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Jean Pierre Matus Acuña - M.

ª Cecilia Ramírez Guzmán 695

Las principales defensas no exculpatorias son las que el art. 93 reúne


bajo el rótulo de “causales de extinción de la responsabilidad penal”. Junto
a ellas se encuentran las diferentes formas de perdón contempladas en los
arts. 170, 240, 242 y 398 CPP, la reparación del art. 241 CPP, y las excusas
legales absolutorias, incluyendo el arrepentimiento eficaz (el desistimiento
en la conspiración y la proposición). La doctrina agrega el caso del pago
del cheque girado en descubierto en el procedimiento civil de cobro, lo que
podría hacerse también extensible al pago de las obligaciones tributarias y
aduaneras antes del ejercicio de la acción penal (Vargas V., Extinción, 207).
Y, aunque desde el punto de vista pedagógico se explican después de la
determinación del hecho punible y la participación culpable, en la práctica
forense su presentación es, por regla general, anterior al juicio propiamente
tal y sirven de fundamento, tratándose de la contempladas en el art. 93, pa-
ra una decisión de no iniciar la investigación por parte de la fiscalía, sujeta a
revisión judicial (art. 168 CPP), o para alegar el sobreseimiento de la causa
antes del juicio oral, de conformidad con el art. 250 d) CPP.

§ 2. La muerte
Conforme dispone el art. 93 N.º 1, la responsabilidad penal se extingue
“por la muerte del responsable”, esto es, su muerte en sentido natural o
legal (“muerte cerebral”, art. 19 Ley 20.584). Por tanto, no alcanza a extin-
guir la responsabilidad penal la muerte presunta del CC.
Sin embargo, al añadirse que, respecto de las penas pecuniarias, ellas
se extinguen “solo cuando a su fallecimiento no hubiere recaído sentencia
ejecutoria”, se plantea un problema de constitucionalidad al contradecir el
principio de “personalidad de las penas”, según el cual la responsabilidad
penal ha de ser siempre personal y no puede extenderse a terceros inocentes
del delito, como en este caso serían los herederos del responsable difunto
(Beccaria, Delitos, 125). Parece más o menos evidente que cuando el art. 19
N.º 3 CPR asegura a todas las personas que “ninguna ley podrá establecer
penas sin que la conducta que sanciona esté expresamente descrita en ella”,
se refiere a las conductas propias, y no de terceros, por causantes civiles que
sean (véanse además las acertadas críticas de la doctrina nacional indiferen-
te a este problema en Guzmán D., “Comentario”, 442; y Piña y Moreno,
484. Para una discusión sobre el fundamento de esta limitación, a la luz de
los llamados fines de las penas, v. Mañalich, “Destierros”, 287).
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§ 3. Cumplimiento de la condena


A. Regla general
Por cumplimiento de la condena debe entenderse no solo el pago com-
pleto y total de las pecuniarias y el servicio del tiempo decretado respecto de
las personales, con sus rebajas (Ley 19.858), sino también: i) el cumplimien-
to de la pena a través del beneficio de la libertad condicional (DL 321); y
ii) el cumplimiento satisfactorio de la pena sustitutiva (art. 38 Ley 18.216).
Cumplida la pena, el DL 409 permite que, bajo ciertas condiciones, el pe-
nado pueda ser considerado como si nunca lo hubiese sido para “todos los
efectos legales y administrativos”, y especialmente en lo referente al otorga-
miento del certificado de antecedentes respectivos.
Por su parte, el art. 26 CP dispone que “la duración de las penas tem-
porales empezará a contarse desde el día de la aprehensión del imputado”,
por lo que el cumplimiento de la condena, según la duración del proceso
puede haberse completado total o parcialmente antes de la condena. Esta
disposición se complementa con el art. 348 inc. 2 CPP, el cual dispone que
“la sentencia que condenare a una pena temporal deberá expresar con toda
precisión el día desde el cual empezará ésta a contarse y fijará el tiempo
de detención, prisión preventiva y privación de libertad impuesta en con-
formidad a la letra a) del artículo 155 que deberá servir de abono para su
cumplimiento. Para estos efectos, se abonará a la pena impuesta un día por
cada día completo, o fracción igual o superior a doce”.

B. Unificación de sentencia y abono heterogéneo de la privación de


libertad en procedimiento diverso como cumplimiento de condena
anticipado (art. 164 COT)
Actualmente, se discute si la regla del art. 164 COT permite imputar al
cumplimiento anticipado de una pena el tiempo de privación o restricción
de libertad sufrido en un proceso diferente por el que se condenó, respecto
del cual no se sufrió una pena o el tiempo de privación o restricción de
libertad fue superior al de la condena efectivamente impuesta, el llamado
“abono heterogéneo”.
Al respecto, la doctrina está dividida: mientras unos rechazan esta clase
de abono, sobre la base de su contrariedad con la idea de retribución y
la literalidad del art. 164 COT (Salas, 26); otros lo consideran plenamen-
te admisible, entendiendo la prisión preventiva en causas no relacionadas
ni posibles de unificar como una “circunstancia posdelictiva de naturale-
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za iusfundamental”, que permitiría fundamentar “a partir del principio


de proporcionalidad y el principio de compensación” su imputación a un
proceso diferente (Beltrán, 528). La jurisprudencia, por su parte, basada
en una interpretación literal del art. 26 CP que encuentra fundamento en
la historia de su establecimiento, ha abandonado las restricciones del art.
503, inc. 2 CPP 1906 (donde se limitaba el abono a los procesos “acumu-
lados”, institución hoy inexistente), no contempladas en el actual art. 348
CPP, y acoge las actuales propuestas de interpretación en favor del abono,
solución al mismo tiempo ajustada a las ideas de “justicia material” y del
principio de favorabilidad en la interpretación, lo que conlleva a la conse-
cuente formación de la llamada “cuenta corriente” de tiempos de privación
de libertad sin condena, abonables a cualquier procedimiento posterior en
que efectivamente se imponga una (v. por todas, SSCS 28.1.2020, Rol 5448-
20 y 27.3.2017, RCP 44, N.º 2, 263, con nota aprobatoria de J. Ferdmann).
Esta era la posición de la doctrina antes del CPP 1906, lo que parece abo-
nar la tesis jurisprudencial ahora dominante (Hernández B., “Abono”, 6, y
Guzmán D., La pena, 314).

§ 4. Perdón y reparación (justicia restaurativa y consensuada)


A partir de la década de 1990 se ha desarrollado en la criminología an-
glosajona un movimiento que reconoce en la solución del conflicto penal
por parte de los propios interesados un principio de justicia restaurativa,
diferente a las funciones que tradicionalmente se asignan al sistema penal
(Braithwaite). Entre nosotros, algunos reconocen la existencia de un marco
legal que permitiría, a través de las salidas alternativas y las penas sustitu-
tivas del actual sistema procesal penal, un uso más intensivo de esta forma
alternativa de resolución de conflictos, sobre todo si se institucionalizara la
mediación entre los involucrados (Osorio y Campos, 141). Desde el punto
de vista de la criminología crítica se enfatiza en que esta clase de “salidas
alternativas” son más útiles para la sociedad, por el desarrollo implícito en
ella de ciertas habilidades útiles para la supervivencia, como “negociar, per-
suadir, convencer, agrupar y reintegrar” (Díaz G., 62). Sin embargo, se debe
reconocer que la realidad normativa es más estrecha de lo que se podría es-
perar, reduciéndose el ámbito de la mediación y restauración a los acuerdos
reparatorios en delitos de acción pública y la conciliación dentro del proce-
dimiento por delito de acción privada (arts. 241 y 404 CPP), únicos casos
en que “se exige, para que puedan materializarse, el consentimiento, tanto
del imputado —no se requiere que reconozca su responsabilidad en los he-
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cimiento de culpabilidad y, de preferencia, respecto de delitos en que no


se haya ejercido violencia contra la víctima, requisito que, con todo, no se
entiende obligatorio para esta clase de procesos restaurativos (Carnevali,
“Mecanismos”, 430). No obstante, subsiste la pregunta de fondo acerca de
si en estos casos donde procedería la mediación y la reparación a la víctima
no sería preferible prescindir del todo del sistema de justicia penal en vez de
otorgar a una parte del conflicto la poderosa herramienta de negociación
consistente en la amenaza de un proceso penal en contra de la otra (con
detalle, desde la perspectiva de los fines de la pena, Mañalich, “Víctima”,
256).

A. Amnistía
Conforme al art. 93 N.º 3, la amnistía “extingue por completo la pena
y todos sus efectos”. Ella corresponde a la forma más amplia de perdón
oficial, el ejercicio del derecho de gracia que el soberano otorga a través de
sus representantes en el Congreso Nacional, por ley y en la forma y con las
limitaciones contempladas en la CPR. Se denomina propia cuando se dirige
a hechos no enjuiciados todavía, impidiendo la condena por los mismos, e
impropia, cuando solo afecta penas ya impuestas. En este caso, se extiende
a todas ellas, incluso las accesorias, pero no a la responsabilidad civil deri-
vada del delito y así declarada por sentencia firme (RLJ 175).
Nuestra legislación interna no ha incorporado explícitamente las limita-
ciones provenientes del fundamento político de la institución, esto es, “fa-
cilitar la pacificación de una comunidad cuya vida hubiese atravesado un
período de grave turbulencia política y social” (Guzmán D., “Comentario”,
445). Sin embargo, éstas se encuentran, p. ej., en el art. 5.5. del Protocolo II
adicional a los Convenios de Ginebra de 1949 relativo a la protección de las
víctimas de los conflictos armados sin carácter internacional, de 1977, que
especifica sus condiciones y destinatarios: “A la cesación de las hostilidades,
las autoridades en el poder procurarán conceder la amnistía más amplia
posible a las personas que hayan tomado parte en el conflicto armado o
que se encuentren privadas de libertad, internadas o detenidas por motivos
relacionados con el conflicto armado”; excluyendo la legitimidad de las
llamadas “auto amnistías”, esto es, las dictadas por los vencedores del con-
flicto en su propio beneficio (Aldunate, “Revisión”, 145).
Una vez promulgada la ley de amnistía, ella se extiende a todos los he-
chos punibles a que hace referencia, realizados con anterioridad a su pro-
mulgación, durante el tiempo que en ella se indica. Abarca, luego, tanto
delitos consumados como frustrados y tentados, y las diferentes formas de
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participación en ellos. La dificultad surge respecto a los delitos cuya consu-


mación se prolonga en el tiempo, con posterioridad a la promulgación de
la ley de amnistía: puesto que una amnistía preventiva es inadmisible (se
trataría más bien de una derogación), habrá que concluir que todo hecho
punible que traspasa el tiempo de lo perdonado no goza de dicho perdón,
y así sucede con los delitos permanentes, y la parte no amnistiada de los
continuados, habituales y de emprendimiento.
Es discutible que en nuestro actual sistema procesal se pueda seguir afir-
mando el carácter irrenunciable de esta defensa (Mera, “Comentario”, 716),
no solo por razones materiales relativas al empleo de personas para finali-
dades sociales (Guzmán D., “Comentario”, 448), sino también procesales,
atendido que los jueces carecen actualmente de la facultad de resolver de
oficio estas cuestiones, estando sometidos a la petición que las partes hagan
a su respecto. Tampoco parece claro que la amnistía no permita mantener
vigente la acción civil indemnizatoria, pues “la responsabilidad penal y la
civil son independientes” (Fontecilla, “Amnistía”, 654).
No obstante, el ordenamiento nacional reconoce límites a su otorga-
miento, tanto formales como basados en el derecho internacional.

a) Límites a la amnistía
i) Toda ley de amnistía debe aprobarse con el requisito de quórum califi-
cado, el que se aumenta tratándose de amnistías referidas a delitos terroris-
tas (arts. 16, 60 y 61 CPR); y
ii) El art. 250 inc. final CPP, prohíbe sobreseer definitivamente una causa
cuando los delitos investigados, “conforme a los tratados internacionales
ratificados por Chile y que se encuentren vigentes”, “no puedan ser amnis-
tiados”, por aplicación de lo dispuesto en el art. 5 inc. 2 CPR, que limita
la soberanía de la nación a lo dispuesto por los tratados de derechos hu-
manos vigentes. Luego, no es posible admitir una amnistía que abarque
delitos atentatorios contra dichos derechos y que hayan sido declarados no
susceptibles de amnistiar por los tratados respectivos, lo que sucede parti-
cularmente con los delitos de torturas y desaparición forzada de personas,
hechos contemplados en las respectivas Convenciones de la ONU de 1984
y OEA de 1994 y 1998 (RLJ 176).
Esta limitación es la que ha dejado sin aplicación el DL 2.191, de 1978,
que estableció una amnistía para los delitos cometidos en los primeros
años de la Dictadura Militar (SSCS 29.3.2005, Rol 4622-2, con comen-
tario favorable de Carnevali, “Amnistía”, 398; y 13.3.2007, Rol 3125-4,
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donde se declara que dicho DL de amnistía “carece de efectos jurídicos”,


por “su contradicción con instrumentos internacionales”, resolución que
Cárdenas, “Guarnición Chena”, 422, encuentra “adecuadamente fun-
dada en derecho”. Con otros argumentos, llegan a la misma conclusión,
Horvitz, “Amnistía y prescripción”, 223, Mañalich, Terror, y Hernández B.,
“Persecución”, 193).
Sin embargo, no es claro que exista en el derecho internacional una pro-
hibición tajante para amnistiar estos hechos, sino más bien la de amnistiar-
los por adelantado o concederse. Así lo expresan los artículos 131 y 148
de los Convenios III y IV de Ginebra, al disponer que “Ninguna Alta Parte
contratante tendrá facultad para exonerarse a sí misma o exonerar a otra
Parte Contratante de responsabilidades incurridas por ella o por otra Parte
Contratante, a causa de infracciones previstas en el artículo precedente”,
esto es, “homicidio intencional (adrede), tortura o tratos inhumanos”, y esa
es la razón por la cual no debiera darse aplicación del DL 2.191.
Por eso, ahora carece de necesidad práctica una ley interpretativa de
ese DL que, en democracia, fije sus alcances, limitándolo frente a delitos
constitutivos de violaciones graves a los derechos humanos (desapariciones
y ejecuciones extrajudiciales) y reconociendo la eximente de obediencia de-
bida en casos de verdadera falta de libertad de los subordinados, como se
proponía en los años 1990 (Mera, “Amnistía”, 1717).
Sin embargo, llegar a este entendimiento mayoritario en la doctrina y
la jurisprudencia no fue fácil (Zúñiga, 167), existiendo todavía hoy auto-
res para quienes, atendido el contexto histórico vivido el año 1973, el DL
2.191 debiera aplicarse como amnistía impropia, esto es, sin impedir la
condena, excluyendo únicamente el cumplimiento de la pena (Szczaranski
C., “Culpabilidades”, 337; y Ortiz P., 33, quien, atendido el daño que efec-
tivamente se había causado a las víctimas, agrega la necesidad de imponer
por ley una indemnización que fijase cada tribunal al aplicar la amnistía y
evitase la alegación de prescripción de la acción civil).

B. Indulto
a) Concepto y alcance
El indulto es una gracia, pero se diferencia de la amnistía por la menor
amplitud de su alcance y sus efectos (art. 93 N.º 4). Desde luego, solo pro-
cede respecto de personas condenadas por sentencia ejecutoriada y “solo
remite o conmuta la pena; pero no quita al favorecido el carácter de con-
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denado para los efectos de la reincidencia o nuevo delinquimiento y demás


que determinan las leyes”.
El indulto es general, cuando se dicta por ley de quórum calificado apli-
cable a todos quienes se encuentren en sus supuestos; y particular, cuando
se produce por Decreto Supremo del Presidente de la República. En este
último caso, la gracia se encuentra limitada por las normas de la Ley 18.050
y su Reglamento, que impiden su otorgamiento a quienes estuviesen con-
denados por un delito calificado de terrorista, según la Ley 18.314. Como
expresión de la voluntad soberana, una ley de indulto general también pue-
de comprender limitaciones especiales y establecer conmutaciones incluso
por penas o formas de cumplimientos de penas no existentes en el ordena-
miento común, como hace la Ley 21.228, de 21.4.2020, que, para reducir
los riesgos de muerte en prisión por COVID-19 de personas mayores de 75
años y, en ciertos casos, de mujeres mayores de 55 y hombres mayores de
60, sustituyó sus penas privativas de libertad por la nueva pena de reclusión
domiciliaria total, excluyendo del beneficio a los condenados por delitos
graves (apremios ilegítimos, tortura, homicidios, secuestros, violación, aten-
tados sexuales contra menores de edad, robos calificados, etc.), incluyendo,
además, a los delitos de lesa humanidad cometidos durante la dictadura
militar, extendiendo de ese modo al indulto las limitaciones existentes para
esa clase de delitos respecto de la amnistía y la prescripción.
Aunque es discutible el fundamento del ejercicio de esta gracia por el
representante del Poder Ejecutivo, como una suerte de remedo de la Gracia
Real, lo cierto es que parece un buen recurso práctico “en tanto subsistan
penas perpetuas y otras dotadas de un rigor o una duración incompati-
bles con la sensibilidad valorativa de nuestro tiempo” (Guzmán D., 453).
Además, según el art. 4 CADH, mientras permanezca en nuestro ordena-
miento vigente la pena de muerte aún en casos excepcionales, la gracia del
indulto debe permanecer vigente en nuestro país.

b) Indulto y penas privativas de derechos


Los arts. 43 y 44 regulan los efectos del indulto con relación a las inhabi-
litaciones. Según estas disposiciones, el indultado es repuesto en el ejercicio
de las profesiones titulares, y en la capacidad para ejercer cargos públicos,
pero no tiene el derecho a ser repuesto en los cargos, empleos u oficios de
que fue privado, lo que es coincidente con lo dispuesto en el art. 119 c) EA,
que obliga a la destitución del funcionario “condenado por crimen o simple
delito”. Cuando la inhabilitación es pena accesoria, el indulto de la princi-
pal no la comprende, a menos que se extienda expresamente a ella (art. 43).
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En todo caso, el indulto particular nunca puede alcanzar la rehabilita-


ción para el ejercicio de los derechos políticos derivados de la calidad de
ciudadano, facultad privativa del Senado mediante la acción constitucional
respectiva (art. 17 inc. 2 CPR).
Por otra parte, se debe tener en cuenta lo dispuesto en el DL 409, que
establece la obligatoriedad de conceder el indulto de las penas accesorias a
quienes cumplan con los requisitos que allí se establecen.

c) Requisitos para que el condenado indultado pueda reingresar a la Ad-


ministración
El indultado, para poder reingresar a la Administración Pública necesita
cumplir los requisitos de los arts. 11 e) y f) EA y 38 f) LOCGR. Estos son:
i) No haber sido condenado por crimen o simple delito (art. 11 f) EA):
Este requisito ha de entenderse cumplido también tras la eliminación de las
anotaciones en el prontuario del condenado, obtenida mediante el decreto
supremo a que hace referencia el art. 1 DL 409, pues se verifica por comu-
nicación del Servicio de Registro Civil (art. 12 inc. 5 EA);
ii) Haber transcurrido más de cinco años desde la destitución subsecuen-
te a la condena por crimen o simple delito (arts. 11 e) y 119 c) EA); y
iii) Estar en posesión de un decreto supremo de rehabilitación, conforme
a lo dispuesto en el art. 38 f) de la Ley Orgánica de la Contraloría General
de la República, organismo que mantiene el registro general de personas
incapacitadas para ingresar a la Administración. La rehabilitación por de-
creto supremo es una facultad discrecional del Presidente de la República,
tendiente a acreditar la idoneidad moral del postulante a un cargo público,
no susceptible de revisión por autoridad alguna, según jurisprudencia cons-
tante del órgano contralor (Dictámenes 68.693 de 1969, 254 y 30.081 de
1990 y 2.444 de 1993).

C. Principio de oportunidad
Conforme dispone el art. 170 CPP, transcurridos los plazos que allí se
establecen y sin que el Juez de Garantía o el Fiscal Regional, en su caso,
revoquen la decisión del Fiscal del Ministerio Público correspondiente, el
ejercicio del principio de oportunidad extingue la acción penal respecto del
hecho de que se trate, dejando subsistente únicamente la posibilidad de una
acción civil contra el imputado.
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Las limitaciones que impone la ley al ejercicio de esta especie de perdón


oficial son las siguientes: i) la pena del delito debe contemplar en su marco
inferior una igual o inferior a presidio o reclusión menor en su grado mí-
nimo; ii) no puede tratarse de un delito cometido por un empleado público
en ejercicio de sus funciones (§4 Tít. III y Tít. IV L. II CP); y iii) No debe
“comprometer gravemente el interés público”. Nuevamente ha dejado aquí
el legislador abierta la puerta a una disputa doctrinal y a decisiones juris-
prudenciales contradictorias sobre qué ha de entenderse por comprometer
gravemente el interés público.

D. Suspensión condicional del procedimiento


La suspensión condicional del procedimiento consiste en un acuerdo en-
tre el Fiscal del Ministerio Público y el imputado, aprobado por el Juez de
Garantía, en los casos en que la ley lo señala, y conforme al cual el juez debe
imponer al suspenso alguna de las condiciones que la propia ley indica, por
un plazo no inferior a un año ni superior a tres, suspendiéndose por ese
período la persecución penal. Según dispone el art. 240 CPP, transcurrido el
plazo por el cual se suspendió condicionalmente el procedimiento, sin que
la suspensión hubiere sido revocada, se extingue la responsabilidad penal,
debiendo decretarse el sobreseimiento definitivo.
Los casos en los cuales procede son aquellos en que la pena probable a
imponer por el delito investigado, considerando circunstancias atenuantes
y agravantes concurrentes, sea inferior a 3 años de presidio o reclusión,
y siempre que el suspenso no haya sido condenado con anterioridad por
otro crimen o simple delito (art. 237 CPP). Las condiciones que se pueden
imponer al suspenso son las mismas que se fijan al que se encuentra en re-
misión condicional de la pena y, por ello, parece la suspensión condicional
del procedimiento un adelantamiento sin condena de dicha pena sustitutiva,
pero sin condena.

E. Suspensión de la imposición de la pena


Este último mecanismo de perdón oficial dentro del proceso se encuentra
entregado exclusivamente al resorte del Juez de Garantía, en supuestos de
condena por faltas y cuyo juzgamiento se hace conforme al procedimiento
simplificado.
Consiste, según el art. 398 de dicho cuerpo legal, en dictar una senten-
cia condenatoria, pero suspendiendo la imposición de la pena y todos sus
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efectos durante seis meses, si “concurrieren antecedentes favorables que no


hicieren aconsejable la imposición de la pena al imputado”. Transcurrido
el plazo de seis meses sin que el condenado hubiese sido requerido por
otro delito, “el tribunal dejará sin efecto la sentencia, y en su reemplazo,
dictará el sobreseimiento definitivo de la causa”. Se extingue de este modo
la responsabilidad penal, pero, como en la mayor parte de las instituciones
procesales antes vistas, subsiste la civil (Sáez, 11).
Nuevamente la ley ha entregado al desarrollo jurisprudencial la determi-
nación de la clase de antecedentes requeridos para disponer esta suspensión,
pero parece ser, por el tenor de la disposición, que ellos se refieren única-
mente a consideraciones preventivas especiales.

F. Perdón privado
a) En delitos de acción privada
Son delitos de acción penal privada aquellos que solo pueden ser perse-
guidos por la víctima, a saber, los delitos y faltas de injurias, la calumnia, la
provocación al duelo y la denostación pública por no haberlo aceptado, y
la celebración por menores de un matrimonio sin el consentimiento de sus
representantes legales (art. 55 CPP).
En esta clase de delitos, según el art. 93 N.º 5, el perdón del ofendido
solo operaría respecto de penas impuestas restándole aparentemente valor a
una declaración previa al proceso en ese sentido o durante el mismo. De este
modo, la ley pareciera prevenir un eventual derecho del querellado de ob-
tener una sentencia absolutoria en esta clase de delitos, tal como lo estable-
cería el art. 401 CPP, al permitirle rechazar el desistimiento del querellante.
Sin embargo, esta prevención es irrelevante en la práctica, pues el art.
402 del mismo cuerpo legal deja entregada a la voluntad del querellante la
decisión de abandonar la acción penal, abandono que produce exactamente
el mismo efecto que el desistimiento: sobreseimiento definitivo, pero sin que
el querellado pueda oponerse.

b) En delitos de acción privada previa instancia particular


Son delitos de acción pública previa instancia particular, aquellos en que
no puede procederse de oficio, sin que el ofendido por el delito hubiere al
menos denunciado el hecho a la justicia, al ministerio público o a la policía.
El art. 54 CPP numera entre ellos las lesiones de los arts. 399 y 494 N.º
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5; la violación de domicilio; la violación de secretos prevista en los arts.


231 y 247 inc. 2; las amenazas de los arts. 296 y 297; los previstos en la
Ley 19.039, que establece normas aplicables a los privilegios industriales y
protección de los derechos de propiedad industrial; la comunicación frau-
dulenta de secretos de la fábrica en que el imputado hubiere estado o estu-
viere empleado; y los que otras leyes señalaren en forma expresa (como los
delitos tributarios, del art. 162 del Código del ramo, p. ej.).
Tratándose de esta clase de delitos, el art. 19 CP establece de antiguo
un efecto oclusivo de la acción penal en “el perdón de la parte ofendida”
“respecto de los delitos que no pueden ser perseguidos sin previa denuncia
o consentimiento del agraviado”. Se trata aquí, de una “renuncia a la acción
penal”, tal como lo reconoce ahora expresamente el art. 56 CPP: “la renun-
cia de la víctima a denunciarlo extinguirá la acción penal, salvo que se tra-
tare de delito perpetrado contra menores de edad” (Mera, “Comentario”,
722). En los casos en que la ley entrega esta previa denuncia a las autori-
dades como una alternativa incompatible con la persecución penal (p. ej.,
art. 162 Código Tributario), esta renuncia puede entenderse implícita en la
decisión de perseguir el hecho exclusivamente por la vía administrativa o
judicial de su elección.

c) En delitos de acción pública (acuerdos reparatorios)


Tratándose de los delitos de acción pública, pero también en los de ac-
ción privada previa instancia particular denunciados por la víctima, el Juez
de Garantía debe aprobar un acuerdo reparatorio celebrado entre la víctima
y el imputado, siempre que se haya convenido libremente entre ellos y con
pleno conocimiento de sus derechos y el delito que se trate fuese de aquellos
“que afectaren bienes jurídicos disponibles de carácter patrimonial, consis-
tieren en lesiones menos graves o constituyeren delitos culposos” (art. 241
CPP). Parte de la doctrina propone, ahora, no solo que el juez apruebe los
acuerdos que se presentan, sino que activamente los promueva en aquellos
casos que correspondería, antes de resolver sobre medidas cautelares o de la
audiencia de preparación de juicio, esto es, mientras pueda mantener su im-
parcialidad acerca del fondo del asunto debatido (Delgado y Carnevali, 24).
La reparación a que se refiere la ley no importa necesariamente una pres-
tación económica pues “existirán algunos casos en los que al ofendido le
interese a modo de indemnización una prestación de servicios, una disculpa
pública o cualquier otra prestación” (Videla, 296). Aprobado el acuerdo
por el juez, “se extinguirá, total o parcialmente, la responsabilidad penal del
imputado que lo hubiera celebrado” (art. 242 CPP).
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El principal problema práctico de esta disposición es determinar qué


haya de entenderse por delitos que afecten “bienes jurídicos disponibles
de carácter patrimonial”. Aquí podemos entender, en primer lugar, los de-
litos mencionados en el art. 489, donde la ley concede una excusa legal a
ciertos parientes por hechos que no parecen ir más allá de lo estrictamente
patrimonial: hurtos, defraudaciones y daños. Pero también aquellos robos
con fuerza donde ese interés patrimonial es preponderante, aunque no ne-
cesariamente absoluto; y los delitos que protegen el interés fiscal, como los
aduaneros y tributarios. Más complejo es admitir este carácter en el robo
por sorpresa del art. 436 inc. 2, donde existe un peligro concreto para la
persona del afectado, aunque no necesariamente perceptible a primera vista.
Además, como la ley permite al juez rechazar un acuerdo reparatorio
cuando exista un “interés público prevalente en la persecución penal”, es
necesario determinar el sentido de esta fórmula amplia y aparentemente ca-
rente de contenido, pues en todo delito de acción pública es, precisamente,
el interés público en su persecución lo que le da ese carácter, con indepen-
dencia de la voluntad del ofendido. La ley señala al respecto que este interés
existe en los casos en que “el imputado hubiera incurrido reiteradamente en
hechos como los que se investigaren en el caso particular”, lo que no tiene
relación con la naturaleza del delito investigado, sino con una curiosa y ro-
cambolesca reintroducción de la peligrosidad como criterio de decisión en
materias penales, aunque el hecho no sea grave y con ello el ofendido pierda
la oportunidad de una efectiva reparación del mal causado, a quien poco
podría importar la vida anterior de quien solo le ha causado un cuasidelito
de lesiones o sustraído alguna especie (SCA Concepción 6.2.2015, RCP 42,
N.º 2, 407). Otra limitación expresa es la prohibición del art. 19 Ley 20.066
para recurrir a esta salida alternativa en los casos de delitos vinculados con
fenómenos de violencia intrafamiliar, solución legal que ha dado lugar a
una específica defensa cultural, ya estudiada, que permite de todos modos
recurrir a los acuerdos reparatorios como método alternativo de solución
de conflictos de los pueblos originarios, reconocido en su costumbre.

§ 5. Prescripción
A. Concepto y alcance
El art. 93 N.º 6 y 7 establece la prescripción como causal de extinción
de acción penal y de la pena, que consiste en la cesación de la pretensión
punitiva del Estado por el transcurso del tiempo, sin que el delito haya sido
708 Manual de derecho penal chileno - Parte general

perseguido o sin que pudiese ejecutarse la condena, respectivamente, siem-


pre que durante ese lapso no se cometa por el responsable un nuevo crimen
o simple delito.
Aunque la doctrina mayoritaria comparte la idea de que el fundamento
de esta institución radica en el principio de la seguridad jurídica, similar
acuerdo no existe en cuanto a su naturaleza y alcance. En efecto, mientras
al fuego de la discusión acerca de su carácter penal o puramente procesal
penal parecen agregar combustible los arts. 233 a), 248, inc. final, y 250,
inc. final CPP, que contienen una regulación acerca de la prescripción antes
desconocida en el ordenamiento procesal, este mismo cuerpo normativo lo
apaga definitivamente, al menos en lo que toca a sus efectos prácticos, al
establecer que, en todo caso, las leyes procesales, al igual que las penales, no
tienen efecto retroactivo, salvo que sean más favorables al imputado (art.
11).

B. Límites de la prescripción
Por lo que respecta a su alcance, la doctrina que hacía prescriptibles toda
clase de delitos ya no es predicable de nuestro sistema, pues existen diversas
excepciones que, probablemente, se amplíen con el tiempo, según se advier-
te de diferentes mociones parlamentarias presentadas al efecto. Estas refor-
mas sucesivas producen y producirán problemas de aplicación temporal de
la ley que deben resolverse de conformidad con la regla general de entender
los plazos de prescripción como reglas que pueden o no ser más favorables
al imputado (eximiendo de pena o imponiendo una más benigna, en caso
de aplicarse la media prescripción, art. 103), por lo que están sujetas a las
disposiciones del art. 18 CP y 11 CPP (Oliver, “Cómputo”, 265).

a) Delitos imprescriptibles
i) Delitos de tortura, genocidio, crímenes de guerra y de lesa humanidad,
comprendidos en los tratados internacionales: según el art. 250 inc. final
CPP, no se puede sobreseer definitivamente una causa cuando los delitos
investigados “sean imprescriptibles”, “conforme a los tratados internacio-
nales ratificados por Chile y que se encuentren vigentes”, a saber, tortura,
genocidio, lesa humanidad y crímenes de guerra.
Sin embargo, hasta fines del siglo XX nuestros tribunales rechazaban
consistentemente que la calificación de un delito como genocidio, crimen de
guerra o de lesa humanidad pudiera importar que no fueran prescriptibles.
Jean Pierre Matus Acuña - M.ª Cecilia Ramírez Guzmán 709

Así se falló a propósito de la solicitud de extradición del Walter Rauff, un


criminal nazi residente en Punta Arenas en los años 1960 (Novoa, Grandes
Procesos, 59).
Solo muy posteriormente se ha aceptado la imprescriptibilidad de esta
clase de delitos, a propósito del juzgamiento de los cometidos durante la
Dictadura Militar de 1973-1989. En estos casos, se admite que su prescrip-
ción se encontraba prohibida por el derecho internacional antes de 1973 y,
consecuentemente por nuestro ordenamiento, por aplicación del principio
de “primacía del derecho internacional sobre el derecho interno”. Esta es
la doctrina dominante también en la doctrina y en el derecho internacional
penal. La amplia producción jurisprudencial en este sentido puede resumir-
se en las SSCS 12.1.2015, Rol 11964-14, con comentario favorable de C.
Cárdenas, “Londres 38”, 444; y 29.1.2015, RCP 42, N.º 2, 253, con nota
aprobatoria de C. Suazo; en la doctrina, v. González-Fuente, Limitations,
199. No obstante, subsisten autores para quienes bastaría en estos casos
con una interpretación sustancial de las reglas de suspensión de la prescrip-
ción, para no hacerla correr durante la dictadura y todo el tiempo posterior
en que la judicatura no estuvo en condiciones de procesar adecuadamente
estos hechos (Hernández B., “Crímenes”, 210, Guzmán D., “Crímenes”;
y Cabezas, “Prescripción”, 36. En el mismo sentido, calificando estos he-
chos como “crímenes de impunidad”, cuya prescripción empezaría a correr
solo una vez terminado el estado de impunidad, Mañalich, “Secuestro”,
28; y Horvitz, “Amnistía y prescripción”, 224. Finalmente, para Girao,
“Naturaleza”, 39, la imprescriptibilidad en esta clase de delitos “no puede
ser considerada una norma consuetudinaria” del derecho internacional y,
por tanto, no resultaría legítima su aplicación retroactiva).
La jurisprudencia se inclina, además, a considerar que la acción civil
derivada de estos delitos es también imprescriptible (v. SCS 14.11.2019,
DJP 40, 59, con comentario favorable de F. J. Parra, quien afirma que esta
imprescriptibilidad corre incluso contra cosa juzgada, para sobrepasar el
fenómeno de la “impunidad institucional”).
ii) Delitos de carácter sexual contra menores de edad: según el art. 94
bis, introducido por la Ley 21.160, de 2019, “No prescribirá la acción pe-
nal respecto de los crímenes y simples delitos descritos y sancionados en
los artículos 141, inciso final, y 142, inciso final, ambos en relación con la
violación; los artículos 150 B y 150 E, ambos en relación con los artículos
361, 362 y 365 bis; los artículos 361, 362, 363, 365 bis, 366, 366 bis, 366
quáter, 366 quinquies, 367, 367 ter; el artículo 411 quáter en relación con
la explotación sexual; y el artículo 433, N° 1, en relación con la violación,
cuando al momento de la perpetración del hecho la víctima fuere menor de
710 Manual de derecho penal chileno - Parte general

edad”. Según la jurisprudencia, esta limitación no es aplicable a los adoles-


centes responsables de esta clase de delitos, por regir para ellos las reglas
especiales de prescripción del art. 5 Ley 20.084 (SCS 13.9.2019, DJP 40, 77,
con comentario crítico de C. Ramos, quien comparte la decisión, pero no su
fundamento); ni tampoco es aplicable a los hechos ocurridos con anteriori-
dad a su establecimiento (SCS 12.2.2019, DJP 40, 111).

b) Paralización del cómputo de la prescripción


Según el art. 260 bis, en los delitos funcionarios de malversación de cau-
dales públicos, fraude, exacciones ilegales, y cohecho a empleados públicos
y funcionarios extranjeros, “el plazo de prescripción de la acción penal em-
pezará a correr desde que el empleado público que intervino en ellos cesare
en su cargo o función”, agregándose que, “sin embargo, si el empleado,
dentro de los seis meses que siguen al cese de su cargo o función, asumiere
uno nuevo con facultades de dirección, supervigilancia o control respecto
del anterior, el plazo de prescripción empezará a correr desde que cesare
en este último”. Este es el fenómeno que en derecho comparado se conoce
bajo el nombre de “suspensión de la prescripción” (Yuseff, 121). Antes de
la reforma de 2019, se había establecido también para los delitos sexuales
cometidos contra menores de edad por la Ley 20.207, de 2007.

C. La prescripción de la acción penal


Conforme al art. 94 CP, la acción penal prescribe: i) respecto de los crí-
menes a que la ley impone pena de presidio, reclusión o relegación perpe-
tuos, en quince años; ii) respecto de los demás crímenes, en diez años; iii)
respecto de los simples delitos, en cinco años; y iv) respecto de las faltas, en
seis meses.
Para establecer ese tiempo, la doctrina mayoritaria estima que debe es-
tarse a la pena prevista en abstracto por la ley, según se desprende de la
expresión “crímenes a que la ley impone pena de”, aunque un sector mino-
ritario afirma que debe estarse a la pena en concreto o, al menos a la cuantía
que resulte de los diferentes grados de desarrollo y participación (Mera,
“Comentario”, 725; y Guzmán D., “Comentario”, 467). Según el art. 94,
cuando la pena señalada al delito sea compuesta, se estará a la privativa
de libertad y si no se impusieren penas privativas de libertad, se estará a la
mayor.
Jean Pierre Matus Acuña - M.ª Cecilia Ramírez Guzmán 711

El tiempo se cuenta desde el momento de la comisión del delito, pero si el


delincuente se ausenta del territorio nacional, el tiempo de la prescripción se
duplica durante el lapso de su ausencia —se cuenta un solo día por cada dos
de ausencia, art. 100—, ampliación que alguna jurisprudencia no considera
obligatoria no es obligatoria tratándose de ausencia por periodos breves
que no entorpecen la tramitación de la causa (SCA Santiago 21.11.2014,
RCP 42, N.º 1, 355).

a) Momento en que comienza a correr la prescripción en casos especiales


La ley solo señala que la prescripción correrá desde el momento de la
ejecución del delito, que normalmente coincide con el de su consumación.
Tratándose de los delitos de mera actividad o formales, es decir, aquellos
respecto de los cuáles la ley se satisface con la indicación de una acción o de
una omisión, por no requerirse la producción de un determinado resultado,
el momento de su comisión y consumación simultánea será aquél en que se
ejecuta la acción prohibida, o en el que el agente debía ejecutar la acción
debida. Pero se discute cuándo sería el momento en que empieza a correr la
prescripción en los delitos materiales o de resultado, siendo dominante la
doctrina que estima también que aquí la consumación, esto es, la realización
material de la conducta y demás elementos descritos en el tipo penal que se
trate, incluyendo la producción del resultado, es el momento en que empie-
za a correr la prescripción (Yuseff, 79). Las doctrinas subjetivistas basadas
en la teoría de la acción final sostienen que el tiempo de la prescripción se
cuenta desde que cesa la actividad del agente, con independencia del mo-
mento en que se produce el resultado, lo que es contrario al texto legal, pues
los delitos se cometen solo cuando se realizan todos sus elementos típicos
(v. el punto de vista finalista en Cury PG, 801; Balmaceda, “Prescripción”,
115). En todo caso, cuando el delito queda en grado de tentativa o frustra-
ción, la prescripción correrá desde el momento en que cese la actividad del
delincuente, como en los delitos de mera actividad.
Para los casos en que el delito sea permanente, según la doctrina y juris-
prudencia dominantes, la prescripción empieza a correr solo desde el térmi-
no del estado antijurídico esto es, “desde el día que se realiza el último de
los hechos delictuosos que integran la figura” (Vargas V., Extinción, 148; v.
también SCS 24.10.2019, DJP 40, 87). Lo mismo debe decirse si se trata de
un delito habitual, donde la prescripción corre desde el último acto inde-
pendientemente punible, debiendo todos los hechos que componen la ha-
bitualidad considerarse conjuntamente (SCA Concepción 11.5.2018, DJP
89). En cambio, en los delitos instantáneos de efectos permanentes, no ha
712 Manual de derecho penal chileno - Parte general

de considerarse la duración del efecto cuya modificación o alteración no


depende del autor, sino solo ha de estarse al momento en que se realizó el
delito, según si es de mera actividad o resultado. Lo mismo aplica al caso del
agotamiento del delito, donde la consecución del objetivo, finalidad o pro-
vecho ulterior a la consumación no determina el tiempo de la prescripción,
aun cuando dicho agotamiento pueda considerarse delictivo para terceros
no responsables del delito principal, como sucede en el caso de la falsifi-
cación de instrumento público y su uso malicioso, arts. 194 y 196 (SCS
11.7.2016, RCP 43, N.º 4, 95, con nota favorable de G. Ovalle). Tratándose
de delitos continuados o de emprendimiento, puesto que su reunión en una
sola figura delictiva resulta de una ficción doctrinal o legal que beneficia al
reo, debe considerarse la prescripción de cada delito que los constituyen por
separado.
La prescripción corre para todos los responsables por igual, incluyendo
el autor mediato, salvo para el encubridor, cuya actuación posterior al de-
lito fija para él solo el momento en que comienza a correr su prescripción
(Guzmán D., “Comentario”, 472).

b) Interrupción y suspensión de la prescripción


Conforme al art. 96 CP, la prescripción de la acción penal “se interrum-
pe, perdiéndose el tiempo trascurrido, siempre que el delincuente comete
nuevamente crimen o simple delito, y se suspende desde que el procedimien-
to se dirige contra él”. Para que esta interrupción o suspensión operen es
requisito sine qua non que no haya transcurrido previamente todo el plazo
de prescripción correspondiente al delito que se trate, de modo que delitos
o investigaciones posteriores no pueden hacer renacer una prescripción que
ya ha producido sus efectos de pleno de derecho (Novoa PG II, 405).
La interrupción de la prescripción se produce desde el momento de la
comisión del nuevo crimen o simple delito, pero es necesario que ello se
encuentre acreditado por sentencia firme y ejecutoriada para hacerla valer
contra el imputado (Cortés, “Reiteración”, 66). No obstante, nada impide
que esa sentencia condenatoria sea la misma que declara la interrupción
(SCS 9.4.2019, DJP 40, 101).
En cuanto a la suspensión, nuestra regulación parece extraña en el dere-
cho comparado, donde la actividad persecutora no tiene, por regla general,
el efecto de detener el tiempo de la prescripción (Cabezas, “Estudio”, 26).
Según nuestra jurisprudencia mayoritaria, tratándose de acciones penales
públicas, la prescripción se suspende no solo con la formalización de la
Jean Pierre Matus Acuña - M.ª Cecilia Ramírez Guzmán 713

investigación (art. 233 a) CPP), sino también con la citación a la audien-


cia respectiva, la presentación del requerimiento a efectos de realizar un
procedimiento monitorio, o la interposición de una querella contra perso-
nas determinadas e incluso de una denuncia admitida a tramitación (SSCS
8.1.2015, RCP 42, N.º 2, 193, con nota reprobatoria de C. Cabezas, por
estimar que esta interpretación deja, de facto, sin aplicación el art. 233 a)
CPP; y 30.3.2016, RCP 43, N.º 2, 211, con nota reprobatoria de M. Reyes,
para quien es necesaria la formalización de la investigación para suspender
el término de la prescripción que corre a su favor. O. o., Reyes y Oyharçabal,
175, aprobando el fallo citado y sus efectos tanto en el antiguo como en
el nuevo proceso penal: la prescripción se suspende desde que se dirige la
investigación en contra del imputado, sin necesidad de actividad formal
de procesamiento, formalización, denuncia, querella o apertura de oficio.
Respecto del sistema procesal anterior, considerando la admisión a trámite
suficiente para suspender la prescripción, v. SCA Santiago 9.10.2019, DJP
40, con nota de R. Cruz. V. también SCA San Miguel 14.1.2013, RChDCP
2, N.º 2, 179, con nota aprobatoria de R. González-Fuente, donde en un
delito de giro doloso de cheques se sostiene que la suspensión comienza con
la interposición de la querella y no con los procedimientos civiles previos).
El código procedimental modifica lo dispuesto en el art. 96 CP, pero
sin corregir el error de confundir interrupción con suspensión, al declarar
expresamente que “la prescripción de la acción penal continuará corriendo
como si nunca se hubiere interrumpido” tras la comunicación de la deci-
sión de no perseverar del art. 248 c) CPP, sin exigir el curso de tres años de
paralización. Luego, de conformidad con el juego de lo señalado en ambas
disposiciones, la legislación actual prevé tres casos en que el tiempo de la
prescripción continúa corriendo en favor del imputado, como si nunca se
hubiese suspendido, a saber: i) cuando se paraliza la persecución por tres
años, por cualquier causa, p. ej., un sobreseimiento temporal; ii) cuando el
proceso termina sin condenarle (p. ej., con un sobreseimiento definitivo); y
iii) cuando se comunica la decisión de no perseverar.
Respecto de la paralización de la persecución por tres años, se ha seña-
lado que el art. 96 establece una regla absoluta que solo atiende al tiempo
de paralización de la prosecución del procedimiento, sin importar los moti-
vos que pudieran originarlas y sin hacer excepción alguna: basta cualquier
entorpecimiento fáctico en la tramitación, incluyendo la tardanza en dictar
sentencia o la paralización de las investigaciones iniciadas por el Ministerio
Público, aunque nunca se hubiesen judicializado (SSCS 11.4.2013, GJ 394,
174; 29.12.2016, DJP, 112; y 12.10.2016, RCP 44, N.º 1, 100, con nota
aprobatoria de J. P. Donoso, respectivamente). Además, se afirma que al
714 Manual de derecho penal chileno - Parte general

momento de transcurrir los tres años de paralización, beneficiaría al reo


tanto la eximente completa de prescripción como la media prescripción del
art. 103, si ha transcurrido al menos la mitad del tiempo requerido para ello
(Díaz C., “Prescripción”, 867).

D. Prescripción de la pena
a) Tiempo de la prescripción
Mientras la medida del tiempo de prescripción de la acción penal ha de
hacerse con relación a la pena señalada en abstracto por la ley al delito,
tratándose de la prescripción de la pena, ésta se refiere únicamente a las
“impuestas por sentencia ejecutoria”, y prescriben, según su art. 97: i) las
de presidio, reclusión y relegación perpetuos, en quince años; ii) las demás
penas de crímenes, en diez años; iii) las de simples delitos, en cinco años; y
iv) las de faltas, en seis meses. Pero, hay que insistir aquí, para evitar con-
fusiones, que la calificación que hace el art. 97 es de las penas concretas
impuestas, no de los delitos: así, si un simple delito es penado con la sanción
de prisión mayor de 41 días, por concedérsele al condenado una rebaja de
grados, la pena concreta impuesta es una de falta y ni de simple delito y, por
tanto, prescribe en seis meses (SCS 27.8.2014, RCP 41, N.º 4, 2014, 143,
con nota aprobatoria de C. Cabezas).
La forma mecánica en que la ley ha reiterado el tiempo de la prescripción
de la acción penal en la de las penas impuestas, puede llevar a la absurda
situación de que una pena impuesta a un partícipe del delito pueda prescri-
bir antes que la acción penal con relación a otro; y viceversa: que la acción
penal prescriba antes que el cumplimiento efectivo de una pena impuesta (la
llamada pena del torpe, Guzmán D., “Comentario”, 477).

b) Forma de contar el tiempo


La prescripción de la pena “comenzará a correr desde la fecha de la sen-
tencia de término o desde el quebrantamiento de la condena, si hubiere ésta
principiado a cumplirse” (art. 98).
No se presentan en este caso problemas especiales con relación a la natu-
raleza del delito cometido, sino solo respecto a la determinación de cuándo
una sentencia es de término, cuestión suficientemente resuelta: es “la que no
admite recurso legal capaz de revocarla o modificarla”, con independencia
de su notificación, es decir, la que se encuentra ejecutoriada (Del Río DP
Jean Pierre Matus Acuña - M.ª Cecilia Ramírez Guzmán 715

II, 385); y SCS 3.9.2014, RCP 41, N.º 4, 2014, 137, con nota crítica de C.
Ramos, citando a favor de considerar la fecha de la sentencia de término la
de su dictación a Etcheberry DP II, 259).
Tratándose de un quebrantamiento de condena, la fecha se cuenta desde
el día en que se produce, pero para determinar el tiempo de la prescrip-
ción se ha de descontar de la condena impuesta el tiempo servido antes del
quebrantamiento.
En todo caso, también se aplica aquí el aumento del tiempo en caso de
ausencia del país del condenado.

c) Interrupción de la prescripción de la pena


La prescripción de la pena se interrumpe por la misma razón que lo hace
la de la acción penal, esto es, “cuando el condenado, durante ella, cometiere
nuevamente crimen o simple delito, sin perjuicio de que comience a correr
otra vez” (art. 99).
La interrupción de la prescripción produce el efecto de borrar el tiempo
transcurrido con anterioridad a ella y dar inicio a un nuevo plazo, comen-
zando a computarse un nuevo plazo desde el nuevo crimen o simple delito
(Vargas V., Extinción, 154; y Guzmán D., “Comentario”, 472). Sin embar-
go, para romper la presunción de inocencia e interrumpir la prescripción, la
doctrina mayoritaria entiende que ese nuevo crimen o simple delito se debe
establecer en una sentencia condenatoria firme (Mera, “Comentario”, 729).

E. Disposiciones comunes a ambas clases de prescripción


Como señalan los arts. 101 y 102, “tanto la prescripción de la acción
penal como la de la pena corren a favor y en contra de toda clase de per-
sonas”, y “será declarada de oficio por el tribunal aun cuando el reo no la
alegue, con tal que se halle presente en el juicio”.
En cuanto a las inhabilidades legales provenientes de crimen o simple
delito, el art. 105 señala que ellas “solo durarán el tiempo requerido para
prescribir la pena, computado de la manera que se dispone en los arts. 98,
99 y 100”, con excepción de “las inhabilidades para el ejercicio de los de-
rechos políticos”.
Respecto a la llamada “media prescripción”, v. Cap. 12, 1. § 4. G.)

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