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La península Ibérica ocupaba el centro de Pangea -el único continente terrestre de la era
Primaria, ver imagen inferior-, a finales de la era Primaria. Se formó hace entre 310 y 290 millones
de años, debido al movimiento de placas tectónicas. Los movimientos tectónicos dieron lugar a
la destrucción del manto litosférico existente hasta ese momento, situado entre 30 kilómetros y
150 kilómetros de profundidad, y a la formación del actual.
La orogenia herciniana fue de una gran intensidad y afectó a la zona occidental de la Península,
cuyos relieves tomaron la dirección armoricana de NO-SE. El calor y las fuertes presiones del
interior del geosinclinal transformaron ingentes masas de sedimentos en rocas cristalinas que
dieron lugar, ya exhumadas, a diversos paisajes en función de sus características: topografía de
penillanura con tonos oscuros cuando dominan las pizarras (Extremadura) y relieves salpicados
de cresterías si lo hacen las cuarcitas (Sierra Morena) o las calizas paleozoicas (Pirineo Axial
devónico). En la superficie afectada, también conocida como zócalo paleozoico, predomina la
sílice, cuya expresión más común es el cuarzo. El conjunto forma la llamada España silícea.
La Península Ibérica tiene 580.000 km2, situada en el extremo suroccidental de Europa, entre los
paralelos 44º y 36º N y los meridianos 4º y 10º. Simula una vasta superficie de forma trapezoidal.
Está sólidamente unida por el norte con el resto de las tierras europeas por los Pirineos, que se
extienden a lo largo de 435 km desde el golfo de Vizcaya hasta el mar Mediterráneo y apenas
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separada del continente africano por el Estrecho de Gibraltar, de 14 km en su parte más angosta.
España ocupa el 85% de la península Ibérica y está rodeada de agua por casi el 88% de su
perímetro; su costa mediterránea mide 1.660 km de largo y la cantábrico-atlántica 710 km.
La amplia y continua cadena montañosa de los Pirineos, que se extiende a lo largo de 435 km
desde el golfo de Vizcaya hasta el mar Mediterráneo, forma frontera natural con Francia, al norte;
en el extremo sur, el estrecho de Gibraltar, que mide 12 km en su parte más angosta, separa la
península y el norte de África. La característica topográfica más importante de España es la gran
planicie central, poco arbolada, llamada la meseta Central, que tiene una inclinación general
descendente de norte a sur y de este a oeste, con una altitud media de unos 610 m. La Meseta
se encuentra dividida en una sección septentrional (submeseta Norte) y otra meridional
(submeseta Sur) por una cadena montañosa, el sistema Central, del que forman parte las sierras
de Gredos y Guadarrama. Los montes de Toledo accidentan la submeseta Sur.
Otras cadenas, como la cordillera Cantábrica, al norte, sistema Ibérico, al este, y sierra Morena,
al sur, constituyen los rebordes de la Meseta separándola de la orla cantábrica y Galicia, valle del
Ebro y llanura levantina y valle del Guadalquivir, respectivamente. Entre muchas de estas
montañas se abren valles estrechos drenados por ríos rápidos, como Lozoya, Sil, Jerte o Jiloca.
La llanura costera es estrecha, salvo en la costa levantina y en el golfo de Cádiz, y no suele medir
más de 35 km de anchura, y en muchas áreas está quebrada por montañas que descienden
abruptamente hasta el mar formando promontorios rocosos y calas, como en la Costa Brava. El
área costera septentrional y noroccidental tiene varios puertos destacados en el fondo de
abrigadas rías, en particular a lo largo de la costa gallega. Las cordilleras Costeras catalanas, (NO),
y las sierras o sistemas Béticos, al sur, completan las cordilleras importantes de la península. En
dos de estas cadenas montañosas principales, Pirineos y sierras Béticas, existen elevaciones de
más de 3.000 m de altitud. Los picos más altos de la península son el pico de Aneto (3.404 m) en
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los Pirineos y el Mulhacén (3.477 m) en sierra Nevada, en el sur de España. El punto más elevado
de todo el territorio español es el pico del Teide (3.718 m), situado en la isla canaria de Tenerife.
1. GEOLOGÍA
La mayor parte del territorio de España está integrado en la unidad geográfica de la península
ibérica. Comprende, además, un conjunto de terrenos insulares, como las islas Baleares, Canarias
y otras islas más pequeñas (Columbretes o Alborán), así como las ciudades de Ceuta y Melilla, en
el norte de África. En el contexto de las grandes placas tectónicas de la Tierra, el territorio
peninsular, islas Baleares e islas Columbretes se encuentran en la placa Euroasiática, mientras
que los restantes territorios están ubicados en la placa africana.
En el conjunto formado por la Península y Baleares pueden delimitarse una serie de grandes
unidades geológicas, que representan terrenos con características y evolución similares.
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Todos los terrenos que constituyen el macizo Ibérico están afectados por las orogenias
Cadomiense y Hercínica o Varisca, desarrolladas durante el Proterozoico y el Carbonífero
respectivamente. Al este del macizo Ibérico, donde dominan las rocas sedimentarias, se
extiende un amplio territorio formado por materiales mesozoicos y cenozoicos.
El origen de este conjunto geológico es consecuencia de la orogenia Alpina. Este ciclo formador
de cordilleras a nivel planetario construyó un buen número de sistemas montañosos en la
Península, debido a que la subplaca ibérica quedó comprimida entre África y Eurasia, durante
el periodo de apertura del océano Atlántico, y la evolución contemporánea del mar de Tethys.
Este, antecesor del Mediterráneo, sufrió diversas etapas de distensión mesozoica y de
compresión desde finales del Mesozoico y sobre todo durante el Cenozoico.
Pirineos y Béticas son dos sistemas montañosos típicos, o de colisión, mientras que la cordillera
Ibérica se formó por un proceso de inversión tectónica de un antiguo rift, que previamente se
había rellenado con sedimentos mesozoicos. En definitiva, el Sistema Ibérico es una
deformación alpina intraplaca, al igual que el Sistema Central, este último formado por bloques
del basamento elevados a partir de fallas inversas.
Entre las distintas cadenas alpinas, o entre estas y el macizo Ibérico, aparece toda una serie de
cuencas sedimentarias cenozoicas (España arcillosa). Es el caso de las cuencas denominadas de
antepaís, como las del Ebro y del Guadalquivir. Las cuencas intraplaca, del Duero y del Tajo,
deben su existencia a la elevación de los distintos sistemas montañosos que actualmente las
bordean, cuya erosión produjo el progresivo relleno sedimentario de estas depresiones. Existen
otra serie de cuencas cenozoicas de menor extensión, bien ubicadas sobre el macizo Ibérico, bien
sobre las cadenas alpinas (fundamentalmente en las cordilleras Ibérica y Béticas).
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Las unidades que forman la cordillera Varisca presentan una estructuración según unidades con
una dirección predominante noroeste-sudeste, que en el extremo norte muestra una inflexión,
la Rodilla Astúrica. Estas unidades están afectadas por grandes fracturas de dirección
predominante nordeste-sudoeste, formadas hacia el final de la orogenia Varisca que
condicionan la orientación de una parte de la depresión del Guadiana o del Sistema Central.
Las cordilleras Béticas presentan una orientación predominante este nordeste-oeste sudoeste y
están formadas por numerosas unidades geológicas diferentes, deformadas y emplazadas a
favor de fallas con una acusada componente direccional o de desgarre. El archipiélago balear
representa la continuación geológica de las Béticas hacia el Mediterráneo. Entre todas estas
cordilleras se desarrollan depresiones rellenas por materiales geológicos más recientes, del
Mioceno en adelante, apenas afectados por deformaciones tectónicas. Por último, el
archipiélago canario está constituido fundamentalmente por materiales volcánicos.
1.1. Volcanismo
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En la Península se diferencian cuatro principales provincias volcánicas: zona de Olot en el
Pirineo oriental, golfo de Valencia (con volcanismo tanto costero como submarino), zona SE (la
más importante, entre el cabo de Gata y Cartagena, junto con la isla de Alborán) y la submeseta
sur (Campo de Calatrava, en la Mancha). La mayoría de estos complejos volcánicos son de
carácter difuso, con varios puntos de emisión que cubren regiones más o menos amplias.
Por su parte, el archipiélago canario está compuesto fundamentalmente por rocas volcánicas
asociadas a episodios de emisión que se remontan al Cretácico superior y que han continuado
hasta la actualidad. Varias de las islas presentan una actividad volcánica histórica y actual
recurrente. Destaca el edificio volcánico del Teide (Tenerife), el aparato volcánico más
importante del archipiélago por su envergadura y único estratovolcán activo de España.
La provincia volcánica del nordeste o Empordà- Selva-Garrotxa cubre unos 500 km2 con unos 100
puntos de emisión, si bien 30 de ellos ubicados en torno al municipio de Olot, son más recientes
(Cuaternario, hasta hace 100.000 años), conservando su morfología original. El volcanismo
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mediterráneo se desarrolla tanto en forma de islas volcánicas (Columbretes, Alborán) como en
manifestaciones continentales a lo largo del litoral de Almería y Murcia. Destaca el complejo de
Cabo de Gata, de carácter calcoalcalino, con emisiones datadas en el Mioceno medio.Por último,
el Campo de Calatrava se extiende por casi 200 km2 y está formado por más de 170 edificios
volcánicos de carácter basáltico profundo, algunos de ellos formados por emisiones
freatomagmáticas explosivas activos durante el Plioceno y comienzos del Cuaternario.
Aunque la edad y la evolución de volcanismo en el archipiélago son diferentes para cada isla,
cabe diferenciar tres fases principales de evolución para todo el conjunto:
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2. GEOMORFOLOGÍA
La geomorfología es la ciencia que estudia las formas del relieve de la Tierra. Además de tratar
la configuración general de la superficie terrestre, estudia la clasificación, descripción,
naturaleza, origen y desarrollo de las formas del terreno y sus relaciones con las estructuras
geológicas subyacentes y la historia de los cambios geológicos registrados por esas superficies.
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2.1. Topografía
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En las islas Baleares, con una elevación media de 140 m, destaca la serra de Tramuntana en la
isla de Mallorca (1.436 m en Puig Major). El relieve de las Canarias responde a su origen volcánico
y es aquí donde se localiza el pico más alto de España (Teide, 3.715 m).
El territorio español, tanto peninsular como insular, ofrece un rico y amplio muestrario de
diferentes formas de modelado. Se pueden clasificar atendiendo a los modelados resultantes:
estructurales (tabular y monoclinal, plegado y fallado); litológicos (granítico, kárstico, volcánico
y rocas blandas); glaciar y periglaciar; fluvial; eólico; litoral y laderas y piedemontes.
a) Tabular y monoclinal
Los relieves tabulares se encuentran en las grandes cuencas terciarias de ambas mesetas y en
el valle del Ebro. Cuando las capas se presentan inclinadas configuran relieves monoclinales o en
cuesta. Estos se desarrollan en los márgenes de las cuencas sedimentarias o donde la tectónica
ha basculado los estratos (ambas submesetas y depresiones exteriores del Ebro y Guadalquivir).
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b) Plegado Los relieves plegados responden a una tectónica compresiva y originan pliegues
anticlinales y sinclinales según la fuerza orogénica o la litología. Los principales estilos son:
jurásico, apalachense y alpino.
• El relieve alpino se caracteriza por una estructura en mantos de corrimiento que llegan a
desplazarse decenas de kilómetros. Se da en las Béticas y los Pirineos. Resultado de los procesos
erosivos son klippes y ventanas tectónicas.
c) Fallados
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presencia de discontinuidades o fisuras. De la conjunción de dichos factores, destacan las
siguientes formas:
b) Kárstico
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c) Volcánico
La composición de la lava determina la forma del paisaje después de la erupción. Los campos de
piroclastos suelen cubrir grandes extensiones que forman superficies regulares, lo que contrasta
con los diques que la erosión diferencial deja en resalte y los hace hitos muy reconocidos.
d) En rocas blandas
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a 1993 los activos en el
Pirineo pasaron de
1.800 a 468 ha, y en
2012 sólo existían 10
glaciares y 8 heleros,
con una extensión 160
ha.
Las formas periglaciares, como suelos poligonales (foto), terracillas, senderos de vacas,
derrubios estratificados, glaciares rocosos y canchales son fruto también de la acción del hielo
en el suelo. Formas periglaciares espectaculares aparecen en las cumbres pirenaicas y béticas, o
en los altiplanos y cumbres de las cordilleras Ibérica y Cantábrica.
En España las formas fluviales actuales son, más que nunca, resultado de la acción de la
naturaleza y la actividad humana: cambios en los cauces, embalses, abandono de áreas de
montaña,…
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2.2.5. Modelado eólico
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La proximidad de los relieves béticos (entorno de Gibraltar) favorece la existencia de acantilados,
playas de menor entidad (foto) y marismas mareales. Las costas mediterráneas reflejan la
proximidad de los relieves béticos e ibéricos, la escasa magnitud de rango mareal (< 1 m) y el
régimen peculiar de la red hidrográfica (ramblas).
Por ello, se encuentran playas adosadas a depósitos fluvio-coluviales y a deltas (foto) (Vélez,
Adra, Andarax, Ebro, Llobregat, Besòs…), que alternan con tramos acantilados (Maro, Gata, Costa
Brava...). En sectores deprimidos se desarrollan albuferas (Torrevieja, Manga del mar Menor,
Valencia, Pego-Oliva...) aisladas de la costa por cordones litorales y restingas (foto).
En las costas
insulares
predominan
los acantilados
sobre rocas
calizas en
Baleares y
volcánicas en
Canarias,
intercalados
con calas o
amplias
ensenadas
(Pollença,
Alcúdia, Sa
Ràpita) que
favorecen el
desarrollo de
amplias playas
y cordones dunares (ver mapa de Tipos de costas).
En los piedemontes son de destacar abanicos aluviales y glacis. Los abanicos son deposicionales
y de mayor pendiente, mientras que los glacis constituyen extensos y suaves planos inclinados
de erosión o acumulación. Ambas formaciones son visibles en regiones áridas y semiáridas de la
Península. En ocasiones, abanicos y glacis son formaciones difíciles de diferenciar.
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TEMA 2. EL CLIMA Y LAS AGUAS
A) EL CLIMA
INTRODUCCIÓN
Si en las zonas intertropicales y polares los fenómenos atmosféricos parecen estar gobernados
por cierta regularidad, en la templada se dan cita dos masas de aire antagónicas, polar y tropical.
El resultado es una alternancia, dependiendo de la estación, entre las masas cálidas (bajas
presiones o ciclones) y las altas presiones o anticiclones.
Analizar el clima de España supone hablar de diversidad. Existe una amplia variedad de climas
en todo el territorio que, a su vez, se manifiestan a través de una multiplicidad de tipos de tiempo
y de fenómenos meteorológicos contrastados, incluso entre áreas próximas. Tal diversidad es el
resultado de la combinación de factores de tipo atmosférico y geográfico.
Por su latitud la España peninsular y las islas Baleares se localizan en el límite meridional del
dominio templado y en contacto con las altas presiones subtropicales, en una zona con
predominio de la circulación de vientos del oeste y suroeste; en verano, sin embargo, los
anticiclones subtropicales dominan la atmósfera aportando una fuerte estabilidad. Una franja
latitudinal intermedia que constituye el área de intercambio energético entre las masas de aire
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frío polar y las masas de aire cálido tropical, donde se localiza el frente polar. Su oscilación
estacional norte-sur y la llegada de borrascas atlánticas asociadas a él suponen continuos y, a
veces, bruscos cambios del tiempo atmosférico, característica esencial de buena parte de los
climas de España. La variedad climática se acrecienta al pertenecer las islas Canarias al ámbito
subtropical-tropical, menos afectadas por las pulsaciones del frente polar, y donde el dominio de
las altas presiones es casi constante.
La posición geográfica de la península entre dos grandes masas continentales y entre el océano
Atlántico y el mar Mediterráneo le confieren, además, un papel de encrucijada de influencias
marítimas y continentales diversas y contrastadas. Finalmente, las características del relieve
aportan una mayor complejidad al mosaico climático español; en primer lugar, por su elevada
altitud media, que alcanza los 650 m, que condiciona intensamente las temperaturas; en segundo
lugar por la disposición de las barreras montañosas, que generan fuertes contrastes espaciales
en todos los elementos climáticos y meteorológicos, tanto a escala regional como local.
1.1. Temperatura
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peninsular se caracteriza por unas temperaturas agradables, inferiores a 18ºC, y conforme se
desciende en latitud se van incrementando dos grados más en la Meseta norte, cuatro en la
Meseta sur y valle del Ebro, y hasta ocho grados en Andalucía, lo que permite calificar de verano
tórrido a estas zonas donde la
temperatura media de julio
sobrepasa los 26ºC. Julio y agosto
son los meses más cálidos del año
mientras que enero es
claramente el más frío.
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adueña del país, este es más intenso en la mitad sur peninsular y Canarias que en el resto del
territorio. La efeméride más alta se produjo el 13 de julio de 2017 en Córdoba y fue de 46,9ºC
pero hay que decir que los 40ºC se alcanzan fácilmente en algún momento del verano en muchos
lugares. En cambio, el mapa de Temperatura mínima absoluta pone en relieve la importancia de
la altitud, porque es en las zonas más altas del país donde se dan las temperaturas más bajas, y
la latitud ya que la mitad septentrional peninsular registra temperaturas más frías que la
meridional.
La distribución
espacial de las
precipitaciones en
España presenta una
gran complejidad.
La disposición de los
sistemas
montañosos y de las
grandes cuencas y
depresiones
interiores en
relación con el flujo
de vientos húmedos
dominantes del
oeste, así como las
variaciones de
altitud son los
principales factores
responsables de los
fuertes contrastes pluviométricos. Como describen Martín-Vide y Olcina (2001) muchos relieves
montañosos son auténticos “islotes lluviosos» en medio de áreas más secas, o al revés, ciertas
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depresiones y valles, a resguardo de los flujos húmedos por el relieve circundante, se configuran
como “sombras pluviométricas”.
En España hay lugares que se encuentran entre los más lluviosos de Europa, como algunos
sectores de Galicia y del norte peninsular, con más de 1.800 y 2.000 mm anuales, frente a otros
como el cabo de Gata o algunas áreas de las islas Canarias que, con menos de 200 o 150 mm
anuales, aparecen entre los más secos.
Los valores de Precipitación media anual permiten distinguir tres grandes áreas pluviométricas
(Capel, 2000; Martín-Vide y Olcina, 2001): la España húmeda o lluviosa, delimitada por la isoyeta
de los 800 mm; la España seca o de transición, que recoge entre 300 y 800 mm de promedio
anual; y la España árida o semidesértica, con precipitaciones inferiores a los 300 mm.
La España lluviosa se corresponde con todo el norte peninsular, desde Galicia hasta el País
Vasco, incluyendo el norte de Castilla y León, y alargándose hacia el este por Pirineos. Se llegan
a rebasar los 1.400 mm, e incluso los 1.800 mm, en las tierras occidentales de Galicia, más
expuestas a las perturbaciones atlánticas. También se sobrepasan estos valores en algunos
sectores montañosos de la Cordillera Cantábrica, del interior del País Vasco y del norte de
Navarra, donde se pueden superar los 2.000 mm. Igualmente, en otros sectores peninsulares e
insulares, coincidiendo con áreas de montaña, se sobrepasa el umbral de los 800 mm: el Sistema
Central, el Sistema Ibérico, la cordillera Prelitoral Catalana, los Montes de Toledo, Sierra Morena,
las sierras de Grazalema, Ronda y Cazorla, Sierra Nevada o la Sierra de Tramuntana en Mallorca.
La España seca o de transición, con valores medios anuales entre 300 y 800 mm, abarca casi las
tres cuartas partes del país. Aquí se incluyen las tierras llanas de las dos mesetas, las cuencas
medias y bajas del Ebro y del Guadalquivir, así como buena parte de la fachada oriental
mediterránea, salvo el sector sudoriental. También quedan incluidas las tierras altas y medianías
orientadas al norte de las islas Canarias más montañosas y el resto de Mallorca, Menorca e Ibiza.
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También algunas áreas de montaña del interior, como el Pirineo o el Sistema Central, se ven
afectados por precipitaciones de elevada intensidad que suelen desencadenar episodios de
inundación. A pesar de estar alejadas de las masas marinas, fuente principal de humedad, el
efecto del relieve favorece ocasionalmente la torrencialidad de las precipitaciones.
Por el contrario, en la mayor parte del interior peninsular las intensidades pluviométricas son
muy inferiores. Estas diferencias se observan también en los registros máximos diarios
correspondientes los observatorios principales de las capitales de provincia. Estos registros han
tenido lugar mayoritariamente durante los meses de otoño y del verano, con episodios de
carácter tormentoso. Aunque los valores máximos de las capitales sólo han superado los 300 mm
en Málaga, en muchos puntos del Levante, Andalucía, Canarias, Baleares o Pirineos se han
llegado a alcanzar intensidades muy superiores, como recoge la AEMET en sus estadísticas: 817
mm en Oliva (Valencia), 720 mm en Gandia (Valencia), 700 mm en Benasque (Huesca), 600 mm
en Albuñol (Granada), 590 mm en San Andrés (Tenerife) o los 536 mm en Escorca (Baleares).
1.3. Hidrometeoros
El reparto de los días de precipitación igual o superior a 1 mm muestra un fuerte gradiente entre
las regiones del norte y del sur, con máximos relativos en las principales zonas de montaña. Se
superan los 100 días en Galicia, norte de León, cordillera y litoral cantábricos, Pirineos, así como
en los sectores de mayor altitud de los sistemas Central e Ibérico, por ser focos de condensación
con lluvias orográficas. Los máximos se alcanzan al noroeste de Galicia y en algunos puntos de
Gipuzkoa y norte de Navarra, donde se superan los 150 días de lluvia al año.
En la mayor parte del interior peninsular y Baleares la frecuencia de lluvia oscila entre 50 y 100
días. En buena parte de la franja litoral mediterránea, todo el sudeste peninsular, el sudoeste de
Andalucía, la depresión oriental del Ebro y en las medianías y zonas altas de las islas Canarias no
se alcanzan los 50 días de promedio. El resto de dichas islas junto a algún sector del litoral
almeriense apenas tienen 25 días de lluvia.
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Las tormentas constituyen uno de los meteoros más espectaculares y amenazantes de los que
se originan en la atmósfera, pues al aspecto oscuro de la base de los cumulonimbos se unen
aguaceros intensos, a veces con granizo, fuertes rachas de viento y un potente aparato eléctrico.
Pueden ocurrir en cualquier época del año, incluso en invierno, como los asociados al paso de
frentes fríos, si bien son mucho más frecuentes e intensas durante el periodo estival. La mayor
frecuencia de días de tormenta se observa en el cuadrante nororiental de la Península, con más
de 15 días de media anual. Destacan Pirineos, el Sistema Ibérico, algunos sectores de la
Cordillera Cantábrica y buena parte del valle del Ebro, donde tienen lugar en más de 20 ó 25
días. Estas áreas de montaña actúan como núcleos orográficos que favorecen el efecto de
disparo vertical y los procesos termoconvectivos generadores de las tormentas.
Algunas de estas tormentas vienen acompañadas de granizo. Este sólido y temido hidrometeoro
es poco frecuente en España, si bien las consecuencias económicas que puede ocasionar un solo
día en el sector agrícola son muy graves. Hay que decir que los registros sobre la frecuencia del
granizo no son del todo precisos, por su incidencia a veces muy localizada, que puede no coincidir
con el observatorio más próximo. Según las estadísticas la mayor frecuencia de días de granizo
tiene lugar en el litoral norte y noroeste, con más de 5 o 10 días por año; estos suelen venir
asociados a frentes y perturbaciones atlánticas, y generalmente es granizo de muy pequeño
tamaño. Las áreas de montaña de la mitad norte peninsular registran más de 3 días con granizo,
acompañando casi siempre a episodios tormentosos que, aunque poco frecuentes en el resto del
país, son los más peligrosos, especialmente en el valle del Ebro, la Comunitat Valencia y Murcia,
con cultivos hortofrutícolas muy sensibles.
Los días de nieve constituyen un acontecimiento poco habitual en gran parte de España, salvo
en las áreas de montaña donde el factor altitudinal favorece la aparición del blanco meteoro con
relativa frecuencia, desde finales del otoño hasta bien entrada la primavera. La nieve es más
frecuente en la mitad norte peninsular, más expuesta a la llegada de masas de aire frío y
húmedo desde latitudes polares, que desencadenan precipitaciones en forma de nieve. Todos
los sistemas montañosos registran por encima de los 1.500 m más de 30 días de nieve al año,
siendo más frecuentes y copiosas en la Cordillera Cantábrica y en Pirineos. En Baleares sólo en
las cimas de la serra de Tramuntana la nieve tiene cierta frecuencia, al igual que en los niveles
altos de Tenerife. En los litorales mediterráneo y atlántico, así como en el sudeste peninsular la
nieve es rara o prácticamente desconocida.
La distribución de días de niebla es muy irregular, con valores que oscilan entre los 10 días de
algunos sectores del litoral mediterráneo y los más de 100 que se registran en algunos puntos de
Galicia y del norte peninsular, sobre todo en zonas elevadas de la Cordillera Cantábrica. Ello se
debe a que el origen de la niebla y los momentos temporales en que se producen son muy
diversos. Las nieblas de carácter orográfico se forman en las áreas de media y alta montaña en
cualquier época del año. Las nieblas formadas por irradiación nocturna se producen en el fondo
de valles y depresiones, como las del Ebro, Duero o Tajo, y bajo situaciones de fuerte estabilidad
atmosférica, principalmente durante el invierno. Y finalmente las nieblas de advección que
afectan a los sectores costeros, más frecuentes durante el verano, y en las medianías de las
vertientes septentrionales de Canarias (En La Laguna durante el 90% de los días de junio y julio)
con el consiguiente impacto en el aeropuerto de Tenerife Norte (anteriormente Los Rodeos).
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1.4. Insolación y radiación
• En primer lugar, la cornisa cantábrica, desde el norte de Galicia hasta la Navarra atlántica,
donde la frecuente nubosidad que llega desde el Atlántico impide que se superen las
1.800 o 2.000 h de sol al año.
• Una segunda área, con valores anuales entre 2.000 y 2.600 h, se extiende, desde el sur de
Galicia, por buena parte de Castilla y León, La Rioja, Navarra, Aragón y Cataluña, así como
las vertientes septentrionales de las islas Canarias más montañosas.
• Por último, la mitad meridional de la Península junto a una parte de la cuenca del Ebro y
el centro de la del Duero, Baleares y el resto de Canarias, disfrutan de una elevada
insolación, con más de 2.600 h al año. La Costa de la Luz entre Cádiz y Huelva, junto a
Lanzarote y Fuerteventura, son las tierras que registran los máximos de insolación, con
valores que superan las 3.000 h anuales.
Como evapotranspiración se conocen los procesos de evaporación del agua del suelo y la
transpiración de las plantas; la evapotranspiración potencial (conocida por las siglas ETP) es la
que existiría si hubiera agua suficiente en el suelo para evaporarse. Está condicionada por
factores meteorológicos (radiación, temperatura, humedad del aire, viento), edáficos (tipo de
suelo y su estado de humedad) y características de la cubierta vegetal. Constituye un indicador
climático de particular interés cuando se relaciona con la precipitación y la absorción del suelo,
porque es un buen exponente de la aridez del clima. Se expresa en mm por unidad de tiempo y
para su estimación se emplean diferentes fórmulas.
Aplicando el método FAO (siglas en inglés de la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura) de Penman-Monteith, se comprueba que los valores de la ETP
muestran estrecha relación con las temperaturas y ponen en evidencia las diferencias entre el
norte y el sur peninsular y las variaciones con la altitud.
Los valores mínimos se dan en el norte de España, con totales promedio anuales por debajo de
los 800 mm en su mayor parte, e incluso inferiores a los 700 mm en la Cordillera Cantábrica y los
Pirineos, en correspondencia con las condiciones térmicas más frías de las áreas de montaña. En
la Meseta norte oscilan en torno a los 800-1.100 mm, y aumentan progresivamente hacia el sur
y la vertiente mediterránea. En la Meseta meridional, al igual que en el centro de la depresión
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del Ebro, se superan los 1.100 mm, y se alcanzan más de 1.200 mm en amplias zonas de
Extremadura y la cuenca del Guadalquivir, por las altas temperaturas del verano.
En el archipiélago canario, por las características térmicas de su clima, la ETP es elevada en todas
las islas, solo matizada por la acción de la altitud.
El primer dominio se localiza en el norte peninsular y tiene un claro excedente de agua, que
varía entre 300 y más de 1.800 mm. Coinciden los valores más altos con las zonas de mayor
precipitación: Galicia costera y Pirineo occidental. También por su elevada pluviosidad, el
balance es positivo en el Sistema Ibérico septentrional y sierras de Gredos y Grazalema. El resto
es claramente deficitario, con balances negativos superiores a 600 mm en amplias zonas de la
Meseta meridional y las depresiones del Ebro y Guadalquivir. La aridez se hace aún más patente
en el sudeste peninsular y las islas Canarias orientales, donde a la escasez de lluvias se suman las
elevadas temperaturas.
2. TIPOS DE TIEMPO
a) Anticiclón de invierno
Esta situación atmosférica se caracteriza por el claro dominio de las altas presiones sobre la
península ibérica, relacionado con la presencia del anticiclón continental europeo o con el
anticiclón de las Azores y en ocasiones, con ambos, en una configuración puente entre los dos
centros de acción.
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Estas condiciones
isobáricas son más
frecuentes en invierno
y originan tiempo
estable, seco y soleado,
con posible
inestabilidad en el este
peninsular y las islas
Baleares. En estas
circunstancias, con la
pérdida de calor
nocturno por
irradiación, se producen
fuertes heladas, con
escarcha y frecuentes
fenómenos de inversión
térmica, que generan
espesos bancos de
niebla en los valles y depresiones del interior, como las cuencas del Ebro y Duero, casi tan
duraderas como el anticiclón que las provoca.
Esta situación impide los movimientos ascendentes del aire, lo que favorece los estados de
contaminación atmosférica en las grandes ciudades y en los sectores de fuerte emisión de
contaminantes. En las islas Canarias esta situación favorece la circulación de vientos del nordeste,
alisios, y el cielo puede quedar cubierto por el denominado mar de nubes en las laderas de
barlovento, mientras domina el sol en las de sotavento.
Esta situación
atmosférica se origina
cuando un potente
anticiclón, orientado
según los meridianos, se
sitúa sobre el Atlántico
norte y un área
depresionaria se
localiza en el
Mediterráneo
occidental. En altura
aparece una situación
de bloqueo de la
circulación zonal debido
a la ondulación de la
corriente en chorro
sobre el océano, que
impulsa el aire frío
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desde el Ártico hasta el norte de África. Se generan así profundas vaguadas, a las que se aplica
el nombre de coladas de aire ártico, que ocasionan descensos térmicos acusados, fuerte
inestabilidad y fenómenos tormentosos al paso de los frentes fríos.
Aunque puede registrarse entre octubre y abril, esta configuración es más propia de invierno. El
tiempo que le acompaña se caracteriza por el temporal de frío y nieve, y un considerable
descenso de las temperaturas en casi toda de la península ibérica y Baleares.
Las nevadas son copiosas en la vertiente norte de los sistemas montañosos y en las tierras del
interior meseteño, y los vientos particularmente fuertes en el nordeste y el archipiélago balear,
pueden ir acompañados de intensa actividad convectiva.
Es una situación sinóptica típicamente estival generada por el desplazamiento hacia la península
ibérica del anticiclón de las Azores y de advecciones de masas de aire tropical.
Se caracteriza por el
escaso gradiente bárico
en superficie, la
presencia de una dorsal
anticiclónica en altura y
la formación en la
España meridional de
pequeños núcleos de
baja presión de origen
térmico, fruto del
intenso caldeamiento
del suelo. La Península
está dominada por un
ambiente de gran
estabilidad, con
temperaturas iguales o
superiores a las
normales y cielos despejados, aunque no es extraña la presencia de calimas (partículas muy finas
y secas de polvo en suspensión en la atmósfera que reducen la visibilidad). En ocasiones se
originan fuertes gradientes térmicos en las regiones interiores que dan lugar a pequeños
remolinos de polvo o tolvaneras. En este medio tan estable las únicas perturbaciones son las
generadas por movimientos convectivos junto a la costa o en los sistemas orográficos, donde se
pueden producir núcleos tormentosos aislados, a veces aparatosos y acompañados de granizo.
El tipo de tiempo del noroeste se relaciona con la descarga fría que tiene lugar al paso sobre la
península ibérica de un frente frío asociado a una depresión localizada en latitudes superiores.
A la vez, el anticiclón atlántico se dispone en sentido de los meridianos y contribuye a reforzar
la entrada del aire polar marítimo. Esta situación da lugar a la aparición de un tiempo inestable,
con descenso de las temperaturas y precipitaciones generalizadas en la mitad septentrional en
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grado diverso en relación con la intensidad de la expansión de la masa de aire y la época del año.
Por esta razón es
imposible establecer un
patrón único de tiempo
en toda España.
En altura domina un índice de circulación muy bajo, con ondulación anticiclónica, que
contribuye a dirigir
hacia España masas de
aire continental
europeo. Su frecuencia
es baja, pero cuando se
establece, (noviembre
y marzo lo m, la entrada
de aire polar origina un
descenso generalizado
de las temperaturas y
heladas nocturnas. Esta
situación provoca
intensas olas de frío, en
particular cuando las
masas de aire que
llegan a la Península son
masas árticas del
interior de Rusia.
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Salvo el litoral penibético, protegido por altos núcleos montañosos, el frío llega prácticamente a
toda la Península, incluso a las costas cantábrica y levantina. Por lo general, esta advección no
origina precipitaciones, debido al bajo contenido higrométrico del aire, salvo cuando recorre el
mar Mediterráneo y se carga de humedad. En este caso, provoca lluvias y nevadas en la fachada
mediterránea y en los sistemas montañosos, y llega a alcanzar las islas Canarias.
Esta situación resulta de la presencia de una extensa borrasca situada en el norte o noroeste de
la Península y de la circulación atmosférica en altura, caracterizada por suaves ondulaciones que
canalizan masas de aire tropical marítimo hacia las tierras ibéricas. Puede tener lugar en
cualquier momento del año, aunque es más propia del invierno, cuando el anticiclón de las
Azores se sitúa en latitudes bajas y la circulación zonal facilita el paso de las perturbaciones
atlánticas.
Estas condiciones
provocan el aumento
de la temperatura,
elevada nubosidad y
lluvias generalizadas al
paso de los frentes. El
golfo de Cádiz es vía de
entrada de los flujos
húmedos del océano,
que riegan con
generosidad el sur
peninsular. Son los
denominados vientos
ábregos o llovedores,
responsables de
algunos de los
temporales de lluvia más fuertes del valle del Guadalquivir y barreras montañosas bien
expuestas. Hacia el norte las precipitaciones se reducen notablemente a sotavento de las
cordilleras y llegan a desaparecer en la cornisa cantábrica, donde el efecto foehn origina un
considerable ascenso de las temperaturas.
3. CLASIFICACIÓN CLIMÁTICA
Para delimitar los distintos climas se ha utilizado la clasificación de Köppen-Geiger que identifica
cada tipo de clima con una serie de letras, y los define a partir de determinados umbrales de
temperatura y precipitación. Casi toda España queda incluida dentro de los climas templados C.
En el norte el clima es lluvioso todo el año (Cf); en el resto, el verano es seco (Cs), y se añade a
o b en función de si el mes más cálido sobrepasa o no los 22ºC. Se diferencian también zonas
secas, B, y las montañas con climas fríos, D. El norte de España tiene un clima templado lluvioso;
en la costa la temperatura de invierno es muy moderada y el verano resulta fresco: es un clima
típico Cfb. Hacia el interior se inicia la transición hacia el verano seco (s) y más cálido (a),
mientras en las montañas es frecuente la nieve y se llega al clima Df. El clima con verano seco o
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mediterráneo es el de mayor representación superficial, pero tiene un variado abanico de
subtipos. El clima de invierno suave, Csa, es la forma más genuina de influencia marítima, como
ocurre en la costa oriental, las islas Baleares y el sur peninsular.
Hacia Extremadura y la Meseta sur las condiciones son ya más secas y con un claro matiz
continental. Este aumento de continentalidad se observa en la cuenca del Duero, donde domina
el clima Csb, de verano corto e invierno muy frío. La progresiva degradación del clima
mediterráneo hacia condiciones más secas conduce a un clima estepario caluroso (BSh), o frío
(BSk) en la Mancha y valle del Ebro, y a condiciones desérticas, tipos BWk y BWh, en el sudeste.
El clima estepario y el desértico domina también en las islas Canarias, salvo en altitud, donde se
pasa rápidamente a climas Csa y Csb.
B) LAS AGUAS
INTRODUCCIÓN
La Carta Europea del Agua (1968) reza en su preámbulo que sin agua no hay vida posible, al
considerarla como un bien tan preciado como indispensable para la vida sobre nuestro planeta
en cualquiera de sus formas. El documento no descubre nada nuevo, simplemente ratifica el
vínculo indisoluble entre ambos al margen de la abundancia o de la escasez de aquélla. El ciclo
hidrológico contempla no sólo el cambio de estado del agua (sólido, líquido y gaseoso), sino
también el de su ubicación. Pero el ciclo hidrológico no se agota en el cambio de estado y en el
transporte del agua. Comprende también la evaporación directa desde el suelo a través de las
plantas, la infiltración a escasa profundidad para evaporarse en un corto periodo de tiempo por
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diversas vías y la saturación. Por otra parte, en el preámbulo de la Ley de Aguas (29/1985) se lee
que tanto las aguas superficiales como las subterráneas, sin distinción alguna, presentan una
identidad de naturaleza y función y, en su conjunto, deben estar subordinadas al interés general
y puestas al servicio de la nación.
La distribución de los recursos hídricos sobre la superficie terrestre es muy desigual. En torno al
97% del volumen total del agua de la hidrosfera se encuentra en mares y océanos. Entonces, sólo
alrededor del 3% integra el agua residente en los continentes y en la atmósfera. Algo más de tres
cuartas partes del agua existente en los continentes se acumula en los glaciares. También resulta
muy relevante el volumen de las aguas subterráneas. Por su parte, son muy reducidas las
cantidades de agua residentes en ríos, lagos y suelos (humedad del suelo), si bien
cualitativamente las aguas de ríos y lagos son muy relevantes en el establecimiento de
asentamientos humanos y en el desarrollo de sus actividades económicas.
A escala global (planeta o conjunto de la hidrosfera) el ciclo hidrológico funciona como un sistema
cerrado, es decir, el volumen de agua implicado es siempre el mismo, ya que hay entrada de
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energía en el sistema (radiación solar) pero no hay ni entrada ni salida de materia. Sin embargo,
a cualquier otra escala (regional, continental, cuenca hidrográfica), el ciclo hidrológico funciona
como un sistema abierto, con entrada de materia a partir de las precipitaciones y salida mediante
escorrentía y evapotranspiración. La trayectoria del agua dentro del ciclo no es lineal, sino que
puede seguir caminos muy distintos.
Así, no toda el agua de las precipitaciones llega al suelo, ya que una parte se evapora en la
trayectoria y otra es retenida por la vegetación. De la retenida por la vegetación una parte es
evapotranspirada y otra escurre hasta el suelo. Del agua que llega al suelo, una fracción se
evapotranspira, otra se infiltra y otra se moviliza sobre la superficie a partir de la escorrentía
superficial. El agua infiltrada en el suelo puede tomar caminos muy diferentes: la energía
calorífica puede activar la evapotranspiración de una parte, en tanto que otra puede engrosar la
escorrentía superficial y subsuperficial y otra puede percolar hasta los acuíferos. A través de la
escorrentía superficial, subsuperficial y subterránea, una porción del agua residente en la
superficie terrestre, el suelo y las acumulaciones de agua subterránea, puede acabar llegando a
ríos y océanos. Desde estos océanos se alimenta una cuantiosa evaporación que a su vez
abastece a las precipitaciones
2. AGUAS CONTINENTALES
En la península ibérica tienen representación todos los dominios hídricos de tipo continental
que forman parte de la hidrosfera. Los glaciares están reducidos a un mero testimonio. Son
glaciares de montaña ubicados en los Pirineos, que en la vertiente española llegaron a cubrir
cerca de 1.800 ha, a principios del siglo XX, y que se han reducido hasta 160 en 2012. La
importancia del agua acumulada en el suelo es muy variable en diferentes ámbitos del territorio
español. En el sector más septentrional, atlántico-cantábrico y en las áreas montañosas más
elevadas es fácil encontrar los suelos saturados de agua durante una buena parte del año. Sin
embargo, en las zonas semiáridas, tan extensas en la península ibérica, es difícil que se cubra la
capacidad de infiltración del suelo, llegando a saturarse, excepto en episodios de lluvias intensas.
Los procesos kársticos, glaciares, fluviales y litorales han excavado depresiones cerradas que se
rellenan de agua, es decir, lagos. Ahora bien, el volumen de reservas hídricas que globalmente
contienen no es elevado. Ríos y acuíferos son los dominios hídricos, o tipos de masas de agua, de
mayor importancia en el territorio español. Son esenciales tanto para abastecimiento de núcleos
de población como para uso agrícola, industrial o hidroeléctrico. Al margen del agua que
acumulen, no hay que olvidar la enorme impronta que glaciares, lagos y ríos, tienen en el paisaje.
El territorio español, como todas las zonas emergidas, tiene un relieve estructurado en cuencas
vertientes, en cada una de las cuales una red de cauces, que va confluyendo en uno principal,
se encarga de conducir el agua hacia el mar. Con la entrada en vigor de la Directiva Marco del
Agua (2000/60/CE) aparecieron los términos de masa de agua y demarcación hidrográfica, que
se refiere a las grandes cuencas vertientes. Las masas de agua se integran y gestionan en las
demarcaciones. Se definieron un total de 4.630 masas de agua en España, de las cuales 3.792
corresponden a la categoría de río, 319 a lagos, 168 a aguas de transición y 351 son masas de
agua costeras.
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Las demarcaciones
hidrográficas
peninsulares son
15 (ver mapa). De
ellas 10 son
intercomunitarias,
es decir, se incluyen
en varias
comunidades
autónomas: Miño-
Sil, Cantábrico
occidental,
Cantábrico
oriental, Duero,
Tajo, Guadiana,
Guadalquivir,
Segura, Júcar y
Ebro. Y cuatro son
intracomunitarias: Galicia Costa, Cuencas internas de Cataluña y tres demarcaciones andaluzas,
Tinto-Odiel-Piedras, Guadalete-Barbate y Cuencas mediterráneas andaluzas. La cuenca con
mayor número de masas de agua es la del Ebro con 699. La cuenca del Duero es la de más
superficie, con casi 100.000 km2, pero si se restringe al territorio español la más extensa es la del
Ebro, con 85.000 km2.
2.2. Acuíferos
Son formaciones
rocosas delimitadas
por rocas
impermeables, en
cuyo interior puede
almacenarse y fluir
el agua subterránea,
en función de su
porosidad y
permeabilidad. Se
recargan por
infiltración y
percolación y
descargan a través
de ríos y
manantiales o en el
mar. Hay 386 acuíferos catalogados en España, que cubren una extensión de más de 173.000
km2 (ver mapa Acuíferos).
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El conjunto de mayor amplitud corresponde a la depresión del Duero, seguido del que se ubica
debajo de buena parte de la cuenca del Júcar. Hay zonas prácticamente sin acuíferos y en otras
estos son pequeños y aislados, no catalogados, aunque en total pueden sumar otros 120.000
km2. Las formaciones litológicas con menos agua subterránea son las silíceas debido a su
impermeabilidad. Pueden distinguirse cuatro grandes tipos de acuíferos en España: los
carbonatados en toda la España calcárea (cordilleras Cantábrica e Ibérica, Pirineos, Béticas y
Baleares); los detríticos de las depresiones del Duero, Tajo, Guadiana, Ebro y Guadalquivir; los
aluviales (incluidos en el mapa dentro de los detríticos) en terrazas, riberas y llanos litorales; y
los volcánicos canarios en rocas basálticas de porosidad y permeabilidad muy variables.
2.3. Caudales
Se entiende por caudal la cantidad de agua que circula por un curso fluvial en un momento y
un lugar determinados. La medida de la cantidad de agua que circula por los ríos se realiza en
las estaciones de aforo. Son puntos de un río donde, a través de limnígrafos, se mide la altura de
la columna de agua para luego convertir esos registros, a partir de las curvas de gasto, en valores
de caudal expresados en m3/s. En España los primeros datos se miden a mitad del siglo XIX, pero
hay que esperar al siglo XX para tener un seguimiento continuado de los principales ríos.
Actualmente existe una amplia red de estaciones de aforo que miden los caudales de los ríos, y
otras registran el nivel de los embalses, el agua circulante por conducciones y datos
evaporimétricos. La información aportada desde esta red de aforos se amplía con los registros
del Sistema Automático de Información Hidrológica (SAIH).
A partir de los valores registrados en los aforos situados en los ríos, se puede analizar su
comportamiento: abundancia de caudal, variación estacional, irregularidad interanual y
fenómenos extremos (crecidas y estiajes). La disponibilidad de agua de los ríos españoles es muy
variable en función
de la extensión de
su cuenca y de sus
características
climáticas y
ambientales. Dicha
cantidad de agua se
puede expresar a
través del caudal,
del caudal
específico y de las
aportaciones
(volumen total de
agua que discurre
por un río en un
periodo de tiempo
determinado,
mensual o anual).
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El mapa de Aportaciones medias anuales de caudal recoge las aportaciones disponibles en
diferentes tramos de los principales ríos españoles, utilizando las series disponibles en cada aforo
entre los años hidrológicos 1911-1912 y 2011-2012. Las aportaciones más elevadas se dan en
los tramos bajos del río Ebro y del Miño-Sil. El primero recorre una amplia cuenca y recibe
abundantes aportaciones de sus afluentes pirenaicos. Miño y Sil tienen menor longitud, y cuenca
de menos superficie, pero en la que se recogen precipitaciones regulares y abundantes.
También los ríos Duero, con la importante contribución del Esla, Tajo y Guadalquivir alcanzan en
sus tramos bajos un destacado volumen de agua. Las aportaciones medias anuales más bajas se
corresponden con los ríos mediterráneos, a excepción del mencionado Ebro, que surcan el este
y sudeste peninsulares. Sólo el río Júcar, en su tramo final, ronda los 1.000 hm3 de aportación
anual, quedando el resto de cursos fluviales mediterráneos muy alejados de esta cifra. En el
centro de la península ibérica, diversos afluentes del Duero, Tajo, Guadiana y margen derecha
del Ebro evidencian también un escaso nivel de aportación. En el mapa se aprecia con enorme
claridad la mayor aportación de los ríos atlánticos que de los mediterráneos. También la buena
disponibilidad de agua que poseen los ríos atlánticos y los afluentes pirenaicos del Ebro.
Los ríos peninsulares experimentan cambios de caudal en las diferentes estaciones del año y se
representan en el mapa Coeficiente de caudal de los ríos principales. El ritmo de esas variaciones
estacionales define el régimen fluvial. Puede analizarse a partir de los caudales medios anuales
(m3/s). Para facilitar la comparación entre ríos con disponibilidades de caudal muy dispares,
habitualmente se recurre al coeficiente de caudal, que es la relación entre el caudal medio de
cada mes, siempre para una larga serie de años, y el módulo anual. Sus valores están
normalmente comprendidos entre cero y tres. Los meses cuyo caudal circulante supere el
módulo anual, tendrán un coeficiente de caudal superior a uno, en tanto que aquellos con caudal
por debajo del módulo anual tendrán valores inferiores a uno.
Con estos
valores
mensuales del
coeficiente de
caudal se han
representado en
el mapa
mencionado las
gráficas de
variación
estacional de
caudal de una
selección de
estaciones de
aforo de los
principales ríos
de España. En
ellas se
evidencia que el ritmo estacional de los caudales de los ríos peninsulares ofrece marcadas
diferencias según su ubicación y el régimen pluviométrico de la zona.
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Casi la totalidad de los ríos que vierten sus aguas al océano Atlántico tienen un periodo de aguas
altas centrado en invierno y que puede prolongarse hacia el otoño o la primavera, según los
casos. Este periodo se corresponde con la época de más lluvias y contrasta con una fase estival,
en la que el sensible descenso de las precipitaciones se traduce en una fase de aguas bajas bien
marcada.
Los ríos
cantábricos
prolongan sus
aguas altas
durante todo el
otoño, invierno y
gran parte de la
primavera, dada la
continuidad de las
precipitaciones. En
los tramos altos de
los ríos pirenaicos,
donde cobra
protagonismo la
nieve, es habitual
un régimen de tipo
nivo-pluvial con
dos periodos de
aguas altas y dos
periodos de aguas bajas. El periodo de aguas altas principal se produce en la segunda parte de
la primavera, frecuentemente en mayo, debido a la fusión de la nieve que se ha acumulado
durante el invierno. Hay otro periodo de aguas altas secundario asociado a las precipitaciones de
otoño. También son dos los periodos de aguas bajas: uno principal en verano, por el descenso de
precipitación, y otro secundario en invierno, debido a la retención nival.
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Los ríos mediterráneos se caracterizan por tener dos, tres y hasta cuatro periodos de aguas altas
y otros tantos de aguas bajas, siguiendo el ritmo irregular que la lluvia tiene en este ámbito
territorial. Como rasgos constantes destacan las aguas altas ligadas a las lluvias otoñales y el
acentuado estiaje durante los meses más cálidos de verano. Evidentemente, el río Ebro, dada su
longitud y las diferentes influencias recibidas en su recorrido (oceánica en su cabecera, afluentes
pirenaicos, etc.) no responde a este régimen característico del resto de los ríos que vierten sus
aguas al Mediterráneo. El mapa de Tipos de régimen fluvial confirma este comportamiento
hidrológico remarcando los límites entre el ámbito atlántico y el mediterráneo, así como las áreas
montañosas con mayor influencia nival en la escorrentía. En la tabla Ríos principales de España
se caracteriza el régimen de cada uno de ellos.
Con 7.700 km de costas, en España los mares marcan una notable influencia climática, cultural y
como fuente de recursos naturales. Con una superficie de más de 90 millones de km2, el océano
Atlántico baña las costas occidentales y septentrionales, así como las islas Canarias. La corriente
cálida del Golfo dulcifica el clima de toda Europa occidental. En superficie, la temperatura del
agua en agosto es de unos 19°C, en enero de unos 11°C en la costa cantábrica y de 15°C en el
golfo de Cádiz. La Costa Canaria está dominada por una corriente fría (corriente de Canarias) en
la que habita un importante banco pesquero, pero aun así la temperatura media del océano es
más alta. La salinidad media oscila entre 36 y 37 gramos por litro de agua. Las mareas tienen una
amplitud media de unos 4 m. Hay una pleamar o marea alta cada 12 horas y 25 minutos. El oleaje
suele ser importante, debido a los vientos. Destacan los temporales del norte y las galernas
veraniegas. La costa norte peninsular está bañada por el mar Cantábrico, que se integra en el
golfo de Vizcaya. Sus diferencias con el resto del Atlántico son mínimas. Lo más destacable son
las grandes profundidades a pocos kilómetros de la costa.
Con 2,5 millones de km2, el Mediterráneo es un apéndice del Atlántico prácticamente cerrado,
por lo que sus características son muy diferentes. La temperatura de sus aguas es más alta, de
unos 14°C en enero y 25°C en agosto. La salinidad también es mayor, de 36,5 a 38 g/l, debido a
la elevada evaporación y a la relativa pobreza de los aportes fluviales. El estrecho de Gibraltar es
un pequeño paso de 14 km de anchura en el punto más estrecho y su profundidad varía entre
los 280 m y los 1.000 m, por lo que no pueden entrar en el Mediterráneo las corrientes atlánticas
profundas.
Sí que existe una doble corriente de comunicación superficial que va del Atlántico al
Mediterráneo, y por debajo de los 100 m al revés, ya que el agua mediterránea, más salada, pesa
más. Por el hecho de ser un mar casi cerrado en el que apenas penetran las corrientes, las mareas
son mínimas, de unos 40 cm, y el oleaje más tenue que el oceánico, lo que aumenta la
contaminación de sus aguas, que no se renuevan, y permite la sedimentación en deltas de los
materiales arrastrados por los ríos, lo que no ocurre en el Atlántico.
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En la gestión de las aguas marinas
intervienen dos directivas europeas.
La Directiva Marco del Agua
(2000/60/CE) establece un total de
351 masas de agua costeras, que
cubren todo el entorno de la
Península hasta una milla náutica mar
adentro. La misma Directiva
establece también las aguas de
transición, que son masas de agua
superficial (168 en total) próximas a
la desembocadura de los ríos,
parcialmente salinas como
consecuencia de su proximidad a las
aguas costeras, pero que reciben una
notable influencia de flujos de agua
dulce.
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TEMA 3: BIOGEOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
La Biogeografía estudia la flora y la fauna. El mundo de la flora se divide en siete grandes reinos
que, a su vez, se fragmentan sucesivamente en regiones, provincias y sectores. De acuerdo con
esta división, la Península Ibérica pertenece al reino holártico y se extiende por las regiones
eurosiberiana, mediterránea y macaronésica. Por las especiales características que introduce en
el desarrollo florístico la alta montaña, algunos autores la consideran como una cuarta región, la
boreoalpina La fauna o Zoogeografía, por su parte, estudia las especies animales que habitan en
una región geográfica, que son propias de un periodo geológico o que se pueden encontrar en
un ecosistema determinado. Se ocupa, por lo tanto, de la distribución espacial de los animales.
Ésta depende tanto de factores abióticos (temperatura, disponibilidad de agua) como de factores
bióticos. Los animales suelen ser muy sensibles a las perturbaciones que alteran su hábitat; por
ello, un cambio en la fauna de un ecosistema indica una alteración en uno o varios de los factores
de éste. En resumen, estos son los cuatro factores que condicionan el paisaje vegetal y las
especies animales que en él habitan: a) el clima, creando las condiciones básicas que precisa la
vegetación; b) el suelo, que sustenta el manto vegetal; c) el relieve, a veces una ruptura sobre la
secuencia vegetal; d) el factor humano, trastocando el clímax elaborado por la naturaleza
durante milenios.
1. LA BIOGEOGRAFÍA
La biogeografía es la ciencia que estudia la distribución de las especies y las biocenosis sobre la
Tierra, así como sus causas y relaciones de parentesco. También, teniendo en cuenta las áreas
de taxones y sintaxones (corología), así como la información procedente de otras ciencias de la
naturaleza (geografía, edafología, bioclimatología, geología, etc.), trata de establecer una
tipología jerárquica de los territorios del planeta, cuyas unidades principales en rango
decreciente son: reino, región, provincia, sector, distrito, comarca, célula de paisaje y tesela
(Rivas-Martínez et al., 2007, 2011, 2017).
a) El reino
b) La región
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franja noroccidental de España corresponde a la región eurosiberiana y el resto de la Península
y de las islas pertenecen a la región mediterránea.
Los tipos fitoclimáticos de Allué Andrade (1990) combinan la información de las temperaturas
y las precipitaciones, dos de los factores ambientales que más influyen en la distribución de las
especies. Se identifican 20 subtipos fitoclimáticos en España agrupados en los tipos bioclimáticos
de Walter (1977): III, desiertos y semidesiertos cálidos; IV, bosques mediterráneos; VI, bosques
caducifolios nemorales; VIII, bosques aciculifolios boreales; y X, formaciones de alta montaña.
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De todas ellas, destaca la confluencia entre la Cordillera Cantábrica, Pirineos y noroeste del
Sistema Ibérico, ya que en este mismo espacio tiene lugar una importante transición entre los
biomas atlánticos y los mediterráneos, al mismo tiempo que coinciden importantes gradientes
altitudinales con diferentes orientaciones que diversifican la variedad y disponibilidad de hábitats
para las especies en un territorio que, además, se ubica en una de las vías migratorias más
importantes entre el continente europeo y africano.
2. VEGETACIÓN
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disponibilidad hídrica suficiente para que se desarrolle un bosque, como en el centro del valle
del Ebro o en el sudeste peninsular) o también formaciones de pastizales (por ejemplo en las
zonas de montaña el excesivo frío impide que vivan las especies arbóreas o arbustivas).
Así, el mapa Formaciones vegetales potenciales de España ofrece una imagen hipotética de
cómo sería la vegetación si solo dependiera del clima y el suelo existente y el hombre no hubiera
intervenido modificándola a lo largo de su historia. Es, en definitiva, un modelo, pero es muy útil
y didáctico para entender mejor la relación con los factores naturales que explican la distribución
de la vegetación en España y para conocer también hacia dónde evolucionaría posiblemente la
vegetación si solo fuesen los procesos naturales los que actuasen y el hombre abandonara la
explotación del territorio (abandono de cultivos, de pastoreo,...). El mapa incluye también los
límites de los grandes dominios bioclimáticos para facilitar las relaciones con otros factores.
El mapa de Formaciones vegetales actuales se ha realizado mediante una gran labor de síntesis
a partir del mapa forestal de España con objeto de poder contar con la información de las
principales especies vegetales y poder organizar una leyenda comparable, en la medida de lo
posible, con la del mapa de vegetación potencial y facilitar así su contraste, lo que permite la
realización de la tabla de Tipos de vegetación, que, pese a ser e una aproximación calculada en
porcentajes a partir de la cartografía, permite hacerse una idea del contraste existente.
Los bosques de frondosas caducifolias están formados por árboles de hojas planas que pierden
su hoja al mismo tiempo que llega la estación desfavorable, en los climas de latitudes templadas
se produce en la estación fría. Las nuevas hojas de estos árboles vuelven a brotar al llegar la
estación favorable. Potencialmente estos bosques ocuparían en España un 10% de la superficie,
correspondiendo casi un 6% a robledales (Quercus robur) y en torno a un 2,2% tanto a hayedos
(Fagus sylvatica) como a bosques mixtos caducifolios, todos propios del dominio eurosiberiano.
Su superficie actual es mucho más reducida que la potencial, ya que no alcanza el 3% entre todos.
Los bosques de frondosas marcescentes los forman árboles de hoja plana que se caracterizan
por el retraso en la caída de la hoja, de manera que pasan la estación desfavorable (el invierno
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en las latitudes templadas) con todas sus hojas secas pero unidas a las ramas y permanecen así
(si el viento no las tira al suelo) hasta que las nuevas hojas brotan en la estación favorable
(primavera) y las hacen caer entonces. El aspecto de estos bosques en invierno es muy diferente
a los de hoja caduca (sin ninguna hoja en las ramas), o de frondosas perennifolias siempreverdes.
Las especies arbóreas frondosas perennifolias son aquéllas que se caracterizan por tener hojas
siempreverdes en sus ramas a lo largo de todo el año. Así, son bosques con árboles cuyas hojas
no mueren ni brotan al mismo tiempo sino de forma individualizada, de manera que la copa
siempre presenta follaje.
Los bosques de coníferas se caracterizan porque sus hojas suelen tener forma de agujas (hojas
aciculares típicas de los pinos) o de escamas y son perennes (con excepción de dos géneros: Larix
y Taxodium). Pertenecen al grupo de las plantas gimnospermas, que son las que producen
semillas en conos femeninos, a los que se denomina piñas.
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En Canarias, sin embargo, a las coníferas les correspondería un 40% de la superficie de las islas
repartido entre el pinar canario (Pinus canariensis) y el sabinar (Juniperus phoenicea), con la
diferencia de que los pinares abundan en el momento actual (10%) en las grandes islas centrales,
mientras que los sabinares se han reducido drásticamente al ocupar áreas con buenas
condiciones climáticas para el aprovechamiento agrario.
El matorral mediterráneo considerado como etapa madura se identifica por un lado, con
situaciones en las que el agua es el factor limitante para el desarrollo de una formación boscosa,
como el caso de los coscojares (5%, matorrales de coscoja –Quercus coccifera– en los que
pueden aparecer también pinos carrascos) y en mayor medida del matorral termófilo del
sudeste peninsular (1,8%). Por otro lado, las temperaturas de las altas cumbres, tanto
mediterráneas como eurosiberianas, dominadas por los enebros rastreros (Juniperus communis
subsp. alpina) representan también la etapa madura (0,7%) de esta formación.
Los matorrales de las islas Canarias destacan por su singularidad y también por su extensión,
tanto en su dominio potencial (47%) como actual (36%). Por encima de los 2.000 m de altitud,
en condiciones frías (islas de Tenerife y La Palma) hay que resaltar los matorrales de retama del
Teide (Spartocytisus supranubius) que incorporan el cedro canario en las zonas más bajas. Pero
es el cardonal con cardón (Euphorbia canariensis) y tabaiba (E. balsamifera…) el que presenta un
gran dominio potencial (44%) en la banda costera de todas las islas. Aunque son zonas áridas, en
algunas islas su superfície se ha visto notoriamente reducida para dedicarla a otros
aprovechamientos. Hay que destacar también en la vegetación actual la importancia del fayal-
brezal, el matorral de Myrica faya, Viburnum rigidum, Erica arborea, Ilex canariensis... que
sustituye a los bosques de laurisilva en muchas áreas.
Los pastizales constituyen la vegetación potencial de pequeñas zonas tanto del dominio
eurosiberiano como del mediterráneo, (no representables a esta escala) por encima de una
cierta altitud en las que el frío es excesivo para el desarrollo de especies arbóreas o arbustivas.
Es uno de los ejemplos en los que vegetación potencial y real coinciden, porque además tienen
un importante aprovechamiento económico ligado a la ganadería.
Pero además de estas áreas de montaña, hay actualmente una superficie mucho mayor (5,4%
en el conjunto de España) de formaciones de pastizal-matorral, muchas veces en mosaico, que
corresponden a etapas de degradación de todas las formaciones anteriormente citadas,
relacionadas de forma directa o indirecta con su aprovechamiento actual o pasado (cultivos,
pastoreo) o que son el resultado de incendios u otros procesos.
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2.9. La vegetación edafófila
- Las formaciones salinas, normalmente matorrales de bajo porte en suelos con alto contenido
en sales. Destacan en zonas litorales, así como en depresiones internas de carácter endorreico.
- Las formaciones sobre arenales costeros. De gran interés biogeográfico, se ha visto muy
reducida por lo que se ha hecho necesaria en muchos casos su protección.
Por último, la superficie no forestal incluye todo lo que se clasifica como suelo artificial y
cultivos, por lo que no aparece en el mapa de vegetación potencial, mientras que supone
aproximadamente un 46% de la superficie de la Península y Baleares y un 27% de las islas
Canarias, y es notoria su localización en las amplias depresiones y zonas litorales.
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3. FAUNA
Para las especies y comunidades faunísticas localizadas dentro del territorio nacional, nuestra posición
geográfica en un ámbito peninsular a medio camino entre los biomas tropicales/ecuatoriales y los
boreales/polares condiciona, en gran medida, su distribución espacial y presencia anual o estacional.
Su ubicación al sudoeste de Europa y casi en contacto con el continente africano, le otorgan valor como
paso migratorio obligado para muchas especies y sin embargo, para muchas otras, con capacidad de
movimiento limitada, es una barrera infranqueable en su distribución. Además, la evolución de las
condiciones climáticas especialmente en los últimos 10.000 años, con alternancia de periodos glaciares e
interglaciares, motivaron movimientos norte-sur de especies que hicieron de la Península, en épocas
desfavorables (glaciaciones), un territorio refugio para especies del centro y norte de Europa, mientras
que en otras más benignas (interglaciares) fue paso obligado y parada estacional para numerosas
migraciones de insectos y aves.
Todo ello, ha generado ambientes bioclimáticos diferentes, con importantes franjas transicionales y
gradientes altitudinales marcados, generando gran biodiversidad zoológica, asociada a la amplia variedad
de ecosistemas que van desde las zonas costeras mediterráneas o atlánticas, hasta las áreas de interior
continentales, compartimentado todo ello por áreas montañosas que diversifican en altura los hábitats.
Junto a ellas, los territorios insulares de Baleares y Canarias, donde la latitud y proximidad a continentes
diferentes, marca las diferencias entre ellos y con el territorio peninsular.
No es extraño que España cuente con la presencia del mayor número de aves, mamíferos y reptiles de
todos los países europeos, y sea el tercer país en representación de ictiofauna. Más del 50% de las
especies de peces conocidas para la Unión Europea, visita o reside habitualmente en territorio español.
En España viven de forma espontánea más de 58.000 vertebrados e invertebrados terrestres y casi 4.200
marinos, algunos de ellos considerados endémicos, relictos, finícolas o raros: se han catalogado con
diferentes grados de amenaza de cara a su protección, y están bajo alguna figura de protección al menos
el 20% de los mamíferos y el 54% de los peces continentales que aparecen en España. En este sentido, el
31%, de los vertebrados que desarrollan su ciclo vital en España albergan un cierto peligro de
desaparición, y cuentan con medidas de protección o de seguimiento. Tanto en el medio terrestre como
en el marino es el grupo de los invertebrados el que mayor cantidad de especies tiene, con poco más de
60.000, pero aun siendo el más numeroso es al mismo tiempo el más desconocido; todavía en España se
descubren al año cerca de 100 especies nuevas de invertebrados. Este desconocimiento repercute en su
conservación y, aunque hoy en día se hacen esfuerzos para generar un mayor interés y conocimiento
como el Atlas de Invertebrados Amenazados de España, aún la información sobre ellos es escasa.
De entre todos ellos, destaca el primero, ubicado en la confluencia de los territorios de Navarra, La Rioja,
Álava y norte de Burgos, donde se concentra el mayor número de cuadrículas de mayor riqueza. Esta
situación no es casualidad, en él se da la transición entre las regiones biogeográficas eurosiberiana y
mediterránea, en un contexto de sierras (Picos de Europa, la comarca de la Montaña Palentina, sierra de
la Demanda, sierras de Urbasa, Andía y Aralar o los Montes Vascos) y numerosas confluencias
hidrográficas (tramo alto río Ebro), que generan variedad de ecosistemas, hábitats y refugios para los
vertebrados.
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El segundo de los sectores se corresponde con el Sistema Central, en el límite entre el sur de Ávila y
Segovia y el norte de Madrid. La presencia de un potente sistema montañoso formado por las sierras de
Malagón, Guadarrama y Somosierra, rompe la aparente monotonía ambiental y ecológica de la
submeseta norte, dando lugar a gradientes altitudinales reflejo de las variaciones climáticas y edáficas,
que se pueden observar en un conjunto de pisos bioclimáticos muy diferentes y con biotopos que
aseguran la presencia de un buen número de fauna terrestre.
Al contrario, importantes sectores de Castilla-La Mancha, el valle del Guadalquivir, la costa murciana y
almeriense, el valle del Ebro y algún que otro sector de la zona más llana y antropizada de Badajoz,
Valladolid, Ciudad Real y Toledo, muestran las diversidades más bajas. En su mayor parte, son territorios
profundamente modificados por siglos de ocupación humana, que han transformado las condiciones
biogeográficas originales, propiciando una clara ausencia de espacios favorables para la fauna vertebrada
terrestre.
Por su parte, la riqueza de especies de fauna marina todavía está por conocer; la dificultad que entraña
el conocimiento de la vida marina no permite plasmar su realidad espacial. Sin embargo, España cuenta
con importantes áreas relevantes para las aves marinas, tanto en el archipiélago balear e islas Canarias y
en ambientes costeros como bahía de Cádiz, rías Baixas y costa da Morte en el Atlántico, o el delta de
l´Ebre, bahía de Almería e isla de Alborán en el Mediterráneo.
Además, existen espacios con presencia relevante de cachalotes y calderones, tortugas, tiburones o
túnidos, como el sur de Fuerteventura y el denominado banco de la Concepción, al nordeste de la isla de
Lanzarote, así como otros próximos a la Península, como el cañón de Avilés, de especial importancia para
la anchoa y el calamar gigante, el espacio delta de l´Ebre-Columbretes con presencia de cetáceos o las
montañas submarinas de Alborán, con poblaciones de delfines residentes. Todos ellos forman parte de la
Red de Áreas Marinas Protegidas de España (RAMPE), que reúne los espacios protegidos en aguas bajo
soberanía o jurisdicción española.
El territorio español cuenta con un importante número de especies de fauna considerada endémica, en
especial en grupos como los anfibios o los peces continentales. Los primeros muestran importantes
concentraciones de especies endémicas en zonas compartimentadas o aisladas como Pirineos, es el caso
del Tritón pirenaico (Euproctus asper) o la salamandra rabilarga (Chioglossa lusitánica) en la Cordillera
Cantábrica. Ejemplo de ello, son los espacios insulares como Mallorca, que han dado lugar a una
especiación particular por aislamiento o deriva; así, a partir de un ancestro común de sapo partero, se ha
producido una evolución vicariante que ha originado especies diferentes: el sapo partero común (Alytes
obstetricans) y el balear o ferreret (Alytes muletensis); mientras, en territorio peninsular, la
compartimentación del relieve ha facilitado la diferenciaciónentre el sapo ibérico (Alytes cisternasii) y el
bético (Alytes dickhilleni).
En lo que respecta a los endemismos ictícolas continentales, el aislamiento entre cuencas fluviales
permite procesos de especiación por pérdida de relación genética entre poblaciones y por tanto una
evolución distinta al resto, configurando taxones únicos, además de endémicos. Este es el caso del
jarabugo (Anaecypris hispanica) exclusivo de la cuenca media y baja del Guadiana o la pardilla
(Iberochondrostoma lemmingii), de las cuencas del Tajo, Guadiana, Guadalquivir y Odiel. Un buen ejemplo
de todo esto son los conocidos como barbos, con endemismos por toda la península, algunos de amplia
distribución como el barbo común (Luciobarbus bocagei) en la cuenca del Duero y Tajo, o el barbo comizo
(Luciobarbus comizo) en la cuenca del Tajo y el Guadiana, mientras que otros presentan una distribución
más reducida como el barbo de montaña (Barbus meridionalils) en las cuencas gerundenses, el barbo de
Graells (Luciobarbus graellsii) en la cuenca del Asón, Ebro y Ter, o el barbo cabecicorto (Luciobarbus
microcephalus) en la cuenca del Guadiana, entre otros.
Esta riqueza ictícola, que muestra una gran concentración dentro de las cuencas del Guadiana y el Tajo,
no está exenta de problemas. La contaminación generalizada de las aguas, la merma de los caudales a
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través de presas y azudes que además funcionan como barreras insalvables en los movimientos
dispersivos y la introducción de especies foráneas, está poniendo en peligro la existencia de estos
endemismos. De todos ellos destaca la introducción de especies alóctonas, que está contribuyendo a la
desaparición y desplazamiento a tramos fluviales menos adecuados de muchas de estas especies. En esta
situación se encuentra uno de nuestros invertebrados de agua dulce más amenazado, el cangrejo de río
destaca la introducción de especies alóctonas, que está contribuyendo a la desaparición y desplazamiento
a tramos fluviales menos adecuados (Austrapotamobius pallipes), recluido a los tramos altos de algunos
ríos de montaña, diezmado por la introducción del cangrejo rojo americano (Procambarus clarkii) que lo
desplazó por competencia y le transmitió el hongo Aphanomyces astaci, mortal para la especie, lo que
acabó con casi todas sus poblaciones.
Por su parte, los mamíferos terrestres muestran en general una capacidad de movimiento y de migración
mayor que la de los peces continentales, anfibios y reptiles, aunque varía según las especies. Así un juvenil
de lobo (Canis lupus signatus) puede realizar desplazamientos de más de 50 km al día, mientras que otras
especies limitan sus movimientos a centenares de metros o pocos kilómetros; este es el caso de los
lagomorfos. Dentro de estos, en España se conocen cuatro especies de liebres que muestran una
distribución y un reparto territorial muy particular, debido a su biología y etología contrastada. La liebre
europea (Lepus europaeus), de mayor talla y peso, se distribuye por el noroeste peninsular, desde el
extremo oriental del Pirineo, hasta el occidente asturiano y Picos de Europa, ocupando hábitats boscosos
o de campiña pirenaica y cantábrica, y dejando los espacios abiertos y cerealistas peninsulares a su
congénere más pequeño, la liebre ibérica (Lepus granatensis), endémica pero abundante en la península
ibérica y también presente en Mallorca; es rara en los sectores ocupados por la liebre europea y por la de
piornal (Lepus castroviejoi), de tamaño intermedio entre las dos anteriores, también endemismo ibérico,
aunque sólo presente en los piornales y brezales de la Cordillera Cantábrica en un área muy reducida
entre los Ancares y la sierra de Peña Labra. Por último citar la presencia en los territorios de Melilla y
Ceuta de la liebre magrebí (Lepus schlumbergeri), similar en tamaño y peso a la europea y tendente a
ocupar zonas de cultivos y matorral bajo más o menos cerrado
Algo similar ocurre con los grandes lagartos, tanto peninsulares como insulares, por razón de su capacidad
de desplazamiento limitado. De esta forma, en territorio peninsular conviven hasta cuatro especies: el
lagarto verde (Lacerta bilineata), el lagarto ocelado (Lacerta lepida), el lagarto verdinegro (Lacerta
schreiberi) y el lagarto ágil (Lacerta agilis), con una distribución algo diferenciada. Mientras que el lagarto
verde ocupa claramente la zona atlántica y septentrional de la Península, el ocelado lo hace en la
mediterránea. En medio, en una franja transicional entre las dos, aparece el lagarto verdiamarillo, que
mantiene una relación simpátrica con el ocelado, al sur, y con el verde al norte. Por su parte, el lagarto
ágil sólo se distribuye por un pequeño sector del Pirineo, en concreto Andorra, Cerdanya y el Ripollès. No
obstante, aparece en gran parte de Europa y Asia, de manera que en su área de distribución mundial
muestra una relación simpátrica con el lagarto verde e incluso con el ocelado. Así, las poblaciones de este
lacértido son finícolas meridionales en el territorio español.
Por su parte, el carácter insular de Canarias ha dado lugar a un alto grado de diversidad y endemicidad en
la familia de los lacértidos con grandes diferencias en cuanto a su abundancia y distribución. Así,
Fuerteventura, Lanzarote y una pequeña zona del oriente grancanario son el territorio del lagarto
atlántico (Galliota atlantica), Gran Canaria y el oriente de Fuerteventura son el hábitat del lagarto de Gran
Canaria (Galliota stehlini), el sur de Tenerife, La Gomera y El Hierro el del lagarto de Lehrs (Galliota
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caesaris) y Tenerife y La Palma el del lagarto tizón (Galliota galloti). Sin embargo, otros están mucho más
recluidos como el lagarto gigante de La Gomera (Galliota bravoana), tan solo localizado en el occidente
de la isla, o el lagarto canario moteado (Gallotia intermedia) en la punta más occidental de Tenerife
(macizo de Teno y montaña de Guaza) y sobre todo el lagarto gigante de El Hierro (Galliota simonyi),
emblema de la isla y cuya área de ocupación es menor de 10 km2.
Caso contrario es el de las islas Baleares, donde existen lagartijas endémicas (Podarcis lilfordi y
pytyusensis) pero no está presente ningún lagarto. También en las islas Columbretes aparece una especie
de lagartija endémica exclusiva: la sargantana de las Columbretes (Podarcis atrata).
Un ejemplo de distribución o reparto territorial particular es el que muestran los grandes cápridos de
España. El más abundante y representativo es la cabra hispánica o cabra montés (Capra pyrenaica),
endemismo peninsular que contaba con cuatro subespecies de las que dos: C. p. lusitanica y C. p.
pyrenaica se extinguieron en el siglo XIX y finales del XX respectivamente. Hoy la cabra montés ocupa las
grandes cadenas montañosas ibéricas, al encontrar en ellas los roquedos y pastos de necesarios para
desarrollar todo su ciclo vital, aunque en los últimos años, sin la presión cinegética de antaño y sin
predadores naturales, sus poblaciones se están incrementado y está aumentando su área de distribución,
incluso fuera de las áreas tradicionales de montaña. En una situación muy similar se encuentra el rebeco,
sarrio o gamuza (Rupicapra pyrenaica) que ocupa los pastos de altura y roquedos de la Cordillera
Cantábrica y Pirineos. Ambas especies muestran hoy una distribución disyunta, de manera que parece
existir un reparto de cordilleras. A estas dos especies se unen dos taxones de cápridos: el muflón (Ovis
aries) y el arruí (Ammotragus lervia).
El primero, originario de diferentes islas del Mediterráneo y Armenia, ocupa sectores serranos del Pirineo
oriental, Sistema Ibérico meridional, Sistema Central, Béticas, Sierra Morena, así como otros sistemas
montañosos menores o más modestos. El segundo, también introducido, es originario de las zonas
desérticas escarpadas del norte de África y aparece en España en sierra Espuña, serranías de Murcia,
Alicante y la isla de La Palma. En ambos casos, se trata de especies introducidas con objetivos cinegéticos
que, aunque no han tenido excesivo impacto con respecto a las especies autóctonas, son considerados
como posible vector de propagación de enfermedades como la sarna.
Junto a estos grandes cápridos destaca la presencia de otros artiodáctilos como el ciervo (Cervus elaphus),
el corzo (Capreolus capreolus) y el introducido gamo (Dama dama), además del suido jabalí (Sus scrofa)
que, debido a la ausencia de depredadores naturales, el avance del matorral y la recuperación de espacios
arbolados de los últimos años, gozan de una expansión notable. Dentro de la clase mamíferos y además
de los grandes predadores más conocidos como lobo (Canis lupus signatus), y zorro (Vulpes vulpes), o
lince ibérico (Lynx pardinus) y gato montés (Felis sylvestris), existen en nuestro territorio otras dos familias
con importante representación. Se trata de los mustélidos y los vivérridos. Los primeros engloban
especies tan interesantes como el tejón (Meles meles), la nutria (Lutra lutra), la garduña (Martes foina),
la marta (Martes martes), el turón (Mustela putorius), el visón europeo (Mustela lutreola), el armiño
(Mustela erminea) y la pequeña comadreja (Mustela nivalis). Entre los segundos sólo dos especies: la
gineta (Geneta geneta) y el meloncillo (Herpestes ichneumon). Ambas pertenecientes a una familia que
comparte una distribución originalmente a caballo entre el imperio indomalayo y el paleotropical,
ocupando hábitats muy diferenciados en el territorio español. Así, mientras el meloncillo (una pequeña
mangosta) se restringe al sector más meridional entre Andalucía y Extremadura, la gineta, de carácter
más forestal, ha conquistado toda la Península pero también el centro y sur de Francia.
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más húmeda (coníferas, bosques mixtos, hayedos, robledales…), la garduña prefiere ambientes más
despejados, rocosos y formaciones boscosas mediterráneas, como encinares y robledales de hoja
pequeña.
Por último, la zoogeografía española no sólo se restringe a las especies terrestres. La propia configuración
del territorio ibérico como península y la existencia de dos grandes archipiélagos junto a un abundante
número de islas e islotes más o menos aislados, da lugar a una extensa línea de costa y a una franja
marítima del mar Mediterráneo, el Cantábrico y el océano Atlántico, que garantizan una gran
biodiversidad marina. Tal y como puede observarse en la tabla Especies marinas, el número de peces,
mamíferos (cetáceos fundamentalmente), aves e incluso reptiles (quelonios o tortugas) es elevado, tanto
más, si cabe, que el número de taxones terrestres.
El archipiélago canario, por su disposición relativamente lejana del continente africano y en medio del
océano Atlántico, funciona como un «oasis» por constituir un punto emergido en medio del océano y
coincidir en él los vientos alisios y la corriente del Golfo. En él se observan todos los años especies
emblemáticas como el tropical (Globicephala macrorhynchus), delfín común (Delphinus delphis), orca
(Orcinus orca), delfín mular (Tursiops truncatus), cachalote (Physeter macrocephalus), zifio de Blainville
(Mesoplodon densirrostris), zifio de Cuvier (Ziphius cavirrostris) e incluso el mayor mamífero del mundo:
el rorcual azul (Balaenoptera musculus). Pero también aparecen grandes ballenas en las costas
peninsulares, especialmente en el cantábrico, como la ballena franca del norte (Eubalena glacialis), el
rorcual común (Balaenoptera physalus) o la ballena jorobada (Megaptera novaeangliae). Otro de los
grupos a destacar es el de las tortugas marinas; están presentes en las costas españolas un total de ocho
especies diferentes, cinco de ellas con figuras de protección. Así, especies como la tortuga boba (Caretta
caretta) y la tortuga verde (Chelonia mydas), ambas en peligro de extinción, la tortuga carey
(Erectmochelys imbricata), tortuga lora (Lepidochelys kempii) o la tortuga laud (Dermochelys coriacea),
en peligro crítico, pueden verse por las costas insulares y peninsulares.
Su presencia se debe fundamentalmente a las importantes rutas migratorias que circundan las costas
españolas y a la existencia de importantes extensiones de praderas de fanerógamas como Cymodocea
nodosa, Zostera nolti, Zostera marina o Posidonia oceánica de las que muchas de estas especies se
alimentan.
Sin embargo, es el grupo de los invertebrados, al igual que en la fauna terrestre, el que, muestra mayor
cantidad de especies con 1.756. Dentro de ellas se pueden observar desde los animales más sencillos y
poco evolucionados como los corales, poríferos o esponjas, hasta los cefalópodos, pasando por los
moluscos, platelmintos, crustáceos...
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TEMA 4: DEMOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
La evolución y actual reparto de la población española responde a una sociedad que inició más
tardíamente, pero con mayor intensidad y rapidez que el resto de Europa occidental, el paso de
un mundo rural a otro urbano. Los cambios políticos, ideológicos y socioeconómicos que se
produjeron en toda España desde finales del siglo XIX y, sobre todo, desde mediados de la
década de los cincuenta hasta finales de los noventa del siglo pasado, han supuesto
transformaciones territoriales en la distribución de la población, modelo de asentamientos,
actividades productivas y en la configuración de las redes de transporte y telecomunicaciones.
Conocerlos y valorarlos permite comprender mejor las relaciones y tensiones entre las dinámicas
residenciales y productivas, la organización del modelo de asentamientos, los cambios en su
estructura demográfica y la articulación territorial que suponen las infraestructuras. Todos ellos
han originado, a su vez, cambios en la estructura y composición demográfica que son reseñables
en las importantes variaciones de la distribución y organización territorial. Estas se aceleraron
desde finales de los noventa del siglo XX, y en los comienzos del nuevo milenio hasta la crisis
del 2008. Con el inicio de la gran recesión se ralentiza el crecimiento hasta los inicios de 2012,
año en el que se asiste a una pérdida de población por el mantenimiento de una crisis que
empieza a capear en lo macroeconómico, pero que ha aumentado la polarización de la sociedad,
la precariedad y la vulnerabilidad de una gran parte de la ciudadanía española. De nuevo, a inicios
de 2017, el crecimiento demográfico vuelve a ser positivo por un aumento de la llegada de
extranjeros y una menor emigración por parte de los españoles.
Pero estas transformaciones se han producido de manera desigual, diferenciándose una España
costera, insular y urbana dinámica que ha crecido, frente a una España de interior y más rural
que inexorablemente ha perdido peso demográfico. Estas diferencias confirman la hipótesis de
que la población sigue el curso de la riqueza, produciéndose una relación directa entre el
cambio demográfico-territorial y los diferentes ciclos socioeconómicos de la última centuria.
Pero también es el fiel reflejo de los avatares históricos de una sociedad que ha sufrido sucesivos
y cíclicos periodos en los que se han combinado esplendor, declive, autarquía y apertura. El
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conocimiento del pasado debe ayudar a comprender el futuro de una España que ha pasado de
estar caracterizada por una sociedad joven, familiar, agraria, rural y asentada básicamente en
el interior, a otra más madura, diversa, individualista, postindustrial, urbana y costera.
Esta distribución, sin entrar en los cambios ligados a la inmigración extranjera de comienzos del
siglo XXI, muestra el fuerte incremento madrileño, a muchísima distancia de lo que sucede en
el resto de las provincias, pues tan solo Santa Cruz de Tenerife y Barcelona llegan a cuadruplicar
su población y Las Palmas la quintuplica, pero la provincia de Madrid llega a septuplicarla.
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de España en 1986 a la entonces Comunidad Europea. Aquello significó una financiación muy
importante con cargo a los fondos estructurales de la política regional europea, que ha sido la
base fundamental para una mejora sin parangón en las infraestructuras de comunicaciones.
Estas continuas llegadas de recursos fueron hábilmente utilizadas por las administraciones
públicas españolas y han resultado determinantes para la mejora de los equipamientos públicos
en las regiones socioeconómicamente más retrasadas como Castilla-La Mancha, Extremadura,
Galicia o Andalucía. Permitieron consolidar España como una de las economías de referencia en
el contexto europeo y detener, momentáneamente, la sangría demográfica.
En este contexto, el
turismo ha sido un
factor muy importante
que ha alimentado desde
hace más de sesenta
años la economía
española, ya que llega a
suponer en 2016 un
11,2% del PIB nacional,
estableciendo un
modelo territorial
específico en el arco
mediterráneo y en las
islas, con una fuerte
especialización en los
servicios. Es la respuesta a las demandas de las clases medias y populares europeas, que han
colocado a España entre los tres grandes destinos turísticos mundiales. En buena medida explica
el modelo de poblamiento costero e insular.
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Otro factor determinante en la organización y distribución actual de la población ha sido la
estrecha dependencia de la economía española del mercado inmobiliario y la construcción.
Durante más de una década el crecimiento de la población española estuvo muy por encima de
países como Alemania, Francia, Reino Unido o Italia, impulsando el desmesurado mercado
inmobiliario de los espacios costeros mediterráneos y metropolitanos, y en menor medida en
los turísticos de interior, montaña y costa atlántica. Esta expansión sólo inicia su descenso con la
retracción de la demanda y la pérdida de rentabilidad en 2007, acelerando su desplome tras la
crisis del sistema financiero a finales del 2008. Su reflejo territorial se tradujo en la consolidación
de la urbanización en la periferia, generalización de una urbanización difusa en los espacios
turísticos o periurbanos, asentando un modelo insostenible que ha generado problemas de
movilidad en regiones urbanas e infraestructuras caros e ineficientes.
La «ley de liberalización del suelo» de 1998 (Ley 6/1998, de 13 de abril, sobre régimen del suelo
y valoraciones) favoreció las grandes expansiones urbanas-productivas que respondían a las
lógicas del mercado especulativo. Es el momento en el que la población joven española que se
independiza se instala en las orlas metropolitanas, con propuestas residenciales de más calidad
y menor coste que en los centros urbanos.
En la segunda transición se opera sobre la base de una relativa estabilidad en ambas variables
demográficas (incluso con una fecundidad con valores inferiores al reemplazo), pero con
transformaciones profundas en materia de nupcialidad, calendario de la fecundidad y
formación, consolidación y estructuración a largo plazo de los núcleos familiares, así como la
consideración de la población inmigrante como un recurso más de reequilibrio social y territorial.
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Actualmente, la sociedad española se
encuentra dentro de esta segunda
transición demográfica, con un
envejecimiento agravado respecto a
finales de los ochenta, con una base
de la pirámide la mitad de la que
constituían las generaciones de sus
padres. En la última década del siglo
XX, una parte de la natalidad se
debió a los aportes de los
contingentes laborales extranjeros,
formados en su mayor parte por
gente joven con unas pautas de
fecundidad más elevadas que las
posteriores al baby-boom español.
Además, la buena situación
económica de principios del siglo XXI
animó a muchos matrimonios a
tener el segundo hijo que habían
retrasado. Ambos factores han
repercutido en leves incrementos de
natalidad acompañados –como
consecuencia obligada de la
disminución de la edad media
aportada por los recién llegados– de
ligeras disminuciones de la tasa de
mortalidad.
La natalidad española ha sufrido un brusco recorte desde 1975 (valores del 17,34‰) hasta los
comienzos del siglo XXI, momento en el que se registró una leve subida, al pasar del 9,42‰ de
finales del siglo XX al 10,32‰ del primer lustro del siglo XXI, alcanzándose en 2008 el máximo
con más de medio millón de nuevos nacimientos. A partir de aquí se inicia una disminución
hasta el 9‰ del periodo 2011-2014. Hay una correlación inversa entre la caída de las tasas de
natalidad y aumento de la esperanza de vida, lo que también está relacionado con la mejora de
las condiciones sociosanitarias, ofreciendo unas expectativas muy superiores a las medias de
alta esperanza de vida y de baja natalidad de muchos países europeos más desarrollados.
Junto con la bajísima natalidad hay que destacar el mínimo en el número medio de hijos por
mujer. El comienzo del siglo XXI trae, como antes se ha dicho, un leve resurgir de la fecundidad.
La media rebrota tímidamente hasta 1,39 hijos por mujer; el valle del Ebro y parte del País Vasco
(Gipuzkoa), tras un considerable descenso, recobran al menos una cota similar a la media
española. Este alza en el número de hijos por mujer corrobora la teoría de que el crecimiento se
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está dando en las provincias que han recibido mayor porcentaje de inmigrantes (Murcia y
Almería entre otras), a lo que se suma un ciclo al alza de la fecundidad de las mujeres españolas
al que se une la tardía maternidad de la generación del baby-boom y un ligero aumento o
adelanto en el primer hijo de las nacidas en la década de los 80 frente a la generación anterior.
Pero esta mejoría se desploma hasta 1,33 hijos por mujer en 2016, con ciertas variaciones
dentro de la homogeneidad entre las provincias del norte y centro, y con las excepciones de las
ciudades autónomas de Ceuta y de Melilla con valores superiores a 2 hijos por mujer. Como ya
se ha comentado, una parte de esta caída en la natalidad y el número de hijos se debe al retraso
en la edad media a la que se tiene el primer hijo vivo que es de 30,7 años, muy por encima de
las cifras que predominaban en la primera mitad del siglo XX que entre los 20 y 25 años habían
concebido su primer hijo sin diferencias territoriales apreciables. Este retraso se explica por la
incorporación femenina al mercado laboral (dificultades para conciliar la vida familiar y laboral)
y el retraso en la edad de emancipación de los jóvenes.
En resumen, las tasas españolas de natalidad han ido reduciéndose de forma continuada desde
finales del siglo XX, lo que ha contribuido al envejecimiento de la población y a un inevitable
incremento de las tasas de mortalidad. Sólo si se produjese una fecundidad más elevada, el
mantenimiento de la población inmigrante y el sostenimiento del bienestar económico, sería
posible una ligera reducción en la edad de la maternidad y unas mejoras de las tasas de natalidad.
Todos los cambios referidos anteriormente han estado acompañados, hasta los inicios del siglo
XXI, por el aumento de la esperanza de vida, que ha posibilitado la prolongación de las
generaciones hasta superar los ochenta años posicionándose en los primeros puestos de la
Unión Europea, y por la drástica disminución de la mortalidad infantil que ha supuesto mantener
el crecimiento natural a pesar de la fuerte caída de la fecundidad.
Las mejoras higiénico-sanitarias han contribuido a un aumento más que notable de la esperanza
de vida de la población española que en 1900 era de 35 años; tras un largo proceso de mejora se
llegó hasta los 62 años en 1950 y a superar los 83,1 años en 2016, destacando las mujeres con
casi 86 años. Este aumento de la esperanza de vida ha hecho engrosar los grupos de edad
avanzada, hecho que conlleva el incremento de las probabilidades de muerte en los últimos
años lo que repercute en la tasa de mortalidad general que registra altos valores. A pesar de
todo, la disminución de algunas tasas específicas de mortalidad (por ejemplo, de cáncer) ayuda
a mitigar la tasa bruta de mortalidad que, sin embargo, ha ido ascendiendo de nuevo desde
2010, por la disminución drástica de la inmigración extranjera. Esto explica por qué en los
primeros años del siglo XXI la media española baja ligeramente hasta el 8,91‰ como
consecuencia del rejuvenecimiento propiciado por el incremento inmigratorio en las provincias
que acogen los mayores contingentes, pero en el resto, el ascenso moderado de la mortalidad es
un hecho y la culminación de un proceso de envejecimiento que la inmigración por sí sola no
puede parar. No obstante, se debe tener en cuenta que ha mejorado sustancialmente la
esperanza de vida al nacer, no solo por la mejora de las atenciones socio-sanitarias universales
que dispensa el sistema público de salud sino, como ya se ha comentado también anteriormente,
por el enorme esfuerzo que ha supuesto la drástica disminución de la mortalidad infantil.
Este aumento de la esperanza de vida en los dos extremos de la pirámide ha evitado tasas de
mortalidad superiores, como correspondería a poblaciones envejecidas en la actualidad.
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Además, hay que subrayar la diferencia en las tasas de mortalidad entre hombres y mujeres
pues estas últimas presentan una esperanza de vida muy superior a la de los hombres. Solo
entrado el siglo XXI se aprecia una reducción de esta diferencia por la mejora de las condiciones
de vida y de comportamiento de los hombres. Una mejora en los tratamientos oncológicos y en
las enfermedades degenerativas, en la línea de lo que ya ocurrió con las enfermedades
cardiovasculares en la década de los ochenta, podría influir en una drástica reducción de la
sobremortalidad en una población cada vez más envejecida.
Esta doble situación de menor mortalidad infantil y aumento de la edad media de la madre ha
generado lo que algunos autores han denominado revolución reproductiva y el asentamiento
de la segunda transición demográfica, permitiendo que, con un número inferior de nacimientos,
se explique el buen ritmo de crecimiento demográfico hasta la década de los ochenta.
Estas diferencias entre las tasas de natalidad y mortalidad, sin tener en cuenta los movimientos
migratorios, explican una buena parte de la evolución demográfica española. Dichas diferencias
–favorables siempre a la natalidad entre 1975 y 2015–muestran la pauta de crecimiento de la
población española. En el quinquenio 1975-1980 se crecía al 9,30‰, a finales del siglo XX la
natalidad tan solo superaba en un 0,16‰ a la mortalidad, con lo cual el crecimiento se hubiera
convertido en estancamiento de no ser por la inmigración extranjera. Esta parálisis ha tenido
también consecuencias en la estructura por edades que en España, y otros países
mediterráneos, se ha modificado un cuarto de siglo más tarde que en la Europa del norte y
central, y se refleja en la actualidad en los índices de envejecimiento, dependencia, etc.
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El crecimiento vegetativo ha
disminuido en los espacios
costeros y del sur, y,
actualmente, son 31 las
provincias que se encuentran
con decrecimiento vegetativo,
destacando Zamora, Lugo,
Ourense, León, Asturias,
Palencia, Ávila, Salamanca,
Soria, Cuenca y Teruel, que
aparecen a la cola de todos los
parámetros demográficos,
como evidencia el mapa Saldo
vegetativo medio (2011-2014).
En ellas se ha producido una
crisis estructural, por una
elevada emigración durante el siglo pasado, una población joven escasa y su
sobreenvejecimiento que lastran un potencial crecimiento positivo de sus efectivos
demográficos. Por otra parte, unos crecimientos moderados se concentran en dos provincias:
Almería, Murcia; y sobre todo en las ciudades autónomas de Ceuta y de Melilla, con valores
superiores al 6‰. Son provincias costeras en las que sus saldos vegetativos ligeramente positivos
se deben a la influencia de la migración y a una estructura demográfica más joven.
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primer hijo. El cambio de mentalidad que supone las nuevas condiciones de la transición
democrática y la pérdida de los valores religiosos tradicionales que habían caracterizado el
régimen anterior, influye para que se vayan incrementando nuevas formas de relación de
pareja menos o nada oficializadas, que se han traducido en que los enlaces civiles superen a los
religiosos, y en que se consoliden las uniones entre personas del mismo sexo en las zonas
históricamente más abiertas a la diversidad –provincias insulares, costa mediterránea y Madrid–
.
El inicio de la gran recesión, con disminución asociada de las expectativas de futuro, repercute,
sin duda, en el número de nuevos matrimonios, al igual que la precarización del empleo por otro
más temporal, sobre todo para los más jóvenes. Igualmente se asiste a un cambio en el mercado
de la vivienda, con incrementos superiores a los salarios, y la inexistencia de una oferta asequible
de viviendas de alquiler que
favorezca la emancipación. Si a
esta situación de precariedad
laboral se añade la asunción del
cambio en el modelo de
relaciones fuera del marco
matrimonial, se explica que haya
aumentado todavía más la
reducción de las tasas de
nupcialidad hasta el momento
presente.
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personas que no han llegado a la edad de contraer matrimonio), la edad de acceso al matrimonio
(variable en función de las condiciones socioeconómicas y culturales tradicionales que explican,
por ejemplo, que las mujeres gallegas accediesen al matrimonio desde muy jóvenes; que en
espacios urbanos se tardase más en contraer matrimonio, o que las mujeres con título
universitario se casasen varios años más tarde que las que no tenían estudios) o, simplemente,
los índices de feminidad o masculinidad, pues es obvio que cuando las diferencias entre sexos
son fuertes, los solteros/solteras
tienen que aumentar casi de forma
obligada como ha venido sucediendo
en buena parte de las zonas rurales
montañosas, donde las mujeres
abandonaron el campo mientras los
hombres se quedaban ligados a la
explotación agropecuaria.
Hay que reseñar el cambio social que
ha supuesto que las generaciones de
adultos más jóvenes puedan
considerar la soltería o la pareja
fuera del matrimonio como una
opción sin las connotaciones
negativas que tenía en la sociedad en
la primera mitad del siglo XX.
Por otra parte, entre las provincias que presentan el mayor porcentaje de casados destacan
Ourense, Zamora, Cuenca, Teruel, Ciudad Real y Jaén, que coinciden en todo caso con provincias
de fuertes emigraciones en el último tercio del siglo XX con un modelo de vida más clásico, más
rurales y envejecidas. Mientras tanto, los espacios más urbanos y turísticos –Madrid, Barcelona,
Málaga, Canarias o Illes Balears– son los que tienen un porcentaje de casados más bajo.
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Excepción son las ciudades autónomas que con una población joven importante poseen también
unos valores reducidos.
De la misma manera, las pautas sociales más urbanas, costeras e insulares explicarían el
porcentaje de separados y divorciados más alto en las provincias canarias, Illes Balears, Asturias,
Cantabria, Girona, Barcelona, Tarragona, Valencia, Alicante o Málaga. Por otro lado, las
provincias septentrionales, las más envejecidas, son las que mayores porcentajes de viudas
tienen –Lugo, Ourense, Asturias, León o Zamora–, mientras que las del interior centro-
meridional presentan un mayor porcentaje de viudos –Ávila, Segovia, Cuenca, Teruel o
Albacete–. Por último, son las provincias más jóvenes, costeras y urbanas donde los valores son
más reducidos –Canarias, Andalucía, arco mediterráneo, Madrid, Guadalajara o Toledo–.
5. MOVIMIENTOS MIGRATORIOS
Por provincias, las que mayores movimientos emigratorios porcentuales registran son
Gipuzkoa, Girona, Toledo, Badajoz, y Valencia. En términos generales, las provincias más
envejecidas y del noroeste español son las que menor emigración interior tienen. En cierta
medida, esto se explica por su alto envejecimiento, la sucesiva fragmentación de las unidades
familiares en hogares cada vez más reducidos, y la independencia familiar de la cohorte más
numerosa del baby-boom. Además, se debe tener en cuenta las diferentes pautas espaciales. Si
se consideran inmigración interior los desplazamientos por cambios de municipio, y esto
permite registrar dentro de la misma provincia lo que pueden ser en realidad, desplazamientos
dentro de un mismo espacio metropolitano, que son los más frecuentes o los desplazamientos
desde núcleos rurales alejados de la ciudad hacia los espacios urbanos o a la inversa.
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De nuevo se refuerza el axioma de frecuentes movimientos migratorios de corto recorrido por
el desborde desde las áreas metropolitanas hacia los espacios rurales circundantes y que, en el
caso de Madrid, Bilbao, Barcelona o Valencia, sobrepasan los límites administrativos
provinciales o incluso regionales (Guadalajara o Toledo en el caso de Madrid). Es interesante la
movilidad hacia Ceuta y Melilla y, en menor medida, hacia Illes Balears, las primeras por su
atracción a los empleados públicos, y las islas por su economía turística. Por un lado, se observa
una ralentización en las variaciones del saldo migratorio en las provincias españolas; por otro,
en las que cerraron en positivo del último periodo sus cuentas de movimientos dentro del
territorio español para los periodos 2008-2010 y 2011-2016, se observa cómo se acentúan las
pérdidas en la España interior, parte de la costa levantina y occidente andaluz, mientras que el
saldo positivo se da en A Coruña, provincias vascas, Navarra, Zaragoza, Barcelona, Illes Balears,
las dos provincias canarias, Alicante, Murcia, Almería y Málaga. A la cabeza de las provincias con
las pérdidas porcentuales más importantes figuran Segovia, Teruel, Zamora, Palencia,
Salamanca, Ávila, Soria, Teruel, Cuenca, Ciudad Real, Albacete y Jaén.
Sólo en la última década, cuando no se preveía que la población española alcanzase los 40
millones de habitantes, la inmigración ha favorecido los nuevos bríos demográficos que pueden
llevar a finales de 2018 a superar los 49 millones de habitantes, según las proyecciones de
población a corto plazo del Instituto Nacional de Estadística.
La inmigración que predominó en la etapa comprendida entre 1975 y 1990 provenía de Europa
occidental. Aunque algunos de estos extranjeros trabajaban en actividades del sector turístico,
predominaba la inmigración no vinculada a razones laborales sino a motivaciones turístico-
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residenciales. A esta se añadía el retorno de antiguos emigrantes españoles (unos 500.000 en
ese período). El nuevo signo migratorio en España coincidió con el inicio de la etapa económica
postindustrial. Sin embargo, a medida que avanza la última década del siglo XX, España asiste y
participa de una verdadera eclosión de las migraciones internacionales: aumenta el número,
concentra un creciente porcentaje de la población extranjera residente en los países europeos
y se amplía el abanico de procedencias. En menos de 20 años, España ha sumado a su población
casi cuatro millones y medio de inmigrantes, un 9,9% de su población total, una cifra cuantiosa
en una sociedad poco acostumbrada a acoger colectivos muy diversos desde el punto de vista
cultural. Igualmente, es una situación excepcional en el contexto de los países de la Unión
Europea, debido a que se trata de un crecimiento muy concentrado en el tiempo y, como se ha
dicho antes, de muy diversa procedencia.
Como rasgo interesante de los datos de 2016 está la aparición entre los colectivos con mayor
peso de grupos muy minoritarios anteriormente como pakistaníes, argelinos, nigerianos o
senegaleses. Esta tendencia, así como la progresiva incorporación de nacionalidades que no
tenían aportaciones de forma previa, permiten hablar de los avances de una globalización que
ha permitido generar bajos niveles de entropía y un grado de integración mayor que en otros
países occidentales. Su distribución territorial prácticamente se mantiene con las mismas
características, aunque con menor intensidad y porcentaje que entre el 2011 y 2015.
Los espacios más urbanos y con mayores necesidades de servicios son los que concentran los
mayores porcentajes –Madrid, Cataluña, valle del Ebro, las islas o la costa mediterránea–, bien
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por su dedicación a las actividades agropecuarias intensivas –Lleida, Almería o Murcia–, bien
por otras relacionadas con la construcción y los servicios –Madrid, Guadalajara–, y no pocos son
atraídos por modelos residenciales para una población jubilada –Alicante, Girona, Tarragona,
Illes Balears, Santa Cruz de Tenerife–. El saldo actual muestra una pérdida generalizada en
provincias –como Madrid, Girona, Barcelona, Tarragona, Castellón, Álava o La Rioja–, que fueron
fuertemente afectadas por la crisis, mientras sigue habiendo un crecimiento generalizado
durante el periodo 2008-2010 especialmente en el sur de la costa mediterránea –Málaga,
Granada, Murcia o Alicante–las islas, y muchas de las provincias de interior y costa atlántica,
que aguantaron mucho mejor los primeros envites de la crisis.
Como se ha
comentado, España
ha sido un país que
tradicionalmente ha
enviado población a
América y, después lo
ha hecho a Europa,
antes de convertirse
en país receptor neto
de población, cuando
sus niveles de calidad
de vida y renta lo han
situado en el mundo
desarrollado.
Después, con el
avance de la gran
recesión tuvo lugar la
salida de personas
altamente cualificadas, con dominio de idiomas, que se han venido ajustando a las nuevas
necesidades de espacios transnacionales a los que la economía global viene obligando. En 2017,
casi 2.500.000 españoles se encuentran fuera del país. En Iberoamérica residen 1.503.036
ciudadanos españoles, principalmente, en Argentina (439.236), Venezuela (188.025), Brasil
(125.150), Cuba (128.541), México (123.189) o Chile (63.162). En ocasiones, la abultada cifra de
españoles se explica por los numerosos descendientes de los emigrantes de la primera mitad
del siglo XX, y también por el papel hospitalario que jugaron estos países cuando acogieron a
tantas personas que huyeron de España por motivos políticos.
La segunda gran región acogedora de españoles es la Unión Europea (UE), con más de 800.000
emigrantes. Desde la adhesión de España, este concepto de frontera, además, hay que utilizarlo
con los matices de dulcificación que la propia UE incorpora a sus señas de identidad. De hecho,
no deben existir para los intercambios comerciales ni para la libre circulación de personas.
En cualquier caso, la contabilidad y las estadísticas nacionales existen y en ellas se observa que
Francia, Alemania, países del Benelux, Suiza o Reino Unido fueron los países a los que se dirigió
la emigración española de los años cincuenta y sesenta, y donde mayoritariamente se ha dirigido
tras la debacle de 2008. En total, en 150 países figura inscrito algún ciudadano español, pero de
ellos, con más de 1.000 habitantes, tan solo figuran 40. Con todo, la presencia española en el
mundo deja muy pocos espacios sin hacerse realidad, y cada vez se afianza más como una
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emigración cualificada, muchas veces ligada a la expansión internacional de las empresas en
espacios de fuerte crecimiento, como lo fue Andorra, países del golfo Pérsico o Australia.
6. ESTRUCTURA DEMOGRÁFICA
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crecimiento en los inicios del siglo XXI, aunque cortado en los últimos años por la gran recesión,
cuyas consecuencias todavía se dejan sentir en el modelo reproductivo y de organización familiar.
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que las provincias de la mitad norte de España presentan los valores porcentuales de población
joven más bajos, en algunas provincias como consecuencia de la emigración de su población que
sufrieron ya desde principios del siglo XX. Por otra parte, Toledo, Guadalajara, el valle del Ebro,
Cataluña, las provincias de la Comunitat Valenciana, Murcia, las provincias de Andalucía, Illes
Balears y Santa Cruz de Tenerife poseen una población un poco más joven, aunque tampoco está
bien equilibrada. Por el contrario, hay que destacar el fuerte aumento de la población mayor.
Hasta 1960 iban incrementándose paulatinamente los porcentajes de ancianos (7,42% en 1960);
el valor medio nacional asciende hasta el 10,44% en 1981 y se dispara en las dos últimas décadas
del siglo XX, debido, por una parte, a la reducción drástica de la natalidad de los años ochenta y
noventa y, por otra, al incremento de la esperanza de vida de la población en este último período,
que pasó de 73,3 años en 1975 a los casi 80 de 2003, asimilar a bastantes países de Europa.
Por otra parte, la dependencia senil pone en relación la proporción de población mayor de 59
años y la de 20 a 59 años residente en el territorio (ver mapa Índice de dependencia senil). Es
una visión parcial de la pirámide de población, complementaria del resto de cocientes de
población por grupos de edad, útil para analizar las necesidades asistenciales de las familias
con personas mayores a su cargo, proyectar servicios públicos para cada área (centros de día,
residencias, centros de salud, transporte público...), y establecer políticas de vivienda o de
empleo. Los valores altos indicarán más peso de los ancianos y, por lo tanto, el mayor esfuerzo
económico a la cohorte en edad laboral. En el año 2015 la media nacional de dependencia senil
era superior al 0,41, destacando la zona noroccidental, Extremadura, Sistema Ibérico y valle del
Ebro. Los valores altos coinciden con provincias fuertemente envejecidas y espacios rurales
tradicionalmente afectados por la emigración como Ourense, Lugo, Zamora, León, Salamanca y
Soria; también los espacios industriales y urbanos más maduros como Bizkaia, Asturias, y
Gipuzkoa registran unos indicadores más altos.
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Por el contrario, Madrid y su entorno metropolitano, la costa mediterránea -especialmente la
murciana y andaluza-, las provincias insulares y Ceuta y Melilla ofrecen resultados más
esperanzadores con valores algo más bajos. Responden a los espacios metropolitanos o de
crecimiento turístico no vinculado a la fijación de personas mayores y al crecimiento demográfico
relacionado a la agricultura de invernaderos con una fuerte concentración de población joven.
Esta nueva estructura por edades, cada vez más caracterizada por el sobreenvejecimiento, va a
plantear grandes retos a los servicios sociosanitarios, la atención a los mayores y la financiación
del sistema público de pensiones. Entre todos ellos, se debe destacar el llamado cuarto pilar del
estado del bienestar: la atención a la dependencia, una realidad tradicionalmente invisible ante
la sociedad, pero que ha adquirido una gran relevancia por su magnitud e intensidad, fruto del
incremento de los mayores y los cambios habidos en la dinámica familiar (reducción del número
de miembros, incorporación de la mujer al mercado de trabajo, distintos modelos de convivencia,
etc.). El desafío será máximo en un futuro próximo cuando lleguen a las edades más avanzadas
los nacidos en los años del baby-boom , años sesenta y setenta, que deberán ser sostenidos por
las menguadas cohortes de las dos décadas finales del siglo pasado.
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TEMA 5: LOS ASENTAMIENTOS
INTRODUCCIÓN
1. EL HÁBITAT RURAL
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Resulta habitual que en el estudio del
hábitat se definan elementos
significativos que explican el
asentamiento de una población
determinada en el ámbito rural. Así,
junto con las casas que sirven de
residencia habitual, se ocupan sólo en
épocas de vacaciones o están
abandonadas, aparecen un conjunto
de construcciones complementarias menores, normalmente relacionadas con las tareas
agrícolas, como establos, cuadras, pequeños cobertizos y los edificios simbólicos del lugar (como
la iglesia, a veces escuelas o locales asociativos, etc.).
Pero para comprender el hábitat rural es necesario también interpretar la organización interna
del espacio agrario, donde las huertas y tierras de cultivo suelen buscar la proximidad a las
viviendas, los prados y pastos necesitan de un suministro continuo del agua, y el monte se
encuentra habitualmente más alejado (confines de la aldea o límite simbólico del caserío).
Un último elemento asociado al hábitat rural son las vías de comunicación, desde las carreteras
hasta los senderos casi inapreciables pasando por pistas, caminos y vías de todo tipo, tanto
asfaltadas como cubiertas de tierra. La red viaria condiciona la disposición actual del hábitat y,
a su vez, la localización de los núcleos de población determina la forma que adoptan las redes
de abastecimiento (electricidad, telefonía, agua o alcantarillado) centralizadas cuando existan.
En el mapa Índice de
dispersión del hábitat
rural en los
municipios españoles
se observa que, los
contrastes por
regiones son muy
marcados, en una
relación numérica de
más de 50 a 1. Los
territorios con una
mayor dispersión,
entidades que no
suelen superar un
mínimo
agrupamiento de
casas y un volumen de
habitantes casi siempre inferior a 20, se destacan en la España húmeda del norte y noroeste.
Por lo general, se trata de espacios montañosos con abundancia de agua. La disponibilidad de
fuentes y arroyos ha permitido a las poblaciones instalarse en cualquier lugar desde donde
organizar el terrazgo agrario. No existen dificultades para abastecerse de agua y los contrastes
topográficos se traducen en unos rodales de cultivo de dimensiones limitadas, que, en cada
caso, sólo permitían mantener un número reducido de explotaciones campesinas y familias. El
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fenómeno de la dispersión puede también ser atribuido a razones históricas, por ejemplo, en
Cataluña, norte de Comunitat Valenciana y levante almeriense con prolongaciones hacia Murcia.
Las intensas transformaciones que ha registrado España en los últimos decenios introducen
profundas mudanzas en el hábitat rural. De hecho, existe un amplio consenso al considerar que
el hábitat tradicional, definido desde la Edad Media y afirmado hasta mediados del siglo XX, ya
no se conserva más que en áreas remotas. El mismo ha sido sustituido por nuevas formas de
asentamiento condicionadas por el proceso de urbanización, la mejora en las redes de caminos
y carreteras, y la implantación de empresas en espacios cada vez más amplios. En un intento por
sistematizar estos cambios, es posible identificar hasta cuatro factores:
• El primero respondería a una causa endógena, esto es, asociada a distintos procesos de
modernización de la actividad agraria. Así, la agricultura intensiva existente en
importantes regiones del Mediterráneo español necesita de nuevas instalaciones para
gestionarla, almacenar los productos y los insumos agrarios, e implantar máquinas que
han permitido una acusada tecnificación del trabajo agrícola. Algo similar sucede en
comarcas ganaderas del norte y oeste donde se levantan nuevos establos, granjas,
almacenes de aperos o residencias más modernas para controlar la explotación. Tiene
lugar una profunda transformación de la trama parcelaria que se regulariza y ve ampliar
el tamaño medio de sus unidades.
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• En segundo término, la mejora y multiplicación de
las vías que atraviesan el espacio rural se acompaña
de procesos de dispersión secundaria del hábitat. Las
carreteras y travesías principales registran un
proceso generalizado de edificación en sus
márgenes y las instalaciones industriales que se
extiende a todo el país. Las nuevas viviendas
construidas en el campo buscan la accesibilidad, por
lo que también las proximidades de la red viaria se
densifican en mayor medida que el conjunto.
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1.2. Asentamientos rurales
Por último, se presentan las entidades singulares de población por municipio donde destacan
cifras superiores a 40 en Galicia y Asturias, un poco menores en Murcia, y registros inferiores a
2,6 entidades por municipio en Extremadura, buena parte de ambas Castillas, La Rioja, Zaragoza
y Teruel, Sevilla y Málaga, Valencia y Alicante, reflejando la España del hábitat concentrado.
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En el mapa Población en diseminado por municipio se representa la población en diseminado
respecto a la total y aquí la conclusión más importante se refiere a los contrastes periferias-
interior del país, aunque no necesariamente la línea costera. Dejando al margen casi toda
Galicia, los valores superan el 10% en sectores significativos de las regiones cantábricas,
Cataluña septentrional, una franja que va desde el oeste de Castellón hasta Murcia y Almería
e importantes áreas de Málaga y Cádiz. Se trata de espacios montañosos, donde se han
registrado procesos de construcción recientes, vinculados a la pujanza turística de amplios
territorios del litoral y su traspaís.
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Sobre asentamientos rurales en 2015 existe un elevado número de municipios de menos de
2.000 habitantes en el interior peninsular y un importante peso de la población en diseminado,
incluso en municipios de más de 10.000 habitantes, (periferia y aureola de grandes metrópolis).
A pesar de no ser sinónimos, existe cierta confusión conceptual entre el significado de sistema
urbano y sistema de ciudades. El primero es una parte o subconjunto de un sistema de
asentamientos con funciones supralocales y a la que se atribuyen características urbanas, bien
por sus características formales o físicas, bien por su funcionalidad. Normalmente, respeta una
serie de pautas de ordenación interna que lo estructuran en niveles jerárquicos. En función de
la posición que ocupe en el conjunto, le corresponden unas funciones más especializadas que
sirven a áreas de influencia de extensión creciente. Por su parte, el sistema de ciudades es una
parte del sistema urbano seleccionada para realizar políticas de ordenación del territorio.
A finales de los años treinta, Jefferson (1939) interpretó la bicefalia del sistema español como
una consecuencia de los orígenes históricos y políticos del territorio del Estado. Como factores
económicos destaca la débil difusión del crecimiento urbano desde el litoral al interior, al
continuar la revalorización de los subsistemas costeros (Juaristi, 1995). A principios de la década
de los noventa, el sistema urbano español fue definido como una estructura semianular con una
periferia litoral urbanizada y espacio interior poco urbanizado y centrado en Madrid (Ferrer).
Sin abandonar la bicefalia, la creación de las comunidades autónomas consolidó, entre otras
consecuencias, una estructura espacial y funcional descentralizada, debilitándose las ligazones
de las periferias con el centro y aumentando las relaciones entre los subcentros (Precedo,
1999). Sea como fuere, desde mediados del siglo XX, las ciudades españolas han conocido las
transformaciones más radicales y rápidas de su historia (Nel·lo, 2017). Estas se apoyan en tres
rasgos principales: la tendencia de la población a asentarse en núcleos urbanos; la formación de
una importante constelación de áreas metropolitanas; y la configuración de ejes de actividad
articuladores del territorio (Nel·lo, 2004). En la actualidad, los antiguos espacios rurales y
urbanos se han integrado de forma completa, y el proceso de urbanización ha configurado una
red interdependiente a escala mundial plenamente consolidada (Nel·lo, 2017).
El análisis realizado del sistema urbano se centra en la primera de las tres variables comentadas.
Es decir, se cartografían determinadas transformaciones poblacionales en municipios y
comunidades autónomas desde 1960, fecha que, aproximadamente, da inicio al desarrollismo,
hasta 2015, última fecha disponible con datos oficiales. A pesar de los primeros impulsos en el
proceso de urbanización, sólo un 56,87% de población española residía en municipios de más
de 10.000 habitantes en 1960 (418 municipios), límite a partir del cual un municipio se considera
urbano en España. Únicamente Madrid y Barcelona, indiscutibles cabeceras del sistema urbano,
sumaban más un millón de habitantes, mientras Valencia (con algo más de 505.000), era el
principal contrapeso de ese sistema bicéntrico y desequilibrado. El sistema se completaba con
una serie más o menos importante de ciudades medias (entre 100.000 y 500.000 habitantes)
que, igualmente, adolecía de una ineficiente distribución territorial. En los 23 municipios de este
rango residían 4.160.188 habitantes (14,07% del total), una cifra inferior a la suma de la censada
en los tres más poblados (4.322.860 habitantes).
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En este extenso grupo de
ciudades más grandes (más
de 100.000 habitantes),
destacan otras tres pautas
territoriales. Por un lado, se
confirma la tendencia a la
litoralización en la
distribución de la población
española. De estos 26
municipios con más de
100.000 habitantes, sólo las
ciudades de Madrid,
Valladolid y Córdoba están
localizadas en provincias
interiores y nueve no tienen
acceso directo al mar, si
bien dos de ellos están
influidos por procesos socioespaciales propios de los territorios litorales (Jerez de la Frontera y
Hospitalet). En segundo lugar, una industrialización poco descentralizada y un retraso en el
proceso de metropolitanización, hizo que la mayoría de las ciudades más pobladas sean
capitales de provincia. Las seis excepciones son ciudades con importante peso industrial.
Lideradas por Vigo (150 municipio más poblado de España en 1960), dos pertenecen al área
metropolitana de Barcelona (Hospitalet y Sabadell) y tres tienen actividades vinculadas al
desarrollo portuario (Vigo, Gijón y Cartagena), a las que se suma Jerez de la Frontera, principal
ciudad de la provincia de Cádiz con gran desarrollo industrial en la posguerra civil. Por último, en
el actual mapa autonómico, Extremadura, La Rioja, Navarra y Castilla-La Mancha no tenían
municipios con más de 100.000 habitantes en 1960. En el lado opuesto, un total de 4.046
municipios no alcanzaban los 1.000 habitantes, y en ellos residían casi dos millones de personas,
el 6,40% de la población. Este es el estadio en las fases iniciales del desarrollismo, antes del gran
éxodo rural de esta década y de la aplicación de las políticas de los polos de desarrollo, uno de
los instrumentos que ha producido mayores impactos en la reorganización de la red urbana
española del último siglo. El crecimiento de la población española entre 1960 y 2015 (15.866.629
habitantes) se fundamenta en el crecimiento que han tenido los municipios con más de 10.000
habitantes (19.601.688 hab.), como contrapunto del declive demográfico de los espacios
rurales. En los 750 municipios con más de 10.000 habitantes en 2015 reside el 79,16% de
población española, casi un 23% más que en 1960.
Asimismo, se aprecia un destacado aumento de los municipios más grandes: seis superan el
medio millón de habitantes (frente a tres en 1960), y 56 se sitúan en el rango 100.000-500.000
(23 en 1960). En estos últimos reside el 23,54% (10.979.122 hab.) de la población en la actualidad,
superior a la que suman los seis más poblados (7.460.696 hab., el 16,00%). Este hecho confirma
la importancia de las ciudades medias en la actual organización espacial.
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litoralización en la distribución de los principales núcleos. Entre los municipios de más de
100.000 habitantes, 18 son ciudades no centrales de áreas metropolitanas y 26 están
localizadas en provincias litorales. Aunque la distribución respeta los mismos patrones
territoriales en las dos fechas analizadas, se intensifican los contrastes territoriales en la
actualidad, potenciándose la urbanización litoral frente a la «desertización» interior. En 2015, el
69,56% de la población reside en provincias litorales y del eje del Ebro (63,20% en 1960), el
13,80% en Madrid (8,52% en 1960) y sólo el 16,64% en las provincias interiores (28,28% en
1960). Ha aumentado el número de municipios con menos de 1.000 habitantes (4.928) respecto
a 1960 y ha descendido su representación demográfica porcentual (3,14% del total). Y, a pesar
de aumentar el policentrismo, cuatro provincias (Ávila, Palencia, Segovia y Soria) sólo tienen un
municipio con más de 10.000 habitantes en 2015.
2.2. La macrocefalia
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En ambas fechas, son nueve las
comunidades. que superan el
índice 50, si bien en siete de ellas
ha descendido ligeramente. Por
último, dos de los descensos más
importantes del índice entre
1981 y 2014 se han producido en
País Vasco y Extremadura,
comunidades autónomas que
optaron por localizar la capital
autonómica en una ciudad
diferente a una de las dos
principales urbes del sistema
regional.
Significativamente, el INE ha
empezado a publicar, dentro
del proyecto europeo Urban
Audit, indicadores urbanos
para las “Áreas Urbanas
Funcionales” españolas
delimitadas a partir de dicha
variable, y que se asemejan
en gran medida a las
presentadas aquí.
En total se ha identificado un
conjunto de 44 áreas
metropolitanas, que
incluyen a 1.309 municipios y
albergan a más de 33
millones de habitantes. En su composición jerárquica incluyen desde grandes regiones
metropolitanas de rango continental, como Madrid y Barcelona, hasta pequeñas áreas, con
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unas mínimas coronas metropolitanas que no se extienden más allá de un par de municipios
contiguos. Entre esos dos polos, toda una amplia variedad de tamaños y formas de desarrollo
urbano que dotan de una gran complejidad y riqueza al sistema metropolitano español, pero
dentro del cual podría destacarse el proceso creciente de fusión entre áreas metropolitanas
contiguas, sobre todo en la franja litoral (Málaga-Marbella, Alicante-Elche, Pontevedra-
Vigo,etc.)
Si se realiza un análisis
evolutivo se comprueba
un alto grado de
consolidación en sus
componentes, en su
organización jerárquica y
en sus dimensiones
territoriales, lo que
fundamentalmente
significa que el sistema
metropolitano español
tiene ya un carácter
estructural y dominante
en el conjunto de su
sistema urbano. Ello se
comprueba tanto en la
estabilidad de los
componentes del universo metropolitano como en su creciente participación y preponderancia
en la configuración del sistema urbano.
Por su dimensión e
intensidad, estas
cifras, junto a las
incluso superiores de
crecimiento del
parque residencial,
son difíciles de
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asumir en sistemas urbanos relativamente maduros como el español, y sólo la evaluación del
progresivo ajuste poscrisis permitirá comprobar qué parte de ese crecimiento es permanente y
cuál otro ha tenido carácter coyuntural. Sobre esa evaluación global, los matices que revelan el
análisis particularizado muestran diferencias, no tanto por niveles jerárquicos del sistema
metropolitano sino por ámbitos territoriales diferenciados.
De esta forma lógica, las áreas metropolitanas son el reflejo de las dinámicas demográficas de
los respectivos territorios donde se insertan. En ese sentido, la contraposición entre la cornisa
galaico-cantábrica de un lado y el arco mediterráneo y los espacios insulares del otro es
especialmente significativa, ya que mientras los primeros muestran para ese periodo una clara
tendencia a la estabilidad poblacional, aunque no en lo relativo al crecimiento del suelo
artificializado y el parque de viviendas, también en franco crecimiento, los segundos se
constituyen en los ámbitos más dinámicos del sistema metropolitano.
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generalmente a espacios centrales y suelen contribuir a su gentrificación. Los procedentes de
la Europa oriental poseen pautas más complejas y debe destacarse que un importante
porcentaje de la población proveniente de Rumania y Bulgaria conforma un sector poco
integrado y ubicado en zonas desfavorecidas o en proceso de cambio social.
Respecto a la población española, el mosaico social de las ciudades está muy condicionado por
el precio del suelo y por la antigüedad en la ocupación de la vivienda; pero no es fácil establecer
un mapa de las diferentes áreas sociales, con la excepción de los dos extremos: los barrios
ocupados por las clases sociales más altas y los ocupados por las más desfavorecidas. El hogar
de la clase media española actual difumina las situaciones de fracaso social, especialmente ante
el paro, por cuanto que las nuevas generaciones han debido regresar o no han abandonado
nunca la residencia familiar ante la imposibilidad de afrontar el coste de un hogar propio. Así, la
menor senectud de muchos sectores a efectos del Padrón Municipal no es indicador de una
situación más ventajosa que la de barrios con población envejecida y la presencia de población
más joven responde, en parte, a su dependencia del salario o jubilación de sus mayores.
En cuanto a las bolsas de población más vulnerable, ligadas a barrios marginales, poseen
también trayectorias diversas por cuanto que, o bien se adscriben a ámbitos poco accesibles de
espacios metropolitanos o bien comportan bolsas de suelo en el interior de las ciudades que,
cuando el interés inmobiliario encuentra su oportunidad, cambian de sesgo en pocos años a
través de procesos de gentrificación.
La forma de muchas ciudades españolas suele estar muy influida por un pasado largo que
hunde sus orígenes en la Edad Antigua. Sin embargo, y a pesar de que existen no pocas
excepciones (Tarragona, León, Zaragoza, etc.), la mayor parte de su morfología urbana suele
tener un claro rastro medieval manifestado aún en la presencia de potentes centros y arrabales
históricos. Se trata de entramados urbanos de carácter orgánico, con formas irregulares, tanto
en viarios como en parcelarios. Los barrios medievales poseen, además, los hitos, sobre todo
religiosos, que los hacen reconocibles y sus espacios públicos más significativos como las plazas
centrales. El crecimiento durante la Edad Moderna, pese a que paradójicamente España
estuviese imponiendo un modelo de ciudad planificada en sus colonias, continúa siendo de
carácter orgánico y con relativamente escasas operaciones de reforma interior o de ensanche.
La morfología urbana traduce, no obstante, las importantes vicisitudes que experimenta el país
durante aquellos siglos: monumentalidad de edificios públicos, religiosos y nobiliarios, la
conformación formal y conceptual de las plazas mayores (aunque algunas de ellas derivasen de
espacios ya centrales de la ciudad) y la creación, a menudo extramuros, pero con excepciones,
de alamedas y espacios de ocio y solaz que se convierten en ámbitos de sociabilidad.
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ciudad (encontramos buenos ejemplos en Oviedo, Vitoria-Gasteiz, Lleida, …). De hecho, el
modelo de transformación y crecimiento urbano burgués se establece de forma dual siguiendo
modelos que, por otro lado, también se implantan en la época en otros países europeos.
Entre la mitad del siglo XIX y la del XX, aproximadamente, se establece una política de reforma
interior y de ensanche. La reforma interior se lleva a cabo intramuros y se justifica en la
necesidad de higienizar y dar salubridad a los viejos, compactos y hacinados cascos históricos;
pero en realidad supone la destrucción, aunque sea parcial, del modelo urbano del Antiguo
Régimen y, también, la activación económica de importantes bolsas de suelo del que, además,
se expulsa a la población original. Especulación, segregación y control urbanos se asientan en
las poblaciones españolas durante los últimos decenios del siglo XIX, con un proceso más
temprano y acentuado en las más grandes, estableciendo un conjunto de estrategias del capital
inmobiliario que, con sus adaptaciones, se mantiene en la ciudad actual. Entre las operaciones
de reforma interior más potentes hay que señalar las que son conocidas genéricamente como
gran vía (Madrid, Granada, Murcia, etc.) o que con otros nombres responden a la misma
realidad (calles Larios de Málaga, de la Paz en Valencia, via Laietana en Barcelona, …).
Los ensanches son el modelo de ciudad burguesa por excelencia. Sus trazados geométricos en
predomina el entramado ortogonal se adosan contrastando con las formas irregulares a los
cascos históricos. El de Barcelona (Ildefonso Cerdá, 1859) se ha constituido, no solo como la
acomodación en España de corrientes urbanísticas europeas de la época, sino como una
aportación conceptual sobre la forma de construir ciudad que, pese a los cambios acaecidos en
su implementación, sigue representando una aportación española a la historia del urbanismo.
Los ensanches no son un escenario al gusto de la nueva burguesía, que en ellos ha desarrollado
su imagen a través de distintos estilos arquitectónicos, también son espacios en los que se
ensayan las divisiones funcionales y, dentro de la residencial, la de distintos estratos sociales.
Las ciudades españolas, al mediar el siglo XX, especialmente en las más dinámicas, se
diferencian en tres zonas básicas: los cascos históricos los ensanches y la orla periférica de
urbanización legal en la que se aloja una parte importante de la potente inmigración que se
había producido hacia ellas desde los últimos decenios del siglo anterior. Esta realidad cambia
en la segunda mitad de los años cincuenta, cuando se empieza a levantar un importante
entramado de viviendas, la mayoría
beneficiaria de los subsidios de la
protección oficial, que rellena los
intersticios que había dejado el
urbanismo ilegal y crea nuevos
polígonos residenciales. La Carta de
Atenas de 1933 inspira los proyectos
de muchos de estos polígonos,
aunque son aplicados intensificando
los parámetros de carga residencial y
minimizando los equipamientos y
espacios libres (ver imagen de
Bellvitge). De hecho, tras las
elecciones municipales de 1979, una
de las primeras tareas es acometer un
urbanismo que asumiese mayor
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sosiego a la morfología urbana –los años sesenta y setenta habían sido muy esquilmadores de
los valores de los centros históricos y, en menor medida, de los ensanches–, una mejor
distribución de funciones, especialmente de las molestas o nocivas, y un mayor equilibrio en
los servicios de los barrios.
El análisis de la vivienda es un indicador para el estudio del sistema urbano y de sus procesos.
Desde mediados del siglo XX la inversión en España ha ido cambiando de nichos. Si en un primer
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momento, el capital se decantó por invertir en sectores como la industria y los servicios,
posteriormente, lo hace y con más intensidad en la edificación, principalmente turística, en
espacios litorales y en la obra pública animados por el incremento del número de turistas y los
cuantiosos Fondos Estructurales procedentes de la Unión Europea; de ahí que se crearan grandes
empresas en el sector de la construcción que terminaron participando en los consejos de las
entidades financieras (Lois, Piñeira y Vives, 2016); por lo tanto, es fácil entender que las ciudades
se pensaran a partir de entonces como lugar de negocio y no para dar soluciones a las
necesidades sociales (Harvey, 1989).
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Esta etapa de auge finalizó cuando, tras la crisis económica e inmobiliaria de 2007, no fue
posible dar salida al desorbitado parque de viviendas; pues el negocio inmobiliario en España ha
producido más viviendas e infraestructuras viarias per cápita que el resto de los países europeos
(Naredo, 2009). La crisis financiera produjo una contracción del crédito, la paralización del sector
de la construcción y elevado desempleo que repercutieron en una escasa actividad de las
compraventas inmobiliarias. La tendencia actual apunta a una reactivación del mercado
inmobiliario, sobre todo el de la segunda residencia y ascenso de los precios de las viviendas.
Los municipios que se deciden por el Plan General son, mayoritariamente, los que se localizan
en los principales ejes territoriales que cosen el sistema urbano español: eje mediterráneo y
Andalucía, corredor del Ebro, Madrid, Asturias y la Galicia más costera. Los municipios que
contornean los que han adoptado el Plan General normalmente han optado por Normas
Subsidiarias, mientras que el resto o bien gestionan su urbanismo con una simple delimitación
de suelo o, directamente, carecen de planeamiento municipal y se rigen sólo por normas de
escala supramunicipal. Este último grupo de municipios son los más rurales y se localiza
preferentemente, en Castilla y León y zonas del Sistema Ibérico y Castilla-La Mancha.
Las actuaciones urbanísticas que plantean todos estos planes son de muy diversa índole y
calado pero las que han caracterizado el período de burbuja inmobiliaria que ha vivido el país
hasta 2008 pueden agruparse en dos: reformas urbanas y expansión de la urbanización. Las
políticas de reforma urbana retoman la tradición de algunos planes de postguerra, pero a una
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escala más importante. Son planes que reurbanizan zonas ya urbanizadas con vistas a la creación
y apropiación de rentas urbanas con no pocos problemas para los residentes de los barrios
afectados: desplazamientos forzosos, destrucción de patrimonio, gentrificación... Uno de los
casos más conocidos ha sido el no ejecutado plan del Cabanyal de Valencia, donde el Plan
Especial de Protección y Reforma Interior del Cabanyal-Canyamelar de Valencia (2001) apostaba
por una gran operación de sventramento (demolición) hasta la costa, que sustituía gran parte
del tradicional barrio valenciano por nuevos productos urbanos de alta rentabilidad inmobiliaria.
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TEMA 6: AGRICULTURA, GANADERÍA Y PESCA
INTRODUCCIÓN
A partir de los años sesenta del siglo pasado España se desprende aceleradamente de sus
seculares rasgos agrícolas, y entra a formar parte rápidamente del selecto grupo de países
industrializados. Durante el proceso la población abandona masivamente las tareas agrarias y se
suceden cambios tan profundos como los siguientes: transformación de una agricultura
tradicional, insuficiente y de autoconsumo en otra especializada y abierta a los mercados
internacionales, reducción del número de las explotaciones casi en un 50% entre 1962 y 2015,
desarrollo del arrendamiento entre los regímenes de tenencia y expansión y racionalización del
regadío, entre otros. La ganadería, por su parte, tras una profunda decadencia durante la
segunda mitad del XIX entra en una fase de expansión con en el siglo XX, lo que se traduce en
una ampliación de los pastizales, en la consolidación paulatina de una ganadería intensiva y en
el fuerte incremento del consumo urbano de productos ganaderos. Por último, el subsector
pesquero, otrora un importante puntal del sector primario ha visto reducirse tanto sus capturas
como sus efectivos humanos y barcos. No ha sido ajeno a este declive el agotamiento de los
caladeros y la restrictiva política pesquera de la UE para salvarlos. Esto ha favorecido el desarrollo
de un creciente subsector –por producción, valor y empleo- dedicado a la acuicultura.
La población activa que reúne el sector agrario y la actividad pesquera en España está en el
umbral del millón de personas, siendo Andalucía la que mayores valores alcanza, seguida más
de lejos ya por Murcia, ambas Castillas, Galicia y la Comunitat Valenciana. También Andalucía es
la región donde el paro de esta población es más elevado. La proporción de asalariados ha ido
creciendo frente al progresivo descenso de trabajadores independientes, (cerca del 60% y 30%).
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La base territorial, sin embargo, de la actividad
agraria alcanza sus dimensiones más
importantes (superficie que reúnen las
explotaciones agrarias) sobre todo allí donde se
extienden dehesas y latifundios (Extremadura,
Castilla-La Mancha, algunas andaluzas y en
Salamanca). La ocupación del suelo se ajusta
bastante bien a las condiciones ecológicas del
territorio, bosques diversos y amplias
superficies cubiertas por matorral en las zonas
montañosas y húmedas, sobre todo de la mitad
norte (a excepción de los pinares de pino
piñonero al sur del Duero), donde también
progresan los prados y pastizales orientados a
los usos ganaderos; en las dos submesetas se
hacen muy presentes los cultivos de secano,
mientras que los regadíos ocupan una parte
importante del valle del Ebro, de otros valles
(Guadalquivir, Guadiana, Tajo, Duero) y de
otras zonas periféricas (este y sur) y las zonas
mixtas se extienden el oeste ibérico.
Cuando nos referimos al concepto de superficie agraria estamos hablando más propiamente de
lo que se entiende por Superficie Agraria Utilizada (SAU). El Censo Agrario entiende por tal el
conjunto de la superficie de tierras labradas y tierras para pastos permanentes. Las tierras
labradas, por su parte, reciben cuidados culturales sea cual fuere su aprovechamiento y la fecha
en que se hayan realizado dentro del año agrícola. Comprenden distintas ocupaciones: cultivos
herbáceos (tierras aradas o cultivadas con regularidad, generalmente por el sistema de rotación
de cultivos; incluyen cereales, leguminosas, patatas, cultivos industriales, cultivos forrajeros,
hortalizas, flores y plantas ornamentales, semillas y plántulas destinadas a la venta y otros
cultivos herbáceos), barbechos (tierras que han permanecido en descanso durante el curso de la
campaña, sin ningún cultivo, pero que han recibido algunas labores), huertos familiares
(superficies destinadas al cultivo de productos agrarios hortofrutícolas –incluida la patata–, cuya
producción se dedica principalmente al autoconsumo en la explotación) y cultivos leñosos
(cítricos, frutales, bayas, olivar, viñedo, viveros de cultivos leñosos no forestales, cultivos leñosos
en invernadero y otros cultivos permanentes).
El Censo Agrario entiende por tierras para pastos permanentes las no incluidas en la rotación
de cultivos, dedicadas de forma permanente (por un periodo de cinco años o más) a la
producción de hierba, ya sea cultivada o natural, pudiendo usarse estas superficies para pastos
o segarse para ensilado o heno. Comprenden, a su vez, diversos tipos:
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b) Otras superficies utilizadas para pastos (terrenos no comprendidos en el apartado anterior,
siempre que se hayan utilizado como pasto para el ganado, situados frecuentemente en suelos
de mala calidad –zonas accidentadas o a gran altitud–, no mejorados normalmente; en general,
esta superficie se destina a pasto extensivo, no toleran una alta densidad de ganado y no
acostumbran a segarse; se incluyen las dehesas a pastos y también el erial y el matorral cuando
sobre ellos se ha realizado algún aprovechamiento ganadero, así como las áreas segadas y no
pastadas que sean de un alto valor natural y estén situadas en zonas geográficas protegidas);
La distribución geográfica de la
SAU en España ofrece unos
resultados acordes a las
condiciones ecológicas del
territorio. Su extensión abarca,
sobre todo, los espacios más
llanos, abiertos y sedimentarios
de las regiones interiores (cuenca
del Duero, cuencas del Tajo y del
Guadiana, valle del Ebro y valles
interiores del Sistema Ibérico),
parte de las regiones de la fachada
mediterránea oriental (una
estrecha franja ajustada al litoral
desde el sur de Cataluña hasta el
sur de la provincia de Valencia, que luego se ensancha más en el sudeste, en la región de Murcia
y por los valles que la atraviesan –Segura, Guadalentín–), el valle del Guadalquivir (prolongado
hacia el oeste por las cuencas del Tinto y el Odiel y hacia el este-sudeste por las del Guadalete y
Barbate), las hoyas o depresiones intrabéticas de Andalucía oriental y también por una buena
parte de Mallorca (el Plá y el Llevant).
En cifras absolutas, son casi 27 millones de hectáreas la extensión que tiene la SAU (ambas
Castillas, Andalucía, Aragón, Extremadura y Cataluña son las comunidades que sobrepasan el
millón de hectáreas cada una), lo
que representa algo más de la
mitad de la superficie geográfica
(53%), umbral porcentual que
sobrepasan Aragón y Castilla y
León (más del 60% cada una),
Andalucía, La Rioja, Castilla-La
Mancha y Extremadura.
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mediterránea oriental (a excepción de Murcia). Estas diferencias se refuerzan todavía más a
escala provincial, más detallada, donde son tres provincias castellano-leonesas vinculadas a
Tierra de Campos (Valladolid, Zamora y Palencia) en las que la SAU representa más de las tres
cuartas partes de la superficie geográfica, mientras que en casi todas las del norte está en el
entorno de una cuarta parte tan sólo. La composición interna de la SAU es, igualmente,
contrastada. Precisamente, en las comunidades cántabro-atlánticas es donde domina la
extensión de la tierra para pastos permanentes (con valores que en el sector central o
asturcantábrico llegan a la práctica totalidad de la SAU); la distribución es bastante equilibrada
en Extremadura y La Rioja (tierras labradas y tierras para pastos permanentes se reparten casi a
partes iguales) y se apoya en los cultivos (con valores del 80 al 90%) en Baleares, Comunitat
Valenciana, Región de Murcia y Castilla-La Mancha.
1.2. El secano
Como secano comúnmente se entiende por tal realidad agraria: la tierra de labor que no tiene
riego y que sólo participa del agua llovediza. Conviene precisar también, para evitar posibles
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lugares comunes con zonas de erial, que significa la existencia de una actividad agraria concreta,
sea del tipo que sea.
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hacer ignorar la importancia que los secanos han tenido en nuestra historia agraria y la
importante contribución económico-social y cultural en buena parte de España.
No hay un crecimiento similar del regadío (pasó desde 3,19 a 3,79 millones de ha), lo que parece
indicar la profunda crisis de los secanos tradicionales, lo que a su vez en algunos casos es la crisis
de los modos y maneras de explotación de la tierra que, a lo largo de los siglos, se han mostrado
como más sostenibles y mejor adaptados a las condiciones agroclimáticas de España.
Hay algunos de los factores que explican la situación y la evolución de los secanos. El primero,
por supuesto, es la dictadura del mercado, pues la globalización impide el desarrollo de una
agricultura tradicional competitiva; pero además, al hilo de la situación de los secanos
españoles, surgen otras cuestiones, tales como: la explotación racional de los recursos hídricos
y el ahorro del agua, la reducción de la escorrentía, la gestión sostenible de los suelos y un
nuevo posicionamiento frente a la erosión, racionalización de los laboreos, favorecimiento de
la infiltración y adecuada gestión de los barbechos, abuso de fitosanitarios y su propensión a
la persistencia en las regiones secas, complementariedad agrícola-ganadera, etc.
Todo ello pasa por una reconsideración de los secanos, que debieran dejar de entenderse como
un residuo agrario testimonial y arcaico del pasado, y pasar a su consideración como un
fragmento irrenunciable de nuestra cultura y patrimonio, fundamentado durante siglos como
base del suministro de alimentos de la población y cuya conservación es, en algunos casos,
garantía y aval frente a la desertización, tanto vegetal como demográfica.
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1.3. Regadío
Una intervención humana que ha propiciado la construcción de territorios y paisajes que, a veces,
remontan sus orígenes a la agricultura clásica o andalusí; a las inquietudes regeneracionistas
de finales del XIX; a las políticas reformistas del franquismo; o a los más recientes planes de
modernización del regadío. Y ello bajo la frecuente consideración de que el regadío, en un
contexto árido, es la mejor inversión posible para el desarrollo y la “salvación de la patria”.
El siglo XIX puede considerarse la verdadera centuria de la difusión ideológica del regadío como
panacea agraria, económica y social. Jovellanos, anteriormente, en su Informe sobre la Ley
Agraria de 1795, había afirmado que “no hay duda de que el riego debe ser mirado por nosotros
como un objetivo de necesidad casi general». Una aserción contundente que se reforzaría
después con la doctrina regeneracionista de Joaquín Costa, quien certificaba las virtudes del
regadío por iniciativa estatal, esgrimiendo el siguiente consejo: «regad los campos si queréis
dejar rastro de vuestro paso por el Poder”.
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que habrían de auxiliar el impulso del regadío a gran escala, con la construcción de grandes
infraestructuras y la aplicación de técnicas de modernización que, sobre todo, habrían de
transformar los paisajes de aquellas comarcas con las condiciones más benignas, pues
presentaban caracteres naturales y humanos propicios para el regadío y sus cambios que dejarán
atrás las antiguas huertas tradicionales, ubicadas en los medievales ruedos urbanos, o en las
riberas de ríos, arroyos y manantiales para dar paso a las grandes zonas regables bajo patrocinio
estatal, que irán propagándose por valles fluviales o por las costas de la vertiente mediterránea.
Casi cien años después, en 2015 y según la Encuesta sobre Superficies y Rendimientos de
Cultivos y su Informe sobre regadíos en España del Ministerio de Agricultura, Alimentación y
Medio Ambiente (MAGRAMA), la superficie regada nacional ocupa 3.636.519 ha, en su mayoría
con aguas superficiales. Una extensión que representa un incremento del 146,1% respecto al
ejercicio de 1918. Esta cifra significa el 21,4% de la extensión cultivada del país y el 7,2% de su
superficie geográfica; y su repercusión económica supone algo más del 35% del Producto Bruto
Agrícola nacional. Al incremento superficial, también se ha sumado una considerable inversión
tecnológica, especialmente en el campo del uso del regadío localizado. Así, mientras en 1918 la
inmensa mayoría del regadío utilizaba el sistema de gravedad o por superficie, en 2015 este
escenario se ha invertido. Hoy el sistema de riego más extendido, gracias a la creciente
importancia del regadío de frutales y olivares, es el localizado, pues prácticamente representa
el 50% del área regada. Le sigue el tradicional sistema de gravedad, con el 26,9% de la extensión
total; la aspersión, con el 15,3%; y los conocidos como sistemas automotrices, con algo más del
8%. Unas cifras que, sin duda, demuestran la verdadera revolución tecnológica conocida por este
sector en las últimas décadas, así como la progresiva reducción de sus consumos hídricos.
En lo que respecta a la distribución del regadío por comunidades autónomas, las cuatro que
encabezan la estadística son Andalucía (29,3% del total nacional), Castilla-La Mancha (14%),
Castilla y León (12,3%), y Aragón (10,8%). Le siguen por importancia superficial la Comunitat
Valenciana, Extremadura, Cataluña y la Región de Murcia, que representan en el total estatal el
27% de los regadíos españoles. Si analizamos estas cifras según sistemas de riego empleados, la
superficie regada por gravedad se localiza mayoritariamente en Aragón, Andalucía, Castilla y
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León y Cataluña, pues en ellas existe un notable protagonismo de los cultivos herbáceos y de
los regadíos anteriores a mediados del siglo XX.
En la actualidad, alrededor del 55% del territorio nacional se considera terreno forestal. De
estos 28 millones de hectáreas, más del 71% está constituido por montes arbolados y el resto
por zonas de arbolado disperso, matorrales, pastizales y otras formaciones. España es el
segundo país con mayor superficie forestal de la UE, únicamente superado por Suecia, y el
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cuarto si tenemos en cuenta la ocupación forestal en relación con su territorio, por detrás
nuevamente de Suecia, Finlandia y Eslovenia.
Esta singularidad hispana se relativiza si consideramos la superficie forestal per cápita, ya que en
ese caso España es dentro de la Unión el noveno país, en todo caso ligeramente por encima de
la media europea. Esta situación actual es en buena medida resultado de la recuperación en los
montes que se produce a partir de mediados del siglo XX, apoyada en el abandono de la
agricultura marginal y en un relajamiento de la presión sobre los recursos forestales, como
consecuencia de la generalización como fuentes de energía de la electricidad y los combustibles
fósiles. De esta manera, la superficie forestal presenta una tendencia positiva en los últimos 50
años, con un incremento medio anual de cerca de 1.700 km2.
Además, los terrenos arbolados crecen a mayor ritmo que el conjunto de la superficie forestal,
de forma que en la actualidad representan más del 71% de esta, cuando no llegaban al 50% en
los años 60 del siglo pasado.Este incremento de la superficie forestal y sus cambios cualitativos
suponen un enorme desafío en términos de gestión si reparamos en varias circunstancias:
• Imparable vaciamiento demográfico de una buena parte del mundo rural y lo que eso
implica en términos de merma en el manejo de esas áreas.
• Invasión puntual, en el tiempo y en el espacio, por parte de la población urbana de ese
territorio o de los espacios rururbanos, con necesidades, exigencias y concepciones
singulares.
• La situación de cambio global, que amplifica los riesgos de estas masas vegetales desde
distintas perspectivas.
La localización del espacio forestal se explica fundamentalmente por el uso secular del suelo, que
a su vez ha estado condicionado por el relieve; la fisiografía, que afecta a las características de
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los suelos y a sus aprovechamientos, explica pues mejor que las cuestiones socioeconómicas o
demográficas la configuración geográfica del ámbito forestal, y lo acontecido durante las últimas
décadas ha profundizado aún más esta lógica. En consecuencia, no existe una relación directa
por ejemplo entre el grado de desarrollo económico y la superficie forestal absoluta o relativa
de cada zona. Así si el País Vasco y Cataluña son las comunidades autónomas con el mayor
porcentaje de superficie arbolada, Canarias y el Principado de Asturias presentan los valores
relativos más altos de superficie forestal total.
Por último, en referencia a las masas boscosas de tipo mixto, las mayores extensiones de este
tipo se encuentran en el norte, en concreto, en la zona pirenaica, en Galicia y en Cataluña. En
fin, si atendemos a los tipos de especies, el 60% de la superficie forestal arbolada de España
está compuesta por formaciones que presenta una única especie dominante; es decir, que el
porcentaje de ocupación de esa única especie en la masa forestal supera o iguala al 70%.
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A pesar de esta última consideración, hay que recordar igualmente que en los bosques españoles
existe una notable diversidad, que se evidencia por un lado a través de la cantidad de especies
presentes pero también cuando se atiende a la variedad de sus montes arbolados. Y de hecho
la información que nos proporciona el último Inventario Forestal Nacional subraya que algo más
del 80% de nuestros montes están constituidos por dos o más especies de árboles. En todo caso
los encinares son los montes más comunes en nuestro país; si los consideramos conjuntamente
con las dehesas (que en su mayor parte son encinares), suponen alrededor del 27% de la
extensión arbolada. Las siguientes formaciones en importancia son los pinares de carrasco,
negral y albar, que conjuntamente significan el 24,5% de esos montes arbolados.
Nuestros montes no proporcionan únicamente madera y leña y otros bienes con valor de
mercado sino que tienen un papel multifuncional y nos suministran igualmente servicios
ambientales y sociales, que, al no tener por el momento su traducción en el mercado, son
difícilmente evaluables; hablamos, por ejemplo, de la captura de carbono, la regulación hídrica y
de suelos, el valor social de los montes, la biodiversidad y los paisajes. Todos estos servicios
pueden verse en riesgo por los principales peligros que se ciernen sobre nuestros montes; uno
de ellos es la inexistencia actual de un acuerdo sobre hacia dónde debe caminar la política en
este ámbito. Más habitual es referirse a los incendios como una de las grandes amenazas de los
montes; afortunadamente la evolución que presenta la superficie afectada por fuegos presenta
una tendencia decreciente y son las áreas desarboladas las más afectadas.
Las zonas que presentan como uso principal los pastos suponen en la actualidad
aproximadamente el 19% de la superficie geográfica nacional. Se trata de formaciones
notablemente diversas tanto desde el punto de vista florístico como de su funcionalidad dentro
de los sistemas agrarios. Es indudable que existe un vínculo entre este tipo de cubierta del suelo
y los usos pecuarios, hasta el punto de que en buena medida el mantenimiento de prados y
pastizales es básicamente posible gracias al pastoreo más o menos reiterado, pero, aunque
asociamos a estas superficies los aprovechamientos ganaderos extensivos y semiextensivos, no
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debemos olvidar que el ganado también disfruta con diferente intensidad montes, matorrales,
rastrojos o barbechos.
En los últimos decenios la extensión ocupada por estos herbazales se ha mantenido bastante
constante pero con una tendencia general ligeramente decreciente en el conjunto del país. Estas
pérdidas están obviamente relacionadas con los procesos de abandono o extensificación que
están teniendo lugar en muchas zonas rurales y en los que estas superficies actúan
frecuentemente como un paso intermedio entre los terrenos cultivados y los de carácter más
montaraz, aunque es evidente que también algunos antiguos pastizales, ante la falta de presión
ganadera y manejo humano, se embastecen y se ven invadidos por el matorral.
El peso superficial de las zonas donde predominan los pastos es especialmente pequeño en
Baleares, Cataluña, Comunitat Valenciana, Murcia, Cuenca y Albacete, lo que parece bastante
congruente con la idea preconcebida que tenemos de territorios que pueden tener dificultades
para ser la base de la actividad ganadera. Por el contrario, las provincias que presentan
porcentajes más elevados de prados y pastizales sobre el total de superficie geográfica delatan,
de alguna manera, la diversidad mencionada más arriba: en Ávila, Almería, Cantabria, Teruel,
Salamanca, Cáceres y las dos provincias canarias estos terrenos suponen más del 30% de su
extensión, pero obviamente representan ámbitos contrastados con respecto a las condiciones
naturales, la estructura de las explotaciones agrarias o las posibles modalidades pecuarias.
A consecuencia de esto podemos considerar que son poco significativos los valores medios de
altitud y pendiente que es posible extraer para los distintos tipos de herbazales del Corine Land
Cover, ya que esas categorías engloban en realidad espacios contrastados. Uno de estos
espacios son los prados bajos, que se localizan en la España atlántica, normalmente por debajo
de los 600 metros de altitud; son los terrenos pratenses de mayor calidad y producción, que
suelen recibir varios cortes a lo largo del año. A mayor altitud en la montaña cantábrica y en los
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Pirineos, los prados de siega de los valles húmedos también presentan buenos rendimientos,
pero sólo suelen segarse una o, a lo sumo, dos veces al año. Por su parte en las áreas
supraforestales aparecen los pastos de altura, tradicionalmente aprovechados por la ganadería
trashumante en distintos sistemas montañosos durante la época de verano. En muchos lugares
estas fórmulas históricas de pastoreo o se han debilitado notablemente o han desaparecido y
han sido sustituidas por modelos en los que el ganado se mueve en un radio menor y las
especies utilizadas son también distintas de lo que era habitual.
Las dehesas o montes pastados son seguramente el espacio ganadero actual de mayor
continuidad espacial, extensión y personalidad; su capacidad productiva es modesta si
excluimos las riberas más húmedas, pero es el conjunto que soporta la parte más importante
de la ganadería extensiva, situándose a lo largo de todo el occidente hispano, desde el sur de
la provincia de Zamora hasta la baja Andalucía.
Las dehesas no son sólo pastizales, sino también montes, matorrales y tierras de labor,
asimismo hay otros espacios ganaderos, normalmente temporales, en los que los pastizales son
insuficientes para el mantenimiento de los animales y son complementados con las rastrojeras,
los barbechos y los posíos. Así, en algunas zonas agrícolas los terrenos que no convenía arar por
exceso de humedad (navas o valles entrepañados) o por su escaso potencial se mantuvieron
como prados y eriales, y han sido el tradicional sostén del ganado de labor y, sobre todo, de los
rebaños de ovino que aprovechaban la derrota de mieses.
En algunos lugares de clima semiárido y suelos mediocres las dificultades para llevar a cabo
cualquier otra alternativa condujeron a la configuración de terrenos cubiertos por pastizales
pobres xerofíticos como los espartizales o atochares, albardinales y, en las zonas de mayor
humedad edáfica, lastonares. Se trata de los pastizales menos productivos y de un tipo de
espacio ganadero en realidad marginal por su carácter extremadamente extensivo.
La distribución geográfica
que arrojan las diferentes
producciones agrarias, tanto
las de cultivos concretos
(agrícolas) como las
obtenidas de la ganadería,
apuntan en más de un caso a
una clara especialización
geográfica o regional.
Respecto a las primeras,
destacan entre otras las de
los cereales para grano,
subdivididos, a su vez, en
cereales de invierno
(cebada, trigo, avena,
centeno), de primavera
(maíz, arroz, sorgo, mijo) y otros. Del total producido por estos cereales para grano dominan los
de invierno frente a los otros dos tipos. El destino mayoritario de esta producción es el grano
De los distintos cereales considerados es la cebada la que alcanza un peso productivo mayor a
escala nacional, con un 40% de toda la de los cereales para grano, seguida del trigo (30%) y,
algo más alejada ya, la producción de maíz (con una quinta parte prácticamente del total). Las
comunidades autónomas más productoras de estos cereales son, fundamentalmente, regiones
interiores (ambas castillas y Aragón, que producen cerca del 70% de todo lo de España), a las
que les siguen Andalucía, Cataluña y Extremadura. La producción de cebada (80%) en las dos
castillas y Aragón, mientras que por provincias son las de Cuenca y Valladolid las más destacadas
(casi un millón de toneladas cada una), seguidas de Burgos, Palencia, Zamora, Lleida y Albacete.
En cuanto al trigo, es también Castilla y León la dominante (44% de toda la producción
nacional), pero Andalucía ocupa el segundo lugar, seguida de Castilla-La Mancha y Aragón.
Por provincias, la de Burgos (que
supera el millón de toneladas) es
la más destacada, seguida de
Palencia y de Sevilla. La
producción de arroz es,
mayoritariamente, andaluza
(42% del total), concentrada
básicamente en Sevilla; le siguen
Extremadura (poco más de una
quinta parte, casi toda en
Badajoz), Cataluña (casi toda en
Tarragona) y la Comunitat
Valenciana (la provincia de
Valencia es la que detenta todo).
Y algo más del 60% de la
producción de maíz proviene de
tres comunidades: Castilla y León (León, Zamora y Salamanca aportan el 85% de toda la
producción regional), Aragón (dos tercios de su producción provienen de Huesca) y Extremadura
(dos tercios de están concentrados en Badajoz).
2. GANADERÍA
En las producciones ganaderas, donde hay que distinguir, además, entre las generadas en
ganadería intensiva e industrial (sin tierra) frente a las extensivas (que aprovechan los pastos):
dominio de la producción láctea en regiones del norte y noroeste (Galicia, Asturias y Cantabria);
porcino, ovino y aviar industrial de regiones del mediterráneo y del sur frente a las producciones
extensivas del interior (centro y oeste).
3. PESCA Y ACUICULTURA
En el ámbito de la Unión Europea, España se sitúa en los primeros lugares por total de capturas
de pesca (volumen en toneladas de peso vivo), también por flota, junto con países como
Dinamarca y Reino Unido, los tres estados miembros donde más peso alcanza esta dimensión
(entre ellos reúnen más del 40% del total de capturas). Sin embargo, el sector de la pesca
marítima en España ha experimentado en poco más de un cuarto de siglo una sensible
reducción de peso económico de su producción, de empleo u ocupación y de flota utilizada,
aspectos estos dos últimos (empleos
y número y tipos de buques que
componen la flota pesquera) que, en
consonancia con la misma actividad y
con las políticas estatal y comunitaria
que la regulan, han conocido un
fuerte proceso de transformación y
reconversión. Para ello se ha contado
con la habilitación y dotación de
ayudas e instrumentos promovidos
desde la Unión Europea a tales fines
(el que fuese Instrumento Financiero
de Orientación Pesquera, el IFOP,
vigente entre 1993 y 2006, sustituido
por el actual Fondo Europeo de
Pesca, vigente desde 2007). Si en
1990 la actividad o sector pesquero
aportaba el 0,5% de la producción
bruta nacional y concentraba el 0,7%
de los empleos, en 2015 tales porcentajes habían descendido al 0,09% y 0,19% respectivamente
(según la Encuesta Económica de Pesca Marítima), lo que evidencia una actividad donde la
productividad es baja. De hecho, el volumen de empleo en la pesca marítima en tan solo 13
años (2002-2015) se ha reducido a la mitad, pasando de 60.000 unidades de trabajo anuales
(equivale a un puesto de trabajo a jornada completa en cómputo anual) a 30.000.
Sin embargo, esta actividad, y las industrias inducidas a partir de la misma, tienen una
importancia muy destacada especialmente en algunas regiones (comarcas y municipios
costeros de Galicia, cornisa cantábrica, Canarias, sudoeste atlántico andaluz, mediterráneo
andaluz y fachada oriental de España), que marca su perfil geográfico y socioeconómico,
reafirma su especialización productiva y refuerza la personalidad territorial.
Las cuatro zonas antes señaladas forman el caladero nacional (o aguas nacionales, que discurren
desde la costa hasta la línea exterior de 200 millas náuticas y delimitan la denominada Zona
Económica Exclusiva, ZEE), muy sobreexplotado, faena la flota de bajura, con un día de duración
de estas labores, regresa en la misma jornada a puerto y opera en la plataforma continental.
La pesca de altura se practica a media distancia y durante varios días, y la de gran altura a larga
distancia y varios meses, ambas en otros caladeros internacionales.
Galicia es la región que tiene una flota más amplia (cerca de la mitad del total de buques de
toda España), seguida ya de forma más distanciada por Andalucía (prácticamente un 16%) y
Canarias y Cataluña (con casi un 9% cada una).
Por arqueo, sin embargo, si bien Galicia sigue detentando los máximos valores (aunque en un
porcentaje ligeramente menor al del número de buques), es la flota pesquera del País Vasco
(que reúne proporcionalmente muy pocos buques) la que ocupa el segundo lugar, con una quinta
parte de todo el arqueo de la flota pesquera española, seguido por Andalucía (la mitad de lo que
representa el País Vasco), Canarias y Cataluña. Y sucede prácticamente lo mismo con la
potencia. Respecto a la relación y características de la flota española con las artes de pesca
desarrolladas, ha de señalarse que la pesca artesanal o de artes menores (las frecuentemente
utilizadas en zonas litorales no muy alejadas de la costa, en pesquerías de bajura y de aguas
interiores) emplea muchos buques -poco más de las tres cuartas partes del total- pero de
muchísimo menor arqueo y también con una eslora media más reducida, mientras que la pesca
de arrastre, de cerco y de palangre es de mucho mayor arqueo (cerca del 70% del total) y eslora,
empleando, por el contrario, bastantes menos buques (una quinta parte).
El arrastre lo constituyen unas redes que comprenden un cuerpo en forma de cono, cerrado por
un copo o saco que se ensancha en la boca mediante alas y pueden ser remolcadas por una o dos
embarcaciones. El cerco es un sistema de pesca en el que una embarcación rodea a un banco de
peces con una gran red, que después cierra por debajo, cercando y atrapando a los peces en su
interior. El palangre es el arte de pesca formado por un cabo madre o principal que se extiende
paralelo a la superficie del mar y que puede alcanzar bastantes kilómetros de longitud; de esa
línea madre cuelgan brazoladas de cabo con anzuelos al final de los mismos.
La flota pesquera española tiene una antigüedad media de 30 años, siendo la que se emplea en
las artes menores la que supera esta media (poco más de la mitad de sus buques superan los 30
años y algo más de un tercio sobrepasa los 40); la dedicada a las artes fijas (redes que se colocan
fijas en un lugar determinado de la costa para interceptar el paso de los peces u otros animales
marinos y a cuya captura están destinadas), así como a las redes de enmalle (red rectangular con
flotadores por arriba y plomos en su parte inferior) son las menos antiguas (15 y 17 años
respectivamente).
Por comunidades autónomas, son los buques de Canarias, Galicia, Murcia, Ceuta y Cataluña (por
este orden) los de mayor antigüedad, sobrepasando los 30 años como media en todos ellos.
Frente a ellos, los buques de las regiones cantábricas (País Vasco, Cantabria y Asturias) no
superan los 20 años como valor medio.
3.2. La acuicultura
1. LA MINERÍA
Las actividades mineras en España han tenido una gran tradición y han sido fundamentales en
la industrialización del país a partir del siglo XIX. Se inician con los pueblos colonizadores del sur
de la península ibérica y experimentan un cierto desarrollo con los romanos al incorporar nuevas
técnicas de arranque y profundización (plomo en Sierra Morena, de cinabrio en Almadén, Ciudad
Real, o de oro en Las Médulas, León). Los árabes continuaron la minería del cinabrio-mercurio en
Almadén, clave también después del descubrimiento de América, cuando se reactivaron las
minas de plata, cobre y plomo. La incorporación de avances legales en la primera mitad del siglo
XIX facilitó la entrada de capital extranjero y con él de nuevas técnicas que intensificaron la
producción y los beneficios de minerales como el cobre, pirita, hierro o carbón.
Así, se consolidarían diversos territorios mineros de Asturias (hulla, antracita), Castilla y León
(hulla, antracita, uranio, estaño, wolframio, etc.), Andalucía (cobre, piritas, rocas industriales,
sal marina, mármol, yesos, etc.), Galicia (lignitos, plomo, cinc, estaño, rocas industriales,
pizarra, granito, etc.), Cataluña (lignito, sal potásica), Aragón (lignito) o Castilla-La Mancha
(cinabrio-mercurio, hulla, hierro, caolín), entre otras (Cañizares, 2011). Hoy muchas de estas
cuencas mantienen su actividad y otras están clausuradas. Algunas de estas últimas han
valorizado su patrimonio para ponerlo al servicio de las dinámicas de revitalización
socioeconómica a través del turismo, principalmente, como las minas de Almadén que,
transformadas en parque minero, han sido incluidas en 2012 en la Lista del Patrimonio Mundial
Unesco. La riqueza en recursos minerales es muy relevante en España, como muy bien presenta
el Mapa Minero que permite asociar la geología con los recursos minerales. Las áreas paleozoicas
se relacionan, preferentemente, con mineralizaciones de pizarras (Galicia, León, Zamora), de
Los productos energéticos, sometidos a una dura competencia de precios (carbones), también
perdieron empleados de manera significativa, manteniéndose más estables los minerales
industriales, y aumentando los metálicos dada la rentabilidad de sus productos y derivados.
En el mapa Inversiones
realizadas en minería se
observa que se han centrado
en el ámbito meridional: en
Huelva, Sevilla y Badajoz
(wolframio, cobre), orientadas
a sistemas de tratamiento y de
explotación. En zonas
tradicionales del norte son
relevantes en Asturias, León,
Palencia, Navarra, Zaragoza,
Teruel y Barcelona, junto con
Madrid en el sector central y
están preferentemente
destinadas a sistemas de
explotación y tratamiento,
quedando la investigación en un lugar poco significativo.
Con respecto a los costes de producción muestra que son significativos en personal, contratas
y otros gastos en las cuencas carboníferas asturianas y castellano-leonesas, como también de
las aragonesas y castellano-manchegas, tanto en la minería subterránea como a cielo abierto.
Fuera de este ámbito geográfico destacan Barcelona (minerales industriales), área sudoccidental
del país, Huelva, Sevilla y Badajoz (minerales metálicos) y Galicia (rocas ornamentales).
La Evolución del valor de la producción minera –casi 4.500 millones de euros en 2007 y 3.016
millones de euros en 2014– refleja, de nuevo, que está afectada por la crisis económica, aunque
tiende a estabilizarse. Por grupos destacan el fuerte descenso de los productos de cantera, que
2. ENERGÍA
Como energía primaria se entiende la contenida en la fuente de la que procede y energía final
es la que como tal se usa en su lugar de destino. El petróleo es la principal fuente de energía
primaria no renovable en España; supone el 42% del total y le siguen el gas natural (20%), la
energía nuclear (12%) y el carbón (12%). El resto lo aportan las energías renovables (13,9%). La
crisis económica que afectó a España de 2008-2014 se reflejó en una destacada caída en el
consumo de energía, como se observa en los gráficos
A través del proceso de refino del petróleo se obtienen: Gases Licuados del Petróleo (GLP),
naftas, gasolina, etileno, propileno, queroseno, gasóleo, fuelóleo, asfalto, coque y lubricantes.
• Los GLP (butano y propano) son los primeros componentes extraídos del petróleo a través
de su destilación. Se usan como combustible para cocina, agua caliente y calefacción.
• Las naftas son los principales componentes para múltiples productos, como gasolinas y
disolventes, además de materia prima para el etileno y el propileno.
• El gasóleo, tras pasar por múltiples pasos para ser purificado, se usa en (a) vehículos de
automoción –el de más calidad–; (b) en maquinaria agrícola, pesquera, embarcaciones y
vehículos autorizados; y (c) en calderas de calefacción.
• Los asfaltos son un material de construcción para carreteras, pistas y circuitos. También
se usan como impermeabilizante de tejados y suelos.
España cuenta con unas infraestructuras de distribución de productos petrolíferos que la hacen
emblemática en el mundo. La Compañía Logística de Hidrocarburos (CLH) conecta a su red las
También un doble
oleoducto, propiedad de
Repsol, conecta las
refinerías de Cartagena y
Puertollano. El consumo
generalizado de gas natural
ha sido posible por la red de
infraestructuras de Enagás.
Cuenta con siete plantas de
regasificación de gas natural
licuado, cuatro
almacenamientos
subterráneos, 19 estaciones
de comprensión, una red de
11.000 km de gasoductos y
seis conexiones
internacionales que permiten la importación y exportación de este recurso. También existe la
conexión desde la Península y las islas Baleares.
La otra gran apuesta para la producción de electricidad han sido las energías renovables,
preferentemente la eólica (21.000 MW), solar fotovoltaica (4.700 MW) y solar termoeléctrica
(2.300 MW). También son reseñables los 1.600 MW nuevos en centrales de cogeneración. La
energía eólica tiene una localización preferente en la mitad septentrional de España, con una
presencia muy destacada en Galicia, Castilla y León, Navarra y Aragón. En Castilla-La Mancha se
han construido grandes parques eólicos en las provincias de Albacete, Ciudad Real y Cuenca, y
en Andalucía en las provincias de Cádiz y Huelva. Las centrales fotovoltaicas forman parte de
los paisajes de nuestro país desde mediados de la primera década de este siglo. Se han instalado
paneles solares en las cubiertas de viviendas, naves industriales y parques fotovoltaicos con
una gran potencia. La tercera tecnología solar, la térmica, es más reciente y sus grandes plantas
se localizan al sur del paralelo 40º N. Desde comienzos de este siglo se han instalado en España
26.670 MW en centrales de ciclo combinado, que funcionan con gas natural. Esto ha permitido
la disponibilidad de abundante potencia para futuras necesidades y para cuando no se genera
energía eólica por la escasez o ausencia de vientos.
Con este incremento tan intenso de la capacidad instalada, España acumula a finales de 2015
una potencia de 106.247 MW, de los que 101.000 se localizan en la Península. La cobertura de
la demanda de energía eléctrica en España es un hecho singular en el conjunto de países por la
diversificación de su procedencia. En 2015, predominan la nuclear (21,8%), carbón (20,3%) y
eólica (19%), y a ellas se suman otras siete aportaciones: hidráulica (11%), cogeneración
(10,1%), ciclo combinado (10,1%), solar fotovoltaica (3,1%), solar termoeléctrica (2%), otras
renovables (1,8%) y tratamiento de residuos (0,8%).
La estructura de la generación anual de energía renovable suele ser variable, debido a que está
condicionada por la disponibilidad de agua y de vientos.
3. INDUSTRIA
Aunque la modernización también tiene una vertiente sombría: los desequilibrios regionales y
la desigualdad emergen como expresión de las contradicciones del capitalismo industrial y la
globalización del sistema económico actual. Corresponde al grupo C de la Clasificación Nacional
de Actividades Económicas (CNAE) 2009 y agrupa otros 24 subsectores, contenidos entre los
códigos 10 y 33. Es preciso puntualizar que este grupo C incluye la rama industrial 19, coquerías
y refino de petróleo, que en otras clasificaciones industriales, como la RAMI (Ramas Industriales)
elaborada por el antes denominado Ministerio de Industria, Energía y Turismo (MINETUR) se
contabiliza como rama energética, en lugar de industrial. Por tanto, aunque la información
estadística utilizada se basa en la clasificación CNAE 2009.
3.1. La desindustrialización
La desindustrialización es, sin embargo, un fenómeno que, como en el resto de los países
desarrollados, también está ocurriendo en España. El peso de la industria como sector
económico ha disminuido cinco puntos porcentuales entre 1995 y 2015, mientras que el sector
servicios ha aumentado en ocho puntos porcentuales en el mismo periodo (hasta el 68%).
3.2. La diversidad de la
industria manufacturera
La diversidad de la industria
manufacturera española en
2016 se aprecia bien en el
gráfico sobre la Distribución de
empresas por sectores y el
mapa Empresas industriales:
un total de 18 ramas de
actividad, desde alimentación,
bebidas y tabaco, pasando por
cuero y calzado, metalurgia,
química, hasta madera,
muebles y materiales de
La diversidad
sectorial o por ramas
de manufacturas es
mayor en las
comunidades
autónomas donde el
número total de
empresas también es
más elevado: así se
aprecia en los mapas
cómo Cataluña,
Comunitat
Valenciana,
Andalucía y
Comunidad de Madrid ofrecen una notable variedad sectorial, aunque la importancia de unas
ramas y otras es diferente: por ejemplo, en Cataluña destaca la rama de los productos metálicos
sobre el resto mientras que en Andalucía hay un equilibrio de este con la rama de alimentación.
Si atendemos al componente territorial, la importancia numérica de las empresas ligadas a las
manufacturas sobre el conjunto del tejido empresarial revela un pronunciado contraste, pues
solo en el País Vasco, Navarra, La Rioja y Castilla-La Mancha se supera el 6,9%. Por el contrario,
donde su peso relativo es menor es en las Islas Canarias, Illes Balears o Andalucía. Si atendemos
al PIB industrial, sobresale la importancia de Cataluña, Comunidad de Madrid, Comunitat
Valenciana y País Vasco, donde, no obstante, la evolución de este indicador es negativa desde el
inicio de la crisis, como en el resto de las comunidades autónomas, si bien el balance del período
2000-2015 es positivo por la recuperación de los valores en los años recientes, como se refleja
en la cartografía adjunta.
La evolución del empleo en la industria manufacturera muestra entre 2000 y 2015 un desplome
del volumen de efectivos, una pérdida que afecta sobremanera a las comunidades autónomas
con más empleo en las manufacturas al inicio del período, pero que es general a todo el país.
De hecho, el gráfico sobre este indicador referido al período 2000-2015 para el conjunto de
España atestigua la tendencia decreciente del empleo en la industria manufacturera, que pasa
de casi 2,9 millones de empleados a menos de dos millones en 2015, lo que representa una
pérdida cifrada en casi una tercera parte del músculo laboral en este tipo de industria.
Con respecto a la evolución del Producto Interior Bruto en la industria manufacturera muestra
los dos fenómenos de enorme importancia para comprender la dinámica de esta rama de
actividad.
Todos estos avances dan lugar a lo que se conoce como Industria 4.0 y conllevan un profundo
cambio en el perfil de los profesionales que trabajan en el sector. Si en su origen la industria
ocupó a trabajadores provenientes del sector agrícola sin que precisaran de mucha formación,
ahora los ocupados tienen un nivel educativo más elevado y en las empresas se impone la
La crisis rebaja su contribución al PIB pero no existe un desplome tan significativo como en los
casos anteriores y a partir de 2013 (alrededor de un 5,5%) se estabiliza sin grandes diferencias.
Todo ello está en relación directa con el pinchazo de la burbuja inmobiliaria y el cierre de
empresas de muy distinto tipo, con el consiguiente aumento de parados, pero se palía con un
volumen de viviendas en stock aún importante que las inmobiliarias y los bancos continúan
sacando a la venta a precios elevados, aunque más bajos que en la primera década del siglo. Los
datos por regiones para 2015 reflejan algo importante y es, en primer lugar, cómo de nuevo la
participación en millones de euros es más importante en las regiones más pobladas y con las
ciudades más grandes (Comunidad de Madrid, Cataluña, Andalucía, Comunitat Valenciana),
pero esto no se corresponde con un mayor peso del PIB en la economía regional.
Por regiones en 2016 destaca la ingeniería civil en casi todos los casos, muy por encima de la
edificación residencial, relevante en Madrid, donde el volumen de negocio supera el billón de
euros, y en menor medida en Cataluña y Andalucía, Galicia y el País Vasco. Sobresalen también
aquellas regiones en las que las licitaciones han aumentado porcentualmente de manera
significativa respecto al año anterior (más del 50%), síntoma de la recuperación económica, como
es el caso de Madrid y Comunitat Valenciana.
El ocio y el tiempo libre son las condiciones de partida para el desarrollo del turismo, que se
convierte en un fenómeno de masas cuando mejoran y se abaratan los transportes, se
generalizan las vacaciones pagadas y se rebajan las tensiones internacionales –guerra fría- a
mediados del siglo XX. España entra en el turismo de masas cuando normaliza sus relaciones
internacionales a partir de 1960 y rápidamente esta actividad se convierte en un subsector
estratégico –dentro de las actividades terciarias-, cuyos ingresos cubren ya el 72% de la Balanza
de Pagos dos años más tarde. Desde los inicios la política turística está orientada hacia la
captación del mayor número posible de visitantes, de lo que deriva un turismo de baja calidad -
de sol y playa-, concentrado en los meses veraniegos y circunscrito a la costa mediterránea y los
archipiélagos balear y canario. A partir de los años ochenta desciende la estacionalidad, se
incrementa ininterrumpidamente el número de viajeros, se incorporan las técnicas más
modernas y, ya en el siglo XXI, se adoptan algunas medidas en defensa de un turismo sostenible,
por aquello de no morir de éxito.
En España, desde los inicios del siglo XXI estamos asistiendo a un cambio ciertamente
significativo en la dinámica turística, en respuesta a los procesos de globalización y, sobre todo,
a las nuevas tendencias de los mercados. Se manifiesta fundamentalmente en diferentes
indicadores como la llegada de turistas internacionales, número de pernoctaciones, ingresos o
aportaciones al PIB nacional. A su vez, estos procesos están influenciados por la crisis financiero-
económica, siendo el año 2009 el que marca un antes y un después en la evolución de los
diferentes indicadores turísticos.
En el año 2001 se superaron los 75,6 millones de visitantes internacionales, de los que 48,6
millones eran turistas (visitantes que pernoctan), si bien descendió el número de
pernoctaciones, que en ese año fueron 143,4 millones, bajada que continuaría hasta el año 2004,
en el que se registran 134,6 millones de pernoctaciones. El año 2005 el número de turistas
internacionales asciende a 55,9 millones y se recuperan ligeramente las pernoctaciones con
138,7 millones, tendencia que se trunca en el año 2009 con la llegada de 52,2 millones de turistas
internacionales y 141,2 millones de pernoctaciones. A partir de ese año se van remontando las
cifras de llegadas y pernoctaciones hasta llegar al año 2013 a 60,7 millones de turistas
internacionales (5,6% de incremento respecto al año anterior) y en 2016 hasta los 75,3 millones
(un 10,5% más que en 2015).
Estos cambios han tenido un reflejo en las aportaciones al PIB. Así, con los inicios del siglo actual
y hasta finales de 2008 se produce un periodo de ligero descenso en este indicador pasando la
aportación al PIB en el año 2000 del 11,6%, al 10,9% en el año 2004. Este decrecimiento se irá
pronunciando hasta el año 2009 que registró tan solo el 10%, notándose de modo evidente los
efectos de la crisis financiero-económica. Estos primeros años del nuevo siglo han representado
un freno a la evolución positiva de los ingresos desde la década de los años noventa del siglo
pasado.
Merece la pena fijarse en las empresas que se dedican a la industria cultural. Son las que han
representado un crecimiento más espectacular, ya que de las 3.383 empresas en el año 2010 se
ha pasado a un total de 5.364 en el año 2015, es decir, un 58,6% de crecimiento. La demanda
creciente de este tipo de turismo junto con el importante número de recursos patrimoniales y
culturales de nuestro país, son dos circunstancias favorables que han propiciado el despegue de
una actividad turística que aúna el recurso endógeno a la mejora en la calidad del turismo.
Paralelamente, esta oferta de alojamientos reglada, entre los años 2000 y 2007 hasta el inicio de
la crisis financiero-económica de 2008, ha ido acompañada de procesos de urbanización
relevantes en los que tanto los españoles como los extranjeros adquirieron para uso vacacional
o permanente viviendas en nuestras costas. Esta situación se vio favorecida, no solo por la
calidad de nuestras playas, sino también por la favorable situación geoestratégica, por las
economías de los países demandantes de nuestras costas, por las buenas condiciones de la
financiación de las viviendas y por la proliferación de vuelos de bajo coste.
Como ya se ha adelantado, uno de los recursos naturales más importantes que han hecho posible
esta evolución ha sido el número de playas y su calidad, convirtiéndose el producto de sol y playa
en el principal icono de nuestro turismo litoral; este producto ha ido evolucionando hasta
enriquecerse con otros, tanto de carácter natural, como cultural o de acontecimientos
programados. Además, se ha perfeccionado con la aplicación de modelos de gestión que han
mejorado su calidad ambiental.
El número total de playas en las costas españolas en el año 2015 es de 3.469, en ellas están
contabilizadas las playas o calas de cantos rodados y con arenas de granulometrías altas. Hay
provincias como A Coruña que registran 399 playas, Pontevedra 365, o Asturias con 202 que, a
pesar de tener el número más elevado de playas, no son las más desarrolladas turísticamente
en el producto sol y playa. Esta situación se refleja lógicamente a nivel municipal, caso de Cangas
en Pontevedra con 42 playas, Muros en A Coruña con 26 o en algún destino del litoral
mediterráneo como Vinaròs (norte de la provincia de Castellón) que registra 26 playas, de las que
18 son calas de cantos rodados y de arenas con granulometrías altas.
En el año 2015 fueron galardonadas 577 playas con bandera azul, el 16,6% del total de las
playas. Por CC.AA. la gallega con 131 banderas azules es la que más playas galardonadas
registra, habiéndole adjudicado esa certificación al 15,6% de las presentadas. La Comunitat
Valenciana ocupa el segundo lugar con 120 banderas azules, si bien es muy relevante que tenga
galardonadas el 36,59% de las presentadas (59 en Alicante, 31 en Castellón y 30 en Valencia),
todas ellas presentan granulometrías bastante bajas en los calibres de la arena, con la excepción
del sur de la provincia de Castellón. El resto de las comunidades autónomas ostentan un número
inferior. Por último, cabe significar en espacios de interior la bandera azul concedida a Playas
Costa Dulce de Orellana la Vieja, en el embalse del mismo nombre, en la comarca de La Serena
de Badajoz, que en 2015 ha renovado por octavo año consecutivo tal galardón.
Uno de los referentes importantes para valorar la importancia de nuestros destinos turísticos
son las certificaciones, representadas en el mapa Establecimientos certificados con «Q» de
Calidad Turística. Esta certificación tiene su origen en 1977 y la otorga el Instituto para la Calidad
Turística Española (ICTE), integrado por las asociaciones turísticas más relevantes. La concesión
exige el preceptivo examen por parte de auditores que aseguran la calidad, seguridad y
profesionalidad de sus empresas y establecimientos. Con ello se busca afianzar su prestigio,
hacer reconocible su diferenciación, dar un sello de fiabilidad a los clientes, ratificar su
rigurosidad en el servicio e impulsar la promoción de los equipamientos que ostenten esta
certificación.
En el conjunto de España en el año 2015 había un total de 1.860 «Q» de calidad turística en los
diferentes establecimientos siendo los que presentan mayor número de acreditaciones los
establecimientos de servicios turísticos con 1.002 y los alojamientos con 535 y, a más distancia,
instalaciones deportivas (41), turismo industrial (27) y finalmente los espacios naturales (23).
Respecto a los establecimientos de servicios turísticos con la «Q» de calidad destacan por su
concentración el País Vasco, con 65 entre las tres capitales vascas, y Madrid y entornos (tan solo
la capital concentra 54). Galicia también presenta una gran concentración de este tipo de
establecimientos con dicha acreditación, destacando A Coruña con 18 y Vigo con 16. Otras
ciudades que sobresalen en el norte son Gijón con 15 y Santander con 10. Respecto al área
mediterránea destaca Barcelona con 21 y Valencia con 15. Al sur de la Comunitat Valenciana y
norte de Murcia se configura una importante concentración con Alicante capital con 11, Murcia
13 y 14 en Orihuela. En Andalucía, Sevilla capital destaca con 23 «Q» de calidad y Málaga con 14.
En los territorios y provincias del interior destaca Córdoba con 13 y Zaragoza con 15, junto a una
llamativa ausencia de estas distinciones con la excepción de Madrid. En las zonas insulares
sobresalen Las Palmas de Gran Canaria con 9 y Palma de Mallorca con 11. En definitiva, en torno
a Madrid, País Vasco y Galicia es donde mayor concentración hay de establecimientos con «Q»
de calidad de servicios turísticos. Respecto a las «Q» de calidad en alojamientos, la dispersión
es mayor en toda España. No obstante, cabe destacar estos alojamientos en destinos turísticos
de sol y playa. Son los casos de Benidorm o Sanxenxo con 14 establecimientos, Salou y Peñíscola
con 6 cada uno o Lloret de Mar y Gandia con 5. Sorprenden el bajo número de alojamientos de
Madrid con 6, Barcelona con 4, Valencia con 3, Sevilla con 2, o núcleos históricos como Santiago
de Compostela con 5 y Toledo con 3.
En cuanto a la «Q» de calidad en las playas, si bien hay una gran presencia en la mayor parte de
los tramos litorales, sobresalen Málaga con 32, destacando Mijas con 8. El litoral murciano
2.2. Alojamientos
Por categorías son los de cuatro estrellas los más numerosos seguidos por los de tres estrellas,
13 en total, y tres de cinco estrellas, uno en Santiago de Compostela, otro en León y un tercero
en territorio portugués, el de Casa de Ínsua. En cuanto a la distribución por el territorio
peninsular, su número es mayor en el centro y norte. En los espacios insulares ya hemos
adelantado que la comunidad Illes Balears no registra ninguno, pero sí la canaria con cinco, uno
en cada isla, menos en las de Lanzarote y Fuerteventura. Por último, son establecimientos
altamente competitivos por su singularidad, tanto en la ubicación de sus edificios, como por la
calidad en las prestaciones a sus clientes de ahí que haya más de 750.000 personas
pertenecientes a la asociación Amigos de Paradores.
En los establecimientos hoteleros en España se constata, sobre todo a partir del año 2002, un
repunte en su crecimiento hasta la actualidad. Cabe significar que el descenso iniciado en el año
Como se aprecia en el mapa Hoteles las provincias de Illes Balears, Asturias, Barcelona y Girona
son las que representan porcentajes superiores a 5% con respecto al total nacional. Entre el
3,1% y el 5% cabe señalar las provincias de Pontevedra, Málaga, Alicante y Madrid. Las que
menos porcentajes
hoteleros presentan
son las provincias
que componen las
comunidades
autónomas de
Castilla-La Mancha
y Castilla y León con
una participación
inferior al 1,1% del
total de España.
A nivel nacional
predomina, con el
32,9%, la categoría
de tres estrellas,
seguida de la de
cuatro, con el
25,9%, la de dos con 23,7% y la que menos la de una estrella con 15,1%. Es significativo, que los
hoteles de tres y cuatro estrellas representen el 58,8% de la oferta hotelera, lo cual avala la buena
calidad media de los hoteles españoles. No obstante, la distribución espacial muestra algunas
matizaciones. En las comunidades autónomas situadas en la costa mediterránea, además de Illes
Balears, el predominio de los hoteles de tres y cuatro estrellas es claro, debido,
fundamentalmente, al producto de sol y playa, llegando a representar estas categorías en la
comunidad autónoma balear el 80,8%. Sin embargo, en Galicia y Asturias el predominio
corresponde a los hoteles de una y dos estrellas, aunque en la comunidad autónoma asturiana
la presencia de la categoría de tres estrellas es más elevada. El mayor equilibrio de todas las
categorías, con la excepción de la categoría de cinco estrellas, se da en Cantabria y en el País
Vasco. En la Comunidad Foral Navarra y en La Rioja, en torno al 50% son hoteles de tres estrellas.
En las comunidades autónomas de Castilla y León, Castilla-La Mancha y Extremadura, aunque
son relevantes las categorías de dos, tres y cuatro estrellas, la presencia de la categoría de una
es relativamente importante.
En el mapa Plazas
en hoteles se
muestra que el
mayor peso lo
ostentan las
provincias del arco
mediterráneo, Illes
Balears y Canarias,
además de Madrid.
Este claro
predominio de
plazas es aún mayor
que el del número
de hoteles, lo que se
debe al mayor
dimensionamiento que tienen los hoteles, sobre todo en zonas turísticas de producto de sol y
playa por motivos de rentabilidad y elevada demanda. Respecto al total nacional las provincias
de Barcelona y Málaga, además de Madrid, Illes Balears y Canarias, alcanzan una participación
superior al 5% del total nacional. Entre el 3,1% y el 5% se encuentran las provincias de Girona,
Tarragona y Alicante. Cádiz, Almería y Valencia oscilan entre 2,1% y 3%. El resto de las provincias
mediterráneas españolas y en el norte peninsular las provincias de A Coruña, Pontevedra,
Asturias y Cantabria, su participación oscila entre el 1,1% y el 2%. El resto de las provincias
españolas está por debajo del 1%, es decir todo el interior peninsular con la excepción de Madrid.
Entre 2001 y 2013 la tendencia en la evolución del número de plazas hoteleras ha sido al alza,
incluso mayor que la de creación del número de hoteles, repuntando aún más en 2014.
El mapa Evolución de
plazas en camping
ofrece información
sobre este tipo de
alojamiento. En
agosto de 2014 había
1.178
establecimientos
abiertos. En ellos se
ofertan 754.275
plazas, que en un
70% se ocupan entre
los meses de junio y
septiembre.
En las comunidades
autónomas de
Cataluña, Andalucía
y Comunitat Valenciana se ubica el mayor número de camping con el 29,2%, 12,3% y el 9,3%, y
el 63,4% total de las plazas. Por provincias son las catalanas de Girona, Tarragona y Barcelona, a
las que se unen Alicante y Cádiz las que registran mayor número. Estos establecimientos se
ubican en general cerca de las zonas de playa. No obstante, también adquiere protagonismo en
algunas provincias del interior, sobre todo en zonas de montaña (provincias de Huesca y Lleida).
También cabe citar su presencia en las zonas costeras de las rías bajas de Galicia y en toda la
cornisa cantábrica, sobre todo en las costas de Asturias y Cantabria. Su menor presencia se da
por motivos geográficos obvios en Illes Balears y Canarias. Por municipios destacan Blanes con
12, Benidorm con 11 y Torroella de Montgrí y Sanxenxo con 10 cada uno.
Desde agosto del año 2001 hasta agosto del 2014 el número de plazas en los campings ha ido
descendiendo ligeramente en el conjunto nacional. Sin embargo, el comportamiento espacial
ha sido dispar. Así, Cataluña ha visto descender sus plazas, a pesar de ser la primera comunidad
en este tipo de alojamiento, al igual que Andalucía o Asturias, mientras otras se han mantenido.
Aragón, Navarra, País Vasco y Extremadura han incrementado el número de establecimientos
por encima del 109,1%, siendo el crecimiento más significativo el de Canarias, con el 233%. En
definitiva, parece existir un cambio de tendencia en este tipo de alojamiento, debido, en parte,
al atractivo de los espacios de interior, con sus productos de naturaleza, cultura y gastronomía.
El alojamiento en
apartamentos
turísticos tiene una
oferta media de más
de 450.000 plazas
que generan más de
22.000 puestos de
trabajo. En el mapa
Plazas en
apartamentos
turísticos se aprecia
su concentración en
las provincias
costeras mediterráneas (Cataluña, Comunitat Valenciana, Illes Balears), Andalucía y en Canarias
con casi el 90% del total. Entre ellas, Canarias y Comunitat Valenciana con el 27,1% y el 18,2%,
respectivamente, son las que mayor número de plazas ofertan. Las provincias de Girona,
Tarragona, Alicante y Málaga superan el 5% del total de plazas, seguidas de Valencia y Castellón,
que oscilan entre el 3,1% y el 5% del total. Sin duda, estas plazas en apartamentos turísticos
están claramente ligadas al producto de sol y playa, y cabe significar que desde el año 2001
hasta la actualidad se ha incrementado su número de manera sustancial, muchas de ellas
procedentes de una oferta alegal que desde hace unos años está en proceso de regulación.
Los Alojamientos y
plazas en turismo
rural crecieron de
manera importante
en España entre 2001
y 2012, si bien en ese
año se inició un
descenso,
posiblemente por su
sobreoferta y
descenso de la media
de ocupación. Así, la
oferta en 2014
descendió en casas
rurales y se
contabilizaron 16.087
establecimientos. El
Los centros de turismo de salud españoles más genuinos los componen los balnearios o
estaciones termales y los centros de talasoterapia. El número de establecimientos balnearios
alcanzan los 113. Galicia y Cataluña concentran entre ambas más del 35% del total; le siguen
Andalucía y Aragón. Cabe señalar que el 40% disponen de la «Q» de calidad. Por lo que respecta
a los centros de talasoterapia, en los últimos años han desaparecido algunos y en el año 2016
se cuenta con 6 centros, 2 en Galicia y Comunitat Valenciana y uno en País Vasco Murcia.
Un tipo de alojamiento
de notable importancia
son las viviendas
secundarias. Muestra
contrastes por razones
dispares. Por un lado,
destaca la franja litoral
mediterránea en donde
responden al atractivo
que ejercen las playas. El
crecimiento ha sido
espectacular en los
últimos decenios del
pasado siglo y loss
primeros años del
presente milenio; fue
una manifestación más
del “boom inmobiliario”, que se paralizó en 2008, y de la mayor holgura económica de una buena
parte de la sociedad que decidió invertir en un alojamiento vacacional. Por otro lado, están las
provincias de interior (por ejemplo Cuenca, Guadalajara, Ávila, Segovia, Soria y Teruel con más
del 30% de sus viviendas como residencias secundarias) que poseen otro tipo de atractivos,
notablemente los relacionados con el patrimonio natural y cultural, con el que la población de
las grandes aglomeraciones urbanas se siente atraída por su valor, cercanía y un reconocimiento
social cada vez más elevado; en este ámbito rural del interior peninsular, muy despoblado, sobre
todo en las áreas de montaña, se ha producido, a su vez, una recuperación y rehabilitación de
las casas por parte de los descendientes de los que en su día emigraron o bien por nuevos
inquilinos del ámbito urbano sin relación previa que han adquirido y acondicionado bastantes de
las viviendas. Hemos asistido, de hecho, a un cambio funcional del hábitat de gran calado que
dejó su papel agrario por otro cariz netamente turístico.
3. LA DEMANDA TURÍSTICA
En 2014, el número total de entradas o de visitantes por fronteras fue de 107,1 millones, lo que
representó el máximo de llegadas en la serie histórica de FRONTUR. No obstante, y en función
En Illes Balears el
predominio es de
origen alemán,
contabilizándose hasta
un 36,5%, seguido del
británico con el 29,7% y
a más distancia el
turismo italiano, con el
5,5%. Esta presencia tan abrumadora de alemanes y británicos en estas islas se debe al
posicionamiento ya histórico de los mayoristas turísticos alemanes y británicos que,
prácticamente, se repartieron el mercado, utilizando los vuelos aéreos de bajo coste.
En la Región de Murcia la llegada de turistas extranjeros es muy inferior, ya que tan sólo
representa el 20,0% del total de visitantes, con predominio del Reino Unido y Francia, mientras
que está muy dispersa la procedencia de los turistas del resto de países; sin duda, la ausencia de
instalaciones aeroportuarias competitivas está entre las razones principales del bajo número de
visitantes extranjeros en esta región. En Andalucía predominan los británicos (29,4%), seguidos
de los franceses (12,5%) y los alemanes (10,8%), aunque la diversidad por su procedencia es muy
variada, destacando también el bloque de países nórdicos.
Canarias recibe turistas procedentes del Reino Unido, Alemania y países nórdicos, que suman
más del 73% de los que visitaron las islas en ese año 2014. La Comunidad de Madrid alcanza una
cuota de turismo extranjero del 7% del total de España; tiene una mayor diversificación, siendo
los mercados de procedencia, por orden de importancia, Francia, Italia, Reino Unido, Alemania,
Portugal y Bélgica, que suponen todos ellos casi el 50% del total. En la fachada cantábrica la
presencia de turismo extranjero es mucho menor, aunque cabe significar el posicionamiento en
los últimos años del País Vasco, sobre todo por la llegada de turismo francés. En Galicia, aunque
con menos presencia sobresale el turismo francés y el británico. En Cantabria, aunque con
bastante menos que las otras dos comunidades, predominan franceses y británicos.
En el interior peninsular, además de Madrid, cabe destacar también por sus incrementos en este
año 2014 Castilla y León con turismo francés y portugués. En el resto, la presencia de turistas
extranjeros es muy inferior. Si se compara el número de turistas respecto al total de habitantes,
destacan las dos comunidades autónomas insulares con cifras superiores al 5%. Entre el 1,1% y
el 2,5% está el arco mediterráneo, excepto Murcia que cuenta entre el 0,6% y el 1,0%, dato muy
similar a Madrid, Cantabria y País Vasco.
La Procedencia de los turistas extranjeros según países, del año 2013, refleja el predominio del
Reino Unido con el 23,6%, los alemanes el 16,2%, los franceses representaron el 15,7%, y los
nórdicos el 8%. A más distancia se sitúa Italia (5,2%), Bélgica (3,1%) y Portugal (2,8%). El resto de
los países europeos aportaron el 3,9%. Fuera de Europa, la llegada de los turistas procedentes de
EE.UU en 2013 supuso el 2% y el conjunto de los demás países de América el 3,1%, siendo el
porcentaje del resto del mundo el 3,2%.
Respecto a la variación del número de turistas que visitaron España entre el año 2010 y 2013,
cabe señalar que Francia, Alemania y Reino Unido registraron una progresión que osciló entre
el 10,1% y el 20,0%. Es muy significativo constatar que el país que más incrementó su aportación
de turistas fue Rusia con tasas superiores al 150%, al igual que los países nórdicos con
variaciones entre el 40,1% y el 80,0%. Por el contrario, Portugal e Italia sufrieron
decrecimientos importantes en el número de turistas hacia nuestro país. Desde el continente
americano también se incrementó, de manera sustancial, la aportación de turistas por parte de
Venezuela y Chile con tasas que rondan el 200%, seguidos en importancia por México (40,1%-
80,0%), Brasil, Canadá o Argentina, con tasas ligeramente inferiores. En el caso de los turistas
procedentes de Estados Unidos el crecimiento fue más tibio (5,3%). Resulta obvio recordar que
en todas estas dinámicas de procedencia de los turistas influyó de manera importante la
situación socioeconómica de cada país en el marco de la crisis iniciada en el año 2008.
También son los británicos y los alemanes los que más días pernoctan en los establecimientos
hoteleros. La estancia media de días para el conjunto nacional es de 2,6 noches. Se superan los
cinco días en Canarias, Illes Balears y las provincias de Tarragona, Alicante, Almería y Huelva;
para el resto de provincias mediterráneas la media oscila entre 2,1 y 5 días.
En apartamentos turísticos,
se contabilizaron 9,6
millones de viajeros que
utilizaron este tipo de
alojamiento, alcanzando los
66,4 millones de
pernoctaciones. Las
comunidades autónomas
más receptoras de visitantes
en los ámbitos catalogados
como principales destinos
turísticos según el INE fueron
Cataluña, Comunitat
Valenciana, Andalucía y
Madrid, y las insulares Illes
Balears y Canarias. Entre los
principales destinos turísticos municipales, además de Madrid y Barcelona con un predominio
claro de los alojados en establecimientos hoteleros, destacan en el arco mediterráneo los
destinos de sol y playa, entre ellos, de norte a sur, Blanes, Castell-Platja d’Aro, L’Escala o Lloret
de Mar en Girona; Barcelona con Calella y Santa Susanna; en Tarragona Salou y Cambrils; en la
Comunitat Valenciana en el norte Peñíscola, Gandia y Cullera en Valencia, y en Alicante, además
de la capital, Benidorm, Xavea o Calpe; en Murcia, Cartagena y los Alcáceres; y en Andalucía,
Mojácar y Roquetas de Mar en Almería.
Un destino muy importante es Granada capital con la Alhambra y en la costa Motril, Almuñécar
y Salobreña. La provincia de Málaga integra un importante número de destinos turísticos en la
llamada Costa del Sol, entre
los que destacan Estepona,
Fuengirola, Marbella y
Torremolinos. En Cádiz,
Barbate, Chipiona, Jerez y el
Puerto de Santamaría. En
Sevilla destaca la capital, al
igual que Córdoba. En cuanto
a destinos insulares, en Illes
Balears destacan todas las
islas con sus principales
destinos de Palma de
Mallorca, Calvià, Alcúdia,
Andratx, también Mahón y
Ciudatella de Menorca, y,
lógicamente, Ibiza. En
Los Indicadores de rentabilidad del sector hotelero muestran que Illes Balears y Canarias
presentan los hoteles más rentables con ingresos medios por habitación en 2014 entre 55 y 67
euros; Cataluña y Madrid obtienen unas medias de 45 a 55 euros; Andalucía, Comunitat
Valenciana y País Vasco entre 35 y 45 euros; por último, el resto de España está con menos de
35 euros. En definitiva, son los hoteles de Illes Balears, Canarias y los del arco mediterráneo junto
con Madrid los que presentan mayores rentabilidades.
El gasto de los turistas no residentes en precios corrientes muestra, entre 2006 y 2014, una
evolución acorde con la dinámica económica acaecida. En 2007, se superaron los 51.000
millones de euros, produciéndose un descenso en el año 2009 como consecuencia de la crisis
financiero-económica, pero en el año 2010 se inicia una recuperación que será progresiva hasta
el año 2014, cuando se superan los 63.000 millones de euros. De la constatación de estos datos
se deduce que durante la crisis económica, incluso en los años más críticos, el turismo, por lo que
al gasto de los turistas se refiere, no se resintió tanto como en otras actividades.
Con respecto a la evolución mensual del gasto de los turistas no residentes se aprecia una
tendencia general a ser más elevado en los meses de verano. En Cataluña, Illes Balears y
Comunitat Valenciana se produce de manera más relevante, lógicamente atraídos por el
turismo de sol y playa, mientras que en Andalucía además de los meses de verano se da un
repunte en los de marzo y abril coincidiendo con la Semana Santa y la Feria de Abril de Sevilla.
Si bien los aspectos económicos son de notable importancia, no se puede olvidar otro
ineludiblemente unido a la actividad turística: su sostenibilidad ambiental. Un recurso deja de
serlo en su plena potencialidad si durante un tiempo es sometido a graves presiones y
sobrecargas, entrando en un proceso regresivo con consecuencias negativas:
Determinados productos turísticos, notablemente los de sol y playa pueden estar en situación
crítica en determinados momentos (no son extraños cierres temporales de playas por
contaminación o conflictos sociales por colisión de costumbres y contaminación acústica). En
algunos recursos turísticos como espacios naturales protegidos o bienes arqueológicos se lleva a
cabo, con el debido cuidado, un trato sostenible; esta experiencia sería recomendable que se
extendiera a otros. La búsqueda de equilibrios entre potencialidad de acogida y satisfacción de
la demanda no debe cejar; los responsables de gestión turística deben estar atentos a los límites
de carga del recurso turístico que nunca deben ser sobrepasados.
Por otra parte, los servicios, también denominados sector terciario de la economía, agrupan un
conjunto de actividades orientadas a satisfacer las necesidades más diversas. No producen
bienes materiales propiamente dichos, sino que prestan cuidados, asistencia e información a dos
tipos de demanda, una directa o de consumo final, como la sanidad, enseñanza, hostelería y
comercio al por menor; y otra de carácter intermedio que fomenta las actividades relacionadas
con la producción y distribución, como son los transportes, comercio al por mayor, bancos,
inmobiliarias y otros muchos servicios a las empresas.
1. EL COMERCIO INTERIOR
En este contexto, como consecuencia lógica de la caída del consumo durante la crisis, pero
también por la implantación de las nuevas tipologías comerciales, con tendencia a
establecimientos de mayor tamaño y con el aumento del comercio electrónico, se ha acentuado
la caída del número de locales comerciales. La presencia de grandes cadenas cada vez resulta
mayor, esto a costa del pequeño comercio (INE, índice de comercio al por menor 2017). Los
establecimientos minoristas han perdido muchos locales entre 2008 y 2013, tendencia que se
refleja en el mapa Locales comerciales; todas las comunidades autónomas registran pérdidas
importantes en el número de locales comerciales. Esta variación negativa se acentúa en
comunidades donde el comercio es una actividad muy relevante, como las regiones turísticas
(Illes Balears o Canarias), pero también en otras donde la presencia de grandes cadenas
comerciales ha registrado un incremento a costa del pequeño comercio, o donde la crisis ha
acentuado el proceso de cierre de muchos locales como Cantabria, Aragón, Asturias o
Andalucía. Esta misma situación negativa entre 2008 y 2013 se refleja en el número de ocupados
en el comercio que disminuyó en más de 250.000 empleados (INE, Encuesta Anual del Comercio).
Las denominadas empresas de servicios personales incluyen las actividades consideradas en los
códigos 95 (reparación de ordenadores, equipos de comunicación, efectos personales y
Se trata de empresas que han resistido bien los embates de la crisis económica, pues su número
no sólo no se ha reducido, sino que ha aumentado en todas las comunidades autónomas entre
2008 y 2014. Sólo en el País Vasco el número total de estas empresas de reparación se ha
reducido ligeramente, pasando de 6.958 en 2008 a 6.506 en 2014, mientras que han aumentado
en Galicia y Castilla-La Mancha especialmente. La variación del número de empresas de servicios
personales ha sido positiva en casi todas las comunidades autónomas, destacando Galicia,
Extremadura y Andalucía. Sólo La Rioja y Aragón, además del País Vasco, presentan una ligera
reducción (en Aragón pasan de 3.308 a 3.211 y en La Rioja de 762 a 758).
Hoy las nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) ejercen un papel esencial
en la vida cotidiana de la población. El uso del comercio electrónico (e-commerce) ha supuesto
una verdadera revolución para el sector. Todos los modelos comerciales se están enfrentando
a nuevas formas de consulta, gestión y adquisición de bienes y servicios a través de internet y
las redes digitales. En España, durante los últimos años, el crecimiento del comercio electrónico
ha sido exponencial, compitiendo con los patrones clásicos del comercio físico que se acopla a
este nuevo escenario mediante la potenciación de sus plataformas de compra online.
En cuanto a la
distribución territorial,
se observa en el mapa
Comercio electrónico
que las comunidades
autónomas donde más
porcentaje de
población compra por
internet son el País
Vasco, Navarra, Illes
Balears, Madrid y
Cataluña, con más del
55% de la población
entre 16 y 74 años que
ha comprado por
internet alguna vez;
además, lo hace de
manera frecuente, ya que en todas ellas más del 40% de compradores por internet realizaron
alguna compra el último mes, superándose el 50% en el País Vasco e Illes Balears. En el extremo
contrario se sitúan
Extremadura y Canarias,
donde el uso de internet para
realizar compras es inferior al
40%, y la frecuencia de la
compra también es menor,
sobre todo en el caso de
Canarias. Observando el
número absoluto de
compradores que utilizan la
red, hay una correspondencia
clara entre las comunidades
más pobladas y el mayor
número de usuarios (Cataluña,
Madrid, Andalucía o Valencia),
aunque en otras, como el País
Vasco, el número de compradores en relación con el censo de sus habitantes es mayor, razón
por la que destaca, en términos relativos, en la utilización de las compras vía internet.
Entre las causas por las que los consumidores prefieren comprar a través de internet destacan:
la comodidad, la posibilidad de encontrar ofertas y artículos a un mejor precio o al ahorro de
tiempo que ocasiona no tener que desplazarse físicamente. También internet se utiliza con
mucha frecuencia para recabar información antes de la compra, oscilando los compradores entre
el universo de la virtualidad digital y su presencia física en un establecimiento comercial.
En cuanto a su localización no hay un patrón claro, unas veces los mayoristas se localizan en el
origen o lugar de producción, y otras en los lugares de consumo, dependiendo de los sectores.
Por ejemplo, los mayoristas de productos farmacéuticos se encuentran repartidos por todo el
territorio español, próximo a los minoristas, ya que existen un elevado número de distribuidores
farmacéuticos. En el caso de los mayoristas que trabajan con las actividades vinculadas al sector
primario, su reparto está más asociado a los productores, como se refleja al observar la
distribución provincial. Aquellas provincias con importantes recursos primarios presentan un
mayor peso de establecimientos mayoristas como Pontevedra, A Coruña o Lugo, con un peso
Una de las configuraciones del comercio que más ha crecido en España en las últimas décadas
son los centros comerciales, aunque dentro de ellos también hay heterogeneidad de tipologías.
Los centros comerciales se pueden clasificar atendiendo a diversos criterios, uno de ellos es el
de su tamaño, que va desde pequeños centros en los que se localiza un hipermercado con unas
pocas tiendas en la galería comercial, hasta las grandes áreas en las que se integran
hipermercados, grandes almacenes, pequeños comercios generalmente franquiciados, así
como establecimientos dedicados al ocio y la restauración. Generalmente todas estas
superficies comerciales son espacios situados en las periferias o los bordes urbanos y, como
característica común, son lugares construidos para las compras, por lo que reúnen un conjunto
de establecimientos independientes pero organizados, cuya intención es atraer al mayor número
posible de compradores. Pero también muchos de estos centros se construyeron en el interior
de la ciudad, vinculados a una ubicación central o a la presencia de una locomotora comercial
o tienda ancla, como un gran almacén, que actúa de a gancho para la atracción de clientes.
Incluso hay centros comerciales que se configuran en espacios abiertos, calles comerciales que
se han organizado, al igual que los espacios construidos con esa finalidad.
Dentro de los centros comerciales que se pueden considerar de última generación están los
centros de grandes dimensiones donde se asocia comercio y ocio. El objetivo es reunir en este
espacio todo lo que el comprador pueda necesitar, a la vez que compagina sus compras con su
tiempo de ocio. Están promovidos por grandes grupos empresariales o multinacionales que son
los que se encargan de organizar todos los negocios que se localizan allí. Este tipo de centros
están apoyados por una o varias locomotoras comerciales (un hipermercado o gran almacén) y
también en ellos destaca la presencia de franquicias o tiendas de firmas propias especializadas
en ropa, complementos o productos para el hogar. El crecimiento de este tipo de espacios se
asocia al aumento de la renta, al cambio de hábitos de compra, la motorización de la sociedad,
etc. Si en España en 1980 tan solo había 20 centros comerciales, en la actualidad se registran
casi 600 y ocupan más de 15 millones de metros cuadrados, según la Asociación Española de
Centros y Parques Comerciales. El crecimiento de los centros comerciales ha ido asociado a la
propia trayectoria económica y social de la población española. En los años ochenta la apertura
de centros fue moderada, pero desde el inicio del siglo XXI hasta 2009 su proliferación fue muy
fuerte. Los principales motivos que favorecieron la difusión de los centros fueron el proceso de
expansión económica y urbana, junto con legislaciones más permisivas a la implantación de
centros comerciales. Las superficies ocupadas crecieron exponencialmente en algunas regiones
metidas de lleno en el proceso de esta creación, que no siempre fue llevado a cabo con mesura.
2. EL COMERCIO EXTERIOR
Las provincias en donde las empresas tienen mayor propensión a exportar (más del 8% muestra
este comportamiento) son Castellón, Álava, Barcelona, y Cádiz. En segundo lugar, destacan las
provincias de La Rioja, Navarra, Madrid, Lleida, Valencia y Alicante. En términos generales, es
posible identificar una pauta geográfica que apunta a un comportamiento exportador más
intensivo de las provincias del eje mediterráneo, desde Girona hasta Almería; del eje del Ebro
desde Cataluña hasta el País Vasco, incluyendo Navarra y Burgos; las provincias occidentales
andaluzas; y Madrid y Guadalajara en el centro peninsular.
Los sectores en que se
ubican estas empresas están
estrechamente relacionados
con la especialización
productiva provincial. Así, en
Barcelona, Madrid y
Valencia destacan el sector
de bienes de consumo
duradero, la fabricación de
bienes de equipo y
semimanufacturas, así como
el sector denominado otras
mercancías, sector en el que
llama la atención el elevado
número de empresas
exportadoras de la provincia
de Álava. Otras especializaciones que destacan son los productos semimanufacturados en la
provincia de Castellón, los bienes y manufacturas de consumo duradero en Alicante, y los
productos de alimentación, bebidas y tabaco en Murcia, Almería y Pontevedra.
A este respecto, una distinción frecuentemente utilizada es la que se establece entre los
sectores industriales según la intensidad en investigación y desarrollo (I+D) de su proceso
productivo, medida como la relación de los gastos en I+D respecto del valor de la producción. La
primera clasificación de este tipo fue la realizada por la OCDE a mediados de los años noventa
(OCDE, 1995); la Unión Europea, a través de Eurostat, ha realizado posteriormente adaptaciones
al ámbito europeo (EUROSTAT, 1999). De acuerdo con esta clasificación, los sectores y productos
que constituyen la denominada alta tecnología se pueden definir, genéricamente, como
aquellos que, dado su grado de complejidad, requieren un continuo esfuerzo en investigación
y una sólida base tecnológica. Los indicadores de alta tecnología son una medida de los
resultados y del impacto de la I+D y constituyen una herramienta de gran utilidad para el análisis
de la competitividad e internacionalización de la economía.
A este respecto, entre las empresas exportadoras españolas predominan dos grupos
principales: aquellas que pertenecen a los sectores de tecnología media-alta, y las incluidas en
los sectores de tecnología baja. La mayor parte de las provincias españolas presentan este perfil
en mayor o menor medida; sólo en el caso de las provincias de Barcelona y Madrid se encuentra
un grupo significativo de empresas exportadoras en sectores de alta tecnología.
Por su parte, los productos semimanufacturados y bienes de equipo ocupan una gran parte del
comercio de importación en regiones industriales como Madrid, Cataluña y la Comunitat
Valenciana, mientras que el comercio intraindustrial del sector del automóvil explica el peso de
este sector en Castilla y León, Galicia y Navarra; así como, con un menor nivel de especialización,
en Cataluña, Comunitat Valenciana y Aragón.
Un aspecto adicional para considerar son las diferencias en cuanto al nivel tecnológico de
exportaciones e importaciones, que podrían apuntar a la existencia de relaciones de
intercambio desigual entre las distintas regiones españolas y el resto del mundo. A este
respecto, en la mayor parte de las comunidades autónomas el perfil tecnológico de las
importaciones industriales es muy similar al de las exportaciones de este mismo sector, cuando
no se aprecia un peso mayor de los productos de tecnología baja en las importaciones que en
las exportaciones. Esto, además de subrayar la importancia adquirida por el comercio
intraindustrial en las relaciones de intercambio, permite deducir que, en lo que respecta a los
productos industriales, el conjunto de las regiones españolas mantiene una posición
competitiva relativamente ventajosa en relación con el comercio internacional.
Para finalizar este tema, hay que subrayar que la evolución reciente indica una divergencia de
comportamiento entre las comunidades autónomas de Canarias, Asturias, Andalucía, Murcia y
Navarra, en las que la evolución de las importaciones ha sido negativa, y el resto, en donde las
importaciones se han incrementado, lo que apunta a una cierta recuperación económica. En
este sentido, destaca el crecimiento de las importaciones experimentado por Castilla y León,
Castilla-La Mancha, Aragón y La Rioja, con un crecimiento entre 2012 y 2014 superior al 12%.
De esta forma, cuando el valor de las exportaciones es mayor que el de las importaciones, la
tasa de cobertura es mayor que 100 y coincide con un superávit en la balanza comercial;
mientras que, cuando el valor de las importaciones es mayor que el de las exportaciones, existe
un déficit y la tasa de cobertura es menor que 100. España ha mantenido tradicionalmente un
déficit constante en la balanza comercial, que llegó a casi 100.000 millones de euros en 2007.
Así, las comunidades autónomas que han incrementado en los últimos dos años el valor de sus
exportaciones muestran en 2014 un balance comercial positivo, con una tasa de cobertura de
las exportaciones superior al 100%. Este es el caso de la Comunitat Valenciana, Navarra,
Aragón, Castilla y León, La Rioja y todas las comunidades de la cornisa cantábrica, pero no el
de Castilla-La Mancha, en donde el aumento de la exportación es aún insuficiente para
compensar el fuerte crecimiento de las importaciones. Por el contrario, en las comunidades en
donde el volumen de exportaciones ha crecido menos (Cataluña, Andalucía) o incluso ha
disminuido muestran un balance comercial negativo. Destacan en particular las comunidades
de Illes Balears, Canarias y Madrid, con tasas de cobertura inferiores al 75%. En el extremo
contrario, la Comunidad Foral de Navarra muestra un superávit comercial superior al 175%.
La situación es más positiva en relación con el comercio de productos industriales. En este caso,
la mayor parte de las regiones muestran un saldo comercial positivo, con tasas de cobertura
superiores al 200% en algunos casos, como ocurre en el País Vasco, Navarra o Asturias. Sólo
tienen un déficit comercial significativo las islas, así como regiones con gran volumen de
Para finalizar, hay que hacer referencia a la distribución geográfica de los intercambios por áreas
geográficas, las principales relaciones, tanto en exportación como en importación, se
establecen con la Unión Europea. Los países europeos, en particular Francia y Alemania,
seguidos por Reino Unido, Italia y Portugal, suponen más del 50% del valor exportado en todas
las comunidades autónomas salvo en Canarias; así como más de la mitad de las importaciones
en todos los casos salvo en Andalucía, Murcia y Asturias. El segundo bloque comercial por
importancia, en especial en el caso de las importaciones, es el asiático, en particular China y, en
mucha menor medida, Japón y otros países. Este comercio es especialmente importante
cuantitativamente en Madrid, Cataluña, Comunitat Valenciana, Murcia y Andalucía, en
particular en el caso de las importaciones. En Murcia destaca también la importancia de las
importaciones de Iberoamérica, consistentes principalmente en productos energéticos.
Los perfiles geográficos más diferenciados respecto al resto los muestran las comunidades de
Canarias y Andalucía. En ambas regiones, la proximidad geográfica eleva de forma importante
las importaciones procedentes de África. En el caso de Canarias, se advierte un fuerte peso de
las exportaciones dirigidas a espacios geográficos sin determinar. Se trata mayoritariamente de
mercancías suministradas a buques y aeronaves, principalmente combustibles, que suponen
más del 70% de las exportaciones de esta región. Aunque se consideran como exportaciones, en
realidad el abastecimiento de productos y servicios se hace en las propias islas (puertos y
aeropuertos, a barcos o aviones procedentes de otros países cuya localización geográfica no
queda registrada en las estadísticas).
Por lo que respecta a la distribución geográfica del comercio de productos industriales, este
muestra una pauta común en todas las comunidades autónomas, que consiste en una mayor
concentración en dos espacios geográficos: la Unión Europea y Asia, principalmente China. La
Unión Europea es una referencia predominante, tanto como destino de las exportaciones como
origen de las importaciones. Por otra parte, la relación comercial con Asia es el segundo flujo
por importancia, sustancialmente mayor en términos relativos cuando consideramos los
productos industriales que cuando tenemos en cuenta el conjunto de mercancías. Los países
asiáticos destacan particularmente como lugar de origen de las importaciones y como destino
de las exportaciones en el comercio de mercancías de Cataluña, Comunidad de Madrid,
Comunitat Valenciana, Andalucía, Región de Murcia, Aragón y País Vasco.
Como es bien conocido, en 2007 se inició una crisis que, si bien en un primer momento afectó a
Estados Unidos y al sector financiero, pronto se extendió a otros países y sectores económicos,
convirtiéndose en una crisis sistémica, la gran recesión. Desde la década de los setenta del
pasado siglo el sistema financiero internacional venía experimentando una profunda
transformación como consecuencia de la incorporación de innovaciones que dieron lugar a
complejas estructuras financieras y a productos de alto riesgo cuyo alcance no supieron medir
Desde que se hiciera evidente la crisis en 2008, en España ha tenido lugar una profunda
reestructuración del sector financiero que, dadas las particularidades que lo han caracterizado
y a políticas de contención del gasto impuestas por la Unión Europea, han motivado que la crisis
haya tenido consecuencias diferentes o de distinta envergadura que en otros países.
Por un lado, uno de los factores que ayudan a entender la incidencia de la crisis sobre la banca
española ha sido la elevada concentración del crédito en la construcción y la promoción
inmobiliaria que, aunque afectó a todas las entidades de depósito, lo hizo con especial
virulencia a las cajas de ahorro. Por otro, el sistema financiero español se ha decantado por un
modelo intensivo en la distribución de servicios, basado en una banca minorista de clientes,
que llevó a aumentar el tamaño de la red de sucursales durante el período previo a la crisis para
facilitar el acceso a la financiación. La llegada de la crisis trajo consigo un exceso de capacidad
instalada de las entidades bancarias como consecuencia de la reducción de los servicios
financieros prestados, a la que se sumaron las medidas de reestructuración impuestas por el
gobierno, articuladas a partir de numerosas fusiones y adquisiciones. Hay que añadir a lo
anterior, el cambio en los patrones de conducta del cliente bancario y la banca online.
Si la evolución de las empresas vinculadas a este sector ha sido negativa, más lo ha sido el
empleo por ellas generado. Con la salvedad de Madrid y Soria, todas las provincias han visto
reducir el número de trabajadores en estas actividades. La explicación de este hecho difiere para
una y otra provincia: en el caso de Madrid, contar con una gran ciudad, capital estatal, donde se
Por su parte, los servicios a las empresas concentran una serie de actividades muy
heterogéneas, que van desde las más banales (actividades de alquiler, seguridad e investigación,
servicios a edificios y actividades de jardinería, y actividades administrativas de oficina y otras
auxiliares a las empresas como contabilidad, asesoría fiscal, seguridad…) hasta las más
avanzadas (programación, consultoría y otras actividades relacionadas con la informática,
servicios de información, actividades jurídicas y de contabilidad, servicios técnicos de
arquitectura e ingeniería, investigación y desarrollo, publicidad y estudios de mercado, y otras
actividades como, marketing, procesamiento de datos…), que son estratégicas y decisivas para
el posicionamiento competitivo de las empresas y los territorios que cuentan con ellas.
Las carreteras junto con las vías férreas, los aeropuertos, los puertos, las zonas de actividad
logística, los canales fluviales e incluso los oleoductos y gasoductos conforman la infraestructura
fija que, junto con la móvil, constituyen la oferta para el funcionamiento del sistema de
transporte. La demanda o disposición para desplazarse, tanto de pasajeros como de mercancías,
entre un origen y un destino se canaliza a través de esta diversificada oferta modal, asegurando
el funcionamiento del sistema productivo.
Entre las distintas tipologías de red viaria, que aparecen representadas en el mapa Red de
carreteras, destacan por su relevancia las vías de alta capacidad o autopistas que cuentan con
calzadas separadas en ambos sentidos de la circulación, están dotadas con dos o más carriles y
sin cruces a nivel. Se conciben como un instrumento de desarrollo regional para acercar las
zonas periféricas a los centros de más peso demográfico y económico, en aras de un mayor
equilibrio territorial. Pero, sobre todo, han sido muy importantes e impactantes en los accesos
a las grandes ciudades, al propiciar la especialización funcional del territorio, consolidando los
procesos de las postmetrópolis, de la suburbanización y de la ciudad difusa. El modelo de
organización territorial en estas áreas gira en torno a la movilidad privada motorizada. El
consumo de recursos es muy intenso e invasivo, y no solo no resuelve a medio y a largo plazo
los problemas de congestión, sino que acelera el incremento del tránsito al generar una
movilidad más fluida.
Por ello, al depender las vías de alta capacidad, mayoritariamente del Ministerio de Fomento,
el tráfico global producido en las redes del Estado, en millones de vehículos-km, alcanza casi el
50% de la demanda global de la red viaria de España. De este modo se pone de manifiesto que,
aunque son las vías de calzada única las verdaderas protagonistas del paisaje de la red de
carreteras tan sólo el 15% de la red viaria genera el 50% de su tráfico.
Las autopistas libres o autovías y las autopistas de peaje se concentran sobre todo en las áreas
metropolitanas o provincias de mayor tamaño poblacional: Madrid –y Toledo por difusión de la
capital–, Barcelona –con peso similar de vías de peaje y libres, al igual que Girona y Tarragona–
Valencia, Málaga y Alicante. Con algo menos de tráfico se encuentran las provincias de A Coruña,
Asturias, Cantabria, Sevilla y Zaragoza. Destaca la extensión de carreteras de calzada única en
Lugo, León o Burgos, en relación con su reducido tráfico. Las autopistas de peaje más relevantes
son las del corredor mediterráneo, desde Girona a Almería, la mayor longitud de peaje, a través
de la AP-7; la del valle del Ebro, que desde Tarragona se extiende hasta Bilbao y desde ahí a San
Sebastián y Vitoria-Gasteiz; en
la dorsal atlántica, entre A
Coruña y Vigo; el área
metropolitana de Madrid y, en
Andalucía, la conexión entre
Sevilla y Cádiz y Málaga-
Algeciras.
Con la entrada de nuestro país en la Unión Europea, se entendía que era necesario realizar un
gran esfuerzo inversor para recuperar el tiempo perdido en cuanto a dotación de
infraestructuras de transportes. Por ello, durante las décadas de los ochenta y noventa el
objetivo fue dotarse de una amplia red de carreteras y vías de alta capacidad. España
emprendió, a partir de ese momento, el necesario camino de la renovación de sus
infraestructuras ferroviarias. El ferrocarril pasó a ocupar la prioridad inversora, tanto para la
Administración como para la opinión pública en general, que percibió el ferrocarril como un
elemento de modernidad y desarrollo económico irrenunciable.
Resulta muy interesante observar cómo España ha pasado en las últimas décadas de ser un país
con una red realmente obsoleta a ser el segundo país del mundo en kilómetros de alta
velocidad ferroviaria. Sin duda, hay que tener presente la gran expectación que generó la
inauguración en 1992 de la línea de alta velocidad entre Madrid y Sevilla. Con motivo de los
Juegos Olímpicos de Barcelona y de la propia Exposición Universal de Sevilla de ese mismo año,
el gobierno decidió apostar por una modernización ferroviaria radical. La elección de la alta
velocidad ferroviaria entre Madrid y Sevilla fue una clara operación de desenclave territorial,
que buscaba no solo saldar la deuda histórica con la comunidad andaluza, sino también servir
como emblema del renacimiento español, simbolizado por la restauración de la democracia y el
ingreso en la Comunidad Económica Europea en enero de 1986. Al mismo tiempo, esta nueva
línea (denominada AVE o Alta Velocidad Española), construida en ancho internacional o UIC
denominado así por ser el más común en los países pertenecientes a la Unión Internacional de
Ferrocarriles, conocida por la sigla UIC, del francés Union Internationale des Chemins de Fer–,
sería el cimiento de la nueva red ferroviaria que se iría desarrollando en los siguientes años.
Desde la puesta en servicio del primer tren de alta velocidad entre Madrid y Sevilla, España ha
conseguido modernizar su red ferroviaria en un tiempo récord. Los más de 16.000 km con que
cuenta se reparten entre, aproximadamente, un 70% de vías electrificadas.
El mapa ferroviario muestra una red con claro carácter centralizado en torno al nodo
fundamental, Madrid. El desarrollo de la red ferroviaria española se ha producido
principalmente hacia el sur y el Mediterráneo, enlazando las principales áreas metropolitanas
españolas con la capital. El llamado «cuadrante de oro», que incluye Madrid, Zaragoza,
Barcelona y Valencia está comunicado por medio de la alta velocidad desde hace ya un tiempo,
a través de Madrid. En cualquier caso, el gran reto es el desarrollo de las comunicaciones
transversales, especialmente potenciar la creación de corredores rápidos en el litoral.
La distribución del
Tráfico de viajeros en
trenes de larga distancia
y AVE, por su parte,
sigue las lógicas
territoriales que ya se
han mencionado. El
mayor tráfico se
concentra en el
cuadrante este
peninsular, y más en
concreto en torno a la
línea Madrid-Barcelona,
que une las dos
principales
aglomeraciones urbanas
a través de Zaragoza.
Madrid, como nodo principal y central de la red española de alta velocidad, concentra el mayor
tráfico de viajeros, con casi 16 millones anuales. A continuación, destacan las estaciones de
Barcelona, Sevilla, Valencia, Zaragoza, Málaga, Alicante y Córdoba, que han sido las principales
beneficiarias de la expansión de la red AVE en las últimas décadas, dentro de la política de enlazar
Madrid con el Mediterráneo. Llama la atención que las tasas de variación de viajeros más altas,
(colores verdes más saturados) se corresponden con estaciones de la mitad norte de España. La
apertura de la línea de alta velocidad Madrid-Valladolid, en la que fue fundamental la
construcción del túnel de Guadarrama, ha permitido acortar significativamente los tiempos de
viaje de las ciudades del norte con Madrid y ha repercutido en un incremento del número de
usuarios de las relaciones de larga distancia de la periferia con Madrid.
En la evolución del número de viajeros en las principales rutas de larga distancia y AVE muestra
muy claramente el impacto de la apertura de las nuevas líneas de alta velocidad sobre el
incremento de viajeros. En el año 2007 se inauguró la línea de AVE entre Madrid y Barcelona,
y entre 2007 y 2009 se disparó el número de viajeros. Después de una leve caída durante 2010
y 2011 por efecto de la crisis económica, desde este último año el crecimiento ha sido de nuevo
constante. Unos años antes, en 2003, el AVE ya llegaba a Zaragoza, lo que se reflejó también en
un importante crecimiento de viajeros entre Madrid y la capital aragonesa. Algo semejante
sucedió en 2010 tras la inauguración de la línea entre Madrid y Valencia y en 2012, con la puesta
en servicio de la línea Madrid-Alicante. En todo caso, la evolución de los tiempos de viaje
(Tiempo de viaje antes de la línea de alta velocidad y Tiempo de viaje después de la línea de alta
velocidad) muestra claramente cómo el espacio se ha contraído hacia el sur y el este, mientras
Los desplazamientos interurbanos son una de las variables que definen las áreas
metropolitanas. Las dinámicas intermunicipales se consolidan a través de las actividades
cotidianas que la población realiza fuera de su municipio de residencia y se traducen en viajes
entre distintos municipios. En las áreas metropolitanas españolas, el número de viajes diarios
por habitante se encuentra entre un máximo de 3,9 viajes en Barcelona y los 2,1 de Alicante,
una variabilidad relacionada con los hábitos de vida cotidiana de la población, reflejados en las
actividades diarias. Un desplazamiento se genera y se define por la actividad que lo motiva, por
lo que el volumen de actividades fuera del hogar se traduce, directamente, en viajes cotidianos.
En cambio, el volumen total de viajes, en un día laborable, tiene una relación directa con la
dimensión de las metrópolis (ciudades con más población número más elevado de viajes).
Las ciudades con más desplazamientos son Barcelona y Madrid, con 17,4 y 12,9 millones de
viajes, respectivamente, unas cifras mucho más altas de las que ofrecen las otras metrópolis
españolas, todas ellas mucho más pequeñas. En estas el número de viajes, en día laborable, se
encuentra entre los casi cuatro millones de Valencia y los casi dos de Tarragona y Gipuzkoa. Las
cinco metrópolis más pequeñas no llegan al millón y medio de viajes. Las dos características
que mejor definen la movilidad urbana son el tiempo de viaje y la distancia recorrida. Por lo
que se refiere a la primera, Madrid tiene los tiempos de viaje más largos, con 29 minutos de
media y Campo de Gibraltar los menores, con sólo 12,3 minutos, un 42,3% menos que en la
capital. Las tres metrópolis mayores (Madrid, Barcelona y Valencia) son las que tienen unos
tiempos de viaje superiores a los 25 minutos, el resto se sitúan por debajo de los 20 minutos.
Los tiempos de viaje son mayores en las grandes ciudades, en relación a la mayor distancia que
se tiene que recorrer y, también, a los mayores niveles de congestión. Además, los tiempos de
viaje son importantes en la medida que es la unidad que utiliza el ciudadano para medir y
entender la dimensión del propio viaje y la medida utilizada en la gestión individual de los
desplazamientos cotidianos.
La distancia, en cambio, es una dimensión que se calcula a partir del tiempo y de la velocidad
del medio de transporte utilizado. Las cifras son muy diversas y están directamente
relacionadas con la dimensión territorial de las metrópolis; así, las distancias mayores se dan
en Barcelona y en Madrid, con una cifra que supone el doble de las que se dan en ciudades más
pequeñas. Aunque se debe subrayar que, tanto el tiempo como la distancia son siempre
cantidades medias, una expresión que, por su naturaleza, no permite aproximarse a los valores
extremos. Los porcentajes de viajes intermodales, aquellos que utilizan más de un medio de
transporte, son relativamente pequeños, en torno al 10%. Esta cifra indica que las ciudades
tienen unas redes de transporte poco conectadas entre ellas, que están más diseñadas como
líneas independientes y no como un sistema integrado.
Las características demográficas de los viajeros se determinan desde el género y la edad. Las
mujeres, en general, realizan más viajes que los hombres, debido a sus dobles jornadas, entre
los quehaceres del hogar y los trabajos remunerados. Por edades, los viajes se concentran en la
población activa, de 16 a 64 años, cuando la vida cotidiana está más repleta de actividades
laborales y personales.
Siete ciudades
españolas (Madrid,
Barcelona, Valencia,
Sevilla, Bilbao, Palma y
Málaga) tienen un
sistema ferroviario
subterráneo. La red de
metro más extensa y
antigua es la de Madrid
con 293km, inaugurada
en 1919. En segundo
lugar, está Barcelona,
con 146km, estrenada
en 1924. También son
estas dos metrópolis las
que tienen una mayor
oferta de plazas y un
número de viajeros mayor, en relación a la dimensión de la red y al número de habitantes de las
ciudades, como se observa en el mapa Viajeros en metro.
En cuanto a los ferrocarriles, hay red de cercanías en diez metrópolis, aunque las de Madrid y
Barcelona son las que tienen una mayor oferta y demanda. Las cercanías de Madrid tienen una
red de 370 km, operadas por Renfe, las de Barcelona 615,6 km, de las que 462,7 km las opera
Renfe y el resto Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya (FGC). El resto de ciudades tienen una
oferta y demanda similar, si bien sobresale Valencia con 252 km.
Por lo que se refiere al uso de los distintos modos de transporte que se incluyen en el transporte
público por habitante muestra que el autobús urbano es el más utilizado, especialmente en
aquellos ámbitos urbanos donde no existen otros medios. Donde la red de metro es
importante, su uso es considerable, especialmente en Madrid, Barcelona y Bilbao. El tranvía es
un transporte de uso minoritario, aunque en franca expansión en muchas ciudades españolas.
El acceso viario por carretera es una de las características más relevantes del transporte urbano
en las ciudades. Aquí se presentan las redes viarias de gran capacidad de las nueve grandes
ciudades españolas y el uso que se hace de ellas, a través de la intensidad media diaria (IMD) de
tráfico, una medida que cuantifica la cantidad de vehículos al día que circulan en ellas. Como
muestran los mapas, las ciudades españolas tienen una red viaria considerable que ayuda a
articular las dinámicas metropolitanas, facilitando los viajes interurbanos cotidianos. Entre todas
ellas, y por el número de kilómetros de red viaria, sobresale, en primer lugar Madrid con cuatro
vías de circunvalación; después, aunque en menor medida, le sigue Barcelona. En el resto la red
viaria de alta capacidad es mucho más contenida, hecho claramente relacionado con el volumen
de población y de actividades económicas.
En todas estas ciudades, los tramos de la red más utilizados son los que están más próximos a
la parte central de la metrópolis, que suelen ser los que tienen unos niveles de congestión más
elevados. En la medida que los tramos son más periféricos, la intensidad de circulación es menor.
Las ciudades que tienen unos tramos viarios con valores más altos, superando los 100.000
vehículos/día, son, obviamente, las que registran una mayor población. Madrid y Barcelona
muestran, en la mayoría de sus vías, una IMD que pueden presentar unos niveles de congestión
altos, cercanos en algunos casos al colapso, especialmente las más próximas al núcleo central.
En las ciudades más pequeñas, en cambio, las vías presentan una IMD que no suele superar los
50.000 vehículos/día, por lo que no presentan, en la mayor parte de su red, grandes problemas
de congestión, ni tampoco grandes colapsos en horas de máxima demanda. Un tema de especial
interés es la titularidad de estas vías. Algunas son de titularidad privada y otras públicas, en este
caso pueden ser de titularidad estatal, autonómica o local. Otro factor que influye en su
utilización es si son gratuitas o, por el contrario, tienen algún peaje.
2. TRANSPORTE AÉREO
Los 46 aeropuertos y 2 helipuertos que gestiona AENA registraron un tráfico en 2015 de 207,4
millones de pasajeros, alcanzando cifras previas a la crisis económica. Los datos de 2016 señalan
que se han superado los 230 millones de pasajeros y consolidan una tendencia al alza que se
inició en 2014. En el panorama aeroportuario español destacan dos instalaciones: Madrid, con
46,8 millones de pasajeros en 2015, y Barcelona con 39,7 millones.
Conjuntamente estos siete aeropuertos suponen dos terceras partes del tráfico de pasajeros;
mientras que, en el otro extremo España tiene abiertos al tráfico civil 28 aeropuertos que, con
cifras inferiores al millón de pasajeros cada uno, totalizan un escueto 3% del tráfico, si bien
algunos como Melilla o El Hierro desempeñan una función de desenclave. Además, están abiertos
al tráfico civil los aeropuertos de Castellón y Teruel, gestionados por el operador privado EDEIS
el primero, y un consorcio formado por el Gobierno de Aragón y el ayuntamiento de Teruel, el
segundo. Getafe está gestionado por el Ejército y se utiliza excepcionalmente para el tráfico civil.
Respecto a las conexiones, aunque en general predominan los vuelos con origen en la Unión
Europea, existen algunas excepciones. Madrid se comporta como un aeropuerto propio de una
ciudad global: su estacionalidad es reducida y mantiene un amplio abanico de conexiones
transcontinentales (ciudades del continente americano, Oriente Medio y, recientemente,
Extremo Oriente), algo similar sucede, aunque en menor medida con Barcelona. Por el contrario,
en los aeropuertos de menores dimensiones predomina el tráfico doméstico. En estos
aeropuertos, particularmente los del interior peninsular, se dan una serie de debilidades
estructurales que dificultan su viabilidad económica: su ubicación alejada de los principales
espacios de acogida del turismo internacional; el reducido número de compañías que operan
en ellos; una oferta de destinos muy polarizada en Madrid, Barcelona y los archipiélagos; una
notable dependencia de ayudas públicas mediante subvenciones y la competencia, cada vez
más evidente, de los trenes que circulan en la red de alta velocidad. En definitiva, se tiende hacia
una nueva configuración, en la que algunos de los trayectos aéreos que justificaban estos
aeropuertos son progresivamente sustituidos por el ferrocarril de alta velocidad.
La relevancia de la actividad turística vinculada al producto de sol y playa explica que también
operen en España las tradicionalmente denominadas compañías chárter, como Condor, Air
Berlin, Thomson o Thomas Cook, reconvertidas tras la liberalización en leisure airlines.
En lo relativo al transporte de mercancías, las características geográficas del país así como el
desarrollo de modos de transporte alternativos, hacen que las dimensiones de este sean
modestas. Aquí la concentración del tráfico es aún mayor que en el del transporte de pasajeros,
ya que los cuatro principales aeropuertos canalizan casi el 90% de la carga. Junto a Madrid y
Barcelona destacan Vitoria y Zaragoza, todos ellos en el sector nordeste del país, así como Gran
Canaria y Palma de Mallorca, donde la insularidad es el principal factor explicativo
3. EL TRASPORTE MARÍTIMO
Es más, la Unión
Europea, a través de la
política de las
autopistas marítimas o
short sea shipping, ha
incentivado desde hace
varios lustros el uso de
este medio de
transporte, pues entre
otros factores,
presenta unas mayores
tasas de eficiencia
económica y medioambiental, sobre todo si se compara con la carretera. El sistema portuario
del Estado español lo integran 28 autoridades portuarias que gestionan los 46 puertos
marítimos de interés general, bajo la coordinación del ente público Puertos del Estado. Por
lógica, y condicionado por la fragmentación territorial de los espacios insulares, la mayor
En cuanto a la nacionalidad de los buques mercantes, existe una notoria diferencia entre la
cornisa cantábrica y el resto del país pues, en la primera, gran parte del movimiento lo
componen embarcaciones foráneas, mientras que en los archipiélagos y Melilla, predominan
los buques nacionales, fruto del intenso tráfico entre islas o en el Estrecho. Ello condiciona que,
en estos últimos territorios –y debido a las menores dimensiones del tráfico nacional–, el arqueo
bruto total de los buques que se registra en estos puertos, en especial en Baleares, sea
comparativamente mayor si se contabiliza el movimiento internacional.
Por su parte, en el
tráfico de mercancías
hay que diferenciar
entre las exportadas e
importadas. Destaca
sobre todo en el
primer caso, las
autoridades
portuarias de la Bahía
de Algeciras y de
Valencia, con una
proyección netamente
internacional, seguidas
del puerto de
Barcelona con las
mismas características
También hay que
reseñar el equilibrio
entre las mercancías exportadas (denominadas embarcadas en el mapa) e importadas
(desembarcadas) que se registra en estas infraestructuras portuarias, al contrario de los puertos
especializados en refino del crudo, como los de Tarragona, Cartagena y A Coruña, donde, por
lógica, predominan las importaciones para así transformar el petróleo en las refinerías cercanas.
Igual ocurre en los archipiélagos, donde la carencia de materias primas y grandes industrias,
convierten a los puertos de estos territorios en las grandes infraestructuras de abastecimiento.
En general, el desembarque de mercancías procedentes del exterior es muy importante en toda
Como se observa en el
mapa Tráfico de
contenedores, este
tipo de tráfico ha
experimentado un
auge muy importante
en las últimas décadas
–más del 71% de toda
la mercancía general
que se mueve por los
puertos españoles lo
hace en
contenedores–,
especialmente en
algunos puertos como
los de la Bahía de
Algeciras y el de
Valencia que,
particularmente en los últimos años, han sufrido una transformación muy importante en aras
de conseguir este tráfico, ya que requiere un alto grado de especialización de las terminales.
Para ello, se han acometido importantes obras para la ampliación de explanadas destinadas al
tránsito de los contenedores, así como la instalación de diversa maquinaria, entre la que destaca
la existencia de casi una treintena de grúas portacontenedores y de pórtico en el puerto de
Valencia, y más del doble en el puerto de la Bahía de Algeciras. Hay que destacar que estos
puertos realizan fundamentalmente una función de trasbordo entre las embarcaciones que
conectan Europa con Asia y América, a la vez que África con Europa. La localización estratégica
del puerto de Algeciras, en la confluencia del Atlántico con el Mediterráneo, ha favorecido que
muchas navieras tengan programadas sus rutas a escasas millas de este puerto, por lo que el
desvío en su ruta transcontinental es mínimo.
Este hecho se une a la calidad de sus infraestructuras –por ejemplo, el puerto de la Bahía de
Algeciras ya permite acoger a la nueva generación de megabuques con capacidad para más de
18.000 TEU (twenty foot equivalent unit)–, junto a la alta eficiencia de estos puertos dentro de
un contexto coste-beneficios, que los ha posicionado entre los veinticinco primeros puertos de
la clasificación mundial de trasbordo de contenedores, aunque con fuerte competitividad frente
a otros relativamente cercanos como Tánger.
En rango intermedio se sitúan los puertos de Barcelona, Las Palmas, Bilbao y Tenerife, que
también han realizado grandes esfuerzos en los últimos años para recibir este tráfico, mientras
que el resto recoge un tráfico más testimonial y donde ya el trasbordo es menos importante,
cobrando peso la función del autoabastecimiento y de servicio de salida de productos de sus
respectivos hinterland.
Las rutas interinsulares en los dos archipiélagos españoles, así como las conexiones entre la
Península y Baleares y algunas ciudades norteafricanas, se han consolidado. De este modo, en el
archipiélago canario, la ruta entre Los Cristianos y San Sebastián de La Gomera, donde el
componente de las excursiones turísticas es muy alto, supera el millón de viajeros al año de ida
y vuelta, seguido de la conexión entre Santa Cruz de Tenerife y el puerto de Las Nieves (Gran
Canaria), pues no en vano ambas islas reúnen más del 80% de la actividad económica y de la
población del archipiélago El movimiento de pasaje entre las dos capitales insulares también es
muy importante, así como el tráfico turístico que se registra en Lanzarote, tanto al norte de la
isla con La Graciosa, como al sur entre Playa Blanca y Corralejo (Fuerteventura).
En el Estrecho destacan claramente las conexiones de menor distancia, como las que parten
desde Tarifa y Algeciras, así como las de Málaga, Motril y Almería con Melilla y Nador. En todas
estas rutas, así como las de ambos archipiélagos, la desregulación del transporte ha permitido la
introducción de nuevos operadores marítimos que han estimulado el alza de este tráfico.
3. SISTEMA DE TRANSPORTES
La globalización ha establecido redes internacionales de intercambio entre países que son más
propias de los transportes exteriores, el aéreo y el marítimo, mientras los transportes terrestres
–carretera, ferrocarril y transporte urbano–, excepto en los territorios fronterizos, requieren
aproximaciones más regionales.
Por otra parte, el mercado único europeo establece redes transeuropeas de transporte entre
países y corredores internacionales preferentes en estas redes. Los puertos, de gran relevancia
en un territorio peninsular e insular, constituyen las puertas de entrada y salida sobre todo de
mercancías, aunque el tráfico de pasajeros sea muy significativo en los archipiélagos. Las zonas
logísticas y los puertos secos, terminales intermodales de mercancías, conectan por ferrocarril
o carretera con el puerto marítimo, y manipulan los tráficos en las propias terminales
portuarias o en una zona interior. Los aeropuertos se erigen en terminales para el transporte
de pasajeros con tráficos internacionales, nacionales y regionales. Carreteras y ferrocarriles
gestionan flujos de personas y mercancías, también a escala nacional, regional y local, mientras
las redes de transporte urbano o metropolitano permiten las relaciones de los espacios más
próximos, aumentando o disminuyendo la capacidad de movimientos de sus habitantes, el
control sobre los recursos, bienes y servicios y canalizando el acceso al mercado laboral.
Un nuevo «modo», la intermodalidad –se le denomina el quinto modo–, que implica el uso de
dos o más modos de transporte por parte de pasajeros o mercancías, introduce eficacia y
eficiencia de recursos en los sistemas de transporte. Es imprescindible en el transporte de
mercancías a partir de la aparición y difusión del uso del contenedor. La intermodalidad
destaca como una de las principales revoluciones contemporáneas del ciclo logístico de las
empresas al permitir la transferencia entre modos de transporte (barco-ferrocarril o barco-
camión) sin necesidad de ruptura de carga. Sin embargo, la intermodalidad es muy relevante
también en el transporte de pasajeros en las áreas metropolitanas que cuentan con redes y
terminales de los distintos modos de transporte, con gestiones a veces muy diversificadas. La
intermodalidad elimina la competencia entre los modos y favorece un sistema de transporte
integrado, al hacerlo más eficiente y eficaz. Los grandes aeropuertos españoles son verdaderas
terminales intermodales, sin embargo, se encuentran muy poco integrados los modos autobús y
ferrocarril en sus propias terminales.
Es en los años noventa cuando la Unión Europea (UE) introduce el concepto de desarrollo
sostenible como objetivo político para el diseño de las redes y de los sistemas de transporte, al
que se añade, ya en el siglo XXI, el concepto de mejora de la calidad de vida de la ciudadanía,
debido a la intensidad de los problemas ambientales y socioeconómicos asociados al continuo
aumento de la demanda de transporte, sobre todo por carretera. La sostenibilidad en la
ordenación de los transportes, tal y como la concibe Europa, debe garantizar la libre circulación
de personas y mercancías y la reducción del consumo de energía, así como minimizar los costes
externos derivados de la accidentabilidad, de la congestión y de la contaminación, a través del
refuerzo de los modos más respetuosos, la creación de cadenas de transporte integradas y una
imputación justa de los costes. Sostenibilidad en los transportes y también equidad, puesto que
no puede calificarse de sostenible un transporte que no sea justo ni equitativo, cuyas
externalidades positivas y negativas no sean soportadas equitativamente por todos.
Es, sin duda, el tráfico urbano y por carretera, de pasajeros y mercancías, el que canaliza los
mayores volúmenes en Europa y el que genera las mayores congestiones de tráfico. En
pasajeros engloba el 73% de los movimientos y en mercancías el 46%, debido al mayor peso en
estas últimas del tráfico marítimo (37%). Para mitigar las externalidades que genera, y en el
marco de la sostenibilidad y la equidad, la Unión Europea presenta hasta sesenta medidas para
la mejora de la calidad y de la eficacia de los sistemas de transporte. Pretende igualmente reducir
el vínculo entre crecimiento económico y demanda de transportes. Se aboga por un necesario
cambio modal, desde la carretera al ferrocarril y a la navegación marítima de corta distancia –
Short Sea Shipping–, en tráfico de mercancías. Las autopistas del mar en los países como España
con tres fachadas marítimas para el tráfico de mercancías, y los corredores ferroviarios se erigen
desde Europa en la alternativa necesaria a las rutas terrestres más congestionadas.
Las TEN-T, redes de interés común de la UE, forman parte de los corredores internacionales de
pasajeros y mercancías, tanto por carretera como por ferrocarril, y constituyen otro de los pilares
de la política de cohesión del espacio europeo cuyo objetivo pretende reducir las diferencias
entre las redes de transporte de los Estados miembros, eliminar los cuellos de botella que
dificultan el buen funcionamiento del mercado interior y superar las barreras técnicas existentes
aún en el tráfico ferroviario con anchos de vías diferentes entre países.
La fachada mediterránea cuenta con las comunidades autónomas de mayor peso demográfico
(junto con Madrid) pues en ella reside más de la mitad de la población española. En ella se
localizan el segundo y tercer aeropuertos de España en tráfico de pasajeros, los de Barcelona y
Palma que, junto con el de Málaga, canalizan más de 80 millones de viajeros en un año. Más del
75% de las plazas turísticas de España se ubican en la franja mediterránea y más de la mitad del
PIB se genera en esta área. Los puertos de Valencia y Bahía de Algeciras gestionan más de un
tercio del volumen de mercancías del Estado y, junto con Barcelona, son los que reciben el mayor
número de contenedores procedentes de los países asiáticos, a través del canal de Suez. Otros
puertos especializados en energía, como Tarragona y Cartagena, también se localizan en esta
fachada marítima. El Horizonte 2030 prevé tres grandes corredores multimodales con origen en
la península ibérica, desde Portugal y España, hacia Francia y nordeste de Europa. Son muy
similares, tanto en carretera como en ferrocarril, y complementarios según los tipos de
mercancías y si proceden o no de los puertos, o soportan la exportación de productos nacionales.
España a pasó en un periodo relativamente corto de ser un país agrario a uno industrial –el
desarrollismo de los sesenta-, y también en breve tiempo –desde nuestro ingreso en la
Comunidad Europea en 1986- pasamos de ser una potencia industrial media a un país
predominantemente de servicios con un potente subsector turístico, como se vio antes. Presenta
la economía española una diversificada y compleja estructura económica, no exenta de graves
desequilibrios de renta entre la población y regionales.
Los datos de este tema se refieren a un momento crítico de la gran recesión (2012); la
recuperación de los años posteriores ha mostrado valores más positivos que, no obstante, no
suponen un cambio en los perfiles de la distribución espacial
La distribución espacial del Producto Interior Bruto (PIB) en España (2012) responde a patrones
que resultan suficientemente conocidos, no solamente para los especialistas sino también para
el gran público:
En perspectiva provincial para el período 2007-2012 apuntala estas líneas maestras. Los
servicios, en su conjunto, crecen en la práctica totalidad del territorio nacional, justamente lo
contrario de lo que sucede con el sector de la construcción, afectado tanto por la reducción
drástica de la demanda residencial (sobre todo interna, aunque también procedente de
compradores extranjeros) como por la caída de la contratación de obra pública derivada de las
políticas de disminución del déficit público. La industria, tanto manufacturera como extractiva
y energética, muestra un comportamiento muy heterogéneo y no sujeto a argumentos
geográficos claros, mientras el sector primario muestra una evolución general regresiva, salvo
en casos puntuales. Al calcularse estos porcentajes de crecimiento sobre valores nominales, la
distinta evolución sectorial de los precios introduce distorsiones que exigen cierta cautela.
1.2. El Empleo
El sector primario también aparece ahora con mayor nitidez que en el caso del VAB y demuestra
su papel no simplemente abastecedor de alimentos y materias primas agrarias, sino también –y
sobre todo– de factor de
anclaje de la población
en el territorio,
entendido como un
espacio extenso y no
solamente como una red
de ciudades. Provincias
como Almería, Murcia,
Huelva, Córdoba, Jaén,
Granada, las dos
extremeñas, Lleida,
Lugo, A Coruña y
Pontevedra albergan
todavía notables
contingentes de
empleados en
agricultura, ganadería,
explotación forestal o
pesca, en el caso de las provincias litorales. En el caso contrario, las actividades mineras,
energéticas y de suministro de agua y gas, bien visibles en el mapa del VAB por su elevada
productividad aparente, desaparecen prácticamente del mapa del empleo, salvo en casos
puntuales ligados al efecto estadístico que genera la localización de las sedes sociales de las
compañías abastecedoras (casos de Madrid, Sevilla o Bizkaia), o a la pervivencia de comarcas
especializadas en la minería, como sucede en León o Asturias, pese al crónico declive de sus
cuencas de carbón como consecuencia de la competencia de mineral extranjero y de las políticas
de transición hacia un modelo energético menos dependiente de los combustibles fósiles.
Sectorialmente la variación del empleo provincial entre 2007 y 2012 expresa la desigual
aportación de las principales ramas de la economía española a la grave situación del mercado
español de trabajo, derivada de la crisis del complejo inmobiliario-financiero desatada en 2008.
En veinte de las cincuenta provincias se destruyó más de la mitad del empleo en el sector de la
construcción, mostrando los archipiélagos, la fachada mediterránea en su práctica integridad, el
valle del Ebro y Madrid un comportamiento comparativamente peor que el promedio nacional.
La industria manufacturera ha sido incapaz de compensar esta sangría laboral, sin que se aprecie
un patrón geográfico definido en el balance de pérdidas y ganancias de empleo, más allá de que
las provincias que crean puestos de trabajo en la manufactura figuran entre las menos
Durante el período
considerado, al
menos, corresponde
a los servicios, de
manera muy
destacada, y al sector
primario y extractivo,
de forma más
limitada, el papel de
factores de
corrección de la
principal y más severa
manifestación de la
incapacidad del
modelo productivo
español para cumplir
su función de
proporcionar a la
ciudadanía un medio estable de acceso a las rentas.
El saldo laboral del sector terciario es positivo en todas las provincias excepto Segovia, aunque
la calidad de estos puestos de trabajo sea puesta en entredicho. El empleo se duplicó en las ramas
energético-extractivas y aumentó casi un 60% en el sector primario.
2. TRABAJO
Un elemento
especialmente
significativo del
mercado de trabajo
español, junto a unas
tasas de paro
tradicionalmente
elevadas, es la
persistencia de tasas
relativamente bajas
de actividad, al menos
en relación con lo que
es habitual en los
países más
desarrollados de
Europa. Las menores
tasas de actividad se
encuentran en los
territorios más envejecidos, algo muy claramente visible en la frontera con Portugal y en otras
provincias en las que la persistencia histórica de una elevada emigración y una baja natalidad
y fecundidad han conducido a estructuras demográficas con una muy escasa presencia de los
grupos de edades activos laboralmente. La tasa de actividad solo alcanza valores algo más
elevados en Madrid y su entorno metropolitano (Guadalajara, Toledo), el País Vasco y su entorno
más inmediato (Cantabria, Burgos, La Rioja, Navarra), Zaragoza, el litoral mediterráneo entre
Girona y Almería, Sevilla, Málaga y los dos archipiélagos.
2.1. Ocupación
En estos casos, la
incorporación de la
mujer al mercado de
trabajo es superior y el
volumen de población
desanimada, que ni
siquiera busca un
empleo porque lo estima imposible, es menor. Así, el mapa de Ocupados por sectores
económicos que representa las tasas de ocupación provinciales replica, en cierta forma, el
mapa de riqueza o renta per cápita: los mayores niveles se encuentran en Illes Balears, Madrid,
el nordeste peninsular entre el País Vasco y Cataluña, el valle del Ebro y provincias limítrofes;
también se observan tasas de ocupación relativamente altas en A Coruña y el litoral
mediterráneo hasta Murcia. Entre los territorios con elevadas tasas de ocupación se encuentran
los principales espacios metropolitanos, Madrid y Barcelona sobre todo, pero también muchos
espacios no metropolitanos que se caracterizan por haber alcanzado una exitosa especialización
productiva en un sector determinado; por poner algunos ejemplos se podría mencionar Illes
Balears (turismo), o Burgos, Navarra, Gipuzkoa, La Rioja y Castellón (industria).
El área más desarrollada se localiza en Madrid, –que a una escala metropolitana incluye en sus
dinámicas también a Toledo y Guadalajara–, y en el nordeste peninsular, –entre los polos
pioneros de la industrialización española del País Vasco y Cataluña y los espacios vecinos a
estos, principalmente el valle del Ebro–. Desde este núcleo más desarrollado se aprecian tres
ejes de desarrollo que se despliegan a lo largo del litoral atlántico (Cantabria, Asturias, litoral
gallego), el litoral mediterráneo (Comunitat Valenciana y Murcia) y el corredor hacia Portugal
en Castilla y León, (la diagonal castellana Burgos-Palencia-Valladolid-Salamanca), que se van
debilitando a medida que se alejan del núcleo nororiental. Los espacios menos desarrollados y
con menores tasas de ocupación se encuentran por el contrario en el sur y oeste, allí donde el
dinamismo económico es menor y la oferta de puestos de trabajo más reducida; a escala
autonómica, Andalucía y Extremadura serían las regiones con un menor nivel de desarrollo.
En estos casos, se deja sentir la mayor importancia relativa dentro de los mercados de trabajo
regionales del empleo altamente cualificado encuadrado en la administración y los servicios
públicos, en los que la presencia de mujeres es especialmente relevante.
La evolución de la afiliación de
los trabajadores a la Seguridad
Social es uno de los
indicadores de la capacidad de
creación o destrucción de
empleo formal. Desde finales
de los años noventa del pasado
siglo se detecta una tendencia
claramente ascendente del
número de afiliados en el
Régimen General,
manteniéndose estable, con un
leve crecimiento, el de
trabajadores autónomos,
hasta mediados de 2008,
cuando la crisis económica se evidencia con una clara destrucción de empleo. A finales de enero
de 2001, hay un total de 15.204.072 de personas afiliadas a la Seguridad Social, de los que algo
más de 12 millones pertenecen al Régimen General, 2,5 millones son trabajadores autónomos, y
el resto pertenecen al Régimen Especial del Mar y al de Minería del Carbón.
En 2008, estas cifras llegan a su máximo, con un total de 19.111.058 afiliados el último día de
enero. Tomando esta referencia, el año siguiente, 2009, registra una pérdida de casi un millón
de afiliados que marcará el inicio de una reducción del empleo que no parece empezar a
recuperarse hasta 2014. A finales de diciembre de 2015, el número total de afiliados a la
Seguridad Social en el conjunto de España asciende a 17.180.590 personas, con lo que se han
recuperado los niveles de 2005, antes de que se iniciase la gran recesión.
Las dos primeras suponen el 30,2% del total de afiliados de España. Barcelona es la provincia
con mayor número de trabajadores autónomos de España y Cataluña la comunidad autónoma
que ocupa la primera posición, seguida por Andalucía, Madrid y la Comunitat Valenciana. Las
ciudades autónomas de Ceuta y Melilla son las que presentan menor número de trabajadores de
todos los regímenes afiliados a la Seguridad Social, seguidas de provincias con escasa población
como son Soria, Ávila, Teruel, Zamora, Segovia, Palencia, etc., aunque con tasas de afiliación
elevadas.
Los regímenes especiales del Mar y de la Minería del Carbón agrupan muy escasa población,
pero muy concentrada territorialmente. El primero destaca en Galicia, concretamente en la
provincia de Pontevedra, que con más de 13.000 afiliados (20.270 en toda Galicia), supone el
23,3% de todos los afiliados en este régimen en España.
Destaca también Andalucía, con algo más de ocho mil afiliados, donde Cádiz acumula casi la
mitad (3.800 afiliados). Respecto a la Minería del Carbón, es Asturias, con 2.377 afiliados, la
comunidad autónoma más destacable (agrupa el 66% de los afiliados en este régimen de toda
España), seguida por Castilla y León (833 afiliados, 804 de ellos en la provincia de León) y Aragón,
con una gran concentración en la provincia de Teruel.
Además, explica la
diferencia por sexos, ya que
los trabajadores en la
agricultura suelen ser
hombres, y en el hogar
mujeres, lo que revela, a su
vez, también las diferencias
regionales al respecto, por
cuanto la oferta laboral está
más o menos vinculada a uno
de estos sectores de
actividad. Por comunidades
autónomas, cabe señalar el
peso de estos trabajadores
en Cataluña, especialmente
en la provincia de Barcelona,
la Comunidad de Madrid, Andalucía y la Comunitat Valenciana. La variación del número de
trabajadores extranjeros afiliados entre 2007 y 2015 permite apreciar la pérdida durante el
período de crisis en todas las provincias, excepto en Huelva, Almería, Gipuzcoa y Bizkaia. Las
provincias con pérdidas de población trabajadora extranjera más acusadas son León, Teruel,
Albacete, Toledo y Ávila, no sólo por la emigración de retorno, sino también por la emigración
hacia lugares con mayores posibilidades de encontrar empleo, como la costa mediterránea, con
empleo vinculado al turismo, o la capital de España.
2.3. Paro
La crisis económica ha
tenido como efecto más
devastador un enorme
aumento del desempleo. Entre 2008 y 2012 la tasa de paro masculina se ha elevado 14,7
En ambos casos, la tasa de paro española doblaba en aquel año la media de la UE y, en el caso
de los hombres jóvenes, era la más alta de Europa, quedando la de las mujeres en segunda
posición, después de Grecia. En 2014 la tasa de paro en España es de 24,4, frente a la media
europea de 10,8. La brecha de género se ha reducido considerablemente en el período de la
crisis, pasando de tres puntos en el año 2008 a 0,5 en 2009 y 1,1 en 2013, todo ello como
consecuencia del mayor crecimiento del desempleo entre los hombres durante este período.
3. EMPRESA
Por lo que se refiere a las empresas con asalariados, el predominio de las microempresas
resulta aplastante: cerca del 80% del total contaban con cinco o menos trabajadores. No
obstante, la distribución de la población asalariada según tamaño de empresa sí que muestra
grandes contrastes espaciales. Así, en Madrid más de la mitad de la población asalariada
trabaja en empresas de más de 500 empleados, hecho favorecido porque la capital es la sede
central preferente de las grandes compañías españolas y multinacionales. La importancia de la
gran empresa es también apreciable (25% de los asalariados) en otros territorios con tejidos
empresariales más maduros y consolidados o con algún establecimiento industrial destacado:
Asturias, Bizkaia, Barcelona, Valladolid, Zaragoza, Valencia o Sevilla, entre otras.
Demografía empresarial
Los cierres y aperturas de empresas pueden utilizarse, usando un símil demográfico, para el
cálculo de tasas de natalidad y mortalidad empresarial que, junto a la tasa neta derivada de la
4. LA HACIENDA PÚBLICA
Este subcapítulo considera con cierto detalle la vertiente espacial de la recaudación tributaria del
Estado y de sus tres principales fuentes: el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas
(IRPF), el Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA) y el Impuesto de Sociedades (IS). Estos tres
instrumentos fiscales gravan, respectivamente, los ingresos de la ciudadanía, las transacciones
comerciales de bienes y servicios y los beneficios generados por las personas jurídicas con ánimo
de lucro. Su contribución al sostenimiento de las arcas públicas es fundamental para que el
Estado, en sus distintos niveles territoriales, pueda ejercer su labor inversora y redistributiva.
Por ello es relevante conocer la contribución de las provincias españolas a ese esfuerzo común.
El gráfico de Tasa de variación de la recaudación tributaria del Estado, que representa mediante
líneas la tasa de variación interanual, atestigua que son los tributos ligados a la actividad de las
empresas los más afectados por la gran recesión, con un descenso de hasta el 40% en la
recaudación del IS entre 2007 y 2008, o del 30% en la recaudación del IVA entre 2008 y 2009. La
escasa variación relativa de la recaudación de los citados impuestos especiales, sin embargo,
demuestra que ciertos hábitos y patrones de consumo muy arraigados en la sociedad española
apenas sufrieron alteraciones durante esta etapa adversa de pérdida de poder adquisitivo y
destrucción de puestos de trabajo.
El desglose provincial
de la recaudación
tributaria
representado en el
mapa Recaudación
tributaria del Estado
calca el reparto
geográfico de la
población y de la
actividad económica,.
En todo caso, hay que
tener en cuenta que la
liquidación del
Impuesto de
Sociedades se efectúa
en la provincia donde
radica la sede social de
las empresas. El efecto
directo de este imperativo legal no es otro que el aumento artificial de las cifras asociadas a este
tributo en lugares como Madrid, Barcelona, Bizkaia, Valencia, Sevilla, A Coruña o Illes Balears,
por lo menos. Una vez más, el peso de las provincias interiores, sobre todo de las más próximas
a Madrid, es francamente limitado en este terreno. Los valores negativos que aparecen en
Navarra y Álava deben atribuirse a las peculiares características de su régimen foral.
Según estipula la ley que lo regula, el Impuesto sobre el Valor Añadido es un tributo de
naturaleza indirecta que recae sobre el consumo y grava las entregas de bienes y prestaciones
de servicios efectuadas por empresarios o profesionales, las adquisiciones intracomunitarias de
bienes y las importaciones de bienes.
Como muestra el gráfico Ingresos tributarios del IRPF, que desglosa la procedencia de los
tributos, las rentas del trabajo y de las actividades profesionales componen la inmensa mayoría
del IRPF. En una perspectiva territorial, estas condiciones normativas implican que la distribución
provincial de la recaudación por IRPF guarda relación no solamente con el total de los efectivos
demográficos (particularmente con la localización de las personas empleadas por cuenta ajena),
sino también con su nivel relativo de ingresos por habitante.
Existe una desigual contribución de las provincias españolas a la financiación de los servicios
públicos y al funcionamiento general de la Administración, sea esta nacional, autonómica,
provincial o municipal, deben servir de punto de partida para el diseño consensuado de sistemas
equitativos de financiación de las administraciones regionales y locales. Estos dos niveles
políticoadministrativos no solo disponen de un amplio abanico de competencias en servicios
públicos básicos (educación, sanidad, medio ambiente) que deben ser adecuadamente
financiadas, sino que su proximidad física al administrado les exige una ágil capacidad de
respuesta a sus demandas.
Ahora bien, esas diferencias en ningún caso pueden convertirse en un argumento para justificar
actitudes y posturas insolidarias, puesto que los Estados democráticos de derecho como el
español no están constituidos a partir de la mera agregación de territorios, sino que se
fundamentan en la ciudadanía: son los ciudadanos quienes, a título individual, en función de su
riqueza y con independencia de su lugar de residencia, deben pagar los impuestos, tributos y
tasas estipulados por la ley, sin que quepa atribuir a los territorios la condición fiscal de entes
sujetos a tributación o acreedores a un trato diferenciado, como sucedía durante el Antiguo
Régimen.
La Constitución establece que tales recursos están formados por los impuestos total o
parcialmente cedidos por el gobierno central (más los recargos que establezcan sobre los
impuestos del Estado), la participación en los ingresos de este (contabilizada en el mapa como
transferencias corrientes), sus propios impuestos y tasas, las transferencias del Fondo de
Compensación Interterritorial para gastos de inversión y, finalmente, los rendimientos
obtenidos gracias a su patrimonio, a lo que se suman las operaciones de crédito y la emisión
de deuda. La combinación de estas fuentes de ingresos es heterogénea. Las comunidades de
régimen foral se nutren principalmente de los tributos que recaudan, directamente en el caso
de Navarra, e indirectamente en el del País Vasco, cuyo presupuesto autonómico se nutre
mayoritariamente de las transferencias recibidas desde las tres diputaciones forales, que son los
órganos que gozan de la potestad de recaudar los tributos. Dentro de las comunidades de
régimen común, debe destacarse la desigual contribución de los impuestos (directos, indirectos,
más las tasas), a la financiación del presupuesto.
El estallido de la burbuja
inmobiliaria truncó estas
expectativas en muchas
localidades, generando un
cuantioso endeudamiento de los
ayuntamientos que se refleja con
claridad en el gráfico Evolución
de la deuda de las entidades
locales.
La Geografía Política es una rama de la Geografía Humana que estudia la organización política y
estructura territorial de los estados soberanos y de otras entidades no estatales. En este tema se
analiza la organización política y la estructura territorial de nuestro país, sus antecedentes en la
Edad Moderna, señaladamente durante la Ilustración del s. XVIII, la división provincial de 1833 y
los cambios acontecidos desde entonces, señalando especialmente dos hitos: la creación, tras la
aprobación de la Constitución de 1978, de las actuales 17 regiones o comunidades autónomas –
la España de las autonomías-, y el ingreso de España con Portugal, el 1 de enero de 1986, en la
entonces Comunidad Europea, hoy Unión Europea.
El sistema político es uno de los grandes actores de la construcción del espacio geográfico a
través de la articulación legal y la responsabilidad en la organización y aplicación de las
políticas, cada una de ellas con su impacto territorial. Por su parte, los modelos de planificación
y de intervención, con sus respectivos instrumentos, resultan esenciales para organizar los
territorios.
En ambos casos, el énfasis debe estar puesto en cómo poder aprovechar potencialidades y
diversidades para un mejor diseño y aplicación de las políticas. Estas se adaptan a cada territorio
para mejorar su rendimiento y eficacia, y para el objetivo de una adecuada cohesión territorial.
Por tanto, la articulación y vertebración territorial no solo quedan asociadas con el nivel de
accesibilidad, con ser importante el papel de infraestructuras y equipamientos, sino
intrínsecamente unidas al sistema político-administrativo. Este acabará definiendo el modelo
territorial resultante. La distribución de competencias del modelo de Estado autonómico hace
que sean varios los niveles administrativos que intervienen sobre un mismo territorio
desarrollando políticas de gran impacto territorial. El modelo territorial acaba siendo el
resultado de la intervención de múltiples instancias de gobierno que ejercen sus competencias
en materias muy diversas con diferentes modos de relación.
Los problemas de gobernanza territorial constituyen el reto más importante para el Estado
español en la actualidad. La Constitución española de 1978 (en adelante CE) establecía un
singular modelo de Estado que no tiene equivalente; tan abierto y complejo que no puede
considerarse una fórmula técnica definitiva. De hecho, y esta es una cuestión trascendental, no
se trata de un modelo acabado sino en definición y construcción permanente. Este hecho, junto
a una coordinación interinstitucional poco funcional, ha sido causa de contradicciones, cuando
no conflictos, entre administraciones; y no sólo, aunque también, en lo relativo al modelo
Esta es una función que correspondería al Senado, en tanto que Cámara de representación
territorial cuya reforma, para avanzar justo en esta dirección, ya se planteó a mediados de la
década de los noventa. Función finalmente circunscrita a una de sus comisiones internas en la
actual XII Legislatura, a la Comisión General de las Comunidades Autónomas.
Los gobiernos necesitan estructuras territoriales para poder aplicar sus políticas y gestionarlas a
través del aparato del Estado: las administraciones públicas. La CE consagró la Organización
Territorial del Estado (título VIII) vigente hasta nuestros días sirviendo de marco para el Estado
de las autonomías o Estado autonómico. Se trata de un Estado unitario, pero ha llegado a tener
un funcionamiento similar al de los estados federales, organizado en tres niveles político-
administrativos principales para los que se garantiza la autonomía en el gobierno de sus
intereses. Según la distribución de competencias que la propia CE establece: la Administración
General del Estado (AGE), el nivel regional (las comunidades autónomas –CC.AA.–) y el nivel local,
que incluye las provincias, municipios, islas, pequeñas entidades inframunicipales tales como
caseríos, parroquias, aldeas, concejos, pedanías, etc., así como otras entidades superiores al
municipio como las comarcas, áreas metropolitanas y mancomunidades.
De acuerdo con el art. 143.1 CE, «en el ejercicio del derecho a la autonomía reconocido en su art.
2 (...) las provincias limítrofes con características históricas, culturales y económicas comunes,
los territorios insulares y las provincias con entidad regional histórica podrán acceder a su
autogobierno y constituirse en comunidades autónomas» (con arreglo a lo previsto en el título
VIII de la CE y en los respectivos estatutos de autonomía). Contempla diversas formas de acceder
a la autonomía; fundamentalmente dos: según lo estipulado en los artículos 143 (la llamada vía
lenta) y 151 (vía rápida). Asimismo, y a pesar de que tienen como referente normativo estos dos
artículos, cabe señalar también la Disposición Adicional Primera y Transitoria Cuarta (relativa al
territorio foral de Navarra) y la Disposición Transitoria Segunda relativa a los territorios que
hubieran plebiscitado anteriormente sus estatutos de autonomía (EA) y hubieran contado con
regímenes provisionales: Cataluña, País Vasco y Galicia.
Finalmente, la posibilidad de obtener la autonomía por parte de las ciudades de Ceuta y Melilla
se contempla en la Disposición Transitoria Quinta, según lo establecido por el artículo 144.a. El
proceso de formalización de la España de las autonomías no fue sencillo ni uniforme en el tiempo.
Se prolongó desde el 18 de diciembre de 1979, fecha de promulgación de los EA de Cataluña y
País Vasco, hasta el 25 de febrero de 1983, cuando se aprueban los EA de Extremadura, Illes
Balears, Comunidad de Madrid y Castilla y León.
A las 17 CC.AA. constituidas en dicho intervalo se añadieron el 13 de marzo de 1995 las ciudades
autónomas de Ceuta y Melilla. En un principio no estaba previsto que todo el territorio español
fuera divido por completo en CC.AA., ni que todas asumieran la autonomía plena. El proceso
autonómico se vio afectado por una escalada competencial por la que algunas comunidades que
siguieron la vía del art. 143 llegaron a superar las competencias que les permitía asumir el art.
148 y alcanzaron de inmediato otras del art. 149 inicialmente reservadas a la AGE (salud, régimen
minero y energético, industria y comercio…).
El primer grupo, de vía rápida (con soluciones normativas asimilables al art. 151) resulta sin
embargo muy heterogéneo: CC.AA. con EA plebiscitados con anterioridad, territorios de régimen
foral (Navarra siguió una vía especial, la del llamado amejoramiento del fuero), CC.AA. sin
antecedentes forales ni plebiscitarios pero con acceso inmediato (únicamente Andalucía cumplió
con el art. 151) y CC.AA. con competencias ampliadas desde el principio a través de Ley Orgánica.
El art. 150.2 CE permite ampliar las competencias vía transferencia o delegación, pero no
contempla que tales incrementos aparezcan ya en el propio (primer) EA. Aun así, en el caso de
Canarias y la Comunitat Valenciana se aprobaron simultáneamente los estatutos y la
correspondiente ley de transferencias.
Sin embargo, no tenían posibilidad de convocar elecciones de forma autónoma como todas las
anteriores. No son equiparables a las asimilables al art. 151, pero tampoco exactamente iguales
al resto de las que accedieron a través del art. 143. Los EA establecieron la estructura político-
administrativa con que cuentan las CC.AA.; se trata de lo que se denomina «regiones
constitucionales». Desde su aprobación, todas disponen de capacidad de autogobierno: ejecutiva
(el gobierno autonómico) y legislativa (los parlamentos autonómicos). De ahí el calificativo de
«Estado compuesto» con el que el Tribunal Constitucional (TC) define el modelo español. Como
la AGE, también el nivel autonómico de gobierno está dotado de instituciones parlamentarias y
Así pues, el ejercicio de las competencias autonómicas por parte de las CC.AA. no está sometido
a control político, aunque sí al control de constitucionalidad por parte del TC en caso de
conflicto. Progresivamente, todas las CC.AA. irán accediendo a las mismas atribuciones
competenciales; una condición que el legislador entenderá previa para poder definir y acordar
los sucesivos marcos plurianuales de financiación autonómica. Las CC.AA. que accedieron por la
vía del art. 143 CE habían asumido en 1998 casi las mismas competencias principales que las que
lo hicieron por el art. 151. En 1992, la aprobación de la Ley Orgánica de Transferencia de
Competencias intentó igualar las diferencias cualitativas en la asunción de las competencias más
importantes entre las CC.AA.
El proceso uniformador, que pactaron los dos grandes partidos que se han venido alternando en
el gobierno de España desde 1982, se cerraba con los acuerdos del sistema de financiación
autonómica aprobados a partir de 2002. Mediante el mismo se obligaba a todas las CC.AA. a
asumir las competencias de educación (desaparecía «el territorio MEC») y sanidad (desaparecía
«el territorio INSALUD»). Todos los estatutos originales han ido experimentando reformas de
diferente calado. Sin embargo, en el primer lustro del presente siglo se empezaron a reformar
algunos con la intención de adaptarlos a las condiciones y necesidades reales del momento. En
especial por las relaciones con la Unión Europea y sus políticas, pero también para ampliar su
techo competencial en materias no contempladas originalmente en la CE. Las CC.AA. que han
aprobado sus segundos textos estatutarios son Comunitat Valenciana y Cataluña en 2006 (el
segundo impugnado ante el TC), Illes Balears, Andalucía, Aragón, Castilla y León en 2007 y
Extremadura en 2011. También Navarra introdujo modificaciones a su texto mediante la Ley
Orgánica 7/2010.
Sin embargo, hay que recordar que hasta entonces, y por mucho tiempo, fueron las provincias la
división más importante. De hecho, junto con los municipios, son las dos divisiones que
explícitamente reconoce la CE; a partir de las que poder configurar las actuales CC.AA. según lo
dispuesto en el Título VIII sobre la Organización Territorial del Estado (art. 137). Ambas
Las provincias son la herencia promovida por el cambio dinástico durante el siglo XVIII, como
elemento de racionalización para la gestión político-administrativa de un Estado centralista. La
historia de España cuenta con un largo inventario de propuestas de divisiones provinciales.
Algunas de ellas se hicieron siguiendo unos claros crite rios objetivos para la época, como la
realizada en 1799 por el superintendente general de Hacienda Cayetano Soler por mandato de
Manuel Godoy. Se trata de una reforma territorial que pretendía la reorganización fiscal
racionalizando el sistema impositivo. En ella se emplea como criterio de división el sistema de la
mínima distancia: la distancia de cualquier núcleo de población a su capital de provincia o partido
siempre debe ser menor que la distancia a cualquier otra capital. Le siguieron otras iniciativas
como la que se desarrolló en cumplimiento de lo establecido en el art. 11 de la Constitución de
Cádiz de 1812. Ya durante el Trienio Liberal, y tras diversas iniciativas, en 1822 se aprobaría una
nueva división provincial de España con cincuenta y dos provincias, delimitadas en función de
referencias históricas de antiguos reinos, accidentes geográficos y la permanencia de los
términos municipales.
Las provincias recibían el nombre de su capital y por primera vez pasaban a tener competencias
plenas en las esferas política, judicial y económica. La restauración absolutista de Fernando VII
abortó la iniciativa. Se llega así a 1833, fecha clave para la organización territorial de España,
cuando se aprobó el decreto de división provincial de Javier de Burgos, Ministro de Fomento
durante la regencia de María Cristina. Establecía una división de España en 49 provincias, dos de
ellas insulares, Canarias y Baleares. En ella se recogían elementos de anteriores divisiones
borbónicas, la bonapartista y liberales. Salvo pequeñas modificaciones posteriores, su base
territorial perdurará hasta la actualidad. Lo que sin embargo sí se modificará, desde la segunda
mitad del s. XIX hasta la dictadura franquista, es la propia concepción de la provincia y las
funciones de las instituciones provinciales.
En este sentido el concepto de provincia, que, con ligeras modificaciones ha llegado hasta la
Constitución de 1978, tiene lugar en 1925 con la dictadura de Primo de Rivera, cuando se aprueba
el Estatuto Provincial. La provincia también tuvo gran importancia en la etapa franquista al
constituirse en la demarcación intermedia entre los municipios y el Estado, tal y como recogería
la Ley Orgánica del Estado de 1967, al haberse suprimido las regiones constituidas en régimen de
autonomía en tiempos de la Segunda República.
En la actualidad, tal y como recoge el art.141.1 CE, la provincia es una entidad local con
personalidad jurídica propia, determinada por la agrupación de municipios, y a la vez, una
división territorial para el cumplimiento de las actividades del Estado. De acuerdo con el art. 68
CE, el Congreso se compone de 350 diputados elegidos por sufragio universal y cuya
circunscripción electoral es la provincia. La ley distribuye el número total de diputados asignando
una representación mínima inicial (2 escaños) a cada circunscripción (lo que acaba facilitando la
obtención de un escaño con unos pocos miles de votos en provincias escasamente pobladas de
la España interior) y distribuyendo los demás proporcionalmente a su población. Ceuta y Melilla
están representadas cada una de ellas por un diputado. La elección se verificará en cada
circunscripción atendiendo a criterios de representación proporcional. Los cambios
demográficos han favorecido el peso de Madrid, especialmente, y Toledo por efecto inducido,
Más allá del peso específico con el que cuente cada territorio, también en este caso, como en las
elecciones al Parlamento, los candidatos elegidos por cada circunscripción pueden tener poco o
nada que ver con los territorios desde los que son elegidos. Además de este número, desde la
aparición de las CC.AA. estas designan un senador y otro más por cada millón de habitantes de
su respectivo territorio. La designación corresponde a la Asamblea legislativa o, en su defecto, al
órgano colegiado superior de la comunidad autónoma, de acuerdo con lo que establezcan los
estatutos, asegurando la adecuada representación proporcional.
El mapa autonómico representa, tras la AGE, un segundo nivel territorial. A estos dos niveles de
gobierno, conjunto conocido como «bloque constitucional», se suma el nivel local, que también
tiene garantizada la autonomía para el gobierno de sus intereses (art. 137 CE). Sin embargo, no
recibe la atribución directa de competencias en la CE, sino que se le atribuyeron en la posterior
Ley Reguladora de las Bases del Régimen Local de 1985 (LBRL), por lo que su margen de actuación
queda limitado por los dos primeros.
En este tercer nivel territorial se sitúan las entidades locales: provincias y municipios, pero
también, y cada vez con mayor importancia, aunque no se extienden a lo largo de todo el
territorio español, comarcas, mancomunidades, áreas metropolitanas, cuadrillas y otras
asociaciones de municipios.
Por lo que respecta a los municipios, su origen se remonta a la Edad Media. Conquistada una
zona, el monarca autorizaba la ocupación de parte de las tierras por parte de sus súbditos,
hombres libres que defenderán sus tierras contra los musulmanes expulsados. Esta forma de
repoblación cristiana se conoce como presura. La unión de los propietarios libres determinará,
desde el siglo X, la formación de núcleos de población que ejercerán el control y defensa de sus
tierras, lo que constituiría la base de los términos municipales castellanos, baylías en Aragón,
Valencia, Baleares y Cataluña.
Entre los siglos XII y XIII, los núcleos más importantes por demografía, dimensión y potencial
económico reciben del rey la categoría de villas o ciudades, adquiriendo cierta capitalidad
administrativa. De aquí, surgen nuevos y más potentes municipios base, a su vez, de términos
mayores (sexmas, sexmos, quadrillas, ochavos, tierras, partidos…) y de unidades administrativas
Con todo, su número se ha mantenido estable desde el descenso experimentado en los años
ochenta (de 9.266 a poco más de 8.100), con ligera tendencia al alza a partir de la década
siguiente. La respuesta dada hasta la fecha ha venido a través de las mancomunidades y de las
diputaciones. Antes complementarias, los cambios legislativos recientes, como la Ley 27/2013,
de 27 de diciembre, de racionalización y sostenibilidad de la Administración Local, ha supuesto
un importante cambio hacia la exclusión de las primeras y de la gestión comunal municipal, lo
que ha provocado la reacción de parte de dichas entidades locales.
Respecto de las provincias, habiéndose configurado hace casi dos siglos, está en debate su
funcionalidad y utilidad real para dar respuesta a las necesidades actuales. Sin embargo, siguen
siendo la base para el cálculo de escaños en cada elección y sus órganos de gobierno cuentan
con competencias y recursos (aunque limitados y cedidos por otras administraciones) mediante
los que desarrollan acciones, especialmente en los pequeños municipios. El gobierno y la
administración autónoma de las provincias están encomendados a diputaciones provinciales u
otras corporaciones de carácter representativo (art. 141.2 CE). En los archipiélagos, las islas
tendrán su administración propia en forma de cabildos o consejos (art. 141.4). También se
podrán crear agrupaciones de municipios diferentes de la provincia (art. 141.3) dentro del
territorio de cada CC.AA. De acuerdo con el art. 152.3, los respectivos EA, mediante la agrupación
de municipios limítrofes, podrán establecer circunscripciones territoriales propias, que gozarán
de plena personalidad jurídica.
El Libro blanco para la reforma del gobierno local de 2005 del Ministerio de Administraciones
Públicas (MAP) distinguía entre agrupaciones y asociaciones de municipios. Las primeras derivan
de la potestad de las CC.AA. (caso de las comarcas y entidades metropolitanas), las segundas de
la autoorganización intermunicipal (mediante convenios interadministrativos, entidades de
cooperación intermunicipal o la cooperación informal). Las segundas son las más frecuentes, y
de entre ellas las mancomunidades.
Según el art. 43.4 LBRL, la creación de comarcas no puede implicar que los municipios pierdan
las competencias propias y los servicios mínimos de los arts. 25 y 26. Las comarcas sólo cuentan
con un carácter administrativo legalmente reconocido en Cataluña, el País Vasco, donde quedan
asociadas a derechos forales, como en el caso de Navarra con sus merindades, en la comarca de
El Bierzo (constituida en 1991) en Castilla y León y, más recientemente, en Aragón, gracias a su
Ley de Comarcalización (Decreto Legislativo 1/2006). Galicia, Principado de Asturias y Andalucía
cuentan con comarcas funcionales para la territorialización de los servicios autonómicos; en otras
CC.AA. se producen mapas de áreas funcionales para cada política sectorial.
Como en el caso de las comarcas también pueden presentar una doble naturaleza: un nuevo
gobierno o un ente local con funciones específicas para cuyo cumplimiento tienen claramente
delimitadas sus potestades. Se trata entonces de áreas metropolitanas especializadas,
monofuncionales, unas estructuras sectoriales de colaboración en un espacio metropolitano.
Como ejemplo de área metropolitana, la de Barcelona, que cuenta con su propio plan subregional
de acción territorial; como entidad metropolitana está la de València para el tratamiento de los
residuos y del agua. Nada impide que la gestión de esta realidad física se lleve a cabo mediante
otras formas de cooperación como mancomunidades o consorcios, como de hecho ocurre muy
a menudo. No resulta acorde la realidad española con la que viven en la actualidad otros países
de nuestro entorno más cercano como Francia, Italia, Alemania, Portugal o el Reino Unido, en los
que las regiones metropolitanas pretenden constituirse en una de las piezas clave de la
articulación territorial mediante la que poder afrontar los nuevos retos y necesidades urbanas.
La ordenación del territorio (OT), como política pública comporta tomar decisiones por parte
de los responsables políticos sobre los modelos de intervención que resultan esenciales para
articular y cohesionar los territorios.
En el Estado autonómico coexisten distintas instancias con poder político propio cuya relación
no es completamente jerárquica en todos los planos ni su posición constitucionalmente
equiparada.
La cooperación entre estas no siempre se resuelve de manera favorable, lo que acaba debilitando
las posibilidades de alcanzar un desarrollo territorial sostenible de conjunto. Las iniciativas, en
este sentido, parecen venir más por la vía de políticas como la económica y la del medio
ambiente, para las que sí existe una clara y completa distribución de responsabilidades desde el
nivel europeo hasta la local. Con todo, la experiencia hasta la fecha viene a reproducir el mismo
resultado en todas ellas: una coordinación insuficiente que debería procurar la OT, verdadera
política transversal o crisol de las políticas, como una de sus funciones al estilo de Francia y
Alemania.
Las CC.AA. han asumido por completo las competencias de OT y se han ido dotando de una
legislación territorial propia. Sin embargo, no todas han aprobado los instrumentos de
planificación territorial previstos en sus propias leyes. Algunas todavía carecen de un
instrumento de planificación de escala regional y de un modelo territorial definido más de 30
años después de sus primeros estatutos. Tras sus sucesivas reformas, la consideración de la
política de OT por parte de las CC.AA. es, en general, amplia e integradora, y se la relaciona con
Los planes regionales de OT aparecen en todas las leyes autonómicas, aunque en algunas de
ellas aún no hayan sido aprobados. Constituyen el marco de referencia para el resto de planes,
así como para las actividades socioeconómicas.
Al nivel subregional, primero fueron los planes directores de áreas homogéneas (de ámbito
comarcal, mancomunal, metropolitano, interprovincial…), cuyo enfoque también ha variado de
más vinculante a más estratégico. En ocasiones, se llegan a desarrollar unos planes de segundo
nivel subregional en espacios más concretos, orientados específicamente a la ordenación
urbanística supramunicipal (como en Cataluña, País Vasco y, más recientemente, en la
Comunitat Valenciana). En la mayoría de las CC.AA., como instrumentos de ordenación
subregional, coexisten los planes territoriales de carácter integral con los de carácter sectorial.
Predominan ampliamente los segundos, dándose el mejor equilibrio entre ambos en Andalucía
y el País Vasco. Además, las leyes autonómicas contemplan otros instrumentos y
procedimientos para la intervención sectorial (planes y proyectos) de clara incidencia
territorial, sean de carácter medioambiental, rural o turístico. Se trata de una planificación que
ha adquirido gran importancia y no es infrecuente que se utilice como sustitutiva de los planes
territoriales subregionales por su mayor legitimación social y operatividad. Valga recordar la
situación creada con la Ley 6/1998 sobre régimen del suelo y valoraciones, por la que la OT
quedaba en la práctica reducida a la figura de los Planes de Ordenación de los Recursos Naturales
(PORN), como verdaderos planes de OT para los espacios naturales protegidos.
Únicamente Madrid y Murcia prescinden de ellos. Mención especial merecen los instrumentos
de ordenación del litoral. Algunas CC.AA. los consideran de carácter regional, al afectar a la
totalidad de un espacio con particularidades específicas que recorre toda la fachada litoral de su
territorio (Andalucía). Otras los han tramitado como planes de escala intermedia, subregional,
con la lógica de que comprenden un territorio inferior al de la comunidad autónoma (Galicia,
Asturias, Cantabria y Murcia). En otros casos, se han tramitado como instrumentos de carácter
sectorial, entendiendo que se trata de espacios con una problemática específica,
fundamentalmente urbanística e infraestructural (Cataluña, País Vasco o el pendiente de aprobar
en la Comunitat Valenciana).
La mayor frecuencia de los planes sectoriales responde a que permiten desarrollar las
actuaciones más rápidamente, aunque suelan carecer de una visión integral. No es inusual,
además, que esta planificación sectorial se materialice en forma de actuaciones muy puntuales
sobre el territorio en forma de múltiples proyectos (como en Canarias, Galicia y Navarra). En este
tipo de instrumentos, Andalucía resulta un caso único, dado que la planificación sectorial no
forma parte de la batería de instrumentos de la OT (que queda circunscrita a los instrumentos
subregionales de carácter integral) y actúa de manera complementaria pero separada del propio
departamento de OT.
Algunas políticas sectoriales ejercen una fuerte influencia sobre la ordenación y articulación
territorial, entre las cuales podemos citar la política rural, la turística, la de medio ambiente, la
de infraestructuras o la política económica y regional.
La situación actual refleja la mayor preocupación por la protección del medio natural. El 28%
de la superficie española son espacios naturales protegidos (ENP) bajo diferentes figuras. Se
han superado los enfoques originales de protección de principios del siglo XX, que la hacían
recaer únicamente sobre grandes espacios con notables componentes y procesos ecológicos
que reclamaban protección. Han surgido nuevas figuras de protección para espacios de menor
escala, que se ajustan mejor a sus particulares características y necesidades. También se supera
el enfoque de protección museística para dar paso a una conservación que busca la integración
de los espacios naturales en el modelo territorial general, bajo el principio de un desarrollo
(territorial) sostenible.
En cuanto a los instrumentos de gestión, son los Planes Rectores de Uso y Gestión (PRUG) los
que detallan de forma programada las actuaciones que pueden llevarse a cabo en los límites del
ENP y, en algunos casos, su área de influencia más inmediata (exista PORN previo o no, en cuyo
caso lo sustituyen como instrumentos más concretos y aplicados).
Los PRUG constituyen reglamentos revisables cada cuatro a seis años según las CC.AA., que
exponen los objetivos, directrices y normas que deben regir los posibles usos del área
protegida. Según aclara la STC 194/2004, corresponde a las CC.AA. la declaración y la
determinación de la fórmula de gestión de los ENP en su ámbito territorial, y también en las
aguas marinas, cuando exista continuidad ecológica del ecosistema marino con el terrestre
objeto de protección. Algunas CC.AA. han desarrollado otras figuras de gestión para las figuras
de protección a las que la normativa estatal no obliga a desarrollar un PRUG (los parques y
reservas naturales). Sin embargo, son los instrumentos administrativos de referencia para la
gestión de áreas protegidas que prevalecen sobre el planeamiento urbanístico y resultan
especialmente indicados para coordinar actuaciones concretas, involucrando a la población
local.
En este último sentido, y a efectos de evaluación ambiental estratégica, los PRUG son
considerados planes territoriales y urbanísticos, en tanto que muchos de ellos plantean la
zonificación del interior de los ENP y sus áreas circundantes (art. 30.6 de la Ley 42/2007).
Junto a los espacios naturales, y muchos casos en estrecha relación con ellos, son otros dos los
tipos de áreas que han merecido una atención y tratamiento desde el punto de vista de la
planificación de su desarrollo territorial: los rurales y los turísticos. La Constitución de 1978
dedica el art. 130 del Título VII a la agricultura, prestando especial atención a la agricultura de
montaña (art. 130.2). De acuerdo con la STC 45/1991, las zonas de agricultura de montaña
resultan ámbitos territoriales para los que hay que desarrollar una actividad de planificación y
programación económica (como los programas de ordenación y promoción de recursos agrarios
de montaña) de forma coordinada, dado el amplio inventario de materias a tratar: medio
ambiente, ordenación territorial, obras públicas, agricultura, montes y aprovechamiento
forestal, ganadería, turismo, etc. Se trata de un claro ejemplo de concurrencia competencial
entre la AGE y las CC.AA., en la que también pueden participar otros niveles concernidos, como
las entidades y actores locales. Representa la base para los programas de desarrollo rural de
1991-1998 que se crearon bajo claro influjo europeo.
La reforma de la Política Agrícola Común (PAC) de 1998 añadiría de forma explícita el desarrollo
rural sostenible a la tradicional política de precios y de mantenimiento de rentas que había
guiado su acción hasta entonces. Algo sobre lo que se venía ensayando desde la iniciativa
comunitaria LEADER, que hacía bandera de la coordinación interadministrativa e intersectorial
y de la participación de las redes de actores locales a través de los Grupos de Acción Local (GAL).
Su misma filosofía la recogían los PRODER (que financiaba directamente el ministerio del ramo
en aquellos territorios españoles donde no se aplicaban los fondos comunitarios y proyectos
Existe, además, un claro paralelismo entre estos programas y las estrategias de desarrollo local
(planes estratégicos integrales de desarrollo local) que propicia la nueva política de cohesión del
actual periodo de programación 2014-2020. En España la Ley 45/2007, de 13 de diciembre, de
Desarrollo Sostenible en el Medio Rural contemplaba apoyar las acciones y medidas de desarrollo
rural sostenible, fueran de iniciativa propia o de la UE. Como instrumento preveía unas
«directrices estratégicas territoriales de ordenación rural» mediante las que, según las
recomendaciones facilitadas desde el Ministerio, cada comunidad determinaba sus propias
De nuevo se trata de instrumentos cercanos a la OT, como los PORN, esta vez con un enfoque
más estratégico que combina lo físico-natural con un mayor peso de lo económico y social. Este
enfoque multisectorial está presente en el inventario de medidas que contempla dicha ley:
medidas de diversificación económica, de fomento del empleo, mejora de infraestructuras,
servicios públicos y equipamientos (con especial atención al transporte público, abastecimiento
energético y tratamiento de residuos), promoción de las energías renovables y de las nuevas
tecnologías de la información y comunicación, ahorro y buen uso del agua, servicios educativos,
sanitarios y de atención a las personas dependientes, integración social de inmigrantes, acceso a
la vivienda y recuperación del patrimonio arquitectónico rural
El enfoque territorial también se encuentra en los instrumentos desarrollados para los espacios
turísticos. Como instrumentos para el ámbito español resultan bien conocidos los Planes de
Excelencia (PDE) y los Planes de Dinamización Turística (PDT), después Planes de Dinamización
del Producto Turístico (PDTP), que permitían acordar entre las distintas administraciones del
Estado estrategias turísticas destinadas a mejorar la oferta del sector. Tienen antecedentes como
los Planes de Ordenación de la Oferta Turística de 1974, que pretendían racionalizar la expansión
del espacio residencial turístico (que favoreció la Ley de Centros y Zonas de Interés Turístico
Nacional de 1963 –LCZITN–) y mejorar las dotaciones en infraestructuras y equipamientos. Se
trataba de integrar sus propuestas en los posibles Planes Directores Territoriales de
Coordinación, Planes Generales de Ordenación Urbana y Planes Parciales que preveía la Ley de
Suelo de 1976. Sin embargo, la tentativa de una política de planificación turística territorial
integrada fracasaría por la inexistencia de una coordinación interministerial suficiente.
En 1991 se deroga la LCZITN y en 1992 se aprueba el Plan Macro de Competitividad del Turismo
en España (Plan Futures I: 1992-1995), el primer paso para definir una estrategia turística
nacional concertada entre la AGE y las CC.AA. En él se proponían cinco líneas de actuación, de
entre las que a los efectos de este capítulo interesa destacar la quinta: el Plan de Excelencia
Turística (PET), que englobaba acciones para la conservación del medio ambiente y del entorno
urbano. Fueron aprobados 13 PET, con un presupuesto total de 44,4 millones de euros, la mayor
parte de ellos en el litoral, sobre todo del Mediterráneo.
Con el Programa Calidad de Destinos Turísticos del PICTE, se refuerza la implantación de los
PET y PDT: se aprueban 131 planes con un presupuesto total de 316,66 millones de euros. A
diferencia de Futures I y II, el PICTE daba mayor importancia a los PDT (el 62% de los 131).
En 2007 se aprobaba
el Plan del Turismo
Español Horizonte
2020 y el Plan 08-12
que lo desarrollaba,
en el que cobrarán
protagonismo los
Planes de
Competitividad
Turística (PCT),
como nueva
denominación cuyo
principal objetivo era
dinamizar, a través
del turismo, la
actividad económica
de territorios que
cuentan con
recursos turísticos
singulares
insuficientemente
aprovechados. Para
ello, se disponían
ayudas para mejorar
la accesibilidad y
para poder
desarrollar una
industria turística
más competitiva. El matiz «industria» frente a «servicio» resulta significativo y cabe entenderlo
como un intento por constituirlo en alternativa con la que hacer frente a la crisis que ha afectado
al resto de sectores a consecuencia del estallido de la burbuja inmobiliaria. Se basaba (en lo
micro) en una oferta singular y diferenciada (en recursos específicos y no banales) y,
necesariamente, sostenible.
Para ello, cada destino turístico debería contar con su respectiva estrategia de sostenibilidad.
Parte de las ayudas se dedicarían a la mejora de la capacitación profesional de personal y al
desarrollo de estrategias de comunicación y promoción de los destinos.
Las diferencias las motivan las fechas en que se inician estos acuerdos (más tempranamente en
las CC.AA. costeras mediterráneas y las islas, especialmente Baleares, tradicionales destinos de
sol y playa que contemplan los primeros programas) y en el montante de las inversiones (menos
significativas en la España interior, a excepción de Castilla y León). Por número de planes respecto
al total nacional destacan fundamentalmente Andalucía, seguida del Principado de Asturias
3. COHESIÓN TERRITORIAL
A estos planteamientos, como una síntesis, se llega tras la dilatada evolución, experiencia y
aprendizajes de la Política Regional Europea (PRE) en sus diferentes periodos de programación
desde 1989, cinco hasta la fecha. Desde su entrada en la Comunidad Económica Europea, en
Significó la aparición del nuevo Fondo de Cohesión (FC), que se suma a los FF.EE., del que
también ha disfrutado España (por entonces junto a Portugal, Grecia e Irlanda ) hasta 2016. Las
aportaciones que el conjunto de fondos de cohesión suponen para España han resultado tan
fundamentales para la economía española que algunos autores las han cifrado en un aumento
medio en la tasa de crecimiento anual del PIB real de 0,38 puntos porcentuales y hasta el 70%
del gasto público. Han llegado a alcanzar picos anuales de hasta 10.000 millones de euros, como
en 2003 (ver gráfico Fondos europeos). Desde el punto de vista de su distribución por CC.AA.,
su aplicación muestra una clara correlación inversa con el nivel de renta per cápita. Son las
regiones Objetivo 1 las que reciben más, entre las que destaca Andalucía, que llegó a
concentrar hasta el 22% de los fondos en algunos momentos. La situación cambia cuando se
considera no el monto total sino el que se recibe por habitante, entonces Extremadura lidera
claramente, distanciada del resto.
Las regiones urbanas e industriales en crisis, más tarde también las rurales y pesqueras con
problemas, serán beneficiarias de parte de los fondos como regiones Objetivo 2. Diversos
estudios, incluidos los oficiales del Ministerio de Hacienda, vienen a demostrar los efectos
redistributivos de la PRE, cumpliendo así con el objetivo de justicia espacial para el que fue
pensada. Inicialmente con un enfoque macro, destinada a facilitar las infraestructuras, capital
humano, I+D; posteriormente micro, más centrada en las necesidades de las empresas y una
mayor atención al medio ambiente. De forma progresiva a partir del 2000 el foco se reorientará
hacia la promoción del crecimiento y de la competitividad, lo que se considera la mejor manera
de luchar contra el problema del desempleo. Sin embargo, el limitado éxito en este objetivo, la
reducción de la calidad del empleo, junto a los efectos de la ampliación y la posterior crisis
financiera, han acabado por afectar no sólo al reconocimiento y aceptación de la PRE, que no
todos los gobiernos europeos defienden con la misma intensidad, sino al mismo proyecto de
construcción europea, del que es buque insignia.
Un texto acordado entre los participantes del foro para la discusión del Libro verde sobre la
cohesión territorial a nivel español organizado por el Observatorio Territorial de Andalucía en
2009 define la cohesión territorial como «… un principio para las actuaciones públicas
encaminadas al logro de objetivos como crear lazos de unión entre los miembros de una
comunidad territorial (cohesión social) y favorecer su acceso equitativo a servicios y
equipamientos (equidad/justicia espacial), configurar un auténtico proyecto territorial común
(identidad) partiendo del respeto a la diversidad y a las particularidades, articular y comunicar
las distintas partes del territorio y romper las actuales tendencias hacia la polarización y
desigualdad entre territorios (de la Unión Europea o de España) aprovechando las fortalezas y
rasgos inherentes de cada uno de ellos. Se trata, además, de buscar la cohesión o coherencia
interna del territorio, así como la mejor conectividad de dicho territorio con otros territorios
vecinos». En él se distinguen tres componentes mayores del concepto: la articulación física entre
las partes del territorio, la equidad territorial y la identificación de la comunidad con un proyecto
en común (modelo de desarrollo territorial a través de una estrategia territorial que lo plasme).
Se trata de elementos interrelacionados entre sí: la conectividad y accesibilidad física influyen
sobre la equidad territorial; la identidad y el sentido de pertenencia contribuyen a procesos de
desarrollo con criterios de eficiencia y equidad territorial. Siendo el territorio anisotrópico, el
equilibrio solo es posible a partir de una adecuada relación entre las necesidades de la población
y la dotación efectiva de recursos y servicios. Es aquí donde una eficiente articulación territorial
juega un papel central, al permitir la mejora de las relaciones entre accesibilidad y necesidad.
Los pactos territoriales por el empleo fueron, ya desde 1993, precursores de las estrategias de
especialización inteligente, poniendo en su caso el foco en la capacidad de innovación
tecnológica, después social y finalmente territorial. Como también lo hacía la iniciativa EQUAL
con el objetivo de la inserción laboral, el emprendimiento y la inclusividad. Ambos se basan en
una participación más clara del capital humano como base para la innovación social. La parte más
interesante, y con mayor potencial, de esta innovación se refiere a la generación de nuevas
actividades alternativas a las tradicionales de producción y entrega de mercancía, tales como los
servicios y la economía social, comunitaria, residencial o solidaria.
A escala local sirven para promover nuevas cuencas de empleo adaptadas al contexto,
favoreciendo la aparición de nuevas estructuras administrativas o políticas y sistemas
innovadores de intervención. Los PTE, que todavía siguen activos y se desarrollan en el actual
periodo 2014-2020, y los Programas EQUAL han sido los responsables de un significativo
avance en la mejora del marco institucional en el nivel meso-regional. Una buena base sobre la
que seguir avanzando mediante las nuevas estrategias de desarrollo local contempladas en el
citado Reglamento 1303/2013. Un buen ejemplo del avance en una materia pendiente como es
la adecuada relación entre economía y territorio, cuestión clave para una correcta articulación y
cohesión territorial entre las distintas áreas geográficas que componen el diverso, rico y complejo
mosaico español.