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DOI: 10.24275/uama.7049.

8992

Teresa Puche Gutiérrez

Travestismo y violencia como estéticas


subversivas en la literatura escrita
por mujeres: Lobas de mar de Zoé Valdés

Páginas 139-155
En:

Lo estético en el arte, el diseño y la vida cotidiana /


Nicolás A. Amoroso Boelcke, Olivia Fragoso Susunaga y
Alejandra Olvera Rabadán, coordinadores. Ciudad de
México: Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad
Azcapotzalco, 2021. 375 páginas.

ISBN 978-607-28-2162-0
Relación: https://doi.org/10.24275/uama.1242.8980

Universidad Autónoma Metropolitana División de Departamento del


Unidad Azcapotzalco Ciencias y Artes para el Diseño Medio Ambiente

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Lo estético en el arte

Travestismo y violencia como estéticas Dra. Teresa


Puche Gutiérrez
subversivas en la literatura escrita por Universidad
Michoacana de
mujeres: Lobas de mar de Zoé Valdés San Nicolás de
Hidalgo

139 139

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Resumen Abstract
La violencia en la literatura ha pertenecido al te- Violence in literature has belonged to the
rritorio discursivo masculino, en corresponden- discursive male territory, in correspondence
cia con los roles patriarcales. Sin embargo, en with the patriarchal roles. However, in recent
las últimas décadas las mujeres han comenzado decades women have begun to explore this
a explorar este horizonte temático generando thematic horizon, generating a new aesthetic
una nueva estética de la violencia con matices of the violence with significantly subversive
significativamente subversivos desde la voz sos- undertones from the voice supported by the
tenida por las nuevas feminidades. En la novela new femininity. In the novel by Zoé Valdés,
de Zoé Valdés, Lobas de mar, la violencia viene Sea wolves, violence is associated to the
asociada a la transgresión de las identidades ge- transgression of the generic identities of two
néricas de dos mujeres convertidas en piratas. women turned into pirates.
Palabras clave: Violencia, Transgresión gené- Key words: Violence, Gender transgression,
rica, Travestismo, Relación de poder, Nuevas Transvestism, Power relationship, New
feminidades. Feminities.
Lo estético en el arte, el diseño y la vida cotidiana

Introducción
Los roles de género históricamente configurados bajo los modelos de
desigualdad, en detrimento de la mujer, impuestos por la sociedad oc-
cidental, han invadido todas las esferas vitales, incluida la producción
artística. La literatura, como tal, por su condición especial respecto de
otras formas de arte en cuanto al empleo de un lenguaje compartido
con la comunicación verbal entre los seres humanos en la cotidia-
nidad, adquiere especial utilidad para la transmisión de la ideología
que refrenda el sistema patriarcal vigente durante siglos. De ahí que,
en casi cualquier aproximación al texto literario, descubramos de in-
mediato elementos que establecen claramente las jerarquías de poder
que privilegian al hombre sobre la mujer, como hizo bien en observar
Virginia Woolf (2008), ya, incluso, desde la notable diferencia entre el
número de obras escritas por hombres sobre mujeres y las escritas
por mujeres sobre hombres y, podríamos añadir a esta lista, las obras
escritas por mujeres sobre ellas mismas.
Aunque resulte difícil explicar, en un trabajo de breve extensión
como el presente, las numerosas y complejas causas que han dado
lugar a que la gran producción artística haya estado circunscrita al
ámbito de acción masculino, cabe, al menos, suscribir las siguientes
140140 afirmaciones de Linda Nochlin:
[...] parece probable que la respuesta del por qué no han
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existido grandes artistas mujeres no reside en la natura-
leza del genio individual o en su falta, pero sí, en cambio,
en las instituciones sociales previstas y en lo que ellas
prohíben o fomentan en diversas clases o grupos de in-
dividuos (2007, p. 28).
La citada investigadora feminista sostiene que, no obstante, en el
caso de la literatura las mujeres han podido ser más competitivas que
en otras formas de producción artística como es el caso de las artes
plásticas, puesto que tal “producción artística ha requerido el apren-
dizaje de ciertas técnicas y habilidades en una determinada secuencia,
en un ambiente institucional fuera del hogar” (Nochlin, 2007, pp. 32-33).
De quién escribe qué y sobre quién se escribe va a depender sus-
tancialmente el tratamiento dado a los diferentes temas y en el caso
que nos ocupa, que es el de la violencia en el texto literario, pode-
mos suponer de antemano que ha sido territorio vedado para la mu-
jer pues, en la escasa escritura que ésta ha legado a las sociedades
contemporáneas, hasta la primera mitad del siglo XX, resulta ser una
temática casi inexistente. Tal hecho podría explicarse atendiendo a la
desigual relación entre géneros en la cual quien ha infringido el daño,
el dolor y el castigo de manera casi exclusiva y recurrente, según el
adoctrinamiento dispensado por el sistema patriarcal, es aquél que
Lo estético en el arte

ha ostentado el estatus de poder privilegiado, es decir, el hombre que


además es quien ha dominado la práctica totalidad de la producción
artística, entre la que se encuentra la literatura y, más allá de ella, toda
producción escritural de cualquier tipo. La mujer, si acaso, ha sido
objeto de violencia textual, como de otras tantas formas de violencia
que devenían en su impuesta condición de inferioridad.
No obstante, en esa posibilidad progresiva de empoderamiento que
la mujer ha conquistado en las recientes décadas y sigue construyendo
con tanto esfuerzo aún hoy día, la cual se traduce, entre otras circuns-
tancias, en una incomparablemente más prolífica producción litera-
ria, encontramos novedosas aproximaciones temáticas a territorios
inexplorados como la citada violencia o el sexo, que en otro tiempo
hubieran sido impensables, o más aún, intolerables desde el punto de
vista masculino, y aún peor, femenino, como síndrome de Estocolmo
lógico, ante el secuestro físico y mental que el sometimiento histórico
de la mujer por el hombre ha propiciado.
De todo lo dicho hasta el momento, se deduce la importancia de
otorgar el tratamiento debido a estas, relativamente recientes, incur-
siones de las mujeres narradoras en las prohibitivas aguas jurisdiccio-
nales de sus cada vez más homólogos compañeros narradores, en lo
relativo a las diferencias, de haberlas, que aporta la visión de género 141 141
representada por ellas.
Las reflexiones que nutren este breve esbozo, el cual se circuns- Ir al índice
cribe a la literatura hispanoamericana, intentarán mostrar el carác-
ter estético del tratamiento que las narradoras contemporáneas dan
a la violencia y al travestismo al convertirlos en recursos narrativos
novedosos en el contexto escritural de la mujer y lograr el objetivo
de expresarse en un lenguaje específicamente articulado para crear
efectos de horror al tiempo que de dislocación de los órdenes genéri-
cos, sociales y culturales establecidos.
Este trabajo tomará como objeto de estudio representativo de las
mencionadas problemáticas, la obra de Zoé Valdés, Lobas de mar, por
reunir numerosas características temáticamente válidas, en cuanto a
la propuesta de esta investigación se refiere, por constituir un ejem-
plo paradigmático de las relaciones existentes entre violencia, tra-
vestismo y género, al tiempo que por permitirnos un acercamiento a
la narrativa escrita por mujeres atendiendo a algunos aspectos poco
analizados hasta el momento presente.
Lo estético en el arte, el diseño y la vida cotidiana

La violencia explícita en la literatura contemporánea escrita


por mujeres: hacia una nueva estética de la subversión y el
empoderamiento
Aunque la violencia en el arte no sea una novedad contemporánea
como elemento temático1, sí lo es el tratamiento que de ella se ha he-
cho en el momento presente al otorgarle un alto grado de normaliza-
ción en la cotidianidad vital y la posibilidad reciente de ser incorpora-
da a la creación artística producida por mujeres.
La literatura actual, como también las artes visuales y escénicas, han
recurrido con reiterada frecuencia a la plasmación de la violencia como
objeto de representación de los conflictos de poder derivados de las re-
laciones económicas, políticas y sociales que rigen el desigual régimen
capitalista mundial y el de las diferentes sociedades posmodernas en
particular. Pareciera que la mayor complejidad extractiva, productiva y
consumista que ha caracterizado al pasado siglo y al presente hubiera
dado lugar también a nuevas formas de violencia, al tiempo que refren-
dado y actualizado las ya existentes, las cuales se han convertido en una
preocupación artística de primer orden, dando lugar, en consecuencia,
a toda una estética, con carácter más o menos crítico, de la agresivi-
dad, el maltrato, la violación, el sufrimiento, el dolor, la humillación y la
142 142 muerte, frecuentemente expresados a través de los más sórdidos re-
cursos propios de los diferentes lenguajes artísticos.
Ir al índice En lo que se refiere a la violencia literaria, las narradoras han tra-
tado de expresar el hecho violento tal y como la mujer lo ve, lo pien-
sa y lo ejecuta, indistintamente del hombre, en toda esa dimensión
monstruosa que puede ser propia tanto del ser femenino como del
masculino, creando así una suerte de tabla rasa que permita al lec-
tor descubrir que la violencia, en realidad, es simplemente humana,
amén de poseer un componente cultural y educacional, violencia que,
en todo caso, ha sido reprimida en la mujer como uno de los tantos
ejercicios de control a los que ha sido sometida, de la misma manera
que al hombre se le ha privado de manifestar las emociones, sin que
tal asunción signifique que no pueda sentirlas con la misma intensidad
con la que lo hace una mujer.
No se trataría, en ningún caso, de un intento de reivindicar la vio-
lencia desde la narratividad, sino el poder subversivo de la palabra
violenta para describir un mundo que también lo es, palabra que le ha
sido negada a la mujer en beneficio del hombre al habérsele atribuido,
en contrapartida, una falsa fragilidad y una especial sensibilidad que
supuestamente negarían toda posible agresividad verbal.

1 El caso de la pintora italiana, Artemisia Lomi Gentileschi, resulta verdaderamente pa-


radigmático en el conjunto de la creación pictórica producida por mujeres. Aunque la
representación explícita de la violencia sea tan propia de la estética barroca a la que se
circunscribe y, en particular, de la escuela romana de Caravaggio, tal hecho no la exime
de ser considerada un caso excepcional.
Lo estético en el arte

Es posible afirmar que la literatura escrita por mujeres se está al fin


apropiando de ciertos territorios prohibidos del lenguaje para resig-
nificarlos, desde los cuales transmitir el progresivo empoderamiento
que otorga el ejercicio de una voz liberada, en gran medida, de los ro-
les de género tradicionales, otorgando una nueva dimensión al “quién
violenta a quién”, puesto que la violencia protagonizada por las mu-
jeres puede ser indistintamente ejercida sobre cualquiera de los dos
géneros, al igual que la ejercida por el hombre. Y es que “Las mujeres,
en algunos casos, por mimetismo y al igual que los hombres, pueden
actuar de forma despectiva hacia otras mujeres, infravalorando tanto
a sus personas como los valores femeninos” (Goicoechea, 2017, p. 110).
Inmersa como está la mujer en un mundo hostil, pareciera que sólo
puede ejercer la violencia en un mundo de hombres convirtiéndose
en uno de ellos, actuando como él, de ahí el contemplar el travestis-
mo como una opción a tal efecto.
Podríamos citar algunos nombres en el ámbito de la narrativa es-
crita por mujeres que merecen especial atención en lo que a la incor-
poración de una violencia expresa en sus obras se refiere, narradoras
que hablan de violencia pero que también la expresan de manera ex-
plícita en sus obras.
Nos encontramos con escritoras motivadas por el afán de contar 143 143
circunstancias históricas cercanas o experiencias traumáticas per-
sonales recreadas a partir del anonimato que posibilita la ficción, así Ir al índice
sucede con las violencias derivadas de procesos bélicos o dictato-
riales como es el caso de algunas autoras argentinas de los años 70
del pasado siglo, entre las que destacaremos a Noemí Ulla, Angélica
Gorodischer, Luisa Valenzuela, y Griselda Gámbaro, con obras como
“Cuentas”, En el subsuelo, Cambio de armas y Ganarse la muerte, res-
pectivamente. Se trata de una violencia contada como necesario ejer-
cicio de memoria histórica que encuentra su raíz en el sufrimiento
inflingido a las mujeres, a ellas mismas, durante la dictadura argenti-
na. Los relatos de las vejaciones, las torturas, las violaciones encuen-
tran plena justificación en el uso de un lenguaje duro, expresivamente
agresivo y conmovedor y “desmienten el supuesto carácter indecible
e impensable de la violencia y el horror” (Aletta de Sylvas, 2012, s.p.).
Otras escritoras buscan narrar la violencia de género en un lenguaje
sórdido desde la descripción minuciosa de los escenarios o la psicolo-
gía de ciertos personajes masculinos (a veces también femeninos que
participan activamente o que consienten desde el silencio la atrocidad):
asesinos sanguinarios, maltratadores físicos y psicológicos, violadores
o psicópatas, que operan casi siempre en el espacio cerrado de la coti-
dianidad, ejerciendo la violencia de género que el orden patriarcal pro-
picia, y gozando al provocar dolor extremo, castigo y hasta la muerte a
sus víctimas. En este grupo nos encontramos con autoras como Liliana
Lo estético en el arte, el diseño y la vida cotidiana

Blum y sus novelas Pandora y El monstruo pentápodo, obras que le per-


miten usar la sexualidad como pretexto para indagar en la crueldad de
ciertas parafilias como el feederismo o la pedofilia, y Cristina Rivera
Garza con obras como La muerte me da, en donde nos encontramos
con un “lenguaje que no solo habla de la violencia sino que también se
escenifica como lenguaje de la violencia” (Littschwager, 2011, s.p.).
Algunas narradoras tratan de conducir al lector o lectora hacia el
terreno de la violencia urbana que se ejerce con total impunidad en
los ámbitos más sórdidos del subsuelo económico y político de las
grandes ciudades o de las que son fronterizas por parte de quienes
ostentan el poder. Un buen ejemplo de esta producción estaría re-
presentado por la novela de Laura Restrepo, Los Divinos, basada en
la historia real de la violación y asesinato de una niña pobre de siete
años de edad a manos de un arquitecto perteneciente a una afamada
familia colombiana, que sirve como plataforma a Restrepo para poner
de relieve los sucios fondos del privilegio burgués. Del mismo modo,
podría ser un referente importante la obra, Vaca Sagrada, de la chile-
na, Diamela Eltit, en la que:
Las mutilaciones, los insultos, el encharcamiento en sus
propios vómitos, los extravíos, los agravios, los envileci-
144 144 mientos, los acosos humillantes, las prácticas viciosas, los
golpes a mansalva, la ingesta de materias putrefactas, las
Ir al índice vulgaridades, las desnudeces descaradas y las bastardías
-todas son expresiones que la autora utiliza- dan forma a
esa “vaca” con la cual se identifica la protagonista. (Blume,
1997, p. 19)
Puede también darse el caso de que pretendan relatar que la violen-
cia aparentemente gratuita finalmente enraíza en un sistema clara-
mente opresivo que acaba creando seres desmedidamente violentos
cuando se sienten amenazados, tal y como sucede con las protagonis-
tas en la novela de Zoé Valdés que nos ocupa, como se observa en el
siguiente fragmento:
Un corte le cruzó los labios, la nariz y los ojos; el tajazo
de vuelta le rajó el chaleco a la altura del pecho, la mujer
reculó, lo que aprovechó la chica para encajarle la punta
en un pezón y luego otro golpe en el otro seno. La aya se
tambaleó, pero continuó musitando obscenidades, Ann le
acalló asestándole un nuevo cuchillazo en el útero. Beth
Welltothrow se protegió con las manos, todavía en pie,
trastabillando, pero doblada sobre el vientre. Ann clavó
la hoja cuatro veces seguidas en la espalda, pulmones, ri-
ñones, nalgas. La criada cayó de bruces, Ann terminó el
trabajo desbaratando el cráneo, las piernas, incluso los to-
billos. Trece puñaladas a los trece años. Ann contaba trece
Lo estético en el arte

años entonces, cuando asesinó a la sirvienta, la señorita


Beth Welltothrow, la sabandija. (Valdés, 2003, p. 20)
No son éstas las únicas opciones posibles de incorporación del dis-
curso violento en la narrativa de mujeres, pero baste con citar estas
cuatro variantes para darnos idea de la versatilidad del tema.
Identidad y violencia en la piratería caribeña de Lobas de mar
Pensar en piratas es pensar en hombres. Y no porque no hayan exis-
tido algunas mujeres bucaneras, sino porque éstas son muy inferio-
res en número, algunas, probablemente, nunca destacaron y a otras
la Historia, escrita por hombres y para ellos mismos, se encargó de
silenciarlas y olvidarlas para no reconocer que alguna vez gozaron de
una autoridad y un dominio semejante al de los varones.
Y esto sucede de tal modo porque el oficio de la piratería conlleva
ciertas características que no se corresponden en nada con el rol, de
esposa y madre, asignado históricamente a la mujer, en el que la ma-
ternidad, el cuidado del hogar como espacio privativo de aislamiento
que la alejaba de toda función pública y, en consecuencia, política, la
dedicación a sus compromisos conyugales y la atención, cuidado y
educación de los hijos e hijas, los primeros para que dieran continui-
dad al sistema patriarcal y las segundas para que, nuevamente, asu-
mieran su condición de inferioridad, repitiendo los patrones bajo los 145 145
cuales fueron educadas, se convertían en las razones únicas de su ser
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en el mundo. Todo lo dicho se contextualiza, además, en un siglo XVIII
en el que:
Después de, por lo menos, dos siglos de ridículo, el ma-
trimonio comenzó a gozar de un cierto grado de popula-
ridad. Pensadores ilustrados del siglo XVIII como Buffon,
Holbach, Rousseau y los Enciclopedistas, consideraron,
casi unánimemente, al matrimonio como el más feliz, el
más civilizado y el más natural de los estados, era la institu-
ción que mejor podía satisfacer y conciliar las necesidades
sociales e individuales (Duncan, 2007, p. 205).
La vida de un marino, ya fuera soldado o pirata, estaba, de muchos
modos, reñida con la vida familiar por razones obvias, como el poco
tiempo de residencia en tierra firme, la dificultad para hacerse cargo
de las necesidades de una esposa y de la educación de unos hijos, y,
cómo no mencionarlo, la infidelidad a los votos conyugales motivada
por la satisfacción de las necesidades sexuales fuera del matrimonio
durante los largos periodos de navegación. Claro está que esta disci-
plina, o no sé si mejor llamarla indisciplina, era perfectamente lógica
y adecuada para el estatus de privilegiada libertad que se auto con-
cedía el varón, entendido como atribución derivada de su condición
de superioridad, pero no para la mujer, sobre quien recaían todas las
Lo estético en el arte, el diseño y la vida cotidiana

normas sociales más estrictas en cuanto a funciones y actitudes en


correspondencia con su posición inferior en la jerarquía de poder.
El mar, “un espacio exclusivamente masculino y ardientemente mi-
sógino (una condensación en estado líquido del resto de la cultura)”
(García, 2014, p. 198), y todas las actividades relacionadas con él, se
suponían propios de hombres, en tanto exigían formación específica
para la navegación y, en determinados casos, también militar, forta-
leza física y mental, además de experiencia marinera y valentía, cua-
lidades que estaban supuestamente limitadas para la mujer.2 Geniber
José Cabrera Parra, en referencia a la navegación como oficio, afirma
con cierta ironía:
Ellos, únicamente ellos, y nadie más, podían asumir los
destinos de las flotas reales o piráticas; porque en cuestio-
nes de navegación, así lo estipulaban los sinuosos manuales
caballerescos que nada ofrecían a las mujeres de espíritu
libertario. La marinería regular prohibía a las del sexo débil
toda posibilidad de enrolarse (…) las mujeres se presentaban
como elemento desarticulante para la hermandad pirática
(2005, p. 93).3
No obstante, en el oficio de la navegación hubo, probadamente y al
146 146 igual que en otros oficios, mujeres forbantes a bordo de los barcos,
como es el caso de Anne Bonny y Mary Read, que son una realidad un
Ir al índice tanto ficcional en la historia de la piratería del siglo ilustrado, puesto
que los testimonios que han llegado sobre ellas son muy limitados4 y
su recuerdo se consolida definitivamente a partir de los populares
añadidos fabulosos a sus historias de vida reales, al tiempo que cons-
tituyen una ficción con sustratos de verdad en la novela de Valdés,
quien reutiliza parte del material histórico pero con todos los cam-
bios y añadidos necesarios para recrear unos personajes a la medida
de la historia que pretende contar. En la práctica, Valdés toma de
las vidas reales de Anne Bonny y Mary Read, como también de las
de otros personajes secundarios, entre ellos Calico Jack, los asuntos

2 Para la consolidación del sistema patriarcal ha sido necesario establecer un nivel claro
de diferenciación entre los géneros masculino y femenino que los haga irreconciliables
de modo que funcione a favor de la legitimación del poder de uno sobre el otro. Por tal
razón “En nuestra cultura occidental se atribuye a las mujeres cualidades o debilidades
que se niegan a los varones y viceversa; por ejemplo se cree que los hombres tienen
cualidades prestigiosas como la razón, la objetividad, la independencia o la autoridad,
mientras que las mujeres tienen cualidades poco valoradas socialmente, como la ex-
presión de ciertas emociones: tristeza, miedo, irracionalidad, dependencia, pasividad”
(Guzmán Ramírez; Bolio Márquez, 2010, p. 30).
3 Las cursivas son del original.
4 The Tryals of Captain John Rackman and Other Pirates (Jamaica, 1721), y A General
History of the Robberies and Murders of the most notorious Pyrates (Britain, 1724) de
Charles Johnson son dos textos contemporáneos a las dos mujeres piratas referidas que
ofrecen algunos datos sobre sus vidas, con todas las objeciones de objetividad y rigor
que se quieran hacer al respecto.
Lo estético en el arte

más generales, para luego recrearse en la invención de los detalles y


las particularidades.
Hay una clara pretensión por parte de la autora de Lobas de mar de
actualizar la historia original de las citadas piratas, aun recreada la
obra en el tiempo histórico real de los acontecimientos, es decir, en
el siglo XVIII. El tratamiento que otorga a algunos temas, como la am-
bigüedad y la promiscuidad sexual de las protagonistas, el lesbianis-
mo, la trivialización de ciertos aspectos habitualmente tabúes de las
sociedades occidentales como la menstruación de la mujer, la posi-
bilidad de una práctica sexual compartida por tres personas (concre-
tamente Anne Bonny, Mary Read y Calico Jack) o el modo en que una
de sus protagonistas (Mary Read) interpreta las ventajas que tienen
los hombres sobre las mujeres, nos remite, como lectoras y lectores,
a la manera en que se piensan la sexualidad y las relaciones entre los
seres humanos en la sociedad contemporánea del siglo XXI. Incluso el
empleo de algún guiño de carácter metaliterario así lo indica. Como
ejemplo de tal afirmación podemos extraer del texto un fragmento
que muestra el modo en que juega Valdés con el tiempo pasado (siglo
XVIII) el presente de la novela y el futuro que se correspondería con
nuestro tiempo actual, y todo ello al mostrar otro de los temas histó-
ricamente silenciados, el de la eyaculación precoz a través de un per-
147 147
sonaje femenino secundario, Margaret Jane, la madre de Mary Read:
John Carlton escupía su babaza seminal en un pesta- Ir al índice
ñear. Introducirse y volcarse en ella devino una misma
acción. De un golpe y, ¡paf! Terminado, a roncar. Al prin-
cipio Margaret Jane soñó con que hallaría una solución
a lo que ella calificaba de mínimo percance, o defecto
banal, y como no era una mujer de nuestra época no
gastó ni la mitad de una neurona en leer ningún trata-
do antisexista –por demás no escritos aún– ni tampoco
se recomió los sesos dándole vueltas al asunto; llevó a
cabo, por instinto más que por pedagogía, todas las arti-
mañas propias de una insatisfecha fémina de su humilde
extracción social (Valdés, 2003, p. 35).
Entre los aspectos que en la narración ficcional nos remiten a la
realidad del relato histórico, se encuentra la ubicación geográfica, el
Caribe, espacio propicio para la piratería “en los siglos XVII y XVIII,
cuando las aguas americanas representan un paraíso para el robo
marítimo” (Marcuard, 2013, p. 17), atraídos los filibusteros por tanta
riqueza en movimiento desde las colonias a la metrópolis y vicever-
sa. El pirata caribeño supone, durante el siglo XVIII, una amenaza al
orden y a la autoridad establecidos, pues “Hasta esta época, el pirata
se ve condenado por la justicia a causa de su naturaleza asesina y po-
see una imagen negativa” (Marcuard, 2013, p. 7), en tanto que, para el
Lo estético en el arte, el diseño y la vida cotidiana

racionalismo ilustrado, todo aquello que perturbe la paz social y po-


lítica resulta aberrante. Pero durante el siglo XIX, el pirata pasa a ad-
quirir cierto reconocimiento al simbolizar diversos valores represen-
tativos para el pensamiento romántico como la libertad, la oposición a
los órdenes sociales convencionalmente impuestos y la valentía, entre
otros. Pero el desafío más importante que el pirata del Caribe lleva a
cabo es su rebelión antiimperialista al luchar contra el poder español
colonial (Marcuard, 2013), convirtiéndose así en un inquietante mito al
que se le perdonan sus crímenes. Salvando todas las distancias nece-
sarias entre el mar y la tierra, recuerda el pirata, en cierta medida, al
bandolero que comete actos delictivos y criminales pero se le discul-
pan ante esa idea romántica de justicia que supone robar y matar a los
poderosos en pro de los humildes.
Cabría esperar que Valdés, cubana de nacimiento (y por tanto ca-
ribeña) hubiera reutilizado la figura del pirata como emblema de la
lucha frente al imperialismo neoliberal norteamericano. Sin embargo,
no es esto lo que al parecer le interesa rescatar a la novelista, como
demuestra al desviar la atención hacia la poco convencional situación
de la supremacía física y sexual (ya sea homosexual o bisexual) de la
mujer, pirata en este caso, sino que pretende enarbolar una crítica
contra el sistema político cubano que, desde el punto de vista de la
148 148
autora ejerce mecanismos de poder represivos sobre la mujer y sobre
Ir al índice aquellos individuos que llevan a cabo una práctica sexual diferente de
la heterosexualidad (Marcuard, 2013).
La novela, Lobas de mar, es también un pretexto para recuperar, en
muchos sentidos, la idea romántica de la bondad del pirata, aun sin
perder de vista su extrema violencia, que en el texto está representa-
da, de manera peculiar y ambigua, por un género femenino masculini-
zado. Podemos pensar que en el travestismo que plantea Valdés se le
otorga un valor transgresor a la posibilidad de ejercer una cierta auto-
ridad conferida por el atuendo, al tiempo que constituye una denuncia
la violación de ciertas normas que nunca debieron existir, a través de
un engaño que a toda luz ridiculiza la diferencia de roles que, como
se demuestra, no es tal cuando las mujeres se disfrazan de hombres y
realizan sus mismas funciones, no sin sentir, la mayoría de las veces,
la necesidad de disculparse por ello. Así ha sucedido con algunas mu-
jeres artistas, como es el caso, entre otros ejemplos posibles, de la
reconocida y admirada pintora del siglo XIX, Rosa Bonheur, de quien
Linda Nochlin refiere lo siguiente:
A pesar de que, a temprana edad, se había cortado el
cabello y adoptado la indumentaria masculina como su
vestimenta habitual, siguiendo el ejemplo de George Sand,
cuyo romanticismo rural ejerció una enorme influencia
sobre su imaginación, le insistió a su biógrafa, sin dudar
Lo estético en el arte

sinceramente, que lo hizo sólo por el requerimiento espe-


cífico de su profesión. (Nochlin, 2007, p. 40).
Lo cierto es que la mujer, en ocasiones, se ha visto inclinada o for-
zada a cambiar de vestimenta, en un intento de equiparación con el
hombre desde su aspecto físico, ya sea encubriendo el íntimo deseo
de haber nacido varón, o a fin de ostentar un rango de poder superior
al que le ha sido conferido por su condición “natural” pero, en todo
caso, soportando la espada de Damocles del prejuicio social que se
traduce en una obligación constante de justificación del carente rasgo
de feminidad exigido. Tal circunstancia nos conduce a una reflexión:
[...] sobre las diferencias entre ser y parecer y, en rela-
ción al comportamiento amoroso y sus diferencias en
relación al género, parece destacar que el sistema pa-
triarcal se construye sobre esa misma tensión, donde
las cosas muchas veces no son lo que parecen y en el
que el parecer tiene un peso de mayor importancia que
el ser (Rígano, 2012, p. 125).
Anne Bonny y Mary Read, que encuentran correspondencia en la
realidad histórica del siglo XVIII caribeño, son dos mujeres piratas
que, para todos los efectos, son dos hombres piratas, jugando así a
placer con la identidad de género a fin de poseer ciertos privilegios 149 149
masculinos como la práctica de una desproporcionada violencia, con-
cepto que definiremos como: Ir al índice

[...] toda acción (u omisión) intencional que puede dañar


o daña a terceros. Lo que quiera lograrse a través de la
violencia (el control de la víctima, el placer, la libertad de
una población dada, la defensa de valores que se creen
amenazados, etcétera) no altera su naturaleza dañina
(Sanmartín, 2006, p. 22).
La piratería es el pretexto argumental del que se sirve Valdés para
conceder ciertas atribuciones a sus personajes protagónicos que en
la vida real de las mujeres de la época no serían posibles, así las dota
de una osadía sin precedentes que se traduce en una agresividad y en
una libertad sexual inauditas.
La importancia que cobra en el texto la oposición actitudinal, su-
perioridad/inferioridad, de la mujer a partir del juego identitario que
viene conformado por otra nueva oposición de carácter físico, traves-
tismo/no travestismo, genera todo un universo significativo que vale
la pena desentrañar en pro de establecer algunas de las coordenadas
sobre las que se construye el discurso subversivo de género en la na-
rrativa contemporánea escrita por mujeres.
No podemos pasar por alto el hecho de que rara vez, a
lo largo de la historia anterior al siglo XX, hemos tenido
Lo estético en el arte, el diseño y la vida cotidiana

constancia de la existencia de mujeres que hayan usur-


pado el estatus social que posee el hombre a partir de la
asunción de la identidad masculina en su más estereotipa-
da dimensión, que tiene que ver con la praxis autoritaria y
violenta, como peculiar forma de dominación efectiva ejer-
cida en el mundo exterior, público, “como conjunto de ac-
ciones guiadas a metas y proyectos significativos, mientras
el hacer de la mujer, en su papel doméstico permanece en
los márgenes del movimiento de la historia” (Guerra, 2007,
p. 15).
No obstante, encontramos, en efecto, algunas que sí consiguieron
transgredir las normas política y socialmente impuestas al infiltrarse
en el territorio enemigo burlando, en cierta manera, el cerco patriar-
cal. Con relativa frecuencia, mujeres de distintas épocas, aspirantes a
tener un puesto de dominio económico y/o político han tenido que,
literalmente, convertirse en hombres, al menos en apariencia, para
poder gozar de los privilegios vedados. Para tal efecto, la única salida
posible era el travestismo, cuya práctica silenciosa y secreta permitía
a la mujer aspirante a varón lograr su objetivo.

150150 En mi opinión, esta forma de subvertir los órdenes socialmente es-


tablecidos, si es que podemos considerarlo así, en cuanto a la posibi-
Ir al índice lidad de empoderamiento de la mujer a partir de su nueva condición
masculina, no acaba siendo otra cosa, ideológicamente hablando, más
que una manera diferente, si se quiere, de consolidación del modelo
androcéntrico, en tanto que para tener poder siendo mujer había que
ser hombre. Una salvedad al respecto es la que viene determinada por
la consideración relativa a la apropiación del ser del otro, de su mascu-
linidad, hecho que implicaría una forma de dominación encubierta del
hombre por parte de la mujer, investida de un rol ajeno, a partir de la
vulnerabilidad generada por el desconocimiento de las circunstancias.
Las Lobas de mar que nos ocupan, como afirma Gutiérrez:
[...] se infiltran en el universo, entonces casi inaccesi-
ble para ellas, de la piratería transoceánica, resueltas
a perturbar la tipificación de los roles heredados (…) en
calidad de travestis masculinizantes uniformados con
las indumentarias propias del gremio, se granjean la
admiración de sus contemporáneos varones, hasta el
punto de que, sin pretenderlo de antemano, consiguen
hacerse con un inesperado puesto en el discurso escri-
tural elaborado desde las filas del mismo patriarcado
que las estigmatizó (2006, p. 31).
Lo estético en el arte

La inversión de órdenes que implicaría la acción de usurpar la iden-


tidad genérica masculina llevada a cabo por estas mujeres piratas, y
otras muchas dedicadas a diferentes oficios “impropios” de su género
en el transcurso de los siglos, también debe ser entendida a partir de
su repercusión histórica, pues todos estos casos de travestismo fe-
menino no hacen más que demostrar que las pretendidas diferencias
entre géneros que sitúan a la mujer en desventaja, no son más que
construcciones culturales, cuya finalidad no es otra que perpetuar
la diferencia de clases5 y las formas androcéntricas de dominación,
ideas éstas que se desprenden del conocimiento de las verdaderas
identidades de las mencionadas mujeres.
Así sucedió en la vida real, probablemente en muchas más ocasiones
de las que tenemos noticia, que el disfraz constituyó la vía para que las
mujeres participaran de las actividades propias de los varones, como
es el caso que nos presenta la novela de Valdés, en tanto que:
Apartadas de toda forma de vida naval, las mujeres de
espíritu libre se idearon los mecanismos para vencer las
arrogantes disposiciones de los hombres. Por lo cual, de-
cidieron hacerles el juego en sus propios terrenos y co-
menzaron a distraer la atención sobre sus débiles sexos 151 151
cortándose las largas cabelleras, vistiéndose con atuendos
masculinos, engolando sus delicadas voces hasta darles Ir al índice
decibeles con tonos varoniles, entre otro tanto de argucias
que les harían pasar desapercibidas como soldados, ma-
rineros oficiales, piratas y hasta negreras (Cabrera Parra,
2005, p. 93).
El tratamiento que se da en la novela al travestismo de las protago-
nistas (no se sabe si distante de las razones reales de los personajes
históricos), oscila entre la tragedia vital que suponía la condición de
ser hija ilegítima, peor circunstancia siempre, como cabe suponer, en
el caso de la mujer que del varón, las duras condiciones de vida que
debía afrontar una mujer sola, sumadas a la desprotección en la que se
encontraba la infancia en el siglo XVIII.En la época por excelencia de
las prácticas pedagógicas se va a generar toda una literatura por parte
de intelectuales y pensadores que intentará argumentar a favor de la
importancia de la educación atenta y esmerada durante los primeros
periodos de vida del ser humano (aunque en ese momento se refiere
más específicamente al varón que a la mujer).
De hecho, el nuevo ideal de la familia también desafiaba
las nociones populares respecto de los niños y su crianza.
5 Virginia Woolf se pregunta en su texto, Una habitación propia, sobre un factor histó-
rico clave de la diferencia de clases perpetuada por el sistema patriarcal en detrimento
de la mujer: “¿Por qué los hombres bebían vino y las mujeres agua? ¿Por qué era un sexo
tan próspero y el otro tan pobre? “ (2008, p. 21).
Lo estético en el arte, el diseño y la vida cotidiana

La visión moderna de la infancia y de la niñez temprana,


como etapas de la vida que son atractivas e importantes, es
un descubrimiento de la Ilustración que aún era nuevo en
el siglo XVIII. (Duncan, 2007, p. 204).
De estas ideas se hace eco Zoé Valdés en su novela para justificar
las posteriores tendencias violentas de sus protagonistas, al haber
éstas vivido una niñez difícil y desatendida en cuanto a los cuidados
que deben proporcionar los progenitores. El alegato de la madre de
Anne Bonny respecto del carácter desarrollado por la muchacha sirve
a Valdés para justificar ante el lector las decisiones posteriores de sus
personajes de transfiguración, aunque el discurso se construye desde
la concepción, también dieciochesca, de que el padre era quien im-
partía disciplina y no la madre, más entregada a los cuidados físicos y
domésticos de los hijos e hijas:
Sí, somos culpables. Deberíamos haber hecho algo más
que amarrarla y encerrarla en el ático cuando hirió a la
maestra con el punzón. Deberíamos habernos acercado,
hablar con ella… Tú te largaste, y ella se fue endureciendo,
su carácter cambió por completo. Le hiciste mucha falta…
(Valdés, 2003, p. 22).
152 152 Las dos protagonistas presentan adversidades vitales comunes en
su desfavorable infancia como la ausencia paterna o la despreocupa-
Ir al índice ción y abulia materna, pero, sobre todo, el travestismo impuesto por
las circunstancias personales de bastardía en las que nacen ambas
niñas. Anne Bonny será obligada a vestirse y comportarse como va-
rón para no ser reconocida como la hija procreada por un miembro
de la alta sociedad y su criada y Mary Read, de condición social más
humilde, tendrá que asumir, hostigada por el temor que le infunde su
madre a los tres años de edad, la personalidad de su hermano muer-
to, quien era perceptor de una holgada pensión monetaria que, como
único medio de supervivencia familiar, la madre de Mary no se permi-
tió perder. Tal responsabilidad y arrebato de la condición genérica de
mujer, absolutamente violentos para una niña se relatan en la novela
con extraordinaria crudeza:
–Mary, ya no te llamas más Mary. Desde hoy eres Billy,
¿entiendes? Tú eres tu hermano, no más tú, no más tú.
Responderás al nombre de Billy, porque eres Billy, nunca
más Mary. Y si se te olvida esto que te digo, iremos ambas
a prisión, ¿oyes bien? Y en prisión moriremos como ratas
(Valdés, 2003, p. 42).
Pero el fin no justifica los medios y esto es lo que trata de decirnos
Valdés:
Lo estético en el arte

Con el propósito más serio de sacar a relucir, a través


del hábil instrumento de la textualidad artística, esa oscu-
ra historia de opresión y ninguneo que, a lo largo de los
siglos, ha atosigado a la mujer, blanco perfecto de la miso-
ginia regenerada por el discurso masculino hegemónico”
(Gutiérrez, 2007, p. 24), incluso cuando éste es reproduci-
do por una mujer.
De modo que el travestismo femenino, impuesto o no, va a estar
ligado inevitablemente a la actitud que debe acompañar a la materia-
lidad de la transformación. La violencia, la bravuconería y el arrojo,
son rasgos resultantes de una asunción genérica, quizá no pretendida
en primera instancia, o no asumida con libertad por el sujeto mujer,
pero sí como praxis indispensable que responde al comportamiento
masculino en el refrendo de su condición de superioridad. La mujer
travestida tiene, obligatoriamente, que comportarse como hombre en
todas sus dimensiones, en el gozo de libertad plena que deviene de su
empoderamiento y el acto violento es parte de las históricas atribu-
ciones masculinas que derivan de él:
Lo bueno de ser hombre, barruntó Mary, es que puedes
hacer las cosas que quieras sin tanta hipocresía, como
sentarte groseramente, las piernas esparrancadas, pue- 153 153
des fajarte con quien te venga en ganas, mientras más
broncas te apuntes en tu haber, más monta tu repu- Ir al índice
tación, puedes manejar cuanta arma exista, conversar
con quien quieras hasta la madrugada, emborracharte y
vociferar a las estrellas y esto de, de mirar clavado a un
tipo, cara a cara, sin bajar los párpados, sin gastar ver-
güenzas en comedias absurdas, o energías hipócritas en
risitas moderadas (Valdés, 2003, pp. 50-51).
Travestismo y violencia se asocian aquí como las dos caras de una
misma moneda. Para sobrevivir en un mundo de hombres, como hom-
bres, Anne Bonny y Mary Read deben ser rudas y agresivas y no mos-
trar las debilidades que las convierten en los seres vulnerables que se
espera que sean como mujeres pues:
De acuerdo con el modelo tradicional masculino, los
hombres tienen prohibido hablar de sus emociones y ma-
lestares, especialmente con sus pares (Guzmán Ramírez;
Bolio Márquez, 2010, p. 143).
Esta situación demuestra que la aberrante sociedad patriarcal vi-
gente hasta nuestros días no sólo tiene resultados negativos para la
mujer, sino también para el hombre a quien consolida como modelo de
atributos nefastos que, no obstante, deben ser asumidos por la mujer
para propiciar su empoderamiento y, más allá de eso, su supervivencia
Lo estético en el arte, el diseño y la vida cotidiana

en un mundo hostil y denigrante. La mujer transfigurada en hombre,


en su expresión más radicalmente violenta, no es otra cosa que un
símbolo macabro, si se quiere, de las consecuencias que resultan del
ejercicio de dominio y explotación de unos individuos sobre otros.
A modo de conclusión
La violencia es un factor clave en la obra de Valdés, como también
en la de otras narradoras contemporáneas, como Laura Restrepo,
Cristina Rivera Garza, Julia Álvarez o Isabel Allende, entre otras mu-
chas. Aunque en Lobas de Mar la agresividad de las protagonistas es
consecuencia lógica del afán de emular el rol masculino a través del
disfraz en el mundo despiadado de la piratería, el empleo que la au-
tora del texto hace de la violencia traspasa la barrera del travestismo
como motivo argumental, para crear una estética de la subversión a
partir de la apropiación de roles y la ridiculización de las diferencias
de género.
Valdés no sólo pretende reflejar, en estricto sentido, lo que cabría
esperar de una trama narrativa semejante, sino que en el mismo acto
de incorporar la brutalidad extrema a determinadas situaciones vitales
de las protagonistas, está realizando un ejercicio de empoderamiento,
al demostrar que una mujer también puede hablar de violencia en sus
154 154 textos de la misma manera que el hombre lo ha hecho a lo largo de la
historia de la literatura y la puede ejercer con la misma severidad, si
Ir al índice se tercia, demostrando así que la apropiación que el hombre ha hecho
de ella no obedece a patrones biológicos, físicos ni psicológicos, sino
a relaciones de poder en las que ha ejercido su hegemonía patriar-
cal. Como lectores y lectoras, incluso aunque no seamos conscientes
de ello en un primer momento por la misma alienación a la que nos
somete el sistema, parte de lo que nos asombra de Lobas de mar es
el hecho de que tanta violencia pueda ser relatada y escrita por una
mujer. Y no es que el acto violento sea plato de buen gusto en ningún
sentido, sino que es necesario poner de manifiesto, desde el discurso
generado por mujeres, que la violencia no es exclusiva del proceder
y el pensar masculinos y que la mujer tiene mucho que decir en este
asunto como en tantos otros de los cuales el hombre se ha apoderado
a lo largo de la Historia.
La asociación entre travestismo y violencia en Lobas de mar de Zoé
Valdés no es más que un recurso narrativo para trasladarnos a la ne-
cesidad de reflexionar sobre el cambio de roles que las sociedades
contemporáneas están experimentando día a día y para advertirnos
de que la consecución de verdadera igualdad genérica exige una pra-
xis en todos los campos del saber y de la producción humanos.
Lo estético en el arte

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