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fueron dispersadas el día del nublado y de las tinieblas... y las llevaré a su tierra y las apacentaré sobre
los montes de Israel... Las apacentaré en pastos ubérrimos». Este es el pro grama de cuanto el Señor
quiere realizar en este santo tiempo de Cuaresma a favor de nuestras almas, para conducirlas a una vida
de mayor perfección y de más profunda intimidad con El. Nos alarga la mano, no sólo para sacarnos de
los peligros, sino también para ayudarnos a escalar posiciones más altas donde El mismo nos alimentará.
El punto de partida que hará posible por tu parte la actuación de este plan divino, es una nueva
conversión. Debes aunar tus fuerzas, tus deseos, tus afectos, que tan fácilmente te dispersan y se detienen
a gozar en las vegas de los apetitos humanos, y, haciendo de ellos un solo haz, hacerlos converger todos
hacia Dios, tu único y último fin. De esta manera tu conversión cuaresmal ha de concretarse en una
generosa determinación de encaminarte con más decisión por la senda de la perfección. En otras pala -
bras, debes renovar con todo fervor el propósi to de santificarte. El deseo de la santidad es el verdadero
resorte de la vida espiritual: cuanto más intenso y real sea, más te impulsará a emplearte en ella por
entero. Procura en esta primera semana de Cuaresma despertar y robustecer ese propósito de
santificación. Si fracasaron o no consiguieron plenamente su intento tus esfuerzos pasados, no tienes que
descorazonarte. Repite humildemente: «Nunc coepi», ahora comienzo, y, con el recuerdo de tus fracasos,
pon únicamente en Dios tu confianza.
99 - LA CONVERSION 117

" i O h Señor de mi alma y B ien mío ! ¿Por qué no qu isist ei s qu e, en det er m iná n dos e un alm a a a ma r os con hacer lo
que puede en dejarlo todo para mejor em plearse en este amor de Dios, luego gozase de subir a t en er e s t e a m o r p e r f e c t o ?
M a l h e d i ch o . H a bí a d e d e cir y qu eja r m e, por qu é no q u er em os nosot r os : pu es toda la falta nuestra es en no gozar luego
de tan gran dignidad ; pues en llegando a tener con perfección este verdadero amor de Dios, trae consigo todos los bienes.
S o m o s t a n c a r o s y t a n t a r d í o s d e d a r n o s d e l t o d o a Dios, que, como Su Majestad no quiere gocemos de co sa tan
preciosa si n gran pr ecio, no acabamos de dis po ner no s. .. A sí cu e , por q u e no s e a ca ba de da r ju nt o , no se nos da por junto
este tesoro... Harto gran mise ricordia hace a quien da gracia y ánimo para determi narse a procurar con todas sus fuerzas
este bien, por q u e , s i p e r s e v e r a , n o s e n i e g a D i o s a n a d i e ; p o c o a poco va habilita ndo El el ánimo pa ra qu e sal ga con
est a v i ct or i a " ( TJ . Vi. 11, 1, 3 - 4) .

PUNTO SEGUNDO. —Santo Tomás enseña que «en el fin no hay que poner limites ni medida alguna» (II.-II.,
184, 3); y, como la santidad es el fin de la vida espiritual, no debes proponértela bajo una forma reducida o
empequeñecida, sino en toda su amplitud. Esta amplitud te habla de unión intima con Dios, de una
conformidad tan plena con su divina voluntad, que ésta sea el único motivo de todas tus acciones; esta
amplitud te habla de una completa invasión de la gracia, porque, tan pronto como el alma se ha purificado
de todo lo que es contrario a la voluntad de Dios, «le comunica Dios su ser sobrenatural de tal manera que
parece el mismo Dios y tiene lo que tiene el mismo Dios» (JC. S. II, 5, 7). La santidad es plenitud de
amor y de
INTIMIDAD DIVINA 14
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99 - LA CONVERSION 419
gracia, es trasformación en Dios por amor, es deificación por gracia.
¿A qué grado de amor y de gracia llegarás? Esto depende en primer lugar de los designios de Dios sobre
tu alma, y después de tu colaboración personal. Ahora bien, por lo que a ti toca, el secreto para llegar a la
meta está en no detenerte jamás, y esto por dos razones: primera, porque por más que crezcas en el amor,
jamás llegarás a amar a Dios cuanto El se mere ce; segunda, porque ignoras el grado de santi dad a que Dios
te llama. Además, el Señor no se dejará vencer en generosidad; por eso cuanto más te des a El por el
ejercicio de un amor intenso, tanto más se dará El a ti por gracia.
La medida para amar a Dios es amarlo «sin medida». Y si en el amor no has de poner medida, tampoco
has de ponerla en tu «conversión». ( Dice el Señor: convertíos a mí de todo corazón» (Jl. 2, 12) ; he aquí la
,

condición indispensable para amar a Dios con todo el corazón. Es muy raro que esta conversión total se
realice en un instante como efecto de un golpe particular de la gracia: lo más ordinario es que se llegue a ella
a través de una larga y progresiva conversión. Y si en la conversión, como en toda la obra de santificación,
la iniciativa es siempre de Dios, que te previene con su gracia, se requiere también tu colaboración; por
eso cada día debes empeñarte con renovado propósito «en convertirte a Dios de todo corazón». Sea éste tu
programa de Cuaresma.
Concédeme. oh Señor Jesús, por los méritos infinitos de tu Pasión, que me convierta a ti con todo mi cora zón. No permitas
que mi espíritu se abata ante el con tinuo rebrotar de mis tendencias egoísticas y la lucha incesante que tengo que sostener
contra ellas. Hazme comprender que, para convertirme totalmente a ti, no debo pactar con mis flaqu eza s, con mis defectos,
con m i eg oí sm o . con m i a m or pr opi o. Ha z m e com pr e nder que todo debe ser sacrificado a tu amor. Y cuando lo hubiere
sacrificado todo. tendré todavía que exclamar : Soy sier vo inú til, oh Señor , porq ue t odo es nada en comparación del infinito
amor que merece tu infinita amabilidad.

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EL PECADOO

Presencia de Dios. — ; Oh Jesús Crucificado ! Hazme compr ender la enorme ma l i c i a d e l p e c a d o .


PUNTO PRIMERO. — La esencia de la perfección cristiana consiste en la unión con Dios mediante la caridad.
Pero, mientras esta virtud, conformando nuestra voluntad con la voluntad divina, nos une a Dios, el pecado
grave, oponiéndose directamente a la voluntad de Dios, produce el efecto contrario. En otras palabras, la
caridad es la fuerza que une al hombre a Dios, el pecado es la fuerza que lo aparta de Dios. El pecado grave,
es, por lo tanto, el mayor enemigo de la vida espiritual, pues no solamente atenta contra ella, sino que la
destruye en sus elementos constitutivos, la caridad y la gracia. Esta destruc-
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ción, esta muerte espiritual es justamente la consecuencia inevitable del pecado, acto por el cual el hombre se
aparta voluntariamente de Dios, fuente de vida, de caridad y de gracia. Y así como una rama desgajada
del tronco no puede vivir, lo mismo pasa en el alma que se separa de Dios.
Y aunque Dios, en su calidad de causa uni versal, continúa estando presente en el alma del pecador, lo
mismo que en todas las demás cosas, no lo está, sin embargo, como Padre, como Huésped, como Trinidad que
se ofrece al alma como objeto de conocimiento y amor. Y el alma, creada para ser templo de la Trinidad, se
hace de esta manera voluntariamente incapaz de vivir en compañía de la Santísima Trinidad, se cierra a
sí misma el camino para la unión divina, y podríamos decir que obliga al mismo Dios a que rompa todas
las relaciones de amistad con ella. Y todo esto por haber preferido al Bien sumo, que es Dios, el bien
limitado y caduco de una miserable criatura, de una satisfacción egoísta, de un placer terreno. En esto
consiste la malicia del pecado: repudiar el bien divino, traicionar al Creador, al Padre, al Amigo. <<
¡Oh, que no entendemos que es el pecado una guerra campal contra Dios de todos nuestros sentidos y
potencias del alma! El que más puede, más traiciones inventa contra su Rey (TJ. Ex. 14, 2).
¡ Oh mi Dios y mi verdadera fortaleza! ¿Qué es esto, Señor , que para todo somos cobardes, si no es para contra Vos? Aquí
se emplean todas las fuerzas de los hijos de Adán. Y si la razón no estuviesen tan ciega, no
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bastarían las de todos juntos para atreverse a tomar armas contra su Criador y sustentar guerra continua contra quien los
puede hundir en los abismos en un m om ent o ; sino , c om o e stá cieg a , qu eda n com o loco s que bu sca n la muert e porqu e
en su ima gi nación les par ece con ella ga nar la vida... ¡ Oh Sabidur ía que no s e pu ed e co m pr e nd e r ! ¡ C ó m o f u e
n e c e sa r i o t o d o e l amor que tenéis a vuestras criaturas para poder sufrir t a nt o d e sa t in o , y a g u a r da r a q u e sa n em o s, y
p r o c u rarlo con mil maneras de medios y remedios ! Cosa es que me espanta cuando considero que falta el esfuerzo para
irse a la mano de una cosa muy leve y que verda d er am e nt e se ha cen ent end er a sí m ism os q u e no pu e den , a u nq u e
q ui er en, qu it a r se de u na oca sión y apartarse de un peligro adonde pierden el alma y que t eng a m os e sfu er z o y á nim o par a
a com et er a u na ta n gran Majestad, como sois Vos. ¿Qué es esto, Bien mío? ¿ q u é e s e s t o ? ¿ q u i é n d a e s t a s f u e r z a s ? " ( T S .
E x . 1 2 , 1-2).

PUNTO SEGUNDO.—Si queremos comprender mejor la malicia del pecado mortal, debemos con siderar los
desastrosos efectos que produce. Un solo pecado transformó en un instante a Lucifer de ángel de luz en
príncipe de las tinieblas y lo hizo enemigo eterno de Dios. Un solo pecado privó a Adán y a Eva del estado de
gracia y de amistad con Dios, desponjándolos de todos los dones sobrenaturales y preternaturales y conde-
nándolos a la muerte y con ellos a todos sus descendientes. Un solo pecado bastó para abrir un abismo entre
Dios y los hombres, cerrando al género humano toda posibilidad de unirse con Dios. Pero la malicia y la fuerza
destructura del pecado aparecen todavía más en la Pasión de Jesús. Los miembros desgarrados de Cristo
y su

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muerte de cruz dolorosisima nos dicen que el pecado es una especie de deicidio. Jesús, el más hermoso de los
hijos de los hombres, quiso cargar sobre sí el efecto de nuestros pecados, apareciendo «despreciado, desecho
de los hombres, varón de dolores..., traspasado por nuestras iniquidades», de tal manera que «desde la planta
del pie hasta la cabeza no hay en El nada sano» (Is. 53, 3 y 5; 1, 6). El pecado martirizó a Cristo y lo
condujo a la muerte; pero El abrazó voluntariamente su Pasión y muerte, «quia ipse voluit» (Ib. 53, 7), porque
quiso con su muerte destruir el pecado y restaurar en el hombre la amistad divina.
Jesús, nuestra Cabeza, quiere que también nosotros, sus miembros, tomemos parte en esta acción
exterminadora del pecado: extirpando primero en nosotros hasta en sus más profundas raíees, es decir, en
nuestras malas tendencias. y destruirlo después en los demás. Y esto por ley de solidaridad, pues el mal
de uno es también mal de los otros y todo pecado gravita sobre el mundo, intentando apartarlo de su cen-
tro, que es Dios.
Por eso todos los cristianos, y especialmente las almas consagradas a Dios, deben sentirse
profundamente interesados en esta lucha contra el pecado, y deben combatirlo con todos los me dios aptos:
con la penitencia y la oración expiatoria, y sobre todo con el amor. El amor de caridad, si es perfecto,
destruye el pecado con más rapidez y perfección que el fuego del pur gatorio, aun sin ninguna manifestación
externa. He aquí por qué los Santos pudieron convertir tantas almas, porque Dios se sirvió del fuego de su
caridad para destruir los pecados de los hombres.

" ¡ Oh, válgame Dios, Señor ! ¡ Oh, qué dureza! ¡ Oh, qué desatino y ceguedad ! Que si se pierde una cosa. una aguja, o
un gavilán que no aprovecha más de dar un gustillo a la vista de verle volar por el aire, nos da pena , ¡ y qu e no la
t eng a m os de per der est a A gu ila caudalosa de la majestad de Dios y un reino que no ha d e t e n e r f i n e l g oz a r l e ! ¿ Q u é e s
e s t o ? ¿ q u é e s e s t o ? Yo no lo entiendo. Remediad, Dios mío, tan gran des a t i no y ce g u e da d" (T J. E x . 1 4 , 4 ) .

"Y o quedé ta n l astima da de la per dición de tanta s almas, que no cabía en mí... Clamaba a Nuestro Señor, suplicándol e
di ese m edi o cómo y o pudiese algo par a ganar algún alma para su servicio, pues tantas llevaba el dem onio, y que pu di ese
m i ora ci ón alg o, ya que no era para más" (TJ. Fd. 1, 7). "Pareciame que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las
muchas que a l l í s e p e r d í a n " ( C a m . 1 , 2 ) . " Y a s í m e a c a e c e q u e cuando en las vidas de los Santos leemos que convir tieron
almas, mucha más devoción me hace y más ter nura y más envidia que todos los martirios que pade cen ; por ser ésta la
inclinación que Nuestro Señor me ha da do, pa r e cién dom e qu e pr e cia má s u n a lma q u e por nuestra industria y oración le
ganásemos mediante su misericordia, que todos los servicios que le podemos ha cer " ( Fd . 1, 7) .

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EL PECADO VENIAL

Pres encia de Dios. — I nflá m a m e, Señor , en tu santo celo para que no tolere en mí la más mínima
cosa que te desagrade.
PUNTO PRIMERO. — Aunque en materia más leve, también el pecado venial, lo mismo que el mortal, va
en contra de la voluntad divina, y, si bien no destruye la caridad, va en dirección opuesta a
ella, disminuyendo su empuje y vigor e impidiendo su desarrollo. Tales son los des astrosos efectos
de los pecados veniales deliberados, o sea, cometidos conscientemente y sabiendo que desagradan a
Dios.
Cuando estos pecados viniales se cometen habitualmente, disminuyen la tendencia del alma hacia
Dios, aumentándola, por el contrario, hacia la propia satisfacción egoísta y hacia las criaturas. Y
de esta manera el alma pierde poco a poco el fervor y la sensibilidad ante la ofensa a Dios,
hundiéndose en una tibieza habitual, que se caracteriza precisamente por esta especie de indiferencia
hacia el pecado venial, indiferencia que la pone en peligro de ofender a Dios también en materia
grave. Por eso se puede comparar el pecado venial a una enfermedad sutil e insidiosa, una
especie de tuberculosis espiritual, que lenta, pero irremisiblemente va minando el organismo. No es
raro el caso de almas que, habiéndose dado en un principio a Dios con fervor sincero, con el correr
del tiempo se rin-

101 - EL PECADO VENIAL 425

den al egoísmo, a la pereza, a la propia comodidad, y, no teniendo valor para imponerse los generosos
sacrificios que exige el camino emprendido, van cayendo en continuas negligencias, desganas,
omisiones voluntarias y actos de pereza. Su vida espiritual se reduce a una especie de letargo, que
todavía no es la muerte, pero que no tiene ya la frescura y el vigor de una vida sana y robusta,
pues falta el fervor de la caridad, apagado por continuas y deliberadas condescendencias con el
pecado venial.
Santa Teresa de Jesús, poniendo en guardia a las almas contra semejante estado, les dice: «Así que
hijas, por muchos caminos lleva el Señor; mas siempre temeos... cuando no os doliere algo la falta
que hiciereis; que de pecado, aunque sea venial, ya se entiende os ha de llegar al alma» (Conc. 2, 5).
«Por amor de Dios, que tengáis en esto gran aviso de nunca descuidaros hacer pecado venial por
pequeño que sea» (Ib. 2, 20). «Mas pecado muy de advertencia, por chico que sea, Dios nos libre de
él. ¡Cuánto más que no hay poco, siendo contra una tan gran Majestad» (Cam. 41, 3).
"Peccavi, Domine, miserere mei !" Perdóname, oh Pa dre celestial, perdona a esta miserable ingrata. Confie so q u e
ha si do tu bonda d q uie n m e ha m a nt enido co mo esposa tuya , au nqu e con mis pecados te he sido si em pr e infi el.
" Pe cca vi , D om i ne, m iser er e m ei" ¡ Oh alma m ía ! ¿ y tú qu é haces? ¿N o sa bes que Dios t e es t á m i r a n do
c o nt i n u a m e n t e , y q u e n o pu ed e s hu ir d e s u s o j o s , p u e s n i n g u n a c o s a l e e s t á o c u l t a ? . . . ¡ O h Dios Eterno,
Padre lleno de piedad y misericordia ! Ten la de nosotros, pues somos ciegos y sin ninguna luz, especialmente yo
que soy la más miserable... ¡ Oh, Tú
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verdadero sol , ent ra en mi alm a y lléna la de tu luz I Arroja sus tinieblas y dale tu luz; destruye el hielo de mi amor
propio e infúndel e el fuego de tu caridad... "Peccavi, Domine, miserere mei ! " ( S a n t a C a t a l i n a d e Sena).
PUNTO SEGUNDO. — Muy distintos son los pecado veniales cometidos por fragilidad o inadvertencia. El alma
quisiera resistir a toda costa, pero, siendo débil cae frecuentemente cuando viene la tentación, sobre todo si
ésta la sorprende improvisadamente. Pero, apenas se percibe, siente un dolor sincero, se arrepiente, pide
perdón al Señor, y, levantándose, emprende de nuevo el camino. Tales pecados no causan al alma mucho daño,
son más bien indicio de su debilidad y falta de madurez espiritual. Aún más, si el alma sabe humillarse
sinceramente en tales caídas, puede sacar gran fruto de ellas, en particular una conciencia más profunda de
su miseria que la hace desconfiar totalmente de sí y poner toda su esperanza en Dios. En otras palabras,
experimenta prácticamente la profunda verdad de las palabras de Jesús: «Sin mí nada podéis hacer» (Jn.
15, 5). Precisamente por esto permite el Señor esas caídas, para que el alma adquiera este conocimiento
práctico de su nada y se funde en la humildad, base de toda vida espi ritual.
Santa Teresa del Niño Jesús, hablando de semejantes faltas, creyó poder afirmar que «no desagradan al
Señor», precisamente porque no proceden de la mala voluntad que abierta y fríamente comete el pecado, sino
de la flaqueza de la naturaleza humana. 101 - EL PECADO VENIAL 427
Si por una causa de nuestra debilidad es imposible que no caigamos todos los días en pe queñas faltas
veniales de sorpresa o de fragilidad, lo que importa es detestarlas al instante y repararlas con generosidad.
Pero en cuanto a los pecados veniales advertidos, debemos estar bien decididos a no cometerlos nunca por todo
el oro del mundo.
"Pluguiese a Su Majestad temiésemos a quien hemos de temer, y entendiésemos nos puede venir mayor daño d e u n p e c a d o
v e n i a l q u e d e t o d o e l i n f i e r n o j u n t o " (TJ. Vi . 25, 20). En efecto, el ú nico y verdadero mal que debo temer, no son ni las
tentaciones, ni las pruebas, ni las contrariedades interiores o exteriores, ni la pérdida de los bienes materiales o de la salud
corporal : el verdadero mal es lo que puede obstaculizar de a l g u n a m a n e r a m i u n i ó n c o n t i g o , m i S u m o B i e n . Y este mal
puede ser causado por un solo pecado venial cometido deliberadamente. ¡ Oh Jesús, por los méritos d e t u P a s i ó n t e s u p l i c o
q u e m e l i b r e s d e t a n t o m a l , y me quites la triste capacidad de ofenderte; y si por c a u s a d e m i na t u r a l de b il i da d no e s
p o si b l e q u e m e vea libr e de t oda fa lta, haz que éstas no sean nu nca fruto de mi mala voluntad ! Haz que mis caídas sirvan
sólo para humillarme, y nunca para ofenderte.

"Jesú s ; y o lo sé y tú tam bién lo sa bes. Mu chas veces mi imperfecta alma se deja distraer un poco de su única ocupación
de amarte... No pudiendo cernerse como las águ ila s, vu elve a ocupar se u na y otra vez de la s bag atela s de la tierra . No
obsta nt e, despu és de t odas sus travesuras, se vuelve hacia su amado Sol y gime como la golondrina. Cuenta detalladamente
sus infidelidades, pensando, en su temerario abandono, conquistar a sí má s dom inio, atraer más plena ment e el am or de a q u él
q u e n o vi no a l l a m a r a l os ju st os , s in o a lo s pecadores" (TNJ. H i s t . 11, 23).
428 I SEMANA DE CUARESMA

102

LA IMPERFECCION
Presencia de Dios. — Hazme comprender,
Dios mío, cuán pu ra debe esta r un alma
para poder unirse contigo, perfección in -
finita.

PUNTO PRIMERO. — Mientras el pecado incluye siempre una transgresión, más o menos leve,
de una ley divina, la imperfección es la omisión de un bien mayor, a que uno ciertamente no
está obligado por ley alguna, pero que, sin embargo, sería conveniente realizar. Cuando, por
ejemplo, se me ofrece claramente la posibilidad de llevar a cabo una acción mejor, que está
en proporción con mi estado y mis posibilidades actuales y en armonía con mis obligaciones y,
que por lo tanto, puedo con razón considerarla como inspirada por el Espíritu Santo, si
deliberamente rehuso cumplirla, no puedo excusarme de haber cometido una verdadera
imperfección. En este caso el rehusar lo mejor no puede ser tenido por bueno, ni puede
justificarse por el hecho de que, no existiendo ninguna ley y ningún precepto que lo imponga,
puedo omitirlo aunque no sea m;s que por usar de mi libertad; esto sería un abuso de la
libertad, la cual me ha sido dada por Dios únicamente para hacerme capaz de unirme al bien
sin dejarme influenciar por las pasiones. Y en realidad, mi repulsa de lo mejor significa y
lleva consigo siempre, en último análisis, una

_ ____________ falta de generosidad, motivada por cierta dosis


102- LA IMPERFECCION 429
de egoísmo, pereza, tacañería e inclinación a mi propia comodidad, todo lo cual es claramente
contrario a la perfección.
Considerada de esta manera, es evidente que la imperfección voluntaria no está de acuerdo
con la voluntad divina y, por lo tanto, está también, como el pecado, en dirección opuesta a la
caridad, que tiende a la plena conformidad con la voluntad de Dios. De aquí lo importante que
es para el alma, que busca la unión con Dios, el eliminar de su conducta, cualquiera imperfección
voluntaria. Por esto precisamente advierte San Juan de la Cruz: «Para venir el alma a unirse
con Dios perfectamente por amor y voluntad... [es necesario] que advertidamente y conocida -
mente no consienta con la voluntad en imperfección» ; y enseña que basta el asimiento a una
imperfección voluntaria habitual para impedir “no solamente... la divina unión, pero el ir ade-
lante en la perfección» (S. I, 11, 3).
Concédeme, Señor, una caridad fuerte, generosa, ca paz de de st ru ir por com plet o m i eg oísm o . Veo cla ra -
mente que es él la causa principal de tantas infideli da de s e im per fe ccion es en q u e ha bit ua lm ent e ca ig o y de
las cuales no trabajo en corregirme, con el pretexto de que no constituyen pecado.
El hecho es que tales falta s tienen mucha im port an cia para un alma que debe t ender a la per fección por
estar consag rada a ti y ha berla lla mado Tú a la san tidad y a la unión completa contigo. ¿Cómo puedo in t e n t a r
u n i r m e a t i , P e r f e c c i ó n i n f i n i t a , y o q u e a d m i t o v ol u nt a r ia m e nt e t a nt a s im pe r f e cc i on e s en m i vi d a ? ¿ C ó m o
p u e d e m i v o l u n t a d e s t a r e n t o d o c o n f o r m e a la t uy a , si qu ier o y am o lo q u e Tú no qu ier es ni pu e des amar
en modo alguno?

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PUNTO SEGUNDO. -- Descendiendo ahora a cosas concretas, podemos considerar otros tipos de imperfección, y en
primer lugar la transgresión de una ley que de por sí no obliga bajo pecado, co mo son en general las
Constituciones y Reglamentos de las diversas Ordenes e Institutos religiosos. A este propósito hay que notar
que, de no existir un motivo razonable, proporcionado y suficiente que nos excuse de esas leyes, su incum -
plimiento llegará muchas veces a pecado venial por falta de un fin moralmente bueno. En efec to, corno
enseña Santo Tomás, el hombre está obligado a obrar siempre por un motivo racional y un fin bueno. Si el
fin está viciado —como sería, por ejemplo, quebrantar la ley del silencio, del recogimiento o de la modestia
religiosa por curiosidad, comodidad propia o cosas parecidas— la acción se convierte sin más en pecaminosa, y
generalmente se tratará de )(pecados leves de pereza espiritual, de inconstancia, de ingratitud y de una cierta
dureza de corazón que no sabe apreciar suficientemente el auxilio que nos da el Señor para ejercitar obras
más perfectas» (Salmanticenses). Otro género de imperfección es dejar inacabada e incompleta una acción
substancialmente buena, pero llevada a cabo con algo de mezquindad o sin poner en ella toda la buena
voluntad y el empuje que uno es capaz.
En el fondo, cualquier género de imperfección proviene siempre de falta de esfuerzo y de brío en la vida
espiritual. Es el egoísmo, que, de una manera o de otra, roba algo de lo que se debe a Dios con objeto de
satisfacer al propio yo. So mos demasiado calculadores, tenemos miedo de dar demasiado y así el egoísmo
nos corta las 1.02- LA IMPERFECCION 431

alas y nos impide llegar a la unión plena con Dios.

Cómo siento, Señor, el peso de mi egoísmo que me arrastra hacia abajo, que quisiera alcanzar el máximo con el mínimo
esfuerzo, que huye con todas las posi bilidades de todo lo que es fatiga, renuncia, esfuerzo, ent r eg a tot a l y g en er osa ! i C óm o
si ent o la pesa d ez d e la car ne qu e siem pr e tiende a reducir un poco la m e dida de mi entrega, que deja para mañana lo
que me cuesta o rae r epug na, qu e inventa m il raz ones para sustraerme a un acto de generosidad !

Sí. Señor , todo esto lo siento, y Tú sabes m ejor que yo hasta dónde llegan los repliegues y los compromisos d e m i
e ,oi sm o . Ma s sa b es ta m bién qu e q uier o am ar t e con todo el corazón, que quiero darme a ti por entero; sabes que, aunque
ineficaces, mis pobres deseos son sinceros. Dame, pues, un amor real, operante, capaz de v enc er t oda s la s r e sist en ci a s del
eg oí sm o y de a bat i r t od a s la s i m a g ina ci o n e s. T ú q u e e r e s c a r id a d in f in it a y f u e g o c o n s u m i d o r , i n f u n d e e n m i a l m a
u n a c h i s p a d e t u a m o r q u e d e st r u y a y a b r a s e t od a s m is t e nd e n cias egoístas. Si el egoísmo es el peso que intenta re -
t a r d a r m i m a r c h a h a c i a t i , h a z q u e t u a m o r s e a u n peso todavía más fuerte qu e m e ar rastr e hacia ti in c e s a nt e m e n t e a
t r a v é s d e u n a e n t r e g a t o t a l , s i n r e serva y sin medida.
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103
EL EXAMEN DE CONCIENCIA

Presencia de Dios. — Proyecta, Señor, sob r e m i a l m a u n r a y o de t u l u z pa r a q u e m e ve a co m o Tú


m e v e s y m e ju z g a s.

PUNTO PRIMERO. — Si queremos asegurar a nuestra vida espiritual un desarrollo ordenado y pro-
gresivo, es necesario que tengamos conciencia de nuestras propias posiciones, o sea, de nuestros
pecados, de los puntos débiles y malas inclinaciones, así como de los progresos realizados, de los
buenos resultados obtenidos y de nuestras buenas tendencias. Esto se consigue por medio del
llamado examen de conciencia, que bajo este punto de vista, debe ser considerado como uno
de los ejercicios más importantes de la vida espiritual, pues ayuda al alma a eliminar todo
aquello que puede obstacularizarla en su camino hacia Dios, estimulándola a acelerar su
marcha hacia El. Como no es posible hacer la guerra a un enemigo desconocido ni se puede
conquistar una región ignota, tampoco se podrá combatir al mal en nosotros, si antes no lo indi-
viduamos, ni conquistar la santidad sin haber estudiado el plano más apto para alcanzarla. En
otras palabras, el examen de conciencia consigue su finalidad cuando el alma que lo practica
puede decirse a sí misma: éstas son las inclinaciones que mayormente debo vigilar para no caer en
pecado, estos los puntos débiles que debo re-

103 - EL EXAMEN DE CONCIENCIA 433

forzar; y, de la otra parte, éstas son las buenas tendencias que debo cultivar, éstas las virtudes que
principalmente debo ejercitar. De este modo podrá el alma formular propósitos prácticos bien determinados, que
serán después objeto peculiar de ulteriores exámenes.
Es evidente que ante todo deberán ser bien conocidas y combatidas las inclinaciones que puedan conducir al
pecado mortal; pero también han de serlo las que llevan al pecado venial o a las simples imperfecciones
voluntarias. 13n alma que quiere llegar a la unión con Dios debe ir eliminando progresivamente, pero con
decisión, todo aquello que significa falta o imperfección voluntaria.
" ¡ Oh Dios del alma mía ! ¿ Quién soy yo pobre peca dor? ¿Hay culpa que no haya cometido con mis accio nes, y, si no con
mis acciones, con mis palabras, y, si no con mis palabras, con mi voluntad? Pero Tú, Señor, eres bueno y tu diestra está
llena de misericordia.
" ¡ Oh Médico del alma mía ! Revélame los frutos de mi confesión. Yo me confieso para que la confesión de m i m a l e s . . .
d e s pi e r t e m i c or a z ó n y n o s e d u e r m a ; y al decir "no me siento capaz", aumente la confianza de mi alma en el amor de tu
misericordia y en la dulzura de tu gracia, con la cual todo espíritu enfermo se siente fu er te au n teniendo conciencia de su
debil idad.

"Te amaré, ¡ oh Señor ! ; te daré gracias y ensalzaré tu nombre, por haberme perdonado tantas acciones ma las. Fue obra
de tu gracia y de tu misericor dia el que mis pecados se deshiciesen como el hielo. Y es también o b r a d e t u g r a c i a t o d o e l
m a l q u e n o h e c o m e t i d o . ¿Por ventura hay algún pecado que yo no supiese co meter, yo que he llegado a amar la culpa
por el solo gusto de cometerla? Y confieso que todos mis pecados me fueron perdonados, todos los que cometí libremen -

434 I SEMANA DE CUARESMA

t e , y l o s q u e p o r t u g r a c i a n o l l e g u é a c o m e t e r " ( S a n Agustín).

PUNTO SEGUNDO. — Un alma de vida interior, libre ya del pecado mortal, en sus exámenes de conciencia más
que ir en busca de todas las faltas cometidas, estudiará el grado de voluntariedad que hubiere en ellas,
aunque se trate de solas imperfecciones, porque lo que precisamente impide el progreso espiritual y la unión
con Dios son las faltas deliberadas. El alma tratará de indagar con todo cuidado la causa y el motivo de tales
faltas, y así frecuentemente llegará a concluir que, aunque sus culpas externamente son diversas —faltas
contra la caridad, contra la paciencia, contra la obediencia, contra la sinceridad—, en realidad provienen de
una sola causa y tienen una raíz común, por ejemplo, el orgullo o la pereza. Nuestros esfuerzos deben dirigirse
precisamente contra estas últimas raíces de nuestros pecados e imperfecciones; hay que combatirlas
directamente no sólo embotándola: Icor medio de la mortificación, sino también desarrollando en nosotros las
virtudes contrarias. Se trata, en otros términos, de la lucha contra el defecto o la pasión dominante: lucha
importantísima porque, destruir el mal en su misma raíz, es eliminar ya de por sí innumerables fal tas
actuales.
Más adelante cuando el alma no tenga ya pecados ni imperfecciones propiamente deliberadas, dirigirá su
atención a los cometidos con advertencia semiplena, de los cuales no obstante tener de ellos una conciencia
confusa o semiconciencia, no llega a corregirse, a pesar de sus con- 103 - EL EXAMEN DE CONCIENCIA 435
tinuos y sinceros propósitos. En semejantes casos, más útil que seguir combatiendo contra las raíces de las
propias faltas, será el fortificar cada vez más el propósito de vencerse, porque, a medida que la voluntad se
decide a corregirse, las faltas que se nos escapan, son cada vez menos voluntarias, y, por lo tanto, más
leves, hasta que llegue el momento de considerarlas únicamente como meros residuos naturales de hábitos
contraídos, pero ya detestados.
Otro punto importante que hay que tener presente en el examen de conciencia es el de tener siempre
despierta y vigilante nuestra tendencia a la santidad y nuestro deseo de cumplir siem pre lo que más agrade
a Dios. Este es el verdadero resorte de la vida espiritual y de la gene rosidad. También es un excelente
método examinarse más bien desde el punto de vista de Dios que del nuestro, es decir, preguntarse si el
Señor puede estar contento de nosotros y cuál será su juicio sobre nuestra conducta.
¡ Oh Dios mío, que con sólo un acto de tu voluntad c r e a s t e l a lu z y la l u z e x i s t i ó ! R e p i t e d e n u e v o t u om nip ot ent e
pa l a br a cr ea dor a : " fiat lu x" , y mi a lma s e r á i l u m i n a d a y a l r e s p l a n d o r d e t u l u z p o d r é v e r quién soy r ea lm ente dela nt e
de tus ojos. Per o no m e basta sólo la luz, pues soy débil y flaco; necesito fuer za, Señor; necesito una voluntad fuerte y
decidida para detestar toda especie de mal, para detestar mi egoísmo, mi orgullo, mi pereza, para renovar y avivar el propósito
d e v e n c e r m e p o r t u a m o r . S í , S e ñ o r , c o n t u a y u d a quiero vencerme, no por la vana satisfacción de sen t ir m e m ejor , si no
ú ni ca m ent e por da rt e g u st o, par a evitar cualquier cosa, aun la más mínima, que te pue da d esa g ra da r , pa ra cr ec er en tu
a m or y a de ntr a r m e
104- LA CONFESION 437

acto vital, que lo haga capaz de beneficiarse plenamente de todas las gracias ofrecidas en este
Sacramento.
« ¡No despreciéis la Sangre de Cristo!», exclamaba Santa Catalina de Sena; y en verdad,
quien aprecia la Sangre de Cristo, no se acercará con ligereza a la Confesión. Para eso
piensa que la Absolución no es más que la efusión de la Preciosa Sangre de Cristo que,
inundando y penetrando en el alma, la purifica del pecado, le devuelve la gracia
santificante si la hubiere perdido o se la aumenta si ya la posee. Esta remisión de la culpa y
producción de la gracia es el fruto de la acción de Jesús, expresada por la fórmula que el
sacerdote pronuncia en su nombre. «Yo te absuelvo»... En ese momento es Jesús quien obra
en el alma, ya perdonando el pecado, ya produciendo o aumentando la gracia. Y conviene
recordar que la eficacia de la absolución no se limita únicamente a los pecados cometidos, se
extiende también al futuro, mediante la presencia de la gracia sacramental, previniendo al
alma contra las recaídas y dándole fuerza para resistir a las tentaciones y para actuar sus
buenos propósitos. De esta manera la Sangre de Jesucristo no es sólo medicina para el
pasado. es también un preservativo y un fortificante para el porvenir; el alma que se
sumerge en ella como en un baño saludable, adquiere nuevo vi gor y poco a poco sentirá
extinguirse la fuerza de sus pasiones.
De aquí la importancia de la Confesión frecuente para un alma que anhela unirse con Dios
y que por lo tanto debe aspirar necesariamente a la purificación total.

4 3 6 I S E M A N A D E C U A R E S M A

si empre más profundamente en tu divina unión. ¡ Oh Dios m ío, Per f ecci ón infinit a ! Envu el ve m i a lma con los
resplandores de tu santidad, y así como el sol ilu mina, purifica y fecunda la tierra con sus rayos, Tú también ilumina,
purifica y santifica todo mi ser. En séña me a mirar me en t i, a conocer me en ti, a consi d er ar m is m is er ia s al r e flej o de t u
p er fe cci ó n i n fi ni t a , a abrir de par en par mi alma a la invasión de tu luz purificadora y santificadora.

104

LA C O N F E S I O N

Presencia de Dios—A los pies de tu cruz, Jesús mío, confieso mis pecados y te pido que derrames sobre mí tu
Sangre precios a p a r a q u e m i a l m a s e a p u r i f i c a d a .
PUNTO PRIMERO. — La Confesión es el Sacramento de la Sangre de Cristo, con la cual —según la expresión
gráfica de Santa Catalina de Sena— «ha querido prepararnos un baño para purificar de la lepra del pecado
la cara de nuestras almas». Aunque sólo los pecados mortales constituyen la materia necesaria de este
Sacramento, los veniales son ya de por sí materia suficiente y toda la tradición católica ha insistido
siempre en la oportunidad de acudir a la Confesión frecuente aun cuando sólo se tiene conciencia de
pecados veniales. Pero quien, siguiendo esta norma, practique la confesión semanal, debe procurar con todo
cuidado que no se convierta en una costumbre mecánica, sino que sea siempre un

4 3 8 I S E M A N A D E C U A R E S M A

" ¡ Jesús dulce, Jesús amor ! Para vestirnos de la vida de la gracia, te despojaste Tú de la vida del cuerpo; y sobre el
madero de la santísima Cruz extendiste tu cuer po, como un cordero sacrificado que se desangra por to da s las vena s, y por
m edi o de esta Sangre nos cr ea st e de nu evo a la vi da de la g r a cia .
"Dulce Jesús, mi alma desea ardientemente verse to da ba ña da y su m er g ida en tu Sa ng r e. .. Por q u e e n la Sa ng re
encu ent ro la fuent e de la miser icordia ; en la Sa ng r e la c l em e n ci a ; e n la Sa ng r e , e l f u e g o ; e n la Sa ng r e , la pi e da d ; en
l a S a n g r e s e ha h e c ho ju s t i ci a de nuestras culpas; en la Sangre se ha saciado la mi s er icor dia ; en la Sa ngr e se di su el v e
nu est r a du r eza ; en la Sa ng r e l a s c o sa s a m a r g a s s e c on v i er t e n e n d u l c e s y l os g r a n d e s p e s o s s e h a c e n l ig er os . Y y a
q u e en tu Sangre ¡ oh Cristo ! maduran las virtudes, embriaga y s u m e r g e m i a lm a e n t u Sa n g r e , p a r a q u e s e r e vi s t a d e
verdaderas y auténticas virtudes" (Santa Catalina de Sena).

PUNTO SEGUNDO. — Cuando, al acertase al tribunal de la Penitencia, no encuentra el alma más que
pecados veniales de que acusarse, no debe preocuparse de la integridad de la confesión, como tiene que
hacerlo, por el contrario, cuando se trata de pecados mortales. No es necesario que enumere todas las faltas
veniales que haya cometido durante la semana; es mucho más provechoso que fije la atención en primer
lugar sobre las deliberadas, y después sobre las semideliberadas, aunque no pasen de simples imperfecciones, y
manifieste no sólo su aspecto exterior, sino también su motivo íntimo. Pues, aunque esto no sea de por sí
necesario para la validez de la confesión, es cierto, sin embargo, que cuanto más claramente se manifieste en
la con-
104 - LA CONFESION 439

fesión la raíz del mal, mayor será el fruto sea por el acto de humildad realizado, sea porque la
consideración de los motivos poco nobles de nuestras culpas hará brotar en nosotros un arrepentimiento más
profundo y un deseo más vivo de enmienda. Por otra parte, una confesión de esta índole dará al confesor la
posibilidad de conocer mejor los puntos débiles del penitente e indicarle los remedios más aptos, cosa
importantísima cuando a la confesión va unida la dirección espiritual. Pero más que de la acusación, el alma
tiene que preocuparse del dolor de los propios pecados, porque son una ofensa a Dios, Bondad infinita; que
su dolor nazca ex amore. del amor, que sea el arrepentimiento de un hijo que no se aflige por la propia
vergüenza o por los castigos merecidos, sino por el disgusto causado a su Padre que tanto le ama y a cuyo
amor tiene obligación de correspcnder. El dolor es tan necesario para la validez del Sacramento, que, si
llegase a faltar, la absolución sería nula; y, por otra parte, cuanto más perfecto sea el dolor, más eficaz
será la absolución: borrará no sólo el pecado, sino también la pena temporal contraída por él. Cuanto
más contrito se acerque a la confesión el corazón del penitente, más lo purificará y renovará la sangre de
Cristo, enriqueciéndolo con abundancia de fuerza, de caridad y de gracia.

O h Jesú s ! Si u na sola g ot a d e tu Sa ng r e pr ecio si sim a pu ede bor r a r t odo s lo s p eca do s del mu n do. ¿ qu é no podrá
obrar en mi cuando tan abundantemente la d e r r a m a s so b r e m i p o br e a l m a en el m om e nt o d e la 9bsolución? ¡ Oh Jesú s !
A vi va mi fe y hazm e conocer

440 II SEMANA DE CUARESMA


T
profundamente el valor inmenso del Sacramento de tu Sangre. Ella sola es la que me lava de los pecados, la q u e m e pu r i fi ca
d e l a s i m pu r eza s , la q u e sa na y vi vifica mi alma. Haz que este baño saludable penetre en t odo m i ser y lo r enu e ve p or
com pl et o en tu g r a cia y en t u am or .
Concédeme, Señor, por los méritos de tu Pasión, que m e a c er q u e s i em pr e a l t r ib u n a l de la P en it e n ci a c on un corazón
verdaderamente humilde y contrito, con un dolor de mis culpas cada vez más perfecto y detestando siempre más sincera y
profundamente todo lo que sig nifica ofensa tuya. De esta manera desaparecerá de mi todo afecto al pecado, y tu Sangre
preciosísima no hallará impedimento para penetrar en las intimidades de mi alma, limpiándola, renovándola y vivificándola
toda. ¡ Oh Jesús, haz que tu Sangre produzca en mí todos, sus frutos!

105

LA TRANSFIGURACION

II DOMINGO DE CUARESMA
Presencia de Dios. — ¡ Oh Jesús ! Que tu g r a cia t r iu n fe en m í, ha sta ha cer m e dig no de participar de tu
gloriosa Transfiguración.

PUNTO PRIMERO. — El alma de Jesús, unida personalmente al Verbo, gozaba de la visión beatí fica, cuyo efecto
connatural es la glorificación del cuerpo. Este efecto no se manifestó en Jesús, porque quiso, a lo largo de sus
años de vida terrena, asemejarse a nosotros lo más posible, revistiéndose de «una carne semejante a la del
1 0 5 - L A TRANSFIGURACION 4 4 1
pecado» (Rom. 8, 3). Sin embargo, para robustecer la fe de los apóstoles turbados por el anun cio de su Pasión,
Jesús permitió que por breves instantes en el Monte Tabor, algunos rayos de su alma beata se
transparentasen en su cuerpo: entonces Pedro, Santiago y Juan lo vieron trans figurado: «su rostro
resplandeció como el sol y sus vestidos eran blancos como la nieve». Los tres quedaron extasiados; y eso
que Jesús sólo les había dejado ver un rayo de su gloria, pues ninguna criatura humana habría podido
soportar la visión completa.
La gloria es el fruto de la gracia: la gracia, que Jesús posee en medida infinita, redunda en una gloria
infinita, que le transfigura totalmente. Un fenómeno semejante sucede también en nosotros: la gracia nos
transforma, nos transfigura «de gloria en gloria» (II Cor. 3, 18), hasta que un día en el cielo nos
introduzca en la visión beatífica de Dios. Mientras la gracia trans figura, el pecado desfigura con su oscuridad
a los que yacen víctimas de él.
El Evangelio de hoy (Mt. 17, 1-9) destaca la relación íntima que existe entre la Transfiguración y la
Pasión de Jesús. Moisés y Elías, que aparecieron en el Tabor al lado del Salvador, hablaban con El
precisamente, según puntualiza San Lucas, de su próxima Pasión, «de su muerte que había de cumplirse
en Jerusalén» (Le. 9, 31).
Con esto el Maestro divino quiere decir a sus discípulos que ni El ni ellos podrán llegar a la gloria de la
Transfiguración sin pasar por el dolor. Es la misma lección, que más tarde dará a los discípulos de Emaús:
«¿No era preciso que

105 - LA TRANSFIGURACION 443

que ser buscada en razón de si misma; si en el cielo la alegría será una consecuencia necesaria de la
posesión de Dios, en la tierra solamente puede ser un motivo para entregarnos con mayor generosidad
al servicio del Señor. Cuando San Pedro pide quedarse sobre el Tabor gozando la dulce visión de Jesús
transfigurado, Dios mismo le responde diciéndole que escuche y siga las enseñanzas de su amado Hijo.
Muy pronto el ardiente apóstol sabrá que seguir a Jesús significa llevar su Cruz y subir con El al
Calvario.
Dios no nos da consolaciones para solazamos, sino para animarnos, para hacernos fuertes y
generosos en el dolor aceptado por su amor.
Desaparecida la visión, los apóstoles levantaron los ojos y no vieron más que a Jesús: nisi soluns
Jesum, y con «Jesús solo» bajaron del monte. He aquí lo que nosotros hemos de buscar
continuamente y lo que nos debe bastar: Jesús solo. Dios solo. Todos lo demás —consolaciones, ayuda,
amistades, incluso las espirituales, comprensión, estima, apoyo por parte de los Superiores— son cosas
buenas, si nosotros gozamos de ellas según la medida en que Dios nos lo permite; Dios se sirve muy
frecuentemente de todo esto para sostener nuestra debilidad, pero en el momento en que por diversas
circunstancias, la mano de Dios nos priva de todo esto, no tenemos que desanimarnos ni desorientarnos.
Son estas las ocasiones en que, mejor que nunca, nosotros podemos testificar a Dios, con los hechos y
no con las palabras, que El es nuestro Todo y que El «solo basta». Es este el testimonio más hermoso
que un alma amante puede prestar a su Dios: serle fiel, fiarse de El,
442 II SEMANA DE CUARESMA

el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria?»


( Lc. 24, 26). Lo que el pecado desfiguró no puede
volver a su primitiva belleza sobrenatural, sino
a través del dolor que purifica.
" ¡ Dios mío ! Solo te amo a ti, a ti sólo te sigo y te
busco, estoy dispuesto a seguirte sólo a ti... quiero estar
únicamente a tu discreción. Te pido que ordenes y
m a nd e s t o do l o q u e T ú q u ie r e s , p er o cu r a , a b r e m i s
oídos para que yo oiga tu voz; cura, abre mis ojos,
para que yo vea tus indicaciones ; mírame completa -
m ente, par a qu e te r econoz ca . Sefiélam e hacia dónde
tengo que dirigir mis ojos para verte; confío que sa -
b r é h a c e r t od o lo q u e m e m a n d e s . .. " ( S a n A g u s t í n ) .
Sí, Jesús, que yo te siga solamente a ti, pero que te
siga no sólo sobre el Tabor, sino también sobre el Cal -
v a r i o . E l Ta b or e s lu z , es fu lg or q u e m e f a s c in a ; y o
querría, aunque sólo fuera por un instante, entrever tu
rostro, ¡ oh Dios mío ! El Calvario es noche, es soledad,
es un dolor tenebroso que me atemoriza, pero entre la
oscuridad se dibuja una Cruz, y sobre la Cruz te con -
templo crucificado por mi amor. Entreveo tu rostro no
transfigurado por la gloria, sino desfigurado por el do -
lor, fruto de nuestros pecados.

PUNTO SEGUNDO. — San Pedro, extasiado ante la


visión del Tabor, exclama con su ardor caracte-
rístico: «¡Bueno es estarnos aquí!», y se ofrece
a levantar tres tiendas para Jesús, para Moisés
y para Elías. Pero una voz del alto interrumpió
su propuesta. «Este es mi Hijo amado, en quien
tengo mi complacencia; escuchadle», y la visión
desapareció.
Los gozos espirituales no son nunca fin último;
nosotros no debemos desearlos, ni podemos pro-
curar su prolongamiento para satisfacer nues-
tro goce. La alegría, aun la espiritual, no tiene
444 II SEMANA DE CUARESMA
106 - LA HUMILDAD 445

perseverar en el propósito de una entrega total aun cuando El, retirándole sus gracias, la deje sola en la
oscuridad, tal vez en la incompren sión, en la amargura, en la soledad material y espiritual, atormentada
por una gran desolación interior. He aquí el momento de repetir: Jesús solo, y de bajar con El del Tabor,
para seguirle con los Apóstoles hasta el Calvario, donde El agonizará abandonado no sólo de los hombres,
sino también de Dios.
¡ Oh Jesús ! Destruye en mí el pecado, ese pecado que ha desfigurado tu Rostro, ese pecado que ha desfigurado m i al m a ,
cr ea da a tu im a g en y sem eja nza . Per o pa r a qu e se cumpla esta destru cción es necesa rio qu e y o pa r t icipe d e tu C a l var i o,
d e t u C ru z ; dí g na t e, pu es, Señor , unir a tu Pasión todos los sufrimientos peque ños y g r a nde s de m i vi da , pa r a qu e,
pu r i fi ca d o a tr a vés de ellos, pueda subir de claridad en claridad hasta la total transfiguración en ti.
L a l u z y l a g l o r i a d e l T a b o r m e a n i m a n ; g r a c i a s , Señor, por haberme concedido, aunque sea por breves instantes, el
contemplar tu esplendor, el gozar de tus di vina s co nsola cio nes ; a si for t a leci do y a nima do ba jo d e l m o n t e p a r a s e g u i r t e a
ti solo hasta el Calvario.

106
LA HUMILDAD
Presencia de Dios. — ¡ Oh Jesús ! Tú que tanto te humillaste, enséñame a practicar la verdadera humildad.

PUNTO PRIMERO. La caridad es la esencia de —

la perfección cristiana, porque sólo la caridad es


capaz de unir al hombre con Dios, su último fin. Pero si consideramos la parte que nosotros —pobres y
miserables a quienes quiere levantar a la unión— hemos de realizar, ¿es verdadera mente la caridad el
fundamento último de la vida espiritual? No, existe algo más profundo aún, que podríamos decir, es el
fundamento de la caridad: la humildad. La humildad en orden a la caridad es como los fundamentos en
orden al edificio. Cavar los cimientos de una casa aún no es construir la casa, y sin embargo es un
trabajo preliminar, indispensable: la condición «sine qua non». Cuanto más profundos y más consistentes
sean los cimientos, más altura podrá alcanzar el edificio y más garantía dará de so lidez. Solamente el tonto
«fabrica su casa sobre la arena» con la irremediable consecuencia de verla muy pronto derruida; el hombre
sabio edifica «su casa sobre la roca» (Mt. 7, 24-26) y así, no obstante el abatirse de las aguas y de los
vientos, la casa no se derrumba, porque sus fundamentos están construidos sólidamente.
La humildad es la roca sólida y segura sobre que debe erigir el edificio de su vida espiritual toda alma
cristiana. «Así que, hermanas —dice Santa Teresa de Jesús— para que Cel edificio] lleve buenos cimientos,
procurad ser la menor de todas [es decir, ejercitaos mucho en la hu mildad]... poniendo piedras tan
firmes que no se os caiga el castillo» (M. VII, 4, 8).
La humildad cava los cimientos de la caridad, en cuanto que vacía al alma del orgullo, de la soberbia, del
amor desordenado a si misma y a su propia excelencia, dejando lugar al amor de Dios y del prójimo.
Cuanto más la humildad
41
498 IV SEMANA DE CUARESMA
119- LA MULTIPLICACION DE LOS PANES 499
cedes que me ha béi s hecho. ¿Es posi bl e qu e he yo de querer que sienta nadie bien de cosa tan mala habiendo
d i c h o t a n t o s m a l e s d e V o s , q u e s o i s b i e n sobr e todos los bienes? No se sufr e, no se sufre, Dios mío, ni querría yo lo
sufriesei s Vos, que haya en vues tra sierva cosa que no contente a vuestros ojos. Pues m ir a d, Se ñor , q u e los m íos est á n
ci eg os y s e cont e n t a n d e m u y p o c o . Da d m e V o s l u z , y h a c e d q u e c o n ver da d de see qu e t odo s m e a bor r ez ca n, pu es
t a nt a s vec es os he d eja do a Vos, a má ndom e con ta nta fid e lidad.
" ¿ Q u é e s e st o, m i D io s? ¿ Qu é pe n s a m os s a c a r d e contentar a las criaturas? ¿Qué nos va en ser muy cul padas de todas
ellas, si delante del Señor estamos sin c u l p a ? " ( T J . C a ? n . 1 5 , 5 y 6 ) .

119
L A M U LT I P L I C A C I O N D E L O S PA N E S
IV DOMINGO DE CUARESMA

Pres encia de Dios.— ¡ Oh Jesú s . v er da d er o pa n d e vi da et er na ! Sa cia m i ham bre.

PUNTO PRIMERO. — El domingo de hoy es un paréntesis de santa alegría, de alivio espiritual, que la Iglesia,
cual bondadosa madre, hace en medio de las austeras penitencias cuaresmales, como para dar nuevo vigor a
nuestras fuerzas. «Alégrate, Jerusalén—canta el Introito de la Misa--y regocijaos con ella todos los que la
amáis; saciaos con la abundancia de sus delicias». ¿Qué delicias son éstas? A esta pregunta responde el
evangelio de hoy (Jn. 6, 1-15), narrándonos la multiplicación de los panes, el gran milagro de que Jesús se
sirvió para preparar a la muchedumbre a recibir el anuncio de un milagro mu cho más sorprendente, la
institución de la Eucaristía, donde Jesús, el Maestro, se haria nues tro pan, «pan bajado del cielo» (Jn. 6,
41) para alimento de nuestras almas. He aquí el mo tivo de nuestra alegría; he aquí la fuente de
nuestras delicias: Jesús es el. pan de vida, siempre dispuesto a entregarse pata saciar nuestra hambre.
Pero Jesús, aun apreciando mejor que noso tros los valores espirituales, no olvida ni des precia las
necesidades materiales del hombre. El evangelio nos lo presenta rodeado de la muchedumbre, que le había
seguido para escuchar sus enseñanzas: Jesús piensa en el hambre de aquellas gentes, y para remediarla, realiza
uno de los milagros más clamorosos: toma cinco panes y dos peces, los bendice, y sacia con ellos el ham bre
de cinco mil hombres, sobrando aún doce cestos.
Jesús sabe que el hombre, atormentado por el hambre, por las necesidades materiales, es incapaz de
atender a las cosas del espíritu. La caridad nos exige esta comprensión de las necesidades materiales del
prójimo, comprensión operante, que se ha de traducir en acción eficaz. «Si el hermano o la hermana, están
desnudos y carecen de alimento cotidiano y alguno de vosotros le dijere: id en paz... pero no les diere con qué
satisfacer la necesidad de su cuerpo, ¿qué provecho les harta?» (Sant. 2, 15 y 16). Los apóstoles propusieron al
Maestro que despidiese a la multitud para que fuese a «comprar alimentos»

119 - LA MULTIPLICACION DE LOS PANES 501

bles, aun las más complicadas, y dispuso el remedio oportuno. Sin embargo, quizás a veces nos
parezca, cuando nos encontramos ante alternativas difíciles, que Dios nos deja solos, que la
solución tenemos que buscárnosla nosotros; pero esto Dios lo permite solamente para pro -
barnos. El quiere, que al medir completamente solos nuestras fuerzas con las dificultades, nos
hagamos más plenamente conscientes de nues tra impotencia e incapacidad y por otra parte
nos ejercitemos en la fe y en la confianza en El. En realidad, el Señor nunca nos abandona si
nosotros no le abandonamos antes, solamente se esconde, y oculta en la oscuridad su acción so bre
nosotros: entonces es el momento de creer, creer fuertemente y esperar con humilde pacien la, -

con plena seguridad.


os apóstoles avisan a Jesús que un muchacho tiene cinco panes y dos peces; muy poca
cosa, nada para saciar el hambre de cinco mil hombres; pero el Señor pide aquella nada y se
sirve de ella para obrar el gran milagro. Siem pre la misma realidad: Dios omnipotente, que
todo lo puede hacer y crear de la nada, cuando se encuentra ante su criatura dotada de liber-
tad, nunca quiere obrar sin su concurso. Es muy poco lo que el hombre puede hacer, y sin
embargo, Dios quiere este poco, se lo pide, y se lo exige como condición antes de que El inter -
venga. Solamente el Señor puede santificarte, como sólo El podía multiplicar las reducidas pro-
visiones del muchacho del evangelio, y no obstante te pide tu cooperación. Como el muchacho del
evangelio, también tú entrégale todo lo que posees, preséntale todos los días tus propósitos

500 IV SEMANA DE CUARESMA

(Mt. 14, 15). Jesús no escuchó la propuesta y El mismo quiso satisfacer la necesidad de aquella gente. Procura
también tú no despachar nunca al prójimo necesitado sin haberle ayudado en lo que está de tu parte.

¡ Oh Cristo Jesús, Señor mío, Hijo de Dios vivo, que sobre la Cruz con los brazos abiertos, para redimir al hombr e, bebistei s
el cáliz de inefables dolores ! Dígna te hoy venir en mi ayuda. Heme aquí, soy pobre, me acerco a ti, que eres rico, soy
miserable, me presento a ti, que eres misericordioso ; que yo no me aparte de ti vacío y desilusionado. Vengo hambriento : no
permitas q u e v u e l v a e n a y u n a s ; m e a c e r c o f a m é l i c o : q u e y o no me marche sin haber sido saciado antes ; satisface estas
ansias ardi entes que tengo de nutrirme.

Sí, tengo hambre de ti, pan verdadero, pan vivo, pan de vida . Tú cono ces m i ha m br e , ham br e en el a lma y en el cuerpo,
por eso quisiste satisfacer a los dos. Con t u do c t r in a , c o n t u C u e r p o y c on t u S a n g r e s a c ia s a bu n da nt em en t e m i
e s p í r i t u , si n l í m i t e s ; s ol a m e n t e l a f r i a l d a d d e m i a m o r , l a p e q u e ñ e z d e m i c o r a z ó n pone límites a tu bondad. Me has
preparado una mesa rica y abundante sobre toda expresión : para alimen tarme, solamente tengo que acercarme. Tú no
solament e m e a d m i t e s a t u m e sa , si n o q u e t e h a c e s m i a li m ent o, m i be bida , t e da s t odo a m í ; t odo en t u Di vi ni da d y
t odo en t u Hu m a ni da d.

PUNTO SEGUNDO. — Antes de obrar el milagro .

Jesús pregunta a Felipe: «¿Dónde comprare mos pan para dar de comer a estos?», y obser va el
evangelista: «Esto lo decía para probarle, porque El bien sabía lo que había de hacer» (Jn. 6, 5-6). No hay
circunstancia difícil en nues tra vida, cuya solución Dios no conozca: desde la eternidad previó todas las
situaciones posi-

120 - EL VALOR DE LA OBEDIENCIA 503

en la completa conformidad de tu voluntad con la voluntad divina consiste la perfección de la


caridad, consiste la esencia de la unión con Dios. Tu caridad será perfecta cuando en toda acción
que ejecutes te regules según la voluntad de Dios, con la cual debes conformar la tuya, y no según
tus inclinaciones y deseos personales. Esto es propiamente vivir en estado de unión con Dios, pues
el alma °que totalmente tiene Csu voluntad] conforme y semejante [a la de Dios] totalmente, está unida
y transformada en Dios sobrenaturalmente» (JC. S. II, 5 y 4).
La voluntad de Dios se te manifiesta en sus preceptos, en los preceptos de la Iglesia, en las
obligaciones de tu estado; al margen de esto, tu propia elección encontrará un campo anchísimo de
acción, donde a veces no será tan fácil el conocer con certeza qué es lo que Dios quiere de ti. Por el
contrario, a través de la voz de la obediencia, la voluntad de Dios toma una forma clara y precisa y se
explícita abiertamente, sin peligro alguno de equivocación. Si como enseña San Pablo no hay ,n

autoridad sino por Dios', (Rom. 13, 1), obedeciendo a tus legítimos superiores tienes la seguridad
de obedecer a Dios. Cuando Jesús confió a sus apóstoles la misión de anunciar el evangelio a todas
las gentes. dijo: El que a vosotros oye, a Mí me oye, y el que a vosotros desecha a Mí me desecha»
,,

(Le. 10, 16), lo cual quiere decir que los superiores eclesiásticos son sus representantes y hablan en su
nombre. Santo Tomás enseña que en toda auto ridad legítima --aunque sea de orden natural.
por ejemplo, de orden civil o social— existe una •?xpresión clara de la voluntad divina, siempre

502 IV SEMANA DE CUARESMA

siempre renovados con constancia y amor y El obrará en ti un gran milagro, el milagro de tu santificación.
¡ Oh Señor ! En tu bondad infinita no te olvidas de pr epa rar también una mesa para m i cuerpo; con tu pr o vide nci a l o
nu t r es, l o vi st e s, lo c ons er va s en vida . lo mismo que a los lirios del campo y a los pájaros del aire. Tú conoces mis
necesidades, mis angustias, mis inq u ietu d es p or el pa sa do , por el pr es ent e y por el futur o, y a todo pr ovees con amor
paternal .
¡ Oh S eñ o r ! ¿ P or q u é no c o nf í o en t i ? , ¿ p or q u é n o

arrojo en tus brazos todas mis preocupaciones, sabiendo


que Tú puedes remediarlo todo? A ti te entrego, pues, .
mi vida : la vida del cu er po, la vida t err ena con toda s
sus necesidades, con todos sus trabajos, y la vida del
espíritu con todas sus exigencias, sus ansías, con toda
su ham br e del infinito. Tú sólo puedes llenar la capa -
c i da d de m i c or a z ó n ; T ú s ól o pu e d e s h a c e r m e fe l i z ;
Tú só lo p u e d e s ha c er r e a l id a d m i id e a l de s a n t i da d , .
de unión contigo.

120
EL VALOR DE LA OBEDIENCIA

Presencia de Dios. — ¡ Oh Jesús obedientísimo ! Hazme comprender el valor de na obediencia.


PUNTO PRIMERO. -- aMas quiere Dios en ti —dice San Juan de la Cruz— el menor grado de obediencia y
sujeción que todos esos servicios que le piensas hacer ) (AS. I. 13). ¿Por qué? Porque la obediencia te obliga a
,

renunciar a tu voluntad para unirte a la de Dios, manifestada en los preceptos de los superiores, y
precisamente

5 0 4 I V S E M A N A D E C U A R E S M A

que en sus preceptos guarde los justos límites de su poder. Por esto San Pablo no duda en escribir:
«Siervos, obedeced a vuestros amos según la carne como a Cristo... como siervos que cumplen de corazón la
voluntad de Dios» (Ef. 6, 5 y 6).
¡ "Oh. qué dulce y gloriosa es esta virtud de la obe di e n ci a q u e r eú ne en sí t od a s la s de m á s v ir t u d e s ! P o r q u e e l l a n a c e
d e l a c a r i d a d , e n e l l a s e a p o y a la piedra de la fe santísima ; es la reina, y quien la tome por esp osa no si ent e ni ng ú n
m a l , si no paz y de sca n so. Las ondas t em pestu osas del ma l no pu eden hu n dirla, porq ue na vega sobr e tu volu nta d, D ios
m ío... Ningún deseo suyo puede dejar de ser satisfecho, por q u e la ob edi encia sola m ent e t e d esea a t i, oh Se ñor , que
puedes, sabes y quieres realizar sus deseos. ¡ Oh obediencia, que navegas mansamente y sin peligro lle gas al puerto de
salud ! ¡ Oh Jesús ! Yo veo a la obe di encia hec ha u na cosa cont ig o, y c ont ig o la co nt em p l o s o b r e l a n a v e c i l l a d e t u c r u z
s a n t í s i m a . D a m e , pues, Señor, esta santa obediencia, perfumada por la hu m il da d , r e ct a , si n cu r v a a l g u n a , q u e e s
p or t a d or a de la luz de la g racia divina. Reg ála me. Señor, esta margarita escondida y pisoteada por el mundo, que se
hu m i l l a , som et i énd ose por t u am or a la s cr iat u ra s" ( S a n t a C a t a l i n a d e S e n a ) .

PUNTO SEGUNDO. — Uno de los obstáculos más fuertes a la plena conformidad de tu voluntad con la de Dios
es el apego a tu querer, a tus deseos, a tus inclinaciones. Ahora bien, la obediencia, que te impone la voluntad
ajena como norma en el obrar, es el mejor ejercicio para acostumbrarte a contradecir tu voluntad, a
desprenderte de ella y a unirte a la voluntad de Dios, que 120- EL VALOR DE LA OBEDIENCIA 505
se te manifiesta a través de las órdenes de los superiores. Y cuanto más estrecha es la forma de
obediencia a que estás sometido, es decir, cuanto más amplia es, abrazando no sólo algún aspecto
particular, sino toda tu vida, más intenso será este ejercicio y más eficazmente te introducirá en la
voluntad de Dios. Aquí está el valor inmenso de la obediencia: poner toda la vida del hombre en la
voluntad de Dios, hacer posible que el hombre en toda circunstancia regule su conducta no según su
voluntad, tan débil, frágil y sujeta a error, tan limitada y ciega, sino según la voluntad de Dios, tan perfecta
y santa, que jamás puede equivocarse, ni querer el mal, sino sólo el bien, y no el bien pasajero, que hoy
existe y mañana no, sino el eterno e imperecedero.
La obediencia realizará en ti este trueque dichosísimo: abandonar tu voluntad para abrazar la de Dios. Es
este el motivo que hacía correr a los Santos en busca de la obediencia. De Santa Teresa Margarita del
Corazón de Jesús, se dice: «no solamente volaba en el ejecutar los preceptos, sino que gozaba enormemente
y se divertía obedeciendo» (Sp. p. 74). La naturaleza siente dificultad en denegar la propia voluntad, en re-
nunciar a un proyecto, a un plano, a un trabajo en quien se tiene toda la ilusión y el cariño; pero el
alma de vida interior no se detiene a considerar esta renuncia, sino que, a pesar del sufrimiento y de la
lucha que supone este vencerse a sí mismo, lanza su mirada más lejos: la fija en la voluntad de Dios,
que se le presenta escondida en la voz de la obediencia; y hacia esa voluntad tiende con toda la energía
s06 IV SEMANA DE CUARESMA.
121 - VEN Y SIGUEME 507
de sus fuerzas, porque abrazar la voluntad de Dios es abrazar a Dios mismo.
¡ Se ñor ! Sól o di spo ng o de u na vida . ¿ y pu e de exis t ir p or v e n t u r a u na m a ne r a m ej or d e em pl e a r la t od a e n t u g l o r i a y
e n m i s a n t i f i c a c i ó n q u e p o n i é n d o l a directamente bajo tu obediencia? Solamente así estaré segur o de no per der el tiempo y
de no equi vocar me, porque entregarse a la obediencia es entregarse a tu v o l u n t a d . S i m i v o l u n t a d e s t á l l e n a d e
d e f e c t o s . l a t u y a e s s a n t a y s a n t i f i c a n t e ; s i m i v o l u n t a d p o s e e la tr iste capacidad de poder extra viarm e, la tuya es
poderosa para santificar mi pobre vida, para santificar todas mis acciones, aun las más simples e indiferentes, cuando son
realizadas bajo su impulso.

¡ Oh Señor ! Es precisamente el deseo de vivir total mente en las manos de tu voluntad lo que me empuja ha ci a l a
o b e di e n ci a , a a m a r y a br a z a r e sa vi r t u d , a pesar de la ar dient e ansía de liberta d y de indepen dencia que me abrasa.
Oh voluntad santa y santificadora de mi Dios ! Quie ro amarte sobre todas las cosas quiero vivir siempre a br a z a do a t i ,
n a d a q u i er o ha c e r s i n t i o fu er a d e t i.

121
VEN Y SIGUEME

Presencia de Dios. — ;Oh Jesús, que por m i a m o r t e h i c i s t e o b e d i e n t e h a s t a i s m u er t e d e C r u z !


E n s é ña m e a s eg u ir t u ejemplo.

PUNTO PRIMERO. — Al joven que deseaba alcanzar la perfección, Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, ve,
vende cuanto tienes, dalo a los po bres —he aqui el consejo de la pobreza evangé lica—... ven y sígueme» (Mt.
19, 21); he aquí, dice Santo Tomás, el consejo de la obediencia voluntaria. De hecho, seguir a Jesús
significa imitar sus virtudes, y entre éstas ocupa el pri mer puesto la obediencia. Jesús viene al mundo para
cumplir la voluntad de su Padre: «Heme aquí que vengo para hacer, ¡oh Dios!, tu volun tad» (Fleb. 10, 7) ;
cuántas veces a lo largo de su vida lo afirmó expresamente: «He bajado del cielo no para hacer mi
voluntad, sino la voluntad del que me envió» (Jn. 6, 38), más aún, declara que su alimento, su sostén, el
fundamento de su vida, es precisamente cumplir la voluntad de su Padre» (Jn. 4, 34).
Quiso también Jesús concretar su dependen cia del Padre celestial sometiéndose a aquellas criaturas que,
según el orden natural, tenían alguna autoridad sobre El, en cuanto hombre. Así vivió treinta años sometido en
todo a María y a José, reconociendo en su autoridad la del Padre. «Les estaba sujeto» (Lc. 2, 51), dice el
Evangelio, sintetizando en esta breve expresión el largo pe ríodo de la vida oculta del Salvador. Después, en
los años de su vida pública, y especialmente en su Pasión, dio siempre ejemplo de obediencia a la
autoridad, religiosa o civil, sujetándose incluso a los jueces y a los verdugos, haciéndose, según palabras de
San Pablo: «obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp. 2, 8). Vino al mundo por obediencia, quiso
vivir en la obediencia y por obediencia abrazó la muerte, repitien do en Huerto de los Olivos: «Padre... no se
haga mi voluntad, sino la tuya» «Le. 22, 42). Seguir a Jesús en la vida perfecta, quiere decir abrazar
504 IV SEMANA DE CUARE:

que en sus preceptos guarde los justos lími de su poder. Por esto San Pablo no duda en cribir: «Siervos,
obedeced a vuestros amos se i la carne como a Cristo... como siervos que cu p l e n d e c o r a z ó n l a v o l u n t a d d e
D i o s » ( E f . 5 y 6).

¡ "Oh, que dulce y gloriosa es esta virtud de la obe dien cia qu e r eú ne en sí toda s la s dem á s vir t u des ! Po r q u e e ll a na c e d e
l a ca r i da d, e n el l a s e a p oy a la piedra de la fe santísima ; es la reina, y quien la tome por esp osa no si ent e ning ú n m a l ,
si n o paz y de sca n so. Las ondas tempestuosas del mal no pueden hun dir la , p orq u e na veg a so br e t u volu nta d , D i o s m
Ningún deseo suyo puede dejar de ser satisfecho, por que la obediencia solam ente t e desea a ti, oh Señor , que puedes, sabes
y quieres realizar sus deseos. ¡ Oh obediencia, que navegas mansamente y sin peligro lle gas al puerto de salud ! ¡ Oh Jesús !
Yo veo a la obedi encia hecha una cosa contigo, y contigo la cont em p lo so b r e la na v e ci ll a de t u c r u z s a n t í si m a . D a m e,
pues, Señor, esta santa obediencia, perfumada por la hu m ilda d, r ect a , sin cu r va a lgu na , qu e es por t a dor a de la luz de la
gracia divi na. Regálame. Señor, esta margarita escondida y pisoteada por el mundo, que se humilla, som et iéndose por tu
am or a las criat uras" ( S a n t a C a t a l i n a d e S e n a ) .

PUNTO SEGUNDO. — Uno de los obstáculos más fuertes a la plena conformidad de tu voluntad con la de Dios
es el apego a tu querer, a tus deseos, a tus inclinaciones. Ahora bien, la obediencia, que te impone la voluntad
ajena como norma en el obrar, es el mejor ejercicio para acostum brarte a contradecir tu voluntad, a
desprenderte de ella y a unirte a la voluntad de Dios, que 120- EL VALOR DE LA OBEDIENCIA 505
se te manifiesta a través de las órdenes de los superiores. Y cuanto más estrecha es la forma de
obediencia a que estás sometido, es decir, cuanto más amplia es, abrazando no sólo algún aspecto
particular, sino toda tu vida, más intenso será este ejercicio y más eficazmente te in troducirá en la
voluntad de Dios. Aquí está el valor inmenso de la obediencia: poner toda la vida del hombre en la
voluntad de Dios, hacer posible que el hombre en toda circunstancia regule su conducta no según su
voluntad, tan débil, frágil y sujeta a error, tan limitada y ciega, sino según la voluntad de Dios, tan perfecta
y santa, que jamás puede equivocarse, ni querer el mal, sino sólo el bien, y no el bien pasajero, que hoy
existe y mañana no, sino el eterno e imperecedero.
La obediencia realizará en ti este trueque di chosísimo : abandonar tu voluntad para abrazar la de Dios. Es
este el motivo que hacía correr a los Santos en busca de la obediencia. De Santa Teresa Margarita del
Corazón de Jesús, se dice: «no solamente volaba en el ejecutar los preceptos, sino que gozaba enormemente y
se divertía obedeciendo» (Sp. p. 74). La naturaleza siente dificultad en denegar la propia voluntad, en re -
nunciar a un proyecto, a un plano, a un tra bajo en quien se tiene toda la ilusión y el cari ño; pero el
alma de vida interior no se detiene a considerar esta renuncia, sino que, a pesar del sufrimiento y de la
lucha que supone este vencerse a sí mismo, lanza su mirada más le jos: la fija en la voluntad de Dios,
que se le presenta escondida en la voz de la obediencia; y hacia esa voluntad tiende con toda la energía
MA

tes es-
ún
:
m-
6,

.506 IV SEMANA DE CUARESMA

de sus fuerzas, porque abrazar la voluntad de Dios es abrazar a Dios mismo.


¡ Se ñor ! Sól o di spo ng o de u na vida , ¿ y pu e de exis t ir p or v e n t u r a u na m a ne r a m ej or d e em pl e a r la t od a e n t u g l o r i a y
e n m i s a n t i f i c a c i ó n q u e p o n i é n d o l a directamente bajo tu obediencia? Solamente así estaré segur o de no per der el tiempo y
de no equi vocar me, porque entregarse a la obediencia es entregarse a tu v o l u n t a d . S i m i v o l u n t a d e s t á l l e n a d e
d e f e c t o s , l a t u y a e s s a n t a y s a n t i f i c a n t e ; s i m i v o l u n t a d p o s e e la trist e capacidad de poder ext ravia rme, la tuya es
poderosa para santificar mi pobre vida, para santificar todas mis acciones, aun las más simples e indiferentes, cuando son
realizadas bajo su impulso.

¡ Oh Señor ! Es precisamente el deseo de vivir total mente en las manos de tu voluntad lo que me empuja ha ci a l a
o b e di e n ci a , a a m a r y a br a z a r e sa vi r t u d , a pesar de la ar dient e ansia de liberta d y de indepen dencia que me abrasa.
¡ Oh voluntad santa y santificadora de mi Dios ! Quie ro amarte sobr e todas las cosas quiero vivir siem pre a bra za do a t i ,
na da qu i er o ha c er si n ti o fu er a d e ti.
121
VEN Y SIGUEME

Presencia de Dios. — ¡ Oh Jesús, que por m i a m o r t e h i c i s t e o b e d i e n t e h a s t a l a mu er t e de C ru z !


En sé ñam e a s eg u ir tu ejemplo.

PUNTO PRIMERO. — Al joven que deseaba alcanzar la perfección, Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, ve,
vende cuanto tienes, dalo a los po-
121 - VEN Y SIGUEME 507
bres —he aquí el consejo de la pobreza evangé lica
—... ven y sígueme» (Mt. 19, 21); he aquí, dice
Santo Tomás, el consejo de la obediencia
voluntaria. De hecho, seguir a Jesús significa
imitar sus virtudes, y entre éstas ocupa el pri -
mer puesto la obediencia. Jesús viene al mundo
para cumplir la voluntad de su Padre: «Heme
aquí que vengo para hacer, ¡oh Dios!, tu volun-
tad» (Heb. 10, 7) ; cuántas veces a lo largo de su
vida lo afirmó expresamente: «He bajado del
cielo no para hacer mi voluntad, sino la volun -
tad del que me envió» (Jn. 6, 38), más aún, de-
clara que su alimento, su sostén, el fundamento
de su vida, es precisamente cumplir la voluntad
de su Padre» (Jn. 4, 34).
Quiso también Jesús concretar su dependen -
cia del Padre celestial sometiéndose a aquellas
criaturas que, según el orden natural, tenían al-
guna autoridad sobre El, en cuanto hombre. Así
vivió treinta años sometido en todo a María y a
José, reconociendo en su autoridad la del Padre.
«Les estaba sujeto» (Le. 2, 51), dice el Evangelio,
sintetizando en esta breve expresión el largo pe-
ríodo de la vida oculta del Salvador. Después,
en los años de su vida pública, y especialmente
en su Pasión, dio siempre ejemplo de obediencia
a la autoridad, religiosa o civil, sujetándose in -
cluso a los jueces y a los verdugos, haciéndose,
según palabras de San Pablo: «obediente hasta
la muerte y muerte de cruz» (Flp. 2, 8). Vino al
mundo por obediencia, quiso vivir en la obedien-
cia y por obediencia abrazó la muerte, repitien -
do en Huerto de los Olivos: «Padre... no se haga
mi voluntad, sino la tuya» «Le. 22, 42). Seguir a
Jesús en la vida perfecta, quiere decir abrazar
508 IV SEMANA DE CUARESMA
121 - VEN Y SCGUEME 509
voluntariamente una vida de total dependencia. Santo Tomás, apoyándose justamente en este argumento,
concluye que la obediencia pertenece a la esencia de la perfección.
¡ Oh Jesús ! Tú que fuiste obediente hasta la muerte, no querrás que vaya por otro camino distinto del tuyo q uie n bi en " t e
q ui si er e" ( TJ. Fd . 5 , 3).
También yo estoy decidido a seguirte, a recorrer de trás de ti el camino de la santa obediencia, ese camino ca va do en l a du r a
r oc a d e t u s ej e m pl o s , d e t u h u m il dí si m a su m i si ón , d e t u i ne f a b l e a no na da m i en t o . " T ú , q u e e r e s D i o s , a q u i e n s e
s o m e t e n l o s A n g e l e s , a quien obedecen los Principados y Potestades, estabas su jet o a Ma r ía , y no sola m ent e a Ma r ía , si no
t am bi én a J o s é , c o n m o t i v o d e M a r í a . Q u e u n D i o s o b e d e z c a a su s cr ia tu r a s e s una hu m ilda d qu e no tie ne ej em plo.
¡ Oh Señor ! ¿Tendré yo audacia para exaltarme cuando Tú t e humilla s tant o? ¡ Oh alma m ía! Si re h u s a s im i t a r el
e j em pl o d e u n h om b r e , s ig u e a l m e nos el ejemplo de tu Creador. Si tal vez no puedes se guirle a todas las partes donde El
vaya, síguele por lo m e no s h a s t a d on d e E l q u is o a ba ja r s e p o r t u a m or " (San Bernardo).

PUNTO SEGUNDO. — Seguir a Jesús significa también actuar plenamente su invitación: «Si al guno quiere venir
en pos de Mí, niéguese a sí mismo» (Mt. 16, 24). Ahora bien, la mayor re nuncia que puede hacer el hombre
es la de su libertad, sometiéndose en todo a la obediencia. De hecho «nada el hombre aprecia tanto como su
libertad, porque ésta le hace señor aun de sus prójimos, le da la posibilidad de usar y go zar de las otras
cosas, siendo soberano absoluto de sus actos. Y así como el hombre, abandonando las riquezas y las personas
con quienes está unido por la sangre, las renuncia, del mismo modo, perdiendo voluntariamente la
libertad de la propia voluntad, por la cual es señor de sí, renuncia a sí mismo». (Santo Tomás: la pert. de
la vida esp.) Por este motivo el voto de obe diencia es el sacrificio más grande y más meri torio que el
hombre puede ofrecer a Dios.

En esto consiste propiamente el sacrificio de la obediencia: dejarse guiar por otro su propia vida. Todo
hombre es libre, ha recibido de Dios la libertad y por lo tanto tiene derecho a go bernarse a sí mismo
según su prudencia y su manera de ver; ahora bien, quien promete obe diencia renuncia libremente a este
derecho propio, ofreciéndolo libremente en holocausto por el servicio, por el culto, por la gloria de Dios. Así
como en el holocausto del pueblo elegido la víctima era totalmente consumida en honor de Dios, sin que
se exceptuase parte alguna, del mismo modo el voto de obediencia inmola todo el hombre en honor de
Dios. Así la obediencia realiza el sacrificio de nuestra personalidad en sus esencias más profundas; más
propiamente, sacrifica todo lo que en ella hay de egoísmo, de amor desordenado a nuestros juicios, a las incli-
naciones, a las exigencias personales; en este sentido nada puede ayudarnos más a librarnos del amor
propio, a despojarnos de nosotros mismos que la obediencia. Al mismo tiempo la obediencia no destruye la
personalidad, la emplea del modo más hermoso, más grande y más glo rioso, a saber, en renunciar a sí
misma para unirse totalmente a Dios, a la voluntad santa y santificadora de Dios.
510 IV SEMANA DE CUARESMA

Sí, ¡ oh Jesús ! ; dame fuerzas para seguirte por el c a m in o d e la ob e d i en c ia ; da m e u n pr of u n d o e sp ír it u d e fe p a r a


s a b e r oi r si e m p r e e n la v oz d e l a o b e di e n c ia t u vo z , t u v ol u n t a d . Oh , S e ño r ! " To m e n u e s t r a alma... al prelado o
confesor, con determinación de no t r a e r m á s p l e i t o , n i p e n s a r m á s e n s u c a u s a , s i n o fiar de las palabras del Señor ,
que dice : quien a voso t ro s o y e , a Mí m e o ye , y d e s cu id a r d e s u vo lu nt a d . T i e n e e l S e ñ o r e n t a n t o e s t e r e n d i m i e n t o ( y
c o n r a zón porque es hacerle señor del libre albedrío que nos ha dado), que ejercitándonos en esto... pareciéndonos d e s a t i n o
l o q u e s e j u z g a e n n u e s t r a c a u s a , v e n i m o s a conformarnos con lo que nos mandan, con este ejer cicio penoso ; ma s con
pena o si n el la , en fin, lo ha c e m o s y e l S e ñ o r a y u d a t a n t o d e s u p a r t e , q u e p o r la misma causa que sujetamos nuestra
voluntad y ra zón por El, nos hace señores de ella. Entonces, siendo señores de nosotros mismos, nos podemos con perfec ción
empl ea r en Di os, dá ndole la volu nta d lim pia, pa r a q u e l a j u n t e c o n l a s u y a , p i d i é n d o l e q u e v e n g a fuego del ci el o de
am or suy o que abra se est e sacrifi c i o . . . " ( T J . F d . 5 , 1 2 ) .

122

LA INMOLACION LIBRE D E L A L I B E RT ! ! D
Presencia de Dios. — ¡ Oh Jesús, Corder o de Dios inm ola do volu nta r ia m ent e por l a g l o r i a d e l P a d r e !
D a m e la g r a c i a d e comprender el valor inmenso de la inmo lacuón voluntaria.

PUNTO PRIMERO. — El voto de obediencia ha sido definido óptimamente ( la inmolación libre de la libertad» ,

(Pío XII: Aloe. al Congr. de Relig., 1 2 2 - L A I N M O L A C I O N L I B R E D E L A L I B E RTA D L 11 .

dic. de 1950). Esta definición hace resaltar el concepto de inmolación libre, lo cual, más que una pura
pasividad supone una intensa y noble actividad que consiste en la renuncia voluntaria a la propia voluntad,
para someterse voluntariamente a la voluntad de Dios, manifestada en. los preceptos de los superiores. Es
ésta, pues, una noción muy diversa del concepto de una obediencia mecánica, material, tal vez forzada,
impuesta necesariamente, en virtud de la cual el hombre obra como una máquina, o como un siervo que se
somete al señor, porque no puede vivir de otra manera. Esta sólo tiene de obediencia el nombre y las
apariencias externas; en realidad le falta el contenido interior, el ac to formal, que consiste
precisamente en la renuncia libre, y por lo tanto consciente, del propio querer para conformarse al querer
de Dios,. que se nos manifiesta en las órdenes de los superiores. Únicamente en virtud de este doble elemento:
renuncia libre de sí y unión libre a la voluntad divina, la obediencia es un holocausto perfecto tan
agradable y precioso a los ojos de Dios que es ( mejor que las víctimas» (I Sam. 15, 22). Si falta este doble
,

elemento interior, eI acto externo de obediencia bastará para no pecar contra el voto o la promesa que se
hizo, pero ha perdido su profundo valor y ya no será un medio para desprender al hombre de su voluntad
y para lanzarlo en la voluntad de Dios..
Cuando te contentas con una obediencia material, obligada, no realizas el acto interno de una renuncia
personal; aunque externamente obras según la orden recibida, interiormente tu voluntad sigue tan egoísta,
no puedes por lo

512 IV SEMANA DE CUARESMA


122 - LA INMOLACION LIBRE DE LA LIBERTAD 513
tanto decir que has inmolado tu libertad y que te has abrazado libremente a la voluntad divina. Dicha
obediencia es contrasentido en un alma que aspira a la unión con Dios, es como pretender llegar al fin sin
usar los medios, es cambiar la moneda preciosa de la obediencia verdadera por una vil moneda de cobre.
Santa Teresa de Jesús dice: «la obediencia... es el mayor medio que hay para llegar a este dichoso estado
de unión con Dios» (Fd. 5, 11), pero se trata únicamente de aquella obediencia que sea «inmolación libre
de la libertad», para no querer ninguna otra libertad fuera de la voluntad de Dios.
i O h S e ñ or ! ¿ P u e d e h a b er id e a l m á s g r a nd e y m á s bello que llegar a la conformidad total de mi voluntad c o n l a t u y a ,
d e t a l m o d o q u e y a n o s e a l a m í a , s i n o tu volu nta d, la qu e m e r ija , me guíe, m e gobier ne en todos mis movimientos, en
todas mis acciones?

¡ Oh, qué sublime es el estado de perfecta conformi dad con tu querer divino ! Tú una vez más me repites " q u e p a r a
a d q u i r i r e s t e t e s o r o n o ha y m e j o r c a m i n o que cavar y trabajar para sacarle de esta mina de .a obediencia ; que mientras
más caváremos, hallaremos m á s, y m ient r a s m á s nos su jetá r em os a los hom br e s, no t enien do ot ra volu nt a d sino la d e
nu est r os ma y o r es , m á s est a r em os señor es d e ella pa r a c onfor m a r la c on la de Dio s.. . E sta es la v er da der a u nión, qu e e s
h a c e r m i v o l u n t a d u n a c o n l a d e D i o s . E s t a e s u n i ó n q u e y o d e s e o ; q u e n o u n o s e m b e b e c i m i e n t o s muy regalados
que hay, a quien tienen puesto el nom bre de unión y ser á así, siendo después de est o... Ma s si de s p u é s de e st a
s u s p e n si ó n q u ed a po c a ob e di e n c ia y pr o pi a vo lu nt a d , u n id a co n s u a m o r pr o pi o m e pa r e c e a m í q u e e s t a r á , q u e n o
con la voluntad de
D ios" (TJ. Fd. 5, 13). ¡Oh Señor ! Dam e la fu er za ne cesar ia para cu mplir lo qu e a hora com prendo clara mente.

PUNTO SEGUNDO. — Una «inmolación libre» exige siempre conciencia y conocimiento claro en el sujeto
que se inmola: así debe ser también el acto de obediencia. Si hiciste voto o promesa de obediencia, tienes que
sentir siempre vivo el sentido de la responsabilidad ante la obligación libremente aceptada.
Al pronunciar tu profesión quisiste ofrecer al Señor en holocausto tu voluntad, para abandonarte en todo
en manos de sus representantes; por eso cuando te encuentres ante los diversos preceptos de la obediencia
—principalmente si se trata de los que más se oponen a tu manera de pensar, o te resultan más difíciles
por cualquier motivo— tienes que estar atento para que en la práctica no cojas de nuevo lo que ofrecis te al
Señor con voto: sería consentir un robo en el holocausto. Tu voluntad está ya consagrada y sacrificada
en el altar del Señor; ya no es tuya, por lo tanto, ya no puedes tomártela de nuevo. Al contrario, sólo
debes ejercitar tu libertad para vivir, para actuar día tras día tu oblación, para renovar continuamente,
ante cualquier disposición de la obediencia, la inmolación de tu libertad. ¡Dichosa obediencia que te hace
posible el ofrecerte en holocausto! «Porque si de otra manera dais la voluntad —escribe Santa Teresa de
Jesús a sus hijas— es mostrar la joya e irla a dar y rogar que la tomen, y cuando extienden la mano
para tomarla, tornarla Vos a guardar muy bien» (Cam. 32, 7). Desgracia-
IvTI MIDAD DI VINA 17
123-OBEDIENCIASOBRENATURAL 515

123

OBEDIENCIA SOBRENATURAL
Presencia de Dios. — ¡ Oh Jesús ! Enséña m e a v er t e so la m e n t e a t i e n m i s su periores.
PUNTO PRIMERO. — He aquí una lección magnífica de San Juan de la Cruz: «...jamás mires al
prelado como a menos que a Dios, sea el prelado quien fuere, pues le tienes en su lugar» (Caut.
12). Si no sabes proyectar esta mirada sobrenatural que te haga ver a Dios en la persona del
superior, tu obediencia no podrá ser sobrenatural. Para serio, es necesario que sólo te mueva
en tu obediencia este motivo: obedezco porque el superior me representa a Dios, me habla en
su lugar; mi superior es Cristo: hic est Christus.
Nunca debes obedecer por la confianza humana que te merece la persona del superior: por-
que es inteligente, prudente, capaz, porque te comprende y te aprecia, etc... ; ésta es una obe-
diencia humana, fruto de la prudencia humana; es un acto bueno, pero no sobrenatural. Ni de-
bes obedecer porque lo que te mandan los superiores es lo más perfecto: éste no es el verda dero
motivo de la obediencia, que consiste únicamente en obedecer, porque lo que el superior me
manda es lo que Dios quiere. Sólo puede existir una excepción: sería cuando el superior
ordenase cometer un pecado, cosa que Dios ciertamente no puede querer, o cuando sus órdenes

514 IV SEMANA DE CUARESMA


damente siempre gozarás de este poder; porque, aunque con el voto sacrificaste tu voluntad, ésta queda aún en
tus manos y depende de esta misma voluntad el ser fiel al voto hecho. Es necesario que estés siempre
fuertemente decidido a superar cualquier repugnancia para abrazar la voluntad de Dios manifestada en los
mandatos de los superiores.
“La obediencia es el peso de los fuertes» (Pío XII: Aloe. a los Carm. Descalzos, sept. 1952), porque
supone la fuerza para renunciar a sí mismo; pero este peso, esta renuncia, es una cosa suave para el alma
enamorada de la voluntad de Dios, que precisamente encontrará en el amor la fuerza de negarse.

¡ O h S e ñ o r ; T ú s a b e s m u y b i e n c u á n t o d e s a g r a d a a mi voluntad someterse, renunciar a sí misma para s u j et a r s e a l a


v ol u n t a d a j en a ; q u e e xi s t e e n m í u n am or ta n fu er t e a la liber t a d, a la ind ep end encia qu e me sugiere mil pretextos y
modos para esquivar la necesidad de obedecer. Y no obstante, Tú sabes también que no hay cosa en el mundo que más ame,
busque y d e s e e q u e t u v o l u n t a d . Y p a r a v i v i r e n t u v o l u n t a d , para descansar en la seguridad y en la alegría de obrar
si em pr e seg ún tu qu erer divino, est oy pr onto con tu gracia a hacer cualquier sacrificio, a inmolar comple tamente mi
libertad. ¡ Oh Señor ! Enfervoriza mi amor en tu sa nta volu nt a d, enci end e en m i e spír it u la pa si ó n d e t u vo lu nt a d y
e nt on c e s c r e c e r á e n m í el a m or a la obediencia , ca na l de or o qu e m e comunica el te soro preciosísimo de tu voluntad.

5 1 6 I V S E M A N A D E C U A R E S M A

no estuviesen en conformidad con la Regla y los Estatutos que tú abrazaste, pues tales órdenes no serian
legítimas. En cuanto a lo demás no puedes poner límites a tu obediencia. Nunca de-
bes dudar temiendo que el superior te exija una .

cosa menos perfecta, pues aun en el caso que él te obligase a realizar una cosa que objetivamente es menos
perfecta que otra (por ejemplo, reposar en lugar de trabajar), para ti sería más perfecto por el simple hecho
de que si el superior te ha prescrito tal cosa, es precisamente eso lo que el Señor te pide en ese
momento. Es muy posible que en abstracto tú veas la posibilidad de hacer una cosa más perfecta de la que
te manda el superior, y que tu modo de pensar sea más razonable que el de tu superior; sin embargo, en la
práctica no puede haber duda: no hay para ti cosa más perfecta que hacer lo que Dios te manda por medio
del superior.
¡ Oh Señor ! Aumenta mi espíritu de fe, para que yo sepa verte siempre vivo en el alma de mis superiores, que frente a
ellos yo sepa repetir espontánea y since r a m e n t e : h i c e s t C h r i s t u s m e u s . E s p r e c i s a m e n t e a s í a través de la
obedi enci a, com o será posible una vida de intercambio constante, de continua intimidad con t i g o . S i e n e l s a c r a m e n t o
d e l a l t a r t e e n c u e n t r o v i v o y palpitante bajo el velo de las especies eucarísticas, si em pr e pr e pa ra do a a cog er y a nut r i r
m i a lm a , t am bién puedo encontrarte escondido, aunque sea de otra manera, en la persona de mis superiores, por cuya boca
me hablas, para aclarar mis dudas, para manifestarme tu santa voluntad, para conducirme y guiarme por el ca m ino, qu e
T ú el eg i st e d esd e la et er nida d pa r a m i santificación.
123 - OBEDIENCIA SOBRENATURai, 517

¿Por qué, entonces. Señor, me detengo en las peque ñeces hu manas de mis su per ior es? Esto sólo m e sir ve de impedimento
para encontrarte en su persona, para reconocer en su volu nta d la tuya . Ayú da me, Dios mío, a superar todos los aspectos
humanos de la obediencia, pa ra poner m e e n c onta ct o cont ig o, co n tu volu nt a d divina.

PUNTO SEGUNDO. — Tu obediencia no debe tener como motivo la confianza humana que te garantiza las
cualidades de tu superior, sino una confianza sobrenatural, es decir, la seguridad de que el Señor te gobierna
sobrenaturalmente mediante los superiores que El te ha dado. Y si alguna vez te encuentras ante superiores
no tan rectos, no tan virtuosos, no debes temer: la fe te dice que Dios lo domina y lo gobierna todo y que
no hay voluntad humana capaz de sustraerse a su voluntad divina. En el caso de que el superior se
equivocase o te ordenase una cosa en sí ciertamente buena o indiferente, pero por un motivo no perfecto,
Dios sabrá siempre convertir sus errores en provecho de tu alma, y se servirá de sus intenciones no tan
rectas para que tú hagas lo que El quiere de ti. Una cosa es cierta: Dios te gobierna por medio de tus
superiores, y éstos no son independientes de Dios, sino instrumentos en las manos de Dios, de los cuales El
puede disponer a su deseo. Recurre, pues, siempre a tu superior con toda confianza, pues acudiendo a él
acudes a Dios, obedeciendo a él obedeces a Dios. Una obediencia de esta índole es completamente
sobrenatural y te pone en un contacto directo con la voluntad de Dios.
Obrando de otra manera «te harás tanto daño que vendrás a trocar la obediencia de divina en
518 IV SEMANA DE CUARESMA
124 - OBEDIENCIA CIEGA 519

humana... Y será tu obediencia vana o tanto más infructuosa cuanto tú, por la adversa condición del
prelado más te agravias, o por la buena y apacible condición te alegras. Porque te digo —amonesta San
Juan de la Cruz— que con hacer mirar el demonio en estos modos, arruinados en la perfección a grande
multitud de religiosos tiene, y sus obediencias son de muy poco valor ante los ojos de Dios por haberlos
ellos puesto en estas cosas acerca de la obediencia» (Caut. 12).
Si quieres que tu obediencia alcance todo su valor, fija tu mirada únicamente en Dios, «a quien sirves
en tu superior» (Ib.)
Así como en la Eucaristía no debo detenerme en las especies creadas de pan y de vino, del mismo modo #.n la obediencia
no debo considerar la persona del supe rior, sino tu voluntad que se manifiesta bajo las apa r i e n c i a s d e u n a o r d e n y d e u n a
a u t o r i d a d h u m a n a s . ¡ Oh Jesús, qué gran misterio ! La Eucaristía me da tu Cu er po, tu Sangr e, tu Divinidad : he aquí la
pot enci a d e l Sa c r a m e nt o q u e T ú i ns t i t u i st e ; l a o be d i e nc ia m e d a t u v o l u n t a d , m e p o n e e n c o m u n i ó n c o n e l l a ; h e a q u í
el poder de la autoridad constituida por ti.

¡ Oh Señor ! Después de haber comprendido esta ver dad tan profunda, ¿me atreveré aún a discutir y a du da r a nt e la s
ór d ene s de m i s su per ior e s? " Ser ía r e cia cosa que nos estuviese claramente diciendo Dios que fuésemos a alguna cosa que
le importa, y no quisiése mos sino estarle mirando, porque estamos más a nues tro placer. ¡ Donoso adelantamiento en el
amor de Dios! es atarle las manos con parecer que no nos puede apro v echa r sino por u n ca m ino" (TJ . Fd . 5 . 5). N o, Señor ,
no : t e s eg u ir é ha st a don de Tú qu ier a s lle va r m e por medio de la santa obediencia. 124

OBEDIENCIA CIEGA
Presencia de Dios. — ¡ Oh Jesús, que por mi amor te sometiste a tus mismas cria turas ! Enséñame a obedecer
sin indagar el por qué.
PUNTO PRIMERO. — Cuando se ve a Dios en el superior se obedece sin discutir sus órdenes, sin razonamientos
inútiles, sin vacilaciones: Chris- tus jubet, sufficit: Cristo lo manda, esto basta. ¿Por qué he de buscar otros
motivos, cuando sé que los preceptos de mis superiores son órdenes del mismo Dios? Si la cosa que me han
prescrito es difícil y penosa, el saber con seguridad que es esto lo que el Señor quiere de mí, me infun dirá
energía para realizarla con prontitud, sin oponer la más pequeña resistencia.
Pueden darse casos en que exista un motivo racional para pensar que se nos ha impuesto una
determinada orden sin atender a ciertos elementos que, no tenidos en cuenta, podrán acarrear consecuencias
graves para el mismo superior; entonces es lícito, y a veces obligatorio, avisar al superior. Del mismo modo
no puede considerarse una imperfección el pedir explicación cuando no hemos entendido claramente la orden
recibida o cuando ésta nos pone en un serio embarazo; pero hay que hacerlo humildemente, sin insistencia,
y siempre dispuestos a aceptar la decisión del superior. Fuera de esto, tenemos que estar decididos a evitar
todo ra-
520 IV SEMANA DE CUARESMA

zonamiento, toda discusión sobre las órdenes recibidas, a no indagar los motivos que hayan podido mover al
superior a dar una orden determinada. Si nos permitimos la libertad de juzgar sobre la obediencia, nos
crearemos innumerables obstáculos para obedecer; es necesario, por lo tanto, truncar rápidamente toda
crítica, aunque sea meramente interna, y ofrecer l Señor este sacrificio. Más indigno aún seria comuni-
car a otros nuestras especulaciones, criticar las órdenes de los superiores, etc.; así cooperaríamos a impedir
o, al menos, a dificultar la obediencia de los demás.
Si quieres consagrar al Señor toda tu personalidad, tienes que renunciar por completo a tu manera de
ver, que por muy clarividente que sea, será siempre infinitamente inferior a la de Dios, y precisamente Dios,
por medio de los preceptos de los superiores te hace obrar según su propia manera de ver.
" ¡ Oh Señor ! ¡ Cuán diferentes son vuestros caminos de nuestras torpes imaginaciones ! ¡ Y cómo de un al m a , q u e e st á
y a de t e r m i n a d a a a m a r o s y d ej a d a e n vuestras manos, no queréis otra cosa sino que obedez ca y se inf or m e bien de l o
q u e e s má s ser vi ci o vu est r o y eso d es ee ! N o ha m ene st er ella bu sca r los cam ino s ni escog erlos, que ya su voluntad es
vuestra. Vos. Señor mío, tomáis ese cuidado de guiarla por donde más se apr oveche. Y aunque el prela do no ande con
este cui da do de aprovechar nos el alma, sino de que le ha gan los neg ocios qu e le pa rece convienen a la com u ni da d , Vo s , ¡
D i o s m í o ! , l e t e n éi s y v a i s d i s po n i en d o el alma y las cosas que se tratan de manera que, sin entender cómo. nos hallamos
con espíritu y gran apro v e ch a m ie nt o , q u e n o s d ej a d e s pu é s es p a n t a d a s " ( TJ . Fd. 5, 6). 124 - OBEDIENCIA
CIEGA 521

PUNTO SEGUNDO. — Decir que el superior nos manifiesta la voluntad de Dios, no quiere significar ciertamente
que todo lo que él piensa, dice, quiere, lo piense, diga y quiera Dios. Ciertamente no. Solamente cuando el
superior, en cuanto tal, da una orden legítima, la voluntad de Dios se manifiesta con toda certeza a través
de ella. La obediencia ciega es propiamente la que, sobrepasando todo juicio o parecer personal, acepta las
órdenes de los superiores, únicamente porque en ellas reconoce la voluntad divina. Es ciega porque es como si
cerrase los ojos al entendimiento, no permitiéndole hacer caso del propio juicio ni examinar los motivos
que haya tenido el superior, ni discutir la orden recibida. Es ciega porque se apoya solamente en un
motivo de fe, pues es la fe la que nos dice que la vo luntad de Dios se nos comunica a través de nuestros
superiores. Y siendo la fe un conocimiento obscuro, se puede decir que la obediencia, para quien la fe es
condición necesaria, está «privada de la luz natural» y por lo tanto es ciega; en otros términos: es una
obediencia que no se fundamenta en la racionalidad de los motivos humanos, sino exclusivamente en este
motivo de fe: quien escucha a los superiores, escucha a Dios. «Quien a vosotros os escucha, a Mí me es-
cucha» (Lc. 10, 16).
Cuando el juicio del súbdito es mejor que el del superior, la obediencia ciega no consiste en contradecir
de tal manera tu propio juicio que afirmes lo contrario —lo cual no sería conforme a la verdad— sino
simplemente en no regularte en la práctica según tu modo de pensar y en reconocer que aun en este caso
hay que obede-
522 IV SEMANA DE CUARESMA
125 - DIFICULTADES DE LA OBEDIENCIA 523
cer también, porque sin duda Dios quiere de nosotros lo que el superior nos ha mandado y no lo que a
nosotros nos parece mejor, y que tal vez lo sea realmente.
Quien con pretexto de hacer algo más perfec to se aparta de la senda de la obediencia, aban dona el camino
seguro de la voluntad de Dios y se interna por el de la propia volunt d, lleno de peligros y de insidias;
un alma consagrada en nada puede agradar a Dios fuera de la obediencia. «Las acciones del religioso —
dice San Juan de la Cruz— no son suyas, sino de la obe diencia, y si las sacares de ella, te las pedirán como
perdidas» (Caut. 11).
" ¡ De cuá nta s inquietu des se libra una , Dios m ío, haciendo el voto de obediencia ! ¡ Qué felices son las simples
religiosas ! Siendo su única brújula la voluntad de los Superiores, están siempre seguras de seguir el ca mino recto. No
ti enen miedo a equ ivoca rse. aunqu e les pa rezca con certeza que los Su per iores se eq uivo can. Pero cua ndo el alma dej a
de mira r a la brúju la infa lible y se a pa rt a del cam ino qu e ella se ña la , en tonces inmediatamente se extravía por caminos
áridos, por los qu e muy pr onto llega a fa ltar le el agua de Is gracia. ¡ Oh Jesús ! La obediencia es la brújula que me habéis
dado para guiarme con seguridad hacia las ri beras eternas. ¡ Qué dulce es para mi fijar en ella la mirada y cumplir
prontamente vuestra voluntad" (TNJ. Hist. 9, 23).

¡ Oh Señor ! Quiero entregarme en las manos de .a obediencia con la confianza inquebrantable de que tu providencia
di vina todo lo gobi erna, todo lo ordena y dirige infaliblemente para el bien de mi alma. Quiero abrazarme a la obedi encia
con toda la deci sión de que soy capaz, por que abrazá ndom e a ella me a braz o a ti, me abrazo a tu voluntad. 125

DIFICULTADES DE LA OBEDIENCIA

Presencia de Dios. — Enseñadme, ¡ oh Jes ú s ! , e l s e cr et o d e la ob e d i en c ia hu m il d e , q u e s e s o m e t e a


c u a l q u i e r s u p e r i o r y a cualquier precepto.

PUNTO PRIMERO. — Aunque la obediencia es tan sublime que eleva toda la vida al plano de la voluntad de
Dios, sin embargo, presenta tam bién sus dificultades, las cuales se originan en gran parte de que no nos
llega inmediatamente de Dios, sino a través de sus representantes. Sucede así que, con demasiada frecuencia,
nos olvidamos de ver a Dios en los superiores y de reconocer en ellos su autoridad. Cuando, por ejemplo
—lo que sucede fácilmente en la vida religiosa— nos toca tener como superior a un antiguo compañero o
tal vez un antiguo discípulo, más joven y menos experimentado que nosotros, cuyos lunares y defectos
nos son perfectamente conocidos, podría asaltarnos la tentación de no tener en bastante estima su autoridad
o no dar bastante importancia a sus órdenes. Entonces la vida de obediencia se hace par ticularmente difícil:
el religioso vacila en so meterse, no acude al superior con confianza fi lial y, lo que es peor, cree tener
toda la razón del mundo. Es que comete un grave error de perpectiva; ha olvidado que el superior, quien-
quiera que sea, está siempre revestido de una autoridad que viene de Dios, y que se ha posa -
524 IV SEMANA DE CUARESMA
125 - DIFICULTADES DE LA OBEDIENCIA 525
do sobre él únicamente por que ha sido nombrado para ese oficio. Esa autoridad es invariable y tiene el
mismo peso en el superior nciano que en el joven, así en el experimentado y vir tuoso como en el que no
lo es tanto. Si nos encontramos en dificultades parecidas, hemos de reconocer en el fondo una falta de
espíritu sobrenatural, de espíritu de fe. Juzgamos las cosas espirituales con miras naturalistas y a la luz
de los valores humanos, y de esta manera nos resulta imposible penetrar en el misterio de la vida de
obediencia que, por el contrario, está toda basada en valores y motivos sobrenaturales. Es preciso saber
evadirse de consideraciones humanas acerca de la persona del superior y huir de poner el pensamiento en
sus cualidades o faltas, lo que ha sido en el pasado, etc., para ver en él únicamente al representante de
Dios y su autoridad divina. Es verdad que esto a veces exige gran lucha y esfuerzo, pero es absolutamente
necesario afrontarlos si no se quiere perder el fruto de la vida de obediencia. Cuanto más nos esforcemos por
considerar en los superiores la autoridad que viene de Dios, tanto más perfecta y meritoria será nuestra
obediencia, y Dios mismo tomará a su cargo guiarnos a través de su gobierno.
" ¡ Oh Señor ! Tú quieres, es verdad, infundir la obe diencia en nuestros corazones, pero lo que la estorba 9s no querer
reconocer que Tú hablas y obras en los su perior es, y también el esta r asidos a la propia volu n t a d" (S a nt a M.a Magd al e n a
d e Paz zi s) .
" ¡ O h J e s ú s , q u e a l p r e c i o d e t u v i d a h a s q u e r i d o reparar la desobediencia de Adán y la mía ! ¡ Oh Jesús, q u e m e d i a n t e
t u m u e r t e m e h a s a l c a n z a d o l a g r a c i a de saber obedecer ! Yo no quiero más vida, sino para sacrificártela a ti en aras de
una continua y perfecta obediencia" (Sa n Franci sco de S ale s).

PUNTO SECUNDO. — Muchas veces, por no decir siempre, a la falta de espíritu sobrenatural se junta una
gran falta de humildad. A nuestro amor propio le cuesta mucho depender de otro cualquiera y estarle
sujeto: le cuesta mucho someter las cosas propias al juicio y al gobierno de otra persona y remitirse a sus
decisiones; le cuesta, sobre todo, cuando el superior aparece, al menos bajo algunos aspectos, en un nivel
de inferioridad: inferior en edad, en cultura, en experiencia, en capacidad. Entonces nuestro yo, picado en
su orgullo, recalcitra violentamente enmascarando su resistencia con mil excusas. Y sin embargo, en esto
mismo cometemos ya un grave error; pues, aun admitiendo que en realidad existan en el superior algunas
de tales deficiencias, no debemos detenernos en ellas, sino únicamente en el hecho de que el superior será
siempre tal para nosotros, sólo porque Dios así lo ha constituido, porque Dios lo ha puesto al frente del
gobierno, porque Dios le ha encomendado la misión de dirigirnos en lugar suyo. Sus cualidades o defectos no
recaen sobre la superioridad que Dios le ha conferido. Sin duda que el superior, por su parte debe esmerarse
por conquistar, si no las poseyere, las virtudes y actitudes necesarias para el ejercicio del cargo que ocupa,
pero esto es asunto suyo personal; por nuestra parte —esto es, en cuanto súbditos— sólo tenemos que hacer
una cosa: someternos con humildad filial, dejarnos dirigir, dejarnos gober-
~

126- JESUS PERSEGUIDO 527

la persona que me lo ordene, sino que en el precepto q u i e r o v e r s o l o t u v o l u n t a d , d e j á n d o m e , a e j e m p l o


tuyo, llevar en cualquier dirección, por cualquier per sona y en todas las cosas : agradables o penosas, con -
venientes o inconvenientes a mi parecer. ¡ No importa! Haga de m í la obediencia lo que quiera" (San Francis -
c o de S al e s) .

126

JESUS, PERSEGUIDO

DOMINGO DE PASION

Presencia de Dios.— ¡ Oh Jesús ! Introdúc e m e e n e l m i s t e r i o d e t u P a s i ó n , a s ó - clame a ella.


para que sea digno de par t icipa r de la g lor ia de tu R esu r r ec ción .
PUNTO PRIMERO. — Hoy comienza el Tiempo de Pasión, tiempo consagrado especialmente al re-
cuerdo y a la contemplación amorosa de los dolores de Jesús. La cruz y las imágenes cubiertas,
la supresión del Gloria en la Misa y en los responsorios del Oficio Divino, la omisión del salmo
Judica me, al comienzo de la Misa, son señales de luto con que la Iglesia conmemora la
Pasión del Señor. En las lecciones del Oficio Divino el Papa San León nos exhorta a tomar
parte »en la Cruz de Cristo, para que hagamos algo que nos una a lo que El hizo por nosotros,
según dice el Apóstol: si sufrimos con El, con El seremos glorificados». No debemos contentar-
nos sólo con meditar los dolores de Jesús, hay que tomar parte en ellos, llevar su Pasión en

5 2 6 I V S E M A N A D E C U A R E S M A
nar. Es cuestión de humildad; porque, en el fondo, humillarse quiere decir abatirse,uiere de- cir ponerse
en el lugar propio, y el lúgar propio del súbdito, en relación con los superiores es siempre el de una
humilde dependencia. Contemplemos la obediencia de Jesús y veremos en ella esta actitud de humildad
llevada a su más alto grado: a pesar de ser Dios «se anonadó a si mismo, tomando la naturaleza de
esclavo y haciéndose semejante al hombre...; se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y
muerte de cruz» (Flp. 2, 7, 8). ¿Qué es nuestro abatimiento, qué es nuestra sumisión y nuestra dependencia
de los superiores si los comparamos con los profundos abatimientos de Jesús, el cual, siendo Dios, ha querido
hacerse hombre y vivir como un hombre cualquiera, sometiéndose a sus mismas criaturas?
Convenzámonos de que, si nuestra obediencia es defectuosa, depende casi siempre de falta de humildad.

"Dulce Salvador mío, ¿cómo podría contemplarte obe d i e n t e p o r m i a m o r a t u s c r i a t u r a s y r e h u s a r l u e g o s e r l o y o , p o r


amor tuyo, a los que te representan? ¿Cómo podría contemplarte obediente, por mi amor hasta la muerte y muerte
d e c r u z , s i n a b r a z a r e s t a vir tud am orosamente y con ella la cr uz en que Tú l? consumaste?
" Q u i e r o e s f o r z a r m e t o d o c u a n t o p u e d a , p o r i m i t a r tus ejem plos, obedeciendo por am or tuyo a toda cria tura, sea
superior, igual o inferior , en todas las cosas. sin réplica , murm uración ni demora , a ntes bien aleg re y a m or o sam e nt e. Por
e so no qu er r é i nda ga r por q u é m ot i v o s e m e o r d e n a e s t o o a q u e l l o , y m u c h o m e n o s m e pa r a r é a consi der a r el m odo
cóm o s e m e m a nde .

5 2 8 S E M A N A D E P A S I O N
nuestra corazón y en nuestro cuerpo (II Cor. 4, 10) ; porque solamente así podremos participar de sus
frutos. He aquí por qué la Iglea en el Oficio litúrgico del tiempo repite con tanta insistencia la
invitación: «cuando oyereis la voz del Señor, no cerréis vuestros corazones». En estos días la voz del Señor
no se expresa con ruido de palabras, sino con testimonio elocuente de los hechos, con el gran
acontecimiento de la Pasión, que es el misterio más convincente de su amor infinito hacia nosotros.
Abramos, pues, nuestro corazón a las sublimes lecciones de la Pasión: aprendamos cuánto nos amó Jesús
y cuánto debemos amarle nosotros; aprendamos la necesidad del sufrimiento, la necesidad de llevar con El
y tras El la cruz, si queremos seguir sus huellas. Al mismo tiempo abramos el cora zón a la más viva
esperanza, porque en la Pasión de Cristo está nuestra salvación. En la epístola de hoy San Pablo (Heb.
9, 11-15) nos presenta la figura majestuosa de Cristo, Suma Sacerdote, que «por su propia sangre entró
una vez en el santuario (es decir, en el cielo), realizada la redención eterna». La Pasión de Cristo nos ha
redimido, nos ha abierto de nuevo la casa del Padre; la Pasión de Jesús es el motivo de nuestra esperanza.
"Alabado seas, Dios misericordiosísimo, que, siendo miserables y estando desterrados, prisioneros y conde nados, quisiste
redimirnos y exaltarnos mediante la Pa s i ó n , e l d o l o r , e l d e s p r e c i o y l a p o b r e z a d e t u H i j o .
Yo corro hacia tu Cruz, oh Cristo ; voy en busca del
d ol o r , d e l d e s p r e c i o , d e la po b r e z a ; d e s e o co n t o da s m is a nsia s tr a nsfor m a r m e en ti, oh Dios- Hom br e pa -
126-JESUSPERSEGUIDO 529
sionario, que me amaste hasta querer sufrir una muer te
horrenda y vergonzosa, con el único fin de salvarme y
para darme ejemplo de cómo he de padecer por tu
amor las adversidades. En la conformidad contigo, Cru -
cificado, que para borrar mis culpas has querido morir
ignominiosamente entregándote como víctima a los do-
lorosos tormentos, está mi perfección y la señal de ml.
amor. ¡ Oh mi Dios pasionario ! Solamente leyendo el
l ibro de tu vi da y de tu muert e aprender é a conocert e
y a penetrar en tu misterio. Dame, pues, un profundo
espíritu de oración, una oración devota, humilde, aten -
ta,' brotada no solamente de la boca, sino del corazón
y de la mente, para poder comprender las enseñanzas.
de tu Pasión" (Beata Angela de Foligno).

PUNTO SEGUNDO. — El evangelio de hoy (Jn. 8,


46-59) nos presenta un cuadro de las hostilida-
des cerradas de los judíos contra Jesús, prelu-
dio claro de su Pasión. Aquellos corazones en-
durecidos no quieren admitir la misión del Sal-
vador, se ingenian de mil maneras para contra-
rrestrar sus enseñanzas, para denigrarlo delante
del pueblo, presentándolo como un mentiroso, co-
mo un endemoniado; finalmente su odio llega a
tal extremo que se deciden a apedrearlo: «En-
tonces tomaron piedras para arrojárselas».
Los judíos habían decretado ya la muerte de
Jesús; pero aún no había llegado la hora que
el Padre había establecido: «Pero Jesús se ocul-
tó y salió del templo».
Este trozo evangélico nos da la posibilidad de
contemplar la conducta de Jesús con sus perse-
guidores: su mansedumbre, el celo por sus al-
mas, su desinterés personal y su total abandono
en Dios. San Gregorio Magno escribe: «Conside-
rad, hijos amadísimos, la mansedumbre del Se-
127- EL VALOR DEL SUFRIMIENTO 531

tu sabiduría infinita, que nos ha redimido, salvado y exaltado de una manera inefable, pues fuiste al mismo
tiempo misericordioso y justiciero. Y así mientras mo r ía s dolor osa m ent e sobr e la cr u z , da ba s vi da a t oda s las
cosas y destruías la muerte universal.
"Además en el libro de la Cruz veo tu infinita man sedumbre, pues siendo maldecido no maldecías ni ven ga ba s ,
si n o q u e per do na ba s y a br ía s la s pu er t a s del cielo a los mism os que t e cr ucifica ba n" ( Be at a Ange la de
Foligno).

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E L VA L O R D E L S U F R I M I E N T O

Presencia de Dios. — ¡Oh Jesús Crucifi cado ! Enséñame la ciencia de la Cruz, en s é ña m e e l v a l o r


d e l su fr im ie n t o .

PUNO PRIMERO. — La Pasión de Cristo nos enseña de un modo concreto que en la vida cristia na
es necesario tener energía para abrazar el dolor por amor de Dios. Es una lección dura y
repugnante para nuestra naturaleza tan inclinada al goce, a la alegría; pero es una lección que
nos dio Jesús, Maestro de verdad y de vida, Maestro amantísimo de nuestras almas, que sólo
busca nuestro bien. Por lo tanto, si El nos en seña a sufrir, quiere decir que en el sufrimiento se
encierra un gran tesoro.
En sí el sufrimiento es un mal, algo que no atrae; si Jesús quiso abrazarlo tan plenamente y
nos lo propone invitándonos a estimarlo y a amarlo, es únicamente en orden a un bien su perior
que sólo puede ser poseído a través del

530 SEMANA DE PASION

ñor. El, que había venido a perdonar los peca dos, decía: ¿Quién de vosotros me argüira e pecado? El, que
con la virtud de su divinidad po día hacer santos a los mismos pecadores, no se desdeña de demostrar que
no es pecador (BR.).
Siguen las calumnias: «eres samaritano y tie nes un demonio». El Maestro divino responde siempre
dulcemente y sólo en cuanto es necesario para dar testimonio de la verdad» : «Yo no tengo demonio, sino
que honro a mi Padre y vosotros me deshonráis a Mí». Fuera de esto El de ja su reputación y su causa en
las manos de Dios: «Yo no busco mi gloria; hay quien la bus que y juzgue...». Mientras tanto, en medio de la
disputa, sigue instruyendo e iluminando las inteligencias para arrancarlas del error. Jesús siempre el
mismo: se olvida de sí para pensar únicamente en el bien de las almas. Precisa mente en esta difícil
circunstancia Jesús nos dio enseñanzas preciosísimas: “El que es de Dios oye las palabras de Dios. Si
alguno guardare mi palabra, no verá jamás la muerte». Recojamos de la boca del Maestro perseguido
estos avisos y guardémoslos celosamente en nuestro corazón. También hoy el mundo está lleno de
enemigos (de Cristo que combaten su doctrina, que desprecian su Pasión. Al menos nosotros creamos en El
y seamos fieles amigos suyos.

" En est e li br o de tu Pasión leo tu bondad y pieda d i n f i n i t a s , q u e t e m o v i e r o n a t o m a r s o b r e t i n u e s t r a pena de


muerte, nuestro desprecio y dolor, antes que dejarnos en tan miserable estado. Veo la infinita bon da d. diligenci a y
cui da do qu e has tenido por sa lvarnos y lleva r no s de nu evo a la pa tr ia d el cielo . Cont em pl o

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