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Tomasini, Catalina

DNI: 44.453.776
Comisión Arnoux

-Consigna: Los no lugares intervienen sólo en el presente, no hay marcas del pasado en
ellos. Una de las escenas donde esto se demuestra es cuando el narrador camina en La
Place du Vieux Marché, dónde queman a Juana de Arco. Recordemos, entonces, que
para que un lugar sea un lugar tiene que tener una identidad, al menos, histórica. ¿Por
qué, en consecuencia, esta plaza es un no lugar?

En 1994 aparece la primera novela de Michel Houellebecq, Ampliación en el campo de


batalla. El narrador de esta historia es un ingeniero informático de 30 años, cansado de su
trabajo y de la sociedad de los ‘90, que observa la vida desde un ojo deprimido el mundo:
contempla, en un tono casi ensayístico, a los hombres y a las mujeres que se encuentran
persuadidos por las políticas modernas, que irrumpen desde sus billeteras hasta sus vidas
sexuales.
Nuestro anti-héroe deambula y habita los espacios de su día a día bajo un trabajo de
observador. Es por eso que una de las primeras escenas se presenta así, luego de tener un
black-out por la borrachera que le ocasionó una fiesta de trabajo el día anterior, deja olvidado
su auto:

“De hecho, ya no me acordaba de donde lo había aparcado; todas las calles me parecían igual de posibles. La
calle Marcel-Sembat, Marcel-Dassault…, mucho Marcel. Inmuebles rectangulares donde vivía gente. Violenta
impresión de reconocimiento.” (Houellebecq, 1999, p.6)

Marc Augé en su Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la


sobremodernidad, focaliza sobre estos espacios, y los llama los “no-lugares”: para definir
este concepto primero tenemos que remitirnos al concepto de lugar, un espacio de “identidad,
relacional e histórico” (Augé, 1992, p. 83). Por eso, un no-lugar es un espacio carente de
todas esas cosas. Augé adjudica esto a la “sobremodernidad”, un exceso de tiempo y espacio,
que provoca que sea difícil siquiera razonarlos. Todos estos “Marcels” se encuentran vacíos
de identidad, hay tanto por ver y por observar que no reconoce ninguno de esos nombres.

Siguiendo con las definiciones de Augé, los no lugares intervienen sólo en el presente, no hay
marcas del pasado en ellos. Una de las escenas donde esto se demuestra es cuando el narrador
camina en La Place du Vieux Marché, dónde queman a Juana de Arco. Recordemos,
entonces, que para que un lugar sea un lugar tiene que tener una identidad, al menos,
histórica. ¿Por qué, en consecuencia, esta plaza es un no lugar?

“Aquí quemaron a Juana de Arco hace más de quinientos años. Para conmemorar el acontecimiento
construyeron una especie de apilamiento de losas de hormigón con una extraña curvatura, medio hundido en el
suelo, que tras un examen más minucioso se revela una iglesia. Hay también embriones de césped, parterres de
flores y planos inclinados que parecen destinados a los aficionados al skateboard, a menos que no sirva para los
vehículos de los mutilados; es difícil decirlo. Pero la complejidad del lugar no se detiene aquí; también hay
comercios en el centro de la plaza,...” (Houellebecq, 1999, p. 51)

Y aquí, se encuentra nuestra respuesta. Todo alrededor de la plaza (el parque de skate, el
centro comercial, el material de las estructuras) corresponden a la actualidad. No hay ningún
tipo de rastro con el pasado, no hay evidencia de que Juana de Arco haya sido asesinada allí.

Uno de estos no lugares con los que se relaciona el protagonista, es el transporte, cuando
toma un tren hacía un viaje de trabajo. ¿Por qué es un no lugar? A diferencia de los trenes
más antiguos, el tren moderno es rápido y cuenta con la posibilidad de llegar más pronto a su
destino, no se distinguen las estaciones, y por ende, no sabemos dónde está parado el
protagonista. A partir de esto, todos los pasajeros del tren buscan una distracción del viaje
que queda. Tisserand, en su caso, intenta conquistar a una joven mujer con sus folletos de
colores estridentes. El único que mirá el atardecer por la ventana es nuestro protagonista,
disociado de la avasallante forma que tiene de moverse el mundo. De hecho, este es un gran
ejemplo de cómo la naturaleza convierte, en la novela, en el único lugar no dominado por los
tiempos de la “sobremodernidad”. Allí, todo permanece en constante calma y permiten al
protagonista desconectar del mundo exterior, lo mismo sucede en el final: “Me interno un
poco más en el bosque [...] El paisaje es cada vez más dulce, más amable, más alegre; me
duele la piel. [...] Siento la piel como una frontera, y el mundo exterior como un
aplastamiento. La sensación de separación es total;...” (Houellebecq, 1999, p. 121)

El tono crítico de ver la vida de nuestro narrador tal vez se deba al hastío que le genera
habitar estos no-lugares de la Francia de los 90. Vivir en estos entornos lo hace caer en una
depresión profunda, lo llevan a cometer (o a pensar) actos que rozan la psicopatía, se aísla en
su departamento, abandona su trabajo, se sumerge en un estado de introversión que lo
convierten en un misántropo, porque “A ti también te interesó el mundo. Fue hace mucho
tiempo; te pido que lo recuerdes…” (Houellebecq, 1999, p. 10), pero la “sobremodernidad” le
Tomasini, Catalina
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exige al ser humano un ritmo de vida que muchos, incluido nuestro protagonista, no pueden
seguir.

Bibliografía
-Houellebecq, Michel. (1999). Ampliación en el campo de batalla. Editorial Anagrama.
-Augé, Marc (1992), “De los lugares a los no lugares” en Los <<no lugares>> espacios del
anonimato. Una antropología de la Sobremodernidad (pp. 81 a 118)

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