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Deducción Trascendental: Refutación o Negociación1

Gonzalo Serrano Escallón

I. Preliminar
Durante las últimas décadas, la deducción trascendental, núcleo argumentativo de la
Crítica de la razón pura, ha sido examinada casi exclusivamente a la luz del desafío
escéptico. No hay duda de la legitimidad de tal tratamiento en el contexto concreto de la
filosofía anglosajona, especialmente en virtud del protagonismo que el escéptico ha
adquirido en la epistemología contemporánea 2. Según ello, Kant sería un caso
paradigmático de confrontación entre las pretensiones objetivistas de la ciencia y el
escepticismo. Sin embargo, uno de los damnificados de esta situación podría ser el propio
Kant, cuando se quiere ir más allá del instrumental argumentativo que él puede proveer en
esta justa, es decir, cuando de lo que se trata es de aproximarse al propio texto kantiano, y
al contexto que lo enmarca. Para ello, para asegurar una mejor comprensión de la
intención y del lugar de la Deducción Trascendental en su Filosofía Crítica, habría que
guardarse por lo pronto de los dos siguientes peligros.

En primer lugar, habría que guardarse del peligro que entraña reducir la deducción
trascendental de las categorías a una mera refutación, en este caso, de la posición
escéptica, pues suscita de entrada algunas inquietudes. Para empezar, formalmente una
refutación es un trámite argumentativo que denota la unidireccionalidad de la relación
entre quien refuta y quien es refutado; si, atendiendo al contenido ahora de la deducción
trascendental, Kant intenta refutar al escepticismo, entonces estaría comprometido con
defender la posición del dogmatismo. Sabemos, por manifestación del propio Kant, que su
labor crítica se distingue tanto del escepticismo como del dogmatismo, que son los dos
rivales entre los que tendría que ocurrir la refutación. Sería unilateral considerar la labor
crítica de Kant como una mera refutación.

Podríamos, entonces, pensar que se trata de dos refutaciones, tanto la del escéptico como
la del dogmático. En efecto, ambos quedan refutados y con ello podríamos subsanar la
objeción de unilateralidad. Nos queda por determinar, quién refuta a quién: ¿mutua
refutación del dogmático y el escéptico? O, ¿más bien se trata de la refutación de los dos
1
El presente trabajo es producto de la investigación ‘La deducción trascendental de
las categorías de Kant’ (código 7271) dentro de las actividades del grupo Dialéctica y
mos geometricus con el apoyo de la Dirección de Investigación de la Sede Bogotá de la
Universidad Nacional de Colombia.
2
Patricia Kitcher testimonia igualmente esta ambigua relación entre Kant y el escepticismo:
“Aunque no creo que a Kant le interesara combatir el escepticismo en general, esta ha sido una
lectura muy popular y ofrece un mecanismo adecuado para relacionar sus investigaciones
trascendentales con ciertos problemas filosóficos tradicionales. Investigar las condiciones
necesarias para ejecutar algunas tareas cognoscitivas resulta ser un método bastante efectivo para
combatir algunas preocupaciones escépticas”. Kitcher: ‘Echando otra ojeada a la epistemología de
Kant: Escepticismo, aprioricismo y sicologismo’, en Cabrera 1999, 425-473, p. 442. Algo similar
registra P. Guyer 1987 en el comienzo del epílogo a su principal obra, 417, traducción al español en
Cabrera 1999, 371.
por parte de un tercero? En el primer caso se trataría de dos refutaciones mutuas y en
paralelo, al estilo de las antinomias, sin considerar todavía que la contradicción puede ser
solo aparente. En el segundo caso nos podríamos preguntar si el tercero en discordia
produce las refutaciones de manera independiente en cada caso, con lo cual simplemente
desaparecería de escena y le entregaría su voz en cada caso al rival de turno y no habríamos
avanzado respecto del primer caso. Por tanto, es menester salvar la especificidad del
tercero, en este caso, de Kant y de la posición crítica, planteando la pregunta: ¿Cómo
pueden ser refutadas dos posiciones contradictorias? La situación se aclara en el momento
en que precisamente se hace evidente que la contradicción es solo aparente y por tanto se
pone de manifiesto que no se puede hablar de refutación entre tales dos posiciones, pues
ambas, en su máxima general, afirman o niegan respectivamente más de lo que se requiere
para contradecir a la posición rival, al mismo tiempo que, por decir más de lo que se
requiere, se expone cada posición a autocontradicción. Esto significa que las dos máximas
generales son ambas falsas, y por ser un caso de las contrarias universales, no alcanzan 3 a
contradicción, para lo cual se necesita que una sea particular. Por eso se dice que afirman
más de lo que se necesita para contradecir, y diría yo ahora, que afirma, o niega, tanto cada
posición que se expone a autocontradicción.

El siguiente pasaje constituye una caracterización madura y sucinta de la rivalidad entre


dogmatismo y escepticismo en los términos adecuados a nuestro propósito de equilibrar su
protagonismo en la obra de Kant:
Esta [nuestra Crítica] entiende por dogmatismo de la metafísica lo siguiente: la confianza
universal de la razón respecto de sus principios en virtud solo de su éxito, sin crítica previa
de la facultad de la razón misma; por escepticismo, en cambio, entiende la desconfianza
universal frente a la razón pura, sin crítica previa, solo en virtud del fracaso de sus
afirmaciones. La crítica del proceder con todo lo que pertenece a la metafísica (la duda de la
suspensión [Suspensio judicii indagatoria, para buscar los fundamentos del juicio
determinado, según Wiener Logica, en AA XXIV 860]) es, por el contrario, la máxima de
una desconfianza universal contra todos los juicios sintéticos de la misma sin haber tomado
en cuenta antes un fundamento universal de su posibilidad en las condiciones esenciales de
nuestra facultad de conocimiento.4

3
No en el sentido de las subcontrarias, es decir de las particulares afirmativa y
negativa, las cuales pueden ser ambas verdaderas. Más bien en el sentido de que les falta
la particular para entrar en una genuina contradicción.
4
“Unter dem Dogmatism der Metaphysik versteht diese nämlich: das allgemeine
Zutrauen zu ihren Principien ohne vorhergehende Kritik des Vernunftvermögens selbst
blos um ihres Gelingens willen: unter dem Scepticism aber das ohne vorhergegangene
Kritik gegen die reine Vernunft gefaßte allgemeine Mißtrauen blos um des Mißlingens
ihrer Behauptungen willen*). Der Kriticism des Verfahrens mit allem, was zur Metaphysik
gehört, (der Zweifel des Aufschubs) ist dagegen die Maxime eines allgemeinen Mißtrauens
gegen alle synthetische Sätze derselben, bevor nicht ein allgemeiner Grund ihrer
Möglichkeit in den wesentlichen Bedingungen unserer Erkenntnißvermögen eingesehen
worden.” (Über Eine Entdeckung… AA VIII, 227-228). Este párrafo condensa el pasaje de
la Metodología trascendental de la Crítica de la razón pura que se titula ‘De la
imposibilidad de un apaciguamiento escéptico de la razón que se halla en desacuerdo
Por eso Kant caracteriza este conflicto entre escepticismo y dogmatismo como una
aparente contradicción del entendimiento consigo mismo, que por aparente tendrá que
resolverse, más bien despejarse, mediante la negociación entre las dos partes que de
antemano deben ser identificadas, y en cuya identificación será crucial la sensibilidad.
Kant advierte la ausencia de genuino conflicto, uno que se tramite por vía de refutación
entre el escéptico y el dogmático, por lo cual decide adoptar una posición de negociador, es
decir, la posición crítica: ¿dónde encontrar los límites entre la ‘generalización de la duda en
virtud de los fracasos de la razón’ y la ‘generalización del poder de la razón en virtud de su
éxito’? Las dos universales opuestas no se contradicen, en la medida en que ambas pueden
ser falsas, mientras que en una genuina contradicción una tiene que ser falsa y la otra
verdadera, lo cual permite que entre ellas haya refutación.

Y en segundo lugar, habría que guardarse también de dar por sentado que el pasaje de la
deducción es autosuficiente y, por ende, aislable del resto de la obra. El peligro aquí
advertido consiste en incurrir en cierta parcialidad o unilateralidad al desconocer las tesis
de la estética trascendental, las cuales no tienen el mismo valor para un empirista que para
un racionalista, por lo que se hace evidente que para uno de ellos pueden pasar por
prescindibles en la deducción los compromisos entrañados en el análisis que hace Kant de
la sensibilidad, pues, en cierto modo hacen ya parte de su posiciones fundamentales. La
deducción trascendental no debe considerarse como privativa de la analítica o de la lógica,
sino que debe considerarse como que atraviesa los dos elementos del conocimiento, de
manera que concierne tanto al entendimiento como a la sensibilidad, por supuesto
salvadas las diferencias. Como núcleo argumentativo de la postura kantiana implica de
manera paritaria el concurso de las dos facultades, sensibilidad y entendimiento, en el
establecimiento de las condiciones que hacen posible la experiencia5.

En definitiva, conscientes de que Kant suministra claves para una confrontación de altura
con el escéptico y que es una fuente ineludible para la tarea de enfrentar el escepticismo
contemporáneo, sin embargo siempre hay el riesgo de que históricamente hablando se
desfigure la obra de Kant y sus propósitos de mayor alcance. 6 La propuesta que sigue
pretende una lectura alternativa que vincule la dualidad o conflicto entre racionalismo y

consigo misma’ (A 758/B 786 – A 769/B 797) y que contiene en extenso la caracterización
del escepticismo de Hume y la posición de Kant al respecto, desarrollada luego en
Prolegómenos (AA IV prefacio 257-260, y §§ 27-30, 310-313).
5
La distinción, aunque tardía (1787), entre exposición metafísica y trascendental en
la estética trascendental es una señal clara de que nuestras nociones de espacio y tiempo
están en cierto modo en la misma situación que las categorías del entendimiento: su
carácter no empírico, es decir su pureza, no basta para legitimar su pretensión de
objetividad, es decir, de a prioridad respecto de la experiencia. Exposición y deducción
trascendentales hacen parte del mismo argumento en pro de la legitimación de nuestra
pretensión de conocimiento a priori.
6
Stepanenko, 2008, p. 117, advierte también de este peligro, aunque su interés va
más por el lado de la confrontación contemporánea.
empirismo, o entre dogmáticos y escépticos como marco más amplio de comprensión del
texto kantiano. Este marco es, para decirlo en términos del propio Kant, el punto de vista
crítico, o en su persistente metáfora, “la razón superior erigida en juez” 7, a diferencia de lo
que ocurre cuando se trata apenas del conflicto de pretensiones entre conciudadanos, sin
recurrir a la censura de un juez, donde todavía tiene sentido hablar de refutación.

II.La propuesta: La deducción como pleito o negociación de pretensiones cognitivas en


conflicto.
La alternativa de lectura de la deducción trascendental que se propone a continuación se
basa en dos claves brindadas por el propio Kant, la primera en relación directa con el
pasaje en cuestión, la otra en el contexto más amplio del punto de vista crítico en general.
Respecto de la primera baste recordar que la noción kantiana de deducción que está en
juego en su obra crítica alude más a una práctica jurídica de legitimación de pretensiones
(quid juris) que a la práctica lógica de demostración de una conclusión 8. Esta última está
emparentada con el procedimiento formal demostrativo, afín al matemático y geométrico,
y reeditado en la noción de deducción de la lógica formal contemporánea, mientras la
legitimación de una pretensión, que es en lo que consiste en este caso la deducción, implica
que hay una sombra de duda que hay que despejar; es decir, que alguien, propiamente el
escéptico, ha cuestionado el derecho a tal pretensión, por lo que el procedimiento es más
afín a lo que tradicionalmente cubría la dialéctica en contraste con el método geométrico y
que actualmente ha renacido en diversas perspectivas como son la teoría de la
argumentación, la lógica informal o el pensamiento crítico. El trámite en este caso se
asemeja a un proceso jurídico, a un pleito, en el que se confrontan dos partes ante un juez.
Pero un pleito no es algo que solo se gane o se pierda en virtud de una sentencia del juez,
sentencia que puede no llegar. Un pleito puede entonces convertirse en una interminable
confrontación en que las partes no se mueven de sus posiciones originales, negando una
parte todo lo que la otra pretende, y reiterando esta todo lo que la primera le niega. Esta es
la situación en la que el pleito se puede revelar como espurio, es decir, donde no hay una
contradicción estricta, y donde ambas posiciones vislumbran que pueden salir perdedoras,
donde puede no haber ganador, si no se ponen en trance de negociación. Recordemos que
este es el caso del conflicto aparente entre dogmáticos y escépticos: ambos sostienen más

7
KrV, A 739 / B 767.
8
Henrich, 1989. Buena parte de la propuesta desarrollada en el presente trabajo
consiste en tomar en serio la advertencia que hace Henrich de tener en cuenta ciertas
peculiaridades de la noción de deducción que Kant tiene en mente, y que yo uso para poner
bajo sospecha la tendencia general de evaluar el texto kantiano a la luz de una noción
estrecha de deducción.
de lo que se necesita para contradecir al rival 9 (entre dos universales no hay contradicción,
solo oposición, pues falta la particular10, con el agravante de que ambas pueden ser falsas).
La segunda clave proviene del prefacio a la primera edición de la Crítica y, a diferencia de
la anterior, que Kant considera jurídica, la considero política, no solo por el contenido de la
analogía en juego sino porque se refiere más al marco general de la posición del criticismo
kantiano11. Se trata de la caracterización del conflicto entre dogmatismo y escepticismo en
términos del que igualmente acontece entre despotismo y anarquía en el contexto político
de la Europa del siglo y medio precedente 12. Este último conflicto tiene los mismos visos de
irracionalidad del anterior en su tratamiento jurídico. El ejercicio del poder sin
consideración del pueblo degenera en despotismo, igual que el ejercicio de la razón sin
consideración de la experiencia degenera en dogmatismo; lo cual conduce a la sublevación
popular y a la consecuente anarquía sin ley, en el primer caso, igual que a un empirismo
vulgar escéptico ante cualquier generalización que se pretenda como ley objetiva, en el
segundo caso. La reacción es el obvio recrudecimiento tanto del despotismo como del
dogmatismo. La indiferencia no es una opción, igual que no lo es presenciar cómo el
escéptico se limita a negar cada cosa que el dogmático afirma y este simplemente a reiterar
cada cosa que el primero le niega. Urge así un tercero, un tribunal de justicia que ponga las
condiciones para arbitrar la legitimidad de las pretensiones de cada lado, en nuestro caso,
un tribunal de la razón que reflexivamente establezca los límites entre razón y experiencia
para acordar el ámbito de legitimidad de las pretensiones de conocimiento, en las que
indudablemente concurren ambas; es decir, el ámbito posibilitado en conjunto por la razón
y la sensibilidad, en el que se pueden dirimir las pretensiones en conflicto o, en su lugar, se
pueda por lo mismo decidir la ilegitimidad de la pretensión del caso. Lo que sigue es la
estrategia de lectura de la deducción trascendental de las categorías en términos de la
superación del conflicto según las directrices sugeridas por Kant en esta analogía
doblemente caracterizada.

La Deducción trascendental de los conceptos puros del entendimiento se presenta


entonces como un complejo argumentativo dentro de la Crítica de la razón pura dirigido a
sustentar una tesis central13: Que la razón pura, léase las categorías tanto como las formas
puras de la sensibilidad, puede referirse a priori a los objetos de la experiencia, a la vez que
en su uso teórico se restringe a los objetos de la experiencia. Es decir, que la pretensión de

9
“Así, según esto, no hay propiamente polémica alguna en el campo de la razón
pura. Ambas partes combaten con el aire, y se baten con sus propias sombras; pues salen
fuera de la naturaleza adonde no hay nada que sus garras dogmáticas puedan agarrar y
retener. Les es fácil pelear; las sombras que ellos despedazan se rehacen en un momento,
como los héroes de Walhalla, para poder regocijarse otra vez en batallas incruentas” (KrV,
A 756 / B 784).
10
“Es fehlt das particulaire”, (Kant, Logik Philippi, AA XXIV 469).
11
He desarrollado esta clave en Serrano 2005 y 2007.
12
KrV. A VIII-XII.
13
Lo que sigue es una elaboración de un segmento de mi presentación de los pasajes
publicados y de los fragmentos y reflexiones inéditos sobre la deducción en Kant: La
Deducción Trascendental y sus inéditos 1772-1788, Bogotá 2014; páginas 15-20.
la razón de conocer a priori objetos queda legitimada a la vez que se restringe a los objetos
de la experiencia14. Esta doble proposición se logra mediante la siguiente aproximación, o
transacción, entre las partes en presunto conflicto.
1. Las categorías o conceptos puros de nuestro entendimiento, por lo tanto, carentes de
todo contenido y origen empírico, contribuyen en gran medida (otro tanto lo han de
proporcionar las formas de la sensibilidad) y de manera exclusiva (solo el
entendimiento puede proveer tal contribución) a hacer posible la experiencia, por lo
que podemos inferir que tales conceptos puros constituyen información válida a priori

2. Ahora bien, como la posibilidad de la experiencia no está toda ella en manos del
entendimiento, y su contribución, aunque necesaria, no es suficiente para ello, nos
vemos en la necesidad de buscar un punto de apoyo que complete la suficiencia
requerida de las condiciones de posibilidad de la experiencia. Tal punto de apoyo solo
puede estar en la otra facultad de conocimiento, la sensibilidad, lo cual hace que las
condiciones de posibilidad de la experiencia queden necesariamente pensadas en
términos de una codependencia entre el entendimiento y la sensibilidad, una alianza
no del todo fácil de asimilar. Pero aquí no se trata de cómo ocurre tal alianza, sino de lo
necesaria e ineludible que es para la posibilidad de la experiencia. Lo primero que debe
llamar la atención es que la relación entre sensibilidad y entendimiento se plantee en
términos de alianza o codependencia, poniéndose de manifiesto el carácter horizontal
de una relación que tradicionalmente se planteaba en un marco de subordinación, más
frecuentemente de la sensibilidad al entendimiento, pero sin excluir el caso en que éste
último dependía de la primera, dando lugar a sendos puntos de vista según la dirección
de la subordinación: racionalismo y empirismo.

3. Los efectos de esta codependencia, o alianza, no se hacen esperar: lo que del


entendimiento contribuye a la posibilidad de la experiencia, a saber, sus conceptos
puros o categorías, no se puede tomar como valiendo a priori sin más, es decir, al
margen de aquello para lo cual tiene sentido decir que vale a priori; pues la validez a

14
Esta es la tesis que nos ocupa en una de las versiones más maduras de Kant: “Que el
alcance del conocimiento teórico de la razón pura no se extiende más que a los objetos de los
sentidos”, tesis que se desdobla en las dos siguientes. Primera, “que la razón, como facultad de
conocimiento a priori de las cosas, se extiende a los objetos de los sentidos”, y segundo, “que en su
uso teórico ella es ciertamente capaz de conceptos, mas nunca de un conocimiento teórico, de
aquello que no puede ser objeto de los sentidos”. Fortschritte, AA XX 273.
priori no es un efecto inmediato de la pureza de los conceptos, algo así como un
privilegio en virtud de que su origen no es empírico, no contaminado. Si valer a priori
significa algo más que estar en posesión de tales conceptos puros o categorías, asunto
que demostró ya la deducción metafísica, entonces falta ahora definir la jurisdicción o
el ámbito de aplicación de tales conceptos. Podría ser el caso de que existiera el ámbito
de objetos correspondientes a nuestra mera capacidad conceptual de manera que
nuestros conceptos valieran a priori respecto de tal ámbito de objetos; pero, ¿cómo
saberlo? ¿Qué otra fuente tenemos aparte de nuestra capacidad de pensarlos, para
saber de ellos y de su existencia? No tenemos experiencia de ellos, y la que parece que
tenemos no es de ellos. Tal clase de objetos tampoco parecen darse a nosotros por la vía
en que se nos dan objetos, a saber, la vía sensible; y la posible vía por la que se
pudieran dar los objetos que se correspondieran con aquellos conceptos puros, nos está
vedada, es decir, carecemos de intuición intelectual. Por tanto, se tendría que tratar de
un ámbito de objetos puramente inteligibles, para cuyo conocimiento no estamos
dotados.
4. No tenemos, pues, fundamento alguno para pretender que nuestros conceptos puros se
refieran a priori a objetos al margen de una codependencia o alianza con la
sensibilidad. No hay un reino de objetos en el que nuestros conceptos puros tengan a
priori validez, solo por el hecho de ser puros; un reino tal sería algo así como un reino
de lo meramente inteligible, cuya razón de ser solo estaría en nuestra capacidad de
pensar, pues nada se nos daría que correspondiera con tales conceptos, nada acerca de
lo cual pudiéramos decir con sentido que estos conceptos valen a priori. Lo meramente
inteligible empieza a significar aquí, en virtud de la alianza requerida, una falencia,
algo negativo, en contraste con su enaltecimiento por parte de la tradición; significa
ahora lo que solo se puede pensar y no se nos puede dar. Por ello, la pretensión de valer
a priori de nuestros conceptos puros o categorías debe ser tramitada para un reino de
objetos que se nos puedan dar aparte de nuestra capacidad de simplemente pensarlos,
ya que, como vimos, no hay el reino de cosas meramente inteligibles que se nos puedan
dar, y las que se nos pueden dar no son, en tanto se nos dan, inteligibles.

5. Pero, curiosamente, son estas últimas cosas, que se nos dan sin ser inteligibles, acerca
de las que tendrá sentido decir que los conceptos puros pretenden valer a priori. En la
medida en que es la sensibilidad el modo como se nos dan objetos a nosotros, el
entendimiento tendrá que depender de ella en su pretensión de valer a priori para
ellos; pero tal dependencia no puede ser tal que se la utilice como recurso para verificar
tal pretensión en la experiencia. Más bien es del tipo de dependencia que se acuerda o
negocia primero, pues si no cuenta con ella de antemano se atendrá apenas a una
validación a posteriori de sus propios conceptos, es decir, tendrá que esperar a que
empíricamente resulte que sus conceptos y estructuras intelectuales valen para los
objetos sensibles, y por tanto habrá renunciado a la necesidad y universalidad privativa
de sus conceptos, propiedades en las que el entendimiento funda todo su orgullo. Al
contar el entendimiento ‘de antemano’ con la sensibilidad no hace él otra cosa que
apelar a ella en su condición paritaria de codeterminadora con él mismo de las
condiciones de posibilidad de la experiencia, por tanto no hace más que reconocerle a
ella su instancia de pureza, es decir, compartir con ella la propia condición de pureza;
pues ‘de antemano’ es antes de toda experiencia, es decir anterioridad sensible tanto
como inteligible. Negociar el ámbito de aplicación de los conceptos puros del
entendimiento con la sensibilidad es el fruto, o la exigencia, de la alianza ineludible que
vimos en la determinación de las condiciones de la experiencia.

6. Pero, ¿en qué sentido es que el entendimiento tiene que contar con la sensibilidad para
legitimar su pretensión de valer a priori respecto de los objetos de ella? ¿En qué
consiste la tal transacción del entendimiento con la sensibilidad que se nos anuncia
como necesaria? Consiste, por un lado, en que el entendimiento reconoce a la
sensibilidad como su igual, en el sentido de no subordinada, de no inferior, a pesar y en
contra de la jerarquía y verticalidad que tradicionalmente pesa sobre la manera como
se relacionan entre sí las dos facultades; también a pesar y en contra de las
presunciones de la metafísica tradicional. Pero reconocerla como su igual no puede
quedarse en un simple gesto de condescendencia: la sensibilidad, decíamos, solo se
conformará con que el entendimiento le comparta aquello en que él presume fundar su
pretensión de valer a priori para los objetos, a saber, el origen puro de sus categorías o
estructuras intelectuales; y compartir tal condición es reconocerle a la sensibilidad, si
bien no la pureza de sus conocimientos, sí la instancia pura de sus formas que hacen
posible el conocimiento sensible, lo cual la habilitaría para concurrir junto con el
entendimiento, y al mismo nivel de contribución, en la determinación de las
condiciones de la posibilidad de la experiencia. Así, la sensibilidad, por su lado y en
reciprocidad con el reconocimiento que el entendimiento le otorga, le brinda a este
último las formas puras de la sensibilidad como punto de apoyo para que su pretensión
de referirse a priori a los objetos de la experiencia sea legítima y efectiva.

7. Ahora bien, la pretensión del entendimiento no queda legitimada como originalmente


se planteaba, como una pretensión de validez a priori en general en virtud de la
pureza de sus categorías, sino que queda ahora, ciertamente legitimada, pero
específicamente, es decir restringida a los objetos de la experiencia, en razón de la
transacción con la sensibilidad, por la que el entendimiento compartió con ella su
condición de pureza; la legitimidad, pues, se logra a condición de un fundamento
compartido y con la restricción que ello entraña: lo que se pretendía a solas para todos
los objetos en general, se legitima ahora de manera compartida solo para el reino
restringido de objetos en que se da la doble condición de sensibles y de inteligibles, que
es lo que conocemos como ámbito de experiencia posible15.
15
El fundamento compartido –distribuido- entre sensibilidad y entendimiento para la
posibilidad de la experiencia no suma en objetos de aplicabilidad con la expectativa de aproximarse
a la generalidad de ellos, muy al contrario, más bien especifica, es decir restringe el alcance de
aplicabilidad. Pero a la vez que restringe por especificación, y por tanto disminuye en extensión,
profundiza cualitativamente y aumenta en intensión. Es decir, la suma de cualidades, cualifica,
especifica, perfecciona, enriquece en este caso, nuestro concepto de experiencia; pero, por otro lado,
respecto del alcance y la extensión de nuestras capacidades de conocer, restan hasta excluir el
ámbito de cualquier objeto que no cumpla con el complejo cualitativo que constituye nuestra de
experiencia.
8. En otras palabras, los conceptos puros del entendimiento, en su codependencia con la
sensibilidad en la tarea de hacer posible la experiencia, quedan restringidos a la
experiencia en su pretensión de valer a priori, por lo tanto, restringidos en su
aplicabilidad. De esta manera, Kant cree poder responder a la pregunta por la
posibilidad del conocimiento científico: la ciencia (el procedimiento dogmático de la
razón que produce leyes universales y necesarias, es decir, conocimientos a priori) es
posible, pero solo en relación con la experiencia o, si se prefiere, controlada por la
experiencia. Esta conclusión deja muy mal parada a la metafísica que pretendía ser el
conocimiento a priori por excelencia, pretensión que soportaba en la naturaleza no
sensible de sus objetos, lo cual suponía dispensarla de las limitaciones que la
sensibilidad intentaba imponer, por tanto de cualquier dependencia respecto de ella.

9. Entonces, el entendimiento ya no busca el correspondiente ente inteligible de sus


conceptos puros, sino que se concibe así mismo como actividad de hacer inteligible
lo que se le da de manera no inteligible o por fuera de su entendimiento, con lo cual
empieza a tener sentido la peculiar terminología de la Crítica de la razón pura: el
entendimiento como facultad activa, espontánea de representación que produce sus
representaciones con base en funciones, mediante las cuales sintetiza, es decir
reduce a unidad el múltiple que de manera pasiva se le da por su parte a la facultad
de la sensibilidad, cuya receptividad está fundada en la forma espacio-temporal que
a la vez que brinda el criterio suficiente de individuación de los objetos de la
experiencia, los condiciona dentro del … , etc, condición de experiencia. Así la
deducción transcurre en su mayor parte, primero, en la explicitación de lo que está
implicado en la idea de ‘hacer inteligible’ lo que solo se nos puede dar sensiblemente,
a la vez que, segundo, debe demostrar que tal pretensión de inteligibilidad a priori
queda restringida a lo mismo sensible, es decir vale solo para lo sensible: lo primero
concierne al racionalismo en el sentido en que presupone la pureza de las categorías,
es decir su independencia de origen respecto de la experiencia, eso que probablemente
ningún empirista tiene por qué admitir, mientras lo segundo concierne a la
legitimidad del uso cognitivo o epistémico de las mismas, algo en lo que el racionalista
tiene que ceder frente al empirista, pero que a su vez el escéptico, que es otro rostro del
empirista, le tiene que conceder al dogmático, el otro rostro del racionalista.

Consideraciones finales

Hemos tratado de mostrar que si se insiste en que la deducción es la refutación del


escéptico, incluso más comedidamente, que debe contener la refutación del escéptico, se
está errando el propósito del argumento de la deducción. No podemos, sin embargo,
negarle todo lugar al escéptico en este asunto. Entonces, de todos modos permanece la
pregunta, ¿cómo sale el escéptico de la deducción? ¿En qué estado termina el escéptico, si
no es el de refutado? La posición escéptica es, en este caso, la que niega nuestra capacidad
de conocimiento de la realidad, a la vez que reduce tal capacidad al ámbito de la
apariencia, por tanto con certeza apenas subjetiva. Esto se puede reformular en términos
de cuestionamiento de nuestra capacidad de conocimiento objetivo, a la vez que
reconocimiento de tal capacidad con alcance meramente subjetivo. Al término de la
deducción es de esperar que el escéptico reconozca que tenemos capacidad de
conocimiento objetivo respecto de las apariencias y solo de ellas, en la medida en que
distinguimos dentro del ámbito de las apariencias lo subjetivo de lo objetivo. Si bien aquí
podemos asimilar algo de este resultado a la negación de una postura inicial del escéptico,
lo cierto es que hay algo más que eso, y que hace la diferencia. La negación de la postura
del escéptico estaría en la fórmula ‘tenemos capacidad de conocimiento objetivo’; sin
embargo, sería injusto, por no decir deshonesto, omitir que tal afirmación, que contradice
la posición inicial, pudiendo asimilarse a una refutación, contiene una variación que no se
puede despreciar: que el escéptico acepta cambiar la posición siempre y cuando se
mantenga su capacidad de conocimiento objetivo, antes cuestionada, dentro del ámbito de
apariencia subjetiva. Y esta es la diferencia entre refutación y negociación. Tal
condicionamiento del cambio de posición se hace mediante la confrontación entre partes
en conflicto respecto de un asunto común: nuestra capacidad de conocimiento objetivo y
su legitimación.

Un peligro del que creo también nos hemos guardado es el relativo a cierta unilateralidad
en que se puede incurrir en la interpretación de la deducción concerniente esta vez a la
estructura de la propia Crítica, por no decir que de la doctrina de Kant. Se trata de la
unilateralidad en que se incurre al desconocer las tesis de la estética trascendental, las
cuales, dicho sea de paso, no tienen el mismo valor para un empirista que para un
racionalista, por lo que se hace evidente que para uno de ellos pueden pasar por
prescindibles en la deducción los compromisos entrañados en el análisis que hace Kant de
la sensibilidad, pues, en cierto modo hacen ya parte de su posiciones fundamentales. Por
ejemplo, a un empirista no le sorprende que le exijan admitir la referencia a la intuición
sensible de sus conceptos intelectuales, mientras un racionalista podría considerar tal
exigencia como una afrenta para la propia razón. Pero, paradójicamente, el empirista no
parece darse cuenta de que con la referencia a la intuición sensible, que le es tan natural y
obvia, se le esté exigiendo ahora sí que acepte además las condiciones que hacen posible el
conocimiento sensible, es decir las formas de la sensibilidad, y no meramente la materia
sensorial que parecía inofensiva como admisión en el argumento. Por lo mismo, el
racionalista se siente compensado en su admisión, resignación, por decirlo de otra manera,
de cierta precedencia del conocimiento sensible, porque con tal admisión parece poder
mantener sus pretensiones de conocimiento a priori gracias a que con las formas de la
sensibilidad como condiciones del conocimiento sensible no se contamina de materia
empírica y puede mantener la pureza de su razón. Pero tampoco se da cuenta el
racionalista que con ello está compartiendo la pureza de su origen, que creía que era algo
exclusivo de la facultad de la razón, con la sensibilidad, con lo cual tendrá que aceptar la
consecuencia imprevista de restringir su alcance al mundo de los sentidos16.
16
“Pero un cálculo completo de toda su facultad, junto con la convicción acerca de la certeza
de una pequeña posesión que de allí surge ante la vanidad de pretensiones más altas, supera toda
disputa y mueve a contentarse apacible con una propiedad limitada pero indisputable.” (KrV, A
768-769 / B 796-797)
Lo anterior nos permite observar, finalmente, que la noción de origen, que
tradicionalmente servía para distinguir el conocimiento entre experiencia y razón,
adquirido e innato, y que podía descuidadamente equivaler a la distinción entre sensible y
racional, y a posteriori y a priori, queda tal noción de origen ahora atravesada por otra
distinción en cierto modo más profunda y fundamental que alude ya no al modo de
adquisición, sino a la especificidad de la fuente: sensibilidad y entendimiento. Esta
distinción, que el propio Kant llama de especie o clase, atraviesa la de origen, pues divide
esta última en consideraciones relativas por un lado a la fuente que provee el conocimiento
del caso, y por otro al modo de validación o legitimación. Queda entonces cuestionada la
asimilación de la distinción entre conocimiento puro y empírico a la que hay entre
intelectual y sensible; de manera que ahora estos dos últimos, entendimiento y
sensibilidad, cada uno por su cuenta distingue entre sus aportes puros y sus aportes
empíricos, pudiéndose hablar ahora de conceptos puros e intuiciones puras, frente a
conceptos empíricos e intuiciones empíricas. De ahí que propongamos diferenciar
tajantemente la distinción entre empírico y puro como distinción de origen en el sentido
de modo de adquisición (entre puro y empírico), de la distinción específica de fuente de
conocimiento entre sensibilidad y entendimiento, y de la distinción concerniente a la
validez o legitimación del conocimiento, entre a posteriori y a priori. Eso nos permite
ubicar una de las tesis más radicales de la epistemología kantiana, la que habrá de ser el
primer paso de la posible transacción entre racionalismo y empirismo, en el lugar que le
corresponde: que tanto sensibilidad como entendimiento, en la medida en que se les ha de
reconocer pureza, ameritan igualmente a prioridad en el conocimiento. O lo que es lo
mismo: la pretensión de conocimiento a priori, en la medida en que tal pretensión se
refiera a los objetos de la experiencia, exige que la pureza de origen requerida para ello se
distribuya entre las dos fuentes específicas que componen la experiencia posible, a saber,
sensibilidad y entendimiento.

Bibliografía

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Contra Ian Proops, discutir su uso de origen legítimo; como si ‘puro’ de origen pudiera servir para
decir también ‘legítimo’

Algo similar con Henrich, que parece referir origen en sentido de fuente.

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