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TEMA 1.

ESTRUCTURA TERRESTRE Y FORMAS DE RELIEVE


INTRODUCCIÓN

La península Ibérica ocupaba el centro de Pangea -el único continente terrestre de la era
Primaria, ver imagen inferior-, a finales de la era Primaria. Se formó hace entre 310 y 290 millones
de años, debido al movimiento de placas tectónicas. Los movimientos tectónicos dieron lugar a
la destrucción del manto litosférico existente hasta ese momento, situado entre 30 kilómetros y
150 kilómetros de profundidad, y a la formación del actual.

Del precámbrico o arcaico, y del paleozoico peninsulares se tiene un conocimiento escaso. La


zona mejor estudiada es el macizo galaico-duriense –el NO peninsular-, sobre el que se apoyaron
los terrenos primarios o cámbricos, el zócalo cristalino. En el precámbrico hubo al menos dos
grandes convulsiones orogénicas, seguidas de un largo periodo de calma durante el que fueron
arrasados los relieves y cubierta gran parte de su territorio por Pantalasa, el gran océano
paleozoico. De finales de la era Primaria, del periodo Carbonífero, data el plegamiento
herciniano. Tras el movimiento herciniano los territorios occidentales de la Península adquieren
una fisonomía semejante a la actual, aun cuando sus últimos ajustes se deben al Terciario.

La orogenia herciniana fue de una gran intensidad y afectó a la zona occidental de la Península,
cuyos relieves tomaron la dirección armoricana de NO-SE. El calor y las fuertes presiones del
interior del geosinclinal transformaron ingentes masas de sedimentos en rocas cristalinas que
dieron lugar, ya exhumadas, a diversos paisajes en función de sus características: topografía de
penillanura con tonos oscuros cuando dominan las pizarras (Extremadura) y relieves salpicados
de cresterías si lo hacen las cuarcitas (Sierra Morena) o las calizas paleozoicas (Pirineo Axial
devónico). En la superficie afectada, también conocida como zócalo paleozoico, predomina la
sílice, cuya expresión más común es el cuarzo. El conjunto forma la llamada España silícea.

La Península Ibérica tiene 580.000 km2, situada en el extremo suroccidental de Europa, entre los
paralelos 44º y 36º N y los meridianos 4º y 10º. Simula una vasta superficie de forma trapezoidal.
Está sólidamente unida por el norte con el resto de las tierras europeas por los Pirineos, que se
extienden a lo largo de 435 km desde el golfo de Vizcaya hasta el mar Mediterráneo y apenas

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separada del continente africano por el Estrecho de Gibraltar, de 14 km en su parte más angosta.
España ocupa el 85% de la península Ibérica y está rodeada de agua por casi el 88% de su
perímetro; su costa mediterránea mide 1.660 km de largo y la cantábrico-atlántica 710 km.

La amplia y continua cadena montañosa de los Pirineos, que se extiende a lo largo de 435 km
desde el golfo de Vizcaya hasta el mar Mediterráneo, forma frontera natural con Francia, al norte;
en el extremo sur, el estrecho de Gibraltar, que mide 12 km en su parte más angosta, separa la
península y el norte de África. La característica topográfica más importante de España es la gran
planicie central, poco arbolada, llamada la meseta Central, que tiene una inclinación general
descendente de norte a sur y de este a oeste, con una altitud media de unos 610 m. La Meseta
se encuentra dividida en una sección septentrional (submeseta Norte) y otra meridional
(submeseta Sur) por una cadena montañosa, el sistema Central, del que forman parte las sierras
de Gredos y Guadarrama. Los montes de Toledo accidentan la submeseta Sur.

Otras cadenas, como la cordillera Cantábrica, al norte, sistema Ibérico, al este, y sierra Morena,
al sur, constituyen los rebordes de la Meseta separándola de la orla cantábrica y Galicia, valle del
Ebro y llanura levantina y valle del Guadalquivir, respectivamente. Entre muchas de estas
montañas se abren valles estrechos drenados por ríos rápidos, como Lozoya, Sil, Jerte o Jiloca.

La llanura costera es estrecha, salvo en la costa levantina y en el golfo de Cádiz, y no suele medir
más de 35 km de anchura, y en muchas áreas está quebrada por montañas que descienden
abruptamente hasta el mar formando promontorios rocosos y calas, como en la Costa Brava. El
área costera septentrional y noroccidental tiene varios puertos destacados en el fondo de
abrigadas rías, en particular a lo largo de la costa gallega. Las cordilleras Costeras catalanas, (NO),
y las sierras o sistemas Béticos, al sur, completan las cordilleras importantes de la península. En
dos de estas cadenas montañosas principales, Pirineos y sierras Béticas, existen elevaciones de
más de 3.000 m de altitud. Los picos más altos de la península son el pico de Aneto (3.404 m) en

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los Pirineos y el Mulhacén (3.477 m) en sierra Nevada, en el sur de España. El punto más elevado
de todo el territorio español es el pico del Teide (3.718 m), situado en la isla canaria de Tenerife.

1. GEOLOGÍA

La mayor parte del territorio de España está integrado en la unidad geográfica de la península
ibérica. Comprende, además, un conjunto de terrenos insulares, como las islas Baleares, Canarias
y otras islas más pequeñas (Columbretes o Alborán), así como las ciudades de Ceuta y Melilla, en
el norte de África. En el contexto de las grandes placas tectónicas de la Tierra, el territorio
peninsular, islas Baleares e islas Columbretes se encuentran en la placa Euroasiática, mientras
que los restantes territorios están ubicados en la placa africana.

En el conjunto formado por la Península y Baleares pueden delimitarse una serie de grandes
unidades geológicas, que representan terrenos con características y evolución similares.

El macizo lbérico o Hespérico constituye el extremo occidental de la cordillera Hercínica (o


Varisca) europea, y se extiende aproximadamente por la mitad oeste de la península ibérica, al
norte del valle del Guadalquivir. Sus límites septentrional y occidental son áreas oceánicas (mar
Cantábrico y océano Atlántico). Al este y sur se encuentran materiales mesozoicos y cenozoicos,
bajo los cuales se hunden terrenos paleozoicos y precámbricos que constituyen este macizo,
también llamado basamento. En este extenso territorio, formado sobre todo por rocas
metamórficas e ígneas (España silícea), se pueden distinguir seis grandes unidades, con
características estratigráficas y tectónicas distintas: Cantábrica, Asturoccidental-Leonesa, de
Galicia Tras os Montes, Centroibérica, Ossa Morena y Sudportuguesa.

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Todos los terrenos que constituyen el macizo Ibérico están afectados por las orogenias
Cadomiense y Hercínica o Varisca, desarrolladas durante el Proterozoico y el Carbonífero
respectivamente. Al este del macizo Ibérico, donde dominan las rocas sedimentarias, se
extiende un amplio territorio formado por materiales mesozoicos y cenozoicos.

El origen de este conjunto geológico es consecuencia de la orogenia Alpina. Este ciclo formador
de cordilleras a nivel planetario construyó un buen número de sistemas montañosos en la
Península, debido a que la subplaca ibérica quedó comprimida entre África y Eurasia, durante
el periodo de apertura del océano Atlántico, y la evolución contemporánea del mar de Tethys.
Este, antecesor del Mediterráneo, sufrió diversas etapas de distensión mesozoica y de
compresión desde finales del Mesozoico y sobre todo durante el Cenozoico.

Este dominio de cobertera mesozoica-cenozoica presenta, a su vez, características muy diversas.


Por un lado, están las cadenas montañosas alpinas (España caliza). La cordillera Pirenaica se
sitúa entre las placas Ibérica y europea, extendiéndose hacia el oeste hasta la Cordillera
Cantábrica. Las Béticas ocupan el sur y sudeste de la península ibérica, y tienen su continuación
hacia el este en las islas Baleares, y hacia el sur por Marruecos.

Pirineos y Béticas son dos sistemas montañosos típicos, o de colisión, mientras que la cordillera
Ibérica se formó por un proceso de inversión tectónica de un antiguo rift, que previamente se
había rellenado con sedimentos mesozoicos. En definitiva, el Sistema Ibérico es una
deformación alpina intraplaca, al igual que el Sistema Central, este último formado por bloques
del basamento elevados a partir de fallas inversas.

Entre las distintas cadenas alpinas, o entre estas y el macizo Ibérico, aparece toda una serie de
cuencas sedimentarias cenozoicas (España arcillosa). Es el caso de las cuencas denominadas de
antepaís, como las del Ebro y del Guadalquivir. Las cuencas intraplaca, del Duero y del Tajo,
deben su existencia a la elevación de los distintos sistemas montañosos que actualmente las
bordean, cuya erosión produjo el progresivo relleno sedimentario de estas depresiones. Existen
otra serie de cuencas cenozoicas de menor extensión, bien ubicadas sobre el macizo Ibérico, bien
sobre las cadenas alpinas (fundamentalmente en las cordilleras Ibérica y Béticas).

El resultado de esa superposición de terrenos y relieves muy distintos, en un espacio


relativamente pequeño (a escala planetaria) es la configuración de un mosaico geológico muy
heterogéneo, que en combinación con distintos climas y usos antrópicos, forma la base y
estructura de un conjunto de territorios, ecosistemas y paisajes muy diversos.

La distribución cronológica y estratigráfica de los acontecimientos que han configurado la historia


geológica de España se muestra en la Escala del tiempo geológico. Pero también la historia de la
vida puede seguirse a partir de la distribución estratigráfica de los fósiles, que aparecen, de modo
mayoritario, en las rocas sedimentarias. En España, se localizan básicamente en las cadenas
alpinas y en las cuencas cenozoicas. En las primeras dominan los fósiles de origen marino, de
mayor diversidad y abundancia que los de origen continental. A partir del Cretácico superior, el
interior de la Península (la Meseta) pasó a estar dominada, mayoritariamente, por ambientes
continentales, de modo que prevalecieron los sedimentos fluviales y lacustres, mientras que
los territorios del este y del sur siguieron siendo en gran parte marinos. Un último conjunto de
ambiente fosilífero corresponde al interior de cuevas y al relleno de fisuras y depresiones
kársticas, tipología a la que pertenece el yacimiento de Atapuerca, de importancia mundial.

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Las unidades que forman la cordillera Varisca presentan una estructuración según unidades con
una dirección predominante noroeste-sudeste, que en el extremo norte muestra una inflexión,
la Rodilla Astúrica. Estas unidades están afectadas por grandes fracturas de dirección
predominante nordeste-sudoeste, formadas hacia el final de la orogenia Varisca que
condicionan la orientación de una parte de la depresión del Guadiana o del Sistema Central.

Las tres cordilleras alpinas presentan direcciones y características muy contrastadas. La


cordillera pirenaica tiene una dirección predominante este-oeste, con la formación de
importantes cabalgamientos y mantos de corrimiento que avanzaron hacia el sur durante la
estructuración de la cadena. La Cordillera Ibérica muestra una dirección predominante noroeste-
sudeste, condicionada por las principales fallas y cabalgamientos que la configuran. Está dividida
en dos ramas (castellana y aragonesa) y en su sector central está interrumpida por varias cuencas
internas, generadas por fallas normales (fosas tectónicas de Calatayud y Teruel).

Las cordilleras Béticas presentan una orientación predominante este nordeste-oeste sudoeste y
están formadas por numerosas unidades geológicas diferentes, deformadas y emplazadas a
favor de fallas con una acusada componente direccional o de desgarre. El archipiélago balear
representa la continuación geológica de las Béticas hacia el Mediterráneo. Entre todas estas
cordilleras se desarrollan depresiones rellenas por materiales geológicos más recientes, del
Mioceno en adelante, apenas afectados por deformaciones tectónicas. Por último, el
archipiélago canario está constituido fundamentalmente por materiales volcánicos.

1.1. Volcanismo

Las manifestaciones volcánicas cenozoicas en España se distribuyen tanto en la península


ibérica como en el archipiélago canario.

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En la Península se diferencian cuatro principales provincias volcánicas: zona de Olot en el
Pirineo oriental, golfo de Valencia (con volcanismo tanto costero como submarino), zona SE (la
más importante, entre el cabo de Gata y Cartagena, junto con la isla de Alborán) y la submeseta
sur (Campo de Calatrava, en la Mancha). La mayoría de estos complejos volcánicos son de
carácter difuso, con varios puntos de emisión que cubren regiones más o menos amplias.

Por su parte, el archipiélago canario está compuesto fundamentalmente por rocas volcánicas
asociadas a episodios de emisión que se remontan al Cretácico superior y que han continuado
hasta la actualidad. Varias de las islas presentan una actividad volcánica histórica y actual
recurrente. Destaca el edificio volcánico del Teide (Tenerife), el aparato volcánico más
importante del archipiélago por su envergadura y único estratovolcán activo de España.

1.1.1. Volcanismo peninsular

Los modelos tectomagmáticos más recientes interpretan la distribución de los volcanes


cenozoicos de la península ibérica como asociados a un gran accidente tectónico, la llamada
zona de falla Europea-Mediterránea occidental-Transmarroquí. Se trata de un accidente de
dirección nornordeste-sursudoeste asociado a una aceleración de la convergencia entre las
placas europea y africana desde el Mioceno superior hasta la actualidad. El volcanismo basáltico
asociado a este gran accidente tectónico está ligado a un ascenso del manto terrestre, herencia
de una antigua superpluma mantélica jurásica. La megafalla constituye una estructura compleja,
con componente direccional sinestral, a la que se asocian aparatos volcánicos recientes. Su
trayectoria cubriría la fosa del Rhin, las fallas norte-sur extensionales del Macizo Central francés
y la cuenca de Lyon, el
complejo volcánico
pirenaico del
nordeste (asociado a
fallas normales
noroeste-sudeste y
nordeste-sudoeste) y
los basaltos alcalinos
del golfo de Valencia
(asociados a fallas
transtensionales
sinestrales) y de cabo
de Gata-Cartagena.
Dentro de este
contexto el
volcanismo del
Campo de Calatrava
(Ciudad Real) estaría
relacionado con un ramal noroeste de las Béticas orientales, a favor de fallas normales de
dirección noroeste-sudeste asociadas al rejuego de antiguos accidentes variscos.

La provincia volcánica del nordeste o Empordà- Selva-Garrotxa cubre unos 500 km2 con unos 100
puntos de emisión, si bien 30 de ellos ubicados en torno al municipio de Olot, son más recientes
(Cuaternario, hasta hace 100.000 años), conservando su morfología original. El volcanismo

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mediterráneo se desarrolla tanto en forma de islas volcánicas (Columbretes, Alborán) como en
manifestaciones continentales a lo largo del litoral de Almería y Murcia. Destaca el complejo de
Cabo de Gata, de carácter calcoalcalino, con emisiones datadas en el Mioceno medio.Por último,
el Campo de Calatrava se extiende por casi 200 km2 y está formado por más de 170 edificios
volcánicos de carácter basáltico profundo, algunos de ellos formados por emisiones
freatomagmáticas explosivas activos durante el Plioceno y comienzos del Cuaternario.

1.1.2. Volcanismo canario

Aunque la edad y la evolución de volcanismo en el archipiélago son diferentes para cada isla,
cabe diferenciar tres fases principales de evolución para todo el conjunto:

• Fase inicial de crecimiento submarino entre el Cretácico superior y el Mioceno. Sus


materiales se identifican en las islas de Fuerteventura, La Gomera y La Palma.
• Fase de volcanismo subaéreo antiguo, se desarrolló durante el Mioceno, y sus rocas
afloran en mayor o menor grado en todas las islas, excepto en El Hierro.
• Fase subaérea reciente ha tenido lugar desde finales del Plioceno hasta la actualidad.

El volcanismo canario es de origen oceánico, si bien su composición es variada, desde basaltos


alcalinos hasta traquitas y fonolitas. El origen tectomagmático es controvertido, existiendo
diferentes hipótesis para explicar su emplazamiento y evolución. Algunos autores proponen una
formación asociada a una pluma del manto y otros invocan un origen tectónico relacionado con
el movimiento de bloques en la corteza oceánica por regímenes compresivos en el Terciario.
Durante el Mioceno y Plioceno tuvo lugar una intensa actividad eruptiva basáltica
predominantemente efusiva en las islas centrales y orientales. Los espesores de materiales
emitidos en algunos puntos superan los 1.000 m. La mayor parte de los macizos volcánicos
antiguos se alargan siguiendo directrices estructurales, formando las llamadas dorsales, como las
de Anaga y Teno (Tenerife) o la de Famara (Lanzarote). Las dorsales más recientes, pleistocenas,
aparecen preferentemente en las islas occidentales: La Palma, El Hierro y Tenerife. El edificio
volcánico del Teide constituye un complejo poligénico, compuesto por varias unidades
superpuestas: inferior formada hace 2 o 3 millones de años y superior cuaternaria. Destaca la
caldera de Las Cañadas, resultado de múltiples colapsos volcánicos durante su evolución. En
tiempos recientes, históricos, la actividad volcánica se ha manifestado prácticamente en todas
las islas, con excepción de La Gomera y Fuerteventura y Gran Canaria. Habitualmente se trata de
erupciones
con
intensidad
moderada a
baja y corta
duración, que
en áreas
emergidas
(Teneguía, en
La Palma, en
1971), como
sumergidas
(sur de El
Hierro en 2011).

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2. GEOMORFOLOGÍA

La geomorfología es la ciencia que estudia las formas del relieve de la Tierra. Además de tratar
la configuración general de la superficie terrestre, estudia la clasificación, descripción,
naturaleza, origen y desarrollo de las formas del terreno y sus relaciones con las estructuras
geológicas subyacentes y la historia de los cambios geológicos registrados por esas superficies.

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2.1. Topografía

La principal característica topográfica de la península es su elevada altitud, debida a la existencia


de una gran altiplanicie interior o meseta. La Meseta está rodeada por importantes relieves
(Cordillera Cantábrica, Sistema Ibérico, Sierra Morena y Cordilleras Béticas) y dividida por el
Sistema Central en dos submesetas (norte y sur). La altitud media está en torno a los 650 m

Las altitudes más


frecuentes se sitúan
entre 700 y 800 m
(páramos de la
cuenca del Duero,
submeseta norte).
Un segundo pico de
frecuencia aparece
entorno a los 400 m,
localizado en La
Mancha (submeseta
sur) y Galicia. La
cercanía a la costa de
buena parte de las
cordilleras limita el
rango de altitudes
inferior a 200 m a
estrechas franjas
costeras, algo
ensanchadas en el
litoral catalán,
Comunitat
Valenciana y Campo
de Cartagena
(Murcia). Otro rango
de altitud
importante, en torno
a 1.000 m, se
corresponde con
amplias zonas de
media montaña en
las Cordilleras
Béticas, Sistema
Central, Sistema
Ibérico y Cordillera
Cantábrica. En la
Península, las altitudes más destacadas, de norte a sur, se localizan en los Pirineos (Aneto, 3.404
m); Cordillera Cantábrica (Torre Cerredo, 2.650 m); Sistema Central (Almanzor, 2.591 m); Sistema
Ibérico (Moncayo, 2.314 m); y Sistema Bético (Mulhacén, 3.479 m, el más alto de la Península).

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En las islas Baleares, con una elevación media de 140 m, destaca la serra de Tramuntana en la
isla de Mallorca (1.436 m en Puig Major). El relieve de las Canarias responde a su origen volcánico
y es aquí donde se localiza el pico más alto de España (Teide, 3.715 m).

La distribución de pendientes está vinculada a las altitudes, en la costa debido al carácter


montañoso del litoral y en el interior por el excavado del altiplano interior por los sistemas
fluviales. Solo un 26% del territorio es llano, y se concentra en los altiplanos interiores,
depresiones del Ebro y Guadalquivir, y llanuras costeras. Las pendientes suaves y moderadas
(58% del territorio) se localizan en el contacto de las llanuras con los sistemas montañosos, donde
predominan las pendientes fuertes (7%) o muy fuertes (7%). Solamente aparecen pendientes
escarpadas, por encima del 50%, en los Pirineos y la Cordillera Cantábrica (0,7% del territorio).

2.2. Formas de modelado

El relieve de la superficie terrestre es el resultado de la interacción de fuerzas endógenas y


exógenas, de acción generalmente contrapuesta. Las primeras crean relieves, mientras que las
segundas los erosionan. Resultado de ambas fuerzas es la configuración de diferentes
modelados, que pueden ser clasificados en función del agente morfogenético dominante.

El territorio español, tanto peninsular como insular, ofrece un rico y amplio muestrario de
diferentes formas de modelado. Se pueden clasificar atendiendo a los modelados resultantes:
estructurales (tabular y monoclinal, plegado y fallado); litológicos (granítico, kárstico, volcánico
y rocas blandas); glaciar y periglaciar; fluvial; eólico; litoral y laderas y piedemontes.

2.2.1. Modelados estructurales

a) Tabular y monoclinal

El relieve tabular constituye una estructura


horizontal, labrada en rocas sedimentarias
recientes, con distinta resistencia a la erosión,
que no ha sufrido tectónica. Cuando es
diseccionado por la red fluvial se originan
formas residuales: páramos, mesas o muelas
(superficies amplias, planas y elevadas, que
culminan en un estrato duro), cerros testigos
(por la erosión de un páramo), antecerros
(cerros testigos que han perdido el estrato
duro superior) y campiñas (llanuras onduladas
entre páramos de materiales blandos).

Los relieves tabulares se encuentran en las grandes cuencas terciarias de ambas mesetas y en
el valle del Ebro. Cuando las capas se presentan inclinadas configuran relieves monoclinales o en
cuesta. Estos se desarrollan en los márgenes de las cuencas sedimentarias o donde la tectónica
ha basculado los estratos (ambas submesetas y depresiones exteriores del Ebro y Guadalquivir).

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b) Plegado Los relieves plegados responden a una tectónica compresiva y originan pliegues
anticlinales y sinclinales según la fuerza orogénica o la litología. Los principales estilos son:
jurásico, apalachense y alpino.

• En el relieve jurásico los estratos han sido fuertemente


plegados. Son características formas como: mont, cresta,
combe, val, cluse, ruz o chevrons... La intensa erosión origina
relieves invertidos con sinclinalescolgados. Este relieve se
encuentra en la Cordillera Cantábrica oriental, Sistema Ibérico,
prepirineos y zona subbética.

• El relieve apalachense es un relieve herciniano arrasado por


la erosión que ha sido reactivado por la orogenia alpina.
Aparecen crestones y surcos paralelos, que pueden estar
cortados transversalmente por pasillos y brechas (ruz y cluses).
Se localiza en la parte occidental de la Cordillera Cantábrica,
Montes de Toledo y Sierra Morena.

• El relieve alpino se caracteriza por una estructura en mantos de corrimiento que llegan a
desplazarse decenas de kilómetros. Se da en las Béticas y los Pirineos. Resultado de los procesos
erosivos son klippes y ventanas tectónicas.

c) Fallados

Los relieves fallados están generados por una tectónica


distensiva (fallas normales), o compresiva (fallas
inversas). Ambas se corresponden con desplazamientos
de bloques en la vertical, pero también se producen en la
horizontal (fallas en dirección o de desgarre).

Las morfologías ocasionadas por fallas suelen dar lugar a


escarpes de falla más o menos rectilíneos, muy
numerosos en la Península y Baleares. El relieve
germánico, es un sistema de bloques levantados (horst)
que se corresponden con sierras, y bloques hundidos
(graben), los valles. Por lo general cada horst suele estar
asociado con varios grabens. Las fallas son frecuentes en
casi todos los relieves, no obstante los ejemplos más representativos de relieve germánico se
localizan en el Sistema Central, Macizo Galaico-leonés, Sierra Morena o Sistema Ibérico. La fosa
del río Lozoya (Sistema Central), es un buen ejemplo de graben relleno de depósitos aluviales
transportados desde los horst que lo rodean.

2.2.2. Modelados ligados a la litología

a) Granítico El granito es un material rígido y resistente, pero al mismo tiempo susceptible de


fragmentarse y sensible a la alteración por meteorización. Los principales factores que
intervienen en este modelado son: cambios químico-mineralógicos, variaciones texturales y

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presencia de discontinuidades o fisuras. De la conjunción de dichos factores, destacan las
siguientes formas:

• Formas prismáticas y en domo. Relieves de aspecto


monolítico y paredes verticales (foto). A sus pies se pueden
encontrar grandes acumulaciones de bloques.

• Berrocales. Tienen lugar cuando la red de diaclasas es


ortogonal y condiciones climáticas moderadas. Constituyen
paisajes caóticos de perfiles redondeados, con alveolos o
pasillos de arenización y caos de bloques, bolos o tors.

• Microformas graníticas: pilancones, acanaladuras y tafonis.


Los pilancones son concavidades labradas por el agua en
superficies horizontales en el cruce de fisuras. Las acanaladuras se producen en superficies
inclinadas (similar al lapiaz kárstico). Los tafonis con concavidades esféricas labradas en paredes
verticales poco soleadas por disolución y alteración química. Este tipo de formas también suele
darse en otras rocas granudas como areniscas y conglomerados. Este modeladoes característico
del Sistema Central, Sierra Morena, Extremadura y Galicia.

b) Kárstico

El modelado kárstico se origina por procesos de erosión por


disolución. Aunque predomina sobre rocas calizas, también
existen en otras rocas como yesos (karst de Sorbas, Almería).
Las formas kársticas pertenecen al exokarts (superficiales) o al
endokarst (subterráneas), y se clasifican según sean de
absorción, conducción o emisión.

• De absorción: Hay numerosas formaciones como lapiaces o


lenares entre los que se distinguen varios tipos según su
forma, lugar de formación o tamaño; dolinas, las formas más
típicas que crean depresiones cerradas, de dimensiones y
profundidades variables (foto) y de cuya unión se forman las
uvalas; poljé, que constituyen extensas llanuras, su presencia
indica un estado avanzado del karst; cañones, gargantas u
hoces, que deben su formación a la incisión fluvial y a fallas.

• De conducción: Condicionadas por la fracturación, planos de


estratificación, y presencia de niveles impermeables: simas,
grutas y cavernas (foto) son las más características.

• De emisión: pueden ser surgencias en las que la


alimentación procede del área karstificada, y resurgencias, en
las que las aguas no proceden del karst pero han entrado en
él. Las áreas con predominio de morfología kárstica son la
Cordillera Cantábrica oriental, Montes Vascos, Cordillera Ibérica, cordilleras Costeras catalanas y
Béticas (incluida Mallorca).

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c) Volcánico

Las formas de relieve de áreas volcánicas son fruto de la


irrupción de materiales procedentes del magma y dan
lugar a paisajes cambiantes al ser rocas recientes. Canarias
es el territorio volcánico por excelencia, si bien son
también reconocidos otros paisajes volcánicos como los de
Olot, sudeste de España (Cabo de Gata), Campo de
Calatrava, o islas Columbretes.

A los relieves de formas cónicas, se les unen extensas


coladas de lava y campos de piroclastos como lapilli y
cenizas volcánicas. Las formas más destacadas son los
conos de piroclastos, pero también son importantes las
calderas volcánicas, algunas fruto del hundimiento de la
cámara magmática (Las Cañadas del Teide, foto). Las
coladas de lava se clasifican en: Aa o malpaís (de aspecto escoriáceo) y pahoehoe (lavas fluidas
que dan lugar a lavas cordadas).

La composición de la lava determina la forma del paisaje después de la erupción. Los campos de
piroclastos suelen cubrir grandes extensiones que forman superficies regulares, lo que contrasta
con los diques que la erosión diferencial deja en resalte y los hace hitos muy reconocidos.

d) En rocas blandas

En las depresiones arcillosomargosas fáciles de erosionar, en


condiciones climáticas áridas y semiáridas, con escasa
cubierta vegetal, las precipitaciones de alta intensidad han
modelado un paisaje muy particular de surcos, cárcavas y
barrancos, denominado badlands. Este tipo de formaciones
son típicas de las depresiones y cuencas terciarias intrabéticas
y pirenaicas y algunas de estas áreas han sido declaradas de
interés singular, como es el paraje de Barrancos de Gebas en
Murcia (foto). En donde se dan las condiciones favorables
(depresión del Ebro o cuencas neógenas de Murcia), son
frecuentes los procesos de erosión subsuperficial
denominados piping.

2.2.3. Modelado glaciar y periglaciar

En la actualidad, la actividad glaciar es mínima y en


retroceso, consecuencia del calentamiento global, si bien la
presencia de glaciares durante el último millón de años queda
patente en las grandes montañas españolas.

Los glaciares en España se han reducido a lo largo del


Holoceno con un repunte en la Pequeña Edad de Hielo (siglos
XIV a XIX). Hoy ocupan una superficie insignificante. De 1984

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a 1993 los activos en el
Pirineo pasaron de
1.800 a 468 ha, y en
2012 sólo existían 10
glaciares y 8 heleros,
con una extensión 160
ha.

Entre las formas


glaciares destacan:
valles en U, valles
colgados, lagos, circos
glaciares y grandes
aristas. También se dan
formas sedimentarias (morrenas). Valles glaciares y circos son las formas más fáciles de
reconocer, especialmente en el Pirineo.

Las formas periglaciares, como suelos poligonales (foto), terracillas, senderos de vacas,
derrubios estratificados, glaciares rocosos y canchales son fruto también de la acción del hielo
en el suelo. Formas periglaciares espectaculares aparecen en las cumbres pirenaicas y béticas, o
en los altiplanos y cumbres de las cordilleras Ibérica y Cantábrica.

2.2.4. Modelado fluvial

Los ríos ejercen un trabajo geomorfológico intenso y


constante, arrancando, acarreando y sedimentando
materiales. En España, los contrastes climáticos ofrecen
paisajes fluviales contrastados como ramblas en el sudeste o
arroyos en Pirineos.

Los tramos altos de los cauces suministran los materiales,


los medios los transfieren, y en los tramos bajos se forman
los grandes edificios sedimentarios. Las formas fluviales
erosivas más abundantes son gargantas (hoces del Duratón o
desfiladero de los Gaitanes), cascadas (nacimiento del río
Mundo) o meandros. En los lechos de los ríos se encuentran
pilancones o marmitas de gigante modelados por la abrasión de los materiales arrastrados en el
fondo de las corrientes. Las formas fluviales sedimentarias, por su extensión, son más llamativas,
pues terrazas y llanuras ocupan grandes espacios en los tramos bajos de los ríos. En los tramos
finales, en contacto con el mar, las formas características son deltas y estuarios (delta de l’Ebre).

En España las formas fluviales actuales son, más que nunca, resultado de la acción de la
naturaleza y la actividad humana: cambios en los cauces, embalses, abandono de áreas de
montaña,…

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2.2.5. Modelado eólico

El modelado eólico más representativo, los sistemas


dunares, en España están asociados a las costas tanto
peninsulares como insulares. En la costa cantábrica y
Galicia se encuentran ligados al aporte de ríos o bien
sobre las barreras arenosas confinantes de los estuarios
(El Puntal en Laredo, San Vicente de la Barquera,
Oyambre...), también presentes en las rías Baixas y Altas
(Cedeira, Corrubedo, Samil...). Con diferentes grados de
fijación por la vegetación, en la costa atlántica andaluza
se encuentran sistemas dunares más amplios asociados
a formaciones litorales (El Rompido, Punta Umbría,
mantos eólicos de El Abalario…), aportes de sedimentos
por la deriva litoral (dunas móviles de Doñana) o la
persistencia de los vientos de levante (dunas móviles de Bolonia o Valdevaqueros).

En la costa mediterránea, a pesar de la intensa presión antrópica, aún se encuentran formaciones


dunares en las desembocaduras de ríos y ramblas (Guadiaro, Andarax, Segura…), deltas (Ebro,
Llobregat...) y ensenadas (Davesa del Saler, Empordà...). En las costas insulares se asocian
puntualmente a bahías y ensenadas, si bien en las islas Canarias orientales se localizan campos
dunares muy bien desarrollados (Jandía, Corralejo, El Jable, Maspalomas...) (foto). Deposiciones
antiguas de la línea de costa son las dunas fósiles o relictas pleistocenas (eolianitas).

2.2.6. Modelado litoral

En la costa cantábrica y gallega


predominan las costas acantiladas
junto a playas confinadas y
plataformas litorales relictas
(rasas), sobreelevadas respecto al
nivel del mar actual (foto). En la
costa gallega, el reciente ascenso
del nivel del mar es el origen de las
rías. En la costa atlántica del
sudoeste peninsular predominan
amplias playas rectilíneas
asociadas a formaciones arenosas
(flechas, tómbolos, etc.) que,
cerrando las antiguas bahías de los
principales ríos (Guadiana,
Guadalquivir, Guadalete…) han
facilitado el desarrollo de
marismas mareales (Tinto-Odiel,
bahía de Cádiz...) y marismas
fluvio-pluviales (Doñana).

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La proximidad de los relieves béticos (entorno de Gibraltar) favorece la existencia de acantilados,
playas de menor entidad (foto) y marismas mareales. Las costas mediterráneas reflejan la
proximidad de los relieves béticos e ibéricos, la escasa magnitud de rango mareal (< 1 m) y el
régimen peculiar de la red hidrográfica (ramblas).

Por ello, se encuentran playas adosadas a depósitos fluvio-coluviales y a deltas (foto) (Vélez,
Adra, Andarax, Ebro, Llobregat, Besòs…), que alternan con tramos acantilados (Maro, Gata, Costa
Brava...). En sectores deprimidos se desarrollan albuferas (Torrevieja, Manga del mar Menor,
Valencia, Pego-Oliva...) aisladas de la costa por cordones litorales y restingas (foto).

En las costas
insulares
predominan
los acantilados
sobre rocas
calizas en
Baleares y
volcánicas en
Canarias,
intercalados
con calas o
amplias
ensenadas
(Pollença,
Alcúdia, Sa
Ràpita) que
favorecen el
desarrollo de
amplias playas
y cordones dunares (ver mapa de Tipos de costas).

2.2.7. Modelado de laderas y piedemonte

En el modelado de laderas intervienen procesos de erosión por arroyada y gravitacionales. Los


de arroyada dependen de la litología, vegetación, pendiente y tipo de precipitación. Producen
diferentes tipos de erosión, con distintos estadios: erosión por salpicadura, laminar, regueros,
cárcavas y en túnel (piping). En los gravitacionales interviene la gravedad, rozamiento y cohesión
del material. Se desencadenan por distintos factores como variaciones morfológicas,
modificación del volumen de material, sismicidad, vibraciones antrópicas, cambios climáticos,
acción mecánica de plantas y meteorización. Se clasifican según su geometría, material,
velocidad del movimiento, forma de rotura, edad, etc., al ocasionar desprendimientos o caídas,
vuelcos, deslizamientos, flujos y coladas, o diversas combinaciones.

En los piedemontes son de destacar abanicos aluviales y glacis. Los abanicos son deposicionales
y de mayor pendiente, mientras que los glacis constituyen extensos y suaves planos inclinados
de erosión o acumulación. Ambas formaciones son visibles en regiones áridas y semiáridas de la
Península. En ocasiones, abanicos y glacis son formaciones difíciles de diferenciar.

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TEMA 2. EL CLIMA Y LAS AGUAS
A) EL CLIMA

INTRODUCCIÓN

Antes de entrar en el estudio específico de los climas peninsulares, es conveniente situarnos en


un contexto más amplio y analizar los rasgos permanentes que delimitan de forma básica el perfil
de estos climas, y que hacen referencia a la posición que ocupa la península Ibérica dentro de la
circulación general de la atmósfera, del reparto de tierras y mares y a las características concretas
de su territorio, como se ha explicado en el tema anterior. En este sentido hay que señalar que
la Península ocupa una posición fronteriza en la zona templada, zona que cae bajo el dominio
de los vientos del SO.

Si en las zonas intertropicales y polares los fenómenos atmosféricos parecen estar gobernados
por cierta regularidad, en la templada se dan cita dos masas de aire antagónicas, polar y tropical.
El resultado es una alternancia, dependiendo de la estación, entre las masas cálidas (bajas
presiones o ciclones) y las altas presiones o anticiclones.

Analizar el clima de España supone hablar de diversidad. Existe una amplia variedad de climas
en todo el territorio que, a su vez, se manifiestan a través de una multiplicidad de tipos de tiempo
y de fenómenos meteorológicos contrastados, incluso entre áreas próximas. Tal diversidad es el
resultado de la combinación de factores de tipo atmosférico y geográfico.

Por su latitud la España peninsular y las islas Baleares se localizan en el límite meridional del
dominio templado y en contacto con las altas presiones subtropicales, en una zona con
predominio de la circulación de vientos del oeste y suroeste; en verano, sin embargo, los
anticiclones subtropicales dominan la atmósfera aportando una fuerte estabilidad. Una franja
latitudinal intermedia que constituye el área de intercambio energético entre las masas de aire

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frío polar y las masas de aire cálido tropical, donde se localiza el frente polar. Su oscilación
estacional norte-sur y la llegada de borrascas atlánticas asociadas a él suponen continuos y, a
veces, bruscos cambios del tiempo atmosférico, característica esencial de buena parte de los
climas de España. La variedad climática se acrecienta al pertenecer las islas Canarias al ámbito
subtropical-tropical, menos afectadas por las pulsaciones del frente polar, y donde el dominio de
las altas presiones es casi constante.

La posición geográfica de la península entre dos grandes masas continentales y entre el océano
Atlántico y el mar Mediterráneo le confieren, además, un papel de encrucijada de influencias
marítimas y continentales diversas y contrastadas. Finalmente, las características del relieve
aportan una mayor complejidad al mosaico climático español; en primer lugar, por su elevada
altitud media, que alcanza los 650 m, que condiciona intensamente las temperaturas; en segundo
lugar por la disposición de las barreras montañosas, que generan fuertes contrastes espaciales
en todos los elementos climáticos y meteorológicos, tanto a escala regional como local.

El objetivo de este apartado es ilustrar esa diversidad climática a través de la representación


cartográfica de algunos de los elementos más significativos que definen el clima, como la
temperatura, la precipitación, la insolación, la radiación o la evapotranspiración.

1. LOS ELEMENTOS DEL CLIMA

1.1. Temperatura

La distribución de la temperatura en España es muy irregular y está ligada, en primer lugar, a la


latitud en la que se sitúa, desde 27º N en Canarias hasta los 43º N de los cabos gallegos más
septentrionales; también a su extensión superficial, 505.990 km2, responsable de que el factor
de la continentalidad cause importantes amplitudes térmicas en el interior peninsular; además,
la distribución y altitud de los sistemas montañosos, donde el frío puede llegar a ser muy
intenso, matizan las acusadas diferencias espaciales que hay en la temperatura. Por último, la
inercia térmica del agua de los mares que bañan la Península y los archipiélagos balear y canario
suaviza y retrasa los extremos térmicos.

Las temperaturas medias


anuales oscilan entre 0ºC y
22ºC. Las primeras se registran
en los Pirineos, cordilleras
Cantábrica e Ibérica y Sierra
Nevada mientras que las
segundas se dan en el extremo
meridional del país, en las
costas de las islas orientales de
Canarias. El invierno se puede
calificar de frío en las tierras del
interior de la mitad norte
peninsular, porque la
temperatura no supera 6ºC,
mientras que en las del sur es
suave, ya que la temperatura media duplica ese valor térmico. En cambio, el verano del norte

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peninsular se caracteriza por unas temperaturas agradables, inferiores a 18ºC, y conforme se
desciende en latitud se van incrementando dos grados más en la Meseta norte, cuatro en la
Meseta sur y valle del Ebro, y hasta ocho grados en Andalucía, lo que permite calificar de verano
tórrido a estas zonas donde la
temperatura media de julio
sobrepasa los 26ºC. Julio y agosto
son los meses más cálidos del año
mientras que enero es
claramente el más frío.

Las temperaturas medias en julio


superan los 25ºC en todo el
territorio salvo en la cornisa
cantábrica, que son inferiores,
fruto de la influencia
atemperante del mar y las brisas,
y en las mayores alturas de las
principales cordilleras. En
invierno hace frío al norte del
paralelo 40º puesto que, en
general, las temperaturas medias
de enero son inferiores a 5ºC,
excepto en los litorales y el valle
del Ebro; al sur de dicho paralelo
la temperatura está comprendida
entre 7ºC y más de 10ºC,
exceptuando las tierras altas.
La excepción a esa templanza
térmica del sur son los islotes de
frío de las cimas del Sistema
Bético. Fruto de la
continentalidad las tierras del
interior de la Península tienen una amplitud térmica media anual cercana a los 20ºC mientras
que en el litoral mediterráneo y
Baleares es de 14ºC o 15ºC, en el
litoral cantábrico alrededor de
11ºC y en Canarias la diferencia
térmica entre los meses más
cálido y frío del año no alcanza
8ºC. De ahí el rasgo tan
característico del clima de las islas
Canarias: la suavidad térmica.
El mapa de Temperatura máxima
absoluta muestra cuán
importante es la latitud en la que
se encuentra España y su
proximidad al gran foco de calor
del Sahara. Si bien el calor se

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adueña del país, este es más intenso en la mitad sur peninsular y Canarias que en el resto del
territorio. La efeméride más alta se produjo el 13 de julio de 2017 en Córdoba y fue de 46,9ºC
pero hay que decir que los 40ºC se alcanzan fácilmente en algún momento del verano en muchos
lugares. En cambio, el mapa de Temperatura mínima absoluta pone en relieve la importancia de
la altitud, porque es en las zonas más altas del país donde se dan las temperaturas más bajas, y
la latitud ya que la mitad septentrional peninsular registra temperaturas más frías que la
meridional.

Las temperaturas medias de las


mínimas en enero y julio indican
cómo es la temperatura al
amanecer. En enero las personas
que viven en las costas cantábrica y
mediterránea o en el sur de
Andalucía se despiertan con
temperaturas superiores a 5ºC, en
cambio los de las zonas del interior
lo hacen con más frío puesto que los
termómetros marcan a menudo
valores negativos; en julio los
amaneceres más cálidos –con más
de 20ºC– se dan en la costa
mediterránea y las Canarias
orientales mientras que los más frescos se encuentran en la Meseta norte, con menos de 12ºC.

1.2. Las precipitaciones

La distribución
espacial de las
precipitaciones en
España presenta una
gran complejidad.
La disposición de los
sistemas
montañosos y de las
grandes cuencas y
depresiones
interiores en
relación con el flujo
de vientos húmedos
dominantes del
oeste, así como las
variaciones de
altitud son los
principales factores
responsables de los
fuertes contrastes pluviométricos. Como describen Martín-Vide y Olcina (2001) muchos relieves
montañosos son auténticos “islotes lluviosos» en medio de áreas más secas, o al revés, ciertas

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depresiones y valles, a resguardo de los flujos húmedos por el relieve circundante, se configuran
como “sombras pluviométricas”.

En España hay lugares que se encuentran entre los más lluviosos de Europa, como algunos
sectores de Galicia y del norte peninsular, con más de 1.800 y 2.000 mm anuales, frente a otros
como el cabo de Gata o algunas áreas de las islas Canarias que, con menos de 200 o 150 mm
anuales, aparecen entre los más secos.

Los valores de Precipitación media anual permiten distinguir tres grandes áreas pluviométricas
(Capel, 2000; Martín-Vide y Olcina, 2001): la España húmeda o lluviosa, delimitada por la isoyeta
de los 800 mm; la España seca o de transición, que recoge entre 300 y 800 mm de promedio
anual; y la España árida o semidesértica, con precipitaciones inferiores a los 300 mm.

La España lluviosa se corresponde con todo el norte peninsular, desde Galicia hasta el País
Vasco, incluyendo el norte de Castilla y León, y alargándose hacia el este por Pirineos. Se llegan
a rebasar los 1.400 mm, e incluso los 1.800 mm, en las tierras occidentales de Galicia, más
expuestas a las perturbaciones atlánticas. También se sobrepasan estos valores en algunos
sectores montañosos de la Cordillera Cantábrica, del interior del País Vasco y del norte de
Navarra, donde se pueden superar los 2.000 mm. Igualmente, en otros sectores peninsulares e
insulares, coincidiendo con áreas de montaña, se sobrepasa el umbral de los 800 mm: el Sistema
Central, el Sistema Ibérico, la cordillera Prelitoral Catalana, los Montes de Toledo, Sierra Morena,
las sierras de Grazalema, Ronda y Cazorla, Sierra Nevada o la Sierra de Tramuntana en Mallorca.

La España seca o de transición, con valores medios anuales entre 300 y 800 mm, abarca casi las
tres cuartas partes del país. Aquí se incluyen las tierras llanas de las dos mesetas, las cuencas
medias y bajas del Ebro y del Guadalquivir, así como buena parte de la fachada oriental
mediterránea, salvo el sector sudoriental. También quedan incluidas las tierras altas y medianías
orientadas al norte de las islas Canarias más montañosas y el resto de Mallorca, Menorca e Ibiza.

Finalmente, la España árida o


semidesértica se circunscribe
al sudeste peninsular, desde
Alicante hasta Almería, así
como a las áreas costeras de
las islas Canarias, que reciben
cerca de 100 mm en algunos
sectores a sotavento de los
vientos alisios.

Los valores del mapa de


Precipitación máxima diaria
dan idea de la intensidad y
torrencialidad que pueden
alcanzar las precipitaciones.
Los valores más altos se alcanzan en buena parte del litoral, tanto peninsular como insular, y muy
especialmente en el Mediterráneo, donde destacan los sectores de Valencia y Málaga.

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También algunas áreas de montaña del interior, como el Pirineo o el Sistema Central, se ven
afectados por precipitaciones de elevada intensidad que suelen desencadenar episodios de
inundación. A pesar de estar alejadas de las masas marinas, fuente principal de humedad, el
efecto del relieve favorece ocasionalmente la torrencialidad de las precipitaciones.

Por el contrario, en la mayor parte del interior peninsular las intensidades pluviométricas son
muy inferiores. Estas diferencias se observan también en los registros máximos diarios
correspondientes los observatorios principales de las capitales de provincia. Estos registros han
tenido lugar mayoritariamente durante los meses de otoño y del verano, con episodios de
carácter tormentoso. Aunque los valores máximos de las capitales sólo han superado los 300 mm
en Málaga, en muchos puntos del Levante, Andalucía, Canarias, Baleares o Pirineos se han
llegado a alcanzar intensidades muy superiores, como recoge la AEMET en sus estadísticas: 817
mm en Oliva (Valencia), 720 mm en Gandia (Valencia), 700 mm en Benasque (Huesca), 600 mm
en Albuñol (Granada), 590 mm en San Andrés (Tenerife) o los 536 mm en Escorca (Baleares).

1.3. Hidrometeoros

El reparto de los días de precipitación igual o superior a 1 mm muestra un fuerte gradiente entre
las regiones del norte y del sur, con máximos relativos en las principales zonas de montaña. Se
superan los 100 días en Galicia, norte de León, cordillera y litoral cantábricos, Pirineos, así como
en los sectores de mayor altitud de los sistemas Central e Ibérico, por ser focos de condensación
con lluvias orográficas. Los máximos se alcanzan al noroeste de Galicia y en algunos puntos de
Gipuzkoa y norte de Navarra, donde se superan los 150 días de lluvia al año.

En la mayor parte del interior peninsular y Baleares la frecuencia de lluvia oscila entre 50 y 100
días. En buena parte de la franja litoral mediterránea, todo el sudeste peninsular, el sudoeste de
Andalucía, la depresión oriental del Ebro y en las medianías y zonas altas de las islas Canarias no
se alcanzan los 50 días de promedio. El resto de dichas islas junto a algún sector del litoral
almeriense apenas tienen 25 días de lluvia.

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Las tormentas constituyen uno de los meteoros más espectaculares y amenazantes de los que
se originan en la atmósfera, pues al aspecto oscuro de la base de los cumulonimbos se unen
aguaceros intensos, a veces con granizo, fuertes rachas de viento y un potente aparato eléctrico.
Pueden ocurrir en cualquier época del año, incluso en invierno, como los asociados al paso de
frentes fríos, si bien son mucho más frecuentes e intensas durante el periodo estival. La mayor
frecuencia de días de tormenta se observa en el cuadrante nororiental de la Península, con más
de 15 días de media anual. Destacan Pirineos, el Sistema Ibérico, algunos sectores de la
Cordillera Cantábrica y buena parte del valle del Ebro, donde tienen lugar en más de 20 ó 25
días. Estas áreas de montaña actúan como núcleos orográficos que favorecen el efecto de
disparo vertical y los procesos termoconvectivos generadores de las tormentas.

Algunas de estas tormentas vienen acompañadas de granizo. Este sólido y temido hidrometeoro
es poco frecuente en España, si bien las consecuencias económicas que puede ocasionar un solo
día en el sector agrícola son muy graves. Hay que decir que los registros sobre la frecuencia del
granizo no son del todo precisos, por su incidencia a veces muy localizada, que puede no coincidir
con el observatorio más próximo. Según las estadísticas la mayor frecuencia de días de granizo
tiene lugar en el litoral norte y noroeste, con más de 5 o 10 días por año; estos suelen venir
asociados a frentes y perturbaciones atlánticas, y generalmente es granizo de muy pequeño
tamaño. Las áreas de montaña de la mitad norte peninsular registran más de 3 días con granizo,
acompañando casi siempre a episodios tormentosos que, aunque poco frecuentes en el resto del
país, son los más peligrosos, especialmente en el valle del Ebro, la Comunitat Valencia y Murcia,
con cultivos hortofrutícolas muy sensibles.

Los días de nieve constituyen un acontecimiento poco habitual en gran parte de España, salvo
en las áreas de montaña donde el factor altitudinal favorece la aparición del blanco meteoro con
relativa frecuencia, desde finales del otoño hasta bien entrada la primavera. La nieve es más
frecuente en la mitad norte peninsular, más expuesta a la llegada de masas de aire frío y
húmedo desde latitudes polares, que desencadenan precipitaciones en forma de nieve. Todos
los sistemas montañosos registran por encima de los 1.500 m más de 30 días de nieve al año,
siendo más frecuentes y copiosas en la Cordillera Cantábrica y en Pirineos. En Baleares sólo en
las cimas de la serra de Tramuntana la nieve tiene cierta frecuencia, al igual que en los niveles
altos de Tenerife. En los litorales mediterráneo y atlántico, así como en el sudeste peninsular la
nieve es rara o prácticamente desconocida.

La distribución de días de niebla es muy irregular, con valores que oscilan entre los 10 días de
algunos sectores del litoral mediterráneo y los más de 100 que se registran en algunos puntos de
Galicia y del norte peninsular, sobre todo en zonas elevadas de la Cordillera Cantábrica. Ello se
debe a que el origen de la niebla y los momentos temporales en que se producen son muy
diversos. Las nieblas de carácter orográfico se forman en las áreas de media y alta montaña en
cualquier época del año. Las nieblas formadas por irradiación nocturna se producen en el fondo
de valles y depresiones, como las del Ebro, Duero o Tajo, y bajo situaciones de fuerte estabilidad
atmosférica, principalmente durante el invierno. Y finalmente las nieblas de advección que
afectan a los sectores costeros, más frecuentes durante el verano, y en las medianías de las
vertientes septentrionales de Canarias (En La Laguna durante el 90% de los días de junio y julio)
con el consiguiente impacto en el aeropuerto de Tenerife Norte (anteriormente Los Rodeos).

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1.4. Insolación y radiación

Se pueden diferenciar tres grandes áreas:

• En primer lugar, la cornisa cantábrica, desde el norte de Galicia hasta la Navarra atlántica,
donde la frecuente nubosidad que llega desde el Atlántico impide que se superen las
1.800 o 2.000 h de sol al año.

• Una segunda área, con valores anuales entre 2.000 y 2.600 h, se extiende, desde el sur de
Galicia, por buena parte de Castilla y León, La Rioja, Navarra, Aragón y Cataluña, así como
las vertientes septentrionales de las islas Canarias más montañosas.

• Por último, la mitad meridional de la Península junto a una parte de la cuenca del Ebro y
el centro de la del Duero, Baleares y el resto de Canarias, disfrutan de una elevada
insolación, con más de 2.600 h al año. La Costa de la Luz entre Cádiz y Huelva, junto a
Lanzarote y Fuerteventura, son las tierras que registran los máximos de insolación, con
valores que superan las 3.000 h anuales.

Tanto la variación espacial de la insolación como de la radiación solar están sujetas


fundamentalmente al factor latitudinal, que dibuja un claro gradiente norte-sur en ambos
parámetros. Por el efecto del relieve, en verano, se produce un fuerte contraste entre la vertiente
norte de la Cordillera Cantábrica y el resto de la Península, debido a la frecuencia con la que la
nubosidad de estancamiento cubre todo el norte bajo situaciones anticiclónicas con vientos del
nordeste. Gradientes muy marcados se encuentran también entre las vertientes septentrionales
y meridionales de las islas Canarias, sobre todo en Tenerife, Gran Canaria y La Palma.

1.5. Evapotranspiración y balance de humedad

Como evapotranspiración se conocen los procesos de evaporación del agua del suelo y la
transpiración de las plantas; la evapotranspiración potencial (conocida por las siglas ETP) es la
que existiría si hubiera agua suficiente en el suelo para evaporarse. Está condicionada por
factores meteorológicos (radiación, temperatura, humedad del aire, viento), edáficos (tipo de
suelo y su estado de humedad) y características de la cubierta vegetal. Constituye un indicador
climático de particular interés cuando se relaciona con la precipitación y la absorción del suelo,
porque es un buen exponente de la aridez del clima. Se expresa en mm por unidad de tiempo y
para su estimación se emplean diferentes fórmulas.

Aplicando el método FAO (siglas en inglés de la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura) de Penman-Monteith, se comprueba que los valores de la ETP
muestran estrecha relación con las temperaturas y ponen en evidencia las diferencias entre el
norte y el sur peninsular y las variaciones con la altitud.

Los valores mínimos se dan en el norte de España, con totales promedio anuales por debajo de
los 800 mm en su mayor parte, e incluso inferiores a los 700 mm en la Cordillera Cantábrica y los
Pirineos, en correspondencia con las condiciones térmicas más frías de las áreas de montaña. En
la Meseta norte oscilan en torno a los 800-1.100 mm, y aumentan progresivamente hacia el sur
y la vertiente mediterránea. En la Meseta meridional, al igual que en el centro de la depresión

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del Ebro, se superan los 1.100 mm, y se alcanzan más de 1.200 mm en amplias zonas de
Extremadura y la cuenca del Guadalquivir, por las altas temperaturas del verano.

En el archipiélago canario, por las características térmicas de su clima, la ETP es elevada en todas
las islas, solo matizada por la acción de la altitud.

La evapotranspiración puesta en relación con la precipitación permite obtener el balance


hídrico de una región, que diferencia las áreas con excedente o déficit de agua. En el caso de
España el balance dibuja dos grandes dominios de desigual extensión, que concuerdan en buena
medida con las regiones de clima húmedo y clima seco.

El primer dominio se localiza en el norte peninsular y tiene un claro excedente de agua, que
varía entre 300 y más de 1.800 mm. Coinciden los valores más altos con las zonas de mayor
precipitación: Galicia costera y Pirineo occidental. También por su elevada pluviosidad, el
balance es positivo en el Sistema Ibérico septentrional y sierras de Gredos y Grazalema. El resto
es claramente deficitario, con balances negativos superiores a 600 mm en amplias zonas de la
Meseta meridional y las depresiones del Ebro y Guadalquivir. La aridez se hace aún más patente
en el sudeste peninsular y las islas Canarias orientales, donde a la escasez de lluvias se suman las
elevadas temperaturas.

2. TIPOS DE TIEMPO

a) Anticiclón de invierno

Esta situación atmosférica se caracteriza por el claro dominio de las altas presiones sobre la
península ibérica, relacionado con la presencia del anticiclón continental europeo o con el
anticiclón de las Azores y en ocasiones, con ambos, en una configuración puente entre los dos
centros de acción.

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Estas condiciones
isobáricas son más
frecuentes en invierno
y originan tiempo
estable, seco y soleado,
con posible
inestabilidad en el este
peninsular y las islas
Baleares. En estas
circunstancias, con la
pérdida de calor
nocturno por
irradiación, se producen
fuertes heladas, con
escarcha y frecuentes
fenómenos de inversión
térmica, que generan
espesos bancos de
niebla en los valles y depresiones del interior, como las cuencas del Ebro y Duero, casi tan
duraderas como el anticiclón que las provoca.

Esta situación impide los movimientos ascendentes del aire, lo que favorece los estados de
contaminación atmosférica en las grandes ciudades y en los sectores de fuerte emisión de
contaminantes. En las islas Canarias esta situación favorece la circulación de vientos del nordeste,
alisios, y el cielo puede quedar cubierto por el denominado mar de nubes en las laderas de
barlovento, mientras domina el sol en las de sotavento.

b) Temporal de frío y nieve

Esta situación
atmosférica se origina
cuando un potente
anticiclón, orientado
según los meridianos, se
sitúa sobre el Atlántico
norte y un área
depresionaria se
localiza en el
Mediterráneo
occidental. En altura
aparece una situación
de bloqueo de la
circulación zonal debido
a la ondulación de la
corriente en chorro
sobre el océano, que
impulsa el aire frío

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desde el Ártico hasta el norte de África. Se generan así profundas vaguadas, a las que se aplica
el nombre de coladas de aire ártico, que ocasionan descensos térmicos acusados, fuerte
inestabilidad y fenómenos tormentosos al paso de los frentes fríos.

Aunque puede registrarse entre octubre y abril, esta configuración es más propia de invierno. El
tiempo que le acompaña se caracteriza por el temporal de frío y nieve, y un considerable
descenso de las temperaturas en casi toda de la península ibérica y Baleares.

Las nevadas son copiosas en la vertiente norte de los sistemas montañosos y en las tierras del
interior meseteño, y los vientos particularmente fuertes en el nordeste y el archipiélago balear,
pueden ir acompañados de intensa actividad convectiva.

c) Baja térmica estival

Es una situación sinóptica típicamente estival generada por el desplazamiento hacia la península
ibérica del anticiclón de las Azores y de advecciones de masas de aire tropical.

Se caracteriza por el
escaso gradiente bárico
en superficie, la
presencia de una dorsal
anticiclónica en altura y
la formación en la
España meridional de
pequeños núcleos de
baja presión de origen
térmico, fruto del
intenso caldeamiento
del suelo. La Península
está dominada por un
ambiente de gran
estabilidad, con
temperaturas iguales o
superiores a las
normales y cielos despejados, aunque no es extraña la presencia de calimas (partículas muy finas
y secas de polvo en suspensión en la atmósfera que reducen la visibilidad). En ocasiones se
originan fuertes gradientes térmicos en las regiones interiores que dan lugar a pequeños
remolinos de polvo o tolvaneras. En este medio tan estable las únicas perturbaciones son las
generadas por movimientos convectivos junto a la costa o en los sistemas orográficos, donde se
pueden producir núcleos tormentosos aislados, a veces aparatosos y acompañados de granizo.

d) Tiempo del noroeste

El tipo de tiempo del noroeste se relaciona con la descarga fría que tiene lugar al paso sobre la
península ibérica de un frente frío asociado a una depresión localizada en latitudes superiores.
A la vez, el anticiclón atlántico se dispone en sentido de los meridianos y contribuye a reforzar
la entrada del aire polar marítimo. Esta situación da lugar a la aparición de un tiempo inestable,
con descenso de las temperaturas y precipitaciones generalizadas en la mitad septentrional en

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grado diverso en relación con la intensidad de la expansión de la masa de aire y la época del año.
Por esta razón es
imposible establecer un
patrón único de tiempo
en toda España.

En verano, la llegada del


aire polar provoca un
claro refrescamiento de
las temperaturas y la
posibilidad de
tormentas en áreas de
montaña y del interior,
acompañadas a veces de
granizo. En invierno, al
descenso térmico le
acompaña
precipitaciones de nieve
en los sistemas
montañosos, especialmente en la mitad occidental. En la mitad oriental las temperaturas pueden
ser relativamente altas y la lluvia inexistente. La inestabilidad y ambiente desapacible se agrava
a veces con la presencia de vientos fuertes, (fachada septentrional y nordeste peninsular).

e) Tiempo del nordeste

La advección del nordeste o continental europea se produce por la presencia de un potente


anticiclón de bloqueo sobre Europa central y occidental, abarcando buena parte de la península
ibérica, combinado con una depresión en el Mediterráneo.

En altura domina un índice de circulación muy bajo, con ondulación anticiclónica, que
contribuye a dirigir
hacia España masas de
aire continental
europeo. Su frecuencia
es baja, pero cuando se
establece, (noviembre
y marzo lo m, la entrada
de aire polar origina un
descenso generalizado
de las temperaturas y
heladas nocturnas. Esta
situación provoca
intensas olas de frío, en
particular cuando las
masas de aire que
llegan a la Península son
masas árticas del
interior de Rusia.

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Salvo el litoral penibético, protegido por altos núcleos montañosos, el frío llega prácticamente a
toda la Península, incluso a las costas cantábrica y levantina. Por lo general, esta advección no
origina precipitaciones, debido al bajo contenido higrométrico del aire, salvo cuando recorre el
mar Mediterráneo y se carga de humedad. En este caso, provoca lluvias y nevadas en la fachada
mediterránea y en los sistemas montañosos, y llega a alcanzar las islas Canarias.

F) Tiempo Del sudoeste

Esta situación resulta de la presencia de una extensa borrasca situada en el norte o noroeste de
la Península y de la circulación atmosférica en altura, caracterizada por suaves ondulaciones que
canalizan masas de aire tropical marítimo hacia las tierras ibéricas. Puede tener lugar en
cualquier momento del año, aunque es más propia del invierno, cuando el anticiclón de las
Azores se sitúa en latitudes bajas y la circulación zonal facilita el paso de las perturbaciones
atlánticas.

Estas condiciones
provocan el aumento
de la temperatura,
elevada nubosidad y
lluvias generalizadas al
paso de los frentes. El
golfo de Cádiz es vía de
entrada de los flujos
húmedos del océano,
que riegan con
generosidad el sur
peninsular. Son los
denominados vientos
ábregos o llovedores,
responsables de
algunos de los
temporales de lluvia más fuertes del valle del Guadalquivir y barreras montañosas bien
expuestas. Hacia el norte las precipitaciones se reducen notablemente a sotavento de las
cordilleras y llegan a desaparecer en la cornisa cantábrica, donde el efecto foehn origina un
considerable ascenso de las temperaturas.

3. CLASIFICACIÓN CLIMÁTICA

Para delimitar los distintos climas se ha utilizado la clasificación de Köppen-Geiger que identifica
cada tipo de clima con una serie de letras, y los define a partir de determinados umbrales de
temperatura y precipitación. Casi toda España queda incluida dentro de los climas templados C.
En el norte el clima es lluvioso todo el año (Cf); en el resto, el verano es seco (Cs), y se añade a
o b en función de si el mes más cálido sobrepasa o no los 22ºC. Se diferencian también zonas
secas, B, y las montañas con climas fríos, D. El norte de España tiene un clima templado lluvioso;
en la costa la temperatura de invierno es muy moderada y el verano resulta fresco: es un clima
típico Cfb. Hacia el interior se inicia la transición hacia el verano seco (s) y más cálido (a),
mientras en las montañas es frecuente la nieve y se llega al clima Df. El clima con verano seco o

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mediterráneo es el de mayor representación superficial, pero tiene un variado abanico de
subtipos. El clima de invierno suave, Csa, es la forma más genuina de influencia marítima, como
ocurre en la costa oriental, las islas Baleares y el sur peninsular.

Hacia Extremadura y la Meseta sur las condiciones son ya más secas y con un claro matiz
continental. Este aumento de continentalidad se observa en la cuenca del Duero, donde domina
el clima Csb, de verano corto e invierno muy frío. La progresiva degradación del clima
mediterráneo hacia condiciones más secas conduce a un clima estepario caluroso (BSh), o frío
(BSk) en la Mancha y valle del Ebro, y a condiciones desérticas, tipos BWk y BWh, en el sudeste.
El clima estepario y el desértico domina también en las islas Canarias, salvo en altitud, donde se
pasa rápidamente a climas Csa y Csb.

B) LAS AGUAS

INTRODUCCIÓN

La Carta Europea del Agua (1968) reza en su preámbulo que sin agua no hay vida posible, al
considerarla como un bien tan preciado como indispensable para la vida sobre nuestro planeta
en cualquiera de sus formas. El documento no descubre nada nuevo, simplemente ratifica el
vínculo indisoluble entre ambos al margen de la abundancia o de la escasez de aquélla. El ciclo
hidrológico contempla no sólo el cambio de estado del agua (sólido, líquido y gaseoso), sino
también el de su ubicación. Pero el ciclo hidrológico no se agota en el cambio de estado y en el
transporte del agua. Comprende también la evaporación directa desde el suelo a través de las
plantas, la infiltración a escasa profundidad para evaporarse en un corto periodo de tiempo por

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diversas vías y la saturación. Por otra parte, en el preámbulo de la Ley de Aguas (29/1985) se lee
que tanto las aguas superficiales como las subterráneas, sin distinción alguna, presentan una
identidad de naturaleza y función y, en su conjunto, deben estar subordinadas al interés general
y puestas al servicio de la nación.

Globalmente España no es un país deficitario de agua. La precipitación anual media es de 672


mm/m2 que, multiplicados por los 505.956 km2 de superficie, alcanza un total de 340 km3. El
problema está en los profundos desequilibrios espaciales y temporales, es decir, que no llueve
donde y cuando se necesita.

1. EL CICLO DEL AGUA

El agua es la única molécula


del planeta que aparece de
forma natural en tres
estados físicos diferentes
(sólido, líquido y gaseoso). En
su conjunto, esa agua integra
la hidrosfera, cuya unidad es
posible gracias al calor
latente, que es el proceso de
consumo o liberación de
energía que conlleva el
cambio de estado físico del
agua. Esa unidad es continua
o indivisible porque diversas
fuerzas posibilitan la
movilidad del agua en
diferentes sentidos,
desencadenando un intercambio desde unos reservorios o dominios hídricos a otros. El motor
de este intercambio es el aporte de energía solar.

La distribución de los recursos hídricos sobre la superficie terrestre es muy desigual. En torno al
97% del volumen total del agua de la hidrosfera se encuentra en mares y océanos. Entonces, sólo
alrededor del 3% integra el agua residente en los continentes y en la atmósfera. Algo más de tres
cuartas partes del agua existente en los continentes se acumula en los glaciares. También resulta
muy relevante el volumen de las aguas subterráneas. Por su parte, son muy reducidas las
cantidades de agua residentes en ríos, lagos y suelos (humedad del suelo), si bien
cualitativamente las aguas de ríos y lagos son muy relevantes en el establecimiento de
asentamientos humanos y en el desarrollo de sus actividades económicas.

Este conjunto de componentes o dominios de la hidrosfera y al desplazamiento que el agua


realiza entre ellos se conoce con el nombre de ciclo hidrológico o ciclo del agua. Ese
desplazamiento se materializa a partir de los denominados procesos hidrológicos: precipitación,
interceptación, infiltración, percolación, escorrentía y evapotranspiración.

A escala global (planeta o conjunto de la hidrosfera) el ciclo hidrológico funciona como un sistema
cerrado, es decir, el volumen de agua implicado es siempre el mismo, ya que hay entrada de

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energía en el sistema (radiación solar) pero no hay ni entrada ni salida de materia. Sin embargo,
a cualquier otra escala (regional, continental, cuenca hidrográfica), el ciclo hidrológico funciona
como un sistema abierto, con entrada de materia a partir de las precipitaciones y salida mediante
escorrentía y evapotranspiración. La trayectoria del agua dentro del ciclo no es lineal, sino que
puede seguir caminos muy distintos.

Así, no toda el agua de las precipitaciones llega al suelo, ya que una parte se evapora en la
trayectoria y otra es retenida por la vegetación. De la retenida por la vegetación una parte es
evapotranspirada y otra escurre hasta el suelo. Del agua que llega al suelo, una fracción se
evapotranspira, otra se infiltra y otra se moviliza sobre la superficie a partir de la escorrentía
superficial. El agua infiltrada en el suelo puede tomar caminos muy diferentes: la energía
calorífica puede activar la evapotranspiración de una parte, en tanto que otra puede engrosar la
escorrentía superficial y subsuperficial y otra puede percolar hasta los acuíferos. A través de la
escorrentía superficial, subsuperficial y subterránea, una porción del agua residente en la
superficie terrestre, el suelo y las acumulaciones de agua subterránea, puede acabar llegando a
ríos y océanos. Desde estos océanos se alimenta una cuantiosa evaporación que a su vez
abastece a las precipitaciones

2. AGUAS CONTINENTALES

En la península ibérica tienen representación todos los dominios hídricos de tipo continental
que forman parte de la hidrosfera. Los glaciares están reducidos a un mero testimonio. Son
glaciares de montaña ubicados en los Pirineos, que en la vertiente española llegaron a cubrir
cerca de 1.800 ha, a principios del siglo XX, y que se han reducido hasta 160 en 2012. La
importancia del agua acumulada en el suelo es muy variable en diferentes ámbitos del territorio
español. En el sector más septentrional, atlántico-cantábrico y en las áreas montañosas más
elevadas es fácil encontrar los suelos saturados de agua durante una buena parte del año. Sin
embargo, en las zonas semiáridas, tan extensas en la península ibérica, es difícil que se cubra la
capacidad de infiltración del suelo, llegando a saturarse, excepto en episodios de lluvias intensas.

Los procesos kársticos, glaciares, fluviales y litorales han excavado depresiones cerradas que se
rellenan de agua, es decir, lagos. Ahora bien, el volumen de reservas hídricas que globalmente
contienen no es elevado. Ríos y acuíferos son los dominios hídricos, o tipos de masas de agua, de
mayor importancia en el territorio español. Son esenciales tanto para abastecimiento de núcleos
de población como para uso agrícola, industrial o hidroeléctrico. Al margen del agua que
acumulen, no hay que olvidar la enorme impronta que glaciares, lagos y ríos, tienen en el paisaje.

2.1. Las demarcaciones hidrográficas

El territorio español, como todas las zonas emergidas, tiene un relieve estructurado en cuencas
vertientes, en cada una de las cuales una red de cauces, que va confluyendo en uno principal,
se encarga de conducir el agua hacia el mar. Con la entrada en vigor de la Directiva Marco del
Agua (2000/60/CE) aparecieron los términos de masa de agua y demarcación hidrográfica, que
se refiere a las grandes cuencas vertientes. Las masas de agua se integran y gestionan en las
demarcaciones. Se definieron un total de 4.630 masas de agua en España, de las cuales 3.792
corresponden a la categoría de río, 319 a lagos, 168 a aguas de transición y 351 son masas de
agua costeras.

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Las demarcaciones
hidrográficas
peninsulares son
15 (ver mapa). De
ellas 10 son
intercomunitarias,
es decir, se incluyen
en varias
comunidades
autónomas: Miño-
Sil, Cantábrico
occidental,
Cantábrico
oriental, Duero,
Tajo, Guadiana,
Guadalquivir,
Segura, Júcar y
Ebro. Y cuatro son
intracomunitarias: Galicia Costa, Cuencas internas de Cataluña y tres demarcaciones andaluzas,
Tinto-Odiel-Piedras, Guadalete-Barbate y Cuencas mediterráneas andaluzas. La cuenca con
mayor número de masas de agua es la del Ebro con 699. La cuenca del Duero es la de más
superficie, con casi 100.000 km2, pero si se restringe al territorio español la más extensa es la del
Ebro, con 85.000 km2.

2.2. Acuíferos

Son formaciones
rocosas delimitadas
por rocas
impermeables, en
cuyo interior puede
almacenarse y fluir
el agua subterránea,
en función de su
porosidad y
permeabilidad. Se
recargan por
infiltración y
percolación y
descargan a través
de ríos y
manantiales o en el
mar. Hay 386 acuíferos catalogados en España, que cubren una extensión de más de 173.000
km2 (ver mapa Acuíferos).

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El conjunto de mayor amplitud corresponde a la depresión del Duero, seguido del que se ubica
debajo de buena parte de la cuenca del Júcar. Hay zonas prácticamente sin acuíferos y en otras
estos son pequeños y aislados, no catalogados, aunque en total pueden sumar otros 120.000
km2. Las formaciones litológicas con menos agua subterránea son las silíceas debido a su
impermeabilidad. Pueden distinguirse cuatro grandes tipos de acuíferos en España: los
carbonatados en toda la España calcárea (cordilleras Cantábrica e Ibérica, Pirineos, Béticas y
Baleares); los detríticos de las depresiones del Duero, Tajo, Guadiana, Ebro y Guadalquivir; los
aluviales (incluidos en el mapa dentro de los detríticos) en terrazas, riberas y llanos litorales; y
los volcánicos canarios en rocas basálticas de porosidad y permeabilidad muy variables.

2.3. Caudales

Se entiende por caudal la cantidad de agua que circula por un curso fluvial en un momento y
un lugar determinados. La medida de la cantidad de agua que circula por los ríos se realiza en
las estaciones de aforo. Son puntos de un río donde, a través de limnígrafos, se mide la altura de
la columna de agua para luego convertir esos registros, a partir de las curvas de gasto, en valores
de caudal expresados en m3/s. En España los primeros datos se miden a mitad del siglo XIX, pero
hay que esperar al siglo XX para tener un seguimiento continuado de los principales ríos.

Actualmente existe una amplia red de estaciones de aforo que miden los caudales de los ríos, y
otras registran el nivel de los embalses, el agua circulante por conducciones y datos
evaporimétricos. La información aportada desde esta red de aforos se amplía con los registros
del Sistema Automático de Información Hidrológica (SAIH).

A partir de los valores registrados en los aforos situados en los ríos, se puede analizar su
comportamiento: abundancia de caudal, variación estacional, irregularidad interanual y
fenómenos extremos (crecidas y estiajes). La disponibilidad de agua de los ríos españoles es muy
variable en función
de la extensión de
su cuenca y de sus
características
climáticas y
ambientales. Dicha
cantidad de agua se
puede expresar a
través del caudal,
del caudal
específico y de las
aportaciones
(volumen total de
agua que discurre
por un río en un
periodo de tiempo
determinado,
mensual o anual).

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El mapa de Aportaciones medias anuales de caudal recoge las aportaciones disponibles en
diferentes tramos de los principales ríos españoles, utilizando las series disponibles en cada aforo
entre los años hidrológicos 1911-1912 y 2011-2012. Las aportaciones más elevadas se dan en
los tramos bajos del río Ebro y del Miño-Sil. El primero recorre una amplia cuenca y recibe
abundantes aportaciones de sus afluentes pirenaicos. Miño y Sil tienen menor longitud, y cuenca
de menos superficie, pero en la que se recogen precipitaciones regulares y abundantes.

También los ríos Duero, con la importante contribución del Esla, Tajo y Guadalquivir alcanzan en
sus tramos bajos un destacado volumen de agua. Las aportaciones medias anuales más bajas se
corresponden con los ríos mediterráneos, a excepción del mencionado Ebro, que surcan el este
y sudeste peninsulares. Sólo el río Júcar, en su tramo final, ronda los 1.000 hm3 de aportación
anual, quedando el resto de cursos fluviales mediterráneos muy alejados de esta cifra. En el
centro de la península ibérica, diversos afluentes del Duero, Tajo, Guadiana y margen derecha
del Ebro evidencian también un escaso nivel de aportación. En el mapa se aprecia con enorme
claridad la mayor aportación de los ríos atlánticos que de los mediterráneos. También la buena
disponibilidad de agua que poseen los ríos atlánticos y los afluentes pirenaicos del Ebro.

Los ríos peninsulares experimentan cambios de caudal en las diferentes estaciones del año y se
representan en el mapa Coeficiente de caudal de los ríos principales. El ritmo de esas variaciones
estacionales define el régimen fluvial. Puede analizarse a partir de los caudales medios anuales
(m3/s). Para facilitar la comparación entre ríos con disponibilidades de caudal muy dispares,
habitualmente se recurre al coeficiente de caudal, que es la relación entre el caudal medio de
cada mes, siempre para una larga serie de años, y el módulo anual. Sus valores están
normalmente comprendidos entre cero y tres. Los meses cuyo caudal circulante supere el
módulo anual, tendrán un coeficiente de caudal superior a uno, en tanto que aquellos con caudal
por debajo del módulo anual tendrán valores inferiores a uno.

Con estos
valores
mensuales del
coeficiente de
caudal se han
representado en
el mapa
mencionado las
gráficas de
variación
estacional de
caudal de una
selección de
estaciones de
aforo de los
principales ríos
de España. En
ellas se
evidencia que el ritmo estacional de los caudales de los ríos peninsulares ofrece marcadas
diferencias según su ubicación y el régimen pluviométrico de la zona.

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Casi la totalidad de los ríos que vierten sus aguas al océano Atlántico tienen un periodo de aguas
altas centrado en invierno y que puede prolongarse hacia el otoño o la primavera, según los
casos. Este periodo se corresponde con la época de más lluvias y contrasta con una fase estival,
en la que el sensible descenso de las precipitaciones se traduce en una fase de aguas bajas bien
marcada.

Los ríos
cantábricos
prolongan sus
aguas altas
durante todo el
otoño, invierno y
gran parte de la
primavera, dada la
continuidad de las
precipitaciones. En
los tramos altos de
los ríos pirenaicos,
donde cobra
protagonismo la
nieve, es habitual
un régimen de tipo
nivo-pluvial con
dos periodos de
aguas altas y dos
periodos de aguas bajas. El periodo de aguas altas principal se produce en la segunda parte de
la primavera, frecuentemente en mayo, debido a la fusión de la nieve que se ha acumulado
durante el invierno. Hay otro periodo de aguas altas secundario asociado a las precipitaciones de
otoño. También son dos los periodos de aguas bajas: uno principal en verano, por el descenso de
precipitación, y otro secundario en invierno, debido a la retención nival.

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Los ríos mediterráneos se caracterizan por tener dos, tres y hasta cuatro periodos de aguas altas
y otros tantos de aguas bajas, siguiendo el ritmo irregular que la lluvia tiene en este ámbito
territorial. Como rasgos constantes destacan las aguas altas ligadas a las lluvias otoñales y el
acentuado estiaje durante los meses más cálidos de verano. Evidentemente, el río Ebro, dada su
longitud y las diferentes influencias recibidas en su recorrido (oceánica en su cabecera, afluentes
pirenaicos, etc.) no responde a este régimen característico del resto de los ríos que vierten sus
aguas al Mediterráneo. El mapa de Tipos de régimen fluvial confirma este comportamiento
hidrológico remarcando los límites entre el ámbito atlántico y el mediterráneo, así como las áreas
montañosas con mayor influencia nival en la escorrentía. En la tabla Ríos principales de España
se caracteriza el régimen de cada uno de ellos.

3. LAS AGUAS MARINAS

Con 7.700 km de costas, en España los mares marcan una notable influencia climática, cultural y
como fuente de recursos naturales. Con una superficie de más de 90 millones de km2, el océano
Atlántico baña las costas occidentales y septentrionales, así como las islas Canarias. La corriente
cálida del Golfo dulcifica el clima de toda Europa occidental. En superficie, la temperatura del
agua en agosto es de unos 19°C, en enero de unos 11°C en la costa cantábrica y de 15°C en el
golfo de Cádiz. La Costa Canaria está dominada por una corriente fría (corriente de Canarias) en
la que habita un importante banco pesquero, pero aun así la temperatura media del océano es
más alta. La salinidad media oscila entre 36 y 37 gramos por litro de agua. Las mareas tienen una
amplitud media de unos 4 m. Hay una pleamar o marea alta cada 12 horas y 25 minutos. El oleaje
suele ser importante, debido a los vientos. Destacan los temporales del norte y las galernas
veraniegas. La costa norte peninsular está bañada por el mar Cantábrico, que se integra en el
golfo de Vizcaya. Sus diferencias con el resto del Atlántico son mínimas. Lo más destacable son
las grandes profundidades a pocos kilómetros de la costa.

Con 2,5 millones de km2, el Mediterráneo es un apéndice del Atlántico prácticamente cerrado,
por lo que sus características son muy diferentes. La temperatura de sus aguas es más alta, de
unos 14°C en enero y 25°C en agosto. La salinidad también es mayor, de 36,5 a 38 g/l, debido a
la elevada evaporación y a la relativa pobreza de los aportes fluviales. El estrecho de Gibraltar es
un pequeño paso de 14 km de anchura en el punto más estrecho y su profundidad varía entre
los 280 m y los 1.000 m, por lo que no pueden entrar en el Mediterráneo las corrientes atlánticas
profundas.

Sí que existe una doble corriente de comunicación superficial que va del Atlántico al
Mediterráneo, y por debajo de los 100 m al revés, ya que el agua mediterránea, más salada, pesa
más. Por el hecho de ser un mar casi cerrado en el que apenas penetran las corrientes, las mareas
son mínimas, de unos 40 cm, y el oleaje más tenue que el oceánico, lo que aumenta la
contaminación de sus aguas, que no se renuevan, y permite la sedimentación en deltas de los
materiales arrastrados por los ríos, lo que no ocurre en el Atlántico.

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En la gestión de las aguas marinas
intervienen dos directivas europeas.
La Directiva Marco del Agua
(2000/60/CE) establece un total de
351 masas de agua costeras, que
cubren todo el entorno de la
Península hasta una milla náutica mar
adentro. La misma Directiva
establece también las aguas de
transición, que son masas de agua
superficial (168 en total) próximas a
la desembocadura de los ríos,
parcialmente salinas como
consecuencia de su proximidad a las
aguas costeras, pero que reciben una
notable influencia de flujos de agua
dulce.

La Directiva de Estrategia Marina


(2008) sobre la protección y la
conservación del medio ambiente
propiamente marino, promueve un
enfoque de gestión basado en la
integridad del ecosistema. En España
la franja costera alberga el 44% de la
población y el 80% del turismo, se
han incrementado puertos e
infraestructuras y, a raíz del
agotamiento de los caladeros, se ha
intensificado la acuicultura en las aguas costeras y de transición, con un notable incremento de
instalaciones en todo el litoral. Todo ello implica una problemática ambiental en aumento en las
últimas década

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TEMA 3: BIOGEOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN

La Biogeografía estudia la flora y la fauna. El mundo de la flora se divide en siete grandes reinos
que, a su vez, se fragmentan sucesivamente en regiones, provincias y sectores. De acuerdo con
esta división, la Península Ibérica pertenece al reino holártico y se extiende por las regiones
eurosiberiana, mediterránea y macaronésica. Por las especiales características que introduce en
el desarrollo florístico la alta montaña, algunos autores la consideran como una cuarta región, la
boreoalpina La fauna o Zoogeografía, por su parte, estudia las especies animales que habitan en
una región geográfica, que son propias de un periodo geológico o que se pueden encontrar en
un ecosistema determinado. Se ocupa, por lo tanto, de la distribución espacial de los animales.
Ésta depende tanto de factores abióticos (temperatura, disponibilidad de agua) como de factores
bióticos. Los animales suelen ser muy sensibles a las perturbaciones que alteran su hábitat; por
ello, un cambio en la fauna de un ecosistema indica una alteración en uno o varios de los factores
de éste. En resumen, estos son los cuatro factores que condicionan el paisaje vegetal y las
especies animales que en él habitan: a) el clima, creando las condiciones básicas que precisa la
vegetación; b) el suelo, que sustenta el manto vegetal; c) el relieve, a veces una ruptura sobre la
secuencia vegetal; d) el factor humano, trastocando el clímax elaborado por la naturaleza
durante milenios.

1. LA BIOGEOGRAFÍA

La biogeografía es la ciencia que estudia la distribución de las especies y las biocenosis sobre la
Tierra, así como sus causas y relaciones de parentesco. También, teniendo en cuenta las áreas
de taxones y sintaxones (corología), así como la información procedente de otras ciencias de la
naturaleza (geografía, edafología, bioclimatología, geología, etc.), trata de establecer una
tipología jerárquica de los territorios del planeta, cuyas unidades principales en rango
decreciente son: reino, región, provincia, sector, distrito, comarca, célula de paisaje y tesela
(Rivas-Martínez et al., 2007, 2011, 2017).

a) El reino

El reino es la unidad suprema de la biogeografía, por lo general pluricontinental y multinsular,


en la que, además de consideraciones taxonómicas y de ecosistemas, entra en juego el origen de
la flora y la fauna, la formación de los grandes continentes, las orogenias, así como los climas
actuales y pretéritos. España pertenece al reino Holártico, que se caracteriza por una
considerable uniformidad florística debido a la proximidad de las masas continentales en el
hemisferio boreal hasta el Cuaternario y una gran variedad climática que contribuye a su riqueza.

b) La región

La región es un territorio muy extenso, formado por una agrupación de provincias


biogeográficas que posee una flora o elemento florístico original en el que existen especies,
géneros o incluso familias endémicas. Como se observa en el mapa Regiones biogeográficas, la

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franja noroccidental de España corresponde a la región eurosiberiana y el resto de la Península
y de las islas pertenecen a la región mediterránea.

En el mapa se representan las subprovincias en que se subdividen estas regiones: seis


eurosiberianas y catorce mediterráneas.

c) Los tipos fitoclimáticos

Los tipos fitoclimáticos de Allué Andrade (1990) combinan la información de las temperaturas
y las precipitaciones, dos de los factores ambientales que más influyen en la distribución de las
especies. Se identifican 20 subtipos fitoclimáticos en España agrupados en los tipos bioclimáticos
de Walter (1977): III, desiertos y semidesiertos cálidos; IV, bosques mediterráneos; VI, bosques
caducifolios nemorales; VIII, bosques aciculifolios boreales; y X, formaciones de alta montaña.

Es un mapa que facilita el establecimiento de relaciones entre las características climáticas y la


distribución de las formaciones vegetales, y ayuda también a comprender los límites de las
regiones y subprovincias biogeográficas.

Una de las características biogeográficas del territorio español es la alta biodiversidad de la


Península; muestra en su distribución patrones interesantes asociados con la presencia de
alineaciones montañosas que generan importantes gradientes térmicos y pluviométricos, que
derivan en la presencia de ecosistemas variados en superficies reducidas.

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De todas ellas, destaca la confluencia entre la Cordillera Cantábrica, Pirineos y noroeste del
Sistema Ibérico, ya que en este mismo espacio tiene lugar una importante transición entre los
biomas atlánticos y los mediterráneos, al mismo tiempo que coinciden importantes gradientes
altitudinales con diferentes orientaciones que diversifican la variedad y disponibilidad de hábitats
para las especies en un territorio que, además, se ubica en una de las vías migratorias más
importantes entre el continente europeo y africano.

2. VEGETACIÓN

2.1 Formaciones vegetales potenciales

Una formación vegetal


potencial es aquella
formación con
vegetación madura y
adaptada a las
características
ambientales
(principalmente clima y
suelo) de un territorio
determinado. Estas
etapas maduras se
corresponden en
muchos casos con
formaciones boscosas
(siempre que las
condiciones de clima y
suelo lo permitan), pero pueden ser también formaciones de matorral (por ejemplo, si no hay

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disponibilidad hídrica suficiente para que se desarrolle un bosque, como en el centro del valle
del Ebro o en el sudeste peninsular) o también formaciones de pastizales (por ejemplo en las
zonas de montaña el excesivo frío impide que vivan las especies arbóreas o arbustivas).

Así, el mapa Formaciones vegetales potenciales de España ofrece una imagen hipotética de
cómo sería la vegetación si solo dependiera del clima y el suelo existente y el hombre no hubiera
intervenido modificándola a lo largo de su historia. Es, en definitiva, un modelo, pero es muy útil
y didáctico para entender mejor la relación con los factores naturales que explican la distribución
de la vegetación en España y para conocer también hacia dónde evolucionaría posiblemente la
vegetación si solo fuesen los procesos naturales los que actuasen y el hombre abandonara la
explotación del territorio (abandono de cultivos, de pastoreo,...). El mapa incluye también los
límites de los grandes dominios bioclimáticos para facilitar las relaciones con otros factores.

2.2 La formación vegetal actual

La formación vegetal actual es la que existe en el momento en el que se realiza la cartografía


de la vegetación, y es el resultado combinado de la influencia de los factores naturales, pero
sobre todo de la transformación del hombre sobre el paisaje vegetal potencial para poder vivir.
Las formaciones vegetales actuales no coinciden en la mayoría de los casos con las formaciones
vegetales potenciales, puesto que se corresponden con superficies de cultivos, pastizales o áreas
urbanas totalmente controladas por el hombre o con otras formaciones vegetales que se
corresponden con etapas de sustitución (matorrales, bosques más o menos intervenidos y
degradados, repoblaciones, etc...) de la hipotética vegetación potencial que podría existir. Es
cierto que, en algunas zonas, sobre todo en las áreas de montaña y espacios protegidos, las
formaciones vegetales reales son bastante similares a las potenciales (o no son excesivamente
diferentes) debido fundamentalmente a la escasa intervención del hombre sobre ellas.

El mapa de Formaciones vegetales actuales se ha realizado mediante una gran labor de síntesis
a partir del mapa forestal de España con objeto de poder contar con la información de las
principales especies vegetales y poder organizar una leyenda comparable, en la medida de lo
posible, con la del mapa de vegetación potencial y facilitar así su contraste, lo que permite la
realización de la tabla de Tipos de vegetación, que, pese a ser e una aproximación calculada en
porcentajes a partir de la cartografía, permite hacerse una idea del contraste existente.

2.3. Los bosques de frondosas caducifolias

Los bosques de frondosas caducifolias están formados por árboles de hojas planas que pierden
su hoja al mismo tiempo que llega la estación desfavorable, en los climas de latitudes templadas
se produce en la estación fría. Las nuevas hojas de estos árboles vuelven a brotar al llegar la
estación favorable. Potencialmente estos bosques ocuparían en España un 10% de la superficie,
correspondiendo casi un 6% a robledales (Quercus robur) y en torno a un 2,2% tanto a hayedos
(Fagus sylvatica) como a bosques mixtos caducifolios, todos propios del dominio eurosiberiano.
Su superficie actual es mucho más reducida que la potencial, ya que no alcanza el 3% entre todos.

2.4. Los bosques de frondosas marcescentes

Los bosques de frondosas marcescentes los forman árboles de hoja plana que se caracterizan
por el retraso en la caída de la hoja, de manera que pasan la estación desfavorable (el invierno

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en las latitudes templadas) con todas sus hojas secas pero unidas a las ramas y permanecen así
(si el viento no las tira al suelo) hasta que las nuevas hojas brotan en la estación favorable
(primavera) y las hacen caer entonces. El aspecto de estos bosques en invierno es muy diferente
a los de hoja caduca (sin ninguna hoja en las ramas), o de frondosas perennifolias siempreverdes.

En la Península son bosques abundantes porque son representativos de ambientes de transición


entre los dominios bioclimáticos eurosiberiano y mediterráneo ocupando potencialmente más
de un 15% de la superficie, hoy reducida a un 3,5%. Los robledales pelosos (Quercus pubescens)
tienen preferencias ecológicas más propias del dominio eurosiberiano, como se observa en el
mapa, mientras que se adaptan mejor a las condiciones mediterráneas los quejigares (Quercus
faginea y Quercus canariensis) y en menor medida, los rebollares o melojares, que ocupan los
territorios de contacto entre ambos dominios (Quercus pyrenaica).

2.5. Las especies arbóreas frondosas perennifolias

Las especies arbóreas frondosas perennifolias son aquéllas que se caracterizan por tener hojas
siempreverdes en sus ramas a lo largo de todo el año. Así, son bosques con árboles cuyas hojas
no mueren ni brotan al mismo tiempo sino de forma individualizada, de manera que la copa
siempre presenta follaje.

Los encinares son el ejemplo más representativo y abundante, perfectamente adaptado al


dominio biogeográfico mediterráneo y que potencialmente se considera que cubriría un 55% de
la Península y Baleares (actualmente reducido a un 12%). También hay que citar los alcornocales
(Quercus suber) con casi un 3% de superficie potencial frente al 1% actual y los acebuchales u
olivos silvestres (Olea europaea) que destacan sobre todo en Baleares. Mención especial
merecen los bosques de Laurisilva con laurel (Laurus azorica) y viñátigo localizados en todas las
islas Canarias, salvo en las más áridas de Lanzarote y Fuerteventura. Su dominio potencial se
considera mucho más amplio que el actual (11,4% frente a menos de un 2% actual en Canarias)
al corresponder a suelos profundos y fértiles para la agricultura.

2.6. Los bosques de coníferas

Los bosques de coníferas se caracterizan porque sus hojas suelen tener forma de agujas (hojas
aciculares típicas de los pinos) o de escamas y son perennes (con excepción de dos géneros: Larix
y Taxodium). Pertenecen al grupo de las plantas gimnospermas, que son las que producen
semillas en conos femeninos, a los que se denomina piñas.

En el dominio eurosiberiano de España peninsular los bosques más representativos son:


pinares de pino negro (Pinus uncinata), pinares de pino albar (Pinus sylvestris) y abetales (Abies
picea). En el dominio mediterráneo, además del pino albar, que también se adapta a estas
condiciones, se desarrollan otras coníferas como el pino carrasco (Pinus halepensis, con
frecuencia acompañando a otras especies y preferentemente como etapa de sustitución del
encinar), la sabina albar (Juniperus thurifera) o el pinsapo (Abies pinsapo). Todos cuentan con un
dominio potencial de escasa superficie en la Península y Baleares según el modelo cartografiado
(inferior al 4%), que contrasta con el 16% de la actualidad debido a repoblaciones y a su propia
capacidad de propagación y adaptación, siendo no obstante un tema complejo.

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En Canarias, sin embargo, a las coníferas les correspondería un 40% de la superficie de las islas
repartido entre el pinar canario (Pinus canariensis) y el sabinar (Juniperus phoenicea), con la
diferencia de que los pinares abundan en el momento actual (10%) en las grandes islas centrales,
mientras que los sabinares se han reducido drásticamente al ocupar áreas con buenas
condiciones climáticas para el aprovechamiento agrario.

2.7. El matorral mediterráneo

El matorral mediterráneo considerado como etapa madura se identifica por un lado, con
situaciones en las que el agua es el factor limitante para el desarrollo de una formación boscosa,
como el caso de los coscojares (5%, matorrales de coscoja –Quercus coccifera– en los que
pueden aparecer también pinos carrascos) y en mayor medida del matorral termófilo del
sudeste peninsular (1,8%). Por otro lado, las temperaturas de las altas cumbres, tanto
mediterráneas como eurosiberianas, dominadas por los enebros rastreros (Juniperus communis
subsp. alpina) representan también la etapa madura (0,7%) de esta formación.

En conjunto, todos estos matorrales ocuparían potencialmente un 7% pero las formaciones de


matorral ocupan en la actualidad más de 13%, en buena parte por ser las etapas de sustitución
de las formaciones boscosas anteriormente citadas, como resultado de incendios, roturaciones
y cultivos o pastos posteriormente abandonados, y otros aprovechamientos.

Los matorrales de las islas Canarias destacan por su singularidad y también por su extensión,
tanto en su dominio potencial (47%) como actual (36%). Por encima de los 2.000 m de altitud,
en condiciones frías (islas de Tenerife y La Palma) hay que resaltar los matorrales de retama del
Teide (Spartocytisus supranubius) que incorporan el cedro canario en las zonas más bajas. Pero
es el cardonal con cardón (Euphorbia canariensis) y tabaiba (E. balsamifera…) el que presenta un
gran dominio potencial (44%) en la banda costera de todas las islas. Aunque son zonas áridas, en
algunas islas su superfície se ha visto notoriamente reducida para dedicarla a otros
aprovechamientos. Hay que destacar también en la vegetación actual la importancia del fayal-
brezal, el matorral de Myrica faya, Viburnum rigidum, Erica arborea, Ilex canariensis... que
sustituye a los bosques de laurisilva en muchas áreas.

2.8. Los pastizales

Los pastizales constituyen la vegetación potencial de pequeñas zonas tanto del dominio
eurosiberiano como del mediterráneo, (no representables a esta escala) por encima de una
cierta altitud en las que el frío es excesivo para el desarrollo de especies arbóreas o arbustivas.
Es uno de los ejemplos en los que vegetación potencial y real coinciden, porque además tienen
un importante aprovechamiento económico ligado a la ganadería.

Pero además de estas áreas de montaña, hay actualmente una superficie mucho mayor (5,4%
en el conjunto de España) de formaciones de pastizal-matorral, muchas veces en mosaico, que
corresponden a etapas de degradación de todas las formaciones anteriormente citadas,
relacionadas de forma directa o indirecta con su aprovechamiento actual o pasado (cultivos,
pastoreo) o que son el resultado de incendios u otros procesos.

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2.9. La vegetación edafófila

Por último, es importante destacar la existencia de formaciones vegetales que dependen


fundamentalmente de las características del suelo sobre el que se desarrollan y resultan menos
influidas por las condiciones climáticas imperantes. Es la razón por la que se denominan
vegetación edafófila (edafohigrofila y edafoxerófila) y se localizan indistintamente en los dos
dominios bioclimáticos existentes. Los tres tipos de formaciones edafófilas más destacados son:

- Las formaciones de ribera (fresnedas, choperas, alamedas, bosques mixtos...) desarrolladas en


suelos con abundante humedad junto a los ejes fluviales. Su disposición lineal junto a los cursos
fluviales hace difícil su adecuada representación, destaca como uno de los tipos de vegetación
potencial que ha reducido su superficie en la actualidad debido al uso antrópico de los fértiles y
accesibles en los que se localiza (4% potencial al 0,6% actual).

- Las formaciones salinas, normalmente matorrales de bajo porte en suelos con alto contenido
en sales. Destacan en zonas litorales, así como en depresiones internas de carácter endorreico.

- Las formaciones sobre arenales costeros. De gran interés biogeográfico, se ha visto muy
reducida por lo que se ha hecho necesaria en muchos casos su protección.

2.10. La superficie no forestal

Por último, la superficie no forestal incluye todo lo que se clasifica como suelo artificial y
cultivos, por lo que no aparece en el mapa de vegetación potencial, mientras que supone
aproximadamente un 46% de la superficie de la Península y Baleares y un 27% de las islas
Canarias, y es notoria su localización en las amplias depresiones y zonas litorales.

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3. FAUNA

Para las especies y comunidades faunísticas localizadas dentro del territorio nacional, nuestra posición
geográfica en un ámbito peninsular a medio camino entre los biomas tropicales/ecuatoriales y los
boreales/polares condiciona, en gran medida, su distribución espacial y presencia anual o estacional.

Su ubicación al sudoeste de Europa y casi en contacto con el continente africano, le otorgan valor como
paso migratorio obligado para muchas especies y sin embargo, para muchas otras, con capacidad de
movimiento limitada, es una barrera infranqueable en su distribución. Además, la evolución de las
condiciones climáticas especialmente en los últimos 10.000 años, con alternancia de periodos glaciares e
interglaciares, motivaron movimientos norte-sur de especies que hicieron de la Península, en épocas
desfavorables (glaciaciones), un territorio refugio para especies del centro y norte de Europa, mientras
que en otras más benignas (interglaciares) fue paso obligado y parada estacional para numerosas
migraciones de insectos y aves.

Todo ello, ha generado ambientes bioclimáticos diferentes, con importantes franjas transicionales y
gradientes altitudinales marcados, generando gran biodiversidad zoológica, asociada a la amplia variedad
de ecosistemas que van desde las zonas costeras mediterráneas o atlánticas, hasta las áreas de interior
continentales, compartimentado todo ello por áreas montañosas que diversifican en altura los hábitats.
Junto a ellas, los territorios insulares de Baleares y Canarias, donde la latitud y proximidad a continentes
diferentes, marca las diferencias entre ellos y con el territorio peninsular.

No es extraño que España cuente con la presencia del mayor número de aves, mamíferos y reptiles de
todos los países europeos, y sea el tercer país en representación de ictiofauna. Más del 50% de las
especies de peces conocidas para la Unión Europea, visita o reside habitualmente en territorio español.

En España viven de forma espontánea más de 58.000 vertebrados e invertebrados terrestres y casi 4.200
marinos, algunos de ellos considerados endémicos, relictos, finícolas o raros: se han catalogado con
diferentes grados de amenaza de cara a su protección, y están bajo alguna figura de protección al menos
el 20% de los mamíferos y el 54% de los peces continentales que aparecen en España. En este sentido, el
31%, de los vertebrados que desarrollan su ciclo vital en España albergan un cierto peligro de
desaparición, y cuentan con medidas de protección o de seguimiento. Tanto en el medio terrestre como
en el marino es el grupo de los invertebrados el que mayor cantidad de especies tiene, con poco más de
60.000, pero aun siendo el más numeroso es al mismo tiempo el más desconocido; todavía en España se
descubren al año cerca de 100 especies nuevas de invertebrados. Este desconocimiento repercute en su
conservación y, aunque hoy en día se hacen esfuerzos para generar un mayor interés y conocimiento
como el Atlas de Invertebrados Amenazados de España, aún la información sobre ellos es escasa.

En cuanto a la distribución de la riqueza faunística, el grupo de los vertebrados terrestres presenta


importantes diferencias y patrones espaciales. La mayor riqueza en número de especies se localiza en
varios sectores. El primero, a caballo entre tres conjuntos montañosos: Pirineos (sector occidental),
Cordillera Cantábrica (sector central y oriental) y Sistema Ibérico (sector septentrional); el segundo ocupa
la sierra de Guadarrama y el tercero está situado en el sector oriental de los Pirineos.

De entre todos ellos, destaca el primero, ubicado en la confluencia de los territorios de Navarra, La Rioja,
Álava y norte de Burgos, donde se concentra el mayor número de cuadrículas de mayor riqueza. Esta
situación no es casualidad, en él se da la transición entre las regiones biogeográficas eurosiberiana y
mediterránea, en un contexto de sierras (Picos de Europa, la comarca de la Montaña Palentina, sierra de
la Demanda, sierras de Urbasa, Andía y Aralar o los Montes Vascos) y numerosas confluencias
hidrográficas (tramo alto río Ebro), que generan variedad de ecosistemas, hábitats y refugios para los
vertebrados.

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El segundo de los sectores se corresponde con el Sistema Central, en el límite entre el sur de Ávila y
Segovia y el norte de Madrid. La presencia de un potente sistema montañoso formado por las sierras de
Malagón, Guadarrama y Somosierra, rompe la aparente monotonía ambiental y ecológica de la
submeseta norte, dando lugar a gradientes altitudinales reflejo de las variaciones climáticas y edáficas,
que se pueden observar en un conjunto de pisos bioclimáticos muy diferentes y con biotopos que
aseguran la presencia de un buen número de fauna terrestre.

Al contrario, importantes sectores de Castilla-La Mancha, el valle del Guadalquivir, la costa murciana y
almeriense, el valle del Ebro y algún que otro sector de la zona más llana y antropizada de Badajoz,
Valladolid, Ciudad Real y Toledo, muestran las diversidades más bajas. En su mayor parte, son territorios
profundamente modificados por siglos de ocupación humana, que han transformado las condiciones
biogeográficas originales, propiciando una clara ausencia de espacios favorables para la fauna vertebrada
terrestre.

Por su parte, la riqueza de especies de fauna marina todavía está por conocer; la dificultad que entraña
el conocimiento de la vida marina no permite plasmar su realidad espacial. Sin embargo, España cuenta
con importantes áreas relevantes para las aves marinas, tanto en el archipiélago balear e islas Canarias y
en ambientes costeros como bahía de Cádiz, rías Baixas y costa da Morte en el Atlántico, o el delta de
l´Ebre, bahía de Almería e isla de Alborán en el Mediterráneo.

Además, existen espacios con presencia relevante de cachalotes y calderones, tortugas, tiburones o
túnidos, como el sur de Fuerteventura y el denominado banco de la Concepción, al nordeste de la isla de
Lanzarote, así como otros próximos a la Península, como el cañón de Avilés, de especial importancia para
la anchoa y el calamar gigante, el espacio delta de l´Ebre-Columbretes con presencia de cetáceos o las
montañas submarinas de Alborán, con poblaciones de delfines residentes. Todos ellos forman parte de la
Red de Áreas Marinas Protegidas de España (RAMPE), que reúne los espacios protegidos en aguas bajo
soberanía o jurisdicción española.
El territorio español cuenta con un importante número de especies de fauna considerada endémica, en
especial en grupos como los anfibios o los peces continentales. Los primeros muestran importantes
concentraciones de especies endémicas en zonas compartimentadas o aisladas como Pirineos, es el caso
del Tritón pirenaico (Euproctus asper) o la salamandra rabilarga (Chioglossa lusitánica) en la Cordillera
Cantábrica. Ejemplo de ello, son los espacios insulares como Mallorca, que han dado lugar a una
especiación particular por aislamiento o deriva; así, a partir de un ancestro común de sapo partero, se ha
producido una evolución vicariante que ha originado especies diferentes: el sapo partero común (Alytes
obstetricans) y el balear o ferreret (Alytes muletensis); mientras, en territorio peninsular, la
compartimentación del relieve ha facilitado la diferenciaciónentre el sapo ibérico (Alytes cisternasii) y el
bético (Alytes dickhilleni).

En lo que respecta a los endemismos ictícolas continentales, el aislamiento entre cuencas fluviales
permite procesos de especiación por pérdida de relación genética entre poblaciones y por tanto una
evolución distinta al resto, configurando taxones únicos, además de endémicos. Este es el caso del
jarabugo (Anaecypris hispanica) exclusivo de la cuenca media y baja del Guadiana o la pardilla
(Iberochondrostoma lemmingii), de las cuencas del Tajo, Guadiana, Guadalquivir y Odiel. Un buen ejemplo
de todo esto son los conocidos como barbos, con endemismos por toda la península, algunos de amplia
distribución como el barbo común (Luciobarbus bocagei) en la cuenca del Duero y Tajo, o el barbo comizo
(Luciobarbus comizo) en la cuenca del Tajo y el Guadiana, mientras que otros presentan una distribución
más reducida como el barbo de montaña (Barbus meridionalils) en las cuencas gerundenses, el barbo de
Graells (Luciobarbus graellsii) en la cuenca del Asón, Ebro y Ter, o el barbo cabecicorto (Luciobarbus
microcephalus) en la cuenca del Guadiana, entre otros.

Esta riqueza ictícola, que muestra una gran concentración dentro de las cuencas del Guadiana y el Tajo,
no está exenta de problemas. La contaminación generalizada de las aguas, la merma de los caudales a

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través de presas y azudes que además funcionan como barreras insalvables en los movimientos
dispersivos y la introducción de especies foráneas, está poniendo en peligro la existencia de estos
endemismos. De todos ellos destaca la introducción de especies alóctonas, que está contribuyendo a la
desaparición y desplazamiento a tramos fluviales menos adecuados de muchas de estas especies. En esta
situación se encuentra uno de nuestros invertebrados de agua dulce más amenazado, el cangrejo de río
destaca la introducción de especies alóctonas, que está contribuyendo a la desaparición y desplazamiento
a tramos fluviales menos adecuados (Austrapotamobius pallipes), recluido a los tramos altos de algunos
ríos de montaña, diezmado por la introducción del cangrejo rojo americano (Procambarus clarkii) que lo
desplazó por competencia y le transmitió el hongo Aphanomyces astaci, mortal para la especie, lo que
acabó con casi todas sus poblaciones.

Otro sector destacado en ictiofauna continental endémica es la costa mediterránea, especialmente la


levantina. Se trata de cauces cortos por la cercanía de sistemas montañosos a las costas, que configuran
cuencas de drenaje pequeñas y aisladas, por lo que se han favorecido procesos de especiación y
endemicidad. En esta situación se encuentran especies como el fartet (Aphanius iberus) distribuido por
albuferas y marismas entre los aiguamolls del Alt Empordà y la albufera de Adra (Almería), o el samaruc
(Valencia hispanica), distribuido en marjales entre el delta de l´Ebre y el golfo de Valencia.

Por su parte, los mamíferos terrestres muestran en general una capacidad de movimiento y de migración
mayor que la de los peces continentales, anfibios y reptiles, aunque varía según las especies. Así un juvenil
de lobo (Canis lupus signatus) puede realizar desplazamientos de más de 50 km al día, mientras que otras
especies limitan sus movimientos a centenares de metros o pocos kilómetros; este es el caso de los
lagomorfos. Dentro de estos, en España se conocen cuatro especies de liebres que muestran una
distribución y un reparto territorial muy particular, debido a su biología y etología contrastada. La liebre
europea (Lepus europaeus), de mayor talla y peso, se distribuye por el noroeste peninsular, desde el
extremo oriental del Pirineo, hasta el occidente asturiano y Picos de Europa, ocupando hábitats boscosos
o de campiña pirenaica y cantábrica, y dejando los espacios abiertos y cerealistas peninsulares a su
congénere más pequeño, la liebre ibérica (Lepus granatensis), endémica pero abundante en la península
ibérica y también presente en Mallorca; es rara en los sectores ocupados por la liebre europea y por la de
piornal (Lepus castroviejoi), de tamaño intermedio entre las dos anteriores, también endemismo ibérico,
aunque sólo presente en los piornales y brezales de la Cordillera Cantábrica en un área muy reducida
entre los Ancares y la sierra de Peña Labra. Por último citar la presencia en los territorios de Melilla y
Ceuta de la liebre magrebí (Lepus schlumbergeri), similar en tamaño y peso a la europea y tendente a
ocupar zonas de cultivos y matorral bajo más o menos cerrado

Algo similar ocurre con los grandes lagartos, tanto peninsulares como insulares, por razón de su capacidad
de desplazamiento limitado. De esta forma, en territorio peninsular conviven hasta cuatro especies: el
lagarto verde (Lacerta bilineata), el lagarto ocelado (Lacerta lepida), el lagarto verdinegro (Lacerta
schreiberi) y el lagarto ágil (Lacerta agilis), con una distribución algo diferenciada. Mientras que el lagarto
verde ocupa claramente la zona atlántica y septentrional de la Península, el ocelado lo hace en la
mediterránea. En medio, en una franja transicional entre las dos, aparece el lagarto verdiamarillo, que
mantiene una relación simpátrica con el ocelado, al sur, y con el verde al norte. Por su parte, el lagarto
ágil sólo se distribuye por un pequeño sector del Pirineo, en concreto Andorra, Cerdanya y el Ripollès. No
obstante, aparece en gran parte de Europa y Asia, de manera que en su área de distribución mundial
muestra una relación simpátrica con el lagarto verde e incluso con el ocelado. Así, las poblaciones de este
lacértido son finícolas meridionales en el territorio español.

Por su parte, el carácter insular de Canarias ha dado lugar a un alto grado de diversidad y endemicidad en
la familia de los lacértidos con grandes diferencias en cuanto a su abundancia y distribución. Así,
Fuerteventura, Lanzarote y una pequeña zona del oriente grancanario son el territorio del lagarto
atlántico (Galliota atlantica), Gran Canaria y el oriente de Fuerteventura son el hábitat del lagarto de Gran
Canaria (Galliota stehlini), el sur de Tenerife, La Gomera y El Hierro el del lagarto de Lehrs (Galliota

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caesaris) y Tenerife y La Palma el del lagarto tizón (Galliota galloti). Sin embargo, otros están mucho más
recluidos como el lagarto gigante de La Gomera (Galliota bravoana), tan solo localizado en el occidente
de la isla, o el lagarto canario moteado (Gallotia intermedia) en la punta más occidental de Tenerife
(macizo de Teno y montaña de Guaza) y sobre todo el lagarto gigante de El Hierro (Galliota simonyi),
emblema de la isla y cuya área de ocupación es menor de 10 km2.

Caso contrario es el de las islas Baleares, donde existen lagartijas endémicas (Podarcis lilfordi y
pytyusensis) pero no está presente ningún lagarto. También en las islas Columbretes aparece una especie
de lagartija endémica exclusiva: la sargantana de las Columbretes (Podarcis atrata).

Un ejemplo de distribución o reparto territorial particular es el que muestran los grandes cápridos de
España. El más abundante y representativo es la cabra hispánica o cabra montés (Capra pyrenaica),
endemismo peninsular que contaba con cuatro subespecies de las que dos: C. p. lusitanica y C. p.
pyrenaica se extinguieron en el siglo XIX y finales del XX respectivamente. Hoy la cabra montés ocupa las
grandes cadenas montañosas ibéricas, al encontrar en ellas los roquedos y pastos de necesarios para
desarrollar todo su ciclo vital, aunque en los últimos años, sin la presión cinegética de antaño y sin
predadores naturales, sus poblaciones se están incrementado y está aumentando su área de distribución,
incluso fuera de las áreas tradicionales de montaña. En una situación muy similar se encuentra el rebeco,
sarrio o gamuza (Rupicapra pyrenaica) que ocupa los pastos de altura y roquedos de la Cordillera
Cantábrica y Pirineos. Ambas especies muestran hoy una distribución disyunta, de manera que parece
existir un reparto de cordilleras. A estas dos especies se unen dos taxones de cápridos: el muflón (Ovis
aries) y el arruí (Ammotragus lervia).

El primero, originario de diferentes islas del Mediterráneo y Armenia, ocupa sectores serranos del Pirineo
oriental, Sistema Ibérico meridional, Sistema Central, Béticas, Sierra Morena, así como otros sistemas
montañosos menores o más modestos. El segundo, también introducido, es originario de las zonas
desérticas escarpadas del norte de África y aparece en España en sierra Espuña, serranías de Murcia,
Alicante y la isla de La Palma. En ambos casos, se trata de especies introducidas con objetivos cinegéticos
que, aunque no han tenido excesivo impacto con respecto a las especies autóctonas, son considerados
como posible vector de propagación de enfermedades como la sarna.

Junto a estos grandes cápridos destaca la presencia de otros artiodáctilos como el ciervo (Cervus elaphus),
el corzo (Capreolus capreolus) y el introducido gamo (Dama dama), además del suido jabalí (Sus scrofa)
que, debido a la ausencia de depredadores naturales, el avance del matorral y la recuperación de espacios
arbolados de los últimos años, gozan de una expansión notable. Dentro de la clase mamíferos y además
de los grandes predadores más conocidos como lobo (Canis lupus signatus), y zorro (Vulpes vulpes), o
lince ibérico (Lynx pardinus) y gato montés (Felis sylvestris), existen en nuestro territorio otras dos familias
con importante representación. Se trata de los mustélidos y los vivérridos. Los primeros engloban
especies tan interesantes como el tejón (Meles meles), la nutria (Lutra lutra), la garduña (Martes foina),
la marta (Martes martes), el turón (Mustela putorius), el visón europeo (Mustela lutreola), el armiño
(Mustela erminea) y la pequeña comadreja (Mustela nivalis). Entre los segundos sólo dos especies: la
gineta (Geneta geneta) y el meloncillo (Herpestes ichneumon). Ambas pertenecientes a una familia que
comparte una distribución originalmente a caballo entre el imperio indomalayo y el paleotropical,
ocupando hábitats muy diferenciados en el territorio español. Así, mientras el meloncillo (una pequeña
mangosta) se restringe al sector más meridional entre Andalucía y Extremadura, la gineta, de carácter
más forestal, ha conquistado toda la Península pero también el centro y sur de Francia.

En el mapa de Principales mustélidos, se puede observar la distribución de dos representantes de esta


familia: al norte la marta (Martes martes), con una distribución reducida, mientras que la garduña (Martes
foina) ocupa mayor superficie en España peninsular. Estos dos pequeños predadores, a pesar de su gran
similitud en aspecto, muestran diferencias en sus preferencias de hábitats, mucho más selectiva la marta
y más generalista la garduña. Mientras que la marta prefiere grandes superficies boscosas de montaña

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más húmeda (coníferas, bosques mixtos, hayedos, robledales…), la garduña prefiere ambientes más
despejados, rocosos y formaciones boscosas mediterráneas, como encinares y robledales de hoja
pequeña.

También destaca en la zoogeografía española la existencia de especies relictas, asociadas a la alternancia


en el pasado de periodos fríos y templados que provocaron movimientos migratorios de norte a sur en la
fauna europea, en busca de territorios más favorables. Se trata de especies que en la actualidad ocupan
áreas muy restringidas, pero que en tiempos pasados pudieron ser mucho más amplias, como el caso de
la perdiz nival (Lagopus mutus) y el urogallo Presentan una distribución reducida a las áreas más
montañosas del Pirineo central y oriental en ambos casos y al sector centro-occidental de la Cordillera
Cantábrica en el caso del urogallo.

Al parecer, las fluctuaciones climáticas en el continente europeo pudieron provocar su llegada a la


Península durante los periodos más fríos, ocupando entonces zonas similares a sus territorios más al
norte. Sin embargo, durante los periodos templados vieron reducir su hábitat natural, teniendo que
refugiarse en aquellos lugares donde se reproducían condiciones similares a sus territorios originales. Son
por tanto verdaderas joyas vivientes que en la actualidad reciben fuertes presiones por los cambios de
usos que confluyen en sus territorios y otros derivados del cambio climático; de ahí el grado de protección
que tienen y el seguimiento que se hace de ellas en la actualidad.

Por último, la zoogeografía española no sólo se restringe a las especies terrestres. La propia configuración
del territorio ibérico como península y la existencia de dos grandes archipiélagos junto a un abundante
número de islas e islotes más o menos aislados, da lugar a una extensa línea de costa y a una franja
marítima del mar Mediterráneo, el Cantábrico y el océano Atlántico, que garantizan una gran
biodiversidad marina. Tal y como puede observarse en la tabla Especies marinas, el número de peces,
mamíferos (cetáceos fundamentalmente), aves e incluso reptiles (quelonios o tortugas) es elevado, tanto
más, si cabe, que el número de taxones terrestres.

El archipiélago canario, por su disposición relativamente lejana del continente africano y en medio del
océano Atlántico, funciona como un «oasis» por constituir un punto emergido en medio del océano y
coincidir en él los vientos alisios y la corriente del Golfo. En él se observan todos los años especies
emblemáticas como el tropical (Globicephala macrorhynchus), delfín común (Delphinus delphis), orca
(Orcinus orca), delfín mular (Tursiops truncatus), cachalote (Physeter macrocephalus), zifio de Blainville
(Mesoplodon densirrostris), zifio de Cuvier (Ziphius cavirrostris) e incluso el mayor mamífero del mundo:
el rorcual azul (Balaenoptera musculus). Pero también aparecen grandes ballenas en las costas
peninsulares, especialmente en el cantábrico, como la ballena franca del norte (Eubalena glacialis), el
rorcual común (Balaenoptera physalus) o la ballena jorobada (Megaptera novaeangliae). Otro de los
grupos a destacar es el de las tortugas marinas; están presentes en las costas españolas un total de ocho
especies diferentes, cinco de ellas con figuras de protección. Así, especies como la tortuga boba (Caretta
caretta) y la tortuga verde (Chelonia mydas), ambas en peligro de extinción, la tortuga carey
(Erectmochelys imbricata), tortuga lora (Lepidochelys kempii) o la tortuga laud (Dermochelys coriacea),
en peligro crítico, pueden verse por las costas insulares y peninsulares.

Su presencia se debe fundamentalmente a las importantes rutas migratorias que circundan las costas
españolas y a la existencia de importantes extensiones de praderas de fanerógamas como Cymodocea
nodosa, Zostera nolti, Zostera marina o Posidonia oceánica de las que muchas de estas especies se
alimentan.

Sin embargo, es el grupo de los invertebrados, al igual que en la fauna terrestre, el que, muestra mayor
cantidad de especies con 1.756. Dentro de ellas se pueden observar desde los animales más sencillos y
poco evolucionados como los corales, poríferos o esponjas, hasta los cefalópodos, pasando por los
moluscos, platelmintos, crustáceos...

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TEMA 4: DEMOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN

La Demografía es el estudio interdisciplinario de las poblaciones humanas. La demografía trata,


pues, de las características sociales de la población y de su desarrollo a través del tiempo. Los
datos demográficos se refieren, entre otros, a la distribución espacial de la población, al análisis
de la población por edades, situación familiar, grupos étnicos, actividades económicas y estado
civil; las modificaciones de la población, nacimientos, matrimonios y fallecimientos; esperanza
de vida, estadísticas sobre migraciones, sus efectos sociales y económicos; niveles de educación
y otras estadísticas económicas y sociales.

1. EVOLUCIÓN Y DISTRIBUCIÓN DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA

España, demográficamente y en otros muchos aspectos, es un país de contrastes. Su realidad


compleja se manifiesta en las diversas distribuciones territoriales de las variables demográficas,
hasta el punto de que puede recurrirse a la explicación de los cambios socioeconómicos
españoles siguiendo la estela de los demográficos, que son variable explicativa y explicada.

La evolución y actual reparto de la población española responde a una sociedad que inició más
tardíamente, pero con mayor intensidad y rapidez que el resto de Europa occidental, el paso de
un mundo rural a otro urbano. Los cambios políticos, ideológicos y socioeconómicos que se
produjeron en toda España desde finales del siglo XIX y, sobre todo, desde mediados de la
década de los cincuenta hasta finales de los noventa del siglo pasado, han supuesto
transformaciones territoriales en la distribución de la población, modelo de asentamientos,
actividades productivas y en la configuración de las redes de transporte y telecomunicaciones.

Conocerlos y valorarlos permite comprender mejor las relaciones y tensiones entre las dinámicas
residenciales y productivas, la organización del modelo de asentamientos, los cambios en su
estructura demográfica y la articulación territorial que suponen las infraestructuras. Todos ellos
han originado, a su vez, cambios en la estructura y composición demográfica que son reseñables
en las importantes variaciones de la distribución y organización territorial. Estas se aceleraron
desde finales de los noventa del siglo XX, y en los comienzos del nuevo milenio hasta la crisis
del 2008. Con el inicio de la gran recesión se ralentiza el crecimiento hasta los inicios de 2012,
año en el que se asiste a una pérdida de población por el mantenimiento de una crisis que
empieza a capear en lo macroeconómico, pero que ha aumentado la polarización de la sociedad,
la precariedad y la vulnerabilidad de una gran parte de la ciudadanía española. De nuevo, a inicios
de 2017, el crecimiento demográfico vuelve a ser positivo por un aumento de la llegada de
extranjeros y una menor emigración por parte de los españoles.

Pero estas transformaciones se han producido de manera desigual, diferenciándose una España
costera, insular y urbana dinámica que ha crecido, frente a una España de interior y más rural
que inexorablemente ha perdido peso demográfico. Estas diferencias confirman la hipótesis de
que la población sigue el curso de la riqueza, produciéndose una relación directa entre el
cambio demográfico-territorial y los diferentes ciclos socioeconómicos de la última centuria.
Pero también es el fiel reflejo de los avatares históricos de una sociedad que ha sufrido sucesivos
y cíclicos periodos en los que se han combinado esplendor, declive, autarquía y apertura. El

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conocimiento del pasado debe ayudar a comprender el futuro de una España que ha pasado de
estar caracterizada por una sociedad joven, familiar, agraria, rural y asentada básicamente en
el interior, a otra más madura, diversa, individualista, postindustrial, urbana y costera.

La estructura de la población española


ha pasado, en poco más de una
centuria, de caracterizarse por tener
un perfil joven a otro más maduro y
envejecido. Además, el extraordinario
aumento de la esperanza de vida ha
supuesto la superposición de tres y
hasta cuatro linajes de generaciones,
lo que obliga a analizar el tipo de
relevo generacional y sus relaciones
entre los diferentes grupos de edad.

Entre el censo de 1900 y el padrón de


2017 se ha pasado de poco más de
18,5 millones de habitantes a más de
45,5 millones, lo que supone que se
multiplique por 2,45, con una
desigual distribución del crecimiento:
11 provincias han perdido habitantes
en cifras absolutas (Teruel, Soria,
Zamora, Lugo, Cuenca, Ávila,
Ourense, Huesca, Palencia y Segovia),
26 han crecido, aunque en menor
proporción que la media nacional, y
otras 13 en mayor proporción que el
conjunto español (Cádiz, Málaga,
Sevilla, Illes Balears, Valencia,
Alicante, Álava, Bizkaia, Gipuzkoa,
Santa Cruz de Tenerife, Las Palmas, Barcelona, y Madrid, provincia española de mayor
incremento en cifras absolutas y porcentuales). Ua España retrocede frente a otra que progresa.

Esta distribución, sin entrar en los cambios ligados a la inmigración extranjera de comienzos del
siglo XXI, muestra el fuerte incremento madrileño, a muchísima distancia de lo que sucede en
el resto de las provincias, pues tan solo Santa Cruz de Tenerife y Barcelona llegan a cuadruplicar
su población y Las Palmas la quintuplica, pero la provincia de Madrid llega a septuplicarla.

El vaciado demográfico se da en provincias que no llegaron a industrializarse, a especializarse


en servicios, o en una agricultura exportadora y que no han podido adaptarse positivamente a
la nueva coyuntura tras la reconversión industrial de la década de los ochenta y la crisis de inicios
de este siglo. Es una España diferenciada –demográfica y socioeconómicamente– por una nueva
distribución en la que se señala más el neto predominio de la mitad mediterránea peninsular
en detrimento de la mitad atlántica, y el gran avance demográfico de la España insular que se
ha convertido en uno los primeros destinos turísticos de Europa. Además, no se puede
comprender el crecimiento demográfico y su reparto territorial sin la valoración de la adhesión

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de España en 1986 a la entonces Comunidad Europea. Aquello significó una financiación muy
importante con cargo a los fondos estructurales de la política regional europea, que ha sido la
base fundamental para una mejora sin parangón en las infraestructuras de comunicaciones.
Estas continuas llegadas de recursos fueron hábilmente utilizadas por las administraciones
públicas españolas y han resultado determinantes para la mejora de los equipamientos públicos
en las regiones socioeconómicamente más retrasadas como Castilla-La Mancha, Extremadura,
Galicia o Andalucía. Permitieron consolidar España como una de las economías de referencia en
el contexto europeo y detener, momentáneamente, la sangría demográfica.

Más recientemente, los


cambios territoriales de este
inicio de siglo se cimentan en un
modelo económico alcista, que
se inicia a partir de 1995, con
una fase expansiva que duró
hasta principios de 2008 y con
unas tasas medias anuales de
crecimiento del Producto
Interior Bruto (PIB) del 3,5%, las
mayores desde 1975. Este
cambio, el «milagro económico
español», supuso un importante
crecimiento del PIB (aunque con
altibajos), nuevos modos de
vida, de modelo productivo y de actividad económica, cambios en las relaciones sociales y
políticas, en la organización política y territorial, y la llegada de población inmigrante. España se
transformó definitivamente. Había pasado de un modelo de sociedad autárquica y cerrada a otro
plenamente integrado en la Europa comunitaria. Por primera vez, pese a las reticencias iniciales,
(posturas más conservadoras) acompasaba su ritmo al de las sociedades más avanzadas.

En este contexto, el
turismo ha sido un
factor muy importante
que ha alimentado desde
hace más de sesenta
años la economía
española, ya que llega a
suponer en 2016 un
11,2% del PIB nacional,
estableciendo un
modelo territorial
específico en el arco
mediterráneo y en las
islas, con una fuerte
especialización en los
servicios. Es la respuesta a las demandas de las clases medias y populares europeas, que han
colocado a España entre los tres grandes destinos turísticos mundiales. En buena medida explica
el modelo de poblamiento costero e insular.

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Otro factor determinante en la organización y distribución actual de la población ha sido la
estrecha dependencia de la economía española del mercado inmobiliario y la construcción.
Durante más de una década el crecimiento de la población española estuvo muy por encima de
países como Alemania, Francia, Reino Unido o Italia, impulsando el desmesurado mercado
inmobiliario de los espacios costeros mediterráneos y metropolitanos, y en menor medida en
los turísticos de interior, montaña y costa atlántica. Esta expansión sólo inicia su descenso con la
retracción de la demanda y la pérdida de rentabilidad en 2007, acelerando su desplome tras la
crisis del sistema financiero a finales del 2008. Su reflejo territorial se tradujo en la consolidación
de la urbanización en la periferia, generalización de una urbanización difusa en los espacios
turísticos o periurbanos, asentando un modelo insostenible que ha generado problemas de
movilidad en regiones urbanas e infraestructuras caros e ineficientes.

La «ley de liberalización del suelo» de 1998 (Ley 6/1998, de 13 de abril, sobre régimen del suelo
y valoraciones) favoreció las grandes expansiones urbanas-productivas que respondían a las
lógicas del mercado especulativo. Es el momento en el que la población joven española que se
independiza se instala en las orlas metropolitanas, con propuestas residenciales de más calidad
y menor coste que en los centros urbanos.

2. NATALIDAD, HIJOS POR MUJER Y FECUNDIDAD

El crecimiento de la población española no se puede comprender sin tener en cuenta la


transformación del sistema demográfico: en primer lugar, las pautas enunciadas por la
transición demográfica y, en segundo, el impacto de la denominada segunda transición, en la
que las migraciones suponen un papel decisivo en el crecimiento y reemplazo de la población.

La teoría de la transición demográfica trata de explicar en cuatro fases el rápido crecimiento de


la población en paralelo o, si se prefiere, como consecuencia de la transformación
socioeconómica que se ha producido, por el paso de una sociedad agraria a otra postindustrial.
Dos se identifican por sus reducidas tasas de crecimiento demográfico –son las que explican las
fases primera y cuarta de la transición–, pero en medio se sitúan otras dos fases caracterizadas
por fuertes crecimientos: la segunda con una fuerte reducción de la mortalidad, pero
manteniendo elevadas tasas de natalidad; y la tercera por la continuidad en la reducción de la
mortalidad, pero acompañada ya por una fuerte reducción de la natalidad. A esta teoría clásica
se viene a unir ahora una quinta fase, que algunos denominan segunda transición demográfica,
caracterizada por un crecimiento natural bajo, e incluso decrecimiento ya que con frecuencia
la mortalidad es superior a la natalidad, y con nuevos perfiles sociales como son el incremento
de la soltería, el retraso del matrimonio, la postergación del primer hijo, la expansión de las
uniones consensuales, el aumento de los nacimientos fuera del matrimonio, el alza de las
rupturas familiares, y la diversificación de las modalidades de organización familiar. En definitiva,
la primera transición demográfica tiene como componente central el comportamiento de las
tendencias de la fecundidad y de la mortalidad.

En la segunda transición se opera sobre la base de una relativa estabilidad en ambas variables
demográficas (incluso con una fecundidad con valores inferiores al reemplazo), pero con
transformaciones profundas en materia de nupcialidad, calendario de la fecundidad y
formación, consolidación y estructuración a largo plazo de los núcleos familiares, así como la
consideración de la población inmigrante como un recurso más de reequilibrio social y territorial.

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Actualmente, la sociedad española se
encuentra dentro de esta segunda
transición demográfica, con un
envejecimiento agravado respecto a
finales de los ochenta, con una base
de la pirámide la mitad de la que
constituían las generaciones de sus
padres. En la última década del siglo
XX, una parte de la natalidad se
debió a los aportes de los
contingentes laborales extranjeros,
formados en su mayor parte por
gente joven con unas pautas de
fecundidad más elevadas que las
posteriores al baby-boom español.
Además, la buena situación
económica de principios del siglo XXI
animó a muchos matrimonios a
tener el segundo hijo que habían
retrasado. Ambos factores han
repercutido en leves incrementos de
natalidad acompañados –como
consecuencia obligada de la
disminución de la edad media
aportada por los recién llegados– de
ligeras disminuciones de la tasa de
mortalidad.

No obstante, no se puede esperar de


estos millones de inmigrantes que –pese a su repercusión en el progreso del PIB durante los
primeros ocho años del siglo XXI– tengan la fuerza demográfica suficiente para cambiar la
estructura de una pirámide afectada por la caída de la natalidad de finales de los setenta.

La natalidad española ha sufrido un brusco recorte desde 1975 (valores del 17,34‰) hasta los
comienzos del siglo XXI, momento en el que se registró una leve subida, al pasar del 9,42‰ de
finales del siglo XX al 10,32‰ del primer lustro del siglo XXI, alcanzándose en 2008 el máximo
con más de medio millón de nuevos nacimientos. A partir de aquí se inicia una disminución
hasta el 9‰ del periodo 2011-2014. Hay una correlación inversa entre la caída de las tasas de
natalidad y aumento de la esperanza de vida, lo que también está relacionado con la mejora de
las condiciones sociosanitarias, ofreciendo unas expectativas muy superiores a las medias de
alta esperanza de vida y de baja natalidad de muchos países europeos más desarrollados.

Junto con la bajísima natalidad hay que destacar el mínimo en el número medio de hijos por
mujer. El comienzo del siglo XXI trae, como antes se ha dicho, un leve resurgir de la fecundidad.
La media rebrota tímidamente hasta 1,39 hijos por mujer; el valle del Ebro y parte del País Vasco
(Gipuzkoa), tras un considerable descenso, recobran al menos una cota similar a la media
española. Este alza en el número de hijos por mujer corrobora la teoría de que el crecimiento se

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está dando en las provincias que han recibido mayor porcentaje de inmigrantes (Murcia y
Almería entre otras), a lo que se suma un ciclo al alza de la fecundidad de las mujeres españolas
al que se une la tardía maternidad de la generación del baby-boom y un ligero aumento o
adelanto en el primer hijo de las nacidas en la década de los 80 frente a la generación anterior.
Pero esta mejoría se desploma hasta 1,33 hijos por mujer en 2016, con ciertas variaciones
dentro de la homogeneidad entre las provincias del norte y centro, y con las excepciones de las
ciudades autónomas de Ceuta y de Melilla con valores superiores a 2 hijos por mujer. Como ya
se ha comentado, una parte de esta caída en la natalidad y el número de hijos se debe al retraso
en la edad media a la que se tiene el primer hijo vivo que es de 30,7 años, muy por encima de
las cifras que predominaban en la primera mitad del siglo XX que entre los 20 y 25 años habían
concebido su primer hijo sin diferencias territoriales apreciables. Este retraso se explica por la
incorporación femenina al mercado laboral (dificultades para conciliar la vida familiar y laboral)
y el retraso en la edad de emancipación de los jóvenes.

En resumen, las tasas españolas de natalidad han ido reduciéndose de forma continuada desde
finales del siglo XX, lo que ha contribuido al envejecimiento de la población y a un inevitable
incremento de las tasas de mortalidad. Sólo si se produjese una fecundidad más elevada, el
mantenimiento de la población inmigrante y el sostenimiento del bienestar económico, sería
posible una ligera reducción en la edad de la maternidad y unas mejoras de las tasas de natalidad.

3. MORTALIDAD Y SALDO VEGETATIVO MEDIO

Todos los cambios referidos anteriormente han estado acompañados, hasta los inicios del siglo
XXI, por el aumento de la esperanza de vida, que ha posibilitado la prolongación de las
generaciones hasta superar los ochenta años posicionándose en los primeros puestos de la
Unión Europea, y por la drástica disminución de la mortalidad infantil que ha supuesto mantener
el crecimiento natural a pesar de la fuerte caída de la fecundidad.

Las mejoras higiénico-sanitarias han contribuido a un aumento más que notable de la esperanza
de vida de la población española que en 1900 era de 35 años; tras un largo proceso de mejora se
llegó hasta los 62 años en 1950 y a superar los 83,1 años en 2016, destacando las mujeres con
casi 86 años. Este aumento de la esperanza de vida ha hecho engrosar los grupos de edad
avanzada, hecho que conlleva el incremento de las probabilidades de muerte en los últimos
años lo que repercute en la tasa de mortalidad general que registra altos valores. A pesar de
todo, la disminución de algunas tasas específicas de mortalidad (por ejemplo, de cáncer) ayuda
a mitigar la tasa bruta de mortalidad que, sin embargo, ha ido ascendiendo de nuevo desde
2010, por la disminución drástica de la inmigración extranjera. Esto explica por qué en los
primeros años del siglo XXI la media española baja ligeramente hasta el 8,91‰ como
consecuencia del rejuvenecimiento propiciado por el incremento inmigratorio en las provincias
que acogen los mayores contingentes, pero en el resto, el ascenso moderado de la mortalidad es
un hecho y la culminación de un proceso de envejecimiento que la inmigración por sí sola no
puede parar. No obstante, se debe tener en cuenta que ha mejorado sustancialmente la
esperanza de vida al nacer, no solo por la mejora de las atenciones socio-sanitarias universales
que dispensa el sistema público de salud sino, como ya se ha comentado también anteriormente,
por el enorme esfuerzo que ha supuesto la drástica disminución de la mortalidad infantil.

Este aumento de la esperanza de vida en los dos extremos de la pirámide ha evitado tasas de
mortalidad superiores, como correspondería a poblaciones envejecidas en la actualidad.

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Además, hay que subrayar la diferencia en las tasas de mortalidad entre hombres y mujeres
pues estas últimas presentan una esperanza de vida muy superior a la de los hombres. Solo
entrado el siglo XXI se aprecia una reducción de esta diferencia por la mejora de las condiciones
de vida y de comportamiento de los hombres. Una mejora en los tratamientos oncológicos y en
las enfermedades degenerativas, en la línea de lo que ya ocurrió con las enfermedades
cardiovasculares en la década de los ochenta, podría influir en una drástica reducción de la
sobremortalidad en una población cada vez más envejecida.

Por otra parte, el descenso de la


natalidad se compensa por la
drástica caída de las tasas de
mortalidad infantil, que supone
la maximización de la eficiencia
reproductiva frente al ciclo
demográfico antiguo con una
elevada sobremortalidad
(Nadal, J., 1984). Por ello, la tasa
de mortalidad infantil es uno de
los mejores indicadores
mundiales para mostrar los
niveles de desarrollo de los
pueblos. España es uno de los
países que mejor se encuentra
en este aspecto, con 2,6 defunciones por cada mil nacidos en 2016. A este valor se ha llegado
tras una larga transición que se inició a principios del siglo XX: si a principios del siglo pasado la
esperanza de vida de un niño aumentaba un 22% al cumplir el primer año, en la actualidad esta
mejora no supone más de un 0,75% en el aumento de su esperanza de vida, lo que refleja la
revolución sanitaria de una sociedad en la que la muerte infantil es una excepción.

Esta doble situación de menor mortalidad infantil y aumento de la edad media de la madre ha
generado lo que algunos autores han denominado revolución reproductiva y el asentamiento
de la segunda transición demográfica, permitiendo que, con un número inferior de nacimientos,
se explique el buen ritmo de crecimiento demográfico hasta la década de los ochenta.

Estas diferencias entre las tasas de natalidad y mortalidad, sin tener en cuenta los movimientos
migratorios, explican una buena parte de la evolución demográfica española. Dichas diferencias
–favorables siempre a la natalidad entre 1975 y 2015–muestran la pauta de crecimiento de la
población española. En el quinquenio 1975-1980 se crecía al 9,30‰, a finales del siglo XX la
natalidad tan solo superaba en un 0,16‰ a la mortalidad, con lo cual el crecimiento se hubiera
convertido en estancamiento de no ser por la inmigración extranjera. Esta parálisis ha tenido
también consecuencias en la estructura por edades que en España, y otros países
mediterráneos, se ha modificado un cuarto de siglo más tarde que en la Europa del norte y
central, y se refleja en la actualidad en los índices de envejecimiento, dependencia, etc.

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El crecimiento vegetativo ha
disminuido en los espacios
costeros y del sur, y,
actualmente, son 31 las
provincias que se encuentran
con decrecimiento vegetativo,
destacando Zamora, Lugo,
Ourense, León, Asturias,
Palencia, Ávila, Salamanca,
Soria, Cuenca y Teruel, que
aparecen a la cola de todos los
parámetros demográficos,
como evidencia el mapa Saldo
vegetativo medio (2011-2014).
En ellas se ha producido una
crisis estructural, por una
elevada emigración durante el siglo pasado, una población joven escasa y su
sobreenvejecimiento que lastran un potencial crecimiento positivo de sus efectivos
demográficos. Por otra parte, unos crecimientos moderados se concentran en dos provincias:
Almería, Murcia; y sobre todo en las ciudades autónomas de Ceuta y de Melilla, con valores
superiores al 6‰. Son provincias costeras en las que sus saldos vegetativos ligeramente positivos
se deben a la influencia de la migración y a una estructura demográfica más joven.

Como se observa en la cartografía, la España peninsular se puede dividir en una mitad


meridional donde los valores son ligeramente positivos, a la que hay que añadir Madrid y las
provincias de su entorno como Toledo y Guadalajara. La mitad septentrional peninsular
presenta valores negativos, aunque hay que diferenciar entre las provincias gallegas y
castellanoleonesas que ya tenían índices muy bajos en la década de los ochenta y ahora
empeoran, y otras provincias como las vascas (menos Bizkaia), La Rioja o Navarra, en las que se
constata un crecimiento que todavía recoge las tendencias de décadas anteriores. Illes Balears
se cae de los mejores parámetros que había mantenido hasta los años noventa.

4. NUPCIALIDAD, SOLTEROS, CASADOS Y VIUDOS

Estas tendencias demográficas también se explican por el modelo de vida y organización


familiar, con un descenso importante de la nupcialidad y un aumento relevante de los solteros,
por los actuales modelos de convivencia, y de los viudos por el fuerte envejecimiento de la
población española. Así, la tasa bruta de nupcialidad española es de poco más del 3,6‰ en 2016,
cuando en los años de inicio de la transición democrática española estaban cercanas al 7‰ y,
con todo, ya eran mucho más reducidas que las que habían caracterizado fases anteriores de
nuestra historia. En treinta años, una reducción de más de un 3‰ de la nupcialidad en un periodo
en el que nuestra sociedad ha experimentado cambios tan importantes como la ley del divorcio
o, desde hace una década, los matrimonios entre personas del mismo sexo.

La edad media de acceso al matrimonio se ha incrementado en el caso de la mujer en sus


primeras nupcias, pasando de 25,66 años a finales de los setenta, a los 33,7 en 2016, lo que en
buena medida explica, de manera parcial, el retraso en la edad de la madre al alumbrar a su

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primer hijo. El cambio de mentalidad que supone las nuevas condiciones de la transición
democrática y la pérdida de los valores religiosos tradicionales que habían caracterizado el
régimen anterior, influye para que se vayan incrementando nuevas formas de relación de
pareja menos o nada oficializadas, que se han traducido en que los enlaces civiles superen a los
religiosos, y en que se consoliden las uniones entre personas del mismo sexo en las zonas
históricamente más abiertas a la diversidad –provincias insulares, costa mediterránea y Madrid–
.
El inicio de la gran recesión, con disminución asociada de las expectativas de futuro, repercute,
sin duda, en el número de nuevos matrimonios, al igual que la precarización del empleo por otro
más temporal, sobre todo para los más jóvenes. Igualmente se asiste a un cambio en el mercado
de la vivienda, con incrementos superiores a los salarios, y la inexistencia de una oferta asequible
de viviendas de alquiler que
favorezca la emancipación. Si a
esta situación de precariedad
laboral se añade la asunción del
cambio en el modelo de
relaciones fuera del marco
matrimonial, se explica que haya
aumentado todavía más la
reducción de las tasas de
nupcialidad hasta el momento
presente.

El siglo XXI consolida la caída de la


nupcialidad española que sólo se
ha empezado a recuperar
ligeramente a partir del 2013,
mientras que la edad de entrada al
matrimonio de la mujer sigue
aumentando hasta los 33,7 años
de media. Ambos hechos,
descenso y subida
respectivamente, están por
encima de la media nacional en las
provincias más envejecidas y
rurales. Todo ello continúa en las
tendencias predefinidas en los
primeros compases del XXI.
Parece, por lo tanto, que esta
tendencia en la disminución del
número de matrimonios y el aumento en la media de la edad primo-nupcial se va a consolidar
respondiendo a un modelo de comportamiento social que acepta plenamente a otros modelos
de pareja y uniones o a la opción de soltería.

El porcentaje de solteros, calculado sobre el total de la población, es reflejo de otra serie de


variables explicativas entre las que cabe citar: grado de envejecimiento de la población, (a
mayor envejecimiento, menor porcentaje de solteros, aunque pueda aumentar el de viudos),
natalidad, fecundidad (cuando la reposición por la base es muy fuerte, aumenta el número de

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personas que no han llegado a la edad de contraer matrimonio), la edad de acceso al matrimonio
(variable en función de las condiciones socioeconómicas y culturales tradicionales que explican,
por ejemplo, que las mujeres gallegas accediesen al matrimonio desde muy jóvenes; que en
espacios urbanos se tardase más en contraer matrimonio, o que las mujeres con título
universitario se casasen varios años más tarde que las que no tenían estudios) o, simplemente,
los índices de feminidad o masculinidad, pues es obvio que cuando las diferencias entre sexos
son fuertes, los solteros/solteras
tienen que aumentar casi de forma
obligada como ha venido sucediendo
en buena parte de las zonas rurales
montañosas, donde las mujeres
abandonaron el campo mientras los
hombres se quedaban ligados a la
explotación agropecuaria.
Hay que reseñar el cambio social que
ha supuesto que las generaciones de
adultos más jóvenes puedan
considerar la soltería o la pareja
fuera del matrimonio como una
opción sin las connotaciones
negativas que tenía en la sociedad en
la primera mitad del siglo XX.

Mientras que entre los nacidos a


principio de los cincuenta el número
de solteros no alcanzaba el 5%, la de
los nacidos a mediados de los
sesenta llegó hasta casi el 20% y en el
2011 superó el 43%; los valores más
elevados se localizan en las zonas
más urbanas, insulares y costeras –
Madrid y su área metropolitana,
costa mediterránea, islas o ciudades
autónomas de Ceuta y Melilla–, que
corresponden a los espacios más
dinámicos y jóvenes. Cuando se
analiza el grupo de solteros entre 20 a 40 años destacan las provincias más envejecidas sin
perspectivas de crecimiento poblacional, y con una población rural significativa como A Coruña,
Pontevedra, Lugo, Asturias o León. Otras como las provincias canarias, Illes Balears, Barcelona
o Madrid responden a pautas y dinámicas urbanas que promueven estilos de vida más
individuales, y con modelos de relación no reglamentados.

Por otra parte, entre las provincias que presentan el mayor porcentaje de casados destacan
Ourense, Zamora, Cuenca, Teruel, Ciudad Real y Jaén, que coinciden en todo caso con provincias
de fuertes emigraciones en el último tercio del siglo XX con un modelo de vida más clásico, más
rurales y envejecidas. Mientras tanto, los espacios más urbanos y turísticos –Madrid, Barcelona,
Málaga, Canarias o Illes Balears– son los que tienen un porcentaje de casados más bajo.

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Excepción son las ciudades autónomas que con una población joven importante poseen también
unos valores reducidos.

De la misma manera, las pautas sociales más urbanas, costeras e insulares explicarían el
porcentaje de separados y divorciados más alto en las provincias canarias, Illes Balears, Asturias,
Cantabria, Girona, Barcelona, Tarragona, Valencia, Alicante o Málaga. Por otro lado, las
provincias septentrionales, las más envejecidas, son las que mayores porcentajes de viudas
tienen –Lugo, Ourense, Asturias, León o Zamora–, mientras que las del interior centro-
meridional presentan un mayor porcentaje de viudos –Ávila, Segovia, Cuenca, Teruel o
Albacete–. Por último, son las provincias más jóvenes, costeras y urbanas donde los valores son
más reducidos –Canarias, Andalucía, arco mediterráneo, Madrid, Guadalajara o Toledo–.

5. MOVIMIENTOS MIGRATORIOS

Tradicionalmente España ha sido un país de emigración. En su historia reciente, la primera


afluencia de población extranjera se produjo en los años sesenta hacia espacios de fuerte
especialización productiva: cuencas mineras, comarcas de agricultura intensiva y enclaves
turísticos. No obstante, desde el último cuarto del siglo XX los movimientos internos son de casi
inexistente o nula influencia en la redistribución territorial de los efectivos poblacionales ya que
no había mucho que repartir una vez salidas las generaciones jóvenes de los núcleos rurales
para dar lugar a las grandes concentraciones urbanas de los sesenta y setenta, y haberse
producido el desarrollo de un modelo residencial y de trabajo que desincentivaba la movilidad.

La población nacional, ha permanecido casi estancada por lo que a su localización se refiere,


salvo por el desbordamiento de las grandes ciudades hacia sus espacios metropolitanos
inmediatos, con unos crecimientos urbanísticos como jamás se habían producido España. Fue la
respuesta real a las necesidades de una población que crecía a unos ritmos muy bajos y
presentaba unas tasas de natalidad cercanas a la mitad de las que habían caracterizado su
dinámica natural en los años sesenta. Esto supone que, finalizado el éxodo rural, se han
generado nuevos e importantes movimientos internos que, de hecho, están redistribuyendo la
población, fundamentalmente en los entornos metropolitanos, y que constituyen el mejor
referente de los cambios socioeconómicos que se están produciendo en España en los últimos
años, y cuya punta del iceberg es el boom inmobiliario de la última década.

Además, a la generalización y expansión de la migración residencial hacia las orlas externas


metropolitanas, hay que sumar los movimientos de retorno de la población jubilada hacia sus
municipios de origen o las ciudades costeras mediterráneas.

Por provincias, las que mayores movimientos emigratorios porcentuales registran son
Gipuzkoa, Girona, Toledo, Badajoz, y Valencia. En términos generales, las provincias más
envejecidas y del noroeste español son las que menor emigración interior tienen. En cierta
medida, esto se explica por su alto envejecimiento, la sucesiva fragmentación de las unidades
familiares en hogares cada vez más reducidos, y la independencia familiar de la cohorte más
numerosa del baby-boom. Además, se debe tener en cuenta las diferentes pautas espaciales. Si
se consideran inmigración interior los desplazamientos por cambios de municipio, y esto
permite registrar dentro de la misma provincia lo que pueden ser en realidad, desplazamientos
dentro de un mismo espacio metropolitano, que son los más frecuentes o los desplazamientos
desde núcleos rurales alejados de la ciudad hacia los espacios urbanos o a la inversa.

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De nuevo se refuerza el axioma de frecuentes movimientos migratorios de corto recorrido por
el desborde desde las áreas metropolitanas hacia los espacios rurales circundantes y que, en el
caso de Madrid, Bilbao, Barcelona o Valencia, sobrepasan los límites administrativos
provinciales o incluso regionales (Guadalajara o Toledo en el caso de Madrid). Es interesante la
movilidad hacia Ceuta y Melilla y, en menor medida, hacia Illes Balears, las primeras por su
atracción a los empleados públicos, y las islas por su economía turística. Por un lado, se observa
una ralentización en las variaciones del saldo migratorio en las provincias españolas; por otro,
en las que cerraron en positivo del último periodo sus cuentas de movimientos dentro del
territorio español para los periodos 2008-2010 y 2011-2016, se observa cómo se acentúan las
pérdidas en la España interior, parte de la costa levantina y occidente andaluz, mientras que el
saldo positivo se da en A Coruña, provincias vascas, Navarra, Zaragoza, Barcelona, Illes Balears,
las dos provincias canarias, Alicante, Murcia, Almería y Málaga. A la cabeza de las provincias con
las pérdidas porcentuales más importantes figuran Segovia, Teruel, Zamora, Palencia,
Salamanca, Ávila, Soria, Teruel, Cuenca, Ciudad Real, Albacete y Jaén.

En síntesis, se observa cómo


el crecimiento de las orlas
periféricas ha generado un
balance migratorio positivo
en muchos espacios rurales
o ciudades medianas que
circundan a las áreas
metropolitanas: en el área
metropolitana de Madrid,
Pinto, Valdemoro o Toledo
son ejemplos de este
proceso. Por otra parte, los
nuevos corredores o ejes
económicos que se están
consolidando, cuyos centros
son ciudades como Madrid,
Bilbao, Pamplona, Logroño, Valladolid, Burgos, Zaragoza, Barcelona o València, están
impulsando estos crecimientos en muchas de las provincias de las que estas ciudades son
capital, o las de su entorno inmediato. Finalmente, no se debe olvidar la reestructuración de las
actividades del espacio rural, bien por la intensificación de una agricultura de mercado como en
los casos de Málaga o Murcia, bien por unas actividades y servicios ligados al turismo, tanto de
costa como de montaña: Málaga, Castellón, Alicante, Girona o Navarra, pueden ser ejemplos

5.1. Población extranjera

Sólo en la última década, cuando no se preveía que la población española alcanzase los 40
millones de habitantes, la inmigración ha favorecido los nuevos bríos demográficos que pueden
llevar a finales de 2018 a superar los 49 millones de habitantes, según las proyecciones de
población a corto plazo del Instituto Nacional de Estadística.

La inmigración que predominó en la etapa comprendida entre 1975 y 1990 provenía de Europa
occidental. Aunque algunos de estos extranjeros trabajaban en actividades del sector turístico,
predominaba la inmigración no vinculada a razones laborales sino a motivaciones turístico-

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residenciales. A esta se añadía el retorno de antiguos emigrantes españoles (unos 500.000 en
ese período). El nuevo signo migratorio en España coincidió con el inicio de la etapa económica
postindustrial. Sin embargo, a medida que avanza la última década del siglo XX, España asiste y
participa de una verdadera eclosión de las migraciones internacionales: aumenta el número,
concentra un creciente porcentaje de la población extranjera residente en los países europeos
y se amplía el abanico de procedencias. En menos de 20 años, España ha sumado a su población
casi cuatro millones y medio de inmigrantes, un 9,9% de su población total, una cifra cuantiosa
en una sociedad poco acostumbrada a acoger colectivos muy diversos desde el punto de vista
cultural. Igualmente, es una situación excepcional en el contexto de los países de la Unión
Europea, debido a que se trata de un crecimiento muy concentrado en el tiempo y, como se ha
dicho antes, de muy diversa procedencia.

Entre los factores que han


contribuido al nuevo panorama
migratorio español se puede
hablar del crecimiento
económico, de la cohesión
social y de la estabilidad
política. Pero con el inicio de la
gran recesión desde finales de
la década pasada se asiste a un
retorno acelerado que ha
supuesto la vuelta de más de
un millón de extranjeros a sus
respectivos países desde 2010.

Una de las características más


importantes de esta emigración extranjera es la diversificación creciente del origen de los flujos
a favor de tres colectivos: el procedente de la Europa del este, fundamentalmente Rumania, el
que viene de Marruecos, y el que lo hace desde Iberoamérica. Si bien, en ambos momentos las
15 nacionalidades mejor representadas acumulan casi tres cuartas partes de los extranjeros
residentes en España y los aportes más cuantiosos siguen siendo los procedentes de Europa,
norte de África y de América; cabe señalar, sin embargo, transformaciones cualitativas en 2016.
Así, entre los europeos no sólo hay comunitarios, sino que cobran protagonismo los europeos
del este. Entre los americanos predominan los ecuatorianos, colombianos, bolivianos,
argentinos, peruanos, paraguayos y brasileños. Finalmente, surgen otras nacionalidades, como
la china, que en 2016 cuenta con un colectivo de más de 200.000 residentes.

Como rasgo interesante de los datos de 2016 está la aparición entre los colectivos con mayor
peso de grupos muy minoritarios anteriormente como pakistaníes, argelinos, nigerianos o
senegaleses. Esta tendencia, así como la progresiva incorporación de nacionalidades que no
tenían aportaciones de forma previa, permiten hablar de los avances de una globalización que
ha permitido generar bajos niveles de entropía y un grado de integración mayor que en otros
países occidentales. Su distribución territorial prácticamente se mantiene con las mismas
características, aunque con menor intensidad y porcentaje que entre el 2011 y 2015.

Los espacios más urbanos y con mayores necesidades de servicios son los que concentran los
mayores porcentajes –Madrid, Cataluña, valle del Ebro, las islas o la costa mediterránea–, bien

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por su dedicación a las actividades agropecuarias intensivas –Lleida, Almería o Murcia–, bien
por otras relacionadas con la construcción y los servicios –Madrid, Guadalajara–, y no pocos son
atraídos por modelos residenciales para una población jubilada –Alicante, Girona, Tarragona,
Illes Balears, Santa Cruz de Tenerife–. El saldo actual muestra una pérdida generalizada en
provincias –como Madrid, Girona, Barcelona, Tarragona, Castellón, Álava o La Rioja–, que fueron
fuertemente afectadas por la crisis, mientras sigue habiendo un crecimiento generalizado
durante el periodo 2008-2010 especialmente en el sur de la costa mediterránea –Málaga,
Granada, Murcia o Alicante–las islas, y muchas de las provincias de interior y costa atlántica,
que aguantaron mucho mejor los primeros envites de la crisis.

Como se ha
comentado, España
ha sido un país que
tradicionalmente ha
enviado población a
América y, después lo
ha hecho a Europa,
antes de convertirse
en país receptor neto
de población, cuando
sus niveles de calidad
de vida y renta lo han
situado en el mundo
desarrollado.
Después, con el
avance de la gran
recesión tuvo lugar la
salida de personas
altamente cualificadas, con dominio de idiomas, que se han venido ajustando a las nuevas
necesidades de espacios transnacionales a los que la economía global viene obligando. En 2017,
casi 2.500.000 españoles se encuentran fuera del país. En Iberoamérica residen 1.503.036
ciudadanos españoles, principalmente, en Argentina (439.236), Venezuela (188.025), Brasil
(125.150), Cuba (128.541), México (123.189) o Chile (63.162). En ocasiones, la abultada cifra de
españoles se explica por los numerosos descendientes de los emigrantes de la primera mitad
del siglo XX, y también por el papel hospitalario que jugaron estos países cuando acogieron a
tantas personas que huyeron de España por motivos políticos.

La segunda gran región acogedora de españoles es la Unión Europea (UE), con más de 800.000
emigrantes. Desde la adhesión de España, este concepto de frontera, además, hay que utilizarlo
con los matices de dulcificación que la propia UE incorpora a sus señas de identidad. De hecho,
no deben existir para los intercambios comerciales ni para la libre circulación de personas.

En cualquier caso, la contabilidad y las estadísticas nacionales existen y en ellas se observa que
Francia, Alemania, países del Benelux, Suiza o Reino Unido fueron los países a los que se dirigió
la emigración española de los años cincuenta y sesenta, y donde mayoritariamente se ha dirigido
tras la debacle de 2008. En total, en 150 países figura inscrito algún ciudadano español, pero de
ellos, con más de 1.000 habitantes, tan solo figuran 40. Con todo, la presencia española en el
mundo deja muy pocos espacios sin hacerse realidad, y cada vez se afianza más como una

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emigración cualificada, muchas veces ligada a la expansión internacional de las empresas en
espacios de fuerte crecimiento, como lo fue Andorra, países del golfo Pérsico o Australia.

6. ESTRUCTURA DEMOGRÁFICA

En 1900 los menores de 15 años representaban más de un tercio de la población española, y


los mayores de 65 años apenas representaban un 4% de la población censada. Esta estructura
poblacional era fiel reflejo de un régimen demográfico primitivo, con elevada natalidad y
mortalidad, escasa esperanza de vida y predominio neto de la población joven. Había un brusco
descenso alrededor de los 15 años que no queda suficientemente explicado aunque
probablemente coincidiría con movimientos migratorios al iniciarse la edad laboral, ya que en
varios de esos años las salidas de pasajeros por mar con destinos transoceánicos superaron las
200.000 personas que, en su mayoría, eran jóvenes; la emigración a ultramar era una de las
válvulas de escape en estos años claves de los inicios de la transición demográfica y condicionó,
indirectamente, la procreación en sucesivas décadas.

En el momento actual, aún con un


ligerísimo repunte en la cohorte
de los 5 años, destaca la escasa
presencia de nacimientos en la
base de la pirámide, y los menores
de 15 años suponen menos del
15% cuando veinte años antes
suponían en torno al 25%. Por el
contrario, la población de 65 años
y más pasa ya a representar casi
un 20% de la población española.
España sigue su proceso de
envejecimiento, creciendo en
mayor medida la proporción de
octogenarios, que ahora
representan el 6,0% de la
población; este grupo seguirá
ganando peso entre la población
anciana en un proceso de acusado
envejecimiento de los ya viejos.

Esta etapa es característica de la


última fase de la transición
demográfica con un modelo
husiforme, en la que la base
incluso tiende a ser menor que la
cúspide. Por otra parte, los
efectivos de adultos jóvenes
registran unos valores superiores
a los de su cohorte en la década
anterior por la incipiente llegada de población inmigrante que es la que produce el fortísimo

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crecimiento en los inicios del siglo XXI, aunque cortado en los últimos años por la gran recesión,
cuyas consecuencias todavía se dejan sentir en el modelo reproductivo y de organización familiar.

No obstante, se refleja claramente el


impacto estructural de los millones de
jóvenes extranjeros entre 30 y 40
años llegados a España. Este hecho, no
ha alterado sustancialmente las
pautas demográficas, aunque sí que se
observa un leve incremento de la
natalidad, atribuible a los recién
llegados, y al retraso en la edad de
acceso a la maternidad que hace
coincidir a multitud de españolas
treintañeras en la búsqueda de su
primer hijo.

Se estima que los mayores de 65 años


aumentarán en 1.500.000 de
personas, pudiendo llegar a
representar casi un cuarto de la
población en 2018 lo que produciría
un importante aumento de la tasa de
dependencia, que puede alcanzar un
53% de la población total (y un 24,5%
de la tasa de dependencia senil), con
las consecuencias directas sobre los
servicios sociosanitarios, la atención a
los mayores y la financiación del
sistema público de pensiones. La
estructura de la población española ha
experimentado profundos cambios a
lo largo del siglo XX. Actualmente la
totalidad de las provincias españolas
cuentan con menos del 20% de
menores de 15 años, con la excepción
de las ciudades autónomas de Ceuta y
Melilla, y de ellas 21 se mueven en
valores por debajo del 14%, siendo
Lugo, Ourense y Zamora las que tiene
porcentajes más bajos (por debajo del
10%). El modelo ha dado un vuelco y,
por primera vez, el grupo de población
de mayores es superior al de jóvenes.

Esto supone que, en el horizonte


futuro, el modelo español de población hará su entrada ya en la segunda transición demográfica,
con niveles más bajos que algunos países del norte de Europa. En líneas generales, se observa

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que las provincias de la mitad norte de España presentan los valores porcentuales de población
joven más bajos, en algunas provincias como consecuencia de la emigración de su población que
sufrieron ya desde principios del siglo XX. Por otra parte, Toledo, Guadalajara, el valle del Ebro,
Cataluña, las provincias de la Comunitat Valenciana, Murcia, las provincias de Andalucía, Illes
Balears y Santa Cruz de Tenerife poseen una población un poco más joven, aunque tampoco está
bien equilibrada. Por el contrario, hay que destacar el fuerte aumento de la población mayor.
Hasta 1960 iban incrementándose paulatinamente los porcentajes de ancianos (7,42% en 1960);
el valor medio nacional asciende hasta el 10,44% en 1981 y se dispara en las dos últimas décadas
del siglo XX, debido, por una parte, a la reducción drástica de la natalidad de los años ochenta y
noventa y, por otra, al incremento de la esperanza de vida de la población en este último período,
que pasó de 73,3 años en 1975 a los casi 80 de 2003, asimilar a bastantes países de Europa.

En la actualidad se manifiestan las consecuencias de los anteriores procesos de caída de la


natalidad de finales del siglo XX y el envejecimiento de algunas provincias debido a las grandes
oleadas de migración campo-ciudad de los años sesenta. Por otra parte, la sustancial mejora
sanitaria en los tratamientos y afecciones cardiorrespiratorias, oncológicas y, en menor medida,
neurodegenerativas, siguen mejorando la esperanza de vida de la población y, por consiguiente,
generan un fuerte envejecimiento en la totalidad de las provincias españolas. El peso de la
población anciana se sitúa por encima del 10% en todo el territorio, si bien hay catorce
provincias, que fueron las que más sufrieron los éxodos demográficos desde principios del siglo
XX, con más del 22% de su población con 65 años o más años: A Coruña, Lugo, Ourense, Asturias,
León, Zamora, Salamanca, Palencia, Ávila, Burgos, Soria, Cuenca, Huesca, y Teruel.

Si se analiza la proporción de menores de 20 años respecto a la población de 20 a 59 años


residente en el territorio (ver mapa Índice de dependencia juvenil), y se tienen en cuenta los
menores de 25 años, se observa cómo los valores más elevados se localizan en la mitad
meridional española y en los cinturones periféricos de las grandes metrópolis. Casi todas ellos
se mueven en valores superiores a 0,35, pero también hay provincias con valores que superan el
0,40 como sucede en Murcia o las ciudades autónomas de Ceuta y de Melilla. En la mitad
septentrional, que en general se mueve en valores mucho más bajos, destacan A Coruña, Lugo,
Ourense, Asturias, León, Zamora, Salamanca y Palencia, que están fuertemente envejecidos por
el éxodo rural o por el impacto sufrido por la fuerte reestructuración de los sectores
siderometalúrgico, naval y minero.

Por otra parte, la dependencia senil pone en relación la proporción de población mayor de 59
años y la de 20 a 59 años residente en el territorio (ver mapa Índice de dependencia senil). Es
una visión parcial de la pirámide de población, complementaria del resto de cocientes de
población por grupos de edad, útil para analizar las necesidades asistenciales de las familias
con personas mayores a su cargo, proyectar servicios públicos para cada área (centros de día,
residencias, centros de salud, transporte público...), y establecer políticas de vivienda o de
empleo. Los valores altos indicarán más peso de los ancianos y, por lo tanto, el mayor esfuerzo
económico a la cohorte en edad laboral. En el año 2015 la media nacional de dependencia senil
era superior al 0,41, destacando la zona noroccidental, Extremadura, Sistema Ibérico y valle del
Ebro. Los valores altos coinciden con provincias fuertemente envejecidas y espacios rurales
tradicionalmente afectados por la emigración como Ourense, Lugo, Zamora, León, Salamanca y
Soria; también los espacios industriales y urbanos más maduros como Bizkaia, Asturias, y
Gipuzkoa registran unos indicadores más altos.

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Por el contrario, Madrid y su entorno metropolitano, la costa mediterránea -especialmente la
murciana y andaluza-, las provincias insulares y Ceuta y Melilla ofrecen resultados más
esperanzadores con valores algo más bajos. Responden a los espacios metropolitanos o de
crecimiento turístico no vinculado a la fijación de personas mayores y al crecimiento demográfico
relacionado a la agricultura de invernaderos con una fuerte concentración de población joven.

Esta nueva estructura por edades, cada vez más caracterizada por el sobreenvejecimiento, va a
plantear grandes retos a los servicios sociosanitarios, la atención a los mayores y la financiación
del sistema público de pensiones. Entre todos ellos, se debe destacar el llamado cuarto pilar del
estado del bienestar: la atención a la dependencia, una realidad tradicionalmente invisible ante
la sociedad, pero que ha adquirido una gran relevancia por su magnitud e intensidad, fruto del
incremento de los mayores y los cambios habidos en la dinámica familiar (reducción del número
de miembros, incorporación de la mujer al mercado de trabajo, distintos modelos de convivencia,
etc.). El desafío será máximo en un futuro próximo cuando lleguen a las edades más avanzadas
los nacidos en los años del baby-boom , años sesenta y setenta, que deberán ser sostenidos por
las menguadas cohortes de las dos décadas finales del siglo pasado.

En definitiva, se avecinan tiempos llenos de novedades en unos escenarios, el actual y el futuro


inmediato, plenos de incertidumbre económica y social, pero que también pueden propiciar,
como en toda situación de cambio, la elaboración de soluciones innovadoras para los retos
planteados, en este caso, por la estructura demográfica española.

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TEMA 5: LOS ASENTAMIENTOS
INTRODUCCIÓN

Un asentamiento es un emplazamiento permanente de los individuos en una zona geográfica


determinada. Puede ser rural, urbano o metropolitano, y presentar diversas características
según el entorno o hábitat de su emplazamiento. El asentamiento surge en un momento
determinado del desarrollo de la agricultura en el Neolítico, durante el cual el individuo
abandona la caza y la recolección para dedicarse al cultivo y la producción de alimentos. La
estabilidad del asentamiento depende del nivel de desarrollo tecnológico y de la cantidad de
recursos disponibles, así como de las posibilidades de explotación agraria.

Cuando en un asentamiento se concentra una gran población surge la necesidad de establecer


estructuras sociopolíticas organizadas para facilitar los intercambios y la vinculación de los
diferentes grupos humanos.

1. EL HÁBITAT RURAL

El término hábitat proviene de la biología y hace referencia al asentamiento de la población en


el territorio, teniendo en cuenta sus variables naturales. Así, el hábitat rural se refiere a las
aldeas, los lugares, los pueblos o los barrios existentes en España, en municipios que no alcanzan
un efectivo superior a 10.000 habitantes. Estos asentamientos tienen un origen histórico, que
puede remontarse a la romanización o al período medieval, y su distribución está condicionada
por factores de tipo topográfico (presencia de terrenos llanos o en pendiente), la abundancia o
escasez de agua, la cobertera vegetal y las técnicas constructivas existentes en cada momento.

Por lo general, el hábitat rural es


concentrado cuando la población se agrupa
en aldeas grandes; disperso, en los casos
donde los lugares son minúsculos, de dos a
diez casas, y mixto, entre las dos
situaciones anteriores. También se utiliza la
expresión hábitat diseminado, para
referirse a un asentamiento de la población
del campo en entidades de una sola casa,
característico del País Vasco y otras áreas
del Cantábrico, que reciben el nombre de
caserío o el más genérico de lugar. Entre las
tipologías del hábitat concentrado y
disperso, se suele encontrar el mixto o
intercalar, donde al agrupamiento
histórico de la población rural en aldeas se
le une una dispersión o diseminación
reciente, de nuevas casas localizadas en las
proximidades de una vía de comunicación, cerca de un paraje atractivo o en una finca amplia,
que al generalizarse rompen con la tendencia a la agrupación del hábitat en núcleos mayores.

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Resulta habitual que en el estudio del
hábitat se definan elementos
significativos que explican el
asentamiento de una población
determinada en el ámbito rural. Así,
junto con las casas que sirven de
residencia habitual, se ocupan sólo en
épocas de vacaciones o están
abandonadas, aparecen un conjunto
de construcciones complementarias menores, normalmente relacionadas con las tareas
agrícolas, como establos, cuadras, pequeños cobertizos y los edificios simbólicos del lugar (como
la iglesia, a veces escuelas o locales asociativos, etc.).

Pero para comprender el hábitat rural es necesario también interpretar la organización interna
del espacio agrario, donde las huertas y tierras de cultivo suelen buscar la proximidad a las
viviendas, los prados y pastos necesitan de un suministro continuo del agua, y el monte se
encuentra habitualmente más alejado (confines de la aldea o límite simbólico del caserío).

Un último elemento asociado al hábitat rural son las vías de comunicación, desde las carreteras
hasta los senderos casi inapreciables pasando por pistas, caminos y vías de todo tipo, tanto
asfaltadas como cubiertas de tierra. La red viaria condiciona la disposición actual del hábitat y,
a su vez, la localización de los núcleos de población determina la forma que adoptan las redes
de abastecimiento (electricidad, telefonía, agua o alcantarillado) centralizadas cuando existan.

En el mapa Índice de
dispersión del hábitat
rural en los
municipios españoles
se observa que, los
contrastes por
regiones son muy
marcados, en una
relación numérica de
más de 50 a 1. Los
territorios con una
mayor dispersión,
entidades que no
suelen superar un
mínimo
agrupamiento de
casas y un volumen de
habitantes casi siempre inferior a 20, se destacan en la España húmeda del norte y noroeste.
Por lo general, se trata de espacios montañosos con abundancia de agua. La disponibilidad de
fuentes y arroyos ha permitido a las poblaciones instalarse en cualquier lugar desde donde
organizar el terrazgo agrario. No existen dificultades para abastecerse de agua y los contrastes
topográficos se traducen en unos rodales de cultivo de dimensiones limitadas, que, en cada
caso, sólo permitían mantener un número reducido de explotaciones campesinas y familias. El

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fenómeno de la dispersión puede también ser atribuido a razones históricas, por ejemplo, en
Cataluña, norte de Comunitat Valenciana y levante almeriense con prolongaciones hacia Murcia.

En el caso opuesto, la máxima concentración se localiza en Castilla y León, al oeste de Aragón,


buena parte de Navarra, en Cantabria y en sectores representativos de Castilla-La Mancha y
Extremadura. A este respecto, se debe indicar que tradicionalmente el hábitat concentrado (con
términos tan expresivos como agrociudad), se asoció a Andalucía o a Murcia. En el mapa este
hecho no se puede corroborar, pues gran parte de la población reside ya en municipios de más
de 10.000 habitantes por lo que no han sido cartografiados.

Por tanto, la concentración es característica de regiones de pequeños pueblos y cabeceras


municipales, donde predominan los espacios llanos y las disponibilidades de agua son
limitadas. Estos factores, junto a otros como la organización de áreas de frontera durante la
Reconquista, el hábitat se ha definido a partir de pueblos de varias decenas de casas,
normalmente de estructura compacta, desde donde se atendían espacios agrícolas o ganaderos
extensivos, bastante amplios.

1.1. Transformación del hábitat rural tradicional

Las intensas transformaciones que ha registrado España en los últimos decenios introducen
profundas mudanzas en el hábitat rural. De hecho, existe un amplio consenso al considerar que
el hábitat tradicional, definido desde la Edad Media y afirmado hasta mediados del siglo XX, ya
no se conserva más que en áreas remotas. El mismo ha sido sustituido por nuevas formas de
asentamiento condicionadas por el proceso de urbanización, la mejora en las redes de caminos
y carreteras, y la implantación de empresas en espacios cada vez más amplios. En un intento por
sistematizar estos cambios, es posible identificar hasta cuatro factores:

• El primero respondería a una causa endógena, esto es, asociada a distintos procesos de
modernización de la actividad agraria. Así, la agricultura intensiva existente en
importantes regiones del Mediterráneo español necesita de nuevas instalaciones para
gestionarla, almacenar los productos y los insumos agrarios, e implantar máquinas que
han permitido una acusada tecnificación del trabajo agrícola. Algo similar sucede en
comarcas ganaderas del norte y oeste donde se levantan nuevos establos, granjas,
almacenes de aperos o residencias más modernas para controlar la explotación. Tiene
lugar una profunda transformación de la trama parcelaria que se regulariza y ve ampliar
el tamaño medio de sus unidades.

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• En segundo término, la mejora y multiplicación de
las vías que atraviesan el espacio rural se acompaña
de procesos de dispersión secundaria del hábitat. Las
carreteras y travesías principales registran un
proceso generalizado de edificación en sus
márgenes y las instalaciones industriales que se
extiende a todo el país. Las nuevas viviendas
construidas en el campo buscan la accesibilidad, por
lo que también las proximidades de la red viaria se
densifican en mayor medida que el conjunto.

• El tercer proceso que introduce transformaciones de


los asentamientos rurales se relaciona con la
irrupción de ejemplos de hábitat urbano en
pequeños municipios. Se trata de la proliferación de
urbanizaciones de chalés, adosados y pareados
tanto en la segunda y tercera coronas urbanas, cada
vez más lejos de la ciudad central (áreas turísticas
emergentes del litoral, montaña o comarcas de valor
paisajístico). Estas tipologías edificatorias también
pueden aparecer sin una razón exógena que las
justifique, por actuaciones de urbanización de
contratistas o promotores locales en núcleos
modestos, generalmente cabecera de u n municipio.

• Por último, las áreas rurales acogen de forma


creciente pequeños polígonos industriales, parques
empresariales o zonas de actividad que modifican la
fisonomía de pueblos y aldeas, y son fácilmente
observables recurriendo a la fotografía aérea. De un
modo semejante a las urbanizaciones, la red viaria y
los cambios agrarios, se asiste a una regularización de
las formas del espacio rural, con un avance de los
perímetros basados en formas geométricas puras, de
la zonificación de usos, que contrasta con unos perfiles
más irregulares del hábitat tradicional.

En la tabla Población que ha


cambiado de residencia se observa
que el proceso de urbanización
continúa hasta la actualidad, con
transferencia de habitantes rurales a
la ciudad y sus periferias. Además,
con una concentración de la
población extranjera fuera del
campo.

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1.2. Asentamientos rurales

Todos los mapas elaborados sobre el


hábitat rural repiten un mensaje
común: en Galicia y Asturias abundan
las pequeñas entidades de población,
mayoritarias, frente a los pueblos y
aldeas más grandes conforme se
avanza al sur, al este y sobre todo en
regiones de topografía llana. Esto se
constata en el mapa Población rural de
2015. Se consideran asentamientos
rurales aquellos que contabilizan
menos de 10.000 habitantes, algo
dudoso para algunos casos con
cabeceras comarcales como
Redondela, Noia, Ribadeo, Luarca o Ribadesella. En cualquier caso, el porcentaje sobre la
población total provincial se sitúa por encima del 40% en Galicia y en provincias de las dos
Castillas con ciudades capital de pequeño tamaño (Zamora, Segovia, Ávila, Soria, Cuenca,
Toledo), mientras que su representatividad no llega al 20% en las urbanizadas provincias de
Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla,
Málaga o Bizkaia, entre otras.

Este mapa se completa con un


segundo que cartografía la población
en diseminado, entendiendo por
diseminado las aldeas con pocas
casas, y que constata el predominio
de este tipo de asentamiento, de
nuevo, en Galicia, aunque también
en numerosos territorios
mediterráneos, donde la
urbanización generalizada y con
escaso control, y un relieve movido,
justifican porcentajes entre el seis y el nueve por ciento (Illes Balears, Murcia, Almería, Castellón).

Por último, se presentan las entidades singulares de población por municipio donde destacan
cifras superiores a 40 en Galicia y Asturias, un poco menores en Murcia, y registros inferiores a
2,6 entidades por municipio en Extremadura, buena parte de ambas Castillas, La Rioja, Zaragoza
y Teruel, Sevilla y Málaga, Valencia y Alicante, reflejando la España del hábitat concentrado.

En el mapa Densidad de asentamientos, en el que se representan las entidades de población


cada 10 km2, señalar que los máximos se concentran en el norte de Galicia, las rías Baixas,
Gijón-Avilés y el centro de Asturias. Los valores elevados no suelen sobrepasar la España
atlántica, aunque en Cataluña, los litorales de Valencia, Alicante y Murcia, los entornos de Madrid
y amplias áreas de la Salamanca rural predominan los registros situados entre 10 y 20 entidades
singulares cada 10 km2.

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En el mapa Población en diseminado por municipio se representa la población en diseminado
respecto a la total y aquí la conclusión más importante se refiere a los contrastes periferias-
interior del país, aunque no necesariamente la línea costera. Dejando al margen casi toda
Galicia, los valores superan el 10% en sectores significativos de las regiones cantábricas,
Cataluña septentrional, una franja que va desde el oeste de Castellón hasta Murcia y Almería
e importantes áreas de Málaga y Cádiz. Se trata de espacios montañosos, donde se han
registrado procesos de construcción recientes, vinculados a la pujanza turística de amplios
territorios del litoral y su traspaís.

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Sobre asentamientos rurales en 2015 existe un elevado número de municipios de menos de
2.000 habitantes en el interior peninsular y un importante peso de la población en diseminado,
incluso en municipios de más de 10.000 habitantes, (periferia y aureola de grandes metrópolis).

2. EL SISTEMA URBANO Y LAS ÁREAS METROPOLITANAS

A pesar de no ser sinónimos, existe cierta confusión conceptual entre el significado de sistema
urbano y sistema de ciudades. El primero es una parte o subconjunto de un sistema de
asentamientos con funciones supralocales y a la que se atribuyen características urbanas, bien
por sus características formales o físicas, bien por su funcionalidad. Normalmente, respeta una
serie de pautas de ordenación interna que lo estructuran en niveles jerárquicos. En función de
la posición que ocupe en el conjunto, le corresponden unas funciones más especializadas que
sirven a áreas de influencia de extensión creciente. Por su parte, el sistema de ciudades es una
parte del sistema urbano seleccionada para realizar políticas de ordenación del territorio.

A finales de los años treinta, Jefferson (1939) interpretó la bicefalia del sistema español como
una consecuencia de los orígenes históricos y políticos del territorio del Estado. Como factores
económicos destaca la débil difusión del crecimiento urbano desde el litoral al interior, al
continuar la revalorización de los subsistemas costeros (Juaristi, 1995). A principios de la década
de los noventa, el sistema urbano español fue definido como una estructura semianular con una
periferia litoral urbanizada y espacio interior poco urbanizado y centrado en Madrid (Ferrer).

Sin abandonar la bicefalia, la creación de las comunidades autónomas consolidó, entre otras
consecuencias, una estructura espacial y funcional descentralizada, debilitándose las ligazones
de las periferias con el centro y aumentando las relaciones entre los subcentros (Precedo,
1999). Sea como fuere, desde mediados del siglo XX, las ciudades españolas han conocido las
transformaciones más radicales y rápidas de su historia (Nel·lo, 2017). Estas se apoyan en tres
rasgos principales: la tendencia de la población a asentarse en núcleos urbanos; la formación de
una importante constelación de áreas metropolitanas; y la configuración de ejes de actividad
articuladores del territorio (Nel·lo, 2004). En la actualidad, los antiguos espacios rurales y
urbanos se han integrado de forma completa, y el proceso de urbanización ha configurado una
red interdependiente a escala mundial plenamente consolidada (Nel·lo, 2017).

2.1. El sistema urbano

El análisis realizado del sistema urbano se centra en la primera de las tres variables comentadas.
Es decir, se cartografían determinadas transformaciones poblacionales en municipios y
comunidades autónomas desde 1960, fecha que, aproximadamente, da inicio al desarrollismo,
hasta 2015, última fecha disponible con datos oficiales. A pesar de los primeros impulsos en el
proceso de urbanización, sólo un 56,87% de población española residía en municipios de más
de 10.000 habitantes en 1960 (418 municipios), límite a partir del cual un municipio se considera
urbano en España. Únicamente Madrid y Barcelona, indiscutibles cabeceras del sistema urbano,
sumaban más un millón de habitantes, mientras Valencia (con algo más de 505.000), era el
principal contrapeso de ese sistema bicéntrico y desequilibrado. El sistema se completaba con
una serie más o menos importante de ciudades medias (entre 100.000 y 500.000 habitantes)
que, igualmente, adolecía de una ineficiente distribución territorial. En los 23 municipios de este
rango residían 4.160.188 habitantes (14,07% del total), una cifra inferior a la suma de la censada
en los tres más poblados (4.322.860 habitantes).

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En este extenso grupo de
ciudades más grandes (más
de 100.000 habitantes),
destacan otras tres pautas
territoriales. Por un lado, se
confirma la tendencia a la
litoralización en la
distribución de la población
española. De estos 26
municipios con más de
100.000 habitantes, sólo las
ciudades de Madrid,
Valladolid y Córdoba están
localizadas en provincias
interiores y nueve no tienen
acceso directo al mar, si
bien dos de ellos están
influidos por procesos socioespaciales propios de los territorios litorales (Jerez de la Frontera y
Hospitalet). En segundo lugar, una industrialización poco descentralizada y un retraso en el
proceso de metropolitanización, hizo que la mayoría de las ciudades más pobladas sean
capitales de provincia. Las seis excepciones son ciudades con importante peso industrial.
Lideradas por Vigo (150 municipio más poblado de España en 1960), dos pertenecen al área
metropolitana de Barcelona (Hospitalet y Sabadell) y tres tienen actividades vinculadas al
desarrollo portuario (Vigo, Gijón y Cartagena), a las que se suma Jerez de la Frontera, principal
ciudad de la provincia de Cádiz con gran desarrollo industrial en la posguerra civil. Por último, en
el actual mapa autonómico, Extremadura, La Rioja, Navarra y Castilla-La Mancha no tenían
municipios con más de 100.000 habitantes en 1960. En el lado opuesto, un total de 4.046
municipios no alcanzaban los 1.000 habitantes, y en ellos residían casi dos millones de personas,
el 6,40% de la población. Este es el estadio en las fases iniciales del desarrollismo, antes del gran
éxodo rural de esta década y de la aplicación de las políticas de los polos de desarrollo, uno de
los instrumentos que ha producido mayores impactos en la reorganización de la red urbana
española del último siglo. El crecimiento de la población española entre 1960 y 2015 (15.866.629
habitantes) se fundamenta en el crecimiento que han tenido los municipios con más de 10.000
habitantes (19.601.688 hab.), como contrapunto del declive demográfico de los espacios
rurales. En los 750 municipios con más de 10.000 habitantes en 2015 reside el 79,16% de
población española, casi un 23% más que en 1960.

Asimismo, se aprecia un destacado aumento de los municipios más grandes: seis superan el
medio millón de habitantes (frente a tres en 1960), y 56 se sitúan en el rango 100.000-500.000
(23 en 1960). En estos últimos reside el 23,54% (10.979.122 hab.) de la población en la actualidad,
superior a la que suman los seis más poblados (7.460.696 hab., el 16,00%). Este hecho confirma
la importancia de las ciudades medias en la actual organización espacial.

Además de este aumento de la población urbana, el mapa Municipios de más de 10.000


habitantes de 2015 refleja con precisión otras tres dinámicas: la importancia de la
metropolitanización (tanto de ciudades grandes como medias), el reforzamiento urbano de los
ejes de desarrollo (fundamentalmente el Mediterráneo, Guadalquivir, Atlántico y Ebro) y la

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litoralización en la distribución de los principales núcleos. Entre los municipios de más de
100.000 habitantes, 18 son ciudades no centrales de áreas metropolitanas y 26 están
localizadas en provincias litorales. Aunque la distribución respeta los mismos patrones
territoriales en las dos fechas analizadas, se intensifican los contrastes territoriales en la
actualidad, potenciándose la urbanización litoral frente a la «desertización» interior. En 2015, el
69,56% de la población reside en provincias litorales y del eje del Ebro (63,20% en 1960), el
13,80% en Madrid (8,52% en 1960) y sólo el 16,64% en las provincias interiores (28,28% en
1960). Ha aumentado el número de municipios con menos de 1.000 habitantes (4.928) respecto
a 1960 y ha descendido su representación demográfica porcentual (3,14% del total). Y, a pesar
de aumentar el policentrismo, cuatro provincias (Ávila, Palencia, Segovia y Soria) sólo tienen un
municipio con más de 10.000 habitantes en 2015.

Algunas de las características de este


sistema de ciudades se pueden
analizar a través de diferentes
métodos e indicadores. Dos de los
más utilizados son la regla de rango-
tamaño y el índice de primacía. La
regla rango-tamaño (rank-size rule)
afirma que la población del núcleo
principal de un país debe equivaler
aproximadamente al doble de una
ciudad situada en segundo rango, al
triple de las de tercer rango y así
sucesivamente, para que la jerarquía
urbana sea equilibrada. El
cumplimiento o no de esta regla implica la existencia de un sistema urbano maduro,
desarrollado, o no (Lois, González y Escudero, 2013). Los gráficos Sistema de ciudades según la
regla rangotamaño, que representan el sistema urbano español en 1960 y 2015, dibujan en
ambas fechas una alta correlación entre la población observada y esperada. En 1960, los
mayores desajustes se producen entre las primeras cinco ciudades del sistema. En 2015, una
parte de estos desajustes se corrigen, siendo la tercera ciudad (Valencia), la que menos se
adapta a la regla.

2.2. La macrocefalia

El índice de primacía mide fundamentalmente la macrocefalia de un sistema. Valores altos


reflejan redes macrocéfalas; valores intermedios, redes bicéfalas o tricéfalas, y valores bajos,
redes equilibradas. De su análisis se puede extraer diferentes conclusiones.

En primer lugar, la macrocefalia es importante en todas las comunidades autónomas


uniprovinciales (excepto Asturias) y en Aragón. Las redes más macrocéfalas, por encima de 75,
se sitúan en Aragón, Comunidad de Madrid y La Rioja. En segundo lugar, Andalucía, Galicia y
País Vasco obtienen los índices más positivos. Estas redes más equilibradas se apoyan en una
importante red urbana de diferentes rangos urbanos (volúmenes poblacionales). Tercero, el
índice se ha reducido en doce comunidades autónomas entre 1981 y 2014.

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En ambas fechas, son nueve las
comunidades. que superan el
índice 50, si bien en siete de ellas
ha descendido ligeramente. Por
último, dos de los descensos más
importantes del índice entre
1981 y 2014 se han producido en
País Vasco y Extremadura,
comunidades autónomas que
optaron por localizar la capital
autonómica en una ciudad
diferente a una de las dos
principales urbes del sistema
regional.

2.3. Las áreas metropolitanas

Muchos son los argumentos


disponibles para definir, delimitar
y explicar lo que se denomina
área metropolitana, desde los
más simples de tamaño
demográfico o de carácter
administrativo, a otros más complejos basados en relaciones funcionales, pasando por los que
incluyen elementos de naturaleza morfológica o de densidad. En España no existe una
delimitación oficial de áreas metropolitanas, pero en la experiencia internacional hay un cierto
acuerdo en que la más identificable y coherente de las líneas de trabajo en torno a la cuestión es
la que utiliza a la movilidad residencia-trabajo como variable clave a la hora de instrumentalizar
el procedimiento de delimitación de las áreas metropolitanas.

Significativamente, el INE ha
empezado a publicar, dentro
del proyecto europeo Urban
Audit, indicadores urbanos
para las “Áreas Urbanas
Funcionales” españolas
delimitadas a partir de dicha
variable, y que se asemejan
en gran medida a las
presentadas aquí.

En total se ha identificado un
conjunto de 44 áreas
metropolitanas, que
incluyen a 1.309 municipios y
albergan a más de 33
millones de habitantes. En su composición jerárquica incluyen desde grandes regiones
metropolitanas de rango continental, como Madrid y Barcelona, hasta pequeñas áreas, con

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unas mínimas coronas metropolitanas que no se extienden más allá de un par de municipios
contiguos. Entre esos dos polos, toda una amplia variedad de tamaños y formas de desarrollo
urbano que dotan de una gran complejidad y riqueza al sistema metropolitano español, pero
dentro del cual podría destacarse el proceso creciente de fusión entre áreas metropolitanas
contiguas, sobre todo en la franja litoral (Málaga-Marbella, Alicante-Elche, Pontevedra-
Vigo,etc.)

Si se realiza un análisis
evolutivo se comprueba
un alto grado de
consolidación en sus
componentes, en su
organización jerárquica y
en sus dimensiones
territoriales, lo que
fundamentalmente
significa que el sistema
metropolitano español
tiene ya un carácter
estructural y dominante
en el conjunto de su
sistema urbano. Ello se
comprueba tanto en la
estabilidad de los
componentes del universo metropolitano como en su creciente participación y preponderancia
en la configuración del sistema urbano.

Dicho en forma simple, el sistema urbano en España es básicamente un sistema metropolitano.


En cambio, si se evalúan las dinámicas demográficas y urbanísticas, nos hallamos muy lejos de
esa perspectiva de estabilidad, ya que los espacios metropolitanos españoles se constituyen en
principales receptores del fuerte crecimiento poblacional registrado, absorbiendo en el período
2001-2011 el 90% del
crecimiento total, lo
que implica casi cinco
millones y medio de
habitantes
metropolitanos más y
una tasa de
crecimiento del 20%
en la década.

Por su dimensión e
intensidad, estas
cifras, junto a las
incluso superiores de
crecimiento del
parque residencial,
son difíciles de

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asumir en sistemas urbanos relativamente maduros como el español, y sólo la evaluación del
progresivo ajuste poscrisis permitirá comprobar qué parte de ese crecimiento es permanente y
cuál otro ha tenido carácter coyuntural. Sobre esa evaluación global, los matices que revelan el
análisis particularizado muestran diferencias, no tanto por niveles jerárquicos del sistema
metropolitano sino por ámbitos territoriales diferenciados.

De esta forma lógica, las áreas metropolitanas son el reflejo de las dinámicas demográficas de
los respectivos territorios donde se insertan. En ese sentido, la contraposición entre la cornisa
galaico-cantábrica de un lado y el arco mediterráneo y los espacios insulares del otro es
especialmente significativa, ya que mientras los primeros muestran para ese periodo una clara
tendencia a la estabilidad poblacional, aunque no en lo relativo al crecimiento del suelo
artificializado y el parque de viviendas, también en franco crecimiento, los segundos se
constituyen en los ámbitos más dinámicos del sistema metropolitano.

2.4. Dimensión socio-demográfica de la ciudad

La escasez de vivienda es un componente estructural de directa influencia en la lectura


sociodemográfica de las ciudades españolas, especialmente en las más grandes. No obstante,
desde los últimos decenios del siglo pasado ha de ser interpretada con mayor precisión dados los
profundos cambios experimentados e inducidos, tanto por la llegada de inmigrantes, como por
la propia deriva de la estructura de la población autóctona. No existen patrones precisos sobre
el asentamiento de los primeros; a menudo se concentran en barrios que padecen una cierta
obsolescencia y envejecimiento, y es frecuente que ocupen barrios que fueron construidos en
los años del desarrollismo para el aluvión de la inmigración nacional. Los inmigrantes
hispanoamericanos y africanos
suelen agruparse en barrios
específicos.

Algunas comunidades tienen


pautas propias: por ejemplo, los
chinos suelen concentrar sus
actividades mayoristas en
polígonos concretos, en tanto
que la residencia se vincula más
a sus establecimientos al
detalle. Por lo general, estos
perfiles de inmigración no
deben ser identificados con
barrios degradados, sino más
bien modestos. La presencia de
inmigrantes ha supuesto en
ellos el mantenimiento de
servicios públicos (educativos,
sanitarios, de transporte,etc.)
que se habrían deteriorado en
barrios de clara regresión
demográfica. Respecto a los inmigrantes europeos existen menos modelos que puedan ser
extrapolados. Los procedentes de países con nivel de desarrollo elevado se incorporan

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generalmente a espacios centrales y suelen contribuir a su gentrificación. Los procedentes de
la Europa oriental poseen pautas más complejas y debe destacarse que un importante
porcentaje de la población proveniente de Rumania y Bulgaria conforma un sector poco
integrado y ubicado en zonas desfavorecidas o en proceso de cambio social.

Respecto a la población española, el mosaico social de las ciudades está muy condicionado por
el precio del suelo y por la antigüedad en la ocupación de la vivienda; pero no es fácil establecer
un mapa de las diferentes áreas sociales, con la excepción de los dos extremos: los barrios
ocupados por las clases sociales más altas y los ocupados por las más desfavorecidas. El hogar
de la clase media española actual difumina las situaciones de fracaso social, especialmente ante
el paro, por cuanto que las nuevas generaciones han debido regresar o no han abandonado
nunca la residencia familiar ante la imposibilidad de afrontar el coste de un hogar propio. Así, la
menor senectud de muchos sectores a efectos del Padrón Municipal no es indicador de una
situación más ventajosa que la de barrios con población envejecida y la presencia de población
más joven responde, en parte, a su dependencia del salario o jubilación de sus mayores.

En cuanto a las bolsas de población más vulnerable, ligadas a barrios marginales, poseen
también trayectorias diversas por cuanto que, o bien se adscriben a ámbitos poco accesibles de
espacios metropolitanos o bien comportan bolsas de suelo en el interior de las ciudades que,
cuando el interés inmobiliario encuentra su oportunidad, cambian de sesgo en pocos años a
través de procesos de gentrificación.

2.5. Morfología y estructura urbana

La forma de muchas ciudades españolas suele estar muy influida por un pasado largo que
hunde sus orígenes en la Edad Antigua. Sin embargo, y a pesar de que existen no pocas
excepciones (Tarragona, León, Zaragoza, etc.), la mayor parte de su morfología urbana suele
tener un claro rastro medieval manifestado aún en la presencia de potentes centros y arrabales
históricos. Se trata de entramados urbanos de carácter orgánico, con formas irregulares, tanto
en viarios como en parcelarios. Los barrios medievales poseen, además, los hitos, sobre todo
religiosos, que los hacen reconocibles y sus espacios públicos más significativos como las plazas
centrales. El crecimiento durante la Edad Moderna, pese a que paradójicamente España
estuviese imponiendo un modelo de ciudad planificada en sus colonias, continúa siendo de
carácter orgánico y con relativamente escasas operaciones de reforma interior o de ensanche.

La morfología urbana traduce, no obstante, las importantes vicisitudes que experimenta el país
durante aquellos siglos: monumentalidad de edificios públicos, religiosos y nobiliarios, la
conformación formal y conceptual de las plazas mayores (aunque algunas de ellas derivasen de
espacios ya centrales de la ciudad) y la creación, a menudo extramuros, pero con excepciones,
de alamedas y espacios de ocio y solaz que se convierten en ámbitos de sociabilidad.

La Edad Contemporánea, con la implantación del modelo burgués de ciudad, supondrá un


cambio cualitativo y cuantitativo de buena parte del sistema urbano español. Los cambios se
concretan sobretodo desde la mitad del siglo XIX y, se ligan a la presencia del ferrocarril, que a
efectos de la morfología urbana supone una alteración notable de buena parte de los
extrarradios de la época y la creación de nuevos obstáculos a la expansión. La aparición de las
estaciones, en algunos casos de dimensiones monumentales, marcará un nuevo hito de
modernidad que no solo atrae las miradas, sino también los ejes de crecimiento burgués de la

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ciudad (encontramos buenos ejemplos en Oviedo, Vitoria-Gasteiz, Lleida, …). De hecho, el
modelo de transformación y crecimiento urbano burgués se establece de forma dual siguiendo
modelos que, por otro lado, también se implantan en la época en otros países europeos.

Entre la mitad del siglo XIX y la del XX, aproximadamente, se establece una política de reforma
interior y de ensanche. La reforma interior se lleva a cabo intramuros y se justifica en la
necesidad de higienizar y dar salubridad a los viejos, compactos y hacinados cascos históricos;
pero en realidad supone la destrucción, aunque sea parcial, del modelo urbano del Antiguo
Régimen y, también, la activación económica de importantes bolsas de suelo del que, además,
se expulsa a la población original. Especulación, segregación y control urbanos se asientan en
las poblaciones españolas durante los últimos decenios del siglo XIX, con un proceso más
temprano y acentuado en las más grandes, estableciendo un conjunto de estrategias del capital
inmobiliario que, con sus adaptaciones, se mantiene en la ciudad actual. Entre las operaciones
de reforma interior más potentes hay que señalar las que son conocidas genéricamente como
gran vía (Madrid, Granada, Murcia, etc.) o que con otros nombres responden a la misma
realidad (calles Larios de Málaga, de la Paz en Valencia, via Laietana en Barcelona, …).

Los ensanches son el modelo de ciudad burguesa por excelencia. Sus trazados geométricos en
predomina el entramado ortogonal se adosan contrastando con las formas irregulares a los
cascos históricos. El de Barcelona (Ildefonso Cerdá, 1859) se ha constituido, no solo como la
acomodación en España de corrientes urbanísticas europeas de la época, sino como una
aportación conceptual sobre la forma de construir ciudad que, pese a los cambios acaecidos en
su implementación, sigue representando una aportación española a la historia del urbanismo.
Los ensanches no son un escenario al gusto de la nueva burguesía, que en ellos ha desarrollado
su imagen a través de distintos estilos arquitectónicos, también son espacios en los que se
ensayan las divisiones funcionales y, dentro de la residencial, la de distintos estratos sociales.

Las ciudades españolas, al mediar el siglo XX, especialmente en las más dinámicas, se
diferencian en tres zonas básicas: los cascos históricos los ensanches y la orla periférica de
urbanización legal en la que se aloja una parte importante de la potente inmigración que se
había producido hacia ellas desde los últimos decenios del siglo anterior. Esta realidad cambia
en la segunda mitad de los años cincuenta, cuando se empieza a levantar un importante
entramado de viviendas, la mayoría
beneficiaria de los subsidios de la
protección oficial, que rellena los
intersticios que había dejado el
urbanismo ilegal y crea nuevos
polígonos residenciales. La Carta de
Atenas de 1933 inspira los proyectos
de muchos de estos polígonos,
aunque son aplicados intensificando
los parámetros de carga residencial y
minimizando los equipamientos y
espacios libres (ver imagen de
Bellvitge). De hecho, tras las
elecciones municipales de 1979, una
de las primeras tareas es acometer un
urbanismo que asumiese mayor

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sosiego a la morfología urbana –los años sesenta y setenta habían sido muy esquilmadores de
los valores de los centros históricos y, en menor medida, de los ensanches–, una mejor
distribución de funciones, especialmente de las molestas o nocivas, y un mayor equilibrio en
los servicios de los barrios.

Los últimos años del siglo XX y


principios del XXI supusieron un
nuevo cambio en la estructura
urbana. De una ciudad dual con un
centro equipado de los servicios
esenciales y una periferia no dotada,
se pasa a otra de centralidades
periféricas, por cuanto que los
nuevos sistemas de movilidad
facilitan el acceso a nuevas fórmulas
de ocio y consumo, sobre todo en las
grandes superficies cercanas a los
nodos de transporte y
aparentemente en terreno de nadie
(ver imagen del Parque Principado,
situado en el centro de Asturias). Al
tiempo aparecen periferias
centrales, o grandes espacios desmantelados por la reconversión industrial o por el
agotamiento demográfico y degradación social de sus barrios. El aprovechamiento de algunos
de estos ámbitos desmantelados por operaciones urbanas que proveen a las ciudades de una
imagen de superación y competitividad pasa a ser una prioridad de muchos municipios. El
ejemplo más conocido es el complejo de Abandoibarra en Bilbao, con la presencia del museo
Guggenheim como buque insignia, Valencia y su Ciutat de les Arts i les Ciències o en Barcelona
en torno al puerto histórico y la Vila Olímpica, entre otros ejemplos. De hecho, el período previo
a la crisis de 2008 se caracteriza por la gran inversión en obras públicas que, además de
metabolizar los espacios dejados por equipamientos obsoletos (puertos, cuarteles, estaciones
de tren,…), genera nuevos equipamientos, a menudo de difícil o imposible gestión.

La crisis ha generado un período de reflexión, contención y digestión de muchos proyectos


inacabados en la mayor parte de las ciudades españolas. Sin embargo, y pese a la parálisis
urbana a que llevó, está desembocando, al final del segundo decenio del siglo, en una
reactivación, aún moderada, pero que indica un claro repunte del que es difícil predecir su
evolución. Es interesante que en estos años, muy difíciles para las arcas municipales, hay
ciudades que han reaccionado con proyectos innovadores y basados en la cultura como
referente, aunque no exentos de un interés especulativo. Entre ellas destaca Málaga, que con su
apuesta por museos de minifranquicia o similar (Centre Pompidou, museo Ruso, museo de
Carmen Thyssen), surgidos en el entorno del museo Picasso Málaga, ha establecido todo un
programa de recuperación de espacios históricos (centro, puerto, industrias desmanteladas,…).

2.6. Planificación y vivienda

El análisis de la vivienda es un indicador para el estudio del sistema urbano y de sus procesos.
Desde mediados del siglo XX la inversión en España ha ido cambiando de nichos. Si en un primer

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momento, el capital se decantó por invertir en sectores como la industria y los servicios,
posteriormente, lo hace y con más intensidad en la edificación, principalmente turística, en
espacios litorales y en la obra pública animados por el incremento del número de turistas y los
cuantiosos Fondos Estructurales procedentes de la Unión Europea; de ahí que se crearan grandes
empresas en el sector de la construcción que terminaron participando en los consejos de las
entidades financieras (Lois, Piñeira y Vives, 2016); por lo tanto, es fácil entender que las ciudades
se pensaran a partir de entonces como lugar de negocio y no para dar soluciones a las
necesidades sociales (Harvey, 1989).

Si en los años de los primeros


gobiernos democráticos el sector
constructivo se orientó más a
rehabilitar el parque de
viviendas existente,
favoreciendo la rehabilitación de
los centros urbanos sobre la
nueva construcción, desde
mediados de la década de los
noventa la dinámica cambió de
tendencia, iniciándose un ciclo de
acusada producción y
revalorización de vivienda nueva
que, con condiciones de
financiación muy favorables,
estimulaba la adquisición de una mayor o incluso una segunda residencia y, evidentemente, la
demanda de más suelo urbanizable; por lo tanto, la liberalización del mercado del suelo
contribuyó a impulsar una burbuja inmobiliaria con el argumento de generar riqueza y empleo.
Así, entre 1996 y 2007 se produjo un enorme incremento de la actividad constructiva en todo el
territorio que situó a España como uno de los países europeos donde más creció la superficie
urbanizada y buena muestra es el elevado número de viviendas por 1.000 habitantes –como se
observa en los mapas Viviendas por 1.000 habitantes de 1991 y 2011–, muy superior a la media
europea (Burriel de Orueta, 2008). Se configuró así un modelo inmobiliario basado en el
predominio de la vivienda libre y en propiedad, acompañado de un aumento en su precio.

Una producción de inmuebles


que no estaba justificada sólo
por la demanda de primera
residencia, sino que sirvió para
canalizar la inversión hacia la
adquisición de viviendas no
principales que, con un
destacado peso de las vacías, se
sitúan preferentemente,
además de en Madrid, en las
provincias costeras
mediterráneas y atlánticas.

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Esta etapa de auge finalizó cuando, tras la crisis económica e inmobiliaria de 2007, no fue
posible dar salida al desorbitado parque de viviendas; pues el negocio inmobiliario en España ha
producido más viviendas e infraestructuras viarias per cápita que el resto de los países europeos
(Naredo, 2009). La crisis financiera produjo una contracción del crédito, la paralización del sector
de la construcción y elevado desempleo que repercutieron en una escasa actividad de las
compraventas inmobiliarias. La tendencia actual apunta a una reactivación del mercado
inmobiliario, sobre todo el de la segunda residencia y ascenso de los precios de las viviendas.

2.7. Planificación urbana

La atribución a las comunidades autónomas de las competencias en materia de urbanismo les


ha abierto la posibilidad de adoptar diferentes tipologías de planes por lo que se refiere al
planeamiento urbanístico municipal. El modelo preconstitucional otorgaba a los ayuntamientos
la posibilidad de adoptar diferentes figuras en función de su específica problemática urbanística,
desde la simple delimitación de suelo entre el urbano y el no urbanizable hasta el más complejo
Plan General de Ordenación Urbana pasando por las Normas Subsidiarias. El desarrollo
autonómico de las competencias urbanísticas, con algunas excepciones, no ha variado
sustancialmente este modelo.

Los municipios que se deciden por el Plan General son, mayoritariamente, los que se localizan
en los principales ejes territoriales que cosen el sistema urbano español: eje mediterráneo y
Andalucía, corredor del Ebro, Madrid, Asturias y la Galicia más costera. Los municipios que
contornean los que han adoptado el Plan General normalmente han optado por Normas
Subsidiarias, mientras que el resto o bien gestionan su urbanismo con una simple delimitación
de suelo o, directamente, carecen de planeamiento municipal y se rigen sólo por normas de
escala supramunicipal. Este último grupo de municipios son los más rurales y se localiza
preferentemente, en Castilla y León y zonas del Sistema Ibérico y Castilla-La Mancha.

Las actuaciones urbanísticas que plantean todos estos planes son de muy diversa índole y
calado pero las que han caracterizado el período de burbuja inmobiliaria que ha vivido el país
hasta 2008 pueden agruparse en dos: reformas urbanas y expansión de la urbanización. Las
políticas de reforma urbana retoman la tradición de algunos planes de postguerra, pero a una

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escala más importante. Son planes que reurbanizan zonas ya urbanizadas con vistas a la creación
y apropiación de rentas urbanas con no pocos problemas para los residentes de los barrios
afectados: desplazamientos forzosos, destrucción de patrimonio, gentrificación... Uno de los
casos más conocidos ha sido el no ejecutado plan del Cabanyal de Valencia, donde el Plan
Especial de Protección y Reforma Interior del Cabanyal-Canyamelar de Valencia (2001) apostaba
por una gran operación de sventramento (demolición) hasta la costa, que sustituía gran parte
del tradicional barrio valenciano por nuevos productos urbanos de alta rentabilidad inmobiliaria.

La expansión suburbana de las ciudades ha corrido en paralelo, y a mayor velocidad, a las


reformas urbanas. Especialmente en la costa mediterránea y Madrid el paisaje rural se ha visto
radicalmente transformado por efecto de la oleada de nuevas urbanizaciones vinculadas a
nuevas residencias alejadas de la congestión del centro o a simples inversiones inmobiliarias a la
espera de revalorizaciones. Uno de los casos más emblemáticos de este tipo de actuaciones han
sido los grandes desarrollos urbanos de Madrid (2014) que, especialmente al nordeste y sudeste
de la ciudad, han creado un nuevo Madrid que, indirectamente, también quería beneficiarse de
la proximidad con el aeropuerto para animar a posibles inversores internacionales.

En el otro extremo de este tipo de actuaciones se encuentran algunos municipios


castellanoleoneses, de zonas de montaña o castellanomanchegos en los que el vacío
demográfico sólo es puntualmente contrarrestado por la afluencia de visitantes en búsqueda de
paisajes no urbanos. Suelen ser municipios en los que el planeamiento, cuando existe, no pasa
de delimitación de suelo o, en el mejor de los casos, Normas Subsidiarias. Más allá del suelo
urbano del núcleo los suelos están calificados en diferentes grados de protección natural o
agraria como en el caso de algunos municipios de la provincia de Zamora (2014).

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TEMA 6: AGRICULTURA, GANADERÍA Y PESCA
INTRODUCCIÓN

A partir de los años sesenta del siglo pasado España se desprende aceleradamente de sus
seculares rasgos agrícolas, y entra a formar parte rápidamente del selecto grupo de países
industrializados. Durante el proceso la población abandona masivamente las tareas agrarias y se
suceden cambios tan profundos como los siguientes: transformación de una agricultura
tradicional, insuficiente y de autoconsumo en otra especializada y abierta a los mercados
internacionales, reducción del número de las explotaciones casi en un 50% entre 1962 y 2015,
desarrollo del arrendamiento entre los regímenes de tenencia y expansión y racionalización del
regadío, entre otros. La ganadería, por su parte, tras una profunda decadencia durante la
segunda mitad del XIX entra en una fase de expansión con en el siglo XX, lo que se traduce en
una ampliación de los pastizales, en la consolidación paulatina de una ganadería intensiva y en
el fuerte incremento del consumo urbano de productos ganaderos. Por último, el subsector
pesquero, otrora un importante puntal del sector primario ha visto reducirse tanto sus capturas
como sus efectivos humanos y barcos. No ha sido ajeno a este declive el agotamiento de los
caladeros y la restrictiva política pesquera de la UE para salvarlos. Esto ha favorecido el desarrollo
de un creciente subsector –por producción, valor y empleo- dedicado a la acuicultura.

1. LAS ACTIVIDADES AGRARIAS

La ocupación del suelo y la explotación de cuanto sobre él se extiende y desarrolla, orientada a


la producción de alimentos y a la obtención de productos diversos, forma parte de lo que
denominamos “actividades agrarias”, desarrolladas en el campo (del latín ager, agri). En este
concepto se contabilizan usos muy diversos; desde el cultivo y la recolección de cereales,
leguminosas o leñosos, hasta el aprovechamiento de los pastos, así como de los productos
derivados de los animales, pasando por la explotación de leñas y maderas de las formaciones
arbóreas: son los “productos de la tierra”. En la contabilización más extendida de los datos de
estas actividades ha sido usual incluir también todo lo relacionado con la pesca y otras formas
más recientes de explotación relacionadas con ella, como la acuicultura. Actividades agrarias y
pesqueras han constituido, pues, un tipo específico en la clasificación de actividades económicas.

El propósito de este tema es poner de relieve la diversidad geográfica y paisajística en que se


traducen, sobre distintas unidades territoriales (provincias y comunidades autónomas), las
principales características que definen a todo este variado elenco de formas de utilización
socioeconómica, a las que siempre se ha encuadrado dentro de las denominadas “actividades
primarias” o “del sector primario”, haciendo uso de variables e indicadores representativos (de
estructura, de superficie, de producción, etc.). En definitiva, un resumen significativo y sintético
de la geografía de las actividades agrarias y de la actividad pesquera y acuícola en España.

La población activa que reúne el sector agrario y la actividad pesquera en España está en el
umbral del millón de personas, siendo Andalucía la que mayores valores alcanza, seguida más
de lejos ya por Murcia, ambas Castillas, Galicia y la Comunitat Valenciana. También Andalucía es
la región donde el paro de esta población es más elevado. La proporción de asalariados ha ido
creciendo frente al progresivo descenso de trabajadores independientes, (cerca del 60% y 30%).

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La base territorial, sin embargo, de la actividad
agraria alcanza sus dimensiones más
importantes (superficie que reúnen las
explotaciones agrarias) sobre todo allí donde se
extienden dehesas y latifundios (Extremadura,
Castilla-La Mancha, algunas andaluzas y en
Salamanca). La ocupación del suelo se ajusta
bastante bien a las condiciones ecológicas del
territorio, bosques diversos y amplias
superficies cubiertas por matorral en las zonas
montañosas y húmedas, sobre todo de la mitad
norte (a excepción de los pinares de pino
piñonero al sur del Duero), donde también
progresan los prados y pastizales orientados a
los usos ganaderos; en las dos submesetas se
hacen muy presentes los cultivos de secano,
mientras que los regadíos ocupan una parte
importante del valle del Ebro, de otros valles
(Guadalquivir, Guadiana, Tajo, Duero) y de
otras zonas periféricas (este y sur) y las zonas
mixtas se extienden el oeste ibérico.

1.1. La Superficie Agraria Utilizada (SAU)

Cuando nos referimos al concepto de superficie agraria estamos hablando más propiamente de
lo que se entiende por Superficie Agraria Utilizada (SAU). El Censo Agrario entiende por tal el
conjunto de la superficie de tierras labradas y tierras para pastos permanentes. Las tierras
labradas, por su parte, reciben cuidados culturales sea cual fuere su aprovechamiento y la fecha
en que se hayan realizado dentro del año agrícola. Comprenden distintas ocupaciones: cultivos
herbáceos (tierras aradas o cultivadas con regularidad, generalmente por el sistema de rotación
de cultivos; incluyen cereales, leguminosas, patatas, cultivos industriales, cultivos forrajeros,
hortalizas, flores y plantas ornamentales, semillas y plántulas destinadas a la venta y otros
cultivos herbáceos), barbechos (tierras que han permanecido en descanso durante el curso de la
campaña, sin ningún cultivo, pero que han recibido algunas labores), huertos familiares
(superficies destinadas al cultivo de productos agrarios hortofrutícolas –incluida la patata–, cuya
producción se dedica principalmente al autoconsumo en la explotación) y cultivos leñosos
(cítricos, frutales, bayas, olivar, viñedo, viveros de cultivos leñosos no forestales, cultivos leñosos
en invernadero y otros cultivos permanentes).

El Censo Agrario entiende por tierras para pastos permanentes las no incluidas en la rotación
de cultivos, dedicadas de forma permanente (por un periodo de cinco años o más) a la
producción de hierba, ya sea cultivada o natural, pudiendo usarse estas superficies para pastos
o segarse para ensilado o heno. Comprenden, a su vez, diversos tipos:

a) Prados o praderas permanentes (tierras dedicadas permanentemente a la producción de


hierba, características de zonas con cierto grado de humedad y cuyo aprovechamiento
prioritario se realiza mediante siega; pueden ser normalmente usadas para pastoreo intensivo).

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b) Otras superficies utilizadas para pastos (terrenos no comprendidos en el apartado anterior,
siempre que se hayan utilizado como pasto para el ganado, situados frecuentemente en suelos
de mala calidad –zonas accidentadas o a gran altitud–, no mejorados normalmente; en general,
esta superficie se destina a pasto extensivo, no toleran una alta densidad de ganado y no
acostumbran a segarse; se incluyen las dehesas a pastos y también el erial y el matorral cuando
sobre ellos se ha realizado algún aprovechamiento ganadero, así como las áreas segadas y no
pastadas que sean de un alto valor natural y estén situadas en zonas geográficas protegidas);

c) Prados permanentes y pastos que ya no se utilizan a efectos de producción, se mantienen en


buenas condiciones agrarias y medioambientales y tienen derecho a un régimen de ayudas.

La distribución geográfica de la
SAU en España ofrece unos
resultados acordes a las
condiciones ecológicas del
territorio. Su extensión abarca,
sobre todo, los espacios más
llanos, abiertos y sedimentarios
de las regiones interiores (cuenca
del Duero, cuencas del Tajo y del
Guadiana, valle del Ebro y valles
interiores del Sistema Ibérico),
parte de las regiones de la fachada
mediterránea oriental (una
estrecha franja ajustada al litoral
desde el sur de Cataluña hasta el
sur de la provincia de Valencia, que luego se ensancha más en el sudeste, en la región de Murcia
y por los valles que la atraviesan –Segura, Guadalentín–), el valle del Guadalquivir (prolongado
hacia el oeste por las cuencas del Tinto y el Odiel y hacia el este-sudeste por las del Guadalete y
Barbate), las hoyas o depresiones intrabéticas de Andalucía oriental y también por una buena
parte de Mallorca (el Plá y el Llevant).

En cifras absolutas, son casi 27 millones de hectáreas la extensión que tiene la SAU (ambas
Castillas, Andalucía, Aragón, Extremadura y Cataluña son las comunidades que sobrepasan el
millón de hectáreas cada una), lo
que representa algo más de la
mitad de la superficie geográfica
(53%), umbral porcentual que
sobrepasan Aragón y Castilla y
León (más del 60% cada una),
Andalucía, La Rioja, Castilla-La
Mancha y Extremadura.

Por el contrario, no llegan al tercio


o lo alcanzan muy ajustadamente
la mayor parte de las
comunidades del norte de España,
así como las de la fachada

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mediterránea oriental (a excepción de Murcia). Estas diferencias se refuerzan todavía más a
escala provincial, más detallada, donde son tres provincias castellano-leonesas vinculadas a
Tierra de Campos (Valladolid, Zamora y Palencia) en las que la SAU representa más de las tres
cuartas partes de la superficie geográfica, mientras que en casi todas las del norte está en el
entorno de una cuarta parte tan sólo. La composición interna de la SAU es, igualmente,
contrastada. Precisamente, en las comunidades cántabro-atlánticas es donde domina la
extensión de la tierra para pastos permanentes (con valores que en el sector central o
asturcantábrico llegan a la práctica totalidad de la SAU); la distribución es bastante equilibrada
en Extremadura y La Rioja (tierras labradas y tierras para pastos permanentes se reparten casi a
partes iguales) y se apoya en los cultivos (con valores del 80 al 90%) en Baleares, Comunitat
Valenciana, Región de Murcia y Castilla-La Mancha.

La superficie cultivada en España ha ido


descendiendo significativamente desde el
último decenio del siglo XX, si bien es cierto que
mientras la ocupada por los cultivos de regadío
se ha incrementado ligeramente, la de secano
ha retrocedido mucho más. Hoy son poco más
de 17 millones de hectáreas las que alcanzan las
tierras cultivadas (sobrepasaron ligeramente los
20 en 1990), una tercera parte de la superficie
geográfica de España, siendo la mayor parte
cultivos herbáceos (53%), que ocupan casi el
doble que los cultivos leñosos (29%). Los
barbechos y otras tierras no ocupadas suponen
el 18% restante, valor tampoco desdeñable.

La superficie de prados y pastizales, no ha


variado mucho en los últimos decenios y
equivale a casi una quinta parte de la superficie
geográfica nacional. Incluye, aunque a partes
desiguales, los pastizales (la más representada,
que equivale prácticamente a los cultivos
herbáceos sobre tierras cultivadas), más de la
mitad de toda la superficie para pastos, (53%),
la de los prados naturales (casi un 13%) y la de “erial a pastos” (también para aprovechamiento
ganadero, si bien más temporal), que es de una tercera parte. Por encima de una cuarta parte
de la superficie geográfica de prados y pastizales sobresalen las comunidades del norte más
orientadas tradicionalmente a la ganadería (Cantabria 39%, y Asturias, prácticamente el 30%),
pero asimismo Canarias, casi con un 31% (por la amplia extensión del erial, igual que Almería, la
provincia española con más representatividad), La Rioja (zona donde históricamente los ganados
trashumantes han pastado todo el borde serrano meridional de esta región), Extremadura y
Castilla y León (con valores muy elevados, en esta última, en las provincias de Ávila y Salamanca).

1.2. El secano

Como secano comúnmente se entiende por tal realidad agraria: la tierra de labor que no tiene
riego y que sólo participa del agua llovediza. Conviene precisar también, para evitar posibles

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lugares comunes con zonas de erial, que significa la existencia de una actividad agraria concreta,
sea del tipo que sea.

Dentro de esos parámetros las posibilidades


son prácticamente infinitas y se puede afirmar,
sin temor a equivocarse, que ha sido, sin
ninguna duda, la forma de aprovechamiento
labrado de la tierra de mayor tradición
histórica y la de mayor extensión superficial.
Afirmación que se hace especialmente patente
en las zonas de clima mediterráneo, que en
Europa abarcan desde el centro y sur de
Portugal hasta Italia y Grecia, con más que
significativa representación en España.

No debe extrañar que, en buena parte


asociada a estos secanos, vaya el concepto de
trilogía mediterránea, donde se integran como
cultivos fundamentales los cereales de
invierno (trigo y cebada), el olivo y la vid, si
bien entre los cultivos leñosos ocupan amplios
espacios (en algunos casos están en franco
avance territorial) otras especies como el
almendro, de gran empuje comercial, lo que le
augura un crecimiento prácticamente seguro.
Pero el mundo de los secanos es mucho más complejo que lo que pudiera deducirse de estos
rasgos básicos, pues intrínsecos con los cultivos esenciales van un conjunto de técnicas o
sistemas de cultivo que, a la larga, amplían y diversifican el espectro agrario de dichos secanos.
Nos referimos a la práctica del barbecho y rotación de cultivos, que introducen variedad y
diversidad, con la presencia de las leguminosas y algunas forrajeras; en este mismo sentido, el
aprovechamiento ganadero de los residuos de las cosechas (rastrojos) abre un espacio híbrido
entre secanos y ganadería extensiva con determinados aspectos diferenciales.

Este escenario, rico y


complejo, se enfrenta a la
innegable realidad de un
manifiesto retroceso
superficial, que en muchos
casos no va asociado
exclusivamente al avance y
auge del regadío), sino que
simplemente demuestra una
situación verdaderamente
más drástica: el abandono de
la labranza en determinadas
tierras que, en pura lógica,
son las menos productivas.
Ello, sin embargo, no puede

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hacer ignorar la importancia que los secanos han tenido en nuestra historia agraria y la
importante contribución económico-social y cultural en buena parte de España.

Un primario acercamiento estadístico a la composición interna de nuestros secanos nos ofrece


la contundente realidad de ocupar prácticamente el 78% (más de tres cuartas partes) del total
de las tierras labradas en España, resultado de situaciones regionales particularizadas en las que
el secano puede estar explicado por factores climáticos positivos (la abundante humedad
ambiental hace innecesario el riego), o por la causa contraria: situaciones ambientales que
imposibilitan el riego. Por una causa o por otra, el hecho es que la proporción de los secanos en
el conjunto de las tierras labradas llega a alcanzar el cien por cien en algunos territorios
(Cantabria) y prácticamente en un solo caso (Canarias) queda por debajo de la mitad.

Sobre este escenario se imponen, como protagonista fundamental y aprovechamiento más


generalizado, los cultivos herbáceos, a cuya superficie, en muchos casos, habría que añadir los
barbechos que suelen ir asociados a las técnicas productivas habituales tendentes a hacer
compatibles producción continuada y conservación de los suelos. También ocupan un lugar
significativo dentro de los secanos españoles los cultivos leñosos, que adquieren un especial
significado en la Comunitat Valenciana (73,9% del total de los secanos), Andalucía (49,4%),
Murcia (43,9%), La Rioja (40,1%), etc. En el polo opuesto, los leñosos de secano están
prácticamente ausentes (y por razones bien diferentes) en Cantabria (2,5% del total) y Castilla-
León (2,8%). La situación antes esbozada es resultado de una evolución temporal cuya constante
más rotunda es la continua disminución de la superficie ocupada con cultivos de secano.

De un total de alrededor de 17 millones de hectáreas constatados en 1990, en el año 2013 esta


superficie quedó reducida a 13,3 millones (-21,5%). Esta pauta evolutiva se muestra generalizada
en los distintos aprovechamientos del secano español, pues los cultivos herbáceos perdieron
1,8 millones de hectáreas, los barbechos descendieron en 1,27 millones y, finalmente, los
cultivos leñosos de secano descendieron en unas 530 mil hectáreas.

No hay un crecimiento similar del regadío (pasó desde 3,19 a 3,79 millones de ha), lo que parece
indicar la profunda crisis de los secanos tradicionales, lo que a su vez en algunos casos es la crisis
de los modos y maneras de explotación de la tierra que, a lo largo de los siglos, se han mostrado
como más sostenibles y mejor adaptados a las condiciones agroclimáticas de España.

Hay algunos de los factores que explican la situación y la evolución de los secanos. El primero,
por supuesto, es la dictadura del mercado, pues la globalización impide el desarrollo de una
agricultura tradicional competitiva; pero además, al hilo de la situación de los secanos
españoles, surgen otras cuestiones, tales como: la explotación racional de los recursos hídricos
y el ahorro del agua, la reducción de la escorrentía, la gestión sostenible de los suelos y un
nuevo posicionamiento frente a la erosión, racionalización de los laboreos, favorecimiento de
la infiltración y adecuada gestión de los barbechos, abuso de fitosanitarios y su propensión a
la persistencia en las regiones secas, complementariedad agrícola-ganadera, etc.

Todo ello pasa por una reconsideración de los secanos, que debieran dejar de entenderse como
un residuo agrario testimonial y arcaico del pasado, y pasar a su consideración como un
fragmento irrenunciable de nuestra cultura y patrimonio, fundamentado durante siglos como
base del suministro de alimentos de la población y cuya conservación es, en algunos casos,
garantía y aval frente a la desertización, tanto vegetal como demográfica.

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1.3. Regadío

Es la superficie cultivable que se beneficia, mediante el uso de diversas técnicas, de un


suministro artificial de agua, es un paisaje agrario sustancialmente relacionado con la historia,
economía, política agraria e hidrológica de España; así como con la existencia de unos parajes
rurales y agrarios que, en muchos casos, constituyen un verdadero mosaico territorial de la
identidad de comarcas y sus comunidades humanas. España, como otros países mediterráneos,
cuenta con una apreciable presencia del regadío que ha favorecido, mediante una histórica
intervención humana, el desarrollo de una agricultura intensiva que, entre otras facetas, ha
reducido la aridez y la irregularidad pluviométrica de buena parte de la geografía nacional.

Una intervención humana que ha propiciado la construcción de territorios y paisajes que, a veces,
remontan sus orígenes a la agricultura clásica o andalusí; a las inquietudes regeneracionistas
de finales del XIX; a las políticas reformistas del franquismo; o a los más recientes planes de
modernización del regadío. Y ello bajo la frecuente consideración de que el regadío, en un
contexto árido, es la mejor inversión posible para el desarrollo y la “salvación de la patria”.

El siglo XIX puede considerarse la verdadera centuria de la difusión ideológica del regadío como
panacea agraria, económica y social. Jovellanos, anteriormente, en su Informe sobre la Ley
Agraria de 1795, había afirmado que “no hay duda de que el riego debe ser mirado por nosotros
como un objetivo de necesidad casi general». Una aserción contundente que se reforzaría
después con la doctrina regeneracionista de Joaquín Costa, quien certificaba las virtudes del
regadío por iniciativa estatal, esgrimiendo el siguiente consejo: «regad los campos si queréis
dejar rastro de vuestro paso por el Poder”.

Esos planteamientos y el protagonismo de sus líderes a favor de la expansión del regadío,


agitaron el interés de los propietarios de las tierras e impulsaron las primeras políticas estatales

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que habrían de auxiliar el impulso del regadío a gran escala, con la construcción de grandes
infraestructuras y la aplicación de técnicas de modernización que, sobre todo, habrían de
transformar los paisajes de aquellas comarcas con las condiciones más benignas, pues
presentaban caracteres naturales y humanos propicios para el regadío y sus cambios que dejarán
atrás las antiguas huertas tradicionales, ubicadas en los medievales ruedos urbanos, o en las
riberas de ríos, arroyos y manantiales para dar paso a las grandes zonas regables bajo patrocinio
estatal, que irán propagándose por valles fluviales o por las costas de la vertiente mediterránea.

En el Anuario Estadístico de España de 1858 ya se menciona la presencia de 1.142.000 ha de


regadío. Una extensión que, sin incluir a Navarra y País Vasco, parece desmesurada para la época.
Lo más probable es que esta superficie incluyera aún los pastos y prados naturales con regadío
eventual que, por ejemplo, se daban en provincias como León o La Coruña, hoy A Coruña, que
en este anuario aparecían como importantes territorios irrigados junto a Zaragoza o Valencia.La
información estadística de Obras Públicas para 1895/96 cifra la superficie regada nacional en
unas 900.000 ha y destaca especialmente las 236.000 ha de la cuenca del Ebro. Estas cifras nos
parecen más ajustadas a la situación de la España que aún no había conocido la verdadera
expansión post-regeneracionista o el desarrollo infraestructural de la segunda mitad del siglo XX.

La Junta Consultiva Agronómica, en 1918 y tras diversas disposiciones legales, planes y el


comienzo del auxilio estatal, cifraba el regadío nacional en 1.366.300 ha, encabezadas por las
provincias de Lérida, Zaragoza, Granada y Valencia. Esta cifra desde entonces ha aumentado
con la introducción de nuevos cultivos o con la creciente implantación de sistemas de
aplicación más eficientes que, ante la competencia de otros consumos hídricos o la difusión de
los principios de la sostenibilidad, están reduciendo las elevadas demandas hídricas.

Casi cien años después, en 2015 y según la Encuesta sobre Superficies y Rendimientos de
Cultivos y su Informe sobre regadíos en España del Ministerio de Agricultura, Alimentación y
Medio Ambiente (MAGRAMA), la superficie regada nacional ocupa 3.636.519 ha, en su mayoría
con aguas superficiales. Una extensión que representa un incremento del 146,1% respecto al
ejercicio de 1918. Esta cifra significa el 21,4% de la extensión cultivada del país y el 7,2% de su
superficie geográfica; y su repercusión económica supone algo más del 35% del Producto Bruto
Agrícola nacional. Al incremento superficial, también se ha sumado una considerable inversión
tecnológica, especialmente en el campo del uso del regadío localizado. Así, mientras en 1918 la
inmensa mayoría del regadío utilizaba el sistema de gravedad o por superficie, en 2015 este
escenario se ha invertido. Hoy el sistema de riego más extendido, gracias a la creciente
importancia del regadío de frutales y olivares, es el localizado, pues prácticamente representa
el 50% del área regada. Le sigue el tradicional sistema de gravedad, con el 26,9% de la extensión
total; la aspersión, con el 15,3%; y los conocidos como sistemas automotrices, con algo más del
8%. Unas cifras que, sin duda, demuestran la verdadera revolución tecnológica conocida por este
sector en las últimas décadas, así como la progresiva reducción de sus consumos hídricos.

En lo que respecta a la distribución del regadío por comunidades autónomas, las cuatro que
encabezan la estadística son Andalucía (29,3% del total nacional), Castilla-La Mancha (14%),
Castilla y León (12,3%), y Aragón (10,8%). Le siguen por importancia superficial la Comunitat
Valenciana, Extremadura, Cataluña y la Región de Murcia, que representan en el total estatal el
27% de los regadíos españoles. Si analizamos estas cifras según sistemas de riego empleados, la
superficie regada por gravedad se localiza mayoritariamente en Aragón, Andalucía, Castilla y

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León y Cataluña, pues en ellas existe un notable protagonismo de los cultivos herbáceos y de
los regadíos anteriores a mediados del siglo XX.

El riego por aspersión suele presentarse más


concentrado territorialmente que el de
gravedad, con cifras mayoritarias en Castilla y
León, Aragón, Castilla-La Mancha y Andalucía. La
superficie regada automotriz, caracterizada por
sus espectaculares equipos, se distribuye sobre
todo por las dos Castillas. Finalmente, el riego
localizado, más propio de cultivos leñosos, se
encuentra especialmente en Andalucía, gracias a
la notable expansión del regadío olivarero,
seguida a distancia por Castilla-La Mancha,
Comunitat Valenciana y Murcia. Siguiendo la
misma fuente, los grupos de cultivos con mayor
superficie de regadío son los cereales (27,7%),
seguidos por el olivar (20,6%), el viñedo (10%),
los frutales no cítricos (8%) y los frutales cítricos (7,6%).

El riego por gravedad se utiliza


para los grupos de cereales y
forrajeras, así como para los
tradicionales huertos familiares.
El olivar y viñedo se riegan casi
únicamente con riego localizado,
siendo también el sistema más
usual en los frutales, así como en
el sector de las hortalizas o los
cultivos de invernadero. El riego
por aspersión y automotriz está
especialmente reservado para los
tubérculos, las leguminosas y los
cultivos industriales. Como cabe
inferir de las observaciones
expuestas, aunque generalmente suele aludirse al regadío como una realidad homogénea, no
cabe duda de que el escenario agrario y paisajístico del regadío nacional constituye hoy un
auténtico collage, donde conviven pasado y el presente tecnológico, y son expresión de la
política hidráulica nacional, de los cambios socioeconómicos y de un rico patrimonio que, en
ocasiones, se remonta cientos de años.

1.4. Superficie forestal

En la actualidad, alrededor del 55% del territorio nacional se considera terreno forestal. De
estos 28 millones de hectáreas, más del 71% está constituido por montes arbolados y el resto
por zonas de arbolado disperso, matorrales, pastizales y otras formaciones. España es el
segundo país con mayor superficie forestal de la UE, únicamente superado por Suecia, y el

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cuarto si tenemos en cuenta la ocupación forestal en relación con su territorio, por detrás
nuevamente de Suecia, Finlandia y Eslovenia.

Esta singularidad hispana se relativiza si consideramos la superficie forestal per cápita, ya que en
ese caso España es dentro de la Unión el noveno país, en todo caso ligeramente por encima de
la media europea. Esta situación actual es en buena medida resultado de la recuperación en los
montes que se produce a partir de mediados del siglo XX, apoyada en el abandono de la
agricultura marginal y en un relajamiento de la presión sobre los recursos forestales, como
consecuencia de la generalización como fuentes de energía de la electricidad y los combustibles
fósiles. De esta manera, la superficie forestal presenta una tendencia positiva en los últimos 50
años, con un incremento medio anual de cerca de 1.700 km2.

Además, los terrenos arbolados crecen a mayor ritmo que el conjunto de la superficie forestal,
de forma que en la actualidad representan más del 71% de esta, cuando no llegaban al 50% en
los años 60 del siglo pasado.Este incremento de la superficie forestal y sus cambios cualitativos
suponen un enorme desafío en términos de gestión si reparamos en varias circunstancias:

• Imparable vaciamiento demográfico de una buena parte del mundo rural y lo que eso
implica en términos de merma en el manejo de esas áreas.
• Invasión puntual, en el tiempo y en el espacio, por parte de la población urbana de ese
territorio o de los espacios rururbanos, con necesidades, exigencias y concepciones
singulares.
• La situación de cambio global, que amplifica los riesgos de estas masas vegetales desde
distintas perspectivas.

La localización del espacio forestal se explica fundamentalmente por el uso secular del suelo, que
a su vez ha estado condicionado por el relieve; la fisiografía, que afecta a las características de

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los suelos y a sus aprovechamientos, explica pues mejor que las cuestiones socioeconómicas o
demográficas la configuración geográfica del ámbito forestal, y lo acontecido durante las últimas
décadas ha profundizado aún más esta lógica. En consecuencia, no existe una relación directa
por ejemplo entre el grado de desarrollo económico y la superficie forestal absoluta o relativa
de cada zona. Así si el País Vasco y Cataluña son las comunidades autónomas con el mayor
porcentaje de superficie arbolada, Canarias y el Principado de Asturias presentan los valores
relativos más altos de superficie forestal total.

No puede extrañar por


tanto que los terrenos
montaraces sean en lo
fundamental un atributo
de las áreas serranas, con
la excepción notable de
choperas y fresnedas por
un lado, y de los montes
adehesados que tapizan
las penillanuras. De hecho,
las dehesas son la
formación montaraz que
globalmente en España
presenta una pendiente
media más baja (5,7%),
mientras que el resto de
unidades que distingue el proyecto Corine Land Cover y que exhiben una identidad forestal se
asientan sobre zonas con pendientes claramente superiores, siempre por encima de 12%. Esto
contrasta con los terrenos ocupados por cultivos herbáceos de secano, con una pendiente media
de 3,6%. Aunque de forma menos clara, también hay una cierta asociación entre la altitud y las
áreas forestales, que siempre aparecen en sus valores medios por encima de los suelos de uso
agrícola, y eso a pesar de la importancia agraria que tienen en nuestro país las mesetas.

Por lo que se refiere a la composición y estructura de los montes, la superficie arbolada se


clasifica en frondosas o coníferas cuando el porcentaje de ocupación en la masa es superior o
igual al 70%, y en caso de no ser así se considera mixta. Pues bien, en España las frondosas
vienen a suponer el 55% del total arbolado; estos porcentajes se elevan considerablemente en
algunas CC.AA., como Extremadura y Cantabria, donde alcanzan más del 90% de la superficie
arbolada; en el caso extremeño esto se explica fundamentalmente por la influencia de las
dehesas, como ocurre en otras áreas del occidente ibérico. Por el contrario, las coníferas
predominan en la zona oriental, y así se supera el 80% en Valencia y Alicante, y en Murcia estas
especies suman el 92,5% de sus terrenos con montes arbolados.

Por último, en referencia a las masas boscosas de tipo mixto, las mayores extensiones de este
tipo se encuentran en el norte, en concreto, en la zona pirenaica, en Galicia y en Cataluña. En
fin, si atendemos a los tipos de especies, el 60% de la superficie forestal arbolada de España
está compuesta por formaciones que presenta una única especie dominante; es decir, que el
porcentaje de ocupación de esa única especie en la masa forestal supera o iguala al 70%.

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A pesar de esta última consideración, hay que recordar igualmente que en los bosques españoles
existe una notable diversidad, que se evidencia por un lado a través de la cantidad de especies
presentes pero también cuando se atiende a la variedad de sus montes arbolados. Y de hecho
la información que nos proporciona el último Inventario Forestal Nacional subraya que algo más
del 80% de nuestros montes están constituidos por dos o más especies de árboles. En todo caso
los encinares son los montes más comunes en nuestro país; si los consideramos conjuntamente
con las dehesas (que en su mayor parte son encinares), suponen alrededor del 27% de la
extensión arbolada. Las siguientes formaciones en importancia son los pinares de carrasco,
negral y albar, que conjuntamente significan el 24,5% de esos montes arbolados.

Si atendemos al grado de naturalidad de nuestros montes, podemos decir que en España no


existe una cantidad significativa de área boscosa que se pueda considerar como no modificada
por el hombre (bosques primarios o, como mínimo, no alterados durante siglos). Por su parte,
las masas propias de selvicultura intensiva, que solemos llamar plantaciones y que tienen una
lógica productiva que se aproxima a la actividad agrícola, están compuestas por especies de
crecimiento rápido (básicamente, eucaliptos y chopos) y ocupan el 6,8% de la superficie
arbolada total. El resto de la extensión boscosa (93,2%) está compuesta por diferentes montes
arbolados seminaturales, ya sea su origen bien natural o repoblado, manejados con distintos
objetivos y técnicas por el hombre para satisfacer unas necesidades cambiantes.

Un aspecto que presenta una notable incertidumbre es el referido a la estructura de la propiedad


forestal, ya que el conocimiento de este tema es incompleto. Las estimaciones más congruentes
hablan de que aproximadamente dos terceras partes de la superficie forestal de nuestro país
está en manos privadas, incluyendo aquí los terrenos de titularidad colectiva, que pueden
suponer un 10% de las áreas montaraces. El otro tercio estaría en manos públicas,
especialmente de las corporaciones locales. Estado y CC.AA. sólo les corresponde un magro 5%.

Nuestros montes no proporcionan únicamente madera y leña y otros bienes con valor de
mercado sino que tienen un papel multifuncional y nos suministran igualmente servicios
ambientales y sociales, que, al no tener por el momento su traducción en el mercado, son
difícilmente evaluables; hablamos, por ejemplo, de la captura de carbono, la regulación hídrica y
de suelos, el valor social de los montes, la biodiversidad y los paisajes. Todos estos servicios
pueden verse en riesgo por los principales peligros que se ciernen sobre nuestros montes; uno
de ellos es la inexistencia actual de un acuerdo sobre hacia dónde debe caminar la política en
este ámbito. Más habitual es referirse a los incendios como una de las grandes amenazas de los
montes; afortunadamente la evolución que presenta la superficie afectada por fuegos presenta
una tendencia decreciente y son las áreas desarboladas las más afectadas.

1.5. Prados y pastizales

Las zonas que presentan como uso principal los pastos suponen en la actualidad
aproximadamente el 19% de la superficie geográfica nacional. Se trata de formaciones
notablemente diversas tanto desde el punto de vista florístico como de su funcionalidad dentro
de los sistemas agrarios. Es indudable que existe un vínculo entre este tipo de cubierta del suelo
y los usos pecuarios, hasta el punto de que en buena medida el mantenimiento de prados y
pastizales es básicamente posible gracias al pastoreo más o menos reiterado, pero, aunque
asociamos a estas superficies los aprovechamientos ganaderos extensivos y semiextensivos, no

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debemos olvidar que el ganado también disfruta con diferente intensidad montes, matorrales,
rastrojos o barbechos.

En los últimos decenios la extensión ocupada por estos herbazales se ha mantenido bastante
constante pero con una tendencia general ligeramente decreciente en el conjunto del país. Estas
pérdidas están obviamente relacionadas con los procesos de abandono o extensificación que
están teniendo lugar en muchas zonas rurales y en los que estas superficies actúan
frecuentemente como un paso intermedio entre los terrenos cultivados y los de carácter más
montaraz, aunque es evidente que también algunos antiguos pastizales, ante la falta de presión
ganadera y manejo humano, se embastecen y se ven invadidos por el matorral.

El peso superficial de las zonas donde predominan los pastos es especialmente pequeño en
Baleares, Cataluña, Comunitat Valenciana, Murcia, Cuenca y Albacete, lo que parece bastante
congruente con la idea preconcebida que tenemos de territorios que pueden tener dificultades
para ser la base de la actividad ganadera. Por el contrario, las provincias que presentan
porcentajes más elevados de prados y pastizales sobre el total de superficie geográfica delatan,
de alguna manera, la diversidad mencionada más arriba: en Ávila, Almería, Cantabria, Teruel,
Salamanca, Cáceres y las dos provincias canarias estos terrenos suponen más del 30% de su
extensión, pero obviamente representan ámbitos contrastados con respecto a las condiciones
naturales, la estructura de las explotaciones agrarias o las posibles modalidades pecuarias.

A consecuencia de esto podemos considerar que son poco significativos los valores medios de
altitud y pendiente que es posible extraer para los distintos tipos de herbazales del Corine Land
Cover, ya que esas categorías engloban en realidad espacios contrastados. Uno de estos
espacios son los prados bajos, que se localizan en la España atlántica, normalmente por debajo
de los 600 metros de altitud; son los terrenos pratenses de mayor calidad y producción, que
suelen recibir varios cortes a lo largo del año. A mayor altitud en la montaña cantábrica y en los

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Pirineos, los prados de siega de los valles húmedos también presentan buenos rendimientos,
pero sólo suelen segarse una o, a lo sumo, dos veces al año. Por su parte en las áreas
supraforestales aparecen los pastos de altura, tradicionalmente aprovechados por la ganadería
trashumante en distintos sistemas montañosos durante la época de verano. En muchos lugares
estas fórmulas históricas de pastoreo o se han debilitado notablemente o han desaparecido y
han sido sustituidas por modelos en los que el ganado se mueve en un radio menor y las
especies utilizadas son también distintas de lo que era habitual.

Las dehesas o montes pastados son seguramente el espacio ganadero actual de mayor
continuidad espacial, extensión y personalidad; su capacidad productiva es modesta si
excluimos las riberas más húmedas, pero es el conjunto que soporta la parte más importante
de la ganadería extensiva, situándose a lo largo de todo el occidente hispano, desde el sur de
la provincia de Zamora hasta la baja Andalucía.

Las dehesas no son sólo pastizales, sino también montes, matorrales y tierras de labor,
asimismo hay otros espacios ganaderos, normalmente temporales, en los que los pastizales son
insuficientes para el mantenimiento de los animales y son complementados con las rastrojeras,
los barbechos y los posíos. Así, en algunas zonas agrícolas los terrenos que no convenía arar por
exceso de humedad (navas o valles entrepañados) o por su escaso potencial se mantuvieron
como prados y eriales, y han sido el tradicional sostén del ganado de labor y, sobre todo, de los
rebaños de ovino que aprovechaban la derrota de mieses.

En algunos lugares de clima semiárido y suelos mediocres las dificultades para llevar a cabo
cualquier otra alternativa condujeron a la configuración de terrenos cubiertos por pastizales
pobres xerofíticos como los espartizales o atochares, albardinales y, en las zonas de mayor
humedad edáfica, lastonares. Se trata de los pastizales menos productivos y de un tipo de
espacio ganadero en realidad marginal por su carácter extremadamente extensivo.

1.6. Producciones agrarias

La distribución geográfica
que arrojan las diferentes
producciones agrarias, tanto
las de cultivos concretos
(agrícolas) como las
obtenidas de la ganadería,
apuntan en más de un caso a
una clara especialización
geográfica o regional.
Respecto a las primeras,
destacan entre otras las de
los cereales para grano,
subdivididos, a su vez, en
cereales de invierno
(cebada, trigo, avena,
centeno), de primavera
(maíz, arroz, sorgo, mijo) y otros. Del total producido por estos cereales para grano dominan los
de invierno frente a los otros dos tipos. El destino mayoritario de esta producción es el grano

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(cerca de tres cuartas partes), que proviene casi toda de los cereales de invierno, mientras que
la paja representa algo más de una cuarta parte, también toda ella proveniente de estos cereales
de invierno, y lo destinado a biocombustible es muy poco (cerca de un 1% y la mayor parte es
de los cereales de primavera).

De los distintos cereales considerados es la cebada la que alcanza un peso productivo mayor a
escala nacional, con un 40% de toda la de los cereales para grano, seguida del trigo (30%) y,
algo más alejada ya, la producción de maíz (con una quinta parte prácticamente del total). Las
comunidades autónomas más productoras de estos cereales son, fundamentalmente, regiones
interiores (ambas castillas y Aragón, que producen cerca del 70% de todo lo de España), a las
que les siguen Andalucía, Cataluña y Extremadura. La producción de cebada (80%) en las dos
castillas y Aragón, mientras que por provincias son las de Cuenca y Valladolid las más destacadas
(casi un millón de toneladas cada una), seguidas de Burgos, Palencia, Zamora, Lleida y Albacete.
En cuanto al trigo, es también Castilla y León la dominante (44% de toda la producción
nacional), pero Andalucía ocupa el segundo lugar, seguida de Castilla-La Mancha y Aragón.
Por provincias, la de Burgos (que
supera el millón de toneladas) es
la más destacada, seguida de
Palencia y de Sevilla. La
producción de arroz es,
mayoritariamente, andaluza
(42% del total), concentrada
básicamente en Sevilla; le siguen
Extremadura (poco más de una
quinta parte, casi toda en
Badajoz), Cataluña (casi toda en
Tarragona) y la Comunitat
Valenciana (la provincia de
Valencia es la que detenta todo).
Y algo más del 60% de la
producción de maíz proviene de
tres comunidades: Castilla y León (León, Zamora y Salamanca aportan el 85% de toda la
producción regional), Aragón (dos tercios de su producción provienen de Huesca) y Extremadura
(dos tercios de están concentrados en Badajoz).

La especialización productiva regional es muy explícita también en otras producciones. En la de


hortalizas es el sureste ibérico quien domina (provincias de Murcia y Almería), seguidas ya más
lejanamente por provincias como Badajoz, Granada, Ciudad Real y Albacete; en casi todas ellas
la producción principal son las hortalizas de fruto. También la producción de frutales cítricos
reafirma la especialización geográfica de dos focos: regiones del levante español (Comunitat
Valenciana y Región de Murcia) y provincias de Andalucía occidental (Sevilla sobre todo, pero
también Huelva y Córdoba). En los frutales no cítricos es la zona geográfica del valle medio y
bajo del Ebro (provincias de Lleida, Huesca y Zaragoza) el núcleo más destacado, si bien también
Murcia y la provincia de Valencia tienen peso y, significativamente, la provincia de Santa Cruz
de Tenerife. Idéntica pauta geográfica de especialización/concentración se puede observar en la
producción de vino, en donde a las denominaciones de origen se unen algunas provincias en
particular: La Mancha, la de mayor cantidad de hectolitros producidos, con Ciudad Real y Toledo

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como máximos exponentes; La Rioja, las catalanas Penedès y Priorat, Badajoz en Tierra de Barros,
Valladolid dentro de Ribera del Duero, Pontevedra dentro de Rías Baixas, etc.

E igualmente en el olivar, con la


producción de aceituna y
aceite liderada por Andalucía
(más del 80% de toda España),
especialmente por Jaén (44%
del total de España), seguida de
Córdoba (una quinta parte de
toda la producción nacional y
un cuarto de la regional) y, ya
más alejadas, Granada, Sevilla,
Málaga y las provincias
castellano-manchegas de
Ciudad Real y Toledo y la
extremeña de Badajoz.

2. GANADERÍA

La actividad ganadera aporta en


España alrededor del 40% de la
producción final agraria. Esto se debe
al importante crecimiento durante el
último tercio del siglo XX de la cabaña
ganadera, que en la última década
permanece estable alrededor de los 16
millones de unidades ganaderas
(ganado bovino, ovino, caprino y
porcino). Este balance ha sido posible
gracias al incremento del porcino, ya
que el vacuno y, sobre todo, el ovino
han visto reducidos sus efectivos.

Esta evolución ha venido acompañada


de cambios cualitativos que no sólo
afectan a la composición de la cabaña
sino especialmente a los tipos de
ganadería o de prácticas pecuarias.
Así, conviven en España una ganadería con base territorial, es decir, que aprovecha en alguna
medida los recursos pastables (porcino ibérico, vacuno extensivo de carne, ovino extensivo y
semiextensivo) y otra de lógica industrial, ya que se alimenta con piensos importados y su
ubicación no está vinculada a las condiciones naturales; esta última está representada
fundamentalmente por el porcino blanco, el ganado aviar y el bovino de engorde.

Esta dualidad se refleja en la localización de las actividades ganaderas de manera dispar y


aparentemente paradójica. Las grandes concentraciones de ganadería industrial se dan en
Aragón, Cataluña, Murcia, Comunitat Valenciana, Toledo y Segovia, mientras que la extensiva

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domina en la franja occidental del país, donde coinciden en diferentes proporciones vacuno
extensivo, ovino y porcino ibérico, y también, para el vacuno, en Galicia y la Cornisa Cantábrica.

En las producciones ganaderas, donde hay que distinguir, además, entre las generadas en
ganadería intensiva e industrial (sin tierra) frente a las extensivas (que aprovechan los pastos):
dominio de la producción láctea en regiones del norte y noroeste (Galicia, Asturias y Cantabria);
porcino, ovino y aviar industrial de regiones del mediterráneo y del sur frente a las producciones
extensivas del interior (centro y oeste).

3. PESCA Y ACUICULTURA

En el ámbito de la Unión Europea, España se sitúa en los primeros lugares por total de capturas
de pesca (volumen en toneladas de peso vivo), también por flota, junto con países como
Dinamarca y Reino Unido, los tres estados miembros donde más peso alcanza esta dimensión
(entre ellos reúnen más del 40% del total de capturas). Sin embargo, el sector de la pesca
marítima en España ha experimentado en poco más de un cuarto de siglo una sensible
reducción de peso económico de su producción, de empleo u ocupación y de flota utilizada,
aspectos estos dos últimos (empleos
y número y tipos de buques que
componen la flota pesquera) que, en
consonancia con la misma actividad y
con las políticas estatal y comunitaria
que la regulan, han conocido un
fuerte proceso de transformación y
reconversión. Para ello se ha contado
con la habilitación y dotación de
ayudas e instrumentos promovidos
desde la Unión Europea a tales fines
(el que fuese Instrumento Financiero
de Orientación Pesquera, el IFOP,
vigente entre 1993 y 2006, sustituido
por el actual Fondo Europeo de
Pesca, vigente desde 2007). Si en
1990 la actividad o sector pesquero
aportaba el 0,5% de la producción
bruta nacional y concentraba el 0,7%
de los empleos, en 2015 tales porcentajes habían descendido al 0,09% y 0,19% respectivamente
(según la Encuesta Económica de Pesca Marítima), lo que evidencia una actividad donde la
productividad es baja. De hecho, el volumen de empleo en la pesca marítima en tan solo 13
años (2002-2015) se ha reducido a la mitad, pasando de 60.000 unidades de trabajo anuales
(equivale a un puesto de trabajo a jornada completa en cómputo anual) a 30.000.

Sin embargo, esta actividad, y las industrias inducidas a partir de la misma, tienen una
importancia muy destacada especialmente en algunas regiones (comarcas y municipios
costeros de Galicia, cornisa cantábrica, Canarias, sudoeste atlántico andaluz, mediterráneo
andaluz y fachada oriental de España), que marca su perfil geográfico y socioeconómico,
reafirma su especialización productiva y refuerza la personalidad territorial.

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El carácter marítimo del territorio español encuentra en estas regiones y puertos pesqueros su
expresión máxima (Pasajes, Bermeo, A Coruña, Marín, Vigo, Huelva, Cádiz, Barbate, Motril, Las
Palmas o Castellón, entre muchos otros). En las estadísticas oficiales se agrupan en cuatro
conjuntos: Cantábrico-noroeste (todas las costas gallegas –el noroeste– más la región cantábrica
–desde el Eo hasta el Bidasoa–); Mediterráneo, la más amplia en longitud (se extiende desde el
cabo de Creus hasta La Línea de la Concepción, incluyendo asimismo Ceuta y Melilla y la región
balear); Golfo de Cádiz (la región suratlántica, entre Ayamonte y La Línea de la Concepción) y
Canarias. Además, las aguas atlánticas y las mediterráneas ofrecen condiciones distintas
(salinidad, de temperatura) que diversifican las especies, capturas y la productividad.

Las cuatro zonas antes señaladas forman el caladero nacional (o aguas nacionales, que discurren
desde la costa hasta la línea exterior de 200 millas náuticas y delimitan la denominada Zona
Económica Exclusiva, ZEE), muy sobreexplotado, faena la flota de bajura, con un día de duración
de estas labores, regresa en la misma jornada a puerto y opera en la plataforma continental.

3.1. La pesca de altura

La pesca de altura se practica a media distancia y durante varios días, y la de gran altura a larga
distancia y varios meses, ambas en otros caladeros internacionales.

3.2. Las artes de pesca

Atendiendo a la infraestructura y a las técnicas en que se basa la actividad pesquera, las


principales variables que han de ser consideradas para un mejor y más completo conocimiento
y una valoración más ajustada de las condiciones en que se desarrolla son el número total de

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buques, su capacidad de carga medida en toneladas brutas (el arqueo), la eslora (largo o
longitud) que alcanzan, su potencia (en caballos de vapor), su antigüedad y los tipos de artes de
pesca (conjunto de técnicas y métodos utilizados para capturar las especies pesqueras).

Galicia es la región que tiene una flota más amplia (cerca de la mitad del total de buques de
toda España), seguida ya de forma más distanciada por Andalucía (prácticamente un 16%) y
Canarias y Cataluña (con casi un 9% cada una).

Por arqueo, sin embargo, si bien Galicia sigue detentando los máximos valores (aunque en un
porcentaje ligeramente menor al del número de buques), es la flota pesquera del País Vasco
(que reúne proporcionalmente muy pocos buques) la que ocupa el segundo lugar, con una quinta
parte de todo el arqueo de la flota pesquera española, seguido por Andalucía (la mitad de lo que
representa el País Vasco), Canarias y Cataluña. Y sucede prácticamente lo mismo con la
potencia. Respecto a la relación y características de la flota española con las artes de pesca
desarrolladas, ha de señalarse que la pesca artesanal o de artes menores (las frecuentemente
utilizadas en zonas litorales no muy alejadas de la costa, en pesquerías de bajura y de aguas
interiores) emplea muchos buques -poco más de las tres cuartas partes del total- pero de
muchísimo menor arqueo y también con una eslora media más reducida, mientras que la pesca
de arrastre, de cerco y de palangre es de mucho mayor arqueo (cerca del 70% del total) y eslora,
empleando, por el contrario, bastantes menos buques (una quinta parte).

El arrastre lo constituyen unas redes que comprenden un cuerpo en forma de cono, cerrado por
un copo o saco que se ensancha en la boca mediante alas y pueden ser remolcadas por una o dos
embarcaciones. El cerco es un sistema de pesca en el que una embarcación rodea a un banco de
peces con una gran red, que después cierra por debajo, cercando y atrapando a los peces en su
interior. El palangre es el arte de pesca formado por un cabo madre o principal que se extiende
paralelo a la superficie del mar y que puede alcanzar bastantes kilómetros de longitud; de esa
línea madre cuelgan brazoladas de cabo con anzuelos al final de los mismos.

La flota pesquera española tiene una antigüedad media de 30 años, siendo la que se emplea en
las artes menores la que supera esta media (poco más de la mitad de sus buques superan los 30
años y algo más de un tercio sobrepasa los 40); la dedicada a las artes fijas (redes que se colocan
fijas en un lugar determinado de la costa para interceptar el paso de los peces u otros animales
marinos y a cuya captura están destinadas), así como a las redes de enmalle (red rectangular con
flotadores por arriba y plomos en su parte inferior) son las menos antiguas (15 y 17 años
respectivamente).

Por comunidades autónomas, son los buques de Canarias, Galicia, Murcia, Ceuta y Cataluña (por
este orden) los de mayor antigüedad, sobrepasando los 30 años como media en todos ellos.
Frente a ellos, los buques de las regiones cantábricas (País Vasco, Cantabria y Asturias) no
superan los 20 años como valor medio.

3.2. La acuicultura

Por su parte, la acuicultura se ha convertido en parte de la alternativa al esquilmo y


sobreexplotación de los caladeros nacionales. Su volumen de empleo es mucho menor, cerca de
7.000 UTA (Unidades de Trabajo Actual), y apenas ha variado en todo lo que va de siglo XXI.

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La acuicultura marina está especialmente desarrollada en España; las provincias de Pontevedra
y A Coruña concentran la mayor parte de los establecimientos (casi el 90% de toda España). Sin
embargo, en producción y en valor de la producción, también destacan las provincias de
Tarragona, Alicante y Murcia. Doradas, lubinas, rodaballos, mejillón, ostras, langostinos y almejas
son las principales especies producidas

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TEMA 7: MINERÍA, ENERGÍA, INDUSTRIA Y
CONSTRUCCIÓN
INTRODUCCIÓN

La minería, como actividad extractiva que es, se ha incluido tradicionalmente en el sector


primario, con la agricultura, ganadería y pesca. Pero dada la directa conexión de la minería con
la actividad industrial y con la producción de energía, se ha agrupado a esta actividad con las
otras dos. La riqueza mineral de España es considerable y reconocida desde la Antigüedad. Las
principales minas de carbón están en el noroeste peninsular y los principales depósitos de
mineral de hierro en Santander y Bilbao; hay importantes reservas de mercurio en Almadén; y
en Andalucía se extraen cobre y plomo.

También se obtienen otros minerales: potasio, manganeso, fluorita, estaño, tungsteno,


bismuto, antimonio, cobalto y sal gema. En el capítulo dedicado a la energía se analiza la
dependencia energética española del exterior, la energía primaria y final, así como las vitales
infraestructuras energéticas para un país industrializado. País industrializado, pero en el que este
sector ha cedido la preeminencia económica a los servicios. También incluido en el sector
secundario se halla el potente subsector de la construcción, que antes de 2008 llegó a suponer
el 10% del PIB.

1. LA MINERÍA

Las actividades mineras en España han tenido una gran tradición y han sido fundamentales en
la industrialización del país a partir del siglo XIX. Se inician con los pueblos colonizadores del sur
de la península ibérica y experimentan un cierto desarrollo con los romanos al incorporar nuevas
técnicas de arranque y profundización (plomo en Sierra Morena, de cinabrio en Almadén, Ciudad
Real, o de oro en Las Médulas, León). Los árabes continuaron la minería del cinabrio-mercurio en
Almadén, clave también después del descubrimiento de América, cuando se reactivaron las
minas de plata, cobre y plomo. La incorporación de avances legales en la primera mitad del siglo
XIX facilitó la entrada de capital extranjero y con él de nuevas técnicas que intensificaron la
producción y los beneficios de minerales como el cobre, pirita, hierro o carbón.

Así, se consolidarían diversos territorios mineros de Asturias (hulla, antracita), Castilla y León
(hulla, antracita, uranio, estaño, wolframio, etc.), Andalucía (cobre, piritas, rocas industriales,
sal marina, mármol, yesos, etc.), Galicia (lignitos, plomo, cinc, estaño, rocas industriales,
pizarra, granito, etc.), Cataluña (lignito, sal potásica), Aragón (lignito) o Castilla-La Mancha
(cinabrio-mercurio, hulla, hierro, caolín), entre otras (Cañizares, 2011). Hoy muchas de estas
cuencas mantienen su actividad y otras están clausuradas. Algunas de estas últimas han
valorizado su patrimonio para ponerlo al servicio de las dinámicas de revitalización
socioeconómica a través del turismo, principalmente, como las minas de Almadén que,
transformadas en parque minero, han sido incluidas en 2012 en la Lista del Patrimonio Mundial
Unesco. La riqueza en recursos minerales es muy relevante en España, como muy bien presenta
el Mapa Minero que permite asociar la geología con los recursos minerales. Las áreas paleozoicas
se relacionan, preferentemente, con mineralizaciones de pizarras (Galicia, León, Zamora), de

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hierro y carbón (Asturias, León, Teruel), estaño y wolframio (Galicia), plomo y zinc (Jaén,
Tarragona), fluorita (Córdoba), uranio (Badajoz, Salamanca), productos de cantera como los
yesos, glauberitas y thenarditas (Burgos, Toledo), junto con yacimientos de petróleo y gas
(Tarragona). Por su parte, en las zonas alpinas encontramos mineralizaciones de hierro (Bizkaia,
Granada), flúor (Gipuzkoa, Huesca, Almería), níquel y cobalto (Huesca), plomo-zinc (Cantabria,
Murcia), calamina (Albacete), ocres rojos (Jaén, Granada), plomo-oro y plata (Almería), dunitas
(Málaga) y gas (Cádiz, Córdoba y Sevilla), sin olvidar el cobre (Huelva, Sevilla).

Considerada como un sector estratégico, la minería, a pesar de la diversidad de recursos


existentes, no consigue abastecer la demanda de sectores como el de la producción de energía.
Los yacimientos minerales se agrupan en productos energéticos (carbón, hidrocarburos y
uranio), minerales metálicos (hierro, piritas, cobre, plomo- zinc, estaño-wolframio, mercurio,
oro-plata), minerales industriales (arcillas especiales, caolín, cloruro sódico, cuarzo, flúor,
estroncio, feldespatos, sales potásicas,…), productos de cantera y rocas ornamentales (granitos,
calizas, pizarras, yesos, áridos,…). Su contribución al PIB nacional ha disminuido de manera
notable desde los años ochenta del siglo pasado y representa hoy en torno al 0,7%. No obstante,
la Estadística Minera de España correspondiente a 2014, último dato oficial, afirma que, en el
contexto de la Unión Europea, España es el 8º productor de carbón, 3º de cobre, uno de los
cuatro únicos productores de níquel, el único productor de sepiolita, primer productor de espato-
flúor, el 2º productor de yeso, de magnesita y de sales potásicas y el sexto de bentonita. Destaca
también, en la producción de rocas ornamentales, especialmente pizarra (MIET, 2015). Por
regiones sobresalen Andalucía con un 23,3% del valor de la producción minera total, seguida de
Cataluña con un 18,5% y de Castilla y León con un 12%. El número de trabajadores afiliados a
la Seguridad Social relacionados con las actividades mineras (extracción de antracita, hulla y
lignito; minerales metálicos, crudo y gas natural; actividades de apoyo; y otras industrias
extractivas), ha disminuido en los últimos años situándose en menos de 25.000 trabajadores y
menos de 30.000 según el número de empleos que ofrece la Estadística Minera de España.

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La mayor parte de ellos vinculados con la extracción
de rocas ornamentales y minerales industriales. En el
mapa Trabajadores afiliados a la Seguridad Social en
minería se observa que se mantienen volúmenes
significativos en las cuencas asturianas (hulla,
antracita, fluorita) y leonesas (hulla, antracita,
wolframio, pizarra), con más de 3.000 y casi 1.400
trabajadores afiliados en 2015, respectivamente.

También, con más de 1.500 trabajadores,


encontramos las cuencas de minerales metálicos de
Huelva (cobre), así como las de otras industrias
extractivas de la provincia de Barcelona (potasa, rocas
industriales). Los productos de cantera agrupan un
volumen relevante de trabajadores en la vertiente
levantina, Andalucía y las dos Castillas, quedando la
Comunidad de Madrid con una singularidad y es el
número de trabajadores relacionados con las
actividades de apoyo.

La disminución del volumen


de trabajadores está
directamente relacionada con
la reducción de las
explotaciones mineras en
España durante las últimas
décadas. Si bien, en 2005, se
superaban las 4.200
explotaciones, a partir de 2007
la crisis económica mundial
provocó un declive sin
precedentes que derivó en la
pérdida de más de 600
explotaciones en 2010,
reduciéndose a 2.896 en 2014.
Sobresalen en porcentaje, con
un 73,3% del total, las destinadas a la extracción de productos de cantera y con un 19,6% las
de rocas ornamentales, afectadas, ambas, por la paralización del sector de la construcción. El
resto son muy reducidas, tanto las dedicadas a los minerales industriales (6%), como las de
productos energéticos (1%), y las de minerales metálicos (0,2%). La mayoría, el 81% del total, son
de pequeño tamaño y tienen menos de 10 empleados, principalmente las dedicadas a la
producción de materiales de cantera y rocas ornamentales, donde se localiza el 30% del empleo.

Sólo en aquellas zonas de cierta especialización en productos energéticos (Asturias, León,…), de


minerales metálicos (Huelva, Sevilla,..) y de minerales industriales (Barcelona) encontramos
explotaciones de mayor tamaño, de más de 25 empleados por explotación. El empleo ha
disminuido desde los más de 45.000 empleados en 2007 a 28.674 en 2014, siendo significativo
en las explotaciones de productos de cantera, que superaron los 21.000 empleos en 2008 para

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caer hasta los 12.000 en 2014, y de rocas ornamentales, con alrededor de 10.000 empleos en
2008 y menos de 7.000 en 2014.

Los productos energéticos, sometidos a una dura competencia de precios (carbones), también
perdieron empleados de manera significativa, manteniéndose más estables los minerales
industriales, y aumentando los metálicos dada la rentabilidad de sus productos y derivados.

En el mapa Inversiones
realizadas en minería se
observa que se han centrado
en el ámbito meridional: en
Huelva, Sevilla y Badajoz
(wolframio, cobre), orientadas
a sistemas de tratamiento y de
explotación. En zonas
tradicionales del norte son
relevantes en Asturias, León,
Palencia, Navarra, Zaragoza,
Teruel y Barcelona, junto con
Madrid en el sector central y
están preferentemente
destinadas a sistemas de
explotación y tratamiento,
quedando la investigación en un lugar poco significativo.

Con respecto a los costes de producción muestra que son significativos en personal, contratas
y otros gastos en las cuencas carboníferas asturianas y castellano-leonesas, como también de
las aragonesas y castellano-manchegas, tanto en la minería subterránea como a cielo abierto.
Fuera de este ámbito geográfico destacan Barcelona (minerales industriales), área sudoccidental
del país, Huelva, Sevilla y Badajoz (minerales metálicos) y Galicia (rocas ornamentales).

La Evolución del valor de la producción minera –casi 4.500 millones de euros en 2007 y 3.016
millones de euros en 2014– refleja, de nuevo, que está afectada por la crisis económica, aunque
tiende a estabilizarse. Por grupos destacan el fuerte descenso de los productos de cantera, que

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en 2007 superaban los 2.300 millones de euros y su valor de la producción queda reducido a un
tercio en 2014 con 717 millones de euros, aunque suponen casi el 24% del total en este último
año. Su localización está muy repartida. Con valores mucho más modestos, los productos
energéticos y las rocas ornamentales presentan una evolución similar, en especial los primeros,
con una fuerte pérdida. El primer puesto en el valor de la producción está ocupado en la
actualidad por los minerales industriales, que aportan un 26,5% del valor total, y los metálicos
(23,5%) cuyo valor se ha incrementado durante la crisis económica.

2. ENERGÍA

Como energía primaria se entiende la contenida en la fuente de la que procede y energía final
es la que como tal se usa en su lugar de destino. El petróleo es la principal fuente de energía
primaria no renovable en España; supone el 42% del total y le siguen el gas natural (20%), la
energía nuclear (12%) y el carbón (12%). El resto lo aportan las energías renovables (13,9%). La
crisis económica que afectó a España de 2008-2014 se reflejó en una destacada caída en el
consumo de energía, como se observa en los gráficos

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2.1. Productos petrolíferos

A través del proceso de refino del petróleo se obtienen: Gases Licuados del Petróleo (GLP),
naftas, gasolina, etileno, propileno, queroseno, gasóleo, fuelóleo, asfalto, coque y lubricantes.

• Los GLP (butano y propano) son los primeros componentes extraídos del petróleo a través
de su destilación. Se usan como combustible para cocina, agua caliente y calefacción.

• Las naftas son los principales componentes para múltiples productos, como gasolinas y
disolventes, además de materia prima para el etileno y el propileno.

• Las gasolinas se utilizan como combustibles de automoción.

• El etileno y el propileno son hidrocarburos que se utilizan para la producción de plásticos,


resinas, disolventes, acetonas y derivados.

• El queroseno es un compuesto de densidad media. Se usa como combustible de aviación


y, tras un procesado adicional, disolvente o combustible de calefacción.

• El gasóleo, tras pasar por múltiples pasos para ser purificado, se usa en (a) vehículos de
automoción –el de más calidad–; (b) en maquinaria agrícola, pesquera, embarcaciones y
vehículos autorizados; y (c) en calderas de calefacción.

• El fuelóleo, compuesto muy pesado. Su principal uso es como combustible industrial.

• Los asfaltos son un material de construcción para carreteras, pistas y circuitos. También
se usan como impermeabilizante de tejados y suelos.

• El aprovechamiento cada vez mayor de petróleos pesados genera la producción de coque


de petróleo que, dado su alto poder calorífico y bajo precio, se emplea en la industria
cementera, del aluminio y del acero.

España cuenta con unas infraestructuras de distribución de productos petrolíferos que la hacen
emblemática en el mundo. La Compañía Logística de Hidrocarburos (CLH) conecta a su red las

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ocho refinerías que producen derivados líquidos del petróleo en la Península, a través de 4.020
km de oleoductos, 40 instalaciones de almacenamiento y 28 instalaciones aeroportuarias.

También un doble
oleoducto, propiedad de
Repsol, conecta las
refinerías de Cartagena y
Puertollano. El consumo
generalizado de gas natural
ha sido posible por la red de
infraestructuras de Enagás.
Cuenta con siete plantas de
regasificación de gas natural
licuado, cuatro
almacenamientos
subterráneos, 19 estaciones
de comprensión, una red de
11.000 km de gasoductos y
seis conexiones
internacionales que permiten la importación y exportación de este recurso. También existe la
conexión desde la Península y las islas Baleares.

2.2. Energía eléctrica

Definen al sector de la producción eléctrica en España la implantación de centrales en todo su


territorio y la diversificación de las fuentes de producción como consecuencia de la
implantación, desde comienzos de este siglo, del gas natural y de las energías renovables como
recursos primarios. Las centrales hidroeléctricas se localizan en las cuencas de los grandes ríos
peninsulares. La disponibilidad de agua ha sido también un factor para la construcción de
centrales térmicas y nucleares.

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Las de carbón, ubicadas en una fase inicial en las cuencas carboníferas del noroeste peninsular
y en la provincia de Teruel, se instalaron, después, en el litoral con tres centrales en Andalucía
e Illes Balears que consumen carbón de importación.

Las de fuelóleo, que


desempeñaron un papel
estratégico, han
desaparecido de la
Península, pero son la fuente
de abastecimiento
prioritario de Ceuta, Melilla
y las islas de menor tamaño.
La disponibilidad de una
amplia red de gasoductos ha
permitido la construcción de
centrales de ciclo combinado
en el valle del Ebro. Las
centrales nucleares se
instalaron en espacios
próximos a grandes centros
de consumo.

La otra gran apuesta para la producción de electricidad han sido las energías renovables,
preferentemente la eólica (21.000 MW), solar fotovoltaica (4.700 MW) y solar termoeléctrica
(2.300 MW). También son reseñables los 1.600 MW nuevos en centrales de cogeneración. La
energía eólica tiene una localización preferente en la mitad septentrional de España, con una
presencia muy destacada en Galicia, Castilla y León, Navarra y Aragón. En Castilla-La Mancha se
han construido grandes parques eólicos en las provincias de Albacete, Ciudad Real y Cuenca, y
en Andalucía en las provincias de Cádiz y Huelva. Las centrales fotovoltaicas forman parte de
los paisajes de nuestro país desde mediados de la primera década de este siglo. Se han instalado
paneles solares en las cubiertas de viviendas, naves industriales y parques fotovoltaicos con
una gran potencia. La tercera tecnología solar, la térmica, es más reciente y sus grandes plantas
se localizan al sur del paralelo 40º N. Desde comienzos de este siglo se han instalado en España
26.670 MW en centrales de ciclo combinado, que funcionan con gas natural. Esto ha permitido
la disponibilidad de abundante potencia para futuras necesidades y para cuando no se genera
energía eólica por la escasez o ausencia de vientos.

Con este incremento tan intenso de la capacidad instalada, España acumula a finales de 2015
una potencia de 106.247 MW, de los que 101.000 se localizan en la Península. La cobertura de
la demanda de energía eléctrica en España es un hecho singular en el conjunto de países por la
diversificación de su procedencia. En 2015, predominan la nuclear (21,8%), carbón (20,3%) y
eólica (19%), y a ellas se suman otras siete aportaciones: hidráulica (11%), cogeneración
(10,1%), ciclo combinado (10,1%), solar fotovoltaica (3,1%), solar termoeléctrica (2%), otras
renovables (1,8%) y tratamiento de residuos (0,8%).

La estructura de la generación anual de energía renovable suele ser variable, debido a que está
condicionada por la disponibilidad de agua y de vientos.

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En 2015 quedó así: eólica
(51,4%), hidráulica (29,7%),
solar fotovoltaica (8,4%),
solar térmica (5,5%) y otras
renovables (5%). Red
Eléctrica de España
distribuye la producción de
las grandes centrales
eléctricas españolas a las
zonas de consumo, a través
de una red de líneas
eléctricas aéreas que suman
en el conjunto de España
43.660 km, repartidas por
casi la totalidad del territorio
español.

3. INDUSTRIA

La industria ha desempeñado un papel determinante en el crecimiento económico y en el


progreso social de los países. La primera y segunda revolución industrial representaron a lo
largo de los siglos XIX y XX la más profunda transformación histórica de las estructuras
productivas, sociales y territoriales en España.

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El cambio de una economía agraria y sociedad campesina a un país industrializado conllevó un
intenso proceso de urbanización y la formación del actual sistema urbano, así como la
especialización de los territorios (regiones y ciudades) en funciones productivas muy diversas y
el desarrollo de una moderna red de transportes y comunicaciones que vertebra con eficacia el
espacio peninsular.

Aunque la modernización también tiene una vertiente sombría: los desequilibrios regionales y
la desigualdad emergen como expresión de las contradicciones del capitalismo industrial y la
globalización del sistema económico actual. Corresponde al grupo C de la Clasificación Nacional
de Actividades Económicas (CNAE) 2009 y agrupa otros 24 subsectores, contenidos entre los
códigos 10 y 33. Es preciso puntualizar que este grupo C incluye la rama industrial 19, coquerías
y refino de petróleo, que en otras clasificaciones industriales, como la RAMI (Ramas Industriales)
elaborada por el antes denominado Ministerio de Industria, Energía y Turismo (MINETUR) se
contabiliza como rama energética, en lugar de industrial. Por tanto, aunque la información
estadística utilizada se basa en la clasificación CNAE 2009.

La importancia de la industria manufacturera para la economía española es evidente: en 2015


empleó a más de 1,9 millones de trabajadores (el 10,8% del total), generó una cifra de negocios
de 407.502 millones de euros y su Producto Interior Bruto (PIB) representó el 12,9% del PIB
nacional. Las actividades que forman parte del sector son muy diversas, y van desde la
alimentación, bebidas y tabaco (26,2% del total de la cifra de negocios del subsector) y material
de transporte (16,9%), hasta la industria textil, confección, cuero y calzado (3,5%). La industria
en su conjunto, además, tiene una productividad laboral media superior a la de los otros
sectores de la economía (hasta un 47% superior al sector servicios una vez excluido el
inmobiliario). Se trata de una actividad clave en el sector exportador: casi un 30% de las ventas
se destinaron al extranjero, dos tercios de las cuales fueron en la UE. En definitiva, la economía
española dispone de un tejido industrial diverso, exportador y de productividad elevada.

3.1. La desindustrialización

La desindustrialización es, sin embargo, un fenómeno que, como en el resto de los países
desarrollados, también está ocurriendo en España. El peso de la industria como sector
económico ha disminuido cinco puntos porcentuales entre 1995 y 2015, mientras que el sector
servicios ha aumentado en ocho puntos porcentuales en el mismo periodo (hasta el 68%).

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No obstante, la separación entre industria y servicios es cada vez más difusa, pues los procesos
de producción tienden a fragmentarse y muchas actividades que antes producían las
manufacturas están ahora subcontratadas en el sector servicios, e incluso realizadas en el
extranjero, procesos que se conocen como outsourcing y offshoring, respectivamente.

Desde el punto de vista territorial, la desindustrialización desencadenó la crisis o el declive de


ciertos espacios de tradición industrial, como la ría de Bilbao, el área central de Asturias,
Sagunto, bahía de Cádiz o el Baix Llobregat en Cataluña, especializados en actividades industriales
tradicionales (textil, siderurgia, construcción naval…) y, aunque el mapa industrial español no se
ha modificado sustancialmente, desde el punto de vista laboral, el peso del empleo industrial
sobre el total regional es mayor actualmente en Navarra, Aragón, La Rioja y País Vasco. El
gráfico Evolución del número de empresas en la industria manufacturera muestra su sentido
decreciente: entre 2008 y 2016 la cifra total pasa de 229.222 a 172.130 empresas, es decir, en
ocho años disminuye el directorio en 57.092 empresas, un 24,9% menos, lo que se explica por la
quiebra de empresas y su consiguiente cierre, siendo las pequeñas y medianas empresas las
más afectadas; no obstante, hay que tener en cuenta que también está ocurriendo un proceso
de fusión o integración entre empresas, que buscan ganar tamaño para ser más competitivas.

3.2. La diversidad de la
industria manufacturera

La diversidad de la industria
manufacturera española en
2016 se aprecia bien en el
gráfico sobre la Distribución de
empresas por sectores y el
mapa Empresas industriales:
un total de 18 ramas de
actividad, desde alimentación,
bebidas y tabaco, pasando por
cuero y calzado, metalurgia,
química, hasta madera,
muebles y materiales de

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transporte, con
desigual peso
específico, pero
dando cuenta de una
variedad productiva
que ayuda a reforzar
la presencia en los
mercados de un
abundante número.

La diversidad
sectorial o por ramas
de manufacturas es
mayor en las
comunidades
autónomas donde el
número total de
empresas también es
más elevado: así se
aprecia en los mapas
cómo Cataluña,
Comunitat
Valenciana,
Andalucía y
Comunidad de Madrid ofrecen una notable variedad sectorial, aunque la importancia de unas
ramas y otras es diferente: por ejemplo, en Cataluña destaca la rama de los productos metálicos
sobre el resto mientras que en Andalucía hay un equilibrio de este con la rama de alimentación.
Si atendemos al componente territorial, la importancia numérica de las empresas ligadas a las
manufacturas sobre el conjunto del tejido empresarial revela un pronunciado contraste, pues
solo en el País Vasco, Navarra, La Rioja y Castilla-La Mancha se supera el 6,9%. Por el contrario,
donde su peso relativo es menor es en las Islas Canarias, Illes Balears o Andalucía. Si atendemos
al PIB industrial, sobresale la importancia de Cataluña, Comunidad de Madrid, Comunitat
Valenciana y País Vasco, donde, no obstante, la evolución de este indicador es negativa desde el
inicio de la crisis, como en el resto de las comunidades autónomas, si bien el balance del período
2000-2015 es positivo por la recuperación de los valores en los años recientes, como se refleja
en la cartografía adjunta.

La evolución del empleo en la industria manufacturera muestra entre 2000 y 2015 un desplome
del volumen de efectivos, una pérdida que afecta sobremanera a las comunidades autónomas
con más empleo en las manufacturas al inicio del período, pero que es general a todo el país.
De hecho, el gráfico sobre este indicador referido al período 2000-2015 para el conjunto de
España atestigua la tendencia decreciente del empleo en la industria manufacturera, que pasa
de casi 2,9 millones de empleados a menos de dos millones en 2015, lo que representa una
pérdida cifrada en casi una tercera parte del músculo laboral en este tipo de industria.

Con respecto a la evolución del Producto Interior Bruto en la industria manufacturera muestra
los dos fenómenos de enorme importancia para comprender la dinámica de esta rama de
actividad.

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El primero, que la tendencia del PIB es a crecer
entre 2000 y 2008 y sólo por efecto de la crisis
financiera este indicador se contrae entre 2008 y
2013, para iniciar la remontada que lleva a un
cambio de tendencia desde 2013 (el PIB tiene un
comportamiento más positivo que el empleo y
tiende a crecer por efecto de la mayor eficiencia de
la industria en general y las manufacturas en
particular); en segundo lugar, el empleo industrial
retrocede no sólo debido a la crisis general de la
economía, sino por una inercia relacionada con el
impacto de las nuevas tecnologías, la robotización
y la terciarización (menos empleo en las
manufacturas, pero más cualificado).

Con respecto a la evolución de la cifra de negocios


en la industria manufacturera ilustra una caída
importante entre 2008 y 2009, si bien la
recuperación tiende a estabilizar este indicador en
los 407 mil millones de euros en 2014. Por ramas, muestra el protagonismo o fuerte peso
específico de alimentación, bebidas y tabaco, metalurgia, material de transportes y química.

Por su parte, la revolución neotecnológica, basada en las TIC (Tecnologías de la Información y


el Conocimiento), supone un verdadero desafío para el sector, con efectos visibles en el
territorio. Con respecto a lo primero, la industria, como otros sectores económicos, se halla
inmersa en una profunda metamorfosis debido a fenómenos emergentes como la digitalización
de los procesos productivos, el desarrollo de la inteligencia artificial, la robotización, las
posibilidades de producción asociadas a la impresión 3D o la explotación del big data.

Todos estos avances dan lugar a lo que se conoce como Industria 4.0 y conllevan un profundo
cambio en el perfil de los profesionales que trabajan en el sector. Si en su origen la industria
ocupó a trabajadores provenientes del sector agrícola sin que precisaran de mucha formación,
ahora los ocupados tienen un nivel educativo más elevado y en las empresas se impone la

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formación continua, indispensable para aprovechar al máximo las oportunidades que las nuevas
tecnologías ofrecen y para añadir valor a las manufacturas.

Por su parte, las tareas más mecánicas o repetitivas,


que solían ser desarrolladas por trabajadores poco
cualificados y con salarios bajos, están siendo
sustituidas por robots o procesos mecanizados, lo que
repercute en la organización del trabajo en la fábrica.

Los cambios ligados a las nuevas tecnologías afectan


también a los factores de localización y desarrollo
urbanístico de las áreas empresariales: los polígonos
industriales tradicionales, que se ubican a lo largo de
las principales vías de acceso a las ciudades y
aglomeraciones urbanas, deben convivir con parques
tecnológicos y científicos, espacios empresariales y de
investigación de cuidado diseño urbanístico, edificios
de moderna arquitectura y con accesibilidad óptima a
centros de investigación y enseñanza superior. Los
empleados de estos nuevos espacios industriales son,
en un alto porcentaje, ingenieros y expertos en nuevas
tecnologías y las empresas instaladas deben dedicar
una parte de su actividad al I+D+i con el propósito añadido de llegar a constituir un verdadero
medio innovador, que requiere de un proceso también nuevo: la transferencia de conocimiento.

Para impulsar la recuperación de la industria tras la crisis reciente es necesario asimismo un


compromiso por parte de los responsables públicos, que se traduce en una política industrial
orientada a que el sector aumente su contribución al PIB y a la creación de empleo, pero
también al logro de una mayor competitividad y desarrollo de la innovación. El instrumento para
alcanzar estos objetivos es la Agenda para el fortalecimiento del sector industrial en España, un
plan de acción con propuestas concretas que desde 2014 trata de impulsar el crecimiento del
Valor Añadido Bruto industrial, la creación de empleo y la mejora de la posición competitiva
del tejido industrial español, al tiempo que sienta las bases para que, en el medio plazo, se
adapte a los nuevos retos globales y a los cambios que ya se están produciendo como resultado
de la transición digital en el conjunto de la economía, creando nuevas oportunidades de negocio
y utilizando el poder transformador de la tecnología para aumentar la competitividad y
productividad del tejido industrial. Dicha Agenda contempla diez líneas de actuación:

1. Estimular la demanda de bienes industriales con efecto multiplicador en la economía.


2. Mejorar la competitividad de los factores productivos clave.
3. Asegurar un suministro energético estable, competitivo y sostenible dentro de la UE.
4. Reforzar la estabilidad y uniformidad del marco regulatorio español.
5. Incrementar la eficiencia y la orientación al mercado y a los retos de la sociedad de la I+D+i.
6. Apoyar el crecimiento y la profesionalización de las PYME españolas.
7. Adaptar el modelo educativo a las necesidades de las empresas.
8. Aumentar el peso de la financiación no convencional en las empresas industriales.
9. Apoyar la internacionalización de las empresas industriales y la diversificación de mercados.
10. Orientar la capacidad de influencia de España a la defensa de sus intereses industriales.

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4. CONSTRUCCIÓN

El subsector de la construcción en España ha tenido


cierto protagonismo en las últimas décadas. Incluido,
junto con la industria y la energía en lo que
tradicionalmente se denomina sector secundario, su
peso económico ha sido relevante superando el 10%
del PIB nacional en el cambio de siglo y entre 2004 y
2008 manifestó su capacidad de generar empleo.

El gráfico Evolución del mercado de trabajo en el


sector construcción en las décadas 1996-2016 así lo
demuestra, donde se puede observar claramente un
período expansivo que se había iniciado a principios
de los noventa con un volumen de activos en
construcción elevado (más de 1,6 millones de
personas activas vinculadas con este sector que se
convierten en casi 3 millones una década después, en
2007), hasta la reciente crisis financiera mundial,
iniciada en 2007-2008, cuando este volumen, y por
extensión el de ocupados, comienza a descender de manera acelerada (algo más de 1,2 millones
de activos y casi 1,1 millón de ocupados) aumentando las cifras de parados, todo ello con una
tendencia a la estabilización una vez superados los años más fuertes de la crisis, desde 2013.

Si bien la primera etapa señalada se corresponde con un crecimiento de la urbanización hasta


2007 sin parangón con ningún otro ciclo descrito hasta el momento, tanto por su duración como
por su intensidad (Rullán, 2012), es lo que algunos autores han denominado la “década
prodigiosa del urbanismo español” (Burriel, 2008) o el “tsunami urbanizador” (Gaja, 2008),
reflejo del auge edificatorio, principalmente viviendas, que conocemos como “burbuja
inmobiliaria”.

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Su distribución regional
con datos de 2016, indica
que el reparto de
población activa en
construcción es muy
significativo, tanto por
regiones como por
provincias, aunque
lógicamente destacan las
áreas metropolitanas,
donde los mercados de la
vivienda presentan una
mayor oferta y demanda
(Madrid, Barcelona,
Valencia, Sevilla,…) junto
con las zonas costeras
tradicionales, destino de
numerosas inversiones españolas y extranjeras, en gran medida de población jubilada (Alicante,
Málaga, Cádiz, y, las provincias insulares de las Illes Balears y Canarias). Destacan también
algunas provincias en las que el porcentaje de población activa en construcción es superior al 8%
de la población activa total, como Cáceres, Segovia o Teruel así como, de nuevo, Illes Balears.

El gráfico Evolución del número de empresas de


construcción ilustra un cambio paralelo a lo
sucedido en el mercado laboral, si bien el
proceso es ascendente hasta el momento en el
que se declara la crisis financiera (de 300.000
empresas en 2001 se pasa a algo más de 450.000
en 2007), una crisis que terminó convirtiéndose
también en urbana al iniciarse un periodo de
inestabilidad social, política y económica global
(Méndez, Abad y Echaves, 2015); será a partir de
2008 cuando cierren algunas de ellas
contabilizándose en torno a 320.000 en 2012,
para de nuevo invertir la tendencia conforme el
mercado inmobiliario y, en menor medida el de
la obra pública, se estabilizan con algo menos de
400.000 empresas en 2015.

El volumen de empresas se relaciona con las


regiones donde se localizan las áreas
metropolitanas más grandes y que, en general,
se trata de pequeñas empresas, pues en la
mayor parte de los casos tienen menos de 10
empleados, con una distribución muy parecida
en todas las comunidades autónomas.

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La participación en el PIB, sin embargo, no manifiesta esta situación dual comentada, con
grandes diferencias antes y después de la crisis. Como podemos observar, la aportación de la
construcción al PIB no experimenta grandes altibajos desde 1995 (casi un 9%) hasta 2007 (en
torno al 10%) con un crecimiento continuado fruto del auge constructivo y un mercado de la
vivienda muy activo, tanto en la primera como en la segunda residencia.

La crisis rebaja su contribución al PIB pero no existe un desplome tan significativo como en los
casos anteriores y a partir de 2013 (alrededor de un 5,5%) se estabiliza sin grandes diferencias.
Todo ello está en relación directa con el pinchazo de la burbuja inmobiliaria y el cierre de
empresas de muy distinto tipo, con el consiguiente aumento de parados, pero se palía con un
volumen de viviendas en stock aún importante que las inmobiliarias y los bancos continúan
sacando a la venta a precios elevados, aunque más bajos que en la primera década del siglo. Los
datos por regiones para 2015 reflejan algo importante y es, en primer lugar, cómo de nuevo la
participación en millones de euros es más importante en las regiones más pobladas y con las
ciudades más grandes (Comunidad de Madrid, Cataluña, Andalucía, Comunitat Valenciana),
pero esto no se corresponde con un mayor peso del PIB en la economía regional.

Precisamente, en este sentido, los porcentajes más relevantes, por encima de un 6% de la


construcción sobre el PIB total, los ofrecen regiones periféricas (Galicia, Asturias, Cantabria) y,
sobre todo, regiones cercanas a los grandes mercados metropolitanos como Castilla-La Mancha
y Extremadura, en las que este subsector siempre ha sido relevante para sustentar empresas
que directa (minerales de cantera, fabricación de ladrillos, etc.) o indirectamente (fabricación de
puertas, etc.) estuvieran relacionadas con la construcción, más allá de una mano de obra móvil
(commuting) que se desplaza
diariamente a Madrid para trabajar.

El gráfico Volumen de negocio en el


sector construcción para el total
nacional en 2015 presenta una cierta
preponderancia las actividades
relacionadas con la construcción de
edificios, preferentemente nueva
vivienda, así como la promoción
inmobiliaria, relacionada tanto con
vivienda nueva como con vivienda ya
construida (en algunos casos

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desafortunadamente relacionada con los desahucios derivados de la crisis económica), junto con
las instalaciones eléctricas y de fontanería que van unidas a las anteriores. A continuación,
sobresale la construcción de carreteras, puentes y túneles que, tras un significativo parón de la
obra pública, se ha reactivado en los últimos años; asimismo, destaca el acabado de edificios, la
demolición y preparación de terrenos o la construcción de redes. Por regiones vuelven a
destacar Madrid, Cataluña y Andalucía (entre 15.435 y 17.517 millones de euros cada una),
seguidas de Comunitat Valenciana, País Vasco y Galicia (entre 6.053 y 8.692 millones de euros).

4.1. Licitaciones de obra pública

Las licitaciones de obra se


identifican con subastas o
concursos públicos de
obra. Según el tipo de obra,
los últimos años (2012-
2016) reflejan un lugar
destacado para la
edificación no residencial,
cuestión lógica con un
parque de viviendas tan
elevado como el existente
en España y un
mantenimiento en niveles
bajos del residencial, que
tiende a equilibrarse entre viviendas familiares (protagonistas de la burbuja) y establecimientos
colectivos. De manera específica, el gráfico Ingeniería civil manifiesta para esos mismos años y
también en millones de euros, un repunte claro en 2014 y cierto peso de las actividades
relacionadas con la construcción de carreteras y vías urbanas, así como el abastecimiento de
agua potable y saneamientos.

Por regiones en 2016 destaca la ingeniería civil en casi todos los casos, muy por encima de la
edificación residencial, relevante en Madrid, donde el volumen de negocio supera el billón de
euros, y en menor medida en Cataluña y Andalucía, Galicia y el País Vasco. Sobresalen también
aquellas regiones en las que las licitaciones han aumentado porcentualmente de manera
significativa respecto al año anterior (más del 50%), síntoma de la recuperación económica, como
es el caso de Madrid y Comunitat Valenciana.

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TEMA 8: EL TURISMO
INTRODUCCIÓN

El ocio y el tiempo libre son las condiciones de partida para el desarrollo del turismo, que se
convierte en un fenómeno de masas cuando mejoran y se abaratan los transportes, se
generalizan las vacaciones pagadas y se rebajan las tensiones internacionales –guerra fría- a
mediados del siglo XX. España entra en el turismo de masas cuando normaliza sus relaciones
internacionales a partir de 1960 y rápidamente esta actividad se convierte en un subsector
estratégico –dentro de las actividades terciarias-, cuyos ingresos cubren ya el 72% de la Balanza
de Pagos dos años más tarde. Desde los inicios la política turística está orientada hacia la
captación del mayor número posible de visitantes, de lo que deriva un turismo de baja calidad -
de sol y playa-, concentrado en los meses veraniegos y circunscrito a la costa mediterránea y los
archipiélagos balear y canario. A partir de los años ochenta desciende la estacionalidad, se
incrementa ininterrumpidamente el número de viajeros, se incorporan las técnicas más
modernas y, ya en el siglo XXI, se adoptan algunas medidas en defensa de un turismo sostenible,
por aquello de no morir de éxito.

1. EL PESO DEL TURISMO EN LA ECONOMÍA ESPAÑOLA

En España, desde los inicios del siglo XXI estamos asistiendo a un cambio ciertamente
significativo en la dinámica turística, en respuesta a los procesos de globalización y, sobre todo,
a las nuevas tendencias de los mercados. Se manifiesta fundamentalmente en diferentes
indicadores como la llegada de turistas internacionales, número de pernoctaciones, ingresos o
aportaciones al PIB nacional. A su vez, estos procesos están influenciados por la crisis financiero-
económica, siendo el año 2009 el que marca un antes y un después en la evolución de los
diferentes indicadores turísticos.

En el año 2001 se superaron los 75,6 millones de visitantes internacionales, de los que 48,6
millones eran turistas (visitantes que pernoctan), si bien descendió el número de
pernoctaciones, que en ese año fueron 143,4 millones, bajada que continuaría hasta el año 2004,
en el que se registran 134,6 millones de pernoctaciones. El año 2005 el número de turistas
internacionales asciende a 55,9 millones y se recuperan ligeramente las pernoctaciones con
138,7 millones, tendencia que se trunca en el año 2009 con la llegada de 52,2 millones de turistas
internacionales y 141,2 millones de pernoctaciones. A partir de ese año se van remontando las
cifras de llegadas y pernoctaciones hasta llegar al año 2013 a 60,7 millones de turistas
internacionales (5,6% de incremento respecto al año anterior) y en 2016 hasta los 75,3 millones
(un 10,5% más que en 2015).

Estos cambios han tenido un reflejo en las aportaciones al PIB. Así, con los inicios del siglo actual
y hasta finales de 2008 se produce un periodo de ligero descenso en este indicador pasando la
aportación al PIB en el año 2000 del 11,6%, al 10,9% en el año 2004. Este decrecimiento se irá
pronunciando hasta el año 2009 que registró tan solo el 10%, notándose de modo evidente los
efectos de la crisis financiero-económica. Estos primeros años del nuevo siglo han representado
un freno a la evolución positiva de los ingresos desde la década de los años noventa del siglo
pasado.

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No obstante, desde 2010 se produce
un ligero incremento de la
participación en el PIB que no parará
hasta alcanzar en el año 2014 el
10,9%. Respecto a los ingresos por
turismo, estos han tenido una
evolución casi siempre al alza desde
el año 2000 hasta alcanzar en el año
2013 los 47.110 millones de euros.

En cuanto a los gastos, cabe señalar


que desde los primeros años del
tercer milenio han ido
incrementándose hasta alcanzar casi
los 14.500 millones de euros en el año 2007, cuando se produce un suave recorte hasta 2013
registrándose un gasto exterior de 12.360 millones de euros y, como resultado, un saldo
positivo de 34.750 millones de euros en la balanza final, hecho que resulta importantísimo para
compensar el déficit en nuestra balanza de pagos.

Las empresas turísticas que participan en estos


procesos en el año 2015 son 402.420, una cifra
ligeramente inferior a la de 2010. En esta industria
turística las empresas de restauración representan un
63,4% del total y las ligadas a la actividad de la
hostelería y similares casi un 6%. Estas registran un
ligero incremento en el año 2015 respecto al año
2010. Sin embargo, si bien los hoteles estrellas de oro,
se incrementaron en un 5% entre 2010 y 2014, los
hostales, establecimientos de estrellas de plata, han
disminuido entre ambos años en un 4,9%, debido a
las reestructuraciones realizadas en el sector.

Las agencias de viajes y otros servicios de reserva


experimentan un incremento significativo, después
de haber pasado este subsector unos años muy
críticos con la crisis económica. También las
empresas dedicadas a los servicios deportivos y
recreativos, dadas las tendencias de la demanda cada
vez más con actitudes y comportamientos proactivos,
han registrado un incremento significativo desde 2010.

Merece la pena fijarse en las empresas que se dedican a la industria cultural. Son las que han
representado un crecimiento más espectacular, ya que de las 3.383 empresas en el año 2010 se
ha pasado a un total de 5.364 en el año 2015, es decir, un 58,6% de crecimiento. La demanda
creciente de este tipo de turismo junto con el importante número de recursos patrimoniales y
culturales de nuestro país, son dos circunstancias favorables que han propiciado el despegue de
una actividad turística que aúna el recurso endógeno a la mejora en la calidad del turismo.

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En definitiva, estamos ante una situación dual con la excepción de las empresas de pasajeros
por ferrocarril que influye, sin duda, tanto en la productividad como en la dedicación de
recursos para formar a los trabajadores en la innovación y en la mejora de la calidad de los
servicios, sobre todo, una vez inmersos en el marco de las TIC.

El transporte juega un papel decisivo en la funcionalidad turística de su territorio. El acceso


cómodo de los turistas a los productos ofertados es condición necesaria que facilita, de hecho,
el incremento de la demanda, a la vez que activa los recursos endógenos y, en suma, contribuye
al desarrollo socioeconómico y bienestar de la población local.

Cerca de 66.500 empresas se ocupan de esta


movilización de personas y bienes, de las que el
99% lo hacen por carretera. Estas ostentan un
tamaño menor que las que lo hacen por mar o
aire. La demanda vivida en los últimos años se
sintetiza en la ligera disminución del número de
empresas en el transporte por carretera y
marítimo y el incremento significativo en el
transporte aéreo. Una manifestación más del
cambio de tendencia de la demanda y las
formas de negocio empresarial en el marco de
un mundo globalizado. El tejido empresarial que
sustenta la actividad turística, como es bien
sabido, es muy diverso. Destaca, en primer lugar,
la presencia de las empresas dedicadas a la
hostelería con casi el 70%, le siguen a mucha
distancia las empresas de transporte de
pasajeros por carretera con un 15,6% y las
dedicadas a los servicios deportivos y recreativos
con el 10%; con una participación todavía menor
están las empresas de transporte aéreo,
marítimo y por ferrocarril (0,7%), aunque se
trata de empresas de tamaño infinitamente
mayor; las agencias de viajes y otros servicios de reserva (2,9%) y la industria cultural con el 1,2%.

La diversidad también es notable desde el punto de vista estructural en cuanto a la presencia


de empleo asalariado en las empresas. Las hay con el 100% de asalariados como es el caso de
RENFE, entidad pública empresarial-operadora, mientras en el resto de los sectores están muy
por debajo del 50%; la presencia de trabajadores autónomos es muy notable en las dedicadas al
transporte de viajeros por carretera, las que lo hacen en el campo de los servicios deportivos y
recreativos y las que sustentan la industria cultural. En un nivel intermedio se encuentran las
empresas de transporte marítimo con un 24,4% de empresas sin personal asalariado, y un 35,4%
las que tan solo cuentan con 1 y 2 trabajadores; el transporte aéreo presenta un 45% de empleo
no asalariado. En el sector de hostelería y similares, tan decisivo en la industria turística, casi un
40% de las empresas no cuentan con empleo asalariado, de forma semejante a lo que ocurre
en el campo de la restauración (35,6%).

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2. LA OFERTA TURÍSTICA

La oferta turística forma parte fundamentalmente del sistema turístico y se ve representada


desde el punto de vista territorial tanto en los espacios litorales como en el medio rural o en el
espacio urbano. La oferta turística está íntimamente ligada a las condiciones geográficas de un
territorio y a las especificidades de sus recursos que son requeridos por la demanda tanto real
como potencial. En el caso del litoral español, el recurso natural de las playas junto con las
condiciones de confort climático ha generado un competitivo producto de sol y playa que ha
sido y sigue siendo determinante para el desarrollo del turismo. En este espacio se ubica el 70%
de las plazas hoteleras realizándose el 75% de las pernoctaciones totales. De ellas el 95% se
localizan en el litoral mediterráneo, Baleares y Canarias.

Paralelamente, esta oferta de alojamientos reglada, entre los años 2000 y 2007 hasta el inicio de
la crisis financiero-económica de 2008, ha ido acompañada de procesos de urbanización
relevantes en los que tanto los españoles como los extranjeros adquirieron para uso vacacional
o permanente viviendas en nuestras costas. Esta situación se vio favorecida, no solo por la
calidad de nuestras playas, sino también por la favorable situación geoestratégica, por las
economías de los países demandantes de nuestras costas, por las buenas condiciones de la
financiación de las viviendas y por la proliferación de vuelos de bajo coste.

2.1. Calidad turística

Como ya se ha adelantado, uno de los recursos naturales más importantes que han hecho posible
esta evolución ha sido el número de playas y su calidad, convirtiéndose el producto de sol y playa
en el principal icono de nuestro turismo litoral; este producto ha ido evolucionando hasta
enriquecerse con otros, tanto de carácter natural, como cultural o de acontecimientos
programados. Además, se ha perfeccionado con la aplicación de modelos de gestión que han
mejorado su calidad ambiental.

El número total de playas en las costas españolas en el año 2015 es de 3.469, en ellas están
contabilizadas las playas o calas de cantos rodados y con arenas de granulometrías altas. Hay
provincias como A Coruña que registran 399 playas, Pontevedra 365, o Asturias con 202 que, a
pesar de tener el número más elevado de playas, no son las más desarrolladas turísticamente
en el producto sol y playa. Esta situación se refleja lógicamente a nivel municipal, caso de Cangas
en Pontevedra con 42 playas, Muros en A Coruña con 26 o en algún destino del litoral
mediterráneo como Vinaròs (norte de la provincia de Castellón) que registra 26 playas, de las que
18 son calas de cantos rodados y de arenas con granulometrías altas.

Teniendo en cuenta estos condicionantes el conjunto de playas representan una longitud de


1.905,2 kilómetros, siendo las provincias con mayores longitudes de playas A Coruña, Cádiz y
Las Palmas, con 152,5, 138,4 y 136,1 kilómetros respectivamente. Más allá de la cuantificación
de este importante recurso turístico, cabe señalar que últimamente se ha puesto el acento en el
reconocimiento de su calidad. A tal efecto, anualmente se otorgan certificaciones de calidad
ambiental mediante la concesión de bandera azul a las playas que presentan su candidatura. La
certificación corre a cargo de la FEE (Foundation for Environmental Education), organización sin
ánimo de lucro fundada en 1982 y presente en 64 países. Esta fundación preside el jurado en el
que participan las agencias de Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Turismo.

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En el caso de España, es la Asociación de Educación Ambiental y del Consumidor (ADEAC) la
responsable de la gestión; cada año se constituye el jurado, formado por ADEAC, comunidades
autónomas litorales, Federación de Municipios y Provincias, algunos ministerios, fundaciones y
universidades, que aprueba las candidaturas.

En el año 2015 fueron galardonadas 577 playas con bandera azul, el 16,6% del total de las
playas. Por CC.AA. la gallega con 131 banderas azules es la que más playas galardonadas
registra, habiéndole adjudicado esa certificación al 15,6% de las presentadas. La Comunitat
Valenciana ocupa el segundo lugar con 120 banderas azules, si bien es muy relevante que tenga
galardonadas el 36,59% de las presentadas (59 en Alicante, 31 en Castellón y 30 en Valencia),
todas ellas presentan granulometrías bastante bajas en los calibres de la arena, con la excepción
del sur de la provincia de Castellón. El resto de las comunidades autónomas ostentan un número
inferior. Por último, cabe significar en espacios de interior la bandera azul concedida a Playas
Costa Dulce de Orellana la Vieja, en el embalse del mismo nombre, en la comarca de La Serena
de Badajoz, que en 2015 ha renovado por octavo año consecutivo tal galardón.

Uno de los referentes importantes para valorar la importancia de nuestros destinos turísticos
son las certificaciones, representadas en el mapa Establecimientos certificados con «Q» de
Calidad Turística. Esta certificación tiene su origen en 1977 y la otorga el Instituto para la Calidad
Turística Española (ICTE), integrado por las asociaciones turísticas más relevantes. La concesión
exige el preceptivo examen por parte de auditores que aseguran la calidad, seguridad y
profesionalidad de sus empresas y establecimientos. Con ello se busca afianzar su prestigio,
hacer reconocible su diferenciación, dar un sello de fiabilidad a los clientes, ratificar su
rigurosidad en el servicio e impulsar la promoción de los equipamientos que ostenten esta
certificación.

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El ICTE clasifica los
establecimientos en
distintos tipos de
categorías que han
sido agrupados en seis
para facilitar su
representación:
alojamientos incluye
alojamientos rurales,
balnearios, camping,
hoteles y
apartamentos
turísticos;
instalaciones
deportivas incluye
campos de golf,
estaciones de esquí,
instalaciones náutico-
deportivas y turismo activo; los servicios turísticos incluyen convention bureaux, ocio nocturno,
oficinas de información turística, palacios de congresos, patronatos de turismo, servicios de
restauración, servicios turísticos de intermediación y transportes turísticos.

En el conjunto de España en el año 2015 había un total de 1.860 «Q» de calidad turística en los
diferentes establecimientos siendo los que presentan mayor número de acreditaciones los
establecimientos de servicios turísticos con 1.002 y los alojamientos con 535 y, a más distancia,
instalaciones deportivas (41), turismo industrial (27) y finalmente los espacios naturales (23).

Respecto a los establecimientos de servicios turísticos con la «Q» de calidad destacan por su
concentración el País Vasco, con 65 entre las tres capitales vascas, y Madrid y entornos (tan solo
la capital concentra 54). Galicia también presenta una gran concentración de este tipo de
establecimientos con dicha acreditación, destacando A Coruña con 18 y Vigo con 16. Otras
ciudades que sobresalen en el norte son Gijón con 15 y Santander con 10. Respecto al área
mediterránea destaca Barcelona con 21 y Valencia con 15. Al sur de la Comunitat Valenciana y
norte de Murcia se configura una importante concentración con Alicante capital con 11, Murcia
13 y 14 en Orihuela. En Andalucía, Sevilla capital destaca con 23 «Q» de calidad y Málaga con 14.
En los territorios y provincias del interior destaca Córdoba con 13 y Zaragoza con 15, junto a una
llamativa ausencia de estas distinciones con la excepción de Madrid. En las zonas insulares
sobresalen Las Palmas de Gran Canaria con 9 y Palma de Mallorca con 11. En definitiva, en torno
a Madrid, País Vasco y Galicia es donde mayor concentración hay de establecimientos con «Q»
de calidad de servicios turísticos. Respecto a las «Q» de calidad en alojamientos, la dispersión
es mayor en toda España. No obstante, cabe destacar estos alojamientos en destinos turísticos
de sol y playa. Son los casos de Benidorm o Sanxenxo con 14 establecimientos, Salou y Peñíscola
con 6 cada uno o Lloret de Mar y Gandia con 5. Sorprenden el bajo número de alojamientos de
Madrid con 6, Barcelona con 4, Valencia con 3, Sevilla con 2, o núcleos históricos como Santiago
de Compostela con 5 y Toledo con 3.

En cuanto a la «Q» de calidad en las playas, si bien hay una gran presencia en la mayor parte de
los tramos litorales, sobresalen Málaga con 32, destacando Mijas con 8. El litoral murciano

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registra 28 «Q» de calidad en sus playas sobresaliendo Cartagena con 12 «Q» y Mazarrón, Águilas
y Los Alcázares con 6 cada uno. También, más al norte, el litoral valenciano con más de 20 «Q»
en sus playas, caso de la capital valenciana con 4, Benidorm, Benicàssim o la capital castellonense
con 3. La costa de Almería también supera las 20 destacando Roquetas de Mar con 6. Más al sur
destacan las «Q» de calidad de Rota en Cádiz, con 4. En las Illes Balears sobresalen los municipios
de Sant Llorenç con 9 y Calvià con 8 «Q» de calidad. En la costa cantábrica destacan los municipios
de Santander con 5 «Q» y Gijón con 3 y, ya en Galicia, Sanxenxo con 9 «Q» de calidad. En
definitiva es la costa mediterránea junto con las Illes Balears las que destacan en las «Q» de
calidad de las playas. Respecto al turismo industrial las «Q» de calidad registradas son 27, siendo
los municipios de Cambados, Meaño y Ribadavia los más representativos. Por último, los espacios
naturales protegidos con «Q» de calidad son 23, de los que 3 se localizan en Huesca y 2 en Ávila,
Burgos y Murcia, respectivamente.

2.2. Alojamientos

Entre los alojamientos


comerciales, por su
titularidad pública, destacan
los Paradores de Turismo,
que están presentes en todas
las comunidades autónomas
menos en Illes Balears. Esta
red de establecimientos se
inició en 1928 con el situado
en la sierra de Gredos; en el
año 2015 se alcanzan los 95
paradores en todo el
territorio nacional, con una
media de 65 habitaciones y
más de 4.000 empleados. La
ubicación de la red de
Paradores es excelente ya que nueve de ellos están situados en ciudades declaradas Patrimonio
de la Humanidad, estando distribuidos gran parte del resto en entornos monumentales, en
parques nacionales o espacios naturales altamente atractivos, predominando los edificios
históricos.

Por categorías son los de cuatro estrellas los más numerosos seguidos por los de tres estrellas,
13 en total, y tres de cinco estrellas, uno en Santiago de Compostela, otro en León y un tercero
en territorio portugués, el de Casa de Ínsua. En cuanto a la distribución por el territorio
peninsular, su número es mayor en el centro y norte. En los espacios insulares ya hemos
adelantado que la comunidad Illes Balears no registra ninguno, pero sí la canaria con cinco, uno
en cada isla, menos en las de Lanzarote y Fuerteventura. Por último, son establecimientos
altamente competitivos por su singularidad, tanto en la ubicación de sus edificios, como por la
calidad en las prestaciones a sus clientes de ahí que haya más de 750.000 personas
pertenecientes a la asociación Amigos de Paradores.

En los establecimientos hoteleros en España se constata, sobre todo a partir del año 2002, un
repunte en su crecimiento hasta la actualidad. Cabe significar que el descenso iniciado en el año

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1999, venía propiciado por el decrecimiento de los hostales. Las cadenas hoteleras para llevar a
término su expansión requerían de una cierta estandarización de sus servicios y los hoteles se
ajustaban más a ese objetivo, siendo primero los de tres estrellas y, posteriormente, los de
cuatro estrellas. El decrecimiento de los hostales en favor de los hoteles es constante hasta que
en el año 2008 ya eran más los hoteles (8.340) que los hostales (8.131), hasta que, en 2014, los
hoteles superan en 1.738 establecimientos a los hostales, evolución que queda muy patente en
el gráfico de Evolución de los establecimientos hoteleros.

Como se aprecia en el mapa Hoteles las provincias de Illes Balears, Asturias, Barcelona y Girona
son las que representan porcentajes superiores a 5% con respecto al total nacional. Entre el
3,1% y el 5% cabe señalar las provincias de Pontevedra, Málaga, Alicante y Madrid. Las que
menos porcentajes
hoteleros presentan
son las provincias
que componen las
comunidades
autónomas de
Castilla-La Mancha
y Castilla y León con
una participación
inferior al 1,1% del
total de España.

A nivel nacional
predomina, con el
32,9%, la categoría
de tres estrellas,
seguida de la de
cuatro, con el
25,9%, la de dos con 23,7% y la que menos la de una estrella con 15,1%. Es significativo, que los
hoteles de tres y cuatro estrellas representen el 58,8% de la oferta hotelera, lo cual avala la buena
calidad media de los hoteles españoles. No obstante, la distribución espacial muestra algunas
matizaciones. En las comunidades autónomas situadas en la costa mediterránea, además de Illes
Balears, el predominio de los hoteles de tres y cuatro estrellas es claro, debido,
fundamentalmente, al producto de sol y playa, llegando a representar estas categorías en la
comunidad autónoma balear el 80,8%. Sin embargo, en Galicia y Asturias el predominio
corresponde a los hoteles de una y dos estrellas, aunque en la comunidad autónoma asturiana
la presencia de la categoría de tres estrellas es más elevada. El mayor equilibrio de todas las
categorías, con la excepción de la categoría de cinco estrellas, se da en Cantabria y en el País
Vasco. En la Comunidad Foral Navarra y en La Rioja, en torno al 50% son hoteles de tres estrellas.
En las comunidades autónomas de Castilla y León, Castilla-La Mancha y Extremadura, aunque
son relevantes las categorías de dos, tres y cuatro estrellas, la presencia de la categoría de una
es relativamente importante.

En el centro peninsular, la Comunidad de Madrid presenta un predominio claro de las categorías


de hoteles de cuatro y tres estrellas aunque no es desdeñable la presencia de los hoteles de dos,
siendo bastante inferiores en número los hoteles de una y cinco estrellas. La distribución de las
categorías de hoteles en la Comunidad de Madrid, lógicamente, está marcada por la presencia

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en Madrid capital de toda la diversidad de productos existentes, desde el turismo cultural,
congresos, naturaleza, ocio, etc. además de su potencial industrial y de servicios. En Canarias la
distribución es similar a la referida en Illes Balears, es decir, predominan casi de manera absoluta
las categorías de hoteles de cuatro y tres estrellas, aunque en este caso la de cuatro estrellas es
superior. Por último, significar que la categoría de cinco estrellas es muy inferior al resto y la
mayor presencia de hoteles de este rango se da, por un lado, en Madrid y Barcelona y, por otro,
en las comunidades
autónomas de Illes
Balears y Canarias.

En el mapa Plazas
en hoteles se
muestra que el
mayor peso lo
ostentan las
provincias del arco
mediterráneo, Illes
Balears y Canarias,
además de Madrid.
Este claro
predominio de
plazas es aún mayor
que el del número
de hoteles, lo que se
debe al mayor
dimensionamiento que tienen los hoteles, sobre todo en zonas turísticas de producto de sol y
playa por motivos de rentabilidad y elevada demanda. Respecto al total nacional las provincias
de Barcelona y Málaga, además de Madrid, Illes Balears y Canarias, alcanzan una participación
superior al 5% del total nacional. Entre el 3,1% y el 5% se encuentran las provincias de Girona,
Tarragona y Alicante. Cádiz, Almería y Valencia oscilan entre 2,1% y 3%. El resto de las provincias
mediterráneas españolas y en el norte peninsular las provincias de A Coruña, Pontevedra,
Asturias y Cantabria, su participación oscila entre el 1,1% y el 2%. El resto de las provincias
españolas está por debajo del 1%, es decir todo el interior peninsular con la excepción de Madrid.

Entre 2001 y 2013 la tendencia en la evolución del número de plazas hoteleras ha sido al alza,
incluso mayor que la de creación del número de hoteles, repuntando aún más en 2014.

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Esto es debido, en buena medida, al nacimiento de una estructura de alojamiento comercial de
más calidad, en parte por la desaparición de hostales o su conversión en categorías superiores.
Este constante crecimiento se refleja en todas las comunidades autónomas, aunque en términos
absolutos más en las mediterráneas, excepto Murcia, además de Canarias y la Comunidad de
Madrid. Sin embargo, en la variación del número de establecimientos hoteleros entre agosto de
2001 y 2014, el mayor porcentaje de crecimiento se constata en la Comunidad de Madrid, con
porcentajes superiores al 200%, y en Galicia, Navarra y País Vasco, con variaciones que oscilan
entre el 175% y el 200%. También es de significar la variación del número de establecimientos en
Castilla y León, Castilla-La Mancha y Aragón, ello debido, en gran medida, a las políticas aplicadas
en productos turísticos como el cultural-patrimonial y el de naturaleza y al atractivo
gastronómico de estos espacios de interior.

El mapa Evolución de
plazas en camping
ofrece información
sobre este tipo de
alojamiento. En
agosto de 2014 había
1.178
establecimientos
abiertos. En ellos se
ofertan 754.275
plazas, que en un
70% se ocupan entre
los meses de junio y
septiembre.
En las comunidades
autónomas de
Cataluña, Andalucía
y Comunitat Valenciana se ubica el mayor número de camping con el 29,2%, 12,3% y el 9,3%, y
el 63,4% total de las plazas. Por provincias son las catalanas de Girona, Tarragona y Barcelona, a
las que se unen Alicante y Cádiz las que registran mayor número. Estos establecimientos se
ubican en general cerca de las zonas de playa. No obstante, también adquiere protagonismo en
algunas provincias del interior, sobre todo en zonas de montaña (provincias de Huesca y Lleida).
También cabe citar su presencia en las zonas costeras de las rías bajas de Galicia y en toda la
cornisa cantábrica, sobre todo en las costas de Asturias y Cantabria. Su menor presencia se da
por motivos geográficos obvios en Illes Balears y Canarias. Por municipios destacan Blanes con
12, Benidorm con 11 y Torroella de Montgrí y Sanxenxo con 10 cada uno.

Desde agosto del año 2001 hasta agosto del 2014 el número de plazas en los campings ha ido
descendiendo ligeramente en el conjunto nacional. Sin embargo, el comportamiento espacial
ha sido dispar. Así, Cataluña ha visto descender sus plazas, a pesar de ser la primera comunidad
en este tipo de alojamiento, al igual que Andalucía o Asturias, mientras otras se han mantenido.
Aragón, Navarra, País Vasco y Extremadura han incrementado el número de establecimientos
por encima del 109,1%, siendo el crecimiento más significativo el de Canarias, con el 233%. En
definitiva, parece existir un cambio de tendencia en este tipo de alojamiento, debido, en parte,
al atractivo de los espacios de interior, con sus productos de naturaleza, cultura y gastronomía.

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Siguiendo con la tipología de alojamientos turísticos otra modalidad es la de los albergues. Por
plazas su mayor presencia es en Cataluña con más de 7.300; le siguen Andalucía, Comunitat
Valenciana, País Vasco, Castilla-La Mancha y Castilla y León. Por el contrario, Asturias, La Rioja,
Comunidad de
Madrid, Murcia e Illes
Balears son las que
presentan un menor
número de plazas.

El alojamiento en
apartamentos
turísticos tiene una
oferta media de más
de 450.000 plazas
que generan más de
22.000 puestos de
trabajo. En el mapa
Plazas en
apartamentos
turísticos se aprecia
su concentración en
las provincias
costeras mediterráneas (Cataluña, Comunitat Valenciana, Illes Balears), Andalucía y en Canarias
con casi el 90% del total. Entre ellas, Canarias y Comunitat Valenciana con el 27,1% y el 18,2%,
respectivamente, son las que mayor número de plazas ofertan. Las provincias de Girona,
Tarragona, Alicante y Málaga superan el 5% del total de plazas, seguidas de Valencia y Castellón,
que oscilan entre el 3,1% y el 5% del total. Sin duda, estas plazas en apartamentos turísticos
están claramente ligadas al producto de sol y playa, y cabe significar que desde el año 2001
hasta la actualidad se ha incrementado su número de manera sustancial, muchas de ellas
procedentes de una oferta alegal que desde hace unos años está en proceso de regulación.

Los Alojamientos y
plazas en turismo
rural crecieron de
manera importante
en España entre 2001
y 2012, si bien en ese
año se inició un
descenso,
posiblemente por su
sobreoferta y
descenso de la media
de ocupación. Así, la
oferta en 2014
descendió en casas
rurales y se
contabilizaron 16.087
establecimientos. El

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número de plazas registradas en agosto de 2014 era de 152.207. Castilla y León representa el
18,9% de las plazas ofertadas, unas 28.000 plazas, estando el resto de comunidades autónomas
a bastante distancia; le siguen Cataluña con 16.508, Andalucía con 13.896 y Comunitat
Valenciana con 9.409 plazas.

Los centros de turismo de salud españoles más genuinos los componen los balnearios o
estaciones termales y los centros de talasoterapia. El número de establecimientos balnearios
alcanzan los 113. Galicia y Cataluña concentran entre ambas más del 35% del total; le siguen
Andalucía y Aragón. Cabe señalar que el 40% disponen de la «Q» de calidad. Por lo que respecta
a los centros de talasoterapia, en los últimos años han desaparecido algunos y en el año 2016
se cuenta con 6 centros, 2 en Galicia y Comunitat Valenciana y uno en País Vasco Murcia.

Un tipo de alojamiento
de notable importancia
son las viviendas
secundarias. Muestra
contrastes por razones
dispares. Por un lado,
destaca la franja litoral
mediterránea en donde
responden al atractivo
que ejercen las playas. El
crecimiento ha sido
espectacular en los
últimos decenios del
pasado siglo y loss
primeros años del
presente milenio; fue
una manifestación más
del “boom inmobiliario”, que se paralizó en 2008, y de la mayor holgura económica de una buena
parte de la sociedad que decidió invertir en un alojamiento vacacional. Por otro lado, están las
provincias de interior (por ejemplo Cuenca, Guadalajara, Ávila, Segovia, Soria y Teruel con más
del 30% de sus viviendas como residencias secundarias) que poseen otro tipo de atractivos,
notablemente los relacionados con el patrimonio natural y cultural, con el que la población de
las grandes aglomeraciones urbanas se siente atraída por su valor, cercanía y un reconocimiento
social cada vez más elevado; en este ámbito rural del interior peninsular, muy despoblado, sobre
todo en las áreas de montaña, se ha producido, a su vez, una recuperación y rehabilitación de
las casas por parte de los descendientes de los que en su día emigraron o bien por nuevos
inquilinos del ámbito urbano sin relación previa que han adquirido y acondicionado bastantes de
las viviendas. Hemos asistido, de hecho, a un cambio funcional del hábitat de gran calado que
dejó su papel agrario por otro cariz netamente turístico.

3. LA DEMANDA TURÍSTICA

3.1. Viajeros extranjeros

En 2014, el número total de entradas o de visitantes por fronteras fue de 107,1 millones, lo que
representó el máximo de llegadas en la serie histórica de FRONTUR. No obstante, y en función

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de la clasificación de los viajeros receptores, el segmento de turistas supuso el 60,5% del total de
visitantes (en torno a 65 millones); a ello hay que añadir los 42,2 millones de excursionistas.

El mercado internacional de turistas


extranjeros en España procedentes de
los países europeos representó, en el
año 2014, el 91%. El conjunto de los
turistas extranjeros procedentes de
Reino Unido, Francia y Alemania
alcanzó una cuota de más del 55% del
total, alcanzando los procedentes del
Reino Unido más del 23%.

Como se aprecia en el mapa Origen y


destino de los turistas extranjeros, las
comunidades autónomas que más
turistas extranjeros reciben son las del
litoral mediterráneo que, junto con
Canarias, alcanzan más del 80% del
total nacional. Respecto al origen, en
Cataluña predomina el turista francés
por proximidad geográfica con el
27,4%, seguido de los de procedencia
alemana con el 8,5%, el
italiano con el 8%,
siendo el de origen
ruso con casi el 5%,
muy importante en la
costa tarraconense.
Cabe significar también
el estadounidense con
el 3%.

En Illes Balears el
predominio es de
origen alemán,
contabilizándose hasta
un 36,5%, seguido del
británico con el 29,7% y
a más distancia el
turismo italiano, con el
5,5%. Esta presencia tan abrumadora de alemanes y británicos en estas islas se debe al
posicionamiento ya histórico de los mayoristas turísticos alemanes y británicos que,
prácticamente, se repartieron el mercado, utilizando los vuelos aéreos de bajo coste.

En la Comunitat Valenciana también predomina el turismo británico (33,4%); sobre todo su


presencia es más ostensible en Alicante, muy ligado al producto de sol y playa, a la oferta de

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ocio y recreación, y a las ofertas del transporte aéreo. Los franceses alcanzan el 15,1%,
básicamente en el norte de la comunidad, y el turismo alemán el 8,5%.

En la Región de Murcia la llegada de turistas extranjeros es muy inferior, ya que tan sólo
representa el 20,0% del total de visitantes, con predominio del Reino Unido y Francia, mientras
que está muy dispersa la procedencia de los turistas del resto de países; sin duda, la ausencia de
instalaciones aeroportuarias competitivas está entre las razones principales del bajo número de
visitantes extranjeros en esta región. En Andalucía predominan los británicos (29,4%), seguidos
de los franceses (12,5%) y los alemanes (10,8%), aunque la diversidad por su procedencia es muy
variada, destacando también el bloque de países nórdicos.

Canarias recibe turistas procedentes del Reino Unido, Alemania y países nórdicos, que suman
más del 73% de los que visitaron las islas en ese año 2014. La Comunidad de Madrid alcanza una
cuota de turismo extranjero del 7% del total de España; tiene una mayor diversificación, siendo
los mercados de procedencia, por orden de importancia, Francia, Italia, Reino Unido, Alemania,
Portugal y Bélgica, que suponen todos ellos casi el 50% del total. En la fachada cantábrica la
presencia de turismo extranjero es mucho menor, aunque cabe significar el posicionamiento en
los últimos años del País Vasco, sobre todo por la llegada de turismo francés. En Galicia, aunque
con menos presencia sobresale el turismo francés y el británico. En Cantabria, aunque con
bastante menos que las otras dos comunidades, predominan franceses y británicos.

En el interior peninsular, además de Madrid, cabe destacar también por sus incrementos en este
año 2014 Castilla y León con turismo francés y portugués. En el resto, la presencia de turistas
extranjeros es muy inferior. Si se compara el número de turistas respecto al total de habitantes,
destacan las dos comunidades autónomas insulares con cifras superiores al 5%. Entre el 1,1% y
el 2,5% está el arco mediterráneo, excepto Murcia que cuenta entre el 0,6% y el 1,0%, dato muy
similar a Madrid, Cantabria y País Vasco.

La Procedencia de los turistas extranjeros según países, del año 2013, refleja el predominio del
Reino Unido con el 23,6%, los alemanes el 16,2%, los franceses representaron el 15,7%, y los
nórdicos el 8%. A más distancia se sitúa Italia (5,2%), Bélgica (3,1%) y Portugal (2,8%). El resto de
los países europeos aportaron el 3,9%. Fuera de Europa, la llegada de los turistas procedentes de
EE.UU en 2013 supuso el 2% y el conjunto de los demás países de América el 3,1%, siendo el
porcentaje del resto del mundo el 3,2%.

Respecto a la variación del número de turistas que visitaron España entre el año 2010 y 2013,
cabe señalar que Francia, Alemania y Reino Unido registraron una progresión que osciló entre
el 10,1% y el 20,0%. Es muy significativo constatar que el país que más incrementó su aportación
de turistas fue Rusia con tasas superiores al 150%, al igual que los países nórdicos con
variaciones entre el 40,1% y el 80,0%. Por el contrario, Portugal e Italia sufrieron
decrecimientos importantes en el número de turistas hacia nuestro país. Desde el continente
americano también se incrementó, de manera sustancial, la aportación de turistas por parte de
Venezuela y Chile con tasas que rondan el 200%, seguidos en importancia por México (40,1%-
80,0%), Brasil, Canadá o Argentina, con tasas ligeramente inferiores. En el caso de los turistas
procedentes de Estados Unidos el crecimiento fue más tibio (5,3%). Resulta obvio recordar que
en todas estas dinámicas de procedencia de los turistas influyó de manera importante la
situación socioeconómica de cada país en el marco de la crisis iniciada en el año 2008.

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En el mapa Viajeros
extranjeros por vía de
acceso se aprecia el medio
de transporte que
utilizaron estos turistas
para acceder a nuestros
destinos turísticos; destaca,
lógicamente, el aéreo en los
archipiélagos, pero
también en todo el arco
mediterráneo –Barcelona
(El Prat), Alicante (Alicante-
Elche), Málaga (Málaga-
Costa del Sol)–, con una
presencia muy discreta en
aeropuertos como el de
Valencia o Sevilla. En el
centro peninsular destaca el de Madrid (Adolfo Suárez-Barajas), siendo en el resto de los
destinos mucho más limitado el acceso de turistas por vía aérea. Por carretera, el acceso más
importante es la frontera francesa, donde destacan Irun y la Jonquera como puertas de entrada;
accesos menores se registran en las fronteras con Portugal. En la llegada por mar sobresalen
los puertos de Barcelona y Algeciras, aunque con mucha menor importancia que los medios de
transporte anteriores. En definitiva, por vía aeropuertos llega el 79,7%, por carreteras el 18,4%,
por puertos marítimos el 1,4% y por ferrocarriles el 0,5%, lo que indica claramente la
importancia de los medios aéreos para los destinos turísticos más competitivos.

Los 44,7 millones de


viajeros extranjeros
alojados en
establecimientos
hoteleros en 2014, se
distribuyeron por
orden de importancia
entre: Cataluña (24,1%
del total nacional),
Illes Balears (17,2%),
Canarias (15,4%),
Andalucía (15,4%) y
Madrid (10,4%); en las
demás regiones, su
participación fue
menor: Comunitat
Valenciana (6,3%),
Galicia y el País Vasco (algo más del 2%) y el resto entre el 0,1% y 0,07%. De tener en cuenta los
datos relativos a nivel provincial, cabe destacar IIles Balears, Barcelona y las dos provincias
canarias; le siguieron Madrid, Málaga, Girona y Alicante, en donde el peso de la segunda
residencia turística es muy elevado, hecho que, obviamente, hace disminuir el peso del hotel
como modalidad de alojamiento. En 2014 se registraron más de 190,5 millones de

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pernoctaciones. Canarias (29%), Illes Balears (25,2%), Cataluña (18,9%) y Andalucía (11,6%) son
las comunidades que acaparan cerca del 85% del total nacional; a más distancia se sitúan las
comunidades Valenciana y Madrid con 5,6% y 5,2% respectivamente.

También son los británicos y los alemanes los que más días pernoctan en los establecimientos
hoteleros. La estancia media de días para el conjunto nacional es de 2,6 noches. Se superan los
cinco días en Canarias, Illes Balears y las provincias de Tarragona, Alicante, Almería y Huelva;
para el resto de provincias mediterráneas la media oscila entre 2,1 y 5 días.

3.2. Viajeros residentes en España

Los viajeros residentes en


España con destino
internacional que utilizan
los accesos por carretera se
concentran en las
fronteras con Francia, si
bien la frontera de Portugal
con Galicia registra un
importante número de
viajeros. A ello hay que
añadir los que utilizan los
aeropuertos de Madrid y
Barcelona, con una
participación de Canarias e
Illes Balears, lógicamente,
muy inferior. Algeciras es el
puerto marítimo que
adquiere más importancia,
seguido del de Barcelona.

Los viajeros residentes en


España que se alojaron en
establecimientos hoteleros
fueron 44,6 millones en
2014. Sumados a los
procedentes del extranjero
eleva la cifra total a cerca
de 90 millones de turistas
alojados en hoteles. En este
turismo interior (no
confundir con el
denominado “turismo de
interior”) adquiere importancia el litoral mediterráneo y Andalucía como espacio receptor. No
obstante, es Madrid la comunidad más destacable con cerca de seis millones de viajeros
residentes en España alojados en establecimientos hoteleros. También la cornisa cantábrica y
algunos espacios de interior destacan a este respecto aunque en establecimientos hoteleros, al
tener menor número de turistas extranjeros, las repercusiones son mayores, Andalucía,

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Cataluña, Madrid y Comunitat Valenciana son las comunidades que más residentes en España
acogen en establecimientos hoteleros. Le siguen Galicia y Asturias, mientras la presencia en el
resto es más modesta. La estancia media en Canarias supera los 4 días; en las provincias del arco
mediterráneo español y Baleares oscila entre 2,1 y 4 días, destacando las provincias de Castellón,
Alicante, Almería y Huelva. Estos viajeros alcanzaron 104,7 millones de pernoctaciones.

En apartamentos turísticos,
se contabilizaron 9,6
millones de viajeros que
utilizaron este tipo de
alojamiento, alcanzando los
66,4 millones de
pernoctaciones. Las
comunidades autónomas
más receptoras de visitantes
en los ámbitos catalogados
como principales destinos
turísticos según el INE fueron
Cataluña, Comunitat
Valenciana, Andalucía y
Madrid, y las insulares Illes
Balears y Canarias. Entre los
principales destinos turísticos municipales, además de Madrid y Barcelona con un predominio
claro de los alojados en establecimientos hoteleros, destacan en el arco mediterráneo los
destinos de sol y playa, entre ellos, de norte a sur, Blanes, Castell-Platja d’Aro, L’Escala o Lloret
de Mar en Girona; Barcelona con Calella y Santa Susanna; en Tarragona Salou y Cambrils; en la
Comunitat Valenciana en el norte Peñíscola, Gandia y Cullera en Valencia, y en Alicante, además
de la capital, Benidorm, Xavea o Calpe; en Murcia, Cartagena y los Alcáceres; y en Andalucía,
Mojácar y Roquetas de Mar en Almería.

Un destino muy importante es Granada capital con la Alhambra y en la costa Motril, Almuñécar
y Salobreña. La provincia de Málaga integra un importante número de destinos turísticos en la
llamada Costa del Sol, entre
los que destacan Estepona,
Fuengirola, Marbella y
Torremolinos. En Cádiz,
Barbate, Chipiona, Jerez y el
Puerto de Santamaría. En
Sevilla destaca la capital, al
igual que Córdoba. En cuanto
a destinos insulares, en Illes
Balears destacan todas las
islas con sus principales
destinos de Palma de
Mallorca, Calvià, Alcúdia,
Andratx, también Mahón y
Ciudatella de Menorca, y,
lógicamente, Ibiza. En

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Canarias los destinos a destacar son en Tenerife Adeje, Arona o Puerto de la Cruz, y de Las Palmas,
Lanzarote y Fuerteventura. En el resto de la Península los alojados en destinos turísticos
calificados como principales presentan cifras inferiores siendo los más destacados: en Galicia, A
Coruña y Santiago de Compostela; en Asturias, Oviedo y Gijón, destinos que se completan en
esta costa cantábrica con los de Santander, San Sebastián y Bilbao.

Los Indicadores de rentabilidad del sector hotelero muestran que Illes Balears y Canarias
presentan los hoteles más rentables con ingresos medios por habitación en 2014 entre 55 y 67
euros; Cataluña y Madrid obtienen unas medias de 45 a 55 euros; Andalucía, Comunitat
Valenciana y País Vasco entre 35 y 45 euros; por último, el resto de España está con menos de
35 euros. En definitiva, son los hoteles de Illes Balears, Canarias y los del arco mediterráneo junto
con Madrid los que presentan mayores rentabilidades.

3.3. Gasto de los turistas

El gasto de los turistas no residentes en precios corrientes muestra, entre 2006 y 2014, una
evolución acorde con la dinámica económica acaecida. En 2007, se superaron los 51.000
millones de euros, produciéndose un descenso en el año 2009 como consecuencia de la crisis
financiero-económica, pero en el año 2010 se inicia una recuperación que será progresiva hasta
el año 2014, cuando se superan los 63.000 millones de euros. De la constatación de estos datos
se deduce que durante la crisis económica, incluso en los años más críticos, el turismo, por lo que
al gasto de los turistas se refiere, no se resintió tanto como en otras actividades.

El perfil correspondiente a las comunidades autónomas es similar en Cataluña, Illes Balears o


Canarias, presentando un perfil más plano en las correspondientes al resto de comunidades.
Respecto al gasto medio diario, las regiones que más gasto medio presentan fueron las de
Cataluña y Madrid con más de 120 euros diarios, seguidas de Canarias (114 €) e Illes Balears
(106 €). El gasto medio diario más bajo lo registra la Comunitat Valenciana con menos de 90,1
euros; esto puede explicarse por el menor precio de las habitaciones en los hoteles y el mayor
número de turistas alojados en apartamentos turísticos. En el resto de España la media del gasto
de los turistas osciló entre los 90,1 y 100 euros, turistas que visitan, fundamentalmente, tanto el
patrimonio monumental y cultural como el de naturaleza y ocio.

El tema de los apartamentos turísticos es objeto de un amplio debate social y político en la


actualidad; existe un extenso mercado alegal de alquiler de estos alojamientos que está
provocando desequilibrios graves al generar una oferta muy abundante y desleal en su
competencia con otros alojamientos. La lucha por volver transparente este mercado es
incesante. Es especialmente grave el aspecto tributario que termina por crear una situación
claramente dañina para aquellos alojamientos regularizados, al ver disminuida su rentabilidad
frente a otros alojamientos no declarados que, por el contrario, adquieren ventajas injustas
propias de la economía sumergida.

Con respecto a la evolución mensual del gasto de los turistas no residentes se aprecia una
tendencia general a ser más elevado en los meses de verano. En Cataluña, Illes Balears y
Comunitat Valenciana se produce de manera más relevante, lógicamente atraídos por el
turismo de sol y playa, mientras que en Andalucía además de los meses de verano se da un
repunte en los de marzo y abril coincidiendo con la Semana Santa y la Feria de Abril de Sevilla.

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Cabe significar una mayor
regularidad en el gasto anual por
meses en Madrid y Canarias,
donde el techo mensual de gasto
se produce en el mes de marzo.
Para el resto de España, si bien el
techo de gasto mensual se da en
verano, no es tan pronunciado
debido a que la oferta de
productos es más variada, a la vez
que sus atractivos, naturales o
culturales, no justifican la
estacionalidad.

Andalucía registra el gasto medio


por persona más elevado, superior a los 1.300 euros, seguida de Madrid que oscila entre los
1.100 y 1.300 euros, a la que sigue Valencia, Illes Balears y Canarias cuyo gasto se encuentra
entre los 900 y los 1.100 euros. En el resto del territorio nacional es inferior a los 900 euros.

Si bien los aspectos económicos son de notable importancia, no se puede olvidar otro
ineludiblemente unido a la actividad turística: su sostenibilidad ambiental. Un recurso deja de
serlo en su plena potencialidad si durante un tiempo es sometido a graves presiones y
sobrecargas, entrando en un proceso regresivo con consecuencias negativas:

Determinados productos turísticos, notablemente los de sol y playa pueden estar en situación
crítica en determinados momentos (no son extraños cierres temporales de playas por
contaminación o conflictos sociales por colisión de costumbres y contaminación acústica). En
algunos recursos turísticos como espacios naturales protegidos o bienes arqueológicos se lleva a
cabo, con el debido cuidado, un trato sostenible; esta experiencia sería recomendable que se
extendiera a otros. La búsqueda de equilibrios entre potencialidad de acogida y satisfacción de
la demanda no debe cejar; los responsables de gestión turística deben estar atentos a los límites
de carga del recurso turístico que nunca deben ser sobrepasados.

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Empleo turístico

Para el análisis de la evolución habida en los últimos años


y la temporalidad del empleo turístico, la información que
ofrece el Instituto de Turismo de España no es
pormenorizada para todas y cada una de las comunidades
autónomas. En 2014, el empleo en el sector turístico
representó el 12,7% del total y el 16,6% respecto al
sector terciario, porcentajes que lo convierten en un
sector clave para el conjunto del empleo en España. Las
comunidades autónomas de Illes Balears y Canarias son
las que mayor tasa de ocupación registran en el sector
turístico con más del 25% de su empleo total, mientras
que Cataluña, Comunitat Valenciana y Andalucía están en
torno a la media nacional.

En la evolución de los ocupados entre los años 2009-


2015, en general, se produjo un ligero descenso desde el
año 2009 hasta el 2012, registrándose desde 2013 una
ligera recuperación. Illes Balears, Canarias y Andalucía
prácticamente no han acusado ese descenso, siendo la
Comunitat Valenciana la que más ha mostrado los efectos
de la crisis económica, si bien ha repuntado de manera
significativa desde el año 2013 hasta el 2015.

Con respecto a la distribución de ocupados del sector


turístico muestra una destacada participación de la
hostelería (casi el 66%); frente al resto de subsectores,
los empleados en transporte de viajeros y otras
actividades. Por otra parte, el empleo turístico registra
más asalariados que autónomos debido a que la
hostelería, especialmente en la costa y grandes ciudades,
predominan estructuras de dimensiones medias y altas.

Con respecto a la evolución trimestral de los ocupados


en el sector turístico muestra la temporalidad del
empleo; sobre todo Cataluña, Illes Balears y Andalucía
presentan mayores valores en el tercer trimestre,
mientras que en el resto de las comunidades autónomas
la diferencia entre los diferentes trimestres del año es escasa.

La tasa de temporalidad en el empleo turístico, ratio de trabajadores temporales sobre el total


de asalariados, es también mayor en Canarias, Andalucía y Comunitat Valenciana (entre el
40,1% y el 45,0%). Las tasas más bajas se registran en Madrid, con menos del 25,1%.

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TEMA 9: COMERCIO Y SERVICIOS
INTRODUCCIÓN

El comercio consiste en el transporte de bienes desde un lugar a otro con el fin de


intercambiarlos. Adam Smith (1723-1790), fundador de la ciencia económica, decía en La riqueza
de las naciones (1776) que “la propensión al trueque y al intercambio de una cosa por otra” es
una característica intrínseca a la naturaleza humana. Smith también señalaba que el aumento de
la actividad comercial es un elemento esencial del proceso de modernización. En la sociedad
moderna, la producción se organiza de forma que se puedan aprovechar las ventajas derivadas
de la especialización y de la división del trabajo. Sin el comercio, la producción no podría estar
organizada de esta manera.

Por otra parte, los servicios, también denominados sector terciario de la economía, agrupan un
conjunto de actividades orientadas a satisfacer las necesidades más diversas. No producen
bienes materiales propiamente dichos, sino que prestan cuidados, asistencia e información a dos
tipos de demanda, una directa o de consumo final, como la sanidad, enseñanza, hostelería y
comercio al por menor; y otra de carácter intermedio que fomenta las actividades relacionadas
con la producción y distribución, como son los transportes, comercio al por mayor, bancos,
inmobiliarias y otros muchos servicios a las empresas.

1. EL COMERCIO INTERIOR

El comercio interior, definido como la actividad económica que supone un intercambio de


bienes y servicios a cambio de un valor monetario y que se desarrolla entre los individuos que
pertenecen a un mismo país, con una misma jurisprudencia, sigue siendo un indicador básico de
su situación socioeconómica. En una sociedad donde la globalización ha roto muchas fronteras
en términos comerciales, hay que seguir hablando de comercio interior para marcar el nivel de
desarrollo socioeconómico de los territorios. Así, la trayectoria del comercio interior en España
en las últimas décadas es un claro reflejo de la situación que se ha vivido. En el inicio del siglo XXI
la población española hizo suyo el eslogan de sociedad de consumo, con un importante
incremento de las actividades comerciales, sin embargo, la gran recesión sufrida a finales de la
primera década trajo consigo el freno al comercio con una situación de «no consumo»,
motivado tanto por el incremento de la población en paro y el miedo a quedarse sin empleo.

A este contexto le acompaña un cambio en la lógica de la organización comercial de los


establecimientos que trabajan a través de plataformas de distribución, cada vez menores en
número, pero con mayores volúmenes de negocio. Pero el comercio, además de ser el nexo
entre la producción y el consumo intermedio y final (comercio mayorista y minorista), también
es una actividad que permite ver y analizar los cambios y las necesidades de la sociedad. Esto
tiene como consecuencia que sea un sector en continua transformación en sus métodos y
formas de desarrollarse, al adaptarse a la demanda. De hecho, gran parte de los procesos de
transformación y modernización que sufren las actividades comerciales se deben a las
modificaciones en los comportamientos y demandas de la población y los negocios. El resultado
de estos procesos se traduce en que en España, en los últimos años, hemos asistido a la
proliferación de tipologías comerciales muy variadas que intentan satisfacer los distintos tipos
de demanda, que se adaptan a las nuevas formas de vida de la población y de organización

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empresarial, con cambios en los modelos de consumo, uso del tiempo y de implantación del
espacio digital como lugar también a considerar para realizar las compras.

Lógicamente todo ello asociado a


importantes repercusiones en la
organización de los territorios en distintas
escalas. Las actividades comerciales han
ayudado, y siguen haciéndolo, a definir y
entender la estructura y organización de los
territorios, su evolución temporal y sus
modelos culturales. El resultado es la
convivencia de establecimientos comerciales
muy variados. Unas veces, el comercio
tradicional no ha desaparecido del todo,
adaptándose a los cambios en la demanda
(más especializado, más calidad, etc.); en
otras, es sustituido por diversas fórmulas
como las tiendas franquiciadas o cadenas
comerciales que implantan sus propios
establecimientos con su firma. Se configuran,
a su vez, grandes superficies comerciales en
las periferias de muchas ciudades que
concentran un gran número de locales
comerciales, compitiendo con los centros de
la ciudad que se resisten a perder una de sus
funciones principales y que inventan nuevas
fórmulas de atracción para buscar clientes.
Los problemas de vacío demográfico de muchos territorios también se dejan apreciar en el
comercio, pues la falta de efectivos demográficos para hacer rentables los negocios obliga a
pensar en fórmulas como el comercio ambulante o a demanda. A su vez los comerciantes, a la
hora de comprar sus productos para sus ventas, han adoptado sistemas de adquisición asociados
a plataformas y grupos logísticos que les permiten ahorrar costes, sobre todo de transporte.

En este contexto, como consecuencia lógica de la caída del consumo durante la crisis, pero
también por la implantación de las nuevas tipologías comerciales, con tendencia a
establecimientos de mayor tamaño y con el aumento del comercio electrónico, se ha acentuado
la caída del número de locales comerciales. La presencia de grandes cadenas cada vez resulta
mayor, esto a costa del pequeño comercio (INE, índice de comercio al por menor 2017). Los
establecimientos minoristas han perdido muchos locales entre 2008 y 2013, tendencia que se
refleja en el mapa Locales comerciales; todas las comunidades autónomas registran pérdidas
importantes en el número de locales comerciales. Esta variación negativa se acentúa en
comunidades donde el comercio es una actividad muy relevante, como las regiones turísticas
(Illes Balears o Canarias), pero también en otras donde la presencia de grandes cadenas
comerciales ha registrado un incremento a costa del pequeño comercio, o donde la crisis ha
acentuado el proceso de cierre de muchos locales como Cantabria, Aragón, Asturias o
Andalucía. Esta misma situación negativa entre 2008 y 2013 se refleja en el número de ocupados
en el comercio que disminuyó en más de 250.000 empleados (INE, Encuesta Anual del Comercio).

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Por comunidades
autónomas, el empleo en el
comercio disminuyó entre
2008 y 2013 en todas las
regiones, registrándose las
mayores pérdidas en
Canarias, Andalucía,
Comunitat Valenciana y
Aragón. A partir de 2013 la
situación parece que
remonta y las cifras de
ocupados en el comercio de
nuevo vuelven a los niveles
de inicio de la crisis en 2008,
con casi tres millones de
ocupados (INE, Encuesta
Anual del Comercio), aunque
estos últimos resultados no se reflejan de manera tan clara en el número de locales comerciales.
Los cambios en la tipología de los establecimientos se están imponiendo: las grandes
superficies están creciendo, mientras el número de locales disminuye. A esto hay que añadir el
comercio por internet. Por regiones los datos apuntan ya un crecimiento positivo en todas las
comunidades, registrándose los mayores repuntes en Canarias e Illes Balears (con más de un
4,5%), y Aragón y Asturias (con más de 1,9%). También, junto a estos, hay casos de regiones en
las que no se aprecian cambios significativos, como el de Extremadura, con una variación del
empleo mínima durante la crisis porque sus niveles de renta y, por tanto, de poder adquisitivo,
ya eran bajos y, aunque la crisis supuso pérdida de empleos en el sector, esta disminución fue
menor que en otras comunidades. Por el contrario, en casos como Navarra, su mejor situación
durante la crisis respecto al paro hace que la ocupación en el comercio registre pérdidas menores
y que en la salida de la crisis recupere pronto el empleo comercial de antes de 2008.

El acercamiento a la realidad municipal, viendo el


mapa sobre Variación del número de establecimientos
comerciales en los municipios de más de 1.000
habitantes, entre 2007 y 2012, permite observar la
situación descrita de pérdida de comercios, asociando
la explicación de nuevo a las causas de la crisis
atravesada y el consiguiente cierre de
establecimientos, así como a la configuración de
nuevas fórmulas de compras. Junto con esto, el índice
comercial permite comprobar cómo las áreas urbanas
son las que mayor dinamismo presentan en las
actividades comerciales, destacando el papel de
cabeceras comarcales que en algunos territorios con
amplios vacíos demográficos son el único soporte
comercial próximo que les queda. (ver mapa Índice
comercial en los municipios de más de 1.000
habitantes).

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1.1. Comercio minorista

Las actividades de distribución minoristas tienen como finalidad asegurar el abastecimiento de


productos a los consumidores finales. En España, el 65% de los locales comerciales se asocian a
esta tipología lo que les otorga una presencia paisajística muy significativa y variada, desde
espacios con una fuerte concentración de locales y especialización del producto, hasta tiendas
de suministro de productos básicos en barrios o pequeños municipios.

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A esto hay que añadir una gran variedad
en la tipología de establecimientos:
pequeñas tiendas tradicionales que
funcionan como negocio propio o bajo
fórmulas de franquicias o cadenas
comerciales, supermercados,
hipermercados, centros comerciales, etc.

Estas formas comerciales son el


resultado de los cambios en los hábitos
del consumo que acompañan a las
nuevas formas de trabajo, motorización
de la sociedad, uso de electrodomésticos
como el congelador, los cambios en la oferta sustituyendo mano de obra por espacio o
tecnología (códigos de barra, internet, etc.), importancia de las marcas como garantía de
calidad, etc. La variedad del comercio minorista también se aprecia en los distintos productos
que se intercambian, siendo el comercio especializado en la venta de distintos productos para
uso personal (confección, calzado, equipamiento del hogar, etc.) el que mayor presencia tiene,
con un peso especial de
los comercios dedicados a
la confección, como se
observa en el mapa
Estructura del comercio
minorista. El subsector
relacionado con la
alimentación le sigue en
número de
establecimientos.
Aunque durante la crisis
todas las tipologías
comerciales se
resintieron, las encuestas
más recientes sobre
consumo en el comercio
minorista apuntan un
incremento. En cuanto a su estructura, destaca el predominio de empresas de reducido tamaño.
Según la Encuesta Anual del Comercio (2015), el 95% de los comercios minoristas tienen menos
de diez ocupados y dan empleo al 68% de los ocupados del sector. Por comunidades autónomas
el número de locales comerciales por habitante es muy similar en toda España, con una media
de 11,9 locales cada 1.000 habitantes. Por provincias se aprecia un claro reparto del número de
establecimientos ligados al número de consumidores, (Madrid y Barcelona lideran seguidas de
Valencia, Sevilla, Málaga o Alicante. De hecho, el índice comercial minorista es casi un reflejo del
reparto demográfico, correspondiendo el mayor índice con las provincias más pobladas

1.1.1 Servicios personales

Las denominadas empresas de servicios personales incluyen las actividades consideradas en los
códigos 95 (reparación de ordenadores, equipos de comunicación, efectos personales y

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artículos de uso doméstico) y 96 (otros servicios personales) de la Clasificación Nacional de
Actividades Económicas (CNAE). Este último incluye lavado y limpieza de prendas textiles,
peluquerías, pompas fúnebres, actividades de mantenimiento físico, etc.

En el año 2014 existían en


España un total de 133.896
empresas de este tipo de
servicios, de las que el 51% no
tenían asalariados. En 2008
estas cifras ascendían a
123.126 y 55,7%,
respectivamente. Las
empresas de otros servicios
personales son en España más
numerosas que las de
reparaciones, más de 105.000
en 2014 frente a 28.000. Las
comunidades autónomas en
las que más numerosas son las
empresas de servicios
personales son Cataluña, Andalucía, Madrid y la Comunitat Valenciana, todas ellas con un
número superior a 15.000 en 2014 y superior a 14.000 en 2008. Sin embargo, la cifra relativa por
cada 10.000 habitantes hace que, en el caso de los servicios personales, las comunidades de
Madrid y Andalucía presenten cifras inferiores a otras áreas como son el litoral cantábrico y
mediterráneo, con un elevado número de empresas de ambos tipos por habitante. En estas
regiones, especialmente Galicia, Asturias y Cantabria, así como Canarias para el caso específico
de las empresas de reparación, existe cierta sobrerrepresentación de este subsector en relación
con el tamaño de población. La mayor tradición de este tipo de empresas y la necesaria cercanía
al cliente, en especial en zonas de hábitat disperso, son factores que explican esta situación.

Se trata de empresas que han resistido bien los embates de la crisis económica, pues su número
no sólo no se ha reducido, sino que ha aumentado en todas las comunidades autónomas entre
2008 y 2014. Sólo en el País Vasco el número total de estas empresas de reparación se ha
reducido ligeramente, pasando de 6.958 en 2008 a 6.506 en 2014, mientras que han aumentado
en Galicia y Castilla-La Mancha especialmente. La variación del número de empresas de servicios
personales ha sido positiva en casi todas las comunidades autónomas, destacando Galicia,
Extremadura y Andalucía. Sólo La Rioja y Aragón, además del País Vasco, presentan una ligera
reducción (en Aragón pasan de 3.308 a 3.211 y en La Rioja de 762 a 758).

1.2. Comercio electrónico

Hoy las nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) ejercen un papel esencial
en la vida cotidiana de la población. El uso del comercio electrónico (e-commerce) ha supuesto
una verdadera revolución para el sector. Todos los modelos comerciales se están enfrentando
a nuevas formas de consulta, gestión y adquisición de bienes y servicios a través de internet y
las redes digitales. En España, durante los últimos años, el crecimiento del comercio electrónico
ha sido exponencial, compitiendo con los patrones clásicos del comercio físico que se acopla a
este nuevo escenario mediante la potenciación de sus plataformas de compra online.

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El incremento de la población que tiene acceso a internet es uno de los elementos que favorece
de manera directa el uso de las TIC para las transacciones comerciales. En España, el 81,2% de
los hogares tienen ya conexión a internet según la Encuesta de Equipamientos y uso de TIC en
los Hogares (2016), frente al 38% que lo tenía en 2006. Estos datos van en paralelo al
crecimiento de la compra electrónica; así, del 10% de personas que habían comprado por
internet en los tres últimos meses en 2006 se ha pasado al 34,9% en sólo diez años. Esto supone
que una de cada tres personas de 16 a 74 años ha comprado en los tres últimos meses. Estas
cifras son elevadas, pero aún inferiores a las de la Unión Europea, cuya media se acerca al 50%.

En cuanto a la
distribución territorial,
se observa en el mapa
Comercio electrónico
que las comunidades
autónomas donde más
porcentaje de
población compra por
internet son el País
Vasco, Navarra, Illes
Balears, Madrid y
Cataluña, con más del
55% de la población
entre 16 y 74 años que
ha comprado por
internet alguna vez;
además, lo hace de
manera frecuente, ya que en todas ellas más del 40% de compradores por internet realizaron
alguna compra el último mes, superándose el 50% en el País Vasco e Illes Balears. En el extremo
contrario se sitúan
Extremadura y Canarias,
donde el uso de internet para
realizar compras es inferior al
40%, y la frecuencia de la
compra también es menor,
sobre todo en el caso de
Canarias. Observando el
número absoluto de
compradores que utilizan la
red, hay una correspondencia
clara entre las comunidades
más pobladas y el mayor
número de usuarios (Cataluña,
Madrid, Andalucía o Valencia),
aunque en otras, como el País
Vasco, el número de compradores en relación con el censo de sus habitantes es mayor, razón
por la que destaca, en términos relativos, en la utilización de las compras vía internet.

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Dentro del comercio electrónico los tipos de productos que lideran la compra a través de
internet son los relacionados con viajes y ocio (compra de billetes de avión o tren, reservas de
hotel, entradas para eventos), seguidos del sector de la confección, los artículos del hogar, libros
y productos relacionados con la informática

Entre las causas por las que los consumidores prefieren comprar a través de internet destacan:
la comodidad, la posibilidad de encontrar ofertas y artículos a un mejor precio o al ahorro de
tiempo que ocasiona no tener que desplazarse físicamente. También internet se utiliza con
mucha frecuencia para recabar información antes de la compra, oscilando los compradores entre
el universo de la virtualidad digital y su presencia física en un establecimiento comercial.

1.3. Comercio mayorista

El comercio mayorista se caracteriza por adquirir productos al fabricante u otro intermediario


y venderlos al minorista, no al consumidor final. Al analizar la situación de estas actividades
comerciales en España, también se asiste a su adaptación hacia nuevas formas de organización,
especialmente en algunos subsectores, donde pierde protagonismo el mayorista como tal, a
favor de grandes empresas de distribución o de asociaciones de minoristas, que asumen el
papel de los propios mayoristas. Sin embargo, con una u otra forma de organización, este tipo
de comercio sigue
siendo un eslabón
importante en muchos
canales de distribución,
destacando su relación
con el sector primario.
El comercio mayorista
tiene una menor
presencia en el número
de establecimientos
que el minorista, como
se puede apreciar en el
mapa Estructura del
comercio mayorista,
puesto que su trabajo
se centra precisamente
en disponer de grandes
almacenes para poder
acumular gran cantidad de productos y disponer de capacidad logística para organizarlos. Esto
ofrece, lógicamente, una menor densidad de establecimientos mayoristas por habitante.

En cuanto a su localización no hay un patrón claro, unas veces los mayoristas se localizan en el
origen o lugar de producción, y otras en los lugares de consumo, dependiendo de los sectores.
Por ejemplo, los mayoristas de productos farmacéuticos se encuentran repartidos por todo el
territorio español, próximo a los minoristas, ya que existen un elevado número de distribuidores
farmacéuticos. En el caso de los mayoristas que trabajan con las actividades vinculadas al sector
primario, su reparto está más asociado a los productores, como se refleja al observar la
distribución provincial. Aquellas provincias con importantes recursos primarios presentan un
mayor peso de establecimientos mayoristas como Pontevedra, A Coruña o Lugo, con un peso

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significativo en el índice comercial mayorista, se explica por la presencia de producciones
ganaderas y pesqueras, o el caso de Lleida de mayoristas de fruta y ganado. Aunque también
cabe apuntar en el reparto de mayoristas asociados al sector primario que la presencia de
amplios mercados de consumo también es importante para su localización.

Salvo en Madrid y Barcelona, con un reparto sectorial de establecimientos mayoristas más


equilibrado, en el resto de las provincias la venta de materias primas agrarias y de productos
alimentarios están a la cabeza del número de establecimientos mayoristas; los dedicados a la
venta de productos interindustriales ocupan la segunda posición, seguidos de los de venta de
artículos de consumo duradero; mientras que los que menos representación tienen son los
orientados a la comercialización de productos textiles, calzado y cuero.

1.4. Centros comerciales

Una de las configuraciones del comercio que más ha crecido en España en las últimas décadas
son los centros comerciales, aunque dentro de ellos también hay heterogeneidad de tipologías.
Los centros comerciales se pueden clasificar atendiendo a diversos criterios, uno de ellos es el
de su tamaño, que va desde pequeños centros en los que se localiza un hipermercado con unas
pocas tiendas en la galería comercial, hasta las grandes áreas en las que se integran
hipermercados, grandes almacenes, pequeños comercios generalmente franquiciados, así
como establecimientos dedicados al ocio y la restauración. Generalmente todas estas
superficies comerciales son espacios situados en las periferias o los bordes urbanos y, como
característica común, son lugares construidos para las compras, por lo que reúnen un conjunto
de establecimientos independientes pero organizados, cuya intención es atraer al mayor número
posible de compradores. Pero también muchos de estos centros se construyeron en el interior
de la ciudad, vinculados a una ubicación central o a la presencia de una locomotora comercial
o tienda ancla, como un gran almacén, que actúa de a gancho para la atracción de clientes.
Incluso hay centros comerciales que se configuran en espacios abiertos, calles comerciales que
se han organizado, al igual que los espacios construidos con esa finalidad.

Dentro de los centros comerciales que se pueden considerar de última generación están los
centros de grandes dimensiones donde se asocia comercio y ocio. El objetivo es reunir en este
espacio todo lo que el comprador pueda necesitar, a la vez que compagina sus compras con su
tiempo de ocio. Están promovidos por grandes grupos empresariales o multinacionales que son
los que se encargan de organizar todos los negocios que se localizan allí. Este tipo de centros
están apoyados por una o varias locomotoras comerciales (un hipermercado o gran almacén) y
también en ellos destaca la presencia de franquicias o tiendas de firmas propias especializadas
en ropa, complementos o productos para el hogar. El crecimiento de este tipo de espacios se
asocia al aumento de la renta, al cambio de hábitos de compra, la motorización de la sociedad,
etc. Si en España en 1980 tan solo había 20 centros comerciales, en la actualidad se registran
casi 600 y ocupan más de 15 millones de metros cuadrados, según la Asociación Española de
Centros y Parques Comerciales. El crecimiento de los centros comerciales ha ido asociado a la
propia trayectoria económica y social de la población española. En los años ochenta la apertura
de centros fue moderada, pero desde el inicio del siglo XXI hasta 2009 su proliferación fue muy
fuerte. Los principales motivos que favorecieron la difusión de los centros fueron el proceso de
expansión económica y urbana, junto con legislaciones más permisivas a la implantación de
centros comerciales. Las superficies ocupadas crecieron exponencialmente en algunas regiones
metidas de lleno en el proceso de esta creación, que no siempre fue llevado a cabo con mesura.

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A partir de 2009 la crisis ralentizó esta expansión y dejó su huella en muchos de ellos. En
algunos casos no se pensó en el potencial de demanda y hoy son verdaderos desiertos
comerciales; en unos casos han echado el cierre y en otros tienen graves dificultades y muchas
tiendas están cerrando progresivamente. La crisis no solo trajo la reducción del gasto en el
consumo y sus efectos en el cierre, también favorece una vuelta del comercio a los espacios
consolidados de las ciudades para evitar el gasto de desplazamiento hacia las periferias.

En cualquier caso, los


centros comerciales son
una tipología comercial
muy presente en las
ciudades españolas, sobre
todo en las grandes
aglomeraciones urbanas y,
aunque en muchos casos
la crisis mostró su
excedente, se siguen
proyectando y abriendo y
se buscan oportunidades
para poner a flote y
reposicionar los centros
comerciales que tras la
gran recesión precisan de
una nueva estrategia.

Madrid es la provincia con mayor número de centros comerciales, seguida a distancia de


Barcelona, Sevilla, Las Palmas y Valencia. Por el contrario, las provincias con menor presencia
de centros comerciales son Lleida, Segovia, y Soria. El caso extremo es Teruel, donde no existen
centros comerciales. Además del aumento en el número de centros registrado en los inicios del
siglo actual, también se produjo un aumento del tamaño de los nuevos centros comerciales. La
superficie bruta alquilable (SBA) de los centros cada vez es mayor. Los centros comerciales que
se construyen suelen ser de mayores dimensiones, puesto que, junto a la superficie comercial,
se incluyen zonas de esparcimiento y ocio para los visitantes, que incluyen lagos artificiales,
parques infantiles, multicines, gimnasios, áreas dedicadas a restauración, etcétera.

2. EL COMERCIO EXTERIOR

El comercio exterior es una actividad económica que consiste en comprar, vender o


intercambiar bienes o servicios entre dos o más estados con el propósito de satisfacer las
necesidades de mercado, tanto internas como externas. Está regulado por normas, tratados,
acuerdos y convenios internacionales entre los países para simplificar sus procesos y busca cubrir
la demanda interna que no pueda ser atendida por la producción nacional.

2.1. Empresas exportadoras

La apertura al exterior de la economía española no ha dejado de crecer desde su integración


en la Unión Europea. La crisis económica que se inició en 2007-2008 no ha modificado esta

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tendencia, sino que, por el contrario, la ha incrementado, ya que, tras una breve etapa de
estancamiento derivada del impacto de la crisis sobre el tejido productivo, una buena parte de
las empresas españolas se han volcado al exterior en respuesta al descenso de la demanda
interior. Así, en el año 2014, se contabilizaron en España 147.845 empresas exportadoras, lo
que supone, tras un periodo de constante incremento, un tercio más de las existentes en 2009,
en el momento inmediatamente posterior al comienzo de la crisis. A lo largo de este periodo
también han aumentado de forma importante las denominadas empresas exportadoras
regulares, que se definen como aquellas que muestran un comportamiento exportador
continuado, es decir, que se caracterizan por haber exportado durante los cuatro últimos años
consecutivamente, y que en el caso español representan en torno al 93% del total exportado.

Sin embargo, el comportamiento no ha sido geográficamente uniforme. El número de empresas


exportadoras en una región depende del volumen de actividad económica, pero también de la
propensión a exportar, variable que está muy relacionada con las características de la empresa,
incluyendo el sector económico en que opera, la cualificación de sus recursos humanos, y su
tamaño y capacidad financiera. Así, las provincias que en 2014 tenían un mayor número de
empresas exportadoras eran Barcelona, Madrid y Valencia, seguidas por otros potentes centros
de actividad económica como Alicante, Bizkaia, Cádiz, Murcia, Pontevedra o Zaragoza. Pero,
como indica la gradación de color que aparece en el mapa de Empresas exportadoras, existen
grandes diferencias en el peso que suponen las empresas exportadoras en el total, cosa que no
puede achacarse exclusivamente al tamaño del sistema productivo.

Las provincias en donde las empresas tienen mayor propensión a exportar (más del 8% muestra
este comportamiento) son Castellón, Álava, Barcelona, y Cádiz. En segundo lugar, destacan las
provincias de La Rioja, Navarra, Madrid, Lleida, Valencia y Alicante. En términos generales, es
posible identificar una pauta geográfica que apunta a un comportamiento exportador más
intensivo de las provincias del eje mediterráneo, desde Girona hasta Almería; del eje del Ebro
desde Cataluña hasta el País Vasco, incluyendo Navarra y Burgos; las provincias occidentales
andaluzas; y Madrid y Guadalajara en el centro peninsular.
Los sectores en que se
ubican estas empresas están
estrechamente relacionados
con la especialización
productiva provincial. Así, en
Barcelona, Madrid y
Valencia destacan el sector
de bienes de consumo
duradero, la fabricación de
bienes de equipo y
semimanufacturas, así como
el sector denominado otras
mercancías, sector en el que
llama la atención el elevado
número de empresas
exportadoras de la provincia
de Álava. Otras especializaciones que destacan son los productos semimanufacturados en la
provincia de Castellón, los bienes y manufacturas de consumo duradero en Alicante, y los
productos de alimentación, bebidas y tabaco en Murcia, Almería y Pontevedra.

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Una parte importante de las
empresas exportadoras
pertenece al sector industrial.
Dentro de este ámbito, la
tendencia a partir del año
2010 ha sido también
creciente en todos los
subsectores, aunque el
aumento ha sido
especialmente intenso en los
sectores de bienes de equipo
y de otras mercancías. La
competitividad de las
empresas industriales en el
exterior está estrechamente
relacionada con el nivel
tecnológico de sus productos, que repercute habitualmente en el valor de las mercancías, como
se observa en el mapa Empresas exportadoras industriales.

A este respecto, una distinción frecuentemente utilizada es la que se establece entre los
sectores industriales según la intensidad en investigación y desarrollo (I+D) de su proceso
productivo, medida como la relación de los gastos en I+D respecto del valor de la producción. La
primera clasificación de este tipo fue la realizada por la OCDE a mediados de los años noventa
(OCDE, 1995); la Unión Europea, a través de Eurostat, ha realizado posteriormente adaptaciones
al ámbito europeo (EUROSTAT, 1999). De acuerdo con esta clasificación, los sectores y productos
que constituyen la denominada alta tecnología se pueden definir, genéricamente, como
aquellos que, dado su grado de complejidad, requieren un continuo esfuerzo en investigación
y una sólida base tecnológica. Los indicadores de alta tecnología son una medida de los
resultados y del impacto de la I+D y constituyen una herramienta de gran utilidad para el análisis
de la competitividad e internacionalización de la economía.

A este respecto, entre las empresas exportadoras españolas predominan dos grupos
principales: aquellas que pertenecen a los sectores de tecnología media-alta, y las incluidas en
los sectores de tecnología baja. La mayor parte de las provincias españolas presentan este perfil
en mayor o menor medida; sólo en el caso de las provincias de Barcelona y Madrid se encuentra
un grupo significativo de empresas exportadoras en sectores de alta tecnología.

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2.2 Evolución y estructura sectorial del comercio exterior

La economía española se encuentra hoy totalmente imbricada en las redes comerciales


internacionales. El impacto de la crisis económica sobre el aparato productivo y sobre la
capacidad de gasto de la población supuso un importante retroceso del volumen y valor de las
mercancías importadas y exportadas, especialmente intenso en los años 2009 y 2010.

Sin embargo, los niveles de exportación


se recuperaron muy rápidamente a
partir de esta fecha, debido a la
estrategia implementada por muchas
empresas españolas que, ante el
descenso de la demanda interna, se
volcaron en los mercados
internacionales. En consecuencia, ya en
2010 el valor de las exportaciones
alcanza los niveles de 2008, previos a la
crisis, y este no ha dejado de aumentar
desde el año 2009. Aunque el
incremento afecta a todos los sectores,
los que presentan tasas de crecimiento
más elevadas son los que inicialmente
suponían un peso menor; esto es:
alimentación, bebidas y tabaco,
productos semimanufacturados, bienes
de equipo, y otras mercancías, lo que ha
redundado en una mayor diversificación
de los productos exportados.

Por comunidades autónomas, Cataluña


ocupa el primer lugar en cuanto al valor
de sus exportaciones, que supone en
torno a la cuarta parte del total de
España. En su estructura exportadora
ocupan un lugar relevante los sectores de
alimentación, bebidas y tabaco, que
suponen más de la mitad del total, y los
productos semimanufacturados, con
especial peso del sector químico. El
segundo lugar, lo ocupan las
comunidades autónomas de Madrid,
Andalucía, Comunitat Valenciana y País
Vasco, que suponen cada una en torno a
un 10% del valor total de las
exportaciones españolas. Estas regiones
presentan una estructura muy
contrastada, ya que mientras en Andalucía el sector de alimentación, bebidas y tabaco ocupa un

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lugar destacado, en el País Vasco y Madrid tiene un peso importante la producción de bienes de
equipo y productos semimanufacturados. Por su parte, la Comunitat Valenciana ofrece un perfil
más diversificado, con un fuerte peso de los productos alimentarios, los productos
semimanufacturados, y el sector del automóvil.

El crecimiento de los últimos años ha favorecido especialmente a algunas de las comunidades


con niveles medios de exportación, como la Comunitat Valenciana, Murcia, Navarra y Castilla-
La Mancha; mientras, el valor de las exportaciones de Cataluña ha permanecido prácticamente
estancado entre 2012 y 2014, y el de Madrid se ha reducido ligeramente.

También se ha reducido el valor de las


exportaciones de Illes Balears y Canarias.
Gran parte de las diferencias territoriales
en el valor de exportaciones se deriva del
tipo de productos exportados y, en
particular, de su nivel de intensidad
tecnológica, que redunda en un mejor
posicionamiento y precios mayores en el
mercado internacional. Este hecho resulta
notorio en la distribución geográfica del
valor de las exportaciones industriales: los
productos exportados con mayor
intensidad tecnológica proceden
especialmente de la Comunidad de
Madrid, y, en menor medida, de Cataluña.
En conjunto, es posible encontrar cuatro
tipos de perfiles regionales en relación con
la exportación de productos industriales:
regiones con predominio de productos de
intensidad tecnológica alta y media-alta
(Madrid), comunidades autónomas con
predominio de exportaciones industriales
de intensidad tecnológica media-alta
(Cataluña, Comunitat Valenciana, Castilla
y León, Navarra e Illes Balears);
comunidades especializadas en sectores de
intensidad media-alta y media-baja (País
Vasco, Cantabria, y Canarias); y regiones
cuya exportación se basa en sectores de
intensidad baja o media-baja (Andalucía,
Asturias, Murcia, Galicia, Castilla-La
Mancha, La Rioja, y Extremadura).

Por su parte, las importaciones han


seguido una evolución marcadamente
diferente, síntoma de la debilidad de la
recuperación de la demanda del mercado
interior español. El retroceso de las

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importaciones fue especialmente sensible en 2009 en el caso de los sectores más relacionados
con la demanda del sistema productivo; es decir, los productos energéticos, los productos
semimanufacturados y los bienes de equipo. La recuperación de los años 2010 y 2011 afectó
principalmente a la demanda de productos energéticos y productos semimanufacturados, pero
se estancó posteriormente ante la escasa recuperación de la demanda y la prolongación de la
crisis para empresas y población. Tras la leve recuperación de 2010 y 2011, el valor de las
importaciones ha vuelto a descender durante los años 2012 y 2013, y aunque en 2014 volvió a
aumentar, España está lejos aún de los valores máximos alcanzados en 2007 (más de 275.000
millones de euros). Los datos más recientes apuntan a la prolongación de esta situación de
estancamiento. Territorialmente, el volumen de importación está relacionado con el tamaño
demográfico y del sistema productivo, siendo Cataluña, Madrid, Andalucía, Comunitat
Valenciana y País Vasco las comunidades autónomas con el valor de las importaciones en 2014
más elevado. Los productos energéticos tienen un peso importante en el valor de las
importaciones de la mayor parte de las regiones, en particular de Andalucía, Murcia, País Vasco
(con grandes puertos especializados en la importación de crudo), y Canarias.

Por su parte, los productos semimanufacturados y bienes de equipo ocupan una gran parte del
comercio de importación en regiones industriales como Madrid, Cataluña y la Comunitat
Valenciana, mientras que el comercio intraindustrial del sector del automóvil explica el peso de
este sector en Castilla y León, Galicia y Navarra; así como, con un menor nivel de especialización,
en Cataluña, Comunitat Valenciana y Aragón.

Un aspecto adicional para considerar son las diferencias en cuanto al nivel tecnológico de
exportaciones e importaciones, que podrían apuntar a la existencia de relaciones de
intercambio desigual entre las distintas regiones españolas y el resto del mundo. A este
respecto, en la mayor parte de las comunidades autónomas el perfil tecnológico de las
importaciones industriales es muy similar al de las exportaciones de este mismo sector, cuando
no se aprecia un peso mayor de los productos de tecnología baja en las importaciones que en
las exportaciones. Esto, además de subrayar la importancia adquirida por el comercio
intraindustrial en las relaciones de intercambio, permite deducir que, en lo que respecta a los
productos industriales, el conjunto de las regiones españolas mantiene una posición
competitiva relativamente ventajosa en relación con el comercio internacional.

Para finalizar este tema, hay que subrayar que la evolución reciente indica una divergencia de
comportamiento entre las comunidades autónomas de Canarias, Asturias, Andalucía, Murcia y
Navarra, en las que la evolución de las importaciones ha sido negativa, y el resto, en donde las
importaciones se han incrementado, lo que apunta a una cierta recuperación económica. En
este sentido, destaca el crecimiento de las importaciones experimentado por Castilla y León,
Castilla-La Mancha, Aragón y La Rioja, con un crecimiento entre 2012 y 2014 superior al 12%.

2.3. Tasa de cobertura del comercio exterior

La evolución divergente (aumento de las exportaciones y descenso y posterior estancamiento


de las importaciones) ha permitido reducir el tradicional déficit comercial español, derivado de
la diferencia de valor de los productos exportados e importados. La balanza comercial española,
que se calcula como la diferencia entre el valor de los bienes vendidos en el exterior y los que se
compran en otros países, ha sido históricamente creciente, aumentando a medida que crecía el
volumen global de los intercambios con el exterior.

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Una forma de medir el grado de desequilibrio entre el valor de las exportaciones y las
importaciones es el cálculo de la tasa de cobertura comercial. Esta se calcula dividiendo el valor
de las exportaciones entre el valor de las importaciones, expresado en tanto por ciento, e indica
qué porcentaje de los pagos por importaciones quedaría cubierto con los ingresos por
exportaciones durante un mismo período de tiempo.

De esta forma, cuando el valor de las exportaciones es mayor que el de las importaciones, la
tasa de cobertura es mayor que 100 y coincide con un superávit en la balanza comercial;
mientras que, cuando el valor de las importaciones es mayor que el de las exportaciones, existe
un déficit y la tasa de cobertura es menor que 100. España ha mantenido tradicionalmente un
déficit constante en la balanza comercial, que llegó a casi 100.000 millones de euros en 2007.

A raíz de la crisis económica, el brusco descenso de las importaciones ha provocado una


importante reducción del déficit comercial español, que ha continuado hasta 2013, de forma
paralela al incremento de la exportación referido anteriormente. En ese año, se alcanza el
mínimo histórico de déficit comercial, ya que a partir de esa fecha este se incrementó
ligeramente, debido a la lenta recuperación de las importaciones. También la tasa de cobertura
alcanzó su máximo en 2013, para posteriormente retroceder ligeramente y luego estancarse.
Sin embargo, existen importantes diferencias territoriales en este comportamiento.

Así, las comunidades autónomas que han incrementado en los últimos dos años el valor de sus
exportaciones muestran en 2014 un balance comercial positivo, con una tasa de cobertura de
las exportaciones superior al 100%. Este es el caso de la Comunitat Valenciana, Navarra,
Aragón, Castilla y León, La Rioja y todas las comunidades de la cornisa cantábrica, pero no el
de Castilla-La Mancha, en donde el aumento de la exportación es aún insuficiente para
compensar el fuerte crecimiento de las importaciones. Por el contrario, en las comunidades en
donde el volumen de exportaciones ha crecido menos (Cataluña, Andalucía) o incluso ha
disminuido muestran un balance comercial negativo. Destacan en particular las comunidades
de Illes Balears, Canarias y Madrid, con tasas de cobertura inferiores al 75%. En el extremo
contrario, la Comunidad Foral de Navarra muestra un superávit comercial superior al 175%.

La situación es más positiva en relación con el comercio de productos industriales. En este caso,
la mayor parte de las regiones muestran un saldo comercial positivo, con tasas de cobertura
superiores al 200% en algunos casos, como ocurre en el País Vasco, Navarra o Asturias. Sólo
tienen un déficit comercial significativo las islas, así como regiones con gran volumen de

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población y un potente aparato productivo, como Cataluña y Madrid, en las que la importación
de productos semimanufacturados alcanza un volumen importante.

Para finalizar, hay que hacer referencia a la distribución geográfica de los intercambios por áreas
geográficas, las principales relaciones, tanto en exportación como en importación, se
establecen con la Unión Europea. Los países europeos, en particular Francia y Alemania,
seguidos por Reino Unido, Italia y Portugal, suponen más del 50% del valor exportado en todas
las comunidades autónomas salvo en Canarias; así como más de la mitad de las importaciones
en todos los casos salvo en Andalucía, Murcia y Asturias. El segundo bloque comercial por
importancia, en especial en el caso de las importaciones, es el asiático, en particular China y, en
mucha menor medida, Japón y otros países. Este comercio es especialmente importante
cuantitativamente en Madrid, Cataluña, Comunitat Valenciana, Murcia y Andalucía, en
particular en el caso de las importaciones. En Murcia destaca también la importancia de las
importaciones de Iberoamérica, consistentes principalmente en productos energéticos.

2.4. Distribución geográfica de los intercambios

Los perfiles geográficos más diferenciados respecto al resto los muestran las comunidades de
Canarias y Andalucía. En ambas regiones, la proximidad geográfica eleva de forma importante
las importaciones procedentes de África. En el caso de Canarias, se advierte un fuerte peso de
las exportaciones dirigidas a espacios geográficos sin determinar. Se trata mayoritariamente de
mercancías suministradas a buques y aeronaves, principalmente combustibles, que suponen
más del 70% de las exportaciones de esta región. Aunque se consideran como exportaciones, en
realidad el abastecimiento de productos y servicios se hace en las propias islas (puertos y
aeropuertos, a barcos o aviones procedentes de otros países cuya localización geográfica no
queda registrada en las estadísticas).

Por lo que respecta a la distribución geográfica del comercio de productos industriales, este
muestra una pauta común en todas las comunidades autónomas, que consiste en una mayor
concentración en dos espacios geográficos: la Unión Europea y Asia, principalmente China. La
Unión Europea es una referencia predominante, tanto como destino de las exportaciones como
origen de las importaciones. Por otra parte, la relación comercial con Asia es el segundo flujo
por importancia, sustancialmente mayor en términos relativos cuando consideramos los
productos industriales que cuando tenemos en cuenta el conjunto de mercancías. Los países
asiáticos destacan particularmente como lugar de origen de las importaciones y como destino
de las exportaciones en el comercio de mercancías de Cataluña, Comunidad de Madrid,
Comunitat Valenciana, Andalucía, Región de Murcia, Aragón y País Vasco.

3. LOS SERVICIOS FINANCIEROS Y EMPRESARIALES

3.1. Los servicios bancarios y crediticios

Como es bien conocido, en 2007 se inició una crisis que, si bien en un primer momento afectó a
Estados Unidos y al sector financiero, pronto se extendió a otros países y sectores económicos,
convirtiéndose en una crisis sistémica, la gran recesión. Desde la década de los setenta del
pasado siglo el sistema financiero internacional venía experimentando una profunda
transformación como consecuencia de la incorporación de innovaciones que dieron lugar a
complejas estructuras financieras y a productos de alto riesgo cuyo alcance no supieron medir

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las instituciones políticas y económicas. Lo cierto es que la crisis financiera condujo a un
endurecimiento de las condiciones del crédito, con el consiguiente descenso de la inversión
empresarial y del consumo privado; a una reducción del patrimonio de las empresas y los
consumidores; a una desconfianza creciente en los agentes económicos; y a un endeudamiento
de las arcas públicas, como consecuencia de los rescates financieros.

Desde que se hiciera evidente la crisis en 2008, en España ha tenido lugar una profunda
reestructuración del sector financiero que, dadas las particularidades que lo han caracterizado
y a políticas de contención del gasto impuestas por la Unión Europea, han motivado que la crisis
haya tenido consecuencias diferentes o de distinta envergadura que en otros países.

Por un lado, uno de los factores que ayudan a entender la incidencia de la crisis sobre la banca
española ha sido la elevada concentración del crédito en la construcción y la promoción
inmobiliaria que, aunque afectó a todas las entidades de depósito, lo hizo con especial
virulencia a las cajas de ahorro. Por otro, el sistema financiero español se ha decantado por un
modelo intensivo en la distribución de servicios, basado en una banca minorista de clientes,
que llevó a aumentar el tamaño de la red de sucursales durante el período previo a la crisis para
facilitar el acceso a la financiación. La llegada de la crisis trajo consigo un exceso de capacidad
instalada de las entidades bancarias como consecuencia de la reducción de los servicios
financieros prestados, a la que se sumaron las medidas de reestructuración impuestas por el
gobierno, articuladas a partir de numerosas fusiones y adquisiciones. Hay que añadir a lo
anterior, el cambio en los patrones de conducta del cliente bancario y la banca online.

Como consecuencia, el número de


sucursales bancarias se redujo
considerablemente entre 2008 y 2013,
como se observa en el gráfico Evolución
del número de oficinas bancarias,
coincidiendo con la implantación por
parte del gobierno del Fondo para la
Adquisición de Activos Financieros
(2008) y el Fondo de Reestructuración
Ordenada Bancaria (2009), a los que
siguió el rescate europeo al sistema
bancario español en 2012.

Desde el punto de vista territorial, la


mayor reducción de las oficinas entre 2008 y 2015 tuvo lugar en las provincias del litoral
mediterráneo peninsular y en las que se localizan las principales aglomeraciones urbanas. Todos
estos territorios tienen en común haber concentrado durante el período de expansión
económica la mayor actividad constructiva y promoción inmobiliaria. La crisis también ha
supuesto una reducción del crédito porque, por un lado, las entidades bancarias han
endurecido los criterios para su concesión y, por otro, se ha retraído la demanda de empresas
y familias por el clima de incertidumbre. En 2015 la mayoría del crédito recaía en particulares
y empresas, por lo que son las provincias con mayor población o actividad económica las que
concentran el crédito mientras que, sólo en aquellas en las que se ubica la capital autonómica
tiene un peso significativo la financiación crediticia a la administración, como se observa en el
mapa Créditos bancarios.

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La captación de depósitos
por las entidades bancarias
en España está relacionada
también con el tamaño
poblacional y la dimensión
económica. Respecto al tipo
de depósitos bancarios,
existen diferencias
significativas entre
provincias, los depósitos de
ahorro tienen menor peso
relativo en buena parte de
las provincias con mayor
dinamismo económico
(Madrid, Barcelona, Bizkaia,
Álava y Gipuzkoa), donde
cobran más importancia los
depósitos de vista o de plazo. Como era de esperar, al contar con la capital estatal y
autonómica, Madrid destaca por los depósitos vinculados a la Administración.

3.2. Otros servicios financieros (seguros, pensiones, etc.)

Pero la crisis no sólo ha


afectado a la banca, sino al
conjunto de los servicios
financieros, seguros y fondos
de pensiones. Entre 2006 y
2015 las empresas dedicadas
a estas actividades se han
reducido en más de la mitad
de las provincias,
especialmente en las dos
Castillas y Cataluña. Por el
contrario, Andalucía y
Extremadura son las dos
comunidades autónomas que
mejor se comportan junto
con las provincias de Madrid,
Valencia y Teruel. No existen diferencias relevantes en cuanto al peso relativo de cada uno de
los diferentes servicios de finanzas, seguros y fondos de pensiones, llamando sólo la atención
Madrid y Barcelona, donde los financieros cobran mayor importancia relativa de la que puede
observarse en otras provincias.

Si la evolución de las empresas vinculadas a este sector ha sido negativa, más lo ha sido el
empleo por ellas generado. Con la salvedad de Madrid y Soria, todas las provincias han visto
reducir el número de trabajadores en estas actividades. La explicación de este hecho difiere para
una y otra provincia: en el caso de Madrid, contar con una gran ciudad, capital estatal, donde se

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concentra el poder económico y político, motiva que siga siendo atractiva para este tipo de
actividades, tanto antes como después de la crisis. En cuanto a Soria, la positiva evolución puede
obedecer a que contaba con valores bajos para los requerimientos de una capital provincial y,
pese a la crisis, fue necesario incrementar el número de trabajadores. Respecto a la importancia
relativa de las diferentes actividades de finanzas, seguros y fondos de pensiones, no se
observan grandes contrastes entre provincias.

3.3. Servicios a empresas

Por su parte, los servicios a las empresas concentran una serie de actividades muy
heterogéneas, que van desde las más banales (actividades de alquiler, seguridad e investigación,
servicios a edificios y actividades de jardinería, y actividades administrativas de oficina y otras
auxiliares a las empresas como contabilidad, asesoría fiscal, seguridad…) hasta las más
avanzadas (programación, consultoría y otras actividades relacionadas con la informática,
servicios de información, actividades jurídicas y de contabilidad, servicios técnicos de
arquitectura e ingeniería, investigación y desarrollo, publicidad y estudios de mercado, y otras
actividades como, marketing, procesamiento de datos…), que son estratégicas y decisivas para
el posicionamiento competitivo de las empresas y los territorios que cuentan con ellas.

El patrón espacial que siguen


unas y otras es diferente:
mientras las más banales
buscan la cercanía al cliente,
las más estratégicas
persiguen la proximidad al
poder económico, político y
social, buenas conexiones
internacionales y recursos
humanos cualificados. Los
servicios a las empresas son
muy selectivos
espacialmente, destacando
sobremanera Madrid y
Barcelona, tanto en
empresas como en
trabajadores. Respecto a la
evolución experimentada entre 2006 y 2015 llama la atención que casi en el 70% de las provincias
haya tenido lugar una reducción del número de las empresas y en el 94% lo haya hecho el de
trabajadores.

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TEMA 10: LOS TRANSPORTES
INTRODUCCIÓN

El transporte es el medio de traslado de personas o bienes desde un lugar hasta otro. El


transporte comercial moderno está al servicio del interés público e incluye todos los medios e
infraestructuras implicadas en el movimiento de las personas o bienes, así como los servicios de
recepción, entrega y manipulación de tales bienes. El transporte comercial de personas se
clasifica como servicio de pasajeros y el de bienes como servicio de mercancías. Dentro del
transporte, el transporte público, también denominado transporte de masas, es el servicio de
transporte urbano y suburbano de pasajeros al que se accede mediante el pago de una tarifa
fijada y que se lleva a cabo con servicios regulares establecidos en rutas señaladas, horarios
establecidos y paradas específicas. Muchas ciudades de tamaño medio cuentan con sistemas de
transporte rápido, viario o ferroviario. Por otro lado, las grandes ciudades, y por supuesto muchas
pequeñas, disponen de autobuses o transportes colectivos, según las diferentes denominaciones
para cubrir este servicio, además de transporte ferroviario ya sea subterráneo o de superficie.

1. EL TRANSPORTE POR CARRETERA

Las carreteras junto con las vías férreas, los aeropuertos, los puertos, las zonas de actividad
logística, los canales fluviales e incluso los oleoductos y gasoductos conforman la infraestructura
fija que, junto con la móvil, constituyen la oferta para el funcionamiento del sistema de
transporte. La demanda o disposición para desplazarse, tanto de pasajeros como de mercancías,
entre un origen y un destino se canaliza a través de esta diversificada oferta modal, asegurando
el funcionamiento del sistema productivo.

La demanda de transporte depende de un conjunto de factores heterogéneos relativos a la


actividad económica, población, lugar de residencia, precio, etc. y se reduce a medida que
disminuye la distancia a la que se pueden satisfacer las necesidades. El tráfico, variable que
interviene de forma directa en la planificación de las redes viarias –sobremanera a escala urbana
e interurbana–, se expresa en número de pasajeros transportados y en las toneladas métricas
movilizadas. El número y tipología de unidades de infraestructura móvil y las distancias recorridas
son igualmente variables de tráfico.

Entre las distintas tipologías de red viaria, que aparecen representadas en el mapa Red de
carreteras, destacan por su relevancia las vías de alta capacidad o autopistas que cuentan con
calzadas separadas en ambos sentidos de la circulación, están dotadas con dos o más carriles y
sin cruces a nivel. Se conciben como un instrumento de desarrollo regional para acercar las
zonas periféricas a los centros de más peso demográfico y económico, en aras de un mayor
equilibrio territorial. Pero, sobre todo, han sido muy importantes e impactantes en los accesos
a las grandes ciudades, al propiciar la especialización funcional del territorio, consolidando los
procesos de las postmetrópolis, de la suburbanización y de la ciudad difusa. El modelo de
organización territorial en estas áreas gira en torno a la movilidad privada motorizada. El
consumo de recursos es muy intenso e invasivo, y no solo no resuelve a medio y a largo plazo
los problemas de congestión, sino que acelera el incremento del tránsito al generar una
movilidad más fluida.

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Mientras el Estado es el titular de tan sólo el 10% del conjunto de la red de carreteras (166.000
km de longitud, en 2015), gestiona más del 70% de las autovías, con casi 9.000 km y más del
90% de las autopistas de peaje con casi 3.000 km, las comunidades autónomas, las diputaciones
y los cabildos y consells insulares son los que ostentan las demás titularidades.

Por ello, al depender las vías de alta capacidad, mayoritariamente del Ministerio de Fomento,
el tráfico global producido en las redes del Estado, en millones de vehículos-km, alcanza casi el
50% de la demanda global de la red viaria de España. De este modo se pone de manifiesto que,
aunque son las vías de calzada única las verdaderas protagonistas del paisaje de la red de
carreteras tan sólo el 15% de la red viaria genera el 50% de su tráfico.

Las autopistas libres o autovías y las autopistas de peaje se concentran sobre todo en las áreas
metropolitanas o provincias de mayor tamaño poblacional: Madrid –y Toledo por difusión de la
capital–, Barcelona –con peso similar de vías de peaje y libres, al igual que Girona y Tarragona–
Valencia, Málaga y Alicante. Con algo menos de tráfico se encuentran las provincias de A Coruña,
Asturias, Cantabria, Sevilla y Zaragoza. Destaca la extensión de carreteras de calzada única en
Lugo, León o Burgos, en relación con su reducido tráfico. Las autopistas de peaje más relevantes
son las del corredor mediterráneo, desde Girona a Almería, la mayor longitud de peaje, a través
de la AP-7; la del valle del Ebro, que desde Tarragona se extiende hasta Bilbao y desde ahí a San
Sebastián y Vitoria-Gasteiz; en
la dorsal atlántica, entre A
Coruña y Vigo; el área
metropolitana de Madrid y, en
Andalucía, la conexión entre
Sevilla y Cádiz y Málaga-
Algeciras.

La intensidad media diaria de


tráfico (IMD) pone de
manifiesto los elevados
tráficos, superiores a 100.000
vehículos/día, precisamente en
las postmetrópolis, con
extensos espacios
polifuncionales: Madrid, Barcelona, València, Bilbao, Málaga, Murcia, Granada o Palma.

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Las externalidades socioeconómicas y ambientales asociadas a ese uso intensivo de la red viaria,
a través del automóvil, como el incremento de emisiones de CO2 –en un 71% producidas por el
tráfico por carretera–, o la generación de ruido, la congestión, los costes en tiempo, a partir de
las horas invertidas en los desplazamientos y su cuantificación económica, o el consumo de
territorio incompatible con otros usos obligan, desde la ordenación del territorio, a enfocar las
políticas de transporte hacia la accesibilidad y no hacia la movilidad; este serio desafío, en
suma, exige actuar desde la gestión de la demanda de transporte y no desde la creación de
nuevas infraestructuras que no hacen más que agravar los problemas. Deben reducirse las
necesidades de transporte, llevar a cabo planes de movilidad en las empresas y usar más
eficientemente las infraestructuras existentes, a través de la circulación preferente de los
automóviles con mayor ocupación y de los transportes colectivos.

1.1. Transporte de mercancías

Las redes y los sistemas de transporte se encuentran en la base de la organización regional y, a


través de las infraestructuras que las soportan, posibilitan la circulación de los flujos de
mercancías y personas. Los canales de enlace entre los puntos de generación y atracción de flujos
son las vías de transporte y la interrelación entre estas; los flujos y los lugares de origen y destino
configuran las redes. El modelo económico de producción e intercambios, expresados en flujos,
de la sociedad posfordista viene marcado cada vez más por una expansión de las infraestructuras
fijas y móviles, que absorben un número cada vez mayor de movimientos. La disminución
progresiva de los costes de transporte se encuentra en la base, pero también la nueva
organización económica y social, y el modelo territorial generado. En España, se producen
enormes desequilibrios tanto en la oferta como en la demanda entre los distintos modos de
transporte que se reflejan en el transporte terrestre de mercancías. Este se realiza en un 95%
por carretera –200.000 millones de t/km– siendo mínima la representación del ferrocarril
(10.000 millones de t/km). El Libro Blanco del transporte en la UE (2011) preconiza el trasvase
modal hacia transportes menos agresivos y más eficientes en su gestión.

1.2. Parque de vehículos

Los vehículos, en sus diferentes tipologías, constituyen


la infraestructura móvil. La evolución de la
matriculación de unidades –en la que los turismos
marcan la pauta– desde el inicio del siglo XXI va a la par
del crecimiento económico, siendo el año 2007 el punto
de inflexión, en el que se inicia una fuerte caída de la
matriculación que dura hasta un lustro después, ya que
en 2012 comienza una recuperación progresiva que
continúa hasta la actualidad.

Del análisis del mapa Parque de vehículos se desprende


que son las provincias de mayor peso demográfico las
que encabezan el mayor número de vehículos en
circulación en términos absolutos; sin embargo, las
provincias más motorizadas, con más de 750 vehículos
por 1.000 habitantes se dispersan por el conjunto del territorio peninsular, sobretodo en las

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provincias interiores menos pobladas, con peores servicios de transporte público y vehículos
probablemente más envejecidos. En Illes Balears y Canarias, cuya economía está basada
fundamentalmente en el turismo, se observa un alto índice de motorización debido al gran
número de vehículos
destinados al alquiler
turístico. Las provincias con
capitales muy bien dotadas
en transporte público como
Madrid, Barcelona, Valencia,
Sevilla, Alicante o Zaragoza,
presentan valores inferiores
en los niveles de
motorización. En cuanto a los
vehículos destinados al
transporte de viajeros
destacan, en números
absolutos, las comunidades
más urbanizadas, con un
peso muy importante de los
taxis. Tan sólo hay un número destacable de vehículos mixtos para transporte de viajeros o
mercancías en Canarias

1.3. Transporte ferroviario

Con la entrada de nuestro país en la Unión Europea, se entendía que era necesario realizar un
gran esfuerzo inversor para recuperar el tiempo perdido en cuanto a dotación de
infraestructuras de transportes. Por ello, durante las décadas de los ochenta y noventa el
objetivo fue dotarse de una amplia red de carreteras y vías de alta capacidad. España
emprendió, a partir de ese momento, el necesario camino de la renovación de sus
infraestructuras ferroviarias. El ferrocarril pasó a ocupar la prioridad inversora, tanto para la
Administración como para la opinión pública en general, que percibió el ferrocarril como un
elemento de modernidad y desarrollo económico irrenunciable.

Resulta muy interesante observar cómo España ha pasado en las últimas décadas de ser un país
con una red realmente obsoleta a ser el segundo país del mundo en kilómetros de alta
velocidad ferroviaria. Sin duda, hay que tener presente la gran expectación que generó la
inauguración en 1992 de la línea de alta velocidad entre Madrid y Sevilla. Con motivo de los
Juegos Olímpicos de Barcelona y de la propia Exposición Universal de Sevilla de ese mismo año,
el gobierno decidió apostar por una modernización ferroviaria radical. La elección de la alta
velocidad ferroviaria entre Madrid y Sevilla fue una clara operación de desenclave territorial,
que buscaba no solo saldar la deuda histórica con la comunidad andaluza, sino también servir
como emblema del renacimiento español, simbolizado por la restauración de la democracia y el
ingreso en la Comunidad Económica Europea en enero de 1986. Al mismo tiempo, esta nueva
línea (denominada AVE o Alta Velocidad Española), construida en ancho internacional o UIC
denominado así por ser el más común en los países pertenecientes a la Unión Internacional de
Ferrocarriles, conocida por la sigla UIC, del francés Union Internationale des Chemins de Fer–,
sería el cimiento de la nueva red ferroviaria que se iría desarrollando en los siguientes años.

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Como se puede ver en el mapa de la Red ferroviaria, la alta velocidad de carácter radial en torno
a Madrid, también aquí kilómetro cero, es a día de hoy amplia, y da servicio ya a los espacios
más intensamente urbanizados del país. Un hecho fundamental para comprender la evolución
del ferrocarril en los últimos años es la creación del Administrador de Infraestructuras
Ferroviarias (ADIF), que se ha separado de Renfe que gestiona sólo los servicios ferroviarios, no
las infraestructuras ni las estaciones. España prepara así el camino hacia la inminente apertura
del mercado ferroviario recomendada por la Unión Europea, que posibilitará la entrada de
operadores privados. Se mantendrá, sin embargo, la gestión unitaria y centralizada de la red por
parte del Estado a través de ADIF.

El esfuerzo inversor de las últimas décadas en alta velocidad se ha acompañado de una


inversión constante en líneas de cercanías ferroviarias en las áreas urbanas y metropolitanas
más importantes, operadas en muchos casos por Renfe aunque varias comunidades autónomas

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cuentan con sus propias compañías ferroviarias, que prestan servicios de cercanías en ciertas
áreas urbanas y metropolitanas. Los servicios de media distancia y largo recorrido convencional
también se han modernizado, pero a un ritmo menor que la alta velocidad y las cercanías, que
han concentrado la mayor parte de las inversiones y han sido la apuesta territorial estratégica.

Desde la puesta en servicio del primer tren de alta velocidad entre Madrid y Sevilla, España ha
conseguido modernizar su red ferroviaria en un tiempo récord. Los más de 16.000 km con que
cuenta se reparten entre, aproximadamente, un 70% de vías electrificadas.

Desde 2002 el esfuerzo


inversor se ha centrado
fundamentalmente en la
dotación de una moderna red
de alta velocidad. Al mismo
tiempo, se han incrementado
sustancialmente los
kilómetros de vía doble
electrificada que permite una
mayor seguridad y tiempos de
viaje más competitivos, al
simplificar los mecanismos de
seguridad en el control de la
circulación de los trenes. En
cuanto al resto de los tramos,
han conocido una evolución
negativa, debido a la clausura
de líneas de débil tráfico y a la
sustitución de estas por otras más modernas. En cualquier caso, quedaban algo menos de 5.000
km de vías únicas sin electrificar, en 2015. Globalmente, la modernización de la red ferroviaria
y la puesta en marcha de servicios de alta velocidad ha tenido como consecuencia un claro
incremento de la velocidad comercial global.

El análisis de la Evolución del tráfico ferroviario, representado respectivamente en miles de


viajeros y miles de toneladas, muestra la evolución claramente ascendente de los viajeros, como
fruto de la apuesta decidida por un modelo de ferrocarril de alta velocidad destinado a la
movilidad de personas. Por contra, llama la atención la evolución descendente del transporte
de mercancías, con un descenso aproximado de cinco millones de toneladas entre 1996 y 2015.
Es especialmente significativa la caída del volumen en los años 2008 y 2009, momento en que
empezó la reciente crisis económica.

El mapa ferroviario muestra una red con claro carácter centralizado en torno al nodo
fundamental, Madrid. El desarrollo de la red ferroviaria española se ha producido
principalmente hacia el sur y el Mediterráneo, enlazando las principales áreas metropolitanas
españolas con la capital. El llamado «cuadrante de oro», que incluye Madrid, Zaragoza,
Barcelona y Valencia está comunicado por medio de la alta velocidad desde hace ya un tiempo,
a través de Madrid. En cualquier caso, el gran reto es el desarrollo de las comunicaciones
transversales, especialmente potenciar la creación de corredores rápidos en el litoral.

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La situación de la cornisa cantábrica y Galicia es peor, ya que la difícil orografía y los retrasos en
las licitaciones de obra pública por efecto de la crisis están retrasando las conexiones con la
Meseta. En cuanto al AVE transcantábrico, su construcción parece más lejana. Una de las
particularidades de la red ferroviaria española es la existencia de ferrocarriles de vía métrica,
llamados así porque su ancho es exactamente de un metro. El más conocido de todos ellos es el
ferrocarril Ferrol-Irun, que recorre el norte de España. En el País Vasco, las competencias de la
gestión de la vía y la explotación del servicio están transferidas al gobierno vasco, que opera a
través de la empresa Euskotren y ha prolongado la línea hasta la estación fronteriza francesa de
Hendaya. De cualquier modo, la existencia de ferrocarriles autonómicos al margen de la red de
ADIF y Renfe es un hecho destacable y una característica española. En todos los casos, estos
ferrocarriles están gestionados por empresas públicas autonómicas y prestan servicios de
carácter regional y de cercanías. En algunas áreas metropolitanas españolas existen consorcios
de transportes metropolitanos en los que están integrados los operadores estatales,
autonómicos y locales a la vez, prestando servicios de cercanías.

1.4. Tráfico de viajeros

A lo largo de los ya 25 años de existencia de alta velocidad en España se ha registrado, en


términos generales, un incremento constante del número de viajeros en todas las líneas. El
nivel de aceptación popular del AVE es muy elevado, dado que ha supuesto una auténtica
revolución gracias a la compresión espacio-temporal que significa. El tráfico de viajeros por
estaciones muestra una importante concentración en torno a las dos grandes áreas
metropolitanas españolas (Madrid y Barcelona), así como en general en ciudades de un tamaño
medio y medio-grande (entre 200.000 y 1.000.000 habitantes) que están bien conectadas a la
red ferroviaria general. En el caso de los servicios de media distancia, además de los espacios
citados, destacan ejes secundarios estatales, pero muy importantes en sus contextos regionales,
como el eje urbano atlántico gallego o varios corredores transversales andaluces.

El análisis del tráfico de


viajeros en las
relaciones de media
distancia revela la
relación que existe
entre los sistemas
urbanos y el
transporte. En el mapa
Tráfico de viajeros en
trenes de media
distancia llama la
atención la importancia
de estas relaciones en
el eje urbano atlántico
gallego. La existencia
de un sistema urbano
de carácter
policéntrico formado
por los nodos de A Coruña, Santiago de Compostela, Pontevedra y Vigo (Ferrol está excluido de
este servicio ferroviario) y las grandes interrelaciones que existen explican esta intensa

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movilidad interciudades. La modernización de la red ferroviaria ha reducido significativamente
los tiempos de viaje y el ferrocarril ha reforzado su competitividad frente a la autopista del
Atlántico. La relación entre la difusión axial de la urbanización y la importancia de este tipo de
transporte se puede apreciar igualmente en el litoral catalán. No es solo la importancia de
Barcelona y su área metropolitana, sino de un auténtico continuo urbano litoral desde el Camp
de Tarragona hasta Figueres (Girona), con las mismas lógicas que en el caso gallego. Otras áreas
urbanas con un papel importante son Valladolid, Córdoba y Sevilla.

La distribución del
Tráfico de viajeros en
trenes de larga distancia
y AVE, por su parte,
sigue las lógicas
territoriales que ya se
han mencionado. El
mayor tráfico se
concentra en el
cuadrante este
peninsular, y más en
concreto en torno a la
línea Madrid-Barcelona,
que une las dos
principales
aglomeraciones urbanas
a través de Zaragoza.
Madrid, como nodo principal y central de la red española de alta velocidad, concentra el mayor
tráfico de viajeros, con casi 16 millones anuales. A continuación, destacan las estaciones de
Barcelona, Sevilla, Valencia, Zaragoza, Málaga, Alicante y Córdoba, que han sido las principales
beneficiarias de la expansión de la red AVE en las últimas décadas, dentro de la política de enlazar
Madrid con el Mediterráneo. Llama la atención que las tasas de variación de viajeros más altas,
(colores verdes más saturados) se corresponden con estaciones de la mitad norte de España. La
apertura de la línea de alta velocidad Madrid-Valladolid, en la que fue fundamental la
construcción del túnel de Guadarrama, ha permitido acortar significativamente los tiempos de
viaje de las ciudades del norte con Madrid y ha repercutido en un incremento del número de
usuarios de las relaciones de larga distancia de la periferia con Madrid.

En la evolución del número de viajeros en las principales rutas de larga distancia y AVE muestra
muy claramente el impacto de la apertura de las nuevas líneas de alta velocidad sobre el
incremento de viajeros. En el año 2007 se inauguró la línea de AVE entre Madrid y Barcelona,
y entre 2007 y 2009 se disparó el número de viajeros. Después de una leve caída durante 2010
y 2011 por efecto de la crisis económica, desde este último año el crecimiento ha sido de nuevo
constante. Unos años antes, en 2003, el AVE ya llegaba a Zaragoza, lo que se reflejó también en
un importante crecimiento de viajeros entre Madrid y la capital aragonesa. Algo semejante
sucedió en 2010 tras la inauguración de la línea entre Madrid y Valencia y en 2012, con la puesta
en servicio de la línea Madrid-Alicante. En todo caso, la evolución de los tiempos de viaje
(Tiempo de viaje antes de la línea de alta velocidad y Tiempo de viaje después de la línea de alta
velocidad) muestra claramente cómo el espacio se ha contraído hacia el sur y el este, mientras

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que el norte sigue estando más alejado de Madrid en términos de tiempo y, por consiguiente,
del resto de la red de alta velocidad.

1.5. El transporte urbano

Los desplazamientos interurbanos son una de las variables que definen las áreas
metropolitanas. Las dinámicas intermunicipales se consolidan a través de las actividades
cotidianas que la población realiza fuera de su municipio de residencia y se traducen en viajes
entre distintos municipios. En las áreas metropolitanas españolas, el número de viajes diarios
por habitante se encuentra entre un máximo de 3,9 viajes en Barcelona y los 2,1 de Alicante,
una variabilidad relacionada con los hábitos de vida cotidiana de la población, reflejados en las
actividades diarias. Un desplazamiento se genera y se define por la actividad que lo motiva, por
lo que el volumen de actividades fuera del hogar se traduce, directamente, en viajes cotidianos.
En cambio, el volumen total de viajes, en un día laborable, tiene una relación directa con la
dimensión de las metrópolis (ciudades con más población número más elevado de viajes).

Las ciudades con más desplazamientos son Barcelona y Madrid, con 17,4 y 12,9 millones de
viajes, respectivamente, unas cifras mucho más altas de las que ofrecen las otras metrópolis
españolas, todas ellas mucho más pequeñas. En estas el número de viajes, en día laborable, se
encuentra entre los casi cuatro millones de Valencia y los casi dos de Tarragona y Gipuzkoa. Las
cinco metrópolis más pequeñas no llegan al millón y medio de viajes. Las dos características
que mejor definen la movilidad urbana son el tiempo de viaje y la distancia recorrida. Por lo
que se refiere a la primera, Madrid tiene los tiempos de viaje más largos, con 29 minutos de
media y Campo de Gibraltar los menores, con sólo 12,3 minutos, un 42,3% menos que en la
capital. Las tres metrópolis mayores (Madrid, Barcelona y Valencia) son las que tienen unos
tiempos de viaje superiores a los 25 minutos, el resto se sitúan por debajo de los 20 minutos.
Los tiempos de viaje son mayores en las grandes ciudades, en relación a la mayor distancia que
se tiene que recorrer y, también, a los mayores niveles de congestión. Además, los tiempos de
viaje son importantes en la medida que es la unidad que utiliza el ciudadano para medir y
entender la dimensión del propio viaje y la medida utilizada en la gestión individual de los
desplazamientos cotidianos.

La distancia, en cambio, es una dimensión que se calcula a partir del tiempo y de la velocidad
del medio de transporte utilizado. Las cifras son muy diversas y están directamente
relacionadas con la dimensión territorial de las metrópolis; así, las distancias mayores se dan
en Barcelona y en Madrid, con una cifra que supone el doble de las que se dan en ciudades más
pequeñas. Aunque se debe subrayar que, tanto el tiempo como la distancia son siempre
cantidades medias, una expresión que, por su naturaleza, no permite aproximarse a los valores
extremos. Los porcentajes de viajes intermodales, aquellos que utilizan más de un medio de
transporte, son relativamente pequeños, en torno al 10%. Esta cifra indica que las ciudades
tienen unas redes de transporte poco conectadas entre ellas, que están más diseñadas como
líneas independientes y no como un sistema integrado.

Las características demográficas de los viajeros se determinan desde el género y la edad. Las
mujeres, en general, realizan más viajes que los hombres, debido a sus dobles jornadas, entre
los quehaceres del hogar y los trabajos remunerados. Por edades, los viajes se concentran en la
población activa, de 16 a 64 años, cuando la vida cotidiana está más repleta de actividades
laborales y personales.

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Los viajeros que
utilizan el autobús se
concentran en las
grandes metrópolis
españolas: en Madrid
y Barcelona,
especialmente.
También destacan las
áreas metropolitanas
de Mallorca, Valencia,
Sevilla y Gipuzkoa.
Pero más allá de
viajeros por km, lo
interesante es la
distancia media
recorrida por viajero,
al ser mayor en las
metrópolis más
pequeñas. El autobús es un medio de transporte que en las ciudades con metro se usa para
viajes alternativos y complementarios a este y se definen por ser más cortos en distancia, pero
no en tiempo. Para los viajes más largos se utiliza el metro, pues acorta tiempos.

Siete ciudades
españolas (Madrid,
Barcelona, Valencia,
Sevilla, Bilbao, Palma y
Málaga) tienen un
sistema ferroviario
subterráneo. La red de
metro más extensa y
antigua es la de Madrid
con 293km, inaugurada
en 1919. En segundo
lugar, está Barcelona,
con 146km, estrenada
en 1924. También son
estas dos metrópolis las
que tienen una mayor
oferta de plazas y un
número de viajeros mayor, en relación a la dimensión de la red y al número de habitantes de las
ciudades, como se observa en el mapa Viajeros en metro.

En cuanto a los ferrocarriles, hay red de cercanías en diez metrópolis, aunque las de Madrid y
Barcelona son las que tienen una mayor oferta y demanda. Las cercanías de Madrid tienen una
red de 370 km, operadas por Renfe, las de Barcelona 615,6 km, de las que 462,7 km las opera
Renfe y el resto Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya (FGC). El resto de ciudades tienen una
oferta y demanda similar, si bien sobresale Valencia con 252 km.

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Por lo que respecta al
reparto modal, el
porcentaje de
utilización de los
transportes privados,
públicos y activos (a pie,
en bicicleta) de una
ciudad, depende de la
oferta de transporte.
Esta, a su vez, de la red
viaria –especialmente la
de alta capacidad– en
relación con el uso del
coche y de la oferta de
transportes de metro,
trenes y autobuses en
relación con la
utilización de los transportes públicos. También existe una coherencia entre el número de
ciclovías en la ciudad y el volumen de bicicletas que circulan en ellas. Según se observa en el
gráfico sobre el Reparto modal de los desplazamientos, en las distintas áreas metropolitanas
analizadas, estos tienen una característica común: la alta participación de los desplazamientos a
pie y en bicicleta. Además, si a los viajes en transporte activo se le suman los del transporte
público, en casi todas las ciudades (menos en tres: Málaga, Mallorca y Sevilla) superan el 50%.
Una cifra importante en relación con los niveles de sostenibilidad de estas ciudades.

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Sin embargo, para analizar correctamente el reparto modal en las áreas metropolitanas hay que
entender la relación que tienen las distintas coronas que integran cada área metropolitana y los
usos de los diversos transportes entre estos territorios. En general en los núcleos centrales hay
muchos más viajes en transporte activo y en transporte público, que en privado. Esta
proporción se invierte en los desplazamientos más periféricos.

Por lo que se refiere al uso de los distintos modos de transporte que se incluyen en el transporte
público por habitante muestra que el autobús urbano es el más utilizado, especialmente en
aquellos ámbitos urbanos donde no existen otros medios. Donde la red de metro es
importante, su uso es considerable, especialmente en Madrid, Barcelona y Bilbao. El tranvía es
un transporte de uso minoritario, aunque en franca expansión en muchas ciudades españolas.

1.6. Accesos a ciudades

El acceso viario por carretera es una de las características más relevantes del transporte urbano
en las ciudades. Aquí se presentan las redes viarias de gran capacidad de las nueve grandes
ciudades españolas y el uso que se hace de ellas, a través de la intensidad media diaria (IMD) de
tráfico, una medida que cuantifica la cantidad de vehículos al día que circulan en ellas. Como
muestran los mapas, las ciudades españolas tienen una red viaria considerable que ayuda a
articular las dinámicas metropolitanas, facilitando los viajes interurbanos cotidianos. Entre todas
ellas, y por el número de kilómetros de red viaria, sobresale, en primer lugar Madrid con cuatro
vías de circunvalación; después, aunque en menor medida, le sigue Barcelona. En el resto la red
viaria de alta capacidad es mucho más contenida, hecho claramente relacionado con el volumen
de población y de actividades económicas.

En todas estas ciudades, los tramos de la red más utilizados son los que están más próximos a
la parte central de la metrópolis, que suelen ser los que tienen unos niveles de congestión más
elevados. En la medida que los tramos son más periféricos, la intensidad de circulación es menor.
Las ciudades que tienen unos tramos viarios con valores más altos, superando los 100.000
vehículos/día, son, obviamente, las que registran una mayor población. Madrid y Barcelona
muestran, en la mayoría de sus vías, una IMD que pueden presentar unos niveles de congestión
altos, cercanos en algunos casos al colapso, especialmente las más próximas al núcleo central.

En las ciudades más pequeñas, en cambio, las vías presentan una IMD que no suele superar los
50.000 vehículos/día, por lo que no presentan, en la mayor parte de su red, grandes problemas
de congestión, ni tampoco grandes colapsos en horas de máxima demanda. Un tema de especial
interés es la titularidad de estas vías. Algunas son de titularidad privada y otras públicas, en este
caso pueden ser de titularidad estatal, autonómica o local. Otro factor que influye en su
utilización es si son gratuitas o, por el contrario, tienen algún peaje.

2. TRANSPORTE AÉREO

Los 46 aeropuertos y 2 helipuertos que gestiona AENA registraron un tráfico en 2015 de 207,4
millones de pasajeros, alcanzando cifras previas a la crisis económica. Los datos de 2016 señalan
que se han superado los 230 millones de pasajeros y consolidan una tendencia al alza que se
inició en 2014. En el panorama aeroportuario español destacan dos instalaciones: Madrid, con
46,8 millones de pasajeros en 2015, y Barcelona con 39,7 millones.

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Ambas instalaciones que
ocupan las posiciones 5ª
y 9ª en el panorama
europeo, tienen
capacidad para soportar
incrementos adicionales
en el tráfico de aeronaves
y pasajeros. Les siguen
una serie de aeropuertos
en los que el tráfico
turístico es relevante: los
de Palma de Mallorca
(23,7 millones), Málaga
(14,4 millones), Gran
Canaria, Alicante y
Tenerife Sur con
alrededor de 10 millones
al año cada uno.

Conjuntamente estos siete aeropuertos suponen dos terceras partes del tráfico de pasajeros;
mientras que, en el otro extremo España tiene abiertos al tráfico civil 28 aeropuertos que, con
cifras inferiores al millón de pasajeros cada uno, totalizan un escueto 3% del tráfico, si bien
algunos como Melilla o El Hierro desempeñan una función de desenclave. Además, están abiertos
al tráfico civil los aeropuertos de Castellón y Teruel, gestionados por el operador privado EDEIS
el primero, y un consorcio formado por el Gobierno de Aragón y el ayuntamiento de Teruel, el
segundo. Getafe está gestionado por el Ejército y se utiliza excepcionalmente para el tráfico civil.

Respecto a las conexiones, aunque en general predominan los vuelos con origen en la Unión
Europea, existen algunas excepciones. Madrid se comporta como un aeropuerto propio de una
ciudad global: su estacionalidad es reducida y mantiene un amplio abanico de conexiones
transcontinentales (ciudades del continente americano, Oriente Medio y, recientemente,
Extremo Oriente), algo similar sucede, aunque en menor medida con Barcelona. Por el contrario,
en los aeropuertos de menores dimensiones predomina el tráfico doméstico. En estos
aeropuertos, particularmente los del interior peninsular, se dan una serie de debilidades
estructurales que dificultan su viabilidad económica: su ubicación alejada de los principales
espacios de acogida del turismo internacional; el reducido número de compañías que operan
en ellos; una oferta de destinos muy polarizada en Madrid, Barcelona y los archipiélagos; una
notable dependencia de ayudas públicas mediante subvenciones y la competencia, cada vez
más evidente, de los trenes que circulan en la red de alta velocidad. En definitiva, se tiende hacia
una nueva configuración, en la que algunos de los trayectos aéreos que justificaban estos
aeropuertos son progresivamente sustituidos por el ferrocarril de alta velocidad.

Tras la liberalización del mercado comunitario, el panorama de las compañías de transporte


aéreo que operan en nuestro país es cada vez más heterogéneo. Sin duda, todavía resultan
importantes las antes denominadas compañías de bandera, como Iberia, pero su peso ya no es
tan determinante, siendo incluso sobrepasada en términos de pasajeros transportados por una
compañía de bajo coste como Ryanair, como se puede observar en el gráfico Evolución del tráfico
de pasajeros según compañías.

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Destaca, en efecto, la consolidación de compañías de bajo coste. Bajo esta denominación se
incluyen compañías que aplicando una fórmula que combina la reducción de costes (mediante
la contratación de tripulaciones con salarios más ajustados, la utilización de un único modelo de
avión, la reducción del tiempo en tierra del avión o la utilización de aeropuertos secundarios con
tasas más bajas), junto con estrategias comerciales agresivas (apertura de canales de
comercialización de billetes vía internet o firma de contratos con administraciones regionales o
locales) han dominado el mercado de medio radio, que es el principal de nuestro país. Por su
parte, Iberia ha reaccionado replicando este mismo modelo mediante el desarrollo de compañías
específicas, como Vueling o Iberia Express, con el objeto de cubrir parte de esta demanda.

La relevancia de la actividad turística vinculada al producto de sol y playa explica que también
operen en España las tradicionalmente denominadas compañías chárter, como Condor, Air
Berlin, Thomson o Thomas Cook, reconvertidas tras la liberalización en leisure airlines.

En lo relativo al transporte de mercancías, las características geográficas del país así como el
desarrollo de modos de transporte alternativos, hacen que las dimensiones de este sean
modestas. Aquí la concentración del tráfico es aún mayor que en el del transporte de pasajeros,
ya que los cuatro principales aeropuertos canalizan casi el 90% de la carga. Junto a Madrid y
Barcelona destacan Vitoria y Zaragoza, todos ellos en el sector nordeste del país, así como Gran
Canaria y Palma de Mallorca, donde la insularidad es el principal factor explicativo

3. EL TRASPORTE MARÍTIMO

El transporte marítimo es un sistema de vital importancia para el desarrollo socioeconómico


del país, pues a través de él se importa la mayor parte de un recurso tan estratégico como es la
energía, a la vez que se
exportan productos
agrarios o
manufacturas ya
elaboradas.

Es más, la Unión
Europea, a través de la
política de las
autopistas marítimas o
short sea shipping, ha
incentivado desde hace
varios lustros el uso de
este medio de
transporte, pues entre
otros factores,
presenta unas mayores
tasas de eficiencia
económica y medioambiental, sobre todo si se compara con la carretera. El sistema portuario
del Estado español lo integran 28 autoridades portuarias que gestionan los 46 puertos
marítimos de interés general, bajo la coordinación del ente público Puertos del Estado. Por
lógica, y condicionado por la fragmentación territorial de los espacios insulares, la mayor

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dispersión portuaria se localiza en los archipiélagos, donde las tres autoridades portuarias
gestionan 15 puertos, si bien habría que añadir otros puertos de titularidad autonómica y que,
con menor importancia comercial, aunque no en el movimiento de pasajeros.

Los puertos de mayor relevancia se sitúan fundamentalmente en la vertiente mediterránea


peninsular, así como en ambos archipiélagos, localizándose aquí, por lo general, las mayores
superficies de flotación, así como el mayor movimiento de buques y mercancías. De hecho, más
de un tercio del movimiento de mercancías del país se concentra en las autoridades portuarias
de la Bahía de Algeciras y Valencia. Desde el punto de vista del tráfico de viajeros destacan
ambos archipiélagos, donde se registra casi el 50% del movimiento de pasajeros, sin olvidar el
30% que se efectúa en los puertos que sirven de soporte para la Operación Paso del Estrecho
(Bahía de Algeciras, Ceuta, Melilla, etc.), poniendo de relieve la importancia que este modo de
transporte tiene allí donde no existe continuidad territorial, como en las conexiones con la
Península (ver mapa Especialización portuaria).

En cuanto a la nacionalidad de los buques mercantes, existe una notoria diferencia entre la
cornisa cantábrica y el resto del país pues, en la primera, gran parte del movimiento lo
componen embarcaciones foráneas, mientras que en los archipiélagos y Melilla, predominan
los buques nacionales, fruto del intenso tráfico entre islas o en el Estrecho. Ello condiciona que,
en estos últimos territorios –y debido a las menores dimensiones del tráfico nacional–, el arqueo
bruto total de los buques que se registra en estos puertos, en especial en Baleares, sea
comparativamente mayor si se contabiliza el movimiento internacional.

Por su parte, en el
tráfico de mercancías
hay que diferenciar
entre las exportadas e
importadas. Destaca
sobre todo en el
primer caso, las
autoridades
portuarias de la Bahía
de Algeciras y de
Valencia, con una
proyección netamente
internacional, seguidas
del puerto de
Barcelona con las
mismas características
También hay que
reseñar el equilibrio
entre las mercancías exportadas (denominadas embarcadas en el mapa) e importadas
(desembarcadas) que se registra en estas infraestructuras portuarias, al contrario de los puertos
especializados en refino del crudo, como los de Tarragona, Cartagena y A Coruña, donde, por
lógica, predominan las importaciones para así transformar el petróleo en las refinerías cercanas.
Igual ocurre en los archipiélagos, donde la carencia de materias primas y grandes industrias,
convierten a los puertos de estos territorios en las grandes infraestructuras de abastecimiento.
En general, el desembarque de mercancías procedentes del exterior es muy importante en toda

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la red de puertos del Estado, alcanzando casi el 90% en los puertos que más tráfico de
mercancías registran (Bahía de Algeciras, Valencia y Barcelona), frente al predominio del
desembarque nacional en los puertos insulares, así como en Ceuta, Melilla y Motril, hecho que
indica la reiterada función de abastecimiento de estos espacios.

Como se observa en el
mapa Tráfico de
contenedores, este
tipo de tráfico ha
experimentado un
auge muy importante
en las últimas décadas
–más del 71% de toda
la mercancía general
que se mueve por los
puertos españoles lo
hace en
contenedores–,
especialmente en
algunos puertos como
los de la Bahía de
Algeciras y el de
Valencia que,
particularmente en los últimos años, han sufrido una transformación muy importante en aras
de conseguir este tráfico, ya que requiere un alto grado de especialización de las terminales.
Para ello, se han acometido importantes obras para la ampliación de explanadas destinadas al
tránsito de los contenedores, así como la instalación de diversa maquinaria, entre la que destaca
la existencia de casi una treintena de grúas portacontenedores y de pórtico en el puerto de
Valencia, y más del doble en el puerto de la Bahía de Algeciras. Hay que destacar que estos
puertos realizan fundamentalmente una función de trasbordo entre las embarcaciones que
conectan Europa con Asia y América, a la vez que África con Europa. La localización estratégica
del puerto de Algeciras, en la confluencia del Atlántico con el Mediterráneo, ha favorecido que
muchas navieras tengan programadas sus rutas a escasas millas de este puerto, por lo que el
desvío en su ruta transcontinental es mínimo.

Este hecho se une a la calidad de sus infraestructuras –por ejemplo, el puerto de la Bahía de
Algeciras ya permite acoger a la nueva generación de megabuques con capacidad para más de
18.000 TEU (twenty foot equivalent unit)–, junto a la alta eficiencia de estos puertos dentro de
un contexto coste-beneficios, que los ha posicionado entre los veinticinco primeros puertos de
la clasificación mundial de trasbordo de contenedores, aunque con fuerte competitividad frente
a otros relativamente cercanos como Tánger.

En rango intermedio se sitúan los puertos de Barcelona, Las Palmas, Bilbao y Tenerife, que
también han realizado grandes esfuerzos en los últimos años para recibir este tráfico, mientras
que el resto recoge un tráfico más testimonial y donde ya el trasbordo es menos importante,
cobrando peso la función del autoabastecimiento y de servicio de salida de productos de sus
respectivos hinterland.

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En otro orden de
cosas, el tráfico de
cruceros también ha
experimentado un
alza muy importante,
Fruto de ello es que
algunos puertos como
el de Barcelona han
superado en un año
los 2,5 millones de
pasajeros en cruceros,
mientras que lo
puertos de Baleares ya
superan los 1,5
millones y cada una de
las dos autoridades
portuarias canarias
despuntan por encima
del millón. Bien es verdad que el tráfico de pasajeros es muy estacional, pues en el
Mediterráneo y el Cantábrico el movimiento se concentra especialmente desde mediada la
primavera hasta octubre, mientras que en Canarias se aglutina desde este último mes hasta la
primavera. Es un tráfico, por tanto –y hasta ahora–, muy vinculado con las condiciones que
ofrece el clima en cada territorio. Además, a la potencialidad que ofrecen las infraestructuras
portuarias para este tipo de tráfico, también se le une el atractivo turístico de cada uno de sus
hinterland, por lo que Barcelona –y en menor medida Málaga y Valencia, han destacado dentro
del territorio continental español. Otro caso es el de los archipiélagos, donde la multitud de
puertos y la variedad de paisajes naturales y humanos de cada sistema insular, se ha convertido
en una atracción para que los cruceros hayan aumentado de forma muy importante, pues las
distancias son las idóneas para que durante la noche el buque navegue entre las diferentes islas
(incluso en el Atlántico entre Madeira y Canarias), recalando cada mañana en un nuevo puerto.

Además de la importancia que tiene el transporte marítimo para el movimiento de mercancías,


especialmente cuando existe una discontinuidad territorial, –ya que el transporte aéreo
presenta una clara desventaja, excepto cuando las mercancías presentan un alto valor añadido,
urgencia o son altamente perecederas–, la vía marítima se ha consolidado en los últimos años
para el desplazamiento de viajeros en distancias relativamente cortas, sobre todo cuando se
emplean embarcaciones de alta velocidad, existen unas frecuencias diarias aceptables, y cuentan
unos horarios que permitan una óptima accesibilidad de ida y vuelta.

Las rutas interinsulares en los dos archipiélagos españoles, así como las conexiones entre la
Península y Baleares y algunas ciudades norteafricanas, se han consolidado. De este modo, en el
archipiélago canario, la ruta entre Los Cristianos y San Sebastián de La Gomera, donde el
componente de las excursiones turísticas es muy alto, supera el millón de viajeros al año de ida
y vuelta, seguido de la conexión entre Santa Cruz de Tenerife y el puerto de Las Nieves (Gran
Canaria), pues no en vano ambas islas reúnen más del 80% de la actividad económica y de la
población del archipiélago El movimiento de pasaje entre las dos capitales insulares también es
muy importante, así como el tráfico turístico que se registra en Lanzarote, tanto al norte de la
isla con La Graciosa, como al sur entre Playa Blanca y Corralejo (Fuerteventura).

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En el archipiélago balear, a excepción de la conexión existente entre Eivissa y La Savina, las rutas
con la Península casi son tan importantes como algunas líneas interinsulares. Es el caso de las
rutas entre las tres grandes capitales insulares con Barcelona, o Palma de Mallorca con Valencia,
además de Eivissa con Dénia. Solo las rutas interinsulares que unen Alcúdia con Ciutadella y
Palma de Mallorca con Eivissa se acercan al medio millón de viajeros al año.

En el Estrecho destacan claramente las conexiones de menor distancia, como las que parten
desde Tarifa y Algeciras, así como las de Málaga, Motril y Almería con Melilla y Nador. En todas
estas rutas, así como las de ambos archipiélagos, la desregulación del transporte ha permitido la
introducción de nuevos operadores marítimos que han estimulado el alza de este tráfico.

3. SISTEMA DE TRANSPORTES

La globalización ha establecido redes internacionales de intercambio entre países que son más
propias de los transportes exteriores, el aéreo y el marítimo, mientras los transportes terrestres
–carretera, ferrocarril y transporte urbano–, excepto en los territorios fronterizos, requieren
aproximaciones más regionales.

Por otra parte, el mercado único europeo establece redes transeuropeas de transporte entre
países y corredores internacionales preferentes en estas redes. Los puertos, de gran relevancia
en un territorio peninsular e insular, constituyen las puertas de entrada y salida sobre todo de
mercancías, aunque el tráfico de pasajeros sea muy significativo en los archipiélagos. Las zonas
logísticas y los puertos secos, terminales intermodales de mercancías, conectan por ferrocarril
o carretera con el puerto marítimo, y manipulan los tráficos en las propias terminales
portuarias o en una zona interior. Los aeropuertos se erigen en terminales para el transporte
de pasajeros con tráficos internacionales, nacionales y regionales. Carreteras y ferrocarriles
gestionan flujos de personas y mercancías, también a escala nacional, regional y local, mientras
las redes de transporte urbano o metropolitano permiten las relaciones de los espacios más
próximos, aumentando o disminuyendo la capacidad de movimientos de sus habitantes, el
control sobre los recursos, bienes y servicios y canalizando el acceso al mercado laboral.

Un nuevo «modo», la intermodalidad –se le denomina el quinto modo–, que implica el uso de
dos o más modos de transporte por parte de pasajeros o mercancías, introduce eficacia y
eficiencia de recursos en los sistemas de transporte. Es imprescindible en el transporte de
mercancías a partir de la aparición y difusión del uso del contenedor. La intermodalidad
destaca como una de las principales revoluciones contemporáneas del ciclo logístico de las
empresas al permitir la transferencia entre modos de transporte (barco-ferrocarril o barco-
camión) sin necesidad de ruptura de carga. Sin embargo, la intermodalidad es muy relevante
también en el transporte de pasajeros en las áreas metropolitanas que cuentan con redes y
terminales de los distintos modos de transporte, con gestiones a veces muy diversificadas. La
intermodalidad elimina la competencia entre los modos y favorece un sistema de transporte
integrado, al hacerlo más eficiente y eficaz. Los grandes aeropuertos españoles son verdaderas
terminales intermodales, sin embargo, se encuentran muy poco integrados los modos autobús y
ferrocarril en sus propias terminales.

La ordenación y gestión de los sistemas de transporte se realiza a través de los distintos


instrumentos de planificación existentes. A escala nacional, el Plan de Infraestructuras,

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Transporte y Vivienda (2012-2024) ordena el conjunto de modos de ámbito estatal, a la vez que
la descentralización autonómica se refleja en los diferentes planes directores sectoriales. Sin
embargo, España, como miembro de la Unión Europea, participa del diseño de las redes
transeuropeas de transporte (Trans-European Network Transport, TEN-T) de carreteras y
ferrocarriles que conjuntamente con las terminales aéreas y marítimas diseñan el sistema de
transporte del futuro, y de los corredores internacionales.

Es en los años noventa cuando la Unión Europea (UE) introduce el concepto de desarrollo
sostenible como objetivo político para el diseño de las redes y de los sistemas de transporte, al
que se añade, ya en el siglo XXI, el concepto de mejora de la calidad de vida de la ciudadanía,
debido a la intensidad de los problemas ambientales y socioeconómicos asociados al continuo
aumento de la demanda de transporte, sobre todo por carretera. La sostenibilidad en la
ordenación de los transportes, tal y como la concibe Europa, debe garantizar la libre circulación
de personas y mercancías y la reducción del consumo de energía, así como minimizar los costes
externos derivados de la accidentabilidad, de la congestión y de la contaminación, a través del
refuerzo de los modos más respetuosos, la creación de cadenas de transporte integradas y una
imputación justa de los costes. Sostenibilidad en los transportes y también equidad, puesto que
no puede calificarse de sostenible un transporte que no sea justo ni equitativo, cuyas
externalidades positivas y negativas no sean soportadas equitativamente por todos.

En las redes de carreteras y ferrocarriles consideradas de interés común en 2013 de cara al


horizonte 2050, con la red básica planificada para el 2030, en carreteras a medio o largo plazo se
considera estratégica la conexión de todas las capitales provinciales, excepto Cuenca –que, sin
embargo, sí cuenta con conexiones en ferrocarril– y algunos centros comarcales de relevancia
con presencia de terminales intermodales que dan eficacia al sistema de transporte. Ambas redes
presentan muchas similitudes e incluyen la península ibérica de forma integrada como un
complejo sistema de transporte. La cobertura de la red básica de carreteras es más permeable y
reticular y ello se manifiesta de forma marcada en las conexiones fronterizas con Francia.

Es, sin duda, el tráfico urbano y por carretera, de pasajeros y mercancías, el que canaliza los
mayores volúmenes en Europa y el que genera las mayores congestiones de tráfico. En
pasajeros engloba el 73% de los movimientos y en mercancías el 46%, debido al mayor peso en
estas últimas del tráfico marítimo (37%). Para mitigar las externalidades que genera, y en el
marco de la sostenibilidad y la equidad, la Unión Europea presenta hasta sesenta medidas para
la mejora de la calidad y de la eficacia de los sistemas de transporte. Pretende igualmente reducir
el vínculo entre crecimiento económico y demanda de transportes. Se aboga por un necesario
cambio modal, desde la carretera al ferrocarril y a la navegación marítima de corta distancia –
Short Sea Shipping–, en tráfico de mercancías. Las autopistas del mar en los países como España
con tres fachadas marítimas para el tráfico de mercancías, y los corredores ferroviarios se erigen
desde Europa en la alternativa necesaria a las rutas terrestres más congestionadas.

Las TEN-T, redes de interés común de la UE, forman parte de los corredores internacionales de
pasajeros y mercancías, tanto por carretera como por ferrocarril, y constituyen otro de los pilares
de la política de cohesión del espacio europeo cuyo objetivo pretende reducir las diferencias
entre las redes de transporte de los Estados miembros, eliminar los cuellos de botella que
dificultan el buen funcionamiento del mercado interior y superar las barreras técnicas existentes
aún en el tráfico ferroviario con anchos de vías diferentes entre países.

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Al ocupar la península ibérica un lugar estratégico entre el Atlántico y el Mediterráneo participa
de los dos corredores internacionales de mercancías que se dirigen hacia el NO y hacia el NE de
Europa. Estos constituyen verdaderos ejes multimodales, con presencia de redes viarias y
ferroviarias, de terminales portuarias y aeroportuarias y de terminales intermodales de
transporte.

La fachada mediterránea cuenta con las comunidades autónomas de mayor peso demográfico
(junto con Madrid) pues en ella reside más de la mitad de la población española. En ella se
localizan el segundo y tercer aeropuertos de España en tráfico de pasajeros, los de Barcelona y
Palma que, junto con el de Málaga, canalizan más de 80 millones de viajeros en un año. Más del
75% de las plazas turísticas de España se ubican en la franja mediterránea y más de la mitad del
PIB se genera en esta área. Los puertos de Valencia y Bahía de Algeciras gestionan más de un
tercio del volumen de mercancías del Estado y, junto con Barcelona, son los que reciben el mayor
número de contenedores procedentes de los países asiáticos, a través del canal de Suez. Otros
puertos especializados en energía, como Tarragona y Cartagena, también se localizan en esta
fachada marítima. El Horizonte 2030 prevé tres grandes corredores multimodales con origen en
la península ibérica, desde Portugal y España, hacia Francia y nordeste de Europa. Son muy
similares, tanto en carretera como en ferrocarril, y complementarios según los tipos de
mercancías y si proceden o no de los puertos, o soportan la exportación de productos nacionales.

El corredor Mediterráneo de mercancías por ferrocarril, se inicia en Sevilla, hacia Antequera y


Almería y desde Andalucía se dirige hacia las comunidades de Murcia, Comunitat Valenciana y
Cataluña, hasta Perpignan, cruzando desde Lyon hasta Rumania por el sudeste de Europa. Otro
ramal, desde Madrid, se dirige hacia Zaragoza para enlazar con la costa por Tarragona y
Barcelona. Por su parte, el denominado corredor Atlántico y Mediterráneo parte desde el
puerto de Algeciras hasta Madrid. Los dos corredores Atlánticos que desde Sines, Lisboa y
Oporto, en Portugal, se dirigen hacia Madrid y Valladolid, cruzan el País Vasco, y se adentran
hacia París, la costa atlántica y Luxemburgo.

Los corredores internacionales consolidan las redes de transporte transeuropeas y se erigen en


un elemento primordial de cohesión en la Europa de mercado único.

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TEMA 11. LA ESTRUCTURA ECONÓMICA
DE ESPAÑA
INTRODUCCIÓN

España a pasó en un periodo relativamente corto de ser un país agrario a uno industrial –el
desarrollismo de los sesenta-, y también en breve tiempo –desde nuestro ingreso en la
Comunidad Europea en 1986- pasamos de ser una potencia industrial media a un país
predominantemente de servicios con un potente subsector turístico, como se vio antes. Presenta
la economía española una diversificada y compleja estructura económica, no exenta de graves
desequilibrios de renta entre la población y regionales.

1. LAS MAGNITUDES MACROECONÓMICAS

En España, la distribución territorial de la actividad económica está marcada por contrastes


muy acusados. Una serie de espacios concentran una parte muy importante de la actividad
económica. Se trata de las principales áreas urbano-metropolitanas y de espacios económicos
de especialización industrial o en servicios turísticos que han ido adaptando con éxito su base
económica a condiciones cambiantes de competitividad, dejando el resto del territorio como
auténticos desiertos demográficos y con escasa actividad económica. Esta estructura territorial
ha venido conformándose a lo largo de un extenso proceso de desarrollo, que abarca los dos
últimos siglos, a medida que iban surgiendo, a diferentes escalas y con diferente intensidad,
espacios regionales más dinámicos que han ido concentrando la población y la actividad
económica. La reciente crisis económica no ha alterado, en lo fundamental, estas estructuras
territoriales básicas, pero sí que está produciendo cambios acelerados en la composición
sectorial de la actividad que parecen ir en la línea de una profundización en las especializaciones
más exitosas preexistentes, y en las que existe una clara ventaja comparativa.

Al desplome generalizado del sector de la construcción le acompaña un progreso imparable de


la tercerización, aunque con diferentes perfiles regionales, y una profundización en la
desindustrialización, si bien algunas aglomeraciones industriales se muestran mucho más
resilientes que otras. Este conjunto de procesos en marcha determina trayectorias regionales
muy diferentes, hasta el punto que la salida de la reciente crisis se está produciendo a
diferentes velocidades.

Los datos de este tema se refieren a un momento crítico de la gran recesión (2012); la
recuperación de los años posteriores ha mostrado valores más positivos que, no obstante, no
suponen un cambio en los perfiles de la distribución espacial

1.1. Producto Interior Bruto y Valor Añadido Bruto

La distribución espacial del Producto Interior Bruto (PIB) en España (2012) responde a patrones
que resultan suficientemente conocidos, no solamente para los especialistas sino también para
el gran público:

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• Primero, la concentración de la producción en el litoral mediterráneo (desde Girona
hasta Cádiz), que se configura como primer ámbito geoeconómico del país merced a
una estructura productiva diversificada, donde participan una agricultura de fuerte
orientación comercial, una industria que combina complejos productivos articulados en
torno a grandes factorías con distritos industriales de pequeñas y medianas empresas, y
una actividad turística muy asentada en el tiempo y difundida a lo largo de su litoral.

• Segundo, la relevancia que aún conserva la cornisa cántabro-atlántica (desde Gipuzkoa


hasta Pontevedra), a pesar de los intensos procesos de reconversión industrial
registrados entre 1975 y 1995, aproximadamente, que redujeron su capacidad instalada
en sectores intensivos en capital (siderurgia, astilleros), pero impulsaron también una
trayectoria de modernización técnica con efectos apreciables sobre su posición relativa
en el mapa económico español.

• Tercero, la capacidad de Madrid y su región metropolitana para sostener en el tiempo


una senda de crecimiento económico que, hasta el momento, se ha adaptado con éxito
–al menos cuantitativo– a los diferentes ciclos económicos que ha atravesado España
desde el final de la guerra civil.

• Cuarto, la limitada contribución al PIB nacional de las provincias interiores, donde


solamente destacan los casos de Zaragoza, Sevilla o Valladolid, que se benefician de sus
ciudades capitales, apoyadas en una base industrial más o menos sólida heredada en
parte de la política de polos de desarrollo de la década de los sesenta, de su alta
accesibilidad (ferrocarril, autovías o autopistas) en distintos corredores viarios (Ebro,
Guadalquivir, diagonal castellana) y de su condición de capitales autonómicas.

Durante los años de


crisis económica
más severa, entre
2010 y 2012, sin
embargo, se
aprecian
tendencias de corto
recorrido que
merece la pena
considerar. En un
marco general de
decrecimiento, las
provincias que
consiguieron
generar tasas
acumuladas
positivas son pocas
(seis, en concreto),
pero se ratifica la
citada vitalidad de Madrid y su área de influencia más inmediata, sobre todo a lo largo del
corredor del Henares hasta Guadalajara, para conseguir un comportamiento económico
favorable.

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La distribución
provincial del
Valor Añadido
Bruto (VAB) en
2012 se
corresponde
básicamente con
el del PIB, pero en
el mapa Valor
Añadido Bruto por
rama de actividad
se dispone,
además, de datos
sobre su
composición
sectorial en cada
provincia. En una
visión de
conjunto, se
aprecia con nitidez el alto grado de tercerización alcanzado por la economía provincial. Comercio,
servicios a las empresas y Administración pública representan entre dos tercios y tres cuartos
del VAB en la práctica totalidad de los casos. La industria manufacturera retiene, parcialmente,
su aportación relativa a la riqueza provincial en aquellos territorios de impronta fabril que han
sido capaces de reestructurar sus bases transformadoras, destacando casos como Gipuzkoa,
Álava, Navarra, La Rioja y Burgos, que conforman un nodo continuado y bien definido, sin olvidar
Barcelona, Castellón y Valencia, una segunda zona relevante.

Es obvio que Madrid


tiene un peso notable en
la industria nacional por
el mero tamaño de su
economía, pero el
arraigo de esta actividad
en la región ha
disminuido en
porcentaje por la
acusada competencia de
otras actividades menos
intensivas en consumo
de suelo y más ligadas a
la economía del
conocimiento. A pesar de
su indudable
trascendencia en el
funcionamiento de toda
sociedad, el sector primario logra una escasa representación, salvo en Andalucía, Castilla-La
Mancha y Región de Murcia.

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Esta estructura productiva es la consecuencia de tendencias de largo plazo cuya representación
para las dos últimas décadas muestra el sostenido avance absoluto de los servicios comerciales
y no comerciales, frente a la estabilidad de los sectores primario y minero-energético, el
moderado crecimiento de la industria manufacturera y el auge y posterior desplome del negocio
de la construcción.

En perspectiva provincial para el período 2007-2012 apuntala estas líneas maestras. Los
servicios, en su conjunto, crecen en la práctica totalidad del territorio nacional, justamente lo
contrario de lo que sucede con el sector de la construcción, afectado tanto por la reducción
drástica de la demanda residencial (sobre todo interna, aunque también procedente de
compradores extranjeros) como por la caída de la contratación de obra pública derivada de las
políticas de disminución del déficit público. La industria, tanto manufacturera como extractiva
y energética, muestra un comportamiento muy heterogéneo y no sujeto a argumentos
geográficos claros, mientras el sector primario muestra una evolución general regresiva, salvo
en casos puntuales. Al calcularse estos porcentajes de crecimiento sobre valores nominales, la
distinta evolución sectorial de los precios introduce distorsiones que exigen cierta cautela.

1.2. El Empleo

El análisis de la distribución geográfica del empleo en España, así como de su composición


sectorial, guarda una estrecha correspondencia con lo antedicho sobre el PIB y el VAB.
Solamente las diferencias intersectoriales en la productividad aparente del trabajo (cociente
entre el valor de la producción y el número de trabajadores o, de forma más precisa, el número
de horas trabajadas) introducen contrastes entre las estructuras de ambas variables, contrastes
que se abordarán en párrafos posteriores.

Las personas empleadas, vuelven a disponerse a lo largo de un corredor litoral mediterráneo


generador de puestos de trabajo, que contrasta con la escasa ocupación laboral registrada en
el interior peninsular (y que resulta particularmente acusada a lo largo de la frontera hispano-
portuguesa entre Ourense y Badajoz), excepción hecha de la metrópoli madrileña y del valle del
Ebro (Álava, Navarra, La
Rioja, Zaragoza). La
cornisa cantábrica, por
su parte, se distingue
otra vez como
contrapeso parcial a la
concentración del
empleo en el este y el
sur del país, a la que
tampoco son ajenos los
dos archipiélagos. El
mencionado diferencial
de productividad
explica que la
composición sectorial
del empleo muestre una
representación relativa

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mayor de determinadas actividades menos intensivas en capital, caso de la Administración
pública y de los servicios asociados a ella (enseñanza, sanidad, asistencia social). Madrid destaca
de forma patente en esta rama, lo mismo que otras provincias que albergan las sedes de los
gobiernos autonómicos de comunidades pluriprovinciales, caso de Sevilla, Valencia, A Coruña
(con Santiago de Compostela), Álava o Zaragoza. El relevante papel del sector público en el
mantenimiento del empleo se aprecia con claridad especial en provincias poco pobladas del
interior peninsular (Salamanca, Albacete, Badajoz…) y también en otras con crónicos problemas
de desempleo y subempleo, caso de Cádiz, Córdoba o Jaén.

El sector primario también aparece ahora con mayor nitidez que en el caso del VAB y demuestra
su papel no simplemente abastecedor de alimentos y materias primas agrarias, sino también –y
sobre todo– de factor de
anclaje de la población
en el territorio,
entendido como un
espacio extenso y no
solamente como una red
de ciudades. Provincias
como Almería, Murcia,
Huelva, Córdoba, Jaén,
Granada, las dos
extremeñas, Lleida,
Lugo, A Coruña y
Pontevedra albergan
todavía notables
contingentes de
empleados en
agricultura, ganadería,
explotación forestal o
pesca, en el caso de las provincias litorales. En el caso contrario, las actividades mineras,
energéticas y de suministro de agua y gas, bien visibles en el mapa del VAB por su elevada
productividad aparente, desaparecen prácticamente del mapa del empleo, salvo en casos
puntuales ligados al efecto estadístico que genera la localización de las sedes sociales de las
compañías abastecedoras (casos de Madrid, Sevilla o Bizkaia), o a la pervivencia de comarcas
especializadas en la minería, como sucede en León o Asturias, pese al crónico declive de sus
cuencas de carbón como consecuencia de la competencia de mineral extranjero y de las políticas
de transición hacia un modelo energético menos dependiente de los combustibles fósiles.

Sectorialmente la variación del empleo provincial entre 2007 y 2012 expresa la desigual
aportación de las principales ramas de la economía española a la grave situación del mercado
español de trabajo, derivada de la crisis del complejo inmobiliario-financiero desatada en 2008.

En veinte de las cincuenta provincias se destruyó más de la mitad del empleo en el sector de la
construcción, mostrando los archipiélagos, la fachada mediterránea en su práctica integridad, el
valle del Ebro y Madrid un comportamiento comparativamente peor que el promedio nacional.
La industria manufacturera ha sido incapaz de compensar esta sangría laboral, sin que se aprecie
un patrón geográfico definido en el balance de pérdidas y ganancias de empleo, más allá de que
las provincias que crean puestos de trabajo en la manufactura figuran entre las menos

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industrializadas y pobladas del país, por lo que variaciones positivas absolutas muy leves pueden
justificar alzas porcentuales relativamente llamativas. A la inversa, las provincias más
industrializadas pierden efectivos en el sector de manera evidente, como en Barcelona, Valencia,
Gipuzkoa y Bizkaia.

Durante el período
considerado, al
menos, corresponde
a los servicios, de
manera muy
destacada, y al sector
primario y extractivo,
de forma más
limitada, el papel de
factores de
corrección de la
principal y más severa
manifestación de la
incapacidad del
modelo productivo
español para cumplir
su función de
proporcionar a la
ciudadanía un medio estable de acceso a las rentas.

El saldo laboral del sector terciario es positivo en todas las provincias excepto Segovia, aunque
la calidad de estos puestos de trabajo sea puesta en entredicho. El empleo se duplicó en las ramas
energético-extractivas y aumentó casi un 60% en el sector primario.

2. TRABAJO

El análisis del mercado de


trabajo es de enorme
relevancia para determinar la
salud de la economía, su
dinamismo e, incluso, el
bienestar social y el nivel de
renta de la población. A partir
de 2008, el mercado de trabajo
español empezó a sufrir un
enorme deterioro como
consecuencia de la crisis
económica. La reducción del
número de ocupados y el
consiguiente incremento del
desempleo fue muy pronunciado: en el conjunto de España el número de parados llegó a alcanzar
según la Encuesta de Población Activa (EPA) del primer trimestre de 2013 la cifra récord de
6.278.000 parados (26,9% de tasa de paro). Desde entonces y hasta el primer trimestre de 2017

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el desempleo se ha reducido en unos dos millones de personas y la tasa de paro ha bajado hasta
el 18,8%, un valor todavía muy elevado según los estándares europeos. La ocupación ha ido
creciendo, aunque a un ritmo inferior al de la caída experimentada durante la crisis, y siguiendo
la trayectoria actual habrá que esperar hasta 2020 para alcanzar, con 20 millones de ocupados,
el nivel previo a la crisis.

Un elemento
especialmente
significativo del
mercado de trabajo
español, junto a unas
tasas de paro
tradicionalmente
elevadas, es la
persistencia de tasas
relativamente bajas
de actividad, al menos
en relación con lo que
es habitual en los
países más
desarrollados de
Europa. Las menores
tasas de actividad se
encuentran en los
territorios más envejecidos, algo muy claramente visible en la frontera con Portugal y en otras
provincias en las que la persistencia histórica de una elevada emigración y una baja natalidad
y fecundidad han conducido a estructuras demográficas con una muy escasa presencia de los
grupos de edades activos laboralmente. La tasa de actividad solo alcanza valores algo más
elevados en Madrid y su entorno metropolitano (Guadalajara, Toledo), el País Vasco y su entorno
más inmediato (Cantabria, Burgos, La Rioja, Navarra), Zaragoza, el litoral mediterráneo entre
Girona y Almería, Sevilla, Málaga y los dos archipiélagos.

El hecho metropolitano, la inmigración, la juventud demográfica y el mayor dinamismo


económico (industrial o turístico) se conjugan en diferentes grados y formas en cada uno de estos
territorios para explicar su mejor nivel de actividad.

2.1. Ocupación

De continuar el ritmo de recuperación actual, el volumen de ocupados en España volverá a


alcanzar los 20 millones en torno a 2020, una vez se haya recuperado desde los mínimos del
primer trimestre de 2014 (con 17 millones de ocupados). En este proceso, sin embargo, se han
agudizado las diferencias interregionales en cuanto a los niveles de ocupación, considerados aquí
con relación al total de población de más de 16 años.

El principal factor explicativo de las diferencias interregionales en ocupación es el dinamismo


económico, que juega un papel claramente más importante que el grado de juventud o de
envejecimiento poblacional.

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Las áreas más
dinámicas, con una
base económica sólida
y lo suficientemente
amplia, bien sea en el
sector servicios bien en
el sector industrial, son
capaces de generar
una oferta superior de
puestos de trabajo.

En estos casos, la
incorporación de la
mujer al mercado de
trabajo es superior y el
volumen de población
desanimada, que ni
siquiera busca un
empleo porque lo estima imposible, es menor. Así, el mapa de Ocupados por sectores
económicos que representa las tasas de ocupación provinciales replica, en cierta forma, el
mapa de riqueza o renta per cápita: los mayores niveles se encuentran en Illes Balears, Madrid,
el nordeste peninsular entre el País Vasco y Cataluña, el valle del Ebro y provincias limítrofes;
también se observan tasas de ocupación relativamente altas en A Coruña y el litoral
mediterráneo hasta Murcia. Entre los territorios con elevadas tasas de ocupación se encuentran
los principales espacios metropolitanos, Madrid y Barcelona sobre todo, pero también muchos
espacios no metropolitanos que se caracterizan por haber alcanzado una exitosa especialización
productiva en un sector determinado; por poner algunos ejemplos se podría mencionar Illes
Balears (turismo), o Burgos, Navarra, Gipuzkoa, La Rioja y Castellón (industria).

Tanto a escala provincial como de comunidad autónoma, la representación cartográfica de las


tasas de ocupación permite apreciar muy bien la estructura básica de los diferentes ejes y
subejes de desarrollo económico que pueden identificarse en la España peninsular y que han ido
construyéndose a lo largo de la historia económica regional de, al menos, el último siglo.

El área más desarrollada se localiza en Madrid, –que a una escala metropolitana incluye en sus
dinámicas también a Toledo y Guadalajara–, y en el nordeste peninsular, –entre los polos
pioneros de la industrialización española del País Vasco y Cataluña y los espacios vecinos a
estos, principalmente el valle del Ebro–. Desde este núcleo más desarrollado se aprecian tres
ejes de desarrollo que se despliegan a lo largo del litoral atlántico (Cantabria, Asturias, litoral
gallego), el litoral mediterráneo (Comunitat Valenciana y Murcia) y el corredor hacia Portugal
en Castilla y León, (la diagonal castellana Burgos-Palencia-Valladolid-Salamanca), que se van
debilitando a medida que se alejan del núcleo nororiental. Los espacios menos desarrollados y
con menores tasas de ocupación se encuentran por el contrario en el sur y oeste, allí donde el
dinamismo económico es menor y la oferta de puestos de trabajo más reducida; a escala
autonómica, Andalucía y Extremadura serían las regiones con un menor nivel de desarrollo.

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Las tasas de ocupación son algo menores
entre las mujeres (43,3%) que entre los
varones (53,5%). Existe, por tanto, cierto
margen todavía para el incremento
general de los niveles de ocupación
mediante una mayor incorporación de la
mujer al mercado de trabajo,
especialmente entre los 40 y los 60 años,
edades a las que el «déficit» de mujeres
ocupadas es algo mayor.

Las diferencias regionales son también


ostensibles en cuanto a la cualificación
de los ocupados, medido en el mapa
Ocupados según sexo y
nivel de formación a
través del nivel de
estudios alcanzados.
Acorde con su grado de
desarrollo, solamente en
dos regiones más de la
mitad de los ocupados
cuentan con un título
superior: Madrid y la
región vasco-navarra; en
segundo lugar, y con una
presencia de titulados
superiores por encima de
la media española,
destacan sólo Asturias,
Cantabria y Cataluña.

En principio, esta superior formación


está ligada a mercados de trabajo más
exigentes, a la presencia de sectores y
actividades que precisan una superior
cualificación y, en general, a niveles
más altos de productividad. En este
ámbito resulta también relevante que
el nivel de cualificación de las mujeres
ocupadas es significativamente
superior al de los hombres ocupados:
en 2017, para el conjunto de España,
el 42,3% de las mujeres ocupadas
tenían estudios superiores, frente al
37,6% de los hombres ocupados. Esto
ocurre en todos los casos y en regiones
con muy diferente nivel de desarrollo,

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pero es precisamente en las regiones con menor nivel de desarrollo y mercados de trabajo
menos dinámicos donde este contraste de cualificaciones es mayor: Murcia, Extremadura,
Andalucía, Castilla-La Mancha y Castilla y León.

En estos casos, se deja sentir la mayor importancia relativa dentro de los mercados de trabajo
regionales del empleo altamente cualificado encuadrado en la administración y los servicios
públicos, en los que la presencia de mujeres es especialmente relevante.

2.2. Afiliación a la Seguridad Social

La evolución de la afiliación de
los trabajadores a la Seguridad
Social es uno de los
indicadores de la capacidad de
creación o destrucción de
empleo formal. Desde finales
de los años noventa del pasado
siglo se detecta una tendencia
claramente ascendente del
número de afiliados en el
Régimen General,
manteniéndose estable, con un
leve crecimiento, el de
trabajadores autónomos,
hasta mediados de 2008,
cuando la crisis económica se evidencia con una clara destrucción de empleo. A finales de enero
de 2001, hay un total de 15.204.072 de personas afiliadas a la Seguridad Social, de los que algo
más de 12 millones pertenecen al Régimen General, 2,5 millones son trabajadores autónomos, y
el resto pertenecen al Régimen Especial del Mar y al de Minería del Carbón.

En 2008, estas cifras llegan a su máximo, con un total de 19.111.058 afiliados el último día de
enero. Tomando esta referencia, el año siguiente, 2009, registra una pérdida de casi un millón
de afiliados que marcará el inicio de una reducción del empleo que no parece empezar a
recuperarse hasta 2014. A finales de diciembre de 2015, el número total de afiliados a la
Seguridad Social en el conjunto de España asciende a 17.180.590 personas, con lo que se han
recuperado los niveles de 2005, antes de que se iniciase la gran recesión.

El enorme aumento del número de afiliados previo a 2009 se debe fundamentalmente a la


creación de empleo y a la llegada de inmigrantes para cubrir estos puestos de trabajo. La
recesión económica y la emigración de retorno como consecuencia de la misma, explican la
reducción del número de afiliados a la seguridad social a partir del año indicado.

Los afiliados en el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos pasan de 2.583.572 el 30 de


enero 2001, a 3.273.471 en 2009 y a 3.110.596 en la misma fecha de 2015. Supone un importante
aumento en los años de comienzo de siglo y una ligera reducción en el último período
considerado, lo cual se puede atribuir, como en el caso del Régimen General, al impacto de la
crisis económica y la destrucción de empleo que supuso. El momento de mayor afiliación de
autónomos fue junio de 2008, con más de 3,1 millones de afiliados, y el menor enero de 2001,

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con poco más de 2,5 millones de afiliados. Febrero de 2013 es el mes de la crisis con menor
número de autónomos afiliados, algo más de 2,8 millones. Los meses finales de 2007 y todo 2008
presentan el mayor número de autónomos. La pérdida de empleo anima a muchos trabajadores
a iniciar su propia empresa, lo que explica la mejora de las cifras en los años de mayor recesión.

Desde el punto de vista


regional, son las
provincias del nordeste
peninsular las que en
2015 presentan unas
tasas de afiliación a la
Seguridad Social más
elevadas, por encima de
la media nacional que es
de 53,8%. Las provincias
más pobladas, como son
Madrid y Barcelona,
seguidas de Valencia y
Sevilla, son las que
muestran un mayor
número de afiliados.

Las dos primeras suponen el 30,2% del total de afiliados de España. Barcelona es la provincia
con mayor número de trabajadores autónomos de España y Cataluña la comunidad autónoma
que ocupa la primera posición, seguida por Andalucía, Madrid y la Comunitat Valenciana. Las
ciudades autónomas de Ceuta y Melilla son las que presentan menor número de trabajadores de
todos los regímenes afiliados a la Seguridad Social, seguidas de provincias con escasa población
como son Soria, Ávila, Teruel, Zamora, Segovia, Palencia, etc., aunque con tasas de afiliación
elevadas.

Los regímenes especiales del Mar y de la Minería del Carbón agrupan muy escasa población,
pero muy concentrada territorialmente. El primero destaca en Galicia, concretamente en la
provincia de Pontevedra, que con más de 13.000 afiliados (20.270 en toda Galicia), supone el
23,3% de todos los afiliados en este régimen en España.

Destaca también Andalucía, con algo más de ocho mil afiliados, donde Cádiz acumula casi la
mitad (3.800 afiliados). Respecto a la Minería del Carbón, es Asturias, con 2.377 afiliados, la
comunidad autónoma más destacable (agrupa el 66% de los afiliados en este régimen de toda
España), seguida por Castilla y León (833 afiliados, 804 de ellos en la provincia de León) y Aragón,
con una gran concentración en la provincia de Teruel.

En 2015, el número de trabajadores extranjeros afiliados a la Seguridad Social en España


asciende a 1.627.838, de los que 961.707 proceden de países que no pertenecen a la UE (media
de diciembre de 2015). La mayoría pertenecen al Régimen General, 202.168 afiliados, a los que
hay que añadir los afiliados a los sistemas especiales Agrario y del Hogar (con 207.839 y 202.168
afiliados). En total, los extranjeros residentes en España suponen el 10,6% del total de afiliados
a la Seguridad Social, sin embargo, en el Sistema Especial Agrario los extranjeros son el 25,5%
y en el del Hogar el 47%, lo que supone una concentración elevada de estos residentes en

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empleos de baja calidad, por cuanto no es necesaria una elevada cualificación, y los salarios
son generalmente bajos.

Además, explica la
diferencia por sexos, ya que
los trabajadores en la
agricultura suelen ser
hombres, y en el hogar
mujeres, lo que revela, a su
vez, también las diferencias
regionales al respecto, por
cuanto la oferta laboral está
más o menos vinculada a uno
de estos sectores de
actividad. Por comunidades
autónomas, cabe señalar el
peso de estos trabajadores
en Cataluña, especialmente
en la provincia de Barcelona,
la Comunidad de Madrid, Andalucía y la Comunitat Valenciana. La variación del número de
trabajadores extranjeros afiliados entre 2007 y 2015 permite apreciar la pérdida durante el
período de crisis en todas las provincias, excepto en Huelva, Almería, Gipuzcoa y Bizkaia. Las
provincias con pérdidas de población trabajadora extranjera más acusadas son León, Teruel,
Albacete, Toledo y Ávila, no sólo por la emigración de retorno, sino también por la emigración
hacia lugares con mayores posibilidades de encontrar empleo, como la costa mediterránea, con
empleo vinculado al turismo, o la capital de España.

2.3. Paro

El desempleo es en la actualidad, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), uno de


los problemas que más preocupa a los españoles. Más del 70% de la población indica que es la
principal dificultad a la
que se enfrenta el país, y
en años críticos, como
entre 2011 y 2014, esta
cifra superaba el 80%. En
España el objetivo de la
Estrategia Europea 2020,
conseguir que el 75% de
los hombres y mujeres de
entre 20 y 64 años tengan
un empleo, está aún lejos
de alcanzarse.

La crisis económica ha
tenido como efecto más
devastador un enorme
aumento del desempleo. Entre 2008 y 2012 la tasa de paro masculina se ha elevado 14,7

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puntos, mientras que la femenina lo ha hecho en 12,3 puntos. Además, el mayor incremento se
ha producido en la población más joven (entre 16 y 25 años), pues en el mismo período la tasa
de los jóvenes varones ha aumentado en 30,7 puntos y la de las mujeres en 26 puntos, según
datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), como se aprecia en el mapa Paro juvenil.

En ambos casos, la tasa de paro española doblaba en aquel año la media de la UE y, en el caso
de los hombres jóvenes, era la más alta de Europa, quedando la de las mujeres en segunda
posición, después de Grecia. En 2014 la tasa de paro en España es de 24,4, frente a la media
europea de 10,8. La brecha de género se ha reducido considerablemente en el período de la
crisis, pasando de tres puntos en el año 2008 a 0,5 en 2009 y 1,1 en 2013, todo ello como
consecuencia del mayor crecimiento del desempleo entre los hombres durante este período.

Las provincias más


afectadas por el paro son
las del sur de España, en
particular las
pertenecientes a
Andalucía y Canarias, así
como Badajoz y Ciudad
Real. En el cuarto
trimestre de 2014, la tasa
de paro más elevada
correspondió a Andalucía
con un 34%, seguida por
Ceuta y Canarias, ambas
con una tasa de paro
superior al 30%, y
Extremadura con el 29,9%.
Todas ellas especialmente
afectadas por el paro de larga duración (más de 1 año buscando empleo). Las regiones menos
afectadas por el desempleo fueron Navarra (14%), País Vasco (16%) y La Rioja (17%). La media
nacional en el primer trimestre de 2014 ascendía a 23,7%. Las mayores tasas de paro entre la
población extranjera se alcanzaron en Ceuta (67%) y Melilla (46%), seguidas por las comunidades
de Castilla-La Mancha y País Vasco con tasas superiores al 40% y, por último, Navarra, Aragón,
Extremadura y Andalucía con tasas de paro de población extranjera entre el 37% y 39%.

El porcentaje de desempleados con nivel educativo de secundaria es de un 27% para las


mujeres y un 24% para los hombres. Los porcentajes más bajos son los que corresponden a la
educación superior, con un 17% para las mujeres y un 14% para los hombres (2014), aun así
muy por encima de la media de la UE, con cifras para ambos casos inferiores al 11% en el caso de
secundaria y al 7% en el caso de la educación superior.

3. EMPRESA

La empresa es la unidad económica fundamental de organización y toma de decisiones en torno


a la cual se desarrolla la actividad productiva de bienes y servicios. Las personas físicas
(trabajadores autónomos con y sin empleados) constituyen la forma más frecuente de empresa
en España, alcanzando y superando el 50% del total en la mayor parte de las provincias; sólo en

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Madrid y Barcelona, donde el hecho metropolitano es especialmente notorio, o en alguna otra
provincia de fuerte especialización turística, como Illes Balears o Alicante, el valor queda cerca
de este nivel. La sociedad limitada es la figura más sencilla y frecuente de entre los tipos posibles
de sociedad mercantil con una personalidad jurídica propia y distinta de la de sus integrantes.
Las sociedades anónimas, más complejas y exigentes en cuanto a requisitos de constitución y
funcionamiento, tienen una presencia relativa superior en los espacios metropolitanos más
desarrollados: Madrid, Barcelona y Bizkaia. Mientras, otras formas de sociedad empresarial,
entre las que predominan las de trabajo asociado y cooperativas, muestran una implantación
algo superior en Cataluña, el País Vasco y su entorno cercano (Cantabria, Burgos, La Rioja),
Aragón y la provincia de Sevilla.

Más de la mitad de las


empresas se engloban
dentro del sector
servicios. Esta
terciarización no es,
sin embargo,
homogénea
territorialmente y
presenta diversos
perfiles regionales en
función de la
especialización y el
nivel de desarrollo en
cada caso, como se
observa en el mapa
Empresas según rama
de actividad principal.
Así, por ejemplo, en
Madrid destacan sobremanera las empresas de servicios a la producción en actividades
profesionales y científico-técnicas, mientras que en la Comunitat Valenciana o en Andalucía,
entre otras muchas regiones, las empresas dedicadas al comercio o la hostelería tienen una
presencia especialmente relevante.

Por lo que se refiere a las empresas con asalariados, el predominio de las microempresas
resulta aplastante: cerca del 80% del total contaban con cinco o menos trabajadores. No
obstante, la distribución de la población asalariada según tamaño de empresa sí que muestra
grandes contrastes espaciales. Así, en Madrid más de la mitad de la población asalariada
trabaja en empresas de más de 500 empleados, hecho favorecido porque la capital es la sede
central preferente de las grandes compañías españolas y multinacionales. La importancia de la
gran empresa es también apreciable (25% de los asalariados) en otros territorios con tejidos
empresariales más maduros y consolidados o con algún establecimiento industrial destacado:
Asturias, Bizkaia, Barcelona, Valladolid, Zaragoza, Valencia o Sevilla, entre otras.

Demografía empresarial

Los cierres y aperturas de empresas pueden utilizarse, usando un símil demográfico, para el
cálculo de tasas de natalidad y mortalidad empresarial que, junto a la tasa neta derivada de la

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diferencia de estas dos, permitan aproximarse al dinamismo del tejido empresarial durante un
determinado período de tiempo. Así, entre 2009 y 2013 el nacimiento de nuevas empresas ha
sido especialmente intenso en las regiones insulares y del Mediterráneo que, junto con Madrid,
tradicionalmente, muestran un superior emprendimiento en claro contraste con el interior y el
norte de España. Junto a consideraciones de orden sociológico, estas diferencias pueden
explicarse en función de la especialización sectorial de cada territorio, atendiendo a que las
barreras de entrada a la creación de empresas son generalmente más bajas en los sectores de
servicios que en la industria manufacturera. La fuerte mortalidad empresarial en estos años de
crisis, especialmente acusada en las regiones mediterráneas e insulares, ha determinado una
pérdida de tejido empresarial notable: solamente Madrid, el valle del Ebro y las regiones
atlánticas (con la excepción del País Vasco) han resistido algo mejor.

4. LA HACIENDA PÚBLICA

Este subcapítulo considera con cierto detalle la vertiente espacial de la recaudación tributaria del
Estado y de sus tres principales fuentes: el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas
(IRPF), el Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA) y el Impuesto de Sociedades (IS). Estos tres
instrumentos fiscales gravan, respectivamente, los ingresos de la ciudadanía, las transacciones
comerciales de bienes y servicios y los beneficios generados por las personas jurídicas con ánimo
de lucro. Su contribución al sostenimiento de las arcas públicas es fundamental para que el
Estado, en sus distintos niveles territoriales, pueda ejercer su labor inversora y redistributiva.
Por ello es relevante conocer la contribución de las provincias españolas a ese esfuerzo común.

Como resulta comprensible, la cuantía de dicha recaudación tributaria muestra un


comportamiento procíclico. Esto significa que el importe total recaudado evoluciona en el
mismo sentido que el ciclo económico, incrementándose en las fases expansivas y contrayéndose
en las recesivas. A lo largo del siglo XXI esta correspondencia entre recaudación y ciclo es muy
nítida, como muestran los gráficos de Recaudación tributaria del Estado. La recaudación total
aumenta de forma sostenida entre 2000 y 2007, para caer drásticamente con el comienzo de la
crisis inmobiliario-
financiera (2008-2009)
y recuperarse después,
lentamente, hasta
2014, fecha en la cual
no se había alcanzado
aún el volumen total
recaudado en el año
2006. El impacto de la
crisis sobre el tejido
empresarial español
queda claramente
reflejado en el gráfico
Ingresos tributarios
puesto que la
aportación relativa del
IS sobre el total
disminuye de forma
apreciable desde 2008

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y permanece más o menos estancado hasta el año 2014. No sucede lo mismo con el IRPF, que se
reduce levemente desde 2008, y con los impuestos sobre el tabaco, el alcohol o los combustibles
(Impuestos especiales), que muestran un comportamiento más inelástico respecto a la
contracción económica registrada durante la crisis.

El gráfico de Tasa de variación de la recaudación tributaria del Estado, que representa mediante
líneas la tasa de variación interanual, atestigua que son los tributos ligados a la actividad de las
empresas los más afectados por la gran recesión, con un descenso de hasta el 40% en la
recaudación del IS entre 2007 y 2008, o del 30% en la recaudación del IVA entre 2008 y 2009. La
escasa variación relativa de la recaudación de los citados impuestos especiales, sin embargo,
demuestra que ciertos hábitos y patrones de consumo muy arraigados en la sociedad española
apenas sufrieron alteraciones durante esta etapa adversa de pérdida de poder adquisitivo y
destrucción de puestos de trabajo.

El desglose provincial
de la recaudación
tributaria
representado en el
mapa Recaudación
tributaria del Estado
calca el reparto
geográfico de la
población y de la
actividad económica,.
En todo caso, hay que
tener en cuenta que la
liquidación del
Impuesto de
Sociedades se efectúa
en la provincia donde
radica la sede social de
las empresas. El efecto
directo de este imperativo legal no es otro que el aumento artificial de las cifras asociadas a este
tributo en lugares como Madrid, Barcelona, Bizkaia, Valencia, Sevilla, A Coruña o Illes Balears,
por lo menos. Una vez más, el peso de las provincias interiores, sobre todo de las más próximas
a Madrid, es francamente limitado en este terreno. Los valores negativos que aparecen en
Navarra y Álava deben atribuirse a las peculiares características de su régimen foral.

4.1. El Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA)

Según estipula la ley que lo regula, el Impuesto sobre el Valor Añadido es un tributo de
naturaleza indirecta que recae sobre el consumo y grava las entregas de bienes y prestaciones
de servicios efectuadas por empresarios o profesionales, las adquisiciones intracomunitarias de
bienes y las importaciones de bienes.

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El perfil de su tasa de
variación acusa la doble
crisis sufrida por la
economía española,
desencadenada en primera
instancia por el estallido de
la burbuja inmobiliario-
financiera (2008-2009), y
agravada después por la
aplicación de las políticas
de austeridad y contracción
presupuestaria en el sector
público (2010-2011), con
efectos drásticos sobre el
volumen total del consumo
interno a través de la
reducción de la masa salarial y de la caída de la contratación pública. La distribución provincial
del volumen recaudado en 2014 manifiesta con mayor claridad el efecto sede en Madrid y
Barcelona cuando se compara el mapa con el que representa la totalidad de la recaudación
estatal, antes comentado

4.2. El Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF)

El Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas se introdujo en España en la reforma


tributaria de 1978 y constituye la representación más evidente y directa del mandato
constitucional, que en su artículo 31 exige la contribución de toda la ciudadanía «... al
sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un
sistema tributario justo, inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún
caso, tendrá alcance confiscatorio». Se trata de un tributo de naturaleza personal y directa que
grava la renta de las personas físicas conforme a principios de igualdad, generalidad y
progresividad y se modula
en función de las
circunstancias personales
y familiares de los
contribuyentes (tamaño
del hogar, personas
mayores o menores a
cargo del declarante…) y
de la naturaleza de sus
fuentes de ingresos
(trabajo, capital, bienes
inmuebles…). La renta
objeto de gravamen está
compuesta por la totalidad
de los rendimientos,
ganancias y pérdidas
patrimoniales y las

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imputaciones de renta, con independencia del lugar donde se hayan producido y del lugar de
residencia del pagador.

Como muestra el gráfico Ingresos tributarios del IRPF, que desglosa la procedencia de los
tributos, las rentas del trabajo y de las actividades profesionales componen la inmensa mayoría
del IRPF. En una perspectiva territorial, estas condiciones normativas implican que la distribución
provincial de la recaudación por IRPF guarda relación no solamente con el total de los efectivos
demográficos (particularmente con la localización de las personas empleadas por cuenta ajena),
sino también con su nivel relativo de ingresos por habitante.

Por provincias, Madrid, Barcelona y Cantabria se distinguen claramente de las demás en


función del cociente de recaudación de IRPF por habitante, al situarse por encima de la barrera
de los 1.500 euros. El segundo escalón corresponde a A Coruña, Bizkaia, Illes Balears, Sevilla,
Toledo, Valencia, Valladolid y Zaragoza provincias que albergan las mayores ciudades o áreas
urbanas del país, excepción hecha de las dos principales ya citadas, o se sitúan en su área de
influencia más directa. Con todo, hay que hacer notar que estos cocientes están condicionados
por la estructura demográfica de las provincias (porcentaje de población menor de 16 años y que
no puede trabajar; porcentaje de población pensionista y jubilada con rentas, por lo general,
inferiores) y también por su tasa de actividad y de ocupación, toda vez que las provincias con
valores inferiores en ambas variables quedan, en principio, penalizadas en el cálculo de dicho
cociente. Los valores sorprendentemente bajos de las provincias donde se abonan los salarios
más altos de España, como son Gipuzkoa, Álava o Navarra, deben interpretarse por esta causa
y su especial régimen fiscal.

4.3. El Impuesto de Sociedades

En tercer lugar, el Impuesto


de Sociedades no es otra
cosa que el correlato del
IRPF para el ámbito de las
personas jurídicas con
ánimo de lucro,
igualmente obligadas por
la Constitución a contribuir
de manera efectiva y
general al sostenimiento
de los gastos públicos. Su
evolución temporal reitera
lo ya dicho sobre el IVA y la
doble crisis, con el
agravante de que la
recaudación experimentó
un segundo ciclo de contracción en los años 2013 y 2014. Cabría esperar, en comparación con
la restante cartografía que compone ese tema, que Madrid y Barcelona destacaran sobre las
demás provincias de manera más rotunda. No obstante, las grandes empresas que tienen su sede
fiscal en estas dos extensas áreas metropolitanas se benefician de su tamaño, recursos e
influencia para aprovechar al máximo la multitud de opciones de desgravación que contempla la
complejísima normativa que regula este tributo. Esto tiene como resultado, como es conocido,

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un esfuerzo fiscal comparativamente inferior al que correspondería por su volumen de actividad
y por los resultados teóricamente sujetos a gravamen. En conjunto, el Impuesto de Sociedades
presenta unos desequilibrios interprovinciales menos acusados que en los dos casos
anteriores, aunque se reitera la aportación superior que las grandes áreas geoeconómicas
españolas (Mediterráneo, eje del Ebro, Cantábrico, más los dos archipiélagos en este caso)
efectúan al Tesoro Público en comparación con la España interior, sobre todo de la Meseta.

4.4. Presupuestos de las Comunidades Autónomas

Existe una desigual contribución de las provincias españolas a la financiación de los servicios
públicos y al funcionamiento general de la Administración, sea esta nacional, autonómica,
provincial o municipal, deben servir de punto de partida para el diseño consensuado de sistemas
equitativos de financiación de las administraciones regionales y locales. Estos dos niveles
políticoadministrativos no solo disponen de un amplio abanico de competencias en servicios
públicos básicos (educación, sanidad, medio ambiente) que deben ser adecuadamente
financiadas, sino que su proximidad física al administrado les exige una ágil capacidad de
respuesta a sus demandas.

Ahora bien, esas diferencias en ningún caso pueden convertirse en un argumento para justificar
actitudes y posturas insolidarias, puesto que los Estados democráticos de derecho como el
español no están constituidos a partir de la mera agregación de territorios, sino que se
fundamentan en la ciudadanía: son los ciudadanos quienes, a título individual, en función de su
riqueza y con independencia de su lugar de residencia, deben pagar los impuestos, tributos y
tasas estipulados por la ley, sin que quepa atribuir a los territorios la condición fiscal de entes
sujetos a tributación o acreedores a un trato diferenciado, como sucedía durante el Antiguo
Régimen.

Según los expertos en ciencia


política y de la administración,
España es un país
fuertemente descentralizado,
pese a no constituir
formalmente un Estado
federal. El tránsito desde la
centralización característica de
la monarquía borbónica,
primero, y de la posterior
reorganización administrativa
en provincias inspirada en los
departamentos franceses
(1833), hacia el modelo de
comunidades autónomas consagrado en la Constitución de 1978, introdujo una escala
intermedia entre el Gobierno de la nación y las entidades locales (municipios y provincias,
básicamente) cuya relevancia política, económica, social y cultural está fuera de toda duda
cuando se cumplen cuarenta años de régimen constitucional.

La construcción normativa de una escala regional de acción pública, de debate político y de


identificación ciudadana ha tenido lugar con enorme rapidez, máxime si se tiene en cuenta que

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en algunos casos la delimitación regional actual fue objeto de algunas controversias y
discrepancias. De entrada, se observa un crecimiento sostenido de los presupuestos
autonómicos desde el año 2002 hasta 2010, propulsado por la bonanza económica,
característica de ese período, y que se deja sentir con especial nitidez en los capítulos de gastos
de personal y de gastos corrientes en bienes y servicios, mientras las transferencias corrientes
muestran un comportamiento más estable. Desde 2010, la aplicación de medidas de austeridad
para reducir el déficit público contrae ligeramente los presupuestos de las comunidades, que
quedan más o menos estabilizados entre 2011 y 2014. En esta última fecha, el desglose del gasto
autonómico que refleja el gráfico Gasto de las comunidades autónomas según política de gasto
demuestra claramente el significado de la acción de los gobiernos regionales.

La mitad de dicho gasto se


destina a dos de los servicios
públicos más apreciados por
la ciudadanía y que
representan, probablemente,
el núcleo de lo que se
entiende por estado del
bienestar: la sanidad y la
educación universales y
gratuitas. Aproximadamente,
otra quinta parte se orienta a
la promoción del desarrollo
económico regional y las
políticas de protección social.
La cuantía en que estas dos
últimas partidas de gasto se
apoyan en fondos
procedentes de la Unión
Europea (Fondo Europeo de Desarrollo Regional, Fondo Social Europeo) no aparece consignada
en los datos, pero no debe ser ignorada, sobre todo en las comunidades autónomas con niveles
inferiores de renta por habitante.

La crisis económica y la exigencia de reducir el déficit público en el ámbito regional explican la


llamativa contracción, en todas las comunidades autónomas, del volumen de recursos
disponibles para la prestación de servicios públicos y el cumplimiento de las restantes
obligaciones de estas administraciones. Ante todo, es imprescindible resaltar que el servicio de
la deuda pública incrementa de forma patente su peso en la estructura del gasto entre el año
2008, cuando era prácticamente inapreciable, y el año 2014. Esto sucede en todas las regiones,
pero de manera muy acusada en la Comunitat Valenciana, Cataluña, Castilla-La Mancha y Madrid.
Como es natural, la irrupción de esta cuantiosa partida en la composición del gasto, sumada a la
reducción absoluta del mismo, deja un margen menor para las demás funciones asumidas por
las autoridades regionales en España. La principal víctima de los llamados «recortes» parecen
haber sido las que el mapa Gastos de las comunidades autónomas denomina: resto de
funciones o políticas, por ejemplo la inversión en capital fijo (infraestructuras y equipamientos),
que pierde en todos los casos su primacía cuantitativa en la distribución funcional del gasto en
servicios públicos.

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Resulta en 2014 una
distribución muy
diferente a la de
2008, caracterizada
por la relevancia de
los gastos en
sanidad y
educación, que
acumulan casi
siempre una
proporción superior
al 50% del gasto
total de cada
comunidad
autónoma, igual que
en el agregado
nacional. Solamente
la muy endeudada
Cataluña y la
Comunidad Foral de Navarra, que disfruta de un sistema particular de financiación, se apartan
de este patrón. Por último, la representación del desglose de los recursos o ingresos de que
dispone cada comunidad autónoma en el mapa Presupuestos consolidados de las comunidades
autónomas muestra la diversidad regional de fórmulas concretas de financiación.

La Constitución establece que tales recursos están formados por los impuestos total o
parcialmente cedidos por el gobierno central (más los recargos que establezcan sobre los
impuestos del Estado), la participación en los ingresos de este (contabilizada en el mapa como
transferencias corrientes), sus propios impuestos y tasas, las transferencias del Fondo de
Compensación Interterritorial para gastos de inversión y, finalmente, los rendimientos
obtenidos gracias a su patrimonio, a lo que se suman las operaciones de crédito y la emisión
de deuda. La combinación de estas fuentes de ingresos es heterogénea. Las comunidades de
régimen foral se nutren principalmente de los tributos que recaudan, directamente en el caso
de Navarra, e indirectamente en el del País Vasco, cuyo presupuesto autonómico se nutre
mayoritariamente de las transferencias recibidas desde las tres diputaciones forales, que son los
órganos que gozan de la potestad de recaudar los tributos. Dentro de las comunidades de
régimen común, debe destacarse la desigual contribución de los impuestos (directos, indirectos,
más las tasas), a la financiación del presupuesto.

4.5. Deuda de las entidades locales (provincias y municipios)

En el organigrama de la Administración Pública española, se entienden por entidades locales las


diputaciones provinciales, los consejos y cabildos insulares, los municipios y toda una serie de
organizaciones que se sitúan entre estos últimos y la provincia (comarcas, mancomunidades,
órganos de gestión metropolitana) o por debajo del primero (juntas vecinales, pedanías…).
Constituyen el nivel administrativo más próximo a la ciudadanía puesto que se encargan de la
administración y mantenimiento de una serie de servicios y equipamientos generales
imprescindibles, como la distribución de agua, la gestión de los residuos, el viario local, el
empadronamiento, la regulación de las actividades en el espacio público o la asistencia a grupos

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sociales en situación de exclusión social. Durante la etapa de rápido crecimiento económico
anterior a la crisis de 2008, la recaudación de los ayuntamientos se incrementó de forma
notable gracias a los ingresos derivados de la concesión de licencias de obra. Esa mayor
disponibilidad presupuestaria se tradujo, en demasiadas ocasiones, en un programa de
inversiones municipales financiadas con préstamos cuya garantía radicaba en las previsiones de
futuros ingresos derivados de la construcción de viviendas y, una vez ocupadas estas, del
crecimiento esperado de la población residente y la consiguiente recaudación de mayores fondos
asociados a las diferentes tasas y tributos que cobran los ayuntamientos.

El estallido de la burbuja
inmobiliaria truncó estas
expectativas en muchas
localidades, generando un
cuantioso endeudamiento de los
ayuntamientos que se refleja con
claridad en el gráfico Evolución
de la deuda de las entidades
locales.

Por municipios muestra valores


más elevados en municipios muy
afectados por los excesos
inmobiliarios, caso del sur de la
Comunidad de Madrid, el Pirineo
catalán y oscense, Mallorca, Fuerteventura y, sobre todo, el litoral andaluz. Al contrario, los
municipios de Castilla y León, Extremadura, Galicia y la mayor parte de Asturias, Cantabria, y
Castilla-La Mancha muestran unas finanzas municipales más saneadas, aunque esa cualidad
deriva, principalmente, de su atonía demográfica (despoblación, envejecimiento)

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TEMA 12. ORGANIZACIÓN TERRITORIAL E
INSTITUCIONAL DE ESPAÑA. LA ARTICULACIÓN
TERRITORIAL
INTRODUCCIÓN

La Geografía Política es una rama de la Geografía Humana que estudia la organización política y
estructura territorial de los estados soberanos y de otras entidades no estatales. En este tema se
analiza la organización política y la estructura territorial de nuestro país, sus antecedentes en la
Edad Moderna, señaladamente durante la Ilustración del s. XVIII, la división provincial de 1833 y
los cambios acontecidos desde entonces, señalando especialmente dos hitos: la creación, tras la
aprobación de la Constitución de 1978, de las actuales 17 regiones o comunidades autónomas –
la España de las autonomías-, y el ingreso de España con Portugal, el 1 de enero de 1986, en la
entonces Comunidad Europea, hoy Unión Europea.

1. ORGANIZACIÓN TERRITORIAL Y SISTEMA POLÍTICO

El sistema político es uno de los grandes actores de la construcción del espacio geográfico a
través de la articulación legal y la responsabilidad en la organización y aplicación de las
políticas, cada una de ellas con su impacto territorial. Por su parte, los modelos de planificación
y de intervención, con sus respectivos instrumentos, resultan esenciales para organizar los
territorios.

En ambos casos, el énfasis debe estar puesto en cómo poder aprovechar potencialidades y
diversidades para un mejor diseño y aplicación de las políticas. Estas se adaptan a cada territorio
para mejorar su rendimiento y eficacia, y para el objetivo de una adecuada cohesión territorial.
Por tanto, la articulación y vertebración territorial no solo quedan asociadas con el nivel de
accesibilidad, con ser importante el papel de infraestructuras y equipamientos, sino
intrínsecamente unidas al sistema político-administrativo. Este acabará definiendo el modelo
territorial resultante. La distribución de competencias del modelo de Estado autonómico hace
que sean varios los niveles administrativos que intervienen sobre un mismo territorio
desarrollando políticas de gran impacto territorial. El modelo territorial acaba siendo el
resultado de la intervención de múltiples instancias de gobierno que ejercen sus competencias
en materias muy diversas con diferentes modos de relación.

1.1. La formalización de la España de las autonomías

Los problemas de gobernanza territorial constituyen el reto más importante para el Estado
español en la actualidad. La Constitución española de 1978 (en adelante CE) establecía un
singular modelo de Estado que no tiene equivalente; tan abierto y complejo que no puede
considerarse una fórmula técnica definitiva. De hecho, y esta es una cuestión trascendental, no
se trata de un modelo acabado sino en definición y construcción permanente. Este hecho, junto
a una coordinación interinstitucional poco funcional, ha sido causa de contradicciones, cuando
no conflictos, entre administraciones; y no sólo, aunque también, en lo relativo al modelo

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territorial. De hecho, no existe organismo o mecanismo explícito que de forma rutinaria
promueva la coherencia y la coordinación entre las distintas políticas territoriales autonómicas.

Esta es una función que correspondería al Senado, en tanto que Cámara de representación
territorial cuya reforma, para avanzar justo en esta dirección, ya se planteó a mediados de la
década de los noventa. Función finalmente circunscrita a una de sus comisiones internas en la
actual XII Legislatura, a la Comisión General de las Comunidades Autónomas.

Los gobiernos necesitan estructuras territoriales para poder aplicar sus políticas y gestionarlas a
través del aparato del Estado: las administraciones públicas. La CE consagró la Organización
Territorial del Estado (título VIII) vigente hasta nuestros días sirviendo de marco para el Estado
de las autonomías o Estado autonómico. Se trata de un Estado unitario, pero ha llegado a tener
un funcionamiento similar al de los estados federales, organizado en tres niveles político-
administrativos principales para los que se garantiza la autonomía en el gobierno de sus
intereses. Según la distribución de competencias que la propia CE establece: la Administración
General del Estado (AGE), el nivel regional (las comunidades autónomas –CC.AA.–) y el nivel local,
que incluye las provincias, municipios, islas, pequeñas entidades inframunicipales tales como
caseríos, parroquias, aldeas, concejos, pedanías, etc., así como otras entidades superiores al
municipio como las comarcas, áreas metropolitanas y mancomunidades.

De acuerdo con el art. 143.1 CE, «en el ejercicio del derecho a la autonomía reconocido en su art.
2 (...) las provincias limítrofes con características históricas, culturales y económicas comunes,
los territorios insulares y las provincias con entidad regional histórica podrán acceder a su
autogobierno y constituirse en comunidades autónomas» (con arreglo a lo previsto en el título
VIII de la CE y en los respectivos estatutos de autonomía). Contempla diversas formas de acceder
a la autonomía; fundamentalmente dos: según lo estipulado en los artículos 143 (la llamada vía
lenta) y 151 (vía rápida). Asimismo, y a pesar de que tienen como referente normativo estos dos
artículos, cabe señalar también la Disposición Adicional Primera y Transitoria Cuarta (relativa al
territorio foral de Navarra) y la Disposición Transitoria Segunda relativa a los territorios que
hubieran plebiscitado anteriormente sus estatutos de autonomía (EA) y hubieran contado con
regímenes provisionales: Cataluña, País Vasco y Galicia.

Finalmente, la posibilidad de obtener la autonomía por parte de las ciudades de Ceuta y Melilla
se contempla en la Disposición Transitoria Quinta, según lo establecido por el artículo 144.a. El
proceso de formalización de la España de las autonomías no fue sencillo ni uniforme en el tiempo.
Se prolongó desde el 18 de diciembre de 1979, fecha de promulgación de los EA de Cataluña y
País Vasco, hasta el 25 de febrero de 1983, cuando se aprueban los EA de Extremadura, Illes
Balears, Comunidad de Madrid y Castilla y León.

A las 17 CC.AA. constituidas en dicho intervalo se añadieron el 13 de marzo de 1995 las ciudades
autónomas de Ceuta y Melilla. En un principio no estaba previsto que todo el territorio español
fuera divido por completo en CC.AA., ni que todas asumieran la autonomía plena. El proceso
autonómico se vio afectado por una escalada competencial por la que algunas comunidades que
siguieron la vía del art. 143 llegaron a superar las competencias que les permitía asumir el art.
148 y alcanzaron de inmediato otras del art. 149 inicialmente reservadas a la AGE (salud, régimen
minero y energético, industria y comercio…).

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A resultas, puede diferenciarse entre dos grupos de autonomías: las CC.AA. que asumieron
exhaustivamente en su EA todas las competencias posibles según los arts. 148 y 149 CE, y las que
necesitaron que transcurrieran cinco años de su reforma para alcanzar el mismo techo
competencial.

El primer grupo, de vía rápida (con soluciones normativas asimilables al art. 151) resulta sin
embargo muy heterogéneo: CC.AA. con EA plebiscitados con anterioridad, territorios de régimen
foral (Navarra siguió una vía especial, la del llamado amejoramiento del fuero), CC.AA. sin
antecedentes forales ni plebiscitarios pero con acceso inmediato (únicamente Andalucía cumplió
con el art. 151) y CC.AA. con competencias ampliadas desde el principio a través de Ley Orgánica.
El art. 150.2 CE permite ampliar las competencias vía transferencia o delegación, pero no
contempla que tales incrementos aparezcan ya en el propio (primer) EA. Aun así, en el caso de
Canarias y la Comunitat Valenciana se aprobaron simultáneamente los estatutos y la
correspondiente ley de transferencias.

Sin embargo, no tenían posibilidad de convocar elecciones de forma autónoma como todas las
anteriores. No son equiparables a las asimilables al art. 151, pero tampoco exactamente iguales
al resto de las que accedieron a través del art. 143. Los EA establecieron la estructura político-
administrativa con que cuentan las CC.AA.; se trata de lo que se denomina «regiones
constitucionales». Desde su aprobación, todas disponen de capacidad de autogobierno: ejecutiva
(el gobierno autonómico) y legislativa (los parlamentos autonómicos). De ahí el calificativo de
«Estado compuesto» con el que el Tribunal Constitucional (TC) define el modelo español. Como
la AGE, también el nivel autonómico de gobierno está dotado de instituciones parlamentarias y

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de competencias y poderes amparados constitucionalmente, posteriormente regulados por los
EA. En caso de existir conflictos competenciales con la AGE, el TC es el encargado de dirimirlos.

Así pues, el ejercicio de las competencias autonómicas por parte de las CC.AA. no está sometido
a control político, aunque sí al control de constitucionalidad por parte del TC en caso de
conflicto. Progresivamente, todas las CC.AA. irán accediendo a las mismas atribuciones
competenciales; una condición que el legislador entenderá previa para poder definir y acordar
los sucesivos marcos plurianuales de financiación autonómica. Las CC.AA. que accedieron por la
vía del art. 143 CE habían asumido en 1998 casi las mismas competencias principales que las que
lo hicieron por el art. 151. En 1992, la aprobación de la Ley Orgánica de Transferencia de
Competencias intentó igualar las diferencias cualitativas en la asunción de las competencias más
importantes entre las CC.AA.

El proceso uniformador, que pactaron los dos grandes partidos que se han venido alternando en
el gobierno de España desde 1982, se cerraba con los acuerdos del sistema de financiación
autonómica aprobados a partir de 2002. Mediante el mismo se obligaba a todas las CC.AA. a
asumir las competencias de educación (desaparecía «el territorio MEC») y sanidad (desaparecía
«el territorio INSALUD»). Todos los estatutos originales han ido experimentando reformas de
diferente calado. Sin embargo, en el primer lustro del presente siglo se empezaron a reformar
algunos con la intención de adaptarlos a las condiciones y necesidades reales del momento. En
especial por las relaciones con la Unión Europea y sus políticas, pero también para ampliar su
techo competencial en materias no contempladas originalmente en la CE. Las CC.AA. que han
aprobado sus segundos textos estatutarios son Comunitat Valenciana y Cataluña en 2006 (el
segundo impugnado ante el TC), Illes Balears, Andalucía, Aragón, Castilla y León en 2007 y
Extremadura en 2011. También Navarra introdujo modificaciones a su texto mediante la Ley
Orgánica 7/2010.

El TC se ha tenido que manifestar para dar respuesta a los recursos de inconstitucionalidad


presentados ante las reformas de algunos de ellos. Además del citado caso catalán, el texto del
estatuto valenciano fue impugnado por Aragón y Castilla-La Mancha en materia sobre derechos
de agua, recursos que fueron desestimados por STC (Sentencia del Tribunal Constitucional)
247/2007 y STC 249/2007. El de Andalucía lo fue tanto por parte de la Comunitat Valenciana, por
el tema de la financiación, recurso que el TC no admitió a trámite, como por parte de
Extremadura, sobre aguas, que sí fue estimado por STC 30/2011. El mismo recurso, con idéntica
STC, era presentado de nuevo por Extremadura esta vez al nuevo Estatuto de Autonomía de
Castilla y León.

La división en 17 CC.AA. se vio reforzada tras el ingreso de España en la Comunidad Europea en


1986, cuya política regional europea requiere de un marco regional consolidado para la
aplicación y gestión de los fondos en el ámbito de cada Estado.

1.2. Las provincias

Sin embargo, hay que recordar que hasta entonces, y por mucho tiempo, fueron las provincias la
división más importante. De hecho, junto con los municipios, son las dos divisiones que
explícitamente reconoce la CE; a partir de las que poder configurar las actuales CC.AA. según lo
dispuesto en el Título VIII sobre la Organización Territorial del Estado (art. 137). Ambas

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encuentran el origen de su consideración como unidades territoriales para la organización de la
administración local en la Constitución de Cádiz de 1812.

Las provincias son la herencia promovida por el cambio dinástico durante el siglo XVIII, como
elemento de racionalización para la gestión político-administrativa de un Estado centralista. La
historia de España cuenta con un largo inventario de propuestas de divisiones provinciales.
Algunas de ellas se hicieron siguiendo unos claros crite rios objetivos para la época, como la
realizada en 1799 por el superintendente general de Hacienda Cayetano Soler por mandato de
Manuel Godoy. Se trata de una reforma territorial que pretendía la reorganización fiscal
racionalizando el sistema impositivo. En ella se emplea como criterio de división el sistema de la
mínima distancia: la distancia de cualquier núcleo de población a su capital de provincia o partido
siempre debe ser menor que la distancia a cualquier otra capital. Le siguieron otras iniciativas
como la que se desarrolló en cumplimiento de lo establecido en el art. 11 de la Constitución de
Cádiz de 1812. Ya durante el Trienio Liberal, y tras diversas iniciativas, en 1822 se aprobaría una
nueva división provincial de España con cincuenta y dos provincias, delimitadas en función de
referencias históricas de antiguos reinos, accidentes geográficos y la permanencia de los
términos municipales.

Las provincias recibían el nombre de su capital y por primera vez pasaban a tener competencias
plenas en las esferas política, judicial y económica. La restauración absolutista de Fernando VII
abortó la iniciativa. Se llega así a 1833, fecha clave para la organización territorial de España,
cuando se aprobó el decreto de división provincial de Javier de Burgos, Ministro de Fomento
durante la regencia de María Cristina. Establecía una división de España en 49 provincias, dos de
ellas insulares, Canarias y Baleares. En ella se recogían elementos de anteriores divisiones
borbónicas, la bonapartista y liberales. Salvo pequeñas modificaciones posteriores, su base
territorial perdurará hasta la actualidad. Lo que sin embargo sí se modificará, desde la segunda
mitad del s. XIX hasta la dictadura franquista, es la propia concepción de la provincia y las
funciones de las instituciones provinciales.

En este sentido el concepto de provincia, que, con ligeras modificaciones ha llegado hasta la
Constitución de 1978, tiene lugar en 1925 con la dictadura de Primo de Rivera, cuando se aprueba
el Estatuto Provincial. La provincia también tuvo gran importancia en la etapa franquista al
constituirse en la demarcación intermedia entre los municipios y el Estado, tal y como recogería
la Ley Orgánica del Estado de 1967, al haberse suprimido las regiones constituidas en régimen de
autonomía en tiempos de la Segunda República.

En la actualidad, tal y como recoge el art.141.1 CE, la provincia es una entidad local con
personalidad jurídica propia, determinada por la agrupación de municipios, y a la vez, una
división territorial para el cumplimiento de las actividades del Estado. De acuerdo con el art. 68
CE, el Congreso se compone de 350 diputados elegidos por sufragio universal y cuya
circunscripción electoral es la provincia. La ley distribuye el número total de diputados asignando
una representación mínima inicial (2 escaños) a cada circunscripción (lo que acaba facilitando la
obtención de un escaño con unos pocos miles de votos en provincias escasamente pobladas de
la España interior) y distribuyendo los demás proporcionalmente a su población. Ceuta y Melilla
están representadas cada una de ellas por un diputado. La elección se verificará en cada
circunscripción atendiendo a criterios de representación proporcional. Los cambios
demográficos han favorecido el peso de Madrid, especialmente, y Toledo por efecto inducido,

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las islas y las provincias litorales mediterráneas, salvo Barcelona, que disminuye, y Granada y
Castellón que mantienen el mismo número de escaños que en las primeras elecciones de 1977.

En cuanto al Senado, el art. 69.1 CE lo define como la Cámara de representación territorial. La


provincia vuelve a ser la circunscripción electoral de base en la España peninsular. Se eligen
cuatro senadores por sufragio universal, libre, igual, directo y secreto por los votantes de cada
una de las provincias. «En las provincias insulares, cada isla o agrupación de ellas, con Cabildo o
Consejo Insular, constituirá una circunscripción a efectos de elección de Senadores,
correspondiendo tres a cada una de las islas mayores (Gran Canaria, Mallorca y Tenerife) y uno
a cada una de las siguientes islas o agrupaciones: Ibiza-Formentera, Menorca, Fuerteventura,
Gomera, Hierro, Lanzarote y La Palma. Las poblaciones de Ceuta y Melilla elegirán cada una de
ellas dos Senadores».

Más allá del peso específico con el que cuente cada territorio, también en este caso, como en las
elecciones al Parlamento, los candidatos elegidos por cada circunscripción pueden tener poco o
nada que ver con los territorios desde los que son elegidos. Además de este número, desde la
aparición de las CC.AA. estas designan un senador y otro más por cada millón de habitantes de
su respectivo territorio. La designación corresponde a la Asamblea legislativa o, en su defecto, al
órgano colegiado superior de la comunidad autónoma, de acuerdo con lo que establezcan los
estatutos, asegurando la adecuada representación proporcional.

1.3. Los municipios

El mapa autonómico representa, tras la AGE, un segundo nivel territorial. A estos dos niveles de
gobierno, conjunto conocido como «bloque constitucional», se suma el nivel local, que también
tiene garantizada la autonomía para el gobierno de sus intereses (art. 137 CE). Sin embargo, no
recibe la atribución directa de competencias en la CE, sino que se le atribuyeron en la posterior
Ley Reguladora de las Bases del Régimen Local de 1985 (LBRL), por lo que su margen de actuación
queda limitado por los dos primeros.

En este tercer nivel territorial se sitúan las entidades locales: provincias y municipios, pero
también, y cada vez con mayor importancia, aunque no se extienden a lo largo de todo el
territorio español, comarcas, mancomunidades, áreas metropolitanas, cuadrillas y otras
asociaciones de municipios.

Por lo que respecta a los municipios, su origen se remonta a la Edad Media. Conquistada una
zona, el monarca autorizaba la ocupación de parte de las tierras por parte de sus súbditos,
hombres libres que defenderán sus tierras contra los musulmanes expulsados. Esta forma de
repoblación cristiana se conoce como presura. La unión de los propietarios libres determinará,
desde el siglo X, la formación de núcleos de población que ejercerán el control y defensa de sus
tierras, lo que constituiría la base de los términos municipales castellanos, baylías en Aragón,
Valencia, Baleares y Cataluña.

Entre los siglos XII y XIII, los núcleos más importantes por demografía, dimensión y potencial
económico reciben del rey la categoría de villas o ciudades, adquiriendo cierta capitalidad
administrativa. De aquí, surgen nuevos y más potentes municipios base, a su vez, de términos
mayores (sexmas, sexmos, quadrillas, ochavos, tierras, partidos…) y de unidades administrativas

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superiores al municipio (adelantamientos en la corona de Castilla, merindades en la misma
Castilla y en Navarra, governacions o justiciazgos en Valencia y vegueries en Cataluña y Baleares).
Desde el punto de vista de su superficie, los términos municipales más extensos se sitúan en la
zona del Tajo a Sierra Morena y en la zona andaluza y Murcia. Los de la primera fueron
conquistados con el apoyo de las órdenes militares, los de la segunda por grandes señores
feudales. Aquellas y estos fueron los grandes beneficiarios del reparto de tierras, lo que explica
su tamaño. En la actualidad (actualización del INE a 1 de enero de 2017), España cuenta con un
total de 8.124 municipios, con un tamaño demográfico muy desequilibrado. El 60% de ellos
presentan una población inferior a los 1.000 habitantes (el 3% de la población española), lo
que representa un gran problema desde el punto de vista de la gestión territorial.

Con todo, su número se ha mantenido estable desde el descenso experimentado en los años
ochenta (de 9.266 a poco más de 8.100), con ligera tendencia al alza a partir de la década
siguiente. La respuesta dada hasta la fecha ha venido a través de las mancomunidades y de las
diputaciones. Antes complementarias, los cambios legislativos recientes, como la Ley 27/2013,
de 27 de diciembre, de racionalización y sostenibilidad de la Administración Local, ha supuesto
un importante cambio hacia la exclusión de las primeras y de la gestión comunal municipal, lo
que ha provocado la reacción de parte de dichas entidades locales.

1.4. Comarcas, mancomunidades, áreas y entidades metropolitanas

El municipio ha sido hasta la actualidad la unidad administrativa de mayor importancia en los


procesos de ordenación de espacios locales, materia para la que la LBRL de 1985 le reconoce
tanto competencia como naturaleza de entidad territorial (es decir, su base está en el territorio),

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ente administrativo y ente autónomo. El art. 140 CE garantiza la autonomía de los municipios,
que gozan de personalidad jurídica plena, correspondiendo su gobierno y administración a sus
respectivos ayuntamientos, compuestos por alcaldes y concejales. Les corresponde definir los
usos del suelo (mediante los planes generales de ordenación urbana), la prestación de servicios
y el desarrollo local.

Respecto de las provincias, habiéndose configurado hace casi dos siglos, está en debate su
funcionalidad y utilidad real para dar respuesta a las necesidades actuales. Sin embargo, siguen
siendo la base para el cálculo de escaños en cada elección y sus órganos de gobierno cuentan
con competencias y recursos (aunque limitados y cedidos por otras administraciones) mediante
los que desarrollan acciones, especialmente en los pequeños municipios. El gobierno y la
administración autónoma de las provincias están encomendados a diputaciones provinciales u
otras corporaciones de carácter representativo (art. 141.2 CE). En los archipiélagos, las islas
tendrán su administración propia en forma de cabildos o consejos (art. 141.4). También se
podrán crear agrupaciones de municipios diferentes de la provincia (art. 141.3) dentro del
territorio de cada CC.AA. De acuerdo con el art. 152.3, los respectivos EA, mediante la agrupación
de municipios limítrofes, podrán establecer circunscripciones territoriales propias, que gozarán
de plena personalidad jurídica.

El Libro blanco para la reforma del gobierno local de 2005 del Ministerio de Administraciones
Públicas (MAP) distinguía entre agrupaciones y asociaciones de municipios. Las primeras derivan
de la potestad de las CC.AA. (caso de las comarcas y entidades metropolitanas), las segundas de
la autoorganización intermunicipal (mediante convenios interadministrativos, entidades de
cooperación intermunicipal o la cooperación informal). Las segundas son las más frecuentes, y
de entre ellas las mancomunidades.

La comarca tiene una vocación territorial que la distingue de otras formas de


intermunicipalidad más funcionales. Implican una redistribución competencial entre
administraciones (municipios y provincias) tal y como reconocía la STC 214/1989. De acuerdo
con el art. 42 LBRL, las CC.AA. podrán crear comarcas u otras entidades que agrupen a varios
municipios. La creación de una comarca también puede ser iniciativa de los municipios afectados
y no se podrá crear si se oponen expresamente dos quintas partes de estos y representan más
de la mitad del censo.

Según el art. 43.4 LBRL, la creación de comarcas no puede implicar que los municipios pierdan
las competencias propias y los servicios mínimos de los arts. 25 y 26. Las comarcas sólo cuentan
con un carácter administrativo legalmente reconocido en Cataluña, el País Vasco, donde quedan
asociadas a derechos forales, como en el caso de Navarra con sus merindades, en la comarca de
El Bierzo (constituida en 1991) en Castilla y León y, más recientemente, en Aragón, gracias a su
Ley de Comarcalización (Decreto Legislativo 1/2006). Galicia, Principado de Asturias y Andalucía
cuentan con comarcas funcionales para la territorialización de los servicios autonómicos; en otras
CC.AA. se producen mapas de áreas funcionales para cada política sectorial.

Como se decía, son las mancomunidades la forma más típica de intermunicipalidad. Es la


fórmula mediante la que los municipios se asocian de manera voluntaria (entre
administraciones iguales, a diferencia de los consorcios) para poder llegar a prestar
determinados servicios y hacerlo de forma más eficiente, persiguiendo lograr economías de
escala y la articulación de un determinado territorio. Cuentan con personalidad y capacidad

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jurídicas para cumplir sus fines específicos de acuerdo con sus estatutos. Se regulan por el art.
44 de la LBRL, que reconoce el derecho de los municipios «a asociarse con otros en
mancomunidades para la ejecución en común de obras y servicios determinados de su
competencia». El tipo de servicios es muy variado y equilibrado en importancia (si acaso destacan
las infraestructuras y equipamientos y el medio ambiente). Una misma mancomunidad suele
prestar varios servicios y un mismo municipio pertenecer a varias de ellas, hasta seis en algunos
casos, lo que parece poco sostenible desde el punto de vista de la gestión municipal. Su
orientación es más funcional (múltiples funciones) que de organización territorial, lo que las
diferencia de la vocación histórica de las comarcas (o las merindades en el caso de Navarra).

Las mancomunidades han acabado asumiendo


algunas de sus posibles funciones. Mención
especial merecen, por su renovada actualidad, las
áreas y consorcios metropolitanos. Figuras
asociadas a los planes urbanísticos de las grandes
ciudades desde la década de los cuarenta,
recobraron actualidad con la llegada de la
democracia. Las regula el art. 43 LBRL, que las
define como entidades locales «integradas por los
municipios de grandes aglomeraciones urbanas
entre cuyos núcleos de población existan
vinculaciones económicas y sociales que hagan
necesaria la planificación conjunta y la
coordinación de determinados servicios y obras».
Se crean por ley autonómica de acuerdo con los
EA, aunque se requiere audiencia previa de la AGE
y de los ayuntamientos y diputaciones afectados.
Esta ley establecerá los servicios que debe
prestar, sus órganos de gobierno y el régimen
económico y de funcionamiento, con el límite de
deber garantizar la representación, participación
y justa distribución de cargas entre todos los municipios implicados.

Como en el caso de las comarcas también pueden presentar una doble naturaleza: un nuevo
gobierno o un ente local con funciones específicas para cuyo cumplimiento tienen claramente
delimitadas sus potestades. Se trata entonces de áreas metropolitanas especializadas,
monofuncionales, unas estructuras sectoriales de colaboración en un espacio metropolitano.

Como ejemplo de área metropolitana, la de Barcelona, que cuenta con su propio plan subregional
de acción territorial; como entidad metropolitana está la de València para el tratamiento de los
residuos y del agua. Nada impide que la gestión de esta realidad física se lleve a cabo mediante
otras formas de cooperación como mancomunidades o consorcios, como de hecho ocurre muy
a menudo. No resulta acorde la realidad española con la que viven en la actualidad otros países
de nuestro entorno más cercano como Francia, Italia, Alemania, Portugal o el Reino Unido, en los
que las regiones metropolitanas pretenden constituirse en una de las piezas clave de la
articulación territorial mediante la que poder afrontar los nuevos retos y necesidades urbanas.

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2. POLÍTICAS TERRITORIALES Y ORD. TERRITORIAL

La ordenación del territorio (OT), como política pública comporta tomar decisiones por parte
de los responsables políticos sobre los modelos de intervención que resultan esenciales para
articular y cohesionar los territorios.

En el Estado autonómico coexisten distintas instancias con poder político propio cuya relación
no es completamente jerárquica en todos los planos ni su posición constitucionalmente
equiparada.

La Administración General del Estado, en su condición de garante del funcionamiento unitario


del sistema, además de disfrutar de preeminencia y jerarquía en el plano jurídico, también lo
hace en el de algunas políticas. Se reserva la competencia de las grandes políticas sectoriales y
conserva una gran capacidad de actuación en la regulación de los derechos fundamentales de la
ciudadanía a través de las leyes orgánicas. Por su parte, las CC.AA. poseen competencias
exclusivas en materias como servicios sociales, agricultura o industria, al tiempo que pueden
desarrollar la legislación básica de la AGE en otras materias como economía, medio ambiente
o educación.

En lo que respecta a las competencias de OT y urbanismo, corresponden a las CC.AA. Estas se


reservan con carácter exclusivo la potestad legislativa, reglamentaria y ejecutiva sobre ellas,
aunque en el caso de los usos del suelo, como recurso de interés general, en virtud de los títulos
competenciales del art. 149.1 de la CE, la AGE ha aprobado la legislación básica. Esta ha sido
constantemente recurrida ante el Tribunal Constitucional (TC) hasta la fecha por parte de las
CC.AA. al considerar que se invaden sus competencias, lo que ha obligado al alto Tribunal a
pronunciarse sobre las leyes del suelo de 1992 (que daría lugar a la bien conocida STC 61/1997
que significó la aparición de muchas leyes urbanísticas autonómicas y que la AGE no pueda
redactar por propia iniciativa un plan nacional de OT), de 1997 y de 2007.

Además de esta exclusividad autonómica, la CE también consagró la OT como una materia


distinta y diferenciada de cualquier otra, pero sin llegar a asignarle explícitamente un contenido
concreto. La OT afecta a, y está afectada por, múltiples instancias y materias de la gestión pública.

La cooperación entre estas no siempre se resuelve de manera favorable, lo que acaba debilitando
las posibilidades de alcanzar un desarrollo territorial sostenible de conjunto. Las iniciativas, en
este sentido, parecen venir más por la vía de políticas como la económica y la del medio
ambiente, para las que sí existe una clara y completa distribución de responsabilidades desde el
nivel europeo hasta la local. Con todo, la experiencia hasta la fecha viene a reproducir el mismo
resultado en todas ellas: una coordinación insuficiente que debería procurar la OT, verdadera
política transversal o crisol de las políticas, como una de sus funciones al estilo de Francia y
Alemania.

Las CC.AA. han asumido por completo las competencias de OT y se han ido dotando de una
legislación territorial propia. Sin embargo, no todas han aprobado los instrumentos de
planificación territorial previstos en sus propias leyes. Algunas todavía carecen de un
instrumento de planificación de escala regional y de un modelo territorial definido más de 30
años después de sus primeros estatutos. Tras sus sucesivas reformas, la consideración de la
política de OT por parte de las CC.AA. es, en general, amplia e integradora, y se la relaciona con

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otras materias afines como: el medio ambiente, que ha ido cobrando mayor relevancia con
referencias expresas al concepto de desarrollo sostenible y, en menor grado, a la protección del
paisaje, la localización de las infraestructuras y equipamientos, la organización y estructura del
sistema de asentamientos y el equilibrio territorial; una interpretación de la OT que se acerca
a los planteamientos más ambiciosos de coordinación de las políticas y de corrección de los
desequilibrios territoriales que en 1983 recogía la Carta de Torremolinos de la Conferencia
Europea de Ministros Responsables de Ordenación del Territorio (CEMAT). Sin embargo, en la
práctica se acaba correspondiendo básicamente con una planificación física de usos del suelo en
los ámbitos regional y subregional destinada a controlar el desarrollo urbanístico, de
competencia municipal.

2.1. Planes de ordenación regionales y subrregionales

Pese al mantenimiento de algunos elementos comunes derivados de la tradición urbanística


preconstitucional, la OT muestra una imagen segmentada en el territorio español. Lo
demuestra la diversidad de instrumentos de planificación aprobados (de denominación variable
aunque respondan a la misma naturaleza) y su ubicación en el organigrama de las
administraciones regionales, cambiante además en el tiempo. El principal instrumento de
planificación y coordinación de la política territorial en España lo constituyen los planes
territoriales regionales y subregionales. Existen grandes diferencias en lo que se refiere a su
carácter director o más estratégico y el alcance de sus determinaciones. Los planes regionales
presentan una naturaleza de directrices o estrategias más que de verdadero plan director, que
acaba por trasladarse, en el mejor de los casos, al nivel subregional con instrumentos de carácter
más normativo. Formulan entonces normas de aplicación directa, con el fin de poder regular
cuestiones esenciales (calificaciones del suelo, trazados de infraestructuras, regímenes de
protección y restricciones de uso…), topándose con las competencias del urbanismo municipal.

Los planes regionales de OT aparecen en todas las leyes autonómicas, aunque en algunas de
ellas aún no hayan sido aprobados. Constituyen el marco de referencia para el resto de planes,
así como para las actividades socioeconómicas.

Al nivel subregional, primero fueron los planes directores de áreas homogéneas (de ámbito
comarcal, mancomunal, metropolitano, interprovincial…), cuyo enfoque también ha variado de
más vinculante a más estratégico. En ocasiones, se llegan a desarrollar unos planes de segundo
nivel subregional en espacios más concretos, orientados específicamente a la ordenación
urbanística supramunicipal (como en Cataluña, País Vasco y, más recientemente, en la
Comunitat Valenciana). En la mayoría de las CC.AA., como instrumentos de ordenación
subregional, coexisten los planes territoriales de carácter integral con los de carácter sectorial.
Predominan ampliamente los segundos, dándose el mejor equilibrio entre ambos en Andalucía
y el País Vasco. Además, las leyes autonómicas contemplan otros instrumentos y
procedimientos para la intervención sectorial (planes y proyectos) de clara incidencia
territorial, sean de carácter medioambiental, rural o turístico. Se trata de una planificación que
ha adquirido gran importancia y no es infrecuente que se utilice como sustitutiva de los planes
territoriales subregionales por su mayor legitimación social y operatividad. Valga recordar la
situación creada con la Ley 6/1998 sobre régimen del suelo y valoraciones, por la que la OT
quedaba en la práctica reducida a la figura de los Planes de Ordenación de los Recursos Naturales
(PORN), como verdaderos planes de OT para los espacios naturales protegidos.

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Volviendo a la escala regional, se han aprobado directrices, estrategias o planes de OT en 11
de las 17 CC.AA. Predominan en las de la mitad norte, junto a los dos archipiélagos, la
Comunitat Valenciana y Andalucía. En el caso de las islas, se presta especial atención a la
conservación del paisaje, la protección del suelo rústico y la búsqueda de una oferta turística de
calidad. Tras Asturias, las primeras en aprobarlos fueron Cataluña y el País Vasco (en revisión).
También cuentan con instrumentos regionales Galicia, Aragón y Navarra, cuya Estrategia
Territorial de 2005 es la primera aplicación en España de un instrumento no normativo de OT. Se
apoya en el documento de la Estrategia Territorial Europea (1999), que también ha influido en la
formulación de otros instrumentos regionales, como la Estrategia Territorial de la Comunitat
Valenciana (2011) y otros pendientes de aprobación como los de Castilla-La Mancha y La Rioja (o
el de Aragón, que camina hacia una segunda generación de planes en esa dirección más
estratégica). Cantabria y Extremadura están preparando sus directrices; en el caso de Cantabria,
está prevista su presentación a finales de 2017. Por su lado, Castilla y León se dotó de sus
Directrices Esenciales de OT en 2008.

Únicamente Madrid y Murcia prescinden de ellos. Mención especial merecen los instrumentos
de ordenación del litoral. Algunas CC.AA. los consideran de carácter regional, al afectar a la
totalidad de un espacio con particularidades específicas que recorre toda la fachada litoral de su
territorio (Andalucía). Otras los han tramitado como planes de escala intermedia, subregional,
con la lógica de que comprenden un territorio inferior al de la comunidad autónoma (Galicia,
Asturias, Cantabria y Murcia). En otros casos, se han tramitado como instrumentos de carácter
sectorial, entendiendo que se trata de espacios con una problemática específica,
fundamentalmente urbanística e infraestructural (Cataluña, País Vasco o el pendiente de aprobar
en la Comunitat Valenciana).

En cuanto a los planes subregionales de carácter integral, han experimentado un importante


impulso en los últimos 15 años. El grueso de instrumentos se concentra entre 2003-2011.
Coincide la primera parte de este periodo con el momento álgido de la OT en Europa y con las
reformas de las leyes de OT de algunas CC.AA.; la segunda con el inicio de la crisis asociada al
estallido de la burbuja inmobiliaria, del mal urbanismo. En esta escala resultan habituales los
planes de ordenación de áreas funcionales y metropolitanas (fundamentalmente en el País Vasco
y Andalucía) y los de espacios de fuerte componente rural o natural (La Rioja, Aragón, Cataluña
y Andalucía). Castilla y León, por su parte, utiliza la provincia como ámbito de ordenación
subregional, aunque tampoco renuncia a la realización de planes que afectan a territorios de
extensión inferior a la provincial (áreas urbanas, como la de Valladolid y Segovia).

Aunque sí en su mayor parte, no todos están definitivamente aprobados. Se concentran


preferentemente en seis CC.AA.: País Vasco, Navarra, Cataluña, Andalucía y las comunidades
insulares. En ellas se concentran 51 de los 67 planes subregionales en vigor (el 76%). Contrasta
con su escaso, incluso nulo, desarrollo en otras CC.AA., donde no se han iniciado trabajos para la
redacción de ningún plan de esta naturaleza (caso de Galicia o Madrid). No cuenta con este tipo
de instrumentos (alrededor del 65,9% de la superficie y la mitad de la población). Cabe explicarlo
no tanto por su conflictiva relación con el urbanismo municipal (que sí acaba siendo el medio),
sino más bien por el modelo de crecimiento económico predominante en España y la forma en
que se apropian y distribuyen las plusvalías asociadas a la reclasificación de los usos del suelo (las
causas). Con todo, se ha producido un incontestable avance de la OT en España. Más claramente
con los instrumentos regionales, pero también en los más difíciles subregionales, que ya alcanzan

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el 31,1% del territorio español y el 49% de la población, frente a los respectivos 12% y 19% de
2009 y los todavía más modestos 7% y 15% de 2005.

2.2. Planes sectoriales

La mayor frecuencia de los planes sectoriales responde a que permiten desarrollar las
actuaciones más rápidamente, aunque suelan carecer de una visión integral. No es inusual,
además, que esta planificación sectorial se materialice en forma de actuaciones muy puntuales
sobre el territorio en forma de múltiples proyectos (como en Canarias, Galicia y Navarra). En este
tipo de instrumentos, Andalucía resulta un caso único, dado que la planificación sectorial no
forma parte de la batería de instrumentos de la OT (que queda circunscrita a los instrumentos
subregionales de carácter integral) y actúa de manera complementaria pero separada del propio
departamento de OT.

La planificación territorial de carácter sectorial viene resultando pieza clave de la OT en España;


de hecho, en comunidades como Madrid tiene mayor jerarquía que la de carácter integral. Se
ocupa de aspectos concretos del sistema territorial tales como la infraestructura de apoyo a la
actividad económica (abastecimiento, transporte y telecomunicaciones, riesgos), los
equipamientos sociales, las actividades económicas (industria, comercio, turismo, minería), las
medioambientales (vías verdes, hidrografía, litoral, espacios naturales y patrimonio) o la vivienda
(rehabilitación y de nueva construcción) y trata de hacerlo, al menos sobre el papel, desde una
base territorial. Es decir, actúa sinérgicamente y en coordinación con el resto de instrumentos
de la OT, con distintas formas de relación entre ellos. Viene a ser el marco de referencia para el
desarrollo de las actuaciones y objetivos (temáticos o sectoriales) de los que se ocupa,
coordinando la disciplina urbanística con la OT en dichos temas a una escala supralocal.

Los planes sectoriales se


llevan a cabo en un área y
plazo temporal definido,
mediante una programación
que evita la necesidad de
otro planeamiento derivado
posterior. Las
infraestructuras para el
desarrollo de las actividades
económicas y el medio
ambiente son las cuestiones
predominantes, tanto en
frecuencia como en cobertura
territorial.

Desde una comparativa


regional, el desarrollo de planificación sectorial resulta más relevante en CC.AA. con mayor
tradición autonomista y aquellas con un mayor arraigo de prácticas de OT. Es el caso del País
Vasco y de Cataluña, las dos con un sistema de planificación territorial jerárquico con estructura
piramidal cerrada (también presente en Castilla y León y Andalucía). No sólo cuentan con un
mayor número de planes aprobados de forma definitiva, sino que sus competencias y objetivos
son más amplios y diversos. En la situación opuesta se encuentran aquellas CC.AA. con un sistema

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de planificación de tipo reticular (sin clara jerarquía), en las que la planificación sectorial tiene
menor aplicabilidad directa, quedando los planes sectoriales como instrumentos de marcado
carácter estratégico a desarrollar con posterioridad mediante otros instrumentos (Principado de
Asturias, Castilla-La Mancha, Región de Murcia y La Rioja). A medio camino, las CC.AA. con un
sistema piramidal abierto (Aragón, Illes Balears, Canarias, Cantabria, Extremadura, Galicia,
Comunidad de Madrid, Comunitat Valenciana y, hasta cierto punto, la Comunidad Foral de
Navarra), donde en cada región encontramos un número de instrumentos sectoriales variable
(aprobados en su amplia mayoría) con temáticas ajustadas a las peculiaridades de cada contexto.

2.3. Planificación de espacios naturales

Algunas políticas sectoriales ejercen una fuerte influencia sobre la ordenación y articulación
territorial, entre las cuales podemos citar la política rural, la turística, la de medio ambiente, la
de infraestructuras o la política económica y regional.

La situación actual refleja la mayor preocupación por la protección del medio natural. El 28%
de la superficie española son espacios naturales protegidos (ENP) bajo diferentes figuras. Se
han superado los enfoques originales de protección de principios del siglo XX, que la hacían
recaer únicamente sobre grandes espacios con notables componentes y procesos ecológicos
que reclamaban protección. Han surgido nuevas figuras de protección para espacios de menor
escala, que se ajustan mejor a sus particulares características y necesidades. También se supera
el enfoque de protección museística para dar paso a una conservación que busca la integración
de los espacios naturales en el modelo territorial general, bajo el principio de un desarrollo
(territorial) sostenible.

Las figuras de protección se acompañan de los necesarios instrumentos de ordenación y de


gestión. En el primer caso, deben citarse los Planes de Ordenación de los Recursos Naturales
(PORN), que en Cataluña conservan su anterior denominación de planes especiales, se han
desarrollado no solo para los espacios naturales protegidos que dicta la norma estatal (parques
naturales y parques nacionales), sino también para otras tres figuras de protección de origen
autonómico: los parajes naturales (caso de Andalucía, Illes Balears, Comunitat Valenciana y
Cataluña, también Castilla-La Mancha, aunque no los haya desarrollado), los parques regionales
(en Castilla y León, Comunidad de Madrid y Región de Murcia) y los espacios naturales de interés
local (Castilla y León). En suma, un 9,78% del territorio español se encuentra bajo la afección, al
menos, de un PORN.

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La situación regional es diversa, también por el propio tamaño y presencia de espacios naturales
protegidos declarados, en algunas CC.AA. con un importante peso de su superficie afectada. Es
el caso de Canarias y Principado de Asturias, con más del 40% y 30% respectivamente, de
Andalucía, Illes Balears, País Vasco y Aragón, todas ellas entre el 10% y 20%.

Atendiendo esta vez a su número, destaca su presencia en el centro y sudoeste de Andalucía,


en Murcia, la provincia de Valencia y la parte central de Castilla-La Mancha, áreas donde son
frecuentes los solapamientos entre ellos. Esto se produce porque su ámbito de influencia va más
allá de la propia delimitación de cada espacio natural. En los PORN también se recogen e
integran los aspectos y dinámicas de los territorios colindantes a los límites de dichos espacios,
con lo que la planificación ambiental acaba por verse ampliada; tanto respecto de su área de
acción, no sólo la estrictamente protegida, como de las problemáticas a tratar. La planificación
ambiental se acerca así a una OT de carácter integral que contempla la interrelación de las
dinámicas naturales y las antrópicas que coexisten sobre un mismo espacio. Los PORN son
verdaderos planes de OT para los espacios naturales protegidos.

En cuanto a los instrumentos de gestión, son los Planes Rectores de Uso y Gestión (PRUG) los
que detallan de forma programada las actuaciones que pueden llevarse a cabo en los límites del
ENP y, en algunos casos, su área de influencia más inmediata (exista PORN previo o no, en cuyo
caso lo sustituyen como instrumentos más concretos y aplicados).

Los PRUG constituyen reglamentos revisables cada cuatro a seis años según las CC.AA., que
exponen los objetivos, directrices y normas que deben regir los posibles usos del área
protegida. Según aclara la STC 194/2004, corresponde a las CC.AA. la declaración y la
determinación de la fórmula de gestión de los ENP en su ámbito territorial, y también en las
aguas marinas, cuando exista continuidad ecológica del ecosistema marino con el terrestre
objeto de protección. Algunas CC.AA. han desarrollado otras figuras de gestión para las figuras
de protección a las que la normativa estatal no obliga a desarrollar un PRUG (los parques y
reservas naturales). Sin embargo, son los instrumentos administrativos de referencia para la
gestión de áreas protegidas que prevalecen sobre el planeamiento urbanístico y resultan
especialmente indicados para coordinar actuaciones concretas, involucrando a la población
local.

En este último sentido, y a efectos de evaluación ambiental estratégica, los PRUG son
considerados planes territoriales y urbanísticos, en tanto que muchos de ellos plantean la
zonificación del interior de los ENP y sus áreas circundantes (art. 30.6 de la Ley 42/2007).

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2.4. Programas de desarrollo rural

Junto a los espacios naturales, y muchos casos en estrecha relación con ellos, son otros dos los
tipos de áreas que han merecido una atención y tratamiento desde el punto de vista de la
planificación de su desarrollo territorial: los rurales y los turísticos. La Constitución de 1978
dedica el art. 130 del Título VII a la agricultura, prestando especial atención a la agricultura de
montaña (art. 130.2). De acuerdo con la STC 45/1991, las zonas de agricultura de montaña
resultan ámbitos territoriales para los que hay que desarrollar una actividad de planificación y
programación económica (como los programas de ordenación y promoción de recursos agrarios
de montaña) de forma coordinada, dado el amplio inventario de materias a tratar: medio
ambiente, ordenación territorial, obras públicas, agricultura, montes y aprovechamiento
forestal, ganadería, turismo, etc. Se trata de un claro ejemplo de concurrencia competencial
entre la AGE y las CC.AA., en la que también pueden participar otros niveles concernidos, como
las entidades y actores locales. Representa la base para los programas de desarrollo rural de
1991-1998 que se crearon bajo claro influjo europeo.

La reforma de la Política Agrícola Común (PAC) de 1998 añadiría de forma explícita el desarrollo
rural sostenible a la tradicional política de precios y de mantenimiento de rentas que había
guiado su acción hasta entonces. Algo sobre lo que se venía ensayando desde la iniciativa
comunitaria LEADER, que hacía bandera de la coordinación interadministrativa e intersectorial
y de la participación de las redes de actores locales a través de los Grupos de Acción Local (GAL).

Su misma filosofía la recogían los PRODER (que financiaba directamente el ministerio del ramo
en aquellos territorios españoles donde no se aplicaban los fondos comunitarios y proyectos

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LEADER) y los AGADER (en Galicia). La posterior reforma de la PAC de 2003 reforzaría la
dimensión medioambiental y la protección del medio agrario, reconociendo el importante
papel que los agricultores juegan en el mantenimiento de espacios naturales y el medio
ambiente, reivindicando la multifuncionalidad de la actividad agraria. Un argumento que más
tarde también se aplicará a la conservación y mantenimiento del paisaje y a la hora de potenciar
los servicios ecológicos que los espacios rurales prestan al mundo urbano (caso de las agriculturas
periurbanas y de la infraestructura verde). Dos años más tarde, el Reglamento del Consejo
Europeo (CE) nº 1698/2005, a través del Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural (FEADER),
marcaba las directrices estratégicas relativas al desarrollo rural para el periodo 2007-2013 con
cuatro ejes de actuación:

1) Aumento de la competitividad del sector agrícola y forestal.

2) Mejora del medio ambiente y del entorno rural.

3) Calidad de vida en las zonas rurales y diversificación rural.

4) Eje LEADER, en el que se incluyen medidas como: estrategias de desarrollo local,


cooperación, adquisición de competencias y promoción del territorio, siempre con un
enfoque ascendente y participativo.

En los veintiséis años de funcionamiento


del programa LEADER, con cuatro periodos
de programación completados hasta la
fecha, ha experimentado diversas
modificaciones en lo referente a las zonas
beneficiarias, el origen y cantidad de los
fondos y los criterios o enfoques del
programa (sectorial o territorial, de
desarrollo económico, actores productivos o
nuevas formas de gobernanza). Con todo, y
tal y como puede observarse en la
información gráfica, los programas de
desarrollo rural son, en la actualidad, el
instrumento más profuso y con mayor
cobertura territorial de los que se tratan en
esta sección, con más de 7.000 municipios
implicados y una más equilibrada
cooperación público-privada que se
mantiene a lo largo del tiempo.

Existe, además, un claro paralelismo entre estos programas y las estrategias de desarrollo local
(planes estratégicos integrales de desarrollo local) que propicia la nueva política de cohesión del
actual periodo de programación 2014-2020. En España la Ley 45/2007, de 13 de diciembre, de
Desarrollo Sostenible en el Medio Rural contemplaba apoyar las acciones y medidas de desarrollo
rural sostenible, fueran de iniciativa propia o de la UE. Como instrumento preveía unas
«directrices estratégicas territoriales de ordenación rural» mediante las que, según las
recomendaciones facilitadas desde el Ministerio, cada comunidad determinaba sus propias

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estrategias en función de los planes de zona rural de su territorio. En total se prepararon 143
proyectos de plan: 11 en Andalucía, 33 en Aragón, 2 en el Principado de Asturias, 3 en Illes
Balears, 7 en Canarias, 3 en Cantabria, 28 en Castilla y León, 13 en Castilla-La Mancha, 4 en
Cataluña, 15 en la Comunitat Valenciana, 12 en Extremadura, 2 en la Región de Murcia, 4 en la
Comunidad Foral de Navarra, 3 en el País Vasco y 3 en La Rioja. Sin embargo, únicamente seis
CC.AA. han finalizado sus planes de zona (Aragón, Asturias, Castilla y León, Navarra, Galicia y La
Rioja) y solo en las dos últimas se han podido firmar los convenios al haber cumplido con los
objetivos de déficit. Desde 2012 no se ha realizado ningún plan de zona adicional.

De nuevo se trata de instrumentos cercanos a la OT, como los PORN, esta vez con un enfoque
más estratégico que combina lo físico-natural con un mayor peso de lo económico y social. Este
enfoque multisectorial está presente en el inventario de medidas que contempla dicha ley:
medidas de diversificación económica, de fomento del empleo, mejora de infraestructuras,
servicios públicos y equipamientos (con especial atención al transporte público, abastecimiento
energético y tratamiento de residuos), promoción de las energías renovables y de las nuevas
tecnologías de la información y comunicación, ahorro y buen uso del agua, servicios educativos,
sanitarios y de atención a las personas dependientes, integración social de inmigrantes, acceso a
la vivienda y recuperación del patrimonio arquitectónico rural

2.5. Planes turísticos

El enfoque territorial también se encuentra en los instrumentos desarrollados para los espacios
turísticos. Como instrumentos para el ámbito español resultan bien conocidos los Planes de
Excelencia (PDE) y los Planes de Dinamización Turística (PDT), después Planes de Dinamización
del Producto Turístico (PDTP), que permitían acordar entre las distintas administraciones del
Estado estrategias turísticas destinadas a mejorar la oferta del sector. Tienen antecedentes como
los Planes de Ordenación de la Oferta Turística de 1974, que pretendían racionalizar la expansión
del espacio residencial turístico (que favoreció la Ley de Centros y Zonas de Interés Turístico
Nacional de 1963 –LCZITN–) y mejorar las dotaciones en infraestructuras y equipamientos. Se
trataba de integrar sus propuestas en los posibles Planes Directores Territoriales de
Coordinación, Planes Generales de Ordenación Urbana y Planes Parciales que preveía la Ley de
Suelo de 1976. Sin embargo, la tentativa de una política de planificación turística territorial
integrada fracasaría por la inexistencia de una coordinación interministerial suficiente.

En 1991 se deroga la LCZITN y en 1992 se aprueba el Plan Macro de Competitividad del Turismo
en España (Plan Futures I: 1992-1995), el primer paso para definir una estrategia turística
nacional concertada entre la AGE y las CC.AA. En él se proponían cinco líneas de actuación, de
entre las que a los efectos de este capítulo interesa destacar la quinta: el Plan de Excelencia
Turística (PET), que englobaba acciones para la conservación del medio ambiente y del entorno
urbano. Fueron aprobados 13 PET, con un presupuesto total de 44,4 millones de euros, la mayor
parte de ellos en el litoral, sobre todo del Mediterráneo.

El siguiente Plan Futures II (1996-1999) primará la calidad y la sostenibilidad con el objetivo de


hacer más competitivos los destinos turísticos. Sus líneas estratégicas de intervención fueron la
continuación de los PET para mejorar la oferta de los destinos maduros, especialmente los
tradicionales de sol y playa, y los Planes de Dinamización Turística (PDT) para destinos
emergentes de gran potencial y atractivo, para los que se diseñan proyectos basados en criterios
de sostenibilidad económica, social y ambiental. Se aprobaron un total de 37 planes, de los cuales

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22 correspondían a PET y 15 a PDT. La inversión global dedicada fue de 82,87 millones de euros.
En 1999 se aprobaba el Plan Integral de Calidad del Turismo Español (PICTE), adaptado a los
programas e iniciativas de la UE para el periodo 2000-2006. La calidad y la diversificación de los
productos turísticos se convierten en los principales factores de competitividad, y la cooperación,
sobre todo público-privada, en su modo de funcionamiento.

Con el Programa Calidad de Destinos Turísticos del PICTE, se refuerza la implantación de los
PET y PDT: se aprueban 131 planes con un presupuesto total de 316,66 millones de euros. A
diferencia de Futures I y II, el PICTE daba mayor importancia a los PDT (el 62% de los 131).

En 2007 se aprobaba
el Plan del Turismo
Español Horizonte
2020 y el Plan 08-12
que lo desarrollaba,
en el que cobrarán
protagonismo los
Planes de
Competitividad
Turística (PCT),
como nueva
denominación cuyo
principal objetivo era
dinamizar, a través
del turismo, la
actividad económica
de territorios que
cuentan con
recursos turísticos
singulares
insuficientemente
aprovechados. Para
ello, se disponían
ayudas para mejorar
la accesibilidad y
para poder
desarrollar una
industria turística
más competitiva. El matiz «industria» frente a «servicio» resulta significativo y cabe entenderlo
como un intento por constituirlo en alternativa con la que hacer frente a la crisis que ha afectado
al resto de sectores a consecuencia del estallido de la burbuja inmobiliaria. Se basaba (en lo
micro) en una oferta singular y diferenciada (en recursos específicos y no banales) y,
necesariamente, sostenible.

Para ello, cada destino turístico debería contar con su respectiva estrategia de sostenibilidad.
Parte de las ayudas se dedicarían a la mejora de la capacitación profesional de personal y al
desarrollo de estrategias de comunicación y promoción de los destinos.

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No se pudieron cumplir las expectativas y en 2011, ante los efectos de la crisis que los había
paralizado, el Consejo Español de Turismo (Conestur –creado en 2005–) se comprometía a
impulsar el Plan Turismo Litoral Siglo XXI para las costas españolas.

Lo hacía mediante la correspondiente Estrategia Nacional de Revalorización de Destinos


Turísticos Maduros. En 2012 el nuevo gobierno surgido tras las elecciones generales aprobaba
el Plan Nacional e Integral de Turismo (PNIT), diseñado para el período 2012-2016. La finalidad
del nuevo plan fue impulsar la competitividad de las empresas y los destinos turísticos. Se trata
del primer plan sectorial aprobado por el gobierno y elaborado por la Secretaria de Estado de
Turismo, a través del Instituto de Turismo de España (Turespaña), con la colaboración de las
CC.AA. a través de la Mesa de Directores Generales, de la Conferencia Sectorial, Conestur y los
distintos departamentos ministeriales en la comisión interministerial. El comportamiento
regional a lo largo del periodo considerado presenta algunas pautas comunes, lo que viene a
demostrar el arraigo y potencia de la actividad turística a lo largo de todo el territorio, como
muestran los mapas. Cada una de las CC.AA. ha contado con su propia batería de este tipo de
instrumentos (a excepción de Navarra).

Las diferencias las motivan las fechas en que se inician estos acuerdos (más tempranamente en
las CC.AA. costeras mediterráneas y las islas, especialmente Baleares, tradicionales destinos de
sol y playa que contemplan los primeros programas) y en el montante de las inversiones (menos
significativas en la España interior, a excepción de Castilla y León). Por número de planes respecto
al total nacional destacan fundamentalmente Andalucía, seguida del Principado de Asturias

3. COHESIÓN TERRITORIAL

Con el objetivo de lograr una adecuada articulación y coherencia territoriales, el nuevo


Reglamento (UE) n° 1303/2013 de los fondos de cohesión para el periodo de programación 2014
2020 contempla de forma explícita la ordenación y promoción del desarrollo de cada espacio a
partir de la formulación de unas estrategias territoriales. Hace de la definición de estos planes
estratégicos territoriales de carácter integral la pieza clave de la nueva política de cohesión.

Detrás de ellos se encuentra el objetivo de la cohesión territorial a través de la cooperación


territorial, el policentrismo y las asociaciones urbano-rurales (nuevas regiones urbanas). Y todo
ello mediante el recurso a nuevas prácticas de gobernanza con que poder lograr consensos
capaces de impulsar la sostenibilidad, la actividad, la equidad y un adecuado acceso y proximidad
a los servicios y equipamientos.

La cooperación territorial supone la puesta en marcha conjunta de políticas, planes, programas


o proyectos de desarrollo territorial entre espacios que corresponden a jurisdicciones político-
administrativas distintas. Estas iniciativas pueden estar promovidas por administraciones
públicas de distinto nivel (local, interregional, nacional, transnacional o internacional) y
pueden llegan a involucrar a distintos tipos de actores, no sólo públicos sino también privados
y del tercer sector, promoviendo así la innovación social. Sirve de base para un nuevo
«regionalismo inteligente» (smart) que moviliza el potencial territorial existente.

A estos planteamientos, como una síntesis, se llega tras la dilatada evolución, experiencia y
aprendizajes de la Política Regional Europea (PRE) en sus diferentes periodos de programación
desde 1989, cinco hasta la fecha. Desde su entrada en la Comunidad Económica Europea, en

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1986, España tuvo acceso como miembro de pleno derecho a las entonces modestas inversiones
del FEDER; el fondo específicamente dedicado desde 1975 a corregir los desequilibrios
territoriales entre los Estados miembros. Todo cambió con la reforma de los Fondos Estructurales
(FF.EE.) de 1988, que posibilitaría la aplicación del Acta Única Europea acordada por el Consejo
Europeo en 1987. Esta suponía la primera modificación de los tratados fundacionales de las
Comunidades Europeas y preparaba el camino para el Mercado Único, la eliminación de las
fronteras y barreras arancelarias, posibilitando la libre circulación de personas, capitales y
mercancías (inicialmente desde 1992, pero algunos países, entre ellos España, la aplicarían desde
1990) y, más adelante, en 2002, año de entrada en circulación del euro, la Unión Económica y
Monetaria (UEM).

La necesidad de proteger las regiones en situación desfavorecida respecto de las economías


más dinámicas en un contexto de competencia abierta provocada por estos cambios, llevó a la
consolidación de una poderosa PRE, que llegará a suponer hasta el 49% del presupuesto de la
UE y lograr equipararse a la hasta entonces hegemónica PAC. A partir de entonces, se financiaría
de forma conjunta entre el FEDER (mayoritariamente), Fondo Social Europeo (FSE) y el Fondo
Europeo de Orientación y Garantía, sección orientación (FEOGA-O), a partir de 2007 Fondo
Europeo Agrícola de Desarrollo Rural (FEADER), junto a instrumentos puntuales como el que se
pensó para el sector pesquero. El Tratado de Maastricht de 1992 incorporaba la cohesión
económica y social como objetivo comunitario y consolidaba el proceso que llevaría a la UEM.

Significó la aparición del nuevo Fondo de Cohesión (FC), que se suma a los FF.EE., del que
también ha disfrutado España (por entonces junto a Portugal, Grecia e Irlanda ) hasta 2016. Las
aportaciones que el conjunto de fondos de cohesión suponen para España han resultado tan
fundamentales para la economía española que algunos autores las han cifrado en un aumento
medio en la tasa de crecimiento anual del PIB real de 0,38 puntos porcentuales y hasta el 70%
del gasto público. Han llegado a alcanzar picos anuales de hasta 10.000 millones de euros, como
en 2003 (ver gráfico Fondos europeos). Desde el punto de vista de su distribución por CC.AA.,
su aplicación muestra una clara correlación inversa con el nivel de renta per cápita. Son las
regiones Objetivo 1 las que reciben más, entre las que destaca Andalucía, que llegó a
concentrar hasta el 22% de los fondos en algunos momentos. La situación cambia cuando se
considera no el monto total sino el que se recibe por habitante, entonces Extremadura lidera
claramente, distanciada del resto.

Las regiones urbanas e industriales en crisis, más tarde también las rurales y pesqueras con
problemas, serán beneficiarias de parte de los fondos como regiones Objetivo 2. Diversos
estudios, incluidos los oficiales del Ministerio de Hacienda, vienen a demostrar los efectos
redistributivos de la PRE, cumpliendo así con el objetivo de justicia espacial para el que fue
pensada. Inicialmente con un enfoque macro, destinada a facilitar las infraestructuras, capital
humano, I+D; posteriormente micro, más centrada en las necesidades de las empresas y una
mayor atención al medio ambiente. De forma progresiva a partir del 2000 el foco se reorientará
hacia la promoción del crecimiento y de la competitividad, lo que se considera la mejor manera
de luchar contra el problema del desempleo. Sin embargo, el limitado éxito en este objetivo, la
reducción de la calidad del empleo, junto a los efectos de la ampliación y la posterior crisis
financiera, han acabado por afectar no sólo al reconocimiento y aceptación de la PRE, que no
todos los gobiernos europeos defienden con la misma intensidad, sino al mismo proyecto de
construcción europea, del que es buque insignia.

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Cabe recordar que la cohesión territorial reúne los principios de equilibrio-solidaridad y de
productividad. Hablar de cohesión territorial significa agregar a los vectores económicos y
sociales una nueva perspectiva de planificación territorial en la toma de decisiones. Contempla
de forma conjunta tanto el objetivo de competitividad, a través de un uso adecuado del
potencial territorial propio y diverso, como de equilibrio, respetando los principios de justicia
espacial y equidad. Y todo ello a través de la cooperación territorial, de la coordinación y
coherencia entre las políticas sectoriales y los distintos niveles de decisión, con el objetivo de
lograr un desarrollo sostenible y bien estructurado, los acuerdos de asociación entre territorios
(por ejemplo, entre zonas urbanas y rurales) y entre las partes interesadas (públicas, privadas,
tercer sector), y la participación ciudadana efectiva.

Un texto acordado entre los participantes del foro para la discusión del Libro verde sobre la
cohesión territorial a nivel español organizado por el Observatorio Territorial de Andalucía en
2009 define la cohesión territorial como «… un principio para las actuaciones públicas
encaminadas al logro de objetivos como crear lazos de unión entre los miembros de una
comunidad territorial (cohesión social) y favorecer su acceso equitativo a servicios y
equipamientos (equidad/justicia espacial), configurar un auténtico proyecto territorial común
(identidad) partiendo del respeto a la diversidad y a las particularidades, articular y comunicar
las distintas partes del territorio y romper las actuales tendencias hacia la polarización y
desigualdad entre territorios (de la Unión Europea o de España) aprovechando las fortalezas y
rasgos inherentes de cada uno de ellos. Se trata, además, de buscar la cohesión o coherencia
interna del territorio, así como la mejor conectividad de dicho territorio con otros territorios
vecinos». En él se distinguen tres componentes mayores del concepto: la articulación física entre
las partes del territorio, la equidad territorial y la identificación de la comunidad con un proyecto
en común (modelo de desarrollo territorial a través de una estrategia territorial que lo plasme).
Se trata de elementos interrelacionados entre sí: la conectividad y accesibilidad física influyen
sobre la equidad territorial; la identidad y el sentido de pertenencia contribuyen a procesos de
desarrollo con criterios de eficiencia y equidad territorial. Siendo el territorio anisotrópico, el
equilibrio solo es posible a partir de una adecuada relación entre las necesidades de la población
y la dotación efectiva de recursos y servicios. Es aquí donde una eficiente articulación territorial
juega un papel central, al permitir la mejora de las relaciones entre accesibilidad y necesidad.

La accesibilidad no sólo depende de una mejor dotación de infraestructuras y medios de


transporte, sino que también puede mejorarse repensando la movilidad (sus modos y
combinaciones) y facilitando el acceso a bienes y servicios gracias a una mejor ubicación de los
mismos sobre el territorio (emplazamiento y frecuencia). Lo que nos traslada a la crítica cuestión
de cómo poder gestionarlos de la forma más justa y eficiente, por parte de qué administraciones

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y mediante qué tipo de relaciones entre ellas: de forma exclusiva y excluyente o de forma
coordinada, en una cooperación territorial más eficiente entre territorios y niveles político-
administrativos (municipios mancomunidades, consorcios, comarcas, etc.).

La vertebración y cohesión territoriales dependerán no sólo del modelo diseñado por la


planificación territorial sino también del propio modelo de organización territorial del Estado
y de la forma en que finalmente se apliquen las políticas públicas. Porque estas también «hacen
o producen» territorio, con el doble fin del equilibrio y del desarrollo territoriales. En este marco
han ido cobrando cada vez mayor protagonismo diversas formas de agrupación municipal que ya
se han referido a lo largo de este capítulo (áreas metropolitanas, comarcas y otras asociaciones
voluntarias de municipios y de entidades menores, estrategias de desarrollo rural y de espacios
turísticos…) u otras como los pactos territoriales por el empleo (PTE) e iniciativas y programas
como los EQUAL que se tratarán a continuación. Estas agrupaciones, más orientadas unas a la
tradicional prestación de servicios y a facilitar equipamientos, otras a la productividad y eficiencia
productiva apoyada en los recursos y atractivo de cada localidad, vienen a poner en cuestión
parte de algunos de los planteamientos de la Ley 27/2013, de 27 de diciembre, de racionalización
y sostenibilidad de la Administración Local, al tiempo que plantean nuevas formas de relación
entre las entidades locales (federaciones de municipios y provincias, diputaciones provinciales,
pequeños y medianos municipios, grandes ciudades, áreas metropolitanas, etc.). Y todo ello con
la finalidad de una mejor articulación y cohesión territorial en sentido de abajo arriba, justamente
para tratar de promover estrategias de desarrollo territorial local de carácter integrado. Esto
también apunta a una nueva práctica e instrumentos de OT que procuren mayor coherencia de
la acción pública y privada a la hora de definir prácticas y modelos de desarrollo y de «producir»
territorios (nuevas territorialidades).

Los diversos modelos administrativos, funcionales y de prestación de servicios públicos


(fundamental en este sentido ha sido la labor desarrollada por las mancomunidades, algunos
consorcios y diputaciones provinciales) no se ajustan, en ocasiones, ni a las nuevas realidades
territoriales (en cuestiones como el desarrollo socioeconómico, la distribución de la población y
de las actividades o la accesibilidad de la población a esos recursos, actividades y servicios) ni al
propio potencial endógeno a partir del que poder promover unas adecuadas estrategias de
especialización inteligente (Smart Specialisation Strategies –SSE–). Esto implica actualizar los
modos en los que se planifican y gestionan los territorios, con el fin de mejorar su eficacia y
eficiencia; pero también, y más importante, para legitimar democráticamente las actuaciones. Es
decir, optar por un modelo de competitividad basado en recursos específicos (locales,
endógenos, propios, diferenciados) en lugar de comunes o banales, apoyado en la cooperación
y la inteligencia territorial para la cohesión y una mejor calidad de vida.

3.1. Pactos territoriales por el empleo y programas EQUAL

Los pactos territoriales por el empleo fueron, ya desde 1993, precursores de las estrategias de
especialización inteligente, poniendo en su caso el foco en la capacidad de innovación
tecnológica, después social y finalmente territorial. Como también lo hacía la iniciativa EQUAL
con el objetivo de la inserción laboral, el emprendimiento y la inclusividad. Ambos se basan en
una participación más clara del capital humano como base para la innovación social. La parte más
interesante, y con mayor potencial, de esta innovación se refiere a la generación de nuevas
actividades alternativas a las tradicionales de producción y entrega de mercancía, tales como los
servicios y la economía social, comunitaria, residencial o solidaria.

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En España los PTE tienen su origen a finales de los años noventa, de nuevo por influjo de la UE.
Se caracterizan y distinguen de otro tipo de iniciativas por: el tipo de actuaciones que
contemplan (fundamentalmente políticas activas de empleo), la forma de diseñarlas y
ejecutarlas (mediante pacto o acuerdo entre los actores de cada territorio, al menos poderes
públicos, sindicatos y patronal), y su ámbito territorial de actuación (local).

La configuración de un tramado institucional con el adecuado arraigo y aceptación en los lugares


resulta condición necesaria para hacer posibles los procesos de desarrollo territorial específicos,
en tanto significan un cambio estructural de carácter integral, económico sociocultural e
institucional. Los actores territoriales son los verdaderos protagonistas de este proceso de
cambio y para ello deben estar coordinados, cosa que facilita la proximidad. Los PTE constituyen
un interesante ejercicio de concertación socioterritorial que ha tenido positivos efectos en la
configuración tanto de nuevas estructuras territoriales que facilitan la coordinación entre los
actores participantes del pacto, como de mecanismos de coordinación multinivel entre los
actores locales (municipales) y regionales (autonómicos). Un interesante ejemplo de cómo las
políticas ayudan a recuperar o generar nuevas territorialidades (por ejemplo el sentimiento
comarcal o supramunicipal como espacio de vida y trabajo).

El Programa de Iniciativa Comunitaria EQUAL se desarrolló durante el periodo 2000-2006. Fue


cofinanciado entre el Fondo Social Europeo (FSE), que aportó el 65,9% de los fondos, y las
administraciones y empresas españolas (el 34,1% restante). Era el resultado de fusionar dos
Iniciativas anteriores, ADAPT y EMPLEO, llevadas a cabo entre 1995 y 1999. La primera se centró
en el fomento de la adaptación de los trabajadores y las PYMEs a las innovaciones tecnológicas
tratando de mejorar su competitividad. La segunda en favorecer la creación de puestos de
trabajo para colectivos desfavorecidos, mejorando las condiciones de inserción en el mercado de
trabajo de grupos
sociales con especiales
dificultades de acceso
(mujeres, jóvenes,
inmigrantes, parados
de larga duración,
minusválidos…). La
distribución de los
fondos en cada uno de
los 5 ejes de EQUAL
(inserción,
emprendimiento,
adaptabilidad,
igualdad de
oportunidades e
inmigración) es
desigual. Destacan los
ejes 1 y 4, claramente
distanciados del 2 y 3, siendo el 5 testimonial.

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Por número de proyectos, los primeros lugares de la clasificación lo ocuparon algunas de las
CC.AA. Objetivo 1 (con una financiación del FSE de hasta el 75%). Especialmente Andalucía,
junto con Galicia, Castilla-La Mancha y Extremadura, pero también otras regiones Objetivo 2
con problemas de declive urbano e industrial como Cataluña y Madrid (con una financiación
de hasta el 50%) y otras de carácter intermedio en tránsito de Objetivo 1 a Objetivo 2 como
Castilla y León y la Comunitat Valenciana. La distribución regional del montante de las ayudas
recibidas se corresponde con su número de proyectos. Desde el punto de vista territorial, las
intervenciones de EQUAL se agrupan en ámbitos temáticos y se aplican en asociaciones de
desarrollo geográficas o sectoriales. Una óptica europea y transnacional propicia el intercambio
de experiencias y de buenas prácticas.

A escala local sirven para promover nuevas cuencas de empleo adaptadas al contexto,
favoreciendo la aparición de nuevas estructuras administrativas o políticas y sistemas
innovadores de intervención. Los PTE, que todavía siguen activos y se desarrollan en el actual
periodo 2014-2020, y los Programas EQUAL han sido los responsables de un significativo
avance en la mejora del marco institucional en el nivel meso-regional. Una buena base sobre la
que seguir avanzando mediante las nuevas estrategias de desarrollo local contempladas en el
citado Reglamento 1303/2013. Un buen ejemplo del avance en una materia pendiente como es
la adecuada relación entre economía y territorio, cuestión clave para una correcta articulación y
cohesión territorial entre las distintas áreas geográficas que componen el diverso, rico y complejo
mosaico español.

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