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ALEJANDRO ALAGIA

RODRIGO CODINO

LA DESCOLONIZACIÓN
DE LA CRIMINOLOGÍA
EN AMÉRICA

PRESENTACIÓN
NILO BATISTA

PRÓLOGO
ANDRÉS CALAMARO
Las imágenes de la tapa corresponden a afiches publicitarios
franceses de neto contenido racista. El primero, de 1923,
que promocionaba el chocolate Félix Potin, señala un este-
reotipo de un hombre negro “batido y contento”, haciendo
alusión explícita a que el esclavo era como el chocolate, es
decir, solo era bueno si era batido o golpeado. El segundo,
de 1910, hacía publicidad de una lavandina llamada S.D.C.
y en el afiche original, además de la imagen, se decía que
“para blanquear a un negro no se necesita gastar en jabón”.

Codino, Rodrigo
La descolonización de la criminología en América / Rodrigo
Codino; Alejandro Alagia – 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos
Aires: Ediar, 2019.
520 pp.; 21 x 15 cm

ISBN 978-950-574-393-3

1. Derecho. 2. Derecho Penal. I. Alagia, Alejandro. II. Título.


CDD 345

IMPRESO EN LA ARGENTINA

Queda hecho el depósito que exige la Ley 11.723


Copyright by Editora Ar S. A.
Tucumán 927, 6º piso
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
www.ediar.com.ar
2019
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judío contribuyó a no ver lo que se tiene delante de los ojos298 y enterró el


racismo colonialista entre los pliegues del estado de bienestar y el “mila-
gro” de reconstrucción económica. El gran trabajo de reconstrucción
que hace Gilroy —también él hijo de una novelista negra de Guayana
británica— concluye con Toni Morrison: “… la vida moderna empieza
con la esclavitud (que)… rompió el mundo por la mitad. Convirtió a
los europeos en otra cosa, los hizo amos-esclavos, los volvió locos. No
puedes hacer eso durante cientos de años y no pagar un peaje. Tenían que
deshumanizar no solo a los esclavos sino a sí mismos”299.

¿Por qué la esclavitud es pena?

El estereotipo inferioriza personas para castigar. No simplemente


para inventar una desviación donde antes no existía. El racial fue el resul-
tado de la esclavitud moderna. Esclavizar fue castigo legal doméstico y
público en el derecho antiguo y moderno300. En la esclavitud romana
primitiva lesionar o matar al esclavo pertenecía al arbitrio del amo existía
un tipo de esclavo destinado directamente al sacrificio. En la esclavitud
africana anterior a la colonización del continente por los europeos, había
grupos destinados directamente a la inmolación sacrificial, por lo general
en sociedades sin Estado y contra extranjeros. Aunque igual que en la
occidental, también era común en la africana el amplio poder punitivo
del amo sobre el esclavo. Cuando el esclavo prisionero era extranje-
ro absoluto se lo trataba como un “muerto en suspenso”, algo parecido a

298 Traverso, Enzo, La singularidad de Auschwitz. Un debate sobre el uso público de


la historia, Cuicuilco, Escuela Nacional de Antropología e Historia, México, v. 11,
nº 31, mayo-agosto, 2004.
299 Entrevistacon Morrison publicada como Living memory: meeting Toni Morrison
en P. Gilroy, Small Acts. Thoughts on the politics of black cultures, Londres, 1993.
300 Mommsem, T., Derecho penal romano, t. 1, Analecta, Pamplona, 1999, y para
formas de servidumbre penal y su diferencia con la esclavitud en la etapa de la
acumulación originaria, Rusche, Georg-Kirchheimer, Otto, Pena y estructura social,
Temis, Bogotá, 1984, pero es una obra que con la excepción que hace en p. 70 no
menciona la esclavitud moderna como una institución de prisioneros.
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lo que describe A. Metraux para la antropofagia de los tupí del Chaco en


América del Sur301. En definitiva, la esclavitud es pena en la historia y
en la prehistoria.
Está reconocida como castigo en la XIII enmienda a la Constitución
de los Estados Unidos: “Ni en los Estados Unidos, ni en ningún lugar
sujeto a su jurisdicción habrá esclavitud ni trabajo forzado, excepto como
castigo de un delito”. Antes un Código Negro como el de Luis XIV para
sus colonias tenía un capítulo especial para conductas del negro que el
amo podía castigar incluso con la muerte. No se tiene la menor duda de
que la esclavitud está institucionalmente normalizada como castigo. Lo
mismo debe decirse del parentesco común entre el régimen de esclavitud
con el campo concentracionario o la cárcel. Las mejores ilustraciones de
estos regímenes de violencia institucional olvidados por la criminología
son las que describen la esclavitud de plantación moderna. Para una
futura reconstrucción, la sociología del castigo cuenta con el archivo más
valioso para esta reconstrucción en el movimien­to abolicionista negro
que no puede ignorar por más tiempo. Después de todo el abolicionismo
penal contemporáneo no es sino una consecuencia de dos abolicionismos
que nacen al mismo tiempo, el de la esclavitud y el de la pena de muerte.
¿Por qué Beccaria es una referencia obligada en el derecho penal y la cri-
minología y no lo es el movimien­to antirracista negro de Estados Unidos
y el Caribe?
Para el año en que se producía la revolución francesa, 1789, el saqueo
y robo de esclavos daba la vuelta el sur de África y llegaba a Mozambique.
Pero Guinea continuaba considerándose el principal coto de caza de los
europeos y traficantes. La opinión pública, la académica y hasta la expre-
sión artística de la época justificaba la trata y la esclavitud en que negros y
negras vivían mejor con dueño y verdugo blanco que libres en la barbarie
indígena. Pocas décadas después, la antropología política demostraría que

301 Meillassoux,Claude, Antropología de la esclavitud, Siglo XXI, México, 2013; sin


conocer la esclavitud los tupinambá convertían al prisionero en un esclavo, Métraux,
Alfred, Antropofagia y cultura, El cuenco de plata, Buenos Aires, 2011, p. 11.
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los salvajes vivían mejor que la servidumbre europea o el obrero indus-


trial del siglo XVIII y la primera mitad del XIX302.
Negros y negras eran cosechados en la costa y en el interior. Inmediata-
mente se los amarraba, cargados con pesadas piedras para impedir la fuga
y “… en los puertos negreros eran encerrados en corrales. Miles de seres
humanos permanecían en estas jaulas de pu­trefacción. Los africanos se
desmayaban y se recobraban, o se desmayaban y morían… En los barcos
los esclavos eran amontonados en galerías… las revueltas… eran incesan-
tes, por lo que eran encadenados, la mano derecha con el pie izquierdo.
Morían no solo a causa del régimen sino también de tristeza, rabia y
desolación… Al convertirse en propiedad de su dueño eran marcados
con hierro candente a ambos lados del pecho”303.

El cuero del mayoral

En la plantación el trabajo comenzaba con el látigo del capataz al


amanecer y terminaba con el látigo a las diez de la noche. El amo podía
“cazarlos como animales, transportarlos en jaulas, hacerlos trabajar y
golpearlos con el mismo palo que golpea al animal, meterlos en establos
y matarlos de hambre… Para someterlos a la necesaria docilidad y acep-
tación, hacía falta un régimen de brutalidad y terrorismo calculado… los
amos primero tenían que garantizar su propia seguridad. Por la menor
falta los esclavos recibían el castigo más riguroso”304.
El Código Negro regía en las colonias francesas desde 1685 y gran
parte está dedicado a las normas de castigo. A los esclavos se les prohíbe
beber aguardiente, portar armas, ejercer violencia física o verbal contra el
amo, reunirse y, lo peor de todo, escaparse. En la primera fuga el esclavo
pierde las orejas, en la segunda se le cortan los tendones de las piernas y

302 Emplea la bella expresión de sociedades de abundancia, Sallins, Marshall, Econo-


mía de la Edad de Piedra, Akal, Madrid, 1983, p. 22.
303 Cyril L. R., James, Los jacobinos negros, ed. Ryr, Buenos Aires, 2013.
304 Ob. cit., p. 51.
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si persiste en el intento se decapita. Aún liberados las prohibiciones los


seguían. La menor falta de respeto para el antiguo amo, viudas e hijos se
castigaba con las penas más graves. El máximo de latigazos que se permitió
en un principio eran cien, más tarde se limitaron a cincuenta, pero en los
hechos podían flagelar al esclavo hasta la muerte o dispararles sin que
se pudiera acusar de homicidio al amo o al capataz. Los negros y negras
no podían testificar. El castigo con látigo del Código Negro pasa a los
códigos penales liberales de Europa, como el de Baviera de 1813 que a su
vez pasó a los proyectos de codificación de América del Sur305.
En la esclavitud de plantación “no había invención que el terror o
una imaginación depravada pudiera concebir que no se empleara para
quebrar el espíritu y satisfacer la lujuria y el resentimien­to de sus dueños
y guardianes: hierros en manos, bloques de madera que los esclavos tenían
que arrastrar donde quiera que fueran, máscaras de latón para impedir que
comieran caña de azúcar, el collar de hierro. Los latigazos se interrumpían
para pasar un pedazo de madera por las nalgas de la víctima; sal pimienta,
brasas y ceniza caliente eran derramados sobre heridas sangrantes. Las
mutilaciones eran comunes, brazos, piernas orejas a veces los genitales…
los quemaban vivos, los asaban a fuego lento, los llenaban de pólvora y
prendían con un fósforo. Los enterraban hasta el cuello y untaban con
azúcar sus cabezas para que las moscas los comieran, los ataban cerca de
hormigueros”306. Estas prácticas eran sistemáticas y la tortura del látigo
contaba con “mil refinamien­tos” y un vocabulario específico como el de
un campo concentracionario del siglo XX. Cuando brazos y piernas se
ataban, el castigo se llamaba “cuatro estacas”, “tortura de la escalera” o si
se colgaba, “la hamaca”. Se “quemaba pólvora” cuando se hacía explotar a
un negro “por el cu­lo”. Si era embarazada se cavaba un pozo y la tortura
del “collar” para las que abortaban. Los amos más humanistas solo hacían
sufrir al esclavo con el látigo y el exceso de trabajo. En Santo Domingo
los negros morían rápido sin que los amos esperaran a que tuvieran

305 Inocent Futch, El código negro, en “La esclavitud un crimen sin castigo”, El correo de
la Unesco, octubre, París, 1994.
306 Baldwin, James, The price of the ticket, ob. cit., p. 52.
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hijos307. En esta situación de terror concentracionario, igual que en los


campos nazis, el suicidio era común, simplemente con dejarse morir. En
algunas plantaciones los esclavos se diezmaban en una “manía homicida”
para impedirle al amo nuevos proyectos.
En este régimen homicida también se degradaban los colonizadores
blancos. Los plantadores odiaban la vida en la colonia y deseaban volver a
Europa. En Puerto Príncipe, a pesar de la prohibición, negras y negros de
cualquier edad eran azotados en la calle308. La esclavitud en el Caribe cons-
tituyó un sistema verdaderamente totalitario309. Pero a pesar del ambiente
inhumano de la colonia, cualquier europeo adquiría solo por la piel blanca
una distinción que no se conseguiría en la madre patria. La piel negra era
tan despreciable que incluso un mulato esclavo se sentía superior a un negro
libre, y según James todavía así eran los prejuicios en el caribe en 1961.
La primera colonia que se independiza de Europa es Haití en 1804
y también es la primera revolución negra de la historia que termina con
un régimen terrorista de esclavitud. Donde antes se trabajaba hasta morir
bajo el cuero del mayoral, después de la revolución ningún empleador se
animaría a utilizar los castigos físicos. “Esa debilidad psicológica, ese sen-
timien­to de inferioridad con el que los imperialistas envenenan a los pue-
blos colonizados en todas partes…”310 desaparece con la revolución negra
y con ello se inicia el camino para cambiar la “negritud” por un sentido
afirmativo de la identidad. Pero no es el fin del estereotipo racial.

Literatura latinoamericana antiesclavista

Autobiografía de un esclavo escrita por el poeta cubano Juan Francisco


Manzano de 1835 constituye la primera literatura negra de ese país.

307 Ídem, p. 53.


308 Ídem, p. 76.
309 Lara, Oruno, “Herramientas a la que se azota”, en La esclavitud un crimen sin castigo,
El correo de la Unesco, París, 1994.
310 Cyril James, ob. cit., p. 372.
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Denuncia la sociedad colonial como una gran prisión, que también


conoció acusado de participar en la rebelión antiesclavista de La esca-
lera en 1844. En ella narra su vida de esclavo desde los doce años. Sabe
leer y escribir y en la casa de una marquesa goza de los privilegios de la
esclavitud doméstica. Igual le hacen conocer la vida real del esclavo con
castigos que la misma señora ordena y siempre desproporcionados los
“delitos” que comete. Por el robo de una flor pasó diez días en el cepo.
El libro puede leerse como una interminable sucesión de penitencia,
azotes y encierro. Denuncia con nombre y apellido a administradores,
mayorales y verdugos de los que fue víctima: “sufría por la más leve
maldad propia de muchacho, encerrado en una carbonera… después de
sufrir azotes… con orden y pena de gran castigo al que me diera una
gota de agua”311.
El tema carcelario en América Latina es incompleto también si se
ignoran narraciones en primera persona como las del cubano José Martí
que escribe en 1871 El presidio político en Cuba que comienza con esta
sentencia: “Dolor infinito, porque el dolor del presidio es el más rudo…”.
Martí relata su vida de preso en las canteras de San Lázaro entre azotes
y golpes mientras pica piedras de sol a sol entre viejos y niños y donde
los negros recibían la peor parte, como el esclavo Juan de Dios o como
el “pobre negrito Tomás” de 11 años. Esclavitud racial y presidio político
en el relato son indistinguibles. No es literatura que se escribe en la cár-
cel, es literatura sobre la cárcel312.
El antirracismo de Martí también fue pionero: las razas de librería
son una necesidad del absolutismo colonial. Para Martí no hay odio racial
porque no hay razas313.

311 Manzano, Juan Francisco, Autobiografía de un esclavo, Shulman I. ed., Madrid,


1975, p. 56 y ss.
312 Martí,
José, El presidio político en Cuba, (publicada en Madrid, 1871), en Obras
Completas, V. 1, La Habana, 1991, pp. 45 y ss.
313 Martí, José, Mi raza, Periódico Patria, Nueva York, 16 de abril 1893, en Fernando
Ortiz, “Martí y las razas”, Revista Caminos, 24-25, pp. 35-51, La Habana, 1941.
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El gran flagelador

Fernando Ortiz

A Cuba llegaron juntos el esclavo y el azúcar314. Fernando Ortiz315


escribe Los negros. El primer capítulo está dedicado a la mala vida de
los cubanos. La obra de Ortiz fue extrañamente un positivismo antirra-
cista, lo contrario a lo que sucedió en el resto de América Latina. Un
libro anterior de 1906 es el Hampa Afro-cubana, donde la criminalidad
tenía por causa caracteres étnicos antropológicos de las razas inferiores,
que no incluye a los indios porque en la isla habían sido prácticamente

314 Ortiz,
Fernando, Contrapunto cubano del tabaco y el azúcar, con introducción de
Malinoswki,(primera edición de 1940), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
1983.
315 Sobre su vida y obra puede consultarse: Ximeno, David López, Fernando Ortiz
ante el enigma de la criminalidad cubana, Fundación Fernando Ortiz, La Habana,
2011.
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exterminados. Definió a la esclavitud de la raza negra como la de un


pueblo sin patria y sin familia, “con su impulsividad brutal comprimida
frente a una raza de superior civilización y enemiga…”.
El caso de Cuba es excepcional porque todo un pueblo o raza entera
entró en la mala vida. No se le pasó por alto tampoco a Ortiz que el
régimen punitivo de esclavitud también afectaba a los blancos degradán-
dolos moralmente316. Todo un capítulo de esta obra está consagrada a la
psicología primitiva del negro y opinaba como la antropología positivista
occidental: “el negro fue traído a Cuba en la más absoluta desnudez física
y psicológica… es un niño grande entregado a la impresión del momento”.
Esta descripción convencional para la época no le impedía reconocer que
la negrada bajo el sol abrazador trabaja bajo el látigo del mayoral quien
representaba al gran flagelador. Con gran precisión describió el régimen
de terror punitivo: “Para mantener en las haciendas esa férrea discipli-
na de siervos, era preciso un fuerte régimen represivo”. El azote era el cas-
tigo menos costoso. En la hacienda azucarera se llamaba “tumbadero” al
sitio para el castigo de flagelación, que también tenía nombre “boca-abajo”.
El acto de azotar tenía nombre propio: “menear el guarapo”. El reglamento
de esclavos de 1842 los redujo a 25. El artícu­lo 41 disponía que el señor
podía castigar al esclavo con prisión, grillete, cadena o cepo o con azotes
que no pasaran de 25. La prisión se cumplía en los calabozos del barracón
y podía estar agravada con cepo. También se lo podía matar con pena de
garrote para las faltas más graves317. Hasta ese año no se conocieron limi-
taciones para los castigos que podían infligirse a los negros. Otro artícu­lo
del código de 1842 exigía modernización, pero dos años después fue
suprimido y, en 1844, volvió el arbitrio para castigar318. Un año antes de la
falsa abolición de 1880, porque la esclavitud se continúa en el régimen del
patronato hasta 1886, el código penal en el artícu­lo 542 castigaba al negro
fugitivo por el robo de sí mismo a la pena de arresto mayor.

316 Ortiz, Fernando, Hampa Afro-cubana: los negros brujos (apuntes para una etnografía
criminal), con carta prólogo de Lombroso, Ed. América, Madrid, 1906, pp. 7-13.
317 Ídem, pp. 254y ss.
318 Ídem, p. 267.
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La abolición prohibió los azotes, pero dejó subsistente otras penas,


bajo el régimen de patronato; cuando había resistencia al trabajo, falta de
respeto, desobediencia, injuria al propietario, etc. se podía castigar con el
cepo. Ortiz señala que lo más negro de la esclavitud y su herencia no es
el negro sino el trato cruel del blanco319, y así explica que el número de
suicidios siempre fuese superior al de homicidios320.

No hay etiqueta sin derrota

Cuando la noción de raza se confirmó por ley, ya estaba arraigado el


modelo colonial esclavista. Fue una etiqueta para un producto ya elabo-
rado. No fue a causa de una inferiorización que había castigo racializado.
Al contrario, porque había esclavitud había desprecio. Para un historia-
dor de la esclavitud como Edmund Morgan, la etiqueta racial sirvió para
justificar un hecho consumado y ganar el apoyo de los blancos pobres
que, en las colonias, fueron igual de esclavos que los negros. También la
del blanco era una esclavitud pero que tenía origen en la deuda, como en
la antigüedad clásica, o por motivo de un crimen. Cuando los blancos
pobres alcanzaron la libertad se definió a los esclavos negros por su raza
y su inferioridad. Fue la libertad y la igualdad del pueblo blanco lo que
hizo necesaria la etiqueta de inferioridad para los negros321.
Al caribe también llegaba la “basura blanca”. Entre 1654 y 1685, diez
mil solamente serían deportados para la esclavitud del puerto de Bristol
y un cuarto de millón en todo el período colonial. En Inglaterra el código
de sangre tenía trescientos delitos castigados con la pena de muerte, pena
capital que se extendió a los vagabundos en 1644322. Eran comprados y
vendidos de un colono a otro, recibían latigazos como delincuentes en

319 Ídem, p. 301.


320 Ídem, p. 392.
321 Morgan, Edmund, Esclavitud y libertad en EEUU, de la colonia a la independencia,
Siglo XXI, Buenos Aires, 2009.
322 Williams, Eric, Capitalismo y esclavitud, Traficantes de sueños, Madrid, 2011, y Los
orígenes de la ley negra, Siglo XXI, Buenos Aires, 2010, p. 207.
LA DESCOLONIZACIÓN DE LA CRIMINOLOGÍA EN AMÉRICA 159

los potros de tortura por el solo placer de sus patrones323. Pero con el
dinero que se compraba un esclavo blanco por diez años se compraba un
negro para toda la vida324 y Bristol pasó de la trata de blancos a la trata
de negros. No es la única interpretación para esta trasformación de la
trata. Otros señalan que la raza blanca fue una invención en respuesta a
la agitación de los esclavos blancos y negros para dividirlos, en la última
etapa de la rebelión de Bacon en 1676. La línea de color se definió cuando
debía resolverse en Estados Unidos quién seguiría siendo esclavo325.
El mismo Jefferson era esclavista, cuando opinaba sobre la libertad
de esta raza inferior, señalaba que no podían vivir junto a los blancos.
En tanto Tocqueville en su viaje por Estados Unidos describió al negro
como un ser que suscita repulsión y asco. Son bestias, decía, lo que los
define es el gusto por la sumisión y que la libertad los haría feroces.
En 1857 en el precedente “Dred Scott vs. Sanford” estableció que el
negro era inferior y pertenecía a otro. La ley inventó la raza cuando ya
existía un pueblo derrotado para justificar el trato punitivo del régimen
esclavista que era preexistente al concepto. El esclavismo del negro creó
la raza y no la raza el esclavismo. La esclavitud proporcionó la ideología
de la raza y hay tantos racismos como historias específicas326.
El propio Lincoln era un ferviente creyente de la supremacía blanca
y abrazó proyectos de forzar la emigración de negros a otros territorios.
Peleó contra la esclavitud una guerra total, pero no por la igualdad,
sin advertir que, por eso mismo, la esclavitud volvería con fuerza en el
linchamien­to de negros, los códigos de segregación y la servidumbre
penal o alquiler de presos negros, durante la etapa posterior al período
de reconstrucción del país.

323 Williams, Eric, Capitalismo y esclavitud, ob. cit., p. 46.


324 Ídem, p. 49.
325 Allen,Ted, “La lucha de clases y el origen de la esclavitud racial. La invención de
la categoría ‘raza blanca’” en Huellas de Estados Unidos, nº 10, abril 2016, Facultad
de Filosofía y Letras de la UBA, pp. 11 y ss.
326 Fields, Barbara, “Esclavitud, raza e ideología en los Estados Unidos”, Huellas de los
Estados Unidos, ob. cit., nº 4, marzo 2015, p. 24.
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En definitiva, el hecho de la esclavitud precede al racismo y el concepto


sirvió de aceptación ciega, por parte de los amos blancos, de su derecho a
tratar al esclavo como si fuera un criminal condenado al trabajo forzado.
En la obra ya citada de Eric Williams, héroe de la independencia de
Trinidad y Tobago, analiza el régimen de esclavitud únicamente desde el
beneficio económico, pero incluso así no deja de observar que la esclavi-
tud no nació del racismo. Fue el racismo la consecuencia de la esclavitud.
Cuando se cambió la esclavitud blanca por la negra secuestrada masiva-
mente de África, irrumpió el concepto de raza que movilizaría el trato
punitivo que caracterizaría toda la modernidad hasta hoy327. Williams
estimó que el secuestro y esclavitud de negros para las colonias británicas
entre 1680 y 1786 fue de más de dos millones de personas328. Inglaterra
resultó ser el país que más esclavos compró y vendió de la historia a lo
cual se debe el progreso moderno de Liverpool. En Francia también las
ciudades prosperaban con la barbarie como Nantes y Bordeaux. Encade-
nados de a dos, mano izquierda con derecha, pie izquierdo con derecho,
cada escavo tenía en un barco menos espacio que un ataúd329.

El fin de la esclavitud no es el fin del racismo

El estereotipo racial sigue vivo y con buena salud en el castigo cuando


muere la esclavitud en América, en algunos casos tarde como en Brasil
donde la abolición se produce en 1888. Las secuelas son profundas
como el linchamien­to, la segregación y los nuevos códigos negros que, a
la menor falta, el sistema penal mandaba al negro otra vez a la plantación
como esclavo criminal. A la esclavitud le sucede la prisionización masiva
y las ejecuciones extrajudiciales de negros. La selectividad punitiva tiene
un gusto especial por la vulnerabilidad que ofrecen los grupos humanos
racializados por un estereotipo de inferiorización. Conocemos de los pro-
cesos genocidas o por el castigo para el delito común que el estereotipo

327 Williams, Eric, ob. cit., p. 49.


328 Ídem, p. 66.
329 Ídem, p. 70.
LA DESCOLONIZACIÓN DE LA CRIMINOLOGÍA EN AMÉRICA 161

es de elaboración previa a la agresión y define una persona o grupo como


enemigo o amenaza a la que se puede destruir sin excepción para que
haya normalidad. Brujas, criminales, judíos o subversivos recibieron más
atención que esclavos negros o indios.
Desconocer el problema de la raza impide ver en el genocidio concen-
tracionario nazi, y en cualquier otro de Occidente anterior o posterior,
una herencia de la esclavitud europea. El estereotipo racial reina sobe-
rano sin que otro en la actualidad le dispu­te hegemonía. Europa creó
para el Nuevo Mundo un monstruo y regresó al centro del poder plane-
tario como otro genocidio. Fue la literatura negra la que primero llamó
la atención sobre la continuidad del colonialismo en el genocidio nazi, o
de los efectos descivilizadores que tenía la relación colonial para las dos
partes, colonos y colonizados. Los colonizadores no salieron inmunes de
la situación colonial, pagaron el precio con una masacre estatal interna a
la propia Europa. Antes de la colonización mundial se conocieron otros
estereotipos de persecución. Pero el genocidio concentracionario tuvo
como laboratorio las colonias en América. El fascismo racista fue sim-
plemente un colonialismo genocida que regresaba a donde había partido.

De la esclavitud a las ejecuciones extrajudiciales de negros

Que el fin de la esclavitud no terminó con el racismo punitivo es


por muchas razones evidentes, como lo demuestra en este nuevo siglo
la muerte racializada en América. Pero inmediatamente a la abolición
de la esclavitud negra en Estados Unidos se produce una epidemia de
atrocidades punitivas con el mismo sello del estereotipo racial que había
dominado el régimen terrorista de plantación. Fue una mujer, Ida Wells,
activista feminista y negra, quien en la última década del siglo XIX dedicó
su periódico Free Speech a la denuncia de los linchamien­tos de negros por
organizaciones de castigo paraestatales. El término linchamien­to aparece
equivocadamente cuando una víctima hace justicia por mano propia,
cuando la autoridad está ausente o para denunciar en política electoral la
ineficacia de un gobierno de derechos.
162 ALEJANDRO ALAGIA | RODRIGO CODINO

En la literatura negra el linchamien­to tiene otro sentido, se denuncia


a la autoridad cómplice en la atrocidad. En la guerra de independencia,
un juez de paz de Virginia autorizó asesinatos extrajudiciales de realistas
ingleses durante la guerra de independencia de Estados Unidos y ese
antecedente se generalizó cuando el pueblo afrodescendiente se liberó de
la esclavitud. Fue un castigo que se impartía por grupos paraestatales
de blancos a negros y negras que hacían uso de su derecho a la educación,
al empleo o al voto. Cuando los negros eran ejecutados públicamente, en
general la causa eran falsas acusaciones de violación. En Horrores sure-
ños: la ley de Linch en todas sus fases (1892), Wells describe una docena
de casos de este tipo “y a partir de esta exposición de la cuestión de la
raza según la ley del linchamien­to, todo el asunto se explica por la bien
conocida oposición al progreso de nuestro pueblo desde los tiempos de la
esclavitud… mientras tanto, aunque se haya eliminado la causa política,
la matanza de negros en Carolina del Sur, Misisipi, Georgia, Tennessee
ha continuado; sabemos del desollamien­to de un hombre vivo en Ken-
tucky, la quema de otro en Arkansas, el ahorcamien­to de una chica de 15
años en Luisiana, de una mujer en Jackson y otra en Hollendale hasta
llegar al oscuro y sangriento número de 728 afroamericanos linchados
en el Sur durante los últimos ocho años. Ni cincuenta de estas muertas
tuvieron motivos políticos, el resto se justificaron en todo tipo de acu-
saciones, desde la violación de mujeres blancas hasta casos como el de
Will Lewis que fue ahorcado en Tennesse el año pasado por ir borracho
y mostrarse “impertinente” con personas blancas”330. Solo en los nueve
meses posteriores al primer día de 1892 otras ciento cincuenta perso-
nas negras han sufrido “una muerte violenta en manos de turbas crueles
y ávidas de sangre” siempre justificadas por la prensa escrita como un
castigo necesario para defender el honor de las mujeres blancas. Estas
autorizaciones punitivas pueden provenir de un gobernador como de un
jefe de policía local. Así “… lanzaron la pelota de la ley de linchamien­to
(y) ahora no tienen la capacidad de ponerle fin cuando a un chulo blanco,
borracho y criminal, le apetece ahorcar a un afroamericano bajo cualquier

330 Wells, Ida, “Horrores sureños: la ley de Lynch en todos rasgos”, en Jobardo, Merce-
des (ed.), Feminismos negros, Traficantes de sueños, Madrid, 2012, pp. 82-83.
LA DESCOLONIZACIÓN DE LA CRIMINOLOGÍA EN AMÉRICA 163

pretexto”331. Este terror paraestatal fuera del campo concentracionario de


plantación se hace a la luz del día, no se esconde. La turba de vecinos, que
son conocidos del lugar, bajo la mirada del gobernador o del sheriff y sus
ayudantes, en presencia de jueces locales, sacan al prisionero y le quitan
la vida en una escena patibularia que se vive “con diabólico regocijo”. Si
este espectácu­lo es posible a la vista de todos, dice Wells, “… es una buena
manera de marcarnos como raza de violadores y forajidos”332. Años des-
pués Billie Holliday cantaría que los “árboles del sur dan frutos extraños”.

En muchos casos, después de un linchamien­to, el cuerpo descuarti-


zado del negro se exhibía para que todos lo vieran y se enviaban por correo
postales con fotografía a amigos y familiares como recuerdos de ocasión.

331 Ídem, p. 84.


332 Ibídem.
164 ALEJANDRO ALAGIA | RODRIGO CODINO

No se deja de notar que estos espectácu­los movilizaban la satisfacción


colectiva, la venganza, como el schadenfreude o disfrute público de la muerte
de otros333. En esta pasión vindicativa, al supremacista blanco del Sur, las
penas regulares a muerte por ahorcamien­to le resultaban benignas cuando
un negro era acusado de delito. Era motivo de revivir en el linchamien­to
el terror de la tortura, el fuego, el desmembramien­to y la exhibición en
ceremonias públicas que se disfrutaban con un oscuro placer334.

333 Sobre linchamien­tos públicos de negros en Estados Unidos, Garland, David, Una
institución particular. La pena de muerte en Estados Unidos en la era de la abolición,
Didot, Buenos Aires, 2013, p. 21.
334 Ídem, p. 46 y ss. El informe más importante para no olvidar y recordar los
linchamien­tos terroristas en Estados Unidos es Lynching in America. Confronting
the Legacy of Racial Terror, Third Edition, Equal Justice Initiativa, Alabama, 2017;
en el informe se contabilizaron entre 1877 y 1950 más de 4.000 homicidios con tor-
mentos espectaculares en los 12 estados más linchadores: Alabama, Arkansas, Flo-
rida, Georgia, Kentucky, Luisiana, Mississipi, Carolina del Norte, Carolina del sur,
Tennessee, Texas y Virginia. El registro más alto lo tienen Florida y Mississipi y el
mayor número de linchamien­tos se encontró en el condado de Jefferson, Alabama.
Muchas de las víctimas no fueron acusadas de ningún delito o lo fueron por faltas
menores e insignificantes (dirigir la palabra a una mujer blanca o contestar a un
hombre blanco cuando espera que se quede callado) o por exigir derechos a un trato
humano. Cualquier contacto con una mujer blanca, tocar el timbre de la casa, escribir
una carta ofrecer una taza de té y mucha más el sexo interracial consentido eran moti-
vos suficientes para torturar y ejecutar públicamente a un hombre negro. Este genoci-
dio por goteo provocó la migración forzada más grande de la historia de EEUU hacia
el norte del país de más de 6.000.000 del pueblo negro del sur. Los linchamien­tos se
convirtieron en espectácu­los públicos masivos. La multitud observaba y participaba
en la tortura que se prolongaba hasta la mutilación y el desmembramien­to hasta la
quema del cuerpo en una hoguera. Al final, los despojos se repartían como trofeos en
un ambiente festivo con vendedores de comida y fotógrafos que hacían postales para
el recuerdo que se repartían por el correo postal. En Newnan, Georgia en 1899 se
repartieron pedazos de corazón, hígado y huesos de Sam Hose (falsamente acusado
de violación) después de ser linchado. Ese mismo año se repartieron en Maysville,
Kentucky se repartieron carne, dientes y dedos de manos y pies de Richard Coleman
(pp. 34 y ss.). No fueron actos de locos o extremistas blancos. Toda la comunidad
estaba implicada y era tolerado por republicanos y demócratas. El informe menciona
232 lichamien­tos de mexicanos entre 1949-1928 en los estados fronterizos del sur.
Recién el año 1952 fue el primero sin linchamien­tos en EEUU desde que comen-
zaron los registros en 1882 por el Instituto Tuskegee, hoy Universidad, cuyo primer
director fue un antiguo esclavo negro Booker Washington.
LA DESCOLONIZACIÓN DE LA CRIMINOLOGÍA EN AMÉRICA 165

La esclavitud no se perpetúa solo en las ejecuciones extrajudiciales. El


estereotipo racial pasa a los Códigos Negros de la etapa conocida como
“Jim Crow” que es el período de la regulación normativa de la segrega-
ción racial que tiene vigencia hasta 1964. Las violaciones a estos códigos
mandaban al negro masivamente a la cárcel. Luego, los antiguos amos
los alquilaban. Los negros volvían a la esclavitud de plantación como
consecuencia de un delito contenido en estas leyes —como lo dispone
la enmienda XIII de la Constitución de Estados Unidos—, lo inicia la
criminalización y encierro masivo de negros que se conocerá como una
nueva servidumbre penal infinitamente peor. En la esclavitud el propie-
tario tenía voluntad de conservar al negro, en cambio, en el sistema de
arrendamien­to de convictos cuando moría un negro se conseguía otro335.

“Tan dulce como amarga”: la esclavitud y pena en Brasil


Tan dulce como amarga es un hermoso y triste título que dos mujeres
historiadoras ponen en una biografía sobre Brasil, en un capítulo que
corresponde al período de la “civilización” esclavista del azúcar336. La
esclavitud punitiva en Brasil, igual que en el resto del continente no fue
solo un régimen de explotación económica, fue un señorío penal de tal
entidad que constituyó un nudo nacional que marca y se hunde en la histo-
ria posterior del país, “y si bien la esclavitud quedó en el pasado su historia
continúa escribiendo en el presente”337.
Brasil es el último país en abolir la esclavitud en Occidente. Lo
hace en 1888, en la misma época en que un poeta mulato abolicionista
nordestino, Tobías Barreto, escribía el primer texto de derecho penal y

335 Burghardt Du Bois, W.E.B., “La historia hecha propaganda”, en Huellas de Estados
Unidos, ob. cit., nº 5, septiembre 2013, p. 84; sobre los códigos negros y la nueva
servidumbre penal posterior a la abolición, en Morison, S. E.; Commager, H. S.
y Leuchtenburg, W. E., Breve historia de los Estados Unidos, FCE, México, 2003,
p. 381.
336 Schawarcz, L. M.-Starling, H.M, Brasil. Una biografía, Debate, Buenos Aires,
2016, p. 76.
337 Ídem, pp. 19-20.
166 ALEJANDRO ALAGIA | RODRIGO CODINO

criminología en el continente que describe al castigo público como un


fenómeno irracional que no se puede legitimar ni justificar como lo hace
la cultura occidental y, que si se quiere encontrar algún parentesco con
otras instituciones familiares había que mirar el sacrificio o la guerra. Fue
una inspiración que proporcionó su proximidad con el régimen punitivo
de esclavitud y que después de un siglo sería retomada por la Escuela
Latinoamericana de Criminología y Derecho Penal. El estereotipo
racializado de persecución punitiva se continúa en la postesclavitud en
un país que puede considerarse “el segundo país africano más poblado
después de Nigeria”338. Sin embargo, el indio, tupinambá o guaraní,
diezmado por la barrera epidemiológica favorable al europeo339 y por
grupos paramilitares de bandeirantes340, también fue esclavo. Los paulis-
tas continuaron secuestrando indios para utilizarlos como esclavos en la
plantación agrícola durante todo el siglo XVIII.
Los primeros negros que llegaron a Brasil en el siglo XVI provinieron
de Angola y Guinea. Para la concepción occidental, al sur del Sahara
siempre existieron pueblos “dispuestos a ser esclavizados”. “Negro de gui-
nea” era una denominación habitual en la época y las palabras “negro” y
“esclavo” significaban lo mismo para el propietario en la “civilización” del
azúcar. El color llevaba la marca del castigo. La casa grande del amo era
la residencia de un señorío no solo económico sino, fundamentalmente,
político y, por ende, de soberanía punitiva. No era un Estado dentro del
Estado o un gobierno indirecto o delegado, sino el gobierno mismo de
una relación, también determinada, como en cualquier soberanía, por la
potestad punitiva. Ningún esclavo narró la experiencia y dudó en califi-
car de castigo o penalidad la violencia del amo. Cuando Gilberto Freyre
publica en 1933 Casa-grande & senzala, describe la relación esclavista
como un equilibrio siempre frágil entre paternalismo y extrema violencia.
Entre los millones de hombres y mujeres secuestradas de África casi cinco
millones tuvieron como destino los campos de concentración de negros

338 Ídem, p. 21.


339 Ídem, p. 61.
340 Ídem, p. 72.
LA DESCOLONIZACIÓN DE LA CRIMINOLOGÍA EN AMÉRICA 167

en Brasil. Se calcula que un diez por ciento de la cosecha de hombres se


perdía cuando las condiciones de transporte esclavista eran buenas341.
Los suicidios y abortos eran comunes, como en toda el área esclavista.
El régimen de esclavitud produjo en Brasil un verdadero holocausto342
para el cual existieron “manuales” para la aplicación de “maltratos punitivos
ejemplares”. Un ejemplo sistemático era el uso del “quebra-negro” castigo
muy utilizado en Brasil para los esclavos jóvenes o recién adquiridos por
el amo. El azote era público —a veces, colectivo— y estaba destinado a
enseñar al negro “a no levantar jamás la vista y mirar para siempre al sue-
lo en presencia de la autoridad”343 o “para que no se vuelvan insolentes
y no busquen trazas y modos de librarse de la sujeción de su señor
haciéndose rebeldes e indómitos”344. Estas escenas pertenecen a la vida
cotidiana y fueron repetidamente retratadas345. El tronco ejemplar, gan-
chos, argollas, máscaras de Flandres para impedir que el negro comiera
tierra y se suicidara, cadenas, eran otras penalidades que acompañaban a
la regularidad de azote, “siempre y en cualquier lugar la esclavitud genera
sadismo” y naturaliza la violencia, como en toda soberanía penal346.
Las penas atroces y espectaculares estaban reservadas a los fugitivos:
la mutilación y el suplicio en el pelourinho (sitio sacrificial de piedra,
colocado en la plaza pública, coronado con una imagen representativa
de la autoridad real y que a ambos lados contaba con argollas para
encadenar al esclavo). Como en los motines de una cárcel, las revuel-
tas fueron permanentes y la insubordinación diaria. Mataron amos y
señores, y se organizaron en quilombos, como la “pequeña Angola” o la
“República” de Palmares que resistió cien años las incursiones punitivas

341 Ídem, p. 128.


342 Ídem, p. 134.
343 Ídem, p. 139.
344 Ídem, p. 140.
345 Malaguti Batista, Vera, El miedo en la ciudad de Río de Janeiro. Dos tiempos de una
historia, San Martín, 2016, pp. 180-181.
346 Schwarcz, Lilia M-Starling, Heloisa M., ob. cit., p. 148.
168 ALEJANDRO ALAGIA | RODRIGO CODINO

para exterminarla. Para combatir fugitivos y destruir quilombos crearon


la figura del “capitán del mato” que entre los siglos XVII y XIX fueron
millares, incluso negros, con autorización para matar347. Estas cacerías
humanas no desaparecieron después de la esclavitud se continuaron
contra otros grupos, especialmente indígenas, durante la segunda mitad
del siglo XX, como lo demuestra el Informe Figuereido de 1967 que por
medio siglo estuvo desaparecido348.

Las tres p del esclavo

“En Brasil acostumbran a decir que para un esclavo son necesarias las
tres p: pau (palo), pão (pan) y pano (ropa); se empieza por el castigo que
es el palo”349. Trescientos años de esclavitud representaron trescientos
años de castigos corporales, torturas y ejecuciones sistemáticas para la
población negra de Brasil. Una parte de la historiografía del país resig-
nifica la esclavitud más larga del mundo para señalar las consecuencias
en el presente de la peor tragedia humana de la era moderna. Nueva
orientación que termina con la idea de la esclavitud como régimen de
explotación económica y dirige la atención sobre el carácter punitivo del
gobierno de señores y amos sobre millones de personas secuestradas en
plantaciones concentracionarias. Una anticipación del nazismo europeo,
pero con tres siglos de maduración en América, como lo pensó Cesaire
con la esclavitud colonial del Caribe.
Mayor invisibilización de la naturaleza punitiva de la esclavitud existe
en el derecho penal y la criminología. El penalista brasilero no puede per-
der de vista, dice Nilo Batista, el pecado original que niega reconocer que

347 Ídem, p. 159.


348 Ídem, p. 748.
349 Adreoni, João Antonio, Cultura e opulencia do Brasil, 1711. Padre jesuita italiano,
que con otros de la misma orden y nacionalidad escriben manuales de trato en Brasil
para la justificación cristiana de la esclavitud; sobre los castigos denuncian la cruel-
dad y piden moderación, como el de Bencí, Jorge, Economía cristiana de los señores
para el gobierno de esclavos de 1700.
LA DESCOLONIZACIÓN DE LA CRIMINOLOGÍA EN AMÉRICA 169

la pena pública de una nación se basa en el régimen esclavista y que “…


este escándalo está delante de nuestros ojos incluso en la actualidad”350.
Si en el centro de la economía esclavista está la violencia omni-
presente es porque no hay esclavitud sin castigo como pusieron de
manifiesto los propietarios al oponerse a la prohibición de azotes
sobre el final del régimen. Aspecto muy poco frecuentado que puso
en cuestión la tesis, bastante difundida, de una esclavitud benevolente
y paternalista en Brasil en comparación con la de otros países, como
se cree que hace Casa-grande e senzala de G. Freire en 1933351. Unas
décadas más tarde se demuestra que el trato humanitario en la escla-
vitud de Brasil fue un mito y que el contenido de la relación radicaba
en la crueldad y la atrocidad punitiva352. Se prueba la alta tasa de
mortalidad y bajos índices de reproducción en la esclavitud de Brasil:
hasta 1850 se importaron cuatro millones de esclavos, pero en 1872
quedaban un millón y medio. Contrariamente, Estados Unidos tenía,
en 1860, también cuatro millones de esclavos, sin embargo, solo el
15 % de ese total fue importado353.
Estar preso en una plantación no era el único castigo ni el más letal,
“los castigos y tormentos infligidos a los esclavos no constituían hechos
aislados de puro sadismo del amo o mayoral, constituían una necesidad
impuesta por el orden esclavista”354.

350 Batista, Nilo, Pena pública y esclavismo, Universidad Nacional Experimiental de la


Seguridad, Colección Intercambios, Caracas, 2012, p. 53.
351 Así,Souza Filho, Benedito, Cuerpo, horca y látigo. Esclavitud y espectácu­lo punitivo
en Brasil decimonónico, Universidad Autónoma de Barcelona, Barcelona, 2004,
p. 64.
352 Fernandes,
Florestan, El negro en el mundo de los blancos, Ediciones Universidad
Nacional General Sarmien­to, Buenos Aires, 2017, p. 57 y, especialmente, p. 77.
353 Cardoso, Fernando H., Capitalismo e escravidão no Brasil meridional, 1977; Ianni, O.,
Escravidao e racismo, San Pablo, pp. 25, 101; 1978 y A metamorfoses do escravo, 1988;
más reciente Florentino, Manolo, Em costas negras. Uma historia do trafico de escravos
entre África e o Rio de Janeiro (secu­lo XVII e XIX), Ed. UNESP, San Pablo, 2015.
354 Freitas,D., Palmares a guerra dos escravos, Río de Janeiro, 1982, p. 33, en Souza
Filho, ob. cit.; igual en Batista Nilo, ob. cit., p. 15.
170 ALEJANDRO ALAGIA | RODRIGO CODINO

La población negra en Brasil prefería el castigo a diez años de trabajos


forzados o la deportación de por vida a la esclavitud de plantación. La
pena de galés hacía sufrir más al señor que al esclavo355. Esas penas fue-
ron modificadas en Brasil por presión de los propietarios por otras que
fijaron la de cien azotes para las mismas faltas ejecutables en el pelourinho
y repetidas por 10 días alternados. La muerte de dos esclavos negros
por ejecución de una pena de trescientos azotes fue el detonador de un
demorado éxito abolicionista. El caso fue llevado al parlamento en 1886
y el Ministro de Justicia propuso la eliminación de los castigos corpora-
les. Fue el momento en que los dipu­tados esclavistas expusieron que ter-
minar con los castigos era terminar con la esclavitud. Lo que finalmente
ocurre dos años después356.
No existió en Brasil Código Negro como en la colonia francesa. La
resistencia de los esclavistas fue furiosa por la “hostilidad de los amos de
esclavos hacia cualquier intento de regulación… porque representaba un
recorte de su omnímodo poder sobre los siervos”357, lo que circuló fueron
manuales de trato esclavista como si fueran modelos humanitarios del
viejo Martillo de las Brujas, escritos dos siglos después, en 1700, contra
la población negra esclava y por hombres religiosos, en este caso, jesuitas
italianos en lugar de dominicos alemanes. Uno de estos textos fue la
Economia cristã dos senhores no governo dos escravos, donde el padre Jorge
Bencí fijó que los términos de la relación entre señor y esclavo negro fue-
ran la tríada: trabajo, alimento y castigo. Al esclavo se le pedía “paciencia” y
“obediencia” y al amo solo que controle su poder de muerte y destrucción.
Estos textos naturalizaron la esclavitud en razón del pecado original
que dividió a la humanidad en libre y esclava. Para esta última parte era

355 Viotti da Costa, Emilia, Da Senzala a colonia, Editora UNESP, San Pablo, 1982,
p. 286.
356 Souza Filho, ob. cit., p. 83.
357 Sobre los códigos negros para la esclavitud con sus dispositivos penales, como el
código negro de Luis XIV de 1685 destinado a las colonias de ultramar, Le Code noir,
ou le calvaire de cannan de Louis Sala-Molins de 2006; también, Lucena Salmoral,
Manuel, Los códigos negros de América, ediciones Unesco/Universidad de Acalá, 1996.
LA DESCOLONIZACIÓN DE LA CRIMINOLOGÍA EN AMÉRICA 171

mejor vivir y servir que morir. El jesuita pone atención en que la palabra
servatus tiene origen en la idea de preservarse de la muerte, después adqui-
rió el significado de esclavitud. El discurso III de su economía política,
dice: “La tercera obligación de los señores es dar al esclavo castigo para
que no se acostumbre a errar, viendo que sus errores pasen sin castigo”. La
obligación de castigo para el señor se regula con el fin de evitar la sevicia.
Las reglas son: a) la pena debe ser merecida; b) prohibición de exceso y
crueldad; c) donde no hay culpa no hay castigo; d) se entiende por culpa
el dolo y la malicia; e) el ánimo y propósito cuentan para fundar un cri-
men sin resultado; f ) distancia temporal entre el hecho y la pena para
evitar el arrebato de pasiones; f ) el delito debe estar probado; g) derecho
del esclavo a ser oído; g) ni toda falta se castiga, ni toda falta se perdona;
h) el castigo, como la medicina, se administra en partes para que no mate;
i) no castigar repetidamente si se quiere evitar acostumbramien­to al dolor
y que el esclavo no deje de temer; j) si corresponde la muerte debe entregar
al esclavo a la justicia aunque algo de la nobleza se pierda en ello; y k) las
únicas penas de tortura que se admiten son los azotes y los fierros358.
También estos manuales de trato convivieron con otros que legislan
recomendado que no se mutile ni incapacite al esclavo, como el Reglamento
que protege al capataz para cumplir bien con su obligación de 1663 cuyo autor
es João Fernandes Vieira de Recife. En cambio, recomienda que el esclavo
sea amarrado a la “mesa” de una carreta de bueyes para ser azotado, luego
de lo cual, cortados con una navaja o “cuchillo que corte bien” y tratadas las
heridas con sal, jugo de limón y orina serán encadenados359.
Los gastos en vigilancia y castigo de esclavos siempre fueron una
parte importante del presupuesto esclavista360 y después de la rebelión
de negros africanos “dos Males” de Bahía en 1835, que involucró a más de
mil quinientos esclavos, las medidas punitivas se extendieron, se hicieron

358 Benci,Jorge, Economía cristâ dos senhores no governo dos escravos, Grijalbo, San
Pablo, 1977.
359 Gonsalves de Mello, José Antonio, João Fernandes Vieira-Mariscal de Campo del
Tercio de Infantería de Pernambuco, 2000, p. 365, en Batista, Nilo, ob. cit., p. 23.
360 Souza Filho, ob. cit., p. 88.
172 ALEJANDRO ALAGIA | RODRIGO CODINO

más enérgicas y recrudeció el castigo de cortar orejas y marcar el cuerpo


con la letra F (de fugido). En 1813 el príncipe regente D. João, entre varias
medidas para humanizar el transporte de esclavos había prohibido la mar-
ca mediante el sistema de carne quemada, autorizando solo el uso del
collar en el cuello, pero los fugitivos eran quemados y a los reincidentes se
les cortaba una oreja361.
El primer trabajo que dirige la atención sobre la naturaleza punitiva de
la relación esclavista es el de Arthur Ramos, médico psiquiatra de Bahía
y discípulo de Nina Rodrigues, quien en 1938 escribe Castigos de escravos
en el que recupera el arsenal de que disponían los amos para supliciar
hombres y mujeres. Describe la intensidad y gravedad de la violencia, lo
modos de aplicarla y los instrumentos utilizados, la tecnología para cau-
sar dolor y muerte de negros y negras: látigos, cadenas, esposas, argollas,
cepos, palmetas, mordazas y máscaras de hierro o lata. Seguía con las
mutilaciones que comprendían: castración destrucción de dientes a mar-
tillazos, ampu­tación de senos, vaciamien­to de ojos, marcas en la cara y en
el pecho con hierro caliente, corte de nervios en pies, aplicadas por seño-
res y mujeres blancas, en este caso especialmente contra niños y negras
adultas movidas por celo362. Pero el instrumento preferido, como en el
Caribe esclavista, fue el “chicote” que nunca faltaba en el equipamien­to
del amo o el mayoral. Se lo llamó “cascara de vaca” porque estaba hecho de
cuero que mientras más seco más daño provocaba363.
Con todos los rasgos paternalistas que Gilberto Freyre resaltó de la
relación entre señor y esclavo, no olvidó señalar los efectos de la violen-
cia, marcas y deformaciones que producían la tortura y los azotes “de los
señores blancos” en la espalda, nalgas, tobillos, barriga, pies, cuello y pecho
de hombres y mujeres negras364. Otros trabajos posteriores continuaron

361 La Constitución del Imperio de 1824 prohibía las marcas con hierro caliente, pero
no para los esclavos, según la interpretación de la época, Nilo, ob. cit., pp. 20 y 35.
362 Sobre esto último, Souza Filho, ob. cit., p. 250.
363 Ídem, pp. 349.
364 Freyre,G., “Deformacoes de corpo nos escravos fugidos”, en Souza Filho, ob. cit.,
pp. 96 y ss.
LA DESCOLONIZACIÓN DE LA CRIMINOLOGÍA EN AMÉRICA 173

al de Arthur Ramos, como el de Alipio Goulart sobre la pena de muerte


contra esclavos, Da palmatorio ao patíbulo de 1977, o el de Emilia Viotti,
Da senzala a colonia de 1966, que analiza el castigo de mujeres y menores
para subrayar que la violencia punitiva de la esclavitud demostraba que
el mundo del blanco y el negro en Brasil son mundos irreconciliables365.
Igual, el del antropólogo Luiz Mott, Terror na casa da torre: tortura de
escravos na Bahia colonial de 1988 trata sobre la crueldad del hombre más
poderoso de Bahía y de todo Brasil a mitad del siglo XVIII. En ese
mismo año se publica en Brasil, Campos de violencia. Escravos y senhores
na Capitania de Rio de Janeiro, 1750-1808 de la historiadora Silvia Lara
Hunold366 quien pone de manifiesto que en la relación esclavista el tér-
mino equilibrio no significó límite para nada, al contrario, equilibrio había
mientras se conservara la violencia. En síntesis, el esclavo en Brasil era un
enemigo. Los negros y las negras no tuvieron, como los indios americanos
un Bartolomé de las Casas. El criminólogo brasilero Nilo Batista lo pone
de manifiesto cuando analiza los discursos parlamentarios del código
penal de 1830 y advierte que, para el esclavista, la pena de muerte era lo
único que podía contener y asegurar su existencia contra los esclavos367.

365 Votti, Emilia, ob. cit., p. 336.


366 Mott, Luiz, “Terror na casa da torre”, en Reis, Joâo Jose (ed.), Escravidâo e invençâo
da libertade, Sâo Paulo, Editora Brasiliense, 191, pp. 17-32; y sobre los castigos,
Hunold Lata, Silvia, Campos da violencia, Escravos e senhores na capitania do Rio
de Janeiro, 1750-1808, Paz y Terra, Río de Janeiro, 1988, pp. 57 y 73. Sobre los
espacios de terror y muerte del colonialismo moderno, Casament, Roger, Informe de
R.C. y otras cartas sobre atrocidades en el Pu­tumayo, CAAAP/IWGIA, Lima 2012,
sobre el régimen de terror en la primera década del siglo XX que implantó la casa
Arana, empresa cauchera angloperuana contra indios de la región del Pu­tumayo.
El informe describe, masacres, esclavización y tormentos sistemáticos en toda la
variedad de crueldad y método que creaba un ambiente de irrealidad. En el aspecto
de una antieconomía del terror, también, Taussing, Michael, Chamanismo, colonia-
lismo y hombre salvaje. Un estudio sobre el terror y la curación, Norma, Bogotá, 2012.
También aquí describe una realidad alucinatoria de agresividad y destaca la obra
de Casament —que también informó al Gobierno inglés sobre las atrocidades en
el Congo belga— la opinión que bajo el colonialismo la vida se extingue en los trópi-
cos. Pero lo más relevante del trabajo del antropólogo australiano es la identificación
de violencia extrema primitiva con racionalidad moderna (p. 513).
367 Batista, Nilo, ob. cit., p. 28.
174 ALEJANDRO ALAGIA | RODRIGO CODINO

Otros códigos fueron de posturas como el de Sao Luis de Maranhao


de 1842, que también regulaban castigos, aunque el acento estaba puesto
en el espectácu­lo público. Este, en la regla 43, disponía que el esclavo que
fuera sorprendido con una porra sería conducido a su señor y azotado
públicamente; la regla 86 señalaba que al negro que fuera sorprendido en
la calle sin autorización del señor o administrador en horario de queda
sería castigado con azotes públicos; la regla 87 fijaba que la reunión de
tres negros se castigaba con el azote público en caso de reincidencia, y
por la regla 93 se castigaba con palmetas públicas si se descubría a un
negro arrojar residuos en la calle.
Como en el mito de la prevención general positiva de los penalistas,
se atribuyó al castigo esclavista, también, una proyección simbólica: en
la destrucción punitiva de un negro o negra se afirmaba la autoridad del
señor. Para que este efecto fantaseado ocurriera, la pena tenía que ser
pública, espectacular y fuente de satisfacción para sentimien­tos vindica-
tivos. La agresividad contra el esclavo, como cualquier pena, se celebraba
para el goce público en los sitios de la muerte, bajo el tronco de una man-
gueira, sobre una piedra o en el pelourinho, siempre visibles en el mercado,
la calle principal o la casa-grande del señor.
La pena pública y la pena esclavista en Brasil se solapaban y se hacían
indistinguibles porque el señorío esclavista punitivo estaba delegado por
la autoridad imperial. Así lo hacía el código penal de 1830 al tratar la
agresión del amo como un deber o justificación que no daba lugar a cri-
men siempre que la violencia fuera moderada. Igual transferencia se hacía
con la cárcel privada y los azotes que no podían superar el número de
50. Esta confusión entre pena pública y pena esclavista, que deja mudo
al penalista moderno368, no es diferente a la que hace la enmienda XIII
de la Constitución de Estados Unidos cuando prohíbe la esclavitud con
excepción en los casos de castigo por delito.

368 “Silencio obsequioso del discurso penal” dice Batista, Nilo, ob. cit., p. 33; también
señala casos en que la justicia privada estipulaba pena a ser ejecutada por la justicia
pública. En el año 1826 en Río de Janeiro “1786 esclavos, entre las cuales había 262
mujeres, fueron azotadas en el calabozo a pedido de sus amos”; los propietarios
pagaban 160 reyes cada cien azotes, p. 51.
LA DESCOLONIZACIÓN DE LA CRIMINOLOGÍA EN AMÉRICA 175

En la base de la pena pública de Brasil se encuentra “la ciencia de la


dominación señorial” que en lo que se refiere al castigo vindicativo fue
reelaborado por el trabajo del penalista para gusto de hacendados y capa-
taces. Uno de esos casos fue el de Joaquim Camargo, catedrático de San
Pablo y autor en 1882 de un Dereito Penal Brasileiro. En esta obra escribe
que el castigo no se da entre iguales sino entre superior e inferior y para
saber quién está en cada lugar basta con ver quién lleva el “chicote”369.

Colonialidad y postcolonialidad en el poder punitivo

Organización colonial del mundo y modernidad son lo mismo.


Significa negación del hombre y mujer colonizadas por más de cinco
siglos, si tenemos en cuenta que para la época en que el hombre llega a
la luna había un continente entero, África, el Caribe y el sudeste de Asia,
colonizado y repartido entre países todavía para ese tiempo colonialistas.
Hasta la abolición de la esclavitud en Brasil en 1888, que fue la última,
la vida moderna urbana, política y jurídicamente liberal, industrial, rica y
de progreso, en suma, la civilización occidental que se conocía hasta
entonces estaba construida sobre un holocausto humano, racializado y
eminentemente punitivo.
Los efectos de la esclavitud fueron tan profundos que no dejaron de
producirse en el tiempo posterior de la abolición hasta el presente, sobre
el mismo grupo humano y por el mismo estereotipo de persecución racia-
lizada del régimen esclavista. Es la literatura negra postesclavista y no la
criminología académica la que descubre que la prisionización masiva de
población negra es la continuidad punitiva de la esclavitud moderna. Al
utilizar una fecha tardía como la de 1492, podemos decir que la moder-
nidad occidental vivió más tiempo en el régimen de esclavitud que en la
abolición. En la cultura occidental no hay contradicción entre Revolu-
ción francesa, humanismo europeo y esclavitud racializada. Europa es la
afirmación de un modo de vida y, a la vez, negación de la vida colonizada,
a la que no reconoce —hasta muy poco y oficialmente— valor de vida

369 Batista, Nilo, ob. cit., pp. 44 y ss.


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según un patrón etnocéntrico. Esta endogamia occidental produjo con


el tiempo síntomas de vaciamien­to y fatiga en sus expresiones culturales
y políticas. Se hacen notorias en la década del sesenta pasada370 y ni el
entusiasmo contagioso que recibe Europa del mundo colonial y postco-
lonial o el bienestar económico, alcanzan para disimular la crisis. Unos
pocos años antes, como se vio, fueron los propios colonizados que adver-
tían que el nazismo era un colonialismo que regresaba a casa y el campo de
concentración una secuela de la esclavitud racializada y colonial. Estaban
disponibles para la criminología grandes descubrimien­tos, pero la acade-
mia occidental cerró otra vez los ojos.
En la parte maldita del mundo se producen las descripciones más
profundas y complejas para una hipótesis plausible sobre el poder puni-
tivo. Qué hace, cómo hace y contra quienes hace algo el poder punitivo se
sabe más por contribuciones del activismo negro abolicionista que por la
criminología y el derecho penal académico. En parte esto ocurrió porque
la criminología occidental se ocupó preferentemente por el delincuente
y no por el castigo. La teoría del etiquetamien­to que tanto modificó el
conocimien­to criminológico es, finalmente, otra mejor descripción etio-
lógica de un delincuente. La nueva criminología o criminología crítica,
como los sociólogos de la etiqueta, vieron la causa del delito y el delin-
cuente en el poder de definir como en el interés de la clase dominante,
pero abandonaron la descripción del castigo como una agresión destruc-
tiva. Cuando más cerca estuvieron fue en el conocimien­to de la prisión,
pero al enfocarse en el reglamento, disciplina y normalización se pasó por
alto que sin agresión ni violencia de algún tipo no hay castigo. Lo que
resultaba evidente en la pena de muerte se solapó en el castigo carcelario.
La idea occidental del gran salto humanista de un régimen patibulario
clásico al encierro normalizador moderno escondió la naturaleza agresiva

370 Europa dejó de ser el centro de gravedad del mundo por agotamien­to de la capa-
cidad crítica, Mbembe, Achille, Crítica de la razón negra, ob. cit., pp. 25 y ss. Antes,
en términos de denuncia de ensalvajamien­to del continente europeo, Césaire, Aimé,
Discurso sobre el colonialismo, ob. cit., p. 15; Comaroff, Jean-Comaroff, John L.,
Teorías desde el sur. O cómo los países centrales evolucionan hacia África, Siglo XXI,
Buenos Aires, 2013, p. 65.
LA DESCOLONIZACIÓN DE LA CRIMINOLOGÍA EN AMÉRICA 177

de todo castigo, que saltaba a la vista en el régimen punitivo de la escla-


vitud. Increíblemente, la criminología europea —también la de Estados
Unidos— después de Auschwitz no ve pena pública en el genocidio.
Sin advertir que masacre estatal, pena de muerte o sacrificio se mueven
en la ambivalencia del crimen y el castigo, como ocurre también con la
esclavitud.
El abolicionismo esclavista esclarece que lo que hace de fundamental
el estereotipo no es crear una deviación o anormalidad. En cambio, des-
cribe que lo que resulta determinante para el etiquetamien­to persecuto-
rio es la energía que transporta e impregna la piel negra convirtiéndola en
objeto de atracción para la agresión punitiva que está siempre disponible
en sociedad. Por ello, la diferencia más importante entre la teoría de la
etiqueta negra y la occidental es que la primera describe el mecanismo
de la agresión institucional y la segunda describe lo que hace a un delin-
cuente. Pero no solo eso. Este abolicionismo al racializar el contenido
de la inferiorización humana identifica a la raza como la fuerza más
relevante que mueve la pulsión de agresión punitiva en todo el tiempo
de la modernidad.
La economía y la teoría política clásica europea expulsaron del dere-
cho privado y público a la mayoría de la humanidad por primitivos,
pueblos sin rey, sin ley, ni fe371. Lo mismo hace la filosofía moderna del
derecho que, como Hegel, considera a los colonizados carentes de razón
y espíritu por ausencia de Estado y en razón de lo cual la humanidad no
abarca a los negros372.

371 Lander, Edgardo, “Ciencias sociales: saberes coloniales y eurocéntricos”, en Lander,


Edgardo (comp.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. perspecti-
vas latinoamericanas, Clacso, Buenos Aires, 2000, pp. 11-55.
372 No hay dudas sobre la legitimación del racismo en la filosofía de la ilustración.
En Observaciones sobre los sentimien­tos de lo bello y lo sublime, 1764, FCE, México
2008, (cap. IV, “Sobre los caracteres nacionales en cuanto descansan en la diferente
sensibilidad para lo sublime y lo bello”), Kant asocia negritud con estupidez e inca-
pacidad mental, sigue a Hume (en Of National Characters de 1748) para sentenciar
la carencia de sentimien­tos en el negro que se eleven por encima de lo insignificante
(p. 56), “los negros son muy vanidosos, pero a su manera, y tan platicadores que hay
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La modernidad tiene origen con la situación colonial y, por ello, en


un programa práctico de acumulación genocida que se exporta con la
colonización y los saberes disciplinarios de normalización de violencia
punitiva. A partir de este momento, la carga del hombre blanco es obliga-
ción de civilizar lo humano primitivo y si hay oposición la respuesta es el
aniquilamien­to, porque el colonizado está maldito y es contagioso, como
cualquier estereotipo de persecución. El modelo se había patentado con
la inquisición estatal —también moderna— de supresión de enemigos
sin rey ni fe373. Para hacerle frente a esta acumulación originaria catastró-
fica aparecen los primeros desarrollos críticos de la pena moderna, el de
la abolición de la inquisición, la abolición de la pena de muerte y el de la
abolición de la esclavitud. A esta conciencia se llega cuando se pone en
cuestión el mito civilizatorio. Solo así “puede reconocerse la injusticia de
la praxis sacrificial fuera de Europa y aún en Europa misma”374.

que separarlos a latigazos” (p. 59) sobre el compromiso en general de la filosofía


política moderna con el racismo, el libro de Buck-Morss, Susan, Hegel y Haití. La
dialéctica amo-esclavo: una interpretación revolucionaria, Norma, Buenos Aires, 2005,
es fundamental. Así Hobbes: “la esclavitud es parte inevitable de la lógica del poder”
(p. 18); “institución justificable” en Hume y Locke (p. 20); Rousseau: “conocía los
hechos y no hizo ni dijo nada” (p. 28); Hegel en Lecciones sobre Filosofía de la historia
universal, Tecnos, Madrid, 2005: “El negro representa en el hombre natural en toda
su barbarie y violencia” (p. 283); “La única conexión esencial que los negros han
tenido y aún tienen con los europeos es la eclavitud. En esta no ven los negros nada
inadecuado” (p. 290); “la esclavitud ha tenido más consecuencias humanas entre
los negros... la suerte en su patria es aún peor” (ídem); Entre los negros las sensa-
ciones morales no existen (p. 291); “tienen indiferencia por la vida... porque para el
negro no tiene valor alguno” (p. 292); “los negros se suicidan fácilmente” (ídem);
“los negros no sienten como injusta la tiranía” (p. 289); “los negros son la prehistoria
y responsables de su esclavitud” (Hegel, p. 281, Buck-Morss, p. 93); “la esclavitud es
injusta pero no para los negros que son inmaduros” (Hegel, ídem).
373 Zaffaroni,
E. R., La palabra de los muertos, ob. cit., pp. 28 y ss., en relación con
los primeros discursos críticos a la inquisición, Spee, Friedrich, Cautio criminalis.
“Estudio preliminar” de Zaffaroni, E. R., Ediar, Buenos Aires 2017, p. 115.
374 Dussell, Enrique, “Europa, modernidad y eurocentrismo”, pp. 29-30, en La colo-
nialidad del saber; eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas,
Clacso, 2000; igual en Mignolo, Walter, “La colonialidad a lo largo y a lo ancho: el
hemisferio occidental en el horizonte colonial de la modernidad” en La colonialidad
del saber, ob. cit., pp. 34 y ss.
LA DESCOLONIZACIÓN DE LA CRIMINOLOGÍA EN AMÉRICA 179

Por este camino se llega a coincidir con la idea que el verdadero pro-
yecto de ilustración moderna nace en el Caribe y no en Francia, porque
la revolución de Haití de 1804 no deja fuera a nadie, termina con la colo-
nización y la esclavitud al mismo tiempo. Este acontecimien­to extraordi-
nario cuestiona por primera vez la supremacía blanca colonialista y con
ello el estereotipo punitivo racializado375.
No es forzado que se vuelva al problema de la raza y la modernidad.
La prisionización masiva de negros en Estados Unidos, las ejecuciones
extrajudiciales de jóvenes afrodescendientes en Brasil, el color no blanco
de los presos en toda América Latina y, en general, la selectividad puni-
tiva racializada puede verse como herencia de una situación colonial que
en algunos casos duró cinco siglos.
La ciencia social de América Latina parece regresar sobre el camino
abierto por la literatura abolicionista y anticolonial, que solo marginal-
mente fue académica, para señalar que “la idea de la raza, en su sentido mo-
derno no tiene historia conocida antes de América”376 y que se introdujo
para otorgar legitimidad a la violencia punitiva del colonizador. Des-
de entonces “ha demostrado ser el más eficaz y perdurable instrumento de
dominación… (porque) los pueblos conquistados fueron situado en una
posición natural de inferioridad y en consecuencia también sus rasgos
fenotípicos” 377.
Europa conoció antes otros estereotipos de persecución. Mujeres
y hombres fueron arrastrados al primer holocausto moderno, pero la
inferiorización para matar no fue racista para miles de herejes y brujas
penalizadas con el fuego. Aníbal Quijano señala que el primer antece-
dente europeo de señalamien­to racista de enemigos fue con “certificados
de sangre” empleados en la expulsión de judíos y musulmanes de España.

375 Su origen se debe al libro Dark side of the light, slavery and the french enlightment de
Louis Sala-Molins, University of Minnesota Press, 1992.
376 Aníbal Quijano, “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, en
Lander, Edgardo, (comp.), ob. cit., p. 122.
377 Ibídem.
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Que el colonialismo racista funde la modernidad tampoco es nove-


doso para las ciencias sociales de otros continentes, como lo demuestran
las obras de Ranajit Guha, Homi Bhabha o Spivak de estudios subalter-
nos en la India378 o para el África los trabajos Poulin Hountodji379 o los
recientes de Mbembe380.

En América la literatura negra antiesclavista fue precursora y en el


siglo XX ocupa ese lugar la literatura anticolonialista y de liberación
nacional como la que se inicia con la obra de E. Dussell “Metafísica del
sujeto y liberación” en el Segundo Congreso Nacional de Filosofía de
Córdoba en 1971381. Esta nueva orientación subalterna para las ciencias

378 Sobreel estereotipo, la discriminación y el discurso del colonialismo en la India,


K. Bhabha, Homi, El lugar de la cultura, Manantial, Buenos Aires, 2002, pp. 91 y ss.
379 Hountodji, Poulin, “Conocimien­to de África, conocimien­to de africanos: dos pers-
pectivas sobre los estudios africanos”, en De Sousa Santos, Boaventura-Meneses,
María Paula (eds.), Epistemologías del sur (perspectivas), Akal, Madrid, 2014, p. 109.
380 Sobre de terror puntivo en África actual, Mbembe, Achille, Necropolítica, seguido
de Sobre el gobierno privado indirecto, Melusina, Tenerife, 2011, pp. 57 y ss.
381 Dussell,
Enrique, Filosofía de la liberación, Nueva América, Bogotá, 1996, p. 26;
Scannone, Juan Carlos,“La filosofía de la liberación: historia, actualidad y proyección
LA DESCOLONIZACIÓN DE LA CRIMINOLOGÍA EN AMÉRICA 181

sociales lleva medio siglo de andar y tiene algo muy positivo que la crimi-
nología no podrá ignorar en el futuro. Puede parecer metodológico, pero
es la idea de que el pasado punitivo tiene efectos duraderos y profundos
en el presente. Qué de lo punitivo en la situación colonial moderna se
repite en una situación postcolonial.
En este contexto, el concepto de lo postcolonial puede considerarse,
también, un método de resignificación de la cultura occidental a través de
la crítica de la colonización. Diferentes lenguajes disciplinarios se unen
para señalar, que no hay ámbito de la vida que no sea tocado por la vio-
lencia que lanza al presente un pasado de historia colonial382. No dar por
muerta la situación colonial es útil para describir aspectos cualitativos
como cuantitativos de cómo trabaja el poder punitivo sobre una pobla-
ción y cuáles son las fuerzas que lo mueven. Permite ver en la prisión
moderna no una ruptura con un régimen punitivo anterior, como plantea
la criminología occidental, sino la continuidad del campo concentracio-
nario esclavista. Lo que se repite del pasado en el presente. La esclavitud
como pena moviliza el mismo estereotipo racializado de inferioriza-
ción como el castigo de prisión perpetúa al negro traficante. Prevalece
la continuidad donde otros ven progreso. En perspectiva postcolonial,
solo muy raramente se puede hablar de evolución, mucho menos cuando
se trata de poder punitivo. Este término debiera reservarse para el éxito
que se tenga en la prevención o en la reducción de agresión institucional
racializada.

de futuro”, en Sancho, A. T.-Benítez Martínez, J. (comp.), Pensar en Latinoamérica,


Jakembó, Asunción, 2006, pp. 41-57; para un panorama general de esta corriente
original, Solís Bello Ortíz, N. L.; Zúñiga, J.; Galindo, M. S. y González Melchor,
M. A., “Filosofía de la liberación”, en Dussell, Enrique y otros (eds.), El pensamien­to
filosófico latinoamericano, del Caribe y Latino (1300-2000), p. 399.
382 Young, R., “¿Qué es la crítica postcolonial?” en Pensamien­to jurídico, Universidad
Nacional de Colombia, nº 27, Bogotá, 2010, pp. 281-294; también en Nuevos reco-
rridos por (las) mitologías blancas en estudios postcoloniales. Ensayos fundamentales,
ob. cit.; Mallón, Florencia, “Promesa y dilema de los Estudios Subalternos”, en
Repensanado la subalteridad: miradas críticas desde/sobre América Latina, IEP, Lima,
2010, p. 151.

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