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Alumno: Ana Rubio García.

Asignatura: Filosofía y literatura.


Docente: Francisco Javier De la Higuera Espín.
Curso 2022/2023

El género del ensayo: una aproximación a Montaigne desde Merleau-Ponty y


Pedro Cerezo.
La tesis principal de los textos que nos conciernen el día de hoy es que el ensayo es,
siguiendo a Pedro Cerezo, un género híbrido entre filosofía y literatura. Es por ello por lo
que el ensayo se nos presenta como un género crucial para entender la relación entre
ambas disciplinas. Para entender su importancia debemos retrotraernos al momento
histórico en el que surgió. El termino surge a comienzos del siglo XVII con la publicación
de los Ensayos de Montaigne en 1580. Pero ¿a qué se debe exactamente este nuevo género
literario? No debemos pasar por alto que la entrada a la era barroca supone -como todos
los cambios de época-, un momento de crisis. Se estaba resquebrajando la visión medieval
del mundo: la división estamental de la sociedad se venía abajo por el auge de una nueva
actitud crítica (como bien señala Foucault en su escrito ¿Qué es la crítica?). Se palpa,
pues, un cambio en el subsuelo, en los presupuestos metafísicos de Occidente. Esta
renovada actitud crítica, propia del filósofo moderno, se hace visible en Descartes cuando
a comienzos del Discurso del método dice explícitamente que quiere separarse de todo lo
anteriormente trabajado en filosofía (refiriéndose, por supuesto, a las filosofías
mastodónticas de Platón y Aristóteles). El objetivo de la modernidad es encontrar una
fuente interna de seguridad. Por tanto, la época moderna implica retrotraerse al “yo”, a
las entrañas de uno mismo. Sin embargo, el “yo” cartesiano no es el ejemplo clave para
entender esta retracción del sujeto hacia sí mismo propia del ensayo moderno. Se ha
establecido de forma general que fueron Les essais de Montaigne (1580) y no las
reflexiones de Descartes en Discurso del método (1637) los primeros escritos
considerados bajo el nombre de ensayo. Siguiendo a Merleau-Ponty y a Pedro Cerezo,
esta distinción no se debe sólo a que los Ensayos fueron publicados casi sesenta años
antes, sino a que el “yo” de Montaigne refleja de forma más prototípicamente moderna la
retracción del sujeto moderno hacia sí mismo. Es esta experiencia del “yo mismo” el que
está a la base del ensayo y no el “yo” indubitable cartesiano, puesto que el ensayista es
aquel que se ensaya a sí mismo, aquel que tras encontrarse se vuelve a perder para luego
seguir buscándose sin desfallecer en el camino. El escepticismo de Montaigne es entonces

1
opuesto a la duda cartesiana, porque Montaigne no pretende atenerse a nada fijo, sino que
más bien señala la incertidumbre que experimenta el sujeto. Por tanto, el “yo” de
Montaigne no tiene más remedio que confiar en su propia experiencia, conclusión muy
distinta de la cartesiana. El “yo” de Montaigne es por tanto un “yo” escéptico. Ahora bien,
siguiendo a Merleau-Ponty, hay que atender también a la otra cara del escepticismo: si
nada es verdadero tampoco nada es falso. Merleau-Ponty afirma, a razón de Montaigne,
lo siguiente: “al destruir la verdad dogmática, parcial o abstracta, insinúa la idea de una
verdad total, con todas las facetas y todas las mediaciones necesarias”. 1
Por tanto, el ensayo y la filosofía del saber absoluto se tocan, como afirma también Th.
Adorno en su texto Notas sobre literatura. Esta intuición nos da una clave excelente para
entender qué es lo propio del género del ensayo. Montaigne viene a concluir que al no
poder distinguir la verdad de lo que no es verdad (y por tanto tener una falta de certezas
fundamentales) estamos obligados a partir de las opiniones con las que tropezamos, no
tanto para separar la opinión de la verdad, sino parar integrar todas las opiniones y
acogerlas. Esta es la verdad a la que se atiene Montaigne.
Por tanto, el ensayo como género se caracteriza ya desde sus comienzos por una indeleble
fidelidad a la vida. El ensayo viene a plantear, según Merleau-Ponty y Cerezo, que el
pensamiento no está separado de la vida. El ensayo es por tanto un pensamiento que en sí
mismo es ya acción. No es en sí mismo realidad, pero se mantiene adherido a la vida,
porque envuelve a la realidad de la que habla. El ensayo toca realidad no cuando alcanza
la realidad definitiva sino cuando roza la simple apariencia de verdad, porque ahí se está
poniendo en acto a sí mismo. Esta es la clave del ensayo. Al hacer esto el ensayo dibuja
una posibilidad de la totalidad de la verdad. La realidad no es, según el ensayo, de un
modo cartesiano. El “yo cartesiano” es un “yo” que está en posesión de sí mismo. En
cambio, el “yo” de Montaigne es opaco, no tiene la clave de posesión de sí, y esa es la
única verdad a la que podemos aspirar.
El ensayo es en cierta medida antifilosófico porque no es radical, pero en sí mismo
también es filosófico porque convierte ese no-radicalismo en una forma de búsqueda
radical de la verdad. Siguiendo esta tesis, entendemos por qué para Adorno el ensayo es
la forma crítica del pensamiento crítico, puesto que es una forma crítica inmanente. Esto
es algo que lo separa de la filosofía, ya que en la crítica filosófica se suele proceder desde
fuera hacia dentro. Esta tesis entronca con lo comentado anteriormente acerca de la

1
M. Merleau-Ponty, Lectura de Montaigne. Ed. Seix Barral, 1973. Pg 247.

2
fidelidad a la vida por parte del ensayo. El pensamiento en los ensayos es desde la vida y
para la vida; no objetiva la vida desde lejos. El ensayo es, por tanto, siguiendo a Merleau-
Ponty, el intento de describir el problema del hombre, pero jamás el intento de resolverlo.
La clave está en incorporarse en el problema (como decía Deleuze), no de
conceptualizarlo hasta la objetivación y por lo tanto petrificarlo. Ahora bien, incorporarse
(del latín in- en y corpus-cuerpo) conlleva entrometerse vitalmente en el problema. Por
tanto, el ensayo implica una actitud irremediablemente experimental. El ensayo implica,
en definitiva, el hecho de ensayarse, de ponerse a prueba a uno mismo. Se necesita para
el ensayo una voluntad de aventura, una voluntad de vivir en base a experiencias.
Tomando a Burke y su libro Montaigne y la idea del ensayo como referencia, es
importante señalar que el ensayo no tiene esencia, puesto que es un género que se
problematiza constantemente a sí mismo. El ensayo carga frontalmente contra la idea de
sistema metódico, con lo cual tenemos que concluir que debemos hablar de ensayistas
más que de ensayos, ya que lo que se pone de manifiesto en el ensayo es el “yo literal”
de cada autor. Esto es lo que lo diferencia sustancialmente de la novela. Si bien, siguiendo
a Cerezo, hay numerosas similitudes entre ambos géneros (a saber: se explora el mundo
vital humano -actitud experimentalista- y entienden ambos el juego del mundo) hay una
diferencia esencial, y es que en el novelista hay una epoché del yo individual del autor,
que se retira para que emerja “el juego del mundo”. En cambio, el ensayista tiene los ojos
puestos en sí mismo, de tal modo que parece un ejercicio de espionaje: “yo que me espío
muy de cerca, que tengo los ojos incesantemente puestos en mí, como quien no tiene nada
que hacer en otra parte”. 2 Ambos géneros están en la base de la modernidad, como bien
expone Cerezo en el siguiente fragmento:
“Lo que estaba en la aurora de la Modernidad como experiencia del “mundo de la
vida” y lo que ha venido sosteniéndola como su impulso vivificante era este yo
ambiguo del ensayo que, en medio de la crisis de creencias, no puede resolverse,
y por eso se refugia en el conocimiento de sí y el experimentalismo, y este otro
“yo resolutivo”, pero esencialmente irónico de la novela que encuentra la salida
del laberinto, no en la teoría, sino en la construcción imaginativa del sentido de la
vida.” 3
Queda claro pues que el ensayo es reflexión presente sobre el presente, y que por tanto
surge de una referencia a la verticalidad del mundo interior de quien lo escribe. Es esto

2
M. Montaigne, Ensayos completos. Trad. De Juan G. De Luaces. Ed Gredos. Ess, II, xiii, pg 548.
3
P. Cerezo, El quijote y la aventura de la libertad. Ed. Biblioteca Nueva, 2016. Pg 27.

3
lo que lo convierte en un género que teje puentes entre las disciplinas que nos conciernen,
a saber: la filosofía y la literatura.

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