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Petris, José Luis; Setton, Yaki (2008). “En torno al ensayo”. En: Ensayo y error. El
ensayo en el taller de escritura. Eudeba, Buenos Aires.
En torno al ensayo
‘Ensayo’: “(del latín exagium, peso) Escrito breve sobre una materia” de [‘ensayar’
“probar, reconocer algo antes de usarlo; probar a hacer una cosa para ejecutarla mejor
después]
Novísima Enciclopedia Ilustrada1
1
Tomo I, Bs. As., 1970.
2
Jaime Rest, El cuarto en el recoveco, Bs. As., CEAL, 1981.
como género escrito. En el segundo piso de la torre de ese castillo medieval, tras
renunciar a su cargo de Consejero de la ciudad de Burdeos, a los 38 años, Montaigne
se encierra durante diez años a leer y escribir.
3
Irma Biojout de Azar, “Montaigne y el nacimiento del ensayo” en: Capítulo Universal –
Renacimiento y Humanismo, Bs. As., CEAL, 1970, p. 172.
4
En: Historia de la Filosofía Vol. II, Barcelona, Hora, 1994, p. 31.
5
En: Historia de la Filosofía Vol. II, Op. Cit, p. 31.
La imagen de Montaigne es la un hombre encerrado durante diez años
(1571-1581) en una pieza semicircular de una torre de esquina de un antiguo castillo,
con su mesa de trabajo en el centro y rodeado de un millar de libros, que escribe y lee;
lee y escribe. ¿Qué relación podemos hacer entre esta situación vital, concebida como
una condición de enunciación, y un sujeto que produce formas breves de escritura del
pensamiento? En una primera instancia, como señala el crítico y ensayista argentino
Nicolás Rosa, “entendemos que el hecho capital que radica en los Essais es la sutil
combinación entre la escritura de una “experiencia de vida” y la “experiencia de
lectura” que marca todo el ensayo de la modernidad y lo opone a las formas reinantes
desde el Medioevo, el tratado, la enciclopedia, el manual”6.
En los párrafos iniciales de uno de sus ensayos, el propio Montaigne describe el
modo en que trabaja, la forma en que, de alguna manera, ejercita el pensamiento a
través de la escritura:
“El juicio es cosa útil a todos los temas y en todos interviene. Por tal
causa, en estos Ensayos lo empleo en toda clase de ocasiones. Si trato de
cosa que no entiendo, con más razón ensayo el juicio, sondando el vado a
prudente distancia, de modo que, si lo encuentro demasiado hondo para mi
estatura, me quedo en la orilla. El reconocer el límite de donde no se puede
pasar es un efecto del juicio, y aun aquel de que el susodicho juicio se
alaba más. Otras veces miro si a una cosa vana y baldía podrá el juicio
darle cuerpo y apoyarla y afincarla. Y aun en otras ocasiones lo paseo por
un tema elevado, pero manido, donde, por lo muy trillado que el camino
está, nada puede el juicio encontrar, sino sólo seguir ajenas huellas. En
este caso es su tarea elegir entre mil el camino que más le convenga,
diciendo luego que éste o aquél ha sido el mejor elegido. Escojo al azar el
primer argumento con que doy, porque todos los considero buenos por igual
y nunca me propongo seguirlos enteros, ya que no veo el conjunto de nada.
Entre las cien partes y caras de cada cosa, me atengo a una, ya para
rozarla, ya para rascarla un tanto, ya para penetrarla hasta los huesos. No
examino las cosas lo más amplia, sino lo más hondamente que yo sé; y con
frecuencia suelo asirlas por algún aspecto inusitado. Me aventuraría a tratar
con más profundidad alguna materia si me conociera menos y me
engañase en mi impotencia. Pero, conociéndome, siembro aquí una frase y
allí otra, como muestras de una pieza, separadas, y sin propósito ni
designio. No me he obligado a hacer algo bueno, ni siquiera a atenerme a
mí mismo, sino que varío cuando me place, entregándome a mis dudas e
incertidumbres y a mi soberana maestra, que es la ignorancia.”7
6
Nicolás Rosa, Historia del ensayo argentino, Buenos Aires, 2002, p. 18.
7
Montaigne, Michel de, “De Demócrito a Heráclito”, en: Ensayos completos. Tomo II,
Barcelona, Iberia, 1963, p. 5-6.
En ese sentido, el ya citado Abbagnano subraya que el uso de la palabra
‘ensayo’ por parte de Montaigne “quiere decir experiencias (no tentativas). Montaigne
pretende recoger las experiencias humanas expresadas en los escritos de los autores
antiguos y modernos y ponerlas a prueba en relación con su propia experiencia, la
continua comparación entre las experiencias propias y las ajenas”.8 Algo similar
comenta el filósofo italiano Giorgio Agamben en su libro Infancia e historia al concebir
a Montaigne como el último signo de una cultura europea que piensa la experiencia
separada del conocimiento científico, una experiencia que “es incompatible con la
certeza”.9 De esta manera, Montaigne se diferencia de otros escritores de ensayos (de
Francis Bacon, por ejemplo) que pretenden, al desconfiar de la experiencia del sentido
y los acontecimientos comunes, volverla previsible y mensurable para adosarla al
conocimiento científico.
Si bien se acuerda que aquellos Ensayos, publicados en 1580, constituyeron la
fundación del género, tal vez, sostiene Rest, el ensayo existió siempre y, en ese
sentido, sea lícito otorgar ese nombre a escritos de Platón, a los tratados morales de
Séneca, a ciertos escritos de Cicerón y de San Agustín, a los diálogos de Luciano de
Samosata10. El mismo Francis Bacon, ensayista y contemporáneo de Montaigne, le
disputaba la “creación” del género, argumentando que la palabra para definirlo podía
ser nueva, pero no el contenido, pues en varios autores anteriores podían encontrarse
“meditaciones dispersas reunidas en forma de epístolas”. Sin embargo, puede decirse
que Montaigne inventó algo más que la palabra “ensayo”. Peter Burke explica esta
novedad: “Al margen de la diatriba, la carta, el soliloquio y la paradoja, Montaigne fue
desarrollando gradualmente una forma de su propia cosecha, que se distingue sobre
todo, no por su extensión o asunto, sino por el intento del autor de captarse a sí mismo
en el acto de pensar, ofreciendo el proceso del pensamiento, le progrez de mes
humeurs, más bien que sus conclusiones”.11 En este sentido, concluye Burke,
“Montaigne fue el creador de un nuevo género literario”.12
8
Op. Cit., p.31.
9
Infancia e historia, Bs. As., Adriana Hidalgo, 2001, p.15.
10
Luciano de Samosata es considerado como uno de los precursores del ensayo.
Nacido en Siria, en el siglo II d.C., Luciano escribía diálogos que se caracterizaban por la ironía
y la parodia. La forma del diálogo, al igual que en el caso de Platón, se presentaba como una
herramienta didáctica que permitía, a la vez, ofrecer diversas opiniones de un mismo tema,
enunciadas en cada caso por diferentes interlocutores. A su vez, también se conocen de él
relatos de ciencia ficción, quizás de los primeros en la historia de la literatura.
11
Burke, Peter, Montaigne, Madrid, Alianza, 1985, p. 83.
12
Ibíd., p. 83.
Pero hay otra característica más con la que Montaigne definió su género: el
interés por las cosas aparentemente triviales. Dicho de otro modo, a Montaigne,
además de los grandes temas (“De la gloria”, “De la virtud”, “De la experiencia”), le
interesaban los detalles: “No sólo se juzga un caballo mirando cómo realiza una
carrera, sino cuando anda al paso, e incluso en el reposo de la cuadra”.13 Así, no
extraña encontrarse con que sus ensayos lleven títulos como “De los ojos”, “Sobre un
niño monstruoso”, “De los pulgares”, “Del parecido de los hijos a los padres”, “De los
vehículos”, “Sobre el vestuario”, “De las sutilezas vanas”, “De las armas de los partos”,
“De los olores”… Ni tampoco debería asombrar que en este último, por ejemplo,
escriba lo siguiente:
Casi cuatro siglos después, Theodor Adorno, en su ensayo sobre este género,
plantea esta misma característica: “El ensayo tiene que lograr que en un rasgo parcial
escogido o hallado brille la totalidad”.15 La libertad en la elección de objetos se explica,
según Adorno, en que para el ensayo “todos los objetos están en cierto sentido a la
misma distancia del centro: del principio que embruja a todos”.16
Montaigne, hemos dicho antes, publica sus Ensayos en 1580. Pocos años
después, en 1597, el inglés Francis Bacon comienza a publicar los suyos. Más allá de
las temáticas que cada uno de esos autores aborda en esos escritos, es posible
reconocer dos estilos de escritura ensayística, dos estilos que, como veremos más
adelante, es posible reconocer también en los escritos precursores de este género.
Ya en el prólogo a sus Ensayos, Montaigne afirma:
13
Montaigne, Michel de, Ensayos completos. Tomo II, op. cit., p. 6.
14
Ibíd., p. 18.
15
Adorno, Theodor W., Notas sobre literatura, Madrid, Akal, 2003, p. 26.
16
Ibíd., p. 30.
He aquí un libro de buena fe, lector. En él advertirás desde el principio
que no me he propuesto, al hacerlo, fin alguno, no siendo doméstico y
privado. No he tenido en la menor consideración tu servicio ni mi gloria,
porque mis fuerzas no son capaces de ello. Lo he dedicado al uso
particular de mis parientes y amigos para que, cuando me pierdan (lo que
sucederá muy pronto), puedan volver a hallar en él algunos rasgos de mi
condición y humor, y por este medio les quepa nutrir y tornar más entero
y más vivo el conocimiento que tuvieron de mí. Si yo hubiese pretendido
buscar el favor del mundo, me hubiera engalanado con prestadas
hermosuras; pero no quiero sino que se me vea en mi manera sencilla,
natural y ordinaria, sin estudio ni artificio, porque sólo me pinto a mí
mismo. Aquí se leerán a lo vivo mis defectos e imperfecciones y mi modo
de ser, todo ello descrito con tanta sinceridad como el decoro público me
lo ha permitido. Y si yo hubiese estado en esas naciones de las que se
dice que viven aún bajo la dulce libertad de las primitivas leyes de la
Naturaleza, aseguro que de buen grado me hubiese pintado, por entero y
totalmente, al desnudo. Así, yo mismo soy el tema de mi libro, y no hay
razón, lector, para que emplees tus ocios en materia tan frívola y vana.
Adiós, pues. 17
17
Montaigne, Michel de, “Del autor al lector” en Ensayos completos. Tomo I, Barcelona,
Iberia, 1963, p. 11.
18
Ver J. Rest, Op. Cit., p. 19.
intimidad espontánea y subjetiva hasta un área de rigor objetivo casi impersonal”19.
Siguiendo a Rest, la intimidad del estilo de un escritor va a oponerse al rigor objetivo
del otro, dos características centrales de esas escrituras de las que derivan otra serie
de rasgos. En su Teoría del ensayo, el español José Luis Gómez-Martínez, va a
enumerar esos rasgos:
“En el caso del tratado, pensaré mi tema y discutiré con mis otros. En
el caso del ensayo, viviré mi tema y dialogaré con mis otros. En el primer
caso, buscaré explicar mi tema. En el segundo, buscaré implicarme en él.
En el primer caso, buscaré informar a mis otros. En el segundo, buscaré
alterarlos. Mi decisión dependerá, por lo tanto, de la manera en que encare
mi tema y a mis otros. Dependerá de mi identidad. En el tratado no me
asumo, asumo el tema para mis otros. En el ensayo, me asumo en el tema
y en mis otros. En el ensayo, yo y mis otros son el tema dentro del tema. En
el tratado, el tema interesa; en el ensayo, intereso (soy) e interesamos
(somos) en el tema. La decisión por el tratado es desexistencializante. Es
una decisión en provecho del “se”, del público, del objetivo. La decisión por
el ensayo es la que debe ser atendida”21.
19
Op. Cit., p.18.
20
En http://www.ensayistas.org/critica/ensayo/gomez/
21
Publicado originalmente en el diario O Estado de S. Paulo, 19/8/67. Tomado de:
Flusser, Vilém, Ficçoes filosóficas, San Pablo, Editora da Universidade de São Paulo, 1998.
Traducción al español: Pablo Katchadjian.
Vilem Flusser señala, además, un peligro, que afecta al escritor que se inclina
por aquel estilo vivo, que pone en escena el “cuerpo”; un peligro que, en palabras del
filósofo es también su belleza: el de perderse en el tema y el de perder el tema. Dos
peligros fronterizos, dirá Flusser, que afectan a una primera persona que termine
identificándose con el tema.
Ambos estilos serían, finalmente, reconocibles en escritos anteriores a los
ensayos de Montaigne y Bacon y que, según Flusser, caracterizan dos filosofías: “La
filosofía ensayística, con Platón, Agustín, Eckhart, Pascal, Kierkagaard, Nietzsche,
Camus, Unamuno. Y la académica, con Aristóteles, Tomás, Descartes, Spinoza, Hegel,
Marx, Carnap”. Y agrega:
22
Fuente: DE MONTAIGNE, Michel, Ensayos, Estudio preliminar de Ezequiel Martínez Estrada,
Barcelona, Océano. 1999.
23
Estupefacto, los cabellos erizados, la voz estrangulada. Virgilio, Eneida, II, 774.
24
El miedo se horroriza de todo, hasta de aquello que pudiera socorrerle, Quinto Curcio, III, 11.
no me seguís, os mataré; pues es preferible que perdáis la vida y no que
caigáis prisionero y perdáis el imperio.»
Expresa el miedo su fuerza suprema cuando nos empuja hacia la
valentía después que por su culpa nos sustrajo al deber y al honor. En la
primera batalla que los romanos perdieron contra Aníbal, bajo el consulado de
Sempronio, un ejército de diez mil infantes a quien acometió el espanto, no
viendo por dónde escapar cobardemente, se lanzó a través del grueso de las
columnas enemigas, las cuales deshizo por un esfuerzo maravilloso con gran
mortandad de cartagineses. La vergonzosa huida les costaba lo mismo que
una gloriosa victoria.
Nada me da más miedo que el miedo. De tal modo sobrepuja en acritud
a todos los demás accidentes. ¿Qué desconsuelo puede ser más acerbo ni
más justo que el de los amigos de Pompeyo quienes, encontrándose en su
navío, fueron espectadores de tan horrorosa matanza? El pánico a las naves
egipcias, que comenzaban a aproximárseles, los ahogó de tal suerte que sólo
atinaron a apresurar a los marineros para huir a glope de remo, con toda la
diligencia posible. Cuando llegaron a Tiro libres ya de todo temor, convirtieron
su pensamiento a la pérdida que acababan de sufrir, y dieron rienda suelta a
lamentaciones y llantos, contenidos por el miedo.
25
El horror ha alejado la energía lejos de mi corazón. Ennio, apud Cic., Tuscul. Quaest. IV, 7.
Su título “Del miedo” nos explicita el tópico o tema sobre el cual se va a
26
N. Rosa, Op. Cit., “El sujeto en primera persona es el garante de la verdad del enunciado” p. 14.
27
T.W. Adorno, “El ensayo como forma”, en Notas de literatura, Barcelona, 1962. p. 19.
28
J. Rest, “Primer ensayo...”, en El cuarto en el recoveco, Bs. As., CEAL, 1981, p.18.
que no es necesario realizar mucho esfuerzo retórico y discursivo para captar a un
lector general, justamente por su sentido común.
Sin embargo, a partir del tercer párrafo se apela a ejemplos históricos, a
nuevas citas latinas para fortalecer la voz de la enunciación. Estas citas funcionan, a
los fines argumentativos, como pruebas discursivas de lo que se quiere persuadir: “la
cosa de que tengo más miedo es el miedo porque supera en poder a todos los demás”
y, a su vez, como estructura disgresiva29. Aquello que se quiere demostrar parte de
una estructura paradojal30; como un pensamiento simétrico o tautológico: el miedo se
torna el mayor miedo y, de pronto, el texto no se concentra tanto en probar algo como
en dar lugar a un pensamiento de conjeturas y de dudas. Como si el sujeto que habla
estuviera más preocupado por la experiencia de pensar el miedo en relación con la
historia de la humanidad (párr. 5) y con la propia experiencia (párr. 6). De esta manera,
Montaigne expresa, a través de este ensayo, el carácter fragmentario y provisorio de
su escrito. A pesar de ello, no dejará de acudir a pruebas de la historia, (como en el
párrafo 5), para fundamentar su tesis acerca de cómo terminar con el miedo de los
miedos: el terror pánico ejercido por los antiguos dioses griegos, que, a su vez,
funciona como una emotiva despedida epilogal.
En resumen: reconocemos en este texto de Montaigne la forma ensayo como
una estructura discursiva informal basada en una primera persona subjetiva que
organiza el texto tanto desde sus opiniones como desde sus experiencias de vida y de
lectura. A su vez, su extensión y su estilo de divulgador lo acerca a lo que hoy
reconoceríamos como formas genéricas del periodismo de opinión31, que nos
describen “modos de pensar” sobre temas absolutamente diversos.
A continuación vamos a comentar, analizar y comparar el otro modelo
ensayístico de tradición más científica. Francis Bacon (Inglaterra, 1561-1626) fue uno
de los pilares fundantes de la ciencia renacentista, su método inductivo dio lugar al
desarrollo de la ciencia moderna. Político y epistemólogo, también escribió una serie
29
“La escritura se ofrece como una transcripción de un proceso natural de pensamiento” en
Jean-Jacques Robrieux, Eléments de Rhétorique et d’Argumentation, París, Dunod, 1993.(trad. Analía
Reale)
30
Figura de pensamiento. “Igual que el oxímoron la paradoja llama la atención por su aspecto
superficialmente ilógico y absurdo, aunque la contradicción es aparente porque se resuelve en un
pensamiento más prolongado que el literalmente enunciado.” H. Beristarain, Diccionario de retórica y
poética, México, Porrúa, 1997, p.387.
31
Ver J. Rest, Op. Cit., p. 19.
de ensayos, publicados en 1597, que influyó de un modo determinante en la tradición
inglesa literaria y periodística.
En principio, comenzamos por el ensayo breve de Bacon “De la adversidad”,
tomado de una famosa antología realizada en el año 1946, por el escritor argentino
Adolfo Bioy Casares para la hoy desaparecida Editorial Jackson,
DE LA ADVERSIDAD
Fue alto decir de Séneca (a la manera de los estoicos) "que las cosas
buenas que pertenecen a la prosperidad han de desearse; pero las cosas
buenas que pertenecen a la adversidad han de admirarse". Bona rerum
secundarum optabilia; adversarum mirabilia. Ciertamente, si los milagros son
dominio sobre la naturaleza, aparecen sobre todo en la adversidad. Él, sin
embargo, habla con más altura aun (demasiada para un pagano) cuando dice:
"Es verdadera grandeza tener en uno la fragilidad de un hombre y la seguridad
de un Dios." Veré magnum habere fragilitatem hominis, securitatem Dei. Esto
hubiera sido mejor en poesía, donde se da más lugar a las trascendencias. Y
por cierto que los poetas se han ocupado de ello; porque es, en sustancia, lo
que figuraba en esa extraña invención de los antiguos poetas, que parece no
carecer de misterio y hasta acercarse a la condición de un cristiano; "que
Hércules cuando fue a desatar a Prometeo (que representa a la naturaleza
humana) cruzó todo el gran océano en un cuenco o cántaro de barro";
describiendo vivamente la resolución cristiana, que navega en la frágil barca de
la carne a través de las olas del mundo. Pero hablemos con moderación. La
virtud de la prosperidad es la templanza; la virtud de la adversidad es la
fortaleza, que en moral es virtud más heroica. La prosperidad es la bendición
del Antiguo Testamento; si se escucha el arpa de David, se oirán tantos aires
fúnebres como villancicos; y el lápiz del Espíritu Santo se ha tomado más
trabajo para describir las aflicciones de Job que las felicidades de Salomón. A
la prosperidad no le faltan temores y disgustos; y a la adversidad, consuelos y
esperanzas. En trabajos de aguja y en bordados vemos que es más agradable
un dibujo vivaz sobre fondo oscuro y solemne, que un dibujo oscuro y
melancólico sobre fondo luminoso; juzgad, pues, el placer del corazón según el
placer de los ojos.
Ciertamente, la virtud es como los perfumes preciosos, más fragantes
cuando son incensados o molidos; porque la prosperidad exhibe mejor el vicio,
pero la adversidad exhibe mejor la virtud.
Bacon, Francis; en AAVV, Ensayistas ingleses, México, C.A., 1992
32
Ver cita p.6.
33
J. Rest, Op. Cit., p. 18.
34
en A. B. Casares, “Estudio preliminar” en Ensayistas ingleses, México, Consejo Nacional,
1992, p. 12.
35
Peter Burke, Montaigne, Madrid, Alianza, 1985, p.93.
Así como la pesquisa terminológica sugirió una caracterización del ensayo que
lo haría comenzar con un acto de autoconciencia del productor (Montaigne, al igual
que Cervantes dicen ser los primeros en ensayar y novelar respectivamente) es
posible utilizar otros caminos para caracterizar los textos ensayísticos: el gesto de
Flusser, por ejemplo, según se ha visto, se sustenta en un pensamiento binario y traza
una línea divisoria a partir del estilo enunciativo y, de seguido, pone a un lado o al otro
sistemas enteros de filosofía.
Otro camino fue ver cómo en la continuidad temporal es posible reconocer
formas de escritura que se acercan y, por lo tanto, Rest las recoloca en el mismo
“cuarto”, reconociendo que el ensayo, como todas las creaciones humanas siempre
trabaja desde la transformación de materiales precedentes, nunca es creación ex
nihilo.
Si nos fijamos en las prácticas concretas de los autores, muchas veces
encontramos que un mismo autor cruza las fronteras del estilo sin dificultad. Para ello
se debe tener en cuenta que en la sociedad actual, el intelectual utiliza el estilo
apropiado al medio de publicación, esto es, adecua el estilo a las exigencias del
dispositivo y, simultáneamente, utiliza la oportunidad que este le proporciona como
“laboratorio” para ensayar su escritura más científica y académica. Esta es la lección
de Umberto Eco en el prefacio de “La estrategia de la ilusión”36, donde explica:
“Los ensayos elegidos para formar este libro son artículos que he escrito
en el transcurso de varios años para su publicación en diarios y semanarios
(o como máximo en revistas mensuales, pero no especializadas). (...) “No
creo que exista ruptura entre lo que escribo en mis libros “especializados” y
lo que escribo en los periódicos. Hay una diferencia de tono, por supuesto,
dado que al leer día tras día los acontecimientos cotidianos, al pasar del
discurso político al deporte, de la televisión al “beau geste” terrorista, no se
parte de hipótesis teóricas para evidenciar ejemplos concretos, sino que
más bien se parte de acontecimientos para hacerlos hablar, sin que se esté
obligado a llegar a conclusiones en términos teóricos definitivos. La
diferencia reside entonces, en que en un libro teórico, si se avanza una
hipótesis, es para probarla confrontándola con los hechos. En un artículo de
periódico, se utilizan los hechos para dar origen a hipótesis, pero no se
pretende transformar las hipótesis en leyes: se proponen y se dejan a la
valoración de los interlocutores”
36
Eco, Umberto, “Prefacio” a: La estrategia de la ilusión, Buenos Aires, Lumen, 1994, 5ta
ed. pp. 7-8
“Me pregunto a menudo si, en un periódico, trato de traducir en lenguaje
accesible a todo el mundo o de aplicar a los hechos contingentes las ideas
que elaboro en mis libros especializados, o si es lo contrario lo que se
produce. Pero creo que muchas de las teorías expuestas en mis libros
sobre la estética, la semiótica o las comunicaciones de masas se han
desarrollado poco a poco sobre la base de las observaciones realizadas al
seguir la actualidad.”
Tal vez sea útil considerar que el ensayo, por las variables que se han ido
teniendo en cuenta, se acerca más bien a un “archigénero” (una serie abierta de
formas genéricas empíricas e históricas) y que cualquier intento de organización
clasificatoria es una tarea que encuadra características de los textos en circulación
que siempre desbordan las genealogías. En otras palabras, el género discursivo existe
solo en el mecanismo productor de sentido que lo describe. Y la consecuencia de este
hecho es que asiduamente los textos son “recolocados”: las Aguafuertes de Arlt, que
nacieron como “artículos periodísticos” en el diario El Mundo, hoy pueden ser leídas
como ensayos breves, recogidos en antologías.
¿Literatura?, ¿Filosofía?, ¿género discursivo o archigénero? Más allá de las
clasificaciones, cada texto leído como ensayo es una estrategia enunciativa que invita
a entrar al “cuarto en el recoveco”, a leer, a escribir, a descubrir.