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Geopolítica Asia-Pacífico

Taiwán, el polvorín de China y EE. UU.


21 marzo, 2017
por Diego Mourelle
Taipéi y Pekín mantienen una Historia de conflicto desde 1949 hasta
hoy. Taiwán sigue constituyendo uno de los principales puntos calientes
del sistema internacional al ser también un enclave estratégico
protegido por EE. UU. Ello, sumado al auge del independentismo
taiwanés y a la creciente asertividad china, hace que las perspectivas
sobre un posible conflicto en la isla sean cada vez más plausibles.

Fuente: South China Morning Post

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Se dice que cuando los portugueses avistaron por primera vez las
costas de Taiwán en 1582, su asombro por la belleza natural de la isla
los llevó a denominarla Ilha Formosa (‘isla hermosa’ en español).
Ubicada frente a las costas de Fujian (China) y bañada por las aguas del
Pacífico y el mar de China Oriental, la isla de Taiwán también está
rodeada por las islas de la prefectura de Okinawa (Japón), el estrecho
de Luzón con Filipinas y, por supuesto, el estrecho de Taiwán. Por ello,
su privilegiada situación geográfica ha convertido a este territorio de 23
millones de habitantes en un enclave estratégico codiciado
internacionalmente.

Fue
nte: Mapa Planisferio
Probablemente como consecuencia de su posición, Taiwán ha sufrido a
lo largo de su historia la presencia de numerosos colonizadores. La
Compañía Holandesa de las Indias Orientales o el Imperio español —
que estableció su gobernación en el marco de la capitanía general de
sus colonias en Filipinas— fueron algunos de los que se dejaron seducir
por los encantos de la isla. Sin embargo, no fueron los únicos: el
Imperio chino, bajo la dinastía Qing, dominó Taiwán entre 1683 y
1895, hasta que se vio forzado a cedérselo al Imperio japonés, que
pasaría a administrar el territorio hasta la llegada de la República de
China (RCh) al final de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces,
Taiwán ha sido y sigue siendo objeto de importantes enfrentamientos.

Las complicadas relaciones sino-americanas


Taiwán se encuentra políticamente anclado en un dilema que nace tras
la conclusión de la guerra civil china (1927-1949). El triunfo del
maoísmo en la China continental provocó que el derrocado Gobierno
nacionalista de la RCh, liderado por Chiang Kai-shek, se viese obligado
a huir del país y buscar refugio en la provincia de Taiwán. Es ahí donde
el Kuomintang (KMT) establecería su Gobierno provisional de la RCh
declarando la ley marcial y erigiéndose como frente de resistencia ante
el Partido Comunista Chino (PCCh) de Mao Zedong. No obstante, este
escenario fue rotundamente negado por los comunistas, que intentaron
invadir Taiwán para poner punto final a la guerra civil con una anexión
y reunificación del territorio bajo el nuevo gobierno de la República
Popular China (RPCh).

La empresa reunificadora no tuvo los efectos deseados para Mao, ya


que el presidente estadounidense Harry S. Truman decidió enviar a la
Séptima Flota estadounidense a proteger Taiwán. Aunque en un
principio Truman se había mostrado reticente a tomar cartas en el
asunto, el apoyo de Mao a la insurgencia comunista norcoreana
durante la guerra de Corea (1950-1953) hizo que el Gobierno
norteamericano reconsiderase su apoyo a Taipéi. Así, la intervención
logró enfriar algo la agresiva campaña militar del Ejército de
Liberación Popular (ELP), a pesar de que el clima a ambos lados del
estrecho de Taiwán siguió manteniéndose en un estado de beligerancia
permanente.

La RPCh no renunció en ningún momento a volver a la carga cuando le


resultase posible y entre 1954 y 1955 provocó la crisis de
Formosa después de que el ELP lanzase un ataque sobre la isla de
Quemoy. No obstante, las fuerzas de EE. UU. lograron neutralizar la
situación con su apoyo a Chiang Kai-shek, con el que el presidente
Eisenhower había firmado en 1954 un pacto de defensa mutuo.
La conferencia de Bandung, celebrada en 1955, también contribuyó a
modo de foro de mediación en el conflicto, aunque con resultados
limitados.
Chiang
Kai-Shek y Dwight Eisenhower, reunidos en Taipéi en 1960.
Fuente: Taipei Times
Ello se debe a que Mao no desistió en su empeño de derrotar al
Gobierno taiwanés. Por esa razón, en 1958 la RPCh decidió volver a
emprender una nueva ofensiva bombardeando las islas Matsu y
Quemoy, con resultados similares a los obtenidos tras la primera crisis
del estrecho de Taiwán: una vez más, la cooperación militar de
Eisenhower con los nacionalistas fue suficiente para impedir al ELP
alcanzar la victoria. Esto permitiría articular un nuevo statu quo donde
Taiwán lograría comenzar a despegar económicamente gracias al apoyo
financiero y militar de Washington. Es así como Taipéi se comenzaría a
perfilar económicamente como uno de los primeros tigres asiáticos,
pero especialmente como un peón clave en el tablero geopolítico
internacional de la Guerra Fría.

EE.UU. y Taiwán: una amistad con los ojos


vendados
A principios de los 70, el contexto internacional comenzó a cambiar
con la aplicación de la doctrina de la distensión por parte de la
Administración Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger. Se
ponía fin así a la política de contención de la etapa inmediatamente
posterior a la Segunda Guerra Mundial en las relaciones
estadounidense-sino-taiwanesas. La apertura a China a través
del comunicado de Shanghái de 1972 y la diplomacia triangular
buscaban así el aislamiento de la URSS, pero también el impulso de un
nuevo período en las relaciones sino-estadounidenses.
Como resultado de la política de apertura, la Administración Carter
decidía dar un giro estratégico en 1979 a la política exterior que había
mantenido EE. UU. con China y Taiwán. Ese mismo año, Washington
establecía relaciones diplomáticas con Pekín mediante la publicación
de un comunicado conjunto que vendría a configurar el nudo gordiano
moderno de las relaciones sino-estadounidenses: EE. UU. aceptaba la
política de “Una China” defendida por Pekín y dejaba de reconocer
oficialmente al Gobierno de la RCh como su homólogo oficial. Sin
duda, esta controvertida decisión no fue sencilla para Carter, que se
decantó finalmente por un ejercicio de pragmatismo estratégico y
reelaboración del interés nacional estadounidense, priorizando el favor
de Pekín frente a Moscú en un momento donde las posibilidades reales
que poseía el KMT de recuperar China eran prácticamente nulas.

La nueva posición de EE. UU., en la que se daba por terminado el


Tratado de Defensa Mutua de 1954, sentó como un jarro de agua fría en
Taipéi. Además, la RCh perdería también su asiento como miembro
permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en favor
del Gobierno de Pekín. Sin embargo, por razones diferentes, ni EE. UU.
ni Taiwán estaban dispuestos a renunciar a su acomodación de
intereses mutuos. Taiwán no podía permitirse renunciar al apoyo de
Washington, ya que ello le expondría a una vulnerabilidad total frente
a una hipotética invasión china. EE. UU. también poseía intereses
estratégicos en mantener su alianza con Taipéi.

Por ello, tras el reconocimiento estadounidense de la RPCh en 1979, el


Congreso de los EE. UU. aprobó el Acta de Relaciones con Taiwán. En
este documento, Washington se reservaba la opción de velar por la
defensa y seguridad de la isla, a la que seguiría suministrando
cuantiosas cantidades de armamentos y material militar. Comenzaba
así la política estadounidense de la “ambigüedad estratégica” con el
objetivo de mantener un statu quo capaz de disuadir a Pekín de invadir
Taipéi y a Taiwán de independizarse de iure frente a la RPCh. Esta
posición ha sido mantenida hasta nuestros días por todos los
presidentes, incluido Obama, quien en 2015 anunció la venta de
armamento por valor de 1.800 millones de dólares a Taipéi con objeto
de contribuir a su disuasión frente a una cada vez más probable
invasión china.
Tai
wán tiene una dependencia irreemplazable, y cada vez más incierta,
con respecto a EE. UU. Fuente: Watching America
Pese a que EE. UU. no renunció a proteger a Taiwán con su reajuste
estratégico de 1979, la muerte de Chiang Kai-shek en 1975, su relevo en
el poder por Chiang Kai-Chuo y el cambio de contexto internacional
hicieron que Taiwán sintiese la necesidad de adoptar una política más
asertiva. El nuevo presidente taiwanés implementó así la
famosa política de los tres noes hacia Pekín: no a un compromiso, no a
mantener contactos y no a negociar. Tal posición duraría hasta finales
de los 80, cuando comenzó a atisbarse una ligera apertura en las
relaciones entre China y Taiwán. Su escenificación más tangible suele
situarse en el Consenso de 1992, que ponía de manifiesto el acuerdo
alcanzado por China y Taiwán con respecto al principio de “Una
China”, a saber: ambas partes reconocían que solo existe una China,
aunque ninguna de las dos estuviese de acuerdo sobre cuál era el
Gobierno legítimo del país. En Taiwán, este Consenso todavía es objeto
de controversias nacionales, mientras que para la RPCh su importancia
es capital por una sencilla razón: al resaltar el principio de “Una
China”, el documento sirve para justificar la contención del
independentismo taiwanés e incluso tantear el terreno de cara a una
posible aplicación del principio de “un país, dos sistemas”.

La nueva política de los girasoles


El siglo XXI ha sido testigo de profundos cambios en el seno de la
escena política taiwanesa. La mayor de estas transformaciones ha sido
sin duda la presencia cada vez más arraigada de movimientos
independentistas articulados bajo el paraguas del Partido Demócrata
Progresista (PDP), fundado en 1986. Este hecho no debe sorprender,
ya que en 2016 más de un 60% de la población de la isla se
veía exclusivamente representada por su identidad taiwanesa.

El independentismo taiwanés ha experimentado un auge en la última


década. Fuente: CFR
El origen de esta identidad se puede rastrear probablemente en
el incidente del 28 de febrero de 1947, cuando alrededor de 28.000
taiwaneses fueron asesinados durante las revueltas masivas contra la
fuerte represión y corrupción que el KMT había institucionalizado en la
isla tras la retirada de los japoneses en 1945. Las masacres sufridas
sembraron un sentimiento étnico diferenciado de China entre muchos
taiwaneses que habían vivido el período anterior a la llegada de la RCh.
Sin embargo, este sentimiento identitario no pudo expresarse
democráticamente hasta 1996, cuando la isla celebró sus primeras
elecciones presidenciales en un régimen que por fin había legalizado
los partidos políticos como el PDP a finales de los 80 y principios de los
90.

Desde entonces, el KMT ha comenzado a toparse con una oposición


política más soberanista y que interpreta la política de “Una China” y el
Consenso de 1992 con la RPCh de una forma completamente diferente.
Esto ha inquietado sobremanera a Pekín, que históricamente ha
insistido en que recurrirá al uso de la fuerza en caso de que los
independentistas taiwaneses intenten llevar a cabo un acto de secesión.
Para dar credibilidad a esta postura, la RPCh trató de intimidar a la
población taiwanesa durante las primeras elecciones presidenciales
democráticas de 1996, lo que daría lugar a la tercera crisis del
Estrecho entre 1995 y 1996 con la realización de unas pruebas de
misiles que fueron rápidamente respondidas por la Administración
Clinton mediante el despliegue de las fuerzas navales estadounidenses
en el estrecho de Taiwán.

Pese al aviso de Washington, las tensiones se multiplicaron en 2000,


cuando Chen-Sui Bian se convertía en el primer presidente taiwanés
proindependentista y opositor del Consenso de 1992. La reacción
inmediata de Pekín fue llevar a cabo maniobras militares a modo de
simulación de una posible invasión de Taiwán. Con este clima regional,
las relaciones sino-taiwanesas revivieron algunos de sus momentos de
máxima tensión. Tanto es así que en 2003 el Parlamento taiwanés
aprobó una ley que le permitía declarar la independencia en caso de
ataque chino, mientras que China promulgaría su ley antisecesión de
2005, por la que autorizaba la invasión de Taiwán en caso de que
proclamase su independencia de iure. Sin embargo, el mandato de
Chen-Sui, caracterizado por sus feroces críticas a la RPCh, al KMT y a
la matanza del 28 de febrero llegaría a su fin sin mayores
contratiempos en 2008, cuando los nacionalistas alcanzaron en las
presidenciales de marzo la mayoría necesaria para volver a gobernar.

La llegada al poder de Ma Ying-Jeou (KMT) supuso un alivio para


Pekín. El nuevo presidente taiwanés deseaba reconstruir las relaciones
entre Taiwán y China sobre la base de la ambigüedad acordada en el
Consenso. El principio de “Una China” se mantendría y los contactos
no oficiales entre ambas partes volvieron a intensificarse, con una
mejora de las relaciones sino-taiwanesas. Este incremento de los
contactos fue particularmente visible en el terreno económico, donde
China ha tratado de explotar su creciente potencial comercial para
influir en la inversión y población de la isla. De hecho, la inversión
china en Taiwán era en 2014 de unos 198.000 millones de dólares,
cifra que se vio favorecida durante el mandato de Ma por la firma de
acuerdos entre Taiwán y China en numerosos sectores diferentes. El
más importante fue sin duda el Acuerdo para el Establecimiento de un
Marco de Cooperación Económica (EFCA, por sus siglas en inglés), que
permitía reducir las barreras arancelarias entre ambos lados del
estrecho.

Sin embargo, muchos veían en estos acercamientos a China el riesgo de


una creciente dependencia y vulnerabilidad económica de la isla.
El Movimiento de los Girasoles de 2014 nació precisamente como
reacción ante esta situación. Cientos de activistas y estudiantes
taiwaneses ocuparon el Parlamento al grito de “Taiwán no se vende”,
en clara referencia al alineamiento de Ma con Pekín. Y, a pesar de que
las movilizaciones no impidieron la histórica reunión de Xi y Ma en la
isla de Singapur hacia finales de 2015, sin duda sirvieron para allanar
el camino para la llegada al poder de la nueva presidenta
proindependentista del PDP, Tsai Ing-wen, en 2016.

Los
últimos resultados electorales muestran un claro triunfo del
independentismo en Taiwán. Fuente: The Economist

Taiwán en el regazo de Trump


En una comparecencia de prensa oficial, Xi fijó 2049, año del
centenario de la fundación de la RPCh, como la fecha límite para la
reunificación nacional de Taiwán. Sin embargo, la llegada al poder de
Tsai está reorientando la política taiwanesa hacia el rechazo del
Consenso de 1992 y la renovación de los compromisos tradicionales de
cooperación con EE. UU. en materia de seguridad y defensa. Para
contrarrestar esta situación, la RPCh está adoptando un tono más
agresivo para intensificar su presión económica sobre Taiwán. Además,
no parece descabellado pensar que si Tsai se mantiene firme en su
rechazo del Consenso o resulta reelegida en 2020, el ELP emprenderá
una ofensiva militar total para recuperar el territorio en 2021 en
previsión de que, con el incremento que ha experimentado en sus
capacidades militares durante los últimos años, la Administración
Trump no se atreverá a intervenir y Taiwán carecerá de los medios para
protegerse.

El desequilibrio militar sino-taiwanés dejaría a Taiwán completamente


incapacitado para defenderse ante una invasión china sin el apoyo
estadounidense. Fuente: Statista
En este contexto, la reciente llamada telefónica entre Tsai y Trump tras
el nombramiento de este como presidente de los EE. UU. no ha podido
ser más inoportuna para Pekín. Las declaraciones del nuevo presidente
han servido para amenazar a la RPCh con romper el reconocimiento
estadounidense a la política de “Una China” si Pekín no cede a sus
exigencias comerciales, una postura que podría entrañar graves riesgos
para las relaciones sino-estadounidenses y para la propia estabilidad
regional e internacional.
Ta
iwán es un importante socio comercial para los EE. UU. de Trump.
¿Bastará esto para que el nuevo presidente siga subsidiando la defensa
de Taipéi? Fuente: Statista
Pese a ello, Xi considera a Taiwán un interés vital irrenunciable para el
prestigio nacional y la supervivencia de la RPCh, así como para
asegurar la legitimidad del PCCh ante sus ciudadanos. Es previsible,
por tanto, que el discurso nacionalista de Xi recalque en futuras
reuniones con sus homólogos estadounidenses el carácter innegociable
y doméstico de la cuestión taiwanesa. Mientras tanto, las expectativas
de la población de Taipéi con respecto a la presidencia de Tsai son
altas, aunque el panorama estratégico se antoje cuando menos oscuro
en el futuro cercano si el PDP no calcula bien sus movimientos.

Taiwán es un peón relativamente indefenso en el gran tablero global en


el que están inmersos EE. UU. y China. Por ello, la supervivencia futura
de la isla estará estrechamente ligada a los volátiles compromisos y
decisiones de la Administración Trump y a la capacidad de Tsai para
mantenerse sobre la cuerda floja. Con este panorama, la pregunta que
quizá deberíamos hacernos es si estaremos asistiendo al preludio de un
conflicto anunciado.

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