Maridrina no solo habían salvado vidas, sino que también habían ganado los
corazones de los maridrianos.
—Rey Aren de Iticana —dijo Aren—. Estoy aquí para ver a la Emperatriz.
La mandíbula del soldado cayó con una sorpresa similar a la de Lara. Esto
no había sido parte del plan. Para el mediodía, toda la maldita ciudad sabría que
estaban aquí, y luego los asesinos de su padre los perseguirían. ¿Qué diablos estaba
pensando Aren?
262
rudeza.
—No es necesario disculparse. Por razones que estoy seguro de que conoce,
anunciar mi presencia habría representado un riesgo obvio.
Era un edificio bastante diferente a todo lo que había visto, sobre todo
porque apenas se podía llamar edificio. En la parte superior, el hierro fue forjado en
delicadas formas curvas que contenían el vidrio de colores por el que Valcotta era
famosa, y la luz que lo atravesaba proyectaba arco iris a través de los senderos de
baldosas de vidrio translúcido que se entrelazaban a través de jardines llenos de
capullos florecientes.
263
volverse para caminar rápidamente por el sendero.
Aparecieron dos niños con cuencos de vidrio llenos de agua y toallas teñidas
con amatista valcottana sobre los brazos.
Lara se lavó cuidadosamente las manos y se las secó con la toalla, luego se
sentó en uno de los cojines y alisó la tela de sus anchos pantalones. Una chica con
trenzas enrolladas envueltas en oro le ofreció una larga flauta de vidrio llena de
líquido burbujeante, y otra trajo un plato lleno de trufas de chocolate que olían a
menta.
Comiendo uno de los chocolates, Lara inclinó la cabeza hacia el cielo para
admirar el candelabro sobre ella. Innumerables cuencos diminutos colgaban de
delicadas cadenas, aceite perfumado ardía en su interior y la luz se reflejaba en
el techo, que estaba revestido de plata. Arbustos de hojas anchas enmarcaban la
glorieta en tres lados, dando una apariencia de privacidad, pero a través de ellos,
Lara podía distinguir las figuras de los guardias que los observaban.
—Es bueno verlo con vida, Su Majestad —dijo Zarrah, tocándose el pecho
con la mano—. Escuché que se metió en algunos problemas después de que nos
264
separamos fuera de las puertas de Vencia.
Zarrah negó levemente con la cabeza, con los ojos llenos de advertencia
incluso mientras sonreía. Su entrega de suministros a Eranahl era claramente algo
que no quería que se supiera, lo que significaba que lo había hecho sin la aprobación
de la Emperatriz. Lara miró a Aren para ver si esta revelación le preocupaba, pero
su rostro no se inmutó.
Zarrah hizo un gesto con la mano a los guardias que estaban más allá.
265
—Yo también disfruté eso.
—Vengan, vengan. Mi tía desea conocer el rostro detrás del nombre. Supongo
que también esté deseando tener la oportunidad de reprenderte por cada decisión
que tomaste durante tu reinado.
Zarrah los condujo por el camino, Aren caminando a su lado, Lara detrás.
—Sí.
266
Continuaron por los senderos en silencio, Lara bebiendo de la belleza del
enorme jardín, que estaba entrecruzado con arroyos, pasarelas ornamentadas o
suaves caminos de piedras que permitían a la gente cruzar el agua. Había lugares
donde el agua se juntaba y los niños nadaban y jugaban en sus profundidades,
recordándole el puerto de la caverna de Eranahl, donde habían hecho lo mismo.
Las torres que había visto desde fuera de los muros eran las únicas estructuras
cerradas, que se elevaban varios pisos de altura, y fue a una de esas torres a la que
Zarrah las condujo.
Guardias armados abrieron las puertas, que estaban hechas de metal retorcido
con vidrio de mil colores diferentes para crear la imagen de una mujer valcottana
con las manos levantadas hacia un cielo azul. En el interior, una escalera curva
conducía hacia arriba, pero Zarrah hizo un gesto más allá de ella, hacia una cámara
con ventanas llena de pequeñas mesas y grandes cojines.
Contra una pared había un enorme soldado. Más alto incluso que Aren, sus
abultados brazos eran más gruesos que las piernas de Lara. A pesar de su tamaño,
la atención de Lara se centró en la esbelta mujer sentada en uno de los cojines,
con las manos ocupadas con lo que parecía ser una pequeña muñeca que estaba
creando con hilos de colores.
—Tía —dijo Zarrah, con una clara falta de formalidad—, permíteme presentar
a Su Majestad Real, el Rey Aren de Iticana, Amo del Puente...
267
Las manos de la mujer se quedaron quietas.
Dejando a un lado la muñeca, la mujer se puso de pie. Más alta que Lara, era
tanto delgada como musculosa, lo que daba crédito a la historia de que una vez
había sido una guerrera formidable por derecho propio. Hermosa, el único signo de
la edad era una leve arruga en la piel alrededor de sus ojos y el gris de su cabello,
que sobresalía de su cabeza en apretados rizos. Entretejidos a través de él había
alambres de oro, en los que centelleaban docenas de amatistas. Los pantalones
anchos y la blusa que dejaba al descubierto el estómago que vestía eran de seda
dorada, su cinturón estaba cargado de bordados y piedras preciosas. Brazaletes
de oro subían por ambos brazos hasta sus codos, sus orejas estaban cargadas con
oro y gemas, y su garganta estaba revestida con un collar de oro intrincadamente
tallado. Era asombroso que pudiera estar de pie bajo el peso de todo ese metal, pero
lo soportaba como si fuera ligero como una pluma.
—Por el bien de tu madre, que era nuestra amiga más querida, nos complace
verte con vida. ¿Pero para nosotros? —Su voz se endureció—. No nos olvidamos de
268
cómo escupiste sobre nuestra amistad.
—Habla de mi madre como su amiga más querida y, sin embargo, fue ella
quien propuso el Tratado de Quince Años entre Iticana, Harendell y Maridrina,
incluida la cláusula de matrimonio. Mi madre formó la alianza con su mayor
enemigo, y no le guardaron rencor por ello. Y sin embargo, cuando cumplí con sus
deseos, perdí el favor de los ojos de usted.
Lara sabía que Aren había odiado esos términos. Había querido proporcionarle
a Maridrina cualquier cosa menos armas. Justo como sabía que su padre no le
había dado otra opción.
269
soldados es una falacia. También le dio a Valcotta la oportunidad única de evitar
que Silas recuperara su preciosa importación durante la mayor parte del año, por lo
que se podría argumentar que los términos funcionaron a favor de ustedes.
Era cierto, aunque a Lara nunca se le había ocurrido esa idea. Antes del
tratado, el acero había llegado en barcos de Harendell o Amarid, barcos que Valcotta
no podía atacar sin correr el riesgo de represalias de esas dos naciones. Pero después
del tratado, todo el acero atravesaba el puente para esperar en Sudguardia hasta
que los barcos maridrianos pudieran recuperarlo, barcos maridrianos que Valcotta
no tuvo reparos en hundir.
—Usted puso a Iticana en una posición en la que todos los caminos conducían
a la guerra, y cuando le ofrecí un camino hacia la paz, lo rechazó.
—No era una elección —La Emperatriz levantó las manos—. Si hubiéramos
eliminado el bloqueo, Maridrina habría obtenido lo que quería sin luchar. Más acero
para usar contra Valcotta. Además, estaba claro que lo último que quería Silas era
paz. Especialmente la paz con Iticana.
—Si previó lo que vendría y no dijo nada, ¿qué clase de amiga es?
— El hecho de que vea las nubes en el cielo no significa que pueda predecir
dónde caerán los relámpagos.
Aren solo apoyó la barbilla en una mano y se golpeó el labio con el dedo
índice pensativamente.
270
rompió.
—Tenemos más de qué discutir, pero creo que es mejor hacerlo en privado
—Volvió su fría mirada en dirección a Lara—. Esperarás aquí.
—No.
—Welran, sométela.
271
40
aREN
Aren siguió a las mujeres, pero se detuvo junto a Lara y el guardia, Welran.
Lo último que necesitaba era que las cosas se intensificaran. Presionando una
mano contra el hombro del enorme hombre, dijo, —No puedo, en buena conciencia,
irme sin avisarte.
Los ojos marrones del valcottano se oscurecieron.
—Te vio venir desde una milla de distancia. Palmeó tu cuchillo cuando la
derribaste. ¿Y todo ese movimiento que está haciendo? Apostaría mi última moneda
a que la hoja está a solo una pulgada de tus pelotas.
Él asintió.
—Creo que sabe que tener el puente bajo el control de Silas Veliant no
beneficia a nadie ni siquiera a su propia gente.
Ella hizo un ruido que no era ni una confirmación ni una negación, así que
él continuó.
273
—Lo es, si sabes cómo. Que es lo que yo sé.
—Eres un idealista.
274
Nunca había recibido una respuesta directa de su madre sobre por qué su
relación con la Emperatriz era tan cercana, y ahora Aren comenzaba a sospechar
por qué.
—Oh, sí, muchas, muchas veces. Delia no era de las que se encerraban, y
tu padre la persiguió por ambos continentes tratando de mantenerla a salvo. Fui
vencida solo una vez en los juegos de Pyrinat, e imagina mi sorpresa al saber que
la vencedora fue una princesa iticana —La emperatriz sonrió y se frotó una cicatriz
descolorida en el puente de la nariz—. Ella era feroz.
—Sí.
Él asintió.
—Si conocía tan bien a mi madre, entonces debió conocer su sueño para
Iticana y su gente.
—¿Libertad? Sí, me lo dijo —La Emperatriz negó con la cabeza—. Pero estuve
de acuerdo con tu padre en que no era posible. La supervivencia de Iticana siempre
dependió de que fuera impenetrable, o al menos, casi. Liberar a miles de personas
que conocían todos los secretos de Iticana haría que ya no fueran secretos —Su
mirada se endureció—. Y sería peor aún permitir a otros una vista desde el interior.
Pero entonces, tú aprendiste esa lección, ¿no?
—Y, sin embargo, no solo permites que el arma de Silas Veliant viva, sino que
275
la mantienes cerca. ¿Por qué es eso?
—Podría ser otra artimaña, ya sabes. Iticana aún no ha caído, un hecho que
aflige a Silas. ¿Qué mejor manera de tomar Eranahl que enviar ahí a la mujer que
rompió las defensas del puente?
—No sería nada para nosotros librarte de ese problema en particular —dijo
la Emperatriz—. Ella podría desaparecer.
—No.
—Tu pueblo nunca la aceptará como reina. Ella es la traidora que les costó
sus hogares y la vida de sus seres queridos.
Silencio.
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—No.
—¿Paz con Maridrina? Hijo de mi amigo o no, en esto vas demasiado lejos.
Por mi vida, no dejaré mi bastón hasta que Silas Veliant baje su espada, y ambos
sabemos que eso nunca sucederá.
—Me complace ver que sigues intacto —le dijo al enorme hombre.
—Quizás algún día seas igual de afortunado —Aren inclinó la cabeza hacia
el valcotano y luego le dijo a Lara—: Tenemos que irnos.
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41
LaRa
—¿QUÉ DIJO ELLA? —exigió Lara en el momento en que dejaron atrás las puertas
del palacio—¿Valcota ayudará?
—No —Aren miró hacia el sol y luego negó con la cabeza—. Ella no tiene
más interés en la paz entre Maridrina y Valcota que tu padre.
—Eso debería estar a nuestro favor —Lara empezó a trotar para seguir el
ritmo de sus largas zancadas—. Arrancar Sudguardia de las manos de mi padre
debería haber sido una oportunidad irresistible. A menos que... ¿quiere el puente
para Valcota?
—No —Su tono era enojado. Cortado—. Eso no es lo que ella quiere.
Lara consideró la situación, y entonces se dio cuenta.
Él asintió.
Había subestimado a Aren. Todo este tiempo, ella había creído que lo único
que le importaba era llegar a casa y expulsar a su padre de Iticana, pero parecía que
todavía tenía mayores ambiciones para el destino de su reino.
—Abriste las puertas de Iticana de par en par, Lara. No hay forma de cerrarlas
de nuevo. No se puede volver a la forma en que las cosas eran antes. Lo que significa
que necesito encontrar otra forma de mantener a mi pueblo a salvo.
—¿Paz con Maridrina? —Lara se frotó las sienes—. Dios, Aren, eso es
imposible. Tienes que ver que mi padre nunca permitirá que eso suceda.
—Cualquier sentimiento que Keris pueda tener por mí apenas importa. Sin
Valcota, no podemos recuperar el puente. Ganar el favor de la Emperatriz debe ser
tu primera prioridad.
—Permitir que ella establezca los términos solo nos hará volver al punto de
partida —Aren abrió la puerta del hotel—. Y no son los sentimientos de Keris por
ti en lo que estoy apostando mi reino.
Dentro, Lara lo siguió mientras subía las escaleras de dos en dos, caminando
por el pasillo hasta la habitación donde esperaba Jor.
—¿Bien?
279
cuenta. ¿Qué tan rápido podemos llegar a casa?
—Podemos estar en un barco esta noche, aunque solo los buques de guerra
valcottanos pueden pasar más allá de Nerastis. A partir de ahí, es cuestión de
dirigirnos hacia el norte hasta el punto de encuentro.
—No.
—Mi muerte.
—Acepta. Dale lo que quiere. No es como que vaya a poder vivir conmigo
misma si perdemos a Iticana por esto —Su corazón era un alboroto en su pecho, el
terror y la tristeza recorrían sus venas porque no quería morir. Pero lo haría. Por
Iticana. Por Aren. Por ella misma, haría esto—. Deja que me maten.
—No.
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Sólo para encontrar a Zarrah Anaphora de pie frente a ella.
La otra mujer empujó a Lara hacia atrás, mirando por encima del hombro
antes de entrar.
—No tenemos mucho tiempo. Hay soldados en camino para escoltarlos hasta
el puerto y embarcarlos hacia Nerastis. Mi tía quiere que se vayan.
—¿Tiempo para qué? —Lara miró a Aren, quien no parecía sorprendido por
la llegada de Zarrah.
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aREN
—LÁSTIMA QUE NO hayamos podido tener esta conversación antes de que tuviera
que soportar el Desierto Rojo —Aren le indicó a Zarrah que tomara asiento—. Todo
podría estar ya dicho y hecho para este momento.
—No sabía que tenías la intención de pedir ayuda a mi tía hasta que
escuché hablar de problemas en el oasis de Jerin y me di cuenta de tus intenciones.
Realmente no deberías dejar vivos a los testigos, Su Alteza. No seré la única que
haya escuchado la historia.
Él se encogió de hombros.
—Hazte tiempo.
—He estado establecida en Nerastis desde los diecisiete años. Lo que significa
que durante casi cinco años he estado en el frente de la guerra con Maridrina,
observando cómo luchábamos y matábamos sobre el mismo montón de escombros,
las mismas diez millas de costa. De ida y vuelta sin un final a la vista. ¿Y por qué
debería haber un final, cuando hemos estado luchando esta misma guerra durante
cientos de años? Nadie sabe lo que es no estar en guerra.
283
significará que Silas tendrá que sacar más soldados de su guerra contra nosotros
para poder mantenerlo. Que los asaltantes y piratas atacarán a esos hombres en
la búsqueda de las fortunas ocultas de Iticana, requiriendo aún más soldados de
Maridrina para sangrar en su defensa. Lo que significa que tendrá que sacar a
todas sus fuerzas de las costas alrededor de Nerastis para combatirlos, porque su
orgullo lo obligará a hacer lo necesario para mantener el puente.
—Importa. Pero ella ha considerado que la pérdida vale la pena con tal
de saquear Vencia y eventualmente conquistar todo Maridrina —Sus ojos se
encontraron con los de Aren—. El juego es más grande de lo que te imaginas, e
infinitamente de mayor alcance.
Las palabras se hicieron eco de aquellas que Aren había escuchado hablar a
Keris.
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—Cualquiera con dinero y medios podría haber entregado un barco lleno de
suministros a Iticana, y Keris tiene ambos. Si lo único que le importaba era que
Eranahl aguantara, podría haberlo logrado sin ninguno de nosotros. Lo que me
sugiere que abastecer a mi ciudad fue simplemente un cebo para incitarme a lograr
su mayor objetivo.
—Liberarte.
Más que de ideas afines, pensó Aren, pero se guardó para sí sus sospechas
sobre la naturaleza de la relación entre Zarrah y Keris.
—Iticana podría ganar su guerra con Maridrina, pero lo que son actualmente
escaramuzas fronterizas y algunos barcos hundidos se convertirán en una guerra
entre Maridrina y Valcotta como ninguna otra que se haya visto en generaciones.
285
de preservar la paz entre Maridrina y Valcotta —Jor y Lara asintieron con la cabeza.
Era demasiado complicado, con demasiados actores, pero Aren no tenía otra
opción.
—Mi flota fue testigo de cómo los maridrianos avanzaban hacia Sudguardia,
y sabíamos que tenían la intención de atacar. Tuvimos la oportunidad de advertir a
Iticana pero no lo hicimos.
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Tenía su alianza.
—Ruego para que no respires tu último aliento durante muchos años, General.
—Hay cosas por las que vale la pena morir —Poniéndose de pie, dijo—:
Empaquen sus cosas. Zarparemos hacia Nerastis esta noche.
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LaRa
Los soldados Valcotanos llegaron poco después para escoltarlos hasta el puerto, ya
que la Emperatriz no tenía ningún interés en que Lara o Aren siguieran en su país.
Zarrah ya estaba a bordo del barco cuando ellos llegaron, de nuevo con el
uniforme de un general valcotano. Soldados y marineros se apresuraban a subir a
la cubierta mientras se preparaban para abrirse paso, pero cuando la joven levantó
la mano, todos se detuvieron en seco.
—Demasiado para evitar ser detectados —murmuró Jor desde donde estaba
a la izquierda de Lara—. Toda la maldita ciudad va a saber que estuvimos aquí y
a dónde nos dirigimos.
—Si les place, Sus Altezas, síganme. Cenaremos en los aposentos del capitán.
La habitación a la que los llevó era grande, con ventanas que daban a la estela
que dejaba el barco mientras se adentraban al mar. Las paredes con paneles estaban
pintadas en tonos brillantes y los elaborados candelabros de cristal brillaban con
aceite quemado. Señalando la mesa baja, cargada de comida, Zarrah dijo—: Por
favor. Tomen asiento.
Regresando a toda prisa por donde habían venido, apenas consiguió llegar
a la barandilla antes de que el contenido de su estómago subiera a toda prisa. Los
marineros que la observaban se rieron en voz baja.
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—Pensé que habías superado esto.
Levantó la cabeza, viendo que Aren había venido a situarse junto a ella en
la barandilla. Le dio un vaso lleno de agua y luego dirigió su atención a las olas,
apenas visibles en la creciente oscuridad de la noche. Cuando terminó de enjuagarse
la boca, le entregó un caramelo brillante.
—Es de jengibre.
—Gracias.
—Deberías volver —dijo, sabiendo que había que hacer planes y que era
mejor que ella no formara parte de ellos.
—Eso lo vuelve uno —Hizo crujir el caramelo entre los dientes, sustituyéndolo
por otro mientras consideraba si el ruido ambiental era lo suficientemente alto
como para ocultar su conversación—. ¿Cómo sabías que Zarrah nos ayudaría?
290
—Más o menos.
—Los herederos de los mayores enemigos del mundo son aliados —reflexionó
Lara—. Me pregunto cómo se conocieron.
Permanecieron juntos en silencio, mientras los últimos vestigios del brillo del
sol desaparecían en el horizonte y el cielo sin nubes pronto brillaba con estrellas.
El viento se hizo más fresco y Lara se estremeció, con los brazos desnudos erizados
como piel de gallina.
Tres días.
Los ojos le ardían y, sabiendo que tenía que decirlo antes de perder el valor,
Lara soltó:
—En ese momento los dejaré a ti y a Jor. He hecho todo lo que he podido por
ti, y para mí ir a Iticana contigo sería un error.
Suspiró.
—Lo sé.
—Pero no pueden.
—Necesito que sepas que te perdono, Lara. Que yo... —Se interrumpió,
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aclarándose la garganta—. Debería volver. Se preguntarán dónde estoy.
Te amo.
292
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aREN
CADA DÍA QUE pasaba le hacía estar un paso más cerca de volver a Iticana.
Pero él sabía que sus razones no tenían nada que ver con el mareo y sí con
su distanciamiento de él.
Le dolía. Le dolía tanto que había momentos en los que sentía que apenas
podía respirar al saber que era cuestión de horas que ella se alejara de él y que
probablemente no volvería a verla jamás.
Y encima de ese dolor estaba el miedo porque Aren sabía a dónde pretendía
ir. Al igual que sabía que no tenía poder para detenerla.
—Bastante.
—Tengan cuidado —dijo Zarrah—. La noticia de que los traje aquí podría
haberse adelantado con buenos caballos o velas más rápidas. El Coleccionista bien
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podría estar esperándolos.
—Permaneceré aquí en Nerastis hasta la última hora posible para que los
maridrianos no sospechen —dijo Zarrah—. Luego navegaré hacia el norte y anclaré
mi flota frente a su costa, como acordamos. En cuanto recibamos su señal, nos
moveremos hacia la isla Sudguardia.
—¿Estás segura —preguntó por enésima vez—, de que seguirán tus órdenes?
Zarrah asintió.
El oleaje los empujó hacia la orilla, Jor y Aren saltaron para sacarlos del agua.
Observó cómo Jor empujaba la barca hacia el interior del agua. Zarrah volvió
a ocuparse de los remos y la embarcación se desvaneció en la oscuridad. Luego
subieron por la playa hasta la base de la empinada colina cubierta de maleza.
—Hay un pueblo justo al norte de aquí. Iré a explorarlo en busca de una nave
que sirva para nuestros propósitos.
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Aren asintió, pero antes de que Jor pudiera moverse, Lara extendió una mano,
agarrando el brazo del viejo soldado.
—Adiós, Jor.
—Adiós, Lara —Jor inclinó la cabeza—. Gracias por recuperarlo por nosotros
—Luego se fue corriendo por la playa.
—Lo sé, pero no hace falta que seas tú quien lo mate. Deja que Keris se gane
esa corona que tanto desea; ya es hora de que se ensucie las manos —Aren levantó
una mano, acunando el lado de su cara—. Ya tengo bastante de qué preocuparme
sin que intentes asesinar a Silas. Ya es bastante malo que tenga que...
—Si puedo matar a mi padre, esto bien podría terminar sin una pelea. Si
Keris está tan interesado en la paz, se retirará de Iticana y girará su cabeza hacia
sus grandes ambiciones con Zarrah y Valcotta.
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Él sacudió la cabeza.
—No te usaría como una asesina antes, Lara. Y me niego a hacerlo ahora.
Prométeme que dejarás pasar esto.
—No —Ella fue inflexible. Y en ese momento, él supo que no tenía sentido
discutir: Ella nunca cedería. Era lo que amaba de ella.
Y lo que odiaba.
—¡Corre!
—Ni hablar.
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—¡Se fueron por aquí! —Los gritos resonaron detrás de ellos, y en la ladera,
un caballo galopó por el camino en dirección a la aldea.
Luego estaban en campo abierto, corriendo por una playa estrecha. Pero
también lo estaba el soldado a caballo.
Sin dejar de sujetar la muñeca de Lara, Aren corrió hacia la línea de flotación,
donde Jor estaba aflojando la cuerda que anclaba un pequeño bote de pesca a la
playa. Juntos, la empujaron hacia el agua, con las botas clavadas en la arena.
Las espadas chocaron, y Aren se volvió para ver a Lara luchando contra ellos,
con su espada como una mancha de plata a la luz de la luna. Pero había una docena
de ellos y sólo una ella.
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y Lara estaban luchando juntos, reteniéndolos.
—¡Por Valcotta! —gritó Zarrah, pero mientras corría junto a él, dijo—: Ponte
en marcha, Iticana.
Jor tenía la barca de pesca en el agua, y Aren y Lara chapotearon entre las
olas, empujándola más lejos mientras Jor luchaba por izar las velas solo. Trepando,
Aren ayudó a desenredar los cabos, Lara aferrándose al borde y pateando con
fuerza, empujándolos hacia aguas más profundas, los valcottanos ya retirándose.
—¡Lara!
El instinto se impuso.
Aren se abalanzó sobre ella para agarrar su cinturón y sacarla del agua.
Sus tobillos se engancharon en el borde y ella cayó hacia atrás, aterrizando en sus
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brazos.
—¿Qué estás haciendo? —Ella se retorció en sus brazos para que estuvieran
cara a cara, las piernas de ambos enredadas en el fondo de la barca.
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aREN
Aren se dijo a sí mismo que era porque la playa estaba llena de soldados,
que lo había hecho para evitar que la atraparan y la mataran. Que no había tenido
otra opción. Pero la verdadera razón era que cuando había llegado el momento de
dejarla ir, no había sido capaz de hacerlo.
—Habría estado bien —Jor echó una mirada hacia donde Lara dormía, el
lento subir y bajar de su pecho visible en la creciente luz del amanecer—. Las olas
la habrían empujado hasta la orilla.
Aren no pudo responder a eso porque sabía que había sacado a Lara de la
sartén sólo para echarla al fuego. El plan era navegar directamente a Iticana para
reunirse con lo que quedaba de la guarnición de Midguardia. Y era muy probable
que sus soldados intentaran matar a Lara en cuanto la vieran.
—Vas a hacer que la maten. Podrías hacer que te maten a ti también sólo por
traerla de vuelta a Iticana.
—Ya lo resolveré.
Ella sacudió la cabeza, pero no dijo nada, sólo se puso de lado, tirando de un
trozo de lona de la vela sobre los hombros.
302
Sin embargo, a pesar de todas sus palabras, no se le ocurrió ninguna idea
mientras navegaban hacia el norte, llegando eventualmente a las afueras de Iticana.
Una vez ahí, evitar ser detectados había requerido toda su atención mientras se
arrastraban por rutas secretas—y peligrosas—entre islas, escondiéndose al amparo
de la niebla mientras intentaban evitar naufragar en los interminables peligros que
acechaban bajo las olas.
—Mal presagio —murmuró Jor, pero Aren lo ignoró, haciendo que el barco
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tomara una curva, y los acantilados se abrieron para revelar una pequeña laguna
con una docena de naves iticanas atracadas en la pequeña franja de playa.
—Apunten eso a otra parte —Jor se bajó del bote—. Todos ustedes, bastardos,
saben quién soy.
—Salgan del barco —dijo uno de los hombres, su voz familiar haciendo que
Aren se encogiera—. Despacio.
—¿Quién está al mando? Espero que alguien con más sentido común que
ustedes, tontos sin cerebro.
—No es una trampa —Aren se echó la capucha hacia atrás, y los jadeos de
sorpresa resonaron en sus soldados, más de los cuales salieron de los árboles con
las armas bajadas.
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—¡Su Excelencia! —Los ojos de Aster se abrieron de par en par. Luego se
estrecharon de nuevo, su atención más allá del hombro de Aren—. Más vale que
no sea...
Aren supo que Lara se había quitado la capucha porque todas las armas se
levantaron bruscamente. Moviéndose rápidamente, se interpuso entre ellos y su
esposa.
—La perra es una traidora —gruñó Aster—. Merece morir mil veces. Tú
mismo lo dijiste antes de que te atraparan. Yo lo dije desde el momento en que pisó
nuestras costas.
—Lo que traje de vuelta fue un plan y los aliados para llevarlo a cabo —
Aren se obligó a mantener la calma a pesar del terror que se acumulaba en sus
entrañas. Había sabido que sería difícil convencer a sus soldados de que aceptaran
la presencia de Lara, pero con Aster al mando, podría ser imposible—. Valcota ha
accedido a ayudarnos a retomar el puente y a expulsar a los maridrianos.
—Como si fuera tan fácil —Aster se balanceó sobre sus talones, mirando
más allá de Aren, y luego de vuelta a él—. Pasamos meses tratando de retomar esas
305
guarniciones, y todo lo que ganamos fueron compañeros muertos.
—Eso es porque antes estábamos dispersos —dijo Aren—. Esta vez seremos
más estratégicos. Esta vez no perderemos.
Aster negó con la cabeza, al igual que varios de los demás. No estaban
convencidos, sí. Pero también tenían miedo. Esta invasión les había pasado factura.
—Si alguno de ustedes creyera eso, ya se habrían ido. Y, sin embargo, aquí
están —Sabiendo que se estaba arriesgando, se adelantó para situarse entre ellos—.
Tenemos una oportunidad para recuperar lo que es nuestro. Escúchenme, y luego
tomen su decisión.
—Es un buen plan —admitió Aster, rascándose la barba, pero luego sus ojos
volvieron a mirar a Lara, que estaba de pie en silencio junto a Jor—. ¿Qué papel
juega ella?
306
Antes de que Aren pudiera responder, Lara habló.
—Todos tienen motivos para odiarme —dijo—. Vine a ustedes como espía de
Maridrina. Los engañé. Los manipulé. Conspiré para traicionarlos.
—Mi padre me crio con mentiras para que odiara a Iticana. Para que los
odiara a ustedes lo suficiente como para dedicar mi vida a su destrucción. Pero
cuando comprendí su engaño, le di la espalda a los planes de mi padre. Aunque eso
significa poco porque el daño ya estaba hecho —Hizo una pausa y luego añadió—:
No estoy aquí para pedir perdón. Estoy aquí para pedirles que me permitan luchar
porque les aseguro que odio a mi padre más de lo que cualquiera de ustedes podría
hacerlo.
Aren guardó silencio mientras sus soldados retrocedían, con las cabezas
juntas, y debatían la petición de Lara. Un sudor frío le recorrió la columna vertebral
porque sabía que tenían todo el derecho a pedir su muerte.
—No.
—¿Reina?
—No.
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—¿Se irá tan pronto acabemos esto?
—Sí.
Aster intercambió largas miradas con varios de los otros soldados, y luego
asintió y sacó un cuerno de su cinturón, lanzándoselo a Aren.
—Creo que es mejor que le diga a Iticana que está en casa, Su Alteza.
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LaRa
Y por ello, Lara estaba profundamente agradecida. Durante tres días y tres
noches, Aren trazó una estrategia con Jor y Aster, haciendo sonar constantemente los
cuernos mientras el plan se transmitía a lo largo de Iticana, los soldados dispersos
por todas las pequeñas islas agrupándose, cuidando de ocultar sus movimientos
con la oscuridad o la niebla. La guarnición de Midguardia llegó a tener cerca de
trescientos soldados, y cada vez que llegaba otro barco con más soldados, Lara
apretaba los dientes, sabiendo lo que estaba por venir.
No amenazas.
No atentados contra su vida.
Lo que le dieron fue la verdad, y eso era algo mucho peor. Uno tras otro, se
sentaban y le contaban lo que habían soportado a causa de la invasión maridriana.
—Lo siento.
—Mi mujer y mis otros hijos están en Eranahl. No los he visto en casi un año.
Ni siquiera sé si están vivos, sólo que, si lo están, tienen hambre. Están asustados.
Y no puedo llegar a ellos.
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Una mujer soldado había sido la siguiente.
—Mis tres hijos están en Eranahl. Siempre ha sido un santuario. Pero ahora...
—Su voz se quebró—. Los dejé ahí.
—Intentaremos recuperarla.
No era su esposa.
No era su reina.
No era suya.
—¿Estás lista?
311
Lara dio un salto y se giró para encontrar a Aren de pie detrás de ella. Volvía
a llevar el atuendo iticano, pero su pelo seguía siendo largo, con mechones oscuros
que le rozaban las mejillas. Llevaba un machete en la cintura y el arco colgado del
hombro, junto con un carcaj completo.
—Es hora.
LIA, QUE ACABABA de reunirse con ellos, estaba en el barco. Junto a la joven
estaban Jor, Aster y otros tres iticanos, y más allá, otra embarcación llena de
soldados flotaba en la laguna, esperándolos. Lara trepó al interior, moviéndose
instintivamente fuera del camino, Jor y Aster tomaron los remos para moverlos
entre los estrechos acantilados.
Aren estaba arrodillado junto a ella, con el arco apoyado en las rodillas. Su
rostro era inexpresivo, pero pequeñas señales delataban sus nervios ante ella. La
forma en que hacía rebotar el arco contra su rodilla. La forma en que los músculos
de su mandíbula se tensaban y luego se relajaban. La forma en que sus ojos se
movían hacia cualquier sonido.
312
Midguardia era un objetivo estratégicamente mejor, pero ella entendía por
qué había hecho esta elección.
—Para el combate. Una vez que estemos en la parte superior del puente,
mantente cerca. Sigue mi ejemplo.
Pero en la parte delantera del barco, Lia se estaba quitando las botas, con un
trozo de cable delgado alrededor de su cuello y un hombro.
Inclinándose sobre el borde, Aren señaló mientras una gran sombra pasaba
por debajo de su barco. Y no estaba sola. El miedo recorrió la espina dorsal de Lara
al ver a los enormes tiburones rodear el muelle.
—Lia es rápida —dijo Aren en voz baja—. Sólo necesitará unos segundos
313
para bajar y entrar en el muelle —Sus ojos se dirigieron a la mujer en cuestión—.
¿Lista?
Lia asintió, y Aren levantó la mano para hacer una señal al otro barco. Uno
de los soldados arrojó la sangre al agua, y luego comenzaron a arrojar los peces
moribundos a la mezcla, las criaturas chapoteando contra la superficie.
Lanzándose, Lara agarró la mano de Lia y tiró de ella hacia atrás, tapándole
la boca con una mano cuando empezó a protestar. Con la otra, señaló hacia arriba
y dijo:
—Patrulla.
Pero Aren negó con la cabeza, moviendo sus manos en señales silenciosas
para indicar al otro barco que se alejara del muelle y saliera a aguas abiertas.
Sólo cuando estaban a cierta distancia, maldijo y golpeó con el puño el borde
del barco.
—De todos los lugares que podían elegir para almorzar, tenía que ser ahí.
—Hay uno —Todas las cabezas se volvieron en dirección a Aren—. Está más
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cerca, así que incluso con el retraso, mantendremos el itinerario.
—No tenemos otra forma —espetó Aren—. Al menos no una que se ajuste
al itinerario. Tenemos que entrar por la parte superior del puente y eliminar a
los maridrianos que manejan los rompebarcos de Gamire, o cuando nuestra gente
ataque, serán blancos fáciles.
—Vamos más al sur, entonces. Hay un par de muelles que podemos escalar.
Si nos movemos rápido...
—He dicho que no. Soy demasiado lento, y no voy a arriesgar a nadie de esta
tripulación por ese tipo de tonterías.
Fue entonces cuando Lara se dio cuenta de cómo estaba sugiriendo Aren que
llegaran a la cima del puente.
La Isla Serpiente.
Lara dijo:
—Yo lo haré.
Ambos hombres detuvieron su discusión para mirarla, al igual que los demás
iticanos del barco.
315
Lia silbó entre los dientes en señal de evidente aprobación, pero Jor le lanzó
una mirada que silenció cualquier otro exabrupto. Pero no pudo acallar la forma en
que los iticanos la miraban con interés.
—Es más difícil de lo que parece, Lara. Y si una de las serpientes te clava
los dientes, no hay forma de que te ayudemos. No lograrás subir antes de que la
parálisis haga efecto, y si la caída no te mata, una de las serpientes más grandes
terminará el trabajo. Y tienes que hacerlo todo mientras llevas una cuerda.
—No es una gran pérdida para ustedes si muero. Y si están ocupadas tratando
de comerme, entonces podría darte una mejor oportunidad de hacer la escalada tú
mismo.
Aren no dijo nada, pero en sus ojos, Lara pudo ver que luchaba con la
decisión, sabiendo cómo se vería si arriesgaba a alguien más, incluso a sí mismo,
en su lugar. Finalmente, dijo:
—Vamos.
Lo que hacía que lo que estaba a punto de hacer fuera aún peor.
316
—Está bien —dijo Lara con una confianza que no sentía—. O llego al muelle
antes que ellas o no. Un puñado de flechas probablemente no hagan una diferencia.
Aster se acercó a ella, colocándole un trozo de cuerda sobre los hombros y luego
sujetándolo a su cinturón. Era más pesada de lo que esperaba. Lo suficientemente
pesada como para ralentizarla.
—No tienes que hacer esto. Yo… —empezó a decir Aren, pero Lara se limitó
a saltar de la barca y a subirse al banco de arena sumergido, abriéndose paso hacia
la isla hasta que el agua le llegó a las rodillas. Entrelazando las manos, estiró los
brazos al frente, con la espalda crujiendo.
—Estoy lista.
No estaba lista. Ni de cerca. Por encima del sonido del oleaje, podía oír a las
serpientes moviéndose, sus cuerpos chocando entre sí mientras observaban a los
intrusos, los siseos de cientos de lenguas mezclándose en una voz monstruosa.
Puedes hacerlo.
—El camino es relativamente plano —dijo Aren—. Confía en tus pies y ten
cuidado con las serpientes.
—Pueden saltar. Tienes que subir al menos cuatro metros por el muelle antes
de estar fuera de su alcance. En el mejor de los casos, sólo tendrás un puñado de
segundos para hacer la subida.
317
—¡A mi señal!
—¡Ahora!
Lara echó a correr, con el agua salpicando al llegar a la playa, sus piernas
bombeando. No miró si habían tirado los peces. No vio si las serpientes se habían
fijado en ella.
Simplemente corrió.
La arena profunda se movía y se hundía bajo sus pies, pero ella se había
criado en el Desierto Rojo y la sensación era tan natural para ella como respirar.
Ella sabía que no estaba funcionando. Podía sentir a las criaturas convergiendo
sobre ella, una invasora y un premio mejor que cualquier pez.
Ahí. Una cabeza oscura se dirigió hacia ella, llena de dientes y escamas.
Lara se lanzó, volando por encima de la serpiente que se abalanzaba, rodando y
poniéndose en pie de nuevo en un instante.
Trozos de roca le cortaron los pies descalzos, pero Lara apenas sintió el dolor
mientras el muelle del puente emergía de la niebla.
Una flecha pasó junto a ella, atravesando la cabeza de una serpiente que
había aparecido de la nada, y su cuerpo golpeó su tobillo al pasar, haciéndola
tropezar.
318
Continúa.
¡Más rápido!
—¡Corre!
El muelle estaba a sólo una docena de pasos de distancia, pero podía oír los
pesados cuerpos de las serpientes golpeando el suelo detrás de ella mientras se
abalanzaban.
—¡Lara!
Su dedo del pie resbaló, su peso hizo que sus brazos gritaran, pero ella siguió
luchando. Pie a pie, con todo el cuerpo temblando.
319
¿La había mordido? ¿Estaba a momentos de caer a su muerte? Lara no lo
sabía. No estaba segura de si sentía sudor o sangre deslizándose por sus piernas
mientras subía.
Se elevó cada vez más, desplazándose por el lado del muelle para poder subir
al propio puente.
320
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aREN
JOR Y ASTER lo agarraban por los brazos, tirándolo hacia atrás, y los tres cayeron
con un chapoteo en el agua.
Empujando a Jor lejos, Aren trepó por el agua hacia la playa, solo para que su
cabeza fuera empujada bajo el agua, su cara golpeando contra la arena.
—Sólo inténtenlo —les siseó, pero retrocedió hacia el barco en lugar de tentar
al destino.
Aren apenas podía respirar, el terror envolviendo su pecho como una mordaza.
Lara solo tenía un cuchillo en su cinturón y estaría agotada por la carrera y la
posterior escalada. Necesitaba llegar allí. Necesitaba ayudarla.
Excepto que la playa estaba cubierta de serpientes, y habían usado todos los
peces como cebo para alejarlas de Lara. Pero tenía que intentarlo. Tenía que…
Lara había vuelto a trepar por el costado del puente y estaba colgada allí,
apenas visible a través de la niebla.
—No pueden vernos —dijo Jor en voz baja, luego hizo una señal a Lia y a los
demás para que permanecieran en silencio—. Se moverán pronto.
322
Excepto que los soldados maridrianos se detuvieron justo al lado de donde
Lara colgaba de las yemas de sus dedos, sus voces filtrándose hacia abajo.
Aren se puso rígido de ira, pero Jor apretó su brazo con más fuerza.
Un soldado que gritaba voló por el costado, cayendo con un ruido sordo en la
arena, las serpientes sobre él en un instante. Pero Aren no podía apartar la mirada
de los remolinos de niebla de arriba, que era todo lo que podía ver de la batalla.
Gruñidos y golpes sordos llenaron sus oídos, y luego otro hombre cayó, esta vez al
agua.
Luego silencio.
Aren no podía respirar. No podía moverse. No podía hacer nada más que
mirar al puente, esperando.
323
Por favor, mantente viva.
Lia ató la pesada cuerda anudada que usaban para trepar hasta el final,
luego Lara la arrastró hacia arriba, asegurándola al puente.
Otro silbido.
—Yo iré primero —dijo Lia, pero Aren la ignoró, saltó para agarrar la cuerda
y luego trepó, con los hombros ardiendo cuando llegó a la cima.
Lara estaba de pie entre los muertos, su rostro y ropa salpicados de sangre,
el único signo de una herida era un labio partido.
—¿Estás herida?
—Aren, estoy bien —Ella trató de apartarse, pero él metió los dedos a través
de los agujeros gemelos en la tela y se encontró con su mirada, notando cómo
palidecía.
¿Por qué la había traído aquí? ¿Por qué no la había dejado en esa playa?
Girándose, comenzó a empujar los cuerpos fuera del puente por si aparecía
otra patrulla. Para cuando terminó, el resto de su equipo estaba en la cima del
puente. Todos miraban a Lara con un nuevo nivel de respeto, incluso Aster.
—Vamos —ordenó Aren—. Tenemos solo tres horas para derribar las defensas
de Gamire.
324
SE ENCONTRARON CON solo una patrulla Maridriana más en su carrera hacia
Gamire, los soldados hablando lo suficientemente alto como para que Aren los
oyera a menos de un kilómetro de distancia. Era la forma del sonido en la niebla:
aquellos que no estaban acostumbrados a ella no entendían cómo amortiguaba
el sonido, la forma en que distorsionaba la dirección de la que parecía provenir
cualquier ruido. Pero era un arma que Aren había usado a menudo. Y un arma que
usaba bien.
Los hombres estaban muertos antes de que pudieran alcanzar sus armas.
Deslizándose dentro del puente con Jor y Lia siguiéndolo, Aren aspiró el olor a
moho. Presionó su mano contra la pared, la textura familiar del interior del puente
aliviando el rápido latido de su corazón mientras los demás cerraban la escotilla
para ahogar el sonido del mar.
Lia y Jor se retiraron a la escotilla y, una vez que salieron, destapó con cuidado
el tercer bote. Inspiró profundamente y contuvo el aliento, vertió el contenido en el
cuenco y lo escuchó burbujear violentamente. Dejando caer el bote, corrió de vuelta
hacia la abertura y saltó, sin inhalar hasta que Jor y Lia lo subieron a la parte
325
superior del puente.
Se movió casi a toda velocidad por la parte superior del puente hasta que la
isla apareció a la vista, luego redujo la velocidad para que sus movimientos fueran
silenciosos. Agachándose, miró hacia la niebla que se arremolinaba alrededor del
muelle del puente, escuchando. Jor estaba atando una cuerda alrededor de Lia
cuando Aren levantó la cabeza. Levantó dos dedos y ella asintió. Luego, con las
armas en la mano, se dejó caer por el costado.
Haciendo un gesto a los demás para que retrocedieran, Aren sacó su cuchillo
de debajo de la puerta, que se abrió, derramando humo y cadáveres, el interior
marcado con arañazos y sangre. Miró el rostro de Lara mientras se retiraba a una
distancia segura, pero si la espantosa muerte de sus compatriotas la perturbaba,
no lo demostró.
326
Lamiendo sus dedos, Jor los sostuvo en el aire, luego se encogió de hombros.
Se dividieron en grupos, Lara y Jor se quedaron con Aren mientras los conducía
a través de la maraña de árboles, helechos y enredaderas, la maleza espesa por el
descanso de ocho semanas de las tormentas. Lara se movió tan silenciosamente
como cualquiera de su gente, pero Aren se encontró mirando en su dirección.
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del perímetro de la isla, grupos de hombres con los ojos puestos en el mar, no tan
distraídos como Aren había esperado.
Una campana de alarma sonó desde el otro lado de la isla, y Aren sonrió.
328
Ve, Aren lo instó en silencio, sabiendo que era cuestión de minutos antes de
que el viento despejara la niebla de este lado de Gamire, revelando la verdadera
amenaza. ¡Ve!
Aren se abalanzó, el sonido del arco de Jor llenando sus oídos. Un soldado
agarró la flecha que le atravesaba el pecho, otro cayó de lado, el cuchillo de Lara
clavado en su columna. Los otros dos soldados se dieron la vuelta y la espada de
Aren le arrancó la cabeza a uno. Pero antes de que pudiera matar al otro, la bota de
Lara aplastó la garganta del hombre.
El soldado se tambaleó hacia atrás, con los ojos muy abiertos, la boqueando
mientras jadeaba por aire, pero Lara solo se retorció y pateó de nuevo, un pie lo
golpeó en el pecho y lo envió volando por el acantilado hacia las rocas de abajo.
Aren la fulminó con la mirada, molesto porque ella había ignorado su plan,
pero antes de que pudiera decir nada, los botes avanzaron hacia los acantilados,
sus soldados saltaron hábilmente para aterrizar en las rocas reveladas por la marea
baja. Jor ya estaba quitando las cuerdas de repuesto del rompebarcos, atándolas al
arma y luego arrojándolas para ayudar en la escalada.
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salido según lo planeado, lo mismo estaría sucediendo en los rompebarcos que el
resto de su tripulación había asegurado.
330
48
LaRa
Lara había sido criada para luchar. Pero no la habían educado para llevar a
hombres y mujeres a la batalla. No de la forma en que lo habían hecho con Aren. Y
no era que sus estrategias y tácticas fueran magistrales, aunque lo eran. Era que
todos los guerreros que lo seguían sabían que él lucharía por ellos. Moriría por
ellos. Sabían que Iticana lo era todo para él.
El fuego ardía por los explosivos que las fuerzas señuelo habían arrojado a
la tierra, la neblina de humo flotando a través de la isla con el viento. Cada pocos
minutos, uno de los rompebarcos lanzaba un proyectil, el crujido llenando el aire,
pero a juzgar por los gritos agraviados, no estaban teniendo mucho éxito con su
puntería. Entonces una voz familiar llenó los oídos de Lara, y su corazón dio un
vuelco mientras Aren se detenía en seco.
Taryn solo cuadró sus hombros, las cuerdas que le ataban las muñecas no
hacían nada para disminuir su rebeldía.
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—Funcionan bien. Ustedes simplemente tienen una puntería de mierda.
Pero no había ninguna posibilidad de que Lara dejara morir a Taryn sin
luchar.
—¡Ataquen! —gritó Aren detrás de ella, pero Lara apenas oyó, perdiéndose
en esta parte de la batalla.
La superaban en número diez a uno, pero Lara nunca antes había dejado que
las malas probabilidades la detuvieran.
Dos de ellos cargaron, y ella se agachó debajo de una espada, luego paró
otra, manteniéndose entre los hombres y Taryn, que estaba usando la espada para
liberar sus muñecas atadas.
Cortó las tripas de un soldado antes de girar para golpear a otro en la cara.
Fue todo lo que tuvo la oportunidad de ver antes de que los maridrianos atacaran.
333
y moviéndose fuera del camino solo para regresar en su danza y matar. Pero estaba
en desventaja por la necesidad de proteger a Taryn, de mantenerlos alejados hasta
que estuviera libre y pudiera luchar.
Uno de los hombres golpeó a Lara y ella tropezó, apenas evadiendo un golpe
en las rodillas. Rodando, se puso de pie, sus ojos se clavaron en uno de los soldados
heridos mientras levantaba su cuchillo.
Sosteniendo sus tripas con una mano, se tambaleó hacia Taryn, con rabia en
sus ojos.
Lara no se movió.
Pero Taryn solo dijo—: Matarte no cambiará nada —Y sin otra palabra, se
metió en la refriega.
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49
aREN
Era una isla entre docenas, pero la victoria se sintió tan dulce como cualquier
otra que hubiera tenido. Los prisioneros Iticanos que habían sido retenidos en la
isla estaban, si no bien, al menos vivos, y Aren les había concedido la satisfacción
de ejecutar a sus captores.
—Creímos que estabas muerta —le dijo a Taryn, llenando su copa con vino,
notando cómo la mano que la sostenía temblaba—. Lia vio cómo la piedra golpeaba
tu barco. Te hundiste. No subiste. Si hubiéramos sabido que estabas viva…
—Me las arreglé para nadar hasta la bahía —Sus palabras carecían de tono—
. Decidieron que tenía más valor como prisionera que como cadáver.
Y los maridrianos eran notoriamente duros con sus prisioneros. Aren lo sabía
de primera mano.
—Han pasado muchas cosas que no conoces. Las cosas han cambiado —
Exhaló con frustración—. Lara salvó tu vida, Taryn. A pesar de todo lo que ha
hecho, ¿puedes al menos estar agradecida por eso?
Era la cosa incorrecta que decir. Una cosa estúpida que decir. Aren lo supo
en el momento en que las palabras salieron de su boca, aunque Taryn lo confirmó
arrojándole el vino a la cara.
Los soldados cercanos hicieron una pausa en sus celebraciones, todos ellos
observando el intercambio.
—Lia hablará con ella —Jor se acercó a él—. Ella le explicará lo que ha
pasado.
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familiar brillo de su cabello rubio. Esos ojos azules. El rostro que veía en sus sueños.
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50
LaRa
DOLÍA.
Dios, era profundo y dolía, e incluso con el vendaje que había envuelto
con fuerza, la sangre corría por su pierna. Le tomó toda su fuerza de voluntad no
cojear mientras registraban la aldea en busca de maridrianos que pudieran haber
sobrevivido al ataque. Aren daba las órdenes, enteramente en su elemento.
Apretando los dientes, Lara miró a Aren y al resto, la mayoría de los cuales
estaban reunidos alrededor de la gran hoguera en el centro de la ciudad, con la
intención de que pareciera que los maridrianos todavía tenían el control de la isla.
El pescado humeaba en la parrilla y varios frascos se pasaban de mano en mano,
mientras uno de los sanadores atendía a los heridos.
En lugar de unirse a ellos, Lara avanzó cojeando por el camino hacia la casa
de Nana, con la espada floja en una mano, aunque estaba demasiado agotada para
usarla. Al llegar al edificio, abrió la puerta con cautela, sosteniendo la linterna para
iluminar el interior.
Un nuevo torrente se derramó por su pierna y Lara hizo una mueca mientras
se quitaba los pantalones rotos para revelar la herida. Un corte limpio justo debajo
de su cadera, pero casi hasta el hueso.
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pulsando dentro y fuera de foco—. Solo hazlo.
Las lágrimas se derramaron por sus mejillas mientras luchaba por volver a
colocarlo en su lugar, para agarrar la aguja con sus dedos ensangrentados.
Pero Aren no soltó sus muñecas y las mantuvo firmes mientras se inclinaba
para examinar su herida.
—Es profunda.
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—¿Hacer qué? —preguntó ella, aunque sabía lo que quería decir.
—No estoy tratando de cambiar la forma en que todos piensan de mí. Sé que
eso nunca sucederá.
—¿Por qué, entonces? —Su voz era enfadada—. ¿Tratas de hacer que te
maten?
Ella sintió más que verlo levantar su cabeza. Sintió su escrutinio mientras
preguntaba:
—¿Está funcionando?
—Aún no.
Las botas de Aren hicieron un ruido sordo cuando rodeó la mesa, y un temblor
atravesó el cuerpo de Lara cuando tomó su pierna, sus manos cálidas contra su piel
desnuda.
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Ella negó con la cabeza, presionando su frente contra la mesa mientras él
acercaba la linterna. Ella apretó sus manos en puños mientras él tomaba la aguja,
el tirón del hilo enviando picaduras de dolor que subían por su muslo.
—Solo hazlo.
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alrededor de su cintura, manteniéndola firme. Y aunque Lara sabía que no debía,
apoyó su frente contra su pecho, sintiendo el calor de él a través de su ropa.
—Has perdido mucha sangre —Su voz era baja, su aliento cálido contra su
oído—. Necesitas descansar.
Él tenía razón, pero ella temía mostrar cualquier debilidad. Temía que la
dejaran atrás si ya no era útil para ellos. Que perdería su oportunidad de expiarse.
—Estaré bien.
—Lara…
—Por favor —se atragantó—. Sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero
por favor no me quites la oportunidad de ver cómo termina esto. Tengo que hacerlo
pagar. Tengo que obligarlo a salir de Iticana. Tengo que hacerlo. Si no lo hago…
343
Pero se negó a permitir que el miedo la dominara, y entonces Lara miró hacia
arriba.
Los ojos de Aren estaban cerrados, pero podía ver el rápido pulso en su
garganta. Podía sentir la irregularidad de su respiración contra su mejilla mientras
bajaba el rostro, una mano deslizándose por su cuerpo para enredarse en su cabello.
—Aren…
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Lara comenzó a deslizarse hasta sus rodillas, pero él la agarró por las caderas,
sus pulgares enganchados a la cintura de su ropa interior, deslizándola sobre su
vendaje. Él se arrodilló, besando su ombligo mientras sus manos volvían a subir
por las piernas de ella, sus dedos incitándola a abrir sus muslos.
—Eres perfecta —gruñó él, y ella pudo sentir el calor de su aliento contra
la resbaladiza humedad de su sexo, arrancando un gemido de anticipación de sus
labios mientras él la abría ampliamente, sus dedos deslizándose dentro de ella
incluso mientras él bajaba su rostro para consumirla.
Ella le rodeó el cuello con un brazo y lo besó. Con el otro, agarró su pene,
sonriendo mientras él gemía contra sus labios, sus músculos flexionándose
mientras ella agarraba su longitud. Lo acarició de la punta a la raíz, avivando su
deseo mientras lo empujaba hacia el borde de la ruptura. Luego ella le dijo al oído:
345
que la llenara. Necesitando que terminara con ella—. Eres mi maldita condena,
pero nunca habrá nadie más que tú.
Entonces la penetró.
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visible a la luz de la linterna del otro lado de la habitación. Pero al ver el movimiento
de ella, se movió, apartándose de debajo de ella y balanceando sus piernas sobre el
costado de la cama.
—¿Adónde vas? —Su voz era ronca y tosió para aclararse la garganta.
Era una excusa. Ella se estiró para alcanzar su mano, necesitando que él se
quedara. Necesitando prolongar este momento que había sabido en su corazón que
era demasiado bueno para ser verdad.
—No puedo estar cerca de ti, Lara. No puedo arriesgarme a que esto vuelva
a suceder.
Ella sabía que él tenía razón, pero aun así dijo—: Te amo.
Aren solo caminó hacia la puerta. Hizo una pausa con la mano en el pestillo,
antes de girarse para mirarla.
347
—Lo siento.
348
51
aREN
AREN TROPEZÓ MEDIA docena de veces caminando por el camino hacia la aldea;
fue un pequeño milagro que no pisara una serpiente o se torciera un tobillo, su
mente estaba en todas partes excepto en el suelo frente a él.
El sollozo de Lara cuando él se había ido había sido peor que un cuchillo
en el estómago, la angustia en él, mil veces mayor que cuando le había cosido la
pierna. Todo lo que él quería era volver. Levantarla y perderse en ella. Mantenerla
a salvo hasta que ella fuera fuerte. No estar lejos de ella nunca más.
Excepto que cada vez que cerraba los ojos, veía las expresiones que cruzarían
los rostros de su gente si descubrían lo que había hecho. Si descubrían que él, su
rey, había tomado a la mujer que los había traicionado de vuelta en su cama.
De vuelta en su corazón.
Apenas notó los asentimientos de sus soldados de guardia mientras se dirigía
hacia el centro de la aldea, hacia el débil resplandor del fuego y la sombra solitaria
sentada a su lado.
—Te tomó mucho tiempo coser esa pierna, incluso para ti —Jor arrastró las
palabras, luego se estiró hasta que su espalda crujió—. ¿Ella está bien?
Lara no estaba ni cerca de estar bien, pero Jor no necesitaba saber eso.
—No hay muchas posibilidades de eso —Jor le tendió una botella—. ¿Tú
estás bien?
Ni de cerca.
—Lia está con ella. La muchacha tuvo un año difícil, pero es fuerte. Ponle un
arma en la mano y luchará.
Lo último que necesitaba Taryn era más violencia, pero Aren solo asintió,
confiando en el juicio de Jor sobre el asunto.
Sentado frente al fuego, tomó un largo trago de la botella, mirando las llamas.
Tratando de recuperar el control de sus emociones, pero el salvaje nudo de dolor, ira
y culpa se negaba a dejarlo en paz.
—Podrías haberme engañado con los sonidos que salían de la casa de Nana.
Aren se puso rígido, luego miró al otro hombre, pero Jor solo se encogió de
hombros.
350
vigilancia sobre ti, ¿verdad, chico? Apenas te recuperamos y no estamos ansiosos
por perderte de nuevo. Especialmente no por ella.
—Seguro.
—Podrías acostarte con esa mujer todas las noches por el resto de tu vida
y nunca conseguirías sacarla de tu sistema, Aren. Ese es el problema con el amor.
—Entonces tienes que mandarla lejos ahora. Mantenla cerca y eso —Señaló
en dirección a la casa de Nana—, eso seguirá sucediendo. Necesita terminar. Una
ruptura limpia.
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52
LaRa
LARA SALIÓ LENTAMENTE de las profundidades del sueño, sus pestañas pegándose
mientras abría los ojos y parpadeaba en la débil luz que se filtraba a través de la
ventana. El dolor palpitante de su pierna rivalizaba con el de su cráneo, y su boca
se sentía seca como la arena.
Apoyándose en un codo, Lara pasó las piernas por encima del lado de la
cama y se puso de pie, haciendo una mueca por el dolor que le atravesó el cuerpo
mientras cojeaba hacia la mesa donde una jarra de agua estaba posada junto a
un vaso. Alguien obviamente la había traído en la noche. ¿Había sido Aren? Ella
inmediatamente rechazó el pensamiento. Él había querido decir lo que había dicho:
anoche había sido un error que no repetiría.
Le escocían los ojos, pero se los frotó con furia, negándose a llorar más.
Estaba hecho. Habían terminado. Todo lo que importaba ahora era liberar a Iticana
y vengarse de su padre.
Pero la única forma en que eso iba a suceder era si ella podía demostrar que
podía seguir el ritmo. Que todavía podía luchar.
Yendo hacia los estantes de Nana, buscó entre sus contenidos por supresores
de dolor, así como estimulantes para compensar el agotamiento. Metiéndolos en
una bolsa junto con vendas limpias para su herida, se puso en marcha hacia el
pueblo.
Su piel se erizó con inquietud ante el silencio, el único sonido era el rugido
del océano en la distancia y la débil brisa haciendo crujir las ramas de los árboles.
El aire olía a tierra húmeda y vegetación, pero no había rastros de humo de leña
o de comida cocinándose. Mirando hacia arriba, trató de señalar dónde estaba el
sol a través de las nubes y los árboles, pero era casi imposible determinar la hora.
Dado que Aren había planeado salir por la mañana para tomar Midguardia, todavía
debía ser temprano.
¿Qué sentido tenía? ¿Por qué siquiera lo estaba intentando? Ella no era
querida aquí, ni por los iticanos ni por Aren. ¿Entonces por qué debería quedarse?
353
Entonces, el débil sonido de un cuerno llenó sus oídos, en la distancia. Se
repitió, más cerca esta vez, luego otra vez más lejos, la señal moviéndose hacia el
norte. Haciendo correr la noticia.
354
53
aREN
TIRANDO HACIA ATRÁS la cabeza del soldado maridriano moribundo por su cabello,
Aren le atravesó el cuello con el cuchillo y luego lo dejó caer de nuevo en el barro,
inspeccionando el campo de batalla a su alrededor.
Los maridrianos habían estado preparados para ellos—no es que les hubiera
servido de mucho. Aren y sus fuerzas habían escalado los acantilados y tomado la
guarnición por detrás en una febril batalla cuerpo a cuerpo que sabía que le había
costado. Ahora, los sanadores se apresuraban a ayudar a los caídos.
Entonces, el sonido de cuernos llenó sus oídos. El mensaje onduló más allá
de Midguardia, moviéndose hacia el norte, y él exhaló un aliento entrecortado
mientras sus soldados comenzaban a vitorear.
A muerte.
Pero se obligó a entrar, espada en mano en caso de que uno de los maridrianos
hubiera escapado de la masacre. El suelo estaba cubierto de tierra, las paredes con
paneles estaban agrietadas, las obras de arte faltaban o estaban destruidas. La
mesa de la entrada estaba volcada, un maridriano muerto en el suelo junto a ella,
sus entrañas abiertas ya zumbaban con moscas. Aren miró hacia el comedor, sus
ojos moviéndose sobre las pilas de platos sucios y vidrios rotos, el piso cubierto con
botellas de vino rotas de lo que probablemente ahora era una bodega saqueada.
356
Siguió por el pasillo, echando un vistazo a las habitaciones a su paso hasta
que llegó a la puerta de la suya, que estaba entre abierta, un hombre muerto
desnudo en su cama. Un gemido llamó la atención de Aren, y se giró para encontrar
a una mujer maridriana escondida en un rincón.
—Fuera —le dijo, y ella se escabulló a su lado y salió al pasillo. Alguien más
podría decidir qué hacer con ella.
Pero todo lo que sentía era entumecimiento, así que salió al patio, caminando
hacia el centro donde una vez estuvo de pie en el ojo de una tormenta y tomó la
decisión más catastrófica de su vida.
Sonaron más cuernos, esta vez desde Norteguardia de que los harendelianos
tenían la isla bajo su control.
—Está hecho —El viejo soldado miraba la casa, el interior ahora un infierno,
las llamas lamiendo las ventanas rotas del comedor—. Los maridrianos están
derrotados.
357
—Lo he oído.
—No fue una gran pelea —La voz de Jor era baja.
—Aun así. No se siente bien, que espero sea la razón por la que estás aquí
quemando tu casa en lugar de celebrar en el cuartel.
Nada se sentía bien. Aren miró fijamente las llamas, preguntándose si Lara
finalmente se había despertado. Si estaba bien. Cómo habría reaccionado cuando
se diera cuenta de que la había dejado.
—Lo sé.
—Lo sé.
—Habrá otras mujeres. Encontrarás una que te guste, una buena chica
iticana. Dale al reino un heredero para que todo el mundo sea feliz.
358
Nunca habría otra. No como ella.
Pero tal vez eso era lo mejor. Tal vez era mejor no preocuparse tanto porque
entonces sus lealtades no se dividirían. Podría centrarse en la reconstrucción de
Iticana. En hacer que su pueblo fuera fuerte de nuevo.
—¡Su Alteza! —Aren se giró y vio a uno de sus soldados corriendo por el
camino hacia ellos. Se detuvo al instante, jadeando.
—¿Qué pasa? —gritó Jor por encima del rugido del fuego—. ¿Otro ataque?
Tan pronto como el hombre dijo las palabras, Aren escuchó el estallido de
cuernos en la distancia, el mensaje ondeando a través de los hombres y mujeres
colocados estratégicamente a lo largo de Iticana.
359
—¿Cómo? Incluso si hubieran visto a la flota valcottana moviéndose hacia
Sudguardia, no habrían tenido suficiente tiempo para evacuar.
—Pero, ¿por qué decírselo a Silas? ¿No sería mejor para Keris si su padre
perdiera el puente?
—Para proteger a Zarrah. Sin batalla. Sin pérdidas. Sin traición. La Emperatriz
no estará contenta con ella, pero es poco probable que la ejecute. Incluso podría
mantenerla como heredera, que es lo que Keris necesita.
Aren echó a correr colina arriba, sin darse cuenta ni importarle si los otros lo
seguían. Todo lo que importaba era llegar a terreno elevado.
El sol era poco más que un resplandor en el oeste, proyectando largas sombras
mientras Aren patinaba por el camino embarrado, con el corazón martilleando en
su pecho.
Más rápido.
360
pero los tomó de dos en dos, llegando a la parte superior en el momento en que se
ponía el sol, arrojando a Iticana a la oscuridad.
—¿Qué es?
361
54
LaRa
ELLA COJEO A lo largo de la parte superior del puente, dirigiéndose al sur hacia
Maridrina.
Lógicamente, Lara sabía que debió haberse quedado en la isla Gamire hasta
que su herida comenzara a sanar, o al menos hasta que ya no sintiera los efectos
de toda la sangre que había perdido. Había comida y refugio, junto con todos los
suministros médicos que pudiera necesitar.
Pero la idea de quedarse en Iticana, sin Aren, era más de lo que podía soportar,
así que en su lugar empacó lo que necesitaba y subió al muelle, sin ningún interés
en estar confinada dentro del puente. No cuando cada respiración ya era una lucha.
Escuchó los cuernos transmitiendo el mensaje de que Norteguardia había
sido asegurada por la armada harendeliana, junto con una serie de otros que no
había sido capaz de entender.
Excepto que se sentía igual. Se sentía peor, porque al menos antes había
tenido un objetivo. Algo en lo que había estado trabajando para conseguirlo.
Así que caminó, su dirección determinada por el camino del puente y nada
más. El sol se ponía lentamente por el oeste, pero ella no se detuvo. No consideró
dónde podría pasar la noche. No comió de sus provisiones ni bebió del odre de agua
que llevaba atado a la cintura.
Paso.
Paso.
Paso.
Y había solo una razón para que los iticanos encendieran esa llama.
363
55
aREN
—¡TODOS LOS QUE pueden luchar, a un bote! —Aren corrió hacia la playa donde
sus soldados ya estaban metiendo barcos en el agua.
—Ellos se las arreglarán —Aren subió al barco que Lia, Aster y el resto de
la tripulación habían preparado, con las máscaras ya puestas. Se sacó la suya del
cinturón, el cuero todavía estaba salpicado de sangre de la pelea para retomar
Midguard—. Si Eranahl cae, será una matanza.
—Podría ser una artimaña —Jor subió detrás de él—. Una forma de sacarnos
y luchar contra nosotros al aire libre.
—Ya hemos caído en la trampa. Silas sabía que obligaríamos a todos los
soldados a retomar el puente. Dejó solo suficientes soldados para asegurarse de
que mordiéramos el anzuelo. Y ahora está atacando a Eranahl mientras estamos
de espaldas.
Aren miró las estrellas, trazando su ruta. Toda su vida le habían dicho que
derrotar a Ithicana significaba tomar el puente, pero Maridrina había demostrado
que era falso. Derrotar a Ithicana significaba destruir a su gente. Sin ellos, ¿qué
importaba el puente?
Pero el rey de Maridrina estaba equivocado si creía que había ganado, porque
Aren se negaba a dejar que Eranahl cayera sin luchar.
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56
LaRa
No le importaba.
Descender del muelle hacia la isla sería un suicidio sin forma de cebar a
las serpientes para alejarlas del camino. Y el siguiente muelle más cercano estaba
diseñado para disuadir a los escaladores: solo caería y se encontraría empalada en
una de las innumerables púas.
La única opción que tenía era saltar y nadar hasta el banco de arena donde
estaban amarrados los botes.
Usando algas para marcar el costado del puente sobre el bote amarrado,
Lara dejó la jarra vacía y comenzó a caminar hasta que estuvo sobre aguas más
profundas. El sudor que corría por su espalda se volvió frío cuando encontró el lugar
aproximado donde Aren había saltado una vez, sabiendo que si juzgaba mal, sería
un salto fatal. Demasiado cerca de la isla y golpearía las aguas poco profundas del
banco de arena.
367
El aire pasó rápidamente, la oscuridad se la tragó mientras caía. Entonces
sus pies tocaron el agua y se hundió en las profundidades. Abajo y más abajo, y el
pánico corría como fuego por sus venas.
Pateando con fuerza, nadó hacia arriba, con el pecho ardiendo, pero luego
su cabeza salió a la superficie. Lara jadeó en un suspiro desesperado, moviéndose
torpemente en el agua mientras subía y bajaba sobre las olas, buscando las algas
que había usado para marcar el puente.
Remando con los brazos y pateando las piernas, lentamente se dirigió hacia
el banco de arena. Estaba segura de que en cualquier segundo algo la agarraría por
las piernas y la hundiría en las profundidades, y gritó de sorpresa cuando sus pies
tocaron fondo.
De pie, Lara chapoteó en el bajío, con las manos delante de ella hasta que
chocó con un bote. Levantando el ancla, salió vadeando, el agua subió hasta su
cintura, y luego trepó adentro, moviéndose al tacto. Era más grande que el barco
que había usado para entrar y salir de Ithicana, pero había visto a Aren y al resto
manejar estos barcos en innumerables ocasiones. Ella podría hacerlo.
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57
aREN
—DIOS NOS AYUDE —murmuró Jor, levantándose para pararse junto a Aren, ambos
mirando el caos que rodeaba la isla.
Había más de cien barcos, pero eso no fue lo que llamó la atención de Aren.
Fueron los numerosos incendios que ardían en las laderas de Eranahl. Los rompe
barcos, la principal línea de defensa de la isla, se habían reducido a escombros y
cenizas.
Sin embargo, era una ganancia que le había costado mucho a Silas.
Aren podía distinguir las sombras de su gente que luchaba para evitar que
llegaran a la cima, pero los arqueros de los barcos los estaban atacando. La miríada
de llamas iluminaba el cielo como si fuera de día.
Las velas se tensaron y el barco voló a través de las olas, Lia guiándolos entre
los barcos, dirigiéndose hacia la boca de la cueva mientras el resto de sus soldados
atacaban la retaguardia de la flota, disparando flechas y desplegando explosivos en
el camino que solo ellos sabían.
Pero incluso con la distracción, no pasó mucho tiempo hasta que la flota
enemiga los vio.
370
la roca.
Más allá, podía ver las luces de su gente al otro lado del reja que se elevaba,
armas en mano y rostros sombríos.
Y por una buena razón. Detrás de él, las lanchas remaban en su persecución,
todas llenas hasta los topes de soldados.
El aire se llenó con las astillas y el crujido del bote cuando la reja se estrelló
contra él, arrastrándolo hacia las profundidades, las flechas de los botes invadiendo
el pesado acero.
371
Dejando ir a su hermana, Aren miró entre escudos, viendo las cadenas y
cuerdas agarradas en las manos de los maridrianos, su estómago apretándose.
Lo que los mantendría a salvo por ahora, pero sería donde todos morirían de
hambre si Aren no pudiera mantener el control de la isla.
—¡El último rompedor está caído! —Una voz se filtró a través de la caverna—.
Están ganando los acantilados.
—¡Mierda! —Ahnna golpeó con el puño el borde del bote. Pero luego sus ojos
se volvieron hacia Aren—. ¿Qué hacemos?
Sintió que la atención de todos sus soldados se volvía hacia él incluso mientras
luchaban por mantener alejado al enemigo, todos esperando que él ofreciera una
solución. Para guiarlos hacia la victoria. Su rey.
372
Las tempestades que defendían a Ithicana no abandonaban el reino cuando
más las necesitaba. Aren solo necesitaba aguantar hasta que llegaran.
—Déjame dos botes y sus tripulaciones y llévate a todos los demás a defender
los acantilados —le ordenó a su hermana. Luego, a Taryn, que estaba disparando
metódicamente a los Maridrianos, con una expresión salvaje en su rostro, le dijo—:
Haz que ese rompedor vuelva a funcionar.
Jor se sentó sobre una rodilla a su lado. —¡Si quieren esta puerta, van a tener
que sangrar por ella! —gritó, y la caverna resonó con voces que lo repitieron.
Aren miró a través de los escudos, encontrándose con las miradas del enemigo
que le devolvía la mirada. Con una mano, se quitó la máscara y la dejó caer al agua,
sonriendo al ver reconocimiento en sus ojos.
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LaRa
Lara miró con horror, sus manos se aflojaron en las cuerdas que hacía solo
unos momentos había agarrado tan ferozmente.
Incluso con las masas de barcos entre su nave y la isla, podía distinguir los
enjambres de soldados enemigos que trepaban por los acantilados, el tumulto de
las luchas entre maridrianos e Iticanos en las laderas del volcán, los rompe barcos
poco más que formas humeantes. Media docena de barcos se apiñaban alrededor
de la entrada a la caverna, botes llenos de soldados que bajaban al agua y luego
remaban en la oscuridad. Si la puerta no había sido traspasada todavía, pronto lo
haría.
La ira ahuyentó abruptamente su dolor, y Lara golpeó sus manos con fuerza.
No era así como debían resultar las cosas. Se suponía que Ithicana era libre, su
padre estaba derrotado, y ahora, a pesar de todo lo que ella y Aren habían hecho, a
pesar de lo duro que habían luchado, todo había terminado.
Volviendo la cabeza hacia la isla, Lara observó a los soldados trepando por
las cuerdas que colgaban entre los botes y los acantilados. El oleaje se arrojó contra
las rocas, lleno de botes destrozados, escombros y cadáveres, pero aún así seguían
llegando.
Enderezándose, Lara entrecerró los ojos a los barcos que rodeaban la isla.
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Luego buscó en su bolsillo lo último del estimulante, sin ni siquiera saborear la
mezcla de hierbas mientras masticaba y tragaba. Tensando la línea en su mano, vio
cómo la vela se tensaba contra el viento, llevándola a la batalla.
Su sangre corría por sus venas, impulsada por la adrenalina y los estimulantes,
el dolor y el miedo desaparecieron mientras dejaba caer las cuerdas. Mientras
doblaba las rodillas, las olas agarraron su bote y lo arrojaron contra las paredes del
acantilado.
Se quedó colgando por un latido del corazón, pero el agua rugió hacia ella
una vez más, así que metió la mano libre en una grieta y tiró.
Cada vez más alto, el ruido de las olas fue reemplazado por los gritos de
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los soldados maridrianos mientras se reunían en la cima, esperando hasta que
tuvieran suficientes números para empujar la pendiente.
Al principio Lara pensó que era un trueno, pero luego sintió temblar la roca
debajo de ella y se dio cuenta de lo que habían hecho los Ithicanos.
Apretando los dientes, Lara cerró los ojos mientras los soldados de arriba se
lanzaban por los acantilados al agua de abajo.
Cuando cesó el ruido, Lara se relajó lo suficiente para mirar hacia abajo.
El oleaje estaba lleno de sangre y cuerpos rotos, todo mezclado entre los restos
destrozados de las lanchas.
Escala.
Alzando la mano, Lara agarró una piedra, solo para que se soltara. Un grito
escapó de sus labios y luego cayó.
377
59
aREN
YA NO TENÍAN flechas.
Lucharon mano a mano, ambas fuerzas clavando las armas a través de las
barras de metal en un intento por empujar al otro hacia atrás, y en ambos lados
los cuerpos se balanceaban en el agua. Pero donde Aren tenía solo una decena de
soldados, los Maridrianos seguían viniendo.
Justo entonces una ola surgió que arrojo su barco hacia atrás. El bote de
los Maridrianos choco contra la reja, tirando hombres en el agua, pero dos se
mantuvieron en pie. Y mientras Aren miraba con horror, envolvieron la cadena a
través de las barras.
Su bote finalmente alcanzo las barras, y Aren tomo la cadena, tirando fuerte,
aunque sabía que era inútil.
379
60
LaRa
Con un violento tirón, Ahnna levanto a Lara, otro Ithicano ayudando a subirla
sobre el borde, donde Lara se quedo jadeando por aire sobre su espalda antes de
lentamente ponerse de pie.
Ahnna se quedo parada con varios Ithicanos, de los cuales Lara reconocía a
todos.
—El te dejo atrás por una razón, Lara. No te quieren aquí. Dime por que no
debería lanzarte al agua con el resto de tu gente.
—Estoy aquí para luchar por Ithicana. —Ella estaba aquí para luchar por
ella misma.
Uno de los Ithicanos pregunto, pero Ahnna solo palideció y salió corriendo.
Lara corrió tras ella, saltando sobre los escombros del deslizamiento rocas
mientras rodeaban la isla. El sol había salido ahora, pero en la distancia, una pared
de tormenta avanzaba hacia Eranahl, las nubes negras bailaban con relámpagos,
el viento aullaba.
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Llegaron al borde del deslizamiento de rocas, encontrándose en medio de la
lucha, los Iticanos yendo mano a mano contra los Maridrianos y Amaridianos, la
pendiente llena de cadáveres.
—¡No!
—¡Taryn!
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Ahnna gritó el nombre de su prima, las filas se separaron para revelar a
la joven que trabajaba en un rompe barcos, la madera carbonizada, las cuerdas
deshilachadas y ennegrecidas.
—¡No tenemos tiempo! Si abren la puerta, Aren será superado. ¡Tenemos que
destruir ese barco!
Las palabras se repitieron una y otra vez, y Lara miró hacia arriba para ver
barcos que izando la bandera de Amarid levantando sus velas, abandonando a los
que iban en botes y a los que ya estaban en tierra, huyendo de la tormenta que se
avecinaba.
Fue una carrera contra la tormenta. Una carrera para la flota de su padre para
hacerse con el control de la caverna y dejar a suficientes soldados para mantener la
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isla mientras los barcos huían por delante de los vientos violentos y la lluvia que
los vería a todos en el fondo del mar.
Una ola inundó uno de los botes, los hombres nadando para aferrarse al
borde de los otros botes, todos los cuales estaban en peligro de hundirse.
Uno a uno, los hombres que nadaban fueron tirados bajo el agua, flores rojas
floreciendo en los mares oscuros mientras los tiburones de Iticana se daban un
festín con sus enemigos. Y, sin embargo, los botes no retrocedieron.
¿Qué les hacia desear tanto esta isla que se arriesgarían a morir?
¿La gloria?
¿Poder?
¿Temor?
¿Qué podría ser peor que esta tormenta? ¿Peor que los tiburones destrozando
a sus camaradas ante sus propios ojos?
Su padre estaba en la cubierta del barco, con los brazos cruzados y los ojos
fijos en su objetivo, sin mostrar miedo en su rostro.
Él era lo que temían los soldados. Él era lo que evitaba que la flota huyera
antes de la tormenta. Él era lo que llevaba a los hombres a esas aguas mortales.
384
61
LaRa
—Mi padre está en ese barco. Si me llevas allá abajo y lo mato, la flota se
retirará. Él es lo único que los mantiene en esta pelea.
Haciendo una mueca, Ahnna se dio la vuelta para ladrar órdenes, enviando
a una docena de Iticanos corriendo por las laderas, luego su atención volvió a Lara.
—Bájame sobre la cuerda que están usando para sacar las rejas. Subiré al
barco.
Lara apretó los puños y sintió las primeras gotas de lluvia golpear su frente.
Oyendo el chirrido del metal de las rejas siendo sacadas de la caverna, centímetro
a centímetro.
Tomando a dos de sus soldados, Ahnna les murmuró algo. Los hombres
asintieron y se retiraron al caos. Momentos después, uno de ellos regresó con un
arma familiar en sus manos y se la entregó a la princesa.
Lara se volvió para observar la caída. Los mares agitados. Las aletas
atravesando el agua. —Seré rápida.
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—No podremos traerte de regreso.
Lara no vaciló.
En el barco, los soldados tiraban del perno, varios de ellos apuntando hacia
ella. Todavía no, suplicó en silencio, mientras el terror corría por sus venas.
Lara cayo.
Ella gritó, luego sus talones golpearon la cubierta, su pierna lesionada cedió.
Instintivamente rodó, poniéndose de pie, cuchillo en mano.
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murmurando:
Lara se arriesgó a mirar hacia la caverna, pero la cadena aún estaba tensa,
la puerta aún sostenida.
—¿Por qué estás haciendo esto? —exigió—. ¿Qué tienes que ganar? Tomar
Eranahl y matar a inocentes no cambiará el hecho de que el puente nunca será
tuyo. Incluso si matas hasta el último Iticano, Harendeliano y Valcotano nunca te
dejarán tener el control. Perdiste.
Su padre se rió.
—Mátenla.
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—Te reto. Aquí y ahora. Tú eliges el arma.
—No estás apta para un duelo, Lara. Desde mi punto de vista, ya casi te has
desangrado hasta morir. No sería una pelea.
Él resopló.
—Solo asesinarlas —Una ola de mareo pasó por ella, pero Lara la ignoro—.
Como asesinaste a mi madre. Como intentaste asesinar a mis hermanas. Como me
asesinaras a mí —Ella rió—. O, como ordenaras a tus soldados me hagan, porque
aparentemente no tienes las pelotas para hacerlo tú mismo.
Su padre vio la forma en que lo miraban. Sabía que, si no luchaba con ella,
estaba acabado.
Lara sacó la espada de la vaina y luego le hizo un gesto con el cuchillo para
que avanzara.
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bota, su pierna apenas
Pero tenía que seguir adelante. Por el bien de todos en Eranahl, tenía que
seguir luchando.
—No hay nada de divertido en esto —espetó su padre, luego se giró mientras
ella contraatacaba, sus movimientos lentos y flojos.
—Entonces termínalo.
—¡Ataquen!
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entre intentar capturar la caverna o permanecer a bordo del barco.
—¡No!
—Cualquier hombre que huya será etiquetado como un cobarde. ¡Un traidor!
¡Cualquier hombre que se vaya se encontrará con la cabeza clavada en las puertas
de Vencia!
Pero por el rabillo del ojo, Lara pudo ver que los barcos se estaban retirando.
Levantando sus velas y volando delante de la tormenta que estaba a punto de
descender con malvada venganza. Sin embargo, eso no significaba que Eranahl
estuviera a salvo. No cuando los cientos de hombres en botes ahora se abrirían
camino hacia la caverna, sabiendo que su padre nunca les permitiría retirarse al
barco.
Ella fingió tropezar. Vio el triunfo en sus ojos cuando su espada le cortó las
costillas.
El barco se balanceó y se separaron el uno del otro. Lara aterrizó con fuerza
sobre su espalda mientras su padre se hundía de rodillas, con los dedos tirando
inútilmente de la empuñadura de su cuchillo.
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—Eres una traidora —siseó—. Para tu familia. Y tu gente.
La miró con furia inhumana, luego la luz se desvaneció de sus ojos azules y
se desplomó en la cubierta.
Los marineros corrieron para obedecer, pero cuando las velas atraparon
el viento, el barco se estremeció y se sacudió. Los mástiles crujieron y el agudo
chirrido del metal contra la roca llenó los oídos de Lara.
El agua helada se cerró sobre su cabeza y luchó hacia arriba, pateando con
fuerza.
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Su cabeza salió a la superficie solo para que una ola la hundiera de nuevo.
Ahogándose y jadeando por respirar, Lara agarró algunos escombros, aferrándose
a ellos mientras se elevaba y caía sobre las violentas olas.
El rompe barcos hizo un resonante crujido, una roca chocando contra un bote.
Luego otro cerca del barco. Luego otro en otro bote. Luego se quedó en silencio.
Dondequiera que mirara Lara, los barcos volaban a través de los huracanes,
con las velas llenas de viento mientras trataban de escapar de la tormenta que
había caído sobre ellos con una furia perversa. Todavía había marineros en el
agua, hombres gritando por los barcos volvieran atrás, para que sus camaradas los
salvaran, pero uno por uno fueron tirados hacia abajo.
El sonido de su nombre hizo que sus ojos pasaran de las aletas a los Iticanos
que estaban de pie en los acantilados de arriba, con el viento rasgando sus ropas.
Docenas de ellos. Cientos de ellos. Y Ahnna y Taryn le estaban gritando, haciendo
un gesto hacia la caverna de abajo.
—¡Nada!
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Se acercaron, las colas golpearon sus piernas mientras se alejaban, y cada vez
esperaba que los dientes le cortaran la carne. Esperaba ser hundida y destrozada o
ahogada.
Las olas explotaron contra los acantilados, pero los gritos habían cesado,
Lara era la última persona viva en el mar. Sus brazos temblaban por el esfuerzo de
agarrarse a los escombros, sus piernas colgaban inútilmente mientras las olas la
arrojaban a la boca de la caverna.
Más adelante, vio el tenue resplandor de la luz, luego el mar volvió a surgir
y Lara gritó cuando fue arrojada a una red de metal retorcido.
394
62
aREN
—¡Retirada! ¡Retirada!
Y luego se dio cuenta de que las voces que gritaban las palabras eran
Maridrianos. Él sintió el cambio mientras el enemigo trataba de retroceder. Trató
de subir a través de esa pequeña brecha por encima del acero retorcido.
El instinto le exigía que los cortara. Exigía que matara a esos hombres que
habían intentado masacrar a su pueblo y destruir su hogar.
396
Pero en sus ojos brillaba el miedo y la desesperación. —¿Quieres que nos
rindamos?
Más asentimientos y Aren les dijo a sus soldados —Átenlos. Nos ocuparemos
de ellos más tarde.
Pero Iticana tenía que cambiar. Él tenía que cambiar. —Negociaré su regreso
a Maridrina.
—Sí, su excelencia.
Los soldados nadaron uno por uno hacia adelante, su gente los llevó en
barcos y los ató antes de retirarse al puerto. Aren trepó por una cornisa en la pared
de la cueva, apoyando sus rodillas sobre sus codos. Respirando. Solo respirando.
—¡Aren!
Se giró al oír la voz de Lia y, a través de la tenue luz, vio que el barco
que llevaba a su guardaespaldas luchaba, acercándose contra la fuerza del mar
embravecido.
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es imposible. Tendremos que cortarlo.
—¿Por qué?
El barco llegó hasta él y Lia saltó a la cornisa junto a él, con su brazo envuelto
en un vendaje. —Porque Lara está ahí afuera.
Lia lo agarró del brazo y le clavó los dedos en la piel. —Lara no está en el
barco, Aren. Ella está en el agua.
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63
LaRa
—Te tengo —Tiró de ella más alto hasta que sus cabezas estuvieron justo
debajo del techo de la cueva—. No te dejaré ir.
Vagamente se dio cuenta de que había otros detrás de él, pero todo lo que
veía era a él. Y todo lo que sintió fue el más profundo sentimiento de gratitud a
Dios o al destino o a la suerte por permitirle verlo una última vez antes de que los
Mares de la Tempestad la llevaran.
Ella asintió con la cabeza, pero era mentira. Porque no había esperanza de
que sobreviviera a esto. Con cada oleada, el agua subía más, y una vez que la
tormenta golpeara con toda su ferocidad, ni siquiera Aren sería capaz de evitar que
se la llevara. Y sería un milagro si él mismo no se ahogara.
—Tienes que dejarme ir. —Ella estaba tan agotada. Tan cansada de pelear—.
Necesitas ir a un lugar seguro.
400
Escúchame.
Él se resistió. Como si supiera lo que ella iba a decir. Pero luego se encontró
con su mirada.
—Lara…
—Desde el día en que nos conocimos, nunca ha habido nadie más que tú. Y
nunca habrá nadie más que tú. Eres mi reina y te necesito.
Ella lloró. Incluso si lograba superar esto, no había futuro para ellos. No con
Aren como rey. Y ella se negó a que él eligiera entre ella e Iticana. —Aren…
—No voy a dejarte morir. —Sus ojos buscaban en el techo de la cueva, y ella
vio como la soltaba el tiempo suficiente para apoyar los pies contra la pared, sus
músculos se tensaron mientras trataba de tirar la reja hacia atrás.
Pero estaba atascado, encajado en su lugar por la fuerza del barco y las velas.
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que no te soltarás.
Él la miró a los ojos hasta que ella asintió con la cabeza, envolviendo sus
brazos a través de los barrotes y sujetándose con fuerza mientras el agua subía.
Los Iticanos en los barcos intentaron acercarse, pero las olas los empujaban
hacia atrás. Más y más lejos hasta que la única que quedaba era Lia, encaramada
en un estrecho saliente. La otra mujer comenzó a dejar su linterna, claramente con
la intención de sumergirse.
Agarró el metal, trepando rápidamente hasta que estuvo cara a cara con
Lara, la sangre le corría por su mejilla por un corte en la frente.
—Si puedes —La besó con fuerza—. Nunca he visto que el miedo tomé una
decisión por ti.
—Te necesito —Su aliento estaba caliente contra sus labios—. Y necesito
que sigas luchando.
Cerrando los ojos, Lara luchó contra su terror al agua, el terror que había
perseguido sus pasos desde el momento en que puso un pie en Iticana. Eres una
402
princesa, se dijo a sí misma. Una reina.
Pero, sobre todo, ella era una pequeña cucaracha. Lara asintió una vez y
respiró profundamente.
Más profundo. Sabía que él debía estar llevándola más profundo, porque
la presión en sus oídos crecía, y necesitaba toda su fuerza para agarrarse a los
barrotes y arrastrarse hacia abajo cuando el instinto le exigía que fuera arriba. De
regreso a la superficie y al aire.
El pánico corría por sus venas, la necesidad de respirar crecía con cada
segundo que pasaba, lo único que la mantenía cuerda era saber que Aren estaba
con ella. Que, para salvarlo, necesitaba salvarse a sí misma.
Aren tiró, con sus pies apoyados en el fondo, pero no cedió. Desesperada,
Lara soltó la mano de su agarre, tratando de alcanzar entre su cuerpo y el suelo
rocoso para desabrochar la hebilla, pero no había espacio.
403
Y necesitaba respirar.
Necesitaba respirar.
Necesitaba respirar.
Lara inhaló.
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64
aREN
Su cinturón.
Su pecho dolió por la necesidad de respirar, había pasado toda su vida bajo
el agua y solo le estaba dando unos momentos más. Cuando encontró a tientas
su cuchillo, cortó el cuero hasta que se partió. Dejando caer el cuchillo, agarró los
brazos de Lara y tiró con toda la fuerza que le quedaba.
Llegó la superficie y aspiró con un grito ahogado, las olas los empujaban
contra las paredes rocosas, pero luego lo llevaron de vuelta. De vuelta al rastrillo.
Necesitaba sacarla del agua. Necesitaba salvarla.
Unos brazos lo jalaron hacia arriba y Aren aterrizó de espaldas en el bote con
el cuerpo inerte de Lara encima de él.
La luz de las antorchas iluminó su rostro, sus ojos estaban abiertos, pero no
miraba nada.
Se fue.
—¡No! —gritó, empujando sus manos bajo su pecho. Una y otra vez.
—Aren, suficiente. —Jor trató de alejarlo, pero Aren lo empujó lejos, sus
manos volvieron al pecho de Lara. Deseando que respire.
—¡No!
El bote golpeó la orilla de los escalones rocosos del puerto. Aren tomó a Lara
en sus brazos, cargándola escaleras arriba en la carrera para dejarla en la tierra,
donde reanudó las compresiones en su pecho, sus brazos temblaban por el esfuerzo.
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65
LaRa
FUE UN LENTO ascenso en la turbia oscuridad. La subida más larga que jamás
había hecho. A través de la negrura, la tristeza y el terror, era perseguida por todos
los villanos que habían ido tras su vida, sin duda la villana que llevaba dentro.
Agarrando, alcanzando y luchando. Pero luego escuchó su voz. Su nombre. Escuchó
la única orden que le había dado.
LaRa
LO PRIMERO QUE notó fue el aroma de Iticana en el aire. De mar, tormenta y selva.
Lara recorrió con la mirada su rostro, notando las sombras bajo sus ojos y los
puntos de sutura que sostenían una herida en la sien. Tenía los nudillos raspados y
llenos de costras, y el antebrazo desnudo estaba marcado con moretones morados.
Pero estaba vivo.
Y ella también.
—Tres días —Dejó el vaso a un lado y se inclinó hacia ella, con sus ojos
escrutadores—. Me dicen que es un maldito milagro que estés viva dadas tus
heridas y... —Se interrumpió, su rostro se tensó.
—Sí —Sus ojos color avellana brillaron con lágrimas no derramadas cuando
se encontraron con los de ella—. Estabas muerta. Muerta en mis brazos, y yo...
yo… —Se pasó una mano por la cara, sacudiendo la cabeza.
Todo estaba borroso. La batalla. Los momentos en el túnel con el rastrillo entre
ellos. Pero ella recordaba. Recordó que él le dijo que la amaba. Que la necesitaba.
Que no la dejaría ir.
Pero esas habían sido palabras pronunciadas en el calor del momento, cuando
ambos pensaban que la muerte estaba sobre ellos. Cuando todo parecía posible con
tal de sobrevivir.
Ella era la Reina Traidora. La razón por la que Iticana había perdido el puente.
La razón por la que cientos, sino miles, de Iticanos habían perecido. El hecho de
que ella hubiera sido parte de su liberación no significaba nada, algunas cosas eran
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imperdonables.
Aren asintió. —La tormenta sólo duró medio día, pero expulsó a las flotas de
los Amaridianos y de los Maridrianos. Con tu padre muerto, parece que han optado
por regresar a sus respectivos puertos. Los soldados que permanecen en nuestras
costas se han rendido en su mayoría, y les permitiremos partir en Sudguardia.
Haremos lo mismo con los prisioneros de aquí cuando podamos transportarlos.
A Lara se le apretó el pecho, pero más le valía acabar de una vez. —Tan
pronto como esté lo suficientemente bien para caminar, me iré —Aunque no estaba
segura de adónde iría. Primero a buscar a Sarhina. Y luego...
Dudó, su manzana de Adán se movió mientras tragaba una vez. Dos veces.
—Te quiero aquí, si estás dispuesta a quedarte. Si quieres quedarte.
Cerrando los ojos, Lara respiró profundamente, haciendo una mueca por el
dolor en sus costillas.
Habría sido más fácil si él le hubiera dicho que se fuera. Pero ahora tendría
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que hacerlo sabiendo que a él todavía le importaba. Tendría que irse sabiendo que
aún había una oportunidad para ellos, si era lo suficientemente egoísta como para
aceptarla. —Iticana te necesita, Aren. Necesita a su rey.
Una leve sonrisa se dibujó en su rostro. —Hay algo más que eso. Suspendemos
al traidor acusado en el mar, y luego cebamos las aguas. Si los tiburones matan
a la persona, significa que los cargos eran merecidos, al igual que el castigo. Pero
si los tiburones dejan a la persona en paz, significa que no es un traidor, que es
fiel a Iticana —Su mirada se agudizó, centrándose en ella—. Nunca he visto a los
tiburones hacer nada más que un festín. Nunca he oído hablar de ello. Hasta ahora.
—Ahnna lo vio. Taryn lo vio. Aster, que Dios bendiga su alma supersticiosa,
te vio saltar de ese barco y luego nadar, sangrando y retorciéndote, por aguas
infestadas de tiburones, y ninguno de ellos te tocó.
—Había cientos de ellos. Y Ahnna dijo que el más grande nadaba junto a ti,
miraba y luego se alejaba nadando. Una y otra vez. Mataron a todos los soldados
en el agua, pero a ti no. Y ya nadie te llama la Reina Traidora.
Una lágrima caliente recorrió el rostro de Lara, porque ella era fiel a Iticana.
Ella amaba este reino y amaba a su gente, pero... —Hará falta algo más que mitos
y leyendas para que el pueblo me conceda su perdón, Aren.
—Es cierto. Pero esos mitos y leyendas significan que te darán la oportunidad
de ganarte su perdón. Si estás dispuesta a intentarlo.
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Ahora estaba llorando, con sollozos de alivio. Eso era lo que quería más que
nada. La oportunidad de expiar. La oportunidad de ser mejor. La oportunidad de
amar.
—¿Te quedas?
Pero Lara negó con la cabeza. Mordiendo el dolor, se puso de pie, aceptando
el brazo de Aren para equilibrarse. Tomó la ropa que le pasó Ahnna y se la puso con
cuidado, sintiendo la tensión de las heridas cosidas y el dolor de las costillas rotas,
y sin embargo nunca se había sentido más fuerte. Nunca se había sentido más viva.
Aren negó con la cabeza. —No necesitas demostrarme nada, Lara. Sé mejor
que nadie lo fuerte que eres.
Sus ojos estaban llenos de calor. De deseo por ella. De respeto por ella. —
Como usted diga, Alteza —Alzando el brazo, Aren se agachó, con su aliento cálido
contra su oreja—. No hay nadie en el mundo como tú, lo sabes.
—No, no lo hay —Lara cuadró los hombros cuando las puertas del balcón se
abrieron de par en par, revelando una multitud de su gente que esperaba abajo—.
Porque sólo hay una Reina de Iticana. Al igual que sólo hay un Rey. Y si alguno de
nuestros enemigos se atreve a venir por nuestro reino, lo pondremos de rodillas.
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La historia continúa con un nuevo y sexy romance en
el tercer libro de la serie EL REINO DEL PUENTE.
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aGRaDECIMIENTOS
TRaDUCCIONES INDEPENDIENTES Y
SOMBRa LITERaRia
También queremos darle las gracias a ustedes, lectores. Por su paciencia y comprensión.
Este proyecto es para ustedes, son el fin del trayecto, a ustedes nos dirigimos al traducir,
a sus manos, a sus ojos, a su deleite.
TI & SL