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La constitución es la que determina con relación al Estado la organización regular de todas las magistraturas,
sobre todo de la soberana, y el soberano de la ciudad es en todas partes el gobierno; el
gobierno es, pues, la constitución misma. Me explicaré: en las democracias, por ejemplo, es el
pueblo el soberano; en las oligarquías, por el contrario lo es la minoría compuesta de los ricos;
y así se dice que las constituciones de la democracia y de la oligarquía son esencialmente
diferentes; y las mismas distinciones podemos hacer respecto de todas las demás.
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–Aristóteles-
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Aristóteles, La política, Editora Espasa – Calpe Argentina, S.A. Buenos Aires, 1946, pp. 95
2.0 Constitución: definiciones
Forma o sistema de gobierno que tiene cada Estado. Ley fundamental de la organización de
un Estado. (Dic. Acad)
Consideraciones conceptuales. Basta comparar esas dos acepciones para darse cuenta de la
diferencia entre una y otra. En la primera, se parte del supuesto de que toda sociedad
organizada ha de estar constituida mediante normas legales o consuetudinarias encaminadas a
establecer un orden de gobierno, aunque sea autocrático, por cuanto, sin la existencia de esas
normas, incluso si tienen su origen en un hecho de mera fuerza, no podría subsistir una vida
en comunidad. Dejando aparte que un gobierno constituido sobre la base exclusiva de la
fuerza viene a representar un desgobierno, por la inevitable lucha que se produce para ver
quién es más fuerte, resulta evidente que una organización social sin normas no seria otra
cosa que una anarquía, en la más amplia extensión de esa palabra. En ese sentido de la
necesidad de normas, y solo en ese, debe entenderse que las monarquías absolutas y hasta las
tiranías orientales tenían una constitución; es decir, estaban constituidas orgánicamente, por
lo menos para determinar la forma de designación del titular del poder, la capacidad requerida
para desempeñarse como tal, el orden de sucesión. La delegación de facultades en otras
autoridades, las limitaciones impuestas por la ley o por la costumbre a las atribuciones de los
reyes absolutos, sin que la inexistencia de una intervención popular directa (salvo la que
pudiera manifestarse revolucionariamente) sea óbice, dentro de esa interpretación, a la
realidad de una Constitución, pues solo cabe ejercer aquellos poderes autocráticos sobre una
nación o un Estado constituidos. (Ossorio, 1973)
Todo lo expuesto se vincula con el problema de la soberanía, así como con el de origen del
poder. En los regímenes constitucionales, la soberanía emana del pueblo, y sus individuos son
quienes eligen y regulan su forma de gobierno, mientras que, en los regímenes autocráticos,
el Estado, o más propiamente el autócrata, lo es todo, está por encima de los ciudadanos, y
estos no pasan de la categoría de súbditos.
Partiendo de la segunda de las acepciones señaladas, que define la Constitución como la ley
fundamental o Carta Magna de un país, es de señalar que ninguna de las leyes o normas
legales que se dicten para regular aspectos concretos de la vida nacional puede estar en
oposición a las normas inconstitucionalidad, porque, de otro modo, la Constitución resultaría
lera muerta, y violado el principio de su supremacía.
El Poder Constituyente; las limitaciones que son impuestas al ejercicio del poder público, y
por lo tanto, las garantías que tales limitaciones suponen para los derechos individuales, tanto
públicos como privados, están diversamente originadas. Pueden arrancar de una
autoeliminación de sus atribuciones que quieran hacer el monarca o el autócrata, obedeciendo
a un impulso propio - que es sumamente improbable, porque su tendencia es la inversa,
ampliar sus facultades – o cediendo a presione externas, como sucedió, por ejemplo, con las
Cartas Francesas de 1814 y 1830, con el Estatuto real español de 1834 v con el Estatuto
Italiano de 1848. También pueden tener su origen en pactos, más o menos voluntarios,
celebrados entre el pueblo y un monarca que venía ejerciendo el poder con carácter absoluto
o que ilega a él por – primera vez, como en el caso de las Constituciones de la Monarquía
española de 1837, 1845, y 1876 o ser directamente impuestas y sancionadas por la voluntad
popular, como las españolas de 1812. 1869 y 1931: las francesas de 1791, 1848 y todas las
posteriores, la belga de 1830, y las de las repúblicas americanas.
La constitución, en sentido formal, es el código político en que el pueblo, por medio de sus
representantes, por los libremente elegidos, fija por escrito los principios fundamentales de su
organización y, especialmente, los relativos a las libertades políticas del pueblo.
Aun cuando no todos los autores lo aceptan, es corriente establecer esta distinción:
Constituciones rígidas, que son las que solo pueden modificarse por procedimientos
especiales, distintos de los que se aplican para reformar las leyes ordinarias, y Constituciones
flexibles, que son las que admiten enmiendas por el mismo procedimiento que cualquier ley
ordinaria. Por eso, la modificación total o parcial de una Constitución rígida requiere la
convocatoria de una Asamblea constituyente, en tanto que la modificación de una
Constitución flexible se hace por el Parlamento ordinario.
Pero bien como anticipamos más arriba, el antecedente remoto de las actuales Constituciones
puede encontrarse en la inglesa, sistema que es adoptado por los Estados Unidos de
Norteamérica a raíz de su independencia, y poco después por Francia en 1791. Pero algún
conocido autor afirma que la idea de una ley fundamental y escrita, con carácter de garantía,
tiene raíces más antiguas, que llegan hasta la Edad Media; que lo mismo en España que en
Inglaterra existían documentos calificables de constitucionales, por cuanto establecían
algunas garantías individuales tendientes a impedir las extralimitaciones del Poder real. Entre
esos antecedentes medioevales, por cierto de notoria importancia, cabe señalar las
instituciones de Aragón. Constituciones de tipo elemental pueden ser consideradas las Cartas
que contenían convenios entre el príncipe y sus vasallos o estamentos y de los cuales el más
conocido ejemplo es la Carta Magna (v.). Obtenida de Juan Sin Tierra en el año 1215 por los
barones, eclesiásticos y laicos, en la que se establecían garantías relativas a la libertad de la
Iglesia y la determinación de que los impuestos no podían ser recaudados sin el
consentimiento del Consejo Común del Reino. Se concedían perpetuamente todas las
libertades a todos los hombres libres de Inglaterra, así como a las ciudades, distritos, aldeas y
barones el goce de sus privilegios, fueros y costumbres, y la facultad de enviar diputados al
Consejo Común. Se prohibía el embargo de muebles de las personas para obligarlas por causa
de su feudo a prestar más servicios que los debidos por la naturaleza. Ningún vasallo podía
ser condenado a pena pecuniaria sino bajo idénticas condiciones, sin que se lo pudiera privar
de sus instrumentos de trabajo. No se impondría ninguna multa si el delito no estuviera
comprobado con juramento de dos vecinos honrados y de buena reputación. Nadie podría ser
detenido, preso ni desposeído de sus bienes, costumbres y libertades, sino en virtud del juicio
de sus pares, comprometiéndose el monarca a no vender, rehusar ni dilatar a nadie la
administración de justicia. Se declaraba la libertad de entrada y salida del reino, excepto en
tiempo de guerra. La Carta Magna, según opinan algunos autores, no hizo otra cosa que
proteger libertades preexistentes, como las reconocidas en la Carta de Enrique I del 1100, en
la de Esteban de 1136, en la de Enrique II de 1154 y en las Constituciones de Clarendon de
1164.
Proceso español. La historia constitucional de España puede ser explicada en esta forma:
fueros municipales que son verdaderas Constituciones de alcance local; cortes de la Edad
Media, que significaron un régimen representativo lamentablemente interrumpido por la
instauración primero de la dinastía austríaca en el año 1516, y después borbónica en el año
1700, las cuales implantaron un régimen de monarquía absoluta muy distinto del tradicional
español. Como en otros muchos países europeos, la reacción constitucionalista se produjo
como consecuencia de la infiltración de las ideas de la Revolución francesa. Haciendo caso
omiso del Estatuto de Bayona, con el que Napoleón pretendió asentar en el trono de España a
su hermano José, puede afirmarse que la primera Constitución española, en el moderno
sentido de esa palabra, fue la de 1812, sancionada por las Cortes de Cádiz, que mantuvo el
régimen monárquico y al traidor y repudiable Fernando VII como titular de la corona, no
obstante encontrarse expatriado y haberse sometido a la dominación napoleónica, mientras el
pueblo derramaba su sangre en defensa de la independencia. En cuanto terminada la lucha,
Fernando VII volvió a España, lo primero que hizo fue abrogar la Constitución y restablecer
el régimen absolutista, que duró hasta que la revolución de Riego, en Cabezas de San Juan, el
año 1820, impuso el restablecimiento de la Constitución de 1812, aun cuando ella duró poco
tiempo, pues en el año 1823 un ejército francés, que se conoció con el nombre de “Los cien
mil hijos de San Luis”, invadió a España con la misión de poner fin al régimen constitucional,
de acuerdo con lo dispuesto en el Congreso de Verona. El nuevo período absolutista duró
hasta la muerte de Fernando VII en 1833.
Sobre las Bases de Alberdi, se llega a la Constitución de 1853, que, con las reformas de 1860
(consecuencia del Pacto de San José de Flores) de 1866 v de 1898 es la que todavía rige, si
bien con una nueva modificación hecha por la Asamblea constituyente de 1957. Con
anterioridad a esta última reforma, en el año 1949, se elaboró y promulgó una nueva
Constitución, que tuvo vida efímera, por cuanto fue abrogada en el año 1955, al caer el
gobierno que la había inspirado, y se restableció la de 1853. Al hablar de la Constitución de
la Argentina, no se puede silenciar que su vigencia ha sido interrumpida durante períodos de
diversa duración, por los gobiernos de facto que han detentado el poder como consecuencia
de los golpes de Estado de 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976.
A principios del siglo XVII, la Carta Magna era vista como documento político esencial en
los argumentos sobre la autoridad de la monarquía inglesa. Jacobo I y Carlos I propusieron
una mayor autoridad para la Corona, sobre la base de la doctrina del derecho divino de los
reyes, mientras que la carta era muy citada por sus oponentes para desafiar a la monarquía.
Sus defensores aseguraban que la carta reconocía y protegía la libertad de los individuos
ingleses y hacía que el rey estuviera sujeto a la ley común de la tierra; también que introducía
el juicio con un sistema de jurado y reconocía los orígenes antiguos del Parlamento.
Concluyeron que, gracias a la Carta Magna y la “constitución antigua” que supuestamente
había sobrevivido la invasión normanda, un monarca no podía alterar esas costumbres
inglesas de larga data. No obstante, aunque los argumentos basados en la carta eran
históricamente inexactos, tenían un poder simbólico ya que ella tenía un profundo significado
durante este período; anticuarios como Henry Spelman la describieron como “el más
majestuoso y sacrosanto pilar de las libertades inglesas”.
Edward Coke utilizó la Carta Magna como herramienta política durante esta época.
Trabajando a partir de la versión de 1225 del texto -la primera copia impresa de la carta de
1215 apareció en 1610-, pronunció discursos y publicó varios folletos sobre este documento.
Su trabajo era desafiado en ese entonces por lord Ellesmere e historiadores modernos como
Ralph Turner y Claire Breay han criticado a Coke por “malinterpretar” la carta original
anacrónicamente y sin sentido crítico y por adoptar un enfoque muy selectivo de su análisis.
Con más simpatía, James Clarke Holt señaló que la historia de las cartas ya se había
distorsionado cuando Coke estaba llevando a cabo su trabajo.
John Lilburne criticó la Carta Magna como una definición inadecuada de las libertades
inglesas.
En 1621, se presentó un proyecto de ley al Parlamento para renovar la Carta Magna; aunque
este borrador fracasó, el abogado John Selden argumentó durante el caso Darnell en 1627 que
el derecho de habeas corpus estaba respaldado por ella.
Coke apoyó la Petición de Derechos de 1628, que la citaba en su preámbulo, en un intento de
ampliar las provisiones y hacerlas vinculantes para el poder judicial. La monarquía respondió
justificando que la situación legal histórica era mucho menos clara de lo que se pretendía, por
lo que restringió las actividades de los anticuarios, arrestó a Coke por traición y censuró su
libro sobre la Carta Magna. Carlos I inicialmente no estaba de acuerdo con la Petición de
Derechos y rehusó confirmar la carta, de manera que evitaría la reducción de su
independencia como soberano.
Los grupos radicales que florecieron durante este período tenían diferentes opiniones sobre la
Carta Magna. Los niveladores (Levellers) rechazaron la historia y la ley tal como eran
presentadas por sus contemporáneos y sostuvieron en su lugar un punto de vista
antinormanista. Por ejemplo, John Lilburne argumentó que la carta contenía solo algunas de
las libertades que supuestamente existían bajo los anglosajones antes de ser suprimidas por el
yugo normando. El nivelador Richard Overton la describió como “una cosa mezquina que
contiene muchas marcas de cautiverio intolerables”. Ambos veían a la Carta Magna como
una útil declaración de libertades que podía usarse contra gobiernos con los que no estaban de
acuerdo. Gerard Winstanley, el líder de los cavadores (Diggers) más extremistas, declaró que
“las mejores leyes que Inglaterra tiene [viz., la Carta Magna] fueron alcanzadas por nuestros
importunados antepasados cuando solicitaron a los reyes que todavía eran sus maestros de
obra; sin embargo, estas buenas leyes son ataduras y manicuras, reteniendo a un tipo de
personas para que sean esclavas de otros: el clero y la nobleza obtienen su libertad, pero la
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gente común sigue siéndolo y se les ha dejado como sirvientes para que trabajen para ellos”.
3.0 Conclusión
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Conforme: https://es.wikipedia.org/wiki/Carta_Magna#Tensiones_pol%C3%ADticas
en pugna. Ninguno de estos actores tendría que absolutizar o hegemonizar sus intereses y su
poder. La constitución viene a establecer la participación armoniosa de los diferentes actores,
o sea limitar los poderes y resguardar y garantizar derechos y libertades de la comunidad.