Está en la página 1de 410

El libro que ahora tienen en sus manos, es el resultado del trabajo final de varias

personas que, sin ningún motivo de lucro, han dedicado su tiempo a traducir y co-
rregir los capítulos del libro.

El motivo por el cual hacemos esto es porque queremos que todos tengan
la oportunidad de leer esta maravillosa historia lo más pronto posible, sin que el
idioma sea una barrera.

Como ya se ha mencionado, hemos realizado la traducción sin ningún moti-


vo de lucro, es por eso que se podrá descargar de forma gratuita y sin problemas.

También les invitamos a que en cuanto este libro salga a la venta en sus paí-
ses, lo compren. Recuerden que esto ayuda a la escritora a seguir publicando más
libros para nuestro deleite.

¡No subas la historia a Wattpad, ni pantallazos del libro a las redes socia-
les! Los autores y editoriales también están allí. No sólo nos veremos afecta-
dos nosotros, sino también tú.

¡Disfruten la lectura!
CRÉDITOS

TRaDUCCIONES INDEPENDIENTES

Y SOMBRa LITERaRIa

MODERaCIÓN

Reshi

-Patty
TRaductorEs CorrEcción

Steph M Beth

Albars11 Macs

-M Pamsi

Viv_J -Patty

Juliette Reshi

Eileen

Mary A LectuRa final

Mariam -Patty

Achilles

Daemon Portada

Kamis Wes

Mrs. Tiber

Isabella Diseño

Andrea A Niktos
SINOPSIS

Una reina exiliada por ser una traidora. Lara ha visto cómo su propio padre con-
quistaba Ithicana, sin poder hacer nada para detener la destrucción. Pero cuando
se entera de que su esposo, Aren, ha sido capturado en la batalla, Lara sabe que
sólo hay una razón por la que su padre lo mantiene vivo; como un señuelo para su
hija traidora.

Y es un señuelo que tiene toda la intención de tomar.

Arriesgando su vida en los Mares Tempestuosos, Lara regresa a Ithicana con


un plan no sólo para liberar a su rey, sino para liberar el Reino del Puente de las
garras de su padre utilizando sus propias armas: las hermanas a las que perdonó la
vida. Pero no sólo el palacio es inevitable, sino que hay más jugadores en el juego
de los que Lara creía, enemigos y aliados que cambian de bando en la lucha por
coronas, reinos y puentes. Pero su mayor adversario podría ser el mismo hombre al
que intenta liberar: el esposo al que traicionó.

Con todo lo que ama en peligro, Lara debe decidir por quién y qué está lu-
chando: su reino, su esposo o ella misma.
La
REINa TRaIDORa
Para mi querida amiga y confidente,

Elise Kova
1

aREN

Traducido por Steph M

Corregido por Reshi & Macs

HABÍA TENIDO LOS ojos vendados durante trece días.

Igualmente, encadenado y a veces amordazado; pero a pesar de las persistentes


quemaduras de las cuerdas que le desprendían la piel de las muñecas y el mal sabor
de la tela que le metían en la boca, era la continua penumbra de la venda lo que
impulsaba a Aren, el ex rey de Iticana, al borde de la locura.

Porque si bien el dolor era un viejo amigo y la incomodidad era casi una
forma de vida, estar confinado a lo que su propia mente podía conjurar era la peor
clase de tortura. Porque a pesar de que su más ferviente deseo era que fuera de otra
manera, todo lo que su mente quería mostrarle eran visiones de ella.

De Lara.
Su esposa.

La Reina Traidora de Iticana.

Aren tenía asuntos más urgentes que considerar, el más importante era cómo
diablos iba a escapar de los maridrianos. Sin embargo, los aspectos prácticos de
esa necesidad se desvanecían cuando indagaba cada momento con ella; intentando
y fracasando en diferenciar la verdad de la mentira, la realidad de la actuación,
aunque no podía decir con qué fin. ¿Qué importaba saber si algo de eso había sido
real cuando el puente ya se había perdido, su gente estaba muerta y agonizante, su
reino estaba al borde de la derrota, y todo ello como resultado de haber confiado,
amado, en su enemigo?

Te Amo. La voz y el rostro de ella llenaban sus pensamientos, el enredado


cabello color miel, sus brillantes ojos azules con lágrimas que se abrieron paso a
través del barro que manchaba sus mejillas.

¿Verdad o mentira?

Aren no estaba seguro de cuál respuesta sería el bálsamo para su herida y


cuál la abriría de par en par, de nuevo. Un hombre prudente lo dejaría estar, pero
Dios sabía que él no tenía posesión de ese atributo en particular; así que daba
vueltas a su alrededor, su rostro, su voz, su toque consumiéndolo mientras los
maridrinianos lo arrastraban, pateando y peleando, desde su reino caído. Solo una
vez que estuvo fuera de los mares, y bajo el calor de los cielos maridrinos consiguió
su deseo: quitarse la venda de los ojos.

Los deseos son sueños para los tontos.

13
2

LaRa

Traducido por Steph M

Corregido por Reshi

LARA NO SABÍA que Eranahl tenía una mazmorra.

No había otra palabra para describir la celda oscura, construida en cavernas


por debajo de la ciudad isleña, con paredes de piedra resbaladizas por el moho y
con aire estancado. Las barras de acero estaban desprovistas de una pizca de óxido,
porque esto era Iticana, e incluso las cosas que apenas se usaban estaban bien
mantenidas.

Lara yacía de espaldas en el estrecho catre, la fina manta que le habían dado
hacía poco para protegerla del frío húmedo; su estómago contraído por el hambre,
ya que estaba sujeta a las mismas raciones que todos los demás en la isla.
No era así como ella había esperado que fueran las cosas.

En lugar de convencer a Ahnna de llevar a cabo su plan para rescatar a Aren


de las garras de su padre, todo lo que había logrado con la demostración de sus
habilidades marciales en la cámara del consejo fue verse encadenada con grilletes,
siendo arrastrada por las calles de la ciudad y siendo arrojada a esta celda. Aquellos
que le llevaron comida y agua fresca se negaron a hablar con ella, ignorando sus
súplicas para ver a Ahnna.

Y cada día que pasaba era otro día que Aren permanecía preso en Maridrina,
sometido a Dios-sabe-qué clase de trato.

Si es que él aún estaba vivo.

El pensamiento la hizo querer acurrucarse sobre sí misma. La hizo querer


gritar de frustración. La hizo querer liberarse de este lugar e intentar rescatar a
Aren por su propia mano.

Excepto que sabía que eso sería una locura.

Necesitaba a Iticana.

Si tan solo pudiera hacer que se diesen cuenta que ellos también la necesitaban.

15
3

aREN

Traducido por Steph M

Corregido por Reshi & Macs

—BUENOS DÍAS, SU Majestad —dijo una voz mientras le quitaban la venda del
rostro a Aren.

Aren parpadeó rápidamente, las lágrimas corrían por sus mejillas mientras
el sol le quemaba los ojos, cegándolo por completo, así como lo había hecho la
tela manchada de sudor. Poco a poco, el blanco ardiente retrocedió para revelar un
jardín de rosas bien cuidado. Una mesa. Y a un hombre de cabello plateado, con piel
bronceada por el sol y con ojos del color de los mares tempestuosos.

El Rey de Maridrina.

El padre de Lara.
Su enemigo.

Aren se lanzó sobre la mesa, sin importarle que estuviera desarmado o que
sus muñecas estuvieran atadas. Solo reconociendo que necesitaba lastimar a este
hombre que había destruido todo lo que amaba.

Con los dedos a centímetros de su objetivo, Aren se encontró así mismo


golpeando contra su silla, de nuevo; una cadena se sujetaba a su cintura como si
fuera un cinturón, manteniéndolo en su lugar; como un perro atado a un poste.

—Bien, bien. No seamos maleducados.

—Jódete.

El labio superior del rey Maridriano se curvó con desdén, como si Aren hubiera
ladrado en lugar de hablar.

—Eres igual a como era tu reino, Su Majestad. Salvaje.

Era.

La burla se convirtió en una sonrisa.

—Sí, su Majestad. Era. Porque me temo que Iticana ya no existe, y tu título


ahora es una cortesía de la que tendrás que prescindir —se reclinó en su silla—
¿Cómo te llamaremos? ¿Maestro Kertell? O, tal vez, dado que somos algo así como
parientes, una cierta familiaridad es apropiada, Aren.

—Me importa una mierda cómo me llames, Silas. En cuanto a tu otro punto,
el puente no es Iticana. Yo no soy Iticana. La…

—… la gente es Iticana —terminó Silas, su mirada brillando con diversión—.


Palabras bonitas, chico. Y quizás haya algo de verdad en ellas. Iticana se mantendrá
de pie... Mientras Eranahl lo haga.

El estómago de Aren se retorció, no estaba acostumbrado a que el nombre de


su ciudad estuviera en los labios de su enemigo, y no era algo agradable.

—Todo un secreto que guardar —El rey Silas Veliant negó con la cabeza—.
Sin embargo, ya no lo es.

17
—Si quieres utilizarme para negociar la sumisión de Eranahl, estás perdiendo
el tiempo.

—Yo no pierdo mi tiempo. Y yo no negocio —Silas se frotó la barbilla—.


Casi todo tu pueblo se congregó en una isla, sin provisiones y sin esperanza de
salvación. ¿Cuánto pueden durar? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que Eranahl deje
de ser una fortaleza, y se convierta en una tumba? No, Aren, no te necesito para ver
la destrucción de Iticana hasta su final.

No llegaría a eso. Quienquiera que quedará al mando de Eranahl comenzaría


a sacar de contrabando a los civiles de Iticana bajo el amparo de las tormentas. En el
norte y en el sur. Esparciéndolos a los vientos. Pero vivos. Y mientras permanezcan
vivos…

—Si no soy de utilidad, ¿entonces por qué estoy aquí?

Silas juntó los dedos, silencioso. El corazón de Aren se aceleró, latiendo


contra su pecho, cada latido más violento que el anterior.

—¿Dónde está Lara?

Una pregunta inesperada, dado que Aren esperaba que ella estuviera aquí.
De vuelta en Maridrina. De vuelta al lado de su padre. Que ella no estuviera... Que
su padre no supiera dónde estaba...

Te amo.

Aren negó con la cabeza, bruscamente, una gota de sudor le corría por la
mejilla. Lo había apuñalado por la espalda, le había mentido desde el principio.
Nada de lo que ella había dicho importaba ahora.

—No tengo ni idea.

—¿Está viva?

La inquietud le recorrió la piel, la voz de Lara resonaba en su cabeza: pensé


que había destruido todas las copias. Esto es... Esto es un error. Las lágrimas en
sus ojos habían brillado como joyas.

18
—Tu suposición es tan buena como la mía.

—¿La dejaste ir? ¿O escapó?

Por favor, no hagas esto. Puedo pelear. Puedo ayudarte. Puedo...

—Permitir que un traidor quede libre parece una elección imprudente —sin
embargo, era lo que él había hecho. ¿Por qué? ¿Por qué no la había matado cuando
tuvo la oportunidad?

La cabeza del otro hombre se ladeó. Luego metió la mano en el bolsillo de su


reluciente bata blanca y extrajo un trozo de papel desgarrado y manchado, con los
bordes dorados desgastados.

—Esto se encontró en tu persona cuando te registraron. Un documento tan


interesante —Silas dejó el papel plano sobre la mesa. La escritura de Aren era
apenas visible a través de las marcas de agua y las manchas de sangre—. Por un
lado, ella me traiciona. Por el otro —Le dio la vuelta al papel—, ella te traiciona
a ti. Un rompecabezas. Debo decir que no estábamos seguros de qué hacer con él,
especialmente ahora que estás de visita en mi bella ciudad. Dime, ¿en dónde crees
que reside la lealtad de Lara?

La camisa de Aren se pegó a su espalda, el hedor a sudor le llenó la nariz.

—Dadas nuestras circunstancias actuales, diría que la respuesta es obvia.

—A primera vista, tal vez —Los dedos del rey maridriano rozaron el maldito
pedazo de papel—. Si puedo preguntar, ¿quién mató a Marylyn?

—Yo lo hice —la mentira se deslizo antes de que Aren pudiera cuestionar por
qué sentía que la mentira era necesaria.

—No —musitó Silas—. No, no creo que tú lo hicieras.

—Cree lo que quieras. No hace ninguna diferencia.

Doblando el papel, el padre de Lara se inclinó para meterlo en el cuello de la


camisa de Aren.

—Déjame contarte una historia. Una historia sobre una niña criada en el

19
desierto junto a sus amadas hermanas. Una niña que, al enterarse de que su propio
padre tenía la intención de matarla a ella y a diez de sus hermanas, decidió no
salvarse a sí misma sino arriesgarse para salvar las vidas de ellas. Eligió no escapar
hacia un futuro seguro, sino condenarse a sí misma a un destino oscuro. Todo por
salvar esas preciosas vidas.

—He escuchado esta historia —Piezas de ella. De Lara. Y de la hermana que


había asesinado.

—Quizás la escuchaste. ¿Pero la comprendiste? Porque dentro de cada buena


historia, hay algo por aprender.

—Por supuesto, ilumíname —Aren levantó sus muñecas atadas—. Soy una
audiencia cautiva.

Silas se rio entre dientes y luego preguntó:

—¿Por qué, dado que la niña estaba ya condenada y muy decidida a proteger
la vida de sus hermanas, mataría a una de ellas con sus propias manos?

—Marylyn amenazaba a las demás.

—Las otras no estaban allí. Tenía tiempo. Sin embargo, en lugar de usarlo,
rompió el cuello de su hermana. Lo que me lleva, Aren, a creer que algo que ella
valoraba mucho estaba en un peligro más inmediato.

Imágenes destellaron en la cabeza de Aren. El rostro de Lara cuando los


ojos de ella se posaron sobre él estando de rodillas, con el cuchillo de su hermana
presionando en la garganta de él. La forma en que había inspeccionado la habitación,
no con la intención de encontrar una ruta de escape, sino en busca de resolver una
situación imposible. Solo había una opción: la vida de él o la vida de Marylyn.

Silas Veliant se inclinó sobre la mesa, sin que pareciera importarle que
estuviera al alcance de las manos de Aren.

—Le hice una promesa a mi hija, Su Majestad —Su voz estaba llena de
burla—. Le prometí que, si alguna vez me traicionaba, la mataría de la peor manera.
Y siempre cumplo mis promesas.

20
Bastardo azul maridriano. Ese era el color de los ojos de este hombre. Y de
los de Lara. Pero mientras que los de ella habían estado llenos de profundidad y
vida, mirar los ojos de su padre era como encontrar la mirada de una serpiente.
Fría. Desapasionada. Cruel.

—No te traicionó. Tienes lo que querías.

Una lenta sonrisa reveló dientes que habían visto demasiado tabaco.

—Incluso ahora, después de todo lo que le ha costado a Iticana, mientes por


ella. La amas.

Eso era mentira. Lara le había costado a Iticana su puente. Las vidas de su
gente. El trono de Aren. La odiaba.

—Ella no me importa nada.

Silas se rió entre dientes y luego murmuró:

—Ya veremos. Seguro que sabe que te tengo aquí. Y con mayor seguridad,
ella vendrá a buscarte. Y cuando lo haga, la cortaré.

—Te entregaré la espada con la que lo harás.

La burla de Silas se convirtió en una risa salvaje y discordante.

—Veremos si estás cantando la misma melodía cuando tu esposa esté de


rodillas suplicando por tu vida. O cuando empiece a gritar por los suyos.

Sin otra palabra, el Rey de Maridrina se levantó, dejando a Aren solo y


encadenado en el jardín. Y, aunque, durante días todo lo que Aren había querido
era poder ver para poder borrar la visión del rostro de ella, ahora, cerraba los ojos
para poder verla. Corre, Lara. Y nunca mires hacia atrás.

21
4

LaRa

Traducido por Steph M

Corregido por Macs & -Patty

EL SONIDO DE pisadas invadió sus sueños y Lara se enderezó de golpe, parpadeando


borrosamente en la oscuridad.

¿Cuántos días había estado aquí abajo? Sin sol, la única forma de calcularlos
era por la llegada diaria de su singular comida. ¿Seis? ¿Siete? Sacudió la cabeza
para tratar de despejar la niebla, luego se centró en la luz que acompañaba a los
pasos.

La princesa de Iticana, también comandante de las islas Sudguardia y


hermana gemela de Aren apareció ante la puerta de su celda. Ahnna le dio una
mirada.
—Te ves de la mierda.

—No esperaba compañía.

Y Lara no era la única que mostraba su peor aspecto. Ahnna estaba vestida
con una túnica tradicional, pantalones y botas que usaban casi todos en Iticana, su
cabello oscuro estaba recogido en una cola en la parte posterior de su cabeza. Pero
las sombras oscurecían la piel debajo de sus ojos, y su boca dibujaba una delgada
línea de agotamiento. La herida que Ahnna había recibido luchando contra los
invasores de Maridrina seguía siendo una línea roja lívida que se extendía desde la
frente hasta el pómulo, y mientras Lara la miraba, Ahnna la tocó una vez, como si
se recordara a sí misma que todavía estaba allí.

Aunque estaba aterrorizada de preguntar, Lara dijo—: ¿Hay noticias de Aren?

Ahnna negó con la cabeza.

—Ha habido una fuerte tormenta sobre nosotros durante casi una semana,
así que estamos aislados.

—¿Entonces porque estás aquí?

Agarrando los barrotes de la celda con ambas manos, Ahnna se inclinó contra
ellos.

—Toda la ciudad exige que te ejecute. ¿Sabes cómo nos ocupamos de los
traidores en Iticana? —No esperó a que Lara le respondiera—. Los colgamos hasta
las caderas en el mar y los arrojamos como carnada en las aguas. Si tienes suerte,
llegará algo grande y terminará el trabajo rápido, pero no es así como sucede a
menudo.

Lara miró a la princesa.

—¿Tienes la intención de acceder a su solicitud?

Ahnna se quedó en silencio durante un largo momento, antes de decir:

—Te voy a dar la oportunidad de convencerme de lo contrario. Creo que el


mejor lugar para comenzar es diciendo la verdad.

23
La verdad.

Aren era a la única persona a la que se lo había confiado y, aun así, había
reprimido muchas cosas. Lara no se contendría ahora. Ahnna escuchó en silencio
mientras Lara le contaba que fue llevada junto con sus hermanas al complejo en
el Desierto Rojo. Le contó sobre la terrible experiencia que fue su entrenamiento
con Serin, El Coleccionista. Cómo les habían lavado el cerebro para hacerles creer
que Iticana era el villano, sin sospechar ni una sola vez que el verdadero mal era
su propio padre. Sobre la cena en la que había salvado la vida de sus hermanas,
sacrificándose a sí misma; y luego todo lo que había sucedido después, sin escatimar
detalles.

Para cuando terminó, Ahnna estaba sentada en el suelo, con los codos
apoyados en las rodillas.

—Aren le dijo a Jor que te escapaste. Pero supe tan pronto como lo escuché
que él te había dejado ir. Maldito idiota sentimental.

—Me dijo que me mataría si alguna vez regresaba.

—Y, sin embargo, aquí estás —Ahnna tocó la herida en su propio rostro, sus
ojos distantes. Luego se centró en Lara—. ¿Dijiste que tenías un plan? ¿Una forma
de liberar a Aren?

El triunfo atravesó el corazón de Lara, pero mantuvo su rostro bajo control.

—Para liberar a Aren, sí. Pero también para liberar a Iticana de mi padre.

Los ojos de Ahnna se entrecerraron.

—¿Cómo? Los maridrianos controlan todos nuestros cuarteles, incluidos


Norteguardia y Sudguardia. Están protegidos por todas las defensas que hemos
colocamos y no tenemos la mano de obra para apropiarnos de ellos. Créame, lo
hemos intentado. Así es como Aren fue atrapado, en primer lugar.

—Por eso necesitas aliados.

Resoplando, Ahnna miró hacia otro lado.

24
—Suenas como Aren. Y ese es el tipo de pensamiento que nos llevó a esta
posición, para empezar.

—Escúchame —Lara se puso de pie y se paseó de un lado a otro por el suelo


de su celda—. Después de huir de Iticana, fui a Harendell. No están contentos de
que Maridrina retenga el puente, porque la alianza de mi padre con la reina de
Amarid significa que Amarid recibe un trato preferencial en Norteguardia y en el
puente. Harendell está perdiendo dinero a raudales, y ya sabes cómo se sienten al
respecto.

Ahnna asintió.

—Los Harendelinos no quieren que Maridrina retenga más el puente, ni lo


quieren para sí mismos. Si vamos a su rey, creo que podemos convencerlo de que
ayude a Iticana en esta pelea.

—No va a aceptar arriesgar su armada solo porque se lo pedimos amablemente,


Lara. Harendell podría estar perdiendo dinero en el comercio, pero podrían perder
más si van a la guerra.

—Lo harán si aceptas su acuerdo —Agarrando los barrotes de su celda, Lara


se encontró con la mirada de Ahnna—. La alianza del Tratado de los Quince Años
podría romperse con Maridrina, pero seguiría en pie con Harendell. O lo haría si...

—Si me caso con su príncipe heredero.

Apretando las barras, Lara asintió.

—Sí.

Con un movimiento rápido, Ahnna se dio la vuelta y cruzó el pasillo para


descansar la frente contra la celda opuesta. Finalmente, dijo—: Nunca eh dejado
Iticana, ya sabes. Ni una sola vez.

La mayoría de los Iticanos no lo habían hecho, solo unos pocos elegidos,


entrenados como espías, pero dado quién era Ahnna, la noticia era sorprendente.

—En el momento en que mi madre lo permitió, Aren se fue lanzó como si


fuese una flecha suelta. Hacia el norte y hacia el sur, fue a todas partes. Y hubo

25
años en los que se sintió como si él pasara más tiempo fingiendo ser otra persona
en otro reino que siendo mi hermano en Iticana —Ahnna se quedó callada por un
momento—. Nunca lo entendí. Nunca entendí por qué querría estar en cualquier
otro lugar que no fuera aquí.

—Porque —respondió Lara en voz baja—… Él sabía que llegaría un momento


en el que no se le permitiría irse. Así como tú sabías, que llegaría un momento en
el que no se te permitiría regresar.

Los hombros de Ahnna temblaron, y Lara la escuchó respirar entrecortadamente


antes de girarse. Ahnna buscó en su bolsillo, extrajo una llave, y la insertó en la
cerradura de la celda de Lara.

—¿Cuál es el resto del plan?

26
5

aREN

Traducido por albasr11

Corregido por -Patty

NO LE TOMÓ mucho determinar que estaban manteniéndolo dentro del santuario


interior del palacio de Vencia, un lugar reservado para el Rey de Maridrina, sus
esposas y su numerosa descendencia. Por qué lo mantenían en este lugar en lugar
de en una celda de una de las innumerables cárceles de Maridrina era menos claro.

Probablemente porque era más conveniente para Silas el regodearse, pensó


Aren.

Tanto tiempo como Aren había pasado en Maridrina, el palacio era un lugar
en el que nunca había estado. Lo que se podía ganar de ese riesgo no valía la pena
como para probar las capas de seguridad que Silas mantenía en él. Especialmente
para alguien de la importancia de Aren. La única espía Iticana que logró entrar
había sido su propia abuela. Nana había dispuesto ser reclutada en el harén del
rey anterior, donde había vivido durante más de un año antes de fingir su propia
muerte para escapar. Y eso había sido hace cincuenta años.

Sólo ahora Aren estaba maldiciendo su falta de conocimiento de este lugar,


porque lo ponía en una gran desventaja cuando pensaba en tratar de salir de ahí.

La pared interior tenía treinta pies de altura, con puestos de guardia en cada
una de las cuatro esquinas y soldados patrullando la cima. Solo había una puerta
de entrada, que siempre se mantenía cerrada y vigilada, tanto por dentro como
por fuera. Dentro de las paredes interiores había dos edificios curvos, entre los
cuales se levantaba la torre con su techo de bronce que se podía ver por millas
alrededor. Y en medio de todo eso estaban los jardines, sirvientas pasando sus días
cultivando el césped y los setos y flores, mientras que otras barrían los caminos de
piedra y limpiaban las fuentes de escombros esparcidos por las tormentas, todos
sus esfuerzos para asegurar la comodidad de Silas y sus esposas.

Había cincuenta esposas en el harén, las mujeres que tomaban ventaja de las
pausas en el clima para salir, todas ellas envueltas en las más finas sedas, dedos
y orejas brillando con piedras preciosas. Algunas eran mayores, pero la mayoría
eran lo suficientemente jóvenes para ser las hijas de Silas, lo que hizo que Aren
se avergonzara. Le habían ordenado no hablar con ellas, aunque en verdad, las
mujeres se mantuvieron lo suficientemente lejos de la mesa de piedra en la que
estaba encadenado que nunca hubo ninguna oportunidad.

Y también estaban los niños.

Había contado dieciséis, todos menores de diez años, y mientras no todos


habían heredado el color de ojos de su padre, varios de ellos lo habían hecho. Cada
vez que uno de ellos lo miraba con ojos celestes gemelos a los de Lara, Aren sentía
como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

¿Dónde estaba ella?

¿A dónde se había ido?

¿Estaba siquiera viva aun?

28
Y lo peor de todo: la cuestión de si mordería el cebo de Silas y vendría por él.
Por supuesto que no lo hará, se dijo a sí mismo. A ella no le importas una mierda.
Todo eran mentiras.

Pero si eran mentiras, ¿por qué la perseguía Silas?

¿Por qué, si ella le había dado todo lo que su corazón deseaba, la quiere
muerta?

Esos pensamientos llevaron a Aren a la locura y encadenado a un banco en


los jardines, no tenía nada que lo distrajera, nada para templar la ansiedad que
crecía en sus entrañas con cada día que pasaba.

Un grito femenino cortó el aire, sacando a Aren de su ensueño. Una y otra


vez la mujer gritó, y Aren vio como las esposas que habían estado en los jardines
huyeron al interior, los sirvientes arreando a los niños con ellos.

Los gritos se acercaron, los guardias de la puerta se movieron para abrirla,


revelando a un anciano encapuchado que caminaba lentamente entre los edificios
en dirección hacia Aren.

El Coleccionista.

—Es un placer volver a verle, excelencia —Serin inclinó su cabeza. Luego


hizo una mueca—. Disculpe, me olvido en mi vejez. Ya no eres rey, así que vamos a
ponernos familiares, ¿no es así, Aren?

Aren no respondió, el comportamiento del maestro de espías era totalmente


contrario a los gritos que venían justo afuera de la puerta abierta. El sudor rodaba
en gruesas gotas por su columna, su pulso rugiendo en sus oídos.

—Sucede que tienes un visitante —dijo Serin y con una mano, les hizo señas
a los guardias.

Dos soldados aparecieron en la puerta del patio, arrastrando una figura que
luchaba entre ellos. Aren trató de ponerse de pie, pero sus cadenas lo empujaron
hacia el banco.

La mujer vestía un vestido estilo Maridriano, pero su rostro estaba oculto por

29
un saco. Su ropa estaba manchada con sangre, y cada vez que trataba de zafarse
del agarre de los soldados, gotas salpicaban contra los pálidos adoquines.

¿Era Lara? No podía decirlo. Ella tenía la altura adecuada. La complexión


correcta.

—Era sólo cuestión de tiempo, ¿no? —ronroneó Serin, sacando un cuchillo


de los pliegues de su túnica—. Debo decir, ella fue más fácil de atrapar de lo que
esperaba. Las emociones provocan un desempeño descuidado, incluso para alguien
con su entrenamiento.

Aren no podía respirar. No podía pensar.

—Lara y sus hermanas están acostumbradas al dolor, Aren. Más


acostumbradas de lo que puedas imaginar.

Serin sostuvo la hoja del cuchillo sobre un brasero que uno de los soldados
había traído, viendo el metal calentarse.

—Esto es lo que solía usar para ​​templar sus mentes. Es fascinante cómo a
pesar de que fui yo quien las quemó, yo quien las cortó, yo quien las enterró vivas,
al susurrar las palabras correctas en sus oídos, te culparon a ti de sus lágrimas. Los
niños son cosas tan maleables. Quítenle uno de los zapatos, por favor.

Los soldados levantaron una de las piernas de Lara, tirando de su zapato, y


sin dudarlo, Serin apretó la hoja caliente contra la planta de su pie.

Ella gritó, y fue el peor sonido que Aren jamás había escuchado.

Se abalanzó hacia ella, el banco de piedra patinó contra el suelo, las esposas
cortando sus muñecas, sangre corriendo por sus manos.

—¡Déjala ir! —gritó—. ¡Lara!

Serin sonrió.

—Y aquí yo había escuchado que no te importaba nada nuestra princesa


errante. Que, si su padre optaba por cortarle la cabeza, tú le pasarías la espada.

—¡Te voy a matar por esto!

30
—Estoy seguro de que te gustaría —El Coleccionista sostuvo el cuchillo
encima del brasero otra vez—. ¿Cuánto crees que pueda aguantar? Así como lo
recuerdo, Lara era bastante resistente. Sorprendentemente.

—Por favor —Aren arrastró el banco, centímetro a centímetro, hacia ella,


pero los guardias solo retrocedieron un paso.

—¿Qué fue eso? —Serin presionó la hoja contra su otro pie, sus gritos agudos
resonaban en el patio—. La edad no ha hecho nada bueno por mi audición, me
temo.

—¡Por favor! Por favor, no la lastimes.

—Ah —Serin bajó el cuchillo—. Bueno, en ese caso, quizás podríamos llegar
a un acuerdo. Dinos cómo romper las defensas de Eranahl y todo esto terminará.

No.

Serin chasqueó los dedos, y apareció un guardia, que llevaba un rollo de


cuero de herramientas, que el maestro de espías cuidadosamente desenrolló. —He
hecho un tipo de arte de esto con los años.

—No hay forma de entrar en Eranahl —Las palabras graznaron desde la


garganta de Aren—. Los desguaces destruirán cualquier barco que se acerque.

—¿Y si uno tuviera una flota bastante grande a su disposición?

—Inténtalo. Ve cómo les va.

Serin extrajo una de las herramientas.

—Es tu ciudad. Seguramente conoces sus debilidades.

—No hay ninguna.

—Lástima —Serin se volvió hacia Lara, el metal brillante en su mano, y un


latido después, ella gritó sin decir palabra.

—¡Detente! ¡Déjala ir! ¡Por favor! —Una mezcla confusa de palabras se


derramaron de su garganta, su cuerpo temblando por el esfuerzo de arrastrar el

31
banco más cerca. Tenía que ayudarla. Tenía que salvarla.

—¿Cómo entramos a Eranahl? —Serin se volvió para mirarlo—. ¿No? Veamos


qué tanto aguanta al perder los dedos.

—¡Saca la maldita puerta! —Desesperado, Aren gritó las palabras. Era la


verdad, excepto que no les haría ningún bien. Pero si eso salvaba a Lara. . .

—Una estrategia, Aren. Danos una estrategia y todo esto terminará.

En ese momento, Lara se retorció. Sacudiéndose libre del agarre de los


guardias que la sujetaban, se arrojó hacia Aren, cayendo sobre él. Y antes de que los
guardias pudieran caer sobre ellos, se alcanzó la cabeza con sus muñecas atadas y
tiró del saco sobre ella.

Emra, la joven comandante de la guarnición de Kestark, miró hacia él, sus


ojos llenos de agonía y desesperación. Sangre rezumaba de su boca, explicando por
qué no había hablado. Sus ojos estaban ennegrecidos e hinchados.

—Idiotas —siseó Serin a los guardias—. Recupérenla.

Los hombres se acercaron, con ojos cautelosos, y Aren jaló a la joven contra
él a pesar de que sabía que no sería capaz de mantenerlos alejados por mucho
tiempo. Y una vez que ellos la tuvieran, Serin la torturaría hasta que estuviera
muerta o Aren le diera lo que quería.

Emra hizo un ruido, la palabra apenas se distinguía. Pero la súplica fue clara.

Aren respiró hondo.

—¡Deténganlo! —chilló Serin, pero Aren fue más rápido, el crujido del cuello
de Emra rompiéndose paró a ambos soldados en seco.

Lentamente, bajó a la joven al suelo, sin molestarse en luchar mientras los


hombres la arrastraban fuera de su alcance.

—Cuélguenla —dijo Serin, y Aren apretó los dientes, obligándose a mirar


mientras los hombres la arrastraban hacia la pared. Uno de los soldados de arriba
dejó caer una cuerda, que ellos enredaron alrededor de su cuello, el trío tiró de ella

32
hasta que ella estuvo colgando, fuera de alcance, de una de las cornisas, la sangre
goteando de su pie salpicando contra el verde del césped.

—¿Así es como va a ser, Serin? —Aren obligó a su voz a estabilizarse—.


¿Explotarás a jóvenes mujeres Iticanas para disfrazarlas como Lara?

El Coleccionista se frotó la barbilla.

—Explotar… Verás, Aren, explotar no es la palabra correcta. Eso implicaría


que nosotros buscamos a este pajarito, cuando en realidad, ella volara hacia
nosotros.

La sangre de Aren se heló.

—Tu gente parece no estar dispuesta a dejarte ir —dijo Serin—. Y aunque


este fue solo el primer intento de rescatarte, dudo mucho que sea el último —Luego
él hizo un gesto hacia los soldados esperando—. Traigan a los otros dos prisioneros.

Pero antes de que pudieran moverse, una voz cortó el aire—: ¡Dios mío,
Serin! ¿No tienes agujeros y lugares oscuros donde realizar este tipo de asuntos?
¿Qué sigue? ¿Decapitaciones en la mesa de la cena?

Aren volvió la cabeza para ver a un hombre delgado vestido con las galas
Maridrianas observando desde una docena de pasos de distancia, sus brazos
cruzados y su labio curvándose con disgusto. Él se dirigió hacia ellos, evitando
cuidadosamente las salpicaduras de sangre en el camino. Detrás de él, dos soldados
Maridrianos acompañaban a una mujer de Valcota, con las muñecas atadas. Ella
era alta y esbelta, su cabello oscuro y rizado cortado, sus ojos marrones amplios
y enmarcados con abundantes pestañas. Hermosa, pero su piel morena tenía
moretones descoloridos y su labio inferior tenía costra donde se había dividido.

—Su Alteza —Serin hizo una reverencia superficial—. Se suponía que usted
estaría en Nerastis.

—Sí, bueno, capturamos todo un premio. Parecía prudente que me asegurara


de que ella llegara de una pieza. Cosas rotas hacen una ventaja menos valiosa.

Serin miró a la cautiva y arqueó una ceja.

33
—General Zarrah Anaphora, sobrina de la Emperatriz. Se ha superado a
usted mismo, Alteza. Estará dentro del favor de su padre.

—Lo dudo.

Serin hizo un ruido evasivo.

—Ahora que la ha entregado, supongo que volverá a Nerastis inmediatamente.

No era una pregunta, sino una declaración. Cualquiera que fuera de los hijos
de Silas, era evidente que el Coleccionista no quería tenerlo en Vencia.

El príncipe empujó un mechón de su cabello rubio oscuro detrás de una oreja,


sus ojos azules mirando a Aren con interés.

—¿Es este el rey Iticana entonces? Debo decir, que es menos aterrador de
lo que yo anticipaba. Estoy bastante decepcionado de ver que, de hecho, no tiene
cuernos.

—El ex rey. Iticana ya no existe.

La mirada del príncipe se dirigió hacia donde Emra colgaba de la pared, luego
de vuelta a Aren.

—Mi error. Continúa.

Pasando junto a Aren, se encaminó hacia la torre, seguido por los soldados
que escoltaban a la General Anaphora.

Pero mientras pasaban, ella se soltó de su agarre, cayendo de rodillas frente a


Aren —Lo siento, excelencia —Sus ojos se clavaron en los suyos y vio que brillaban
con lágrimas—. Por todo lo que ha perdido. Y por el papel que jugué en que eso
pasara. Rezo por tener la oportunidad de expiar algún día.

Antes de que Aren pudiera responder, uno de los soldados la arrastró de pie,
gruñendo—: ¡La única cosa por la que deberías estar orando es que Su Majestad
elija no clavar tu cabeza en la puerta de Vencia, Valcota desgraciada!

Zarrah escupió en la cara del hombre y él levantó la mano para golpearla,


pero entonces la voz del príncipe cortó el aire, su tono frígido—: ¿Has olvidado el

34
destino del último hombre que golpeó a mi premio?

El soldado palideció y bajó la mano, murmurando—: Muévete.

El grupo continuó, pero antes de que desaparecieran de vista, el príncipe


gritó por encima del hombro —Asegúrate de limpiar tu desorden, Coleccionista.

—Trae a los otros dos prisioneros —dijo Serin con los dientes apretados—.
Es hora de ver qué más tiene que ofrecer su excelencia.

35
6

LaRa

Traducido por albasr11

Corregido por Macs & -Patty

—CÓMO LOGRASTE LLEGAR a Harendell y de regreso sin ahogarte en un mar de tu


propio vómito es un maldito misterio para mi niña.

Lara levantó la cara de la arena y se pasó la mano por la boca, enojada de


que después de tres días atascada en mares agitados, la tierra ahora intentara
balancearse y sacudirse debajo de ella como una forma personal de castigo.

—No es una experiencia que me gustaría repetir.

Se puso de pie lentamente antes de sacudir la arena de sus faldas.

Solo ella y Jor estaban en la playa, los otros Iticanos, los pocos sobrevivientes
de la guardia de honor de Aren, todos permanecieron en el barco, sus rostros tan
oscuros como el cielo detrás de ellos.

—No tenemos tiempo que perder en esta misión —dijo Jor, la versión más
cortés del estribillo que había escuchado continuamente desde que habían dejado
Eranahl.

—Tal vez no —Inclinándose para recuperar su bolso, Lara se lo colgó por


encima del hombro, mirando las empinadas colinas que tendría que escalar. Lo
mejor era hacerlo antes de que saliera el sol por completo—. Pero dadas nuestras
circunstancias, no veo que tengamos muchas opciones.

—Podríamos atacar ahora. El bastardo de tu padre ha tenido Aren desde


hace semanas, Lara. Dios sabe lo que le han hecho.

—Mi padre no le ha hecho daño. No mientras él todavía piense que existe


la posibilidad de que Ahnna me entregue a Eranahl a cambio del regreso de Aren.

Lara había estado presente cuando la princesa Iticana había recibió la carta
de su padre. La había leído ella misma mientras Ahnna estaba doblada por el dolor,
las palabras bailando a través de sus pensamientos ahora.

A Su Alteza Real, la Princesa Ahnna Kertell de Iticana,

Es hora de que esta guerra llegue a su fin. En un gesto de buena voluntad,


su hermano, Aren Kertell, te será entregado tras la rendición de la isla Eranahl, a
las fuerzas navales que la rodean. Suponiendo que sean pacíficos, su gente será
llevada a Maridrina y, después de un período de tiempo adecuado, se les regalarán
tierras en el interior donde podrán asentarse. Esperamos que pueda emplear más
empatía y previsión hacia el futuro de su gente que su hermano.

Nuestro más sincero saludo, Silas Veliant, Rey de Maridrina y Maestro del
Puente.

—Él está mintiendo —le dijo a Ahnna—. Si abres las puertas, matará a todo
el mundo.

—Soy consciente —respondió Ahnna, levantando la cara—. Pero si me


rehúso, podría decidir qué Aren ha vivido a su utilidad.

37
—Sabe que iré por Aren. Él no renunciará a la oportunidad de verme muerta.

La princesa encontró su mirada.

—Él sabe que irás a rescatar a Aren. Pero él sabe que es igualmente probable
que vayas por venganza.

Jor tosió, haciendo que Lara volviera al momento.

—Tu padre sabe que Ahnna no aceptará ese trato.

—Quizás. Pero uno no puede aventajar con los muertos, y no le cuesta nada
mantener prisionero a Aren. Mantendrá a Aren con vida al menos hasta que se
gane la guerra.

—Quieres decir hasta que Eranahl caiga.

Lara gruñó una afirmación. Ese era el reloj contra el que estaban corriendo.
La ciudad estaba a plena capacidad, e incluso con el racionamiento en su lugar, las
tiendas se estaban agotando a un ritmo alarmante. Los pescadores entraban en vigor
siempre que había una pausa en las tormentas, pero no se atrevían a aventurarse
lejos. No con su padre pagando a los Amaridianos para que se arriesgaran en
los violentos mares para mantener vigilada la fortaleza de la isla. Eranahl tenía
suficiente para durar hasta el comienzo de la próxima temporada de tormentas,
pero ni un día más. Si llegaban a ese punto, Iticana estaba realmente perdida.

Jor la fulminó con la mirada.

—Y con tanto en juego, ¿quieres que nos sentemos y esperemos mientras


intentas organizar una reunión familiar?

—Eso sería ideal —Lara le frunció el ceño al cielo del amanecer—. Pero
espero que continúes desperdiciando las vidas de nuestros mejores hombres y
mujeres intentando infiltrarse en el palacio de mi padre. Lo que hará que este
rescate sea aún más difícil cuando llegue el momento. Necesitamos trabajar juntos
si hay alguna posibilidad de liberar a Aren. Y si eso no es suficiente para ti, recuerda
que Ahnna estuvo de acuerdo con este plan. Y la última vez que lo comprobé ella
era la que estaba al mando.

38
Jor exhaló un suspiro de dolor y Lara lo miró con cautela. Esto era difícil para
el viejo soldado. Él había estado con el grupo peleando con los Maridrianos cuando
Aren había sido capturado, y ella sabía que él se culpaba a sí mismo, aunque no
fue culpa suya. Lara había logrado extraer los detalles del guardaespaldas de Aren,
Lía, y se había enterado de que la toma de riesgos de Aren finalmente lo había
alcanzado. Él se había adentrado demasiado profundo, y cuando los Maridrianos
se dieron cuenta del premio que tenían, se habían retirado, permitiendo que Jor y el
resto no tuvieran oportunidad de recuperarlo.

—No es tu culpa.

—Tienes razón —espetó—. Es tuya. Y no hay un nosotros. Estamos nosotros


y estás tú, así que no pienses en poner ningún tipo de reclamo en los hombres y
mujeres que lucharon y murieron tratando de deshacer tus… errores.

A pesar de que casi todos los Iticanos con los que se había cruzado habían
escupido alguna variación de esas palabras en su cara, Lara se estremeció. Ella se
merecía su ira, su desconfianza, su odio porque era culpa suya que Iticana hubiera
caído. Que hubiera sido un error agravado por su propia cobardía solo empeoraba
las cosas.

—Lo sé, Jor. Por eso estoy haciendo todo lo que está en mi poder para deshacer
el daño que ha sido hecho.

—No puedes traer de vuelta a los muertos.

—Lo mejor es que esperes lo contrario —respondió Ella, recordando cómo


sus hermanas habían estado tendidas sobre la mesa del comedor, pechos y ojos
inmóviles—. O estamos bien y verdaderamente jodidos.

Jor escupió en la arena.

—Puedes tener tus armas de vuelta —Cogió el saco que tenía a los pies,
luego maldijo cuando la tela se balanceó sin fuerzas mientras la levantaba.

Sonriendo, Lara se subió el dobladillo de su falda, revelando una de las


espadas que había robado hacía horas.

39
—Pensamos que Maridrina nos había enviado una oveja —dijo èl, sacudiendo
su cabeza—. Pero todo el tiempo tuvimos a un lobo cenando en nuestra mesa,
engañándonos a todos.

—Aren lo sabía —Y la había amado, a pesar de ello.

—Sí. Y mira a dónde lo llevó.

El rostro de Aren, afligido por la angustia de la traición, llenó su visión, pero


Lara apartó el recuerdo. Ella no podía cambiar el pasado, pero tenía la maldita
intención de dar forma al futuro.

—Regresaré en unas semanas. Si no lo hago, significa que estoy muerta —


Lara volvió sus ojos para mirar hacia Maridrina. Si lo que Marylyn había dicho era
verdad, sus hermanas estaban ahí afuera, vivas y a salvo.

Y ya era hora de que Lara cobrara su deuda.

40
7

aREN

Traducido por —M

Corregido por Macs, Pamsi & -Patty

—DINOS CÓMO TOMAR Eranahl.

Serin susurró las palabras, la sensación del aliento contra el cuello de Aren
cortó a través del cansancio y envió olas de repulsión por su columna. Por días,
había estado encerrado dentro del pequeño y árido cuarto había sido sometido a
las preguntas del jefe de espías; a todas las cuales se había rehusado a responder.

—No hay nada que decir —gruñó Aren a través del pedazo de madera que
había sido puesto en su boca a la fuerza y entre sus dientes, así no tendría ideas
sobre morder su lengua—. Es impenetrable.

—¿Y sobre los acantilados? —El tono en la voz de Serin nunca cambiaba, sin
importar qué dijera Aren. No importaba cuánto tratara de engañarlo—. ¿Podría un
solo soldado llegar al cráter del volcán sin ser detectado?

—¿Por qué no lo intentas? —Aren trató de mover su cabeza lo suficiente


como para poder ver al jefe de espías, pero el movimiento ocasionó una serie de
movimientos a través de todo su cuerpo girando en las cadenas de las que colgaba,
su visión se tornó borrosa con la sangre encharcada de su cabeza—. Aunque espero
que ya lo hayas hecho ¿Acaso mi hermana usó el rompe olas para arrojar cadáveres
a tu barco? Ahnna tiene una muy buena puntería —Si tan sólo ella estuviera aquí.
Si siquiera siguiera con vida.

—Descríbeme el cráter del volcán —Serin caminó con Aren mientras giró—.
¿Cómo luce?¿De qué materiales están hechos los edificios?

—Usa tu imaginación —siseó Aren, estaba teniendo problemas en mantenerse


enfocado, su consciencia diseminándose y desvaneciéndose.

Sin inmutarse, Serin continuó haciendo preguntas—: La puerta… ¿es acaso


del mismo diseño que la reja de acero al Sur?

—Vete a la mierda.

—¿Cuántos soldados la están vigilando?

Aren apretó sus dientes, deseando desmayarse, pero imaginando que igual
lo despertarían con un cubetazo de agua fría sobre su cara.

Y luego habría más preguntas. Interminables preguntas. Era todo lo que Aren
sabía, después de días de este tormento. Aren sabía.

—¿Cuántas vasijas mantienen dentro de esta caverna?

—¿Cuántos civiles viven en la isla?

—¿Cuántos niños hay?

Todo lo que Aren quería hacer era dormir. Cualquier cosa que lo hiciera dormir.
Pero Serin no le permitiría más de unos cuantos minutos antes de despertarlo de
las peores formas posibles. Maneras en las que harían que su corazón quisiera

42
explotar de su pecho por el pánico.

—¿Qué clase de suministros tiene la ciudad?

—¿Dónde los mantienen?

—¿De dónde obtienen su agua?

—¡De la lluvia, obviamente! —Las palabras explotaron de los labios de Aren,


su cuerpo entero tembló y se sacudió. Caliente y luego frío ¿Por qué el hombre
preguntaba semejantes estupideces?

En un exabrupto, Aren fue bajado al húmedo piso de su calabozo. Dos


guardias lo sujetaron debajo de sus brazos y lo arrastraron a su abrigo, donde
fue arrojado sin ninguna cortesía, uno de ellos sacando el pedazo de madera de
entre sus dientes y luego le ofrecieron una taza de agua. Aren la engulló entera, el
guardia la rellenó sin decir nada.

Sumergiéndose en el abrigo, Aren se enroscó en las cadenas de sus muñecas.

No hay daño al darle respuestas a inútiles preguntas, se dijo a sí mismo,


apenas notando cuando el guardia arrojó una manta sobre él. La ansiedad le
persiguió en sus sueños.

Soñó con Midguard.

Con las aguas termales en el patio del palacio.

Con Lara.

Cuando le enseñó a flotar sobre su espalda, su cuerpo desnudo suspendido


en sus manos, su cabello arremolinándose en los remolinos de la corriente. Ella
arqueó su espalda, sus pesados pechos alzándose sobre el agua, sus pezones en
picos con las frías gotas de lluvia cayendo sobre ellos. Sus ojos viajaron hacia abajo
por las planicies de su estómago para demorarse donde la espuma de la cascada
terminaba y comenzaba el vértice de sus muslos, encendiendo un deseo que no
menguaba cuando estaba en su presencia.

—Relájate —murmuró, no muy seguro de si le instruía a ella o a sí mismo—.

43
Deja que el agua te sostenga.

—Si me sueltas —respondió ella—. No estaré contenta.

—Sólo te llegará a la cintura.

Abrió sus ojos para mirarlo, el vapor formaba lágrimas en sus pestañas.

—Ese no es el punto.

Sonriendo, se encorvó y besó sus labios, saboreando por completo antes de


susurrar—: Nunca te dejaré ir.

Pero en lugar de responder, Lara gritó.

Los ojos de Aren se abrieron de golpe y trató de sentarse, pero estaba atado
al abrigo debajo de él. El cuarto estaba sumergido en la oscuridad y Lara gritaba,
su voz llena de dolor y terror.

—¡Lara! —gritó, peleando contra sus cadenas—. ¡Lara!

Entonces los gritos cesaron, en su lugar, sus oídos captaron unas pisadas
ligeras. Una puerta se abrió y cerró, luego una lámpara se encendió, cegándole y
revelando la cara de Serin cubierta por una capucha.

—Buenos días, Aren.

No habían sido los gritos de Lara. Sólo otro de los juegos mentales de Serin.
Enderezándose, Aren habló—: He tenido mejores mañanas.

El Coleccionista sonrió.

—Dos más de tu gente fueron atrapados anoche en el alcantarillada debajo


del palacio, aparentemente, desconocían nuestra recién instalada seguridad ¿Te
importaría acompañarme mientras le doy la apropiada bienvenida Maridriana?

44
8

LaRa

Traducido por Viv_J

Corregido por Macs & -Patty

Lara protegió sus ojos del cegador resplandor del lago de la montaña, distinguiendo
cuidadosamente los detalles del pueblo construido entre los árboles de su orilla
occidental. Durante la última semana, había visitado una docena de pueblos como
éste, preguntando con cautela por una hermosa mujer de pelo negro y ojos azul
marino.

Sarhina. Su hermana favorita. Su hermana más cercana. La hermana en


cuyo bolsillo Lara había depositado su nota de explicación momentos antes de
envenenarla a ella y al resto.

Qué segura había estado en ese momento de que entenderían su engaño. De


que despertarían de su estupor casi muerto, encontrarían la nota y se darían cuenta
de que ella les había comprado una oportunidad de vida y libertad. Que tal vez no
se lo agradecieran, precisamente, pero que al menos se dieran cuenta de que había
sido la única manera de que todos ellos sobrevivieran.

La furia de Marylyn había sacudido esa creencia hasta la médula.

Ella era la que más motivos tenía para estar enfadada. Marylyn era la
hermana elegida, la destinada a ser la reina de Iticana, y Lara le había robado ese
honor. O más bien la recompensa que su padre había prometido que vendría con
ella, se recordó a sí misma, recordando el brillo maníaco de los ojos de Marylyn
cuando había revelado sus verdaderas motivaciones.

Pero tal vez sus otras hermanas tenían la misma razón para odiar a Lara
por lo que había hecho. Sus vidas habían transcurrido compitiendo por un puesto,
un puesto que Marylyn se había ganado y que Lara había robado utilizando
subterfugios. Les había mentido a todas. Las envenenó a todas. Las dejó para que
lucharan por salir del Desierto Rojo sin camellos ni provisiones. Por lo que ella
sabía, la verían y la degollarían como castigo.

Sólo Sarhina era la hermana de la que estaba segura que perdonaría sus
acciones.

Sarhina, la más brillante de las hermanas de Lara, era una combatiente


brutal, una estratega sombría y una líder nata. Sin embargo, una y otra vez, se
quedaba en la mitad del pelotón cuando, por derecho, debería haber estado en la
delantera. Lara había llegado a creer que la media era un designio, pero si alguno
de sus maestros había sospechado de las tácticas de su hermana, nunca había
podido demostrarlo. Sarhina no había sido tan tonta como para admitir que estaba
saboteando sus propias posibilidades de convertirse en reina, pero los miedos eran
reveladores, como Lara había llegado a comprender.

—Dicen que Iticana está envuelta en una niebla tan espesa que no se puede
ver más de una docena de pasos en cualquier dirección.

Le había susurrado Sarhina en las oscuras noches de su dormitorio


compartido.

—…Que las selvas son tan densas que hay que atravesarlas con una cuchilla,
y los incautos se encuentran atrapados en las ramas como una mosca en una

46
telaraña. Que una vez que estás en las islas, nunca ves el cielo.

—Suena maravilloso —murmuró ella—. Me vendría bien un respiro del sol.

—Suena como una tumba —respondió Sarhina.

Las preocupaciones de Sarhina habían importado poco en ese momento,


pero a medida que Serin había intensificado el entrenamiento de las hermanas,
haciéndolas cómplices de la tortura de la otra, Lara había llegado a comprender el
miedo de Sarhina. Había visto cómo su hermana se derrumbaba en el pozo mientras
los demás le echaban palada tras palada de arena en la cabeza, enterrándola viva.
La había visto suplicar y ofrecer cualquier información para salir de la situación.

Serin sólo había levantado las manos en señal de disgusto, gritándole a


Sarhina que los Iticanos la enterrarían viva de verdad si confesaba, y luego ordenó
que la volvieran a meter en la fosa para repetir el ejercicio. Una y otra vez hasta que
Sarhina aprendió a dominar su terror. A ocultarlo. A compensarlo.

Pero nunca a vencerlo.

Por eso Lara se encontraba en el punto más alto de Maridrina: las montañas
Kresteck. La cordillera se extendía por la costa oriental, escarpada y salvaje, llena
de lagos brillantes, arroyos caudalosos y el fresco aroma de los pinos. Estaba
escasamente poblada, en su mayoría cazadores y tramperos que vivían aislados
en sus toscas cabañas; las pocas aldeas escondidas en los valles y en las orillas de
los lagos rara vez albergaban a más de cien personas. La cordillera era peligrosa
de atravesar, propensa a los desprendimientos de rocas, a las inundaciones y, en
invierno, a las avalanchas, todo ello agravado por los salteadores de caminos que
rondaban las pocas rutas establecidas que iban hacia el norte y el sur.

Un lugar espantoso en opinión de Lara, frío y poco acogedor. Pero los picos
llegaban hasta el cielo, la vista era amplia y abierta en kilómetros y kilómetros a la
redonda, y en su corazón, Lara sabía que era allí donde Sarhina había ido.

Sin embargo, seguirle la pista sería algo muy distinto. En los días anteriores
a aquella fatídica cena en el oasis del desierto, no había tenido oportunidad de
pensar en cómo podría reunirse con sus hermanas en el futuro, no sin revelar su

47
plan. Por eso dependía de que Sarhina la encontrara. Las otras chicas sabían que
su padre las quería muertas. Muy posiblemente sabían que la tapadera que Lara les
había dado había sido comprometida por Marylyn. De cualquier manera, estarían
preparadas para la persecución. Y estarían igualmente preparadas para lidiar con
cualquiera que viniera a buscarlas. Al igual que Lara, todas las hermanas Veliant
eran cazadoras; sólo tenía que hacer saltar una de sus trampas.

Y dado que en el último pueblo le habían avisado de que podría haber una
joven con la descripción de Sarhina en este lugar, Lara estaba segura de que
finalmente había hecho precisamente eso.

Desmontando, Lara ató su poni de montaña lo suficientemente lejos del


camino como para que no lo vieran, y luego comenzó a dirigirse a la aldea. El humo
salía de las chimeneas de las casas, y vio a dos hombres que tendían las pieles
sobre bastidores para que se secaran; la piel estaba destinada a viajar a través
del puente y, finalmente, a ser vendida para forrar las capas y los guantes de los
nobles Harendelinos o Amaridianos. Otro hombre, de formas finas y desnudo hasta
la cintura, cortaba madera para añadirla a una formidable pila. Una anciana se
agachaba junto a un fuego, hilvanando la carne que giraba en un asador, y detrás
de ella, una pandilla de niños corría entre los edificios, sus risas se colaban entre
los árboles para llegar a los oídos de Lara.

Rodeó el pueblo, marcando a cada individuo y las armas que llevaban, así
como las mejores rutas para escapar si la situación se agravaba. Los montañeses
eran bastante pacíficos, pero la necesidad les hacía desconfiar de los extraños y ser
capaces de luchar. Nadie la había molestado todavía, pero eso podía cambiar en un
instante. Y lo último que necesitaba era que una mujer con su descripción llegara a
Serin en Vencia, sobre todo si iba acompañada de la información de que buscaba a
mujeres que encajaban con la descripción de una princesa de Veliant.

Satisfecha con la ubicación del terreno, Lara dio un paso hacia el pueblo,
con la historia de su búsqueda de una hermana perdida en la punta de la lengua,
cuando la puerta de una de las casas se abrió y Sarhina salió con una cesta bajo el
brazo.

Lara se congeló a mitad de camino al ver a su hermana caminar por la zona

48
común hacia el hombre que cortaba leña. Hizo una pausa en su tarea, secándose
el sudor de la frente antes de inclinarse para susurrarle algo al oído. La risa de
Sarhina se esparció por el aire y se inclinó hacia atrás, su capa se separó para
revelar dos anillos de matrimonio que se ceñían sobre un vientre hinchado.

Lara no podía respirar.

Lanzando un coqueto guiño por encima del hombro al sonriente hombre,


Sarhina continuó por el sendero hacia el bosque, con la capa cayendo detrás de ella.

Lara no se movió, la lenta comprensión de que las cosas habían cambiado se


filtraba en su mente. Por razones que no podía explicar, había imaginado encontrar
a sus hermanas tal como eran: princesas guerreras que se disputaban el derecho a
defender su país. Como si hubieran existido en una especie de éxtasis. Pero había
pasado más de un año y medio desde que las dejó en el oasis, y Sarhina, al menos,
había seguido adelante.

Se había casado.

Estaba embarazada.

Había hecho su propia vida.

Tal como Lara había esperado que lo hiciera su hermana. ¿Cómo podría ella
interrumpir eso ahora? ¿Cómo podía arriesgar todo lo que Sarhina había construido
para sí misma, las vidas de las personas que claramente amaba, en aras de rectificar
los errores de Lara? ¿Por salvar a un hombre?

Los ojos de Lara se cerraron, las lágrimas se filtraron para caer en el pañuelo
que llevaba al cuello. Sabía que tenía que alejarse. Dejar a su hermana en la paz
que había comprado para ella. Tratar de encontrar a una de las otras... Cresta. Tal
vez a Bronwyn.

O tal vez a ninguna de ellas.

Tal vez era algo que debía hacer ella misma.

Entonces, una hoja le presionó la garganta y una voz familiar le dijo—: Si


pensabas pillarnos desprevenidas, Marylyn, estás más loca de lo que creíamos.

49
9

LaRa

Traducido por Viv_J

Corregido por Macs & Pamsi

—MARYLYN ESTÁ MUERTA.

La mujer que sostenía el cuchillo jadeo de forma aguda, pero la hoja


permaneció contra la garganta de Lara incluso cuando su capucha fue sacudida
para revelar su rostro.

—¿Lara? Creíamos que estabas muerta.

—La pequeña cucaracha es difícil de matar —Giró la cabeza, pudiendo ver


a su hermana morena, más alta, por el rabillo del ojo—. ¿Te importa mover el
cuchillo, Bron?
—No hasta que me expliques qué estás haciendo aquí.

—Suelta la maldita arma, Bronwyn —La voz de Sarhina cortó el aire frío—.
Si Lara te quisiera muerta, ese cuchillo tuyo no la detendría.

—Eso no significa que tenga que ponérselo fácil.

—Relájate, Bron —dijo Lara—. No estoy aquí para crear problemas.

—Todo lo que haces es crear problemas.

No era una afirmación errónea. Suspirando, Lara levantó el brazo y agarró


la mano del cuchillo de Bronwyn, que empujó contra su pecho mientras giraba bajo
el brazo de su hermana. Pero en lugar de aprovechar su impulso para meter la hoja
entre las costillas de la otra mujer, Lara la soltó y retrocedió. Al otro lado del claro,
Sarhina se dirigió hacia ellas, con una divertida Cresta pisándole los talones.

—Deberías haberme escuchado, Bron —Sarhina apoyó una mano en la


cadera, con la cesta aún colgando del codo—. Te hubieras ahorrado esa vergüenza.

—Tomo nota —Bronwyn se frotó la muñeca, frunciendo el ceño.

—¿Eso es real? —Lara señaló el vientre hinchado de su hermana, incapaz de


apartar los ojos de él.

—Más vale que lo sea —dijo Cresta, con una sonrisa de satisfacción en los
labios—. No hay otra explicación para la cantidad de viento que ha pasado.

Sarhina puso los ojos en blanco. —Me quedan otros tres meses.

—¿Ese hombre del pueblo cortando leña es el padre? —preguntó Lara.

—El padre y mi marido —Sarhina se apartó el sedoso pelo negro detrás de la


oreja—. Pero tenemos asuntos más importantes que discutir que mi vida amorosa.

Ninguna de ellas habló, las cuatro hermanas se enfrentaron en un silencio


taciturno, el único sonido el viento que soplaba entre los pinos. Lara se dio cuenta
de que ahora era una extraña. Ya no era una de ellas, no realmente. ¿Era por lo que
había hecho? ¿O era porque el último año y medio las había cambiado tanto como
a ella?

51
Como era de esperar, Sarhina rompió el silencio.

—Has dicho que Marylyn está muerta. ¿Fue papá quien la mató?

Un sabor agrio llenó la boca de Lara, y tragó con fuerza.

—No. Yo la maté.

La tensión entre las cuatro aumentó, Cresta y Bronwyn se movieron con


inquietud, las manos se dirigieron a sus armas y luego se alejaron de nuevo. Sólo
Sarhina permaneció impasible.

—¿Por qué?

—Padre la envió a matarme la noche que tomó Iticana. Amenazó a mi marido,


el rey de Iticana. Y amenazó al resto de ustedes —Su pulso rugía en sus oídos, cada
palabra necesitaba ser arrancada de su garganta—. La forma en que actuó... las
cosas que dijo... Había que hacerlo.

Los ojos de Sarhina se entrecerraron, formándose una arruga entre sus cejas.

—¿Por qué querría tu padre que murieras? Seguramente tus... éxitos


superaron esa pequeña duplicidad que hiciste en el oasis.

—Probablemente la quiere muerta por sus éxitos —Los dedos de Cresta


jugaron sobre la empuñadura de su espada—. Ya no la necesitaba, y todos sabemos
lo aficionado que es a atar los cabos sueltos. —Levantando la mano, se pasó un
dedo por la garganta.

—Fue porque le traicioné.

Tres pares de ojos azules se clavaron en ella, todos llenos de incredulidad.

—¿Cómo lo traicionaste? —preguntó Sarhina—. Hiciste exactamente lo que


tú, lo que nosotras, fuimos entrenadas para hacer. Te infiltraste en las defensas de
Iticana y creaste una estrategia para derrotarlas. Una estrategia que fue claramente
efectiva, dado que Iticana está rota, su rey es un prisionero y nuestro padre controla
totalmente el puente.

El corazón de Lara latía con un staccato desigual en su pecho, su respiración

52
llegaba en pequeños jadeos rápidos que no parecían llenar sus pulmones. No había
orgullo en la voz de Sarhina por lo que había hecho Lara, sino condena.

Lo sabían.

Sabían que habían sido alimentadas con mentiras la mayor parte de sus
vidas, que Iticana no era el opresor más hambriento de poder y que Maridrina era
la víctima hambrienta. Sabían que Lara no era una heroína por haber salvado a
su nación, sino una conquistadora manchada de sangre que había capturado un
premio de guerra.

—¿Lara?

Las palabras que había preparado para explicar lo que había sucedido entre
ella y Aren desaparecieron de su cabeza, dejándola, abriendo y cerrando la boca
como una tonta.

Pero Sarhina siempre había sido capaz de saber lo que estaba pensando.

—Te enamoraste de él, ¿verdad? ¿El rey de Iticana? ¿Le dijiste lo que te
habían enviado a hacer y trataste de deshacer el daño que habías hecho, y padre lo
descubrió? ¿O algo así?

—Algo así.

Lara se sentó en el suelo húmedo, intentando y sin conseguir sofocar las


náuseas que se retorcían en sus entrañas, incluso mientras una lágrima caliente se
deslizaba por su rostro.

—Lo he arruinado.

—No es del todo sorprendente. Manejas tus emociones tan bien como Bronwyn
ejecuta un ataque por la espalda con un cuchillo. Como una mierda.

Sarhina se bajó al suelo frente a Lara.

—Metiste la pata, y ahora Padre tiene a tu reino y a tu marido en sus garras.

—Ese es el resumen de todo.

53
Sarhina la miró con complicidad y luego negó con la cabeza.

—Y déjame adivinar, estás aquí porque necesitas nuestra ayuda para


recuperarlos.

54
10

LaRa

Traducido por —M

Corregido por Macs, Pamsi & -Patty

SARHINA Y SU ESPOSO, Ensel, vivían en una de las pequeñas cabañas que creaban
Renhallow. Su hogar estaba hecho de troncos caídos astutamente colocados como
piezas de un rompecabeza, efectivos al resguardarlos de fríos vientos. Olía a madera
quemada y a pino, todos los muebles habían sido hechos por Ensel y comodidad
hecha por mantas tejidas por su madre, quien vivía en el lugar de al lado. Los
limpios pisos de madera estaban cubiertos por alfombras de oscuras verdes y azules,
el cuarto principal reinado por una mesa de madera pesada con una superficie
mellada y raspada pero tan pulida que sacaba brillo.

Se sentía extrañamente reconfortante para ser un lugar en el cual nunca


había estado y Lara rápidamente determinó que aquella sensación venía del hecho
de que era la casa de Sarhina, con su toque visible en incontables maneras. Jarrones
en filas perfectas, ollas igualmente ordenadas, así como botas, con sus tacones
todos mirando hacia arriba tan alineados como si hubieran sido medidos con una
regla. Sarhina se resguardaba en el orden y Lara se resguardaba en su hermana,
por lo que se sentía bien colocarse frente a ella en la mesa de la cocina.

Ella y Sarhina miraron mientras Bronwyn ponía agua a hervir, el fuego


cambiaba su cabello marrón en bronce. Cresta apareció de afuera con los brazos
cargados de madera, se arrodillo al lado de Bronwyn cuando ella atizaba las llamas,
su cabello rojo colgando en su espalda en una gruesa trenza. El par eran tan cercanas
como Sarhina y Lara lo eran, aunque no podrían ser más diferentes. Bronwyn era
alta, descarada con sus palabras y abierta con sus sentimientos, mientras que
Cresta era pequeña, reservada al hablar y sólo podías leerla cuando ella quería.

—¿Dónde se quedan ustedes dos?

—Con la madre de Ensel —respondió Bronwyn—. Ella necesita la ayuda y


nosotras necesitamos un techo, es un arreglo perfecto.

—¿Dónde están las demás?

—No tengo idea. Parecía lo mejor no saber dónde está cada una, en caso de
que Serin capturé a cualquiera.

—Muy sabio. ¿Asumo que tienen formas de comunicarse entre ustedes?

—Tal vez las tenemos, tal vez no —Bron se dio la vuelta para calentar su
delgada espalda contra el fuego.

El ceño de Cresta se frunció mientras se recargaba contra la pared y aunque


no dijo nada, Lara sintió la desconfianza irradiando de su hermana y sospechó
saber la razón.

—¿Cuándo te diste cuenta de que Marylyn no estaba de nuestro lado? —Lara


preguntó, aceptando una taza humeante de parte de Ensel—. ¿Estaba ella enojada
cuando despertó de las drogas?

—Todas estábamos enojadas cuando despertamos, Lara. O al menos, cuando

56
determinamos que no estabas entre los muertos —dijo Cresta—. ¿Tienes idea de
cómo fue? ¿Despertar rodeada de humo, fuego y cadáveres? Tengo más pesadillas
que noches tranquilas.

—No estabas —Sarhina miró fijo y con ojos distantes a la mesa entre ellas—.
Desperté con el peor dolor de cabeza de toda mi vida, tan enferma de náuseas que
apenas me podía parar, pero todo en cuanto podía pensar era en que no estabas.
Que habías muerto peleando.

En el estómago de Lara se formó un hueco.

—Pero la nota.

—Buscar en mi bolsillo por una nota no fue lo primero en lo que pensé —


Sarhina levantó su cabeza y se encontró con la mirada de Lara—. Lo primero que
hice fue cavar entre los cuerpos, y tratar de encontrarte.

Sarhina giró sus muñecas, revelando sus palmas desfiguradas por cicatrices
rosas. Cicatrices de quemaduras.

—Todas las tenemos. Incluso Marylyn.

—Lo siento —La culpa la inundó—. Fue la única forma en la que pude pensar
para sacarlas a todas de esa situación vivas.

—¿Supongo que no consideraste el contarnos los planes de Padre? —


preguntó Bronwyn desde donde estaba parada al lado de la chimenea—. Ese habría
sido un buen lugar por el cual empezar. Entonces al menos habríamos despertado
sabiendo qué pasaba.

—Obviamente pensé en eso. ¿Pero cuando nosotras doce hemos estado


de acuerdo en algo sin pelear por ello durante días? —Lara tomó un trago de su
té, encogiéndose cuando su lengua ardió—. Habríamos peleado sobre qué hacer.
Luego sobre quién debería ir a Iticana. Y entonces volver a pelear sobre qué hacer.
No había tiempo para eso, así que tomé la decisión.

—Y estamos todas vivas por eso —dijo Sarhina, terminando el argumento del
modo en el que ella siempre lo hacía—. Pero para responder tu pregunta, Marylyn

57
no dijo mucho al respecto hasta que todas estuvimos en el Desierto Rojo. Luego
no dijo nada en absoluto, sólo desapareció en la oscuridad. Nuestra primera pista
sobre cómo nos había traicionado fue cuando los soldados de Padre comenzaron a
cazarnos —escupió a través de la habitación hacia la chimenea—. Perra traicionera.

—No era quien creíamos que era —Aunque Lara aún se sentía enferma al
pensar en la muerte de su hermana. Aún sentía el chasquear en el cuello de Marylyn
reverberando en sus brazos. Aún veía la luz irse en los ojos de su hermana.

—Era la creación de Padre —murmuró Cresta—. Más que todas nosotras.

Todos permanecieron callados por un tiempo, el único sonido el crujir de


la chimenea y los suaves sonidos que Ensel hacía al preparar la cena, sus manos
callosas cortaban zanahorias para el estofado de forma metódica. Él era sordo, le
habían dicho, pero Sarhina se había apresurado en añadir que podía leer los labios.
Lara sintió su mirada en ella cuando preguntó—: ¿Cómo han permanecido ocultas
de los hombres de Padre?

Sarhina se encogió de hombros.

—Las personas de esta región no son sus amigos... o de Serin. Cuando


alguien de afuera llega haciendo preguntas, nos dan una advertencia. Si se acercan
demasiado, nos encargamos de ellos. Pero no es sostenible. Serin sabe que estamos
en estas montañas y es sólo cuestión de tiempo hasta que una de nosotras sea
capturada.

—¿Asumo que tienen un plan para cuando ocurra?

—Planeamos ir por caminos separados al llegar el final de la época de


tormentas. Tomar barcos al norte y al sur a lugares lejos del alcance de Serin.

Lara miró hacia Ensel, luego a Sarhina.

—¿También tú?

—Yo no. Este es mi hogar ahora.

Un hogar que estaría bajo constante amenaza, porque todas ellas sabían que
su padre nunca detendría su caza.

58
Necesitando alejar la tensión que se había construido alrededor de la
habitación, Lara preguntó—: ¿Cómo se conocieron ustedes dos?

Una suave sonrisa se formó en la cara de Sarhina al voltear a ver a su esposo,


que veía a sus labios moverse

—Luego de que despejáramos el lugar de lo que necesitábamos, fuimos al


este lejos del desierto. Una vez que Marylyn se fue, decidimos que era más seguro
si nos separábamos en grupos más pequeños, así que Bron, Cresta y yo fuimos a lo
profundo de las montañas.

—…No teníamos dinero, así que fuimos a cazar lo que pudiéramos y a robar
el resto. Mayormente viajeros en el camino que parecía que podían reemplazarlo,
pero a veces teníamos que hacerlo en las aldeas. O morir de hambre.

La culpa de Lara brilló viva al saber que sus hermanas habían pasado hambre
mientras que ella había comido hasta saciarse con la mejor comida que había. Que
hubieran tenido que dormir en la lluvia, el frío y la tierra mientras que ella se
remojaba en las aguas termales de Midguard.

—Nos habíamos estado escabullendo en Renhallow una y otra vez por al


menos una semana —continuó Sarhina—. Recogiendo vegetales de los jardines.
Robando una ocasional gallina.

—Cuatro gallinas, amor —murmuró Ensel y volvió su mirada de vuelta los


vegetales frente a él—. Ustedes, señoritas, conocen cientos de formas de asesinar a
un hombre, pero no saben cómo atrapar un conejo.

Las mejillas de Sarhina se colorearon.

—De cualquier forma, estaba a punto de agarrar cinco, pero Ensel armó una
trampa afuera del gallinero y caí en ella. Me encontré colgando de cabeza con una
flecha apuntada a mi cara.

Ensel sonrió.

—Creí que había capturado a un espectro. Poco sabía que había atrapado
algo mucho más peligroso.

59
Alejándose de la estufa, inclinó su cabeza para besar a Sarhina, quien dijo—:
Me atrapó con sus encantadores cumplidos y decidí quedarme.

Y ahora Lara estaba ahí para llevarla lejos. Para arriesgar la vida de su
hermana y su hijo no nacido para así rectificar sus propios errores.

—No debí haber venido —dijo, poniéndose de pie—. No es correcto que pida
tu ayuda. Han seguido con sus vidas.

—¿Lo hemos hecho? —La mirada de Sarhina era inquebrantable—. ¿Quién


eres para juzgar eso? E incluso si hemos seguido adelante, no significa que hemos
olvidado lo que Padre, Serin y el resto nos hicieron. Ninguna cantidad de tiempo o
distancia nos permitirá olvidarlo.

Ambas, Cresta y Bronwyn asintieron.

—Padre tiene que pagar —dijo Sarhina—. Y yo, por mi parte, obtendría una
gran satisfacción si pagara con lo que nos hizo entrenar para tomar en primer
lugar. Porque conociéndote, tus planes no se limitan a rescatar al rey de Iticana.

Lara le dio su sonrisa sardónica y sacudió su cabeza.

—Pero él es clave. Para el bien de Iticana, tengo que liberarlo —Y por su


propio bien—. Pero será peligroso. Esta encerrado en lo alto del palacio de Padre
en Vencia, rodeado de guardias todo el tiempo. Los Iticanos han tratado muchas
veces traerlo de regreso, pero a todos cuantos han mandado hasta ahora han sido
capturados o asesinados —El ver la sonrisa engreída brillar en los ojos de Bronwyn,
añadió—: Son buenos peleadores e incluso mejores espiando, Bron. El que no lo
hayan logrado significa que tal vez sea imposible.

Para colmo, el destello en los ojos de su hermana creció.

—Fuimos entrenadas para hacer lo imposible.Y para bien o para mal, has
demostrado que somos más que capaces.

—Padre y Serin saben que voy por Aren. Y especialmente Serin, sabe todo en
que fui entrenada para hacer. Como pienso. Iticana no tenía esa ventaja.

Bronwyn inclinó su cabeza.

60
—¿Viniste aquí para convencernos de ayudar o para disuadirnos? Porque
suena más como la última.

Al costado de su visión, Lara pudo ver a Ensel mirándolas atentamente,


leyendo sus labios. Así que volteó a verlo directamente.

—Sus vidas no valen menos que la de Aren. Y tampoco lo es la vida de ese


bebé en tu vientre, Sarhina.

La mandíbula de Ensel se apretó, su mirada cambió hacia su esposa, el par


intercambiando una silenciosa conversación. Entonces él exhaló y dio un pequeño
asentimiento.

—Algunas cosas tienen que hacerse —dijo su hermana—. No importa el


riesgo. No quiero que mi hijo crezca en este legado, Lara. Quiero que esté orgulloso
de su madre. Y sus tías.

Mordiendo el interior de sus mejillas, Lara consideró seguir discutiendo, pero


en su lugar respondió—: Debes permanecer lejos de la pelea. Quiero tu palabra en
eso.

Abruptamente, Lara se encontraba sobre su espalda, su silla arrancada de


debajo de ella con un rápido tirón del pie de su hermana por debajo de la mesa.

—Eres una perra —murmuró Lara, frotando la parte de atrás de su cabeza


mientras Cresta Y Bronwyn reían.

Sarhina rodeó la mesa, y se inclinó hasta que estuvieron nariz con nariz.

—Yo estoy a cargo, Su Majestad ¿Entendido?

Lara le gruñó y luego sonrió.

—Entendido.

—Ustedes dos —dijo Sarhina a Cresta y Bronwyn—. Coman hasta saciarse,


luego empaquen sus cosas. Es tiempo de que las hermanas Veliant tengan una
pequeña reunión.

61
11

aREN

Traducido por Viv_J

Corregido por Macs & -Patty

EL VIENTO PASÓ por el jardín, haciendo crujir los cuidadosos rosales y los esculpidos
setos antes de alejarse silbando a través de las cornisas que adornaban el muro,
dejando atrás el crujido de las cuerdas en las que se balanceaban los cadáveres.
Ahora eran dieciocho. Dieciocho Iticanos muertos en el intento de rescatar a su rey.
En el intento de rescatarlo a él.

No se lo merecía. No merecía sus vidas. No cuando todo lo que había ocurrido


en Iticana era el resultado de las decisiones que había tomado. Puede que Lara
fuera la que escribió la carta con todos los malditos detalles, pero si él no hubiera
confiado en ella, si no la hubiera amado, nunca habría tenido el poder de dañar a
su pueblo.

Sin embargo, los cuerpos seguían oscilando, un nuevo hombre o mujer se


sumaba a sus filas cada pocos días. A veces pasaba un tramo más largo, y Aren
esperaba tontamente que su pueblo se hubiera rendido. Entonces llegaba Serin con
otra forma de lucha a cuestas, y Aren se replegaba sobre sí mismo, la única forma
en que podía soportar las cosas a las que Serin sometía a su pueblo sin revelar
todos los secretos que Iticana tenía.

El cadáver de Emra era poco más que un esqueleto raído por los cuervos,
irreconocible ahora, salvo por su memoria. Pero los cuerpos más frescos lo
observaban con las cuencas de los ojos vacías, los rostros familiares se ennegrecían
y se hinchaban con cada día que pasaba encadenado a la mesa de piedra en este
jardín del infierno.

Del que no había escapatoria.

Aunque Dios sabía que lo había intentado. Una docena de guardias tenían
los ojos morados, las narices rotas y uno un collar de moretones cortesía de la
cadena que unía las muñecas de Aren. Había matado a otro después de conseguir
coger su espada, pero había sido dominado inmediatamente por otra docena de
guardias. Todo lo que había conseguido eran costillas magulladas, un dolor de
cabeza y más seguridad rodeándolo día y noche sin un momento de privacidad.
Le registraban regularmente en busca de cualquier cosa que pudiera utilizar para
forzar las cerraduras de sus grilletes, y le obligaban a dormir atado a un catre bajo
una brillante luz proyectada por una lámpara para que no tuviera oportunidad
de soltarse aprovechando el amparo de la oscuridad. El único cubierto que se le
permitía era una maldita cuchara de madera.

Había agotado todos los trucos que conocía en un intento desesperado por
escapar, cuando la estrategia lógica habría sido esperar el momento. Pero la lógica
significaba poco cuando cada día que pasaba veía cómo se torturaba y mataba a
más Iticanos en sus intentos por liberarlo.

Lo que dejaba a Aren con una sola alternativa: borrarse a sí mismo de la


ecuación.

Se quedó mirando la mesa de piedra, haciendo acopio de voluntad, sintiendo


que el corazón le retumbaba en el pecho. El sudor corría en un torrente por su
espalda, el fino lino con el que lo habían vestido estaba saturado. Hazlo, se ordenó

63
en silencio. Hazlo. No seas un maldito cobarde. Si estás muerto, Iticana tendrá que
seguir adelante sin ti. Se inclinó hacia atrás tanto como le permitieron sus cadenas,
y respiró profundamente…

—Las esposas están empezando a quejarse del olor. No puedo decir que las
culpe.

La voz sobresaltó a Aren lo suficiente como para que se sacudiera, haciendo


sonar sus cadenas al ver al príncipe rubio que había conocido el día en que Emra
había muerto, con un libro desgastado metido bajo el brazo del joven.

—Es una práctica terrible —dijo el príncipe, mirando los cadáveres que se
alineaban en las paredes, con la carne putrefacta llena de insectos—. No importa
el olor; invita a las moscas y otras alimañas. Propaga enfermedades —Su atención
volvió a centrarse en Aren—. Aunque supongo que es mucho peor para usted, dado
que los conoce, Alteza. Sobre todo, teniendo en cuenta que murieron tratando de
liberarlo.

Este era el último tema de conversación que Aren deseaba discutir, la vista y
el olor y el conocimiento ya eran suficientemente malos sin necesidad de palabras
ociosas que los acompañaran. —¿Tú eres...?

—Keris.

El príncipe se sentó al otro lado de la mesa frente a Aren en una muestra de


audacia sorprendente, teniendo en cuenta de lo que Aren era capaz, y sin embargo
el brillo en los ojos de este hombre sugería que no era un tonto. Este era el príncipe
filósofo al que Aren había dado permiso para viajar a través del puente hasta
Harendell, donde supuestamente había planeado asistir a la universidad. La escolta
que le acompañaba había sido en realidad soldados disfrazados, una parte clave
de la invasión Maridriana. Si Aren hubiera podido estirar la mano al otro lado de
la mesa, con gusto le habría roto el cuello al príncipe. Ah. El heredero inadecuado.

Keris se encogió de hombros, dejando su libro, que parecía ser de ornitología,


sobre la mesa. Un filósofo y un observador de aves. No es de extrañar que Silas no
quisiera saber nada de él.

64
El príncipe dijo—: Ocho hermanos mayores que encajaban en el molde,
todos muertos, y ahora mi padre está atascado tratando de escabullirse para
no nombrarme el heredero sin romper una de sus propias leyes. Podría desearle
suerte en el empeño si no fuera por el hecho de que sus trampas y las de Serin
probablemente me llevarán a la tumba junto a mis hermanos.

Aren se echó hacia atrás en su silla, con el traqueteo de los grilletes. —¿No
quieres gobernar?

—Es una carga ingrata.

—Es cierto. Pero cuando tengas la corona, podrás cambiar la decoración —


Aren señaló los cadáveres que se alineaban en las paredes del jardín.

La risa que salió de la boca del príncipe fue inquietantemente familiar, los
pelos de los brazos de Aren se erizaron como si hubiera sido tocado por un fantasma.

—Gobernar es una carga, pero quizá lo sea especialmente para un rey que
entra en su reinado deseoso de cambio, pues se pasará la vida vadeando contra la
corriente. Pero eso lo entiendes, ¿verdad, Alteza?

Era la segunda vez que el príncipe utilizaba el título de Aren, algo que Silas
había prohibido expresamente. —Tú eres el filósofo. ¿O eso también era parte del
engaño?

Una sonrisa irónica se formó en el rostro del príncipe y negó con la cabeza.
—Creo que a Serin le divirtió especialmente utilizar mis sueños de forma tan
perversa. Es uno de los únicos casos en los que me ha engañado, y no olvidaré
pronto el impacto de estar atado y encerrado en un rincón mientras mi escolta
invadía Iticana. Aun así, podría haber perdonado la duplicidad si mi padre me
hubiera permitido continuar con mis estudios en Harendell, pero como puedes ver
—extendió los brazos—, aquí estoy.

—Mis condolencias.

Keris inclinó la cabeza ante el sarcasmo de Aren, pero dijo—: Imagina un


mundo en el que la gente pasara tanto tiempo filosofando como aprendiendo a
blandir armas.

65
—No puedo —mintió Aren—. Lo único que conozco bien es la guerra, lo cual
no dice mucho dado que estoy en el lado perdedor de ésta.

—Perdiendo, quizás —murmuró—. Pero aún no derrotado. No mientras


Eranahl siga en pie, y no mientras tú sigas vivo. ¿Por qué si no insistiría mi padre
en estas teatralidades?

—Cebo para su hija errante, me han dicho.

—Tú esposa.

Aren no respondió.

—Lara —Keris se frotó la barbilla—. Es mi hermana, ya sabes.

—Si pretendías que eso fuera una gran revelación, me temo que tengo que
decepcionarte.

Una suave risa, pero Aren no se perdió cómo los ojos del príncipe escudriñaron
rápidamente el jardín, la primera grieta en su fachada de divertida indiferencia. —
No es mi hermanastra. También tenemos la misma madre.

A pesar de sí mismo, Aren se enderezó, y el recuerdo de aquel brutal juego de


la verdad que había jugado con Lara pasó al primer plano de sus pensamientos. Su
peor recuerdo, le había dicho, era el de haber sido separada de su madre y llevada
al recinto donde se había criado. Su miedo a no reconocer a su madre ahora, a no
conocerla. La lógica le decía que no había sido más que una historia destinada a
manipular su simpatía, pero su instinto le decía lo contrario. —¿Y eso qué?

Keris se pasó la lengua por los labios, los ojos distantes durante un latido
antes de centrarse en Aren. —Tenía nueve años cuando los soldados de mi padre
se llevaron a mi hermana; lo suficientemente joven como para seguir viviendo en
el harén, pero lo suficientemente mayor como para recordar bien el momento. Para
recordar cómo mi madre luchó contra ellos. Para recordar cómo intentó escabullirse
del palacio para ir en busca de mi hermana, sabiendo en su corazón que mi padre
la destinaba a algún propósito ruin. Para recordar cómo, cuando la atraparon y la
arrastraron de vuelta, mi padre la estranguló él mismo delante de todos nosotros.
Como castigo. Y como advertencia.

66
La madre de Lara estaba muerta.

Una punzada de dolor llenó el pecho de Aren. Esta verdad heriría enormemente
a Lara, sobre todo teniendo en cuenta que su madre había muerto en su defensa.

Apartó bruscamente ese pensamiento. ¿Qué le importaba si ella lloraba? Ella


le había mentido. Lo había traicionado. Destruyó todo lo que le importaba. Ella era
su enemiga. Al igual que este hombre sentado ante él.

Pero si lo que decía Keris era cierto, era un enemigo que podría convertirse en
un aliado. El príncipe tenía motivos tanto para odiar como para temer a su padre, lo
que significaba que, al igual que Aren, tenía un gran interés en ver muerto a Silas.
—¿A qué juego estás jugando, Keris?

—Uno muy largo, y tú no eres más que una pieza singular en el tablero,
aunque de cierta importancia —El príncipe le observó, sin pestañear—. Siento que
estás considerando retirarte del juego. Te pido que lo reconsideres.

—Mientras esté vivo, seguirán intentando salvarme. Y seguirán muriendo en


el intento. No puedo permitirlo.

Los ojos de Keris pasaron por encima del hombro de Aren, un destello de odio
los recorrió ante lo que vio. —Sigue jugando, Aren. Tu vida no es tan inútil como
crees.

Antes de que Aren pudiera responder, una voz irritantemente familiar


habló—: Una cuestionable elección de compañía, Su Alteza.

Keris se encogió de hombros. —Siempre he sido víctima de mi propia


curiosidad, Serin. Ya lo sabes.

—Curiosidad.

—Ciertamente. Aren es un hombre mítico. Antiguo rey de las brumosas islas de


Iticana, luchador legendario y marido de una de mis misteriosas hermanas guerreras.
¿Cómo podría resistirme a pedirle detalles de sus escapadas? Lamentablemente, no
ha sido especialmente comunicativo.

—Se suponía que habías regresado a Nerastis —contestó Serin, nombrando

67
la muy asediada ciudad cercana a la disputada frontera entre Maridrina y Valcota—.
Tienes que estudiar con los generales de tu padre.

—Los generales de mi padre son aburridos.

—Aburrido o no, es una parte necesaria de tu entrenamiento.

—¡Mag, mag, mag! —Keris reprodujo una llamada de urraca sorprendentemente


realista—. No me extraña que las esposas del harén te hayan bautizado así, Serin.
Tu voz es realmente irritante para los nervios —Se puso en pie—. Fue un placer
conocerte, Aren. Pero tendrás que disculparme, el olor me está dando náuseas.

Sin decir nada más, el príncipe Keris cruzó el patio, dejando a Aren a solas
con el Coleccionista.

—Su Majestad desea su presencia en la cena de esta noche.

—No —Lo último que quería Aren era entablar una conversación trivial con
Silas y sus esposas.

Serin suspiró —Como quieras. Te dejaré en compañía de tus compatriotas.


Creo que otro ha venido a unirse a tu fiesta —Chasqueó los dedos y, un momento
después, aparecieron varios guardias arrastrando una forma inmóvil envuelta en
una sábana manchada de sangre.

—Lamentablemente, éste se quitó la vida cuando se dio cuenta de que lo


habían atrapado —Serin sacudió la cabeza—. Qué lealtad —Luego se paseó en la
dirección que había tomado Keris.

Aren observó cómo los soldados subían el cadáver por la pared, fijándolo
en una de las cornisas. Gorrick. Su amigo desde la infancia y uno de los pocos
guardaespaldas de Aren que quedaban.

Sus hombros se doblaron sobre sí mismos, y Aren apretó los dientes, tratando
de contener el sollozo de angustia que le subía al pecho, de contener las náuseas
que le subían al estómago. ¿Por qué? ¿Por qué seguían viniendo a por él? ¿Por qué
no podían dejarle marchar? No merecía su lealtad. No merecía su sacrificio.

Tenía que hacer que se acabara.

68
Con los ojos encendidos, Aren parpadeó furiosamente, fijando su mirada en
la piedra lisa de la mesa, armándose de valor. Luego dudó.

Keris había dejado su libro de pájaros.

Urraca.

Haciendo sonar los grilletes, Aren tomó el libro, hojeando lentamente las
páginas hasta encontrar el capítulo sobre Corvidae, escaneando el texto hasta
encontrar un dibujo del ave común en la costa oriental de Maridrina. Leyó la
descripción y se detuvo al llegar a los hábitos alimenticios del ave. Oportunista, la
urraca mata y se come los polluelos de los pájaros cantores...

Aren cerró el libro y lo apartó. Keris dijo que las esposas del harén habían
bautizado a Serin con su apodo. Pero no, pensó Aren, debido a la naturaleza de la
voz del espía. Las esposas sabían que era Serin, por orden del rey, quien se había
llevado a Lara y a sus hermanas. Y no habían, sospechó, perdonado a la Urraca por
sus crímenes.

Sus compatriotas muertos lo miraban. Habían muerto intentando conseguir


su libertad, y hasta ese momento, Aren había tenido la intención de quitarse
la vida antes de permitir que otro pereciera en su nombre. Pero si las esposas
estaban dispuestas a ayudarlo, tal vez podría hacer que su gente dejara de intentar
rescatarlo. Y tal vez con ese respiro Aren podría, como dijo Keris, jugar el juego.

El problema era: Aren tenía prohibido el contacto con las esposas. Y cualquier
intento que hiciera llovería escrutinio sobre la mujer en cuestión. A menos que...

Aren se dirigió a uno de los guardias que estaban en la entrada, gritando—:


¡Tú! Ven aquí.

Con el rostro desencajado, el hombre se presentó ante él. —¿Qué quieres?

—He cambiado de opinión —dijo Aren—. Dígale a su rey que estaré encantado
de cenar con él esta noche.

69
12

LaRa

Traducido por Viv_J

Corregido por Macs & -Patty

—¿SEGURA QUE ES aquí? —preguntó Sarhina, tirando de las riendas y haciendo


que el carro en el que viajaban se detuviera.

—Es donde Jor me dijo que viniera —Era el único detalle concreto que
estaba dispuesto a darle, pues aún no confiaba en Lara lo suficiente como para
comprometer la presencia Iticana en suelo Maridriano—. Me ha dado un código
para que se lo facilite al tabernero, que sabrá cómo ponerse en contacto con ellos.

—Entonces supongo que será mejor que pidamos una copa.

A pesar de su gran barriga, Sarhina bajó de la carreta con una agilidad que
aún asombraba a Lara, incluso habiendo estado en el camino con su hermana
durante más de una semana. Durante gran parte de ese tiempo, Ensel las había
acompañado, en parte para ayudar a disuadir a alguien de que las atacara a lo
largo del viaje, pero sobre todo para reducir cualquier pregunta que la gente pudiera
tener sobre dos mujeres Maridrianas viajando solas. Había emprendido el regreso
esta mañana, y la hinchazón alrededor de los ojos de su hermana por las lágrimas
resultantes apenas se había desvanecido, las despedidas que habían intercambiado
sonaban lo suficientemente permanentes como para que Lara hubiera considerado
maniatar a Sarhina y enviarla de vuelta a casa.

Después de atar a la mula en un poste de enganche, Lara la condujo a la sala


común de la posada, con el aroma de la cerveza derramada y la comida picante
que la invadía mientras sus ojos se adaptaban a la luz tenue del lugar. Era un
establecimiento tosco, adecuado para el pequeño pueblo de pescadores, con el suelo
cubierto de serrín y los muebles mostrando signos de haber soportado más que
un puñado de peleas. Dos ancianos estaban sentados en una mesa de la esquina,
ambos más ocupados con sus tazones de sopa que con las recién llegadas. Por
lo demás, la única persona que había en el establecimiento era el camarero, que
estaba de pie detrás del mostrador sacando brillo a un vaso.

Lara dio un largo suspiro. —Estamos en el lugar correcto.

Las manos de Marisol dejaron de pulir y sus ojos se fijaron en ellas. Atrás
quedaban los caros vestidos bordados que había llevado cuando Lara la conoció; su
vestido era una tela barata y su pelo dorado estaba sujeto en una sola trenza en la
espalda. Dejó el vaso cuando Lara se acercó, y Sarhina le siguió los pasos. —Mira
lo que ha traído el gato.

—Hola, Marisol —Tomó asiento en uno de los taburetes y apoyó los codos en
la barra—. Muy lejos del Pájaro Cantor.

—Tu visita comprometió mi tapadera. Me pareció prudente pasar desapercibida


durante un tiempo.

—Muy sabio.

Marisol la miró fijamente, y a Lara no se le escapó la expresión de sus ojos,


los músculos de su mandíbula se tensaron visiblemente, sus manos temblaron de

71
furia reprimida. Así que no fue una sorpresa cuando la mujer blandió su mano,
con la palma chocando con la cara de Lara. —Deberían haberte matado. Debería
matarte.

Frotándose la mejilla escocida, Lara negó con la cabeza a Sarhina, que parecía
dispuesta a atravesar la barra. —Afortunadamente para mí, los que tienen el poder
decidieron que les era más útil viva que muerta.

—Eres una criatura repugnante y asquerosa —siseó—. Una traidora. No


entiendo cómo pueden confiar en ti.

—No confían en mí —Al ver que la otra mujer se preparaba para abofetearla
de nuevo, Lara añadió—: Ya tomaste tu parte. Inténtalo de nuevo y te romperé la
muñeca.

Los ojos de Marisol se volvieron cautelosos, sugiriendo que había sido


advertida de las habilidades de Lara, pero la ira en ellos no disminuyó. —Eres
igual que tu padre.

—Ten cuidado —La voz de Sarhina era frígida, su tono llamó la atención de
Marisol por primera vez.

—Me dijeron que viniera aquí —dijo Lara antes de que la situación pudiera
involucionar más—. Que tú podrías ponerme de nuevo en contacto con mis socios.
Tal vez podríamos dejar la puesta al día para más tarde, dado que el tiempo es
esencial.

Marisol la fulminó con la mirada, pero asintió brevemente con la cabeza,


luego recuperó un pañuelo verde de debajo del mostrador y se dirigió a la puerta
principal.

—¿Quién es ella? —preguntó Sarhina en voz baja—. Tiene aspecto de


Maridriana, no de Iticana. Además, suena como tal.

—¿Porque estás tan familiarizada con el aspecto y el sonido de los Iticanos?


—murmuró Lara.

—Sólo responde a la pregunta.

72
—Ella es Maridriana, pero espía para los Iticanos —dudó Lara, y luego
añadió—: Aren solía frecuentar Vencia disfrazado. Era su amante.

—Eso era evidente.

Su conversación se vio interrumpida por el regreso de Marisol. —¿Quieres


comer algo mientras esperas?

Lara negó con la cabeza, pero Sarhina dijo—: Sí. Y un litro de leche, si tienes.
Tráele a mi hermana algo más fuerte.

Marisol se quedó boquiabierta y luego miró a través de la escasa luz los ojos
de Sarhina, que eran gemelos a los de Lara. Sacudió la cabeza y luego gruñó—:
Espero que alguna de ustedes, princesas, tenga monedas para pagar.

—Ponlo en la cuenta de nuestros socios —respondió Sarhina, y luego atrajo


a Lara hacia una de las mesas—. Pareces nerviosa. ¿Debería preocuparme?

—Lo único que me preocupa es si seré capaz de cumplir mis promesas —No
habían oído nada de Bronwyn ni de Cresta respecto a si habían tenido éxito en el
reclutamiento del resto de sus hermanas, y en este punto, a Lara le preocupaba
haber perdido semanas en una tontería que habría sido mejor empleada en Vencia
tratando de liberar a Aren.

Sarhina hizo un ruido sin compromiso, aparentemente más interesada en la


comida que Marisol traía en su dirección. La mujer dejó la bandeja sobre la mesa.
—Que lo disfruten.

Luego se retiró hacia la barra y su cristalería.

Sacando uno de los cuencos delante de ella, Sarhina empezó a comer con
gusto. —No está mal. Deberías comer.

Probablemente era cierto, pero la idea de meterse algo en el estómago le


producía a Lara náuseas. En lugar de eso, cogió su vaso y dio un sorbo al líquido
ámbar, reconoció el sabor y lo levantó para brindar por Marisol. La otra mujer sólo
le dirigió una mirada plana.

—Ya están aquí —Sarhina hizo una pausa en su comida, observando cómo

73
los dos ancianos de la esquina abandonaron su comida y salían de la sala común.

Sólo unos instantes después, la puerta se abrió de nuevo y Jor entró, con Lia
pisándole los talones. Ambos iban disfrazados con ropas Maridrianas, sus únicas
armas eran los cuchillos que Lia llevaba en la cintura, aunque Lara sabía que
llevarían otros.

—No es ni un poco demoníaco—dijo Sarhina entre bocados de sopa—. Estoy


decepcionada.

Lara le lanzó una mirada de advertencia y luego se sentó en su silla,


encontrándose con la oscura mirada de Jor.

—Bien, ahora —dijo él, tomando asiento—. Semanas de espera para que
nos traigas refuerzos y nos entregas —Miró a Sarhina de arriba abajo—, una chica
embarazada con un apetito saludable.

—Las cucharas son armas extraordinariamente formidables cuando las


manejan manos hábiles —Sarhina sorbió la sopa con su cuchara y le dedicó una
brillante sonrisa antes de volver a comer.

Jor la ignoró, mirando a Lara con una mirada. —¿Y bien?

—Me está llevando más tiempo reunir a mis hermanas de lo que había
previsto. No estaban todas en el mismo sitio —No importaba que ella no estuviera
segura de que fueran a venir.

—Siempre hay una excusa —Lia sacó uno de sus cuchillos y lo clavó sobre
la mesa, mostrando el borde afilado. Sarhina lo cogió y lo utilizó para cortar su
panecillo por la mitad, aunque Lia se lo arrebató cuando empezó a utilizarlo para
untar el pan.

Lara sabía que esto iba a ser un concurso de ingenio, pero no esperaba que
empezara tan pronto —El retraso no se puede evitar —Inclinándose hacia delante,
preguntó—: ¿Hay alguna noticia? ¿Alguien lo ha visto? ¿Saben si está bien?

—Sabemos que está vivo.

Vivo. Lara exhaló un largo suspiro, la tensión se filtró de sus hombros. Podía

74
trabajar con él vivo. Vivo significaba que podía ser salvado. —¿Y Eranahl?

Jor sacudió ligeramente la cabeza. —Las tormentas han sido violentas. No


hay descansos. No hay actualizaciones.

Y no había posibilidad de que los barcos salieran al agua a pescar, lo que


significaba que la ciudad funcionaría sólo con provisiones. Lara apretó los dientes,
pero no había nada que pudiera hacer ante ese problema.

—Gorrick ha muerto.

La voz de Lia era amarga y cortante, y Lara se estremeció. Los dos habían
sido amantes desde que los conocía, y Aren había especulado a menudo que era
sólo cuestión de tiempo hasta que se casaran. No todas las víctimas de la guerra
eran cadáveres. —Lo siento.

—No me interesan tus disculpas. La única razón por la que no te he cortado


el cuello es que ese honor pertenece a Ahnna.

Sarhina se movió, y Lara supo que estaba buscando un arma. Pisó el pie de
su hermana.

—Sabes que él y Aren crecieron juntos —La voz de Lia sonaba extraña.
Sofocada—. Gorrick no soportaba la idea que Aren estuviera preso mientras él estaba
libre. Se cansó de esperarte y decidió ir por su cuenta —Le tembló la mandíbula—.
Si hubiera sabido que esperarte sería una pérdida de tiempo, habría ido con él. Y
tal vez todavía estaría vivo.

—Es más probable que el Rey Rata hubiera tenido dos cadáveres con los que
burlarse de Aren —espetó Jor—. Si no puedes manejar esto, lárgate.

—Estoy bien.

Lara apenas oyó la réplica de la mujer, con los ojos fijos en una hendidura
de la mesa de madera, la sangre rugiendo en sus oídos. Aren estaba acostumbrado
a las bajas de la batalla, pero ¿esto? ¿Tener los cadáveres de su gente en la cara y
saber que habían muerto tratando de salvarlo? La culpa lo destruiría. —Te dije que
dejaras los intentos de rescate. Lo vas a llevar al límite.

75
—Es mejor que no hagamos nada, ¿no? —se quejó Lia—. ¿O es todo parte
de su plan, Su Alteza? ¿Distraernos con promesas hasta que sea demasiado tarde
para hacer algo?

El cráneo de Lara palpitaba, y se frotó las sienes, intentando alejar las visiones
que fluían por su mente de Aren quitándose la vida en un intento desesperado por
evitar que murieran más personas de su pueblo. No era un cobarde. Si creía que no
había otra manera, lo haría. —Tenemos que sacarlo.

—¿Dónde están tus hermanas? —exigió Jor—. ¿Cuánto falta para que
lleguen?

—No lo sé —Debería haber intentado sacarlo ella misma. Vivo no era


suficiente. Para salvar a Iticana, Aren tenía que estar fuerte. Intacto—. Vendrán.

Tenían que venir.

—Esto es una pérdida de tiempo. Me voy —Lia se levantó, girando mientras


lo hacía.

Sólo para encontrarse cara a cara con Athena.

Conocida por sus hermanas como la espectro, Athena tenía el pelo del color
de la ceniza, su piel blanca y fantasmal era cortesía de una madre de algún lugar
del norte de Harendell. Podía moverse por un espacio abierto a plena luz del día
sin que el sol se fijara en ella lo suficiente como para proyectar una sombra. Como
acababa de demostrar.

—¿De dónde demonios saliste? —preguntó Jor, poniéndose en pie.


Sólo para encontrar a Cresta y Shae flanqueándolo, con las manos apoyadas
despreocupadamente en sus caderas. Detrás de ellas, Brenna y Tabitha estaban
sentadas en la barra, con sonrisas en sus rostros—. ¿Qué clase de diablura es esta?

—Ninguna diablura —Sarhina apartó su cuenco vacío mientras Katrine,


Cierra, Maddy y Bronwyn entraban en la sala común—. Sólo una buena planificación.
Ahora, ¿qué tal si nos sentamos todos y pensamos en una estrategia para patear a
nuestro padre donde cuenta?

76
—Lo que importa es rescatar a Aren —dijo Jor—. Debes ponerlo por delante
de tus deseos de venganza o esto no va a funcionar.

—Dos pájaros —respondió Sarhina—. Una piedra.

Y si había algo que Lara sabía con certeza era esto: las hermanas Veliant
tenían muy buena puntería.

77
13

aREN

Traducido por Viv_J

Corregido por Macs & -Patty

LOS GUARDIAS DE Aren lo dirigieron a un comedor cargado de incienso. Las


cadenas entre sus tobillos sonaban ruidosamente a pesar de las alfombras de felpa
que cubrían la habitación. Una docena de hombres armados le observaron con
recelo mientras el propio barbero del rey le afeitaba. La mano del hombre había
temblado tanto que Aren había aguantado la respiración mientras la navaja rozaba
su yugular, preguntándose si Silas pretendía deshacerse de él y alegar que había
sido un accidente. Pero había salido ileso y, vestido con un abrigo verde, pantalones
negros y unos ridículos zapatos porque las esposas no se ajustaban a las botas,
Aren fue finalmente considerado apto para cenar con el Rey de Maridrina.

Empujándolo a un asiento, los guardias sujetaron sus cadenas a las patas


de la mesa para que Aren no pudiera llegar más allá de su propia copa de vino, que
uno de ellos miró por un momento y luego retiró, ordenando a un sirviente que
pasaba por allí que recuperara la copa de lata de tamaño infantil que era todo lo
que le permitirían.

Había varios Maridrianos sentados a la mesa, todos los cuales lo miraban de


reojo mientras intentaban mantener una conversación. En el extremo más alejado,
el príncipe Keris, con la nariz metida en un libro, estaba sentado junto a Zarrah,
ambos ignorándose concienzudamente. Zarrah se puso en pie y se llevó la mano al
corazón en señal de reconocimiento a Aren. Keris se limitó a pasar una página de
su libro, frunciendo el ceño ante lo que leía.

La habitación en sí estaba débilmente iluminada, sin ventanas visibles,


aunque podían estar al acecho tras los oscuros pliegues de terciopelo que ocultaban
las paredes y tapizaban el techo. Todo, excepto la mesa, estaba afelpado y acolchado,
y el aire era espeso y cálido, lo que daba a Aren una leve sensación de claustrofobia.

—Es como estar metido en el vientre materno, ¿verdad?

Aren parpadeó y se volvió para mirar a la mujer regordeta que se había sentado
a su derecha. Tenía tal vez la edad de Nana, aunque bastante menos envejecida. Su
cabello castaño dorado estaba cubierto de canas, sus hombros estaban ligeramente
encorvados y las arrugas surcaban la piel a ambos lados de sus ojos verdes. Llevaba
un vestido de brocado rojo con bordados dorados, sus muñecas estaban cargadas
de brazaletes y un rubí del tamaño de un huevo de paloma decoraba uno de sus
dedos. Una mujer rica o de rango. Probablemente ambas cosas. Una forma poética
de describirlo.

Se rio. —Mi sobrino siempre intenta endilgarme sus tonterías poéticas. ¿Cuál
es el término? ¿Metáfora?

—Símil, creo.

—¡Un hombre educado! Y eso que me habían dicho que no eras más que una
bestia viciosa propensa a los ataques de violencia.

—Al contrario de lo que creen algunos, no son características mutuamente

79
excluyentes.

Se rió. —Mi sobrino discutirá contigo, pero también discute con casi todo el
mundo, aunque él no lo llama así.

—Un debate.

—Efectivamente. Como si la semántica cambiara la naturaleza de la cosa. El


viento que pasa huele tan mal como un pedo.

A su pesar, Aren se rio, su comentario le recordó de nuevo a Nana. Pero su


risa se desvaneció al pensar en su abuela. No tenía ni idea de si estaba viva. Ella y
sus alumnos no habían estado en Eranahl cuando cayó el puente, y la carta de Lara
había incluido detalles sobre cómo acceder a la isla Gamire utilizando el muelle.
Esa misma carta estaba ahora en su bolsillo, nunca alejada de él, y la tocó, usando
el papel para reavivar su furia. Para recordar su propósito. —Usted sabe quién soy,
pero me temo que no puedo afirmar lo mismo de usted, Señora...

—Coralyn Veliant —dijo, y la respuesta levantó las dos cejas de Aren. Era
una de las esposas de Silas, la primera que había visto que no fuera al menos
veinte años menor que él. La boca de la mujer se torció ante su reacción—. Una de
las de su padre. Me heredó, para su disgusto.

El harén del rey anterior... Nana había pasado un año en ese harén como
espía antes de escapar. ¿Se conocían? La idea rondaba la mente de Aren, tentándolo
con las posibilidades. —Una... costumbre interesante. —Tan atrapado estaba en la
posibilidad de que hubiera un vínculo que pudiera explotar que el sarcasmo se le
escapó antes de que pudiera frenarlo.

Lady Veliant se revolvió en su asiento, apoyando un codo en el brazo de su


silla para inclinarse hacia atrás y mirarlo. —Una ley que impide que los hombres
echen a los viejos a la calle. Así que, por favor, contenga su burla hacia lo que no
entiende.

Aren consideró sus palabras. —Mis disculpas, Lady Veliant. Me educaron


para respetar a las matriarcas de mi pueblo. La idea de hacer lo contrario está más
allá de mi entendimiento, porque la comprensión implica un grado de simpatía

80
por un comportamiento que encuentro reprobable. Así que mi burla, me temo,
permanece intacta.

—Un listillo con columna vertebral es algo terrible —murmuró—. A decir


verdad, sólo tenía veintitrés años cuando murió el viejo cabrón, y me habría alegrado
de hacer mi propio camino en el mundo, si no fuera por los niños.

—¿Tienes muchos?

—He perdido la cuenta a estas alturas.

Aren parpadeó y sonrió. —Esa es la naturaleza del harén, Maestre Kertell —


Su voz destilaba sarcasmo, como si llamarlo así fuera el epítome de la ridiculez—.
Cada hijo o hija que nace en el harén es familia de todas las mujeres que lo componen.
Así que, aunque no tengo ningún hijo de mi propia sangre, tengo innumerables
hijos de mi corazón, y protegería a cada uno con mi vida.

Y no había mayor enemigo de los hijos del harén que el hombre que los había
engendrado a todos.

La conversación se interrumpió cuando dos hombres se sentaron a la mesa.


El más bajo se acomodó en la silla a la derecha de Coralyn y el alto y delgado a la
izquierda de Aren, este último desplazó su silla lo más lejos posible de Aren sin
subirse al asiento vecino.

Coralyn se rio. —Está claro que está al tanto de los cotilleos y no quiere
encontrar esa cadena entre tus muñecas alrededor de su cuello.

—¿Qué? ¿Esto? —Levantando las manos, Aren colocó sus muñecas


maniatadas sobre la mesa, divirtiéndose irónicamente por la forma en que el
hombre delgado retrocedió.

—No te molestes en aprender sus nombres —dijo Coralyn—. No son más que
aduladores de mi marido enviados a espiar cada una de tus palabras, el riesgo de
que les rompas el cuello vale el favor que podrían ganar al entregar información
valiosa. No hay mucho que puedas hacer al respecto, pero al menos no tienes que
molestarte en hablar con ellos. O en intentar tomarlos como rehenes.

81
Los dos hombres la miraron con desprecio, pero no replicaron.

—¿Y usted, mi señora? —preguntó Aren, observando al resto de los individuos


que llenaban la mesa. Todos de la nobleza Maridriana, con las únicas excepciones
de un hombre pelirrojo de piel pálida, del que sospechaba que era el embajador
Amaridiano, y un hombre rubio con una enorme nariz que sería de Harendell.

Estaban sentados en lados opuestos de la mesa, y ambos se miraban con


indisimulado desdén. La sangre entre las dos naciones era casi tan mala como
entre Maridrina y Valcota, aunque tendían a los embargos comerciales, las posturas
políticas y los asesinatos ocasionales en lugar de la guerra directa.

Aren se volvió hacia Coralyn. —¿También se sentó aquí para espiar?

—Me sentaron aquí porque el protocolo exigía que te dieran conversación


femenina, pero Silas no estaba dispuesto a arriesgar a una de sus favoritas. No
derramaría ninguna lágrima si me hicieseis daño, no vaya a ser que se te ocurra
ponerme esa cadena al cuello. Lleva años intentando encontrar una forma de
encerrarme que no convierta su cama en un lugar peligroso. Le estarías haciendo
un favor.

Haciendo un favor a Silas y también costándole a Aren cualquier posibilidad


de obtener ayuda del harén. —Tendré que sucumbir con el juego verbal.

Un suave repiqueteo llenó la sala, y todos se levantaron. Aren se limitó a


recostarse en su silla, observando cómo Silas entraba en la sala, flanqueado por sus
guardaespaldas y seis de sus esposas. Cada una de las mujeres estaba vestida con
seda de gasa y adornada con joyas, todas jóvenes y sorprendentemente hermosas.

Silas tomó asiento en la cabecera de la mesa, sus esposas se deslizaron en


las sillas vacías entre los emisarios y visires, que permanecían de pie. Sus ojos se
fijaron en la forma de Aren, su rostro inexpresivo mientras consideraba si debía
hacer que sus guardias lo obligaran a ponerse de pie.

Aren sospechaba que su presencia aquí esta noche era para demostrar a
todos los reinos, del norte y del sur, que Iticana había sido doblegada. Pero todos
ellos sabían que Iticana aún no estaba rota, no con Eranahl aún autónomo. Obligar

82
a Aren a levantarse sólo llamaría la atención sobre el desafío de Iticana. Pero no
decir nada haría que Silas pareciera débil. Sin ser tonto, el rey Maridriano dijo—:
¿Necesitamos encontrarte un juego de cadenas más ligero, Aren? ¿Quizás podríamos
pedir a uno de los joyeros que te haga algo menos pesado?

Los pesados eslabones que unían sus grilletes repiquetearon siniestramente


contra la madera de la mesa mientras Aren cogía el vino en su pequeña copa de
lata, bebiéndola sin esperar a que uno de los catadores comprobara si estaba
envenenada. Luego se encogió de hombros. —Una cadena más ligera sería un buen
garrote, pero hay algo más... satisfactorio en asfixiar a un hombre hasta la muerte.
Te preguntaría si estás de acuerdo, Silas, pero todos aquí saben que prefieres
apuñalar a los hombres por la espalda.

Silas frunció el ceño. —¿Lo ven, amables señores? Lo único que conocen
los Iticanos son los insultos y la violencia. Qué bien que ahora ya no tenemos que
lidiar con los de su calaña cuando realizamos intercambios comerciales a través
del puente.

El embajador de Amaridiano golpeó la mano contra la mesa en señal de


acuerdo, pero el embajador de Harendell sólo frunció el ceño y se frotó la barbilla,
aunque no se sabía si era porque no estaba de acuerdo con Silas o porque se resistía
a darle la razón al Amaridiano.

—Me temo que Valcota no está de acuerdo con su opinión, Alteza —dijo
Zarrah—. Y hasta que Maridrina se retire de Iticana y liberarás a su rey, los
mercaderes de Valcota seguirán evitando el puente en favor de las rutas marítimas.

—Entonces será mejor que tu tía se acostumbre a perder barcos en los Mares
de Tempestad —espetó Silas—. Y tú harías bien en recordar tu lugar y refrenar tu
lengua, muchacha. Tu presencia es sólo una cortesía. Deberías agradecerme que
te haya perdonado la vida, y no poner a prueba mi paciencia con tu cháchara. Tu
cabeza quedaría muy bien clavada en las puertas de Vencia.

La joven Valcotan levantó un hombro castaño en un elegante encogimiento


de hombros, pero a su lado, los nudillos de Keris se blanquearon alrededor del
tallo de su copa de vino, pareciendo estar en desacuerdo con que se amenazara

83
la vida de Zarrah. Lo cual era bastante interesante, dado que se suponía que eran
enemigos mortales.

Sorbiendo de su propia copa, Aren dijo—: Como alguien íntimamente


familiarizado con este asunto, Silas, permíteme contarte un pequeño secreto: un
puente vacío no gana oro.

Zarrah y el Harendelino sonrieron detrás de sus manos, pero fue la reacción


del embajador de Amarid lo que Aren observó, y un leve impulso de emoción lo
llenó cuando el hombre frunció el ceño y lanzó una mirada de reojo a Silas. Parecía
que alguien se había retrasado en el pago de su cuota a la reina de Amarid por el
uso continuo de su armada.

Ya sea por alguna señal silenciosa o por el sentido innato de los sirvientes
bien entrenados, unos jóvenes que llevaban platos de verduras esculpidas con
fantasía eligieron ese momento para entrar en la sala, cortando la tensión. Uno de
ellos puso con cuidado un plato delante de Aren, junto a la cuchara de madera que
era todo lo que le daban.

Algo cayó en su regazo, y miró hacia abajo para ver un tenedor de plata. —
Perdóname —dijo Coralyn—. Mis dedos no son tan ágiles como antes —Entonces
chasqueó fuertemente esos mismos dedos, y un sirviente se escabulló hacia adelante
para proporcionarle un reemplazo.

—¿Estás loca, mujer? —le preguntó el hombre bajito que estaba a su


derecha—. Guardias, tiene un...

—Oh, cierra la boca, tú imbécil cobarde. Es un tenedor. ¿Qué crees que va a


hacer con él?

Aren podría atravesar una yugular con esas púas de plata en poco tiempo,
pero en lugar de eso tomó un bocado de ensalada, apenas saboreando el vinagre
y las especias del aderezo mientras masticaba. Uno de los guardias comenzó a
dirigirse hacia él, pero una aguda mirada de Silas le hizo retroceder. Un individuo
que se suponía que estaba en una posición de poder no discutía por los tenedores.

Sin embargo, fue demasiado para el delgado hombre a la izquierda de Aren,

84
que murmuró algo que implicaba que necesitaba hacer sus necesidades, y luego
salió corriendo por la puerta. La joven esposa que estaba sentada a su lado continuó
comiendo, pero Aren no se perdió cómo sus ojos se dirigieron a Coralyn, ni la leve
inclinación de cabeza que hizo a la mujer mayor.

Desde detrás de una de las cortinas, empezaron a sonar los primeros trinos
de la música, y la chica dejó el tenedor. Se puso de pie, inclinó la cabeza una vez
en dirección a Silas y luego comenzó a bailar, un conjunto de movimientos lentos y
seductores que parecían más apropiados para un dormitorio que para un comedor,
pero casi nadie en la mesa le prestó atención. Excepto el hombre bajito que estaba
a la derecha de Coralyn, que observaba a la joven con indisimulada lujuria.

Muy inteligente.

—Este disparate de ensalada parece un topiario de jardín —dijo Coralyn,


derribando la hazaña arquitectónica de lechuga y pepino con un violento golpe de
su tenedor—. ¿Tienen jardines en Iticana?

—Sí, tenemos —Aren tragó un bocado, pensando en el patio de su casa


en Midguardia. Aunque tuviera la fortuna de volver, arrasaría ese lugar antes de
dormir en la cama que había compartido con ella—. Pero no cultivado como sus
jardines de aquí. Hay que dejar que las plantas crezcan como quieran o los tifones
las destruyen. La naturaleza es mejor sin domesticar. Más hermosas por ello.

—Suena como una niña que conocí una vez.

Aren apretó los dientes y observó pasar a la chica que bailaba, con su pelo
rubio rozando el hombro del espía. La música estaba lo suficientemente alta como
para ahogar la conversación del otro extremo de la mesa, y aunque Silas no desvió
su atención de los embajadores, Aren pudo ver que los músculos de la mandíbula
del hombre estaban tensos por la irritación.

—Era una niña decidida. No me sorprende que haya tenido éxito en lo que
se propuso.

La discusión sobre Lara era inevitable. Cualquier posibilidad de que el harén


lo ayudara se basaba en su resentimiento hacia Silas por haberse llevado a sus

85
hijas, de las cuales Lara era una, y que Aren revelara cuán profundamente detestaba
a su esposa haría más daño que bien. —Ella no es tan tonta como para venir aquí
y caer en su trampa, si eso es lo que temes.

—¿Estás tan seguro?

No. —Sí.

Coralyn exhaló suavemente. —¿Qué hay de nuestras otras flores?

A pesar de lo bien que jugó el juego, Aren detectó la anticipación en su voz.


Y el miedo.

—Una fue cortada —dijo, haciendo una pausa mientras un sirviente tomaba
el plato frente a él, junto con su maldito tenedor—. El jardinero tiene en la mira a
las otras.

—El jardinero—Ella dudó—. Tenemos otro nombre para él.

—Eso me dice su sobrino.

—Algo menos de vigor —dijo Silas a los músicos—. ¡Apenas puedo oírme
pensar!

La mano de Coralyn se detuvo en el tallo de su copa de vino, y sólo se movió


cuando otro sirviente trajo la sopa. Al menos para esto, Aren podía usar su cuchara.
Pero tenía la garganta seca y la idea de comer le daba asco.

Dar esta información significaría arriesgar a su gente, pero si funcionaba,


significaría evitar que desperdiciaran sus vidas en un intento inútil de rescatarlo.

Tenía que arriesgarse.

La música se desvanecía, el baile estaba a punto de terminar, y desde el otro


lado de la sala, divisó al hombre flaco volver a entrar a la sala. Aren dijo—: Tengo
entendido que no te gusta el aroma de las flores que se han plantado recientemente
en tu jardín.

—No —respondió Coralyn, recogiendo su cuchara de sopa—. No me gusta.

86
—Tal vez podrías considerar pedir al proveedor que desista de enviarlas.

Se quedó callada, pero Aren no se atrevió a mirarla. No se atrevió a llamar la


atención sobre esta conversación que podría cambiar el rumbo de su encarcelamiento.

—Es una idea. Lamentablemente, no sé dónde encontrar al hombre.

—Mujer —corrigió, con el pecho apretado. ¿Y si se equivocaba con Coralyn?


¿Y si todo esto era una treta para capturar a más de su gente? ¿Y si estaba haciendo
el juego a Silas?

Un sinfín de incertidumbres, pero no había duda en la mente de Aren de lo


que pasaría si no aprovechaba esta oportunidad.

—¿Visitas el Mercado de Zafiro en el lado este? —preguntó, sabiendo la


respuesta.

—Obviamente —Ella levantó una muñeca enjoyada. El Mercado del Zafiro


abastecía a la élite de Vencia, sus calles estaban llenas de tiendas de joyas, telas
finas y otras mercancías costosas, incluidas las flores exóticas.

—La floristería que buscas está en la esquina de Gret y Amot—dijo Aren,


dando la dirección. No se trata de una floristería, sino de una joyera, la misma que
había fabricado el collar de su madre, que había visto por última vez colgado del
maldito cuello de Lara. La mujer era una espía Iticana, y se pondría en contacto
con su superior, a quien él rogaba que supiera dónde encontrar a cualquiera de sus
comandantes que estuviera ordenando estos intentos de rescate.

—Las flores se envían para el rey —dijo ella—. Habría consecuencias si se


descubriera que cancelé la orden. Parece un gran riesgo hacerse cargo de un olor.
¿Por qué debería molestarme?

El hombre delgado estaba rodeando la mesa. Sólo pasarían unos segundos


antes de que estuviera al alcance del oído, y no quedaba tiempo para esta
conversación de ida y vuelta. —Venganza.

—No nos devolverá las flores. Ni hará nada para mantenerlas a salvo de los
elementos que las amenazan.

87
Aren no tenía nada más que ofrecer. No era una mujer que pudiera comprarse,
y él no estaba en posición de ofrecer protección a las hermanas de Lara, que era lo
único que podría haberla tentado. Lo único que tenía era la posibilidad de que la
lealtad de Coralyn hacia las esposas del harén y sus hijos se extendiera a la única
mujer que había escapado de sus garras. A la espía que había regresado a Iticana
y se había vuelto a casar. Que había tenido un hijo que se casó con una reina, que
había dado a luz a un rey.

—¡Suficiente! —gritó Silas a la esposa que bailaba—. ¡Siéntate!

Aren dijo—: Visite a la florista, mi señora, y dígale que el nieto de Amelie


Yamure te envía.

88
14

LaRa

Traducido por Juliette

Corregido por Macs & -Patty

LAS HERMANAS PERMANECÍAN en grupos pequeños a lo largo de Vencia para


evitar la atención. Pero su lugar de comunión era el taller detrás de la tienda del
comerciante de joyería, el propietario Maridriano también espía de Iticana.

Lentamente se filtraban dentro, fuera de la lluvia, vestidas en sus variadas


prendas, algunas pretendían ser patronas de alta cuna, algunas comerciantes, y
otras servidoras o proveedoras. El cuarto pronto se llenó, capas mojadas sobre las
espaldas de sus sillas y el suelo de madera manchado de pisadas lodosas y agua.
Una vez que todos se encontraban sentados, incluyendo a Jor y Lia, Sarhina levantó
su mano, llamando al silencio.

Lo que significó que todas escucharon la puerta de la tienda siendo abierta


violentamente y a una vieja mujer decir—: Cualquiera puede entrar aquí, Beth. Al
menos ponle seguro a la maldita puerta cuando estén en reunión con las mujeres
más buscadas en Maridrina debajo de tu techo.

—Mierda—dijo Lara, sus ojos fluctuando a los de Jor en acusación.

Él solo se encogió de hombros.

—¿Dónde está esa pequeña perra traidora que llamamos reina? Vi a diez
princesas de ojos azules danzar adentro, pero no a ella. ¿El destino le habrá dado
algo de suerte y la mató?

Los hombros de Sarhina conectaron con los de Lara.

—Quien sea que sea ella no parece ser tu mejor admiradora.

Tragando grueso, Lara se volteó hacia la puerta frente a la tienda, mirando


mientras Nana aparecía, descansando sus manos manchadas por la edad en sus
caderas, agua cayendo de sus ropas para acumularse a sus pies.

—No pensaste honestamente que te iba a dejar este trabajo sin supervisión
¿verdad? Pequeña tonta mentirosa—La vieja curandera le quitó el manto y lo lanzó
hacia Jor—. No después de tu historial de estropear las cosas.

Detrás de Lara, se escuchó un arrastre de sillas, espadas siseando al ser


desenvainadas mientras sus hermanas se levantaban. Sarhina se pudo entre Nana
y Lara.

—Cuida lo que dices cuando le hables a mi hermana, vieja, o pronto te


encontrarás sin poder decir una sola palabra.

Con un gesto en su cara, Lía se movió hacia Nana, mano en su espada. Pero
la abuela de Aren solo se mofó.

—Vaya ejército que tienes aquí, Lara. Una manada de caras bonitas y una
mujer embarazada.

Sarhina puso una cara entristecida.

— ¿Una noche de pasión y me echan de la manada de caras bonitas? Que


injusto. ¿Es la barriga? ¿O las manchas? Me han dicho que ambas desaparecerán
cuando nazca el bebé.

90
Nana no se inmutó.

—Serás menos que inútil para esta misión, niña. Ve a casa y concéntrate en
lo que crece en tu barriga.

—Yo decidiré en qué concentrarme, mujer—dijo Sarhina, su voz ligera y


desinteresada—. Y por ahora, mis intereses son la espinilla en mi mejilla y tú.

Las palabras de Sarhina eran más intimidantes que todo el arsenal detrás
de ella. Pero nada de esto, nada de las peleas y amenazas harían algo por liberar a
Aren. Lara descansó una mano en el brazo de su hermana, haciéndola retroceder.

—Esta es Amelie. Ella es abuela de Aren.

La abuela que aún no había perdonado a Lara por sus errores y probablemente
nunca lo haría.

De habérsele permitido a Nana, Lara habría sido ejecutada dentro de la primera


hora de llegar a Eranahl, probablemente al habérsele aventado a los tiburones que
tanto les apasionaban a los Iticanos.

—Su abuela y la única persona en este cuarto que está familiarizada con la
conformación y seguridad de las murallas internas de ese palacio—replicó Nana.

—Todas nacimos ahí—dijo Bronwyn—, pasamos los primeros cinco años de


nuestras vidas ahí.

—¡Memorias de la infancia!—Nana marchó a través del cuarto para sentarse


en la cabeza de la mesa—. Pasé un año en ese harem espiando para Iticana.

—Un año, ¿hace cien años?—Bronwyn barrió a Nana con la mirada—. Lo


que te da una memora del palacio equivalente a una octogenaria.

—¡Cuidado con lo que dices!—Lía sacó un cuchillo, ojos brillando de enojo.

Bronwyn tocó su propio cuchillo a su barbilla, sonriendo diabólicamente.

—¿Quién eres tú, de nuevo?

Lara encontró la mirada de Jor y él asintió bruscamente, pareciendo ser la

91
única persona presenta tan frustrada como ella.

—Suficiente—dijo ella—. Todas aquí queremos lo mismo, y eso es la libertad


de Aren. Estamos en desventaja en cuanto a la formación y seguridad del santuario
interno de nuestro padre, pero tal vez nuestro conocimiento colectivo del palacio
puede ser suficiente. Si trabajamos juntas.

—Una gran suposición—dijo Sarhina—. En este punto, estaremos entrando


a ciegas. No solo estamos poco familiarizadas con los patrones de guardias y
defensas, no tenemos idea de dónde están reteniendo a Aren o de sus parones
durante el día. La única manera de que esto funcione es si suficientes de nosotras
entramos y sobrepasemos a sus guardias, lo cual no es un movimiento sencillo. Y
un grupo de mujeres extrañas merodeando por el palacio interno buscando detrás
de cada puerta cerrada no es un buen camino al éxito. Necesitamos a alguien dentro.

—Ya intentamos sobornar sirvientes—Jor tomó un sorbo del recipiente que


se sacó del bolsillo—. Para empezar, son difíciles de encontrar. Solo unos cuantos
tienen permitido el paso libre dentro y fuera del palacio, y esos son demasiado
leales o están demasiado asustados de Silas para poder ser comprados. Pensamos
que teníamos uno, pero nos dio información basura que solo consiguió matar a dos
de mis hombres.

—¿Qué hay de los guardias?

—Los miembros de Silas son leales hasta el último pelo.

—Entonces necesitamos infiltrarnos en el palacio nosotras mismas—dijo


Sarhina—. Una de nosotras disfrazada de sirviente tal vez.

—Los sirvientes trabajan para el rey por años antes de permitírseles entrar
en el círculo interior—interrumpió Nana—. Y años no tenemos.

—¿Qué hay de los sirvientes de uno de los nobles?—sugirió Lara—. Ellos


parecen entrar y salir cuando se les da la gana.

—Los sirvientes personales solo son permitidos en las murallas externas—


Nana descansó sus codos en la mesa, ojeando los trazos magros que Bronwyn
tenía sentados sobre una colina con una lupa—, y los visires no tienen libertad en

92
la muralla interna. Se les lleva adonde son requeridos y después se les escolta de
nuevo afuera.

—A menos que también los cieguen, habrán visto algo—dijo Sarhina—. ¿Se
puede comprar a alguno de ellos?

—No con los fondos a nuestra disposición—Silas limpió los cofres en


Norteguardia y Sudguardia, junto con aquellos en Midguard. Arriesgar un viaje a
Eranahl lleva sus propios riesgos.

—¿Qué hay del embajador de Harendell?

Jor se mofó.

—Imposible, ni siquiera le permiten mear sin supervisión.

Alejando los esquemas, Nana se recargó en su silla.

—¿Creyeron que esto sería fácil, Chicas? No me vendí a su apestoso abuelo


porque me encantó su forma de ser. Era la única forma de entrar. Y la única razón
por la que salí de ahí es porque sabía que tenía un lugar a dónde ir que sería
seguro. Ya no tenemos eso—Le lanzó dagas con la mirada a Lara, su resentimiento
palpable.

Lara sabía que no sería fácil, pero ahora, con el reloj contando y tantos
obstáculos aparentemente insuperables, la imposibilidad de la tarea le vaciaba el
estómago. Estrategia tras estrategia le circulaba en la cabeza, considerándola y
después descartándola. Los Iticanos eran excelentes con los explosivos, pero el
palacio estaba lleno de mujeres y niños, sin importar que accidentalmente pudieran
matar a Aren en las explosiones. Podrían traer refuerzos de Iticana, pero la cantidad
de muertos sería astronómica y sin una seguridad de victoria. Ella y sus hermanas
podrían infiltrar el castillo a ciegas, pero eso terminaría con más de una muerta,
y la verdad era que no estaba preparada para sacrificarlas por un plan incierto.
Muertes por todas las opciones, cuerpos apilados sobre cuerpos de todos aquellos
que ya habían muerto por sus errores.

—¿Sugerencias?—preguntó.

93
Todas miraron silentemente al esquema hasta que un toque alto en la puerta
las salvó de tener que contestar.

—Beth tiene la señal de “cerrado” puesto—dijo Jor—. Quien sea que sea
tendrá que esperar.

Otro toque ruidoso y el lejano sonido de una voz desde fuera demandaban el
permiso para entrar a la tienda.

—Malditos Maridrianos—dijo Nana—. Nunca toman un no por respuesta.

—Beth tendrá que…—Jor fue interrumpido por el bajo clic de un seguro y un


ligero repicar de la campana mientras se abría la puerta frontal de la tienda.

—Dijiste que esta mujer era leal a Iticana—Sarhina le siseo a Jor, quien le
dio una mirada de pánico mientras se acercaba a la puerta. Abriendo un poco la
cortina. Se asomó mientras Bronwyn y Cresta se marchaban a la parte trasera del
edificio, revisando cualquier señal de que la reunión hubiera sido descubierta.

Desde la parte frontal, la joyera dijo en voz alta—: Es un honor tener a una
de las esposas de su majestad en mi establecimiento, mi señora. ¿Cómo puedo
ayudarle esta magnífica mañana?

Mierda, Beth no había tenido opción. No abrirle la puerta a una de las esposas
les habría traído toda clase de problemas, pero, aun así, era de bastante mala
suerte.

—Ustedes esperen afuera—Una voz no familiar dijo, el timbre era de una


mujer mayor—. No necesito que estén viendo de sobre ojo la cantidad de dinero de
Silas que estoy gastando.

—Mi señora—Un hombre comenzó a responder, pero fue interrumpido por


un crudo—. ¡Fuera!

La puerta se cerró de un jalón. Cresta reapareció desde atrás, susurrando—:


Seis guardias escoltas. Parece ser una coincidencia desafortunada.

Lo que significaba que no tenían opción más que esperar a que se fueran.

94
—Se me dio a entender que esta era una florería y usted una florista, no una
joyera.

La mano de Jor se fue al cuchillo en su cintura y Lía sacó el suyo, ambos con
una expresión sombría.

—Ese es su alias—dijo Lía suavemente—. Nos descubrieron. Hora de irnos.

Bronwyn regresó, meneando la cabeza.

—Dos guardias vinieron a la parte trasera a fumar. No podemos irnos sin


matarlos.

—Me especializo en joyería en forma de flores—dijo Beth—. Tal vez de ahí


surgió el malentendido.

—No fue un malentendido—dijo la esposa—. Era un desvío. Hay una


diferencia, verás.

Los dos guardias eran muy probablemente señuelos, puestos ahí para parecer
blancos fáciles. Habría más esperando. El horror se asentó en las entrañas de Lara.
Ella había traído a sus hermanas aquí, las había arriesgado a todas por el bien de
salvar a Aren. Otro error, cometió otro error.

—Claro. Ya veo—Hubo una pequeña vibración en su voz—. ¿Le gustaría que


le enseñara alguno de mis trabajos, o preferiría que la dirigiera a un florista con
buena reputación por aquí cerca?

—Ninguno.

—¿Mi señora?

—Tenemos un conocido en común, me informó. Él me sugirió que usted


podría hacer algo sobre las flores que siguen llegando al jardín del palacio. A
ninguno de los dos nos gusta el olor, y me sugirió que usted podría estar en una
posición para que todas las futuras órdenes sean canceladas.

—Hay algo familiar en su voz…—dijo Sarhina, frunciendo, mientras Nana la


hacía de lado para pararse junto a Jor, tratando de ver sobre su hombro a la mujer

95
más allá.

—Que peculiar—dijo Beth—. Desafortunadamente, no veo cómo puedo


ayudarla. Mi negocio son las gemas, no las flores, y no tengo comisiones con la
corona.

—No con la corona Maridriana, te refieres. Pero tal vez con otra.

Bronwyn jaló el brazo de Lara, apuntando al techo, donde una trampilla ya


estaba abierta, la lluvia caía sobre la mesa.

—Tú y Sarhina váyanse—siseó—. Los distraeremos mientras ustedes toman


los techos.

—No—Lara sacudió su brazo—. Mi padre me quiere más a mí y estoy segura


de que me quiere viva. Yo seré la distracción, el resto de ustedes váyanse.

Sarhina se había volteado.

—No seas tonta, Lara. Una vez que mi padre te tenga, tendrá menos razón
para mantener a Aren con vida. Y si él muere, también muere cualquier posibilidad
de que Ithicana perdure. Esto se trata de más que solo tú.

La joyera estaba hablando sobre algunos de los trabajos que había hecho
para los nobles de otras tierras, tratando de mantener la atención de la vieja esposa
el tiempo suficiente para que los demás pudieran escapar.

—Necesitamos irnos—Sarhina escaló la silla que Bronwyn había puesto


sobre la mesa, alzándose hacia la trampilla al ático.

—Tú también, Nana. Aren nunca me perdonaría si permito que te atrapen—


Jor tomó a la vieja mujer, intentando alejarla de la puerta, pero ella lo espantó con
la mano.

Y desde el frente de la tienda, la esposa del harén cortó sobre la marcha de


soldados aproximándose.

—Suficiente con tus balbuceos, mujer. Solo tengo poco tiempo. Ahora diles
a los Iticanos que estas escondiendo que el nieto de esa Amelie Yamure me envió.

96
15

LaRa

Traducido por Juliette

Corregido por Macs & -Patty

—SUFICIENTE —Se escuchó un clac de tacones sobre el piso de madera, y una


mujer vieja envuelta en una capa cara con joyas incluso más caras apareció en el
umbral de la puerta. Donde ella se detuvo, sus ojos creciendo como platos a la vista
en frente de ella.

—¿Dios mío, puede ser?

Sarhina se adelantó, su ceño fruncido.

—¿Tita?

La mirada de la anciana se fijó en ella.


—¿Pequeña Sarhina?—En dos pasos cerró la distancia entre ellas,
envolviendo sus brazos sobre los hombros de Sarhina y jalándola hacia sí misma
mientras observaba al resto—. Esto no es lo que esperaba encontrar. ¿Cómo lo supo
él?—Después sacudió su cabeza—. No, por supuesto que él no lo sabe. Él nunca
habría accedido a esto, si significaba…—Su voz cambió de repente—. ¿Quién de
ustedes es Lara?

Lara dio un paso al frente, deseando estar vestida en prendas más finas. La
ropa siempre había sido armadura para ella, herramientas para utilizar. Y justo
ahora ella se sentía desarmada.

—Yo lo soy.

La vieja la observó por un largo rato, y después se agachó en una reverencia.

—Su majestad.

—Por favor, no es necesario—Su voz dio un resoplido—. No es un título que


merezco.

—La mayoría de las personas con títulos no los merece.

—Mucho menos ella—dijo Nana—, ha pasado mucho tiempo Coralyn. Pareces


como si estuviese viviendo una vida tenue.

— Y a ti parece que te dejaron en el sol a hornear durante los últimos 50


años.

Nadie en el cuarto respiró mientras ambas matriarcas se miraban fijamente.

—Así que me recuerdas aún—dijo finalmente Nana.

—Es mi cuerpo quien ha recibido un trato tenue, no mi mente—dijo la otra


mujer, Coralyn—. Tú eres la única que desapareció sin dejar rastro—Su quijada se
apretó—. Pensábamos que habías muerto.

—Nah—dijo Nana—. Solo obtuve lo que necesitaba. Las despedidas habrían


puesto todo mi trabajo en peligro.

Tan rápido como un rayo, Coralyn se movió, su mano golpeando sobre la cara

98
de Nana—Eso es por las mentiras, y por abandonar el harén.

—Supongo que merecía eso—Nana se masajeó su mejilla con una mano,


después, a gran sorpresa de Lara, cerró la distancia y abrazó fuertemente a la otra
mujer—. ¿Has visto a mi nieto entonces?

—Ah, sí. Es una cosita bonita, Aren, él heredó tu atractivo.

Sarhina carcajeó, pero ambas mujeres la ignoraron. Y Lara perdió la paciencia.

—¿Él está bien entonces? ¿Mi padre no le ha hecho daño?

Exhalando, Coralyn sacudió la cabeza.

—La Urraca no es lo suficientemente estúpido para dañarlo de una


manera visible no mientras Silas aún intente negociar la rendición de Eranahl a
cambio de la vida de Aren, y ciertamente no con los Harendelinos quejándose de
su encarcelamiento en primer lugar. Pero en cuanto a su mente…—Ella pausó,
sacudiendo un poco la cabeza—. La culpa está carcomiéndoselo, y se acumula cada
vez que ustedes mandan a alguien a ser atrapado y matado. Serin los hace torturar
y después los cuelga en el jardín, y después se asegura de que el muchacho pase
una buena cantidad de tiempo afuera sin nada que hacer más que verlos pudrirse.
Solo es cuestión de tiempo hasta que las tácticas del Coleccionista lo rompan.

Lía tomó aire, y la cara de Jor se tensionó con duelo. Pero todo lo que sentía
Lara era un frío establecimiento de su resolución.

—Voy a matarlo. Voy a cortarle el maldito corazón.

—Y él está esperando completamente a que lo intentes—contestó Coralyn—.


Él está preparado para tu llegada, Lara. Y s te atrapa, te matará en la peor de las
maneras.

—Preparado para mí, pero no para todas nosotras juntas.

—E imagina su regocijo cuando lo acerques a su deseo de tener a todas


y cada una de ustedes muertas—La vieja sacudió al cabeza, los aretes pesados
tambaleándose—. Ustedes chicas deben irse. Deben correr lo más lejos de Maridrina
como puedan.

99
—No—gruñó Lara, y escuchó a sus hermanas alzarse hacia adelante, ninguna
retrayéndose—. Si te importa tanto nuestro bienestar, entonces ayúdanos. Danos
la información que necesitamos para sacar a Aren.

—No hay nada que pueda decirles que haría una diferencia. Necesitan un
ejército para sacarlo, el cual no tienen. Y no haré nada que ponga en peligro la vida
del harén y de los niños.

—Puedes decirnos dónde lo tienen. Danos información sobre la estructura


del palacio y donde están colocados los guardias. Puedes ayudarnos a encontrar
una forma de entrar.

La quijada de Coralyn se contrajo y rápidamente sacudió al cabeza.

—¿Entrar? Esa es la parte fácil, niña. Es el intentar salir específicamente


con Aren también, lo que va a terminar matándolas a todas. El palacio se hizo para
contener. No es nada más que una hermosa prisión.

—Ella tiene razón—La voz de Nana era gruesa y ruda—. Yo nunca pretendí
pasar un año en el harén, pero una vez dentro…—exhaló arduamente—. Salir
era imposible. Mi única opción fue ganar suficiente confianza del rey para que me
permitiese salir bajo escolta. E incluso así, tomó muchos intentos antes de que
pudiera escapar. Y yo no estaba bajo el escrutinio al que Aren es sometido.

Un rugido sordo llenaba los oídos de Lara. Imposible. Imposible.

—Pero puedes hacernos entrar—La voz de Sarhina cortó sobre el ruido en la


cabeza de Lara—. Dijiste que eso era lo fácil, aunque nosotras no hemos encontrado
que ese sea el caso.

—Fácil, es relativo.

—Por favor responde la pregunta, Tía—dijo Sarhina—. Nosotras vamos a


hacer esto, con o sin tu ayuda.

Silencio.

—¿Qué clase de entrenamiento les dieron en el desierto?—preguntó Coralyn


finalmente, lanzándoles una mirada inquisitiva—. No esas tonterías de guerreras

100
espías. Sus otras habilidades—Ella levantó una mano antes de que Lara pudiese
contestar—. Una pregunta diferente: ¿a quién tenía tu padre entrenándolas para
ser esposas?

Lara le lanzó a Sarhina una mirada rápida, después dijo—: A la dama Mezat.

La cara de Coralyn se ensombreció, pero asintió.—Puede que tenga una forma


de entrar, pero necesitaré ayuda de las esposas más jóvenes.

—¿Crees que acepten?—preguntó Lara, dudosa de que a las mujeres más


cercanas a su edad y la de sus hermanas les importarían las decisiones que su padre
había tomado hacía más de 16 años, mucho menos estar dispuestas a arriesgar
todo por castigarlo por esas decisiones.

Coralyn asintió.

—Ustedes chicas no fueron las únicas hijas que Silas le permitió a la Urraca
desespirituar. Y ciertamente no son las únicas cuyas vidas están en peligro de él.

—Excelente—dijo Sarhina—. Ahora solo necesitamos encontrar una forma


de salir de un lugar en el que no hemos estado en más de 16 años.

Lo que necesitaban eran ojos desde adentro. Y no solo cualquier par de ojos.

Mordiéndose la una del pulgar, Lara considero el problema. Coralyn podría


proveerles de descripciones del interior, pero le hacía falta el entrenamiento útil
para detectar detalles útiles para un escape. Para eso, necesitaban a alguien que
sabía todo lo que había que saber de defensa, y por lo tanto cada posible forma de
esquivar dicha defensa.

—Tengo una idea.

101
16

aREN

Traducido por Eileen

Corregido por -Patty

UNA TORMENTA HABÍA descendido el día siguiente al banquete, una monstruosidad


que se dejó caer pesadamente desde arriba y no mostraba inclinación a moverse
por mayor parte de la semana. Vencia estaba sujeta a una constante gran cantidad
de lluvia, lo cual significaba que Aren era mantenido en el interior gran parte del
tiempo, mayormente confinado en su pequeña habitación. No para su comodidad,
sospechaba, sino porque los soldados de Silas no tenían interés en estar afuera en
el aguacero.

Estar tan confinado normalmente lo habría irritado, pero en su lugar se


encontraba perdido en sus pensamientos, ya que consideraba cómo podría usar
una alianza con el harén para su beneficio.
El primer paso dependería en si Coralyn tenía éxito en encontrarse con su
gente y les entregaba sus órdenes sobre desistir en sus intentos de rescate. Aren
no podía pensar con los cuerpos apilándose, con las caras que conocía y amaba
lentamente llenando las paredes del horrible jardín de Silas. Prefería estar muerto
a soportar eso. Pero si su gente dejaba de morir...

Mientras hacía flexiones en el marco de la puerta del cuarto de baño, Aren


consideró meticulosamente qué podría esperar lograr al mantenerse con vida.
Escapar era un obvio, aunque egoísta, objetivo. Encerrado en este palacio, se sentía
impotente de hacer cualquier cosa para ayudar a su reino. La única información
que tenía sobre Iticana era aquella que Silas o Serin elegían darle, la cual tenía
que tomarse con un grano de sal. No tenía idea de cuánto de su ejército había
sobrevivido, dónde se escondían o si estaban en condición alguna de pelear. Sin
ese conocimiento, era imposible hacer una estrategia, como intentar pelear en la
oscuridad. Pero si sólo pudiera salir...

Detrás de ese pensamiento siempre venía la duda en sí mismo de que incluso


si estuviera libre, no haría nada para cambiar la marea. Después de todo, ¿qué
bien había hecho antes de haber sido capturado? Luchar día tras día, pero siempre
ser empujados por los Maridrianos y Amaridianos, que tenían más mano de obra,
más recursos, más de todo. Su presencia no lo cambiaría, y Ahnna o cualquier otro
comandante era tan capaz de dirigir el ejército Iticano como lo hacía él.

Eres inútil.

Intentó hacer a un lado el pensamiento, el cual aparecía una y otra vez, a


pesar de su mejor esfuerzo. Había causado todo esto por confiar en Lara. Todo era
su culpa. Lo que significaba, tal vez, que Iticana estaba mejor sin él. Gruñendo con
irritación, se tiró al piso y empezó a hacer abdominales, las cadenas alrededor de
sus tobillos y muñecas tintineaban.

—No sé por qué te molestas —dijo uno de los guardias desde donde estaba
apoyado contra la pared—. Parece una pérdida de energía.

—Tal vez —le respondió Aren entre abdominales—, simplemente no quiero


empezar a verme como tú.

103
La cara del guardia se enrojeció y le echó un vistazo a su camarada, quien
sonreía burlonamente.

—Supongo que es importante verte lo mejor que puedas de camino al bloque


del verdugo.

Las cejas de Aren se fruncieron. No porque la amenaza particularmente le


preocupara, sino porque estaba empezando a cuestionarse por qué Silas lo mantenía
con vida. Tentar a Lara fue la razón que le había dado, pero bastante tiempo había
pasado desde su captura, y si alguien había oído un murmullo sobre el paradero de
la Reina de Iticana; no se lo habían contado a él.

Tal vez está muerta.

La idea envío un frenesí de emociones a través de él, y en un solo movimiento,


se puso de pie y fue hacia la ventana con barrotes, y miró hacia el patio. Era
posible que ella no hubiera escapado de Iticana. La temporada de tormentas había
empezado cuando Maridrina había atacado, y Lara no era marinero. Ni tenía ningún
conocimiento práctico de la geografía Iticana más allá de lo que se encuentra a los
alrededores de la Sudguardia. Había una gran probabilidad de que hubiera muerto
entre el día de su salvaje ajetreo alejada de él, uno de las muchos peligros que
acechan en las costas de Iticana o en sus mares, llevándose lo mejor de ella.

Excepto que sus instintos le decían que ella no estaba muerta. Que, por
imposible que fuera, había sobrevivido. Lo que significaba que su silencio era por
elección.

No va a venir.

Aren no estaba seguro de si se sentía arrepentido o aliviado al respecto, sólo


que ella se rehusaba a abandonar sus pensamientos, su rostro burlándose de él.

Te amo, la voz de Lara susurró en su mente.

—Mentirosa —le masculló de vuelta. Mientras lo hacía, sus ojos de fijaron


en la delgada figura que se movía en el patio, con un libro en mano. Dirigiéndose
hacia sus guardias, les dijo—: Quiero salir.

104
KERIS ESTABA SENTADO en la misma mesa donde habían hablado por primera
vez. A su alrededor, estaban sus hermanastras más jóvenes, las pequeñas princesas
usando vibrantes vestidos que eran la versión miniatura de lo que usaba la esposa
que estaba a cargo de ellas. Juzgando por los músicos sentados a un lado, la niñas
estaban por recibir algún tipo de lección de baile. A pesar de estar en el centro del
grupo de niñas que daban vueltas, Keris no les mostraba ni un ápice de interés,
tenía la mirada fija en el libro que sostenía en una mano.

Aren se sentó frente a él, las cadenas sonando mientras los guardias las
aseguraban en la banca. Sólo cuando retrocedieron, el príncipe bajó el libro y fijo
su mirada azul sobre Aren.

—Buenos días, su Gracia. ¿Viene a disfrutar el breve respiro de la tormenta?

—La lluvia no me molesta.

—No, supongo que no —Keris puso el libro en un lugar de la mesa que


se había secado con el sol, su atención yendo a los guardias que se quedaron—.
¿Necesitan algo?

Ambos hombres se movieron incómodos.

—Es peligroso, su Alteza —finalmente respondió uno de ellos—. Lo mejor


es que nos quedemos cerca en caso de que necesite ser controlado. Es muy rápido.

Keris frunció el ceño, luego se inclinó para mirarle las piernas debajo de la
mesa, su voz ligeramente amortiguada mientras decía:

—Está encadenado a una banca de piedra —Enderezándose, exigió—. ¿Qué


tan débil crees que soy que no puedo sobrepasar a un hombre encadenado a una
banca?

—Su Majestad...

—No está aquí —lo interrumpió Keris—. Ambos están lo suficientemente


cerca como para ser parte de la conversación, y por este breve intercambio, ya
puedo decir que no tengo interés en discutir con ninguno de ustedes. Además,

105
están en medio de la práctica de mis hermanitas. Muévanse.

La expresión de los guardias se oscureció, sin embargo, se retiraron a una


distancia respetable. Pero uno miró sobre su hombro mientras avanzaba y dijo—:
Grite si le causa problemas, Alteza. Es lo que se les ha dicho a las esposas que
hagan.

—En cuenta —le respondió Keris, y aunque su expresión no dejó de parecer


aburrida, Aren vio un destello de oscuridad en los ojos del hombre. La forma en
la que los definidos músculos de sus antebrazos se flexionaron como si tuviera
en mente agarrar un cuchillo. Un lobo disfrazado de oveja, muy parecido a su
hermana. Aren se preguntaba si Silas lo sabía. Notando su escrutinio, Keris se bajó
las mangas del abrigo, a pesar del calor que ardía entre las nubes—. Ahora, ¿Cómo
puedo serle de ayuda, su Gracia? ¿Más material de lectura, quizás?

—Tan ilustre como fue su libro de aves, pasaré.

—Como gustes.

Las niñas empezaron a girar en círculos, aplaudiendo a intervalos moderados,


la esposa del harén dirigiendo la ocasional lección. Pero Keris no les prestaba
atención, en su lugar miraba fijamente a Aren, como si esperara que hablase.

—Arriesgas un cuchillo en la espalda con la forma en la que tratas a los


hombres de tu padre.

—El riesgo está ahí sin importar lo que diga o haga —El príncipe apoyó
los codos sobre la mesa—. Como mi padre, ellos tomaron mi falta de interés en el
ejército como un insulto personal, y dado que no me convertiré en algo que no soy;
no hay un camino de redención con ninguno. Mi cama está hecha.

Aren se frotó la barbilla, sopesando las palabras del príncipe, ninguna de


las cuales, pensó él, eran dichas sin ningún propósito. Silas no favorecía a Keris,
eso era sabido. Que asesinara a su heredero para abrirles paso a los hermanos más
jóvenes que Silas consideraba más apropiados al trono, parecía inevitable, pero por
todas sus palabras, Aren no creía por un instante que el hermano de Lara se había
resignado a la muerte.

106
—Hay formas de popularidad que no requieren ondear una espada.

—¿Cómo alimentar a una nación hambrienta? —Keris sostuvo la mano


contra su oreja—. Escucha. ¿Los oyes?

Vencia siempre era ruidosa, especialmente en comparación con Iticana, las


voces de miles de personas en las calles eran un apagado ronroneo. Pero hoy, gritos
se alzaban sobre el ruido, la rabia en ellos clara, incluso si las palabras no lo eran.
Docenas de personas, pensó. Tal vez cientos. Y para que él los escuche, debían estar
a las afueras de las paredes del palacio.

—Un rumor está rondando, que estás siendo torturado para obtener
información sobre cómo mi padre podría derrotar a Eranahl —dijo Keris—. Tales
ideas terribles con las que surgen las masas mientras se alzan durante las tormentas.
Manos ociosas puede que hagan el trabajo del diablo, pero las mentes ociosas...

Logran los propósitos de un príncipe.

Aunque, cuáles eran esos propósitos, Aren no estaba seguro.

—Me sorprende que les importe.

—¿Sí? —La nariz de Keris se arrugó con desdén—. Mi tía te cree más listo de
lo que pareces, pero estoy empezando a cuestionar su juicio.

—¿Acabas de llamarme estúpido?

—Si el zapato te queda...

Dios, no había forma de confundirlo con otra cosa que no fuera la carne y
sangre de Lara.

Escuchando los gritos crecientes, que sonaban claramente más como una
muchedumbre, Aren entrecerró la mirada. Había sido el plan de Lara usar los
recursos de Iticana para alimentar a Maridrina, lo que socavaba así la artimaña de
su padre de culpar a Iticana por los problemas de Maridrina. A lo largo de las Mareas
de Contienda, Aren había creído que su plan había funcionado, los maridrianos
habían estado cantando su nombre en las calles, declarándoles a todos los que
escucharan que la alianza con Iticana era su salvación. Parecía poco probable que

107
Silas siguiera con sus intenciones de tomar el puente, pero claro, Aren había estado
dolorosamente equivocado en eso. Tan mal que había asumido que el plan de Lara
había sido un engaño destinado a hacer que bajara la guardia de Iticana. Pero
ahora...

—Permíteme ayudarte —le dijo Keris—. ¿Dirías que entender la naturaleza


del pueblo Iticano fue crucial para que los gobernaras exitosamente?

—No los goberné exitosamente.

Keris rodó los ojos.

—No seas malhumorado.

Basura Veliant insoportable. Aren lo miró encolerizado.

—Obviamente fue crucial.

—Extrapola. Sabré por la expresión en tu cara cuando llegues a comprender.

Cerrando los ojos y tomando una respiración profunda para calmar su


irritación, Aren consideró la pregunta, que no tenía nada que ver con Iticana y todo
que ver con Silas y Maridrina.

Los maridrianos estaban molestos por el encierro de Aren porque él se


había ganado su lealtad y su amistad. Y, a diferencia de su rey, ellos no aceptaban
amablemente a aquellos que apuñalaban a sus amigos por la espalda. Aren había
visto el comportamiento en incontables ocasiones durante su estadía en Maridrina,
la renuencia a beneficiarse en la adversidad de un amigo. Preferirían morir de
hambre antes de tomar un bocado de pan mal habido.

Entendimiento abruptamente cayó sobre él y el estómago de Aren dio un


vuelco.

—¡Finalmente! —Keris aplaudió, y como si orquestado, los músicos


empezaron a acompañar a las niñas bailarinas, quienes brincaron y sacudieron las
campanas, sus voces chillonas llenando el aire—. Creí que tendría que esperar toda
la mañana.

108
Aren ignoró la burla.

—El pueblo maridriano no quiere el puente.

—Así es. No han ganado nada de él, pero les ha costado bastante.

Aren había estado tan enfocado en su propio pueblo que no se había parado
a pensar en los maridrianos. No se detuvo a considerar qué significaría para ellos
poseer el puente. El puente era tanto una carga como un activo, exigiendo que su
amo se sacuda de manos con la misma gente que los invadiría dada la oportunidad.
Exigiendo imparcialidad cuando se lidia con naciones, a pesar de ser amigo de una y
enemigo de otra. Exigiendo la sangre de buenos hombres y mujeres para protegerlo de
aquellos que lo tomarían, y entonces y sólo entonces, les proporcionaría. Pero Silas
negaba a los Valcotanos. Favoreciendo a los Amaridianos sobre los Harendelinos.
Lo único que les estaba dando era sangre Maridriana, pero no era suficiente. El
comercio se había acabado. El puente estaba vacío.

—Me imagino que así es cómo se sienten los padres cuando sus hijos
aprenden a hablar —dijo Keris—. Es tremendamente satisfactorio ver esta muestra
de inteligencia de tu parte, su Gracia.

—Silencio —le respondió Aren ausentemente, considerando el giro complejo


de política en juego, aunque era difícil con el ruido que hacían las niñas. ¿Por cuánto
tiempo aceptarían los maridrianos pagar en sangre por algo que no querían? ¿Algo
que no producía nada? ¿Cuánto tiempo hasta que quitaran a Silas de su trono y lo
reemplazaran con alguien más alineado a su forma de pensar?

Alguien como el príncipe que estaba sentado frente a él.

—¿Cuándo se acabará el dinero? —le preguntó Aren, sabiendo que la Reina


Amaridiana no permitiría el uso continuo de su armada si no le estaban pagando.
Especialmente si la tensión estaba aumentando entre Amarid y Harendell.

Keris le sonrió al par de hermanitas que pasaron girando junto a él.

—Los cofres, temo decir, están completamente vacíos.

—Pareces notablemente complacido de ser heredero de un reino casi en

109
bancarrota.

—Mejor eso que una tumba.

Aren hizo un sonido evasivo, trazando una grieta en la mesa con la punta del
dedo mientras pensaba. Pero por primera vez, Keris parecía demasiado impaciente
como para esperar.

—Si Eranahl se rinde, mi padre no necesitará más la armada Amaridiana


—dijo el príncipe—. Y dado que él es poco propenso a ser piadoso con los que se
rindan, Iticana ya no será una amenaza para el control de Maridrina en el puente.
La posición de mi padre será la más poderosa que haya. Así que como ve, su Gracia,
gran parte depende de la continua supervivencia del fuerte de tu islita.

—Primero que nada, tu habilidad para tomar la corona Maridriana de tu


padre es forma de golpe de estado.

Keris ni siquiera parpadeó.

—Primero que nada, mi vida. El apoderamiento y la corona simplemente son


los medios para un fin.

—Estas arriesgando bastante al decirme algo de esto —le dijo Aren—. Y


no logro ver con qué fin. Mi intervención no cambia nada. Si acaso, mi muerte
te servirá para poner a tu pueblo en contra de tu padre. Pero también sé que no
estaríamos teniendo esta conversación si no hubiera algo que quieras de mí.

Keris estaba en silencio. Y a pesar del hecho de que la conversación entera


había estado girando en este preciso tema, podía sentir la renuencia del príncipe
de dar voz a su petición. No... No renuencia. Incomodidad. Incluso, tal vez, miedo.

—Zarrah —Keris asintió ligeramente—. Quieres que arregle su huida —Otro


asentimiento—. ¿Por qué crees que arriesgaría a mi propia gente para salvarla
cuando ni siquiera estoy dispuesto a arriesgarlos para salvarme a mí mismo?

—Porque —le contestó—. Si lo haces, ella prometió que Eranahl estará


abastecida con suficiente comida para sobrevivir el asedio de mi padre.

Era una mejor oferta de la que Aren podría haber soñado. Especialmente,

110
dado que había hecho añicos la relación de Iticana con Valcota cuando rompieron
su bloqueo cerca de la Sudguardia

—No me imagino a la emperatriz aceptando eso.

—Zarrah es una mujer poderosa y el trato es con ella, no con la emperatriz.


Tómalo o déjalo.

—Aliándote con el enemigo más grande de tu reino para ganarte la corona —


Aren dio un silbido por lo bajo—. Si tu gente se llega a enterar de esa información,
te costará.

—Estoy de acuerdo. Por lo que es mucho mejor para ambos si se ve como que
tu gente y tú son los responsables de liberarla.

Era un riesgo. Uno que potencialmente podría costarle docenas de personas a


su pueblo si el intento de rescate salía mal. Pero Zarrah estaba bajo mucho menos
escrutinio que Aren. Y si su gente se las arreglaba para liberarla, potencialmente
significaría salvar a todos en Eranahl. Pero aún había algo que lo inquietaba.

—Ahora tienes acceso a mi gente, no me necesitas para esto.

Keris hizo una mueca.

—Serin no confía en mí, por lo tanto estoy bajo constante vigilancia cuando
salgo del palacio, lo que significa que no puedo contactar directamente a tu gente.
Necesito al harén para facilitar la comunicación. Pero ahí está el problema: ellas
detestan a los Valcotanos tanto como cualquier otro maridriano, así que no hay
oportunidad de que acepten mi plan.

—¿Y tu solución a este problema? —le preguntó Aren, viendo exactamente a


dónde iba el príncipe.

—El harén no me ayudará a liberar a Zarrah, pero sí me ayudaran a liberarte—


Keris sonrió, sus ojos brillaban—. Por lo que vas a usarlas para que te ayuden a
orquestar tu propio escape, y cuando huyas, te llevarás a Zarrah contigo.

111
17

aREN

Traducido por Mary A

Corregido por -Patty

DURANTE LOS DÍAS transcurridos desde su conversación con Keris, Aren había
pasado cada minuto que estaba despierto estudiando las defensas del palacio,
reconociendo rápidamente lo que ya sabía: no había salida. Al menos, no para
alguien tan bien vigilado como él.

Ocho hombres siempre a pocos pasos de su persona. Otra docena vigilaba


cualquier ruta que accediera a él. Innumerables más esperaban para reforzarlos si
era necesario. Y para Aren, sólo se empleaban los mejores soldados.

No había ninguna posibilidad de que su gente los silenciara a todos sin que
se diera la alarma, y en el momento en que esas campanas empezaran a sonar, las
verdaderas defensas del santuario interior de Silas se podrían en marcha.

Puertas enrejadas y cerradas desde dentro y desde fuera. Decenas de hombres


desplegados en la parte superior del muro interior. Incontables soldados más
enviados a patrullar la base.

La lista de contingencias parecía interminable, para frustración de Aren,


porque cada día había intentado una ruta de escape. No porque tuviera alguna
posibilidad de lograrlo por sí mismo, sino porque la única manera de revelar todas
las defensas del santuario interior era activándolas.

Prueba tras prueba tras prueba, todas ellas le dejaron maltrecho y sangrando,
pero nada de lo que probó le dio otra cosa que la verdad: escapar era imposible.

Durante toda su vida adulta, había sido parte de hacer de Iticana impenetrable,
poniéndose en la mente de los enemigos de su reino para tratar de entender cómo
y dónde atacarían. Cómo repelerlos mejor. Sobre todo, cómo identificar los puntos
débiles en las defensas de Iticana. Pero por mucho tiempo que pasara intentando
ponerse en la piel de Silas, Aren no podía dar con una solución.

Pero eso no significaba que tuviera intención de rendirse. Sus guardias le


acompañaron a través de una de las pasarelas cubiertas que unían los edificios
del palacio, dos de ellos le agarraban por los brazos, el resto por delante y por
detrás. La lluvia caía del cielo, pero las esposas seguían en los jardines, seis de
ellas trabajando en algún tipo de danza mientras Silas miraba.

Como era de esperar, los guardias de Aren observaban a las mujeres bailar o
más bien la forma en que la niebla hacía que sus vestidos se aferraban a sus ágiles
cuerpos, y Aren vio su ventana.

Lanzando su mayor peso corporal hacia un lado, Aren estrelló al guardia de


su izquierda contra la barandilla, incluso cuando se agarró del brazo del hombre y
lo levantó.

El soldado gritó al caer por la borda, pero Aren no lo soltó, utilizando el peso
del hombre para liberarlo del agarre del otro soldado. Se precipitaron hacia abajo,
Aren tirando de sí mismo contra el soldado para que el cuerpo del otro hombre

113
recibiera el impacto al caer al suelo. Todavía le dolía.

Pero esta era la primera vez que se alejaba tanto de sus guardias, y Aren
pensaba aprovecharlo.

Ignorando los gritos de las esposas en la distancia, se puso en pie, moviéndose


tan rápido como le permitía la cadena que llevaba entre los tobillos, mientras se
movía en dirección a la rejilla de la alcantarilla abierta a un lado del jardín.

Las campanas de alarma sonaron, el aire se llenó de gritos mientras los


Maridrianos entraron en acción, Aren se fijó en cada movimiento que hicieron
mientras esquivaba las plantas y las estatuas.

Más adelante, pudo ver la rejilla situada a un lado de la apertura. Si pudiera


entrar, entonces...

Alguien le golpeó con fuerza en la espalda, derribándolo, y luego se le


amontonaron más encima hasta que Aren apenas podía respirar.

—No puedes rendirte, ¿verdad? —La voz de Silas llegó a los oídos de Aren—
. Empiezo a preguntarme si es usted más problemático de lo que vale, Maestro
Kertell. Si no fuera un hombre de honor, mandaría clavar tu cabeza en las puertas
de Vencia esta tarde.

—He conocido ratas con más honor que tú —escupió Aren, dándole un
codazo en la cara a uno de los guardias, sus esfuerzos fueron recompensados con
un gemido de dolor—. Y estás perdiendo el tiempo. No vas a arriesgar tu propio
cuello para salvar el mío. No está en su naturaleza.

—¿Estás tan seguro? —Silas se agachó, con su cara a escasos centímetros


de la de Aren—. ¿Cuánto tiempo mantendrás tu cordura cuando la despellejemos
viva y luego la colguemos en la pared para observarla?

Estaba siendo aplastado bajo el peso de los soldados, pero aun así Aren les
arañó, sin preocuparse de nada más que matar al hombre que tenía delante.

—Como un perro salvaje tratando de escapar de su jaula —dijo Silas a las


esposas que esperaban detrás de él—. Dispuesto a romper sus propios huesos en

114
los barrotes a pesar de la inutilidad de sus esfuerzos. Es la naturaleza de su gente,
queridas. Ellos no son nada como nosotros.

Furioso, Aren enseñó los dientes, y varias de las jóvenes mujeres jóvenes
retrocedieron alarmadas.

—No tengan miedo, queridas —río Silas, y luego tiró de una de ellas, cuyo
vientre tenía la curva de un embarazo prematuro, hacia él—. Este perro ha sido
amordazado.

Los soldados esperaron hasta que Silas y sus esposas se fueran, y luego se
desenredaron lentamente.

Mientras lo arrastraban para que se pusiera en pie, la mirada de Aren se fijó


en la torre que se alzaba por encima de él, en lo alto del cielo, y una idea se formó
en su mente.

Silas tenía razón: Aren no se parecía en nada a él. Y ya era hora de que Aren
recordara cómo pensar como un Iticano.

115
18

LaRa

Traducido por Mary A

Corregido por -Patty

LARA SE PARO en el mostrador de una pastelería, con Bronwyn al lado, ambas


probando dulces.

—¿Dónde está? —murmuró Bron, metiéndose en la boca otro caramelo


salado.

—Estará aquí —El mensaje solicitando la presencia de Lara había llegado a


Beth en su tienda esta mañana, y las tripas de Lara se retorcían con una combinación
de nervios y ansiedad desde entonces.

La puerta se abrió. —Espera fuera —ladró una voz familiar.


—No necesito que me eches agua encima mientras compro.

Los otros clientes se volvieron, así que Lara también lo hizo, viendo como
su tía Coralyn paseaba por la sala, con la ropa seca y los zapatos milagrosamente
libres de barro.

El pastelero se apresuró a preparar una bandeja de muestras, poniéndola


en el mostrador justo cuando Coralyn se puso junto a Lara. Alargando la mano,
la anciana cogió un chocolate, lo examinó durante un instante y se lo metió en la
boca.

Mientras masticaba, murmuró—: Tu marido ha cumplido.

—¿Perdón, mi señora? —El pastelero se inclinó hacia delante.

—He dicho que me llevaré cien de estos.

Los ojos del hombre se iluminaron y se giró para coger un formulario de


pedido. Mientras lo hacía, Coralyn deslizó un papel en la mano de Lara. —Es la
hora.

117
19

aREN

Traducido por Mariam

Corregido por -Patty

TENÍA QUE SER en la cena. Era el único momento en el que él y Zarrah estaban en
la misma habitación juntos, tal vez había otros momentos y lugares más oportunos
para que su gente lo rescatara, la necesidad de tener a la general Valcotan libre
superaba el peligro creciente. Por lo tanto, tenía que ser esta noche.

Coralyn planeaba colar a seis de sus soldados dentro de las murallas,


pero además de eso Aren no sabía más de los planes de su gente. Había sido lo
suficientemente difícil conseguirle la información. Había sido forzado a garabatear
los detalles en un papel escondido en el baño durante el minuto de privacidad
que había recibido, el proceso había requerido que fingiera malestar estomacal por
varios días para poder escribir toda la información.
Y aun así, solo era la mitad del plan, el resto dependía de quienes vendrían
por él.

El pequeño rumor de Keris había cobrado vida propia, y afuera de las


puertas del palacio había una muchedumbre, día y noche, los gritos demandando
la liberación de Aren se colaban por las gruesas paredes de piedra. Últimamente
la protesta se había vuelto violenta, los soldados de Silas tenías que recurrir a
obligar a la gente a retroceder para que así la nobleza pudiera entras y salir sin
ser agredidos. Nobles que eran puestos en tuno para decirle a la muchedumbre que
Aren estaba siendo tratado con el máximo respeto y cortesía.

Todo lo que hizo fue avivar el fuego de los rumores, la gente de Maridriana
desconfiaba de la nobleza en el mejor de los casos. Este no era el mejor de los casos.

Los guardias lo guiaron a través de los corredores del palacio y los sombríos
confines del comedor donde la mayoría de los invitados ya estaban reunidos
conversando entre ellos. Luciendo un vestido de gala azul Maridriano que dejaba
al descubierto sus hombros y gran parte de su espalda, Zarrah estaba sentada en el
extremo más lejano de la mesa, su rostro carente de expresión mientras escuchaba
el parloteo, pero Keris no estaba en ningún lugar a la vista. Sabiendo lo que él
sabía, probablemente la pequeña mierda estaba escondiéndose en algún sitio.

Pero tal vez eso también estaba bien. A largo plazo, Aren necesitaba al
príncipe vivo, y los accidentes sucedían durante una batalla.

Tomando su usual asiento al final de la mesa, Aren asintió hacia Coralyn


mientras sus cadenas eran atadas los postes de la mesa. —Buenas noches, mi
Señora.

—Es una tarde encantadora, ¿no cree? No hay una sola nube a la vista —Ella
le sonrió, y entonces su cara se puso seria, su mano arrugada presionando contra
la suya—. Cuídate.

Su corazón brincó, y le tomó cada pizca de control esconder el giro de


excitación y miedo que corría por sus entrañas antes de que se mostrara en su
rostro.

119
Silas entro a al salón, y por primera vez no estaba escoltado por sus esposas
favoritas. —¿Dónde están? —le rugió a Coralyn—. Si empiezas a eludir tus
responsabilidades, tus días de extravagancia en el Mercado de Zafiro llegarán a su
fin.

Coralyn inclinó su cabeza. —Las chicas del harén llegarán pronto, esposo.
Han preparado una presentación para ti. Dado el esfuerzo que han puesto para
hacerlo memorable, tal vez quieras darles tu total atención cuando lleguen.

La expresión de Silas se tensó, pero asintió levemente antes de dirigirse al


embajador de Amarid, claramente sin intención de seguir las instrucciones de su
esposa menos favorita.

Los sirvientes entraron llevando los platos de ensalada y Aren comió


mecánicamente, sus oídos atentos a sonidos de batalla en el corredor. A golpeteos
de botas. A disparos o gritos o cualquier otra señal de que su gente estaba en
camino.

Gotas de sudor bajaron por la espalda de Aren, la ensalada en su boca sabía


a aserrín. Pero a lado de él, Coralyn comía entusiastamente, pareciendo que no
tenía preocupación alguna.

Los sirvientes regresaron por los platos, aunque el de Aren estaba escasamente
tocado.

La puerta principal fue abierta de golpe y Aren se tambaleó, sus cadenas


traqueteando. Pero en lugar de guerreros Iticanos, dos hombres entraron en la sala
golpeando unos tambores vigorosamente, seguidos por otros dos agitando platillos,
tomando sus lugares en los extremos del salón. Continuaron con el ritmo salvaje,
entonces con un trueno resonante todo quedó en silencio.

Los latidos de Aren reemplazaron el sonido, rugiendo en sus oídos con el


mismo ritmo que los tambores. Entonces, las esposas de Silas entraron al salón y
su estómago dio un vuelco.

Había sido un truco.

Todo había sido un truco porque no había forma de que Coralyn arriesgara

120
al harén a la violencia. O su gente había sido capturada, o no iban a venir. Tal vez,
todo había sido por nada.

Con ojos apagados, Aren observó, que era más de lo que podía decir que
Silas estaba haciendo, el bastardo seguía inmerso en una conversación con el
Amaridiano.

Las seis mujeres estaban envueltas en sedas delgadísimas y velos ocultando


sus rostros, había cascabeles atados a cada uno de sus tobillos y muñecas, sus pies
estaban descalzos. Un arcoíris de colores rodeaba la mesa, se movían balanceando
las caderas en una forma seductiva que hacía brillar las sedas a la luz de la lámpara.

Había una energía, un propósito, en sus pasos que Aren no había notado
antes, y aunque no estaba completamente seguro de por qué, su atención se centró
en ellas mientras tomaban sus posiciones.

—Eres tan encantador —Coralyn alcanzó su mejilla para darle unas


palmaditas—. Y ciertamente, actuarían mejor contigo en lugar del miserable viejo
maloliente al otro extremo de la mesa.

Una pequeña mujer con el cabello rubio del color de la miel empezó a bailar,
las pequeñas sacudidas de sus muñecas hacían sonar delicadamente los cascabeles
que las decoraban. Se balanceaba en medio de un elaborado juego de pasos, sus
caderas se movían de lado a lado seductivamente. Entonces, las demás se unieron,
imitando sus movimientos en perfecta sintonía, los músicos también uniéndose.

Las mujeres rodearon la mesa, sus pies descalzos chocaban contra el suelo
rápidamente en una serie de pasos que llenaban el aire con música. Giraban
rápidamente, largos candados se balanceaban detrás de ellas antes de caer y rosar
las partes bajas de sus espaldas.

El ritmo de los tambores se intensificó, las mujeres rodeando la mesa,


caderas que se movían en círculos de una forma insinuante haciendo que algunos
de los hombres dejaran de pretender que no estaban boquiabiertos, pero Silas las
ignoraba deliberadamente.

Una joven mujer con largo cabello castaño peinado pasó detrás de Aren, la

121
seda transparente de sus mangas rozó su mejilla, él se dio la vuelta para verla. Igual
que las otras, su rostro estaba cubierto con un velo, solo sus ojos eran visibles. Ojos
celestes. Ella le giñó antes de irse lejos dando vueltas.

Ninguna de las esposas tenían ojos de ese color. Ninguna. Pero su atención
fue de una mujer a otra, cada una de ellas con ojos del azul bastardo Maridriano,
la piel de Aren comenzó a hormiguear.

—Talentosas, ¿No te parece? —murmuró Coralyn.

—Sí —Tuvo que arrancar la palabra fuera de su garganta mientras notaba


los músculos definidos en las mujeres, lo que era una característica completamente
inusual en las mujeres mimadas de Silas. Había cierto fuego en la presentación, un
espíritu que nunca había visto en ninguna de las mujeres del harén, quienes sabían
que eran un entretenimiento para ser ignorado.

Estas no eran mujeres del harén.

Estas mujeres eran algo más. ¿Cómo las había llamado Coralyn? Las chicas
del harén.

Las hijas del harén.

Con el corazón en el pecho, Aren dirigió su atención la de cabello rubio miel,


a quien él había estado ignorando consciente e inconscientemente al mismo tiempo
cada vez que pasaba, la seda de su ropa flotando y moviéndose para revelar el
cuerpo que conocía mejor que el suyo.

Lara giraba y bailaba, evadiendo su mirada cuidadosamente hasta que rodeó


a su padre. Entonces volteó su rostro y sus ojos se encontraron. El corazón de Aren
dio un vuelco salvaje en su pecho.

Ella lo había traicionado. Le había robado su reino y era la cusa de la muerte


de su pueblo. Era la razón de que Silas lo hubiese mantenido encerrado. Aren la
odiaba como a nadie más, aun así, en se momento las memorias de sus dedos
enredándose su cabello asaltaron sus pensamientos. El toque de sus manos en su
cuerpo, sus piernas alrededor de su cintura, los labios de ella presionados sobre
los suyos. El aroma de ella llenó sus fosas nasales y el sonido de su voz llenó sus

122
oídos.

Todo había sido mentiras, silenciosamente se regañó a sí mismo mientras


ella daba vueltas alrededor de la mesa. Ella es tu perdición.

Y aún así no había duda de que ella había venido aquí por él.

Los tambores tomaron un ritmo frenético, terminando la pieza con un


estruendo de platillos mientras cada una de las mujeres se detenía en una pose
final.

—¡Bien hecho! —gritó Coralyn aplaudiendo—. Hermosamente realizado, mis


adorables chicas. ¿No estuvieron estupendas Silas?

El de Maridrina le dio una sonrisa ácida. —Maravilloso, pero bastante ruidoso


— Lugo agitó la mano en un gesto despectivo y las jóvenes mujeres volvieron a la
oscuridad detrás de las paredes, sus cabezas bajas.

Todas menos una.

Lara dio tres pasos rápidos y saltó, aterrizando en el centro de la mesa como
un gato y haciendo vibrar los objetos de cristal.

—¿Qué estás haciendo mujer? —demandó Silas—. Bájate y sal de aquí antes
de que haga que te azoten.

—Ahora, ahora, Padre —ronroneó Lara, caminando sobre la mesa y pateando


las copas de vino a cada paso, los hombres nobles y embajadores haciéndose hacia
atrás alarmados—. ¿Esta es la forma de saludar a tu hija favorita?

Los ojos de Silas se agradaron mientras ella se quitaba el velo que cubría su
rostro, permitiendo que cayera sobre uno de los platos. Suspiros llenaron el aire,
pero nadie habló. Nadie se atrevió.

—Pequeña tonta —Silas se puso de pie y sacó su espada—. ¿Qué es lo que


pensabas conseguir al venir aquí esta noche?

—Tengo la intención de tomar de vuelta lo que es mío.

No soy tuyo, quería gritarle Aren, pero Coralyn presionó una mano sobre su

123
brazo.

Lara se detuvo en su recorrido, una de sus caderas saliendo mientras colocaba


un dedo delgado contra sus labios. —Me mentiste. Me manipulaste. Me usaste, no
para el beneficio de nuestro pueblo, sino para tu propio beneficio. Para satisfacer
tu orgullo. Por eso pienso castigarte.

Silas la señaló con la punta de su espada. —Admiro la confianza de que


puedes lograr tal hazaña tu sola, Hija.

Riéndose, Lara echó su cabeza hacia atrás. —¿Realmente crees que soy tan
tonta como para venir aquí sola?

El aire se partió con diferentes ruidos, el ruido sordo de los cuerpos cayendo
al piso.

La atención de Aren se movió de Lara a las otras cinco bailarinas, cada una
de las cuales ahora sostenía un arma brillando con la sangre de los guardias que
acababan de despachar. Como si fueran una, todas se quitaron los velos y sonrieron
mientras decían—: Hola, Padre.

EL salón entró en caos.

Los invitados gritaban mientras intentaban encontrar un lugar seguro,


chocando con los guardias de Silas que corrían hacia las bailarinas. Pero las jóvenes
mujeres solo levantaban las armas de sus víctimas masacrando a los solados sin
esfuerzo.

—Olvídenlas. Atrápenla —aulló Silas y dos de los soldados fueron contra la


mesa, espadas desenvainadas en una mano y los ojos fijos en Lara. Quien estaba
desarmada.

Aren tiró hacia arriba, pero sus muñecas y sus tobillos estaban atados a la
mesa, dándose cuenta de que era inútil y no podía hacer más que ver a los soldados
que se movían para matarla.

Pero Lara no necesitaba su ayuda, o la de alguien más.

Tomó una copa y la lanzó al rostro de uno de los guardias, usando esa

124
distracción para patearlo en la muñeca, haciendo que su espada volara.

El otro guardia blandió su arma, pero ella saltó, la espada silbando debajo de
ella, una pierna chocó contra el rostro del hombre. El cayó hacia atrás agarrando
su nariz en fracturada.

El primer hombre se recuperó y la tomó de los tobillos. Antes de que pudiera


mover sus piernas, Lara se lanzó contra él, ambos cayeron fuera de la vista detrás
de la mesa.

Aren escuchó el ruido de un cuello rompiéndose, entonces Lara apareció,


espada en mano. Con un movimiento despiadado, cortó la garganta del guardia con
la nariz rota, entonces se dio vuelta para ocuparse de otro, esquivando los golpes
de los hombres, sus hombros temblando con el impacto de las armas.

Una vez, dos veces, ella bloqueó las embestidas, pero en la tercera, la fuerza
tiró la espada de sus manos.

—¡No! —Aren trató de jalarse hacia adelante, luchando contra sus ataduras,
pero la mesa apenas se movió.

Con un rugido gutural, el hombre se abalanzó sobre su cuello.

Lara esquivó el golpe mientras alcanzaba un pedazo de cristal roto, con el


cual lo apuñaló en el hombro mientras se giraba, sus tacones volando para hacer
trizas la rótula del hombre.

—Supongo que deberíamos encargarnos de esas cadenas, ¿No es así? —


Coralyn se levantó del lugar dónde había estado sentada viendo serenamente la
matanza. Sacó una llave, abrió grilletes en las muñecas de Aren antes de agacharse
para hacer lo mismo en sus tobillos. Desde el otro lado de la habitación, resguardado
por ocho de sus guardias, Silas la vio hacerlo.

—¡Mátenlo! —gritó el rey—. ¡Maten al Iticano!

Un guardia se separó corriendo en dirección a Aren, pero Aren agitó una


de sus cadenas, las ataduras enrollándose en la espada del hombre. Una fuerte
sacudida hizo volar la espada. El hombre se tambaleó buscando otra arma, pero

125
Coralyn liberó los tobillos de Aren justo a tiempo para que el arremetiera en su
contra, tacleando al guardia hacia el piso.

Ellos lucharon, rondando entre las piernas de los aterrados invitados. El


hombre sacó un cuchillo, pero Aren bloqueó el golpe, atrapando la muñeca del
hombre. Apretando sus dientes con esfuerzo, lo obligó a bajar la cuchilla, el hombre
gritó y se ahogó mientras la hoja penetraba su garganta.

Poniéndose de pie, Aren golpeó a un hombre en el rostro, y usó el cuchillo


para apuñalar a otro, sus oídos llenándose con el sonido de martilleos.

Las puertas.

Habían sido bloqueadas.

Justo como él había pedido en el plan que le había dado a Coralyn. Quien
subsecuentemente se lo había dado a Lara, lo que significaba que él había estado
trabajando involuntariamente con su esposa todo este tiempo. Pero ahora no era el
momento para pensar en cómo había sido manipulado.

Rápidamente, Aren buscó a Zarrah, encontrando a la general Valcotan


luchando, armada con una silla rota. Ella la estrelló en la cabeza de un hombre,
apunto de ocuparse de otro Aren la atrapó, apenas si esquivando ser golpeado en
cráneo mientras ella cambiaba de objetivo.

—Todo esto será por nada si te matan —siseo el, arrastrándola hacia una de
las cortinas y empujándola detrás.

Vete. Susurró una voz dentro de su cabeza. El resto del plan es tuyo, no las
necesitas. Todo lo que importa es sacar a Zarrah de aquí.

Pero en lugar de escuchar a la voz dentro de su cabeza, buscó la silueta


familiar de Lara, encontrándola peleando contra dos solados, con una espada en
una mano y un cuchillo en la otra.

Los hombres eran hábiles. La cabeza y los hombros más grandes que los de
ella. Pero la velocidad con la que movía…

Él nunca la había visto luchar, solo los restos que había dejado atrás en

126
Serrith. Pero ahora… Ahora entendía por qué el número de muertos había sido tan
alto.

Aren la miró, cautivado, mientras Lara esquivaba y embestía. Ella giraba


alrededor de un guardia mientras su camarada blandía su espada mientras Lara
saltaba hacia adelante para apuñalar al otro, ambos hombres cayeron al suelo bajo
sus pies.

Ella se volteó, sus ojos se agrandaron. En un movimiento rápido, lanzó el


cuchillo en su mano que pasó volando justo al lado del oído de Aren. Girando,
encontró a un soldado detrás de él, su espada alzada para atacar incluso mientras
se tambaleaba hacia atrás, el cuchillo de Lara se había clavado justo en su ojo
izquierdo.

—No escaparás —La voz de Silas cortó el bullicio.

El Rey de Maridrina estaba resguardado en una esquina, el escudo de


soldados parados frente a él no mostraba interés en atacar a las jóvenes mujeres
que masacraban a sus compañeros.

—Sabía que vendrías —La risa de Silas era salvaje—. Esta trampa era para
ti, y tu caíste en ella. Lo mejor es que trajiste a tus hermanas contigo.

—No es una muy buena trampa —Lara se estiró para cortar la garganta de
un soldado jadeando a sus pies—. Estas perdiendo tu toque.

La mueca de Silas era asesina. —No hay escapatoria. Serin te entrenó, ¿No
crees que sugirió todos los movimientos posibles qué harías? ¡Sabe a la perfección
la forma en la que piensas!

—Estoy contando con eso —Lara lanzó el cuchillo en su mano a la cabeza


de Silas.

Uno de sus soldados se lanzó a sí mismo en el camino, impactándolo con un


sonido carnoso, pero Lara ya había cruzado el salón, su espada alzada atravesando
a otro.

Entonces un ruidoso crujido cortó el aire. Los ojos de Aren desviaron a la

127
puerta principal. Una gran ruptura se había formado en la madera, los soldados
del otro lado estaban intentando forzar su entrada. Tenían solo unos minutos para
escapar.

Tal vez menos.

Vio a Lara voltear había la puerta. Viendo como sus labios formaban una
mueca enojada, y luego se estaba yendo, sus hermanas siguiendo la orden, todas
ella empapadas de sangre que las hacía parecer más un cómo demonios que como
mujeres.

—Tienes que venir con nosotros, Tía —dijo Lara, tirando del brazo de Coralyn,
pero la vieja mujer solo sacudió su cabeza, moviéndose para pararse entre ellos y
los guardias de Silas.

—Incluso si no fuera muy vieja para correr, nunca abandonaría a mi familia


—Entonces alzó la voz—. ¿Creíste que te dejaríamos salirte con la tuya, Silas?
¿Qué te dejaríamos robar a nuestros hijos? ¿Qué te dejaríamos asesinar a nuestros
hijos? ¿Creíste que no habría un precio que pagar por tu ambición?

—Voy a destriparte por esto, ¡Vieja bruja!

—Por todos los medios, Silas, ¡Por favor hazlo! —Coralyn rio—. Sera un
gran entretenimiento para mi vida en el más allá ver como duermes sabiendo
que cada una de las concubinas que tienes y cada una de las que tendrás estarán
observándote y esperando el momento perfecto para vengarse por lo que has hecho.
El harén protege a los suyos, y tú has demostrado ser nuestro enemigo. Creo que
no volverás a quitarte la ropa interior tan fácilmente sabiendo que todas las bocas
bonitas con las que te rodeas a ti mismo también tienen dientes. Así que te ruego
Silas. Conviérteme en una mártir. Eso significa que tendré un mirador excepcional
desde el cual te veré pagar por tus crímenes.

La abertura en las puertas se hizo más grande. Solo tenían algunos segundos.

—Tenemos que irnos —dijo una de las hermanas de Lara—. No tenemos más
tiempo.

Aren atrapó el brazo de Coralyn, pero sabiendo el tipo de mujer que era, no le

128
pidió que corriera. —Gracias.

—Perdónala. Ella te ama.

Él soltó el brazo de la vieja mujer, sintiendo la mirada de Lara sobre él.


Sabiendo que ella estaba escuchando. —Ella no sabe lo que es el amor.

—Es por eso que debes perdonarla.

Antes de que Aren pudiera responder, Coralyn sacó un recipiente de cristal


de los dobladillos de su vestido y lo tiró al suelo. Espeso y sofocante humo llenó el
salón.

Tenían que irse. Ahora.

Lara y sus hermanas ya estaban en acción, tirando de la pesada mesa como


escudo. Corriendo hacia las cortinas, Aren apretó el brazo de Zarrah. —Ve detrás de
la mesa y cubre tus oídos.

Con los ojos ardiendo por el humo, encontró las botellas que el harén había
dejado puestas en el marco de la ventana. Se metió dos en los bolsillos, y usó el
resto para armar los explosivos, luego encendió la mecha. Aren se tiró hacia un
lado y se cubrió los oídos.

Una explosión ensordecedora cortó el aire, la ventana y el metal que la


enmarcaba estallaron hacia afuera para caer sobre los jardines. Poniéndose de
nuevo sobre sus pies, Aren corrió a la abertura sacando los frascos de sus bolsillos
y tirándolos dentro de las fuentes y las piletas debajo.

Una niebla brumosa salió del agua, haciendo imposible ver más que un pie
delante de él.

—¿Quién es ella? —Lara sostenía a Zarrah del brazo, ambas tosiendo.

—¡Después! —siseó él—. ¡Sube!

Las hermanas saltaron ágilmente sobre las ennegrecidas ruinas del marco de
la ventana, desapareciendo entre la neblina. Rompiendo la falda de su vestido para
liberar sus piernas, Zarrah subió después de ellas.

129
Aren salto sobre el marco, la tos de aquellos atrapados en el salón cubriendo
el sonido de sus movimientos. Él trepó por los muros del palacio, sus dedos
encontrando agarre donde el mortero se había resquebrajado, sus delgados zapatos
eran tan buenos como estar descalzo. Debajo de él Lara lo seguía, tenía un cuchillo
apretado entre sus dientes.

Cuando alcanzaron el balcón, Aren usó la barandilla forjada de hierro para


empujarse a sí mismo. Una de las hermanas se paró en el balcón tirando los
cascabeles que habían usado en el patio, pero el resto estaban esperando dentro. El
murmuró—: Por aquí.

Las campanas de alarma estaban sonando, el sonido hacía que los oídos
de Aren dolieran, pero cubrían cualquier sonido que hicieran mientras se movían
dentro del vacío corredor, las lámparas esparcidas regularmente iluminaban su
paso. Detrás de las puertas, Aren podía oír el parloteo alarmado de las mujeres. Un
bebe lloraba. Un niño gritaba algo acerca de haber perdido un juguete.

—Estarán encerrados en sus habitaciones hasta que las alarmas cesen


y les informen que el palacio es seguro —murmuró Lara a su izquierda donde
caminaba—. Pero Coralyn dijo que solo tendríamos unos minutos antes de que los
guardias vinieran a revisar que todos estuvieran aquí.

Era extraño escuchar su voz, pero aun así… No. Ella había consumido sus
pensamientos. Había consumido sus sueños. Así que casi se sentía como si nunca
hubieran estado separados.

Sus ojos se posaron en su esposa, absorbiendo la vista de ella. La sangre


que cubría a Lara hizo más que el arruinado traje de bailarina por cubrir su cuerpo.
La seda usaba colgaba rasgada, revelando la curva interior de su seno derecho, su
abdomen tonificado estaba totalmente expuesto. En una mano sostenía un cuchillo,
y en la otra una espada, los nudillos de ambos partidos por la batalla. Lo que él
quería sentir era repulsión, pero en lugar de eso el deseo ardía en sus venas.

Fastidiado, caminó más rápido hasta donde caminaba Zarrah, silenciosa


sobre sus pies descalzos. —¿Qué tanto te dijo? —Keris por su cuenta parecía saber
todas las partes del plan. Todos los jugadores.

130
—Solo que te siguiera.

—¿Confías en él?

Ojos oscuros lo miraron. —Con mi vida.

Botas sonando sobre las escaleras pusieron el fin a futuras preguntas.

Corrieron por el pasillo, alfombras cubrían sus pasos. Doblando una esquina
los guio a una puerta, la cual Aren abrió fácilmente, dejando ver uno de los puentes
techados de los jardines. El interior estaba oscuro, pero el olor de lámparas recién
apagadas aun colgaba en el aire. Afuera, una densa niebla se alzaba de las fuentes,
los frascos de vidrió que las esposas habían puesto en ellas se habían disuelto. Los
químicos dentro reaccionando con el agua. Creaba una niebla tenebrosa como en
Iticana, y eso hizo igualmente un excelente trabajo en desorientar a los soldados
Maridrianos cazadores.

—El harén se dispersa de nuevo —dijo Lara, y su apuraron a cruzar


manteniéndose agachados a pesar de que había pocas posibilidades de que los
vieran.

Cuando alcanzaron el extremo más lejano, se deslizaron dentro de la torre, y


Aren hizo un gesto hacia la escalera. —Arriba.

Lara y sus hermanas subieron las escaleras de a dos, aparentemente ninguna


de ellas parecía sin aliento. Pero un calambre apareció en un costado de Aren, los
largos días de sedentarismo que había pasado como prisionero se estaban poniendo
al día. Arriba y más arriba, pasaron cada puerta que los guiaba a otro nivel de la
torre.

Entonces la puerta a la derecha de Aren se abrió, una figura apareció en el


hueco de la escalera.

Lara apartó a Aren a un lado, alzó su espada mientras se movía para encarar
al individuo. Justo antes de bajarla, Aren reconoció el rostro de Keris. Lanzándose
hacia adelante, atrapó la muñeca de Lara, jalándola hacia atrás.

—¿Quién es él? —exigió ella,

131
—Ha sido un largo tiempo, hermanitas —dijo Keris, inclinando su cabeza
a las mujeres Veliant—. Esperaba que nos pudiéramos reunir bajo mejores
circunstancias.

Lara lo miró, y entonces sus ojos se ensancharon. —¿Keris?

El príncipe asintió, una sonrisa alzándose en su rostro, aunque se desvaneció


un segundo después.

—¿Nos estas ayudando?

—Me estoy ayudando a mí mismo —respondió Keris—. Pero hoy nuestros


intereses son los mismos —El desvió su atención hacia Zarrah, quien estaba parada
detrás de Aren.

Keris levantó una mano para tocar un oscuro moretón en la mejilla de la


mujer Valcotan. —¿Estas bien?

—No es nada

Asintiendo el príncipe volvió su atención a Aren. —Aquí es donde separas


caminos con la general.

—No lo creo. Zarrah viene con nosotros. Me aseguraré de que cumpla con su
parte del trato.

Keris se interpuso entre él y la mujer Valcotan, ignorando a Lara y sus


hermanas cuando levantaron sus armas —Hay muchas posibilidades de seas
atrapado o te maten y su vida es más importante que la tuya. Mientras todos te
buscan yo la sacaré de aquí.

Aren frunció el ceño. —¿Solo soy tu maldita carnada?

—Precisamente. Pero dado que es más probable que mi plan alcance lo que el
tuyo desea, talvez te abstengas de lloriquear. El tiempo es corto —Keris gentilmente
empujó a Zarrah hacia la puerta abierta, pero Aren atrapó su brazo.

Sus oscuros ojos se encontraron con los de él. —Mantendré mi palabra, si


salgo viva de aquí, llevaré suministros a puntos donde tu gente en Iticana pueda

132
alcanzarlos —Luego ella puso su mano sobre su corazón—. Buena suerte, Su Alteza

Sin decir algo más, ella desapareció dentro de la habitación.

—Es hora de que sigas adelante —dijo Keris—. Pero antes de que te vayas,
necesito que hagas parecer que al menos intenté detenerte.

—Con gusto —Aren se balanceó, su puño conecto con fuerza con el pómulo
de Keris.

El príncipe derrumbó contra el marco de la puerta, haciendo una mueca de


dolor mientras se tocaba su cara ya hinchada. —Tienen diez minutos hasta que
empiece a alertar a los guardias. Hagan que valgan la pena.

Ellos corrieron a la cima de la torre, llegando a una habitación de cristal


rodeada por un extenso balcón. La vista de la ciudad era increíble, pero no había
tiempo para apreciarla. —¿Dónde estamos? —exigió.

Una de las hermanas fue hacia una pared y retiró una obra de arte enmarcada.
Había piezas de madera y metal colocadas en un patrón aleatorio, pero mientras la
mujer quitaba el marco y tiraba al suelo frente a sus pues el contenido, Aren se dio
cuenta de lo que estaba viendo.

—Jor dijo que deberías ser capaz de resolver esto —dijo ella.

—¿Él está vivo?

—Lo estaba la última vez que lo vi. Dijo que, si no puedes armar esto, talvez
merezcas este destino. Soy Bronwyn por cierto.

No le respondió, Aren se puso de rodillas, ordenando las piezas mientras las


mujeres se ponían unos uniformes Maridrianos que habían estado escondidos en
una de los cofres de la habitación.

Lara se puso ropa y unas botas a lado de él. —Date prisa —dijo—. Ya han
pasado cinco minutos.

Como si necesitara más presión. Había gotas de sudor en su frente mientas


acomodaba las piezas del arma, usando pequeñas herramientas para hacer girar

133
tornillos y poner las piezas en su lugar. Los segundos volaron. Diez minutos.

—Apúrate —murmuró una de las hermanas, pero Aren la ignoró,


concentrándose en la tarea que estaba realizando.

—Ahí.

Levantando la larga ballesta, probó el mecanismo dos veces para asegurarse


de que funcionaba, luego recogió el único perno que había sido parte del cuadro.
Mientras él había estado construyendo el arma, la morena alta llamada Bronwyn
había arrancado parte de marco vacío que había contenido la obra de arte, dejando
ver una cuerda, la cual le pasó.

—¿Estás segura de que es lo suficientemente larga? —preguntó él mientras


se ponía la ropa y deslizaba sus pies en las botas.

Ella solo levantó una ceja y asintió hacia el balcón. —Es hora de que recuperes
tu reputación, Su Majestad.

—No querrás perderte el tiro.

Ella solo se rio burlonamente. —Bonito y astuto. Tal vez debí haber luchado
más duro para ser la que se casara contigo.

—Basta Bronwyn —susurró Lara—. Guárdalo para cuando hayas salido de


este lugar.

Sacudiendo su cabeza, Aren abrió la puerta que daba al balcón, manteniéndose


agachado mientras se colaba hacia afuera para mirar a través del barandal forjado
de hierro. Abajo, los jardines estaban cubiertos totalmente con niebla, que se había
alzado lo suficiente para flotar alrededor de las botas de los soldados que se movían
por el interior de la muralla. El exterior del muro también estaba bien resguardado,
pero su atención estaba en la gran turba que rodeaba el palacio, los civiles gritando
el nombre de Aren y exigiendo su liberación.

Lara se arrodilló a lado de él, su rostro enmarcado por la capucha de su


abrigo. Pero incluso sobre el olor de la sangre, no podía negar que su dulce aroma
llenaba su nariz, su presencia bastante familiar sobre la de las otras mujeres.

134
Él se apartó, concentrándose en el techo abovedado del puesto de vigilancia
ubicado en la esquina dentro de la muralla. Este era probablemente el fatal error
en su plan. Algunos de ellos serían capaces de bajar escalando antes de que los
guardias lo notaran, pero no todos. El segundo en el que los guardias los vieran,
tendría una lucha en sus manos.

—No funcionará —dijo Lara en voy baja—. Tienes que llevarnos hasta los
muros exteriores.

Él miró en la dirección que apuntaba su dedo: la pared exterior del puesto


de vigilancia, la estructura estaba hecha de piedra y nada más, sin mencionar que
estaba unos buenos 50 pies más lejos que si objetivo inicial. —Imposible.

—Jor dijo que no lo era.

—No hay nada que yo pueda golpear. La torre de vigilancia está hecha de
piedra sólida, el disparo rebotará enseguida.

—Necesitas disparar a través de esa ventana —dijo ella—. Mis hermanas


deben estar tomando la torre de vigilancia justo ahora. Nos darán una señal en
cuanto-… —Se detuvo en cuanto dos destellos rápidos de luz brillaron a través de
la pequeña abertura en la ventana.

—Es un tiro largo —Y tendría que lograrlo en el primer intento. No habría


forma de arrastrar el perno de vuelta por el suelo del palacio una segunda vez—.
No hay forma de que los soldados en los muros no nos vean volando sobre ellos,
Lara. Seremos blancos fáciles para sus arqueros. Es un plan de mierda. Estamos
atrapados.

—Si no crees que puedas hacer el tiro —dijo ella—. Entonces dame esa
maldita cosa. Y sobre lo demás, nuestra gente ha arreglado una distracción.

—¿Nuestra gente? —No era el momento. No era el lugar. Pero los meses
que habían pasado separados no había logrado menguar la furia que sentía por
su traición—. ¿Serán esas las personas que perdieron sus casas? ¿A sus seres
queridos? Por tu culpa. Ellos no son tu gente.

Lara tiro hacia atrás la capucha de su abrigo y lo volteo a ver. —Deja el

135
dramatismo para cuando hayamos salido de aquí. Iticana ha puesto casi todos los
recursos que le quedaban en este rescate, y sería una pena que el esfuerzo de todos
se desperdicie debido a la semántica.

—Lara, están listos —La voz de Bronwyn cortó la tensión, y en la cima


distante, Aren captó otro destello de luz. Una. Dos. Tres veces.

—¿Puedes hacer el disparo o no?

Aren levantó la ballesta, apuntando a la torre de vigilancia. —Lo haré.

—Cinco. Cuatro. Tres —contó Bronwyn—. Dos –—Sus susurros fueron


ahogados por una explosión en la ciudad que hizo vibrar la torre. Entonces hubo
otra explosión y luego otra. Estallidos de luz iluminaron el cielo obscuro, los
tímpanos de Aren vibraban por el ruido.

—Ahora —dijo Lara, el tomó un respiro hondo, centrando su atención en la


pequeña abertura. Entonces dejó volar la flecha.

Disparó a través del aire, la cuerda colgaba detrás, y mientras volaba, más
explosiones era realizadas, el orden se transformó en caos con la creencia de que la
ciudad estaba siendo atacada. Pero Aren apenas las oía. Apenas las veía. —Vamos.
Vamos.

La flecha voló a través de la ventana.

Bronwyn se estiró para darle una palmada en la mejilla. —Oh, eres maravilloso.

Aren se alejó mirándola.

Dos de las otras hermanas desataron la cuerda, la tensión aumentaba


mientras esperaban que quien quiera que estuviese en la torre de vigilancia hiciera
lo mismo. Entonces hubo un destello de luz.

Lara y sus hermanas tenían ganchos idénticos a los que se usaban en Iticana,
Lara le pasó uno. —Yo iré primero. Después tú —Sus ojos echaron un vistazo a sus
hermanas—. No se pongan nerviosas.

Sujetándose firmemente al gancho, ella lo colocó sobre la cuerda.

136
—Espera —Aren la alcanzó, había visto tirolesas fallar antes. Había visto
a soldados caer, aunque usualmente era dentro del agua, lo que significaba que
sobrevivían. Nadie podía sobrevivir a una caída sobre los jardines debajo—. Déjame.

Otra explosión iluminó el cielo nocturno, Lara saltó.

El estomagó de Aren cayó. Se sujetó a la barandilla, viendo como Lara se


deslizaba silenciosamente, tomando más velocidad mientras avanzaba. No miren
hacia arriba. Imploró silenciosamente mientras ella volaba sobre la pared, solo una
docena de pies arriba de las cabezas de los soldados. No miren.

Pero la suerte o el destino estaba con ellos, y los alterados soldados


mantuvieron la mirada en los nublosos jardines debajo, donde creían que Aren se
escondía.

Cerca de la torre de vigilancia, Lara se acercó con una mano enguantada


para desacelerar su avance. Sus pies chocaron contra la piedra, y se detuvo para
asegurarse de que nadie había notado su presencia. Luego se empujó a la cima de
la torre, donde se perdió, oculta en las sombras.

—¡Ve! —Bronwyn le dio un sutil empujón entre los hombros y, echando un


vistazo hacia abajo para asegurarse de que nadie miraba, Aren saltó.

137
20

LaRa

Traducido por Mariam

Corregido por -Patty

NO PODÍA RESPIRAR mientras volaba sobre el anieblado palacio, un ropaje negro


que lo volvía casi invisible en la noche sin luna. Más explosiones agitaron la tierra,
el aire estaba lleno de humo. Afuera de los muros del castillo la multitud era un
caos, la gente gritaba, pero ella no les prestó atención.

Hasta ahora, todo había ido de acuerdo a su plan, pero eso podía cambiar
en un instante. Su hermano, quien había estado sin que ella lo supiera, envuelto
en la planificación, debería estar de camino a alertar a los guardias de que estaban
en la torre. Los que las buscaban en el suelo no serían capaces de ver a través de
la niebla, pero los que estaban en muro interior lo harían. Y sus hermanas serían
patos de caza.
Pero todo lo que podía pensar era en los ojos de Aren cuando la había
reconocido. Cuando los había visto por última vez en Midguard, habían estado
enrojecidos y llenos de ira y dolor. Pero ahora… eran fríos. Como si ella no significara
nada para él y como si nunca lo hubiese hecho.

Las botas Aren chocando contra la pared de la torre de vigilancia la


arrastraron de nuevo al presente. Ella se agacho para ayudarlo, pero él empujo su
mano, empujándose a sí mismo en un movimiento ágil.

Él se agazapó a lado de ella en las sombras, y Lara apretó los dientes, su


pecho dolía por tenerlo tan cerca.

Y aun así estaba tan lejos.

—No creas que esto cambia algo —susurró él entre las explosiones—. No
valoro lo suficiente mi propio cuello como para que, al salvarlo, eso deseche todo el
daño que has causado. El segundo en el que estemos lejos de tu padre, quiero ver
tu espalda. ¿Entendiste?

No había sentido en pelear, dado los planes que tenía en juego, y ella estaba
intentando evitarlo cuando Athena subió a la torre para encontrarse con ellos.

Faltan cuatro.

Su corazón martillaba, Lara dividió su atención entre ver a sus hermanas


deslizarse por la tirolesa y los guardias debajo. A pesar del caos en la ciudad, nadie
parecía estar alistándose para dejar el palacio, estaban totalmente enfocados en
recapturarla al igual que a Aren.

Cierra escaló a la cima donde estaban, seguida de Cresta. Brenna fue la


siguiente, su cara tan pálida como una hoja. —Eso fue jodidamente horrible —
murmuró—. Nunca más.

Solo faltaba Bronwyn. Pero la niebla se estaba disipando en el aire de una


tormenta que se aproximaba. Lara apretó los dientes, viendo la oscura figura de
su hermana acercándose sobre la cuerda, luego comenzó a descender. —Vamos —
susurró—. Mas rápido.

139
Bronwyn tomó velocidad, pero mientras volaba sobre el muro interior, gritos
saliendo del santuario hicieron eco—: ¡Están en la torre!

Todos los guardias en el muro miraron hacia arriba a tiempo para ver a
Bronwyn sobre ellos. Gritaron y se volvieron, levantando sus armas.

—¡Vuelen la puerta! —ordenó Lara, a pesar de que era demasiado pronto.

—Ya nos vieron —respondió Athena—. Cierren los ojos y cúbranse los oídos.

Un segundo después, el mundo explotó a su alrededor.

140
21

aREN

Traducido por Achilles

Corregido por Beth & -Patty

AREN SE TAPÓ instintivamente las orejas con las manos y cerró los ojos, apretando
su rostro contra el parapeto.

De poco sirvió, ya que la detonación destrozó el aire, el feroz resplandor de los


productos químicos que se estaban quemando abrasando sus párpados, haciendo
zumbar sus oídos. Sintió, más que ver, que Lara se movía a su lado, y abrió los ojos
para encontrarla inclinada sobre el parapeto, alcanzando a Bronwyn que colgaba
abajo.

—Perra —gruñó la morena alta mientras Lara la arrastraba hacia arriba. Sus
ojos estaban llenos de lágrimas por el brillo de la explosión—. ¿No podías haberme
avisado? Y no te molestes en discutir, no puedo oír una mierda.

Lara solo la arrastró por la parte superior de la torre de vigilancia. Sus otras
hermanas ya estaban bajando por el muro, aprovechando los pocos momentos en
que los enjambres de soldados estarían tan sordos y ciegos como Bronwyn.

Siguiendo su ejemplo, Aren observó a otras dos hermanas vestidas con


uniformes maridrianos salir del interior de la torre de guardia. Una de ellas hizo
un gesto al grupo para que se subieran las capuchas y la siguieran mientras bajaba
a toda prisa las escaleras interiores y se adentraba en el caos. El aire estaba lleno
de humo, el portón había sido volado hacia adentro por la fuerza de la explosión.
Varios soldados estaban de rodillas, agarrándose los oídos sangrantes.

Pero esa no fue la dirección a donde le condujeron las mujeres. En lugar


de eso, entraron en los establos de la esquina más alejada, donde los caballos se
revolvían angustiados. Varios de los animales llevaban monturas y bridas, y las
mujeres entraron rápidamente en los establos y se agacharon.

Lara lo arrastró a un puesto y luego lo jaló hacia abajo.

—No tardará mucho —murmuró.

Efectivamente, los gritos atravesaron los muros de piedra.

—¡Son ellos! ¡Están fuera de las murallas!

Espiando a través de las tablas de madera, Aren observó a los soldados


irrumpir en los establos, los hombres agarrando a los caballos en las primeras filas
y subiendo a sus monturas antes de salir al galope por las puertas en persecución
de lo que Aren suponía que eran señuelos.

—Ahora —Lara se levantó, tomando las riendas del caballo en el establo y


entregándoselas.

Él se quedó mirando al enorme animal.

—No sé cómo montar a caballo.

—Aprende. Y por el amor de Dios, mantén tu capucha levantada.

142
Desconfiando de la boca llena de dientes del caballo, Aren sacó al animal de
su establo y luego le pasó las riendas por la cabeza. Metió el pie en el estribo, y sólo
su agarre mortal a la silla le impidió caer cuando el animal se tambaleó.

—¡Deprisa! —Lara ya estaba en la silla de montar de otro animal, con la


capucha puesta para ocultar su cabello y su cara, la ropa holgada dando volumen
a su esbelta figura. Llevaba un arco colgado del hombro y un carcaj amarrado a la
silla de montar.

—Me vendrían bien más armas —gruñó.

—Concéntrate en permanecer en la silla de montar.

Con el ceño fruncido, Aren se echó sobre el lomo del caballo, y apenas
consiguió poner el otro pie en el estribo antes de que Lara le diera una palmada a
su caballo. Luego se pusieron en marcha.

Los cascos de los caballos repiquetearon con fuerza contra los adoquines al
atravesar la puerta humeante, los uniformes y adornos de los animales convenciendo
a los que vigilaban las murallas de que ellos también perseguían a los señuelos
que entraban al galope en la ciudad. Aunque si alguno de ellos estuviera prestando
atención, se daría cuenta al instante de que Aren no era un soldado maridriano. No
con la forma en que se aferraba a las crines de su montura, rebotando salvajemente
sobre su lomo, con las riendas flotando inútilmente frente a él.

Los alborotadores de las calles se apartaban de su camino mientras el grupo


pasaba a toda velocidad. Las mujeres guiaban a sus caballos de forma experta
por las calles serpenteantes. La montura de Aren seguía a los otros caballos, lo
cual era una suerte, porque no tenía la menor idea de cómo dirigirlo, pues estaba
concentrado en no caerse.

—El puerto estará lleno de soldados —gritó—. Tendrán la cadena levantada.


Nunca conseguiremos hacer zarpar a un barco.

—No vamos a ir al puerto —respondió Lara—. Confía en que tenemos un


plan, Aren, y concéntrate en no caerte del caballo.

Como si alguna vez pudiera confiar en ti, pensó, pero fue imposible seguir

143
conversando porque empezó a llover. Los adoquines se volvieron resbaladizos, pero
las mujeres mantuvieron el ritmo a pesar de la lucha de los caballos por mantener
el equilibrio. La montura de Aren resbaló y estuvo a punto de caer, y su corazón se
aceleró mientras el sudor le corría por la espalda.

Detrás de ellos, el tambor de la torre del palacio martilleó un mensaje. Las


mujeres ladearon la cabeza, escuchando, y Aren hizo una mueca por no conocer
el código, aunque sospechaba que el mensaje en cuestión era que su estratagema
había sido descubierta.

—Justo a tiempo —gritó Bronwyn, y el grupo viró por un bulevar principal,


en dirección a las puertas del este, con los caballos galopando a toda máquina. A lo
lejos, el cielo se iluminó con la detonación de explosivos en la puerta. Varios de los
caballos se agitaron, con los ojos desorbitados, cuando el enorme estallido rompió
el aire.

Cuando el zumbido de sus oídos se aclaró, Aren captó el sonido de cascos


y gritos. Los soldados convergían hacia ellos desde todas las direcciones,
apresurándose para interceptarlos antes de que llegaran a las puertas.

Los tambores llenaron el aire, y Aren reconoció este mensaje: La puerta


oriental está siendo atacada.

Iticana. Tenía que serlo.

—¡Más rápido! —gritó Lara—. ¡Necesitamos que se comprometan!

Los caballos avanzaron, los edificios a ambos lados no eran más que borrones
oscuros, la lluvia ahora era un diluvio cegador. Había fuego adelante, parte de la
puerta en llamas, la luz iluminando a docenas de soldados que se alineaban en la
muralla. Y un sinnúmero de soldados más abajo trabajando para extinguir el fuego
y asegurar las puertas.

Los tambores de la torre en la puerta sonaron, repitiendo el mismo mensaje.

—¡Nos ven! —gritó Bronwyn—. ¡Están pidiendo refuerzos!

Una flecha pasó por delante de la cara de Aren, otra se clavó en las patas del

144
caballo de Lara, que chilló de dolor. Tres más repiquetearon contra las paredes de
las casas, lo único que impedía que les dieran era la oscuridad y la lluvia.

—¡Ya casi llegamos! —gritó Lara.

La señal del tambor se repitió y luego se cortó abruptamente en medio de


un patrón. A su lado, Lara se quitó la capucha, con los ojos puestos en la línea del
tejado. Aren siguió su mirada, distinguiendo una figura sombría en un tejado más
adelante. La figura levantó un brasero, iluminando su rostro. Lia.

Su amiga y guardaespaldas lo saludó una vez mientras pasaban


atronadoramente, y entonces Lara se agachó y agarró las riendas de Aren, tirando
de ambos animales hasta que se detuvieron. Las otras hermanas hicieron lo mismo,
y los animales se retorcieron y se rodearon mientras los soldados de la puerta
formaban una fila y sus perseguidores se apresuraban por detrás.

Lia lanzó algo a la calle.

Una explosión rasgó el aire, haciendo que los caballos se agacharan y se


desplomaran, y Aren apenas logró sostenerse cuando otra explosión le partió los
oídos una cuadra más allá, rodeando a su grupo por ambos lados y ocultándolos
con humo.

Tres de las chicas guiaron sus caballos por un callejón que llevaba al norte.
Pero su caballo se dirigía en dirección contraria, Lara tirando de las riendas y
guiándolo hacia un callejón, Bronwyn liderando el camino, una de las otras
hermanas vigilando la retaguardia.

Se precipitaron a través de la casi oscuridad del callejón y luego salieron a


una calle, galopando en la dirección por la que habían venido.

Las calles estaban casi vacías ahora, los maridrianos, creyendo que Vencia
estaba bajo ataque, se refugiaban en sus casas cerradas.

—¿A dónde diablos vamos? —preguntó Aren.

—Al oeste —Los ojos de Lara estaban en la calle detrás de ellos—. Sólo
tenemos unos minutos antes de que vuelvan a hacer la señal con el tambor en

145
la torre, y tendremos a toda la guarnición tras nosotros —Entonces maldijo—.
¡Cresta! ¡Bronwyn! ¡Tenemos compañía!

En cuanto la advertencia salió de su garganta, el caballo de Lara tropezó


y casi cayó, luchando por enderezarse. Sus cuartos traseros estaban empapados
de sangre en el lugar donde le habían disparado una flecha. El animal no podría
mantener el ritmo por mucho tiempo.

—Recógeme en el lado opuesto —gritó a Bronwyn—. Voy a ganarnos algo de


tiempo.

Acercó el caballo a los edificios antes de subirse a su lomo, donde se agachó


con el arco sobre un hombro. Luego saltó.

Arriesgando su equilibrio para echar un vistazo hacia atrás, Aren la vio


colgando de un balcón. Trepando. Luego tenía una flecha preparada y otras dos
apretadas entre los dientes mientras apuntaba a los soldados que los perseguían.
Uno de ellos cayó de su caballo y otro se agarró el hombro donde sobresalía una
flecha. Los demás soldados divisaron a Lara, apuntando y levantando sus propias
armas, pero el caballo de Aren derrapó en la esquina de la calle, acabando con su
línea de visión.

Tengo que volver. La idea le rondó por la cabeza, pero Bronwyn se acercó a
él, negando con la cabeza.

—Ella sabe lo que hace. Sigue cabalgando.

Subieron por la empinada calle, con la respiración agitada de los caballos


casi tan fuerte como sus cascos.

Podría estar muerta, pensó. Podría estar desangrándose en la calle.

—Si lo está, se lo merece —se gruñó a sí mismo. Sin embargo, a pesar de


su reprimenda, el alivio lo inundó cuando una sombra apareció en lo alto de los
edificios que tenía delante. Lara saltó a un balcón y luego saltó a la calle, donde se
dejó caer rodando, se puso de pie de nuevoy echó a correr en un abrir y cerrar de
ojos.

146
Bronwyn galopó hacia ella y Lara se agarró al estribo de su hermana en el
último segundo. Saltó en el aire y su pierna se arqueó sobre el lomo del caballo.
Bronwyn agarró la mano libre de Lara para ayudarla a acomodarse en el lomo del
animal.

Los tambores comenzaron a tocar un nuevo patrón, el sonido como un trueno


mientras los perseguía por las calles.

La puerta oeste apenas merecía ese nombre, pues no era más que una ranura
enrejada en el muro conduciendo a un estrecho sendero, el cual llevaba a una
subida vertical hasta la orilla. No había ningún lugar dónde amarrar un barco; la
única manera de llegar a una embarcación sería nadando a su encuentro. Podía
hacerlo. Fácilmente. Pero Lara y sus dos hermanas...

Subieron la colina por las tortuosas calles, con los caballos agotados y casi
al límite. Entonces apareció la puerta, una estrecha reja levadizade acero defendido
por seis soldados fuertemente armados.

—No tenemos los códigos —La otra hermana, Cresta, se acercó a Aren, y el
grupo redujo la velocidad al trote y luego a una caminata—. Diles que las torres con
los tambores han sido comprometidas, pero que se ha informado de la presencia de
naves iticanas fuera del rompeolas. Sólo tenemos que acercarnos lo suficiente para
eliminarlos.

—¡Alto e identifíquense! —gritó un soldado.

Aren se aclaró la garganta, luchando por regular su voz lo suficiente como


para adoptar un acento maridriano.

—Las torres con los tambores han sido comprometidas —llamó, deslizándose
por el lado del caballo, con las piernas doloridas.

—Los códigos —gritó el hombre, levantando su arco y dirigiendo una flecha


al pecho de Aren.

—Los códigos han sido comprometidos, idiota —gritó Aren, improvisando—.


Los Iticanos los tienen. ¿Cómo diablos crees que entraron y salieron del maldito
harén del rey?

147
El soldado frunció el ceño, pero no bajó su arma, y sus compañeros
mantuvieron las manos en las empuñaduras de sus espadas.

—Hay reportes de naves Iticanas fuera del rompeolas. La última información


confiable fue que el rey de Iticana se dirigía a la puerta sur. Si rodea la ciudad,
puede bajar los acantilados y llegar al agua sin que ustedes, malditos idiotas, se
den cuenta.

El hombre bajó su arco, pero cuando Aren dio un paso en su dirección, el


soldado sacudió la cabeza.

—Dame el gusto, amigo. ¿Cuál es el código de esta no…?

El hombre se interrumpió, con un cuchillo incrustado en la garganta.

Lara y sus hermanas atacaron, una ráfaga de espadas de acero chocando


entre sí. Aren recogió la espada caída del hombre y se lanzó a la lucha, abatiendo a
un soldado y luego disparando a otro por la espalda con el arco del hombre muerto
mientras éste intentaba huir por la longitud de la muralla.

Terminó en minutos, pero desde atrás, caballos corrían hacia ellos. Refuerzos.

Las hermanas tenían la reja levadiza entreabierta cuando él se dio la vuelta,


los cuatro corriendo bajo los pinchos de hierro parcialmente levantados, la cadena
atascada con una espada para frenar la persecución.

Avanzaron con cautela por el oscuro sendero hasta llegar a la bifurcación,


una rama bajaba a la ensenada y la otra subía por la empinada ladera. El sonido de
las olas llenaba los oídos de Aren, el aire cargado de olor a salmuera. Hacía meses
que no veía el mar. Que lo oía. Que tenía su olor llenando su nariz sin que el hedor
de la ciudad lo manchara. En unas horas, estaría de vuelta en Iticana.

Pero Lara lo estaba jalando en la otra dirección.

—Por aquí.

Se negó a ceder.

—Aren, no hay barcos. No hay botes —siseó—. Era sólo una treta. Hay

148
caballos frescos esperando en los árboles a poca distancia de aquí.

No quería ir con ella. No quería estar cerca de ella, no sólo por lo que había
hecho, sino porque no confiaba en sus instintos cerca de ella.

—¿Para llevarnos a dónde?

—Al punto de encuentro donde tenemos provisiones —Se giró para mirar
de nuevo por el camino hacia la ciudad, traicionando sus nervios—. Tenemos que
darnos prisa.

—No voy a ninguna parte contigo, Lara. Voy a volver a Iticana —Porque
podía hacerlo solo. Podía mantenerse en la costa hasta que pudiera robar un barco,
y luego volver a casa.

—No seas tonto —Ahora había ira en su voz—. Se han invertido semanas de
preparación en este plan, y pretendes tirarlo todo por la borda.

—No confío en ti —dijo—. O en tus planes. Te dije que no quería volver a ver
tu cara. Que te mataría. Tienes suerte de que no te arroje por este acantilado.

—Solo inténtalo, imbécil desagradecido —gruñó Bronwyn, pero Lara le hizo


un gesto de calma.

—No te culpo por no confiar en mí —dijo—. Pero tal vez pongas tu fe en tu


hermana. En tu abuela. En Jor. En todos los Iticanos que han invertido todo en este
plan. Confía en ellos.

La indecisión se coló en sus entrañas, y Aren la miró fijamente. Para lo poco


que serviría en la oscuridad.

—Cuando aparecí en Eranahl, la única razón por la que Ahnna me permitió


vivir fue porque sabía que yo era la mejor oportunidad de Iticana para recuperarte.
Y fue muy clara al decir que una vez que estuvieras libre y regresaras a casa, me
mataría si volvía a poner un pie en Iticana. Por una vez, puedes mostrar algo de su
pragmatismo.

¿Cómo diablos había llegado Lara a Eranahl? Fue el primer pensamiento que
le asaltó, pero lo apartó.

149
—Bien.

—Suban, idiotas —dijo Cresta desde donde estaba observando el camino de


vuelta a Vencia—. Ya casi están sobre nosotros.

Apretando los dientes, Aren trepó por la ladera del acantilado, encontrando
asideros sólo por el tacto en la oscuridad. Abajo, las botas subían con fuerza por
el sendero, los soldados persiguiéndolos rápidamente tras haber descubierto a sus
compañeros muertos.

Más rápido.

—¡Están subiendo!

El grito se filtró hacia arriba, y un segundo después, las cuerdas de los arcos
sonaron, las flechas rebotaron en el acantilado.

Aren hizo una mueca cuando una se hundió en el suelo rocoso a centímetros
de su mano, y otra se estrelló contra el tacón de su bota.

Pero ya casi llegaban.

Entonces un grito de dolor llenó sus oídos.

—¡Bronwyn! —jadeó Lara, y Aren miró más allá de sus pies para ver una
figura que se deslizaba por el acantilado, agarrándose tal vez cuatro metros por
debajo de él.

—¡Váyanse! —gritó Bronwyn—. ¡Sáquenlo de aquí!

—¡No te voy a dejar!

Aren oyó que Lara empezaba a bajar, y dudó.

—¡No! —La voz de Bronwyn era estridente—. Si te atrapan o te matan a ti y


a Aren, eso significa que Padre gana. Significa que sale impune con todo lo que nos
hizo. Con todo lo que nos hizo hacer. Por favor, Lara. Tienes que seguir luchando.

Lara dejó de moverse debajo de él, y Aren pudo sentir que ella tomaba una
decisión. Él sabía en su corazón cuál era.

150
Pero estaba harto de que la gente muriera por él.

—Sube a la cima y cúbreme —siseó a Cresta, y luego comenzó a bajar.

Lara le agarró el brazo al pasar, pero él la apartó.

—Lleva tu trasero a la cima y haz que cada tiro cuente.

Tardó unos segundos en llegar hasta Bronwyn, cuya respiración salía


entrecortada por el dolor.

—¿Dónde?

—Hombro derecho —Su voz era tensa—. Vete. No dejes que tengan otro
golpe de suerte.

Ignorándola, Aren deslizó su cabeza y su hombro bajo el brazo bueno de ella.

—Sujétate.

Ella apretó su agarre, rodeando su cintura con las piernas, y se le escapó un


leve gemido cuando empujó su hombro herido.

Desde arriba, los arcos tintineaban mientras Lara y Cresta intercambiaban


disparos con los soldados, y los gritos de dolor que llegaban desde abajo sugerían
que las mujeres estaban teniendo más suerte dando en sus objetivos. Aren lo
ignoró todo y subió, rechinando los dientes contra el peso extra, su equilibrio era
precario y su fuerza no era la de antes. Podía sentir el calor de la sangre de Bronwyn
impregnando su ropa, el olor de ésta espeso en su nariz, pero el agarre de ella en
él no se debilitó.

Una flecha rebotó en una roca junto a su cara, y débilmente captó el sonido
de los soldados escalando por debajo, pero no miró hacia abajo. No miró hacia
arriba para ver cuánto faltaba para llegar.

—Te tengo —La voz de Lara. Entonces Bronwyn lo soltó, sus hermanas
arrastrándola hacia arriba.

La mano de Aren encontró el borde del acantilado y se encaramó a él,


manteniéndose agachado por si alguno de los de abajo había retenido alguna flecha.

151
Luego corrieron lo más rápido posible por el accidentado terreno, con rocas y
matorrales que les atrapaban los pies, Lara arrastrando a Bronwyn.

—Adelántate y agarra a los caballos —susurró Lara a Cresta—. Estarán


subiendo el acantilado en unos minutos, y ya habrá jinetes viniendo desde la puerta
sur. Tenemos que darnos prisa.

Cresta desapareció en la oscuridad, y Aren se empujó junto a Lara y Bronwyn,


presionando una mano contra la espalda de esta última. Estaba empapada de
sangre.

—Mierda —juró, y luego la levantó en sus brazos—. ¿Te quedan flechas?

—Tres —respondió Lara—. Pero tengo otras formas de matarlos. Sólo déjame
un caballo.

Luego retrocedió.

152
22

LaRa

Traducido por Achilles

Corregido por Beth & -Patty

LAS COSAS NO estaban saliendo de acuerdo al plan.

Lara regresó con pies silenciosos por donde había venido, con el arco suelto
mientras escuchaba los sonidos de los soldados que los perseguían.

Oyó el débil ruido de las botas y se apartó del camino, contando a los hombres
que pasaban corriendo, con espada en mano. Seis. Y pronto habría más en el camino.

Se acercó por detrás de ellos y disparó flechas a las espaldas de tres soldados,
y luego se escondió en las sombras mientras el resto gritaba alarmado y buscaba
refugio. Sacando un cuchillo, Lara se arrastró alrededor de las rocas, tomándose su
tiempo para evitar ser detectada, y luego se detuvo a escuchar.
Nada.

Pero una brisa le rozó la mejilla y llevó consigo el olor rancio del sudor.
Sonriendo, Lara se agachó, manteniendo la nariz al aire mientras daba pasos
lentos, deteniéndose cuando divisó una gran roca que le proporcionaría una buena
cobertura. Lanzó una piedra en los arbustos lejanos, marcando el débil movimiento
cuando los hombres giraron la cabeza en esa dirección.

Lanzando otra piedra, dio varios pasos rápidos y lanzó su cuchillo.

Un golpe sordo sobre carne, más que un grito, indicó la veracidad de su


puntería, y sacando su espada, Lara abandonó toda pretensión de sigilo y atacó.

Los soldados alzaron sus espadas, llenando la noche con estruendos de acero
mientras se enfrentaban. Ella luchó con uno de ellos con fervor, esquivando los
golpes del otro, que intentaba apuñalarla por la espalda, atrayéndolo hasta que se
abalanzó sobre ella. Entonces se hizo a un lado, quitándole el brazo del cuerpo un
instante después de que apuñalara a su compañero en el pecho.

El soldado gritó, cayendo al suelo para agarrarse el pecho sangrante, pero


Lara le pasó la punta de su espada por la garganta, silenciándolo a él y luego
a su camarada moribundo. Recuperó su cuchillo del tercer hombre, levantándose
mientras el sonido de cascos se filtraba sobre ella.

Los guardias de la puerta sur.

Maldiciendo, corrió en dirección al bosquecillo de árboles donde estaban


escondidos los caballos. Como se había prometido, quedaba uno, y se lanzó a la
silla de montar, clavando los talones y cabalgando en dirección a los soldados que
se acercaban.

Con Bronwyn herida y Aren totalmente incompetente a caballo, necesitaba


atraer a los perseguidores. Darles tiempo para llegar a Sarhina, que tenía más
provisiones.

Se quitó la capucha y se soltó el nudo del pelo para que le cayera por la
espalda. Incluso en la oscuridad, debería ser suficiente para confirmar su identidad.

154
Volando por el camino, esperó hasta que el grupo estuvo a la vista, entonces
levantó su caballo, haciendo girar al animal en un círculo como si estuviera perdida.
En pánico. Luego, Lara colocó las riendas en el hombro del animal y volvió a bajar
por el camino, sonriendo con maldad mientras la perseguían.

La lluvia había cesado, pero el camino estaba fangoso, el agua sucia salpicaba
su montura y sus piernas mientras conducía a los soldados de su padre lejos de
Aren y sus hermanas, en dirección a un pequeño pueblo en una ensenada al oeste
de Vencia. El animal patinó y se deslizó por la pendiente hacia las casas de piedra
que bordeaban la ladera, con la luz de las lámparas brillando en las ventanas. Sólo
había unas pocas personas en las calles. Se quedaron boquiabiertos y se apartaron
de su camino mientras ella bajaba al galope hacia los pequeños muelles donde
estaban amarrados los barcos pesqueros.

—¡Esperen! —gritó lo suficientemente fuerte como para que medio pueblo la


escuchara—. ¡Ya voy. No me dejen atrás! ¡Aren, no me dejen atrás!

Al llegar al muelle, se lanzó desde el lado del caballo y soltó los cabos que
amarraban las embarcaciones, alejándolas del muelle hasta que el puerto quedó
desordenado. Entonces, al oír que los soldados la habían alcanzado, se metió bajo
el muelle, con el cuerpo casi sumergido, agarrando con los dedos un entrepaño
cubierto de percebes.

Las olas tiraban y la arrastraban, y un viejo y conocido miedo surgió en su


pecho. ¿Y si perdía su agarre? ¿Y si la marea la arrastraba mar adentro? ¿Y si había
tiburones al acecho?

—¿La ven? —gritó un soldado. Él y varios de sus compañeros corrieron por


el muelle de arriba—. ¡Ese era su caballo!

Más soldados entraron corriendo en el muelle, con sus botas produciendo


pesados golpes que ocultaban su jadeante respiración. Se dirigieron al extremo más
alejado, y ella pudo imaginarlos asomándose al oscuro mar, en busca de cualquier
señal de una embarcación.

—Hay testigos que dicen que ella estaba gritando a alguien aquí abajo, señor
—dijo un hombre, dando zancadas por encima de ella, su forma sombría visible a

155
través de los huecos de los tablones—. Para que la esperarán. Ella usó el nombre
del Iticano.

El oficial al mando maldijo.

—Están en el agua. Enciende las señales para los barcos que patrullan. Si la
marina no los encuentra pronto, los perderemos. Trae a algunos de los pescadores
para que ayuden en la búsqueda.

Lara esperó a que se retiraran a la orilla, y luego se movió lentamente por la


parte inferior del muelle, deslizando los dedos entre los huecos, sabiendo que tenía
que darse prisa. Una vez que llegara la luz del día, los rastreadores determinarían
rápidamente que Aren y sus hermanas no habían ido por ese camino, y su padre
sospecharía de una treta. Tenían que haberse ido para entonces.

Al llegar a la playa rocosa, Lara se arrastró por el agua hasta las rodillas,
encogiéndose cada vez que una ola le pasaba por encima. Las manos y las rodillas
le sangraban por las afiladas rocas, pero no podía arriesgarse a ponerse en pie
mientras estuviera a la vista del grupo de soldados.

Y cada vez llegaban más. No eran tontos. Buscarían en todos los barcos y en
toda la costa, y no le extrañaría que trajeran perros para ayudar en la tarea.

Al considerar que no estaba a la vista, Lara salió a la playa, haciendo una


mueca por el ruido de sus botas, que parecía resonar en la noche. Bordeando los
límites del pueblo, subió la colina al trote y luego cortó hacia el este, manteniéndose
a una docena de pasos de la carretera hasta que llegó a un puente sobre un pequeño
río, con el ruido del agua llenando sus oídos. Empezó a llover de nuevo, con algún
relámpago que iluminaba el cielo de vez en cuando. Siguió río arriba y buscó la
mancha casi indescifrable de algas brillantes que marcaría su camino.

Y sólo cuando la encontró se permitió preguntarse si Bronwyn seguía viva. Si


alguna de sus otras hermanas había sido herida. Si habían sido asesinadas.

El sentimiento de culpa le carcomía por dentro. Sabían en qué se metían


cuando aceptaron ayudar, pero seguían en esta situación por su culpa. Les había
salvado la vida para volver a arriesgarla.

156
¿Y Aren?

Pensar en él le producía náuseas. La forma en que la había mirado, el odio en


su voz. No había ninguna razón para creer que iba a ser diferente, pero ella había
tenido esperanzas.

Siguiendo las débiles marcas de algas y limpiándolas a su paso, Lara subió la


colina, sus brazos y piernas sintiéndose como si fueran de plomo, con innumerables
pequeñas heridas que le restaban fuerza.

Al llegar a la boca de la pequeña cueva, vio los caballos atados a un lado. Vio
las gotas de sangre en la roca que conducía al interior. Por favor, que todos sigan
vivos, rezó. Por favor, que sigas aquí, Aren.

—Cazadora —Su voz era áspera, y tragó saliva antes de añadir—: Soy Lara.

Entonces entró, sólo para ser recibida por una voz familiar y agria.

—Bueno, las estrellas realmente no están a nuestro favor esta noche, porque
aquí estás, todavía viva.

157
23

aREN

Traducido por Achilles

Corregido por Beth & -Patty

DESPUÉS DE DIEZ minutos de cabalgata, tuvieron que parar para atar a Bronwyn
a su caballo.

—Sácala —le murmuró ella—. Me duele.

—Es lo único que impide que te desangres —Pero Aren no era indiferente, ya
que él mismo había recibido más de un disparo—. Lo sacaremos tan pronto como
estemos en un lugar seguro.

Si es que llegaba tan lejos.

Cresta sostenía las riendas de la montura de su hermana, Bronwyn estaba


desplomada sobre el cuello del caballo, pero incluso en la oscuridad, Aren notó cómo
Cresta seguía mirando hacia atrás, deteniéndose de vez en cuando para comprobar
su pulso. Distraída.

—¿A dónde vamos? —preguntó finalmente—. ¿Y quién se reunirá con


nosotros ahí?

—Río arriba hay una pequeña cueva. Nuestra hermana Sarhina estará allí
con los suministros que tú y Lara necesitan para el viaje.

—¿Viaje a dónde, exactamente? —Odiaba no conocer el plan. Odiaba ser un


seguidor cuando había pasado toda su vida siendo un líder.

—Lara lo explicará cuando se reúna con nosotros.

—O no. Podría estar muerta.

Cresta rio suavemente.

—Estoy agradecida de no ir con ustedes dos. No hay nada peor que ser el mal
trío en una pelea de enamorados.

—Ya no es mi enamorada —respondió entre dientes apretados.

Su única respuesta fue un sonido de diversión, como si el conflicto entre él y


Lara no fuera más que un desacuerdo sobre la decoración de una habitación.

—Como usted diga, Su Excelencia. Pero no crea que se librará tan fácilmente.
Lara no será asesinada por los soldados de nuestro padre. La mujer es casi imposible
de matar —por eso la llamamos cucarachita, y el mismo hecho de que no nos hayan
atrapado sugiere que todo va exactamente según su plan.

Bronwyn aprovechó la oportunidad para gemir, y Aren golpeó los talones


contra su caballo, tirando torpemente de las riendas hasta que se movió junto a
ella, el agua del río salpicando hasta empapar sus piernas. Estirando la mano, le
puso los dedos en la garganta, el pulso bajo ellos era débil, su piel estaba fría.

—Tenemos que darnos prisa.

Pero en la oscuridad, los caballos sólo podían avanzar a paso lento por el

159
río, con los cascos resbalando en las resbaladizas rocas. Aren habría podido ir al
doble de velocidad a pie, pero no llevando a Bronwyn. Estaba agotado, su cuerpo no
estaba acostumbrado a una actividad tan extenuante, y lo odiaba. Odiaba sentirse
débil cuando toda su vida había sido fuerte.

Alcanzó a ver el familiar resplandor de las algas antes que Cresta, y su


pecho se apretó al verlo. Una pieza de Iticana y la prueba de que su gente estaba
involucrada en este paso del plan.

Otros diez minutos siguiendo el camino entre los árboles los llevó a un
acantilado bajo, una entrada de una cueva revelada por el brillo de la luz del fuego
parpadeante.

Desmontando a toda prisa, Cresta ató los caballos mientras Aren desataba a
Bronwyn. Bajándola de la silla, la llevó hacia la cueva.

—Cazadora —gritó Cresta, y un momento después apareció una mujer


embarazada de pelo largo y oscuro, con una espada en una mano y un cuchillo en
la otra.

—A Bronwyn le dispararon.

—¡Mierda! —La mujer embarazada, que Aren supuso que era la hermana
Sarhina, envainó sus armas, dando zancadas hacia él. Luego se congeló—. ¿Dónde
está Lara?

—Distrayéndolos —respondió Cresta—. Llegará pronto.

—Entren.

Aren llevó a Bronwyn al interior de la cueva y se detuvo al ver una cara


conocida.

—¿Nana?

Ella estaba de pie y sosteniendo sus propias armas, pero cuando lo vio, el
machete se le cayó de la mano con un estruendo.

Durante lo que pareció una eternidad, Nana no habló, y luego susurró—:

160
Estás vivo. Estás aquí. Gracias a Dios misericordioso... —Entonces las lágrimas
empezaron a caer por su cara.

En toda su vida, nunca había visto llorar a su abuela. Ni siquiera cuando su


padre, su propio hijo, se perdió en el mar.

Entonces sus ojos se dirigieron a Bronwyn, y se limpió las lágrimas del rostro,
recompuesta en un instante.

—Tráela aquí.

—Una flecha en el hombro —dijo, bajando a la joven al suelo—. Ha perdido


mucha sangre.

Nana sólo gruñó, sacando un cuchillo para cortar la ropa de Bronwyn.

—Oh, Bronwyn —La mujer embarazada le dio un codazo a Aren en el costado


hasta que le hizo espacio, agachándose lentamente y tomando la mano de su
hermana—. ¿Por qué siempre eres tú la que sale herida?

La flecha le había atravesado limpiamente el hombro, y la punta de la flecha


brillaba con sangre a la luz del fuego. Cresta había llegado al otro lado, con el
rostro pálido de preocupación.

—¿Estará bien?

Nana no respondió.

—Aren, rompe esta punta de flecha y luego sal a vigilar. Tú —Lanzó una
oscura mirada a Sarhina—, ve con él.

—Cresta irá.

—Cresta se quedará —replicó Nana—. Necesito una asistente, y a diferencia


de ti, ella sigue instrucciones.

Ignorando la batalla de voluntades que se libraba entre ellas, Aren se agachó


y arrancó la cabeza de la flecha, Bronwyn sólo gimió en respuesta. Tirándola a un
lado, se puso en pie, cuando una voz ronca llamó desde fuera:

161
—Cazadora —Y luego—: soy Lara.

El alivio lo invadió cuando su esposa errante entró, con los hombros subiendo
y bajando con su respiración rápida y jadeante. Estaba empapada y su pelo color
miel colgaba lacio y enredado sobre sus hombros. Tenía un moretón en una mejilla
y las rodillas de su pantalón estaban rotas, con la piel ensangrentada debajo. Sin
embargo, cuando levantó la cara para mirarlo, el corazón de Aren siguió dando
saltos.

La voz de Nana le devolvió al momento.

—Bueno, las estrellas realmente no están a nuestro favor esta noche, porque
aquí estás, todavía viva.

—Siento decepcionarla —La mirada de Lara se dirigió a Bronwyn, sus labios


se apretaron al ver a su hermana—. ¿Está...?

—Viva, apenas. Limpia tus manos y ven a ayudarme. Por una vez, podrías
ser realmente útil.

Sin una palabra, Lara pasó junto a él, y Aren prácticamente se lanzó a la
entrada de la cueva. Sentía el pecho demasiado apretado, sus pulmones no traían
suficiente aire, y no fue hasta que estaba de pie bajo el cielo nublado, con la cálida
lluvia lavando el sudor de su rostro, que sus músculos se relajaron lo suficiente
como para respirar profundamente.

Cresta pasó por delante de él.

—Voy a explorar —Tan silenciosa como cualquier Iticano, desapareció entre


los árboles, un espectro en la noche.

Un sollozo de dolor llegó desde el interior de la cueva, sugiriendo que la


flecha había sido extraída, y se alejó más por la pendiente, sin querer escuchar. Sin
querer sentir.

—Así que eres el Rey de Iticana.

Aren dio un respingo, sobresaltado. Se giró para encontrar a Sarhina de pie


junto a él, con la lluvia empapando su cabello oscuro. A pesar de que parecía estar

162
a pocas semanas de dar a luz, se había movido tan silenciosamente como Cresta.
Doce de ellas. Silas había hecho doce de estas armas. Y Aren sospechaba que sólo
ahora el hombre se daba cuenta de lo peligrosas que eran.

—Lo era.

Ella resopló exasperada.

—Por favor, no te pongas triste conmigo. Mi hermana podría estar muriendo


allá dentro, y no tengo paciencia para quejas innecesarias.

—¿Innecesarias? —Su voz estaba llena de veneno, pero no le importó


atenuarla.

—Iticana no ha caído todavía. Eranahl ha resistido todos los intentos de


romper sus defensas, y tengo entendido que la mayoría de sus civiles pudieron
llegar a la seguridad de la isla antes que los soldados de mi padre.

Él sabía eso. Sabía que la mayoría había llegado con poco más que la ropa
que llevaban puesta, y que sólo los soldados de carrera de Iticana permanecían en
las otras islas para combatir a las fuerzas maridrianas. Durante meses, había vivido
a la intemperie con lo que quedaba de la guarnición de Midguardia, durmiendo en
la tierra y comiendo lo que podían cazar o buscar en la selva, mientras luchaban
contra los soldados que vivían en sus casas y comían como reyes con los suministros
que llegaban a través del puente.

—¿Y qué crees que están comiendo ahora todos esos civiles?

Ella lo miró fijamente, sin inmutarse.

—Están con raciones, obviamente. Por eso el tiempo es esencial. Tu hermana


está llevando a cabo la primera parte del plan de Lara, y contigo libre, la segunda
mitad puede comenzar. Te sentarás en tu trono de nuevo, recuerda mis palabras. Mi
padre hizo enojar a la mujer equivocada cuando hizo enojar a tu esposa.

—No la llames así.

—¿Por qué no? Es la verdad.

163
—¡Porque es una mentirosa y una traidora que merece ser degollada, por
eso!

De repente, Aren se encontró de espaldas, con un cuchillo clavado en la


yugular.

—Permítame ser muy clara, Su Excelencia —siseó Sarhina, lo único visible


en la oscuridad era el blanco de sus dientes—. Nunca hablarás de mi hermana de
esa manera o serás tú quien sea degollado. ¿Entendido?

Mirándola fijamente, no contestó.

La hoja del cuchillo presionó con más fuerza, una gota de sangre recorrió su
garganta.

—No significas nada para mí. No eres nada. La única razón por la que el
resto de mis hermanas y yo aceptamos ayudarte fue porque Lara te ama, y nosotras
la amamos. No importa que le debamos la vida.

Ella se relajó un poco y Aren pensó en cómo podría quitársela de encima sin
herir al niño.

Pero embarazada o no, Sarhina sabía lo que hacía. Estaba a su merced.

—No tienes ni idea de lo que ha soportado —continuó Sarhina—. Lo que


todas hemos soportado a manos de mi padre y Serin y el resto de ellos. Quince
malditos años en los que nos lavaron el cerebro para hacernos creer que nuestro
pueblo se moría de hambre por culpa de Iticana. Nos golpearon y nos mataron de
hambre y nos convirtieron en asesinas, y en todo momento nos susurraron que
todo era para salvar a Maridrina de ti. Que era por ti que necesitábamos sufrir.
Que eras un demonio odioso al que no le importaban los inocentes a los que hacías
daño, ¡sólo la satisfacción de tu propia codicia!

Había furia en su voz, y la razón le decía que provocarla no era aconsejable.


Pero Aren no pudo evitar soltar—: Ella vio la verdad a los pocos días de llegar a
Iticana. Una y otra vez se le arrojó la realidad en la cara, ¡y aun así eligió creer las
mentiras de tu padre y apuñalarme por la espalda!

164
—¿Eligió? —La palabra salió entre los dientes de la mujer—. ¿Por qué eres
tan estúpido que no puedes entender que sus mentiras eran como un veneno?
Un veneno del que nunca nos recuperaremos realmente. Yo conozco la verdad.
La he visto con mis propios ojos, y aun así la mayoría de las noches me despierto
frenética, con mi odio hacia Iticana de vuelta como si nunca se hubiera ido.

Con la misma brusquedad con la que le había atacado, Sarhina se puso en


pie, frotándose la espalda. Mirándola con recelo, Aren se levantó, tocándose la
garganta que le escocía.

—Lara cometió un error —dijo ella con cansancio—. Si hubiera confiado


en ti con toda la verdad, nada de esto habría ocurrido. Pero, por favor, comprende
que el hecho de que haya confiado en ti en absoluto no es más que un milagro.
Ella es tan víctima de las maquinaciones de mi padre como tú e Iticana. Aunque a
diferencia de ti, ella no está dispuesta a dejarlo ganar. Lara sigue siendo la Reina
de Iticana, aunque tú hayas renunciado a ser su rey.

Sin decir nada más, entró en la cueva, dejándolo bajo la lluvia. Unos minutos
después, Lara apareció en la entrada de la cueva, donde se detuvo. Luego caminó
hacia él.

—¿Cómo está Bronwyn?

—Hemos detenido la hemorragia, pero está muy débil. Habrá que esperar
un día más o menos para tener cualquier seguridad de que se recupere, e incluso
entonces, siempre hay riesgo de que la herida se infecte —Ella se frotó las sienes, el
cansancio y el costo de lo que fuera que había hecho para perder a sus perseguidores
eran palpables, y él contuvo el impulso de acercarse a frotarle el cuello donde sabía
que siempre se anudaba.

—Lo superará —dijo en cambio—. Es una luchadora.

Lara se quitó las manos de la cara y le miró.

—Me sorprende que te importe de una u otra manera.

Claro que me importa, no soy como tú, quiso decir, pero en su lugar dijo—:
No tengo ningún problema con tus hermanas.

165
—¿Ni siquiera con la que estuvo a punto de cortarte el cuello?

Ella levantó una mano a su cuello, pero él la apartó.

—No me toques.

Abrazando su cuerpo con sus brazos, dio un paso atrás.

—Sarhina dice que has metido a Ahnna en este plan tuyo —dijo—. ¿Dónde
está? ¿Qué está haciendo? ¿Y dónde supones exactamente que voy a ir contigo?

—Ahnna está de camino a Harendell —respondió Lara—. Ha ido a cumplir


su parte del Tratado de Quince Años y a suplicar a Harendell que ayude a Iticana
a recuperar el control de Norteguardia —Giró la cabeza hacia otro lado—. Bajo tu
control, claro.

Las manos de Aren se convirtieron en hielo.

—¿Entregaste a mi hermana por un tratado que ya no existe? Ella no tiene


ningún poder ahí. No tiene aliados. Pueden hacer lo que quieran con ella —Se dio
la vuelta, con la mente acelerada en cuanto a cómo podría detener a Ahnna antes
de que fuera demasiado tarde—. La única razón por la que habrían sido buenos con
ella era porque eso les hacía ganar condiciones favorables en el puente. ¡Un puente
que Iticana ya no controla! A sus ojos, ella no vale nada.

E Iticana no valía nada. Si Harendell deseaba arrancar Norteguardia del


control de Maridrina, probablemente podría. Pero no habría ninguna razón para
que no se lo quedaran para ellos.

—Este plan es una locura.

Lara guardó silencio y luego dijo—: No estoy de acuerdo. Después de


separarnos, pasé meses en Harendell. Esta es una aventura a la que se unirán con
gusto, pero sólo si tú mantienes la otra parte del trato.

—¿Cuál es?

—Una cosa es que Harendell tome Norteguardia. Otra cosa es que naveguen
a través de los Mares Tempestuosos para tomar Sudguardia bajo las narices de

166
Maridrina. Necesitamos asegurar otro aliado.

A Aren se le cayeron las tripas porque sabía lo que ella estaba planeando. Al
igual que sabía que era una locura siquiera soñar con que ocurriera.

—Por eso —continuó Lara—, tú y yo vamos a cabalgar hacia el sur y arreglar


la relación de Iticana con la Emperatriz de Valcota.

167
24

LaRa

Traducido por Achilles

Corregido por Beth

EL AMANECER ESTABA cerca, el cielo se había despejado durante la noche para


permitir un brillante amanecer de color rosa, naranja y dorado, aunque la belleza del
mismo se le escapaba a Lara. Estaba fuera de la entrada de la cueva, mordisqueando
un trozo de pan a pesar de no tener hambre.

Apenas había dormido.

Cómo podría cuando Bronwyn estaba al borde de la muerte, su lesión el


resultado de que Lara la arrastrara a este lío. Cada vez que se había quedado
dormida, Lara se había despertado de golpe, segura de que su hermana había
dejado de respirar. Segura de que la había perdido. Que la había matado con la
misma seguridad con la que había matado a Marylyn.

Todo esto empeoró por Aren. Después de que ella le contara el plan, él se
había esforzado por mantenerse tan lejos de ella como la cueva le permitiera,
negándose a encontrarse con su mirada, y eligiendo en su lugar mirar fijamente las
profundidades del pequeño fuego durante horas.

La culpa había sido su compañera constante desde la noche en que fue


exiliada de Iticana, pero surgió de nuevo, haciendo que le doliera el estómago. Había
causado tanto daño. Incluso si su plan funcionaba, incluso si Iticana conseguía
alianzas y recuperaba el puente, ese daño no se desharía.

—¿Estás lista?

Sarhina se acercó por detrás de ella y le entregó a Lara una taza llena de
líquido humeante.

—Me odia —A pesar de sí misma, una lágrima caliente bajó por la mejilla de
Lara, que la apartó con rabia—. Pensé... —Se interrumpió, sacudiendo la cabeza—.
No sé lo que pensé.

—¿Que te perdonaría porque rescataste su ingrato, aunque bastante perfecto,


trasero?

Lara hizo un ruido que era mitad risa, mitad sollozo.

Echando una mirada retrospectiva a la cueva, Sarhina la tomó del brazo y la


condujo por el terraplén.

La luz había aumentado lo suficiente como para que Lara pudiera ver la
cara de su hermana, las sombras bajo los ojos y la tensión alrededor de la boca.
Agotamiento y preocupación, nada bueno para el bebé.

—Puede que nunca te perdone, lo sabes, ¿verdad? Y no tienes control sobre


si lo hace o no.

El cuello de Lara chasqueó mientras asentía, con los músculos tensos.

—Lo sé.

169
—¿Eso cambia algo? —preguntó Sarhina—. ¿Quieres salir de esto? Porque
puedes. Podemos darle a esa vieja zorra y a Su Majestad caballos y provisiones, y
luego las cuatro podemos salir de aquí y dejar que hagan lo que quieran.

—No —Lara no podía alejarse. Moriría antes de alejarse, sin importar lo que
Aren sintiera por ella. Porque liberar a Iticana del yugo de su padre era algo que
necesitaba hacer para vivir consigo misma—. Aunque él me perdone, el resto de
Iticana nunca lo hará. Y no le haré elegir entre nosotros. Veré que esto se haga, y
luego me iré, y...

¿Me iré y luego qué?

Sus planes se limitaban a liberar a Aren y luego a liberar a Iticana, y no


se había permitido imaginar lo que haría una vez logrados esos objetivos. No se
permitió pensar en el momento en que tendría que alejarse de Aren y no mirar atrás.

—Sospecho que iré detrás de Padre.

Sarhina exhaló.

—O tal vez dejes todo esto atrás y vengas a buscarme. Haz una vida en algún
lugar que no esté cargado de política y violencia. Sigue adelante con alguien que te
ponga en primer lugar.

El pecho de Lara se apretó, un repentino torrente de angustia la llenó, y miró


hacia otro lado.

—Duele pensar en eso —Y por muy ilógico que fuera, lo que Sarhina describía
no era lo que ella quería. No era quien ella era.

—Duele ahora porque el dolor es reciente. Mejorará con el tiempo —Sarhina


acercó a Lara, presionando sus labios contra su frente—. Haz lo que necesites para
llegar al otro lado de esto, y luego vuelve con nosotras. ¿Lo prometes?

Antes de que pudiera responder, unos pasos golpearon el suelo, y Lara se


apartó de su hermana para ver a Aren de pie en la boca de la cueva, con los brazos
cruzados y la boca tensada en una fina línea.

Era la primera oportunidad que tenía de mirarlo a la luz del día, y Lara

170
descubrió que sus ojos se desviaban sobre su forma alta, de hombros anchos y
cuadrados, y la cabeza erguida. Llevaba el pelo más largo que en Iticana, mostrando
algunos de los rizos que poseía Ahnna, y su rostro estaba ensombrecido por la
barba incipiente.

—Bronwyn está despierta y pregunta por ti —dijo, con su voz profunda e


ilegible.

—Gracias por decírmelo —Ella trató de encontrar su mirada, pero él apartó


la vista, diciendo—: Voy a cargar los caballos.

Sarhina resopló.

—Como si supieras cómo hacerlo. Yo te ayudaré.

—Voy a despedirme de Bronwyn y Cresta —murmuró Lara. Al entrar, aspiró


al ver a Bronwyn sentada, con su peso apoyado en Cresta mientras Nana le daba
sopa—. Me alegro de verte despierta.

—De mala gana —Su hermana sonrió—. Pero no podía dejar que me dejaras
inconsciente junto a otro fuego otra vez, ¿o sí?

Nana exhaló un suspiro y luego escupió en la esquina mientras las


abandonaba.

—Dios, pero ella es intratable —murmuró Bronwyn, con el rostro aún pálido
arrugado—. ¿Cómo la has tolerado durante un año?

—Manteniendo mi contacto con ella al mínimo —Lara sonrió—. Una noche


necesitaba escabullirme, así que le di una dosis de laxante. Tuve horas de libertad
mientras ella estaba confinada en el retrete.

Sus dos hermanas se rieron, Bronwyn agarrando su hombro.

—Para. Para. Eso duele.

Lara se inclinó, presionando su frente contra la de su hermana.

—Te pondrás mejor. No aceptaré otro resultado.

171
—Se ha vuelto muy autoritaria, Su Majestad —dijo Bronwyn antes de
inclinarse hacia ella.

Entonces Cresta presionó su cabeza contra la de ellas. Luego, otro par de


brazos las rodearon, y el vientre embarazado de Sarhina se abrió paso en el abrazo.

Lara se permitió un momento para respirar, antes de decir:

—Apéguense al plan. Vuelvan a las montañas y manténganse a salvo —


Una afirmación tan fácil de hacer, pero Lara sabía que sus hermanas seguían en
grave peligro. Las que aún estaban en Vencia permanecerían en la ciudad, pasando
desapercibidas hasta que amainara la temporada de tormentas, y luego se dividirían
y tomarían barcos hacia el norte y el sur, mientras que Sarhina, Bronwyn y Cresta
se reunirían con una caravana de mercaderes de la gente de Ensel, que les daría
cobertura y las llevaría de vuelta a Renhallow, con suerte antes de que naciera el
bebé de Sarhina.

—Nos iremos inmediatamente —Sarhina se puso de pie—. El carro tiene un


compartimento para contrabandistas: esconderemos a Bronwyn y a Cresta dentro
en caso de que nos crucemos con una patrulla. Nadie va a sospechar de una anciana
y una chica embarazada. Y ninguna patrulla va a querer registrar un carro lleno de
estiércol de vaca seco en busca de contrabando.

—Planificas todo.

—Deberías probarlo alguna vez —respondió su hermana, y luego le dio a


Lara una sonrisa y un pequeño empujón hacia la entrada de la cueva.

En el exterior, Aren estaba con los caballos, inmerso en una conversación con
Nana, pero se interrumpió en el momento en que vio a Lara. Se acercó a su caballo,
apretó la cincha y comprobó que las alforjas estuvieran bien aseguradas antes de
montar. Desvió la mirada mientras Aren se subía torpemente a su caballo, aunque
había una cierta parte mezquina de ella que disfrutaba viéndolo incompetente en
algo. Especialmente después de todas las burlas que había soportado por su mareo
en el mar.

—Si le pasa algo... —empezó a decir Nana, pero Lara estaba cansada de sus

172
amenazas.

—Sí, sí. Me cazará y me dará de comer a los tiburones. Lo recuerdo —


Entonces chasqueó la lengua a su caballo para que se pusiera en marcha, bajando
por el sendero hacia el río. Un momento después, oyó el thud thud del caballo de
Aren trotando tras ella.

Esperó a que cruzaran el río y se dirigieran al sur y al este, hacia las montañas
bajas, antes de ponerse a su lado.

—A estas alturas ya habrán determinado que mi estrategia de anoche fue


sólo una treta y que no escapamos por el agua. Pero anticiparán que esa es nuestra
intención, así que sospecho que las patrullas a lo largo de la costa serán intensas.
Por eso, bordearemos el Desierto Rojo hasta llegar al territorio de Valcotta, entonces
podremos volver a la carretera y cabalgar directamente hacia Pyrinat —La capital
de Valcota era el lugar más seguro para encontrar a la Emperatriz.

Los ojos de Aren permanecieron fijos en el camino que tenían por delante,
con los nudillos blancos de agarrar las riendas.

—Suponiendo que Keris haya liberado a Zarrah, todo esto es innecesario.


Ella dio su palabra de proveer a Eranahl.

—Lo que hace es ganar tiempo, pero no resuelve el problema. Y no tenemos


forma de saber si logró salir, sobre todo teniendo en cuenta que mi medio hermano
está involucrado. Eres demasiado confiado, Aren.

—Hermano completo.

Lara abrió la boca y la volvió a cerrar. Después de un momento, preguntó:

—¿Perdón?

—Tienen la misma madre, o eso afirmó él.

Era posible. Lara había abandonado el recinto cuando tenía cinco años, y
aunque recordaba a Keris, sus recuerdos eran borrosos e inespecíficos.

—Y no confío en Keris, ni mucho menos —dijo Aren—. Pero sí tengo total

173
confianza en que hará lo que sea necesario para seguir vivo, y para ello necesita
quitarle la corona a tu padre. Y para ello necesita que Eranahl resista.

Lara escuchó en silencio mientras Aren explicaba el plan de Keris, que en


su opinión era demasiado complicado. Pero en lugar de centrarse en el plan de su
hermano, la primera pregunta que salió de sus labios fue:

—Mi madre... ¿Sigue viva?

Aren guardó silencio durante un largo momento, y luego negó con la cabeza.

—No.

La pena la apuñaló en el estómago, los largos años transcurridos desde que


vio a su madre no hicieron nada para atenuar el dolor.

—¿Sabes cómo murió?

—Es mejor que no lo sepas —Aren pateó los costados de su caballo,


adelantándose en el camino.

Un destello de ira recorrió sus venas, y Lara pasó al galope junto a él, haciendo
girar su caballo para bloquearle el paso. —No seas mezquino, Aren. Retener esto
sólo para hacerme enojar es un golpe bajo.

—Gran presunción de que me importa lo suficiente como para hacerte enojar.

Él apartó la mirada mientras lo decía, y ella entrecerró los ojos, sabiendo que
estaba tratando de redirigirla. Exhalando lentamente, pidió—: Por favor, dime la
verdad.

El silencio se prolongó.

—Lo que sé es lo que me dijo Keris —Aren se encontró con su mirada—. Dijo
que tu madre intentó ir por ti para recuperarte y que tu padre la estranguló como
castigo. Y como advertencia a las demás esposas para que no lo desafiaran —Dudó,
y luego añadió—: Lo siento.

Lara no podía respirar. El mundo giraba y se desenfocaba, y ella se dobló, con


las manos cerradas en puños alrededor de las riendas. Entre sus dientes, gruñó—:

174
¡Lo odio!

—También Keris lo odia. Así que confía en eso, si no confías en nada más
—Golpeó los talones contra los costados de su caballo, avanzando como un saco de
patatas de gran tamaño, sin dejarle otra opción que seguirle.

El rápido ritmo y la necesidad de permanecer alerta sirvieron para distraerla


del dolor que sentía en el estómago mientras cabalgaban por el sinuoso camino
que atravesaba las colinas y montañas que bordeaban el Desierto Rojo. Se cruzaron
con algún que otro granjero o pastor, pero la gente les prestó poca atención, ya que
ambos iban vestidos como mercaderes maridrianos, y las armas de Lara estaban
ocultas.

Se detuvieron cerca de un arroyo a mediodía para comer y dejar que los


caballos bebieran, pero aun así Aren no había dicho ni una palabra. Así que Lara
se sobresaltó cuando dijo:

—¿Cómo lo hiciste?

—¿Hice qué? —preguntó ella, a pesar de saber a qué se refería. Esta no era
una conversación que ella quisiera tener.

—¿Cómo y cuándo escribiste tu plan para infiltrarte en Iticana en la carta


que envié a tu padre? La escribí justo antes de que... —Se interrumpió, volviéndose
para juguetear con la silla de su caballo—. Olvídalo. No importa. No quiero saberlo.

—Aren...

—No quiero saberlo —Se subió a su caballo—. Vamos.

Con el pecho apretado, Lara llenó su odre en el arroyo, luego montó y cabalgó
tras él.

—La escribí la noche en que te dispararon en el hombro esos asaltantes


—Mientras decía las palabras, una visión de él arrodillado en el camino fangoso,
sangrando por todas partes mientras intentaba explicar su sueño de una Iticana
diferente, una no agobiada por la guerra y la violencia constantes, llenó su mente—.
Escribí el mensaje en todas las hojas sabiendo que eventualmente escribirías algo

175
a mi padre.

—No quiero oírlo —Espabiló a su caballo, pero tiró de las riendas al mismo
tiempo, y el irritado animal sólo resopló y se puso a brincar en el sitio—. ¡Muévete,
criatura estúpida!

—La noche que estuvimos juntos por primera vez, antes de salir contigo al
patio, estuve en tu habitación destruyendo el papel. Toda esa tinta derramada de la
que culpabas a tu gato era cosa mía. Y conté todas las páginas. La carta que habías
empezado y el resto, estaban todas allí. No sé cómo se me escapó una, pero que
sepas que cuando fui contigo creí que había puesto fin a mis planes.

Rindiéndose con el caballo, Aren se deslizó por un costado y subió por el


camino.

—¡No importa, Lara! Igual pasó.

¿Cómo podía no importarle? ¿Cómo no iba a importarle que ella hubiera


intentado impedir que sus planes vieran la luz? ¿Cómo no iba a importarle que ella
hubiera dado la espalda a su padre y a toda una vida de entrenamiento? ¿Cómo
no iba a importarle que la invasión hubiera sido tan impactante para ella como lo
había sido para él?

Agarrando las riendas de su caballo, se lanzó tras él.

—Aren, ¡escucha! Sé que es mi culpa, pero por favor, entiende que no era mi
intención que esto sucediera.

Se dio la vuelta, metiendo la mano en su abrigo y sacando una página


arrugada y desgastada de tanto doblar y desdoblar, y Lara la reconoció como aquella
maldita carta.

—He leído esto todos los días desde que tu hermana me lo puso en la cara.
Cada maldito día, leo tus planes y veo cómo me manipulaste. Cómo cada momento
juntos era sólo parte de tu estrategia para atraerme y hacer que confiara en ti. Para
encontrar la información que necesitabas para destruir todo lo que me importaba.

Locura o no, esa había sido la razón por la que nunca le había dicho que lo

176
había escrito en primer lugar: porque así era como ella sabía que él reaccionaría.

—Pero eso no es lo peor —gritó—. Tenías tus razones para hacer lo que
hiciste. ¿Cuál es mi excusa? Cada detalle que aprendiste, cada oportunidad que
tuviste para espiar... esos fueron mis errores. Traerte a Iticana fue mi error. Confiar
en ti fue mi error. Amarte fue mi error —Recogiendo una piedra, la lanzó contra
un árbol—. Iticana cayó por mi culpa, y si crees que volverá a levantarse bajo mi
mandato, estás muy equivocada.

Entonces comprendió, en ese momento, lo que alimentaba la ira en sus ojos.


No era ella. No lo que ella había hecho. Era a sí mismo a quien Aren culpaba en
realidad.

¿Y qué podía decir ella? Argumentar que no debía culparse por haber entrado
en su matrimonio de buena fe parecía hueco y tonto. Lara abrió la boca y la volvió
a cerrar, rechazando cada palabra que subía a sus labios.

—Aren…

Se interrumpió, el sonido de cascos llenando sus oídos. Girando en su silla,


miró hacia atrás, al camino por donde habían venido, pero era imposible ver nada
a través de los árboles.

—Viene alguien.

—Más de uno —Se acercó a su caballo, con la cabeza ladeada mientras


escuchaba—. ¿Oyes eso?

Captó los débiles sonidos de perros ladrando.

—Nos están rastreando. Tenemos que cabalgar a todo galope. ¡Ahora!

DURANTE DOS DÍAS recorrieron las colinas y los valles, luchando por eludir a los
perseguidores, que parecían no cansarse nunca, siempre a unos pocos pasos de
distancia, sin importar cuántos trucos empleara Lara. Robó monturas frescas para
ellos cuando se encontraban pequeñas aldeas y granjas, dejando a sus agotados

177
animales como pago. Pero no eran de la calidad de las monturas que montaban los
soldados de su padre, así que con cada hora que pasaba se acercaba el sonido de
los perros que ladraban y los cascos que galopaban.

—Saben a dónde queremos ir —le dijo Aren, moviéndose en su silla de


montar mientras los caballos bebían de un pequeño arroyo.

—Lo sé —Tapó el odre y se lo dio antes de llenar el otro—. Esperaba que


Serin descubriera mi plan, pero no tan rápido —Sólo rezó para que fuera porque la
conocía bien y no porque había capturado a una de sus hermanas.

—Tu padre tendrá soldados que subirán a todo galope por la carretera
principal de la costa y luego se moverán hacia el este para cortarnos el paso. No
tenemos ninguna posibilidad de adelantarnos a ellos. No con estos jamelgos1.

—No son jamelgos —murmuró, acariciando a su sudoroso caballo mientras


volvía a subir a la silla—. Simplemente no están hechos para la velocidad.

—Pido disculpas por haberles ofendido —espetó Aren—. Pero el hecho es


que la velocidad es lo que necesitamos ahora mismo.

Dormir era lo que ambos necesitaban. Ninguno de los dos había tenido más
de unas pocas horas, todas ellas en la silla de montar mientras el otro guiaba
los caballos. Ella estaba agotada y dolorida, y la constante hostilidad de Aren le
crispaba los nervios.

—Nos acercaremos al borde del desierto. No habrá mucha agua, por lo que
es posible que no esperen el movimiento. Una vez que los esquivemos, podremos
volver a la costa y comprar caballos más rápidos.

Si tan sólo tuviera la mitad de confianza que sus palabras.

Clavando los talones, lo guio por el estrecho sendero, echando de vez en


cuando miradas hacia atrás. Era imposible ocultar la ruta que seguían en el terreno
abrupto, ahora desprovisto de árboles, y ella podía ver el destello de la luz del sol
de un catalejo, una nube de polvo levantándose bajo los cascos.

1 Caballo flaco, viejo y desgarbado, de poco valor y utilidad.

178
Lo que daría por que lloviera en ese preciso momento, que cayera agua limpia
y fría del cielo y se llevara la suciedad, que le llenara la boca, que ahogara el olor de
su rastro. Pero la única clase de tormenta que podrían encontrar ahora era la que
estaba llena de polvo.

Con cada hora que pasaba, cabalgaban más hacia el este, el aire se volvía
más seco y el viento contenía el familiar aroma de la arena. Al instar a su caballo
a llegar a la cima de una colina, Lara se detuvo para mirar las arenas rojas que se
extendían ante ella, interminables y vastas como el océano.

—Seguiremos hacia el sur desde aquí todo lo que podamos hasta que los
caballos necesiten agua. Entonces...

Se interrumpió, sus ojos dirigiéndose a la nube de polvo que se movía hacia


ellos. Imposible.

—¡Maldita sea! —Aren gruñó las palabras, señalando detrás de ellos. Dos
grupos más, acercándose rápidamente. Acorralándolos por todos lados.

Por todos lados, casi, menos uno.

Girando a su caballo, Lara miró hacia el este, donde las arenas rojas parecían
cambiar y moverse con las olas de calor.

No estaban equipados para esto. No tenían suficiente agua, especialmente


teniendo en cuenta los caballos. Pero ahí fuera, al menos tenían una oportunidad,
mientras que quedarse significaba la muerte o la captura.

Tomando una decisión, Lara clavó los talones en los costados de su sudoroso
caballo y condujo a Aren y a su montura hacia el Desierto Rojo.

179
25

aREN

Traducido por Steph M

Corregido por Beth & -Patty

NUNCA HABÍA TENIDO tantísimo calor.

Se habían estado adentrando en el desierto por días, el polvo que levantaban


sus perseguidores siempre visible en el horizonte.

Había consumido toda el agua, su boca estaba seca como hueso, su piel
ardiendo bajo el incesante ataque del sol, con los labios agrietados. Debajo de él,
su caballo se tambaleaba, sus costados se agitaban y su pelo estaba blanco debido
al sudor seco. Este dejó escapar un gemido y cayó de rodillas, haciendo que Aren
cayera en la arena.

—¡Levántate! —Le gritó al animal, tirando de las riendas, pero solo yacía de
costado, con las fosas nasales dilatadas.

—Déjalo —Lara pasó junto a él, desabrochó las alforjas del animal y se
las entregó, para poder quitar también las de su caballo. Liberando así a ambos
animales, les acarició varias veces el cuello antes de cargarse los bolsos al hombro.

—Vamos a morir aquí —dijo Aren.

En lugar de responder, Lara levantó una mano para protegerse los ojos
mientras miraba a lo lejos.

—Aún no. Ahora, camina.

Pasaron las horas, cada paso era un acto de voluntad, cada respiración era
dolorosa. Pero Lara no vaciló y él se negó a ser el primero en romperse.

Subieron una duna que parecía llegar hasta el cielo, una montaña de arena
que se deslizaba y se movía bajo los pies de Aren, haciéndolo tropezar. Caer. Volver
a levantarse solo para repetir el proceso.

Estaba tan sediento. Tan sediento de una manera que él no había creído
posible, la necesidad de agua era tan terrible que el pánico se estaba apoderando
de él, era como estar atrapado bajo el agua y necesitar desesperadamente respirar.
Excepto que esta tortura parecía durar una eternidad.

Al llegar a la cima de la duna, se detuvo junto a Lara, jadeando, sabiendo que


debería mirar hacia atrás para ver qué tan cerca estaban sus perseguidores, pero
incapaz de reunir la energía para ello.

Y luego levantó la cabeza y vio lo que había hecho que Lara se detuviera en
primer lugar.

La pared de arena debía tener trecientos metros de altura, los relámpagos la


atravesaban y los truenos resonaban en las dunas momentos después.

Lara no se movió, mirando fijamente a la tormenta como hipnotizada, el


viento alborotando su cabello en una nube dorada. Apartando la mirada de ella,
Aren observó a los ocho hombres en camellos a lo lejos, agitando los brazos mientras
batían sus monturas a mayor velocidad.

181
—¡Lara! —Su boca estaba seca como un hueso—. ¿Pueden los camellos
aventajar a la tormenta?

Ella se dio la vuelta para observar la fuerza que se acercaba rápidamente.

—Eso es en lo que están apostando. Atraparnos o matarnos, luego correr


hacia el borde donde se refugiarán en tiendas de campaña hasta que acabe.

—Entonces peleamos contra ellos y tomamos sus animales.

Y tal vez, si no estuvieran al borde de la muerte por deshidratación y


agotamiento, ese sería un plan. Pero no les quedaban flechas para reducir las filas,
e incluso sacar el arma de su funda tomó casi toda la fuerza que tenía Aren. No era
una pelea que fuesen a ganar.

Y por la expresión sombría en el rostro de Lara, ella también lo sabía.

—La tormenta necesita pelear esa batalla por nosotros —Iniciando a trotar,
Lara se dirigió hacia la pesadilla de viento y arena.

182
26

LaRa

Traducido por Steph M

Corregido por Beth

ERA SU ÚNICA oportunidad.

La mayoría habría pensado que era un espejismo o una ilusión, pero ella
había vislumbrado un temblor verde a la distancia, un sexto sentido arraigado en
ella como resultado de una vida vivida en el desierto. Todo lo que tenían que hacer
era adentrase en la tormenta.

La cabeza le latía con fuerza, un golpeteo constante que rivalizaba con el


volumen creciente de los truenos, pero aun así siguió adelante, arrastrando a Aren
con ella.

Él tropezaba y caía, pero ella lo ayudaba a levantarse, colocando el brazo de


él sobre su hombro a pesar de que sus rodillas apenas soportaban su propio peso.
Un vistazo hacia atrás reveló que los jinetes estaban cada vez más cerca.

¿Qué les había ofrecido su padre? ¿Qué recompensa, qué riqueza, valía la
pena que cabalgaran hacia una muerte potencial para reclamar dos vidas?

O tal vez no era una recompensa.

Tal vez era el miedo a lo que su padre les haría si no lograban llevar de vuelta
las cabezas de ella y de Aren.

Los vientos se estaban alzando, llenando el aire de arena, y Lara se detuvo


para ajustar su bufanda para que así le quedara apretada sobre la boca y las orejas
e hizo lo mismo con la de Aren, solo que también le tapó los ojos.

—No me sueltes —le gritó, y luego lo guio hacia adelante.

Los ojos le picaban debido a la arena y el polvo, su cuerpo era incapaz de


producir lágrimas que los lubricaran.

Sin embargo, ella podía olerla. Agua. Salvación.

Estaban tan cerca.

Escuchó los gritos de los hombres de su padre incluso mientras el sol


desaparecía del cielo, oculto por el rápido remolino de arena. Minutos. Tenían
minutos antes de que la tormenta estuviera sobre ellos y no pudieran ver nada.

Tenían que continuar.

El rugido del viento era ensordecedor, su fuerza los azotaba desde un lado
y del otro, la arena raspaba su carne expuesta, sus ojos estaban en agonía pura
mientras sostenía la mano de Aren, arrastrándolo hacia adelante paso a paso.

Puedes hacerlo, se gritó a sí misma en silencio. Sobrevivirás a esto.

La oscuridad cayó, y Lara cerró los ojos, subiendo el pañuelo para ocultar
completamente su rostro.

No tenía sentido de la orientación. Apenas una noción de dónde era arriba y

184
dónde era abajo.

Ahora había cosas más pesadas que solo arena en el aire, y gritó cuando una
piedra le cortó el hombro.

A su lado, Aren tosía violentamente, luego se desplomó, apartando su mano


de la de ella.

—¡Aren! —gritó Lara, buscando a tientas en la arena, tosiendo igualmente,


pequeñas partículas se escabullían a través de su bufanda y hacían ahogar sus
pulmones—. ¡Aren!

Pero no podía encontrarlo, y estaba aterrorizada de moverse e irse por un


camino equivocado.

—¡Aren! —Buscó tan lejos como podía, girando en círculo sobre sus rodillas.
Pedazos de piedras la golpearon y le cortaron la ropa. Cortando también su carne—.
¡Aren!

Sus dedos rozaron una tela y Lara se abalanzó, encontrando su cuerpo caído.
Apretó los labios contra la tela de la bufanda de él a la altura que cubría su oreja.

—¡Levántate! —Serían enterrados si se quedaban quietos por mucho


tiempo—. ¡Gatea!

Él se movió, arrastrándose sobre sus manos y rodillas. Podía sentir cómo


se sacudía Aren cada vez que tosía, aunque no podía oírlo por encima del viento.
Sobre el fuerte crepitar de los truenos.

A través de sus párpados, vio un relámpago, le dolieron los oídos por el boom
que le prosiguió. Entonces su nariz se llenó con el olor a humo.

El rayo había alcanzado uno de los árboles del oasis.

Apenas era capaz de respirar, pero aun así se agarró con fuerza al abrigo
de Aren, para que ambos persiguieran el escurridizo olor que se arremolinaba y
bailaba a su alrededor.

Continua, canturreó. No permitirás que él muera.

185
Sus dedos se atascaron contra algo duro. Tosiendo, Lara tanteo el objeto.
Piedra lisa. Ladrillos.

La pared del patio de entrenamiento, ahora casi enterrada por la arena.

Ella siguió adelante con entusiasmo, siguiendo la pared, que eventualmente


rodearía el edificio donde se almacenaban las armas. Podrían refugiarse en el
interior hasta que pasara la tormenta.

Aren se derrumbó.

—¡No! —gritó ella—. ¡No! —Luego, un ataque de tos hizo que hablar le fuera
imposible.

Agarrando a Aren por debajo de los brazos, lo arrastró, un agonizante paso a


la vez. Cayendo y obligándose a levantarse de nuevo, comprobando constantemente
para asegurarse de que la pared seguía a su lado.

Pero él era tan condenadamente pesado. El doble de su tamaño, y ella estaba


agotada. Estaba exhausta y casi asfixiada, si pudiera simplemente recostarse y
descansar...

—¡No! —La palabra se forzó a salir entre respiraciones ahogadas.

Un paso.

Luego otro.

La pared desapareció debajo de su mano izquierda. Confiando en su memoria,


avanzó hasta chocar contra un edificio. Bajando a Aren al suelo, mantuvo una
mano sobre la de él mientras buscaba la puerta.

Ahí.

Estaba abierta, y arrastró a Aren adentro, dejándolo junto a la pared del


fondo. Volvió hacia la puerta, apartando puñados de arena del camino y luego
tirando de la madera hasta que esta se cerró y el pesado pestillo cayó en su lugar.

Le ardían los ojos y, cada tres respiraciones, tosía, su boca estaba llena de
arena y demasiado seca como para escupir. Pero Aren, temía, estaba en peor estado.

186
No se había movido de donde ella lo había dejado. Tosía casi continuamente,
pero era la deshidratación lo que más le preocupaba, porque podía matarlo. Lo
mataría si no le traía agua pronto.

Pero la tormenta podría durar horas. Días. Y los odres de agua atados a sus
costados estaban vacíos.

Dejando su bufanda envuelta alrededor de su rostro, Lara se arrastró en la


dirección de la tos de Aren, buscando a tientas hasta que puso sus dedos contra la
garganta desnuda de él. Su pulso estaba acelerado y su piel ardía con fiebre.

—Aren —Lo sacudió—. Aren, necesitas despertar.

Él gruñó y se movió, empujándola.

—Maldita sea —gruñó ella, el pánico apoderándose de su pecho—. No te


atrevas a morir frente a mí, idiota.

Necesitaba extraer agua del manantial, y tenía que hacerlo ya, con tormenta
o sin ella.

Después de bajar el pañuelo que le cubría los ojos, así él no se despertaría


con los ojos vendados, Lara tanteó el camino de regreso a la puerta. Asegurándose
de que su bufanda estuviera bien puesta, presionó su hombro contra la puerta y
empujó, sus botas resbalaron sobre el piso de piedra mientras luchaba contra el
viento.

Lentamente, se abrió un poco, y luego la tormenta la atrapó, arrancando la


madera de su mano y haciendo que golpeara contra la pared del edificio.

La arena y el viento se arremolinaron en el interior, sus oídos se llenaron


con un rugido atronador mientras luchaba por cerrarla de nuevo. Se colocó entre
la puerta y el edificio, estiró las piernas y empujó hasta replegar la puerta. Metió
el cuchillo en una bisagra para evitar que se abriera de nuevo, luego comenzó a
gatear.

El único sentido que le quedaba era el tacto, Lara se movió con una lentitud
minuciosa, porque si se perdía no llegaría al manantial, y mucho menos a Aren,

187
antes de que la tormenta la matara.

Su memoria la guio, sus dedos recorriendo los lados de los edificios y


cavando profundamente para encontrar el camino de mosaico de piedra que había
sido enterrado por la arena. La última vez que había pasado por ese sendero había
sido en esa fatídica cena, a punto de fingir la muerte de sus hermanas para salvar
sus vidas. El recuerdo llenó su cabeza con el chasquido de sus tacones, el olor a
comida en el aire, la sensación de faldas de seda contra sus piernas. Lo único que
este viaje tenía en común con ese último recorrido era el terror que sentía.

Pulgada a pulgada, se movió en dirección al manantial, con una tos que le


estrujaba sus costados y con sus manos ardiendo conforme la arena las raspaba. El
viento la golpeaba desde una dirección, luego desde otra, derribándola y golpeando
su cuerpo con piedras y ramas arrancadas de las plantas en el oasis, la sangre
goteando por su piel en una docena de lugares.

La cabeza le palpitaba tanto que apenas podía pensar, la desorientación la


hacía cuestionar cada movimiento que hacía, casi congelándola en su lugar.

Continua, gritó en silencio. Solo unos cuantos pasos más.

Pero, ¿y si estaba equivocada? ¿Y si estaba perdida?

Lara se quedó paralizada, el pánico la asfixiaba tanto como lo hacía la arena,


su respiración salía en jadeos demasiado rápidos que no le daban a sus pulmones
nada de lo que necesitaba. Un mareo se apoderó de ella. Sus brazos y piernas se
acalambraron, su cuerpo se curvó sobre sí mismo hasta que se convirtió en una
bola apretada en la arena.

Continua. ¡Eres la maldita Reina de Iticana! ¡No serás derrotada por la arena!

Con dolorosa lentitud, sus miembros obedecieron y se arrastró hacia adelante.

Su memoria le dijo que el puente peatonal sobre el manantial estaba justo


adelante, pero cuando los bajos muros de piedra que bordeaban el camino terminaron,
todo lo que sintió delante de ella fue arena. Manteniendo un pie presionado contra
la pared para no perderse, Lara se estiró, apoyando su peso en una mano mientras
buscaba algo reconocible con la otra.

188
Entonces, el suelo colapsó debajo de ella.

Cayó de bruces en una mezcla de arena y agua. Sacudiéndose, rodó, colocando


sus rodillas por debajo de ella y se sentándose, hundida hasta la cintura en la
porquería.

Maldiciendo, recordó la última vez que una tormenta de arena había golpeado
el complejo, cómo habían tardado semanas en dragar1 el manantial; y otro mes más
antes de que fluyera normalmente. El agua sería potable, pero tendría que filtrarla.

Desabrochando uno de los odres de agua de su cintura, Lara arrancó un trozo


de tela de su ropa y lo envolvió sobre la abertura, asegurándose de que estuviera
apretado. Luego lo sumergió en el caldo espeso, esperando hasta que el odre de
agua estuviera lleno antes de apartar su bufanda y tomar un trago. Estaba arenosa
y tenía un sabor terrible, pero aun así la sensación del agua fría en su boca era una
auténtica bendición, y se enjuagó la boca y escupió antes de tomar un largo trago.

Lara bebió todo lo que pudo sin ponerse enferma. Volvió a llenar su odre de
agua y también llenó el de Aren, asegurándose de que estuvieran bien sujetos a su
cinturón antes de regresar al sendero.

El agua le dio fuerzas y se arrastró rápidamente por donde había venido.

—Ya voy —murmuró mientras tosía—. Aguanta.

Alcanzando el edificio de armas, abrió la puerta con fuerza, asegurándola


detrás de ella. Por encima del rugido de la tormenta, pudo distinguir la tos de
Aren. Arrastrándose a ciegas hacia él, le levantó la cabeza y los hombros para que
descansara contra ella, luego abrió la tapa de uno de los odres de agua.

Esperando hasta que cesó su ataque de tos, le abrió la boca y vertió un poco
de agua antes de cerrarle la mandíbula hasta que tragó, repitiendo el proceso. En
la cuarta toma, él se atragantó y escupió. Soltándose de su agarre, rodó sobre su
costado.

—¿Aren?

1 Consiste en la limpieza y el ahondamiento de un cuerpo de agua, a partir de la remoción de rocas y sedimen-


tos

189
—Más agua —dijo con voz ronca, y Lara empujó el odre de agua en las
manos de él, escuchándolo tragar hasta que ella consideró que era suficiente, luego
se lo arrebató.

—Más.

—Un poco más y, simplemente, lo vomitarás —le dijo, bebiendo ella misma
del odre de agua—. Y no voy a volver a buscar más hasta que se calme la tormenta.

Lara se sentó contra la fría piedra de la pared, tomando otro sorbo de


agua. Sus ojos ardían con enloquecedora fiereza, y rezó para que el daño no fuera
permanente. Necesitaba enjuagarlos, pero para eso, necesitaba agua más limpia
que la que tenía. Estaba empapada por haberse caído al manantial, la arena la
raspaba en lugares donde realmente no debería, le dolían las tripas y todos sus
músculos estaban acalambrados. Pero lo peor de todo era que se estaba helando,
su ropa mojada era como hielo contra su piel mientras la temperatura del desierto
bajaba en la noche que apenas comenzaba.

—¿Dónde estamos? —La voz de Aren estaba ronca—. ¿Qué es este lugar?

Era un lugar secreto. Un lugar al que nunca tuvo la intención de volver.

—Aquí —susurró Lara, desabotonándose el vestido empapado y sacándolo


por su cabeza—, es donde empezó todo.

190
27

aREN

Traducido por Eileen

Corregido por Beth

AREN CAMINABA POR el frío pasillo, escuchando los truenos del tifón de afuera,
el aire pesado por la humedad y la electricidad de los rayos. Tenía cientos de cosas
por hacer. Miles. Pero como el hierro a un imán, era atraído incluso de sus tareas
más importantes para encontrarla.

Deteniéndose en el descansillo de la escalera, puso los codos sobre el


pasamano para mirar desde arriba el vestíbulo del palacio. Lara estaba sentada en
el piso entre una docena de niños que la miraban con una expresión absorta. Les
estaba leyendo, como a menudo hacía durante las tormentas, su voz subiendo y
bajando dramáticamente; los niños inclinándose hacia adelante con anticipación
mientras el cuento llegaba a su clímax. Sintiendo su presencia, levantó la mirada;
una lenta sonrisa cruzando su cara.

Boom.

El palacio se sacudió con la intensidad del trueno y varios niños saltaron


alarmados.

—Tranquilos —les susurró Lara—. No hay ningún peligro aquí.

Un relámpago destelló, iluminando la habitación abovedada, y a Aren le


pareció extraño que ocurriera; dado que no había ventanas.

Boom.

Todas las lámparas se apagaron, sumergiendo el palacio en la oscuridad.


Gritos llenaron el aire y Aren corrió por lo escalones, tropezándose en la oscuridad.

—¡Lara!

Más gritos.

—¡Lara!

Un relámpago destelló de nuevo, y por un momento, Aren pudo ver. Ver los
pisos y las paredes del palacio salpicadas de carmesí. Luego, una vez más, fue
lanzado a la oscuridad.

Boom.

—¡Lara! —gritó su nombre, sintiendo el entorno en la oscuridad—. ¿Dónde


estás?

Más relámpagos, iluminando a Lara de rodillas; su padre detrás de ella con


un cuchillo sobre su garganta.

—Dinos cómo romper Eranahl.

Aren se despertó de golpe.

Todo a su alrededor era oscuridad y ruido, y tosió violentamente, su boca tan


seca como el aserrín, su lengua sabía a arenilla.

192
El pánico corrió a través de él, y se arrancó la bufanda que envolvía su rostro,
sus nudillos rozando la suave textura de cabello.

Lara.

Su cuerpo tembloroso se presionaba contra el suyo. Uno de sus brazos


estaba debajo del cuello de ella, el otro envuelto alrededor de su torso con los dedos
entrelazados. Ella tosió, luego se giró para enfrentarlo, aún dormida. Y aunque
sabía que no debería, Aren apretó los abrazos a su alrededor, sosteniéndola cerca
contra el frío de la noche del desierto.

El ruido era increíble, tan intenso como el de cualquier tifón, el viento furioso
golpeando arena y sabrá Dios qué más contra los costados del pequeño edificio
de piedra. Los truenos hacían temblar el piso. A pesar de la puerta cerrada y la
falta total de ventanas; el polvo y la arena aún permanecían en el aire forzándolo
a ponerse de nuevo la bufanda sobre su nariz y boca, aunque odiaba la sofocante
sensación.

Lara había dicho poco luego de revelar que estaban en el complejo donde
había sido criada, ambos tan exhaustos que se habían quedado dormidos uno al
lado del otro, ella usando la camisa de él en lugar de su vestido mojado. Pero Aren
no había requerido ninguna explicación para darse cuenta de que le había salvado
la vida.

Lo último que recordaba era estar rodeado por una arenosa y sofocante
oscuridad, y luego nada; hasta que se había despertado cuando ella le vertía
agua en la boca. Lo que significaba que se las había arreglado para encontrar este
edificio y arrastrarlo al interior, y luego había vuelto a salir a buscar agua. Hazañas
que parecían imposibles, aunque ella había probado lo contrario, y le provocaban
admiración a regañadientes.

La capacidad de Lara de soportar las adversidades no era menos que


asombrosa, y eso lo sorprendía y, sin embargo, de alguna forma... no la hacía. Incluso
cuando le había estado ocultando su verdadera naturaleza, había demostrado
ser adaptable y estar dispuesta a empujarse a sí misma a través del peor tipo de
circunstancias. Parte de eso se debía al entrenamiento, el que Serin y el resto le

193
habían puesto a ella y a sus hermanas durante su tiempo en este lugar, pero eso
no era todo.

Fuerza de voluntad. Eso era lo que la impulsaba. Pura fuerza de voluntad y


tozudez para igualar.

Pero, ¿qué esperaba ganar al ayudarlo?

Si era que él la aceptara de nuevo, estaba perdiendo su tiempo. No importaba


si el que la carta llegara a su padre había sido un error, las consecuencias eran las
mismas. Y todo era el resultado de sus mentiras, sus engaños y manipulación. La
mujer de la que se había enamorado no existía; sólo era una máscara que Lara
había elegido usar por un tiempo. Él no la conocía. Ni quería hacerlo.

Mentiroso, una pequeña voz susurró dentro de su cabeza. ¡Mírate! ¡Si ambos
no estuvieran medio muertos, probablemente estarías entre sus piernas!

La ira se disparó a través de él y Aren sacó su brazo de debajo del cuello de


Lara y se sentó. Buscando en la oscuridad encontró su vestido, que estaba seco, y
lo posó sobre su forma dormida. Entonces el viento disminuyó abruptamente, la
descarga de proyectiles que atacaban el refugio cesó su acometida.

La puerta estaba delineada por una débil luz y él la abrió, parpadeando ante
el brillo del sol de la mañana, viendo cómo la pared de arena y la tormenta se
movían de manera constante hacia al oeste. Completamente diferente a los tifones
que azotaban Iticana, pero no menos mortal.

Cerrando la puerta detrás de él, evaluó el lugar donde había crecido Lara.

Había arena roja en todas partes, amontonada lo suficientemente alto para


cubrir parte de los edificios de piedra en el perímetro del complejo, pero su mirada
se dirigió inmediatamente hacia los árboles y el follaje, que parecían fuera de lugar
en el árido desierto.

Al igual que el olor del agua.

Aren caminó entre los edificios que estaban manchados de hollín, algunas de
las puertas estaban destruidas o carbonizadas. Pero no sé detuvo a investigar, su

194
sed lo llevaba hacia adelante.

Llegando a los troncos de los árboles, destruidos y sin hojas gracias a la


tormenta, encontró el manantial que alimentaba la vegetación, aunque no era más
que una sopa arenosa. Despejando la arena hasta que se formó una piscina de agua,
bebió de sus manos ahuecadas, teniendo arcadas por la arenilla al mismo tiempo
que apreciaba la sensación tibia del líquido en su lengua. Sólo cuando su sed fue
saciada es que avanzó hacia el centro del oasis, donde encontró una mesa grande
rodeada de sillas volcadas casi enterradas por la arena. Cubiertos esparcidos se
asomaban, brillando bajo el sol, y había platos rotos y trozos de vidrios esparcidos
alrededor.

Curioso, Aren se acercó más, pero su pie se atoró con algo en la arena y
tropezó; casi cayéndose. Estirándose para desenredar su bota, su mano se congeló
al darse cuenta de lo que había pisado.

Un cuerpo disecado.

Maldiciendo, liberó su pie de los huesos y la tela, pero mientras levantaba la


cabeza se dio cuenta que el cuerpo no estaba solo. A donde sea que mirase, huesos
sobresalían de la arena, la escena ya no parecía una fiesta abandonada sino una
tumba.

Exploró los edificios que estaban alrededor, los contenidos destruidos y


quemados, y encontró más cuerpos. Docenas de muertos, el fuego no había sido lo
suficientemente caliente como para consumir la evidencia. A pesar de haber visto
una gran cantidad de cadáveres en su vida, este lugar le ponía la piel de gallina.

—¡Aren! —La voz de Lara llegó a sus oídos y él salió, parpadeando por el
brillo del sol—. Aren, ¿dónde estás?

Deja que se asuste, le susurró la parte enojada de su conciencia. Déjala pensar


que te fuiste, que no la necesitas.

Entonces la vio acercarse por el camino usando sólo su camisa y las botas. Se
movía con lentitud, todavía con una venda alrededor de los ojos. ¿Qué le pasaba?

—¡Aren! —Tenía los brazos extendidos, usando los costados de los edificios

195
para guiarse, pero su bota se encontró con una piedra y se tropezó y cayó. Se puso
de pie de nuevo rápidamente, pero por la forma en la que se bamboleaba, se dio
cuenta que estaba desorientada. Perdida—. ¿Estás bien?

La angustia y el miedo en su voz hizo que se le apretara el pecho.

—Estoy bien, Lara. Quédate quieta. Voy para allá.

Caminando en su dirección, Aren removió cuidadosamente la venda, haciendo


una mueca al verla. Tenía los ojos casi cerrados por la hinchazón, la piel alrededor
estaba roja con rasguños, lágrimas bajaban por su rostro lleno de arena y sangre.

—¿Puedes ver algo?

—No mucho.

Recuerdos de la tormenta lo inundaron, de ella cubriéndole el rostro,


incluyendo los ojos. De ella llevándolo a un lugar seguro mientras sus ojos pagaban
el precio.

—Déjame echar un vistazo —No es que estuviera del todo seguro de cómo
ayudarla. Los ojos eran cosas delicadas, y mientras él era lo suficientemente hábil
con los huesos y suturando heridas, esto no era algo sobre lo que supiera mucho.
Pero al menos necesitaban ser enjuagados y él podía hacer eso—. Encontré la cocina
mientras exploraba. Debería tener lo que necesitamos para limpiarte.

Tomándole la mano, la guio por los pasillos, tratando de no notar la textura


de su piel bajo la de él. Ya no era aterciopelada y refinada de la forma que había
sido cuando estaban en Iticana, sino seca y callosa. A pesar de eso, la forma de su
mano, la manera en la que se enroscaba con la de él, era dolorosamente familiar.
La soltó en el momento en que llegaron a la cocina.

—Quédate aquí —masculló—. Voy a buscar algo de agua.

La arena estaba empezando a asentarse en el manantial, pero el agua seguía


turbia. Llenó una tetera y una olla y los llevó adentro. Después de pensar un poco,
se dirigió a unos de los edificios donde había visto restos de vestidos de seda y se
llevó lo que pudo agarrar con los brazos. Con varios intentos fue capaz de filtrar el

196
agua por la tela hasta que salió limpia, luego la hirvió en la estufa y dejó la olla a
un lado para que se enfriara.

—Una vez me dijiste que tu padre asesinó a todos los que sabían de sus
planes. ¿Es aquí donde ocurrió?

Ella volteó a un lado la cabeza, limpiándose las mejillas.

—Sí.

—¿Lo ayudaste a matarlos?

—No —Su era voz inexpresiva—. Pero tampoco hice algo para salvarlos.

Aren la observó, esperando, viendo el ligero tirón de los músculos en su


mandíbula. El ligero fruncimiento en sus cejas que ahora sabía significaba que ella
estaba considerando si decirle la verdad o mentirle.

Lara suspiró.

—Mi padre vino con su gente para recuperar a la chica que Serin había
escogido para que se casara contigo, la cual era mi hermana, Marylyn.

La mujer que había intentado matarlo en Midguardia, quien había matado a


Eli, así como a la madre y la tía del chico, y sabrá Dios a cuántos más. La hermana
que Lara había matado rompiendo su cuello.

—Yo era cercana a mi maestro de armas. La primera noche que la gente de mi


padre estuvo aquí, él organizó todo para que yo escuchara sus planes. Descubrí que
mi padre tenía intenciones de matarme a mí y al resto de mis hermanas la noche
que Marylyn fue anunciada oficialmente como su elegida, los costos asociados
a que nosotras siguiéramos vivas eran más de lo que él deseaba pagar. Lo que
significaba que tenía unos días para descubrir cómo salvar todas nuestras vidas.

—Tu padre me contó esta historia.

Ella frunció el ceño.

—¿Por qué?

197
—No lo sé —Una mentira. Había habido consuelo en su creencia de que Lara
no era el tipo de persona que se arriesgaba así misma en un intento de rescate.
Silas se había llevado eso—. ¿Por qué no le dijiste a tus hermanas y luego huyeron?
Con su entrenamiento, habría sido sencillo.

—Sí, pero también habría significado que pasaríamos toda nuestra vida
huyendo a no ser que matáramos también a nuestro padre y a su gente, que era un
gran riesgo. Además...—Se interrumpió, dando una ligera sacudida de cabeza—.
En aquel entonces, todas aún creíamos lo que nos habían dicho sobre la maldad de
Iticana y el sufrimiento de Maridrina. El irnos habría significado abandonar la que
creía era la única oportunidad de sanación de mi país, y no podía aceptarlo—Su
rostro se contrajo—. Ahora parece tan estúpido haber creído eso, pero supongo que
es difícil imaginarse ciego cuando se puede ver.

Ese era el motivo por el cual Silas las había mantenido ocultas. No para
protegerlas de ser asesinadas, sino para evitar que sus hijas descubrieran la verdad.

—¿Por qué tú? Podrías haber fingido tu muerte y la de tus hermanas y dejar
que Marilyn siguiera como la elegida de tu padre.

—Había algunos motivos de logística —Se mordió el labio inferior—.


Pero más que nada, se debía a que no creía que ella sobreviviría a ti —Se rio
amargamente—. No sabía en lo absoluto que sería al revés y que habrías sido tú
quién no sobreviviría a ella. Si nada más, al menos te salve de eso —Su voz se
rompió en la última parte.

Un par de lágrimas descendieron por sus mejillas hinchadas y tomó todo de


él no jalarla a sus brazos. En su lugar, se levantó, probó el agua y se dio cuenta que
ya se había enfriado.

—Pon la cabeza sobre la mesa —le dijo, enrollando un vestido de seda para
hacer una almohada que puso debajo de su mejilla—. Esto va a doler.

Ella apretó los dientes, pero no dijo nada mientras él cuidadosamente le


vertía agua sobre sus ojos inyectados en sangre. Su rostro estaba marcado con
raspones y moretones, pero seguía siendo hermosa.

198
¿Se habría enamorado de alguna de sus hermanas si hubieran sido las que
vinieran? ¿Habría cometido los mismos errores?

Tal vez, pero no lo creía. Había algo sobre ella. Algo que le había hablado a
su alma de una forma que ninguna otra mujer que había conocido lo había hecho.

Iticana nunca la perdonará, se reprendió silenciosamente. Y pedirles que lo


hicieran sería escupirles en la cara a todas las personas que habían perdido niños,
padres, hermanas y hermanos. No podía hacerlo, sin importar cómo se sentía por
ella.

Sin embargo, eso no significaba que necesitara seguir revolcándose en el


dolor de todas las cosas que no podían deshacerse. El pasado era pasado y sus ojos
necesitaban estar en el futuro.

Buscando en su bolsillo, Aren sacó la carta. La leyó al derecho y al revés,


pero por primera vez desde que Marylyn se la había dado, las palabras no lograron
encender su ira. Se puso frente a la estufa, mirando las llamas arder bajo la olla de
agua.

Lara se movió, levantando la cabeza.

—¿Qué se está quemando?

—Nada importante —le respondió, luego continuó observando cómo la carta


se convertía en cenizas.

199
28

LaRa

Traducido por Eileen

Corregido por Beth

PUEDE QUE EL complejo les haya salvado la vida, pero no era su salvación. No
cuando no había comida. Y no cuando más de los soldados de su padre estarían en
camino para asegurarse de que ella y Aren estuvieran muertos. Lo que significaba
que el mayor desafío estaba delante de ellos: cómo salir con vida del Desierto Rojo.

Sus hermanas habían despojado de suministros el complejo y lo que quedaba


estaba sucio con arena, roto o quemado. Peor aún, mientras sus hermanas habían
tomado el viaje más corto al norte hacia Maridrina, Lara y Aren necesitaban dirigirse
al sur hacia Valcotta, que era el doble de distancia.

—Encuentra cualquier cosa con la que se pueda llevar agua —le dijo a Aren—
. Y todo lo que sea comestible, aunque dudo que haya mucho.

Había estado en lo cierto. Aparte de un puñado de dátiles, un solo saco de


harina y un tarro de pimienta, Lara no había encontrado nada para comer. Había
varios árboles que producían frutas en el oasis, pero la tormenta los había despojado
por completo. Los jardines estaban enterrados en arena y lo que encontró debajo no
era más que pulpa incomible. Lo que significaba que estaban enfrentándose a cerca
de dos semanas sin comida.

—No hay mucho que encontrar.

Aren tiró los suministros que había reunido en el piso cerca del manantial,
en el cual Lara había estado usando una pala para excavar, su vestido empapado
de sudor por el esfuerzo. Era malditamente caluroso, pero necesitaban agua limpia
más de lo que ella necesitaba bañarse y era una actividad que era capaz de hacer con
los ojos cerrados. Qué, dada la forma en la que aún le escocían, era una bendición.

Buscando a tientas un vaso, lo llenó y se lo entregó a él.

—El agua es lo más importante.

—Y también es pesada —Lo escuchó beber, luego hubo un chapoteo y


murmuró—: Dios, se siente bien. Lo que no daría por nadar.

—¡Sal! —Chilló ella, forzándose a abrir los párpados, el horror por lo que él
estaba haciendo peor que el dolor—. ¡Está prohibido! —Ignorando cómo la miraba
mientras se salía, Lara levantó la mano, alzando un dedo a la vez mientras decía—:
Los animales no tienen permitido beber directamente para que no contaminen el
agua. Sólo recipientes limpios serán usados, preferiblemente de plata u oro. ¡Y
ningún maldito baño!

—Está lleno de arena y no hay nadie aquí más que nosotros.

Lo miró encolerizada, el efecto arruinado por el torrente de lágrimas que


bajaban por su rostro.

—¿Qué tal si no quiero beber el agua que ha remojado tus pies sudorosos?

Él se encogió de hombros como si esa fuera la única parte válida de la

201
discusión.

—Deberíamos cortar por la costa. Es más cerca.

—La costa estará muy vigilada. Los soldados de mi padre estarán vigilando
el desierto en caso de que aparezcamos.

Sus ojos exigían ser cerrados, pero Lara ignoró el dolor mientras Aren se
quitaba la camisa y la tiraba a un lado. Luego levantó una mano para sombrear su
rostro mientras escaneaba el desierto que los rodeaba. Tenía una nueva cicatriz a lo
largo de las costillas y otra justo encima del codo, y ella se encontró examinándolo
para ver si había otros cambios en el cuerpo que conocía tan bien. Estaba más
delgado de lo que había estado, el cautiverio había socavado algo de su masa
muscular, aunque no hizo nada para restarle valor a su atractivo. Aren se dio la
vuelta, y ella cerró los ojos de nuevo antes de que la atrapara mirándolo.

—No hay manera de que esos soldados sobrevivieran a esa tormenta —le
dijo—. Y cuando no regresen, tu padre asumirá que estamos tan muertos como
ellos.

—O que nosotros los matamos.

Resopló.

—Tal vez.

—Y sólo porque el grupo esté muerto no significa que no vendrán más —dijo
Lara—. Serin sospechará que intenté llegar aquí. No dejará nada al azar.

—Podemos emboscar a quién sea que mande. Tomaremos sus monturas y


municiones.

Apoyándose en la pala, Lara consideró la idea.

—No enviará un grupo pequeño, y vendrán bajo la cobertura de la oscuridad.

—Nos podríamos esconder y luego emboscarlos desde atrás cuando sea de


día.

—Podría funcionar si tuviéramos algunas flechas, pero mis hermanas se las

202
llevaron todas cuando huyeron, y no me gusta mucho la idea de ir mano a mano
con más de dos docenas de soldados entrenados.

Aren se quedó en silencio por un momento.

—¿Entonces qué sugieres? ¿Que nos sentemos aquí y lentamente muramos


de hambre?

Una gota de sudor rodó dentro de los rasguños alrededor de su ojo y Lara
hizo una mueca, reprimiendo las ganas de quitarse el dolor frotándose.

—Hay una ruta de caravana al este de aquí. Propongo que embosquemos a


un grupo comerciantes y nos llevemos lo que necesitamos para llegar a Valcotta.
Tendrán guardias, por supuesto, pero nada que nosotros dos no seamos capaces de
manejar.

Silencio.

Lara volvió a excavar arena, negándose a abrir los ojos y mirarlo, porque ya
podía sentir su juicio. Ya sabía las palabras que saldrían de sus labios aun cuando
tomaba el aire que necesitaba para formarlas.

—¿Quieres que matemos a comerciantes inocentes para tomar sus


suministros? Parece un poco cruel.

Ella era una sobreviviente, y para ser una a menudo se necesitaba ser cruel.

—¿Preferirías que muramos?

—Prefiero considerar opciones menos extremas. ¿Por qué no podemos pedir


ayuda a los comerciantes? O sólo robarles lo que necesitamos y dejarlos vivir. O
incluso mejor, usar algo de ese oro que sé que tienes para comprar lo que necesitamos.

Era extraño pensar que una vez había creído que él era un hombre cruel y
despiadado, completamente desprovisto de compasión. Que había pasado casi toda
su vida convencida de que cada iticano era igual.

Empujando la pala dentro de una pila de arena, se volvió para encararlo.

—Los comerciantes que nos encontremos son aquellos que se dirigen al

203
norte en los talones de aquella tormenta, lo que significa que si los dejamos vivos,
sólo será cuestión de días hasta que lleguen a las afueras del Desierto Rojo. Donde
sin duda se encontrarán con los soldados de mi padre, quienes los interrogarán
extensivamente. Justo ahora, tenemos la ventaja de que mi padre no está seguro de
si estamos vivos, lo que perdemos tan pronto como esos comerciantes describan ser
abordados por un par que tiene nuestra descripción.

—Soy consciente de ello —El tono de Aren era frío—. Pero tendremos
demasiada ventaja como para que nos atrapen en el desierto.

—Pero no la suficiente como para que los jinetes rápidos, capaces de cambiar
monturas todos los días, no sean capaces de llegar antes a Valcota e interceptarnos
en el lado opuesto.

—Tienes una respuesta para todo, ¿verdad? —Hubo un ligero sonido


metálico mientras pateaba la pala, luego un chapoteo mientras esta caía dentro del
manantial—. Y qué sorpresa que tu respuesta sea matar.

Lara podía sentir su temperamento crecer, la sangre en sus venas hirviendo


mientras luchaba por mantener la compostura. Pero era una causa perdida.

—¿Crees que quiero matar personas? ¿Que lo disfruto? —Abriendo los ojos,
caminó sobre la pila de arena y cerró la distancia entre ellos, sus manos cerradas
en puños—. No estoy intentando salvarme. Estoy intentando salvarte a ti porque
eres la única persona capaz de asegurar una alianza con Valcotta.

—¿Por qué tengo que ser yo?

—¡Porque! —gritó—, ¡aparte de Ahnna, eres el único Iticano cuya identidad


la emperatriz siquiera conoce! ¿Crees que ella va a comprometer a su flota en una
costosa batalla porque Jor se lo pida? ¿Porque lo haga Lia? Tienes que ser tú porque
eres la única persona que ella creerá que podrá cumplir con las promesas que le
hagas.

Él apartó la mirada.

—Sé de decisiones difíciles, Aren —Su voz tembló—. Sé lo que se siente


sacrificar vidas inocentes para salvar las vidas de aquellos que me importan —

204
Señaló a la isla, llena de huesos de sirvientes y músicos por los que no había hecho
nada para proteger—. Y eso me atormenta, pero no significa que no lo haría de
nuevo, porque la alternativa era la vida de mis hermanas. Sólo porque una decisión
es difícil no significa que no la tomas —Hizo una pausa y luego le preguntó—.
¿Entonces, cuál será? ¿Un puñado de comerciantes o cada maldita alma en Eranahl?
¡Elige!

Los únicos sonidos eran el goteo del manantial y el rugido de la sangre en


sus oídos

—No —Sacudió la cabeza—. No voy a matar gente inocente para salvarme el


pellejo. Me niego a hacerlo.

La frustración la arañaba como una cosa salvaje llena de desesperación,


porque mientras ella podía protegerlo de las tormentas, los soldados y la inanición,
no podía proteger a Aren de sí mismo. Lara abrió la boca para discutir, pero el
sonido de cascos golpeando piedra le llenó los oídos y su corazón se hundió.

—¡Escóndete!

Tomándolo del brazo, lo arrastró dentro del complejo, agachándose detrás


de uno de los dormitorios. Lo empujó contra la pared, demasiado consciente de los
duros músculos de su pecho desnudo contra su palma, la esencia familiar de él en
su nariz.

¡Concéntrate, tonta!

Con la empuñadura de su espada apretada en una mano, Lara se inclinó


hacia la esquina, escuchando.

—¿Cuántos? —le susurró Aren, su aliento tibio contra su oreja, su mano


agarrándole el antebrazo.

Sólo podía escuchar uno, pero no significaba que no hubiera más. No


significaba que no estuvieran llegando de todas partes, listos para atacar.

Torciéndose, Lara presionó la espalda contra la pared junto a él, escaneando


los alrededores por cualquier señal de movimiento, maldiciendo a su visión borrosa.

205
Pero no había nada. Nada más que el único individuo cuyo camello ahora bebía
agua del manantial. Una muerte fácil.

O lo sería, si no estuviera cegada por las lágrimas.

Levantando su arma, Lara tomó una respiración profunda.

—A la cuenta de tres —le artículo a Aren—. Uno.

Aren corrió a toda prisa a la vuelta de la esquina. Maldiciendo, Lara corrió


detrás de él.

Sólo para chocar contra su espalda.

—¿Qué estás haciendo? —le gruñó.

—Le agradezco a la Señora Suerte —le respondió, luego se hizo a un lado—.


Mira por ti misma.

206
29

aREN

Traducido por albasr11

Corregido por Beth & -Patty

EL CAMELLO TENÍA la cabeza metida en el manantial, su garganta convulsionando


al tragar sorbo tras sorbo de agua, aunque uno de sus ojos se movió en su dirección
cuando Aren se acercó.

Todavía llevaba una brida y una silla de montar, esta última sentada sobre
adornos en colores maridrianos, pero lo que más interesaba a Aren era el hombre
muerto colgando boca abajo junto al camello, un pie enredado en una parte de la
silla.

—Supongo que nadie le explicó las reglas sobre el agua al camello —Se
dirigió hacia el par.

—¡Aren, podría ser una artimaña! —Lara se interpuso en su camino,


escaneando sus alrededores.
Él la esquivó.

—No lo creo —O al menos, eso era lo que su instinto, junto con años de
experiencia de repeler asaltantes, le estaba diciendo.

El camello se movió hacia un lado cuando Aren alcanzó las riendas colgando,
haciendo un ruido horrible antes de chasquear sus dientes amarillos hacia él.

—No lo molestes mientras está bebiendo —Lara se fue a parar junto a él, arma
todavía en mano. Con el ceño fruncido, desenganchó el pie del soldado muerto, el
hombre cayendo al suelo con un ruido sordo.

Aren arrastró el cadáver fuera del alcance de los cascos del camello, luego se
agachó para examinarlo. El cuerpo del soldado estaba maltratado por ser arrastrado,
la piel restregada por la arena y tormentas, pero Aren determinó que había estado
muerto por menos de un día. Lo que significaba que era muy probable que fuera
uno de sus perseguidores. Y con suerte eso significaba que el resto de ellos estaban
muertos.

Lara quitó la silla del animal y la dejó caer junto a Aren, dejándolo desabrochar
las hebillas de las alforjas y extraer el contenido. Carnes secas, frutas y nueces.
No mucho, pero bastaría para mantenerlos durante unos días. Posiblemente una
semana.

También había lonas y cuerdas para una carpa, los postes faltantes fácilmente
reemplazables. Dos odres de agua, que añadió a la pila, y en el fondo de la alforja,
un frasco que estaba lleno de whisky.

—Parece bueno —Lara soltó la pezuña trasera del camello, que había estado
inspeccionando, y le dio al animal una palmadita en el cuarto trasero—. ¿Las bolsas
tienen lo que necesitamos?

—Suficiente para arreglárnoslas.

—Bien —Lara se desempolvó las manos en la falda—. Dejaremos a este


chico beber hasta saciarse y luego le daremos el forraje que queda en los establos.
Descansemos un poco. Nos vamos esta noche.

208
30

LaRa

Traducido por albasr11

Corregido por Beth & -Patty

EN LUGAR DE seguir su propio consejo, Lara dejó a Aren dormido en una de las
camas, incapaz de resistir seguir explorando el lugar que una vez había sido tanto
su prisión como su hogar.

Sus piernas la llevaron a través de los dormitorios, moviéndose de habitación


en habitación hasta que llegó a la que había compartido con Sarhina, que estaba
prácticamente intacta. Apenas lo suficientemente grande para los dos estrechos
catres que contenía, estaba desprovista de cualquier toque personal, porque tales
cosas siempre habían estado prohibidas para ella y sus hermanas. La pequeña
cómoda estaba marcada con hollín, pero al abrirla reveló la ropa que había usado
durante su tiempo aquí.
Quitándose el vestido arruinado, inspeccionó sus heridas lo mejor que pudo,
sus ojos todavía fluyendo con lágrimas. Se puso ropa interior limpia, pantalones,
una camisa de lino y un abrigo, luego se trenzó el cabello, sintiéndose más humana
de lo que se había sentido desde la noche en que había rescatado a Aren.

Cayendo de rodillas, levantó la piedra suelta debajo su cama, revelando


el pequeño agujero donde había escondido su caja de madera llena de tesoros
infantiles. Se sentó en la cama con la caja en su regazo y levantó los contenidos
uno por uno.

Un brazalete que Bronwyn le había tejido con cuero, el cual se puso en la


muñeca.

Una brillante moneda de plata que Sarhina había encontrado y le había dado,
la

cara desgastada más allá del reconocimiento, la cual metió en su bolsillo.

Trozos de papel con notas quejándose de su maestros, que sus hermanas


habían escrito y pasado entre ellas.

Esos los hojeó, sonriendo con algunos, su corazón rompiéndose con otros,
porque muchos de sus maestros habían sido crueles en su tutela. El nombre de
Serin estaba notablemente ausente, ninguna de las chicas lo suficientemente
valientes como para escribir algo crítico sobre él. Siempre había sido demasiado
bueno descubriéndolas.

Dejando el paquete a un lado, volvió a meter la mano en la caja y apartó


un frasco en favor de un collar de plata con un pendiente de zafiro colgando de
él. Tenía el tamaño para un niño, demasiado pequeño para cerrarlo alrededor de
su cuello ahora, pero aun así lo sostuvo contra su garganta, con lágrimas que no
tenían nada que ver con la arena que brotando de sus ojos ante su sensación.

Su madre se lo había dado. Lara tenía solo unos pocos recuerdos de la mujer,
pero uno de ellos había sido de ella abrochando este collar alrededor del cuello de
Lara. Ella había estado usándolo cuando los soldados de su padre se la llevaron, y
lo había escondido todos estos años, su más preciada posesión. Prueba de que en

210
algún momento, había sido amada.

Y la madre que la había amado había muerto por eso.

Un sollozo brotó de su garganta y se dobló, sus hombros temblando.

—¿Estás bien?

El catre frente a ella crujió y levantó la mirada, encontrando a Aren sentado


ahí, con los codos apoyados en las rodillas mientras la miraba.

—Mi madre me lo dio —dijo ella, levantando el collar—. Es lo único que me


queda de ella.

—Me alegra que hayas tenido la oportunidad de recuperarlo.

Frotando su pulgar sobre la piedra, Lara asintió.

—Yo estaba usando el collar de tu madre la noche... —La voz de ella se


apagó, sacudiendo la cabeza—. Fue así como volví. Tracé las piedras en un trozo
de papel y lo usé como mapa.

—Astuta.

—Supuse que lo querrías de vuelta, así que lo dejé en Eranahl.

Él no respondió, solo miró al suelo entre ellos.

—Cuando te buscaba, encontré la habitación donde Serin mantenía sus...


herramientas.

Ella se puso rígida, sabiendo exactamente a qué se refería Aren. Serin


consideraba la tortura una forma de arte a perfeccionar, y por cortesía de su
entrenamiento, ella había estado tanto en el extremo receptor como el portador de
esas herramientas.

—Serin no podía dañarme físicamente, así que me obligaba a mirar mientras


torturaba a los iticanos que atrapaba. Cuando no estaba haciendo malditas
preguntas sobre cómo violar las defensas de Eranahl, hablaba de las cosas que
les había hecho a ti y a tus hermanas. Y las cosas que las había hecho hacer entre

211
ustedes.

Lara sintió que la sangre se le escapaba de la cara, y miró hacia otro lado.

—Nosotras doce no fuimos las únicas chicas que fueron traídas al recinto.
Éramos veinte. Dos murieron por enfermedad. Cuatro murieron en entrenamiento
de combate y una en un accidente. Pero una... Su nombre era Alina, y se negó
a jugar los juegos de Serin. Se rehusó una y otra vez. Entonces una noche, ella
desapareció —Lara tragó saliva—. No creo que haya escapado.

Aren asintió lentamente.

—A él le gustaba especialmente decirme lo que tenía intención de hacerte,


cuando te atraparan. Me engañaba para que creyera que te habían atrapado. Y
estaba aterrorizado porque sabía que si alguna vez tenían éxito, les diría todo lo
que querían saber.

Un dolor sordo se formó en el estómago de Lara. Por el dolor que Aren había
soportado, y también porque Serin había sido capaz de utilizarla en su contra.

—Recibirá lo que se merece uno de estos días, te lo prometo.

—No estoy seguro de que eso cambie nada.

Necesitando cortar la tensión, ella preguntó—: ¿Cómo es mi hermano?

Aren dejó escapar un suspiro.

—Es malditamente horrible. No lo soporto.

—No pregunté tu opinión sobre él. Pregunté cómo es.

—Es un listillo maquinador y bastante cautivado por su propia inteligencia.

—¿Es inteligente?

Aren asintió de mala gana.

—Sí. Pero él es... difícil de descifrar. Afirma que solo quiere la corona porque
la alternativa es una tumba junto a sus hermanos, pero no estoy convencido. Tu
padre lo detesta por no encajar en el molde que tiene en mente de un heredero, pero

212
Keris lo provoca en lugar de complacerlo —Frunciendo el ceño, miró fijamente el
suelo de piedra agrietado bajo sus pies—. Está dispuesto a arriesgar su vida para
mantenerse dentro de ciertos principios, pero habla de él mismo como si fuera un
cobarde. No tiene sentido para mí.

—No confíes en él, Aren. Él solo te ayudó a ti y a la mujer de Valcotta a


escapar porque alimentar a Eranahl promueve sus propias ambiciones.

—Creo que es más complejo que eso —respondió, luego metió la mano en su
caja de tesoros y sacó el último artículo—. ¿Qué es esto?

—Veneno.

—La mayoría de las chicas guardan cartas de amor en sus cajas de tesoros,
pero tú guardas armas homicidas.

La risa que salió de su garganta fue amarga.

—Es lo que usé para fingir la muerte de mis hermanas, es mi propio brebaje.
Más de unas pocas gotas y estás muerto, así que ten en cuenta que no debes meter
tus pies en mi agua potable de nuevo.

—Anotado.

Poniéndose de pie, Lara empujó la botella, junto con el collar, en el bolsillo


de su abrigo.

—Vamos. El sol está a punto de ponerse, y tenemos que empezar a caminar.

213
31

LaRa

Traducido por daemon

Corregido por Beth & -Patty

NO LO PRESIONES demasiado. Por milésima vez, el pensamiento rodeó la cabeza


de Lara, y lanzó una mirada de reojo hacia donde Aren caminaba penosamente
por la arena, con los hombros inclinados y el rostro marcado por las sombras de la
lámpara que ella llevaba.  

Llevaban una semana caminando y todavía no habían llegado al oasis más


cercano en el puesto de avanzada de Jerin.

Ella no había tenido en cuenta el precio que le había cobrado el cautiverio,


mental o físicamente. El Aren que ella conoció en Iticana estaba tan en forma como
un hombre, capaz de llevarse a los extremos durante días, semanas, a la vez sin
vacilar. Pero durante el encarcelamiento, lo habían encadenado, sin caminar nunca
más allá de la distancia entre sus habitaciones y los patios del palacio, la vida
sedentaria estaba tan en desacuerdo con lo que él era que era un milagro que no se
hubiera vuelto loco.

Si hubieran podido seguir con su plan y viajar por la costa, él habría estado
bien, o lo suficientemente cerca de eso como para no causar preocupación, pero
el Desierto Rojo era un viaje completamente diferente. Una bestia completamente
diferente.

Aren conocía el calor, pero no así. Y dudaba que alguna vez hubiera pasado
más de unas pocas horas sin agua. ¿Por qué tendría que hacerlo cuando los cielos
de Iticana proporcionaban más de lo que uno podía beber? Incluso la verdadera
hambre era una extraña para él, porque las islas estaban llenas de cosas para
comer si uno sabía dónde buscar, razón por la cual su gente sobrevivía incluso
aislada del puente como estaba.

Pensar en los Iticanos hizo que Lara rechinara los dientes de frustración. Ella
y Aren estaban retrasados, lo cual no era algo que pudieran permitirse. La temporada
de calma, lo que una vez habían sido las Mareas de Contienda, pronto comenzaría,
lo que significaba que tenían poco tiempo para conseguir la ayuda de Valcotta para
expulsar a Maridrina. Cualquier otro retraso y perderían la oportunidad, ya que
un ataque durante la temporada de tormentas sería imposible. Incluso si su padre
perdía el apoyo de la armada amaridiana, seguiría siendo casi imposible para los
de Eranahl sobrevivir a otra temporada de tormentas sin el puente.

Aren eligió ese momento para tropezar, casi caer, y el corazón de Lara se
hundió. Tirando de la correa del camello hasta que se detuvo, dijo—: Sube y monta
un poco.

—De ninguna manera.

Aren no se llevaba bien con el camello, al que ella había bautizado como
Jack, ambos lanzándose miradas oscuras el uno al otro cuando pensaban que el
otro no estaba mirando. Ella lo había convencido de montar una vez antes, pero
mientras Aren todavía se estaba enderezando en la silla, Jack se había levantado,

215
enviando a Aren a caer de cabeza en la arena. Decir que se había tomado mal el
incidente sería quedarse corto.

Lara se mordió el interior de las mejillas.

—El oasis de Jerin está a solo unas horas de aquí. Si vamos a entrar y salir
sin ser atrapados, necesitas no tropezar con tus propias botas.  

—Nos queda mucha agua. Lo pasamos por alto y seguimos caminando.

Probablemente tenían suficiente agua para pasar, pero la pequeña cantidad


de comida que había estado en las alforjas de Jack se había ido. Lara no creía que
Aren pudiera pasar otra semana de estas condiciones con el estómago vacío. No
estaba segura de si ella podría.

—Jack ha pasado una semana sin beber. Necesita un poco de agua —Una
mentira, dado que el animal podría pasar fácilmente otra semana sin agua, incluso
con este calor. Pero Aren no lo sabía—. Así que, a menos que quieras ceder tu parte,
tenemos que parar.

—No voy a matar a comerciantes inocentes.

Lara alzó los ojos hacia las estrellas, rogándoles paciencia.

—Es probable que haya cerca de cien personas en Jerin, por lo que matar a
todos para mantenerlos en silencio no es una opción. El sigilo lo es. Pero ahora
mismo no podrías escabullirte por una taberna harendeliana llena de borrachos.

Casi podía escuchar su terquedad luchando con su practicidad, pero finalmente


esta última ganó y dejó de caminar.

—Sólo por una hora.

—Bien —Instando al camello a que se echara, esperó a que Aren se subiera


y luego sacó un poco de cuerda.

—¿Qué estás haciendo?

—En caso de que te duermas. No necesito que te caigas y te rompas el cuello.

216
Que le permitiera atarlo a la silla era testimonio de su cansancio, pero Lara
no dijo nada mientras completaba el trabajo, empujando a Jack para que se pusiera
de pie y guiándolo hacia adelante.

Caminaron a través de la noche y, como ella había anticipado, las zancadas


del animal arrullaron lentamente a Aren para que se durmiera, sus hombros cayeron
cada vez más abajo hasta que su rostro descansó contra el cuello del camello. Fue
en ese momento cuando una leve brisa los envolvió y Jack levantó la cabeza con
interés, acelerando el paso.

—¿Hueles el agua, muchacho? —preguntó, dándole palmaditas en el


cuello—. Bien. Sigue caminando en esa dirección.

Gimiendo, Jack tiró de la correa, tratando de que ella se moviera más rápido.

—Lo sé —murmuró—, pero necesito que me ganes algo de tiempo.

Deteniendo al animal, le ató las patas para que solo pudiera moverse a paso
lento. Se quitó todos los odres de agua vacíos y se los echó por encima del hombro.

—Cuida de él por mí —dijo, acariciando el cuello del camello, luego echó a


correr lentamente en dirección al oasis.

SOLO LE TOMÓ una hora más o menos llegar al puesto de comercio que rodeaba el
pequeño lago, la luz brillante de la lámpara haciendo que el puesto de avanzada
brillara como el borde ardiente de un sol eclipsado.

Agachada detrás del borde de una duna, Lara examinó los edificios. Eran
estructuras de piedra, casi sin ventanas, como las del recinto donde se había criado.
Campanas hechas de vidrio de colores colgaban de las líneas del techo, llenando
el aire con una música suave, y en la arboleda bien iluminada entre los edificios
y el agua, paneles de seda de colores colgaban de las ramas. Era la influencia de
Valcotta, la frontera entre las dos naciones tan indefinida aquí como lo era a lo
largo de la costa, aunque mucho menos disputada. A ninguna nación le importaban
mucho unas pocas millas de arena, o al menos, no lo suficiente como para marchar
con un ejército al desierto para luchar por ella. Como tal, Jerin era un puesto de

217
avanzada de ambas naciones o ninguna, dependiendo de a quién le preguntaras.

Acercándose, Lara miró a la gente en las calles, el negocio del puesto de


avanzada reflejando los hábitos nocturnos de quienes viajaban por la ruta de las
caravanas. Muchos eran sus compatriotas, reconocibles por sus pantalones, botas
y abrigos ajustados, mientras que los valcottanos preferían prendas voluminosas
que ceñían muñecas, tobillos y cinturas, sandalias de cuero atadas a los pies. Los
valcottanos también poseían tez significativamente más oscura, su cabello castaño
rizado cortado corto o envuelto en apretados nudos en la parte superior de sus
cabezas.

Todos se movían en grupos, y Lara notó que se daban un amplio espacio


entre ellos a pesar de la regla de paz no escrita en el oasis. Una señal, pensó, de
que el conflicto entre Maridrina y Valcotta estaba llegando a un punto febril. Lo que
solo funcionaría a favor de Aren e Iticana.

Moviéndose a una carrera lenta hacia el puesto de avanzada, se detuvo cuando


dos perros ladrando irrumpieron entre los edificios y se dirigieron directamente
hacia ella. Extrayendo la pimienta que había encontrado en el recinto, y que había
traído con ella precisamente para este propósito, se la arrojó a las caras de los
animales a medida que se acercaban. Los perros inmediatamente empezaron a
estornudar, manoseándose el hocico, permitiendo a Lara meterse en el estrecho
espacio entre dos edificios sin ser molestada.

Y allí hizo una pausa.

Hubo una refriega de ruido y alguien abrió una puerta.

—¿De qué se trata todo ese alboroto, malditas criaturas? ¡Regresen aquí!

Lara saltó a un barril y alcanzó el borde del techo. Subió silenciosamente a


la cima y se arrastró a lo largo de la superficie plana hasta llegar al lado opuesto,
donde pudo observar las idas y venidas.

Su maestro de armas, Erik, le había descrito el oasis una vez, y esa


información, junto con lo que podía ver, eran el límite de su conocimiento. Muchos
de los edificios eran alojamientos para viajeros, aunque algunos eran residencias

218
privadas de quienes establecían permanentemente su hogar en el oasis. Había varios
establecimientos que ofrecían comida, bebida y entretenimiento, una herrería,
una serie de establos y varios edificios bien iluminados que parecían brindar los
servicios necesarios a quienes cruzaban el desierto de un lado a otro.

Había principalmente hombres moviéndose por las calles estrechas, pero


Lara vio a algunas mujeres valcottanas, con la cabeza erguida y orgullosa, los
bastones que preferían como armas en sus manos. También había personas de
otras naciones, identificables por sus vestimentas y complexiones. Ninguno parecía
ser iticano, pero eso significaba poco porque sabía con qué facilidad la gente de
Aren adoptaba disfraces.

El sabroso aroma de la carne cocida pasó flotando por la nariz de Lara, su


atención desviándose unos edificios abajo hasta donde una mujer estaba parada
junto a una parrilla, que estaba cargada de brochetas. Su boca se hizo agua incluso
cuando su estómago gruñó. Primero el agua, decidió, volviendo su atención a la
oscuridad del lago más allá. Tendría que cruzar tres calles para llegar a los árboles,
todas bien iluminadas, y estar sola llamaría la atención de inmediato.  

Lo que significaba que necesitaba una distracción.

El fuego era la elección obvia, pero como si estuviera sentado a su lado, Lara
sintió el juicio de Aren ante la idea de destruir los hogares o los medios de vida de
las personas por una distracción. Con el ceño fruncido, Lara consideró sus opciones
mientras miraba a un grupo de camellos atados en las afueras de la ciudad, con
las espaldas cargadas de bienes y suministros, y un solo niño vigilándolos. Pero
solo había espacio abierto a su alrededor, por lo que era casi imposible acercarse
sigilosamente a los animales.

Debajo de ella, los perros finalmente se habían recuperado de la pimienta,


aullando mientras corrían arriba y abajo entre los edificios.

Lo que le dio a Lara una idea.

Esperó el momento oportuno, luego se levantó y saltó la brecha hacia el


edificio vecino. Luego el siguiente. Se acercó al frente de la casa y escuchó a la
mujer tararear mientras iba y venía entre tareas en el interior y rotaba la carne a

219
la parrilla. Desenvainando su espada, Lara sostuvo la punta de la hoja, esperando.
Cuando la mujer volvió a entrar, se inclinó sobre el borde, enganchó la empuñadura
de la espada debajo de una de las brochetas y la deslizó hacia arriba hasta asegurar
la carne. Luego lo levantó con cuidado y se escabulló hacia la parte trasera de la
casa.

Incapaz de resistirse, se metió un trozo en la boca, sin importarle cuando la


carne le quemó la lengua. Soltando el resto de la carne, abandonó el pincho y bajó
la mano entre las casas, llamando inmediatamente la atención de los perros.

Haciendo una mueca mientras ladraban y saltaban, Lara se apresuró al lado


opuesto de la casa, seguida por los perros. Esperando hasta saber que la estaban
mirando, arrojó la carne sobre los lomos cargados de los camellos.

Los perros echaron a correr tras el premio, los camellos levantaron la cabeza
alarmados mientras los animales corrían hacia ellos, el aire llenándose con sus
fuertes bramidos.

Como uno solo, los camellos se abalanzaron, soltaron sus ataduras y


galoparon hacia la ciudad, con los perros en persecución. Su cuidador gritó, tratando
de agarrar sus correas, pero era una causa perdida, y pronto las calles se volvieron
locas con hombres y mujeres persiguiendo a los camellos, el aire llenándose de
gritos.

Asegurándose de que su bufanda estaba asegurada sobre su cabello, Lara


saltó del edificio y se unió al caos, abriéndose paso calle tras calle antes de
esconderse en las sombras de la arboleda. Moviéndose con cuidado a través del
follaje, se apresuró hacia el lago.

Para mantener el oasis limpio y puro, se habían colocado piedras


cuidadosamente para que se pudiera llegar al agua sin entrar en ella. Cayendo de
rodillas, Lara se inclinó para llenar un odre de agua. Uno tras otro los llenó, luego
regresó al borde de la arboleda.

En la distancia, podía distinguir gritos de rabia, los comerciantes cuyos


camellos había asustado reprendiendo al dueño de los perros. Eran maridrianos,
a juzgar por los acentos, mientras que el dueño de los perros era valcottano. Más

220
y más voces se unieron a la refriega, el incidente inclinando la frágil paz entre la
gente de las dos naciones, y pronto los puños comenzaron a volar. Llegó más gente
corriendo de todas las direcciones, y Lara hizo una mueca al darse cuenta de que el
fuego podría haber causado menos daño que la pelea que había instigado.

Pero ahora no había nada que hacer al respecto.

Lara se unió a los que gritaban y corrían hacia el altercado, que era en el
mercado. Los camellos habían derribado varios puestos, y había más de una docena
de hombres alborotados sumándose al caos.

Pasando entre la gente, Lara agarró un saco de albaricoques secos que


habían sido derribados de un puesto del mercado y un puñado de bollos pequeños
de una bandeja en otra, todos demasiados distraídos por la pelea para notar su
robo. Agarrando algunos alimentos más, Lara dio un paso atrás entre dos puestos,
arrastrándose detrás de una fila de ellos.

Todo lo que tenía que hacer ahora era salir de la ciudad, interceptar a Aren
y Jack, y luego...

Manos carnosas atravesaron la parte trasera del puesto y se cerraron sobre


sus antebrazos. Y una voz profunda dijo—: Aquí está nuestra pequeña ladrona.

221
32

aREN

Traducido por daemon

Corregido por Beth & -Patty

AREN SE DESPERTÓ sobresaltado, con las manos luchando por agarrarse mientras
se deslizaba hacia los lados. Sus dedos se aferraron al cuello del camello, su cabeza
nadaba con mareos mientras se enderezaba con cuidado en la silla. A la que estaba
atado.

Miró el sol naciente y luego gruñó—: ¿Por qué no me despertaste?

Sin respuesta.

Girando en la silla, escudriñó sus alrededores, pero Lara no estaba a la vista.


La inquietud llenó su pecho. ¿Se había derrumbado? ¿Estaba ella detrás de él en
alguna parte, indefensa en la arena?
Agarrando las riendas del camello, tiró de ellas, tratando de obligar al animal
a girar, pero Jack lo ignoró, con las orejas levantadas hacia algo que Aren no podía
ver en la penumbra.

—No quieres dejarla atrás —dijo Aren, tirando de nuevo de las riendas—. Le
gustas. A mí no.

Pero sus esfuerzos fueron infructuosos.

Rindiéndose, Aren soltó las riendas y comenzó a desatar los nudos que
ataban sus piernas a la silla de montar, lo único que le había impedido caer del
todo. Deslizándose hasta el suelo, clavó los talones, tirando del camello a la fuerza
para detenerlo. Fue solo entonces que notó las ataduras alrededor de las patas
delanteras de Jack.

¿Ella había intentado detenerse a pasar la noche y el camello se había alejado


con Aren a bordo? Incluso cuando el pensamiento cruzó por su mente, sacudió la
cabeza, la cual le dolió por el movimiento. El abrigo de Lara y todos sus suministros
todavía estaban sujetos a la silla de montar, e incluso si se hubiera asustado, Jack
no podía moverse lo suficientemente rápido en las ataduras para escapar de las
manos expertas de Lara.

Una leve brisa rozó el rostro de Aren, y el camello tiró insistentemente de la


correa, mostrando más entusiasmo por la velocidad del que Aren había visto en él
durante todo el viaje. Y solo podía haber una razón para eso: agua. El camello se
dirigía hacia el oasis del que había hablado Lara.

En un instante, la mente aturdida por el sol de Aren comprendió lo que Lara


había hecho, y maldijo, pateando la arena. Jack aprovechó la oportunidad para
intentar seguir adelante, pero Aren tiró de él hacia atrás.

—Tenemos que esperar a que Su Majestad regrese para no frustrar su precioso


plan.  

El borde del sol apareció en el este, subiendo más y más alto, pero Lara no
regresó. Aren bebió profundamente de uno de los odres de agua y se secó el sudor
de la frente mientras escudriñaba el horizonte en busca de movimiento.

223
Jack expresó su disgusto por la demora, el ruido haciendo eco sobre las dunas
vacías.

— Lo sé —respondió al camello—. Ya debería estar de vuelta.

Lo que significaba que algo había salido mal.

224
33

LaRa

Traducido por daemon

Corregido por Beth

LA PUSIERON EN una maldita picota1.

En medio del mercado, el grandullón y sus amigos habían obligado a Lara,


pateando y gritando, a arrodillarse mientras su cabeza y sus manos eran empujadas
contra el marco de madera de la picota, la pieza superior golpeando hacia abajo
para mantenerla en su lugar mientras les escupía maldiciones.

No es que le hubiera hecho ningún bien.

El sudor rodaba en ríos por su cuerpo, el sol naciente horneando su piel

1 Dispositivo utilizado anteriormente para castigar públicamente a los infractores. Consiste en un marco de
madera con agujeros en los que se colocaban la cabeza y las manos del infractor.
desnuda porque, por supuesto, no le habían permitido quedarse con su ropa. Le
habían quitado todo, ni siquiera le habían dejado lo suficiente para mantenerla
decente.

Y ella sabía exactamente por qué.

—Bebe, linda, bebe.

Le acercaron una taza a los labios y le vertieron preciosa agua en la boca


mientras trataba desesperadamente de tragar todo lo que podía sin ahogarse. Luego
puso los ojos en blanco para examinar al hombre gigante que la había capturado.
Era un producto del desierto, su rostro y complexión cortesía de antepasados ​​tanto
de Maridrina como de Valcotta.

—Una muerte fácil no es un castigo —Le dio unas palmaditas en la mejilla—.


Y tengo dinero apostando por que dures hasta el final de la semana. El tiempo
suficiente para que el sol te cocine la piel de los huesos.

Cuando un vaso de agua podía significar la vida o la muerte, el robo se tomaba


tan en serio como el asesinato en el Desierto Rojo y se castigaba en consecuencia.
Habían encontrado un trozo de carne atascado en uno de los paquetes de camellos
y determinaron que ella era la que los había asustado, y toda la ira que se había
dirigido contra el dueño de los perros se había vuelto contra ella. Solo este hombre
había impedido que la golpearan hasta matarla, pero no por altruismo. Habían sido
sus albaricoques los que había robado, y aparentemente él apreciaba una muerte
más prolongada.

—Bésame el trasero —gruñó ella, pero él solo se rio y abofeteó a dicho culo,
la piel, no acostumbrada a la exposición al sol, ya muy quemada.

Por eso, tenía toda la intención de destriparlo.

Esa deliciosa imagen estaba dando vueltas en los pensamientos de Lara


cuando el sonido de un hombre cantando desafinado llegó a sus oídos. Era una
vulgar canción de taberna harendeliana sobre un hombre y una mula que había
escuchado muchas veces durante sus semanas en la nación del norte, pero ni una
vez desde entonces.

226
Levantando la cabeza, Lara entrecerró los ojos contra la luz brillante,
mirando al camello solitario que se acercaba al pueblo. El hombre que lo montaba
se balanceaba en la silla, una mano sujetaba las riendas, la otra sujetaba una
petaca, el metal brillando al sol. Cabalgando hacia la plaza del mercado, tiró de las
riendas, el camello se detuvo justo cuando el hombre terminó su canción.

Aren desmontó con torpeza, su pie se enganchó en la silla y lo envió al suelo,


lo que inspiró la risa de los pocos comerciantes que permanecían en el mercado.

—¡Maldita seas, maldita bestia! —le gritó Aren a Jack—. ¡Te moviste! —
Luego se llevó la petaca a los labios, aparentemente la encontró vacía y la tiró a un
lado—. ¡Necesito una bebida! ¡Que alguien me venda una bebida!

El comerciante cuyos camellos había asustado Lara se acercó a él con una


botella en una mano.

—Amigo mío, amigo mío, ¿cómo es que has venido a nosotros solo y en tal
estado? ¿Qué te ha pasado?

Lara vio cómo Aren colocaba su cabeza en sus manos, su mandíbula cayendo
mientras él gemía abruptamente.

—Se ha ido —Cuando levantó la cabeza, lágrimas corrían por su rostro—.


Una tormenta como ninguna que haya visto antes arrasó nuestro campamento,
robando a mis compañeros y mercancía. Todos murieron. Todo se fue. Mi abuela
me advirtió que no arriesgara mi riqueza a la arena, pero mis ambiciones superaron
mi sentido común.

Lara hizo todo lo que pudo para no poner los ojos en blanco. Claramente,
Aren la había notado en la picota, el comentario tanto para ella como para el
comerciante.

—El desierto es una mujer voluble, amigo mío —El comerciante le dio una
palmada en el hombro a Aren—. ¿Cómo es que sobreviviste?

Aren se secó los ojos. —La fortuna claramente deseaba que yo viviera con
mis errores en lugar de descansar en la ignorancia en el sueño eterno —Luego, su
mirada se posó en la botella en las manos del comerciante—. Si eres un verdadero

227
amigo, me ayudarás a ahogar mis penas.

—Por supuesto, por supuesto —El hombre extrajo una taza y sirvió una
medida, entregándosela a Aren, quien la bebió de un trago y la sostuvo para más.
Pero el comerciante cacareaba tristemente.

— Ay, amigo, todas las cosas tienen un precio en el desierto.

—¡Pero lo he perdido todo! —gimió—. Ten piedad de mí.

Eso era mentira. Lara sabía que Aren tenía oro y plata en los bolsillos porque
se lo había dado en caso de que se separaran. Era más que suficiente para pagar el
alojamiento y los suministros y para que Jack bebiera hasta saciarse. ¿Qué estaba
tramando?

—¿Quizás tengas algo que desees vender?

—No tengo nada —Aren apoyó la cabeza en la arena, interpretando


magistralmente el papel del hijo malcriado de un comerciante. Jack eligió ese
momento para comenzar a caminar hacia el lago, Aren gateando detrás de él,
tratando de alcanzar las riendas. El comerciante extendió la mano y detuvo a Jack,
sus ojos recorriendo tanto al animal como sus adornos, calculando su valor incluso
mientras medía el nivel de desesperación de Aren.

—Quizá podamos llegar a un acuerdo. Esa desgraciada —El comerciante


señaló con la barbilla en dirección a Lara—, hizo que uno de mis animales se
quedara cojo, y no puedo perder el tiempo para que la bestia se cure. Si estuvieras
dispuesto a desprenderte del tuyo, te pagaría un precio justo.

Los labios de Lara se separaron, el deseo de gritar: ¡No te atrevas a venderlo!


subiendo a sus labios. Necesitaban ese camello si querían salir con vida del desierto.  

Excepto que Aren no era tonto. Sabía que necesitaban a Jack, lo que significaba
que tenía un plan. Era solo que su mente horneada por el sol era demasiado lenta
para descifrarlo.

—Pero lo necesito —se quejó—. ¿De qué otra manera voy a llegar a Valcotta?

El comerciante se frotó la barbilla.

228
—Quizás realmente podamos ayudarnos el uno al otro, amigo mío. ¿Qué te
parece si te unes a nuestro grupo cuando nos vayamos esta noche? Tu bestia puede
llevar una parte de mis bienes y, a cambio, te sacaremos seguro de las arenas.

Con el rostro lleno de incredulidad, Aren soltó—: ¿Harías esto?

Sin embargo, incluso desde una docena de metros de distancia, Lara pudo
ver el brillo en sus ojos que sugería que esta era exactamente la oferta que el rey
de Iticana había planeado extraer del comerciante. Y a Lara se le heló la sangre. Si
iba con ellos, no la necesitaría; los hombres eran más que capaces de cumplir su
promesa, y el camello valía el precio de sus servicios y más.  

No la dejaría. No podía. Pero una voz dentro de su cabeza susurró: ¿Por qué
no debería irse? Ayudarte sería un riesgo, y él no te debe nada.

—¡La fortuna nos sonríe a ambos! ¿Cuál es tu nombre, amigo? Me llamo


Timin.

—James. Y estoy en deuda contigo, Timin.

El comerciante ayudó a Aren a ponerse de pie y lo condujo a él y a Jack en


dirección a los establos. Y Aren ni siquiera le dio una mirada de reojo cuando pasó.

El dolor en su pecho superó el latido en su cabeza en intensidad, y Lara se


desplomó en la picota, sus ojos ardiendo, aunque estaba demasiado deshidratada
para llorar. Había pensado que las cosas habían cambiado, que Aren, si no la había
perdonado, al menos había dejado ir el odio que lo había estado consumiendo.

Pero tal vez solo había visto lo que quería ver. Lo que esperaba. O tal vez
él solo había estado fingiendo. De cualquier manera, parecía que Aren planeaba
dejarla aquí para morir.

La barbilla de Lara tembló mientras luchaba por no sollozar, luego apretó los
dientes con fuerza. Ella era una reina. Una guerrera. Pero más que eso, ella era la
cucarachita.

Y no tenía intención de morir.

229
Las horas se alargaron, el sol moviéndose lentamente por el cielo, el único
respiro de su calor abrasador era la sombra proyectada por la picota. Lara mantuvo
la cabeza baja, el cabello ocultando su rostro, sus manos curvadas lo más posible
debajo de sus muñecas para protegerlas del sol. Con las rodillas y los dedos de los
pies, cavó lentamente en el suelo, cubriendo la parte inferior de sus piernas con
arena mientras mantenía sus muslos bajo la sombra de su torso.

Pero no había nada que pudiera hacer para proteger su espalda o su trasero,
su piel expuesta ya estaba quemada hasta el punto de ampollar. Más cicatrices para
agregar a su colección.

Como un reloj, el grandullón le trajo agua, que Lara bebió con avidez mientras
contemplaba cómo lo mataría una vez que fuera liberada. No importaba que todavía
no tuviera ni idea de cómo escapar de la picota.

Ni una sola vez vio a Aren.

Estaba descansando, supuso, aprovechando el arreglo que había hecho


con el comerciante para dormir unas horas en los frescos confines de uno de los
edificios. Pero a pesar de su propia situación, una oleada de alivio llenó su pecho
cuando regresó al mercado, flanqueado por el comerciante y dos de sus compañeros.
Caminaron hacia la taberna y se sentaron en una mesa a la sombra del edificio.

Aparecieron botellas de licor ámbar y vasos diminutos, junto con un plato de


dátiles confitados, y pronto los hombres estaban bebiendo y riendo como si fueran
viejos amigos, ninguno más feliz que Aren. Más hombres se unieron a ellos, y
pronto era una verdadera reunión, con Aren regalándoles una versión fabricada de
su supervivencia a la tormenta de arena.

De vez en cuando, uno de los hombres se apartaba de la mesa para orinar


en la arena cerca de la picota. Lara se estremeció ante la repugnante salpicadura
incluso mientras se imaginaba privar a cada perpetrador de una determinada parte
del cuerpo. El hedor a su alrededor era casi insoportable con el calor.

El sol estaba bajo en el cielo cuando Aren decidió tomar su turno.

—No se ve bien para ti —dijo, desabrochándose el cinturón—. Estos hombres

230
se toman el robo muy en serio.  

Rechinando los dientes para controlar su ira, Lara levantó la cabeza.

—¿Puedes traerme esa botella de veneno? Está en mi abrigo, que estaba


sujeto a la silla de montar de Jack.

Él levantó ambas cejas. —¿Este vial?

El frasco marrón apareció en su mano, luego desapareció con la misma


rapidez en su bolsillo.

—Aren…

—Es un plan interesante —Terminando, se abrochó el cinturón—. Pero no lo


recomendaría. Planean alimentar a los perros con tu cuerpo. Será mejor que se te
ocurra otra idea.

Sin otra palabra, se volvió hacia sus compañeros.

—Disculpen un momento, caballeros. Voy a entrar a charlar con esa chica


guapa que está detrás de la barra.

Desapareció en el edificio y no salió durante mucho tiempo. Y cuando lo hizo,


parecía incluso más borracho que antes.

Aren no iba a ayudarla, y si era porque no deseaba poner en peligro su escape


o porque pensaba que ella se lo merecía, no importaba mucho. Lara estaba sola.

Cuando el sol era poco más que una astilla de naranja brillante, Aren, el
comerciante y el resto de su grupo se levantaron, riendo y dando palmadas en los
hombros a sus compañeros de bebida mientras se despedían. Aren se tambaleaba
sobre sus pies.

—Idiota —murmuró Lara—. Espero que disfrutes de las raciones de agua


con la resaca a cuestas.

—¿Hablas contigo misma, bonita?

El grandullón había vuelto. Agachándose, le vertió agua en la boca antes de

231
alimentarla cuidadosamente con un poco de pan, trozo por trozo.

—¡Come! ¡Come! —murmuró, su aliento apestaba a alcohol—. Deseo que el


sol cocine la carne de tus huesos, y eso lleva tiempo.

Lara le enseñó los dientes, pero él solo se rio entre dientes y se enderezó.
Mientras lo hacía, se balanceó borracho, recargando su peso contra la picota. El
marco de madera gimió y se movió, pero él no pareció darse cuenta, más decidido
a aumentar los charcos de orina a su alrededor.

Abrochándose el cinturón, se apoyó de nuevo contra la picota, la arena debajo


de las rodillas de Lara moviéndose.

—Te veré más tarde, bonita.

Lara esperó hasta que se reunió con sus compañeros. Y luego sonrió.

—Será mejor que esperes no hacerlo.

232
34

aREN

Traducido por daemon

Corregido por Beth & -Patty

—¿CUÁNTO TIEMPO DURARÁ el viaje? —preguntó Aren a Timin, caminando


vacilante por el sendero hacia los establos donde esperaba su caravana. No estaba
precisamente borracho. Pero tampoco estaba precisamente sobrio, ya que sus
recientes privaciones no le habían dado cabeza para la bebida fuerte que estos
hombres preferían. Si iba a hacer que este plan funcionara, necesitaba una mente
más clara.

—Una semana —respondió Timin, dándole una palmada en la espalda—.


Quizás diez días. ¿A dónde vas a ir después, amigo?

—La costa —Uno de los mozos de cuadra le entregó las riendas de Jack a
Aren. El camello levantó un labio como si fuera a morder antes de decidir que Aren
no valía la pena el esfuerzo—. Ya he tenido suficiente arena.

—¿Tienes amigos ahí? ¿Familia que seguramente se preocupará por tu


bienestar?

Aren hizo todo lo que pudo para no poner los ojos en blanco ante la obviedad
de la estratagema del hombre, pero respondió—: Mi familia está en Harendell,
gracias a Dios. Tendré tiempo para pensar en una forma de explicar que perdí todo
su dinero —Eructó ruidosamente—. Podría tomarme mi tiempo, luego usar las
tormentas como una excusa para no volver por un año.

Timin se rio antes de gritarles a sus hombres que comenzaran a moverse, el


grupo saliendo de la ciudad y se dirigiéndose al sur hacia Valcotta.

El aire se estaba enfriando rápidamente, y Aren se preguntó cuánto tiempo


sería una bendición para la piel quemada de Lara antes de que se convirtiera en
una maldición. Parecía miserable y profundamente enferma. Y cada vez que uno de
los comerciantes se acercaba a ella, había sido una lucha no sacar un arma e ir en
su defensa.

—Estás muy serio, James —La voz de Timin irrumpió en los pensamientos
de Aren.

—Simplemente contemplaba una semana de caminata.

— Ah, sí. Quizás esto ayude a tranquilizar tu mente.

El comerciante intentó pasarle una botella a Aren, pero levantó las manos.
—Ya has sido más que generoso con la oferta que has hecho por mi camello. No
podría tomar más.

—¡Disparates! La bestia es de la mejor raza. Soy yo quien saldrá adelante en


nuestro trato.

Fingiendo vacilar, Aren finalmente aceptó la botella y fingió beber


profundamente. —Eres un verdadero amigo.

Caminaron cerca de una hora en la oscuridad, Timin cantando todo el tiempo

234
mientras Aren fingía beber, vertiendo subrepticiamente el contenido en la arena de
vez en cuando. Se tambaleaba con frecuencia, chocando con el poco divertido Jack.

Pero estaba sobrio como una piedra cuando escuchó la espada ser
desenvainada detrás de él.

Aren se volvió y miró a Timin, que sostenía un cuchillo largo y sus dos
compañeros lo flanqueaban. El más joven estaba a cierta distancia sujetando las
correas de los camellos, con expresión aterrorizada.

—Suelta las correas de tu bestia —dijo Timin—. Entonces túmbate en la


arena.

—Y yo aquí pensando que éramos amigos —Aren soltó la correa de Jack pero
permaneció de pie.

El comerciante levantó un hombro. —¿Qué puedo decir? Negocios son


negocios.

—Esto parece mucho más un robo.

Los tres hombres se rieron y Timin dijo—: Solo es un robo si la persona que
sufre la pérdida está viva para denunciar el crimen.

Fue el turno de Aren de reír.

—No podría estar más de acuerdo.

El ceño de Timin se arrugó en confusión, que se convirtió en pánico cuando


Aren sacó su espada de la carga de Jack, atacando a los hombres antes de que
tuvieran la oportunidad de reaccionar. Abrió las tripas de Timin, luego se volvió
hacia el otro par, cortándolos sin piedad. En su periferia, vio al chico soltar las
correas del camello y empezar a correr, pero Aren lo persiguió en un instante.

Más alto y más fuerte, atrapó al niño con facilidad y lo derribó en la arena.

—Por favor —Lloró el niño—. Por favor, ten compasión. No sabía lo que
pretendían hacer.

Probablemente una mentira, pero Aren no tenía el hábito de matar niños.

235
— No voy a matarte, pero me temo que necesito mantenerte callado hasta
que esté bien encaminado.

Amordazando al niño, luego atándole las muñecas a los tobillos, Aren lo dejó
cerca de los camellos, a quienes ató las patas delanteras y luego clavó la atadura
en el suelo. Entonces, un gemido de dolor llamó su atención.

Con un brazo acunando sus entrañas, Timin gateaba hacia el oasis. A


continuación, Aren le dio una patada en las costillas, volteándolo sobre su espalda
incluso mientras el hombre gritaba pidiendo ayuda.

—Estamos demasiado lejos para que nadie nos escuche —Aren se arrodilló
junto al moribundo—. Pero ya lo sabías, ¿no?

—¿Quién eres tú? —Las palabras de Timin eran tensas—. ¿Qué clase de
demonio eres?

—Del tipo que ha tenido su ración de puñaladas por la espalda —respondió


Aren antes de deslizar su espada por la garganta del hombre—. Ahora, si me
disculpan, recuperaré a mi esposa.

236
35

LaRa

Traducido por Eileen

Corregido por Beth

INCLÍNATE HACIA ADELANTE.

Hacia atrás.

A la izquierda.

A la derecha.

Lara repitió el canto en su mente, forzando a su cuerpo a obedecer, a pesar


de que el cansancio y la exposición le estaban pasando factura. Su piel ardía
intensamente en los lugares donde el sol la había chamuscado, pero el resto de ella
se estaba congelando, su cuerpo atormentado con escalofríos. Estaba sedienta, su
estómago se retorcía con calambres y la cabeza le palpitaba. Si no se escapaba esta
noche, su único escape sería la muerte.

Inclínate hacia adelante.

Hacia atrás.

La picota estaba clavada en el piso, pero no lo suficientemente profundo. El


peso del grandullón la había aflojado, así que, con horas de trabajo de su parte,
debería de ser sencillo levantarla. Excepto que había descubierto que estaba muy
débil para hacerlo. Su única opción era seguir trabajando para desestabilizar la
condenada cosa, luego intentar volcarla y esperar no romperse el cuello en el
proceso.

El mercado estaba ocupado con gente en el negocio de comprar y vender


productos, una gran caravana había llegado de Maridrina poco después del atardecer.
Afortunadamente el interés en ella había disminuido, aunque hombres y mujeres
se tomaban el tiempo de escupir o lanzar arena en su dirección mientras pasaban.
A Lara no le importaba mucho lo que le arrojaran siempre y cuando ninguno de
ellos notara lo que estaba haciendo.

La taberna maridriana estaba ajetreada con docenas de hombres sentados


afuera en las pequeñas mesas, bebiendo y riendo, algunos con las cabezas inclinadas
mientras discutían sobre negocios. Era ruidoso, y se hacía más ruidoso por un
par de músicos tocando tambores. Una bailarina, quien probablemente tenía otro
empleo como prostituta, se bamboleaba seductoramente encima de una plataforma
que se había puesto para ella. Por esa razón, le tomó varios segundos a la multitud
notar a su gran captor cayéndose al piso frente al edificio, con espuma saliéndole
de la boca.

Hubo gritos de alarma, luego dos hombres más se cayeron a un lado de sus
sillas, mostrando los mismos síntomas.

—¡Veneno! Han sido envenenados —chilló alguien, y todo el mercado se


volvió un caos, los patrones de la taberna tiraron vasos y botellas, con los ojos
llenos de horror.

238
Esta era su oportunidad.

Poniendo sus piernas debajo de ella, Lara se empujó, sus pies escarbando
la arena. Su espalda gritaba en agonía, pero lentamente, la picota se volcó hacia
adelante, tirándola con ella. Intentó disminuir la caída del marco, pero fue inútil.
Su cuerpo se lanzó hacia arriba, su trasero en el aire mientras la punta de su cabeza
se golpeaba con la arena lo suficientemente duro como para hacerla ver estrellas.
La abertura que se cerraba alrededor de su cuello golpeó su barbilla, presionándole
fuertemente la garganta. Pero había escuchado el pestillo abrirse.

Hundiendo la punta de los dedos de sus pies en la tierra, trató de empujar la


parte de arriba de la picota para que se aflojara y así liberarse. Pero estaba acuñada
en la arena.

Y ella no podía respirar.

Con la desesperación apoderándose de ella, intentó tirar del revoltijo de


madera hacia atrás y fuera de la arena, pero no podía lograr hacer palanca.

Si no salía pronto, se iba a desmayar. Y si nadie la notaba, estaría muerta,


estrangulada y aplastada por su propio plan fallido.

Metiendo un dedo del pie en uno de los huecos en el piso, Lara tiró, los
huesos de su muñeca aplastándose contra la madera, los músculos temblando.

El marco se movió y sintió la parte superior aflojarse, liberándole las muñecas


y el cuello.

¡Lo había logrado!

—Esa no fue tu maniobra más elegante —siseó una voz conocida, luego unas
manos le sostenían los brazos, poniéndola de pie—. Tienes suerte de no haberte
roto el maldito cuello.

Aren.

—Vámonos mientras aún están distraídos.

La arrastró entre dos puestos, en dirección al lago. Momentos más tarde,

239
escuchó los gritos de alarma mientras sus captores se daban cuenta de que se había
escapado.

—Por aquí.

Aren la guio hasta el agua, pero no fue hasta que estaban sobre las piedras
que pavimentaban la orilla que se dio cuenta lo que intentaba hacer.

—¡Está prohibido!

—Lo recuerdo. Y dado que la mayoría de esta gente probablemente no son


mejores nadadores que tú, nunca se les ocurrirá buscar por aquí.

El agua estaba más cálida que el aire a su alrededor, casi como un baño
mientras Aren la llevaba más profundo en el lago, las profundidades se levantaban
hasta sus caderas y luego hasta su cintura, pero cuando se profundizó en el siguiente
paso, ella retrocedió.

—Estamos muy cerca de la orilla. Sujétate a mí.

No tenía sentido pelear ya que las luces se acercaban al agua, la búsqueda


de ella estaba en camino.

Envolviendo los brazos alrededor de los hombros de Aren, intentó mantener


la respiración calmada mientras él caminaba silenciosamente hasta el centro del
lago, donde se detuvo, el agua llegándole justo debajo de la barbilla.

Estaban buscando en la arboleda que rodeaba el lago, moviéndose


constantemente alrededor del perímetro, pero ninguno de ellos miró ni una vez a
la oscuridad de las aguas. Más allá, podía escuchar los sonidos de la ciudad al ser
registrada, las voces llenas de furia. No dejaron piedra alguna sin voltear.

La cabeza le daba vueltas a Lara, los pequeños sorbos de agua que tomaba
no hacían nada para calmar su creciente náusea. Tenía los brazos acalambrados,
el esfuerzo de sostenerse a Aren estaba casi más allá de su capacidad. El cuerpo le
temblaba, y tomó respiraciones profundas para calmar a su acelerado corazón, pero
no ayudó en nada.

Entonces, la mano de Aren le sostuvo la muñeca, tirando de ella para ponerla

240
frente a él, donde le sostuvo la cintura. Su piel quemada gritó por el contacto, y se
tragó un quejido.

—Usa las piernas.

Temblando, envolvió sus piernas desnudas alrededor de su cintura, la piel


de su entrepierna misericordiosamente sin quemaduras. Soltado los brazos de su
cuello, descansó la frente contra la mejilla de él, sintiendo su aliento acariciando
su oreja. Su pecho se presionaba contra sus senos, y no estaba segura si el pulso
acelerado que sentía era el de él o el suyo.

—Tranquila —murmuró él, sosteniéndola bajo los brazos para darle más
apoyo, cuidadoso de no tocarla donde le dolería—. Estarás bien.

—Volviste por mí.

—¿Pensaste que no lo haría? —A pesar de que su voz no era más que un


susurró, escuchó su incredulidad.

La mandíbula le tembló, y ella dio el más ligero asentimiento.

— Lara... —Su mano acunó su mejilla y le movió el rostro para que lo mirara a
los ojos, aunque estaba muy oscuro como para ver más que sombras. Su aliento era
cálido contra sus labios, y escuchó como éste se aceleraba mientras ella apretaba
las piernas a su alrededor, enredando los dedos en su cabello.

Dios la ayude, pero lo amaba. Lo necesitaba como necesitaba el aire para


respirar. Lo quería, a pesar de que su cuerpo se sentía como si estuviera al borde
de la muerte

Luego sus labios acariciaron los de ella, y se sintió como si todo desapareciera.
Como si no hubiera nada en todo el mundo más que ellos dos. Se estremeció,
empujándose más cerca contra él, hasta que él susurró—: Lara, no importa dónde
estés en el mundo, si me necesitas, vendré por ti. Por favor, tienes que saberlo.

La realidad la abofeteó en la cara, y con ello, el dolor llenó su corazón. No


importa dónde... Porque ella podría estar en cualquier parte, pero no sería con él.
No podía ser con él, lo sabía. Y sin embargo...

241
Se mantuvieron en silencio, escondiéndose en el agua hasta que los buscadores
se alejaron de la orilla, entonces Aren empezó a avanzar hasta el pequeño risco
donde chorreaba la diminuta cascada que llenaba el lago. Alcanzando la orilla, la
mantuvo estable hasta que logró agarrarse a las piedras.

Escalaron, luego Aren se detuvo para mirar sobre el borde.

—Está despejado. ¿Puedes correr?

Lara sentía que apenas y podía caminar, pero asintió.

—Ve.

Sus pies desnudos golpearon el suelo suavemente mientras corría. Su cabello


mojado golpeaba contra su espalda desnuda, haciéndola estremecerse por el dolor.
Se tropezó, apenas capaz de mantenerse de pie, pero no fue hasta que cruzaron una
duna y llegaron al otro lado que finalmente colapsó.

—Te tengo —le dijo Aren en el oído mientras la alzaba—. Vas a estar bien.

La sangre rugió en sus oídos, las estrellas en el cielo giraron, luego todo el
mundo se oscureció.

242
36

aREN

Traducido por daemon

Corregido por Beth

CARGÓ EL CUERPO tembloroso de Lara a través de la oscuridad, siguiendo las


huellas en la arena. No era una tarea fácil, dado que necesitaba mantener la linterna
con un brillo casi imperceptible, no fuera a llamar la atención de los buscadores de
la ciudad.

Los camellos, el niño y los cadáveres estaban donde los había dejado. Los ojos
del chico se agrandaron cuando aterrizaron en Lara, quien permanecía inconsciente.

—Mira para otro lado —le gruñó Aren antes de dejar a su esposa desnuda
sobre la arena. Encendiendo el brillo de la linterna, hizo una mueca al ver su espalda
y hombros quemados por el sol. Ella estaba febrilmente caliente al tacto, tanto su
respiración como su pulso eran mucho más rápidos de lo que deberían ser.

Buscando en los paquetes de los camellos, Aren encontró la bolsa del niño,
que contenía un conjunto de ropa de repuesto que le quedaría a Lara. Ella gimió
cuando él le puso las prendas, tratando de acurrucarse sobre sí misma. La tarea le
llevó más tiempo del que le importaba. Después de despojar a Jack de los bienes del
comerciante, colocó a Lara sobre el lomo del camello, usando trozos de tela en lugar
de una cuerda gruesa para atarla a la silla. Luego se volvió hacia el chico.

—Voy a dejarte ir. Búscate mejores compañeros de viaje.

Ajustando las ataduras del chico para que le fuera posible gatear, Aren señaló
hacia el oasis.

—Si empiezas ahora, es posible que lo consigas antes de que salga el sol.

Verificando que los animales todavía estaban asegurados entre sí, Aren tomó
la correa de Jack y luego lo empujó con el palo para que él y los demás se pusieran
de pie.

—Mantén tus dientes para ti mismo —advirtió al animal—. Tengo dos


reemplazos justo detrás de ti.

Jack le dirigió una mirada de reproche pero siguió a Aren obedientemente


mientras se dirigían hacia el sur.

LARA ESTUVO ENFERMA durante días, apenas podía retener la comida y estaba
demasiado cansada para hacer algo más que desplomarse en la silla de Jack. La piel
de su espalda se llenó de ampollas, y donde no lo hizo, estaba de un rojo lívido.
Su mandíbula se cerraba por el dolor cada vez que él le aplicaba el ungüento que
había encontrado en uno de los paquetes de los camellos. La mayoría de las veces
estaba inconsciente, murmurando y gritando en sueños, aunque él no podía decir
si era por viejos terrores o por nuevos. Sin embargo, Aren no tuvo más remedio que
marcar un paso agotador a través de las dunas rojas, cabalgando durante la noche
y el día hasta que el calor se volvía insoportable.

244
Solo cuando llegaron al borde del desierto y a las colinas de Valcotta, se
recuperó. Y la vista de ella caminando a grandes zancadas junto a él, con la
espada ceñida a su cintura, era más bienvenida que los gorgoteantes arroyos de
preciosa agua que aparecieron. Con el regreso de su salud, la mente de Aren tuvo la
oportunidad de volver a pensamientos más allá de la supervivencia.

—Podemos acampar aquí hasta mañana por la mañana —anunció ella,


desviándose de la carretera hacia un bosquecillo de árboles. Un arroyo los atravesaba,
los viajeros anteriores lo habían embalsado con piedras para crear una piscina de
unos pocos pies de profundidad.

—Apenas te has puesto de pie y ya me estás diciendo qué hacer. Me hace


añorar los días en los que no podías encadenar una frase coherente.

Lara puso los ojos en blanco, luego se puso a cuidar de los camellos, su voz
era suave mientras deslizaba bolsas llenas de grano sobre sus narices para que
pudieran comer. Mechones de su cabello se habían soltado de su trenza, y volaban
con la suave brisa, el sol de la tarde brillando sobre ellos. Comenzó a descargar la
tienda de la espalda de un camello, pero Aren la agarró por la muñeca.

—Yo lo haré.

Ella lo miró, sus ojos azules atrayéndolo. Ahogándolo, como siempre lo


habían hecho.

—Estoy bien, Aren.

—Sé que lo estás. Y sé que puedes hacerlo tú misma. Pero déjame hacerlo por
ti de todos modos.

El color subió a las mejillas de ella, y apartó la mirada.

—Como quieras.

Comenzaron a acampar, y aunque sus manos estaban ocupadas armando


la tienda, encendiendo un fuego y sacando agua del arroyo, su mente estaba
completamente en ella.

Y todo por ese beso.

245
No debería haberlo hecho, Aren lo sabía. Se dijo a sí mismo que era porque
había estado aterrorizado de que ella se estuviera muriendo en sus brazos. Que no
fue más que un casto roce de labios. Que no significaba nada.

Excepto que significaba todo, porque ese beso había hecho añicos las paredes
tambaleantes que había construido contra ella en su corazón, y sabía que si ella lo
quería, si lo ofrecía, lo que vendría después sería cualquier cosa menos casto.

Después de poner una olla a hervir, sacó un saco de lentejas y lo que quedaba
de la fruta seca, y luego se sentó frente a su esposa frente al fuego.

—El dolor era mejor —Lara se levantó la camisa para rascarse la espalda
descamada—. Nunca he sentido más maldita picazón en toda mi vida.

—Ciertamente nunca te has visto peor —respondió él alrededor del albaricoque


seco que estaba masticando, luego se echó hacia un lado cuando ella arrojó un
trozo de piel muerta en su dirección, una risa desgarrando su garganta.

—Idiota —Sacó una pastilla de jabón de uno de los paquetes—. Voy a darme
un baño mientras cocinas. Podrías considerar hacer lo mismo en algún momento,
hueles a camello.

—Y, sin embargo, no me adoras ni la mitad de lo que lo haces a ellos.

Lara soltó una risita.

—Vigila, entonces. Preferiría no tener que saltar de mi baño y luchar desnuda


contra rufianes.

—Podría funcionar a tu favor.

—Tengo la ventaja suficiente, gracias —Ella guiñó un ojo, tomó un cuchillo


y caminó descalza hacia el arroyo, sus caderas balanceándose de una manera que
hacía imposible mirar a ningún otro lado. Luego gritó—: Dije que estés atento por
soldados, Aren. No que estés atento a mi culo.

—¿El culo que se está pelando como el chico de un barco con un saco de
patatas?

246
Girándose, levantó lentamente su dedo medio, dándole una mirada penetrante
antes de volverse hacia el agua.

¿Qué estás haciendo? Se preguntó en silencio. ¿Por qué estás actuando como
si todo estuviera bien entre ustedes cuando no podría estar peor?  

Iticana nunca la aceptaría, mucho menos la perdonaría, y él no podía pedirles


que lo hicieran con la consciencia tranquila. Incluso admitir que la había perdonado
sería un error, porque sabía que muchos lo verían como su propia forma de traición.
Y dado que todavía tenía que considerar su propia expiación, permitirse cualquier
forma de intimidad sería un error. Especialmente porque se separarían en algún
momento.

Vertió las lentejas en la olla, luego tomó una cuchara para revolverlas,
tratando de concentrarse en la tarea que tenía entre manos.

¿Cuándo?

¿Cuándo se iría ella? Ahora era probablemente un momento oportuno, dado


que estaban en Valcotta, que era un lugar mucho más peligroso para ella que para
él. Iba a reunirse con la emperatriz para pedirle perdón, y tener a la mujer por la que
había roto los lazos con Valcotta del brazo estaba lejos de ser un curso de acción
prudente.  

A pesar de sus intenciones de no hacerlo, Aren se volvió y sus ojos se


empaparon de la vista de su esposa. Se había quitado la ropa del niño que había
estado usando y estaba sentada en solo su ropa interior a la orilla del arroyo. Se
había lavado el pelo, los largos mechones color miel le llegaban hasta la parte baja
de la espalda, ocultando las lesiones curadas de las quemaduras solares. Cicatrices
sobre cicatrices, pero en lugar de disminuir su belleza, solo la hacían más feroz. Lo
hacían quererla más.

Ella levantó un brazo para lavarlo, revelando el lado de un seno curvo, su


pezón en punta. Su polla se puso rígida, el deseo lo recorrió mientras veía el agua
deslizarse por su piel. Ella inclinó la cabeza hacia atrás, sus ojos cerrados mientras
exprimía más agua de la tela, sus labios abriéndose con placer.

247
Clavándose las uñas en las palmas de las manos, Aren luchó contra el
impulso de ir hacia ella. De quitarle ese último trozo de ropa de los muslos para
poder saborearla. Hacerla perder el control y gritar su nombre, su cuerpo temblando
debajo de él, sus dedos enredados en su cabello mientras él se enterraba dentro de
ella.

Ella era todo. Mente, cuerpo y alma, ella era todo lo que él quería. Todo lo
que necesitaba. La reina que Iticana necesitaba.

Pero gracias a Silas y su codicia, ella era todo lo que Aren no podía tener.

Aren se volvió hacia las lentejas, con las manos en puños. Quería golpear
algo. Quería enfurecerse. No era justo. No era jodidamente justo.

Ella se acercó a él, con el olor limpio del jabón flotando delante de ella.

—¿Estás bien?

—Estoy bien.

Sintió sus ojos sobre él, la sintió considerando qué hacer. Qué decir. Y todo
lo que él quería era suplicarle que lo rompiera. Porque solo haría falta un toque de
ella, una palabra, y su fuerza de voluntad se rompería.  

Hazlo, le pidió en silencio. Toma la decisión por mí.  

Pero en lugar de eso, dijo—: Cuando volví a Eranahl, la única razón por la
que no me mataron fue porque Ahnna no se los permitió. Y la única razón por la
que ella no me mató personalmente fue porque quería rescatarte más de lo que
quería verme muerta.

Aren respiró hondo y se volvió. Lara estaba de pie con un trozo de tela
envuelto alrededor de su cuerpo, la pastilla de jabón en la mano.

—Ellos maldijeron mi nombre. Escupieron en mí. Exigieron mi muerte de las


peores formas. Porque me odian. Y tienen razón al hacerlo.

Él abrió la boca para discutir, pero Lara levantó una mano.

—Me quedaré contigo hasta que lleguemos a Pyrinat y encontremos a los

248
iticanos que se supone nos encontrarán allí. Y luego me voy a ir.

Se sentía como si alguien estuviera empujando algo romo en su corazón,


aplastándolo lentamente en lugar de cortarlo limpiamente.

—Lara…

—Te amo, Aren —Sus ojos brillaban—. Pero se acabó entre nosotros. Tiene
que acabarse, y ambos lo sabemos. Fingir lo contrario solo empeorará las cosas
cuando me vaya.

Ella tenía razón, y él lo sabía. Pero en su corazón, sabía que incluso si nunca
la volvía a ver por el resto de su vida, nunca terminaría.

Ella siempre sería su reina.

249
37

LaRa

Traducido por daemon

Corregido por Beth & -Patty

VIAJARON DIRECTAMENTE A Pyrinat, la capital de Valcota, la mayor parte del viaje


en un barco fluvial después de que Aren demostrara sus habilidades Iticanas de
negociación y vendiera los camellos por el doble de lo que valían.

Habían fingido ser harendelianos, aunque más de unos pocos valcottanos


habían fruncido el ceño a Lara, su color sugiriendo que era maridriana
independientemente de los vestidos harendelianos de cuello alto que usaba.

Llevaban casi un mes de retraso, el número de semanas que Aren tenia para
convencer a la emperatriz de Valcota de una alianza reducido a unos días.

Y eso era si podía convencerla en absoluto.


Sin embargo, a pesar de toda la presión que los retrasos ejercían sobre ellos,
Lara no estaba segura de que renunciaría al tiempo que pasó con Aren. No cuando
hubo momentos en los que había podido cerrar los ojos y creer que estaban de
vuelta en Eranahl, jugando, bebiendo vino y bromeando entre ellos, siempre a un
latido de caer en la cama para hacer el amor.

Pero a diferencia de Eranahl, esto último nunca sucedió.

A pesar de la lujuria desnuda que vio en sus ojos, lujuria que ella provocó
voluntariamente en sus momentos más débiles, Aren tomó sus palabras en serio y
ni una sola vez estuvo cerca de ceder al calor entre ellos. Calor que, a pesar de lo
que ella le había dicho, parecía arder cada día más.

Se acabó, se dijo una y otra vez. Él es el Rey de Iticana, necesita poner a su


gente en primer lugar.

Pero en las horas más oscuras de la noche, cuando estaba acurrucada en la


cama, su cuerpo doliendo con una mezcla retorcida de deseo y soledad, la lógica
significaba poco, y la esperanza todo.

Fue solo una vez que el barco atracó en Pyrinat que finalmente abandonó
esas esperanzas y dedicó su mente por completo a la tarea que tenían entre manos.

TOMANDO EL BRAZO de Aren para ayudarla a cruzar el muelle, Lara se detuvo para
maravillarse ante la enormidad de la ciudad que los rodeaba.

El río Pyr, de casi una milla de ancho en algunos puntos, atravesaba el


centro de Pyrinat, ramificándose en innumerables lugares para crear canales que
atravesaban la ciudad como calles acuosas. Los edificios que daban a estos canales
tenían puertas que conducían a pequeños muelles, y había docenas de puentes
curvos con estrechas escaleras que conducían al agua. Los edificios en sí estaban
hechos de bloques de piedra arenisca, la mayoría con grandes ventanales de los
cristales más claros del mundo, y estandartes de telas de colores colgaban de los
balcones que daban a las calles.

El olor del mar soplaba tierra adentro, mezclándose con los aromas de las

251
especias y los alimentos cocinados, las prístinas calles de la ciudad desprovistas de
suciedad. Los valcottanos vestidos con ropas brillantes y voluminosas llenaban las
calles, el aire cargado con el sonido de sus voces mientras intercambiaban con los
vendedores en los abarrotados mercados.

Los músicos parecían tocar en cada esquina y, a diferencia de Vencia,


estaban elegantemente vestidos, aparentemente más interesados en
​​ entretener a
la multitud que se reunía para escuchar que en ganar una moneda. A menudo los
acompañaban cantantes, hombres y mujeres jóvenes cuyas canciones Lara nunca
había escuchado antes, sus instrumentos no se parecían a nada que ella hubiera
visto.

Aren, familiarizado con la ciudad por visitas anteriores, la llevó a través de


los legendarios mercados de vidrio, donde los vendedores exhibían de todo, desde
jarrones hasta vasos y esculturas que trepaban al cielo, la luz del sol filtrándose a
través de ellos y proyectando un arco iris de colores en los senderos de arenisca. Se
detuvo en seco más de una vez para observar con asombro cómo hombres y mujeres
soplaban hebras de vidrio en formas ornamentadas, a las que a menudo agregaban
alambres de oro y plata para crear un arte digno de la propia Emperatriz.

—Por aquí —dijo Aren, tirando de su brazo—. De nuevo, ¿cómo dijiste que
se llamaba el lugar?

—El hotel Nastryan. El dueño es aparentemente uno de tus espías —Y


ante el recordatorio, el asombro de Lara por la cristalería se desvaneció, para ser
reemplazado por la inquietud. Se suponía que habría alguien aquí para recibirlos
con información sobre el estado de Iticana, pero con el retraso, ¿cuáles eran las
posibilidades de que el individuo se hubiera quedado? No era que ella y Aren no
pudieran arreglárselas por sí mismos, pero ella había esperado actualizaciones.
Sobre Eranahl. Y sobre sus hermanas. No saber si todos habían salido a salvo era
una carga que había estado tratando de no reconocer.

—Aquí.

Aren se detuvo ante un edificio de tres pisos, el nivel principal abierto a la


calle y con una gran cafetería. Al menos una docena de personas estaban sentadas

252
en coloridos cojines alrededor de mesas bajas, bebiendo un humeante líquido
marrón en vasos de vidrio. Un pasillo embaldosado conducía a un gran escritorio de
madera, detrás del cual estaba sentado un hombre valcottano, con la piel reluciente
a la luz de las lámparas colocadas a ambos lados de él.

Acercándose, Lara sonrió.

—Buenos días. Tenemos una reservación.

Los ojos del valcottano se ampliaron un poco, moviéndose rápidamente hacia


Aren y luego de nuevo a ella. Luego asintió con la cabeza.

—Estás algo atrasada.

—Circunstancias imprevistas nos retrasaron —Ella vaciló, temerosa de


preguntar—. ¿Hay algún mensaje?

El hombre negó levemente con la cabeza y el estómago de Lara se hundió.


¿Había pasado algo? ¿Había fallado Ahnna en su intento de asegurar el apoyo de
Harendell? ¿Eranahl había caído?

—No hay mensajes —repitió el hombre—. Pero tal vez el otro miembro de su
grupo pueda brindarles la información que buscan.

Luego hizo un gesto hacia la cafetería hacia una figura solitaria sentada en
una mesa en un rincón.

Lara sonrió.

253
38

aREN

Traducido por Daemon

Corregido por Beth

ERA UN DESAFÍO mantener la compostura. Evitar correr por la cafetería. Evitar


romperse por completo.

Pero Aren se obligó a caminar lentamente entre las mesas. A guardar silencio
mientras sacaba una silla y se sentaba frente a su compatriota.

Con los ojos fijos en la taza que tenía frente a él, que no estaba llena de café,
Jor gruñó:

—No me interesa la compañía.  

—¿Ni siquiera la de un viejo amigo?


Jor se puso rígido, luego, con dolorosa lentitud, levantó el rostro. El viejo
soldado miró fijamente a Aren durante un largo momento y luego susurró:

—Casi había perdido la esperanza. Han pasado semanas... semanas, en que


he estado aquí esperando.

Entonces Jor estaba al otro lado de la mesa, el vidrio estrellándose contra el


suelo mientras sus brazos se apretaban alrededor de Aren, ambos casi cayéndose.

—Estas vivo.

Aparte de su breve encuentro con Nana, habían pasado meses desde que
había hablado con alguien de Iticana. Tener a Jor frente a él ahora era casi tan
bueno como estar en casa.

—Pensé que estabas muerto —La voz de Jor estaba ahogada, como si
estuviera tratando de contener las lágrimas, aunque Aren nunca había visto llorar
al hombre en toda su vida.

—Fue algo cercano más veces de las que me gustaría contar —dijo Aren,
señalando que todos los demás clientes estaban mirando. Empujando a Jor hacia
atrás en su asiento, Aren enderezó la mesa y volvió a sentarse—. Créeme, si nunca
vuelvo a ver el desierto, sería demasiado pronto.

— ¿El desierto? —Los ojos de Jor se agrandaron, luego se volvió para mirar
a Lara, que estaba a unos pasos de distancia, con una leve sonrisa todavía en su
rostro—. Ese no era el plan, niña. Tienes que dar algunas explicaciones.

—Más tarde. Tenemos asuntos más importantes que discutir.

La mirada de Jor se oscureció y asintió.

—Pero no aquí —Levantándose, llamó a una de las meseras—. Ponlo en mi


cuenta, muchacha. El vaso también.

—¿Vas a pagar alguna vez esa cuenta, viejo? —respondió la chica, pero
había cariño en su voz—. Haré que te envíen comida a tu habitación. Asegúrate de
comértela, te estás marchitando.

255
Eso era cierto. Aren notó las diferencias en Jor mientras lo seguía fuera de
la cafetería hacia un tramo de escaleras. Tenía los hombros encorvados de una
manera que no lo habían estado antes, su cuerpo era más estrecho y sus pasos más
lentos. Menos seguros. Ya no era un hombre joven, pero no era el tiempo lo que
lo había envejecido en los meses que habían estado separados. Jor había cuidado
a Aren desde que tenía la edad suficiente para caminar, sacrificando su propia
oportunidad de tener una familia con el fin de mantener a salvo al heredero de
Iticana, de mantenerlo con vida. Y Aren sabía que Jor se culpaba a sí mismo por
su captura, lo que significaba que se habría culpado a sí mismo al creer que Aren
había muerto.

—Gracias. Por sacarme. Y por esperarme.

Jor miró por encima del hombro y sus ojos marrones se encontraron con los
de Aren. Pero el único reconocimiento que dio fue un breve asentimiento. Sacando
una llave de su bolsillo, abrió la puerta de una habitación en el segundo piso,
revelando una suite que daba al atrio en el centro del hotel.

—Lujoso.

—Estaba destinada a ti. Es algo bueno que aparecieras cuando lo hiciste


porque creo que nuestro hombre de abajo estaba considerando desalojarme a favor
de un cliente que pagara. Solo el hecho de que los hombres de Silas estuvieran
arrastrándose por toda la ciudad nos dio alguna esperanza de que aún estuvieras
vivo.

Frunciendo el ceño, Aren arrojó su escasa bolsa de pertenencias en la esquina.

—Serin anticipó adónde íbamos y nos interceptó. Por eso tuvimos que
atravesar el desierto. Pero no importan ellos. ¿Qué hay de Eranahl? ¿Y Ahnna?

— Eranahl sigue en pie, al igual que tu hermana. Ella está ahí ahora.

El alivio que se apoderó de Aren casi lo pone de rodillas.

—Gracias a Dios.

—No vayas agradeciéndole a nadie todavía. La ciudad sobrevive gracias a los

256
suministros entregados por un benefactor misterioso a algunas de las islas vecinas,
pero incluso si ese individuo está dispuesto a hacer otra entrega, no hay forma de
obtenerla a menos que tengamos una fuerte tormenta. Eranahl está rodeado día
y noche por barcos amaridianos. Y la temporada tranquila de este año ha hecho
honor a su nombre.

—Entonces Zarrah cumplió su palabra —dijo Lara.

—Al igual que tu hermano.

Jor enarcó una ceja confundido, por lo que Aren agregó:

—Fue Zarrah Anaphora quien organizó la entrega de suministros. Ella


accedió a cambio de que yo organizara su escape de Silas, aunque en realidad, lo
que estaba arreglando era una distracción para que Keris Veliant pudiera liberarla.

—¿El príncipe heredero?

Aren asintió.

—Resulta que el príncipe filósofo es totalmente un maquinador político.


Quiere librar a Maridrina tanto de su padre como de nuestro puente, así que en él
tenemos un aliado.

—No deberías confiar en él.

—Eso es lo que yo dije —murmuró Lara—. Somos un medio para un fin con
él, y si se presenta otra oportunidad para lograr lo que quiere, nos arrojará a los
lobos sin derramar una lágrima.  

—Quizás —Aren había tenido mucho tiempo para considerar las motivaciones
de Keris: el juego largo, como había dicho el príncipe, y no estaba convencido de
que Keris estuviera tan motivado por sí mismo como se presentaba. Cualquiera
con recursos y monedas podría haber dispuesto un barco lleno de suministros para
entregar a Iticana, lo que planteaba la pregunta de por qué Keris sentía que Zarrah
necesitaba ser liberada para lograr ese fin. Y Aren estaba bastante seguro de que
conocía la respuesta.

—¿Está Zarrah aquí?

257
—Si lo está, no he oído de ello. ¿Quizás ha vuelto a su mando de la guarnición
valcottana en Nerastis? Ahí es donde está Keris, por cierto. El rumor en Pyrinat es
que zarpó de Vencia al día siguiente de tu huida. Ha reanudado su propio mando de
las fuerzas maridrianas en la frontera y se ha interesado mucho más en sus deberes
de lo que lo había hecho en el pasado.

—Probablemente encubra el hecho de que sacó a Zarrah de contrabando


debajo de las narices de su padre.

—¿Tienes noticias sobre mis hermanas? —La voz de Lara era firme cuando
hizo la pregunta, pero Aren vio la forma en que sus manos se abrían y cerraban,
revelando sus nervios.

—Eres tía.

Ella jadeó.

—¿Sarhina?

Jor sonrió y le dio una palmada en el hombro a Lara, haciéndola tambalear.

—Fresca como una rosa. Nana asistió el parto apenas medio día después de
que se separaron. Bronwyn estaba resistiendo la última vez que escuché antes de
partir, y el resto de tus hermanas en Vencia sobrevivieron relativamente ilesas.

Lara asintió rápidamente y se secó los ojos.

—¿Qué hay de Coralyn? —preguntó Aren.

Jor dio un profundo suspiro.

—Me temo que no la han visto. Pero tampoco pudimos confirmar su muerte.

Aren solo podía esperar que Keris hubiera intervenido en nombre de su tía,
porque si Coralyn estaba viva, bien podría estar deseando estar muerta.

—¿Dijiste que Ahnna está de vuelta en Eranahl?

—Sí. Aparentemente, tuvo que nadar al amparo de la oscuridad cuando


regresó de Harendell porque no podía conseguir que un bote pasara por delante de

258
los amaridianos.

Aren palideció. Durante la calma, las aguas fuera de la fortaleza de la isla


estaban repletas de tiburones.

—Ella no debería…

—Tenía que hacerlo —interrumpió Jor—. La moral esta baja. Se habla mucho
de abandonar la ciudad. Abandonar Iticana. Ella está manteniendo todo junto para
ganarte tiempo, pero... —dudó—. Tan pronto como la temporada de tormentas
ahuyente a la flota, habrá un éxodo hacia el norte, hacia Harendell, que ha ofrecido
un refugio seguro.

E Iticana ya no existiría.

—Quizás eso sea lo mejor.

—Si pensaran que era lo mejor, se habrían ido todos la última temporada de
tormentas —espetó Lara, luego arrojó su propia bolsa junto a la de él—. Planean
irse porque no hay otra opción, no porque sea lo que quieren. Necesitamos darles
otra opción. Jor, ¿qué dijo el rey harendeliano a la propuesta de Ahnna?

Antes de que pudiera responder, alguien llamó a la puerta y Jor se acercó, tomó
una bandeja de comida humeante y agradeció a la chica que la había entregado.
Sirvió agua de una jarra y le entregó un vaso a Aren.

—Los harendelianos están, con buena razón, amargados porque Maridrina


sostiene el puente, especialmente dado el favoritismo que se le muestra a Amarid
en Norteguardia. Nuestro amigo el rey Edward fue lo suficientemente rápido para
estar de acuerdo. Con condiciones, por supuesto.

—¿Que eran?

—Términos comerciales, en su mayoría —La boca de Jor se tensó—. Y la


palabra de Ahnna de que volvería a Harendell una vez que todo esté dicho y hecho.
Aparentemente, ya era hora de que el príncipe heredero William se casara.

Aren abrió la boca para argumentar que no estaría de acuerdo con eso, pero
Jor lo interrumpió.

259
—Ella ya dio su palabra, así que ahorra tu aliento. Pero todo esto se basa en
que obtengas el apoyo de Valcotta; no tiene mucho sentido que el rey Edward venga
a nuestra fiesta a menos que la emperatriz también lo haga.

—Así que todo depende de mí —Aren vació el agua, deseando que fuera algo
más fuerte.

—En ti, y solo tienes unos días para hacerlo. Se necesita tiempo para organizar
una fiesta con tantos invitados, y tenemos que hacerlo antes de que lleguen las
tormentas. Casi se nos acaba el tiempo.

—Entonces supongo —dijo Aren—, que es hora de que la Emperatriz y yo


tengamos una conversación.

Jor resopló.

—No estoy seguro de que vaya a ser una gran conversación. Será más como
postrarte de rodillas pidiendo perdón.

Alcanzando su bolso, Aren sacó su navaja, frotando con tristeza la barba que
había estado usando como parte de su disfraz.

—Si voy a suplicar, será mejor que me vea lo mejor posible.

260
39

LaRa

Traducido por daemon

Corregido por Beth

—¿TIENES ALGUNA FORMA de demostrar tu identidad? —le preguntó Lara a Aren,


caminando sobre un charco en la calle, las cuentas de vidrio de colores en sus
sandalias brillando al sol. Jor les había proporcionado ropa valcottana adecuada.
Lara nunca había visto a Aren usar colores tan brillantes, y podría haberle divertido
su incomodidad si no fuera por la gravedad de su situación.

—Hay detalles que sólo Ahnna o yo sabríamos —respondió, llevándola fuera


del camino de un burro tirando de un carro, el conductor les levantó una mano en
agradecimiento—. Esa no es la parte que me preocupa —Sacudió bruscamente la
cabeza—. La posesión del puente por parte de Maridrina no es deseable para Valcotta,
y sin embargo, la Emperatriz ha hecho poco al respecto más que obstaculizar el
comercio. ¿Por qué?

—¿Quizás está esperando su momento? Ella sabe que eres libre, ¿tal vez está
esperando una oferta de alianza?

Aren gruñó suavemente.

—Una alianza con Iticana siempre fue una posibilidad, incluso estando yo
preso. Hay otros que podrían haber negociado un trato, y ella lo sabía, pero decidió
no hacerlo.

—¿Crees que todavía está enojada porque Iticana se puso del lado de
Maridrina y rompió el bloqueo de Sudguardia?

Acciones que fueron tomadas con base en su consejo. Y era un consejo que
Lara no se arrepentía de haberle dado. Los meses de Iticana llenando los vientres
de Maridrina no solo habían salvado vidas, sino que también habían ganado los
corazones de los maridrianos.  

—Supongo que lo sabremos pronto.

Se acercaron a las puertas del palacio amurallado y Aren murmuró:

—Déjame hablar por una vez. No estarán dispuestos a escuchar a una


maridriana, especialmente a una con ojos como los tuyos.

Guardias fuertemente armados observaron cómo se acercaban, uno


levantando una mano hasta que se detuvieron a unos pasos de él.

—Sus identidades y su propósito, por favor.

—Rey Aren de Iticana —dijo Aren—. Estoy aquí para ver a la Emperatriz.

La mandíbula del soldado cayó con una sorpresa similar a la de Lara. Esto
no había sido parte del plan. Para el mediodía, toda la maldita ciudad sabría que
estaban aquí, y luego los asesinos de su padre los perseguirían. ¿Qué diablos estaba
pensando Aren?

—Su majestad —El soldado se llevó la mano al corazón, la forma valcottana


de mostrar respeto—. No sabíamos que estaba en la ciudad. Por favor, perdone mi

262
rudeza.

Aren inclinó la cabeza.

—No es necesario disculparse. Por razones que estoy seguro de que conoce,
anunciar mi presencia habría representado un riesgo obvio.

—Entiendo, Su Majestad —Los ojos marrones del soldado se posaron en


Lara, endureciéndose—. Entonces esta es...

—Lara —El tono de Aren era frío, silenciando efectivamente cualquier


comentario que el hombre pudiera hacer sobre la identidad de Lara.

El soldado asintió con la cabeza, pero Lara no dejó de notar que no le


ofreció la cortesía que tenía con Aren. No es que importara. Podían odiar sus tripas
maridrianas todo lo que quisieran siempre que perdonaran a Aren e Iticana.

—Por aquí, Su Majestad.

Las pesadas puertas se abrieron hacia adentro, revelando un amplio patio


con una gran fuente en el centro. Tras enviar a un niño para que comunicara la
llegada de Aren, el guardia los condujo a través del espacio abierto, a través de un
par de puertas de bronce en el lado opuesto, hasta el interior del palacio.

Era un edificio bastante diferente a todo lo que había visto, sobre todo
porque apenas se podía llamar edificio. En la parte superior, el hierro fue forjado en
delicadas formas curvas que contenían el vidrio de colores por el que Valcotta era
famosa, y la luz que lo atravesaba proyectaba arco iris a través de los senderos de
baldosas de vidrio translúcido que se entrelazaban a través de jardines llenos de
capullos florecientes.

—Por aquí, Su Excelencia —dijo el soldado, guiándolos hacia la izquierda,


siguiendo uno de los caminos hacia una glorieta. En el centro había una mesa
baja rodeada de grandes almohadas revestidas de seda del color de joyas, la fuente
escalonada a un lado llenando el aire con una suave música.

—La Emperatriz está ocupada actualmente. Pero si espera aquí, le traerán


refrigerios —El soldado se llevó la mano al corazón, luego retrocedió antes de

263
volverse para caminar rápidamente por el sendero.

Aparecieron dos niños con cuencos de vidrio llenos de agua y toallas teñidas
con amatista valcottana sobre los brazos.

Lara se lavó cuidadosamente las manos y se las secó con la toalla, luego se
sentó en uno de los cojines y alisó la tela de sus anchos pantalones. Una chica con
trenzas enrolladas envueltas en oro le ofreció una larga flauta de vidrio llena de
líquido burbujeante, y otra trajo un plato lleno de trufas de chocolate que olían a
menta.

Lara mordisqueó una trufa.

—No se arriesgan a que no seas quien dices ser.

Aren bebió profundamente de su vaso, luego frunció el ceño ante el contenido


y lo dejó a un lado.

—Los valcottanos son gente educada, pero no toleran la deshonestidad. Si


descubren que estoy mintiendo, me ejecutarán antes de que se ponga el sol.

Comiendo uno de los chocolates, Lara inclinó la cabeza hacia el cielo para
admirar el candelabro sobre ella. Innumerables cuencos diminutos colgaban de
delicadas cadenas, aceite perfumado ardía en su interior y la luz se reflejaba en
el techo, que estaba revestido de plata. Arbustos de hojas anchas enmarcaban la
glorieta en tres lados, dando una apariencia de privacidad, pero a través de ellos,
Lara podía distinguir las figuras de los guardias que los observaban.

—Deja de dar vueltas —murmuró a Aren, que ya había cruzado el espacio de


un lado a otro media docena de veces—. Te hace parecer nervioso.

Él la ignoró y siguió caminando, sin detenerse hasta que se acercaron pasos


suaves. Apareció una impresionante joven vestida con atuendo militar, una amplia
sonrisa floreciendo en su rostro al ver a Aren. Lara la reconoció de inmediato como
la mujer que se les había unido en parte de su escape del palacio de su padre.

—Es bueno verlo con vida, Su Majestad —dijo Zarrah, tocándose el pecho
con la mano—. Escuché que se metió en algunos problemas después de que nos

264
separamos fuera de las puertas de Vencia.

Lara mantuvo su rostro inexpresivo ante la mentira de la mujer. Obviamente,


le había dicho a su gente que Iticana era la única responsable de su fuga, manteniendo
en secreto la participación de Keris. Era, en opinión de Lara, un movimiento
inteligente, y uno que solo podría funcionar a favor de Aren.

Los ojos de Aren se entrecerraron levemente, pero solo dijo:

—Igualmente, me complace ver que estás bien.

—No tuve la oportunidad de agradecerles, así que permítanme hacerlo ahora.


Quizás llegará un momento en que pueda pagárselo.

—Creo que estamos a mano.

Zarrah negó levemente con la cabeza, con los ojos llenos de advertencia
incluso mientras sonreía. Su entrega de suministros a Eranahl era claramente algo
que no quería que se supiera, lo que significaba que lo había hecho sin la aprobación
de la Emperatriz. Lara miró a Aren para ver si esta revelación le preocupaba, pero
su rostro no se inmutó.

Zarrah hizo un gesto con la mano a los guardias que estaban más allá.

— Retírense. Su Majestad es quien dice ser —Luego inclinó la cabeza hacia


un lado y sus ojos oscuros se encontraron con los de Lara—. Al igual que ella.

El silencio se prolongó mientras se miraban la una a la otra, tomando la


medida de la otra. Era más hermosa de lo que Lara había tenido la oportunidad
de apreciar durante su escape, sus cortos rizos castaños revelando pómulos altos
y redondeados y grandes ojos marrones que Lara podría haber descrito como de
ciervo en otra mujer. Pero Zarrah no era más presa de lo que lo era Lara, su alto
cuerpo poseía la fuerza y la
​​ gracia de una pantera de cacería, sus dedos flexionados
alrededor del bastón que sostenía. Luego dijo:

—Disfruté mucho su baile, Su Majestad. Aunque no tanto como disfruté


viéndote echarle vino en la cara a tu padre.

Lara inclinó la cabeza.

265
—Yo también disfruté eso.

La atención de Zarrah volvió a centrarse en Aren.

—Vengan, vengan. Mi tía desea conocer el rostro detrás del nombre. Supongo
que también esté deseando tener la oportunidad de reprenderte por cada decisión
que tomaste durante tu reinado.

Zarrah los condujo por el camino, Aren caminando a su lado, Lara detrás.

—Silas ha estado difundiendo rumores de tu muerte, Aren. A lo largo de la


costa, aunque la historia de cómo moriste cambia con cada narración. Nosotros,
por supuesto, cuestionamos la veracidad de las afirmaciones. Silas es un fanfarrón
y ninguna cabeza iticana adorna las puertas de Vencia.

Dándose la vuelta, Zarrah agregó:

—Tampoco hay mujeres que encajen con las descripciones de quienes te


ayudaron. ¿Todas eran realmente tus hermanas?

Lara se encontró con su mirada.

—Sí.

Las cejas de la otra mujer se levantaron.

—Fascinante. Me pregunto si alguna vez tu padre se dio cuenta de que


Maridrina podría ganar la guerra entre nuestras dos naciones si dejara de lado sus
tontas nociones sobre el papel de la mujer.

—Eso requeriría que él admitiera que estaba equivocado en primer lugar —


respondió Lara—. Lo que parece poco probable.

—Me inclino a estar de acuerdo —Zarrah levantó un hombro—. La desgracia


de tu tierra natal ha sido durante mucho tiempo en beneficio de Valcotta, así que
no puedo admitir honestamente que lo siento.

Lara no se molestó en responder. Aren, notó, estaba escuchando con atención,


pero tampoco hizo ningún comentario.

266
Continuaron por los senderos en silencio, Lara bebiendo de la belleza del
enorme jardín, que estaba entrecruzado con arroyos, pasarelas ornamentadas o
suaves caminos de piedras que permitían a la gente cruzar el agua. Había lugares
donde el agua se juntaba y los niños nadaban y jugaban en sus profundidades,
recordándole el puerto de la caverna de Eranahl, donde habían hecho lo mismo.

Las torres que había visto desde fuera de los muros eran las únicas estructuras
cerradas, que se elevaban varios pisos de altura, y fue a una de esas torres a la que
Zarrah las condujo.

Guardias armados abrieron las puertas, que estaban hechas de metal retorcido
con vidrio de mil colores diferentes para crear la imagen de una mujer valcottana
con las manos levantadas hacia un cielo azul. En el interior, una escalera curva
conducía hacia arriba, pero Zarrah hizo un gesto más allá de ella, hacia una cámara
con ventanas llena de pequeñas mesas y grandes cojines.

Contra una pared había un enorme soldado. Más alto incluso que Aren, sus
abultados brazos eran más gruesos que las piernas de Lara. A pesar de su tamaño,
la atención de Lara se centró en la esbelta mujer sentada en uno de los cojines,
con las manos ocupadas con lo que parecía ser una pequeña muñeca que estaba
creando con hilos de colores.

—Tía —dijo Zarrah, con una clara falta de formalidad—, permíteme presentar
a Su Majestad Real, el Rey Aren de Iticana, Amo del Puente...

—Ah, pero ya no eres su amo, ¿verdad, muchacho? —interrumpió la


Emperatriz, con la atención todavía puesta en la muñeca—. Ese honor pertenece a
la rata maridriana. Me imagino que por eso estás aquí, ¿no?

Antes de que Aren pudiera responder, continuó.

—Y tú, niña. ¿asumo que eres de la estirpe de la rata? No se te otorgará


ningún título en esta casa. Alégrate de que no te arrastren afuera y te corten la
garganta.

Lara ladeó la cabeza.

—¿Por qué no lo hacen?

267
Las manos de la mujer se quedaron quietas.

—Porque por mucho que lo deseemos de otra manera, tu vida no pertenece a


Valcotta. Ni tu muerte.

—Tu honor es mi salvación.

La Emperatriz resopló molesta.

—No me hables de honor.

Dejando a un lado la muñeca, la mujer se puso de pie. Más alta que Lara, era
tanto delgada como musculosa, lo que daba crédito a la historia de que una vez
había sido una guerrera formidable por derecho propio. Hermosa, el único signo de
la edad era una leve arruga en la piel alrededor de sus ojos y el gris de su cabello,
que sobresalía de su cabeza en apretados rizos. Entretejidos a través de él había
alambres de oro, en los que centelleaban docenas de amatistas. Los pantalones
anchos y la blusa que dejaba al descubierto el estómago que vestía eran de seda
dorada, su cinturón estaba cargado de bordados y piedras preciosas. Brazaletes
de oro subían por ambos brazos hasta sus codos, sus orejas estaban cargadas con
oro y gemas, y su garganta estaba revestida con un collar de oro intrincadamente
tallado. Era asombroso que pudiera estar de pie bajo el peso de todo ese metal, pero
lo soportaba como si fuera ligero como una pluma.

—Su Majestad Imperial —dijo Aren, inclinando la cabeza profundamente—.


Es un privilegio conocerla en persona.

—¿Un privilegio o una necesidad? —preguntó la Emperatriz, dando vueltas


alrededor de Aren con pasos mesurados, sus pies descalzos no hacían ningún
sonido sobre el suelo de baldosas. La Emperatriz era, pensó Lara, la persona más
majestuosa que había conocido.

—No pueden ser ambos?

La Emperatriz frunció los labios, haciendo un ruido evasivo en respuesta.

—Por el bien de tu madre, que era nuestra amiga más querida, nos complace
verte con vida. ¿Pero para nosotros? —Su voz se endureció—. No nos olvidamos de

268
cómo escupiste sobre nuestra amistad.

Lara se puso rígida, deseando desesperadamente tener un arma. Traer a


Aren aquí siempre había sido un riesgo, pero había creído que la Emperatriz era
demasiado honorable para hacerle daño más allá de negarse a ayudar a Iticana. ¿Y
si estaba equivocada? ¿Podría sacarlo? ¿Siquiera era posible escapar?

El soldado gigante que estaba parado cerca de la pared había visto su


movimiento, y se acercó, sus ojos marrones la miraban intensamente, juzgándola,
correctamente, como la amenaza. Aren no haría daño a la Emperatriz, pero Lara no
sufría tales escrúpulos.

Aren tampoco mostró signos de preocupación. Frotándose la barbilla, miró


pensativo a la Emperatriz.

—Habla de mi madre como su amiga más querida y, sin embargo, fue ella
quien propuso el Tratado de Quince Años entre Iticana, Harendell y Maridrina,
incluida la cláusula de matrimonio. Mi madre formó la alianza con su mayor
enemigo, y no le guardaron rencor por ello. Y sin embargo, cuando cumplí con sus
deseos, perdí el favor de los ojos de usted.

La Emperatriz se detuvo frente a Aren, inexpresiva, sus ojos marrones oscuros


ilegibles.

—Tu madre tenía pocas opciones. Iticana estaba muriendo de hambre. Y el


tratado tal como lo redactó no le costaba nada a Valcotta. Fueron los términos que
tú acordaste quince años después los que fueron ofensivos —Ella le apuntó con un
dedo—. Mis soldados están muriendo por el acero suministrado por el puente de
Iticana.

Lara sabía que Aren había odiado esos términos. Había querido proporcionarle
a Maridrina cualquier cosa menos armas. Justo como sabía que su padre no le
había dado otra opción.  

Pero en lugar de utilizar el argumento, Aren negó lentamente con la cabeza.

—Acero suministrado por Harendell, que Maridrina ya estaba importando


por barco. Les costó menos, sí, pero decir que tenían una ventaja mayor frente a sus

269
soldados es una falacia. También le dio a Valcotta la oportunidad única de evitar
que Silas recuperara su preciosa importación durante la mayor parte del año, por lo
que se podría argumentar que los términos funcionaron a favor de ustedes.  

Era cierto, aunque a Lara nunca se le había ocurrido esa idea. Antes del
tratado, el acero había llegado en barcos de Harendell o Amarid, barcos que Valcotta
no podía atacar sin correr el riesgo de represalias de esas dos naciones. Pero después
del tratado, todo el acero atravesaba el puente para esperar en Sudguardia hasta
que los barcos maridrianos pudieran recuperarlo, barcos maridrianos que Valcotta
no tuvo reparos en hundir.

—Cualquier beneficio que viéramos se desvaneció rápidamente cuando


volviste tus rompe barcos hacia mi flota —respondió la Emperatriz—. Elegiste tu
alianza con Maridrina antes que tu amistad con Valcotta, y ahora vienes llorando
porque descubriste que tu aliado era una rata.

Aren negó con la cabeza.

—Usted puso a Iticana en una posición en la que todos los caminos conducían
a la guerra, y cuando le ofrecí un camino hacia la paz, lo rechazó.

—No era una elección —La Emperatriz levantó las manos—. Si hubiéramos
eliminado el bloqueo, Maridrina habría obtenido lo que quería sin luchar. Más acero
para usar contra Valcotta. Además, estaba claro que lo último que quería Silas era
paz. Especialmente la paz con Iticana.

Lara contuvo la respiración, esperando que Aren reaccionara a la revelación.


Esperando a que estallara su ira. Pero todo lo que dijo fue:

—Si previó lo que vendría y no dijo nada, ¿qué clase de amiga es?

— El hecho de que vea las nubes en el cielo no significa que pueda predecir
dónde caerán los relámpagos.

Aren solo apoyó la barbilla en una mano y se golpeó el labio con el dedo
índice pensativamente.

El silencio se prolongó y, para sorpresa de Lara, fue la Emperatriz quien lo

270
rompió.

—Tenemos más de qué discutir, pero creo que es mejor hacerlo en privado
—Volvió su fría mirada en dirección a Lara—. Esperarás aquí.

No había ninguna posibilidad de que Lara fuera a perder a Aren de su vista.

—No.

Las cejas de la Emperatriz se elevaron, luego chasqueó los dedos al soldado.

—Welran, sométela.

Con un asentimiento, el enorme hombre se lanzó a través de la habitación.

271
40

aREN

Traducido por Kasis

Corregido por Beth

AREN SE ESFORZÓ por mantenerse firme mientras el enorme valcotano atacaba a


Lara, retorciendo su brazo detrás de su espalda, su cara enrojecida por el esfuerzo
al tratar de respirar bajo su peso.

La Emperatriz les indicó a Aren y Zarrah que la siguieran mientras se dirigía


hacia las escaleras.

Aren siguió a las mujeres, pero se detuvo junto a Lara y el guardia, Welran.
Lo último que necesitaba era que las cosas se intensificaran. Presionando una
mano contra el hombro del enorme hombre, dijo, —No puedo, en buena conciencia,
irme sin avisarte.
Los ojos marrones del valcottano se oscurecieron.

—Te vio venir desde una milla de distancia. Palmeó tu cuchillo cuando la
derribaste. ¿Y todo ese movimiento que está haciendo? Apostaría mi última moneda
a que la hoja está a solo una pulgada de tus pelotas.

Enderezándose, Aren se dirigió hacia las escaleras, el sonido de la estruendosa


risa de Welran siguiéndolo hacia arriba.

Subieron a la cima, la escalera se abría a una gran habitación con vidrieras


que mostraban a los anteriores gobernantes de Valcotta, todos con las manos
levantadas hacia el cielo. Zarrah estaba junto a la puerta, con el bastón inmóvil en
la mano, pero la Emperatriz le indicó a Aren que se sentara en una de las muchas
almohadas. Apareció un sirviente con bebidas y bandejas de postres. Aunque no le
gustaban los dulces, Aren comió obedientemente uno de ellos y lo bebió con el vino
pegajoso que preferían los valcottanos.

—Comencemos primero con la discusión de por qué estás aquí, Aren —


dijo la Emperatriz—. Tengo mis propias teorías, por supuesto, pero me gustaría
escucharlas de tus labios.

Él asintió.

—Creo que sabe que tener el puente bajo el control de Silas Veliant no
beneficia a nadie ni siquiera a su propia gente.

Ella hizo un ruido que no era ni una confirmación ni una negación, así que
él continuó.

—He recibido noticias de que mi hermana, la princesa Ahnna, ha conseguido


el apoyo de Harendell para retomar Norteguardia. Espero que vea el mérito de
ayudarme a proteger Sudguardia de Maridrina y restablecer a Iticana como nación
soberana.

Tomando un vaso, la Emperatriz miró el contenido.

—Sudguardia no es atacable. O al menos, no sin una pérdida desagradable


de embarcaciones y vidas.

273
—Lo es, si sabes cómo. Que es lo que yo sé.

—Revelar ese secreto haría que Norteguardia y Sudguardia fueran vulnerables


para siempre, haría a Iticana vulnerable para siempre.

Como si no lo supiera. Como si tuviera elección.

—No si Harendell y Valcotta son verdaderos amigos y aliados.

Ella soltó una risa divertida.

—Las amistades entre naciones y gobernantes son inconstantes, Aren. Tú


mismo has demostrado eso.

—Es cierto —dijo—. Pero no así la amistad entre la gente.

—Eres un idealista.

Aren negó con la cabeza.

—Un realista. Iticana no puede continuar como lo ha hecho. Para perdurar,


debemos cambiar nuestras costumbres.

El silencio se interpuso entre ellos, mientras la gobernante de la nación más


poderosa del mundo conocido cavilaba sobre su solicitud, con los ojos distantes.
Detrás de él, Aren podía oír a Zarrah cambiando su peso. Los gobernantes de
Valcotta elegían a sus propios herederos de su linaje, y se sabía que la Emperatriz
no favorecía a su propio hijo. ¿Zarrah iba a ser su elección? ¿Seguiría siendo la
elección de la Emperatriz si la mujer supiera lo que Aren sabía?

—Te pareces a tu madre —dijo la Emperatriz, sacando a Aren de sus


pensamientos—. Aunque tu padre era igualmente agradable a la vista.

Aren frunció el ceño. —¿Cómo puede saber eso?

La cara de la Emperatriz se llenó de diversión, y de placer al saber algo que


él no sabía.

—¿Seguro no creerías que le otorgaría mi amistad a alguien que solo me


hablaba desde detrás de una máscara?

274
Nunca había recibido una respuesta directa de su madre sobre por qué su
relación con la Emperatriz era tan cercana, y ahora Aren comenzaba a sospechar
por qué.

—Ella visitó Valcotta.

—Oh, sí, muchas, muchas veces. Delia no era de las que se encerraban, y
tu padre la persiguió por ambos continentes tratando de mantenerla a salvo. Fui
vencida solo una vez en los juegos de Pyrinat, e imagina mi sorpresa al saber que
la vencedora fue una princesa iticana —La emperatriz sonrió y se frotó una cicatriz
descolorida en el puente de la nariz—. Ella era feroz.

Era una revelación increíble, y su voz se ahogó cuando respondió:

—Sí.

—¿Es cierto que tu padre murió tratando de salvar su vida?

Él asintió.

El dolor pasó por el rostro de la mujer y se llevó la mano al corazón.

—Lamentaré su pérdida y la de él, hasta el final de mis días.

Era verdadero dolor, no meras palabras dichas por cortesía u obligación, y


aunque le repugnaba hacerlo, Aren tuvo que sacar provecho de ello.

—Si conocía tan bien a mi madre, entonces debió conocer su sueño para
Iticana y su gente.

—¿Libertad? Sí, me lo dijo —La Emperatriz negó con la cabeza—. Pero estuve
de acuerdo con tu padre en que no era posible. La supervivencia de Iticana siempre
dependió de que fuera impenetrable, o al menos, casi. Liberar a miles de personas
que conocían todos los secretos de Iticana haría que ya no fueran secretos —Su
mirada se endureció—. Y sería peor aún permitir a otros una vista desde el interior.
Pero entonces, tú aprendiste esa lección, ¿no?

Lo había hecho. Mil veces.

—Y, sin embargo, no solo permites que el arma de Silas Veliant viva, sino que

275
la mantienes cerca. ¿Por qué es eso?

—Ella no es su arma. Ya no —Aren se mordió el interior de sus mejillas,


molesto por sonar tan a la defensiva—. Ella me liberó de Vencia, y después de eso,
la necesité para sobrevivir al viaje a través del Desierto Rojo.

—Podría ser otra artimaña, ya sabes. Iticana aún no ha caído, un hecho que
aflige a Silas. ¿Qué mejor manera de tomar Eranahl que enviar ahí a la mujer que
rompió las defensas del puente?

Aren consideró la sugerencia de la Emperatriz de que las motivaciones de


Lara no eran lo que parecían. Que su rescate era parte de un plan mayor orquestado
por Silas o el Coleccionista para conseguir lo que no habían logrado tomar por la
fuerza. Sin embargo, parecía improbable dado el riesgo que habían corrido tanto
Lara como sus hermanas—Bronwyn casi había muerto. Y la propia Lara estuvo a
punto de perder la vida varias veces durante el viaje.

—No sería nada para nosotros librarte de ese problema en particular —dijo
la Emperatriz—. Ella podría desaparecer.

La idea de que los valcottanos arrastrarán a Lara a algún lugar oscuro y le


cortaran la garganta llenó su mente, y las manos de Aren se enfriaron.

—No.

—Tu pueblo nunca la aceptará como reina. Ella es la traidora que les costó
sus hogares y la vida de sus seres queridos.

—Soy consciente de ello. La respuesta sigue siendo no.

Silencio.

—¿Y si digo que el apoyo de Valcotta depende de su muerte?

La vida de Lara a cambio de la devolución del puente. Dejando a un lado sus


propios sentimientos, parecía la opción obvia. La elección correcta para asegurar que
su pueblo perdurara. Excepto que él sabía que la Emperatriz no era tan mezquina
como para condicionar su ayuda a la vida de una sola mujer.

276
—No.

La Emperatriz apartó el vaso y se puso de pie con un movimiento repentino.

—Incluso ahora pones a Maridrina en primer lugar.

Aren también se levantó.

—Antepongo la posibilidad de la paz antes que los viejos agravios. Lo cual


es algo que usted podría considerar.

La Emperatriz se dio la vuelta, con los ojos brillando de ira.

—¿Paz con Maridrina? Hijo de mi amigo o no, en esto vas demasiado lejos.
Por mi vida, no dejaré mi bastón hasta que Silas Veliant baje su espada, y ambos
sabemos que eso nunca sucederá.

—No lo hará —estuvo de acuerdo Aren—. Pero Silas no gobernará para


siempre —Lanzó una mirada hacia atrás a Zarrah, que estaba mirando al suelo—.
Y tú tampoco lo harás.

Inclinando la cabeza, Aren se llevó una mano al corazón, rezando no estar


cometiendo el mayor error de su vida.

—Fue un honor conocer a la amiga de mi madre, pero ahora debo despedirme.


Esta noche zarpo hacia Iticana.

Zarrah no trató de detenerlo mientras salía de la habitación, y nadie interfirió


en su avance por las escaleras curvas. En la sala principal en la base de la torre,
encontró a Lara sentada en el piso con Welran, jugando una especie de juego de
mesa. Ella se levantó al verlo.

—Me complace ver que sigues intacto —le dijo al enorme hombre.

—Algo cercano, Su Alteza —Welran se llevó la mano al pecho—. Debe dormir


con un ojo abierto y la mano en su daga con una mujer así en su cama.

—Quizás algún día seas igual de afortunado —Aren inclinó la cabeza hacia
el valcotano y luego le dijo a Lara—: Tenemos que irnos.

277
41

LaRa

Traducido por Kasis

Corregido por Beth & -Patty

—¿QUÉ DIJO ELLA? —exigió Lara en el momento en que dejaron atrás las puertas
del palacio—¿Valcota ayudará?

—No —Aren miró hacia el sol y luego negó con la cabeza—. Ella no tiene
más interés en la paz entre Maridrina y Valcota que tu padre.

—Eso debería estar a nuestro favor —Lara empezó a trotar para seguir el
ritmo de sus largas zancadas—. Arrancar Sudguardia de las manos de mi padre
debería haber sido una oportunidad irresistible. A menos que... ¿quiere el puente
para Valcota?

—No —Su tono era enojado. Cortado—. Eso no es lo que ella quiere.
Lara consideró la situación, y entonces se dio cuenta.

—Hizo que la ayuda de Valcota dependiera de mi muerte. Eso es lo que


quería, ¿no es así?

Él asintió.

—¿Por qué? —Aunque la verdadera pregunta que ella quería que le


respondiera era por qué él no había estado de acuerdo.

—Porque tu muerte aseguraría que cualquier posibilidad de una futura


alianza entre Iticana y Maridrina estaría total y auténticamente muerta.

Había subestimado a Aren. Todo este tiempo, ella había creído que lo único
que le importaba era llegar a casa y expulsar a su padre de Iticana, pero parecía que
todavía tenía mayores ambiciones para el destino de su reino.

—Abriste las puertas de Iticana de par en par, Lara. No hay forma de cerrarlas
de nuevo. No se puede volver a la forma en que las cosas eran antes. Lo que significa
que necesito encontrar otra forma de mantener a mi pueblo a salvo.

—¿Paz con Maridrina? —Lara se frotó las sienes—. Dios, Aren, eso es
imposible. Tienes que ver que mi padre nunca permitirá que eso suceda.

—No, pero tu hermano podría hacerlo.

—Cualquier sentimiento que Keris pueda tener por mí apenas importa. Sin
Valcota, no podemos recuperar el puente. Ganar el favor de la Emperatriz debe ser
tu primera prioridad.

—Permitir que ella establezca los términos solo nos hará volver al punto de
partida —Aren abrió la puerta del hotel—. Y no son los sentimientos de Keris por
ti en lo que estoy apostando mi reino.

Dentro, Lara lo siguió mientras subía las escaleras de dos en dos, caminando
por el pasillo hasta la habitación donde esperaba Jor.

—¿Bien?

Aren negó con la cabeza. —Procederemos como si estuviéramos por nuestra

279
cuenta. ¿Qué tan rápido podemos llegar a casa?

—Podemos estar en un barco esta noche, aunque solo los buques de guerra
valcottanos pueden pasar más allá de Nerastis. A partir de ahí, es cuestión de
dirigirnos hacia el norte hasta el punto de encuentro.

El pánico inundó las venas de Lara.

—Aren, no podemos irnos sin convencer a la Emperatriz de que se alíe con


nosotros.

—No estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para convencerla.

—Entonces esta es una causa perdida —gritó ella, su temperamento estallando


fuera de control, porque sabía lo que tenía que hacerse—. No solo es imposible para
nosotros tomar Sudguardia sin la armada de la Emperatriz, la ayuda de Harendell
está condicionada a la participación de los valcottanos. Los necesitamos.

—No.

—¿Qué quiere la Emperatriz? —preguntó Jor, mirando de un lado a otro


entre los dos.

—Mi muerte.

Jor hizo una mueca.

—Ya veo —Pero Lara ya se había puesto de espaldas a Aren.

—Acepta. Dale lo que quiere. No es como que vaya a poder vivir conmigo
misma si perdemos a Iticana por esto —Su corazón era un alboroto en su pecho, el
terror y la tristeza recorrían sus venas porque no quería morir. Pero lo haría. Por
Iticana. Por Aren. Por ella misma, haría esto—. Deja que me maten.

Aren bajó la cabeza.

—No.

—Entonces lo haré yo misma —gruñó. Girando fuera del alcance de sus


manos, se lanzó hacia la puerta y la abrió.

280
Sólo para encontrar a Zarrah Anaphora de pie frente a ella.

La otra mujer empujó a Lara hacia atrás, mirando por encima del hombro
antes de entrar.

—No tenemos mucho tiempo. Hay soldados en camino para escoltarlos hasta
el puerto y embarcarlos hacia Nerastis. Mi tía quiere que se vayan.

—¿Tiempo para qué? —Lara miró a Aren, quien no parecía sorprendido por
la llegada de Zarrah.

—Tiempo —dijo—, para que la general Anaphora y yo negociemos una


alianza entre Iticana y Valcota.

281
42

aREN

Traducido por Kasis

Corregido por Beth

—LÁSTIMA QUE NO hayamos podido tener esta conversación antes de que tuviera
que soportar el Desierto Rojo —Aren le indicó a Zarrah que tomara asiento—. Todo
podría estar ya dicho y hecho para este momento.

—No sabía que tenías la intención de pedir ayuda a mi tía hasta que
escuché hablar de problemas en el oasis de Jerin y me di cuenta de tus intenciones.
Realmente no deberías dejar vivos a los testigos, Su Alteza. No seré la única que
haya escuchado la historia.

Él se encogió de hombros.

—Yo no asesino niños.


—Tus principios serían encomiables si lo que está en juego no fuera tan
costoso —Zarrah encogió los hombros—. Pero en este caso, funcionó a mi favor.
Necesitaba llegar antes que ustedes para asegurarme de que nuestras historias
se mantuvieran alineadas. Mi entrega de comida a Eranahl no fue precisamente
autorizada por la Emperatriz.

No era lo único que le ocultaba a la Emperatriz, pero Aren solo asintió.

—Tal como están las cosas, no estaríamos teniendo esta conversación en


absoluto si mi regreso a Pyrinat no me hubiera aclarado ciertos detalles sobre los
planes de mi tía para el futuro.

Lara estaba mirando a Zarrah con los ojos entrecerrados.

—Creo que tienes que empezar desde el principio.

—No tengo tiempo para eso.

—Hazte tiempo.

Exhalando un largo suspiro, Zarrah comenzó.

—He estado establecida en Nerastis desde los diecisiete años. Lo que significa
que durante casi cinco años he estado en el frente de la guerra con Maridrina,
observando cómo luchábamos y matábamos sobre el mismo montón de escombros,
las mismas diez millas de costa. De ida y vuelta sin un final a la vista. ¿Y por qué
debería haber un final, cuando hemos estado luchando esta misma guerra durante
cientos de años? Nadie sabe lo que es no estar en guerra.

Qué bien conocía Aren ese sentimiento.

—Excepto que mi tía ve un final —Zarrah vaciló y se mordió el labio inferior—.


Ella cree que Silas se ha comprometido demasiado al tomar el puente, y tiene razón.
Maridrina está demasiado extendida y eso la hace vulnerable. Valcotta ha estado
bloqueando el comercio para que el puente no gane dinero en peajes, sabiendo
bien que llegará un momento en que Silas no podrá pagar a la reina amaridiana
por el uso de su armada. Y cuando llegue ese día, lo que quede del pueblo iticano
comenzará a atacar a las fuerzas maridrianas que sostienen el puente, lo que

283
significará que Silas tendrá que sacar más soldados de su guerra contra nosotros
para poder mantenerlo. Que los asaltantes y piratas atacarán a esos hombres en
la búsqueda de las fortunas ocultas de Iticana, requiriendo aún más soldados de
Maridrina para sangrar en su defensa. Lo que significa que tendrá que sacar a
todas sus fuerzas de las costas alrededor de Nerastis para combatirlos, porque su
orgullo lo obligará a hacer lo necesario para mantener el puente.

—Y al hacerlo, dejará a Maridrina lista para la cosecha —dijo Aren, con el


estómago revuelto—. La Emperatriz tiene la intención de mirar y esperar hasta que
Maridrina esté débil, y luego atacar. Que Iticana no sobrevivirá lo suficiente para
ver a Maridrina perder el puente no le importa.

Zarrah negó con la cabeza.

—Importa. Pero ella ha considerado que la pérdida vale la pena con tal
de saquear Vencia y eventualmente conquistar todo Maridrina —Sus ojos se
encontraron con los de Aren—. El juego es más grande de lo que te imaginas, e
infinitamente de mayor alcance.

Las palabras se hicieron eco de aquellas que Aren había escuchado hablar a
Keris.

—¿Cuál es la opinión de Keris al respecto?

—¿Cómo puedo saber los pensamientos de un príncipe maridriano?

—Tenía la impresión de que ustedes dos eran bastante cercanos —A su lado,


sintió que Lara se enderezaba, su sorpresa palpable—. ¿Por qué si no se arriesgaría
tanto para liberarte de su padre?

—Keris Veliant es mi enemigo —La mirada de Zarrah se encontró con la suya,


sin pestañear—. Me ofreció un trato: me liberaría de Vencia si aceptaba suministrar
a Eranahl. Como ambos cumplimos nuestras partes del trato, nuestro acuerdo ha
terminado. Aun así, preferiría que la Emperatriz nunca se enterara de que existió
un acuerdo en absoluto.

Aren negó levemente con la cabeza.

284
—Cualquiera con dinero y medios podría haber entregado un barco lleno de
suministros a Iticana, y Keris tiene ambos. Si lo único que le importaba era que
Eranahl aguantara, podría haberlo logrado sin ninguno de nosotros. Lo que me
sugiere que abastecer a mi ciudad fue simplemente un cebo para incitarme a lograr
su mayor objetivo.

—¿Y cuál podría ser ese objetivo, Su Alteza?

—Liberarte.

Zarrah puso los ojos en blanco.

—Estás loco. ¿Por qué querría eso?

—Porque tú y Keris planean poner fin a la guerra entre Maridrina y Valcota


—Reclinándose en sus manos, intentó no sonreír con suficiencia—. Ese es el largo
juego de Keris, pero no es uno que tenga la esperanza de lograrse si la Emperatriz
se aprovecha de la codicia de Silas e invade Maridrina.

Zarrah guardó silencio y finalmente dijo—: Keris y yo somos de ideas afines,


en nuestra creencia de que la guerra entre nuestras naciones debe terminar.

Más que de ideas afines, pensó Aren, pero se guardó para sí sus sospechas
sobre la naturaleza de la relación entre Zarrah y Keris.

—Entonces, ¿por qué no decirle a Keris las intenciones de la Emperatriz?


Él podría proporcionar la información a su padre, y Silas tendría que retirarse de
Iticana para proteger a Maridrina y su trono. Podríamos ganar esta guerra sin pelear.

Lara chasqueó la lengua contra sus dientes, sacudiendo la cabeza.

—Iticana podría ganar su guerra con Maridrina, pero lo que son actualmente
escaramuzas fronterizas y algunos barcos hundidos se convertirán en una guerra
entre Maridrina y Valcotta como ninguna otra que se haya visto en generaciones.

Zarrah asintió levemente con la cabeza.

—Entonces, ¿cuál es tu sugerencia? —preguntó Aren—. Porque no voy a


permitir que mi pueblo muera de hambre y sea despojado de sus hogares por el bien

285
de preservar la paz entre Maridrina y Valcotta —Jor y Lara asintieron con la cabeza.

—No sugería eso, Su Alteza —respondió ella—. Iticana debe liberarse de


Maridrina, pero debe hacerse de una manera en la que se perciba que Valcotta
no está involucrada. Es por eso que tengo la intención de navegar con ustedes
de regreso a Nerastis, tripular las naves maridrianas que hemos capturado con
mis soldados y luego recuperar Sudguardia para ti —Sonrió y, por mucho que
la joven luchara por la paz, Aren podía ver que también conocía la guerra, y la
conocía bien—. Los únicos testigos de nuestra participación serán los muertos que
dejaremos en tu isla.

Era demasiado complicado, con demasiados actores, pero Aren no tenía otra
opción.

—Un problema —dijo—. Estarás yendo directamente contra las órdenes de la


Emperatriz. Saboteando sus planes para invadir Maridrina. Y por leales que sean tus
soldados, no hay forma de que puedas mantener algo así en secreto, especialmente
teniendo en cuenta que las bajas son inevitables. Serás acusada por traición y
ejecutada.

Lamiendo sus labios, ella dudó antes de hablar.

—Mi flota fue testigo de cómo los maridrianos avanzaban hacia Sudguardia,
y sabíamos que tenían la intención de atacar. Tuvimos la oportunidad de advertir a
Iticana pero no lo hicimos.

Una advertencia que podría haberlo cambiado todo.

—Sus buques navales habían sido advertidos de mantenerse alejados de


Sudguardia o nuestros rompe barcos se volverían contra ellos. No puedo culparte…

—Con todo respeto, Su Alteza, no intentes absolverme. Podría haberte


advertido, pero no lo hice. Los reyes y las reinas toman decisiones, pero es la gente
común la que paga el precio —Su voz tembló levemente, pero levantó la barbilla
y lo miró fijamente—. No hubo ningún honor en lo que hice, Su Alteza. No te
insultaré pidiéndote perdón, pero debes saber que lucharé hasta mi último aliento
para ver liberada a Iticana.

286
Tenía su alianza.

—Ruego para que no respires tu último aliento durante muchos años, General.

Zarrah asintió lentamente y, en sus ojos, vio que un sueño se desvanecía. No


solo uno para su país, sino uno para ella.

—Hay cosas por las que vale la pena morir —Poniéndose de pie, dijo—:
Empaquen sus cosas. Zarparemos hacia Nerastis esta noche.

287
43

LaRa

Traducido por Achilles

Corregido por Beth & -Patty

Los soldados Valcotanos llegaron poco después para escoltarlos hasta el puerto, ya
que la Emperatriz no tenía ningún interés en que Lara o Aren siguieran en su país.

Zarrah ya estaba a bordo del barco cuando ellos llegaron, de nuevo con el
uniforme de un general valcotano. Soldados y marineros se apresuraban a subir a
la cubierta mientras se preparaban para abrirse paso, pero cuando la joven levantó
la mano, todos se detuvieron en seco.

—Por orden de la Emperatriz, transportamos al Rey y a la Reina de Iticana a


Nerastis —dijo, su voz transmitiéndose por la nave—. Deben ser tratados con todo
el respeto. Si escucho lo contrario, el individuo responderá ante mí, y en última
instancia, ante la propia Emperatriz. Ahora continúen.

—Demasiado para evitar ser detectados —murmuró Jor desde donde estaba
a la izquierda de Lara—. Toda la maldita ciudad va a saber que estuvimos aquí y
a dónde nos dirigimos.

—Esa es su intención —murmuró Lara—. Serin anticipó que veníamos a


Valcota, lo que significa que sabía lo que buscábamos. La ciudad está plagada de
sus espías, lo que significa que la noticia de que la Emperatriz se negó a ayudar
a Iticana viajará al mismo paso que nosotros de vuelta a Maridrina. Suponiendo
que Zarrah sepa guardar un secreto, y creo que lo sabe, el ataque valcotano a
Sudguardia será una sorpresa total.

No se pudo decir nada más, ya que Zarrah se dirigió hacia ellos.

—Si les place, Sus Altezas, síganme. Cenaremos en los aposentos del capitán.

La habitación a la que los llevó era grande, con ventanas que daban a la estela
que dejaba el barco mientras se adentraban al mar. Las paredes con paneles estaban
pintadas en tonos brillantes y los elaborados candelabros de cristal brillaban con
aceite quemado. Señalando la mesa baja, cargada de comida, Zarrah dijo—: Por
favor. Tomen asiento.

Lara se sentó en una de las almohadas, curvando los talones debajo de


ella mientras asimilaba el despliegue de comida. La mayor parte le resultaba
desconocida, pero eso fue lo que le quitó el apetito. El barco ya estaba fuera del
puerto, y el mar estaba lejos de ser tranquilo. Un sabor agrio le llenó la boca, y
maldiciendo en silencio la pérdida de sus piernas marineras, Lara se levantó.

—Por favor, discúlpenme.

—A la muchacha no le sienta bien el agua —Oyó decir a Jor mientras la


puerta se cerraba tras ella.

Regresando a toda prisa por donde habían venido, apenas consiguió llegar
a la barandilla antes de que el contenido de su estómago subiera a toda prisa. Los
marineros que la observaban se rieron en voz baja.

289
—Pensé que habías superado esto.

Levantó la cabeza, viendo que Aren había venido a situarse junto a ella en
la barandilla. Le dio un vaso lleno de agua y luego dirigió su atención a las olas,
apenas visibles en la creciente oscuridad de la noche. Cuando terminó de enjuagarse
la boca, le entregó un caramelo brillante.

—Es de jengibre.

Deslizando el caramelo en su boca, Lara le sonrió.

—Gracias.

—Había un tazón entero de ellos en la mesa. Los agarré todos —Metiendo la


mano en el bolsillo, sacó un puñado de los caramelos y los metió en el bolsillo de
su holgado pantalón valcotano, su mano caliente a través de la fina tela que cubría
su pierna.

—Deberías volver —dijo, sabiendo que había que hacer planes y que era
mejor que ella no formara parte de ellos.

—Pronto. Zarrah no hablará de negocios hasta después de la cena, y Jor tiene


un buen apetito.

—Eso lo vuelve uno —Hizo crujir el caramelo entre los dientes, sustituyéndolo
por otro mientras consideraba si el ruido ambiental era lo suficientemente alto
como para ocultar su conversación—. ¿Cómo sabías que Zarrah nos ayudaría?

—No estaba seguro hasta que me di cuenta de que la Emperatriz no quería


que la guerra con Maridrina terminara, al menos, no pacíficamente. Por eso fijó una
condición que sabía que yo nunca aceptaría —Apoyó los codos en la barandilla y
luego añadió—: Keris siempre hablaba en clave, pero cuanto más pensaba en las
cosas que decía, más claras se volvían. Lo que quiere es la paz entre Valcota y
Maridrina, y para que eso sea posible, Zarrah tiene que querer lo mismo. Iticana no
es más que un jugador menor en el juego.

Ella inclinó la cabeza para mirarlo.

—¿Lo estás citando?

290
—Más o menos.

—Los herederos de los mayores enemigos del mundo son aliados —reflexionó
Lara—. Me pregunto cómo se conocieron.

—Estoy seguro de que es toda una historia. E igualmente seguro de que


ninguno de ellos nos contará nada sobre eso.

Permanecieron juntos en silencio, mientras los últimos vestigios del brillo del
sol desaparecían en el horizonte y el cielo sin nubes pronto brillaba con estrellas.
El viento se hizo más fresco y Lara se estremeció, con los brazos desnudos erizados
como piel de gallina.

—¿Cuánto tardaremos en llegar a Nerastis?

—Con estos vientos, tres días. Es un barco rápido.

Tres días.

Los ojos le ardían y, sabiendo que tenía que decirlo antes de perder el valor,
Lara soltó:

—En ese momento los dejaré a ti y a Jor. He hecho todo lo que he podido por
ti, y para mí ir a Iticana contigo sería un error.

Suspiró.

—Lo sé.

Ella contuvo la respiración, esperando que él discutiera con ella. Esperando


que le dijera que irse sería un error. Pero él sólo la atrajo hacia sus brazos y le dijo:

—Ojalá las cosas pudieran ser diferentes.

Lágrimas calientes se derramaron sobre sus mejillas.

—Pero no pueden.

Ella sintió que él presionaba su cara contra su pelo.

—Necesito que sepas que te perdono, Lara. Que yo... —Se interrumpió,

291
aclarándose la garganta—. Debería volver. Se preguntarán dónde estoy.

Ella asintió, incapaz de hablar. Incapaz de decir una palabra mientras él la


soltaba y volvía a entrar. Pero en su cabeza, la misma frase se repetía una y otra
vez.

Te amo.

292
44

aREN

Traducido por Achilles

Corregido por Beth

CADA DÍA QUE pasaba le hacía estar un paso más cerca de volver a Iticana.

Y un paso más cerca de dejar ir a Lara.

La situación se hizo más fácil porque él, Zarrah y Jor se encerraron en el


camarote del capitán para discutir la estrategia, concretamente de cómo tomar
Sudguardia con el menor número de pérdidas valcottanas, mientras que Lara optó
por permanecer en cubierta al aire libre.

Pero él sabía que sus razones no tenían nada que ver con el mareo y sí con
su distanciamiento de él.
Le dolía. Le dolía tanto que había momentos en los que sentía que apenas
podía respirar al saber que era cuestión de horas que ella se alejara de él y que
probablemente no volvería a verla jamás.

Y encima de ese dolor estaba el miedo porque Aren sabía a dónde pretendía
ir. Al igual que sabía que no tenía poder para detenerla.

—Así que esto es Nerastis —Lara se situó junto a él en la barandilla,


observando cómo la nave pasaba por delante de la enorme ciudad—. Se ve bonita
de noche.

—No dejes que todas las luces te engañen, es un agujero de mierda —


respondió Zarrah—. La mitad está quemada. La mitad son escombros. Está llena
de asquerosos locales de copas, burdeles llenos de piojos y antros de desprestigio
que satisfacen todos los deseos y adicciones posibles. Los únicos individuos que
encontrarás dentro de su muralla son aquellos a los que se les paga para que se
peleen por ella y los que son demasiado pobres para irse.

Y, sin embargo, no podemos dejar de pelearnos por ello. Aren se preguntó si


Lara había oído las palabras no pronunciadas de Zarrah con tanta claridad como él.

—Nos acercaremos a la costa en el lado maridriano tanto como podamos, y


luego los llevaré a la orilla remando —dijo Zarrah—. Y luego estarán por su cuenta.

Esto último era en beneficio de los marineros y soldados que le rodeaban, ya


que en el momento en que se separaran sería cuando empezaran las cosas.

—General —llamó el capitán en voz baja, receloso de las patrullas


maridrianas—. Estamos plegando las velas y preparando la lancha. ¿Todavía está
segura de que desea remar hasta la orilla usted misma?

—Bastante.

Nadie en el barco habló mientras subían a la pequeña embarcación, que fue


bajada al agua, y Jor tomó los remos.

—Tengan cuidado —dijo Zarrah—. La noticia de que los traje aquí podría
haberse adelantado con buenos caballos o velas más rápidas. El Coleccionista bien

294
podría estar esperándolos.

Aren tocó instintivamente las armas que llevaba en la cintura, manteniendo


los ojos en la orilla en busca de cualquier señal de movimiento a la luz de la luna.

Pero no había nada.

—Permaneceré aquí en Nerastis hasta la última hora posible para que los
maridrianos no sospechen —dijo Zarrah—. Luego navegaré hacia el norte y anclaré
mi flota frente a su costa, como acordamos. En cuanto recibamos su señal, nos
moveremos hacia la isla Sudguardia.

—¿Estás segura —preguntó por enésima vez—, de que seguirán tus órdenes?

Zarrah asintió.

—Soy la heredera elegida por la Emperatriz. Nadie creerá que pondría en


peligro mi posición por ir en contra de sus deseos. Me seguirán sin rechistar.

—Playa —murmuró Jor—. Manténganse en silencio.

El oleaje los empujó hacia la orilla, Jor y Aren saltaron para sacarlos del agua.

—Yo vigilaré —susurró Lara, luego sacó un cuchillo y se escabulló por la


playa hacia la oscuridad. Aren la vio partir, temiendo que fuera la última vez que la
viera. Que, en lugar de despedirse, se escabullera en la noche.

Zarrah le entregó una bolsa con provisiones.

—Buena suerte, Su Excelencia. Estoy esperando luchar junto a Iticana.

Observó cómo Jor empujaba la barca hacia el interior del agua. Zarrah volvió
a ocuparse de los remos y la embarcación se desvaneció en la oscuridad. Luego
subieron por la playa hasta la base de la empinada colina cubierta de maleza.

Lara se materializó en la oscuridad, y los tres permanecieron de pie juntos en


silencio. Jor se aclaró la garganta.

—Hay un pueblo justo al norte de aquí. Iré a explorarlo en busca de una nave
que sirva para nuestros propósitos.

295
Aren asintió, pero antes de que Jor pudiera moverse, Lara extendió una mano,
agarrando el brazo del viejo soldado.

—Adiós, Jor.

—Adiós, Lara —Jor inclinó la cabeza—. Gracias por recuperarlo por nosotros
—Luego se fue corriendo por la playa.

Ellos permanecieron en silencio, el único sonido era el rugido del oleaje y el


viento que susurraba en los arbustos. Finalmente, preguntó:

—¿Me dirás adónde piensas ir?

—Es probable que mantenga un perfil bajo durante un tiempo. Manteniéndome


cerca de la costa para que pueda ser la primera en escuchar cómo va la batalla.
Espero no tener motivos para lamentar haberte dejado a tu suerte.

Ignorando la broma, Aren acortó la distancia entre ellos.

—No me mientas. No ahora.

Se quedó callada, la luz de la luna volviendo plateados su pelo y su piel.

—Tiene que morir.

—Lo sé, pero no hace falta que seas tú quien lo mate. Deja que Keris se gane
esa corona que tanto desea; ya es hora de que se ensucie las manos —Aren levantó
una mano, acunando el lado de su cara—. Ya tengo bastante de qué preocuparme
sin que intentes asesinar a Silas. Ya es bastante malo que tenga que...

Se interrumpió, dejando lo último sin decir. Ya es bastante malo que tenga


que dejarte ir.

—Si puedo matar a mi padre, esto bien podría terminar sin una pelea. Si
Keris está tan interesado en la paz, se retirará de Iticana y girará su cabeza hacia
sus grandes ambiciones con Zarrah y Valcotta.

—O podrías ser capturada y asesinada.

—Vale la pena el riesgo.

296
Él sacudió la cabeza.

—No te usaría como una asesina antes, Lara. Y me niego a hacerlo ahora.
Prométeme que dejarás pasar esto.

—No —Ella fue inflexible. Y en ese momento, él supo que no tenía sentido
discutir: Ella nunca cedería. Era lo que amaba de ella.

Y lo que odiaba.

Pateando la arena, miró la luz de la luna. Entonces algo le llamó la atención.


El destello de la luz contra un arma. Lanzándose hacia adelante, derribó a Lara,
rodando con ella detrás de una roca.

—¡Corre!

Poniéndose en pie, se zambulleron en los arbustos, mientras las flechas


pasaban por delante de ellos.

—¡Vete, yo te cubriré! —Lara empujó a Aren, pero él la agarró de la muñeca


y la arrastró con él.

—Ni hablar.

Se arrastraron a través de la maleza, ocultándose al amparo de la oscuridad


mientras daban vueltas hacia la aldea que Jor estaba explorando en busca de naves,
los soldados maridrianos chocando mientras los buscaban.

—¡Pidan refuerzos! Díganles que tenemos asaltantes valcottanos viniendo


por detrás —ordenó un hombre con una voz conocida.

Porque era de Keris.

El suelo estaba húmedo, y él y Lara estaban dejando un rastro que un ciego


podría seguir. Tenían que darse prisa.

Avanzando hacia el norte, hacia la aldea, Aren se movía con un silencio


practicado a través de los árboles, Lara tan silenciosa que la única razón por la que
él sabía que estaba ahí era el agarre que tenía en su muñeca.

297
—¡Se fueron por aquí! —Los gritos resonaron detrás de ellos, y en la ladera,
un caballo galopó por el camino en dirección a la aldea.

Renunciando al sigilo, Aren corrió entre la maleza. Estaban muy cerca. No


podían ser atrapados ahora.

Luego estaban en campo abierto, corriendo por una playa estrecha. Pero
también lo estaba el soldado a caballo.

El caballo gris galopó en su dirección, con el jinete agachado sobre su cuello


y una brillante espada en una mano. Entonces el hombre se inclinó hacia atrás,
tirando de las riendas, y se quitó la capucha para mostrar su rostro.

—¿Qué demonios están haciendo en Nerastis? —preguntó Keris, y luego


sacudió la cabeza—. No importa. Tienen que huir. Ya vienen, y no estoy en
condiciones de ayudarlos.

Los soldados maridrianos salieron de la maleza y entraron en la playa,


corriendo en su dirección. La cara de Keris se torció de frustración, y luego gritó:

—¡Atrapen a los valcottanos! Se están escapando.

Sin dejar de sujetar la muñeca de Lara, Aren corrió hacia la línea de flotación,
donde Jor estaba aflojando la cuerda que anclaba un pequeño bote de pesca a la
playa. Juntos, la empujaron hacia el agua, con las botas clavadas en la arena.

Pero los maridrianos ya estaban sobre ellos.

Las espadas chocaron, y Aren se volvió para ver a Lara luchando contra ellos,
con su espada como una mancha de plata a la luz de la luna. Pero había una docena
de ellos y sólo una ella.

—¡Váyanse! —gritó ella—. ¡No se detengan!

—Vamos, Aren —gruñó Jor—. ¡Empuja!

Aren lo ignoró, soltando el bote y corriendo en dirección a Lara. Sacando


su arma, cortó a un soldado, apenas oyendo el grito del hombre al caer, porque lo
único que importaba era llegar a ella. Mató a otro hombre, luego a otro, y luego él

298
y Lara estaban luchando juntos, reteniéndolos.

Pero más maridrianos se arremolinaron en la playa, llegando los refuerzos.

Aquí era donde iba a terminar.

Y no era, pensó Aren, la peor manera de irse: con su reina luchando a su


espalda.

—¡Retírense! —La voz de Keris resonó en el caos, el príncipe de pie en su


silla de montar—. ¡Retírense!

Los soldados maridrianos se apresuraron a cumplir la orden, y Aren se giró


a tiempo para ver cómo las primeras lanchas valcottanas llegaban a la orilla, con
docenas de soldados desparramándose.

—¡Por Valcotta! —gritó Zarrah, pero mientras corría junto a él, dijo—: Ponte
en marcha, Iticana.

Jor tenía la barca de pesca en el agua, y Aren y Lara chapotearon entre las
olas, empujándola más lejos mientras Jor luchaba por izar las velas solo. Trepando,
Aren ayudó a desenredar los cabos, Lara aferrándose al borde y pateando con
fuerza, empujándolos hacia aguas más profundas, los valcottanos ya retirándose.

—Sube —le gritó, levantando la vela—. Tenemos que irnos.

Pero Lara no respondió.

El pavor le invadió, y Aren se giró.

—¡Lara!

Todavía estaba allí. Todavía nadando. Pero levantó la vista, encontrando su


mirada.

—Adiós, Aren —dijo, y soltó la barca, apuntando hacia la orilla.

El instinto se impuso.

Aren se abalanzó sobre ella para agarrar su cinturón y sacarla del agua.
Sus tobillos se engancharon en el borde y ella cayó hacia atrás, aterrizando en sus

299
brazos.

—¿Qué estás haciendo? —Ella se retorció en sus brazos para que estuvieran
cara a cara, las piernas de ambos enredadas en el fondo de la barca.

¿Qué estaba haciendo?

Inseguro de la respuesta, dijo—: Es hora de volver a casa.

300
45

aREN

Traducido por Achilles

Corregido por Beth

NO HABÍA NINGUNA posibilidad de que la dejara atrás.

Aren se dijo a sí mismo que era porque la playa estaba llena de soldados,
que lo había hecho para evitar que la atraparan y la mataran. Que no había tenido
otra opción. Pero la verdadera razón era que cuando había llegado el momento de
dejarla ir, no había sido capaz de hacerlo.

—Habría estado bien —Jor echó una mirada hacia donde Lara dormía, el
lento subir y bajar de su pecho visible en la creciente luz del amanecer—. Las olas
la habrían empujado hasta la orilla.

—A los brazos de los soldados que la estaban esperando.


—Mejor los brazos de los soldados maridrianos que los nuestros. Keris pudo
haber fabricado una excusa para mantenerla viva el tiempo suficiente para que
escapara. ¿Crees que vas a ser capaz de lograr lo mismo?

Aren no pudo responder a eso porque sabía que había sacado a Lara de la
sartén sólo para echarla al fuego. El plan era navegar directamente a Iticana para
reunirse con lo que quedaba de la guarnición de Midguardia. Y era muy probable
que sus soldados intentaran matar a Lara en cuanto la vieran.

Y Aren no estaba seguro de qué podía hacer exactamente para detenerlos.

—Deberíamos volver a la costa de Maridrina esta noche —dijo Jor—. Podemos


dejarla y que haga su propio camino.

—No tenemos tiempo. La temporada de calma está a punto de terminar,


y necesitamos atacar antes de que lleguen las primeras tormentas —Aren dejó
caer una red a su paso, con el estómago gruñendo de hambre, la mayoría de las
provisiones que Zarrah les había proporcionado habían sido abandonadas en la
playa—. Y hay demasiadas posibilidades de que nos atrape una patrulla. Nos
quedaremos en aguas abiertas.

—Las patrullas también están en aguas abiertas. Y no hay ninguna posibilidad


de que los dejemos atrás en este pedazo de chatarra maridriana.

—He dicho que no.

Jor escupió al agua.

—Vas a hacer que la maten. Podrías hacer que te maten a ti también sólo por
traerla de vuelta a Iticana.

Fijando la red a la parte trasera de la embarcación, Aren se giró para encontrar


a Lara despierta y observándole.

—Ya lo resolveré.

Ella sacudió la cabeza, pero no dijo nada, sólo se puso de lado, tirando de un
trozo de lona de la vela sobre los hombros.

302
Sin embargo, a pesar de todas sus palabras, no se le ocurrió ninguna idea
mientras navegaban hacia el norte, llegando eventualmente a las afueras de Iticana.
Una vez ahí, evitar ser detectados había requerido toda su atención mientras se
arrastraban por rutas secretas—y peligrosas—entre islas, escondiéndose al amparo
de la niebla mientras intentaban evitar naufragar en los interminables peligros que
acechaban bajo las olas.

Cuando llegaron a la isla donde Jor creía que se escondía la guarnición de


Midguardia, los tres estaban cubiertos de sal y cansados, con los nervios y el ánimo
al límite.

—Estúpido pedazo de mierda maridriana —Jor pateó el barco pesquero—.


Voy a quemar esto en cuanto tenga la oportunidad.

Aren no respondió, sólo miró a Lara.

—Ponte la capucha. Preferiría tener la oportunidad de hablar con ellos antes


de que te reconozcan.

La ligera flexión de su mandíbula fue la única señal de sus nervios mientras


se subía la capucha para ocultar su cabello y su rostro, un cuchillo apareciendo
en sus manos para volver a desaparecer un latido después. Él se subió su propia
capucha, no queriendo que su gente lo reconociera antes de estar preparado.

Tomando el remo que le pasó Jor, añadió su fuerza al esfuerzo de conducir la


barca hacia la estrecha brecha en la roca, con las cimas de los acantilados de arriba
ocultas por la niebla. No había más sonidos que los graznidos de los pájaros y el
chapoteo del agua contra las rocas, pero sabía que su gente estaba ahí arriba. Sabía
que estaban observando. Y, dado que estaban en una embarcación maridriana, que
probablemente había flechas apuntando a sus cabezas.

Se adentraron en los acantilados, lo suficientemente altos como para que la


luz del sol no llegara al agua. Pero Aren seguía notando la gran forma con aletas que
nadaba bajo ellos, siguiendo su progreso. El tiburón se levantó, sacando la cabeza
del agua para poder mirarlos, y luego volvió a sumergirse en las profundidades.

—Mal presagio —murmuró Jor, pero Aren lo ignoró, haciendo que el barco

303
tomara una curva, y los acantilados se abrieron para revelar una pequeña laguna
con una docena de naves iticanas atracadas en la pequeña franja de playa.

Levantando su remo del agua, Aren dejó que se acercaran a la orilla,


percibiendo movimiento en los árboles un instante antes de que aparecieran
sus soldados, con las armas apuntando al barco. Se le revolvió el estómago al
ver su aspecto andrajoso, con ropas remendadas donde no estaban rotas, el pelo
desarreglado y muchos de los hombres luciendo gruesas barbas bajo las máscaras
de cuero que llevaban.

Pero sus armas destellaban afiladas y brillantes.

—Apunten eso a otra parte —Jor se bajó del bote—. Todos ustedes, bastardos,
saben quién soy.

Ninguno de ellos bajó sus armas.

—Salgan del barco —dijo uno de los hombres, su voz familiar haciendo que
Aren se encogiera—. Despacio.

Obedecieron, saliendo y metiéndose en el agua hasta las rodillas.

Jor se acercó a la playa.

—¿Quién está al mando? Espero que alguien con más sentido común que
ustedes, tontos sin cerebro.

—Yo lo estoy —respondió el otro hombre, quitándose la máscara. Aunque


había reconocido su voz, Aren seguía maldiciendo la visión del rostro de Aster.
El viejo no sólo le guardaba rencor a Aren por haberlo sustituido por Emra como
comandante de la guarnición de Kestark, sino que Aster había desconfiado de Lara
desde el principio y nunca había dejado de lado ese sentimiento.

—Llevamos semanas sin saber de ti y luego llegas en un barco maridriano


—dijo Aster—. ¿Cómo vamos a saber que esto no es una trampa?

—No es una trampa —Aren se echó la capucha hacia atrás, y los jadeos de
sorpresa resonaron en sus soldados, más de los cuales salieron de los árboles con
las armas bajadas.

304
—¡Su Excelencia! —Los ojos de Aster se abrieron de par en par. Luego se
estrecharon de nuevo, su atención más allá del hombro de Aren—. Más vale que
no sea...

Aren supo que Lara se había quitado la capucha porque todas las armas se
levantaron bruscamente. Moviéndose rápidamente, se interpuso entre ellos y su
esposa.

—Si quieren matarla, tendrán que matarme a mí primero.

—La perra es una traidora —gruñó Aster—. Merece morir mil veces. Tú
mismo lo dijiste antes de que te atraparan. Yo lo dije desde el momento en que pisó
nuestras costas.

—Ahora sé más que entonces —respondió Aren, viendo movimiento por el


rabillo del ojo y sabiendo que lo estaban rodeando—. Ella me liberó del cautiverio.
Le debo la vida.

—Y aparentemente ha estado trabajando su propia magia en ti desde entonces


—Aster hizo un gesto vulgar—. No hay otra explicación para que la hayas traído de
vuelta a Iticana. La bruja te tiene dominado.

—Lo que traje de vuelta fue un plan y los aliados para llevarlo a cabo —
Aren se obligó a mantener la calma a pesar del terror que se acumulaba en sus
entrañas. Había sabido que sería difícil convencer a sus soldados de que aceptaran
la presencia de Lara, pero con Aster al mando, podría ser imposible—. Valcota ha
accedido a ayudarnos a retomar el puente y a expulsar a los maridrianos.

Sus soldados se movieron, las armas vacilaron, y notó lo delgados que


estaban todos. Poco más que piel y huesos. No podía ser mucho mejor para los de
Eranahl.

—Ahnna también ha conseguido el apoyo del Rey de Harendell. Junto con


sus armadas, realizaremos un ataque coordinado contra las guarniciones. Luego
nos atrincheraremos y dejaremos que las tormentas se encarguen del resto.

—Como si fuera tan fácil —Aster se balanceó sobre sus talones, mirando
más allá de Aren, y luego de vuelta a él—. Pasamos meses tratando de retomar esas

305
guarniciones, y todo lo que ganamos fueron compañeros muertos.

—Eso es porque antes estábamos dispersos —dijo Aren—. Esta vez seremos
más estratégicos. Esta vez no perderemos.

Aster negó con la cabeza, al igual que varios de los demás. No estaban
convencidos, sí. Pero también tenían miedo. Esta invasión les había pasado factura.

—Tal vez deberían considerar lo que pasará si no luchan. Eranahl se está


muriendo de hambre. Si no retomamos el puente, la ciudad tendrá que ser evacuada
en la temporada de tormentas, y no será gente que regrese a sus hogares. Significará
que la gente huirá a Harendell o Valcotta, o a donde los lleve el viento. Y sin su
gente, Iticana ya no existe.

—Tal vez sea así como tiene que ser.

Aren negó con la cabeza.

—Si alguno de ustedes creyera eso, ya se habrían ido. Y, sin embargo, aquí
están —Sabiendo que se estaba arriesgando, se adelantó para situarse entre ellos—.
Tenemos una oportunidad para recuperar lo que es nuestro. Escúchenme, y luego
tomen su decisión.

Agarrando un palo, Aren empezó a trazar formas en la arena, dibujando


lentamente a Iticana de memoria.

—Esto es lo que vamos a hacer.

El plan que había estado construyendo en su cabeza brotó de sus labios, y


las armas bajaron lentamente mientras explicaba a sus soldados cómo retomarían
el puente. Cómo retomarían sus hogares. Cómo retomarían su reino. Para cuando
terminó, el cielo empezaba a oscurecerse y su garganta estaba seca.

—¿Y bien? ¿Qué dicen?

—Es un buen plan —admitió Aster, rascándose la barba, pero luego sus ojos
volvieron a mirar a Lara, que estaba de pie en silencio junto a Jor—. ¿Qué papel
juega ella?

306
Antes de que Aren pudiera responder, Lara habló.

—Todos tienen motivos para odiarme —dijo—. Vine a ustedes como espía de
Maridrina. Los engañé. Los manipulé. Conspiré para traicionarlos.

Los soldados se movieron, con expresiones sombrías, pero estaban


escuchando.

—Mi padre me crio con mentiras para que odiara a Iticana. Para que los
odiara a ustedes lo suficiente como para dedicar mi vida a su destrucción. Pero
cuando comprendí su engaño, le di la espalda a los planes de mi padre. Aunque eso
significa poco porque el daño ya estaba hecho —Hizo una pausa y luego añadió—:
No estoy aquí para pedir perdón. Estoy aquí para pedirles que me permitan luchar
porque les aseguro que odio a mi padre más de lo que cualquiera de ustedes podría
hacerlo.

Aster escupió en el suelo a los pies de ella.

—Te mereces la muerte por traidora.

—Lo sé. Pero permítanme vengar el daño hecho a Iticana en su lugar.

Aren guardó silencio mientras sus soldados retrocedían, con las cabezas
juntas, y debatían la petición de Lara. Un sudor frío le recorrió la columna vertebral
porque sabía que tenían todo el derecho a pedir su muerte.

¿Por qué la trajiste aquí? se preguntó en silencio. ¿Por qué no la dejaste en


esa playa?

Aster se alejó del grupo.

—¿Todavía la consideras tu esposa?

Sí, pensó Aren, pero negó con la cabeza.

—No.

—¿Reina?

—No.

307
—¿Se irá tan pronto acabemos esto?

Aren no dudó. No podía. No si quería sacar a Lara de esto con vida.

—Sí.

Aster intercambió largas miradas con varios de los otros soldados, y luego
asintió y sacó un cuerno de su cinturón, lanzándoselo a Aren.

—Creo que es mejor que le diga a Iticana que está en casa, Su Alteza.

Respirando hondo, Aren se llevó el cuerno a los labios y llamó a su reino a


la guerra.

308
46

LaRa

Traducido por Achilles

Corregido por Beth

A LA VERDADERA moda Iticana, no hubo retrasos.

Y por ello, Lara estaba profundamente agradecida. Durante tres días y tres
noches, Aren trazó una estrategia con Jor y Aster, haciendo sonar constantemente los
cuernos mientras el plan se transmitía a lo largo de Iticana, los soldados dispersos
por todas las pequeñas islas agrupándose, cuidando de ocultar sus movimientos
con la oscuridad o la niebla. La guarnición de Midguardia llegó a tener cerca de
trescientos soldados, y cada vez que llegaba otro barco con más soldados, Lara
apretaba los dientes, sabiendo lo que estaba por venir.

No amenazas.
No atentados contra su vida.

No más peticiones para que Aren la ejecutara.

Lo que le dieron fue la verdad, y eso era algo mucho peor. Uno tras otro, se
sentaban y le contaban lo que habían soportado a causa de la invasión maridriana.

Por culpa de ella.

Aster había sido el primero.

—Mi hija Raina formaba parte de la escolta de tu hermano en el puente —Su


voz era plana—. Tu gente la masacró y luego colgó su cadáver bajo el puente para
que se pudriera con sus camaradas.

Lara palideció, pero Aster no había terminado.

—Mataron a mi sobrino. Pero no antes de que le hicieran ver morir a su


mujer. Lo sé porque su hijo lo presenció desde donde estaba escondido en la selva.
Encontramos al niño y a algunos de los otros niños medio muertos de hambre,
viviendo de las sobras que podían encontrar en su pueblo quemado. Viviendo con
los cadáveres de sus padres porque ninguno era lo suficientemente grande como
para moverlos.

Lara vomitó, sus tripas se agitaron incluso cuando su estómago se había


secado.

—Lo siento.

Él sólo la miró con disgusto.

—Mi mujer y mis otros hijos están en Eranahl. No los he visto en casi un año.
Ni siquiera sé si están vivos, sólo que, si lo están, tienen hambre. Están asustados.
Y no puedo llegar a ellos.

—Rezo para que los vuelvas a ver.

Él se limitó a negar con la cabeza.

—Probablemente no en esta vida.

310
Una mujer soldado había sido la siguiente.

—Mis tres hijos están en Eranahl. Siempre ha sido un santuario. Pero ahora...
—Su voz se quebró—. Los dejé ahí.

—Fue la elección correcta. Están más seguros ahí que aquí.

La mujer sacudió la cabeza lentamente, con los ojos llenos de odio.

—No deberían haber estado en peligro en absoluto.

Un chico, de dieciséis años, había seguido.

—Tienen a mi hermana como prisionera en la isla de Gamire —Sus manos se


cerraron en puños—. ¿Sabes lo que tu gente hace a los prisioneros?

Dios, ella lo sabía.

—Intentaremos recuperarla.

—Quieres decir que recuperaremos lo que queda de ella —Le escupió en la


cara—. Traidora.

Perdió la cuenta de cuántos le hablaron, pero no olvidó ninguno de los


nombres, que desfilaban por sus pensamientos cada vez que cerraba los ojos, el
sueño era casi imposible bajo el peso de su culpa.

Si Aren estaba siendo sometido a lo mismo, ella no podía decirlo, porque


apenas lo veía. En parte era porque él pasaba cada minuto que estaba despierto
elaborando estrategias, pero sabía que la verdadera razón era que la estaba
evitando. Y aunque sabía que no había tenido elección, su conversación con Aster
la había atormentado.

No era su esposa.

No era su reina.

No era suya.

—¿Estás lista?

311
Lara dio un salto y se giró para encontrar a Aren de pie detrás de ella. Volvía
a llevar el atuendo iticano, pero su pelo seguía siendo largo, con mechones oscuros
que le rozaban las mejillas. Llevaba un machete en la cintura y el arco colgado del
hombro, junto con un carcaj completo.

Le entregó su afilada espada, con la hoja reluciente.

—Es hora.

LIA, QUE ACABABA de reunirse con ellos, estaba en el barco. Junto a la joven
estaban Jor, Aster y otros tres iticanos, y más allá, otra embarcación llena de
soldados flotaba en la laguna, esperándolos. Lara trepó al interior, moviéndose
instintivamente fuera del camino, Jor y Aster tomaron los remos para moverlos
entre los estrechos acantilados.

Una espesa niebla se cernía sobre las aguas tranquilas, reduciendo la


visibilidad a unos pocos pasos en cualquier dirección. Nadie hablaba más alto que
un susurro mientras serpenteaban por las islas.

Aren estaba arrodillado junto a ella, con el arco apoyado en las rodillas. Su
rostro era inexpresivo, pero pequeñas señales delataban sus nervios ante ella. La
forma en que hacía rebotar el arco contra su rodilla. La forma en que los músculos
de su mandíbula se tensaban y luego se relajaban. La forma en que sus ojos se
movían hacia cualquier sonido.

Entonces su mirada se posó en ella, y el corazón de Lara dio un vuelco cuando


dijo:

—Vamos a tomar Gamire.

Gamire era la isla de Nana.

—¿Por qué no Midguardia?

—Es donde tienen a los prisioneros. Los liberaremos y tomaremos el control


de la isla, y mañana iremos a Midguardia.

312
Midguardia era un objetivo estratégicamente mejor, pero ella entendía por
qué había hecho esta elección.

Sacando una máscara de su cinturón, se la entregó.

—Para el combate. Una vez que estemos en la parte superior del puente,
mantente cerca. Sigue mi ejemplo.

—No apuñales a nadie por la espalda —murmuró Aster. Ni ella ni Aren


reaccionaron a su puñalada. Ahora no era el momento.

El puente apareció a través de la niebla, una forma gris y sombría que


serpenteaba por encima de ellos. Los iticanos bajaron las velas y los barcos se
dirigieron hacia uno de los muelles que surgían del océano. Pinchos sobresalían
desde todos los ángulos, impidiendo que los barcos se acercaran demasiado, y por
encima de ellos, la roca era tan lisa que ni el mejor de los escaladores sería capaz
de escalar la resbaladiza superficie.

Pero en la parte delantera del barco, Lia se estaba quitando las botas, con un
trozo de cable delgado alrededor de su cuello y un hombro.

—Hay una abertura bajo la superficie —murmuró Aren, y su aliento contra


la oreja de Lara provocó un ligero escalofrío en su cuerpo—. Ella nadará hacia
arriba, luego escalará el interior del muelle, donde hay acceso a la parte superior
del puente. Ella soltará la cuerda y los demás subiremos.

—¿Por qué escalar? ¿Por qué no bajar nadando?

Inclinándose sobre el borde, Aren señaló mientras una gran sombra pasaba
por debajo de su barco. Y no estaba sola. El miedo recorrió la espina dorsal de Lara
al ver a los enormes tiburones rodear el muelle.

Pero Lia no mostró ninguna preocupación, con una mano apoyada en el


mástil mientras observaba el agua. La otra embarcación estaba a cierta distancia,
y Lara observó cómo sacaban peces que seguían aleteando de un saco, junto con un
cubo que, según sospechaba, estaba lleno de sangre.

—Lia es rápida —dijo Aren en voz baja—. Sólo necesitará unos segundos

313
para bajar y entrar en el muelle —Sus ojos se dirigieron a la mujer en cuestión—.
¿Lista?

Lia asintió, y Aren levantó la mano para hacer una señal al otro barco. Uno
de los soldados arrojó la sangre al agua, y luego comenzaron a arrojar los peces
moribundos a la mezcla, las criaturas chapoteando contra la superficie.

La atención de Lara se dirigió a las profundidades, las grandes formas


moviéndose en dirección a la perturbación.

Lia dobló las rodillas, lista para zambullirse.

Entonces las voces se filtraron desde arriba.

Lanzándose, Lara agarró la mano de Lia y tiró de ella hacia atrás, tapándole
la boca con una mano cuando empezó a protestar. Con la otra, señaló hacia arriba
y dijo:

—Patrulla.

Todo el mundo en el barco se quedó quieto, Aren haciendo un gesto a la otra


tripulación para que guardaran silencio mientras escuchaban.

Lara podía captar voces masculinas, aunque el puente estaba demasiado


alto para que pudiera oír lo que decían. O para determinar cuántos de ellos había.

Pero Aren negó con la cabeza, moviendo sus manos en señales silenciosas
para indicar al otro barco que se alejara del muelle y saliera a aguas abiertas.

Sólo cuando estaban a cierta distancia, maldijo y golpeó con el puño el borde
del barco.

—De todos los lugares que podían elegir para almorzar, tenía que ser ahí.

—¿Hay otro muelle que podamos usar? —preguntó Lara.

—Ninguno cerca de Gamire —respondió Jor—. Y tenemos una agenda muy


apretada.

—Hay uno —Todas las cabezas se volvieron en dirección a Aren—. Está más

314
cerca, así que incluso con el retraso, mantendremos el itinerario.

—No —dijo Jor rotundamente—. Encontraremos otra manera.

—No tenemos otra forma —espetó Aren—. Al menos no una que se ajuste
al itinerario. Tenemos que entrar por la parte superior del puente y eliminar a
los maridrianos que manejan los rompebarcos de Gamire, o cuando nuestra gente
ataque, serán blancos fáciles.

—Vamos más al sur, entonces. Hay un par de muelles que podemos escalar.
Si nos movemos rápido...

—Los maridrianos no son estúpidos. Están patrullando la cima del puente.


¿Con cuántos tendríamos que luchar para volver a Gamire? ¿Cuáles son las
posibilidades de que no reciban una señal de que estamos atacando? Esta es la
única manera.

La cara de Jor estaba roja.

—He dicho que no. Soy demasiado lento, y no voy a arriesgar a nadie de esta
tripulación por ese tipo de tonterías.

—Debería ser yo de todos modos —dijo Aren—. Soy el más rápido.

Fue entonces cuando Lara se dio cuenta de cómo estaba sugiriendo Aren que
llegaran a la cima del puente.

La Isla Serpiente.

Justo cuando Jor gruñó:

—De ninguna maldita manera.

Lara dijo:

—Yo lo haré.

Ambos hombres detuvieron su discusión para mirarla, al igual que los demás
iticanos del barco.

—Yo lo haré —repitió—. Soy rápida, y soy buena escaladora.

315
Lia silbó entre los dientes en señal de evidente aprobación, pero Jor le lanzó
una mirada que silenció cualquier otro exabrupto. Pero no pudo acallar la forma en
que los iticanos la miraban con interés.

La mandíbula de Aren se movía de un lado a otro.

—Es más difícil de lo que parece, Lara. Y si una de las serpientes te clava
los dientes, no hay forma de que te ayudemos. No lograrás subir antes de que la
parálisis haga efecto, y si la caída no te mata, una de las serpientes más grandes
terminará el trabajo. Y tienes que hacerlo todo mientras llevas una cuerda.

Ella se encogió de hombros, esperando que el gesto ocultara el escalofrío del


miedo que subía por su columna vertebral.

—No es una gran pérdida para ustedes si muero. Y si están ocupadas tratando
de comerme, entonces podría darte una mejor oportunidad de hacer la escalada tú
mismo.

—Ella tiene un punto —dijo Jor—. Pero es tu decisión.

Aren no dijo nada, pero en sus ojos, Lara pudo ver que luchaba con la
decisión, sabiendo cómo se vería si arriesgaba a alguien más, incluso a sí mismo,
en su lugar. Finalmente, dijo:

—Vamos.

El sudor corría por la espalda de Lara para cuando llegaron a la pequeña


isla, la niebla y la cubierta de nubes los ocultaban de las patrullas maridrianas que
estaban por encima y en el agua. El día en que Aren se enfrentó a las serpientes,
había sido soleado. Pero hoy las cientos de serpientes que pululaban bajo las
salientes y entre las rocas estaban ocultas por la niebla.

Lo que hacía que lo que estaba a punto de hacer fuera aún peor.

—Esto no es una prueba de valentía —Aren se colgó el arco del hombro y


le entregó a Jor un saco de peces aún en movimiento antes de recuperar el suyo—.
Seguiremos poniéndoles un cebo para que despejen el camino, y luego te cubriremos
tan bien como podamos con flechas. Pero con esta visibilidad...

316
—Está bien —dijo Lara con una confianza que no sentía—. O llego al muelle
antes que ellas o no. Un puñado de flechas probablemente no hagan una diferencia.

Aster se acercó a ella, colocándole un trozo de cuerda sobre los hombros y luego
sujetándolo a su cinturón. Era más pesada de lo que esperaba. Lo suficientemente
pesada como para ralentizarla.

—No tienes que hacer esto. Yo… —empezó a decir Aren, pero Lara se limitó
a saltar de la barca y a subirse al banco de arena sumergido, abriéndose paso hacia
la isla hasta que el agua le llegó a las rodillas. Entrelazando las manos, estiró los
brazos al frente, con la espalda crujiendo.

—Estoy lista.

No estaba lista. Ni de cerca. Por encima del sonido del oleaje, podía oír a las
serpientes moviéndose, sus cuerpos chocando entre sí mientras observaban a los
intrusos, los siseos de cientos de lenguas mezclándose en una voz monstruosa.

Las tripulaciones de ambas embarcaciones estaban en el agua, y varios de


ellos agarraron los sacos de pescado y empezaron a chapotear ruidosamente en
direcciones opuestas, provocando que las serpientes se alejaran del camino. El
resto levantó sus arcos, incluido Aren.

Puedes hacerlo.

Había movimiento en la playa, figuras sinuosas que perturbaban la niebla al


desplazarse por la arena.

—El camino es relativamente plano —dijo Aren—. Confía en tus pies y ten
cuidado con las serpientes.

Como si no supiera eso.

—Pueden saltar. Tienes que subir al menos cuatro metros por el muelle antes
de estar fuera de su alcance. En el mejor de los casos, sólo tendrás un puñado de
segundos para hacer la subida.

Lara apretó los dientes, luchando contra el impulso de asentir. Cualquier


movimiento atraería la atención de las serpientes.

317
—¡A mi señal!

Ella no podía hacer esto.

—¡Ahora!

Lara echó a correr, con el agua salpicando al llegar a la playa, sus piernas
bombeando. No miró si habían tirado los peces. No vio si las serpientes se habían
fijado en ella.

Simplemente corrió.

La arena profunda se movía y se hundía bajo sus pies, pero ella se había
criado en el Desierto Rojo y la sensación era tan natural para ella como respirar.

Pero en el desierto no había serpientes así.

Oyó débilmente los gritos de los iticanos, tratando de mantener la atención


de las criaturas.

Ella sabía que no estaba funcionando. Podía sentir a las criaturas convergiendo
sobre ella, una invasora y un premio mejor que cualquier pez.

La niebla se arremolinó al llegar al camino, su mirada fija justo delante de


sus pies, buscando movimiento.

Ahí. Una cabeza oscura se dirigió hacia ella, llena de dientes y escamas.
Lara se lanzó, volando por encima de la serpiente que se abalanzaba, rodando y
poniéndose en pie de nuevo en un instante.

Pero estaban detrás de ella. Ganando terreno.

Corrió más rápido.

Trozos de roca le cortaron los pies descalzos, pero Lara apenas sintió el dolor
mientras el muelle del puente emergía de la niebla.

Una flecha pasó junto a ella, atravesando la cabeza de una serpiente que
había aparecido de la nada, y su cuerpo golpeó su tobillo al pasar, haciéndola
tropezar.

318
Continúa.

Se apresuró a seguir adelante, sintiendo que otras convergían en su periferia.

¡Más rápido!

—¡Corre, Lara! —La voz de Aren llenó sus oídos, y su desesperación la


impulsó a aumentar la velocidad. Saltó por encima de una roca, y un grito ahogado
salió de sus labios cuando algo golpeó su talón.

—¡Corre!

El muelle estaba a sólo una docena de pasos de distancia, pero podía oír los
pesados cuerpos de las serpientes golpeando el suelo detrás de ella mientras se
abalanzaban.

Ya casi llegaba. Haciendo acopio de fuerzas, Lara se lanzó contra la áspera


piedra.

Su cuerpo se estrelló contra el muelle, sus dedos buscaron un asidero,


deslizándose, sus uñas desgarrándose, el peso de la cuerda arrastrándola hacia
abajo.

—¡Lara!

Sollozando, arañó la roca y sus dedos finalmente se agarraron a ella. Subió,


con el corazón en la garganta.

Entonces, algo golpeó la parte posterior de su rodilla y el dolor le subió por


la pierna.

El terror la invadió, pero no se atrevió a detenerse para ver si la habían


mordido cuando otras se estaban lanzando contra el muelle justo debajo de sus
pies.

—¡Sube más alto!

Su dedo del pie resbaló, su peso hizo que sus brazos gritaran, pero ella siguió
luchando. Pie a pie, con todo el cuerpo temblando.

319
¿La había mordido? ¿Estaba a momentos de caer a su muerte? Lara no lo
sabía. No estaba segura de si sentía sudor o sangre deslizándose por sus piernas
mientras subía.

Se elevó cada vez más, desplazándose por el lado del muelle para poder subir
al propio puente.

Finalmente, llegó a la cima. Rodando por el borde, se apoyó en su espalda,


jadeando para respirar. Sólo para que unas voces llenaran sus oídos.

Voces que no pertenecían a los iticanos de abajo.

320
47

aREN

Traducido por Mrs. Tíber

Corregido por Beth & -Patty

JOR Y ASTER lo agarraban por los brazos, tirándolo hacia atrás, y los tres cayeron
con un chapoteo en el agua.

—¡Está despierta! ¡Está subiendo!

Pero había visto a la serpiente golpearla. Incluso un mordisco superficial era


suficiente para ser mortal. Tenía que llegar hasta ella.

Empujando a Jor lejos, Aren trepó por el agua hacia la playa, solo para que su
cabeza fuera empujada bajo el agua, su cara golpeando contra la arena.

Jor tiró de él por el pelo.


—No me hagas medio ahogarte para hacerte entrar en razón, muchacho.
¡Mira! Ella ya está en la cima.

Él estaba en lo correcto. A través de la niebla, Aren pudo ver débilmente a Lara


dando la vuelta alrededor del muelle, moviéndose con firme confianza mientras
trepaba por el costado del puente, desapareciendo en la cima. Exhalando, bajó la
cabeza para encontrar varias serpientes acercándose a la línea de flote, mirándolo
con interés.

—Sólo inténtenlo —les siseó, pero retrocedió hacia el barco en lugar de tentar
al destino.

Y fue entonces cuando escuchó voces.

—Mierda —murmuró Jor—. Patrulla.

Aren apenas podía respirar, el terror envolviendo su pecho como una mordaza.
Lara solo tenía un cuchillo en su cinturón y estaría agotada por la carrera y la
posterior escalada. Necesitaba llegar allí. Necesitaba ayudarla.

Excepto que la playa estaba cubierta de serpientes, y habían usado todos los
peces como cebo para alejarlas de Lara. Pero tenía que intentarlo. Tenía que…

La mano de Jor se aferró a su muñeca, su otra mano apuntando.

Lara había vuelto a trepar por el costado del puente y estaba colgada allí,
apenas visible a través de la niebla.

—Los gritos venían de aquí —La voz de un maridriano.

—No veo nada —respondió otro—. Estás escuchando cosas.

—Es la niebla maldita —dijo otro—. Es suficiente para conducir a uno a la


locura, y nunca ser capaz de volver ver.

Al menos tres, pero probablemente más.

—No pueden vernos —dijo Jor en voz baja, luego hizo una señal a Lia y a los
demás para que permanecieran en silencio—. Se moverán pronto.

322
Excepto que los soldados maridrianos se detuvieron justo al lado de donde
Lara colgaba de las yemas de sus dedos, sus voces filtrándose hacia abajo.

—Los Iticanos están tramando algo —dijo el primero—. Puedo sentirlo.


Todos esos cuernos sonando el otro día, el mismo mensaje una y otra vez.

—¿Y qué si lo están? Es un pensamiento ilusorio. No puede haber más que


unos pocos cientos de ellos con vida, y si tienen ganas de lanzarse contra sus
propias defensas, mucho mejor. Cuanto antes estén todos muertos, antes podré
volver a mi copa de vino y a mis mujeres.

Los maridrianos se rieron, el sonido haciendo eco a través de la niebla.

Aren se puso rígido de ira, pero Jor apretó su brazo con más fuerza.

—Guarda la pelea para más tarde.

Pero Lara, al parecer, tenía otros planes.

Aren miró impotente mientras ella trepaba silenciosamente a la cima del


puente.

El aire se partió con gritos.

Un soldado que gritaba voló por el costado, cayendo con un ruido sordo en la
arena, las serpientes sobre él en un instante. Pero Aren no podía apartar la mirada
de los remolinos de niebla de arriba, que era todo lo que podía ver de la batalla.
Gruñidos y golpes sordos llenaron sus oídos, y luego otro hombre cayó, esta vez al
agua.

Lia estaba sobre el soldado moribundo en un instante, cortándole la garganta


antes de que pudiera traicionar su presencia.

Otro grito, luego pies corriendo.

Luego silencio.

Aren no podía respirar. No podía moverse. No podía hacer nada más que
mirar al puente, esperando.

323
Por favor, mantente viva.

Entonces sonó un silbido, dos píos rápidos seguidos de un largo trino, y


luego él exhaló un suspiro profundo y recuperó su arco de donde flotaba en el agua.
Un latido después, Lara dejó caer el extremo de la cuerda.

Lia ató la pesada cuerda anudada que usaban para trepar hasta el final,
luego Lara la arrastró hacia arriba, asegurándola al puente.

Otro silbido.

—Yo iré primero —dijo Lia, pero Aren la ignoró, saltó para agarrar la cuerda
y luego trepó, con los hombros ardiendo cuando llegó a la cima.

Lara estaba de pie entre los muertos, su rostro y ropa salpicados de sangre,
el único signo de una herida era un labio partido.

—¿Estás herida?

—Estoy bien —Se tambaleó ligeramente y el miedo recorrió la columna


de Aren. Cayendo de rodillas, le subió de un tirón la pernera de sus pantalones
holgados. Había una marca roja lívida por la fuerza de la serpiente que golpeó su
pantorrilla, pero milagrosamente, los colmillos de la criatura no habían roto la piel.

—Aren, estoy bien —Ella trató de apartarse, pero él metió los dedos a través
de los agujeros gemelos en la tela y se encontró con su mirada, notando cómo
palidecía.

—Lo que tienes es suerte —gruñó, la ira ahuyentando su miedo.

No ira dirigida hacia ella. Pero sí hacia él mismo.

¿Por qué la había traído aquí? ¿Por qué no la había dejado en esa playa?

Girándose, comenzó a empujar los cuerpos fuera del puente por si aparecía
otra patrulla. Para cuando terminó, el resto de su equipo estaba en la cima del
puente. Todos miraban a Lara con un nuevo nivel de respeto, incluso Aster.

—Vamos —ordenó Aren—. Tenemos solo tres horas para derribar las defensas
de Gamire.

324
SE ENCONTRARON CON solo una patrulla Maridriana más en su carrera hacia
Gamire, los soldados hablando lo suficientemente alto como para que Aren los
oyera a menos de un kilómetro de distancia. Era la forma del sonido en la niebla:
aquellos que no estaban acostumbrados a ella no entendían cómo amortiguaba
el sonido, la forma en que distorsionaba la dirección de la que parecía provenir
cualquier ruido. Pero era un arma que Aren había usado a menudo. Y un arma que
usaba bien.

Los hombres estaban muertos antes de que pudieran alcanzar sus armas.

Sosteniendo aún su espada, Aren soltó silenciosamente el gatillo de la


escotilla que los maridrianos habían estado protegiendo, los resortes empujando la
losa de piedra hacia arriba lo suficiente para que él y Jor pudieran meter los dedos
debajo de ella. Aren esperó un latido, luego asintió una vez, y la abrieron.

Deslizándose dentro del puente con Jor y Lia siguiéndolo, Aren aspiró el olor a
moho. Presionó su mano contra la pared, la textura familiar del interior del puente
aliviando el rápido latido de su corazón mientras los demás cerraban la escotilla
para ahogar el sonido del mar.

A diferencia de la niebla, el interior del puente amplificaba el sonido, haciendo


que pareciera que los habladores maridrianos estaban a solo una docena de pasos
de distancia en lugar de cerca de una milla.

Aren caminó en la oscuridad durante varios minutos, luego tomó el saco


que Jor le entregó. Dentro, recuperó un cuenco de hojalata, junto con tres botes, el
contenido etiquetado con marcas grabadas en los lados. Vertió dos de ellos en el
cuenco, luego en voz baja, dijo:

—Vayan. Estaré justo detrás de ustedes.

Lia y Jor se retiraron a la escotilla y, una vez que salieron, destapó con cuidado
el tercer bote. Inspiró profundamente y contuvo el aliento, vertió el contenido en el
cuenco y lo escuchó burbujear violentamente. Dejando caer el bote, corrió de vuelta
hacia la abertura y saltó, sin inhalar hasta que Jor y Lia lo subieron a la parte

325
superior del puente.

—¿Qué hiciste? —preguntó Lara en voz baja.

—Humo venenoso —respondió—. La corriente lo llevará hacia la patrulla.

Ella frunció el ceño.

—Escaparán al muelle. Avisa al resto de la guarnición.

—No si llegamos allí primero.

Se movió casi a toda velocidad por la parte superior del puente hasta que la
isla apareció a la vista, luego redujo la velocidad para que sus movimientos fueran
silenciosos. Agachándose, miró hacia la niebla que se arremolinaba alrededor del
muelle del puente, escuchando. Jor estaba atando una cuerda alrededor de Lia
cuando Aren levantó la cabeza. Levantó dos dedos y ella asintió. Luego, con las
armas en la mano, se dejó caer por el costado.

Segundos después, hubo un gorgoteo y un golpe sordo.

Aren y el resto de ellos tardaron unos minutos en descender, y apenas había


empujado un cuchillo debajo de la entrada del muelle para evitar que se abriera
cuando gritos ahogados llenaron sus oídos. Seguido por el trueno de botas corriendo
por las escaleras y un ruido sordo cuando las manos golpearon la puerta, tratando
desesperadamente de abrirla.

Los gritos duraron unos minutos, y luego solo hubo silencio.

Haciendo un gesto a los demás para que retrocedieran, Aren sacó su cuchillo
de debajo de la puerta, que se abrió, derramando humo y cadáveres, el interior
marcado con arañazos y sangre. Miró el rostro de Lara mientras se retiraba a una
distancia segura, pero si la espantosa muerte de sus compatriotas la perturbaba,
no lo demostró.

Se movieron silenciosamente hacia el borde de la isla, deteniéndose justo


antes de llegar.

—¿Cómo está el tiempo? —le murmuró a Jor.

326
Lamiendo sus dedos, Jor los sostuvo en el aire, luego se encogió de hombros.

—Veinte minutos, quizás un poco menos.

No había forma de saber si el resto de su gente estaba en posición en el agua.


No había forma de hacer una señal sin que los maridrianos sospecharan que un
ataque era inminente. Todo lo que podía hacer era esperar a que todavía confiaran
en él lo suficiente como para seguir sus planes.

—Tomemos los rompebarcos.

Se dividieron en grupos, Lara y Jor se quedaron con Aren mientras los conducía
a través de la maraña de árboles, helechos y enredaderas, la maleza espesa por el
descanso de ocho semanas de las tormentas. Lara se movió tan silenciosamente
como cualquiera de su gente, pero Aren se encontró mirando en su dirección.

Frunciendo el ceño, la agarró por el tobillo y, cuando ella se volvió, señaló


la máscara de su propio rostro, sabiendo que ella tenía una metida en el cinturón.

Ella articuló la palabra no, sacudiendo la cabeza.

Pero él no soltó su tobillo. Si alguno de los soldados que manejaban el


rompebarcos la veía y gritaba la alarma, todo sería en vano.

Lara frunció el ceño, luego metió la mano en el barro, untándose el rostro


con él, ocultando el brillo de su piel y haciéndola parecer más salvaje. Más feroz.
Sus ojos azul océano se encontraron con los suyos, y el corazón de Aren latió con
fuerza en su pecho, una dolorosa necesidad familiar apoderándose de su cuerpo.
Pero solo asintió y se dirigió hacia el rugido del océano.

Cuatro soldados estaban sentados en la cubierta a cada lado del rompebarcos,


dos de ellos barriendo la niebla con el desinterés de aquellos que habían estado
haciendo una tarea tediosa durante demasiado tiempo. Los otros dos miraban tierra
adentro, pero estaban comiendo pan y carne seca, mirando hacia arriba sólo de vez
en cuando. Jor levantó su arco, apuntando silenciosamente una flecha mientras un
cuchillo arrojadizo aparecía en la mano de Lara.

Pero estos hombres no estaban solos. Las patrullas se movían a lo largo

327
del perímetro de la isla, grupos de hombres con los ojos puestos en el mar, no tan
distraídos como Aren había esperado.

Manteniéndose quieto mientras un grupo de hombres se unía a los cuatro,


Aren apretó los dientes, luchando contra el impulso de atacar a pesar de que sabía
que estaban enormemente superados en número.

Entonces el viento empezó a subir.

Aren lo escuchó antes de verlo, el susurro de hojas y ramas mientras la brisa


atravesaba la isla. Sopló de nuevo, ganando fuerza, la niebla arremolinándose
violentamente.

Una campana de alarma sonó desde el otro lado de la isla, y Aren sonrió.

—¡Ataquen! ¡Ataquen! ¡Los iticanos están atacando! —Los gritos corrieron


a través de Gamire, junto con órdenes de moverse a la posición, los soldados
maridrianos sacando sus armas y bajando, varios escudriñando la niebla, que
permanecía espesa en este lado de la isla.

El viento se elevó más, y en el otro lado de Gamire, ya habría disipado la


niebla, revelando la docena de botes llenos de iticanos entrando en pánico mientras
su cubierta desaparecía. O al menos, fingiendo entrar en pánico.

Efectivamente, el sonido de los rompebarcos siendo desplegados llenó el aire


con su familiar crujido, los maridrianos lanzando piedras a los barcos llenos de
iticanos muy conscientes del alcance de las armas y exactamente con qué rapidez
se podían recargar. Ya se estaban moviendo dentro del alcance de las armas, usando
todas las herramientas a su disposición para hacer creer a los maridrianos que era
un ataque genuino.

No el señuelo que era en realidad.

Sonó una explosión, luego otra, seguida de la llamada por refuerzos.

Uno de los maridrianos que custodiaban el rompebarcos se puso de pie, luego


levantó un catalejo como si pudiera atravesar la niebla, sacudiendo la cabeza con
agitación.

328
Ve, Aren lo instó en silencio, sabiendo que era cuestión de minutos antes de
que el viento despejara la niebla de este lado de Gamire, revelando la verdadera
amenaza. ¡Ve!

—¡Mierda! —Uno de los hombres de la patrulla gruñó la palabra con agitación,


el instinto advirtiéndole donde sus ojos le fallaban. Pero no se podían ignorar varias
explosiones más y llamadas de asistencia—. Ustedes cuatro permanezcan con el
rompebarcos —ordenó—. Bajo ninguna circunstancia se irán, ¿entendido?

Se oyó un crujido de maleza cuando él y el resto de los maridrianos atravesaron


corriendo la isla para unirse a la defensa.

Y no un momento demasiado pronto.

El viento soplaba fuerte y constante ahora, y el ojo experimentado de Aren


captó un movimiento en el agua: los barcos se movían silenciosamente hacia su
posición.

—¿Qué es eso? —dijo uno de los soldados que manejaban el rompebarcos—.


Se ve como un…

Aren se abalanzó, el sonido del arco de Jor llenando sus oídos. Un soldado
agarró la flecha que le atravesaba el pecho, otro cayó de lado, el cuchillo de Lara
clavado en su columna. Los otros dos soldados se dieron la vuelta y la espada de
Aren le arrancó la cabeza a uno. Pero antes de que pudiera matar al otro, la bota de
Lara aplastó la garganta del hombre.

El soldado se tambaleó hacia atrás, con los ojos muy abiertos, la boqueando
mientras jadeaba por aire, pero Lara solo se retorció y pateó de nuevo, un pie lo
golpeó en el pecho y lo envió volando por el acantilado hacia las rocas de abajo.

Aren la fulminó con la mirada, molesto porque ella había ignorado su plan,
pero antes de que pudiera decir nada, los botes avanzaron hacia los acantilados,
sus soldados saltaron hábilmente para aterrizar en las rocas reveladas por la marea
baja. Jor ya estaba quitando las cuerdas de repuesto del rompebarcos, atándolas al
arma y luego arrojándolas para ayudar en la escalada.

En minutos, había docenas de iticanos rodeando a Aren, y si todo había

329
salido según lo planeado, lo mismo estaría sucediendo en los rompebarcos que el
resto de su tripulación había asegurado.

—Muéstrenles la misma misericordia que ellos nos mostraron —dijo, y luego


condujo a su ejército a través de la isla.

330
48

LaRa

Traducido por Mrs. Tíber

Corregido por Beth & -Patty

AREN HABÍA TENIDO miedo de que su gente no lo seguiría. De que no confiarían en


él para llevarlos a la batalla. Para llevar a Iticana de regreso a la libertad.

Pero Lara nunca había dudado de él.

Los Iticanos cruzaron la isla de Gamire sin dudarlo, su rey a la cabeza, la


confianza irradiando de él a cada paso mientras desplegaba su ejército para atacar
al enemigo por la retaguardia.

Lara había sido criada para luchar. Pero no la habían educado para llevar a
hombres y mujeres a la batalla. No de la forma en que lo habían hecho con Aren. Y
no era que sus estrategias y tácticas fueran magistrales, aunque lo eran. Era que
todos los guerreros que lo seguían sabían que él lucharía por ellos. Moriría por
ellos. Sabían que Iticana lo era todo para él.

Y ellos la toleraban solo porque ella lo había traído de vuelta.

Con su cuchillo en una mano y la espada en la otra, Lara siguió a Aren


pegada a sus talones a través de Gamire, moviéndose en dirección a la batalla.
Los maridrianos tenían mayor número, pero a pesar de la historia reciente, no
esperaban ser atacados por la retaguardia.

El fuego ardía por los explosivos que las fuerzas señuelo habían arrojado a
la tierra, la neblina de humo flotando a través de la isla con el viento. Cada pocos
minutos, uno de los rompebarcos lanzaba un proyectil, el crujido llenando el aire,
pero a juzgar por los gritos agraviados, no estaban teniendo mucho éxito con su
puntería. Entonces una voz familiar llenó los oídos de Lara, y su corazón dio un
vuelco mientras Aren se detenía en seco.

—No te ayudaré a atacar a mi propia gente, idiota maridriano —La mujer


gruñó las palabras y, a través de los árboles, Lara pudo distinguir a la prima de
Aren.

Taryn no estaba muerta.

El cuerpo de Lara tembló, y si no hubiera estado ya sobre sus manos y


rodillas, podría haberse derrumbado. Antes de exiliarla de Iticana, Aren le había
dicho que la joven había sido asesinada por un rompebarcos mientras intentaba
escapar de Midguardia con la advertencia de la invasión, pero de alguna manera,
su amiga estaba viva. Una oleada de alivio hizo que Lara se diera cuenta de lo
profunda que había sido la culpa que había sentido por la pérdida de Taryn. Solo
para ser reemplazada por la culpa de que Taryn hubiera estado prisionera en su
propio hogar durante todos estos largos meses.

—Haz que funcionen correctamente, o te degollaré —gritó uno de los soldados


maridrianos, levantando un cuchillo.

Taryn solo cuadró sus hombros, las cuerdas que le ataban las muñecas no
hacían nada para disminuir su rebeldía.

332
—Funcionan bien. Ustedes simplemente tienen una puntería de mierda.

El soldado la abofeteó. Taryn tropezó, luego se lanzó a escupir en la cara del


hombre. Y Lara sabía lo que estaba haciendo. Sabía que su amiga estaba tratando
de que la mataran para que no hubiera posibilidad de que la usaran contra su gente.

Pero no había ninguna posibilidad de que Lara dejara morir a Taryn sin
luchar.

Haciendo caso omiso de los frenéticos movimientos de la mano de Aren


para quedarse quieta, Lara avanzó en cuclillas, ganando velocidad a medida que
avanzaba.

El soldado maridriano levantó su espada, preparándose para golpear cuando


Lara salió disparada de la línea de árboles, con su cuchillo volando.

Los ojos de Taryn se agrandaron cuando el cuchillo se hundió en el brazo con


la espada del soldado, pero toda una vida de entrenamiento la hizo atrapar el arma
del hombre mientras él la soltaba.

—¡Ataquen! —gritó Aren detrás de ella, pero Lara apenas oyó, perdiéndose
en esta parte de la batalla.

Levantando su espada, apuñaló al hombre que había abofeteado a Taryn,


luego giró para atacar a los otros soldados que rodeaban el rompebarcos.

La superaban en número diez a uno, pero Lara nunca antes había dejado que
las malas probabilidades la detuvieran.

Dos de ellos cargaron, y ella se agachó debajo de una espada, luego paró
otra, manteniéndose entre los hombres y Taryn, que estaba usando la espada para
liberar sus muñecas atadas.

Entonces Aren estaba allí.

Cortó las tripas de un soldado antes de girar para golpear a otro en la cara.
Fue todo lo que tuvo la oportunidad de ver antes de que los maridrianos atacaran.

Ella confiaba en la velocidad más que en la fuerza, anticipándose a los golpes

333
y moviéndose fuera del camino solo para regresar en su danza y matar. Pero estaba
en desventaja por la necesidad de proteger a Taryn, de mantenerlos alejados hasta
que estuviera libre y pudiera luchar.

Uno de los hombres golpeó a Lara y ella tropezó, apenas evadiendo un golpe
en las rodillas. Rodando, se puso de pie, sus ojos se clavaron en uno de los soldados
heridos mientras levantaba su cuchillo.

Sosteniendo sus tripas con una mano, se tambaleó hacia Taryn, con rabia en
sus ojos.

—¡No! —Lara se lanzó al camino del hombre.

El dolor le quemó el costado de la pierna, pero lo ignoró y levantó el arma


para bloquear cualquier golpe hacia abajo.

Solo para ver a Taryn apuñalar al soldado en la cara.

La otra mujer sacó el arma y observó desapasionadamente cómo el hombre


caía. Luego se encontró con la mirada de Lara, moviendo el brazo mientras levantaba
su espada. Lista para atacar.

Lara no se movió.

Pero Taryn solo dijo—: Matarte no cambiará nada —Y sin otra palabra, se
metió en la refriega.

334
49

aREN

Traducido por Kamis

Corregido por Beth & -Patty

GAMIRE FUE LIBERADA.

Era una isla entre docenas, pero la victoria se sintió tan dulce como cualquier
otra que hubiera tenido. Los prisioneros Iticanos que habían sido retenidos en la
isla estaban, si no bien, al menos vivos, y Aren les había concedido la satisfacción
de ejecutar a sus captores.

—Creímos que estabas muerta —le dijo a Taryn, llenando su copa con vino,
notando cómo la mano que la sostenía temblaba—. Lia vio cómo la piedra golpeaba
tu barco. Te hundiste. No subiste. Si hubiéramos sabido que estabas viva…

—Me las arreglé para nadar hasta la bahía —Sus palabras carecían de tono—
. Decidieron que tenía más valor como prisionera que como cadáver.

Y los maridrianos eran notoriamente duros con sus prisioneros. Aren lo sabía
de primera mano.

—Lo siento, yo…

—¿Por qué está aquí, Aren? ¿Por qué no está muerta?

—Han pasado muchas cosas que no conoces. Las cosas han cambiado —
Exhaló con frustración—. Lara salvó tu vida, Taryn. A pesar de todo lo que ha
hecho, ¿puedes al menos estar agradecida por eso?

Era la cosa incorrecta que decir. Una cosa estúpida que decir. Aren lo supo
en el momento en que las palabras salieron de su boca, aunque Taryn lo confirmó
arrojándole el vino a la cara.

—¡Ella arruinó mi vida! —gritó—. ¡Hubiera sido mejor si me hubiera


apuñalado en el corazón!

Los soldados cercanos hicieron una pausa en sus celebraciones, todos ellos
observando el intercambio.

—Cuando se gane la guerra, se irá. Solo está aquí para luchar.

Las manos de Taryn se cerraron en puños y negó con la cabeza.

—Asegúrate de que lo haga —Luego se alejó furiosa por el pueblo. Lia le


entregó su bebida para perseguirla.

—Lia hablará con ella —Jor se acercó a él—. Ella le explicará lo que ha
pasado.

Excepto que todos a su alrededor conocían esa explicación, y no había


cambiado nada. Vaciando su copa, Aren se giró, buscando entre los soldados una
señal de Lara. La había visto antes ayudando a despejar la isla, pero ahora no
estaba a la vista. Y Dios sabía que había muchos hombres y mujeres en esta isla
con motivos para intentar matarla.

Él comenzó a recorrer el pueblo, su mente ocupada sólo en encontrar el

336
familiar brillo de su cabello rubio. Esos ojos azules. El rostro que veía en sus sueños.

Pero todo lo que vio eran Iticanos.

La inquietud le mordió el estómago y se giró hacia Jor.

—¿Dónde está Lara?

337
50

LaRa

Traducido por Kamis

Corregido por Beth & -Patty

DOLÍA.

Dios, era profundo y dolía, e incluso con el vendaje que había envuelto
con fuerza, la sangre corría por su pierna. Le tomó toda su fuerza de voluntad no
cojear mientras registraban la aldea en busca de maridrianos que pudieran haber
sobrevivido al ataque. Aren daba las órdenes, enteramente en su elemento.

Estaba funcionando. Su plan estaba funcionando, y asumiendo que Valcota


y Harendell cumplirían con su parte, mañana Norteguardia y Sudguardia caerían, e
Iticana una vez más sostendría el puente. Aren volvería a ser el rey de Iticana.

Pero Lara no estaría en posición de luchar si no lograba detener su sangrado.


Apenas podía caminar.

Apretando los dientes, Lara miró a Aren y al resto, la mayoría de los cuales
estaban reunidos alrededor de la gran hoguera en el centro de la ciudad, con la
intención de que pareciera que los maridrianos todavía tenían el control de la isla.
El pescado humeaba en la parrilla y varios frascos se pasaban de mano en mano,
mientras uno de los sanadores atendía a los heridos.

En lugar de unirse a ellos, Lara avanzó cojeando por el camino hacia la casa
de Nana, con la espada floja en una mano, aunque estaba demasiado agotada para
usarla. Al llegar al edificio, abrió la puerta con cautela, sosteniendo la linterna para
iluminar el interior.

Los soldados maridrianos habían estado dentro, probablemente buscando


algo valioso, a juzgar por el desorden. Las jaulas de serpientes habían desaparecido,
aunque Lara no podía decir si Nana había liberado a las criaturas o se las había
llevado con ella a Eranahl.

Se dirigió a los estantes derribados, buscando entre el desorden de frascos y


vidrios rotos hasta que encontró lo que necesitaba, luego dejó su linterna sobre la
mesa y comenzó a desenredar el vendaje empapado de sangre de su muslo.

Un nuevo torrente se derramó por su pierna y Lara hizo una mueca mientras
se quitaba los pantalones rotos para revelar la herida. Un corte limpio justo debajo
de su cadera, pero casi hasta el hueso.

—Mierda —Luchó contra el destello de náuseas que la invadía, una mezcla


de miedo, dolor y pérdida de sangre que amenazaba con romper su compostura.

Mezcló las hierbas en un tazón con un poco de agua de lluvia, limpió la


herida, respirando entrecortadamente por el escozor de la solución. Pero sabía que
lo peor estaba por llegar.

Le temblaban las manos y le costó varios intentos enhebrar la aguja.


Temblorosa, se sentó encima de la mesa, orientando la herida sangrante hacia la
luz.

—Puedes hacerlo —Odiaba el tono jadeante de su voz, el mundo a su alrededor

339
pulsando dentro y fuera de foco—. Solo hazlo.

Apretando los dientes, Lara apretó la herida, el músculo lesionado resbalando


bajo sus dedos. Luego introdujo la aguja.

Un sollozo brotó de sus labios, y se retorció para presionar su frente contra


la mesa, luchando contra el mareo antes de tirar del hilo y anudarlo. Tomando una
respiración profunda, presionó la aguja contra su carne de nuevo, pero sus manos
temblaban tan fuerte que perdió el agarre sobre el músculo.

Las lágrimas se derramaron por sus mejillas mientras luchaba por volver a
colocarlo en su lugar, para agarrar la aguja con sus dedos ensangrentados.

Entonces, unas manos familiares se cerraron sobre sus muñecas. Levantando


su rostro, se encontró con la mirada de Aren, la luz de la linterna parpadeando en
sus ojos color avellana.

—¿Por qué no pediste ayuda?

—Porque no tengo derecho a pedirle nada a ninguno de ellos —dijo entre


sollozos, girando la cara—. Está bien. Yo puedo hacerlo. Solo necesito un minuto.

Pero Aren no soltó sus muñecas y las mantuvo firmes mientras se inclinaba
para examinar su herida.

—Es profunda.

—Una vez que la suture, estará bien.

—Para cuando termines de coserla, te habrás desangrado hasta la muerte


—Él le soltó las muñecas—. Yo lo haré.

—No… —Ella se interrumpió, la mirada en su cara silenciando su protesta.

Encontró un poco de jabón, se lavó las manos en una palangana y ella


aprovechó este momento de distracción para mirarlo. Para memorizar su rostro.
Esta era la primera vez que habían estado solos desde su viaje a Valcota. Y por lo
que ella sabía, podría ser la última.

—Tienes que dejar de hacer esto.

340
—¿Hacer qué? —preguntó ella, aunque sabía lo que quería decir.

—Ponerte en peligro —Se restregó la piel con fuerza, lavando la suciedad y


sangre de sus enemigos—. No cambiará nada, más que eventualmente hacer que te
maten —Su voz se volvió ronca al decir maten, y el pecho de Lara se tensó.

—Taryn está viva. Es libre. Eso es algo.

—Eso no niega el hecho de que tú ocasionaste que la tomaran prisionera en


primer lugar —Sus manos se quedaron quietas—. No cambia cómo piensan todos
de ti.

Como una mentirosa. Como traidora. Como el enemigo. Apartando su mirada


de las manos de Aren, Lara se quedó mirando la sangre que brotaba de la herida en
su pierna y luchó por reprimir el hipo de sus lágrimas.

—No estoy tratando de cambiar la forma en que todos piensan de mí. Sé que
eso nunca sucederá.

—¿Por qué, entonces? —Su voz era enfadada—. ¿Tratas de hacer que te
maten?

—No —Su garganta se apretó—. Trato de encontrar una manera de vivir


conmigo misma.

Ella sintió más que verlo levantar su cabeza. Sintió su escrutinio mientras
preguntaba:

—¿Está funcionando?

Cerrando los ojos, Lara se concentró en el dolor en su pierna, tratando de


ahogar el dolor en su corazón.

—Aún no.

Las botas de Aren hicieron un ruido sordo cuando rodeó la mesa, y un temblor
atravesó el cuerpo de Lara cuando tomó su pierna, sus manos cálidas contra su piel
desnuda.

—¿Quieres algo para morder?

341
Ella negó con la cabeza, presionando su frente contra la mesa mientras él
acercaba la linterna. Ella apretó sus manos en puños mientras él tomaba la aguja,
el tirón del hilo enviando picaduras de dolor que subían por su muslo.

—Solo hazlo.

Sus palabras no eran más que bravuconería, un sollozo saliendo de sus


labios mientras Aren profundizaba en la herida, juntando su carne, su autocontrol
rompiéndose con cada pasada de la aguja. Se aferró a la mesa, su cuerpo
estremeciéndose con tanta fuerza que la luz de la linterna bailaba salvajemente.

En algún momento, se desmayó, volviendo en si y encontrando las manos


ensangrentadas de Aren descansando en su pierna. El sudor se acumulaba en su
frente y tenía los ojos enrojecidos.

—Lo peor ya pasó —murmuró, luego volvió a enhebrar la aguja, juntando


su piel para otra capa de puntos—. Dada la cantidad de dolor que me has dado por
apenas parpadear cada vez que me cosiste, lo estás manejando bastante mal.

Ella soltó una carcajada.

—Odio los puntos de sutura. Prefiero ser apuñalada que cosida.

—Estás siendo una bebé. No es tan malo.

—Imbécil —Pero sus ojos se encontraron, y la mirada de él ahuyentó su


dolor. Esto le dolía a él tanto como a ella—. Gracias.

—Gracias por salvar a mi prima.

Una victoria en un mar de pérdidas, pero la tensión en el pecho de Lara


todavía se alivió.

Él terminó sus puntos, envolviendo un trozo de vendaje alrededor de su pierna


y anudándolo con mano experta. Sentada en posición vertical, Lara se deslizó de la
mesa y se puso de pie, pero una ola de mareo la hizo tambalearse e instintivamente
extendió la mano para agarrarse a sus hombros.

Ella esperaba que él la apartara, pero en cambio sus manos se deslizaron

342
alrededor de su cintura, manteniéndola firme. Y aunque Lara sabía que no debía,
apoyó su frente contra su pecho, sintiendo el calor de él a través de su ropa.

—Has perdido mucha sangre —Su voz era baja, su aliento cálido contra su
oído—. Necesitas descansar.

Él tenía razón, pero ella temía mostrar cualquier debilidad. Temía que la
dejaran atrás si ya no era útil para ellos. Que perdería su oportunidad de expiarse.

—Estaré bien.

—Lara…

—Solo necesito algo de comer y beber —Sus rodillas temblaron,


traicionándola—. Por favor, no me dejes atrás. Por favor, déjame luchar.

—Apenas puedes pararte.

—Por favor —se atragantó—. Sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero
por favor no me quites la oportunidad de ver cómo termina esto. Tengo que hacerlo
pagar. Tengo que obligarlo a salir de Iticana. Tengo que hacerlo. Si no lo hago…

Los dedos de Aren se flexionaron ligeramente donde la agarraban, como si


supiera lo que ella no había dicho. La entendía como nadie más lo había hecho.

—No iremos a ningún lado hasta mañana —respondió finalmente—. Veremos


cómo estás entonces.

Exhalando un suspiro tembloroso, Lara asintió contra su pecho, esperando


a que se alejara de ella y volviera con los demás. Pero Aren no quitó sus manos.
No le dio la espalda. En lugar de eso, la acercó más, sus dedos deslizándose bajo el
dobladillo de su camisola arruinada, acariciando la parte baja de su espalda.

El corazón de Lara se aceleró, la niebla de la pérdida de sangre y el agotamiento


retrocedió, su concentración se agudizó cuando sus pechos se presionaron contra
él. Sus caderas. Ella deslizó sus brazos alrededor de su cuello, el cabello de él
rozando sus antebrazos desnudos y enviando un escalofrío a través de su cuerpo,
incluso cuando el miedo asomaba su cabeza. Miedo a que esto fuera un truco o una
ilusión, y que, si ella se movía, rompería el sueño y él se iría.

343
Pero se negó a permitir que el miedo la dominara, y entonces Lara miró hacia
arriba.

Los ojos de Aren estaban cerrados, pero podía ver el rápido pulso en su
garganta. Podía sentir la irregularidad de su respiración contra su mejilla mientras
bajaba el rostro, una mano deslizándose por su cuerpo para enredarse en su cabello.

Sus labios a unos centímetros de los de ella, susurró—: Despierto o dormido,


todo lo que veo es tu rostro. Todo lo que escucho es tu voz. Todo lo que siento eres
tú en mis brazos. Todo lo que quiero es a ti.

Lara estaba temblando. O él lo estaba. Ella no podía decirlo. No cuando


parecía que el mundo se estaba inclinando, su cuerpo dolía de una manera que no
tenía nada que ver con la lesión en su pierna.

—Aren…

Sus labios la silenciaron, su boca cerrándose sobre la de ella con una


fiereza que hizo que sus rodillas se doblaran, solo su brazo alrededor de su cintura
manteniéndola erguida mientras su lengua recorría la de ella, arrancando un grito
ahogado de su garganta. Ella se aferró a su cuello mientras él la devoraba, sus
dientes rasparon su mandíbula, agarraron el lóbulo de su oreja y mordieron su
garganta.

Con un movimiento rápido, le quitó la camisola por la cabeza y la arrojó a un


lado, rodeando sus costillas con las manos y luego subiendo para tomar sus pechos.
La empujó contra la mesa, con los ojos oscuros por el deseo mientras recorrían su
cuerpo casi desnudo.

Lara se agarró a la mesa para mantener el equilibrio, observando cómo él


se quitaba la túnica por su cabeza, revelando su piel bronceada y las duras líneas
de su pecho, su cuerpo de alguna manera más perfecto por las cicatrices que lo
marcaban.

Se desabrochó el cinturón, el peso de las armas que colgaban de él le bajó los


pantalones. Arrastrándolos hacia abajo para revelar una piel más pálida, luego los
huesos de la cadera, luego todo él, y la vista casi la deshizo.

344
Lara comenzó a deslizarse hasta sus rodillas, pero él la agarró por las caderas,
sus pulgares enganchados a la cintura de su ropa interior, deslizándola sobre su
vendaje. Él se arrodilló, besando su ombligo mientras sus manos volvían a subir
por las piernas de ella, sus dedos incitándola a abrir sus muslos.

—Eres perfecta —gruñó él, y ella pudo sentir el calor de su aliento contra
la resbaladiza humedad de su sexo, arrancando un gemido de anticipación de sus
labios mientras él la abría ampliamente, sus dedos deslizándose dentro de ella
incluso mientras él bajaba su rostro para consumirla.

Lara sollozó mientras el placer la invadía, la necesidad que durante mucho


tiempo le había sido negada se acumuló en su núcleo mientras su lengua se burlaba
de su carne sensible, sus dedos acariciaban más profundamente, su cuerpo se
volviéndose líquido bajo su toque. Ella se apretó contra él, sus dedos se enredaron
en su cabello, el mundo giraba cada vez más y más rápido hasta que estuvo al
borde del abismo, y entonces, con un rápido movimiento, Aren volvió a ponerse de
pie.

—Todavía no —murmuró, inclinándose para besar uno de sus pechos, su


boca caliente mientras chupaba un pezón, luego el otro, su cuerpo estremeciéndose
cuando sus dientes los rozaban.

Ella le rodeó el cuello con un brazo y lo besó. Con el otro, agarró su pene,
sonriendo mientras él gemía contra sus labios, sus músculos flexionándose
mientras ella agarraba su longitud. Lo acarició de la punta a la raíz, avivando su
deseo mientras lo empujaba hacia el borde de la ruptura. Luego ella le dijo al oído:

—Te necesito dentro de mí.

Él la giró, su boca trazando líneas de fuego por su cuello, mordiendo su


hombro. Sus dedos se entrelazaron con los de ella mientras la inclinaba sobre la
mesa, sin importarle a ninguno de los dos mientras sus manos se deslizaban por el
desastre de sangre, tirando las armas de ella al suelo con estrépito.

—No hay nadie en el mundo como tú —Su pecho presionaba contra su


espalda, y ella pudo sentir el latido de su corazón. Podía sentir su pene entre sus
muslos, poniendo su cuerpo en llamas mientras se empujaba contra él, necesitando

345
que la llenara. Necesitando que terminara con ella—. Eres mi maldita condena,
pero nunca habrá nadie más que tú.

Entonces la penetró.

Un grito de placer escapó de la garganta de Lara mientras él se empujaba


dentro de ella, una y otra vez, la sensación de él en ella de alguna manera era
familiar y nueva, conduciéndola a la locura. Sus hombros se estremecieron, sus
codos cedieron bajo su fuerza, lo único que evitaba que ella colapsara era el brazo
de Aren alrededor de su torso y el otro apoyado contra la mesa.

Había algo de salvaje en ello. Una desesperación, como si ambos hubieran


estado privados de agua durante demasiado tiempo y necesitaran beber. Lara gritó
a medida que aumentaba su placer, luego llegó el clímax, cada gramo de fuerza que
le quedaba se agotó por la intensidad, incluso cuando tiró a Aren por el borde. Él se
estrelló contra ella, jadeando su nombre, y ambos colapsaron contra la mesa.

Agotada hasta el punto de no poder resistir, Lara apenas lo sintió cuando la


levantó y la llevó a la cama. Sus brazos la rodearon mientras ella se deslizaba hacia
el olvido.

CUANDO SE DESPERTÓ horas más tarde, se encontró acurrucada alrededor de él,


con la cara presionada contra su pecho, con el constante thud thud de su corazón
latiendo bajo su oído. Ella inhaló, el aroma familiar de él llenando su nariz, su mano
presionada contra la parte baja de su espalda. Era el lugar donde debía estar—el
lugar en el que no se había atrevido a esperar encontrarse de nuevo. Sin embargo,
en lugar de satisfacción, una sensación de inquietud recorrió sus venas.

Aren estaba despierto; ella podía notarlo por el sonido de su respiración. Y,


sin embargo, estaba completamente quieto, su mano rígida contra su espalda en
lugar de moverse en suaves trazos y caricias a las que ella estaba acostumbrada al
despertar.

Algo no estaba bien.

Ella levantó su rostro. Aren estaba mirando al techo, su expresión apenas

346
visible a la luz de la linterna del otro lado de la habitación. Pero al ver el movimiento
de ella, se movió, apartándose de debajo de ella y balanceando sus piernas sobre el
costado de la cama.

—¿Adónde vas? —Su voz era ronca y tosió para aclararse la garganta.

—Necesito tomar un turno con la patrulla.

Era una excusa. Ella se estiró para alcanzar su mano, necesitando que él se
quedara. Necesitando prolongar este momento que había sabido en su corazón que
era demasiado bueno para ser verdad.

—Deja que alguien más lo haga.

Pero él ya estaba al otro lado de la habitación, poniéndose la ropa, de espaldas


a ella.

—Aren —Ella se bajó de la cama, sus piernas enredándose en una sábana, el


mareo obligándola a detenerse mientras se levantaba—. No te vayas.

Sus manos se detuvieron en su cinturón, luego terminó de abrocharlo y buscó


sus botas, arrastrándolas.

—Esto fue un error.

—No lo fue. No digas eso.

—Lo fue. Le prometí a mi gente que habíamos terminado. Lo que hicimos


esta noche no es mejor que escupirles en la cara.

Era como si una prensa se apretara alrededor de su pecho, tensándose hasta


que le dolió respirar.

—No puedo estar cerca de ti, Lara. No puedo arriesgarme a que esto vuelva
a suceder.

Ella sabía que él tenía razón, pero aun así dijo—: Te amo.

Aren solo caminó hacia la puerta. Hizo una pausa con la mano en el pestillo,
antes de girarse para mirarla.

347
—Lo siento.

Luego desapareció en la noche.

348
51

aREN

Traducido por albasr11

Corregido por Beth

AREN TROPEZÓ MEDIA docena de veces caminando por el camino hacia la aldea;
fue un pequeño milagro que no pisara una serpiente o se torciera un tobillo, su
mente estaba en todas partes excepto en el suelo frente a él.

El sollozo de Lara cuando él se había ido había sido peor que un cuchillo
en el estómago, la angustia en él, mil veces mayor que cuando le había cosido la
pierna. Todo lo que él quería era volver. Levantarla y perderse en ella. Mantenerla
a salvo hasta que ella fuera fuerte. No estar lejos de ella nunca más.

Excepto que cada vez que cerraba los ojos, veía las expresiones que cruzarían
los rostros de su gente si descubrían lo que había hecho. Si descubrían que él, su
rey, había tomado a la mujer que los había traicionado de vuelta en su cama.

De vuelta en su corazón.
Apenas notó los asentimientos de sus soldados de guardia mientras se dirigía
hacia el centro de la aldea, hacia el débil resplandor del fuego y la sombra solitaria
sentada a su lado.

—Te tomó mucho tiempo coser esa pierna, incluso para ti —Jor arrastró las
palabras, luego se estiró hasta que su espalda crujió—. ¿Ella está bien?

Lara no estaba ni cerca de estar bien, pero Jor no necesitaba saber eso.

—Estará bien siempre y cuando no se infecte. Siempre y cuando ella se


mantenga al margen.

—No hay muchas posibilidades de eso —Jor le tendió una botella—. ¿Tú
estás bien?

Ni de cerca.

—Estoy bien. ¿Dónde está Taryn?

—Lia está con ella. La muchacha tuvo un año difícil, pero es fuerte. Ponle un
arma en la mano y luchará.

Lo último que necesitaba Taryn era más violencia, pero Aren solo asintió,
confiando en el juicio de Jor sobre el asunto.

Sentado frente al fuego, tomó un largo trago de la botella, mirando las llamas.
Tratando de recuperar el control de sus emociones, pero el salvaje nudo de dolor, ira
y culpa se negaba a dejarlo en paz.

—Tienes que elegir, sabes —Jor tomó la botella, bebiendo profundamente—.


Entre ella e Iticana. No puedes tener ambas cosas.

—No la quiero a ella —Como si decirlo pudiera hacerlo realidad.

—Podrías haberme engañado con los sonidos que salían de la casa de Nana.

Aren se puso rígido, luego miró al otro hombre, pero Jor solo se encogió de
hombros.

—Honestamente, no creerás que no mantenemos todos una estrecha

350
vigilancia sobre ti, ¿verdad, chico? Apenas te recuperamos y no estamos ansiosos
por perderte de nuevo. Especialmente no por ella.

—Fue un error. No volverá a suceder.

—Seguro.

—Solo necesitaba sacarla de mi sistema.

Jor le devolvió la botella.

—Podrías acostarte con esa mujer todas las noches por el resto de tu vida
y nunca conseguirías sacarla de tu sistema, Aren. Ese es el problema con el amor.

Aren apretó los dientes, deseando poder alejar el dolor en su pecho.

—Iticana nunca aceptará una reina en la que no puedan confiar. Especialmente


no una que ya ha causado tanto dolor y pérdida. Y si te quedas con ella, no pasará
mucho tiempo para que ellos tampoco confíen en ti.

Parte de Aren se preguntaba cómo su gente podía confiar en él ahora. Se


preguntaba por qué todavía lo seguían después de todos los interminables errores
que había cometido. Que continuaba cometiendo.

—Ya hice mi elección.

—Entonces tienes que mandarla lejos ahora. Mantenla cerca y eso —Señaló
en dirección a la casa de Nana—, eso seguirá sucediendo. Necesita terminar. Una
ruptura limpia.

La idea de dejar a Lara ahora, cuando estaba en su momento más débil, le


daba ganas de vomitar.

Pero Jor tenía razón.

Tomando un trago más, Aren se puso de pie.

—Reúne a todos y prepara los barcos. Nos moveremos a Midguardia esta


noche.

351
52

LaRa

Traducido por albasr11

Corregido por Beth

LARA SALIÓ LENTAMENTE de las profundidades del sueño, sus pestañas pegándose
mientras abría los ojos y parpadeaba en la débil luz que se filtraba a través de la
ventana. El dolor palpitante de su pierna rivalizaba con el de su cráneo, y su boca
se sentía seca como la arena.

Apoyándose en un codo, Lara pasó las piernas por encima del lado de la
cama y se puso de pie, haciendo una mueca por el dolor que le atravesó el cuerpo
mientras cojeaba hacia la mesa donde una jarra de agua estaba posada junto a
un vaso. Alguien obviamente la había traído en la noche. ¿Había sido Aren? Ella
inmediatamente rechazó el pensamiento. Él había querido decir lo que había dicho:
anoche había sido un error que no repetiría.
Le escocían los ojos, pero se los frotó con furia, negándose a llorar más.
Estaba hecho. Habían terminado. Todo lo que importaba ahora era liberar a Iticana
y vengarse de su padre.

Pero la única forma en que eso iba a suceder era si ella podía demostrar que
podía seguir el ritmo. Que todavía podía luchar.

Yendo hacia los estantes de Nana, buscó entre sus contenidos por supresores
de dolor, así como estimulantes para compensar el agotamiento. Metiéndolos en
una bolsa junto con vendas limpias para su herida, se puso en marcha hacia el
pueblo.

Su piel se erizó con inquietud ante el silencio, el único sonido era el rugido
del océano en la distancia y la débil brisa haciendo crujir las ramas de los árboles.
El aire olía a tierra húmeda y vegetación, pero no había rastros de humo de leña
o de comida cocinándose. Mirando hacia arriba, trató de señalar dónde estaba el
sol a través de las nubes y los árboles, pero era casi imposible determinar la hora.
Dado que Aren había planeado salir por la mañana para tomar Midguardia, todavía
debía ser temprano.

Entonces las nubes cambiaron, revelando un rayo de sol en el oeste.

Haciendo caso omiso de su dolor, Lara echó a correr.

Llegó al pueblo en minutos, su estómago cayendo en picada mientras buscaba


señales de alguien. Quien fuera. Pero los iticanos se habían ido.

Aren la había dejado.

Un grito escapó de su garganta, y Lara se dejó caer al suelo, golpeando el


suelo con sus puños en un infructuoso intento de aliviar su ira. Su frustración. Su
dolor.

¿Qué sentido tenía? ¿Por qué siquiera lo estaba intentando? Ella no era
querida aquí, ni por los iticanos ni por Aren. ¿Entonces por qué debería quedarse?

Porque lo prometiste. Porque dijiste que no pararías de luchar hasta que


Iticana fuera libre.

353
Entonces, el débil sonido de un cuerno llenó sus oídos, en la distancia. Se
repitió, más cerca esta vez, luego otra vez más lejos, la señal moviéndose hacia el
norte. Haciendo correr la noticia.

Noticia de que los valcottanos habían salido victoriosos en Sudguardia.

Se había terminado. Así sin más, se había terminado.

Iticana era libre.

Presionando su rostro contra la tierra, Lara lloró.

354
53

aREN

Traducido por Kamis

Corregido por Beth

TIRANDO HACIA ATRÁS la cabeza del soldado maridriano moribundo por su cabello,
Aren le atravesó el cuello con el cuchillo y luego lo dejó caer de nuevo en el barro,
inspeccionando el campo de batalla a su alrededor.

Los maridrianos habían estado preparados para ellos—no es que les hubiera
servido de mucho. Aren y sus fuerzas habían escalado los acantilados y tomado la
guarnición por detrás en una febril batalla cuerpo a cuerpo que sabía que le había
costado. Ahora, los sanadores se apresuraban a ayudar a los caídos.

¿Cuántos habían muerto en la lucha por retomar el puente? Cientos.


Posiblemente más. Sumados a los perdidos cuando había caído y en el año posterior.
Números catastróficos.

Era suficiente para enfermarlo.

Entonces, el sonido de cuernos llenó sus oídos. El mensaje onduló más allá
de Midguardia, moviéndose hacia el norte, y él exhaló un aliento entrecortado
mientras sus soldados comenzaban a vitorear.

Valcotta había tomado Sudguardia. Zarrah había cumplido su palabra.

Y si la batalla procedía según lo planeado, no pasaría mucho tiempo hasta


que Norteguardia cediera a Harendell, e Iticana sería libre.

Excepto que lo último que sentía Aren era la victoria.

Limpiando su cuchillo en el uniforme del hombre muerto, Aren comenzó a


caminar por el camino hacia su casa, pasando por encima de los cadáveres mientras
avanzaba, el sol ya bajando en el oeste.

No tardó mucho en llegar al claro que contenía la casa de Midguardia, el


hogar que su padre había construido para su madre. El hogar que le había dado a
Lara cuando había tenido ambiciones y sueños de una vida mejor para su pueblo.

Los sueños de un tonto.

La puerta principal colgaba de bisagras rotas, e incluso antes de que Aren


entrara, supo que los maridrianos habían usado la casa, porque el olor que venía
del interior casi lo detuvo al instante. A soldado y suciedad. Vino derramado y
comida podrida.

A muerte.

Pero se obligó a entrar, espada en mano en caso de que uno de los maridrianos
hubiera escapado de la masacre. El suelo estaba cubierto de tierra, las paredes con
paneles estaban agrietadas, las obras de arte faltaban o estaban destruidas. La
mesa de la entrada estaba volcada, un maridriano muerto en el suelo junto a ella,
sus entrañas abiertas ya zumbaban con moscas. Aren miró hacia el comedor, sus
ojos moviéndose sobre las pilas de platos sucios y vidrios rotos, el piso cubierto con
botellas de vino rotas de lo que probablemente ahora era una bodega saqueada.

356
Siguió por el pasillo, echando un vistazo a las habitaciones a su paso hasta
que llegó a la puerta de la suya, que estaba entre abierta, un hombre muerto
desnudo en su cama. Un gemido llamó la atención de Aren, y se giró para encontrar
a una mujer maridriana escondida en un rincón.

—Fuera —le dijo, y ella se escabulló a su lado y salió al pasillo. Alguien más
podría decidir qué hacer con ella.

Aren inspeccionó la habitación, las pertenencias del soldado muerto


entremezcladas con las suyas, esperando una reacción en sí mismo. Alguna forma
de emoción. Tristeza. Ira. Cualquier cosa.

Pero todo lo que sentía era entumecimiento, así que salió al patio, caminando
hacia el centro donde una vez estuvo de pie en el ojo de una tormenta y tomó la
decisión más catastrófica de su vida.

Sonaron más cuernos, esta vez desde Norteguardia de que los harendelianos
tenían la isla bajo su control.

Aren miró fijamente la cascada. A la botella de vino desechada que se


balanceaba en el estanque, con el vapor elevándose a su alrededor.

No sintió nada. Por nada. Ni siquiera este lugar.

Aren abandonó el patio y volvió a entrar, cogiendo una lámpara apagada


que había sobre su escritorio y salpicando el aceite sobre las alfombras. Sobre la
cama. Fue de habitación en habitación haciendo lo mismo hasta que encontró una
lámpara encendida. Levantándola, condujo la llama a una salpicadura de aceite y
observó cómo se encendía. El fuego cruzó la habitación que había sido de Ahnna,
quemando alfombras, sábanas y cortinas. El humo llenó el aire.

Se retiró por la casa, incendiando las habitaciones a medida que avanzaba, y


sólo cuando empezó a toser y ahogarse con el humo salió al exterior. Para encontrar
a Jor de pie en el claro, esperando.

—Está hecho —El viejo soldado miraba la casa, el interior ahora un infierno,
las llamas lamiendo las ventanas rotas del comedor—. Los maridrianos están
derrotados.

357
—Lo he oído.

—No fue una gran pelea —La voz de Jor era baja.

—Dile eso a los muertos.

El otro hombre exhaló un largo suspiro y luego negó con la cabeza.

—Sabes a lo que me refiero. Durante meses luchamos con uñas y dientes


tratando de desalojar a los bastardos, y ellos nos empujaban hacia atrás a cada
paso. ¿Solo para ceder en cuestión de días?

—Antes no teníamos a Harendell y Valcotta como aliados.

Jor hizo una mueca.

—Aun así. No se siente bien, que espero sea la razón por la que estás aquí
quemando tu casa en lugar de celebrar en el cuartel.

Nada se sentía bien. Aren miró fijamente las llamas, preguntándose si Lara
finalmente se había despertado. Si estaba bien. Cómo habría reaccionado cuando
se diera cuenta de que la había dejado.

¡Siente algo! ¿Qué está mal contigo?

A lo lejos, Aren escuchó el sonido de cuernos, pero no pudo captar el mensaje


por encima del rugido de las llamas.

—Ella estará bien —dijo Jor—. Le dejamos todo lo que necesitaba.


Probablemente ya está en su camino de regreso con sus hermanas. Ellas cuidarán
de ella.

—Lo sé.

—Hiciste la elección correcta.

—Lo sé.

—Habrá otras mujeres. Encontrarás una que te guste, una buena chica
iticana. Dale al reino un heredero para que todo el mundo sea feliz.

358
Nunca habría otra. No como ella.

Pero tal vez eso era lo mejor. Tal vez era mejor no preocuparse tanto porque
entonces sus lealtades no se dividirían. Podría centrarse en la reconstrucción de
Iticana. En hacer que su pueblo fuera fuerte de nuevo.

—¡Su Alteza! —Aren se giró y vio a uno de sus soldados corriendo por el
camino hacia ellos. Se detuvo al instante, jadeando.

—¿Qué pasa? —gritó Jor por encima del rugido del fuego—. ¿Otro ataque?

—¿No escucharon los cuernos?

—Obviamente no. ¿Qué dijeron?

El soldado se secó el sudor que le corría por la cara.

—No hubo ninguna batalla en Sudguardia.

El estómago de Aren se hundió.

—¿La señal fue falsa? ¿Maridrina todavía tiene la isla?

—No, Su Alteza. Cuando los valcottanos atacaron, encontraron la isla


abandonada. Y estamos recibiendo mensajes de que nuestros equipos están
encontrando que la mayoría de las guarniciones están escasamente tripuladas. No
hay señales de las flotas de maridrianas o amaridianas en ninguna parte.

La piel de Aren se erizó con inquietud.

—¿Qué hay de Norteguardia?

—Hemos enviado la pregunta, pero aún no hemos recibido respuesta.

Tan pronto como el hombre dijo las palabras, Aren escuchó el estallido de
cuernos en la distancia, el mensaje ondeando a través de los hombres y mujeres
colocados estratégicamente a lo largo de Iticana.

Los ojos de Aren se encontraron con los de Jor.

—Sabían lo que estábamos planeando.

359
—¿Cómo? Incluso si hubieran visto a la flota valcottana moviéndose hacia
Sudguardia, no habrían tenido suficiente tiempo para evacuar.

—Keris —Maldiciendo, Aren pateó la tierra—. Estaba en la playa cuando


Zarrah y su tripulación llegaron a la orilla para salvarnos el culo. Se habría enterado
de que la Emperatriz se había negado a ayudarnos, lo que significaba que Zarrah
estaba trabajando por su cuenta.

—Pero, ¿por qué decírselo a Silas? ¿No sería mejor para Keris si su padre
perdiera el puente?

—Para proteger a Zarrah. Sin batalla. Sin pérdidas. Sin traición. La Emperatriz
no estará contenta con ella, pero es poco probable que la ejecute. Incluso podría
mantenerla como heredera, que es lo que Keris necesita.

Pero algo en la situación se sentía mal. Habían retomado Sudguardia sin


luchar, pero no se sentía como una victoria.

—No es propio de Silas retirarse.

—Quizás Keris le hizo entrar en razón.

—Improbable —Aren conocía al Rey de Maridrina. Sabía que el otro hombre


nunca cedería. Y en ese instante, Aren supo exactamente lo que pretendía Silas.

El puente no era Iticana. Su gente lo era.

Su estómago dio un vuelco.

Aren echó a correr colina arriba, sin darse cuenta ni importarle si los otros lo
seguían. Todo lo que importaba era llegar a terreno elevado.

El sol era poco más que un resplandor en el oeste, proyectando largas sombras
mientras Aren patinaba por el camino embarrado, con el corazón martilleando en
su pecho.

Más rápido.

Llegó al terreno abierto en la cima de la montaña baja, corriendo hacia la


torre de vigilancia. Los escalones estaban descuidados, cubiertos de escombros,

360
pero los tomó de dos en dos, llegando a la parte superior en el momento en que se
ponía el sol, arrojando a Iticana a la oscuridad.

Aren agarró el catalejo, pero luego su mano bajó a su costado porque no lo


necesitaba.

A la distancia, brillando en brillantes naranjas y rojos, había una enorme


señal de fuego. Una imagen que nunca había visto en toda su vida y había rezado
para que nunca lo hiciera.

Jor gritó desde el otro lado del claro.

—¿Qué es?

—Eranahl —La palabra salió estrangulada—. Están pidiendo ayuda.

361
54

LaRa

Traducido por Kamis

Corregido por Beth

ELLA COJEO A lo largo de la parte superior del puente, dirigiéndose al sur hacia
Maridrina.

Lógicamente, Lara sabía que debió haberse quedado en la isla Gamire hasta
que su herida comenzara a sanar, o al menos hasta que ya no sintiera los efectos
de toda la sangre que había perdido. Había comida y refugio, junto con todos los
suministros médicos que pudiera necesitar.

Pero la idea de quedarse en Iticana, sin Aren, era más de lo que podía soportar,
así que en su lugar empacó lo que necesitaba y subió al muelle, sin ningún interés
en estar confinada dentro del puente. No cuando cada respiración ya era una lucha.
Escuchó los cuernos transmitiendo el mensaje de que Norteguardia había
sido asegurada por la armada harendeliana, junto con una serie de otros que no
había sido capaz de entender.

¿Y qué importaba, de todos modos? Iticana era libre, liberada de Maridrina y


su padre. Era lo que ella había querido, por lo que había estado luchando. Lo que
ella había creído que finalmente le quitaría el peso de la culpa que había estado
cargando durante tanto tiempo y le permitiría continuar con su vida.

Excepto que se sentía igual. Se sentía peor, porque al menos antes había
tenido un objetivo. Algo en lo que había estado trabajando para conseguirlo.

Ahora no le quedaba nada más que la necesidad de vengarse de su padre.


Pero pensar en eso solo la dejaba fría.

Así que caminó, su dirección determinada por el camino del puente y nada
más. El sol se ponía lentamente por el oeste, pero ella no se detuvo. No consideró
dónde podría pasar la noche. No comió de sus provisiones ni bebió del odre de agua
que llevaba atado a la cintura.

Paso.

Paso.

Paso.

Entonces un resplandor llamó su atención, rojos y naranjas ardientes que


hacían parecer como si el sol estuviera invirtiendo su curso a través del cielo.
Entrecerrando los ojos, miró el resplandor, su pulso acelerándose cuando se dio
cuenta de que era una enorme señal de fuego, visible solo porque había sido
encendida en el punto más alto de Iticana.

Y había solo una razón para que los iticanos encendieran esa llama.

Eranahl estaba bajo ataque.

363
55

aREN

Traducido por daemon

Corregido por -Patty

—¡TODOS LOS QUE pueden luchar, a un bote! —Aren corrió hacia la playa donde
sus soldados ya estaban metiendo barcos en el agua.

—Tenemos decenas de heridos. —Jor estaba jadeando con fuerza tratando de


seguir el ritmo—. No podemos simplemente dejarlos.

—Ellos se las arreglarán —Aren subió al barco que Lia, Aster y el resto de
la tripulación habían preparado, con las máscaras ya puestas. Se sacó la suya del
cinturón, el cuero todavía estaba salpicado de sangre de la pelea para retomar
Midguard—. Si Eranahl cae, será una matanza.

—Podría ser una artimaña —Jor subió detrás de él—. Una forma de sacarnos
y luchar contra nosotros al aire libre.

—Ya hemos caído en la trampa. Silas sabía que obligaríamos a todos los
soldados a retomar el puente. Dejó solo suficientes soldados para asegurarse de
que mordiéramos el anzuelo. Y ahora está atacando a Eranahl mientras estamos
de espaldas.

Aren miró las estrellas, trazando su ruta. Toda su vida le habían dicho que
derrotar a Ithicana significaba tomar el puente, pero Maridrina había demostrado
que era falso. Derrotar a Ithicana significaba destruir a su gente. Sin ellos, ¿qué
importaba el puente?

Silas, al parecer, había aprendido de sus errores.

Pero el rey de Maridrina estaba equivocado si creía que había ganado, porque
Aren se negaba a dejar que Eranahl cayera sin luchar.

365
56

LaRa

Traducido por daemon

Corregido por -Patty

NECESITABA UN BOTE. Necesitaba meterse en el agua y dirigirse a Eranahl. Lo que


podría hacer una vez que llegara allí, Lara no lo sabía.

No le importaba.

Con un pequeño frasco de algas resplandecientes en la mano, corrió a una


velocidad imprudente a lo largo del puente, avanzando hacia la Isla Serpiente,
donde habían dejado los botes. Rezando para que todavía estuvieran allí.

Su pierna gritó, la sangre empapó el vendaje envuelto alrededor de ella, pero


en lugar de detenerse, Lara empujó una pizca de una de las medicinas que había
tomado de la casa de Nana en su boca. Fue solo cuestión de minutos hasta que
sintió que el estimulante se apoderaba, alejando el cansancio y el dolor y sin dejar
nada más que el deseo de luchar.

Redujo la velocidad solo para mirar los marcadores de millas estampados en


la parte superior del puente, y se detuvo en el que sabía que estaba cerca de la isla.
Abajo, las olas rugían en la playa, chocando contra los muelles, pero lo único que
revelaban sus ojos era oscuridad.

Tumbada boca abajo, escuchó con atención, finalmente percibiendo el sonido


del agua golpeando contra los cascos de acero. Los botes todavía estaban allí.

Pero, ¿cómo llegaba a ellos?

Descender del muelle hacia la isla sería un suicidio sin forma de cebar a
las serpientes para alejarlas del camino. Y el siguiente muelle más cercano estaba
diseñado para disuadir a los escaladores: solo caería y se encontraría empalada en
una de las innumerables púas.

La única opción que tenía era saltar y nadar hasta el banco de arena donde
estaban amarrados los botes.

Usando algas para marcar el costado del puente sobre el bote amarrado,
Lara dejó la jarra vacía y comenzó a caminar hasta que estuvo sobre aguas más
profundas. El sudor que corría por su espalda se volvió frío cuando encontró el lugar
aproximado donde Aren había saltado una vez, sabiendo que si juzgaba mal, sería
un salto fatal. Demasiado cerca de la isla y golpearía las aguas poco profundas del
banco de arena.

Demasiado lejos y nunca haría el largo nado hasta el bote, especialmente si


se desorientaba en la oscuridad.

O si lo que merodeaba por estas aguas venía a investigar.

El corazón de Lara golpeó rápidamente contra su pecho, su respiración se


entrecortó en pequeños jadeos rápidos, su terror aumentaba con cada segundo
que pasaba. Levantó la mirada para contemplar las brillantes llamas de señal que
provenían de Eranahl y, respiró hondo y saltó.

367
El aire pasó rápidamente, la oscuridad se la tragó mientras caía. Entonces
sus pies tocaron el agua y se hundió en las profundidades. Abajo y más abajo, y el
pánico corría como fuego por sus venas.

¡Nada! ¡No morirás aquí esta noche!

Pateando con fuerza, nadó hacia arriba, con el pecho ardiendo, pero luego
su cabeza salió a la superficie. Lara jadeó en un suspiro desesperado, moviéndose
torpemente en el agua mientras subía y bajaba sobre las olas, buscando las algas
que había usado para marcar el puente.

Remando con los brazos y pateando las piernas, lentamente se dirigió hacia
el banco de arena. Estaba segura de que en cualquier segundo algo la agarraría por
las piernas y la hundiría en las profundidades, y gritó de sorpresa cuando sus pies
tocaron fondo.

De pie, Lara chapoteó en el bajío, con las manos delante de ella hasta que
chocó con un bote. Levantando el ancla, salió vadeando, el agua subió hasta su
cintura, y luego trepó adentro, moviéndose al tacto. Era más grande que el barco
que había usado para entrar y salir de Ithicana, pero había visto a Aren y al resto
manejar estos barcos en innumerables ocasiones. Ella podría hacerlo.

Ella tenía que hacerlo.

Porque se negaba a dejar caer a Eranahl sin luchar.

368
57

aREN

Traducido por daemon

Corregido por -Patty

—DIOS NOS AYUDE —murmuró Jor, levantándose para pararse junto a Aren, ambos
mirando el caos que rodeaba la isla.

Había más de cien barcos, pero eso no fue lo que llamó la atención de Aren.
Fueron los numerosos incendios que ardían en las laderas de Eranahl. Los rompe
barcos, la principal línea de defensa de la isla, se habían reducido a escombros y
cenizas.

Sin embargo, era una ganancia que le había costado mucho a Silas.

Barcos quemados y listados, algunos hundiéndose, las olas cubiertas de


escombros. Sin embargo, docenas de embarcaciones convergían en Eranahl,
marineros que arriesgaban sus vidas contra los imponentes acantilados mientras
lanzaban garfios.

Aren podía distinguir las sombras de su gente que luchaba para evitar que
llegaran a la cima, pero los arqueros de los barcos los estaban atacando. La miríada
de llamas iluminaba el cielo como si fuera de día.

El único hueco en la flota estaba cerca de la entrada a la cueva que conducía


al puerto subterráneo de Eranahl, y era el resultado de que el único rompe barcos
que quedaba todavía disparaba proyectiles a cualquier barco que se acercaba. Pero
los soldados en tierra se movían en ese rompeolas. Si caía, toda la fuerza de la flota
de Silas convergería en esa cueva, y el reja sería lo único que los detendría.

—Apréndanlos desde atrás —ordenó, pasando sus palabras a los otros


barcos—. Manténganlos distraídos.

—¿Distraídos de qué exactamente? —demandó Jor.

—De nosotros mientras tratamos de entrar —Recuperando una trompeta,


Aren sopló una serie de notas, repitiéndola tres veces. Su señal personal. Esperó
con el corazón en el pecho y luego Eranahl respondió a la llamada—. ¡Ve!

Las velas se tensaron y el barco voló a través de las olas, Lia guiándolos entre
los barcos, dirigiéndose hacia la boca de la cueva mientras el resto de sus soldados
atacaban la retaguardia de la flota, disparando flechas y desplegando explosivos en
el camino que solo ellos sabían.

Pero incluso con la distracción, no pasó mucho tiempo hasta que la flota
enemiga los vio.

Las flechas pasaron silbando junto a sus cabezas, obligándolos a todos a


agacharse, solo Lia permaneció erguida donde manejaba el timón. Luego gritó de
dolor, agarrándose el brazo. Tirando de ella hacia abajo, Aren se apoderó del timón
para guiarlos hacia la abertura oscura, el traqueteo de las cadenas llenando sus
oídos.

—Esperen —gritó. La velocidad a la que navegaban era casi suicida mientras


se precipitaban hacia la caverna, las flechas golpeaban la madera y rebotaban en

370
la roca.

El bote se estrelló contra el costado de la pared de la caverna, el estabilizador


se rompió y Aren estuvo a punto de caer al agua, pero el impulso fue suficiente para
mantenerlos avanzando.

Más allá, podía ver las luces de su gente al otro lado del reja que se elevaba,
armas en mano y rostros sombríos.

Y por una buena razón. Detrás de él, las lanchas remaban en su persecución,
todas llenas hasta los topes de soldados.

El mástil se enganchó en el reja a medio levantar. —¡Salten! —gritó.

Con Lia suspendida entre él y Jor, todos se sumergieron en el agua, nadando


bajo la reja que ya bajaba hacia los brazos de los amigos que esperaban para
arrastrarlos.

El aire se llenó con las astillas y el crujido del bote cuando la reja se estrelló
contra él, arrastrándolo hacia las profundidades, las flechas de los botes invadiendo
el pesado acero.

Escondiéndose detrás de los escudos de su gente, Aren se agachó sobre Lia,


examinando la flecha encajada en su bíceps. Su rostro estaba retorcido por el dolor,
pero dijo—: He tenido cosas peores. Búscame un cuchillo y pelearé.

—Llévenla de vuelta —ordenó a los soldados en el bote, y sin esperar


respuesta, saltó al barco vecino, haciendo que ambos se balancearan salvajemente.

La mitad de los que estaban en el bote disparaban flechas al enemigo, el


resto sostenía escudos y empuñaba lanzas para protegerse de los maridrianos justo
más allá de la reja. Una flecha pasó silbando junto a su oreja y Aren se agachó entre
dos soldados.

—Qué amable de su parte unirse a nosotros, Su Excelencia. —Ahnna bajó


su arco para darle una sonrisa salvaje, luego dejó caer el arma y lo rodeó con los
brazos, hundiendo los dedos en sus hombros.

Pero este no era el momento de reuniones.

371
Dejando ir a su hermana, Aren miró entre escudos, viendo las cadenas y
cuerdas agarradas en las manos de los maridrianos, su estómago apretándose.

—Solo tenemos un martillo todavía funcionando en este lado, pero está


dañado. Están comenzando a romper los acantilados y no tenemos la mano de obra
para mantenerlos alejados por mucho tiempo.

La mandíbula de Ahnna se apretó, luego soltó una flecha, tomando un


maridriano en la garganta. —Estamos casi gastados en flechas. —Metió la mano
en el agua para recoger dos que pasaban flotando—. No sé cuánto tiempo más
podremos mantenerlos a raya.

El miedo mordió las entrañas de Aren. El enemigo los superaba en número,


pero peor que eso, todos los vulnerables de Ithicana estaban en Eranahl. Niños.
Ancianos. Individuos que no podían pelear. Y no había escapatoria.

—Los tenemos en las cavernas de almacenamiento —dijo Ahnna, leyendo


sus pensamientos—. Cerrado y protegido desde el interior.

Lo que los mantendría a salvo por ahora, pero sería donde todos morirían de
hambre si Aren no pudiera mantener el control de la isla.

—¡El último rompedor está caído! —Una voz se filtró a través de la caverna—.
Están ganando los acantilados.

—¡Mierda! —Ahnna golpeó con el puño el borde del bote. Pero luego sus ojos
se volvieron hacia Aren—. ¿Qué hacemos?

Sintió que la atención de todos sus soldados se volvía hacia él incluso mientras
luchaban por mantener alejado al enemigo, todos esperando que él ofreciera una
solución. Para guiarlos hacia la victoria. Su rey.

Un pánico paralizante se apoderó de su pecho, pero Aren lo impidió. Sabes


pelear. Sabes defender a Ithicana. ¡Así que hazlo!

A lo lejos, retumbó un trueno y una brisa que olía a relámpagos, lluvia y


violencia atravesó la caverna. Y cada uno de sus soldados volvió la cara al viento,
reconociendo ese olor.  

372
Las tempestades que defendían a Ithicana no abandonaban el reino cuando
más las necesitaba. Aren solo necesitaba aguantar hasta que llegaran.

—Déjame dos botes y sus tripulaciones y llévate a todos los demás a defender
los acantilados —le ordenó a su hermana. Luego, a Taryn, que estaba disparando
metódicamente a los Maridrianos, con una expresión salvaje en su rostro, le dijo—:
Haz que ese rompedor vuelva a funcionar.

Los botes se movían y se balanceaban mientras los soldados se movían entre


ellos, los hombres y mujeres que habían crecido con él, que habían luchado a su
lado, que lo habían seguido toda su vida, moviéndose a su lado.

Jor se sentó sobre una rodilla a su lado. —¡Si quieren esta puerta, van a tener
que sangrar por ella! —gritó, y la caverna resonó con voces que lo repitieron.

Aren miró a través de los escudos, encontrándose con las miradas del enemigo
que le devolvía la mirada. Con una mano, se quitó la máscara y la dejó caer al agua,
sonriendo al ver reconocimiento en sus ojos.

—¡Por Ithicana! —gritó, luego levantó su espada.

373
58

LaRa

Traducido por daemon

Corregido por -Patty

LA ISLA ESTABA en llamas.

Lara miró con horror, sus manos se aflojaron en las cuerdas que hacía solo
unos momentos había agarrado tan ferozmente.

Llegó demasiado tarde.

Incluso con las masas de barcos entre su nave y la isla, podía distinguir los
enjambres de soldados enemigos que trepaban por los acantilados, el tumulto de
las luchas entre maridrianos e Iticanos en las laderas del volcán, los rompe barcos
poco más que formas humeantes. Media docena de barcos se apiñaban alrededor
de la entrada a la caverna, botes llenos de soldados que bajaban al agua y luego
remaban en la oscuridad. Si la puerta no había sido traspasada todavía, pronto lo
haría.

Eranahl estaba cayendo.

El dolor la golpeó en el estómago y Lara se dobló, agarrándose a los costados


del bote, con lágrimas corriendo por su rostro. Toda la noche había luchado con el
barco, abriéndose camino lentamente entre islas hacia el resplandor de las señales
de fuego de Eranahl, desesperada por llegar a su casa a tiempo para marcar la
diferencia.

Pero todo había sido en vano.

La ira ahuyentó abruptamente su dolor, y Lara golpeó sus manos con fuerza.
No era así como debían resultar las cosas. Se suponía que Ithicana era libre, su
padre estaba derrotado, y ahora, a pesar de todo lo que ella y Aren habían hecho, a
pesar de lo duro que habían luchado, todo había terminado.

El trueno rodó y Lara levantó la cabeza para mirar el relámpago en la


distancia. Tenía que ser cerca del amanecer, pero las nubes negras dominaban el
este, oscureciendo cualquier indicio del sol. Un viento violento se precipitó sobre
ella, su bote ya subía y bajaba por las crecientes olas.

Las tormentas estaban destinadas a defender a Ithicana, pero incluso con


ellas eran demasiado tarde.

Volviendo la cabeza hacia la isla, Lara observó a los soldados trepando por
las cuerdas que colgaban entre los botes y los acantilados. El oleaje se arrojó contra
las rocas, lleno de botes destrozados, escombros y cadáveres, pero aún así seguían
llegando.

Y los Ithicanos siguieron luchando.

Lara sabía que nunca se detendrían. Nunca se rendirían, no cuando todo lo


que les importaba estaba dentro de esa ciudad. Y esa era su gente. Gente que estaba
luchando y muriendo mientras ella miraba.   

Enderezándose, Lara entrecerró los ojos a los barcos que rodeaban la isla.

375
Luego buscó en su bolsillo lo último del estimulante, sin ni siquiera saborear la
mezcla de hierbas mientras masticaba y tragaba. Tensando la línea en su mano, vio
cómo la vela se tensaba contra el viento, llevándola a la batalla.

Estaba lo suficientemente oscuro como para que los barcos no se dieran


cuenta de ella. A medida que se acercaba, donde los fuegos de las laderas de Eranahl
iluminaban el agua, los soldados que aún estaban en cubierta gritaron y señalaron
en su dirección. Las flechas pasaron silbando, golpeando el agua y golpeando el
bote, y Lara se agachó, sin perder de vista los acantilados. Buscando huecos en el
caos de lanchas y escombros en la base.

—Solo tendrás una oportunidad en esto —murmuró, eligiendo su lugar—. Y


si fallas, estás muerta.

Su sangre corría por sus venas, impulsada por la adrenalina y los estimulantes,
el dolor y el miedo desaparecieron mientras dejaba caer las cuerdas. Mientras
doblaba las rodillas, las olas agarraron su bote y lo arrojaron contra las paredes del
acantilado.

En el último momento posible, saltó, buscando agarraderas incluso cuando


su bote se estrelló contra las paredes del acantilado, la madera se hizo añicos.

El dolor rebotó a través de ella cuando golpeó el acantilado, sus uñas se


rasgaron mientras escarbaba en las rocas resbaladizas. Una mano resbaló y ella
gritó.

Pero la otra se mantuvo certera.

Se quedó colgando por un latido del corazón, pero el agua rugió hacia ella
una vez más, así que metió la mano libre en una grieta y tiró.

El agua la roció, tirando de sus tobillos. Lara la ignoró y subió. Arriba y


arriba, sus dedos cortando los bordes afilados, dejando manchas de sangre a su
paso.

Ella apenas lo sintió.

Cada vez más alto, el ruido de las olas fue reemplazado por los gritos de

376
los soldados maridrianos mientras se reunían en la cima, esperando hasta que
tuvieran suficientes números para empujar la pendiente.

Entonces escuchó un estruendo.

Al principio Lara pensó que era un trueno, pero luego sintió temblar la roca
debajo de ella y se dio cuenta de lo que habían hecho los Ithicanos.

El pánico la recorrió, Lara se arrastró de lado debajo de un pequeño saliente,


luego se apretó contra la pared mientras los gritos llenaban el aire.

Apretando los dientes, Lara cerró los ojos mientras los soldados de arriba se
lanzaban por los acantilados al agua de abajo.

No fue suficiente para salvarlos.

Una avalancha de rocas y escombros explotó por el costado del acantilado,


lloviendo sobre los botes y los soldados en el agua. Aplastándolos o ahogándolos.

Trozos de roca le cortaron los hombros, cortando la tela y la carne, pero


Lara se abrazó al acantilado, los brazos y las piernas temblaban por el esfuerzo de
mantener la posición.

Cuando cesó el ruido, Lara se relajó lo suficiente para mirar hacia abajo.
El oleaje estaba lleno de sangre y cuerpos rotos, todo mezclado entre los restos
destrozados de las lanchas.

Escala.

Pero su fuerza se había gastado, su cuerpo temblaba, sus uñas raspaban la


roca mientras luchaba por mantener su agarre.

—¡Escala! —se gritó a sí misma.

Alzando la mano, Lara agarró una piedra, solo para que se soltara. Un grito
escapó de sus labios y luego cayó.

377
59

aREN

Traducido por Isabella

Corregido por -Patty

YA NO TENÍAN flechas.

Lucharon mano a mano, ambas fuerzas clavando las armas a través de las
barras de metal en un intento por empujar al otro hacia atrás, y en ambos lados
los cuerpos se balanceaban en el agua. Pero donde Aren tenía solo una decena de
soldados, los Maridrianos seguían viniendo.

La creciente marea no ayudaba su causa, el oleaje haciendo casi imposible


mantener los botes lo suficientemente cerca de la reja para luchar. Los Maridrianos
cortaban sus manos y brazos cuando trataban de aferrarse a las barras.
Alcanzando a través de la reja Aren apuñalo un hombre en la cara, pero
cuando el soldado se deslizaba en el agua, Aren vio lo que tenían en su bote.

Una cadena, sus eslabones tan gruesos como su muñeca.

Justo entonces una ola surgió que arrojo su barco hacia atrás. El bote de
los Maridrianos choco contra la reja, tirando hombres en el agua, pero dos se
mantuvieron en pie. Y mientras Aren miraba con horror, envolvieron la cadena a
través de las barras.

Mientras sus soldados trataron de maniobrar de regreso a la reja: Aren vio


a los hombres pasar la cadena a través de los botes que llenaban el túnel, los
extremos desapareciendo de la vista.

Su bote finalmente alcanzo las barras, y Aren tomo la cadena, tirando fuerte,
aunque sabía que era inútil.

Los botes de los Maridrianos se retiraron del túnel, y un latido después, la


cadena se tenso.

379
60

LaRa

Traducido por Isabella

Corregido por -Patty

ELLA ESTABA CAYENDO.

Entonces su cuerpo se detuvo bruscamente, una mano fuerte agarrando su


muñeca.

Mirando hacia arriba Lara vio el rostro de Ahnna. La princesa sonrió.

—¿No podemos deshacernos de ti, ¿verdad?

Con un violento tirón, Ahnna levanto a Lara, otro Ithicano ayudando a subirla
sobre el borde, donde Lara se quedo jadeando por aire sobre su espalda antes de
lentamente ponerse de pie.

Ahnna se quedo parada con varios Ithicanos, de los cuales Lara reconocía a
todos.

Estaban ensangrentados, los hombros caídos por el cansancio. Pero sus


ojos todavía brillaban con un desafío que decía que no tenían intención alguna de
conceder la batalla.

—¿Deberíamos de enviar a alguien a decirle al rey? —Uno de ellos pregunto.

—¿Aren esta aquí? —espetó Lara

Ahnna hizo el más mínimo movimiento de cabeza al soldado, luego se giro


hacia Lara.

—El te dejo atrás por una razón, Lara. No te quieren aquí. Dime por que no
debería lanzarte al agua con el resto de tu gente.

—Estoy aquí para luchar por Ithicana. —Ella estaba aquí para luchar por
ella misma.

Ahnna la vio de arriba abajo.

—Apenas puedes estar de pie.

Enderezando los hombros, Lara encontró la mirada de la mujer más alta.

—¿Te gustaría probar esa teoría?

Antes de que Ahnna pudiera responder, un fuerte chirrido de metal cortó el


aire.

—¿Qué demonios fue eso?

Uno de los Ithicanos pregunto, pero Ahnna solo palideció y salió corriendo.

Lara corrió tras ella, saltando sobre los escombros del deslizamiento rocas
mientras rodeaban la isla. El sol había salido ahora, pero en la distancia, una pared
de tormenta avanzaba hacia Eranahl, las nubes negras bailaban con relámpagos,
el viento aullaba.

381
Llegaron al borde del deslizamiento de rocas, encontrándose en medio de la
lucha, los Iticanos yendo mano a mano contra los Maridrianos y Amaridianos, la
pendiente llena de cadáveres.

Lara arrojó su cuchillo en la columna vertebral de un soldado, luego su espada


corto en la parte posterior de las rodillas de otro, sin detenerse para acabar con él
mientras corría detrás de la princesa. Los puntos de sutura en su pierna estaban
cediendo y desgarrando, la sangre corría en riachuelos calientes por su pierna, pero
ignoró el dolor.

Ahnna no se detuvo a pelear, solo derribó a aquellos que se interpusieron en


su salvaje carrera alrededor del volcán. Y en el borde del acantilado, cada vez más
enemigos trepaban y se lanzaban a la lucha.

—¡Ahnna! ¡Tenemos que hacerlos retroceder!

Pero la mujer la ignoró, corriendo hacia adelante, una ráfaga de puños y


acero que dejó cadáveres a su paso. Entonces la princesa patinó hasta detenerse.

—¡No!

Ahnna chilló, y Lara siguió su mirada, su estómago se hundió cuando vio el


barco con las velas llenas de vientos de tormenta, las cuerdas estiradas detrás de él
y desapareciendo en la caverna del puerto.

Estaban tirando las rejas.

Otro chirrido atravesó los oídos de Lara, el metal arrastrándose a lo largo de


la roca, retorciéndose y deformándose bajo la tensión. Y en el momento en que los
Maridrianos lo liberaran, la caverna sería inundada por innumerables botes llenos
de soldados.

Ahnna se lanzó abruptamente a la refriega, cortando y atacando a cualquiera


que se interpusiera en su camino. Lara siguió pisándole los talones, protegiendo
la espalda de la mujer mientras avanzaban hacia un gran grupo de Iticanos que
defendían el lado del acantilado sobre la entrada de la cueva.

—¡Taryn!

382
Ahnna gritó el nombre de su prima, las filas se separaron para revelar a
la joven que trabajaba en un rompe barcos, la madera carbonizada, las cuerdas
deshilachadas y ennegrecidas.

—¡Necesitas hacer funcionar esa catapulta!

Taryn negó con la cabeza.

—Necesito tiempo, Ahnna. Necesito reemplazar las cuerdas.

—¡No tenemos tiempo! Si abren la puerta, Aren será superado. ¡Tenemos que
destruir ese barco!

Aren estaba ahí abajo.

Alejándose de la discusión, Lara corrió hasta el borde del acantilado y miró


hacia abajo. Había cientos de soldados en los botes, todos armados hasta los
dientes. Si lograban entrar al cráter del volcán, la batalla había terminado.

El viento azotó el cabello de Lara, tirándolo de un lado a otro, sus oídos


llenándose con el estruendo del trueno. Los botes sobrellenados subían y bajaban
sobre las crecientes olas, el agua se derramaba por los bordes. Y debajo, formas se
movían, grandes aletas cortando las olas. Incluso a quince metros por encima de
ellos, Lara vio el miedo en los rostros de los soldados. Sin embargo, ninguno de los
botes retrocedió.

—¡Los Amaridianos se están retirando!

Las palabras se repitieron una y otra vez, y Lara miró hacia arriba para ver
barcos que izando la bandera de Amarid levantando sus velas, abandonando a los
que iban en botes y a los que ya estaban en tierra, huyendo de la tormenta que se
avecinaba.

Barco tras barco abandonaron el anillo alrededor de la isla, pero los


Maridrianos se quedaron, presionando hacia la entrada de la caverna mientras las
cuerdas tiraban, otro chirrido de metal llenando el aire.

Fue una carrera contra la tormenta. Una carrera para la flota de su padre para
hacerse con el control de la caverna y dejar a suficientes soldados para mantener la

383
isla mientras los barcos huían por delante de los vientos violentos y la lluvia que
los vería a todos en el fondo del mar.

Lara se arrodilló congelada en su lugar, sabiendo que no podría llegar a la


entrada de la caverna a tiempo para hacer algo.

Una ola inundó uno de los botes, los hombres nadando para aferrarse al
borde de los otros botes, todos los cuales estaban en peligro de hundirse.

Uno a uno, los hombres que nadaban fueron tirados bajo el agua, flores rojas
floreciendo en los mares oscuros mientras los tiburones de Iticana se daban un
festín con sus enemigos. Y, sin embargo, los botes no retrocedieron.

¿Qué les hacia desear tanto esta isla que se arriesgarían a morir?

¿La gloria?

¿Poder?

¿Temor?

¿Qué podría ser peor que esta tormenta? ¿Peor que los tiburones destrozando
a sus camaradas ante sus propios ojos?

Una certeza repentina llenó el pecho de Lara y, levantándose, arrebató un


telescopio de las manos de uno de los Iticanos. Se lo llevó a la cara y miró por
encima del barco, soltando las rejas, y se quedó paralizada cuando un hombre
familiar apareció en su campo de visión.

Su padre estaba en la cubierta del barco, con los brazos cruzados y los ojos
fijos en su objetivo, sin mostrar miedo en su rostro.

Él era lo que temían los soldados. Él era lo que evitaba que la flota huyera
antes de la tormenta. Él era lo que llevaba a los hombres a esas aguas mortales.

Bajando el telescopio, Lara agarró a Ahnna por el brazo, jalándola hacia el


borde del acantilado. Señaló sobre el agua.

—Necesito que me lleves a ese barco.

384
61

LaRa

Traducido por Isabella

Corregido por –Patty

—¿CAMBIANDO DE LADO de nuevo?

El rostro de Ahnna se oscureció, su arma se elevó.

Lara negó con la cabeza, negándose a dejarse provocar.

—Mi padre está en ese barco. Si me llevas allá abajo y lo mato, la flota se
retirará. Él es lo único que los mantiene en esta pelea.
Haciendo una mueca, Ahnna se dio la vuelta para ladrar órdenes, enviando
a una docena de Iticanos corriendo por las laderas, luego su atención volvió a Lara.

—Es imposible. No podemos sacar un barco, e incluso si pudieras nadar, no


durarías ni un minuto en esas aguas.

—Bájame sobre la cuerda que están usando para sacar las rejas. Subiré al
barco.

—Te dispararán antes de que te acerques al barco. Aren me matará si se


entera de que estuve de acuerdo.

Lara apretó los puños y sintió las primeras gotas de lluvia golpear su frente.
Oyendo el chirrido del metal de las rejas siendo sacadas de la caverna, centímetro
a centímetro.

—No estará vivo para que le importe si no hacemos algo.

Con la mandíbula moviéndose adelante y atrás, Ahnna miró fijamente el


barco subiendo y bajando sobre las violentas olas.

—Podría haber una manera.

Tomando a dos de sus soldados, Ahnna les murmuró algo. Los hombres
asintieron y se retiraron al caos. Momentos después, uno de ellos regresó con un
arma familiar en sus manos y se la entregó a la princesa.

—No podremos atarlo —explicó Ahnna—. No con la manera que el barco se


balancea y se mueve. Mantendremos la línea, pero si el barco se mueve demasiado
lejos, tendremos que soltarla o arriesgarnos a ser arrastrados por el acantilado. Así
que tendrás que ser rápida.

Lara se volvió para observar la caída. Los mares agitados. Las aletas
atravesando el agua. —Seré rápida.

Alguien le entregó a Ahnna un delgado trozo de cuerda atada al extremo de


un gran perno, la princesa accionó el arma con una mano experta. Luego hizo una
pausa y se encontró con la mirada de Lara.

386
—No podremos traerte de regreso.

Tragando saliva, Lara asintió y aceptó un gancho del mismo soldado.

—Es hora de que me vaya de todos modos.

Arrodillándose, Ahnna levantó el arma, y Aster,


​​ junto con varios otros
Iticanos, sostuvieron el extremo de la cuerda, sus rostros sombríos. Viendo el barco
que se balanceaba, la princesa apuntó y, sin dudarlo, soltó el pestillo.

Lara se metió un cuchillo entre los dientes y observó cómo la cuerda se


deslizaba por el espacio entre el acantilado y el barco y se incrustaba profundamente
en la cubierta.

Los Iticanos tensaron la línea y luego Ahnna gritó—: Ahora.

Lara no vaciló.

Lanzando el gancho sobre la cuerda, saltó.

El viento y la lluvia azotaron su rostro mientras se deslizaba hacia abajo, el


mar se eleva para encontrarse con ella con una velocidad amenazadora. La línea
se tensó y aflojó a medida que el barco subía y bajaba sobre el oleaje, haciendo
que Lara rebotara violentamente, sus hombros gritaban con cada tirón, sus manos
apretaban el mango del gancho.

En el barco, los soldados tiraban del perno, varios de ellos apuntando hacia
ella. Todavía no, suplicó en silencio, mientras el terror corría por sus venas.

Solo unos segundos más.

Entonces uno de ellos dejó de intentar soltar el perno. Levanto su espada y


cortó la línea.

Lara cayo.

Ella gritó, luego sus talones golpearon la cubierta, su pierna lesionada cedió.
Instintivamente rodó, poniéndose de pie, cuchillo en mano.

A su alrededor, soldados y marineros la miraban asombrados, varios de ellos

387
murmurando:

—Es la maldita princesa. La hija del rey.

—Me gustaría hablar con mi padre.

Los soldados se separaron y su padre, el rey de Maridrina, bajó por la cubierta


hacia ella. Su cabello plateado estaba empapado por la lluvia, su ropa igualmente
empapada y tenía un moretón lívido en una mejilla. Nada de eso lo hizo menos
regio cuando se detuvo a una docena de pasos de distancia para mirarla.

—Lara, cariño. Qué bueno que te unas a nosotros.

No estoy aquí para conversar —replicó—. Necesitas zarpar. Esa tormenta


destrozará esta flota y miles de tus soldados se ahogarán.

Alguien gritó—: ¡La puerta se está desprendiendo! Prepárense para atacar.

Su padre enarcó una ceja.

—Parece que tendré mi victoria antes de que llegue la tormenta.

Lara se arriesgó a mirar hacia la caverna, pero la cadena aún estaba tensa,
la puerta aún sostenida.

—¿Por qué estás haciendo esto? —exigió—. ¿Qué tienes que ganar? Tomar
Eranahl y matar a inocentes no cambiará el hecho de que el puente nunca será
tuyo. Incluso si matas hasta el último Iticano, Harendeliano y Valcotano nunca te
dejarán tener el control. Perdiste.

Su padre se rió.

—Harendell pronto estará demasiado ocupado con sus propios problemas


para tener una guerra con nosotros y en cuanto a Valcota… Digamos que tu
hermano finalmente ha demostrado su valía. —Él sonrió y fue todo dientes—.
Iticana ha perdido, y tú también, hija.

Se dio la vuelta, haciendo un gesto a sus soldados.

—Mátenla.

388
—Te reto. Aquí y ahora. Tú eliges el arma.

Su padre se quedó paralizado, luego la miró de arriba abajo.

—No estás apta para un duelo, Lara. Desde mi punto de vista, ya casi te has
desangrado hasta morir. No sería una pelea.

—Entonces no tienes por qué temer aceptar.

Él resopló.

—No tengo la costumbre de luchar contra las mujeres.

—Solo asesinarlas —Una ola de mareo pasó por ella, pero Lara la ignoro—.
Como asesinaste a mi madre. Como intentaste asesinar a mis hermanas. Como me
asesinaras a mí —Ella rió—. O, como ordenaras a tus soldados me hagan, porque
aparentemente no tienes las pelotas para hacerlo tú mismo.

Todos los soldados se movieron, el interés ahuyentaba el miedo a la tormenta


que se avecinaba. Si su padre no aceptaba, sería etiquetado como un cobarde y
habría un motín. Y si lo hacía y perdía…

Su padre vio la forma en que lo miraban. Sabía que, si no luchaba con ella,
estaba acabado.

—Como quieras —Desenvainó su espada—. Hazlo a tu manera. Tal vez, si


tienes suerte, vivirás lo suficiente para ver caer tu reino.

Lara sacó la espada de la vaina y luego le hizo un gesto con el cuchillo para
que avanzara.

—Basta de charlas, viejo. Hagámoslo.

Los soldados retrocedieron para hacer espacio, y Lara se mantuvo firme


mientras observaba a su padre dar vueltas.

Sus palabras eran fanfarronadas, y ambos lo sabían. Él era un espadachín


habilidoso, con años de experiencia, y aunque Lara probablemente era rival para
él en habilidad, su cuerpo le estaba fallando. Los puntos en su muslo se habían
desgarrado por completo, la sangre corría hacia abajo haciendo un charco en su

389
bota, su pierna apenas

sosteniendo su peso. El mareo y el cansancio la invadieron en oleadas, e


incluso mantener el equilibrio en la plataforma oscilante estaba empujando a Lara
al límite.

Pero tenía que seguir adelante. Por el bien de todos en Eranahl, tenía que
seguir luchando.

Él se abalanzó, un rayo centelleó en su espada, pero Lara anticipó el ataque.


Ella lo paró, su brazo temblando por el impacto mientras él atacaba una y otra vez,
empujándola hacia atrás por la cubierta, intentando desgastarla.

—No hay nada de divertido en esto —espetó su padre, luego se giró mientras
ella contraatacaba, sus movimientos lentos y flojos.

—Entonces termínalo.

Su pie salió serpenteando, enganchando su tobillo. Lara se apoyó sobre su


pierna herida, gritando mientras se doblaba debajo de ella.

Desesperada, rodó, levantando su espada a tiempo para bloquear un golpe


que la habría cortado en dos.

Sus armas se bloquearon, su padre inclinó su peso hacia abajo antes de


retroceder cuando ella lo golpeó con un cuchillo, el talón de su bota rozó su rodilla
y lo hizo tropezar.

Levantándose, Lara presionó el ataque, cortando y apuñalando y buscando


una abertura. El barco se inclinó hacia los lados, ambos cayeron, los marineros
lucharon por agarrarse a las barandillas hasta que el barco se enderezó.

—¡Está suelta! ¡Está suelta!

Se sintió como si un puño se cerrara alrededor del corazón de Lara mientras


el rostro de su padre se llenaba de triunfo.

—¡Ataquen!

Pero sus soldados dudaron, sopesando las posibilidades de supervivencia

390
entre intentar capturar la caverna o permanecer a bordo del barco.

—¡Tenemos que zarpar, su excelencia! —gritó el capitán desde donde se


aferraba a una barandilla—. La tormenta nos va a destrozar. ¡Tenemos que irnos
ahora!

—¡No!

Su padre la esquivó cuando Lara se puso de pie y lo golpeó en el cuello.

—Cualquier hombre que huya será etiquetado como un cobarde. ¡Un traidor!
¡Cualquier hombre que se vaya se encontrará con la cabeza clavada en las puertas
de Vencia!

Pero por el rabillo del ojo, Lara pudo ver que los barcos se estaban retirando.
Levantando sus velas y volando delante de la tormenta que estaba a punto de
descender con malvada venganza. Sin embargo, eso no significaba que Eranahl
estuviera a salvo. No cuando los cientos de hombres en botes ahora se abrirían
camino hacia la caverna, sabiendo que su padre nunca les permitiría retirarse al
barco.

Necesitaba darles otra opción, y tenía que dársela ahora.

De todos modos, nunca había existido la posibilidad de que ella sobreviviera


a esto.

Recuperando el equilibrio contra la barandilla, Lara atacó, lloviendo golpe


tras golpe sobre su padre.

Ella fingió tropezar. Vio el triunfo en sus ojos cuando su espada le cortó las
costillas.

Y la conmoción que floreció en su rostro cuando ella hundió su cuchillo en


su pecho.

El barco se balanceó y se separaron el uno del otro. Lara aterrizó con fuerza
sobre su espalda mientras su padre se hundía de rodillas, con los dedos tirando
inútilmente de la empuñadura de su cuchillo.

391
—Eres una traidora —siseó—. Para tu familia. Y tu gente.

—No, padre —susurró—. Eso es lo que dirán de ti.

La miró con furia inhumana, luego la luz se desvaneció de sus ojos azules y
se desplomó en la cubierta.

Su padre estaba muerto.

Lara se quedó mirando el cadáver del hombre que la había convertido en lo


que era, sin apenas darse cuenta de que los soldados pedían la retirada, los botes
se acercaban solo para ser abandonadas cuando los hombres subían escaleras y
cuerdas, y la cubierta a su alrededor se llenaba de ellos.

—¡A toda vela! —ordenó el capitán—. ¡Cualquiera que no esté a bordo se


queda atrás!

Los marineros corrieron para obedecer, pero cuando las velas atraparon
el viento, el barco se estremeció y se sacudió. Los mástiles crujieron y el agudo
chirrido del metal contra la roca llenó los oídos de Lara.

—¡Corten las cuerdas, idiotas! —gritó el capitán—. Suéltenos.

Si alguien obedeció, Lara no podría haberlo dicho, porque miembros de la


corte de su padre se estaban acercando, asesinato en sus ojos.

Luchando contra el dolor, Lara se puso de pie, la sangre le corría por el


costado y empapaba su camisa con cada respiración que tomaba. Apoyándose en
la barandilla, miró hacia abajo, a estos hombres que habían apoyado y protegido
a su padre durante toda su villanía. Si hubiera tenido la fuerza, los habría matado
a todos.

Levantaron sus armas.

Lara se inclinó hacia atrás.

Dio una voltereta encima de la barandilla y se precipitó hacia abajo.

El agua helada se cerró sobre su cabeza y luchó hacia arriba, pateando con
fuerza.

392
Su cabeza salió a la superficie solo para que una ola la hundiera de nuevo.
Ahogándose y jadeando por respirar, Lara agarró algunos escombros, aferrándose
a ellos mientras se elevaba y caía sobre las violentas olas.

El rompe barcos hizo un resonante crujido, una roca chocando contra un bote.
Luego otro cerca del barco. Luego otro en otro bote. Luego se quedó en silencio.

Porque la batalla había terminado.

Dondequiera que mirara Lara, los barcos volaban a través de los huracanes,
con las velas llenas de viento mientras trataban de escapar de la tormenta que
había caído sobre ellos con una furia perversa. Todavía había marineros en el
agua, hombres gritando por los barcos volvieran atrás, para que sus camaradas los
salvaran, pero uno por uno fueron tirados hacia abajo.

Y alrededor de Lara, aletas en círculos.

Su respiración se convirtió en pequeños jadeos de pánico cuando los tiburones


se acercaron, un sollozo brotó de su garganta cuando algo golpeó contra su tobillo.

—¡Nada, Lara! ¡Nada!

El sonido de su nombre hizo que sus ojos pasaran de las aletas a los Iticanos
que estaban de pie en los acantilados de arriba, con el viento rasgando sus ropas.
Docenas de ellos. Cientos de ellos. Y Ahnna y Taryn le estaban gritando, haciendo
un gesto hacia la caverna de abajo.

—¡Nada!

No había ninguna posibilidad de que lo lograra. No había posibilidad de que


uno de los tiburones no la hundiera o de que no se desangrara hasta morir.

Pero Lara empezó a patear.

Aferrándose a los escombros de madera, agitó las piernas, ignorando el dolor


y manteniendo los ojos fijos en la abertura de la caverna. Los gritos de los soldados
abandonados lucharon con la tormenta por la supremacía, relámpagos atravesando
el cielo en violenta sucesión. Las aletas la rodearon, enormes formas elegantes se
lanzaron solo para desviarse en el último minuto.

393
Se acercaron, las colas golpearon sus piernas mientras se alejaban, y cada vez
esperaba que los dientes le cortaran la carne. Esperaba ser hundida y destrozada o
ahogada.

Pero siguió nadando.

Las olas explotaron contra los acantilados, pero los gritos habían cesado,
Lara era la última persona viva en el mar. Sus brazos temblaban por el esfuerzo de
agarrarse a los escombros, sus piernas colgaban inútilmente mientras las olas la
arrojaban a la boca de la caverna.

A su alrededor, la oscuridad se llenó de un rugido ensordecedor del viento


y el mar, y Lara sintió que vacilaba. Perdiendo su agarre ella se hundió, solo para
luchar hacia arriba el tiempo suficiente para jadear por respirar.

Sigue luchando, se ordenó a sí misma. No te rendirás. Estás demasiado cerca


para rendirte.

Más adelante, vio el tenue resplandor de la luz, luego el mar volvió a surgir
y Lara gritó cuando fue arrojada a una red de metal retorcido.

394
62

aREN

Traducido por Kamis

Corregido por -Patty

ERA DIFÍCIL DE VER.

Pero no lo necesitaba para saber que el enemigo estaba trepando por la


brecha entre la parte superior del retorcido rastrillo y el techo de la caverna. Podía
escuchar sus voces murmurando. Los gruñidos del esfuerzo. El chapoteo cuando
aterrizaron en el otro lado y empezaron a nadar.

Sólo para encontrar a Iticana esperando.

Aren se abalanzaba sobre cualquier signo de movimiento, sus brazos


entumecidos por el cansancio, sus movimientos débiles y torpes.

Pero no se detuvo. No podía detenerse cuando seguían llegando, el agua


estaba llena de cuerpos y hombres nadando. Ellos hundieron los barcos, las manos
se alzaron para agarrar su ropa, tirándolo por la borda y hundiéndolo en las
profundidades.

Una parte de él se preguntaba si ya estaba muerto, si esto era alguna forma


de infierno.

Una punzada de dolor en su antebrazo lo devolvió a la realidad, y Aren luchó


por salir a la superficie del agua, los cuerpos chocaban contra él por todos lados.

—¡Retirada! ¡Retirada!

—¡No! —Aren ahogó la palabra—. ¡No nos retiraremos! ¡No me retiraré!

Y luego se dio cuenta de que las voces que gritaban las palabras eran
Maridrianos. Él sintió el cambio mientras el enemigo trataba de retroceder. Trató
de subir a través de esa pequeña brecha por encima del acero retorcido.

La luz de las antorchas brillaba detrás de él, parpadeando en el agua e


iluminando el mar de cadáveres y hombres.

—¡Te tengo! —Las manos lo arrastraron de regreso a un barco, el rostro de


Jor apareció sobre él—. Se están retirando. Parece que la tormenta los ahuyentó.

—Lo he oído. —Aren cerró los ojos, tratando de recuperar el aliento.

Entonces, un chillido ensordecedor llenó el aire, y se levantó de golpe,


mirando cómo la reja era arrastrada una docena de metros hacia adelante sólo
para atraparse donde la cueva se estrechaba. Luego, las cadenas se aflojaron y se
deslizaron hacia el mar.

Ya no había forma de entrar en Eranahl.

Lo que también significaba que ya no había una salida, y decenas de soldados


enemigos seguían nadando a este lado de la puerta de metal retorcida. Presionaron
contra la reja, luchando por liberarlo, pero fue en vano. Y casi como uno, se volvieron
hacia Aren y el resto de sus soldados.

El instinto le exigía que los cortara. Exigía que matara a esos hombres que
habían intentado masacrar a su pueblo y destruir su hogar.

396
Pero en sus ojos brillaba el miedo y la desesperación. —¿Quieres que nos
rindamos?

Hubo rápidos asentimientos de cabeza, y Aren inclinó la cabeza una vez


en reconocimiento. —Dejen caer sus armas, luego vengan uno por uno. Si causan
problemas, serán degollados. ¿Entendido?

Más asentimientos y Aren les dijo a sus soldados —Átenlos. Nos ocuparemos
de ellos más tarde.

Los barcos se acercaron desde el puerto subterráneo, voces que gritaban la


noticia de que la flota había abandonado el ataque, que los soldados enemigos que
aún estaban en la isla se estaban rindiendo y ¿cuáles eran las órdenes de Aren
sobre cómo debían ser tratados?

—Acepten su rendición. Hemos tenido suficiente derramamiento de sangre


hoy para que dure toda la vida en Iticana. Los mantendremos prisioneros hasta que
Maridrina se haya retirado por completo de Iticana, y luego yo… —Se interrumpió,
sin saber qué haría exactamente con esos hombres. La última vez que había
permitido que un forastero entrara en Eranahl, no le había ido bien.

Pero Iticana tenía que cambiar. Él tenía que cambiar. —Negociaré su regreso
a Maridrina.

—Sí, su excelencia.

Los soldados nadaron uno por uno hacia adelante, su gente los llevó en
barcos y los ató antes de retirarse al puerto. Aren trepó por una cornisa en la pared
de la cueva, apoyando sus rodillas sobre sus codos. Respirando. Solo respirando.

—¡Aren!

Se giró al oír la voz de Lia y, a través de la tenue luz, vio que el barco
que llevaba a su guardaespaldas luchaba, acercándose contra la fuerza del mar
embravecido.

—¡Necesitas abrir la reja!

Mirando el metal retorcido encajado en la cueva, negó con la cabeza. —Eso

397
es imposible. Tendremos que cortarlo.

—¡Entonces córtalo! —Su voz era aguda. Desesperada.

—¿Por qué?

El barco llegó hasta él y Lia saltó a la cornisa junto a él, con su brazo envuelto
en un vendaje. —Porque Lara está ahí afuera.

Su piel se convirtió en hielo. —Eso es imposible. La dejamos en Gamire sin


siquiera un barco.

—Bueno, ella encontró la manera. —Lia extendió una antorcha, iluminando


el agua que entraba en la cueva y luego se retiró con una fuerza igualmente
violenta—. Ella desafió a su padre. Lo mató. Es por eso que se retiraron cuando lo
hicieron. Ella nos salvó, y ahora tenemos que salvarla.

El mar y la tormenta se redujeron a un ruido sordo, y la luz de la antorcha


de repente se volvió demasiado brillante. —¡Consigue las herramientas para cortar
el metal!

Uno de los soldados que sostenía un remo dijo—: ¡Pero su excelencia, la


tormenta está casi sobre nosotros! ¡Necesitamos salir de la cueva antes de que el
oleaje sea aún peor!

—Consigue las malditas herramientas! —gritó Aren las palabras en la cara


del hombre—. Si no bajamos rápido, podríamos ser capaces de atrapar el barco. —Y
hacer que, una vez que lo hubiera atrapado, no lo sabía. Todo lo que importaba era
que él hiciera todo lo posible para salvarla.

Lia lo agarró del brazo y le clavó los dedos en la piel. —Lara no está en el
barco, Aren. Ella está en el agua.

Mientras decía las palabras, el mar se agitó, la espuma y el agua se precipitaron


a través de la cueva, llevando consigo una forma esbelta.

—Lara —gritó, justo antes de que su cuerpo se estrellara contra el acero de


la reja.

398
63

LaRa

Traducido por Kamis

Corregido por –Patty

ESTO ES LO que se siente al morir.

El dolor atravesó su cuerpo cuando el mar la golpeó contra el acero, luego


tiró de ella hacia atrás, solo para lanzarla hacia adelante nuevamente.

Eso es todo. Mi batalla ha terminado.

La oscuridad llenó su visión, luego sintió una mano cerca de la suya,


luchando contra el mar mientras trataba de hacerla retroceder. Su hombro gritó
al ser arrastrada hacia arriba, luego su cara salió a la superficie y Lara jadeó una
bocanada de aire.
Solo para que el agua se cerrara nuevamente sobre su cabeza, golpeando su
cuerpo. Pero ese respiro era suficiente.

Quienquiera que estuviera agarrando sus brazos la ayudó a subir, el acero


incrustado de percebes le cortaba los pies mientras se movía hacia arriba. Las olas
ya no le bañaban la cabeza. Tosiendo y aspirando aire, abrió los ojos.

Y se encontró cara a cara con Aren.

—Te tengo —Tiró de ella más alto hasta que sus cabezas estuvieron justo
debajo del techo de la cueva—. No te dejaré ir.

Vagamente se dio cuenta de que había otros detrás de él, pero todo lo que
veía era a él. Y todo lo que sintió fue el más profundo sentimiento de gratitud a
Dios o al destino o a la suerte por permitirle verlo una última vez antes de que los
Mares de la Tempestad la llevaran.

—¡Tienes que aguantar! —Mientras hablaba, el agua volvió a surgir, sólo


la fuerza de Aren impedía que la tirara de su posición—. Están consiguiendo las
herramientas. Cortaremos las barras. Solo tienes que esperar hasta entonces.

Ella asintió con la cabeza, pero era mentira. Porque no había esperanza de
que sobreviviera a esto. Con cada oleada, el agua subía más, y una vez que la
tormenta golpeara con toda su ferocidad, ni siquiera Aren sería capaz de evitar que
se la llevara. Y sería un milagro si él mismo no se ahogara.

—Tienes que dejarme ir. —Ella estaba tan agotada. Tan cansada de pelear—.
Necesitas ir a un lugar seguro.

—¡No! No te voy a dejar. —Él deslizó un brazo a través de los barrotes,


envolviéndola alrededor de su cintura. Ella parpadeó cuando los dedos presionaron
contra su herida en el costado, vio la forma en que su rostro se tensó cuando se dio
cuenta de lo profunda que era. Girando la cabeza, gritó—: ¿Dónde diablos están
esas herramientas?

Pero Lara sabía que nunca llegarían a tiempo.

Metiendo la mano a través de los barrotes, lo agarró por la cara. —Mírame.

400
Escúchame.

Él se resistió. Como si supiera lo que ella iba a decir. Pero luego se encontró
con su mirada.

—Lo siento. —Una ola la golpeó en la espalda, obligándola a detenerse


mientras luchaba contra la corriente—. Lo siento mucho, por todo el dolor que te
causé. Todo el daño que le causé a Iticana. Y necesito que sepas que moriría mil
veces si hubiera una manera de deshacerlo.

—Lara…

Ella sacudió la cabeza violentamente, porque no quería su perdón. No se lo


merecía. — Mi padre está muerto. Está muerto y ya no puede hacerte daño ni a ti ni
a Iticana. Keris será rey y habrá una oportunidad de que Maridrina e Iticana sean
aliadas de verdad. Por primera vez, Iticana tiene la oportunidad de un futuro mejor.
Pero necesitan de ti para que esto ocurra. No sacrifiques eso por mí.

—Pero te necesito —La apretó contra el metal, su frente presionando contra


la de ella a través de los barrotes—. Te amo, y nunca he dejado de hacerlo. Ni una
vez ni siquiera cuando debería haberlo hecho.

Entonces la besó, su boca caliente contra su piel helada, su lengua saboreando


el mar. Y ella se inclinó hacia él, las lágrimas que corrían por su cara se lavaron
cuando las olas las golpearon.

—Desde el día en que nos conocimos, nunca ha habido nadie más que tú. Y
nunca habrá nadie más que tú. Eres mi reina y te necesito.

Ella lloró. Incluso si lograba superar esto, no había futuro para ellos. No con
Aren como rey. Y ella se negó a que él eligiera entre ella e Iticana. —Aren…

—No voy a dejarte morir. —Sus ojos buscaban en el techo de la cueva, y ella
vio como la soltaba el tiempo suficiente para apoyar los pies contra la pared, sus
músculos se tensaron mientras trataba de tirar la reja hacia atrás.

Pero estaba atascado, encajado en su lugar por la fuerza del barco y las velas.

Rindiéndose, se acercó de nuevo a ella de nuevo. —No te sueltes. Prométeme

401
que no te soltarás.

Él la miró a los ojos hasta que ella asintió con la cabeza, envolviendo sus
brazos a través de los barrotes y sujetándose con fuerza mientras el agua subía.

Y Aren se sumergió en las profundidades.

No podía verlo a través de la espuma y la oscuridad, y el miedo se apoderó


de la niebla de la pérdida de sangre y el dolor cuando él no emergió. —No. No. No
—sollozó—. No puedes tenerlo.

Los Iticanos en los barcos intentaron acercarse, pero las olas los empujaban
hacia atrás. Más y más lejos hasta que la única que quedaba era Lia, encaramada
en un estrecho saliente. La otra mujer comenzó a dejar su linterna, claramente con
la intención de sumergirse.

Entonces Aren salió a la superficie.

Agarró el metal, trepando rápidamente hasta que estuvo cara a cara con
Lara, la sangre le corría por su mejilla por un corte en la frente.

—Hay un espacio en el fondo —dijo entre jadeos—. Es demasiado pequeño


para mí, pero tus hombros son estrechos. Podré ayudarte, solo necesitas contener
la respiración.

Pero para llegar a ella tendría que bajar.

Bajar a la oscuridad y a las profundidades del agua, y un terror familiar se


elevó en su pecho, desgarrando sus venas. —No puedo.

—Si puedes —La besó con fuerza—. Nunca he visto que el miedo tomé una
decisión por ti.

Lara negó con la cabeza. Esto era demasiado.

—Te necesito —Su aliento estaba caliente contra sus labios—. Y necesito
que sigas luchando.

Cerrando los ojos, Lara luchó contra su terror al agua, el terror que había
perseguido sus pasos desde el momento en que puso un pie en Iticana. Eres una

402
princesa, se dijo a sí misma. Una reina.

Pero, sobre todo, ella era una pequeña cucaracha. Lara asintió una vez y
respiró profundamente.

Y luego Aren tiró de ella debajo de la superficie.

Ella no podía ver. No tenía el sentido de arriba o abajo mientras el océano


rasgaba su cuerpo, solo el agarre de Aren sobre ella evitaba que el agua la arrastrara
al mar.

Más profundo. Sabía que él debía estar llevándola más profundo, porque
la presión en sus oídos crecía, y necesitaba toda su fuerza para agarrarse a los
barrotes y arrastrarse hacia abajo cuando el instinto le exigía que fuera arriba. De
regreso a la superficie y al aire.

Más y más abajo.

El pánico corría por sus venas, la necesidad de respirar crecía con cada
segundo que pasaba, lo único que la mantenía cuerda era saber que Aren estaba
con ella. Que, para salvarlo, necesitaba salvarse a sí misma.

Entonces sus manos golpearon con una roca.

Estaban en el fondo de la cueva.

Sosteniendo fuertemente sus muñecas, Aren tiró de ella hacia un lado y


sintió la abertura donde las barras habían sido forzadas a separarse.

Pero el hueco era pequeño. Tan terriblemente pequeño.

Su pecho sufrió un espasmo por la necesidad de respirar, pero no luchó


mientras él tiraba de sus brazos, retorciendo sus hombros hasta que ella se deslizó.

Solo para sentir que su cinturón se enganchaba.

Aren tiró, con sus pies apoyados en el fondo, pero no cedió. Desesperada,
Lara soltó la mano de su agarre, tratando de alcanzar entre su cuerpo y el suelo
rocoso para desabrochar la hebilla, pero no había espacio.

403
Y necesitaba respirar.

Necesitaba respirar.

Necesitaba respirar.

Lara inhaló.

404
64

aREN

Traducido por Andrea A

Corregido por -Patty

HABÍA BURBUJAS PASANDO rápidamente a su lado mientras tenía agarrado el


flácido brazo de Lara.

¡No! Un grito silencioso atravesó su cabeza y Aren se acercó a ella, sintiendo


bajo la oscuridad el lugar donde le había caído el acero.

Su cinturón.

Su pecho dolió por la necesidad de respirar, había pasado toda su vida bajo
el agua y solo le estaba dando unos momentos más. Cuando encontró a tientas
su cuchillo, cortó el cuero hasta que se partió. Dejando caer el cuchillo, agarró los
brazos de Lara y tiró con toda la fuerza que le quedaba.

Se deslizó por la abertura.

Sosteniéndola fuertemente, nadó hacia arriba. El agua crecía, adentrándolos


en la cueva mientras intentaba elevarse, pataleando con fuerza.

No voy a dejar que mueras.

Llegó la superficie y aspiró con un grito ahogado, las olas los empujaban
contra las paredes rocosas, pero luego lo llevaron de vuelta. De vuelta al rastrillo.
Necesitaba sacarla del agua. Necesitaba salvarla.

Unos brazos lo jalaron hacia arriba y Aren aterrizó de espaldas en el bote con
el cuerpo inerte de Lara encima de él.

—¡Lara! —le dio la vuelta, empujando a la gente fuera de su camino.

La luz de las antorchas iluminó su rostro, sus ojos estaban abiertos, pero no
miraba nada.

Se fue.

—¡No! —gritó, empujando sus manos bajo su pecho. Una y otra vez.

—¡Traigan a un sanador! —alguien gritó, pero no importaba, porque Lara se


había ido. Su esposa, su reina, se había ido.

—Aren, suficiente. —Jor trató de alejarlo, pero Aren lo empujó lejos, sus
manos volvieron al pecho de Lara. Deseando que respire.

—Aren, no va a volver. Tienes que dejarla ir.

—¡No!

El bote golpeó la orilla de los escalones rocosos del puerto. Aren tomó a Lara
en sus brazos, cargándola escaleras arriba en la carrera para dejarla en la tierra,
donde reanudó las compresiones en su pecho, sus brazos temblaban por el esfuerzo.

—Te amo —podía sentir a su gente reuniéndose a su alrededor, sentía la


lluvia cayendo desde lo alto—. Te necesito. Por favor, regresa.

Se veía tan pequeña. Nada como la indomable guerrera que conoció.

—¡Lara! —gritó su nombre—. ¡Pelea!

406
65

LaRa

Traducido por Andrea A

Corregido por -Patty

FUE UN LENTO ascenso en la turbia oscuridad. La subida más larga que jamás
había hecho. A través de la negrura, la tristeza y el terror, era perseguida por todos
los villanos que habían ido tras su vida, sin duda la villana que llevaba dentro.
Agarrando, alcanzando y luchando. Pero luego escuchó su voz. Su nombre. Escuchó
la única orden que le había dado.

Lara abrió los ojos.


66

LaRa

Traducido por Viv_J

Corregido por -Patty

LO PRIMERO QUE notó fue el aroma de Iticana en el aire. De mar, tormenta y selva.

Lo segundo fue el dolor.

Haciendo un gesto de dolor, abrió los párpados, y la luminosidad le hizo


parpadear las lágrimas. Estaba en el dormitorio que Aren y ella compartieron una
vez en Eranahl, el agua que llenaba la bañera producía un suave tintineo, los
frascos de algas brillantes proyectaban suaves sombras en la pared.

Y Aren, con la cabeza apoyada en un brazo, dormía en la silla junto a la


cama.

Lara recorrió con la mirada su rostro, notando las sombras bajo sus ojos y los
puntos de sutura que sostenían una herida en la sien. Tenía los nudillos raspados y
llenos de costras, y el antebrazo desnudo estaba marcado con moretones morados.
Pero estaba vivo.

Y ella también.

Al moverse, Lara no pudo reprimir un gemido cuando el dolor la atravesó, y


Aren se levantó de un tirón. —Estás despierta.

—¿Cuánto tiempo estuve dormida? —Sentía la lengua tan seca como la


arena, y aceptó con entusiasmo el vaso de agua que él le acercó a los labios, sin
importarle que se le derramara por la barbilla mientras bebía.

—Tres días —Dejó el vaso a un lado y se inclinó hacia ella, con sus ojos
escrutadores—. Me dicen que es un maldito milagro que estés viva dadas tus
heridas y... —Se interrumpió, su rostro se tensó.

—¿Y el hecho de que me ahogué?

—Sí —Sus ojos color avellana brillaron con lágrimas no derramadas cuando
se encontraron con los de ella—. Estabas muerta. Muerta en mis brazos, y yo...
yo… —Se pasó una mano por la cara, sacudiendo la cabeza.

—Te oí decir mi nombre —susurró—. Te oí ordenarme que luchara.

—Es la primera vez que me haces caso.

Ella sonrió, pero la tristeza se hinchó en su pecho. —No te acostumbres.

Todo estaba borroso. La batalla. Los momentos en el túnel con el rastrillo entre
ellos. Pero ella recordaba. Recordó que él le dijo que la amaba. Que la necesitaba.
Que no la dejaría ir.

Pero esas habían sido palabras pronunciadas en el calor del momento, cuando
ambos pensaban que la muerte estaba sobre ellos. Cuando todo parecía posible con
tal de sobrevivir.

Ahora ambos tenían que enfrentarse a la realidad.

Ella era la Reina Traidora. La razón por la que Iticana había perdido el puente.
La razón por la que cientos, sino miles, de Iticanos habían perecido. El hecho de
que ella hubiera sido parte de su liberación no significaba nada, algunas cosas eran

409
imperdonables.

—¿Ha terminado la guerra? —preguntó—. ¿Tienes el puente?

Aren asintió. —La tormenta sólo duró medio día, pero expulsó a las flotas de
los Amaridianos y de los Maridrianos. Con tu padre muerto, parece que han optado
por regresar a sus respectivos puertos. Los soldados que permanecen en nuestras
costas se han rendido en su mayoría, y les permitiremos partir en Sudguardia.
Haremos lo mismo con los prisioneros de aquí cuando podamos transportarlos.

—¿No te preocupa? —preguntó ella, sintiendo que la inquietud le mordía el


corazón—. Estás devolviendo a Maridrina su ejército antes de haber recuperado
totalmente el control.

—A pesar de su traición, Keris no es tu padre. Y ambos sabemos que su


mente se inclina por el conflicto con Valcota. Y por Zarrah. Terminada la calma,
las tormentas cumplirán con su deber y mantendrán a Iticana a salvo mientras nos
recuperamos. La gente ya está clamando por volver a casa. Para reconstruir. Cuando
estemos seguros de que las islas están despejadas, empezaremos a trasladarlos de
vuelta.

A Lara se le apretó el pecho, pero más le valía acabar de una vez. —Tan
pronto como esté lo suficientemente bien para caminar, me iré —Aunque no estaba
segura de adónde iría. Primero a buscar a Sarhina. Y luego...

Su futuro era abierto e ilimitado, pero sólo se sentía vacío.

Aren guardó silencio por un momento. —Si esa es tu decisión, no te detendré.

—La decisión implica una elección, Aren. Y en esto no hay elección. No me


quieren aquí.

Dudó, su manzana de Adán se movió mientras tragaba una vez. Dos veces.
—Te quiero aquí, si estás dispuesta a quedarte. Si quieres quedarte.

Cerrando los ojos, Lara respiró profundamente, haciendo una mueca por el
dolor en sus costillas.

Habría sido más fácil si él le hubiera dicho que se fuera. Pero ahora tendría

410
que hacerlo sabiendo que a él todavía le importaba. Tendría que irse sabiendo que
aún había una oportunidad para ellos, si era lo suficientemente egoísta como para
aceptarla. —Iticana te necesita, Aren. Necesita a su rey.

—Y a su reina —Inclinándose hacia atrás en su silla, sacó algo de su bolsillo,


y ella lo reconoció como el collar de su madre. Oro con esmeraldas y diamantes
negros que trazaban el mapa de Iticana. Lo había dejado aquí para guardarlo, sin
esperar volver a usarlo—. ¿Sabes cómo juzgamos a los traidores en Iticana? —
preguntó él, interrumpiendo sus pensamientos.

—Se les da de comer a los tiburones.

Una leve sonrisa se dibujó en su rostro. —Hay algo más que eso. Suspendemos
al traidor acusado en el mar, y luego cebamos las aguas. Si los tiburones matan
a la persona, significa que los cargos eran merecidos, al igual que el castigo. Pero
si los tiburones dejan a la persona en paz, significa que no es un traidor, que es
fiel a Iticana —Su mirada se agudizó, centrándose en ella—. Nunca he visto a los
tiburones hacer nada más que un festín. Nunca he oído hablar de ello. Hasta ahora.

El corazón de Lara dio un salto.

—Ahnna lo vio. Taryn lo vio. Aster, que Dios bendiga su alma supersticiosa,
te vio saltar de ese barco y luego nadar, sangrando y retorciéndote, por aguas
infestadas de tiburones, y ninguno de ellos te tocó.

—Suerte —respiró ella, pero Aren negó con la cabeza.

—Había cientos de ellos. Y Ahnna dijo que el más grande nadaba junto a ti,
miraba y luego se alejaba nadando. Una y otra vez. Mataron a todos los soldados
en el agua, pero a ti no. Y ya nadie te llama la Reina Traidora.

Una lágrima caliente recorrió el rostro de Lara, porque ella era fiel a Iticana.
Ella amaba este reino y amaba a su gente, pero... —Hará falta algo más que mitos
y leyendas para que el pueblo me conceda su perdón, Aren.

—Es cierto. Pero esos mitos y leyendas significan que te darán la oportunidad
de ganarte su perdón. Si estás dispuesta a intentarlo.

411
Ahora estaba llorando, con sollozos de alivio. Eso era lo que quería más que
nada. La oportunidad de expiar. La oportunidad de ser mejor. La oportunidad de
amar.

—¿Te quedas?

—Sí —Ella sonrió mientras él la ayudaba a sentarse, y rodeó su cuello con


los brazos. Respirándolo—. Me quedaré.

Entonces llamaron a la puerta y Ahnna entró. Los ojos de la Princesa de


Iticana eran fríos, pero inclinó la cabeza respetuosamente hacia ambos. —Todos
están reunidos, Alteza. Están esperando para oírle hablar.

Aren se levantó. —Voy a contarles mis planes. Tú quédate aquí. Descansa.


Yo volveré.

Pero Lara negó con la cabeza. Mordiendo el dolor, se puso de pie, aceptando
el brazo de Aren para equilibrarse. Tomó la ropa que le pasó Ahnna y se la puso con
cuidado, sintiendo la tensión de las heridas cosidas y el dolor de las costillas rotas,
y sin embargo nunca se había sentido más fuerte. Nunca se había sentido más viva.

Aren negó con la cabeza. —No necesitas demostrarme nada, Lara. Sé mejor
que nadie lo fuerte que eres.

Abrochándose el cinturón, le miró. —Juré luchar a tu lado, defenderte hasta


mi último aliento, apreciar tu cuerpo y ningún otro, y serte leal mientras viva —
Recogiendo sus cuchillos, los metió en sus fundas con dos golpes—. Y eso significa
que donde tú vayas, yo también iré.

Sus ojos estaban llenos de calor. De deseo por ella. De respeto por ella. —
Como usted diga, Alteza —Alzando el brazo, Aren se agachó, con su aliento cálido
contra su oreja—. No hay nadie en el mundo como tú, lo sabes.

—No, no lo hay —Lara cuadró los hombros cuando las puertas del balcón se
abrieron de par en par, revelando una multitud de su gente que esperaba abajo—.
Porque sólo hay una Reina de Iticana. Al igual que sólo hay un Rey. Y si alguno de
nuestros enemigos se atreve a venir por nuestro reino, lo pondremos de rodillas.

412
La historia continúa con un nuevo y sexy romance en
el tercer libro de la serie EL REINO DEL PUENTE.

En las desgarradas calles de Nerastis, la general Zarrah Anaphora encuentra un


terreno común, y una ardiente pasión, con un desconocido, sin saber que es el
heredero de la corona del enemigo mortal de su país.

413
aGRaDECIMIENTOS

TRaDUCCIONES INDEPENDIENTES Y

SOMBRa LITERaRia

Queridos lectores, Traducciones Independientes y Sombra Literaria estamos muy conten-


tos de trabajar en equipo para traerles la segunda parte de este maravilloso libro.
Agradecemos a todo nuestro equipo de traducción y corrección (TI y SL) ya que sin estas
increíbles personas, este libro no estaría terminado.

También queremos darle las gracias a ustedes, lectores. Por su paciencia y comprensión.
Este proyecto es para ustedes, son el fin del trayecto, a ustedes nos dirigimos al traducir,
a sus manos, a sus ojos, a su deleite.

Nos leeremos en los libros por venir...

TI & SL

También podría gustarte