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LECTURA

Lee detenidamente la siguiente lectura:

“EL NIÑO JUNTO AL CIELO”


Enrique Congrains

Por alguna desconocida razón. Esteban había llegado al lugar exacto,


precisamente al único lugar…Pero, ¿no sería, más bien, que “aquello” había venido hacia
él? Bajó la vista y volvió a mirar. Sí, ahí seguía el billete anaranjado, junto a sus pies,
junto a su vida.
¿Por qué, por qué, él?
Su madre se había encogido de hombros al pedirle, él, autorización para conocer
la ciudad, pero después le advirtió que tuviera cuidado con los carros y con las gentes.
Había descendido desde el cerro hasta la carretera y los pocos pasos, divisó “aquello”
junto al sendero que corría paralelamente a la pista.
Vacilante, incrédulo, se agachó y lo tomó entre sus manos. Diez, diez, diez, era
un billete de diez soles, un billete que contenía muchísimas pesetas, innumerables reales.
¿Cuántos reales, cuántos medios, exactamente? Los conocimientos de Esteban no
abarcaban tales complejidades y, por otra parte, le bastaba con saber que se trataba de
un papel anaranjado que decía “diez” por sus dos lados.
_siguió por el sendero, rumbo a los edificios que se veían más allá de ese otro
cerro cubierto de casas. Esteban caminaba unos metros, se detenía y sacaba el billete
de su bolsillo para comprobar su indispensable presencia. ¿Había venido el billete hacia
él se preguntaba o era él, el que había ido hacia el billete?
Cruzó la pista y se internó en un terreno salpicado de basuras, desperdicios de
albañilería y excrementos; llegó a una calle y desde allí al famoso mercado, el Mayorista,
del que tanto había oído hablar. ¿Eso era Lima, Lima, Lima….? La palabra le sonaba a
hueco. Recordó: su tío le había dicho que Lima era una ciudad grande, tan grande que
en ella vivían un millón de personas.
¿La bestia con un millón de cabezas? Esteban había soñado hacia unos días, antes
del viaje, en eso: una bestia con un millón de cabezas. Y ahora él, con cada paso que
daba, iba internándose dentro de la bestia…
Se detuvo, miró y meditó: la ciudad, el Mercado Mayorista, los edificios de tres y
cuatro pisos, los autos, la infinidad de gentes algunas como él, otras como él y el
billete anaranjado, quieto, dócil, en el bolsillo de su pantalán el billete llevaba el “diez”
en su rostro y en su conciencia. El “diez años” lo hacia sentirse seguro y confiado, pero
sólo hasta cierto punto. Antes, cuando comenzaba a tener noción de las cosas y de los
hechos, la meta, el horizonte, había sido fijado en los diez años. ¿Y ahora? No,
desgraciadamente no. Diez años no era todo. Esteban se sentía incompleto, aún. Quizá
si cuando tuviera doce, quizá si cuando llegara a los quince, quizá. Quizá ahora mismo,
con la ayuda del billete anaranjado.
Estuvo dando algunas vueltas, atisbando dentro de la bestia, hasta que legó a
sentirse parte de ella. Un millón de cabezas y, ahora, una más. La gente se movía, se
agitaba, unos iban en una dirección, otros en otra, y él, Esteban, con el billete anaranjado,
quedaba siempre en el centro de todo, en el ombligo mismo.
Unos muchachos de su edad jugaban en la vereda. Esteban se detuvo a unos
metros de ellos y quedó observando el ir y venir de las bolas; jugaban dos y el resto
hacia rueda. Bueno, había andado unas cuadras y por fin encontraba seres como él,
gente que no se movía incesantemente de un lado a otro. Parecía, por lo visto, que
también en la ciudad habría seres humanos.
¿Cuánto tiempo estuvo contemplándolos? ¿Un cuarto de hora? ¿Media hora, una
hora, acaso dos? Todos los chicos se habían ido, todos menos uno. Esteban quedó
mirándolo, mientras su mano dentro del bolsillo, acariciaba el billete.
-¡Hola, Hombre!
-Hola ... respondió Esteban susurrando, casi.
El chico era más o menos de su misma edad y vestía pantalón y camisa de un
mismo tono, algo que debió ser kaki en otros tiempos, pero que ahora pertenecía a esa
categoría de colores vagos e indefinibles.
-¿Eres de por acá? Le preguntó a Esteban.
-Si, este….se aturdió y no supo cómo explicar que vivía en el cerro y que estaba
en viaje de exploración a través de la bestia de un millón de cabezas.
¿De dónde, ah? Se había acercado y estaba frente a Esteban. Era más alto y sus
ojos inquietos le corrían de arriba abajo. ¿De dónde, ah? Volvió a preguntar.
De allá, del cerro y Esteban señaló en la dirección en que había venido.
¿San Cosme?
Esteban meneó la cabeza, negativamente.
¿Del Agustino?
-Si, de ahí exclamó sonriendo. Ese era el nombre y ahora lo recordaba. Desde
hacia meses, cuando se enteró de la decisión de su tío de venir a radicarse a Lima, venia
averiguando cosas de la ciudad. Fue así como supo que Lima era muy grande, demasiado
grande, tal vez; que había un sito que se llamaba Callao y que ahí llegaban buques de
otros países; que había lugares muy bonitos, tiendas enormes, calles muy bonitas, tiendas
enormes, calles larguísimas…. ¡Lima…! Su tío había salido dos meses antes que ellos con
el propósito de conseguir casa. Una casa. ¿En qué sitio será?, le había preguntado a su
madre. Ella tampoco sabía. Los días corrieron y después de muchas semanas llegó la
carta que ordenaba partir. ¡Lima…! ¿El cerro del Agustino, Esteban? Pero él no lo llamaba
así. Ese lugar tenía otro nombre. La choza que su tío había levantado quedaba en el
barrio de Junto al Cielo. Y Esteban era el único que lo sabía.
Yo no tengo casa….dijo el chico después de un rato. Tiró una bola contra la tierra
y exclamó: ¡Caray, no tengo!
¿Dónde vives, entonces? Se animó a inquirir Esteban.
El chico recogió la bola, la frotó en su mano y luego respondió:
En el mercado, cuido la fruta, duermo a ratos….Amistoso y sonriente, puso una
mano sobre el hombro de Esteban y le preguntó: ¿Cómo te llamas tú?
Esteban ….
Yo me llamo Pedro tiró la bola al aire y la recibió en la palma de su mano. Te juego,
¿ya Esteban?
Las bolas rodaron sobre la tierra, persiguiéndose mutuamente. Pasaron minutos,
pasaron hombres y mujeres junto a ellos, pasaron autos por la calle, siguieron pasando
los minutos. El juego había terminado, Esteban no tenía nada que hacer junto a la
habilidad de Pedro. Las bolas al bolsillo y los pies sobre el cemento gris de la acera.
¿Adónde, ahora? Empezaran a caminar juntos. Esteban se sentía más a gusto en compañía
de Pedro, que estando solo.
Dieron algunas vueltas. Más y más edificios. Más y más gente. Más y más autos
en las calles. Y el billete anaranjado seguía en el bolsillo. Esteban lo recordó.
¡Mirá lo que me encontré! Lo tenía entre sus dedos y el viento lo hacia oscilar
levemente.
¡Caray! Exclamó Pedro y lo tomó, examinándolo al detalle. ¡Diez soles, caray!
¿Dónde lo encontrástes?
Junto a la pista, cerca del cerro explicó Esteban.
Pedro le devolvió el billete y se concentró un rato. Luego preguntó:
¿Qué piensas hacer, Esteban?
No sé, guárdalo seguro….y sonrió tímidamente.
¡Caray, yo con una libra haría negocios, palabra que sí!
¿Cómo?
Pedro hizo un gesto impreciso que podía revelar, a un mismo tiempo, muchísimas
cosas. Su gesto podía interpretarse como una total despreocupación por el asunto los
negocios o como una gran abundancia de posibilidades y perspectivas. Esteban no
comprendió.
¿Qué clase de negocios, ah?
¡Cualquier clase, hombre! Pateó una cáscara de naranja que rodó desde la vereda
hasta la pista; casi inmediatamente pasó un ómnibus que la aplanó contra el pavimento.
Negocios hay de sobra, palabra que sí. Y en unos dos días cada uno de nosotros podría
tener otra libra en el bolsillo.
¿Una libra más? Preguntó Esteban, asombrándose.
¡Pero claro, claro que sí..! volvió a examinar a Esteban y le preguntó: ¿Tú eres de
Lima?
Esteban se ruborizó. No, él no había crecido al pie de las paredes grises, ni jugando
sobre el cemento áspero e indiferente. Nada de eso en sus diez años, salvo lo de ese día.
No, no soy de acá, soy de Tarma; llegué ayer…
¡Ah! Exclamó Pedro, observándolo fugazmente ¿De Tarma, no?
Sí, de Tarma….
Habían dejado atrás el mercado y estaban junto a la carretera. A medio kilómetro de
distancia, el barrio de Junto al Cielo, según Esteban. Antes del viaje, en Tarma, se había
preguntado: ¿Iremos a vivir a Miraflores, al Callao, a San Isidro, a Chorrillos, en cuál de
esos barrios quedará la casa de mi tío? Habían tomado el ómnibus y después de varias
horas de pesado y fatigante viaje, arribaban a Lima. ¿Miraflores? ¿La Victoria? ¿San
Isidro? ¿Callao? ¿Adonde, Esteban adónde? Su tío había mencionado el lugar y era la
primera vez que Esteban lo oía nombrar. Debe ser algún barrio nuevo, pensó. Tomaron
un auto y cruzaron calles y más calles. Todas diferentes, pero, cosa curiosa, todas
parecidas, también. El auto los dejó al pie de un cerro. Casas junto al cerro, casa en mitad
del cerro, casas en la cumbre del cerro. Habían subido y una vez arriba, junto a la choza
que había levantado su tío, Esteban contempló a la bestia con un millón de cabezas. La
“cosa” se extendía y desparramaba, cubriendo la tierra de casas, calles, techos, edificios,
más allá de lo que su vista podía alcanzar. Entonces Esteban levantado los ojos, y se
había sentido tan encima de todo o tan abajo, quizá que había pensado que estaba en
el barrio de Junto al Cielo.
Oye, ¿Quisieras entrar en algún negocio conmigo?
Pedro se había detenido y lo contemplaba, esperando respuesta.
¿Yo…? titubeando preguntó: ¿Qué clase de negocio? ¿Tendría otro billete mañana?
¡Claro que sí, por supuesto! Afirmó resueltamente.
La mano de Esteban acarició el billete y pensó que podría tener otro billete más,
y otro más, y muchos más. Muchísimos billetes más, seguramente. Entonces el “diez
años” seria esa meta que siempre había soñado.
¿Qué clase de negocios se puede, ah? Preguntó Esteban.
Pedro sonrió y explicó:
Negocios hay muchos…Podríamos comprar periódicos comprar revistas,
chistes…hizo una pausa y escupió con vehemencia. Luego dijo, entusiasmándose: Mira,
compramos diez soles de revistas y las vendemos ahora mismo, en la tarde, y tenemos
quince soles, palabra.
¿Quince soles?
¡Claro, quince soles! ¡Dos cincuenta para ti y dos cincuenta para mi! ¿Qué te
parece, ah?
Convinieron en reunirse al pie del cerro dentro de una hora; convinieron en que
Esteban no diria nada, ni a su madre ni a su tío; convinieron en que venderían revistas
y que de la libra de Esteban, saldría muchísimas otras.
Esteban había almorzado apresuradamente y le había vuelto a pedir permiso a su
madre para bajar a la ciudad. Su tío no almorzaba con ellos, pues en su trabajo le daban
de comer gratis, completamente gratis, como había recalcado al explicar su situación.
Esteban bajó por el sendero ondulante, saltó la acequia y se detuvo en el borde de la
carretera, justamente en el mismo lugar en que había encontrado, en la mañana, el billete
de diez soles. Al poco rato apareció Pedro y empezaron a caminar juntos, internándose
dentro de la bestia de un millón de cabezas.
Vas a ver qué fácil es vender revistas, Esteban. Las ponemos en cualquier sitio, la
gente las ve y, listo, las compra para sus hijos. Y si queremos nos ponemos a gritar en la
calle el nombre de las revistas, y así vienen más rápido… ¡Ya vas a ver qué bueno es
hacer negocios…!
¿Queda muy lejos el sitio? Preguntó Esteban, al ver que las calles seguían
alargándose casi hasta el infinito. Qué lejos había quedado Tarma, qué lejos había
quedado todo lo que hasta hacia unos días había sido habitual para él.
No, ya no. Ahora estamos cerca del tranvía y nos vamos gorreando hasta el centro.
¿Cuánto cuesta el tranvía?
¡Nada, hombre! Y se rió de buena gana. Lo tomamos no más y le decimos al
conductor que nos deje ir hasta la Plaza San
Martín.
Más y más cuadras. Y los autos, algunos
viejos, otros increíblemente nuevos y flamantes,
pasaban veloces, rumbo sabe Dios dónde.
¿Adónde va toda esta gente en auto?
Pedro sonrió y observó a Esteban. Pero,
¿Adónde iban realmente? Pedro no halló ninguna
respuesta satisfactoria y se limitó a mover la
cabeza de un lado a otro. Más y más cuadras. Al fin
término la calle y llegaron aun especie de
parque.
¡Corre! Le gritó Pedro, de pronto. El tranvía
comenzaba a ponerse en marcha. Corrieron,
cruzaron en dos saltos la pista y se encaramaron al
estribo.
Una vez arriba se miraron,
sonrientes….Esteban empezó a perder el temor y llegó
a la conclusión de que seguía siendo el centro de todo.
La bestia de un millón de cabezas no era tan
espantosa como había soñado, y ya no le
importaba estar siempre, aquí o allá, en el
centro mismo, en el ombligo mismo de la bestia.
Parecía que el tranvía se había detenido
definitivamente, esta vez, después de una seria de
paradas. Todo el mundo se había levantado de sus
asientos y Pedro lo estaba empujando.
-Vamos, ¿Qué esperas?
-¿Aquí es?
-Claro, baja.
Descendieron y otra vez a rodar sobre la piel
de cemento de la bestia. Esteban veía más gente y las
veía marchar sabe Dios dónde con más prisa que
antes. ¿Por qué no caminaban tranquilos,
suaves, con gusto, como la gente de Tarma?
Después volvemos y por estos mismos
sitios vamos a vender las revistas.
-Bueno asintió Esteban. El sitio era lo de
menos, se dijo, lo importante era vender las revistas, y que la libra se convirtiera en varias
más. Eso era lo importante.
-¿Tú tampoco tienes papá? Le preguntó Pedro, mientras doblaban hacia una calle
por la que pasaban los rieles del tranvía.
-No, no tengo…. Y bajó el cabeza, entristecido. Luego de un momento, Esteban
preguntó: - ¿Y tú?
-Tampoco, ni papá ni mamá. Pedro se encogió de hombros y apresuró el paso.
Después inquirió descuidadamente:
¿Y al que le dices “tío”?
-Ah…él vive con mi mamá, ha venido a Lima de chofer…calló, pero en seguida dijo:
-Mi papá murió cuando yo era chico….
-¡Ah caray…! ¿Y tu “tío”, qué tal te trata?
-Bien; no se mete conmigo para nada.
-¡Ah!
Habían llegado al lugar. Tras un portón se veía un patio más o menos grande, puertas,
ventanas, y dos letreros que anunciaban revistas al por mayor.
-Ven, entra –le ordenó Pedro.
Esteban adentro. Desde el piso hasta el techo había revistas, y algunos chico como
ellos, dos mujeres y un hombre, estaban seleccionando lo que deseaban comprar. Pedro
se dirigió a uno de los estantes y fue acumulando revistas bajo el brazo. Las contó y
volvió a revisarlas.
-Paga.
Esteban vaciló un momento. Desprenderse del billete anaranjado era más
desagradable de lo que había supuesto. Se estaba bien teniéndolo en el bolsillo y
pudiendo acariciarlo cuantas veces fuera necesario.
-Paga –repitió Pedro, mostrándole las revistas a un hombre gordo que
controlaba la venta
-¿Es justo una libra?
-Sí, justo. Diez revistas a un sol cada una.
Oprimió el billete con desesperación, pero al fin terminó por extraerlo del bolsillo.
Pedro se lo quitó rápidamente de la mano y lo entregó al hombre.
-Vamos –dijo jalándolo.
Se instalaban en la Plaza San Martín, y alinearon las diez revistas en uno de los
muros que circundan el jardín.
-Revistas, revistas, revistas señor, revistas señora, revistas, revistas. Cada vez que
una de las revistas desaparecía con el comprador, Esteban suspiraba aliviado. Quedaban
seis revistas y pronto, de seguir así las cosas, no habría de quedar ninguna.
¿Qué te parece, ah? Preguntó Pedro, sonriendo con orgullo.
-Está bueno, está bueno….y se sintió enormemente agradecido a su amigo y socio.
-Revistas, revistas, ¿no quiere un chiste, señor? –El hombre se detuvo y examinó
las carátulas. ¿Cuánto? –Un sol cincuenta no más….La mano del hombre quedó indecisa
sobre dos revistas. ¿Cuál, cual llevará? Al fin se decidió. Cobrese. Y las monedas
cayeron, tintineantes, al bolsillo de Pedro. Esteban se limitaba a observar; meditaba y
sacaba sus conclusiones: una cosa era soñar, allá en Tarma, con una bestia de un millón
de cabezas, y otra cosa era estar en lima, en el centro mismo del universo, absorbiendo
y paladeando con fruición la vida.
El era el socio capitalista y el negocio marchaba estupendamente bien. “Revistas,
revistas” gritaba el socio industrial, y otra revista más que desaparecía en manos
impacientes. “¡Apúrate con el vuelto!”, exclamaba el comprador. Y todo el mundo
caminaba a prisa, rápidamente. ¿Adónde van que se apuran tanto?, pensaba Esteban.
Bueno, bueno, la bestia era una bestia bondadosa, amigable, aunque algo difícil
de comprender. Eso no importaba; seguramente, con el tiempo, se acostumbraría. Era una
magnifica bestia que estaba permitiendo que el billete de diez soles se multiplicara.
Ahora ya no quedaban más que dos revistas sobre el muro. Dos nada más y ocho
desparramándose por desconocidos e ignorados rincones de la bestia. Revistas, revista,
chistes a sol cincuenta, chistes….Listo, ya no quedaba más que una revista y Pedro
anunció que eran las cuatro y media.
“¡Caray, me muero de hambre, no he almorzado…! Prorrumpió luego.
-No, no he almorzado….observó a posibles compradores, entre las personas que
pasaban, y después sugirió:
¿Me podrías ir a comprar un pan o un bizcocho?
-Bueno –aceptó Esteban, inmediatamente.
Pedro sacó un sol de su bolsillo y explicó:
-Esto es de los dos cincuenta de mi ganancia, ¿ya?
-Sí, ya sé.
-¿Ves ese cine? Preguntó Pedro señalando a uno que quedaba en la esquina.
Esteban asintió. –Bueno, sigues por esa calle y a mitad de cuadra hay una tiendecita de
japoneses. Anda y cómprame un pan con jamón o tráeme un plátano y galletas, cualquier
cosa. ¿ya Esteban?
-Ya.
Recibió el sol, cruzó la pista, pasó por entre dos autos estacionados y tomó la
calle que le había indicado Pedro. Sí, ahí estaba la tienda. Entró.
-Déme un pan con jamón –pidió a la muchacha que atendía.
Sacó un pan de la vitrina, lo envolvió en un papel y se lo entregó. Esteban puso
la moneda sobre el mostrador.
Vale un sol veinte –advirtió la muchacha.
-¡Un sol veinte! -devolvió el pan y quedó indeciso un instante. Luego se decidió: -
Déme un sol de galletas entonces.
Tenía el paquete de galletas en la mano y andaba lentamente. Pasó junto al cine y
se detuvo a contemplar los atrayentes avisos. Miró a su gusto y, luego, prosiguió
caminando. ¿Habría vendido Pedro la revista que le quedaba?
Más tarde, cuando regresara a Junto al Cielo, lo haría feliz, absolutamente feliz.
Pensó en ello, apresuró el paso, atravesó la calle, esperó a que pasaran unos automóviles
y llegó a la vereda. Veinte o treinta metros más allá había quedado Pedro. ¿O se había
confundido? Porque ya Pedro no estaba en el lugar, ni en ningún otro. Llegó al sitio preciso
y nada, ni Pedro, ni revista, ni quince soles, ni…. ¿Cómo? Había podido perderse o
desorientarse? Pero, ¿no era ahí, donde habían estado vendiendo las revistas? ¿Era o no
era? Miró a su alrededor. Sí, en el jardín de atrás seguía la envoltura de un chocolate. El
papel era amarillo con letras rojas y negras, y él lo había notado cuando se instalaron,
hacia más de dos horas. Entonces, ¿no se había confundido? ¿Pedro, y los quince soles,
y la revista?
Bueno, no era necesario asustarse, pensó. Seguramente se había demorado y Pedro
lo estaba buscando. Eso tenía que haber sucedido, obligadamente. Pasaron los minutos.
No, Pedro no había ido a buscarlo: ya estaría de regreso de ser así. Tal vez había ido con
un comprador a conseguir cambio. Más y más minutos fueron quedando a sus espaldas.
No, Pedro no había ido a buscar sencillo: ya estaría de regreso, de ser así, ¿Entonces?...
-Señor, ¿tiene hora? -le preguntó a un joven que pasaba.
-Sí, las cinco en punto.
Esteban bajó la vista, hundiéndola en la piel de la bestia y prefirió no pensar.
Comprendió que, de hacerlo, terminaría llorando y eso no podía ser.
El ya tenía diez años, y diez años no eran ni ocho, ni nueve. ¡Eran diez años!
-¿Tiene hora, señorita?
-Sí –sonrió y dijo con una voz linda: Las seis y diez -y se alejó presurosa.
¿Y Pedro, y los quince soles, y la revista?.... ¿Dónde estaban, en qué lugar de la
bestia con un millón de cabezas estaban?....Desgraciadamente no lo sabía y sólo
quedaba la posibilidad de esperar y seguir esperando…
-¿Tiene hora, señor?
-Un cuarto para las siete.
-Gracias…
¿Entonces? ….Entonces, ¿ya Pedro no iba a regresar?.... ¿Ni Pedro, ni los quince
soles, ni la revista iban a regresar entonces?... Decenas de letreros luminosos se habían
encendido. Letreros luminosos que se apagaban y se volvían a encender; y más y más
gente sobre la piel de la bestia. Y la gente caminaba con más prisa ahora. Rápido, rápido,
apúrense, más rápido aún, más, más, hay que apurarse muchísimo más, apúrense más….Y
Esteban permanecía inmóvil, recostado en el muro, con el paquete de galletas en la
mano y con las esperanzas en el bolsillo de Pedro…Inmóvil, dominándose para no
terminar en pleno llanto.
Entonces, ¿Pedro lo había engañado?... ¿Pedro, su amigo, le había robado el billete
anaranjado?... ¿O no seria, más bien, la bestia con un millón de cabezas la causa de todo?
… Y, ¿acaso no era Pedro parte integrante de la bestia?....
Sí y no. Pero ya nada importaba. Dejó el muro, mordisqueó una galleta y,
desconsolado, se dirigió a tomar el tranvía.
COMPRENSIÓN DE LECTURA
Con ayuda del diccionario anota el significado de las siguientes
Vocabulario: palabras:

a) Incrédulo: …………………………………………………………………………………

b) Atisbar: …………………………………………………………………………………

c) Titubear: …………………………………………………………………………………

d) Dócil: …………………………………………………………………………………

e) Oscilar: …………………………………………………………………………………

f) Asentir: …………………………………………………………………………………

Preguntas de Comprensión: Responde a las siguientes preguntas:

1. ¿En qué ciudad del Perú se desarrolla la acción? ¿Y en qué sitios


específicamente se centra ésta?
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2. ¿Es ésta una historia actual, de nuestro siglo? ¿Cómo podrías demostrarlo?
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3. ¿Qué fue “aquello” que Esteban encontró junto al sendero que corría
paralelamente a la pista? ¿Qué reflexiones se hizo en torno a este hallazgo?
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4. ¿Cómo aparece Lima a los ojos de Esteban? ¿Por qué la llama “La bestia con
millón de cabezas”?
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5. ¿Con quiénes se encuentra Esteban? ¿Qué hacían en la vereda estas personas?


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6. ¿Quién se queda de aquel grupo? ¿Qué diálogo se entabla de inmediato entre los
dos niños?
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7. ¿Cuánto tiempo jugaron Pedro y Esteban? ¿Cómo se sentía Esteban en


compañía de su amigo?
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8. ¿Cómo reacciona Pedro cuando Esteban le muestra el billete que se encontró?


¿Qué negocio acuerdan emprender?
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9. ¿Adónde se dirigen luego? ¿Qué hacen cuando ya tienen las revistas?


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10. ¿Se vendían fácilmente las revistas? ¿Cómo lo sabes?


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11. ¿Qué le ordenó Pedro a Esteban cuando ya sólo quedaba una revista? ¿Cumplió
Esteban con el encargo?
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12. ¿Que comprueba Esteban cuando regresa al lugar donde había estado con su
amigo vendiendo las revistas?
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13. ¿Cómo se siente? ¿Qué piensa? ¿Qué dolorosas reflexiones se hace cuando está
convencido que su amigo lo había engañado?
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________________________________________________________________

Razonamiento Verbal: Escribe el Sinónimo y Antónimo de las siguientes palabras:

Sinónimo Antónimo

a) Divisar …………………………………. ………………………………….

b) Abracar …………………………………. ………………………………….

c) Agitar …………………………………. ………………………………….


d) Inquieto …………………………………. ………………………………….

e) Extraer …………………………………. ………………………………….

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