Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Aristóteles
I
En todas las artes y ciencias que no versan sobre una parte, sino que son
completas en relación con un género, pertenece a una sola considerar lo que
corresponde a cada género. La gimnasia, por ejemplo, ha de considerar qué
ejercicio conviene a qué cuerpo y cual es el mejor, así como qué ejercicio en
general es mejor para la mayoría (pues esto es también del resorte de la
gimnástica); y a más de esto, si alguno deseare adquirir hábitos físicos y
cierto saber inferior al que se requiere para los ejercicios atléticos, estará
aún en la competencia del maestro de gimnasia y del entrenador
proporcionarle esta capacidad por lo menos. Y lo mismo vemos que acontece
en lo relativo a la medicina, a la construcción de navíos, a la confección de
vestidos y en todas las demás artes. Es evidente, por tanto, que a la misma
ciencia corresponde considerar cuál es la mejor constitución política y qué
carácter debe tener de acuerdo con nuestro ideal si ningún factor externo lo
impide, como también cuál es la que puede adaptarse a tal pueblo. (Para
muchos, en efecto, será quizás imposible alcanzar la mejor constitución, de
suerte que el legislador y el verdadero político no debe ignorar ni cuál es la
mejor en absoluto, ni la mejor dentro de las circunstancias) Y en tercer
lugar, deberá considerar el régimen que deriva de un supuesto dado (esto
es, ser capaz de examinar, en una constitución dada, cómo pudo surgir
desde el principio, y una vez que existe así, de qué modo podría asegurarse
su existencia el mayor tiempo posible. Me refiero, por ejemplo al caso en
que una ciudad no esté regida por la constitución mejor, y que aun esté
desprovista de las condiciones elementales para ello, ni siquiera por la que
es practicable dentro de las circunstancias, sino por una francamente
inferior). Además de todo esto, aún debe conocer la constitución que mejor
se ajusta a todas las ciudades, ya que la mayoría de los publicistas en
materia constitucional, por más que acierten en los demás puntos, yerran en
estos otros de utilidad práctica. No se ha de considerar, en efecto, sólo la
constitución mejor, sino también la que es posible, la que más fácil y más
comúnmente puede implantarse en todas las ciudades. Ahora, en cambio,
unos no investigan sino la constitución de extremada perfección y que
requiere un conjunto de condiciones complementarias, en tanto que otros
proponen alguna forma común, haciendo a un lado las constituciones
existentes y limitándose a alabar la espartana o alguna otra. Mas lo que
sería menester es introducir un orden político tal que los ciudadanos
pudieran fácilmente acatar y compartir dentro de las circunstancias, porque
no es menor hazaña enderezar una constitución que construirla desde el
principio, así como no lo es menos reaprender una ciencia que aprenderla
desde el principio. Por lo cual, y además de los conocimientos ya
expresados, el político debe ser capaz de subvenir a las constituciones ya
existentes, según se dijo también antes. Ahora bien, esto será imposible si
ignora cuántas formas constitucionales hay, pues actualmente hay quienes
piensan que existe sólo una especie de democracia y una especie de
oligarquía, lo que no es verdad. De aquí que no deban ocultársele las
variedades entre las constituciones, cuántas son y de cuántos modos pueden
combinarse. A más de esto, debe discernir con la misma prudencia las leyes
mejores de las que pueden adaptarse a cada sistema constitucional, ya que
las leyes deben establecerse en vista de las constituciones -y es así como las
establecen todos- y no las constituciones en vista de las leyes. La
constitución, en efecto, es la organización de los poderes en las ciudades, de
qué manera se distribuyen, y cuál debe ser en la ciudad el poder soberano,
así como el fin de cada comunidad, mientras que las leyes, con
independencia de los principios característicos de la constitución, regulan el
modo como los gobernantes deben gobernar y guardar el orden legal contra
los transgresores. Es pues, manifiesto que aun para el solo propósito de
legislar, el político ha de conocer necesariamente las variedades de cada
constitución y su número, porque es imposible que las mismas leyes sean
convenientes a todas las oligarquías o democracias, si realmente hay varias
y no una sola democracia u oligarquía.
II
La causa de que haya varias formas de gobierno es que en toda ciudad hay
cierto número de partes. En primer lugar vemos que toda ciudad está
compuesta de familias; y después, que de este conglomerado unos son
necesariamente ricos, otros pobres y otros clase media, y que los ricos están
armados y los pobres sin armas. Y también vemos que de la gente del
pueblo unos son campesinos, otros comerciantes y otros obreros. Y en la
clase superior hay también diferencias tanto por la riqueza como por la
magnitud de la propiedad (como por ejemplo en la cría de caballos, que no
es fácil que la tengan sino los ricos. De aquí que en los tiempos antiguos
haya habido oligarquías en todas las ciudades cuya fuerza estaba en la
caballería, de la cual se servían en las guerras contra sus vecinos, como lo
hicieron los eritreos, los calcidios y los magnesios de las orillas del Meandro,
y otros muchos pueblos de Asia). Pero además de las diferencias por la
riqueza, están las que se fundan en el nacimiento o en la virtud, y cualquier
otra distinción similar, si la hubiere, y que constituye un elemento de la
ciudad, como hemos dicho al hablar de la aristocracia (donde distinguimos
los elementos necesarios de que consta cada ciudad). Como quiera, pues,
que de estos elementos toman parte unas veces todos ellos en el gobierno
de la ciudad, y otras menos o más, es manifiesto que necesariamente habrá
una pluralidad de formas de gobierno diferentes específicamente entre sí,
toda vez que las partes mismas difieren entre sí específicamente. La
constitución, en efecto, es la organización de los poderes, y éstos se
distribuyen por lo general en proporción a la influencia de los que participan
en el poder o por alguna igualdad que les sea común, con lo que me refiero,
por ejemplo, a la que hay entre los pobres o entre los ricos, o a alguna que
sea común a ambas clases. En consecuencia, debe haber tantas formas de
gobierno cuantas sean los ordenamientos que se hagan con arreglo a las
superioridades y a las diferencias entre las partes. Según la opinión común,
habría sólo dos formas constitucionales, así como de los vientos llamamos a
unos vientos del norte y a otros vientos del sur, y los demás no son sino
modificaciones de éstos. Pues así también no habría sino dos constituciones:
democracia y oligarquía, ya que la aristocracia se considera como cierta
oligarquía, y por tanto se clasifica como una forma de oligarquía, y en
cuanto a la llamada república la tienen por una democracia... Esta es, pues,
la opinión habitual y prevalente en los que atañe a las constituciones; pero
es más verdadera y mejor la clasificación que nosotros hacemos bien
constituidas, y las demás desviaciones, lo serán éstas o de la forma bien
combinada o de la mejor constitución, siendo oligárquicas las más tensas y
despóticas, y democráticas las más relajadas y suaves.
Hemos dicho antes que hay varias formas de gobierno, y por qué causa. Mas
ahora, y partiendo del principio que previamente establecimos, digamos por
qué hay más de las mencionadas, y por qué razón. Hemos dado por sentado
que toda ciudad tiene no una, sino varias partes. Si nos propusiéramos
hacer una clasificación de las especies animales, empezaríamos por definir
las propiedades que necesariamente tiene todo animal (como, por ejemplo,
ciertos órganos sensoriales, así como un aparato para recibir y digerir el
alimento, como la boca y el estómago y órganos locomotrices que cada
animal posee).Si no hubiese otras partes necesarias fuera de éstas, pero
entre ellas hubiera diferencias (como si, por ejemplo, hubiera varias clases
de boca, estómago y órganos sensoriales, así como de partes locomotrices)
el número de combinaciones de estas variedades constituiría necesariamente
una variedad de especies animales (ya que no es posible para el mismo
animal tener varias especies de boca, como tampoco de vidas). De este
modo, pues, y así que hubiéramos clasificado todas las combinaciones
posibles, éstas arrojarán como resultados las respectivas especies animales,
que serán tantas en número cuantas son las combinaciones de las partes
necesarias. Pues de la misma manera clasificaremos las variedades de las
formas de gobierno que hemos mencionado, porque las ciudades también
están compuestas no de una, sino de muchas partes, como hemos dicho
repetidamente. (Una es la masa del pueblo que se ocupa de la alimentación,
y que son llamados labradores. La segunda es la de los llamados obreros , y
éste es el grupo dedicado a las artes y oficios sin los cuales es inhabitable la
ciudad, siendo unas de estas artes de todo punto necesarias, en tanto que
otras contribuyen al lujo o al bienestar.) La tercera es la de los comerciantes
(por cuyo término entiendo la clase que se ocupa de comprar y vender, bien
sea al por mayor o al menudeo). La cuarta es la de los jornaleros, y la
quinta es la clase militar, cuya existencia es no menos indispensable que las
anteriores si la ciudad no ha de llegar a ser esclava de los invasores; porque
seguramente es cosa imposible que pretenda llamarse ciudad a una
comunidad esclava por naturaleza, ya que la ciudad es autosuficiente,
mientras que no lo es la que ostenta la condición servil. Por esto es
ingenioso, pero no suficiente, el tratamiento que de esta cuestión se hace en
la República. Dice Sócrates, en efecto, que son cuatro los elementos
absolutamente indispensable de que consta la ciudad, y los especifica como
tejedor, labrador, zapatero y albañil; y luego añade, dado que éstos no se
bastan así mismos, el herrero y los que cuidan del ganado necesario, y
además el comerciante al por mayor y al menudeo. Todos estos elementos
constituyen la plenitud de la primera ciudad por él proyectada, como si toda
ciudad se constituyera en vista de las necesidades de la vida, y no por causa
del bien, y como si necesitara tanto de zapateros como de labradores. En
cuanto a la clase militar, no la introduje sino hasta que ha crecido el país y
hasta que, al entrar en contacto con el de los vecinos, se ve arrastrada la
ciudad a la guerra. Pero aun entre las cuatro clases, o sea cual fuere su
número, que integren la comunidad, necesariamente ha de haber alguien
que atribuya y determine el derecho; y si postulamos que el alma es parte
del viviente más principal que el cuerpo, también habrá que postular que
estas clases como la militar, la que desempeña la justicia judicial, y además
la clase deliberativa (función que corresponde a la prudencia política) son
más partes de la ciudad que aquellas otras que sirven a las necesidades
corporales. Y no hace el caso, para la fuerza del argumento, que estas
funciones estén en clases separadas o en las mismas personas, pues a
menudo ocurre que los mismos hombres llevan las armas y cultivan la tierra.
En conclusión, pues, y toda vez que tanto éstos como aquéllos han de
tenerse como partes de la ciudad, es evidente que la clase militar por lo
menos es parte de la ciudad. La séptima clase, que llamamos de los ricos, es
la que con su fortuna sirve a la comunidad. La octava es la de los
funcionarios públicos que sirven en las magistraturas, toda vez que sin
magistrados es imposible que exista la ciudad. Es menester, por tanto, que
haya quienes sean capaces de gobernar y prestar estos servicios públicos a
la ciudad, bien sea de manera continua o por turno. Quedan sólo las clases
que hemos definido ocasionalmente poco antes a saber la deliberativa y la
que juzga sobre los derechos de los litigantes. Y si estas funciones han de
existir en las ciudades, y existir con eficiencia y justicia, menester será que
quienes las desempeñen sean hombres dotados de virtud en materia
política. En cuanto a las demás capacidades, en opinión de muchos pueden
concurrir en las mismas personas, o sea que los mismos pueden ser
guerreros, labradores y artesanos, y también miembros de los cuerpos
deliberativo y judicial; y en verdad que todos los hombres pretenden tener
virtud y creen ser capaces de desempeñar la mayoría de las magistraturas.
Pero lo que es imposible es que los mismos sean a la vez pobres y ricos, y
por esto parecen ser éstos por excelencia las partes de la ciudad, es decir los
ricos y los pobres. Y por el hecho, además, de ser ordinario los primeros
pocos y lo segundos muchos, se presentan estas partes como clases
antagónicas dentro de la ciudad, de suerte que una y otra establecen los
regímenes políticos con vistas a su respectiva supremacía, y por esto, en fin,
se cree que no hay sino dos formas de gobierno, que son democracia y
oligarquía.
IV
Hemos dicho con antelación que hay muchas formas de gobierno, y por qué
causa; y ahora podemos decir que hay varias formas de democracia y de
oligarquía, lo cual es asimismo manifiesto por lo que hemos dicho. Hay, en
efecto, varias clases así del pueblo como de los llamados notables. De las
clases populares una es la de los campesinos, otra de los obreros y
artesanos, otra de los comerciantes dedicados a operaciones de
compraventa, y otra la de la gente de mar, y de ésta a su vez los que hacen
la guerra marítima, los dedicados al tráfico de mercancías o pasajeros, y los
pescadores...Pues además de estas clases, estaría aún la de los jornaleros y
la de los que, por su escasez de recursos, no pueden disfrutar ningún ocio,
así como la de los que no son libres por parte de padre o madre, y aún
podría haber otra clases semejante entre el pueblo. Entre los notables, a su
vez, las diferencias se constituyen por la riqueza, el nacimiento, la virtud, la
educación y otras cualidades del mismo orden.
(…)
VI
Dada, pues, razón del orden que nos proponemos seguir, nos corresponde
ahora mostrar lo que sea la república, cuya significación resultará más claras
una vez que se han definido las características de la oligarquía y de la
democracia. La república, en efecto, es, en termino generales, una mezcla
de oligarquía y democracia; pero la gente acostumbra llamar repúblicas a las
que se inclinan a la democracia, y aristocracias, en cambio, a las que
propenden a la oligarquía, en razón de que la cultura y la nobleza se
encuentran de preferencia en las clases pudientes, y además porque los
ricos parecen tener ya aquellos por cuya posesión los delincuentes incurren
en falta. De aquí que los ricos se les llaman nobles y buenos y distinguidos;
y así como la aristocracia tiende de suyo a conferir la preeminencia a los
mejores de entre los ciudadanos, así también se extiende el término a las
oligarquías, como si se integrasen principalmente de hombres nobles y
buenos. Por otra parte, parece imposible que reciba un buen orden legal una
ciudad no gobernada por los mejores, sino por los malos, como asimismo
que gobiernen los mejores si no hay un buen orden legal. Ahora bien, éste
no consiste en tener buenas leyes, sino en obedecerlas; y de aquí que la
buena legislación haya de entenderse primero como la obediencia a las leyes
establecidas, y segundo como la promulgación de leyes buenas que sean
acatadas (pues también es posible obedecer a leyes que sean malas) Y el
que las leyes sean buenas, puede ser a su vez de dos maneras: o como las
mejores entre las posibles para este pueblo, o como las mejores en
absoluto. La aristocracia, con todo, parece consistir esencialmente en la
distribución de los honores de acuerdo con la virtud, pues la virtud es el
término definitorio de la aristocracia, como la riqueza lo es de la oligarquía y
la libertad de la democracia. (El otro principio, en cambio, de estar a la
opinión de la mayoría, se encuentra en todas las constituciones, ya que
tanto en la oligarquía como en la aristocracia y en la democracia es suprema
la decisión de la mayoría de aquellos que participan en el gobierno) Y si la
mayoría de las ciudades reclaman la forma de república, es en razón de que
su único fin es la mezcla de ricos y de pobres, de riqueza y libertad (y en
casi todas los ricos parecen ocupar el lugar que debía destinar a los de
condición noble y virtuosa). En realidad, sin embargo, hay tres cosas que
pueden reclamar la igualdad en la ciudad, a saber la libertad, la riqueza y la
virtud (pues la cuarta, la nobleza, acompaña a las dos últimas, como quiera
que la nobleza es riqueza y virtud hereditarias). Es claro, por tanto, que a la
mezcla de estos dos elementos: ricos y pobres, habrá que llamarla república
o gobierno constitucional, y a la de los tres, aristocracia en grado eminente,
pero fuera de la que es verdadera y primera.
Queda así, pues, explicado que hay otras formas de gobierno aparte de la
monarquía, la democracia y la oligarquía, y cuáles son, y en qué difieren
entre sí las aristocracias, y las repúblicas de la aristocracia, siendo además
conveniente a las ciudades, y qué persona, y de qué origen, debe
establecerse como rey. En esos libros, además, donde tratamos de la
monarquía, distinguimos dos formas de tiranía, a causa de que su naturaleza
coincide en cierto modo con la de la monarquía, por ser de acuerdo con la
ley ambos gobiernos (a saber los monarcas absolutos que eligen algunos
bárbaros y algunos monarcas de esta especie que existieron entre los
antiguos griegos, y a quienes llamaban dictadores). Y aunque había algunas
diferencias entre uno y otro régimen, ambos eran por una parte
monárquicos en cuanto que el poder singular se ejercía sobre una base legal
y con el consentimiento de los súbditos, y tiránicos a causa de que el
gobierno era despótico y al arbitrio de quienes lo detentaban. Pero la tercera
forma de tiranía, y que es la que sobre todo se entiende por dicho término,
es la que corresponde a la monarquía absoluta. Esta tiranía, pues, se da
necesariamente cuando hay un poder singular que gobiernan
irresponsablemente a sus iguales o superiores, en vista de sus propio interés
y no del de los gobernados. Es, por tanto, un gobierno de fuerza porque
ningún hombre libre tolera voluntariamente un poder de esta naturaleza.
(…)
IX
En muchas cosas los de en medio tienen lo mejor; sea la mía una posición
media en la ciudad.
http://www.eumed.net