ECLESIOLOGÍA DE COMUNIÓN
en la obra eclesiológica de
Por:
ÍNDICE
2
INTRODUCCIÓN..........................................................................................................
4
II ECLESIOLOGÍA DE COMUNIÓN
Y SACRAMENTALIDAD..............................................................................
23
2.1.1 El problema.................................................................................................
24
2.1.2 Una distinción..............................................................................................
25
2.1.3 Sacramentalidad de la Iglesia y sacramentalidad
de Cristo..........................................................................................
26
2.1.3.1 La sacramentalidad de la Iglesia
en el ‘misterio’ de Cristo................................................................
27
2.1.3.2 Sacramentalidad de la Iglesia e implantación
del Reino..........................................................................................
28
IV CONCLUSIÓN....................................................................................................
70
BIBLIOGRAFÍA.............................................................................................................
78
ABREVIATURAS.........................................................................................................
82
INTRODUCCIÓN
6
Me propongo, pues, en el presente trabajo, describir las líneas principales para una
comprensión de la Iglesia como comunión, siguiendo fundamentalmente la obra
eclesiológica de Jean Marie - R. Tillard, expuesta, sobre todo, en tres de sus obras:
Iglesia de Iglesias; Carne de la Iglesia Carne de Cristo y, la última de ellas − de reciente
edición −, L’Église Locale. La elección de este autor, de entre las propuestas del asesor de
la presente disertación, responde al hecho de que mi inquietud era, desde un principio,
desarrollar algún tema emergente de la reflexión eclesiológica conciliar. Y dado que
Tillard hace remontar esta dimensión de la communio − retomada por el Concilio − hasta
7
hacerla entroncar con las fuentes bíblicas y patrísticas, me pareció oportuno orientar hacia
ella esta investigación.
Iglesia, esperando alcanzar con ello una mayor motivación orientada a contribuir,
mediante un crecimiento constante en la línea del testimonio y del compromiso, a una
mejor presentación del rostro de la misma.
significación del Sínodo extraordinario de los Obispos, celebrado en 19851, que también,
en referencia a la eclesiología conciliar, trató este tema.
1
El Sínodo, convocado por el Papa Juan Pablo II, con carácter de extraordinario, tenía por finalidad “la
celebración, la verificación y la promoción del Concilio Vaticano II”. Cf. Synthèse des travaux de
l’assemblée synodal. Le rapport final voté par les Péres, La Documentation Catholique, 83 (1986) 36.
(NOTA: en adelante La Documentation Catholique = DC)
2
Cf. H. POTTMEYER, The Church as Mysterium and as Institution, Conc 188 19 (1986) 99.
3
Cf. Ibid, p 99
4
Cf. Ibid, p 99
5
Cf. SÍNODO EXTRAORDINARIO 1985, Message du Synode au Peuple de Dieu, DC, p 45. Hablando de
la ‘comunión’, el Sínodo la correlaciona con el ‘misterio’ y expresa cómo estructuras y relaciones en el
interior de la Iglesia deberán reflejar y expresar dicha comunión.
6
Cf. A. DULLES, The Craft of Theology, U.S.A., 1992, p 49. Aquí Dulles habla de que las diferencias entre
las diversas visiones eclesiológicas no se pueden resolver a través de un debate formal, dado que las
diferentes escuelas hablan desde enfoques distintos.
10
diseño salvífico. Aquí entramos en la dimensión del misterio como se nos describe en la
literatura paulina (cf. Ef 1,9; 3,3.5.9; Col 1,26; 2,2).
El Sínodo de 1985 nos ofrece una breve, precisa y profunda descripción sobre cuál
sea la profundidad de la relación del misterio de la Iglesia con el misterio de Dios y cuáles
son los medios para lograrla. Nos manifiesta, también, cómo en esta densa relación incide
el universal llamado − al individuo y a la comunidad − de parte de Dios; todo ello sin
marginarse, por así decir, de la historia: “Todos nosotros estamos llamados por la fe y los
sacramentos a vivir en plenitud la comunión con Dios. En cuanto comunión con Dios vivo,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, La Iglesia es en Cristo ‘misterio’ del amor de Dios, presente
en la historia de los hombres”7.
7
SÍNODO EXTRAORDINARIO, Message du Synode au Peuple de Dieu, DC, p 45.
8
Cf. J.M.-R. TILLARD, Iglesia de Iglesias, Salamanca, 1991, p 13. NOTA: en adelante la citación de la
presente obra será: TILLARD, Iglesia de Iglesias.
9
El nivel de esta unidad nos lo expresa muy bien la Carta a los Efesios en el capítulo 5 vv. 25bss: “...como
Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en
virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino
que sea santa e inmaculada...Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia”.
10
11 12
15,16; 22,24; 32,14; 33, 13ss ; Lev 26,12; Dt 9,26.29 ; 14,2.21; 21,8; 26,15.18s;
32,10.43; 33,29). Sin embargo, en el momento de pentecostés esa relación de pertenencia
se desvela en una nueva y profunda dimensión. La nueva comunidad, unida al misterio
pascual de Cristo y cumplida la promesa del don del Espíritu, queda profundamente
marcada por la forma como ahora se da su relación con Dios; ahora es la Iglesia de Dios,
la ekklesía tou Theou13,donde el genitivo expresa el nivel de profundidad y la dimensión de
la elección divina y la unión que Dios ha llevado a cabo con el nuevo pueblo.
Estos textos del Levítico y Deuteronomio expresan el contenido fundamental de la Alianza: el pueblo es
especial propiedad de Yahveh, Yahveh es el único Dios de este pueblo.
13
Cf. F-J. NOCKE, La doctrina general de los sacramentos, en: Manual de Teología Dogmática, [Th.
Schneider, Ed.] Barcelona, 1996, p 840: “Aunque en analogía con Cristo, se denomina a la Iglesia misterio
o sacramento, conviene recordar que en la teología católica «analogía» no es lo mismo que igualdad, y
menos aún que identidad, sino que más bien significa una semejanza con una desemejanza simultánea
mayor aún (DS 805; DZ 432)”.
16
17
Cf. Ibid, p 264; J.M.-R. TILLARD, Église et salut. Sur la sacramentalité de l’Église, NRTh 106 (1984) p
675: “L’Eglise est réconciliée par Dieu, mais elle est aussi celle qui réconcilie pour Dieu”; J.M.-R.
TILLARD, Ecclésiologie de communion, p 218: “La koinônia est l’expression positive de la réconciliation
avec le Père et entre humains accomplie par la Mort et la Résurrection du Christ; elle est le contenu même
de la grâce du Salut”.
18
Respecto a la continuidad que representan estos dos momentos cf. L.F. LADARIA, Introducción a la
Antropología Teológica, Navarra, 1993, pp 43-58, donde trata el tema: La teología de la creación.
Cuestiones fundamentales. En p. 46: “si el mundo ha sido salvado por Cristo y en Cristo, esto significa que
ha sido creado también por él y en él. La creación no es entonces un mero presupuesto neutral para que se
desarrolle después la historia de Dios con los hombres, sino que es ya el comienzo de esta historia que
culminará en Jesús”.
21
Cf. TILLARD, Iglesia de Iglesias, p 59: “La comunión no se identifica con una reunión de amigos”.
13
muy bien Tillard22 −, sino, más bien, en razón de su íntima unión con el Señor resucitado,
quien le concede este estatuto de participación y comunión en el misterio divino. Pero, por
otra parte, si la comunidad participa de esta comunión en Cristo, esto quiere decir que, en
el movimiento inverso, el Señor, en esta comunidad, hace suya toda la dramaticidad de la
historia humana23. Esto quiere decir que no se puede pretender hablar de comunión en el
misterio divino si no se parte de una realidad humana que es asumida y que, a su vez
aporta, si así se puede decir, presupuestos de comunión. Advirtiendo, por supuesto, que la
iniciativa es de Dios que asume la realidad humana, no es, pues que el hombre, por sí
mismo, realice el camino ascencional hacia el misterio.
Para hablar de comunión de la Iglesia de Dios con el misterio trinitario y entre los
hombres llamados a formar parte de esta comunidad, es necesario partir del dato previo de
la llamada que experimenta el ser humano a vivir en comunión. Que si bien, por una parte
se comprueba el dato, se puede decir, del fracaso comunitario, esto es, que el drama de la
historia humana está profundamente marcada por el hecho de que “el hombre se ha
convertido en un ser de aislamiento”24; por la otra , la persona se encuentra siempre
inexorablemente ante la exigente y radical llamada a la apertura al otro, es decir, que para
realizar la existencia habrá que empeñarse, quiérase o no, en la relación con los otros 25. Se
dice que “en el límite del egocentrismo, el hombre es un ser enteramente privado de
personalidad”26; cabe aquí la pregunta si se pueda dar realmente el mencionado límite, es
22
TILLARD, Ecclésiologie de communion, p 219, dice: “il est clair que cette koinônia ne saurait être nouée
ou renouée simplement par une démarche juridique, si officielle soit-elle. Il en va, pour reprendre notre
image, de la chair même de l’être chrétien. Car la koinônia n’est pas d’abord affaire de structures mais de
vie. Les structures n’existent qu’en fonction d’elle. Parler comme nous le faisons d’ecclésiologie de
communion c’est voir l’Église de Dieu entièrement sous l’angle de cette koinônia de vie”.
23
Cf. TILLARD, Iglesia de Iglesia, p 59; J.M.-R. TILLARD, The Church of God is a Communion, OneChr
17 (1981) p 119: “To belong to the (ecclesial) Body of Christ is then to enter a great mystery of
communion centered on God’s own communion with the human condition in Christ Jesus”; J.M.-R.
TILLARD, L’unité de l’Église et le renouveau de la communauté humaine, Istina 31 (1986) p 131:
“L’Église a charge de prendre une part active à ce qu’on a appelé «le drame de l’histoire humaine»”.
24
decir, si alguien, al realizar su existencia pueda prescindir aún en el más ínfimo grado de
relación y apertura (necesidad de) hacia los otros. Este dato antropológico previo es lo que
constituye el humus de la comunión, es donde la koinônia se hace carne, es cuando ésta
“anuda todas las comuniones que teje el ser-cristiano. La comunión de las comunidades
implica esas comuniones fundamentales que son la nueva creación”27. En este punto es
importante recalcar que la Iglesia no se queda anclada en el entramado de las relaciones
sociales de la humanidad, esto es, en la dimensión inmanente, sino que por la llamada
divina y por la fuerza del Espíritu, trasciende esta realidad, entra así en comunión con las
realidades divinas, con el misterio de las relaciones trinitarias28.
1.1.3 Alcances.
Tillard, partiendo de 1 Pe 2,9, relacionando este texto con Ex 19,6, subraya que la
Iglesia, en cuanto Pueblo de Dios, ha entrado en la vocación del pueblo de Israel. Y puesto
que este pueblo ha sido el destinatario de una específica vocación de parte de Yahveh, una
vocación a la santidad y un llamado al ejercicio de una función sacerdotal (cf. Ex 19, 6), la
comunidad eclesial, el nuevo pueblo de Dios, está llamada a continuar con ese específico
cometido. Ella “ejerce la función sacerdotal por la santidad de su vida, fruto en ella de la
obra de Cristo”29. La santidad del Pueblo de Dios está en íntima conexión con este ser
sacerdotal, el cual, más que la capacitación para la participación en el ejercicio cultual en
virtud del bautismo − que también la incluye −, hace referencia al eco y resonancia del
mismo sacerdocio de Cristo en esa comunidad. En definitiva, para la nueva comunidad
sigue prevaleciendo el ideal que le había sido propuesto al antiguo Israel: “sean santos
27
Cf. TILLARD, Iglesia de Iglesias, p 42.
28
Cf. Ibid.
29
Ibid, p 108. Nos aclara, también, Tillard, que el sacerdocio que se menciona en Ex 19,6 y que retoma
luego el autor de la primera carta de Pedro, no se refiere al sacerdocio de institución levítica; cf. J.M.-R.
TILLARD, Carne de la Iglesia, carne de Cristo, Salamanca, 1995, pp 33-35. NOTA: en adelante se
nombra esta obra: TILLARD, Carne de la Iglesia.
15
porque yo, el Señor, soy santo” (Lev 11,44).Se clarifica, así, la naturaleza de la santidad de
la que participa la Iglesia30.
30
Cf. P. JAY, Jean Marie R. Tillard: Église d’Églises. L’ecclésiologie de communion, EspVie 98 (1988) p
298: “Il ne faut pas oublier que la notion courante de «sainteté» insiste uniquement sur la trascendance de
Dieu et engendre donc une conception de la sainteté humaine fort rétrécie. La sainteté morale n’est que la
conséquence de la sanctification par Dieu de son Peuple. Cette sainteté est, au fond, une participation au
coeur même de Dieu”.
31
En este punto es importante señalar la cuestión que al respecto plantea J. A. Komonchak, cf. J.A.
KOMONCHAK, Concepts of Communion. Past and Present, CrStor 16 (1995) pp 338-339: “Are «Church»
and communio identical in connotation and denotation? If not, how are they related?” Me parece
importante, porque la comunión de la que estamos hablando es precisamente la comunión con el Padre, por
el Hijo, en el Espíritu Santo. Esto quiere decir que esta comunión trasciende la realidad misma de la Iglesia
y que, por lo tanto, Iglesia y comunión no son idénticas.
32
Cf. TILLARD, Carne de la Iglesia, pp 65-67 donde menciona: “ya antes de la encarnación, y iam ab
Abel iusto, se vivía esta comunión entre los justos del pueblo de Dios, vinculados también ellos al cuerpo
eclesial por su fe y su obediencia”. Tillard cita aquí un pasaje de San Agustín, De catechizandis rudibus 3,
(Tillard no precisa la fuente de la citación. Puede verse: De Catechizandis Rudibus 3,6 en Corpus
Christianorum, series Latina, 56, 126) que dice: “aunque nuestro Señor Jesucristo dejó aparecer una parte
de su cuerpo en los santos que precedieron su nacimiento, «sin embargo, siguió siendo él mismo la cabeza
del cuerpo de su Iglesia» (Col 1, 18) y todos los santos se unieron al Cuerpo de esta Iglesia que tiene a
Jesucristo como jefe y cabeza, creyendo en aquel a quien anunciaba su boca. Aunque ellos le precedieron,
no estaban separados de él, sino que estaban unidos con él por su fe y obediencia”.
33
Lumen Gentium, 48c: “Iam ergo fines saeculorum ad nos pervenerunt (cf. I Cor 10, 11) et renovatio mundi
irrevocabiliter est constituta atque in hoc saeculo reali quodam modo anticipatur: etenim Ecclesia iam in
terris vera sanctitate licet imperfecta insignitur” (AAS 57 [1965] I 53). Nota: el subrayado va de cuenta
mía.
34
35
Cf. Ibid, p 54.
36
Ibid, p 54.
37
Rom 8, 19-21: “La ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La
creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la
esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los
hijos de Dios”.
38
salvación, superando la visión intimista y personalista que se tiene a veces de ella. De aquí
resulta una mayor y más clara comprensión de la vocación a la que está llamada la
comunidad eclesial, pues, como ya hemos notado, está inseparablemente referida al
misterio trinitario, y decir misterio trinitario es decir designio divino. Éste, comprendido
desde la óptica paulina, conlleva una dimensión cósmica, por lo que la Iglesia no puede ser
separada del destino de todo el universo40. Al respecto Tillard concluye: “entre más
profunda sea la comunión con el Padre, más profunda es la voluntad de verse
comprometido en la realización del plan de Dios concerniente a la creación”. “Esta
conclusión es crucial para la eclesiología. La Iglesia de Dios está llamada, en cualquier
nivel de su vida y su tarea, en la más profunda área de su mística experiencia, al igual que
en lo más secular de los cometidos al servicio de la creación, a estar en comunión con la
integridad del plan de Dios revelado en las Escrituras. Éste es el radical significado de su
catolicidad. Ello deriva de su comunión con Dios”41.
40
Cf. Ibid, p 3.
41
Ibid, pp 3-4 : “the deeper the communion with the Father is, the stronger is the will to be involved in the
realization of God’s plan concerning Creation. [...] This conclusion is crucial for ecclesiology. The Church
of God is called, at every level of its life and work, in the most profound realm of mystical experience as
well as in the most secular commitments for the service of Creation, to be in communion with the integrity
of the plan of God revealed in the Scriptures. This is de radical meaning of its catholicity. It comes from its
communion with God”.
18
será decir ‘del Padre’?] para que la humanidad llegue a ser conforme al querer divino; el
instrumento del Espíritu en orden a ese proyecto de transformación; y, finalmente, la
enviada de Cristo para el anuncio de la Buena Nueva42. De esta forma ella puede ofrecer a
todos la vía del Evangelio para llegar por Cristo, en el Espíritu, al Padre.
Habrá que tener en cuenta, por tanto, que en la Iglesia la función del Hijo, aunque
distinta, no es idéntica a aquella del Espíritu Santo, pero que, por otra parte, no se
entienden por separado43. En este punto los pasajes del Nuevo Testamento son, por demás,
prolijos. La encarnación, la actuación y desenvolvimiento de la obra de Cristo, su pascua y
el momento postpascual mismo, se caracterizan por remarcar fuertemente la presencia y
participación del Espíritu Santo en el dinamismo salvífico y la manifestación del Reino.
Por otra parte, si la Iglesia está llamada a la comunión, es porque en ella, no sólo la
humanidad entera, sino todo el universo, están convocados a alcanzar la plenitud en Cristo.
Y será precisamente la fuerza del Espíritu por la que se hace posible tal comunión. Esta
comunión no se puede entender si no están en ella comprendidas las dos dimensiones:
aquella vertical, con el Padre, por Cristo, en el Espíritu; y aquella horizontal: con los
hermanos en el cuerpo de Cristo, también por la fuerza del Espíritu.
42
Cf. TILLARD, L’unité de l’Église, pp 130-131.
43
Cf. M. O’CONNOR, The Holy Spirit and the Church in Catholic Theology: a study in the ecclesiology of
J.M.R. Tillard, OneChr 28 (1992) pp 331-332.
44
18, 17 designaría por ekklesia una comunidad siro-palestina de los años 80 y recogería una
instrucción relativa a los usos disciplinares de la comunidad.
19
tradiciones apostólicas veían en el Espíritu aquél sin el cual la obra de Cristo sería sin
efecto, vacía”46(cf. Rm 8, 9-17; Ef 1,13; 1Pe 4,14).
46
J.M.-R. TILLARD, Corps du Christ et Esprit Saint. Les exigences de la communion, Irén 63 (1990) p 165.
47
Cf. TILLARD, Iglesia de Iglesias, p 30: Tillard cita H. SCHLIER, Le temps de l’Église, Tournai 1961, p
292.
48
Cf. TILLARD, The Church of God, p 119.
49
Cf. TILLARD, Iglesia de Iglesias, p 32.
20
50
Ibid, p 33; J.M.-R. TILLARD, L’Église locale. Ecclésiologie de communion et catholicité, Paris, 1995, p
81[en adelante esta obra será citada: TILLARD, L’Église locale]: “Il s’ensuit que, de même qu’il n’y a pas
d’Église sans Christ il n’y a pas de Christ sans Église”.
51
TILLARD, Corps du Christ, p 171, dice: “Mais si cette commune participation cimente les membres dans
l’unité, ce n’est pas par une simple harmonie purement extérieure des esprits, une bonne entente consentie.
Cest par l’interpénétration de la grâce du Ressuscité qui ne fait qu’un avec le Père. Le syndesmos, le lien,
de tous les membres du Corps du Christ n’est autre que l’Esprit”.
52
Cf. Ibid, pp 175-176. Respecto a la naturaleza de esta reconciliación la clarifica Tillard: “decir mutua
reconciliación es decir otra cosa que la absorción de un grupo por otro, sería la victoria de una de las partes
y no el reconocimiento del ser propio del otro. Tampoco es la constitución de un tertium quid. [...] los
gentiles conservan aquellos de sus rasgos específicos que no están en contradicción con la Iglesia. [...] El
resultado de la reconciliación es la comunión. El Espíritu reconcilia creando la comunión. Para que haya
comunión, no absorción o simple yuxtaposición de individuos o de grupos, el Evangelio pide que sea
preservada la diversidad compatible con el contenido de la Revelación”.
53
Espíritu es inseparable de la obra del Señor, el en Cristo quiere decir, también, entrar
dentro de la dinámica del Espíritu que anima esa obra de Jesús54. Es el Espíritu que
introduce en la comunión y en la unidad de un solo cuerpo tanto a los individuos como a
las comunidades.
Sobre este punto de la Iglesia −que se concretiza en la Iglesia local − como el lugar donde el Espíritu
reconcilia la humanidad dividida cf. TILLARD, L’Église Local, pp 57-76.
56
TILLARD, Corps du Christ et Esprit Saint, p 183 dice: “Ceci explique puorquoi l’Église de Dieu, conduit
par l’Ésprit, se répand non pour trouver sa perfection, compléter son être par l’addition de communautés
22
nouvelles, mais simplement pour offrir à d’autres groupes humains le don de Dieu dont elle se sait
gratifiée. [...] Elle aura simplement été fidèle à l’appel évangélique qui veut que le don du Salut soit tout
entier pour tous les peuples, tous les milieux, toutes les conditions, toutes le cultures, toutes les sensibilités,
sous tous les cieux et pour tous les temps afin d’assumer en Christô, sans aucune limite, l’humain
authentique”.
57
la misma misión de Cristo bajo el impulso del Santo Espíritu62. De todo ello, y para decirlo
en breve, concluye Tillard que la misión, en definitiva, es doxológica63.
62
Ibid, p 79.
Cf. TILLARD, The Church of God, p 120.
65
66
Lumen Gentium, 48b: “Restitutio ergo quam promissam exspectamus, iam incepit in Christo, provehitur in
missione Spiritus Sancti et eum pergit in Ecclesia” (AAS 57 [1965] I 53).
67
Cf. TILLARD, L’Église locale, p 86; cita, también aquí, a San Ireneo: «“ayant récapitulé en lui-même
toutes choses, celles qui sont aux cieux et celles qui sont sur la terre” [...] Ce sont donc ces choses mêmes
qu’il a récapitulées en lui, unissant l’homme à l’Esprit et faisant habiter l’Esprit dans l’homme, devenant
lui-même la tête de l’Esprit et donnant l’Esprit pour qu’il soit la tête de l’homme: car c’est par cet Esprit
que nous voyons, entendons et parlons (Adv. Haer. V, 20, 2)».
24
estos términos se evoca implícitamente la acción del Espíritu y esta acción se manifiesta
propiamente en la Iglesia, ya que están referidos intrínsecamente con la salvación68.
2.1.1 El problema.
68
Cf. Lumen Gentium, 1: “...la Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima
unión con Dios y de la unidad de todo el género humano”; Lumen Gentium 9c, aquí se nos dice de la
Iglesia que es “convocada y constituida por Dios para que sea sacramento visible” de unidad; Lumen
Gentium 48; Sacrosanctum Concilium 5b; 26; Gaudium et Spes 42c; Ad Gentes 1; 5.
25
absoluto de que “la salvación sólo puede venir de Dios”71. ¿Cómo entender, entonces, la
instrumentalidad de la Iglesia? Siguiendo a Tillard, se puede decir que esta cuestión no es
sino uno de los varios puntos donde se manifiesta el paradoxal problema de la relación
‘gracia-libertad’72. Respecto a esta cuestión, como sabemos, las comunidades de la
Reforma han puesto el acento del lado de la gratuidad (sola gratia, sola fides, sola
Scriptura, sola Ecclesia spiritualis), mientras que de la parte católica − sin negar la otra
parte del binomio − el énfasis ha estado del lado de la respuesta humana, la salvación por
las obras. Esta acentuación, se puede decir, ha llevado a veces hacia una óptica
individualista y particularista de la vivencia de la fe.
Para Tillard en el primer punto de la cuestión, esto es, ante “el acto mismo que
adquiere para la humanidad la salvación”, la Iglesia es totalmente extraña74. Es decir, que
en el evento redentivo mismo de Cristo, que hace posible para la humanidad la entrada en
la salvación, es precisamente la comunidad eclesial la que recibe esta gracia. La iniciativa
es totalmente de Dios. En este sentido, por grandes que sean los esfuerzos meramente
humanos para alcanzar el estatuto salvífico, serán por completo ineficaces (cf. Jn 15, 15).
71
Cf. TILLARD, Église et Salut, p 658: “Le Salut vient de Dieu seul”.
72
Cf. Ibid, p 658.
73
Ibid, p 673 : “Il faut toutefois résister á une vision näive, fondamentaliste, de la trasmission de la Parole.
Dieu parle. Mais comment parle-t-il?”
74
Cf. Ibid, p 670. Aquí Tillard, al afirmar que “la Iglesia es totalmente extraña al acto mismo que adquiere
para la humanidad la salvación”, se refiere al hecho de que la iniciativa de la redención es totalmente de
Dios, es decir, que la colaboración de la Iglesia no está a la base de la iniciativa, sino la gratuidad del don
de Dios.
26
misma realidad comporta para el cuerpo eclesial. Se comprende, así, cómo las buenas
acciones del creyente son, por una parte totalmente fruto de la gracia de salvación, pero, al
mismo tiempo son el propio bien de la Iglesia78. “Ella es sacramento de Salvación y, como
tal, integrada a su irradiación en la historia humana”79.
Ibid, p 216, Rocchetta cita K. Rahner: “Questo carattere della chiesa, sacramento fondamentale, no si
fonda semplicemente su un concetto traslato, accessorio di «sacramento», ma ha la sua origine
nell’esperienza primigenia della chiesa che, in quanto frutto e strumento di salvezza, porta in se stessa
quella dualità ed unità di segno umano-storico e di autocomunicazione divina di grazia che troviamo
«inconfuse e indivise» anche nell’uomo-Dio. Per sua stessa essenza, quindi, la chiesa presenta un carattere
«sacramentale» (K. RAHNER, Die Sakramente als Grundfunktionen der Kirche, in Hanbuch der
Pastoraltheologie, I, Freiburg/Br. 1970, pp. 323-324)”.
82
Cf. Ibid, p 214, en donde al respecto señala Rocchetta cómo ha sido precisamente la humanidad de Jesús
el único medio por el que sus contemporáneos podían encontrar el Verbo de Dios: “I contemporanei di
28
Cf. TILLARD, Église et Salut, p 674, Tillard cita Ernst KÄSEMANN: “toute histoire (Historie) ne nous
devient accessible que par la tradition et compréhensible que par l’interprétation” (Dans Ernst
KÄSEMANN, Essais exégétiques, Neuchâtel-Paris, 1972, p. 148, 149-150).
84
Ibid, p 680.
29
se nos manifiesta plenamente en Jesucristo. De este modo, todas las intervenciones divinas
se entienden como orientadas a este acontecimiento salvífico, a la vez que de él toman su
unidad y consistencia. Pero serán manifestaciones que habrán de encuadrarse en la historia
y en el tiempo. De este modo, la salvación anunciada por Jesús tiene su expresión
específica y fundamental en la irrupción del Reino, el cual, se puede decir, es el punto a
donde convergen todas las maravillas de Dios en favor de su pueblo.
¿Qué se entiende por Reino? Para la comprensión de esta realidad Tillard nos
presenta dos acepciones: una, que corresponde “al ejercicio activo de la realeza divina”, el
reinado; otra, “el espacio, el ambiente humano, la comunidad donde es aceptado ese
reinado”85. Como se ve, una y otra acepción se reclaman. La cuestión es cuál y cómo sea la
relación que se establece entre el ejercicio de la realeza y su objeto. Basta aquí con señalar
que no se puede, sin más, reducirlos a identidad, puesto que el Reino sobrepasa la
comunidad eclesial, es ésta que está subordinada al Reino86.
85
TILLARD, Iglesia de Iglesias, p 65.
86
Lumen Gentium, 9b, donde señala: “[Hic Populus Dei] habet tandem pro fine Regnum Dei, ab ipso Deo
in terris inchoatum, ulterius dilatandum, donec in fine saeculorum ab Ipso etiam consummetur, cum
Christus apparuerit, vita nostra (cf. Col 3,4)” (AAS 57 [1965] I 13).
87
88
Cf. H. SCHLIER, La Fine del Tempo, Brescia, 1974, p 229. El hecho de que la eucaristía no encuentre una
presencia relevante en la predicación del Apóstol se explica, según Schlier, por el hecho de que aún no se
había llegado a un desarrollo teológico sobre la eucaristía. “Era transmitida y se celebraba sin demasiadas
consideraciones especulativas... Si de ella se hablaba, era, a lo más, para preservar su cumplimiento de
interpretaciones equivocadas y de abusos”.
31
89
Se constata, así, que en la acción sacramental del bautismo, junto al don infinito de
gracia y de participación a la comunión divina que se ofrece al creyente, va íntimamente
conexa la exigencia que comporta la nueva dimensión de obediencia y servicio. “El
bautismo es entonces, tanto en su acción como en su significación, el origen de la vida
nueva del cristiano”92. Y esta vida nueva no es otra cosa que, del lado negativo, ser
arrancados del pecado y de la muerte; del lado positivo, ser introducidos a la plenitud de la
vida nueva.
Se puede decir que en la base de las variadas y diversas tradiciones que forman la
Sagrada Escritura, subyace como nota de fondo la actitud amorosa de Dios en las
intervenciones divinas en la historia. Estas intervenciones de Dios se pueden describir
como una obra que a la vez que es creadora es salvadora. Tenemos, así, que ya desde el
exordio de la creación el escritor sagrado califica la obra de Dios como “buena” 96, pues
ella participa de la bondad de su creador. El libro de la Sabiduría expresará bellamente el
amor de Dios por todos los seres, pues de lo contrario no los habría creado (cf. Sab 11,
24). El motivo de la acción de gracias al Señor es precisamente el reconocimiento de su
92
Ibid, p 67.
93
TILLARD, Ecclésiologie de communion, p 201.
94
Ibid, p 201.
95
Cf. Ibid, p 202.
96
Es importante señalar cómo en el relato de la creación, de tradición sacerdotal, el calificativo “buena”
respecto a la obra creadora, aparece siete veces. Al respecto señala G. von Rad: “la creatura que entró en
la existencia es tob (“buena”); término en el que más que un juicio estético hay una indicación de que la
creatura es conforme a su fin, se ajusta a él” en: G. von RAD, El Libro del Génesis, Salamanca, 1988, p 62.
33
amor como eterno, pero que se ha hecho manifiesto como intervención salvadora en la
historia de su pueblo (cf. Sal 118 [117]; 136 [135]).
El evangelista Juan, para hablar de la comunión íntima de Cristo Jesús con los
suyos − por lo tanto, intimidad de comunión con el Padre − emplea expresiones e imágenes
como: la alegoría de la vid y los sarmientos; el tema de la unidad del capítulo 17; el
mandamiento del amor en el capítulo 15 y la idea de “la morada”. Al respecto manifiesta
Tillard que el mandamiento del amor no sería algo así como un precepto más para el
cristiano, sino que es el fundamento de la existencia de la vid97. Por lo tanto la conclusión
es que el “no amar a los otros discípulos es ponerse fuera del ágape del Padre y del
Hijo”98. En la parábola de la vid y los sarmientos va implícita la expresión, propia del
evangelista, de “permanecer” y “morar”. Pero hay que tener en cuenta que no se trata
solamente de una dimensión individual, sino, más bien, de una dimensión con remarcada
connotación colectiva99. Así, “los sarmientos están en la vid, los discípulos en Jesús; la vid
está en los sarmientos, Jesús en los discípulos”100. De todo ello se desprende que la unidad
que ha de caracterizar a los discípulos, como los sarmientos unidos a la vid, es
participación al ágape existente entre Jesucristo y el Padre. Si se vive en este ágape, se
tiene la vida, pues se está en el misterio de la unidad tanto entre los discípulos entre sí,
97
como de ellos con Jesús y el Padre. Es por tanto, el ágape el que da vida. Estamos, así, en
el corazón de la koinônia, es decir el Amor. Esto quiere decir que no hay gracia y
salvación en la separación. En este punto el realismo del evangelista no admite medias
posiciones. El acceso al Padre, que es Amor, se da en Jesús y la comunión con Jesús se da
en cumplir su nuevo mandato del amor. Por lo tanto, el camino a Dios tiene
necesariamente que ser el prójimo. Es esto lo que se quiere decir con la expresión “la
estructura sacramental del amor”.
Tillard, analizando los capítulos 10, 11 y 12 de la primera carta a los Corintios 102,
advierte, primeramente, que, en conjunto, “conciernen inseparablemente a la eucaristía y a
la Iglesia”103. En el capítulo 10, 16s, se habla de la copa de bendición que se bendice y del
pan que se parte en la asamblea de la comunidad. Se pone de relieve que esta copa y este
pan son comunión con la sangre y el cuerpo de Cristo. Así, por la comunión con el cuerpo
de Cristo los cristianos quedan unidos a Cristo y entre sí, de modo que la eucaristía realiza
la unidad de la Iglesia en Cristo. Pues bien, entre esta copa y este pan, señala Tillard, hay
una muy profunda relación con la copa y el pan de los que se habla en 11, 23ss; copa y pan
partido, ofrecidos por el Señor a sus discípulos, la noche en que él fue entregado. Se pone
de relieve, también, la correspondencia estrecha entre el único cuerpo que todos
formamos, del que se habla en 10, 17, y aquella indicación de 12, 27: “vosotros sois el
cuerpo de Cristo y cada uno por su parte es un miembro”. La conclusión es que “el pan
partido y el cáliz compartido llevan a cabo la transición entre el cuerpo personal de Cristo
y el que constituyen los creyentes. El cuerpo eclesial es precisamente aquel en el que el
Espíritu aglutina en la unidad la diversidad de los miembros (12, 13-14), incorporándolos
a Cristo. El acento recae en la relación con Cristo, fuente de la comunión fraternal”104. De
esta vinculación Iglesia - eucaristía se concluye que “«la eucaristía hace a la Iglesia» en la
profundidad mística de cuerpo de la nueva humanidad. La eucaristía se explica por la
101
Ibid, p 36.
102
Cf. Ibid, p 36-38.
103
Ibid, p 36.
104
Ibid, p 37.
35
Cf. Ibid, p 56; Tillard, al respecto, cita algunos textos de San Agustín. En p 51: “Si queréis entender lo que
es el cuerpo de Cristo, escuchad al apóstol: «Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros». Si, pues,
vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, lo que está sobre la santa mesa es un símbolo de vosotros
mismos, y lo que recibís es vuestro propio símbolo (mysterium). […] Sed, pues, miembros de Cristo para
responder con verdad: «Amén». […] Sed lo que veis y recibid lo que sois (estote quod videtis et accipite
quod estis). Esto es lo que dijo el apóstol sobre este pan” (Sermo 272: PL 38, 1246-1248 [TEP II, 209-
211] ); en p 52: “Vosotros estáis sobre la mesa y vosotros estáis en el cáliz; vosotros sois todo esto con
nosotros. Lo somos juntamente. Juntamente lo bebemos porque juntamente lo vivimos. […] Puesto que lo
que se ha realizado es uno, sed también vosotros uno amandoos, guardando una sola fe, una sola esperanza,
un amor indivisible” (Sermo Denis 6: PL 46, 834-836 [TEP II, 218] )
107
Cf. Ibid, p 63.
36
Desde una perspectiva bíblica, la idea de sacrificio es, sobre todo, respuesta
humana a la iniciativa divina de autodonación al hombre109. Se trata de otra óptica del
misterio de la comunión. Es decir, la participación del cristiano en un único sacrificio: el
sacrificio de Cristo. No puede ser de otra manera, pues si se es cuerpo de Cristo, se
participa también en la actitud sacrificial de Cristo al Padre. La respuesta del Cristo total,
la Cabeza junto con sus miembros, no puede darse en otro lugar sino en la Iglesia de Dios.
Y no puede ser sino respuesta que establece una comunión en virtud de la gracia de Cristo.
servicio que se expresa en Jn 13, 16s, con aquella que se encuentra en Lc 22, 27, también
en el relato de la última cena: “¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No
es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”112.
112
Cf. Ibid, p 95.
113
Ibid, p 103.
38
exhorto [...] a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a
Dios: tal será vuestro sacrificio espiritual”.
Ibid, p 115.
Cf. Ibid, p 114.
116
39
demás miembros de la Iglesia, sobre todo con los más necesitados, hace entrar en
comunión con la esperanza de la patria definitiva a la que aspira a llegar todo el cuerpo. La
esperanza a la que aspira la Esposa de Cristo ya está presente en la eucaristía. En ella se
expresa lo que la tradición ha llamado la comunión de los santos117. Esto es, en ella se
celebra y se manifiesta una finalidad. Esta finalidad de la obra de Cristo es aquella que nos
sugiere el Apóstol cuando nos dice “...para que Dios sea todo en todo” (1 Cor 15, 28), es
decir, la comunión con Dios. O con palabras del Apocalipsis: “Vi la ciudad santa ...
engalanada como una novia ataviada para su esposo … esta es la morada de Dios con los
hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será
su Dios” (Ap 21, 2s). Pero esta comunión que se manifiesta en la eucaristía y que, a la
vez, se deriva de ella, comporta la exigencia del servicio mutuo. No olvidemos que en la
redacción joánica el mandato del amor viene a ser como el influjo vital que mantiene en
comunión a los sarmientos con la vid, y en la cena de despedida se expresará
insistentemente en la línea del servicio al ejemplo de Cristo Señor.
117
El símbolo llamado apostólico, según el Ordo Romano, cuando afirma la fe en “la santa Iglesia
Católica” añade: “la comunión de los Santos”, cf. DS 30; Según Sesboüé, B. SESBOÜÉ, El Contenido de
la Tradición: Regla de Fe y Símbolos, en: Historia de los Dogmas I, Salamanca 1994, p 104, “antes de su
insersión en el Símbolo esta expresión designa la comunión en las cosas santas, es decir, en la eucaristía.
[…] A partir de las primeras apariciones de la fórmula en el Símbolo occidental, desaparece la
interpretación eucarística y se comprende esta expresión como un añadido a «la Iglesia católica»:
constituye a la vez su definición, su comentario y uno de sus atributos explicativos. Así es como la
comenta Nicetas de Remesiana... «...confiesas ya que crees en la Santa Iglesia católica. ¿Qué otra cosa es
la Iglesia sino la congregación de todos los santos? […]. Así pues, crees que en esta única Iglesia has de
conseguir la comunión de los santos». La Iglesia es entonces una «comunión», la comunión constituida por
los santos. […] Sobre la base del sentido precedente, esta afirmación llegará a significar la comunión con
los santos del cielo. Porque la catolicidad, considerada en el tiempo, engloba a los justos «que fueron, que
son y que serán»”.
118
119
Ibid, p 38.
120
Cf. nota 106.
41
Pasamos ahora a otro aspecto de la realidad eclesial, el cual manifiesta también una
dimensión de sacramentalidad y que no tiene otra finalidad sino aquélla de ayudar a que la
humanidad entera llegue plenamente al ámbito de la comunión divina. Tal es la función de
la palabra y los servicios − entre ellos el ministerio ordenado − que se dan en la comunidad
eclesial.
121
Cf. TILLARD, Carne de la Iglesia, p 76.
122
Ibid, p 77.
123
Ibid, p 79.
42
Si, por una parte, la fe cristiana afirma la infinita trascendencia de Dios, por la otra,
afirma que, por iniciativa divina, este Dios trascendente, creador de todo cuanto existe, ha
entrado en contacto y comunicación con lo creado. Y aunque los primeros escritores
cristianos atribuyeron las teofanías del Antiguo Testamento al Logos125 por temor de
menoscabar el carácter trascendente de Dios, sin embargo, podemos decir que este mismo
Dios, ya por el hecho mismo de llamar las cosas a la existencia, en ellas se está
manifestando. Esto quiere decir que la creación misma, en cuanto tiene su origen en la
124
Dei Verbum 2: “... et divinae naturae consortes [homines] efficiuntur (cf. Eph 2, 18; 2 Petr 1, 4). Hac
itaque revelatione Deus invisibilis (cf. Col 1, 15; 1 Tim 1, 17) ex abundantia caritatis suae homines
tamquam amicos alloquitur (cf. Ex 33, 11; Io 15, 14 - 15) et cum eis conversatur (cf. Bar 3, 38), ut eos ad
societatem secum invitet in eamque suscipiat” (AAS 58 [1966] II 818).
125
Cf. M. SIMONETTI, Studi sulla cristologia del II e III secolo, Roma, 1993, p 81. Refiriéndose a Diálogo
60, 2; 127, 2 - 4 de San Justino, dice: “Il Dio che è apparso a Mosè non è stato il creatore del
universo, perchè neppure uno sciocco oserebbe dire che il creatore e padre di tutto si è fatto vedere in un
piccolo luogo della terra; infatti egli, il Dio ingenerato, non si muove, non è compreso in un luogo, non si
da a vedere e così via, e questo modo di operare non è suo ma del Dio suo Figlio. […] Giustino continua
osservando, con riferimento alle teofanie, che né Mosè né Abramo né Isacco né Giacobbe né alcun uomo
possono vedere il Padre ma soltanto il Figlio. In effetti è questo il ragionamento in base al quale Giustino
considera il Figlio Logos soggetto delle teofanie veterotestamentarie”.
43
Pero tal manifestación no basta. La iniciativa de Dios ha ido más allá. Para llegar a
los hombres ha escogido como medio la palabra, la cual, en el transcurso de la historia
salvífica, ha revestido modalidades diversas (cf. Hb 1, 1). En esta palabra y paso a paso,
Dios ha comunicado a la familia humana el proyecto − misterio − que él ha tenido desde
siempre; misterio cuya manifestación plena se realizará a través de la Palabra en persona,
Jesucristo (cf. Hb 1, 2s). La autorevelación de Dios, para llegar al hombre, se ha de
revestir del lenguaje, expresiones y signos humanos. En la medida en que estos se hacen
portadores de un contenido divino, adquieren un carácter de sacramentalidad, pues
refieren a un contenido trascendente. Entre estos medios de manifestación la palabra de
Dios, dirigida al pueblo, que luego se registra como escritura, tiene un lugar preeminente.
Esta palabra que se recibe en el pueblo de Dios prepara, a la vez, el momento decisivo en
el que Dios dirige su Palabra, Verbo eterno, a los hombres. De este modo, también la
Palabra, el Logos eterno de Dios, en quien tiene expresión el misterio, se revelará “en unas
voces, en unas palabras, en unos signos humanos, gracias precisamente a Jesucristo, por
medio de la encarnación”127.
Pero esta palabra de Dios, surge y se inscribe en medio de la vida de un pueblo. Por
lo tanto, corresponde, en cierta forma, a sus expectativas. Esta palabra que Dios dirige a
los hombres necesita de la palabra de los mismos hombres. Aquí se inscribe la insustituible
función de la predicación. Así, el anuncio, siendo totalmente de Dios, llega a los hombres
en canales totalmente humanos. Dios ha querido esta mediación y participación. Él “quiere
que sea este pueblo el que, sobre todo por sus «inspirados» movidos por el Espíritu, haga
126
Esta palabra de Dios, expresada en lenguaje humano, es una palabra que se dirige a
todos; por lo tanto, por todos ha de ser percibida. No se trata, pues, en primer lugar, de una
alocución a una persona en particular. Esta palabra tiene la finalidad de congregar a todos
en un solo pueblo. Ella tiene, pues, la finalidad de establecer la comunión; y la realiza
desde el momento mismo que, como locución del misterio en enunciados humanos , da
fundamento a la Iglesia129. Una vez que esta palabra ha quedado manifestada por escrito,
ha sido la misma comunidad eclesial la que ha tenido el cuidado de definir el llamado
canon de los libros inspirados. El objetivo último de este canon no sería otro que el de
mantener a todas las comunidades en una misma comunión, en una misma fe130.
Para Tillard el hecho mismo de que la palabra esté destinada a ser percibida por
todos, muestra ya el carácter comunional de la misma131. Pero habrá que tener en cuenta
que ambos momentos, el de la proposición y el de la aceptación, son inseparables. Por
tanto, se puede decir que el momento de la recepción de la palabra propuesta es el que
manifiesta más específicamente tal carácter de comunión. La recepción, según Tillard,
“designa el proceso por el cual tanto un individuo como el pueblo de Dios como tal hace
de una palabra proclamada una verdad (en su sentido pleno) de su fe, integrada en lo que
él reconoce como expresión auténtica de la revelación”132. Este proceso de “recepción”
construye la comunión eclesial desde el momento mismo en que es un acto que está
referido al contenido de la fe. Y la fe, no olvidemos, más que un acto individual y privado,
es la fe de toda la Iglesia. El don de la fe de una sola persona no se entiende si no es en
128
Ibid, p 122.
129
Cf. Ibid, p 122.
130
Cf. Ibid, p 123.
131
Cf. Ibid, pp 122 - 132.
132
Ibid, p 140. Aquí Tillard afirma que “tanto el individuo como el pueblo de Dios hace de una palabra
proclamada una verdad de su fe”. Hay que aclarar que el carácter de verdad del contenido de una
proposición no depende de la aceptación o no aceptación en sí de tal proposición, pues la verdad es verdad
en sí misma. Pero si con tal enunciado nuestro autor quiere expresar el acto de aceptación de tal palabra
como verdad de fe, entonces estoy de acuedo. Puede verse también en p 133, que, al hablar de
“recepción”, explica que ésta no es la que da a una declaración magisterial el carácter de verdad, sino la
confirmación cierta de que en tal declaración se encontraba la verdad. Hasta aquí todo bien, pero añade:
“de este modo la verdad «se hace» gracias a la comunión”, lo cual no me parece exacto. Yo diría, la verdad
se da en la comunión, y ésta es la que se hace en la verdad.
45
comunión con la fe de la Iglesia de todos los tiempos y lugares. Además, dicho proceso
está en una íntima relación con la vida litúrgica de la Iglesia. Es precisamente en la liturgia
donde verdades de fe tan importantes, como las referentes al misterio trinitario, han
encontrado aceptación de parte del pueblo de Dios133. Aquí vale aquel adagio según el cual
la liturgia se convierte en fuente de conocimiento teológico: “que la regla del orar
establezca la manera del creer (lex orandi lex credendi)”134.
133
vitalidad eclesial está basada no en la “recepción” abstracta de una doctrina, sino que tal
vitalidad ha de encarnarse en una comunión muy concreta137.
La Constitución Lumen Gentium dedica el capítulo IV a los laicos. El término laicos aparece 148 veces en
los documentos conciliares. Estamos, pues, ante una reivindicación del papel del laico en las tareas
eclesiales, y ello no como una concesión, sino como el reconocimiento de un derecho y un compromiso
que surge de la inserción del creyente en Cristo por el bautismo.
140
episcopado − asegura en cada generación “el vínculo con el núcleo apostólico sobre el que
el Señor no cesa de «fundar» a su Iglesia”141; los “servicios al evangelio” se encaminan a
lograr que la Iglesia se encarne verdaderamente en el entramado de la humanidad, fiel a su
identidad, pero siempre en apertura a las necesidades presentes142.
Para comprender la función del ministerio ordenado, hemos de tener presente que
éste se da en la comunidad y para la comunidad; y que, como elemento esencial de la
Iglesia en su fase peregrinante, se inscribe dentro de la comunión eclesial144. Podemos
decir, por tanto, que su finalidad no es otra que estar al servicio de la comunión. Éste es un
servicio que comprende dos perspectivas: el presidir la eucaristía y el representar a la
comunidad.
141
Ibid, p 231.
142
Cf. Ibid, p 231. Sobre este punto es necesario tener presente la enseñanza del Concilio en LG 10b: “El
sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordenan el uno para el otro,
aunque cada cual participa de forma peculiar del único sacerdocio de Cristo. su diferencia es esencial, no
sólo gradual”
143
149
Cf. Ibid, p 213. Tillard pone de manifiesto, también, el hecho de que para la Iglesia de los primeros
siglos la relación del obispo con su comunidad se entendía bajo la imagen de los desposorios. Si Cristo es
esposo de la Iglesia, el Obispo, siendo imagen de Cristo para su comunidad, es el esposo de su iglesia.
Aquí se pone de relieve que la representación más que jurídica, tiene una base teológica y se deriva de la
comunión.
150
Cf. Ibid, p 195, donde Tillard cita a Vicente de Lerins: “«Guarda el depósito, es decir, lo que se te ha
confiado y no lo que tú has inventado, lo que has recibido y no lo que tú has pensado (...). No eres autor
sino guardián, no eres fundador sino discípulo (…). Has recibido oro: restituye el oro (…). Enseña lo
mismo que te han enseñado. Y aunque te expreses de forma nueva, no digas cosas nuevas»
(Commonitorium, PL 50, 667)”
50
Resulta significativo el hecho de que en todo el texto bíblico aparece cuatro veces
la expresión “cielo nuevo y tierra nueva” (Cf. Is 65, 17; 66, 22; 2 Pe 3, 13; Ap 21, 1),
siempre con una connotación, a la vez rememorativa − en cuanto atiende a la acción de
Dios en el pasado − y escatológica, en cuanto que apunta − la tierra inclusive − a la plenitud
escatológica del designio divino.
empuja − desde luego que no sin la gracia del Señor resucitado − hacia la plenitud del don
de Dios, la plenitud de los bienes escatológicos en ella prometidos a la humanidad.
154
Cf. TILLARD, L’Église Locale, p 16. NOTA: no trataré aquí la cuestión de si la catolicidad es plenitud
o extensión geográfica. Sobre este punto se puede ver: J.M.-R. TILLARD, L’Église, catholique. La
catholicité: plénitude ou extention?, en: TILLARD, L’Église Locale, pp 17 - 29; también: J.M.-R.
TILLARD, Église catholique ou Église universal?, CristStor 16 (1995) 341 - 360.
155
Habrá que tener en cuenta dos cosas: primero, que en el uso del binomio
«particular-universal» se corre el riesgo de ver la Iglesia particular y la Iglesia universal
como dos realidades contrapuestas, en vez de verlas como dos dimensiones del ser de una
única realidad158; segundo, el término «particular» deja escapar la comprensión de la
referencia al lugar, y con ello a la connotación cultural y geográfica, aspecto de gran
importancia para nuestra consideración eclesiológica.
En cuanto a cuestión terminológica, quizá está de más el decirlo, en Tillard
prevalece el uso del término «local»159 cuando hace referencia a la Iglesia de Dios en un
lugar concreto. Para él la Iglesia local “constituye la sociedad donde se comunican en
Cristo las realidades que componen concretamente la humanidad. Ella es el espacio donde
el diseño creador y el plan divino de salvación convergen en la «realización» (la teleiôsis)
del Señorío de Cristo”160. Con ello, por lo general, se refiere a la diócesis.
Teniendo en cuenta que la diócesis es la realidad que de una manera más completa
o precisa corresponde a la expresión Iglesia particular, es necesario ver la noción que de
ella nos ofrece el texto conciliar. En el Decreto Christus Dominus se nos describe la
diócesis como: “Una porción del Pueblo de Dios que se confía a un obispo para que la
apaciente con la cooperación del presbiterio, de forma que, unida a su pastor y reunida por
él en el Espíritu Santo por el Evangelio y la Eucaristía, constituye una Iglesia particular, en
158
Cf. Ibid, p 342.
159
Respecto a este punto, es bastante significativo el hecho de que a su última obra Tillard haya dado
precisamente por título: L’Église Locale. Con ello, ya de entrada, se indica el punto donde quiere poner el
énfasis.
160
TILLARD, L’Église Locale, p 555: “L’Église locale constitue la société où passent dans le Christ les
réalités qui composent concrètement l’humanité. Elle est l’espace où dessein créateur et plan divin de Salut
convergent dans l’«accomplissement» (la teleiôsis) de la Seigneurie du Christ”
53
que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y
apostólica”161.
a)._ El uso del término portio en vez de pars. La definición que aparecía en el
primer esquema era: “Diocesis est pars quaedam dominici gregis quae Episcopo
concreditur, ...”162, que si bien, no fue aceptada, era en razón de que el acento se cargaba
hacia el aspecto jurídico y no hacía referencia a los elementos divinos que la constituyen
como Iglesia163. Tal vez, en las lenguas modernas, los términos pudieran parecer
sinónimos; pero el hecho del cambio, y como consta en las intervenciones conciliares, se
percibe en las palabras latinas una variación de significación. Con ello se ha querido evitar
la idea de fragmentación que en un primer momento sugiere la expresión pars.
b)._ El acento se pone en la comunidad y no tanto en el aspecto territorial. La
diócesis, antes que nada, es una comunidad de creyentes, una porción del Pueblo de Dios.
Este es el elemento constituyente. El elemento territorial, en cambio, solamente la
determina. Éste entra en la definición, pero no como el criterio de distinción, sino con una
valencia mucho más rica. El territorio asume la plenitud de significación del elemento
cultural de cada pueblo donde se concretiza la Iglesia universal.
c)._ La Diócesis constituye una Iglesia particular, en la que verdaderamente está y
obra la Iglesia de Cristo. Encontramos aquí en juego los dos elementos constituyentes de
una Iglesia particular, como son: la autonomía y la comunión. Desde el primero se define
la identidad propia de cada una de estas comunidades, con sus rasgos característicos
propios, su cultura, y su modo específico de vivir y celebrar la fe. Pero sin una referencia,
161
Christus Dominus, 11: “Diocesis est Populi Dei portio, quae Episcopo cum cooperatione presbyterii
pascenda concreditur, ita ut, pastori suo adhaerens ab eoque per Evangelium et Eucharistiam in Spirito
Sancto congregata, Ecclesiam particularem constituat, in qua vere inest et operatur Una Sancta Catholica et
Apostolica Christi Ecclesia”. A A S 58 (1966) 677.
162
Acta Synodalia Sacrosancti Concilii Oecumenici Vaticani II, III/II, Typis Polyglottis Vaticanis, 1974, p
26. También es de notar que el título del capítulo segundo de este primer esquema dice: “De
Episcopis quoad Ecclesias peculiares seu Dioecesis”, que en el texto final se lee: “De Episcopis quoad
Ecclesias particulares seu Dioecesis” (Cf. Acta Synodalia, mismo volumen, p 386)
163
Cf. Ibid, p 273. en la intervención del Arzobispo Ignacio Ziadé se encuentra lo siguiente: “«dioecesis est
pars quaedam dominici gregis quae episcopo concreditur», sed hoc iuridice tantum exprimitur. Cur,
venerabiles Patres, in textibus huius Concilii, mens iuridica quasi semper sensum mysterii obscurat?
Antequam fit pars iuridica dominici gregis, dioecesis est Ecclesia localis quae non est pars quaedam
Ecclesiae universalis sed potius signum visibile et efficax quo tota Ecclesia praesens hic et nunc efficitur.
Sicut Corpus Domini in sacra liturgia rumpitur sed non divitur atque totus est in unaquaque hostia, ita tota
Ecclesia in unaquaque Ecclesia locali”.
54
es decir, comunión, con las otras Iglesias, y con la Iglesia de todos los tiempos y lugares,
esa identidad y autonomía propias carecerían de valor. Descubrimos así, cómo el segundo
elemento es fundante en la constitución y en el ser Iglesia de cada una de estas
comunidades.
164
Cf. Lumen Gentium 23a: “in quibus et ex quibus una et unica Ecclesia catholica existit” AAS 57(1965)
27.
165
Ibid, 26a: “Haec Christi Ecclesia vere adest in omnibus legitimis fidelium congregationibus localibus”
AAS 57 (1965) 31.
55
Si, por una parte, en la Iglesia particular se presenta y se realiza la Iglesia universal
cuerpo de Cristo, por la otra, es precisamente a imagen de ésta que aquélla logra su
realización166. En esta perspectiva, desde el texto conciliar se desprende que “las Iglesias
particulares no son partes que por adición o federación constituirían la Iglesia universal. Al
contrario, cada Iglesia es la Iglesia de Cristo en cuanto presente en un lugar determinado,
provista de todos los medios de salvación que el Señor ha dado a su Pueblo”167.
La Iglesia, al mismo tiempo que es universal, es local; pues no se puede decir que
primero existen la Iglesias particulares y de la suma de todas resulta la Iglesia universal.
Aunque, en sentido inverso, tampoco se puede decir que primero exista la Iglesia universal
y después las Iglesias particulares, pues desde el momento en que la Iglesia se forma por
personas en comunidad, ya lleva impreso el rasgo de la particularidad. Al respecto De
Lubac decía: “Una Iglesia universal anterior, o supuesta existente fuera de todas las
Iglesias particulares no es sino un ser de razón”168. Mas si la Iglesia universal es
impensable sin una expresión concreta de realización, la Iglesia local, igualmente, deja de
ser Iglesia si no es ella misma la expresión de la Iglesia universal. Así lo expresa el texto
conciliar: “esta variedad de Iglesias locales […] muestra admirablemente la indivisa
catolicidad de la Iglesia”169. Al respecto K. Rahner dice: “la Iglesia local no es solamente
una filial − fundada en un segundo tiempo − de la única Iglesia universal, […] sino el
evento mismo de esta Iglesia universal”170.
166
Cf. Ibid.
167
G. PHILLIPS, La Chiesa e il suo mistero nel Vaticano II, Milano, 1969, p 271.
168
Citado por Pierre Jay en: P. JAY, Défense et Illustration de l’ecclésiologie de Communion, EsprVie 102
(1992) 363: “Une Église universelle antérieure, ou supposée existante en dehors de toutes les
Églises particulières n’est qu’un être de raison (Les Églises particulières dans l’Église universelle, p. 54)”
169
Lumen Gentium 23d: “Quae Ecclesiarum localium […] varietas indivisae Ecclesiae catholicitatem
luculentius demonstrat” AAS 57 (1965) 28-29.
170
Citado en: B. NEUNHEUSER, Chiesa universale e Chiesa locale, en: La Chiesa del Vaticano II, [G.
Baraúna, Ed.], Firenze, 1965, p 634 (K. RAHNER, J. RATZINGER, Episcopat und Primat [«Quaestio
disputata» 11], Friburgo 1961).
56
Como una anotación previa, hay que señalar que el ministerio es un don de Cristo a
su Iglesia, con el propósito de que ésta alcance su fin, que es la comunión divina. Este
ministerio y las estructuras en la Iglesia corresponden, según Tillard, a la etapa
171
Cf. Sacrosanctum Concilium 41b.
172
Ibid, 42: “Inter quos paroeciae, localiter sub pastore vices gerente Episcopi ordinatae, eminent: nam
quodammodo repraesentant Ecclesiam visibilem per orbem terrarum constitutam” AAS 56 (1964) 112.
173
Lumen Gentium 26a.
174
B. NEUNHEUSER, Chiesa universale e Chiesa locale, p 639.
57
Podemos decir que el ministerio del obispo se manifiesta como signo y garantía de
la comunión en la Iglesia si lo contemplamos tanto desde su origen, como desde su
desarrollo y la finalidad a la que se orienta. Primero: en cuanto al origen de tal ministerio,
la misión que él desempeña, como sucesor de los apóstoles, le ha sido encomendada por
Cristo. Y la voluntad de Cristo, en definitiva, es que “todos sean uno” (Jn 17, 21).
Segundo: la realización de este ministerio se despliega en la línea de la palabra y la línea
sacramental, lo cual quiere decir que está en una relación esencial con el Evangelio y la
Eucaristía cuya finalidad, como ya vimos, no es otra sino crear comunión. Tercero: el fin
al cual se orienta el ministerio del obispo es garantizar la unidad de fe en la vida de la
comunidad, así como la certeza de estar en continuidad con la genuina tradición, lo cual no
tendría razón de ser si no es en vistas de participar en la única comunión de la Iglesia, que
es la comunión de Cristo con el Padre.
175
Cf. TILLARD, L’Église Locale, p 161. Obviamente que esta afirmación no hace referencia al carácter
que imprime el sacramento del orden, pues si se es sacerdote, se es para siempre. Se refiere, más bien, al
ejercicio y función del ministerio como perteneciente a la etapa peregrinante de la Iglesia.
176
Lumen Gentium 10b.
177
Cf. TILLARD, L’Église Locale, p 153. Para Tillard el ministerio ordenado depende del sacerdocio
bautismal de los miembros de la comunidad “dans la mesure où il ne saurait être ministre s’il n’était pas
baptisé et où les acts qu’il pose exigent d’être inscrits dans le corps sacerdotal qu’est l’Église. Il n’est pas
accidentel que le Nouveau Testament réserve à la communauté ecclésiale comme telle la qualité
sacerdotale”.
58
178
TILLARD, L’Église Locale, p 166. A la luz de esta diaconía se ha de comprender el término jerarquía.
Dice Tillard: “le mot «hiérarchie» que nous venons d’évoquer doit être entendu, lui aussi, selon sa
sisnification théologique. L’archè désigne en ce contexte le diakonos du Dieu principe, celui dont la
fonction est de renvoyer au Christ (Col 1, 18; voir Ap 3, 14) et en lui au Père (Ap 1, 8; 21, 6) donc à la
source même du Salut, à la racine de la communion dans l’Ésprit, avec la lourde responsabilité de garantir
l’authenticité des moyens de Salut offerts et d’y garder l’Église” p 171.
179
Cf. Ibid, p 167.
180
Cf. Ibid, p 173.
181
Lumen Gentium 25a. AAS 57 (1965) 29.
182
Cf. J. LÉCUYER, Il triplice ufficio del Vescovo, en: La Chiesa del Vaticano II, [G. Baraúna, Ed.],
Firenze, 1965, p 853 (Lécuyer cita: Decretum de Reformatione, Sess. 5, c. 2, n. 9 [Conc. Oecum.
Decreta, ed. Herder, 1962, p. 645] ).
183
Ibid.
59
dirige a todo hombre, con la finalidad de congregar a todos los que crean, en un solo
pueblo. Pero para el ya creyente esta palabra va acompañada con el carácter de autoridad
con que Cristo ha revestido la predicación apostólica: “los obispos […] revestidos de la
autoridad de Cristo, predican al pueblo a ellos encomendado la fe que se ha de creer y ha
de aplicarse a la vida”184.
Por el hecho de que esta función es un servicio al Evangelio, por esto mismo se
manifiesta como un servicio a la comunión, dado que no se trata de la exposición de la
palabra propia del obispo, ni de una intuición muy particular o de proponer sus propias
ideas − por muy brillantes y excelentes que éstas sean −, sino del contenido salvífico de la
Revelación que es una y se ha manifestado como una «de una vez para siempre» en
Jesucristo. Se trata de la predicación de una sola fe que es la fe de la Iglesia. Y en la
palabra del obispo, cuando expone y defiende esta fe, se hace presente la palabra
apostólica. Así, en la palabra del obispo, el servicio a la palabra evangélica se perpetúa en
la Iglesia.
Los medios por los cuales el obispo ejercita este oficio de santificación son: la
palabra y los sacramentos, así como, también, la oración y el ejemplo. De la santificación a
través de los sacramentos, la Eucaristía tiene especial relieve, pues “por ella vive y crece”
184
Lumen gentium 25a.
185
Ibid, 26a.
186
Cf. TILLARD, L’Église Locale, p 161.
60
la comunidad, aunque el que celebra sea solamente sacerdote. A este propósito dice
Lécuyer: “una primera constatación es que cada sacerdote que celebra, lo hace
legítimamente sólo en directa dependencia del obispo. Pues fue solamente al colegio de los
Doce, a quien Cristo, en la última cena, dio el mandato: «haced esto en memoria mía» (Lc
22, 19); toda celebración que se haga en la Iglesia […], no podrá realizarse sino en
dependencia de esta misión confiada a los Doce y trasmitida a sus sucesores”187.
El texto también señala la oración y la predicación como medios por los cuales el
pastor santifica la comunidad: “ita Episcopi, orando pro populo et laborando, de
plenitudine sanctitatis Christi multiformiter et abundanter effundunt”189. Se percibe que la
eficacia de la predicación está en relación directa con la oración, la cual, aún cuando sea
individual, reviste un carácter comunitario.
187
J. LÉCUYER, Il triplice ufficio del Vescovo, p 859.
188
Lumen Gentium 26a.
189
Ibid, 26c. AAS 57 (1965) 32.
190
Ibid.
61
Espíritu Santo. De otra forma, habría que considerar los párrafos [del texto conciliar] sobre
los carismas como literatura sin contenido”194.
Que el ejercicio de esta función está orientada a la comunión, el mismo texto del
Concilio nos lo manifiesta cuando expresa cuál ha de ser la actitud de los fieles ante este
oficio del obispo: “los fieles, por su parte, deben estar unidos [adhaerere] a su obispo
como la Iglesia lo está respecto de Cristo y como Cristo mismo lo está con el Padre, para
que todo se armonice en la unidad y crezca para la gloria de Dios”195. Se trata, pues, llegar
a la unidad, hasta la comunión extrema existente entre el Padre y Cristo Jesús. La finalidad
última de esta función, al igual que de las anteriores, es la gloria del Padre.
3.2.4 El testimonio.
194
G. PHILLIPS, La Chiesa e il suo mistero, p 309
195
Lumen Gentium 27c.
196
Ibid, 26c.
63
Hemos visto cómo la función pastoral del obispo, desplegada en tres campos muy
concretos, al hacer presente a Cristo a la comunidad eclesial, tiene como finalidad la vida,
el crecimiento y santificación de la Iglesia de Dios, la cual toma rostro concreto en la
Iglesia particular. Esta vida, crecimiento y santificación no significan otra cosa que
crecimiento y progreso en la comunión con el diseño salvífico del Padre, anunciado y
realizado por Cristo, diseño al servicio del cual se orienta el ministerio del obispo.
Veremos, ahora, la comunidad como el lugar donde se realizan estas tres funciones, y la
construcción de la comunión a partir de la misma, es decir, en la respuesta y participación
de la comunidad en el desenvolvimiento de estos oficios ministeriales.
Si, por una parte, como ya veíamos, el oficio del anuncio y predicación del
Evangelio aparece en primera línea entre las tareas del ministerio episcopal, esto mismo,
por la otra, nos muestra que, por parte de la comunidad ha de haber una preocupación de
primer orden en “ser asidua a la enseñanza” (cf. Hch 2, 42). Es decir, que la comunidad en
cuanto tal, no sólo es el espacio o el lugar donde se desenvuelve esta función de la palabra,
sino que ella misma toma parte en esta responsabilidad de evangelización. Muy
acertadamente lo expresaba el Papa Pablo VI cuando decía: “evangelizar, de hecho, es la
gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda”197. Ahora bien, hemos
visto que, según la doctrina conciliar, la Iglesia existe en y a partir de la Iglesia particular,
197
PABLO VI, Evangelii Nuntiandi, 14; DS 4573.
64
y que ésta está formada a imagen de la Iglesia universal198; entonces, podemos decir que
estas palabras del Papa se aplican muy bien a la Iglesia diocesana, que, incluso, en ella es
donde encuentran realización concreta.
198
Cf. Lumen Gentium 23a.
199
PABLO VI, Evangelii Nuntiandi, 19; DS 4575.
200
Lumen Gentium 9a.
65
201
TILLARD, Iglesia de Iglesias, p 262.
202
Ibid, p 265.
203
Cf. PABLO VI, Evangelii Nuntiandi, 24: “el que ha sido evangelizado evangeliza a su vez […] Es
impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al reino sin convertirse en alguien
que a su vez da testimonio y anuncia”
204
Cf. TILLARD, Iglesia de Iglesias, p 265.
66
205
TILLARD, Carne de la Iglesia, p 130.
206
J. LÉCUYER, Il triplice ufficio del Vescovo, p 861.
67
IV CONCLUSIÓN
en Cristo. Pero todo esto se realizará bajo la iluminación doctrinal aportada por un
determinado modelo o concepción eclesiológica. De esta forma, se puede decir que el
actuar eclesial depende en gran parte de los aspectos que se resalten en la conciencia del
ser de Iglesia.
Las imágenes que mejor expresan esta índole mistérica de la Iglesia son
precisamente la Iglesia sacramento universal de salvación y la consideración de la Iglesia
como communio (koinônia). Pero, podemos decir que el modelo de koinônia subyace en
todos los demás. Así, si la Iglesia es Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo o Templo del
Espíritu, en estas imágenes va implicada profundamente la comunión con el Padre por
Cristo en el Espíritu. Porque, como hemos visto en el primer capítulo de la presente
disertación, la Iglesia es comunión: tanto en el origen de su misterio, que es el misterio
trinitario mismo; en la manifestación y realización del misterio de la Iglesia en la historia,
“que todos sean uno” (Jn 17, 21); y en su manifestación escatológica en la parusía.
Por otra parte, las imágenes de la Iglesia como koinônia y como sacramento son
demasiado afines, de tal forma que si ella es comunión, lo es porque en ella encontramos la
sacramentalidad de la salvación, y si es el signo visible de la salvación de Cristo, lo es
porque ella está destinada a ser el lugar de convocación y reunión no sólo de los creyentes,
sino de la humanidad entera en Cristo.
210
Cf. Lumen Gentium 48b.
69
que éste último adquiere su valor y significación en aquél. Por otra parte, ante la creciente,
sintomática y generalizada manifestación de rechazo o de indiferencia hacia la misma, nos
hace pensar que una justa visión de la Iglesia desde el ángulo que ofrecen estas categorías,
nos ayuda a descubrir la dimensión más profunda de la realidad eclesial. No podemos
negar el hecho de que para muchos cristianos que hasta ayer les animaba un cierto
entusiasmo y compromiso en la vida eclesial, hoy se van retirando de las filas eclesiales en
busca de otras “experiensas” religiosas o se alejan con la pretensión de arreglar su vida de
fe en Dios y en Jesucristo sin necesidad de la mediación de la Iglesia; nos encontramos,
así, ante el slogan últimamente ‘famoso’: Jesucristo sí, Iglesia no! Me permito transcribir
textualmente las palabras de una estudiante latinoamericana en Alemania: “la verdad es
que me considero una persona muy espiritual y quizá por lo poco que conociste de mi
trabajo tú pudiste notarlo. El punto es que la Iglesia como institución ya no me ofrece lo
suficiente, la veo demasiado humana. Incluso aquí […] ... hay que ver cómo se utiliza el
nombre de Dios. Es más, aún entre tus compañeros, los sacerdotes y los seminaristas con
los que tuve la oportunidad de convivir […] vi muy pocos corazones”.
211
Cf. Nota número 82.
70
pretender ser mediación segura para que otros tengan el “acceso a la Palabra”, a Jesucristo
y, en él, al Padre? Hay que tener presente que no podemos eludir el encuentro comunitario
como coordenada constituyente de este encuentro salvífico. En este sentido los textos
bíblicos son abundantes y claros, aquí me limito a recordar palabras ya citadas del
Vaticano II: “Quiso, sin embargo, el Señor santificar y salvar a los hombres no
individualmente y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que le conociera en la verdad
y le sirviera santamante”212.
Retomando la idea de “la ida y vuelta” que debe haber entre la reflexión
eclesiológica y la pastoral de la vida de la Iglesia, veo que es precisamente el modelo de
koinônia el que mantiene ambos aspectos en mutua relación. Esta vuelta hacia la
dimensión mistérica de la Iglesia ha hecho sentir en la pastoral la necesidad de la
organicidad y planeación. Le ha hecho descubrir que para una mayor respuesta al proyecto
de salvación tiene que adoptar métodos de trabajo pastoral que potencien el aspecto
comunitario del ser y de la acción eclesial. Por eso, no se puede pensar que la “pastoral
orgánica” o “pastoral de conjunto” sea una propuesta más entre tantas. Se trata más bien de
un proceder consecuentemente con las líneas resaltadas en la reflexión eclesiológica
conciliar.
212
Lumen Gentium, 9a.
71
Pues bien, ahora me doy una idea de cuál es el motivo por el que ese proceso es
“un cuento de nunca acabar”. En el fondo, no se trata de otra cosa que del dinamismo
comunional de la construcción del Reino, al servicio del cual la Iglesia ha de empeñar su
ser y su acción. Y este dinamismo exige una tensión continua. Nunca se puede decir “ya
hemos terminado”, porque, aunque estamos en el ya del Reino, vivimos al mismo tiempo
el “todavía no”. Así, si la finalidad de la existencia y de la misión de la Iglesia es un
servicio que tiene como ojetivo la comunión de la humanidad en el proyecto divino de
salvación, podemos concluir que, en una comunidad diocesana − expresión visible y
concreta de la Iglesia universal −, todo lo que no se oriente a la construcción de la
koinônia, no pertenece al ser eclesial y no responde al plan de Dios.
formas existen: así, por ejemplo, el trabajo conjunto de cada Conferencia Episcopal es
muestra de ello; igualmente, la ayuda, no sólo económica, de unas diócesis a otras, sobre
todo a las más necesitadas, encuentra motivación en la conciencia de está comunión. Pero,
en cuanto a la comprensión de la comunión, hace falta referirla también a las otras Iglesias
y no quedarnos solamente con una visión centralizante de la comunión. Hoy, no solamente
no es factible, sino impensable, una comunicación epistolar, al estilo de San Ignacio de
Antioquía, entre las distintas Iglesias.
Grande mérito del autor es el mostrarnos cómo esta dimensión comunional penetra
las distintas coordenadas o componentes de la realidad eclesial. Así, en un primer plano,
descubrimos que el carácter de comunión es esencial a la Iglesia por el hecho de ser una
realidad originada en la comunión trinitaria, hecha presente en la historia con una
proyección escatológica. El segundo nivel de esta comunión lo encontramos en la apertura
que ha de haber hacia los otros, pues por la participación a la gracia salvífica de Jesucristo
y por la fuerza del Espíritu, se presenta al creyente un horizonte de realización de
fraternidad (koinônia) en el corazón de la propia existencia. Por otra parte, los medios que
garantizan y aseguran esta comunión − la Palabra y sacramentos, sobre todo la Eucaristía,
carisma y ministerio − exigen conversión, disposición y compromiso para la realización de
la misma.
Volviendo a las raíces de la tradición bíblica y patrística, Tillard nos hace ver que
esta naturaleza y esta misión de la Iglesia están intrínsecamente marcadas por un carácter
comunional. Por lo tanto, en nuestra consideración eclesiológica no podemos prescindir de
73
tal dimensión, pues ésta − sin absolutizarla −, podemos decir, se encuentra de alguna foma
inherente a cualquier modelo o imagen empleda en la descripción del misterio de la
Iglesia. Y si ésta es la realidad, las consecuencias para la acción y práctica pastoral no
serán de poca importancia. Nos hace ver, así, que la koinônia, siendo un don de Dios para
la comunidad, es también un grande compromiso y tarea.
Otro aspecto que hay que poner de relieve en la obra de Tillard es que da un lugar
preeminente a la acción del Espíritu Santo como don del Señor resucitado en la obra de la
koinônía. Esta presencia operante del Espíritu aparece en total armonía con la acción del
Kurios en la comunidad creyente. Por eso no resulta extraño la preponderancia que el autor
atribuye al evento de Pentecostés para este dinamismo comunional. Es una excelente
forma de presentar las líneas eclesiológicas de la comunión en clave cristológico-
pneumática en un vasto contexto antropológico.
Podemos decir, también, que si la obra eclesiológica de nuestro autor, por una
parte, se ancla fuertemente en los datos neotestamentarios y de la tradición de la grande
Iglesia, por la otra, no deja de situarse en el momento y situación de la humanidad hoy,
imprimiendo, además, a la reflexión no sólo una proyección al futuro, sino, incluso, una
dimensión escatológica.
BIBLIOGRAFÍA
214
Cf. TILLARD, Iglesia de Iglesias, p 223; Ibid, p 290; ID. El Obispo de Roma, Santander, 1986, p 74;
ID. L’Église Locale, pp 484-489.
215
Cf. TILLARD, Iglesia de Iglesias, p 140; ID. El Obispo de Roma, p 30.
216
Cf. TILLARD, L’Église Locale, p 16.
217
Cf. TILLARD, El Obispo de Roma, p 58.
75
A. _ DOCUMENTOS.
Dei Verbum, Constututio Dogmatica de divina Revelatione, AAS 58 (1966) 817 - 830.
b)._ OTROS:
Acta Synodalia Sacrosancti Concilii Oecumenici Vaticani II, II/III, Typis Polyglottis
Vaticanis, 1974.
B . _ BIBLIOGRAFÍA BÁSICA.
a)._ TEXTOS:
76
b)._ ARTÍCULOS:
ID. Corps du Christ et Esprit Saint. Les exigences de la communion, Irén 63 (1990)
163 - 185. [citado: TILLARD, Corps du Christ].
ID. Église et salut. Sur la sacramentalité de l’Église, NRTh 106 (1984) 658 - 685.
[citado: TILLARD, Église et Salut].
ID. The Church of God is a communion: the ecclesiological perspective of Vatican II,
OneChr 17 (1981) 117 - 131. [citado: TILLARD, The Church of God].
a)._ TEXTOS:
DALY, R. J., Sacrifice, en: The New Dictionary of Theology, [J. A. Komonchak, Ed.],
Dublín, 1990.
LÉCUYER, J., Il triplice ufficio del Vescovo, en: La Chiesa del Vaticano II, [G. Baraúna,
Ed.], Firenze, 1965.
LONGHITANO, A., Chiesa Particolare e Chiesa Universale, en: Il Diritto nel Mistero
della Chiesa, a cura del Gruppo Italiano Docenti di Diritto Canonico, Roma, 1990.
NEUNHEUSER, B., Chiesa universale e Chiesa locale, en: La Chiesa del Vaticano II, [G.
Baraúna, Ed.], Firenze, 1965.
PHILLIPS, G., La Chiesa e il suo mistero nel Vaticano II, Milano, 1996.
SCHILLEBEECKX, E., Cristo, Sacramento del Encuentro con Dios, San Sebastián, 1965.
SIMONETTI, M., Studi sulla cristologia del II e III secolo, Roma, 1993.
b)._ ARTÍCULOS:
JAY, P., Jean Marie R. Tillard: Église de Églises. L’ecclésiologie de communion, EspVie
98 (1988) 296 - 299. [citado: P. JAY, Jean Marie R. Tillard: Église de Églises].
O’CONNOR, M., The Holy Spirit and the Church in Catholic Theology: a study in the
ecclesiology of J. M. R. Tillard, OneChr 28 (1992) 331-342. [citado:
O’CONNOR, The Holy Spirit and the Church].
78
POTTMEYER, H., The Church as Mysterium and as Institution, Conc 188 19 (1986)
99-12.
79
ABREVIATURAS
Conc = Concilium
DC = La Documentation Catholique.
Irén = Irénikon