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Nuestro Redentor anhela que se le reconozca.

Tiene hambre de la simpatía y el amor de


aquellos a quienes compró con su propia sangre. Anhela con ternura inefable que vengan a él y
tengan vida. Así como una madre espera la sonrisa de reconocimiento de su hijito, que le
indica la aparición de la inteligencia, así Cristo espera la expresión de amor agradecido que
demuestra que la vida espiritual se inició en el alma.

La tierra quedó obscura porque se comprendió mal a Dios. A fin de que pudiesen iluminarse las
lóbregas sombras, a fin de que el mundo pudiera ser traído de nuevo a Dios, había que
quebrantar el engañoso poder de Satanás. Esto no podía hacerse por la fuerza. El ejercicio de
la fuerza es contrario a los principios del gobierno de Dios; él desea tan sólo el servicio de
amor; y el amor no puede ser exigido; no puede ser obtenido por la fuerza o la autoridad. El
amor se despierta únicamente por el amor. El conocer a Dios es amarle; su carácter debe ser
manifestado en contraste con el carácter de Satanás. En todo el universo había un solo ser que
podía realizar esta obra. Únicamente Aquel que conocía la altura y la profundidad del amor de
Dios, podía darlo a conocer. Sobre la obscura noche del mundo, debía nacer el Sol de justicia,
“trayendo salud eterna en sus alas.”

Por la misma fe podemos recibir curación espiritual. El pecado nos separó de la vida de Dios.
Nuestra alma está paralizada. Por nosotros mismos somos tan incapaces de vivir una vida
santa como aquel lisiado lo era de caminar. Son muchos los que comprenden su impotencia y
anhelan esa vida espiritual que los pondría en armonía con Dios; luchan en vano para
obtenerla. En su desesperación claman: “¡Miserable hombre de mí! ¿quién me librará del
cuerpo de esta muerte?”1 Alcen la mirada estas almas que luchan presa de la
desesperación. El Salvador se inclina hacia el alma adquirida por su sangre, diciendo con
inefable ternura y compasión: “¿Quieres ser sano?” El os invita a levantaros llenos de salud y
paz. No esperéis hasta sentir que sois sanos. Creed en su palabra, y se cumplirá. Poned vuestra
voluntad de parte de Cristo. Quered servirle, y al obrar de acuerdo con su palabra, recibiréis
fuerza. Cualquiera sea la mala práctica, la pasión dominante que haya llegado a esclavizar
vuestra alma y cuerpo por haber cedido largo tiempo a ella, Cristo puede y anhela libraros. El
impartirá vida al alma de los que “estabais muertos en vuestros delitos.”1 Librará al
cautivo que está sujeto por la debilidad, la desgracia y las cadenas del pecado. DTG 172.4

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