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LAS FUERZAS AMADAS

Urge recuperar el cariño y la confianza, de parte del


gobierno, en nuestra fuerza pública. Que se le ablande
el corazón al supremo comandante.

Por Gustavo Gómez Córdoba

Los tiempos cambian y el significado de las cosas también.


Guache es una palabra chibcha y muisca que se usaba para referirse a
un gran señor, a un magnífico y valiente guerrero; hoy los
colombianos, como reconoce la Real Academia Española, nos
referimos al guache como alguien ruin y canalla.
Hablaremos aquí de guerreros. De guerreros que dan la vida en
defensa de la Constitución. Algunos de estos cambios en los
conceptos tienen que ver con la política. Desde el 4 de julio de 1991
(día de su promulgación y vigencia) hasta el 18 de noviembre de 2023,
los presidentes habían defendido la Constitución.
Todo cambió este último día, cuando, estando en territorio
extranjero para hablar de su libro “Una vida, muchas vidas” (y visitar
a Maduro, que poco sale de Venezuela por miedo a la cárcel), el
presidente Petro dijo: “La Constitución del 91 (…), la Constitución
colombiana aún vigente, es ficción. Es como un libro de García
Márquez. Son palabras escritas; no se aplican en Colombia”.
Imposible sería negar que no hay ley escrita que se ejecute
íntegramente en la realidad de este país, y en eso el presidente tiene
razón. Pero a la gente la votan y la llevan a Palacio de Nariño
precisamente para que la letra se mantenga viva. En las palabras de
Petro sobre la Constitución puede encontrarse respuesta a buena parte
de la manera en que toma decisiones. Para citar solo un ejemplo, el
del escenario de las Fuerzas Militares.
Nuestra Carta dice que “la Nación tendrá para su defensa unas
Fuerzas Militares permanentes, constituidas por el Ejército, la
Armada y la Fuerza Aérea”. Tal vez el presidente crea que deben
revaluarse algunos conceptos, pero mientras no adelantemos una
reforma constitucional, “las Fuerzas Militares tendrán como finalidad
primordial la defensa de la soberanía, la independencia, la integridad
del territorio nacional y del orden constitucional”.
La palabra militar, la milicia, desemboca en el uso de las armas
y en la manera de hacer la guerra. En este caso, por supuesto, para
defender la legalidad. El país puede estar repleto de delincuentes
armados, pero el uso de las armas para la preservación del Estado es
monopolio de la fuerza pública, que define la Constitución como
“integrada en forma exclusiva por las Fuerzas Militares y la Policía
Nacional”.
Los militares están para mantener la paz, entendiendo que hay
que entrar en acción cuando estén en riesgo los derechos de los
colombianos. Los innumerables grupos armados que operan en el país
solo dejarán de delinquir si sienten que el Estado ejerce un poder
militar contundente.
Todos queremos una milicia respetuosa de los derechos
humanos y recta cumplidora de las leyes. Pero no se llega a ese
camino descabezando a altos y experimentados oficiales, ni atando de
manos a los uniformados con decretos confusos; nada castrenses y, sí,
castrantes.
Muy peligrosos los frecuentes mensajes, directos o tácitos, en el
sentido de desestimar la trayectoria de los soldados. Y, a pesar de
notables excepciones (como la del anuncio de la gratuidad para
ingresar a las escuelas de formación de la fuerza pública), se siente en
el discurso oficial una especie de incomodidad con los militares.
Nadie quiere vivir forrado en armas. No estamos dispuestos a
ver correr más sangre. Y esto incluye el sacrificio valiente de los
miembros de nuestras fuerzas, que hoy pierden la vida por culpa de
quienes se siguen apropiando del país frente a la debilidad del Estado.
Todo eso se logra si, en vez de menospreciar la Constitución, el
presidente se dedicara a hacerla cumplir, de la mano de la fuerza
pública. La Carta Magna es un libro muy útil. Habría, entre otras, que
hacérselo llegar a Nicolás Maduro, en cuyo país acaba de celebrarse
la feria del libro con evento liderado por Petro.
Si en algún momento el presidente Maduro, después de “salvar”
nuestra economía con PDVSA (¡y el tremendo negociado que van a
hacer alrededor del gas!), llega a estar privado de la libertad, no sabe
lo fundamental que puede ser un libro en su vida. Basta, apenas, con
que aprenda los rudimentos de la lectura y se le abrirían las puertas a
un mundo mejor. Podría arrancar con “Platero y yo”, de Juan Ramón
Jiménez, para que se sienta a gusto con los rebuznos.

***
Retaguardia. ¡Cómo no recibir positivamente el diálogo de los
empresarios con el presidente Gustavo Petro en Cartagena! Que
vengan muchos otros encuentros para tratar los temas que debemos
resolver como sociedad. Ojalá, eso sí, que esas charlas no reemplacen
la fluida comunicación que debe haber entre el gobierno y los
gremios.

Publicado en El País América, 22/11/23.

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