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F: RE BONNASSIE, THOMAS N.

BISSON,
EYNA PASTOR, PIERRE GUICHARD,
J ...J-PIERRE POLY, GIOVANNI TABACCO,
VITO fvlAGALLI, GINA FASOLI, JEAN RICHARD,
TONIO CARILE, HÉLENE AHRWEILER,
CLAUDE CAHEN

3TRUCTURAS FEUDALES
y ::UDALISMO EN EL MUNDO
MEDITERRÁNEO
(SIGLOS X-XIII)

Estudio preliminar de
REYNA PASTOR

EDITORIAL CRfTICA
Grupo editorial Grijalbo
BARCELONA
,,. ~ ,__ . - - .u:a.. -==--

Pierre Guichard

::L PROBLEMA DE LA EXISTENCIA


JE ESTRUCTURAS DE TIPO «FEUDAL»
::N LA SOCIEDAD DE AL-ANDALUS.
(EL EJEMPLO DE LA REGIÓN VALENCIANA) *

La cuestión del «feudalismo» 1 en la España musulmana -que es


)lejor denominar al-Andalus, término sin connotaciones ideológicas-
1penas ha sido objeto . de estudio hasta fecha reciente. Ello se ex-
e>lica tanto por la pobreza de las fuentes disponibles para realizar
:in.a historia social de esa parte del mundo musulmán medieval, como
JOr la convicción --explícita o implícita- que aparece en muchos
~rabajos sobre el Medioevo hispánico, de la existencia de una iden-
:ídad fundamental entre las dos fracciones, musulmana y cristiana,
1e la Península. En verdad, no se niegan las diferencias importantes
referentes a la religión, la lengua, el nivel cultural y el desarrollo
~con6mico, pero se minimiza su alcance y se tiende a admitir una
~ran continuidad de civilización entre la Hispania preislárnica y al-
t\ndalus, y una cierta analogía estructural entre sociedad musulmana

* Abreviaturas utilizadas para las referencias en el texto: ACA = Archivo


le la C:Orona de Aragón (Barcelona); AHN = Archivo Histórico Nacional (Ma-
lrid); ARV = Archivo del Reino de Valencia (Valencia); Cron. = llibre dels
1
eyts, o Crónica del rey Jaime I de Aragón (se ha utilizado la edición de J. M.
le Casacuberta, publicada en la «C:0Hecci6 Popular Barcino», Barcelona, 1926·
l962).
l. Las palabras «feudal» y «feudalismo» serán utilizadas en su acepción
rlstórica más amplia, es decir, caracterizando no sólo los rasgos jurídicos (va-
:allaie y feudo) sino también socio económicos (economía dominical, existencia
le una clase caballeresca} y políticos (desintegración del poder central) que
;aracterizan a la sociedad occidental en la época feudal.

- -- -~
118 FEUDALISMO EN EL MUNDO MEDITERRÁt"'IBO

y sociedad cristiana en el marco peninsular, a partir de un sustrato


geográfico, étnico y sociológico idéntico en el origen. Todo lleva,
pues, a una descripción de la sociedad musulmana de al-Andalus, es-
pecialmente en cuanto se trata de la sociedad rural, que utiliza una
terminología y unos conceptos (señores, castillos, colonos, dominios,
etcétera) fuertemente marcados de «occidentalismo» y los acepta, más
o menos, en el sentido que adquirieron esos términos en el contexto
feudal clásico. No es necesario buscar muchos ejemplos al respecto.
Más adelante haremos referencia a los trabajos del padre Burns sobre
la sociedad mudéjar valenciana en el siglo XIII; muy recientemente,
la importante obra de A. Barbero y M. Vigil sobre La formación del
feudalismo en la Península Ibérica dedica un capítulo al problema de
la invasión musulmana en el que no cuestiona -¡muy al contra-
rio!- esta tendencia.
A Pedro Chalmeta se debe un primer intento por superar esa in-
terpretación insuficientemente crítica de la realidad social de al-An-
dalus . De este autor sólo recordaremos aquí los trabajos que se re-
fieren de modo directo a la cuestión de las estructuras de tipo feudal
en al-Andalus.2 Es un interesante esfuerzo sistemático de análisis que
se extiende a los cuatro primeros siglos de la historia de esta región
y que intenta determinar si en la organización social, económica y
política andaluza aparecen los rasgos fundamentales que definen a
una sociedad feudal. Entre los puntos más sugestivos hay que rete-
ner, en especial, el estudio de los lazos de dependencia interperso-
nal y la formación de «señoríos» locales a raíz de la concesión de
iqtá' / s por el poder central, por medio de «diplomas de reconoci-
miento» (sid¡ill/ s) .3 Pedro Chalmeta saca una conclusión prudente de
ese estudio general de los hechos e instituciones que tienen, en al-
Andalus, una cierta similitud externa con los rasgos correspon-
dientes de la sociedad feudal . Según Chalmeta, las comparaciones

2. «Le probleme de la féodalité hors de l'Europe chrétienne: le cas de


l'Espagne musulmane», en II Coloquio Hispano-Tunecino , Madrid, 1973, pp.
91-115, y «Concesiones territoriales en al-Andalus hasta la llegada de los al-
morávides», en Cuadernos de Historia, Madrid, n.0 6 (1975), pp. 1-90.
3. Por lo que respecta a los sid¡ill/s (o tasdjil/s), creo que las observa-
ciones de Chalmeta («Concesiones», art. cit., pp. 53-55) pueden ser comple-
tadas desde un punto de vista diferente por las mías (Structures sociales
«orientales» et «occidentales» dans l'Espagne musulmane, París, 1977, p. 313
y caps . VI y VII).
LA SOCIEDAD DE AL-ANDALUS 119

puntuales que pueden establecerse entre la sociedad feudal y la so-


ciedad andaluza no permiten, en ningún caso, hablar de una identi-
dad de estructuras, por cuanto los elementos eventualmente análogos
se integran en un sistema social diferente.
Corresponde más bien a los arabistas avanzar más en el estudio
de los textos, especialmente por lo que respecta a los dos últimos
siglos de la historia de al-Andalus. De cualquier forma, creo que una
investigación de ese tipo tendría resultados poco satisfactorios, ya que
las fuentes árabes editadas -pienso en particular en las crónicas y
en los diccionarios biográficos- son muy pobres en datos precisos
sobre la organización social del medio rural andaluz en el período
cronológico que corresponde a la época feudal de la Europa occiden-
tal (siglos x1-xu). Por otra parte, el método comparativo desembo-
caría necesariamente en una especie de impasse, dado el estado ac-
tual de los conocimientos sobre la sociedad andaluza. En efecto, an-
tes de poder constatar similitudes y diferencias es necesario interro-
garse de forma más positiva sobre la naturaleza de esa sociedad, que
habría que poder definir como algo más que «no feudal». 4
Para ello, el historiador debe descender al nivel de su funciona-
miento concreto, que por el momento sólo puede comprenderse a
partir de un ejemplo regional y localizado en el tiempo. La región
valenciana es una zona relativamente privilegiada para un estudio
de esas características, dado que es posible reunir un número impor-
tante de datos documentales, toponímicos y arqueológicos que per-
miten una aproximación -más satisfactoria, tal vez, que para otras
regiones-- a la organización social existente en las zonas rurales a
finales del siglo XII y principios del xm, es decir, en vísperas de la
conquista cristiana, que tuvo lugar entre 1225 y 1245.
Cabe pensar, ciertamente, que fue en el campo donde se habrían
desarrollado instituciones y se habrían producido hechos sociales
4. Acerca de la sociedad urbana, hay que citar la importante obra de P.
Chalmeta, El señor del zoco en España, Madrid, 1973. Dentro de una per&-
pectiva muy próxima a la adoptada en este trabajo se sitúan un conjunto de
estudios sobre las Baleares que se está realizando en la Universidad Autó-
noma de Barcelona bajo la direcci6n de Miquel Barcel6. Por otra parte, la
inspiraci6n general de esta comunicación debe mucho a la amistosa colabora-
ci6n de Miquel Barcel6 y a la lectura de sus trabajos (especialmente, sus dos
prefacios a Samir Amín, Sobre el desarrollo desigual de las formaciones so-
riales, Barcelona, 1974, y Guillem Rossell6 Bordoy, Mallorca musulmana, Es-
ft«lis d'arqueologia, Palma de Mallorca, 1973).
120 FEUDALISMO EN EL MUNDO MEDITERRÁNEO

comparables a los que caracterizan a la sociedad feudal occidental.


Así, para efectuar nuestro análisis, dejaremos por completo al margen
el medio urbano que, sobre todo en las zonas de cultura musulmana,
excluye los hechos feudales prácticamente por definición.
Según mis conocimientos, los textos publicados acerca de la re-
gión valenciana no aportan ningún indicio de la existencia de insti-
tuciones comparables al feudo y al vasallaje. Los elementos clásicos
del feudalismo islámico -sobre todo, la iqtá'- no aparecen en abso-
luto en las fuentes árabes referentes a esta región, lo cual puede de-
berse, por otra parte, a la naturaleza de esas fuentes. Las crónicas
cristianas de la conquista, la más importante de las cuales es el Llibre
dels feyts del conquistador de Valencia, Jaime I de Aragón, permiten
entrever, en cambio, la existencia de una aristocracia musulmana con
funciones militares -fundamentalmente, los tenentes de castillos o
alcaides (al-qá'id) que uno se siente tentado a asimilar a una clase
caballeresca de tipo occidental.5 Ahora bien, si es poco positivo bus-
car datos comparativos en una literatura árabe que, dada su natura-
leza, no puede proporcionárnoslos, parece peligroso basarse exclu-
sivamente en textos redactados con posterioridad a la conquista y
en la sociedad conquistadora, para tener una idea precisa de las es-
tructuras existentes anteriormente.6
La relativa escasez de los textos utilizables y el hecho de que los
más abundantes no nos proporcionen, a lo sumo, más que una «vi-
sión de los vencedores» respecto a una realidad social profundamente
deformada, a mi juicio, por el impacto de la conquista aragonesa,
exigen que los completemos con otros métodos de aproximación a
las estructuras sociales anteriores a la conquista. Nos referimos, so-
bre todo, a las informaciones toponímicas y arqueológicas, cuyo tes-
timonio es, a menudo, más difícil de interpretar, pero que tiene la
ventaja de ser más directo. Por otra parte, esto puede ayudarnos a
ir más allá del aspecto puramente institucional y de la búsqueda, a
cualquier precio, de los rasgos «feudo-vasalláticos», para intentar al-

5. Véase sobre todo, R. l. Burns, «Le royaume de Valence et ses vassaux


musulmans (1240-1280)», Annales ESC, 1973, pp. 199-225.
6. Por otra parte, no es exactamente lo que hace el padre Burns cuyos
trabajos (citados en el texto, pp. 121 y 136) se refieren a la sociedad mudéjar
y no a la sociedad musulmana de antes de la conquista; pero él destaca pre-
ferentemente las continuidades antes que las rupturas entre la segunda y la
primera.
LA SOCIEDAD DE AL-ANDALUS 121

canzar una visión más global de la sociedad estudiada. En consecuen-


cia, la respuesta al problema del grado de feudalización de la socie-
dad andaluza surgiría más fácilmente del estudio de sus caracterís-
ticas propias que de una referencia a un modelo extranjero que la
hace aparecer como un «negativo» de la sociedad occidental.
Para intentar reconstruir las estructuras de la sociedad musul-
mana anterior a la conquista aragonesa, podríamos partir de uno de
los hechos que, a primera vista, sugieren con más claridad un cierto
nivel de identidad con la sociedad feudal occidental. Nos referimos al
número e importancia -aún visibles en el paisaje actual- de cas-
tillos que se remontan a la época musulmana. En su obra de con-
junto sobre los mudéjares valencianos del siglo XIII, R. l. Burns de-
dica a esos castillos un apartado que titula Knights and castles. Con-
sidera Burns que esos castillos son un testimonio de la existencia de
una aristocracia militar, si no de tipo totalmente «feudal», que guar-
da, al menos, semejanza «with the lightly feudalized, citystate so-
ciety of the Catalan Valencians» (Islam under the crusaders, Prince-
ton, 1973, p. 311).
Esta visión de las cosas, aun matizada de esta manera, me pa-
rece demasiado inspirada en la ideología «continuista», desarrollada
de forma más o menos explícita en numerosos trabajos sobre la his-
toria regional valenciana o nacional hispánica. La idea de una con-
tinuidad del poblamiento, que habría entrañado la pervivencia de las
estructuras, afumada muchas veces con respecto a la transición de la
época visigótica a la época musulmana, inspira también numerosas
interpretaciones sobre el paso de la época musulmana a la cristiana.
Creo, sin embargo, que un estudio de todos los datos disponibles
realizado a partir de una hipótesis diferente, permite vislumbrar
una serie de hechos que ilustran, para el período anterior a la con-
quista catalano-aragonesa, la existencia de una sociedad fundamen-
talmente diferente a aquellas -más o menos feudalizadas- que apa-
recen en la parte cristiana de la Península.
Todo lugar que en la documentación valenciana del siglo XIII
recibe el nombre de castrum o castell es, prácticamente siempre, un
emplazamiento defensivo que se eleva (a una altura de algunas de-
cenas de metros en los menos elevados y de 200 a 300 metros en de-
terminados casos) sobre unas zonas de hábitat y de cultivos más ba-
jas, pertenecientes al territorio asociado con el castillo, del cual de-
pende. En muchos casos, los restos de ocupación humana -fortifica-
122 FEUDALISMO EN EL MUNDO MEDITERRÁNEO

dones, cisternas, restos de habitaciones y cerámica- son suficientes


para hacerse una idea de la superficie ocupada antiguamente, que era
relativamente extensa. Generalmente, el elemento más visible está
constituido por uno o varios muros, con frecuencia construidos en
tapial (cajones de mortero y piedras elevados con la ayuda de un
armazón de madera) de valor defensivo desigual. Algunas veces (Nu-
les) estaban reforzados a intervalos regulares por torres e incluso
podían completarse con un antemuro (Pego, Perpunchent) . En otras
ocasiones, como en Sumacárcel, lo único que había eran largas sec-
ciones de muros rectilíneos que se adaptaban al relieve. Otras veces,
los refuerzos de torres sólo se encontraban en los lugares en que el
muro cambiaba de dirección (Alcudía de Fanzara).7
El espacio del interior del recinto tenía una extensión que variaba
desde los 4.000 m2 hasta una hectárea (unos 3.500 m2 en Carbonera,8
5.000 en la Alcudía de Fanzara, 6.000 en Albaida o Corbeta, algo
más en Nules), lo que, en varios casos, no representaba más que una
parte del espacio ocupado. Así, en Almenara los tres muros visibles
en la actualidad, que suponen una superficie de unos 4.000 m2, no
comprenden la antigua aldea musulmana situada inmediatamente
debajo, a juzgar por la gran cisterna que se conserva fuera y debajo
del más exterior de los muros. Allí donde es posible calcular el es-
pacio ocupado por las casas, resulta bastante considerable, como en
Zufera 9 -con varias hectáreas- o en Chivert, caso que estudiamos
más adelante. En definitiva, a primera vista, se trata más de peque-
ñas aglomeraciones que de castillos «señoriales».
El caso del castillo de Bairén, situado cerca del mar, a una altura
de un centenar de metros en los límites de la llanura de Gandía y

7. Plano de los restos de la Alcudía de Fanzara (término municipal de


Fanzara, provincia de Caste116n), en A. Bazzana y P. Guichard, «Recherche
sur les habitats musulmans du Levant espagnol», en Atti del Colloquio inter-
nazionale di Archeologia medievale, Palermo-Erice, 20-22 sett. 1974, Palermo,
1976, I, pp. 51-103.
8. Plano del castillo (destruido en la actualidad) de Carbonera (Bélgida,
Valencia), en Mariano Jornet Perales, Bélgida y su término municipal, Valen-
cia, 1973 2 ; plano del castillo de Nules (Villavieja, Castellón) en J. A. Vicent
Cavaller, La Vilavella, estudio al'qtteol6gico, Valencia, 1977, p. 162.
9. Sobre Zufera (Cabanes, Castellón), véase A. Bazzana y P. Guichard ,
«Campaña 1977 de investigación arqueológica en yacimientos medievales en
la provincia de Castell6n», en Cuadernos de Prehistoria y Arqueología Cas-
tellonenses, n.0 4 (1977), pp. 333-350.
LA SOCIEDAD DE AL-ANDALUS 123

~ 3 km al norte de esta última ciudad, es excepcional por la im-


portancia de la superficie total ocupada por los restos de los muros.
I s, al mismo tiempo, un claro exponente de la estructura más ca-
r,.cterística y significativa de los castra musulmanes de la región va-
lc:nciana, tal como resultan de las informaciones que proporcionan
los textos, confrontados con el examen de los restos. Existen tres
partes bien diferenciadas dentro de tres recintos diferentes y yux-
t.spuestos. La más larga, en segmentos rectilíneos de tapial, sin torres
ea las partes conservadas y de escasa altura (4 a 5 m) encerraba una
tila de una superficie aproximada de 7 ha, de las cuales sólo una parte
a utilizable, dadas las desigualdades del terreno (A en el plano}.
La parte superior de la colina, que formaba como una plataforma
\Olada de unos 6.000 a 7 .000 m2 , se hallaba rodeada por un segundo
muro (B}, que debía constituir el refugio fortificado para la pobla-
dóo, mencionado en los documentos con el nombre de albacar, o al-
bacara. En la cima del conjunto, separando y dominando las dos
partes anteriores, se encuentra el castell propiamente dicho, prolon-
gado por los dos muros que lo conectan con su torre exterior (alba-
rrana} (C y 2). Una .gran cisterna existente en el castillo y una gran
e vidad de la roca debidamente acondicionada en la albacara, consti-
t.:úan importantes reservas de agua para caso de asedio.
Ese esquema, tan claro en Bairén, puede aplicarse también a
otros lugares, como Almenara. En Chivert, dada la importancia de
las transformaciones efectuadas en el castillo y en la albacara en la
época cristiana, el estudio arqueológico realizado por André Bazza-
na era necesario para una interpretación correcta de los restos. 10 Pro-
bablemente, ese esquema es válido también para Cullera, en donde
las fortificaciones se hallan muy destruidas en la actualidad. En to-
dos estos casos, estamos ante asentamientos importantes, que en Bai-
rén o Cullera tienen casi la extensión de una ciudad pequeña. En las
ciudades desarrolladas a partir de un núcleo elevado, como Sagunto
o Játiva, encontramos una organización bastante parecida: el vasto
muro en la cima, con una sección dedicada a refugio y una parte
«Castra!», unida a la ciudad situada en la base de la colina y en la
llanura, por dos muros que descienden por la colina.

10. A. Bazzana, «Problemes d'architecture militaire au Levant espagnol:


le chateau d'Alcalá de Chivert», en Chateau-Gaillard, Études de CasteUologie
médiévale, VIII, Coloquio de Bad Munstereiffel, 1976, pp. 21-46.

- - ~~~- -
124 FEUDALISMO EN EL MUNDO MEDITERRÁNEO

Por contra, las localidades menos importantes no parecen haber


poseído siempre los tres elementos a los que hemos hecho referen-
cia anteriormente (muro bajo de la vila, albacar y reducto central o
castell propiamente dicho). Algunos castillos de altura (Rugat, Uxó)
sólo presentan el binomio castell-albacar, dominando algunos restos
de habitaciones situadas en la parte superior de la colina, que hay
que preguntarse si testimonian verdaderamente la existencia de un
asentamiento de altura. En Almenara, Tárbena y Olocayba, una gran
cisterna situada bajo los restos de las fortificaciones que coronan la
cima, sugiere la existencia de una aldea aneja a aquellas dos, pero sin
el muro correspondiente (a menos que fuera totalmente destruido
por los cultivos en terraza). Sumacárcel tiene únicamente un gran
muro, que completa en las partes accesibles las escarpaduras natu-
rales que defienden una cima alargada donde se alzaba, sobre una
ex tensión de unos 5.000 m2 útiles, una aldea de la que no queda más
que un auténtico tapiz de fragmentos de tejas y cerámicas que las
labores poco profundas de los cultivos arbustivos han hecho aflorar
a la superficie. En el caso de Zufera, mencionado como castrum en
1194 y 1225, pero abandonado poco después, en el mismo momen-
to de la conquista cristiana, los restos de habitaciones ocupan una
superficie de varias hectáreas, sin que exista resto alguno de fortifi-
caciones . En efecto, el despoblado de lo alto de la ladera está domi-
nado por una mesa rocosa larga y estrecha protegida por todas par-
tes por escarpaduras infranqueables y accesible únicamente por un
estrecho paso fácil de defender. La existencia de una pequeña cis-
terna demuestra que esta zona había sido acondicionada como refu.
gio. De hecho, un castrum como el de Segarria era una especie de
rellano alargado, de algo más de 100 m por 30 m, que surgía, a
media altura, de una escarpadura de un centenar de metros. Los úni-
cos elementos de que constaba eran una gran cisterna y fortificacio-
nes de escasa amplitud destinadas a cerrar los dos únicos accesos
posibles en los dos extremos. La cerámica es muy escasa y parece
poco probable que ese emplazamiento tan incómodo fuera utilizado
como hábitat permanente. Sin duda, debía tratarse simplemente de
un refugio destinado a los habitantes de las aldeas del llano que
«dependían» de ese «castillo». Pero también nos sentimos impulsa-
dos a interpretar de esta forma un castrum tan fuertemente cons-
truido como el de Corbera, uno de los conjuntos mejor conservados
de la región valenciana, que, al parecer, fue en primer lugar una gran
LA SOCIEDAD DE AL-ANDALUS 125

albacara, sin un asentamiento humano contiguo, que serviría de re-


fugio a los habitantes de la llanura del Júcar, junto a la cual se ha-
llaba situado, en una posición ligeramente dominante.

Estos ejemplos muestran, a un tiempo, la relativa diversidad de


estos castillos y la dificultad que existe de reducirlos a un equivalente
«oriental» de fortificaciones feudales de Occidente. Sin embargo, su
interpretación se ve facilitada si se tiene en cuenta el modelo más
completo, tipo Bairén o Almenara, con tres partes bien diferenciada¡
correspondientes a otras tantas funciones. Ante todo, eran lugares
de habitación humana o de refugios, o ambas cosas, pero casi siem
pre contaban con una especie de «reducto central» en la zona más
elevada, cuya función exacta no ha sido determinada. Es difícil pre·
cisar la estructura de esta sección, pues las más de las veces fue pro·
fundamente transformada en la época cristiana y sustituida por urn
construcción castral señorial o real, que anuló por completo la or·
ganización primitiva, mientras que el abandono de las otras partes del
castrum después de la conquista cristiana nos permite reconstruir er
la actualidad cuando menos el trazado de sus muros o la extensiór
aproximada de la zona habitada.
Las funciones de hábitat y de refugio, sin llegar a desaparece1
por completo, vieron disminuir su importancia. En Bairén, por ejem
plo, la vila tuvo que ser abandonada bastante pronto, posiblementt
tras la gran revuelta musulmana de 1248, y solamente subsistieror
los asentamientos del llano en las orillas del río Serpis, reagrupado:
en torno al núcleo más organizado de Gandía. En Sumacárcel, ur
documento de 1273 (ACA, Reg. Canc., nº 35 f. 5 rº) mencioru
la existencia de tan sólo 23 casas, con toda probabilidad en el an
tiguo emplazamiento del pueblo. En efecto, es posible encontrar ali
fragmentos de cerámica cristiana del siglo XIII. Ahora bien, el hábi
tat de altura debía haber desaparecido por completo a partir de 13m
(ARV, Real nº 614, f. 105 vº). En Carbonera y Rugat, los castr1
se consideran destruidos desde 1288 (ACA, Reg. Canc., f. 51 vº)
Pero en todos esos lugares tenemos, paralelamente, el testimonio ar
queológico o documental de las modificaciones introducidas en 1:
sección central, que había pasado a ser centro del poder señorial e
real y que contaba con una pequeña guarnición. Ciertamente, la cues
tión estaría en saber si los nuevos castellanos cristianos no hicierot
ino tomar el relevo de los alcaides musulmanes, que habrían sidc
126 FEUDALISMO EN EL MUNDO MEDITERRÁ.i'IEO

sus predecesores y habrían desempeñado un papel político, econó-


mico y social comparable en la sociedad anterior a la conquista, o si,
por el contrario, la conquista sirvió para imponer un orden social
nuevo -señorial y feudal- que habría sustituido a unas estructu-
ras anteriores fundamentalmente diferentes.
Con carácter general, la conquista cristiana tuvo que modificar
muy profundamente las bases del poblamiento, especialmente las re-
laciones entre los hábitats de llanura y las fortificaciones de altura
y entre los diferentes elementos de estas últimas. Con respecto a
este último punto, cabe esperar datos interesantes de una serie de
estudios arqueológicos precisos, aunque no estén acompañados de
excavaciones, como la que ha realizado André Bazzana en el castillo
de Chivert. Este trabajo ha puesto de relieve la importancia y el sen-
tido de las transformaciones que pudieron afectar a la parte superior
de los castra musulmanes después de la conquista. El conjunto inicial
comprendía, por encima de la aldea fortificada propiamente dicha y
contigua a ella, una albacara de unos 2.400 m2 de superficie. La par-
te de ésta que se hallaba contigua a la aldea, tenía una gran cisterna
que servía para el aprovisionamiento de agua a la población. La zona
más elevada topográficamente estaba ocupada por las construcciones
de un reducto central, cuyo plano es muy difícil reconstruir, ya que
se hallan recubiertas, en gran parte, por las remodelaciones efectua-
das en época cristiana. En efecto, los templarios, que en 1233 ad-
quii-ieron el castrum por medio de un tratado con los habitantes,
realizaron importantes modificaciones. Ya el tratado de rendición
preveía la construcción de un muro entre la parte superior ocupada
por los caballeros y la que quedaba para los habitantes, necesidad
que no se explica a no ser que los primeros ocuparan algo más que
el reducto central (que, por tanto, se consideraba que no era apto,
por sí solo, para constituir un castillo señorial) y menos que la al-
bacara, demasiado grande y donde se encontraba la cisterna dejada
a los musulmanes. Posteriormente, los templarios construyeron una
cortina y torres redondas en un bello aparejo de piedras talladas, que
contrasta fuertemente con los muros de tapial y el aparejo de piedras
sin tallar de la parte musulmana. Dentro de ese castillo cristiano, que
no, ocupa más que unos 800 m2, una cisterna de época cristiana ilus-
tra el aislamiento de aquél respecto al antiguo conjunto .musulmán.U

11. Véase el estudio citado en la nota anterior y el texto de la carta pue-


LA SOCIEDAD DE AL-Al"IDALUS 127

Desde luego, el caso de Chivert no es excepcional. Así, por ejem-


plo, en Perpunchent, una gran torre y un imponente muro de piedras
hien aparejadas -de época cristiana y, sin duda, poco posteriores
a la conquista- separan claramente las construcciones destinadas a
residencia señorial o a albergar una guarnición (construcciones que
<!cupan el extremo oeste de la antigua albacara y que no son tam-
poco -al menos en su elevación- anteriores a la conqLÚsta) del
resto del espacio contenido en el interior del recinto musulmán. Por
ctra parte, la documentación del siglo XIII ilustra la frecuencia de los
trabajos realizados para adaptar los castra musulmanes a su nueva
función de puntos de apoyo de la dominación cristiana y, asimismo,
de centros de los nuevos señoríos. En Jijona, por ejemplo, el rey de-
cidió, en 1267, la construcción de un alcázar junto a una torre que,
al parecer, era también de construcción reciente (ACA, Reg. Canc.
n.º 15, f. 84 v"). Este proyecto de construcción de un nuevo conjunto
fortificado en el interior del antiguo castrum musulmán parece indi-
car que, al igual que en Chivert, las estructuras existentes no se
adaptaban al papel que debían jugar los castillos después de la con-
quista.
En Sumacárcel, el rey hizo concesión del castrum en 1265. El be-
neficiario tenía que hacer edificar una torre en la parte superior del
castillo, reparar la celoquia y construir otra torre en el muro infe-
rior (ACA, Reg. Canc. n.º 15, f. 2 rº). El término celoquia procede
del árabe salUqiya, cuyo significado original es el de lugar de pilotaje
de un barco y se emplea con diversos sentidos en el vocabulario de
la fortificación. Por lo que respecta a la región valenciana, un texto
referente a Morella aclara de forma inequívoca la acepción local de
la palabra, que designaba el reducto central, establecido, por lo ge-
neral, en el punto más elevado del castrum (caput castri, quod voca-
lttr celoquia: ACA, pergaminos Jaime I, n. 0 643, del año 1235).
La raíz de la que procede la palabra no indica, al parecer, la idea de
mando o de dirección, sino solamente la de superioridad topográ-
fica. En el caso de Sumacárcel, debe tratarse de una elevación rocosa
que domina, desde una altura de unos 15 m, el área ocupada por la
aldea. Hay restos de construcciones y de una cisterna, pero el reduc-
to no debía contar con una fortificación muy eficaz. Situado en el

bla, AHN, C6dices, n.º 542, ff. 24 t" - 26 t" (publicado, en especial, por M.
Ferrandis, en Homena;e a D. Francisco Codera, Zaragoza, 1904, pp. 25-33).

- --- ----- ~
128 FEUDALISMO EN EL MUNDO MEDITERRÁNEO

centro mismo del despoblado, no podía pensarse en su defensa con


independencia de la del conjunto, al que se hallaba perfectamente
unida. No otro parece ser el caso de la celoquia de Corbera, de la (

que habla un documento de 1280 (ACA, Reg. Canc. n.0 48, f. 193) e
que debe designar un conjunto de construcciones aún visibles en el l·
interior de la albacara de este castillo.
Sin embargo, no en todos los casos se produce la ausencia de un
auténtico «castillo señorial», residencia aristocrática y centro de po- I
der, al mismo tiempo, en los castra musulmanes, hipótesis que pa- s
rece la más plausible a la vista de los datos de los textos y de los l:
indicios arqueológicos. Por ejemplo, en Almenara el reducto central
aún existente aparece en la Crónica de Jaime I como ocupado por un r
alcaide musulmán, indicándose que se trataba de una residencia bas- e
tante confortable (el rey hizo acudir allí a la reina, que residía en- f
tonces en Burriana, para que estuviera más cómoda que en esa lo- r
calidad) (Crón., párr. 243-248). Por otra parte, este lujo relativo c
viene confirmado por el carácter excepcional de un lote de cerámica r
encontrado en lo que debió ser el vertedero del reducto central en D
la época musulmana, y que se conserva en la Biblioteca municipal
de Villarreal. 12 t
q
A cada castillo correspondía un vasto territorio. Uno y otro lle- u
vaban el mismo nombre (Chivert, Uxó, Corbeta, Luchente, Bairén, o
etc.), casi siempre un topónimo premusulmán. Este hecho es im- t1
portante. En ausencia de datos, que necesariamente deberían ser de 11
tipo arqueológico, 13 sobre la fecha de ocupación o de reocupación me- u
I
p
12. Estas ceramicas, encontradas por José María Doñate, director de la
y
Biblioteca y del archivo municipal de Villareal comprenden, en especial, ejem-
plares (muy raros en la Península) con decoraciones en reflejos metálicos, pro- A
bablemente de origen fatimita.
13. Los castillos de Corbera, Uxó, Cullera, Bairén, Luchente y Rugat, han d
sido visitados con André Bazzana, que trabaja de forma especifica en los pro- D
blemas de la arqueología medieval de la región valenciana. Nos limitamos aquí
a los datos inmediatamente accesibles para el historiador (planos ya publica-
dos por nosotros o por otros, fotos aéreas), y a la explotación de las infor-
maciones obtenidas en una primera prospección de los yacimientos, acom-
pañada de la realización de planos esquemáticos. No hay que decir que un es- la
tudio topográfico preciso y, sobre todo, las excavaciones, son competencia del ÍJi
arqueólogo. A mi juicio, las aportaciones de la arqueología podrían ser fun- Ja
damentales para aclarar dos problemas, sobre todo: la cronología de la ocu- 11
LA SOCIEDAD DE AL-ANDALUS 129

dieval de estos núcleos de altura, la toponimia sugiere que la reali-


dad socio o etno-geográfica constituida por el castillo y su territorio
cristalizó en la alta Edad Media, en una época anterior a la arabiza-
ción lingüística (lo cual es tanto más notable cuanto que la región
levantina presenta una toponimia fuertemente arabizada en su con-
junto). Más tarde, estos topónimos castrales no experimentaron mo-
dificaciones de importancia hasta la época de la conquista cristiana.
El grupo humano constituido por los habitantes del castrum y de
su territorio --que los documentos cristianos conocen con el nom-
bre de al;ama- parece haber constituido una fuerte unidad humana
y administrativa. Aparece solidariamente en las capitulaciones fu-
madas con el rey o con otros poderes cristianos y se mantiene aún
durante un tiempo en la organización administrativa y, sobre todo,
fiscal, del nuevo reino de Valencia. La documentación contemporá-
nea de la conquista muestra que ésta ocultó y, luego, unas veces
conservó y otras disgregó, conjuntos coherentes relativamente autó-
nomos en el marco de los territorios de los antiguos castra musul-
manes.
En cuanto a su extensión, éstos eran de una gran regularidad,
teniendo en cuenta la variedad de las condiciones naturales a las
que tendían a adaptarse. Con frecuencia se trata de un «valle» cuya
unidad ha perdurado hasta nuestros días en la realidad administrativa
o en los nombres geográficos (Val d'Uxó, Val de Gallinera, etc.). Por
término medio, eran bastante más extensos que los municipios actua-
les. En efecto, sobre todo en el llano, muchas veces el terreno de
un antiguo castrum se reparte hoy en día entre varios municipios.
Podemos tomar como ejemplo el castrum de Penáguila, bastante re-
presentativo, cuyo territorio se extendía sobre casi 100 km2 (97 ,28)
y que corresponde, en la actualidad, a cinco municipios: Penáguila,
Alcolecha, Benifallim, Benilloba y Benasau).
El ejemplo de Penáguila puede servirnos, también, para tratar
de vislumbrar el modo de organización de los castra, que sólo pode-
mos conocer superficialmente a través de la terminología utilizada en

paci6n de los castra y la función de la celoquia. Las excavaciones en curso en


la Magdalena de Castell6n de la Plana, que dirige A. Bazzana, aportarán ya
informaciones de enorme valor a este respecto (véase el primer informe sobre
la campaiía de 1977 en Cuadernos de Prehistoria y Arqueología Castellonense,
IV, 1977, pp. 175-202).

9.-JlEYNA PASTOR

-- - - - --------=-- --~
130 FEUDALISMO EN EL MUNDO MEDITERRÁNEO

las fuentes para designar las unidades de hábitat y de explotación


del suelo entre las cuales se repartía su territorio. En este caso con-
creto, una serie de documentos del siglo XIII nos revela la existencia
de varias alquerías (que eran, además de los municipios que hemos
mencionado, Frastina, Riola, Benaveynx, Beniafé y Benigama) y de un
rafal llamado Ares (ACA, Reg. Canc., n.º 10, ff. 61 vº, 80 vº y 10.3;
Reg. n.º 16, f. 156; Reg. n.º 19, f. 18; Reg. n.º 22, f. 46 vº). Los
dos términos, rafal y alquería, proceden del árabe rabal y qarya y
son utilizados de forma tan constante y exclusiva por las fuentes cris-
tianas, que resulta evidente que proceden de la nomenclatura uti-
fuada habitualmente por los musulmanes valencianos en vísperas de
la conquista. Son los aspectos jurídicos y geográficos del rafal los que
pueden ser captados más fácilmente: se trata de un dominio de un
solo tenente, que las fuentes hacen aparecer a veces cercado por un
muro, de extensión muy variable (el término se aplica tanto a pro-
piedades de recreo o incluso a simples huertos situados en las afue-
ras de las ciudades, como a propiedades rurales muy amplias que
podían alcanzar la extensión de un pequeño municipio actual) cuya
característica fundamental era la de ser de propiedad privada. El
rafal podía llevar un nombre propio, como en el caso de Ares, pero
lo más frecuente era que se designara por el nombre de su antiguo
propietario musulmán.
Por contra, en el marco de la sociedad musulmana anterior a Ja
conquista, la qarya no aparece, en cuanto tal, como propiedad de al-
guien. En la terminología árabe habitual, este término designa una
«aldea» o un distrito rural, y tal es el sentido que los documentos
cristianos del siglo XIII permiten dar a la palabra alquería, sin que,
por desgracia, podamos avanzar mucho más en el conocimiento de su
estructura socioeconómica. La alquería se opone, pues, al castrum,
que lo engloba y del que depende, y al rafal, a menudo más pequeño
(aunque ésta no es una regla absoluta, pues encontramos alquerías
muy pequeñas, de una superficie inferior a las 100 ha) y, sobre todo,
de propiedad privada. Todo hace pensar que se trata de una pequeña
comunidad rural formada por algunas decenas de «casas», «hogares»
o «familias» en general, que explotaban un terruño sin dependencia
social o económica respecto a un dueño «eminente» del suelo. En las
operaciones de repartimiento inmediatamente posteriores a la con-
quista, el rafal solía ser concedido en toda su extensión como un do-
minio privado, mientras que las casas y las tierras de las alquerías
LA SOCIEDAD DE AL-ANDALUS 131

er::an repartidas, casi siempre, de forma homogénea e indiferenciada


ena.tre colonos cristianos, sin que aparezca nunca rasgo alguno de cen-
tre:> de explotación de tipo señorial o de condición social más elevada.
Otro indicio de la homogeneidad social de los habitantes de la
alquería podría encontrarse en la toponimia. Tal como lo muestra el
ejemplo de Penáguila, un número importante de los nombres de las
alc¡uerías que se reparten el territorio de un castillo son, en realidad,
gentilicios (como Benilloba o Benifallim), lo que permite pensar que
el grupo humano que residía en la alquería era considerado como un
grupo de parentesco, una especie de familia amplia patrilineal o de
clan. La asociación duradera de la tierra y del grupo familiar, sin
la cual resulta difícil de explicar la evolución del gentilicio en topó-
nimo, hace pensar en una fuerte cohesión por parentesco de tipo nor-
teafricano (haciendo difíciles, especialmente, las transferencias de
tierras de un grupo a otro) y, por tanto, en formas de apropiación
(¿ y de explotación?) en parte colectivas, sin que la documentación
escrita de la que disponemos permita confirmar esta hipótesis del
mantenimiento en esta región (hasta un momento tan tardío) de for-
mas de organización social heredadas, probablemente, de estructuras
tribales más antiguas.

Ante la ausencia total de documentos de archivo anteriores a la


conquista, es difícil responder con seguridad a dos cuestiones que
guardan íntima relación con el problema de la posible existencia de
estructuras feudales en el medio estudiado. Nos referimos, en primer
lugar, al papel que desempeñaba en esa sociedad la aristocracia con
funciones militares, a la que ya hemos hecho referencia anteriormen-
te y, en segundo lugar, al tipo de relaciones que existían entre alque-
rías y dominios rurales (rafals), de un lado, y los castillos de otro.
El elemento aristocrático y militar que aparece en los documentos
contemporáneos de la conquista está representado fundamentalmente
por los alcaides encargados de la defensa de los castillos. Nos limi-
taremos aquí, a título de ejemplo, a los que aparecen con anterioridad
a la conquista de Valencia en 1238, es decir, antes de la destrucción
del poder central del antiguo estado musulmán o muy poco tiempo
después. Son, ciertamente, los casos más significativos, en los que
se puede esperar encontrar aún algunos rasgos de la estructura po-
lítica vigente en el período anterior a la conquista. En efecto, poste-
riormente, los «señores» que aparecen en el curso de los años de in-
~~-- ------ - -

1.32 FEUDALISMO EN EL MUNDO MEDITERRÁNEO

dependencia de los que gozaron aun las zonas situadas al sur del
Júcar, y los alcaides musulmanes que subsistieron durante unos cin-
cuenta años en el reino cristiano, se sitúan en un marco demasiado
diferente al de la época anterior a la conquista como para que pue-
dan informarnos sobre ésta. La lista de los alcaides conocidos duran-
te la época islámica es bastante breve.
Ya hemos visto cómo en el año 12.33 los templarios se apodera-
ron del castillo de Chivert a raíz de un tratado firmado con los habi-
tantes. Los signatarios musulmanes fueron, por orden: el alfaquí (a!-
f achinus), el alcaide -que aparecía, pues, en segundo lugar- y el
sahib al-salá (fah(lfalanus), y luego otros once notables identificados
únicamente por su nombre. Los templarios concedieron (el verbo
utilizado es commendare) al alfaquí y al alcaide y confiaron a su
custodia las mezquitas principal y secundarias y una cisterna. Se pre-
cisaba, además, que el alfaquí, el alcaide y el fabafala quedarían
exentos de la fOfra. 14
En la primavera de 1238, el rey había iniciado las operaciones
militares decisivas para la conquista de Valencia, y se esforzó por
conseguir la rendición de los castillos, aún independientes, situados
al norte de la capital, en la actual provincia de Castellón. El alfaquí
de Almenara y otro notable de la localidad le hicieron una propuesta
en ese sentido, destacando --<:0n la esperanza de obtener una re-
compensa más importante-- la importancia de ese castillo, que era
tal que su rendición provocaría la de todas las tierras situadas entre
Teruel y Tortosa. A cambio de la promesa de importantes donacio-
nes de tierras y de cabezas de ganado a sus parientes y partidarios,
se comprometieron a convencer a la aljama de que entregara la lo-
calidad al rey. El día convenido, éste se dirigió a Almenara, donde
encontró reunidos a los musulmanes de la vila e del terme (territorio)
«excepto el alcaide, que custodiaba para <;aben (el rey de Valencia) el
castillo, donde tenía con él a una veintena de hombres extranjeros (a
la localidad)». A cambio de las donaciones prometidas, los habitantes
entregaron al rey la albacara y las dos torres exteriores y le ayudaron
a sitiar el castell propiamente dicho. El rey negoció, entonces, con el
senyor del castel!, que puso en evidencia su dependencia con respec-
to al rey de Valencia y su condición de caballero, y obtuvo finalmen-

14. Véase la carta puebla, citada en la nota 11, y sobre la fofra, cf. más
adelante, pp. 136-137.
LA SOCIEDAD DE AL-ANDALUS 13.3

te, a cambio de su rendición, un caballo para él y ropas para sus


hombres. Entonces, el rey hizo que la reina se trasladara al castillo
de Almenara, considerando que se encontraría allí más a gusto que
en la pequeña villa vecina de Burriana, donde se hallaba, a la sazór:
(Cr6n., párr. 243-248).
Apenas quince años después de la conquista de Valencia, en 1252,
un litigio opuso al señor de la torre y de la alquería de Sollana -lo-
calidad de la Huerta- con unos colonos procedentes de Montpe-
Ilier, a los que, en el momento del reparto de tierras, el rey les había
concedido la vecina alquería de Alcaicía. Los colonos franceses ne-
gaban que debieran al señor de Sollana los derechos señoriales que
les reclamaba, pretendiendo que Alcaicía formaba parte del territo-
rio de Sollana, considerado por él como un castrum. Durante el pro-
ceso, los propietarios de Alcaicía tuvieron que refutar un argumento
de su adversario, que invocaba el testimonio de los musulmanes del
lugar, recordando que antes de la conquista los habitantes de esa al-
. quería «pagaban la peyta y el almagram al alcaide de Sollana». Para
los colonos, eso no implicaba ningún tipo de dependencia de Alcaicía
con respecto a Sollana, pues una alquería no podía ser parte de otra,
sino que se debía simplemente al hecho de que el rey de Valencia
bacía que se concentrara el producto del impuesto en la alquería que
servía de residencia a su alcaide (ARV, Real n. 0 614, f. 249 vº).
A estos tres ejemplos hay que añadir el del castillo de Bairén"
cuya rendición fue muy poco posterior a la conquista de Valencia y
que es un caso esclarecedor en más de un aspecto. Tomada Valencia
en septiembre de 1238, en la primavera siguiente el rey comenzó a
presionar a las ciudades y castillos musulmanes del sur del Júcar para
conseguir su rendición. Las negociaciones que celebró con el alcaide
de Bairén son comentadas largamente en la Crónica. Después de las
primeras entrevistas, el alcaide se retiró para «tomar consejo». En-
tonces, a la propuesta del rey de que entregase como rehenes a stx
hijo mayor y a dos de sus sobrinos, contestó ofreciendo un juramente>
de fidelidad, que prestaría «con Jos veinte mejores ancianos (vells) de
entre los sarracenos del castillo». El rey aceptó a condición de que
se le entregara como garantía la torre exterior (albarrana) y entonces
el alcaide pidió un nuevo aplazamiento para solicitar nuevamente:
consejo en el castillo. Finalmente, regresó para firmar un tratado que_
además de las dos cláusulas ya indicadas, fijaba la entrega del castille>
en un plazo de siete meses, mientras que, por su parte, el rey prome-

---- ~
.34 FEUDALISMO EN EL MUNDO MEDITERRÁ.~EO

ía entregar tres caballos, ropas de paño para cincuenta personas,


•estidos de estameña y tierras para el alcaide y sus sobrinos. Trans-
urridos los siete meses, el rey le exigió que mantuviera sus compro-
nisos, a lo que el alcaide respondió: «enviaré a buscar a los ancianos
vells) de la vita y de las alquerías y vendremos a vos; nos haréis las
artas que os pediremos y a continuación os entregaremos el casti-
la». Un poco más tarde, el rey recibió, en efecto, al alcaide y a una
dntena de sarracenos, los pus honrats que eren en lo castell ni en
i vayl, y les otorgó los privilegios que solicitaban a cambio de la
ntrega del castillo. Algunos años más tarde, cuando la gran revuelta
.e los años 1248-1249 permitió a los cristianos apoderarse de una
ran parte de las tierras que hasta entonces habían conservado las
omunidades y los musulmanes acomodados, encontramos en el Re-
artiment una mención del antiguo alcaide de Bairén: entre otras
'. erras donadas a colonos cristianos, se distribuyó un rafal situado en
1 alquería de Jaracó (dependiente de Bairén) y que había pertenecido
l alcaide (ACA, Reg. Canc., n.º 6, f. 14 r").
Estos datos fragmentarios permiten formarse una idea acerca de
L figura del alcaide en la sociedad musulmana valenciana. Aunque
is conquistadores cristianos lo asimilan a un «señor» y es, cierta-
1ente, un personaje poderoso, que tenía la custodia de un castillo,
un importante terrateniente, su poder aparece claramente limitado
or arriba por la autoridad del soberano (en nombre del cual deten-
tba la forti:6cación y recaudaba los impuestos) y en la base por la
)munidad de habitantes del castrum y de sus alquerías, representada
::ir sus shay;/ s (ancianos, que eran los cabezas de familias más in-
Liyentes, correspondientes, tal vez, a los jefes de cada una de las
querías del territorio) y por sus autoridades jurídico-religiosas (al-
1quíes). Del análisis de las fuentes se deduce que los alcaides no
instituían una pieza esencial de la sociedad. La prueba más clara de
lo la da el hecho de que en los castillos de menos importancia que
hivert, Almenara o Bairén, como podían serlo Uxó o Nules, cuya
:ndición se relata con gran lujo de detalles en el Uibre dels feyts ,
) se menciona a ningún alcaide y el rey trataba directamente con la
1munidad rural. Lo mismo ocurrió en Eslida y en la zona montañosa
~pendiente de esa localidad, donde el texto de la capitulación (que
.vo lugar en 1242) consiste en un tratado fumado entre el rey y
aljama del distrito, sin intervención de ningún poder señorial que
:tuara de intermediario. En un documento de 1259, el señor cris-
LA SOCIEDAD DE AL-ANDALUS 135

tiano de la alquería de Carricola «vende» a la aljama del lugar el con-


junto de sus derechos señoriales para los años próximos, y descarga
en ella la responsabilidad del mantenimiento y la custodia de la
torre.15 De hecho, esta práctica, un tanto sorprendente, no debía ser
sino el reflejo deformado de un estado de cosas anterior a la con-
quista, según el cual, las fortificaciones rurales --con excepción de
los castillos más importantes- estaban a cargo de las comunidades
locales, a las cuales pertenecían. Así se explica más fácilmente la es-
tructura de las fortificaciones a la que nos referíamos al principio, la
importancia secundaria de la celoquia con relación a las zonas de ha-
bitación y de refugio y el hecho de que, al menos en determinados
casos, cuando el lugar estaba lo suficientemente protegido por la na-
turaleza, no encontramos en lo que las fuentes llaman «castillos» nin-
gún elemento «Castra!» propiamente dicho, como ocurre en Segarria
0 Zufera. Estos dos ejemplos son particularmente significativos, pues
se trata de lugares que no conocieron la ocupación cristiana y que,
por ende, no vieron la edificación de una construcción señorial pos-
terior a la conquista.
Los indicios de la existencia de unas comunidades rurales libres
muy vigorosas no excluyen el hecho de que una parte de los ingresos
de la aristocracia dirigente pudieran proceder de la explotación de
sus propiedades agrarias. No obstante, hay que hacer dos observa-
ciones. Si los rafals, a los que ya hemos hecho referencia varias veces,
llevaban nombres que en muchos casos evocaban su pertenencia a una
clase superior vinculada al estado (rahal al-Qá'id, rahal al-Qadí, rabal
al-Wazír, rahal al-Ra'ís), por el contrario, es poco frecuente que fue-
ran designadas por un nombre de familia, pese a que los gentilicios
-ya lo hemos visto-- eran muy numerosos en el caso de las alque-
tías. En una sociedad en la que la fuerza de los linajes patrilineales
era considerable, esto hace pensar que era raro que quedaran durante
varias generaciones en manos de una misma familia, inestabilidad bas-
tante lógica, por lo demás, en una aristocracia de función en los re-
gímenes musulmanes medievales.
Por desgracia, no poseemos ninguna indicación positiva sobre
la forma en que se explotaban las propiedades pertenecientes a las

15. Johan Segura, Repas d'un manual notarial del temps del rey Jaume I ,
en I Congreso de Historia de la Corona de Arag6n, l.ª part, Barcelona, 1909 ,
pp. 300-326, doc. I {p. 310).

- - -- _ __.._ ~
136 FEUDALISMO EN EL MUNDO MEDITERRÁNEO

clases dominantes. Lo único que podemos decir es que en la docu-


mentación valenciana de época cristiana no encontramos nada que
haga referencia a una situación anterior de dominio de los rafals y
los castra sobre las alquerías. Parece que si ese dominio hubiera exis-
tido en la época musulmana, los propietarios y señores cristianos que
heredaran dominios y fortificaciones, y a los que, por otra parte, les
eran familiares las estructuras de tipo señorial o dominical, se habrían
esforzado por mantenerlo. Todo hace pensar, pues, que en el reino
cristiano de Valencia del siglo XIII, esas estructuras eran un hecho
nuevo impuesto por los conquistadores a la población musulmana
dominada. En el espacio limitado de esta exposición es imposible
desarrollar todos los datos del problema. Nos limitaremos a realizar
dos observaciones. La primera de ellas es de carácter muy general:
en el vocabulario de los documentos valencianos de época cristiana
no encontramos un término de origen árabe que pudiera designar
una clase social de colonos o tenentes que explotaran los dominios
aristocráticos, en correspondencia con los exarici de Aragón 16 o los
jammás de otras partes del mundo musulmán. No podemos concluir
que esa clase no existía. Eso sería imprudente, dado el carácter in-
completo e indirecto de la documentación, pero desde luego, si se
hubiera tratado de un hecho muy generalizado, habría quedado algún
rastro después de la conquista, teniendo en cuenta, sobre todo, el
interés que los conquistadores habrían demostrado en mantener
la situación y en considerarla a la hora de efectuar el Repartiment.
Un punto más preciso y que merece un estudio profundo es el
de las rofras (del árabe al-sujra) o prestaciones en trabajo exigidas a
los campesinos musulmanes por sus señores cristianos. El padre Burns
constata, con razón, que esas «corveas» estaban más extendidas, en
el siglo XIII, de lo que se ha afirmado hasta ahora. Pero ver en ellas
<mn lazo con el pasado islámico, tanto desde el punto de vista semán-
tico como en la vida corriente» (Medieval colonialism: Postcrusade
exploitation of islamic Valencia , Princeton, 1975, p. 164), supone
-a mi juicio- caer en un grave error, provocado una vez más por
el prejuicio «continuista» que hemos denunciado más arriba. La rofra
está formalmente excluida de algunos de los tratados más antiguos de

16. Sobre los aparceros aragoneses (exáricos, del árabe al-shar1g), d. Luis
3. de Valdeavellano, Curso de historia de las instituciones españolas de los
-:Jrígenes al final de la Edad Media, Madrid, 1970 2 , p. 352.
LA SOCIEDAD DE AL-ANDALUS 137

c::ipitulación (Eslida), y sólo discretamente evocada en el de Chivert


(véase supra, p. 132). Muy liviana todavía en las décadas de media-
dos del siglo XIII, se haría progresivamente más pesada, no sin re-
sistencia por parte de las aljamas. En su forma primitiva -al menos
ep la región de Teruel y en Valencia- parece que se trataba, más que
de trabajos agrícolas, de transporte de madera y de agua, destinadas
al aprovisionamiento de los castillos que, como ya hemos visto, esta-
ban situados, muchas veces, en lugares bastante elevados. Posiblemen-
te, se incluían en la rofra, asimismo, una serie de trabajos de mante-
nimiento de las construcciones. Así pues, la rofra de la época cris-
tiana podría asimilarse a una obligación impuesta a sus miembros
por las aljamas de antes de la conquista y se explicaría fácilmente por
fa apropiación colectiva de las obras defensivas de los castra rurales
(véase el caso citado de la torre de Carricola, p. 135). Al parecer, en
ocasiones la rofra fue sustituida en tierras del rey por una contribu-
ción en dinero. Pero los señores cristianos, originarios de regiones
~Aragón y la Cataluña Nueva- donde la fOfra existía desde el si-
glo XII en forma de prestaciones en las labores agrícolas, y poseedo-
res de dominios, sin duda debían estar interesados en sustituir una
obligación que podía ser calificada de «banal» por una corvea de ca-
nkter económico, más rentable para ellos. No creo, pues, que un es-
tudio profundo de la institución confirme la idea de la continuidad
entre estructuras sociales de época musulmana y de época cristiana.
Parece, más bien, que la transformación cualitativa que experimentó
revela el cambio total que representó la conquista cristiana para esa
región, unida ahora al Occidente medieval y donde se impuso una
organización señorial y feudal desconocida hasta entonces.

Difícilmente puede servir, por tanto, el esquema de la sociedad


feudal clásica para interpretar lo poco que sabemos acerca de la so-
ciedad valenciana anterior a la conquista, cuya estructura es típica
de la que prevaleció en las regiones orientales de al-Andalus (Torto-
sa, Baleares y Murcia). Sin embargo, sería útil un «modelo» para si-
tuar en el lugar adecuado dentro de un cuadro de conjunto, los ele-
111entos dispersos que la documentación nos permite vislumbrar. En
el curso de los debates de inspiración marxista sobre el «feudalismo»,
se han propuesto los conceptos de «modo de producción asiático» y
de «sociedad tributaria», para designar un tipo de organización eco-
nómica, social y política, cuyos dos datos fundamentales -antagóni-

- - -- - -
138 FEUDALISMO EN EL MUNDO .MEDITEllRÁ.'IEO

cos- son las comunidades de aldea, propietarias de la mayor par-te


de las tierras, y una clase dirigente que se apropiaba de una pa::-te
del excedente de producción de las explotaciones rurales, gracias a
los bienes raíces que poseía y, sobre todo, a los lazos que mantenía
con la organización estatal, pero que (a diferencia de la estructura
feudal occidental) no era una clase social que obtuviera la parte m.ás
sustancial de sus ingresos de los derechos que ejercía sobre la tierra.17
Ésta se hallaba, pues, en gran parte, en manos de los campesinos
que la cultivaban y las vigorosas comunidades que formaban presen- !
taban estructuras socioeconómicas de conjunto que denotaban una
gran estabilidad con relación a las del Occidente feudal, más móviJes I
y evolutivas. Ciertamente, definir no es explicar; pero para tratar
de comprender la sociedad andaluza es importante aproximarla más 1
bien a las otras sociedades del mismo tipo -a las sociedades maghre-
binas, en particular- que a las sociedades cristianas de la Penínsu'..a,
tal como se ha venido haciendo hasta ahora. Sólo después de haeer il
comprendido sus mecanismos en sus características propias, podlía c.
hacerse con provecho una comparación con las estructuras occiden- d
tales.18 q
e:
a1
Universidad de Lyon JI y Casa de Velázquez
al
C1
p

P.

17. La descripción de la «sociedad tributaria» presentada en el texto de


Samir Amin indicado en la nota 4 (en francés, Le développement inégal, Parls,
1973) me Parece especialmente esclarecedora para interpretar los datos que
aportan los documentos valencianos, al igual que los debates sobre la sociedid
maghrebina publicados en: Sur le féodalisme, Centre d'Études et de Rechcr-
ches Ma.rxistes, París, 1971.
18. Desde mi punto de vista, sería ante todo una comparación con otr~s
wnas cuyas características históricas y sociológicas debían estar bastante pr6-
x.imas -especialmente Ifriqiya- la que permitiría comprender el funcionil-
miento de la sociedad andaluza. Esta es la dirección de los trabajos de P. co
Chalmeta (cf. nota 4). Así, se podrá comprobar, por ejemplo, el papel de ]c>s o
«ancianos» (shayjjs) en la sociedad musulmana de comienzos de la época coll- di
temporánea, tal como lo describe Lucette Valensi (Fellahs tunisiens, París, 197?, U!
p. 83) con la figura de los vells valencianos evocados más arriba. ha
LA SOCIEDAD DE AL-ANDALUS 139

DISCUSIÓN

Pierre Bonnassie:
¿Hubo, en el caso de estos castra musulmanes, reocupación de los
antiguos oppida prerromanos (ibéricos) como ocurrió en la Cataluña cris-
tiana? Estas plataformas, con cisternas excavadas, de la región valenciana,
me recuerdan, por ejemplo, a Olérdola, ciudadela ibérica situada en el
suroeste de Barcelona, ocupada por los cristianos a comienzos del siglo x,
pero que antes estaba en manos de los musulmanes.

Pierre Guichard:
Efectivamente, algunos de esos lugares estuvieron ocupados en la época
ibérica y en ellos aparecen no sólo cerámica proto-histórica sino también
cisternas excavadas en la roca y no construidas (caso más frecuente). Uno
de los casos más interesantes, a este respecto, sería el de Penáguila, al
que ya me he referido en varias ocasiones. Ahora bien, hay otros casos
en los que la ocupación medieval no se superpone a una ocupación más
antigua. Y de todas formas, teniendo en cuenta la ausencia de núcleos de
altura en la época romana, habría que llegar a determinar la fecha de reo-
cupación o de nueva ocupación de los núcleos de los castra, Io cual no
puede conseguirse sino por medio de la arqueología.

ierre Bonnassie:
Una matización sobre vocabulario. Durante los siglos x y XI, la palabra
castrum designa, por lo general, en la Cataluña cristiana, una circunscrip-
ción territorial, un distrito. El castillo propiamente dicho recibía el nom-
re de castellum. ¿Aparece esta misma diferencia en la región valenciana?

Guichard:
No creo que los documentos valencianos permitan distinguir, en ver-
Ciad, categorías de fortificaciones. La parte central de los núcleos y el
njunto fortificado reciben, indistintamente, los nombres de castrum
castellum. Sin embargo, en el caso de una fortificación aislada y de
ilimensiones reducidas, sin un núcleo habitado anexo, o en el caso de
a fortificación puramente señorial (posterior a la conquista) parece
aber una cierta duda en los documentos en cuanto a utilizar solamente
140 FEUDALISMO EN EL MUNDO MEDITERRÁNEO

el término castellum. Así, suele aparecer acompañado de otra expresión


(por ejemplo, castrum sive turris, castrum sive domus, castrum sive for-
talicía), lo que nos lleva a pensar que, para los valencianos del siglo XIII,
el término no designaba cualquier «castillo».

Reyna Pastor:

¿Es posible tener una idea acerca de la pres1on fiscal que sufría la
masa de la población rural en el reino de Val.encía, así como de sus efec-
tos sobre la organización de las comunidades?

Pierre Guíchard:

Respecto a los impuestos que pagaban los campesinos musulmanes


antes de la conquista cristiana, sólo tenemos informaciones indirectas,
en la documentación sobre la fiscalidad de la época cristiana. El impuesto
fundamental debía ser un impuesto sobre la producción agrícola (que
estaba en función de la extensión y de la productividad de la tierra y que,
con toda probabilidad, se pagaba en forma colectiva por las comunidades),
que implicaba una organización administrativa compleja, y que tenía por
nombre almagram. Es difícil saber cómo se articulaba esa contribución
con la exigencia coránica del diezmo y si se conformaba a ella. El
diezmo (cushr) se pagaba sobre el ganado. Por otra parte, el estado obte-
nía otros ingresos de la posesión de talleres, tiendas y, sobre todo, de los
derechos de aduana. Probablemente, la presión fiscal era relativamente
dura y los pequeños reyes de Taifas tendieron a establecer excesivos im-
puestos sobre las gentes del campo. Sin embargo, no parece que esa
fiscalidad pudiera haber derivado en la desorganización de las comunida-
des rurales, que siguieron siendo propietarias de sus tierras. Tal vez, ahí
radica la diferencia fundamental con el sistema occidental y su dinámica.
Por lo que respecta al mapa que acompaña a estas páginas, es tan
sólo un inventario de los lugares localizados o estudiados. No puede sa-
carse ninguna conclusión, por tanto, sobre el reparto de la población. De
hecho, la red de castra cubría todo el territorio y el modo de organiza-
ción de los núcleos de altura que he descrito es muy homogéneo de norte
a sur de la región valenciana. De cualquier forma, no dejan de haber
ciertas diferencias entre las zonas de colinas y llanuras de la región litoral 5 ,
y las mesetas secas del interior, donde la red era mucho menos densa, tan- llat
to por lo que hace a los castra como a las alquerías. Ahora bien, son, pues, 15
las condiciones geográficas las que imponen formas diferentes de pobla- ná¡
miento.
LA SOCIEDAD DE AL-ANDALUS 141

o
~
50km.
......._.__......_...__

FIGURA 1
Principales castillos mencionados en el texto

1 = Chivert; 2 = Zufera; 3 = La Magdalena; 4 = Alcudía de Fanzara;


5 = Almarora; 6 = Eslida; 7 = Uxó; 8 = Nules; 9 = Almenara; 10 = So-
llana (torre); 11 = Cullera; 12 = C.Orbera; 13 = Sumacárcel; 14 = Bairén;
15 = Luchente; 16 = Albaida; 17 = Olocaiba; 18 = Tárbena; 19 = Pe-
náguila; 20 = Jijona; 21 = Perpunchent.
NOTA: El recuadro corresponde al mapa de la figura 2.
142 FEUDALISMO EN EL MUNDO MEDITERRÁ: EO

"Játiva

"/··,. ,_'.:_f.
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,,•'
\
'--............
¡
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"', ,. .· -<·.....,.,,-..::r

FIGURA 2

Territorios de los «castra» de la zona de Játiva-Denia

Los números de mayor tamaño y los circulos negros corresponden a los


castra de época musulmana que no plantean problemas. Las otras cifras y círcu-
los corresponden a fortificaciones de la época cristiana o a otras cuyo carácter
exacto no está determinado, así como a territorios que no es seguro que de-
pendieran de los castra del mismo nombre: 1 = Albaida; 2 = Agres; .3 =
Carbonera; 4 = Benicadell; 5 = Rugat; 6 = Perpunchent; 7 = Luchente; 8
= Vilella(?); 9 = Borró; 10 = Palma; 11 = Bairén; 12 = Rebollet; 13 =
Vilallonga; 14 = Castellar d'Oliva; 15 = Forna; 16 = Pego; 17 = Galli-
nera; 18 = Benisili; 19 = Segarria; 20 = Orba; 21 = Pop; 22 = Jalón; 23
= Olocaiba; 24 = Ebo; 25 = Laguar; 26 = Alcalá; 27 = Tollos; 28 = Pla-
nes; 29 = Travadell; 30 = Margarita.
LA SOCIEDAD DE AL-ANDALUS 143

curvas 800 y 1.000 m.

O ~nf~!º:1:uerias
• auDADESY
• CASTRA
CIFRAS: l>esl>oblados
"' ta* : marjales

l-
o-
'..a
FIGURA 3
.fi-
Dos e¡emplos de territorios de «castra» de época musulmana l
éo-
G.
Penáguila (el castillo está situado a 910 m y el pueblo actual a 686 m) y M.
Cerbera (pueblo actual a 10-40 m, castillo a 80 m). Una gran parte del terri- >CU- .
torio está ocupado por zonas bajas e inundables (actualmente arrozales); los ibia
municipios actuales corresponden a una parte de las antiguas alquerías, situa-
das sobre ligeras elevaciones (7 a 12 m) a lo largo del Júcar (Poliñá, Riola,
Portaleny) o al pie de las primeras elevaciones de los montes de Cerbera (Llau- Uier~
rí, Favareta). En 1, sobre el cerro aislado del monte San Miguel (66 m) se
estableció, sin duda, la primera iglesia cristiana inmediatamente después de la
oooquista.
144 FEUDALISMO EN EL MUNDO MEDITERRÁNEO

-+-z ~
·2 ~ ;s....-- 1 --""

~/
\ ~

3
A
5 8
\.
4

BAIRÉN
50
··......___.. 500m.

2fl

o 50 250m.

SUMACÁRCEL som.

CHIVERT

FIGURA 4
Estructuras de «castra» valencianos, según los restos visibles

Bairén ocupa la cima (albacara B y castillo C) y toda la colina tiene una


altura de un centenar de metros, situada al borde del mar. La torre albarrana
se halla en 2; en 1 disposición de la roca como reserva de agua; en 3-6, restos
de construcciones (plano según fotografía aérea, comprobada y corregida in
situ).
Sumacárcel: Esquema de organización, realizado en el yacimiento.
Chivert: Aldea musulmana en A, albacara musulmana en B, castillo de los
Templarios en C (trazo doble: muro construido en la época cristiana; trazo
simple: muros de la época musulmana) (según A. Bazzana).
LA SOCIEDAD DE AL-ANDALUS 145

+
ALMENARA

PERPUNCHENT

1.

~
l.
;-

n-
:o-
FIGURA 5 La
ifi-
Planos esquemáticos de los «castra» de Almenara, Perptmchent
y Corbera. léo-
G.
En Almenara aparece la misma estructura que en Bairén y Oúvert (C = M.
castillo propiamente dicho; B == albacara; C = aldea, con las cisternas corres- ocu-
~ondienti;s). En Perpunchen.t , ~a parte C corresponde a un conjunt? castra! muy abla
reconstruldo en la epoca cnsttana, y separado del resto de la antigua fortifica-
ción musulmana por un fuerte muro de piedra y una torre cuadrada Posterio-
res, sin duda, a la conquista (trazo doble). En Corbera, el trazado de los mu- :llier,
ros visibles en la fotografía aérea hace aparecer claramente el conjunto de las
construcciones de la antigua celoquia (en C), visibles también en la fotografía
de Ja figura 6 .

.•.•-. Rl!YNA
. . 10 .....PAST
. .O lllllll~
. R. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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