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Érase una vez en México un pueblito llamado Chichilahuác.

En este lugar vivía un


chavorruco llamado Chano, quien era el chido chingón del pueblo. Chano era chalán de la
chelería más chula de todo Chichilahuác.

Una chulada de chica llamada Chavela chiflada por Chano. Chavo y Chava se conocieron en
una chingonería de una fiesta patronal. Desde entonces, se hicieron inseparables. Chano y
Chavela siempre se encontraban en la cheleria después de su chamba, para compartir un
chesco bien frío y chacharear de sus chambas del día.

Chano era chistoso y siempre se la pasaba chambeleando. Una vez, organizó una charreada
en el charco cercano al pueblo. Invitó a todos sus amigos chidos a participar. Los chicos
montaban los chilecos más picudos que encontraron, mientras las chicas se vestían de
charras chulas.

Durante la charreada, Chano se cayó al charco de lodo. Todos se rieron a carcajadas, y


Chano salió todo churreteado, pero sin perder su chispa. Chavela, siempre chida y chévere,
le dio un chesco bien helado para que se refrescara.

Después de la charreada, Chano y Chavela se sentaron en unas sillas de charol a descansar


y disfrutar del atardecer mientras comían chalupas con chicharrón. Era un momento chido,
con el cielo pintado de colores churros.

De pronto, llegó Charly, el chamaco chiflado del pueblo, montado en su chopper. Chano y
Charly eran compas de infancia y se chuleaban cuando se veían. Charly les contó a Chano y
Chavela sobre un chisme chido que había escuchado en la ciudad cercana. Dijo que habían
abierto una chingonería de tacos de chilorio y todos decían que estaban riquísimos.

Chano, Chavela y Charly decidieron aventurarse a la ciudad para probar esos tacos de
chilorio. Subieron a la chopper de Charly y arrancaron, emocionados por la chamba que les
esperaba. Durante el viaje, Charly les contaba chistes chulísimos y todos se la pasaron
riendo como nunca.

Cuando llegaron a la ciudad, buscaron la chingonería de tacos de chilorio. La encontraron en


una calle con mucho chingamás y se dieron cuenta de que tenían una chulada de tiempo de
espera. Pero no se rindieron y, mientras aguardaban, decidieron chacharear por las distintas
tienditas del lugar.

En una churrería, Chano compró unos churros bien crujientes y chorreados de cajeta.
Chavela, chida como siempre, compró unos chamoyes enchilados y los chupó con mucho
gusto. Charly, chaleco en mano, encontró una chichichi para chupar con chela, mientras
rechinaba los dientes por lo picoso.

Después de disfrutar de las chucherías de la ciudad, por fin llegó el turno de Chano, Chavela
y Charly para probar los tacos de chilorio. Cada uno pidió su taco con todo el chingo: chiles,
cebolla, cilantro y limón. No había comido algo tan rico en mucho tiempo. Los chacos
estaban chupados de su jugo y el chilorio bien sazonado.
Satisfechos y contentos, Chano, Chavela y Charly regresaron a Chichilahuác en la chopper.
Durante el viaje, Charly les contó un chiste que los hizo reír tanto, que casi se caen de la
chopper. Charly era el chingonazo de los chistes y siempre lograba sacarle una sonrisa a
sus amigos.

Ya de vuelta en el pueblo, Chano se despidió de Chavela y Charly con un abrazo chido. Les
agradeció por acompañarlo en esa aventura y les prometió que pronto tendrían otra chamba
chida juntos. Chavela le dio un chesco bien helado como despedida y luego se marcharon.

Chano volvió a su chamba en la chelería y disfrutó del resto de la noche atendiendo a los
clientes y chateando con ellos. Chano, el chavorruco chido, siempre tenía una chispa en la
mirada y una sonrisa en los labios. Su chamba era su pasión y le encantaba chacharear con
la gente del pueblo.

Y así, Chano, Chavela y Charly siguieron viviendo chingones en el pueblo de Chichilahuác,


compartiendo chelas, chistes y chambas. Siempre encontraban la forma de disfrutar la vida
y hacerla chida. Al final, eso es lo más chido de México: su gente, su alegría y su chispa
única.

Chichilahuác seguía siendo el lugar más chido del mundo, y Chano, Chavela y Charly eran la
chingonería del pueblo. Juntos, compartían cada chisme, cada chupito de chelería y cada
chambita que la vida les ponía en el camino.

En una chispa de inspiración, Chano decidió organizar una chocarrera en el charco del

pueblo. La noticia se esparció como chismol en la comunidad, y pronto todos querían

participar. Había charros, charras, chavalas y chamacos ansiosos por demostrar su

destreza sobre el charco. Chano, con su sombrero bien chingón, se convirtió en el

organizador del evento.

La chocarrera fue un éxito total. El charco se llenó de risas, chiflidos y chocarreros que

competían con sus chocotos. Chano, montado en su chocote decorado con chiles y

chalupas, hizo reír a todos los presentes. Chavela, con una chilaba elegante, también

participó y dejó a todos con la boca abierta al mantenerse en pie sobre su chocote.

Después de la chocarrera, Chano, Chavela y Charly decidieron ir a la chelería a celebrar.

Tomaron chelas bien frías y brindaron por el éxito de la chocarrera. Chano, con su chaleco

lleno de chisguetes de charco, estaba feliz de haber creado un evento tan chido para el

pueblo.
En la chelería, se encontraron con Chuy, el chalán más choncho del lugar. Chuy siempre

tenía historias chulas que contar y chistes chocarreros que sacaban carcajadas a todos. Se

unieron a la mesa y compartieron chelas, churros y chilaquiles con mucho chile.

De repente, sonó la música de una chancha que se estaba presentando en la chelería. Todos

se levantaron y empezaron a bailar al ritmo de la música. Chano y Chavela mostraron sus

mejores pasos de chachachá, mientras Charly hacía piruetas chingonas en la pista. La

chancha, emocionada, los invitó a subir al escenario, y juntos hicieron una chambonada de

baile que dejó a todos boquiabiertos.

Después de la fiesta en la chelería, Chano, Chavela, Charly y Chuy decidieron ir a la churrería

del pueblo. Comieron churros rellenos de chocolate y chocoflan mientras seguían contando

chistes y chascarrillos. La noche se fue volviendo más chida con cada chupada de

chocomilk y cada mordida de churro.

Con el estómago lleno de chuchulucos y el corazón rebosante de alegría, decidieron dar un

paseo por la plaza del pueblo. Se detuvieron a admirar la iglesia iluminada y a charlar bajo el

cielo estrellado. Chano, con su chamarra bien chambeada, se sentía agradecido por tener

amigos tan chidos.

La noche llegó a su fin, pero la chispa de diversión y camaradería seguía encendida en el

corazón de Chichilahuác. Chano, Chavela, Charly y Chuy se despidieron con abrazos y risas,

prometiendo encontrarse de nuevo para seguir compartiendo chelas, chistes y chambas.

Y así, en el pueblo de Chichilahuác, donde cada día es una chamba diferente y la vida se vive

con chispa y alegría, Chano y sus amigos continuaron disfrutando de la magia de ser

mexicanos, donde la chamba es chida, las chelas son frías y la amistad es para siempre.

¡Qué chido es vivir en Chichilahuác!

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