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El perdón, un proceso en 6 pasos

Perdonar no es olvidar, es recordar sin que te duela. Pero llegar a ese punto no es cosa rápida
ni fácil en algunas ocasiones, pero tampoco imposible, y deshacernos de la carga emocional y
del dolor que nos causan las heridas de quienes nos han decepcionado, traicionado o herido,
no tiene precio.
En un curso aprendí que el perdón es un proceso que se da paulatinamente, no de la noche a
la mañana y que requiere 6 pasos a realizar de manera honesta, sincera y transparente. Claro
está, es una decisión propia, luego de una gran introspección.
"Un perdón dado demasiado rápido no aliviará a nadie. Es aconsejable esperar que el perdón
se imponga casi por el mismo, dejar pasar el tiempo al mismo tiempo que uno mantiene una
actitud pro-activa durante el proceso. Un perdón otorgado demasiado rápido puede ser
percibido por el culpable como una absolución," explica Nicole Fabre.
Gabrielle Rubin y Nicole Fabre, son dos psicoanalistas francesas que han publicado sendos
libros sobre este tema ("Du bon usage de la haine et du pardon" y "Les Paradoxes du pardon").
Estas autoras reconocen un proceso de 7 pasos, similar al que te voy a compartir en las
próximas líneas.
Samuel Socquet-Juglard en la Revista Francesa Psychologies, comenta: "perdonar a un padre
verdugo, a un atacante, a alguien que nos ha defraudado, al conductor que se ha llevado por
delante uno de nuestros seres queridos, se trata de un viaje interior que puede ser largo y
exigente, difícil de desear emprender recorrer.
Para algunos, perdonar es un acto de coraje, para otros, una confesión de debilidad, cuando la
situación en la que estamos parece no dejarnos otro camino que 'preferir la venganza', es muy
difícil que lleguemos a poder conceder el perdón".
Y agrega: "Todas las víctimas que han perdonado están de acuerdo en decir que tal trámite los
ha liberado, que inclusive les ha insuflado una nueva energía a sus vidas. Porque el perdón
sirve ante todo para liberarse a sí mismo. [...] Ya sea que lo solicitemos o lo concedamos, es el
fruto de un verdadero trabajo sobre nosotros mismos cuyo resultado permanece sin embargo
incierto: es posible llegar a perdonar sinceramente a alguien sin forzosamente llegar a
comunicárselo ya que el proceso se opera a partir de nuestra toma de consciencia".
Pues bien, dedicado a quienes me han solicitado estos pasos por mensaje a mi Facebook y
para que experimentes el verdadero perdón o empieces a escarbar qué te ha dañado en la vida
y perdonar, te comparto el proceso de seis pasos que yo aprendí en un curso de sanación, los
cuales te explico según mi propia cosecha.
1. Reconocer el daño: ¿Cómo sabemos que tenemos algo que perdonar? Cuando sentimos
dolor, daño, heridas. Pregúntate: ¿qué sucedió?, ¿quién lo hizo?; ¿qué efectos tuvo sobre mí?
Muchas veces reconocemos el dolor, pero no hemos enfrentado la causa. (La mayoría de
veces) Hay personas que frecuentemente dicen: "odio tal cosa", "ya no me harán llorar", "odio
mi infancia" -no sé porqué-, pero la odio". Esto es frecuentemente porque vivimos una
interpretación (el dolor), pero no nos hemos dedicado a buscar, a escarbar, a sanar lo que nos
hirió, la causa.
Ir a buscar en qué etapa de nuestra vida nos sucedió algo que nos marcó negativamente es
básico, recordar el daño es el primer paso para entender que debemos perdonar. Es la raíz de
eso que has estado viviendo por muchos años. Cuando lo hemos identificado es fácil, ya tienes
este paso dado. Hay quienes no tienen que escarbar mucho, pues dicen: "recuerdo eso cada
día como si fuera ayer". La idea es buscar, enfocarnos en lo que causó la herida más que en el
dolor. La mayoría de las veces descubrimos, que intencionalmente o no los errores de los
demás nos marcan, que se manifiestan en el segundo paso: emociones.
2. Identifica las emociones implicadas: una vez que eres consciente de qué es lo que ha
causado el dolor en tu vida, las heridas, es necesario identificar lo que has sentido. Hay tres
sentimientos básicos que solemos sentir cuando se nos hiere:
-Miedo: generalmente hay muchas situaciones que nos marcaron cuando fuimos niños, por lo
que en la edad adulta es natural que todo lo relacionado con eso que nos hicieron, nos cause
miedo;
-Culpa y vergüenza: tendemos a culparnos por cosas que no hemos hecho o sentirnos
avergonzados de quienes somos;
-Ira: cuando nos enfrentamos con lo que nos ha causado el dolor, la ira sale a la superficie; el
enojo, la rabia, se asoman y esto lo trasladamos a todas las áreas, a nuestra vida laboral,
personal, de pareja, en familia, es una reacción de haber sido dañados.
Es importante entonces, reconocer de dónde se genera esa ira, el miedo o la culpa y porqué
nace, cómo surge.
3. Expresa tu dolor e ira: no lo contengas, no la apliques ni te dejes llevar tampoco por ella,
porque si tomas decisiones o ejecutas acciones cuando estás con ira, las consecuencias no
serán nada agradables. No obstante, no la reprimas, no dejes de sentir dolor, exprésalo, evita
acumularlo. Es válido estar enojado, lo que no es válido es tirar todo lo que sientes en los
demás ni que llegues al extremo de que en tu vida el dolor sea una constante. Todo tiene su
momento, su tiempo, vive un luto, por decirlo así.
Recuerda: no basta con sentir, es necesario expresar lo que sientes, deshacerte de eso,
exprimirlo, sacarlo de tu vida y esto puedes hacerlo hablando con alguien de confianza,
escribiendo una carta a esa persona que te hirió -pues aunque no se la entregues vas a sacar
todo--, poniendo una silla en frente y hablándole como si fuera esa persona que te causó daño
imaginándote que está sentada allí, también por medio del auto diálogo, con afirmaciones
positivas para reprogramare, sacar todo lo que no corresponde, eligiendo hablar y pensar lo
bueno.
4. Pon límites para protegerte a ti mismo: es importante y saludable, aprende a establecer
límites. Los límites son derechos. Por ejemplo: hay mujeres que revisan la cartera de su
esposo, hombres que esculcan en la bolsa de su mujer, madres que revisan los cajones de los
hijos, gente que entra a la oficina sin pedir permiso o tocar la puerta. Estos son casos sencillos,
pero siempre es necesario poner un límite a los demás.
5. Cancela la deuda: en este paso es deshacernos, por nuestro propio bien, más que por el de
la otra persona que nos hizo daño, de lo que sucedió. Es el tiempo de perdonar cuando
tenemos el sentimiento de que alguien nos debe algo. Es el momento justo para enterrar los
errores de los demás que te hicieron daño, quemar todo lo que dejaste que te marcara y
liberarte.
6. Considera la posibilidad de la reconciliación: este paso es conveniente cuando se puede,
mientras dependa de tu parte, puedes buscar a la persona y confrontarla primero agradeciendo
y luego dejándole saber lo que te hizo, con el fin de estar en paz. Es muy importante tomar en
cuenta que el perdón es unilateral, eres tu quien decide perdonar a alguien, para la
reconciliación, no obstante, se necesitan ambas partes, por lo que no siempre es posible.
¿Cómo saber si hemos verdaderamente perdonado? Cuando ya no sentimos más enojo, ni
rencor al reencontramos con aquel que nos ha hecho sufrir.
"Cuando todo sentimiento de culpabilidad por aquello que pasó ha desaparecido"-agrega
Gabrielle Rubin- es que podemos considerar que lo hemos perdonado.
Otro signo indudable de que el perdón ha sido otorgado es según Nicole Fabre: "la
recuperación de la actividad, que conduce al retorno de la movilidad en nuestra vida".
Recuerda que el perdón empieza por uno mismo.
¡Sonríe, agradece y abraza tu vida!
Sobre todo: ¡a despertar a la vida, gente! Para VIVIR.

Perdonar y pedir perdón


El perdón

Cuando nos hacen daño la reacción inmediata y lógica es ir contra quien nos lo hizo; pero esta
reacción lógica y natural tiene sus problemas. A corto plazo, tratas de impedir que el daño
continúes; pero si la acción sigue por mucho tiempo, te puedes ver reflejado en la siguiente
metáfora:

Cuando alguien te hace daño es como si te mordiera una serpiente. Las hay que tienen la boca
grande y hacen heridas inmensas. Una vez que te ha dejado de morder, curar una mordedura
así puede ser largo y difícil; pero cualquier herida se cierra finalmente. Pero el problema es
mucho peor si la serpiente es venenosa y, que aunque se ha ido, te deja un veneno dentro que
impide que la herida se cierre. Los venenos más comunes son el de la venganza, el del ojo por
ojo y el de buscar justicia y reparación por encima de todo. El veneno puede estar actuando
durante muchos años y, por eso, la herida no se cierra, el dolor no cesa durante todo ese
tiempo y tu vida pierde alegría, fuerza y energía.

Cada vez que piensas en la venganza, o la injusticia que te han hecho, la herida se abre y
duele, porque recuerdas el daño que te han hecho y el recuerdo del sufrimiento te lleva a
sentirlo de nuevo.
Sacar el veneno de tu cuerpo implica dejar de querer vengarse, en resumen, dejar de hacer
conductas destructivas hacia quien te mordió. Como te decía, solamente pensando en la
venganza el veneno se pone en marcha. Por eso, si quieres que la herida se cure, has de dejar
los pensamientos voluntarios de venganza hacia quien te hizo daño.
Indudablemente tendrás que procurar que la serpiente no te vuelva a morder; pero para eso no
tendrás que matarla, basta con evitarla o aprender a defenderte de ella o asegurarte de que lo
que ha ocurrido ha sido una acción excepcional que no se volverá a repetir.

El proceso de perdón no implica el abandono de la búsqueda de la justicia ni de dejar de


defender tus derechos, solamente se trata de no buscar en ello un desahogo emocional, que
implique que la búsqueda de la justicia se convierta en el centro de tus acciones y que dificulte
tu avance en otros de tus intereses, objetivos y valores.
Es una forma de presentar que el perdón es terapéutico, resaltando los procesos psicológicos
que subyacen y los beneficios personales que tiene ejercerlo. De esta forma, se ven los efectos
que tiene perdonar, dejando a un lado las connotaciones religiosas sociales, etc. que tiene la
palabra perdón y que pueden hacer difícil entender que puede ser un proceso terapéutico.
Perdonar es un elemento relativamente nuevo en la terapia, comienza a introducirse
tímidamente en los años 70; pero no es hasta los 90 cuando se empieza a considerar una
herramienta terapéutica a tener en cuenta (Wade y otros, 2008), aunque sus efectos positivos
en la persona son importantes.
Qué es el perdón

Hay consenso en considerar que perdonar consiste en un cambio de conductas destructivas


voluntarias dirigidas contra el que ha hecho el daño, por otras constructivas. (McCullough,
Worthington, y Rachal, 1997).

Algunos consideran que perdonar no solamente incluye que cesen las conductas dirigidas
contra el ofensor, sino que incluye la realización de conductas positivas (Wade y otros, 2008).
Como indica la metáfora anterior, es preciso dejar de pensar en las conductas destructivas;
pero dejar de pensar en algo voluntaria y conscientemente lo único que consigue es
incrementar su frecuencia (Wegner, 1994). En consecuencia, para perdonar, es preciso
comprometerse, por el propio interés, con el pensamiento de querer lo mejor para esa persona,
aunque sea solamente que recapacite y no vuelva a hacer daño a nadie o deseando que le
vaya bien en la vida, etc.

Si el proceso de perdón se hace adecuadamente, se modificarán en consecuencia, los


sentimientos hacia el ofensor. Aunque algunos autores consideran que son los sentimientos los
que originan las conductas, desde la terapia de aceptación y compromiso se parte de que los
pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones no condicionan obligatoriamente la
conducta y que lo importante es la modificación de la conducta, que finalmente llevará a un
cambio en los pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones. Por eso, perdonar no es
contingente con la reducción o cese total de los pensamientos o sentimientos “negativos”; no es
un estado afectivo o una condición emocional ni una colección de pensamientos y sentimientos;
perdonar es una conducta libremente elegida de compromiso y determinación (Zettle y Gird,
2008).

El perdón no es un acto único que se hace en un momento dado, es un proceso continuo que
se puede ir profundizando y completando a lo largo del tiempo. Por eso se dan varios niveles
de perdón (Case, 2005) que se pueden considerar como una serie de tareas que van
completando e incrementando el proceso hasta llegar al grado más completo de perdón. El
primer paso consiste en dejar de hacer conductas destructivas abiertas y explícitas (como
cesar de buscar venganza o justicia, quejarse a todo el mundo, etc.) o encubiertas e implícitas
(como desear conscientemente mal al agresor, rezar para que le pase algo malo, rumiar el
daño que se ha recibido, etc.). El segundo nivel es hacer conductas positivas hacia él.
Completando el perdón, si hay respuestas positivas por el perdonado, se puede llegar a
restaurar la confianza en el agresor.

El considerar que hay distintos niveles de perdón, implica que para entender realmente en qué
consiste el perdón terapéutico y hasta donde está dispuesto a llegar el paciente, sea necesario
explicar con detalle el proceso que se va a seguir para perdonar.

Qué no es el perdón

Debido a que perdón es una palabra muy cargada ideológicamente, proponer los pacientes que
realicen un proceso de perdón puede llevar a malos entendidos y por ello es necesario discutir
con ellos qué es y qué no es el perdón que se propone. Algunos de los puntos que puede ser
necesario aclarar son los siguientes:

El perdón no incluye obligatoriamente la reconciliación. Perdonar o pedir perdón son opciones


personales que no necesitan de la colaboración de la otra persona. Sin embargo, la
reconciliación es un proceso de dos. Por ejemplo, el perdón no supondrá nunca restaurar la
relación con alguien que con mucha probabilidad pueda volver a hacer daño.
El perdón no implica olvidar lo que ha pasado. El olvido es un proceso involuntario que se irá
dando, o no, en el tiempo. Solamente implica el cambio de conductas destructivas a positivas
hacia el ofensor, tal y como se ha indicado. Hay ideas erróneas asociadas con el perdón como
que si se perdona no se debe acordar o sentirse enfadado por lo ocurrido. Recordar algo es un
proceso automático que responde a estímulos que se pueden encontrar en cualquier parte y los
sentimientos que se tienen no se pueden modificar voluntariamente, las respuestas que damos
cuando tenemos esos sentimientos si pueden llegar a ser voluntarias. El perdón no supone
justificar la ofensa que se ha recibido ni minimizarla. La valoración del hecho será siempre
negativa e injustificable, aunque no se busque justicia o se desee venganza.

El perdón del que se trata tampoco supone obligatoriamente levantar la pena al ofensor y que
no sufra las consecuencias de sus actos. Para que se dé la reconciliación es preciso que el
ofensor realice una restitución del daño que ha causado, si es posible, o cumpla la pena que la
sociedad le imponga. El perdón consiste en que el que perdona deja de buscar activamente
que se haga justicia y es parco en las consecuencias que busca y, sobre todo, no intenta
obtener una descarga emocional junto con la justicia.

Perdonar no es síntoma de debilidad, porque no se trata de dar permiso al otro para que vuelva
a hacer daño, sino que se puede perdonar cuidando de que no nos hagan daño de nuevo.

El proceso de perdonar
Cuando perdonar

Si el daño que se ha recibido trasciende el hecho emocional de sentirse injustamente tratado y


lo único que se va a conseguir del otro es una compensación emocional, el perdón está
plenamente indicado. También, cuando la búsqueda de la reparación se ha convertido en el
centro de la vida del ofendido o interfiere con el seguimiento de otros valores, el perdón le
permitirá poner distancia emocional para tener en cuenta todos los valores que está dejando de
atender.
Hay que tener en cuenta que no se trata de ponerse en riesgo de que el daño se pueda volver
a repetir.
Primera etapa: análisis y reconocimiento del daño sufrido

El proceso comienza en la fase de análisis de lo ocurrido, incluyendo en ella el reconocimiento


del daño que se ha recibido. Es preciso reconocer que se ha recibido un daño que duele, y
aceptar ese dolor. Se hace de forma lo más objetiva posible, lo que va a permitir un
distanciamiento emocional y los primeros pasos para entender las motivaciones del ofensor; lo
que constituye un comienzo para construir una cierta empatía hacia el otro que está en la base
del perdón. También han de analizarse con detalle las circunstancias que han influido para
llevarle a hacernos daño, porque una atribución externa, inestable y específica del daño
contribuye al perdón (Hall y Fincham, 2006) frente a la atribución interna, estable y global que
lo dificulta.
Segunda etapa: elegir la opción de perdonar

El perdón para la víctima es una buena opción en cualquier caso. La metáfora del anzuelo que
sugiere Steven Hayes, indica de forma clara cómo el no perdonar a alguien nos coloca en una
situación permanente de sufrimiento y puede ayudar en este proceso:

Quien nos ha hecho daño nos ha clavado en un anzuelo que nos atraviesa las entrañas
haciéndonos sentir un gran dolor. Queremos darle lo que se merece, tenemos ganas de
hacerle sentir lo mismo y meterle a él en el mismo anzuelo, en un acto de justicia, que sufra lo
mismo que nosotros. Si nos esforzamos en clavarle a él en el anzuelo, lo haremos teniendo
muy presente el daño que nos ha hecho y cómo duele estar en el anzuelo donde él nos ha
metido. Mientras lo metemos, o lo intentamos, nos quedaremos dentro del anzuelo. Si
consiguiéramos meterle en el anzuelo, lo tendríamos entre nosotros y la punta, por lo que para
salir nosotros tendremos que sacarle a él antes.
Si salimos del anzuelo, tendremos cuidado de no estar muy cerca de él porque nos puede
volver a meter en el anzuelo y si alguna vez nos juntamos, tiene que ser con la confianza de
que no nos va a volver a hacer daño.

Pero no es la opción de no sufrir lo que justifica una elección, sino una opción basada en los
valores de la persona (Hayes y otros, 1999). Hay que tener en cuenta que se trata de valores
como los define la terapia de aceptación y compromiso, es decir, como consecuencias
deseadas a muy largo plazo, y no solamente como valores morales o éticos. Cuando hemos
dejado a un lado esos valores para centrarnos en la venganza y se le hemos dedicado tiempo y
recursos, pueden estar afectadas otras áreas de nuestra vida. Es en los valores afectados por
la concentración en vengarnos en los que tenemos que encontrar los motivos para elegir
perdonar.
Tercera etapa: aceptación del sufrimiento y de la rabia

El perdón no supone que se rechacen y esté mal tener sentimientos de rabia, de ira o deseos
de venganza, aunque a algunos pueda parecerles que el perdón lo implica (Wade y otros,
2008). El problema no está en tener esos sentimientos o pensamientos, sino en actuar
dejándose llevar por ellos en contra de los valores e intereses más importantes en ese
momento (Hayes y otros, 1999). La propuesta de la terapia de aceptación y compromiso
consiste en abrirse a sentir el sufrimiento, la rabia, la depresión y cualquier pensamiento,
sentimiento, sensación o emoción que surja asociado al daño recibido, sin ninguna defensa;
mientras nuestra acción sigue el compromiso con los valores que en ese momento sean más
relevantes (Hayes y otros, 2004).

Si se ha elegido la opción del perdón, para llevarlo a cabo es preciso aceptar, en el sentido
expuesto, los pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones. La aceptación es un
proceso que finalmente lleva al cambio; pero hay que tener en cuenta que su objetivo no es la
extinción del sufrimiento, sino el compromiso con los valores y el fortalecimiento de la acción
comprometida con ellos (véase por ejemplo, García Higuera, 2007).
Cuarta etapa: establecer estrategias para autoprotegerse

El perdón no implica la aceptación incondicional del peligro de que ocurra de nuevo el ataque.
En el análisis de lo ocurrido hay que incluir también la consideración de cómo los
comportamientos de la víctima que han podido permitir o favorecer la ofensa (Case, 2005).
Analizando lo que ha ocurrido, la víctima se puede dar cuenta de cuales eran los indicios que
indicaban el peligro, lo que le dará más posibilidades de evitarlo en el futuro.
Quinta etapa: una expresión explícita de perdón

La expresión explícita del perdón es un paso importante aunque algunos pacientes puedan
pensar que es solamente simbólico y vacío de contenido. Se pueden articular muchos ritos o
maneras hacerlo. Esta acción explícita no es el final del proceso de perdón, sino la
oficialización del inicio. Hay que tener en cuenta que es preciso volver a repetir el proceso
siempre que sea necesario, ya que el ofendido no está libre de que le aparezcan de nuevo los,
pensamientos, emociones, sensaciones y sentimientos asociados a la ofensa. Cada vez que
surjan de nuevo los pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones asociados a la
ofensa, se tienen que repetir los pasos que sean necesarios.

El proceso de pedir perdón

Pedir perdón es uno de los elementos fundamentales de muchas religiones movimientos


espirituales (Zettle y Gird, 2008); por ejemplo, en el cristianismo. Para los cristianos, Cristo vino
al mundo a perdonar los pecados de todos los hombres, ya estamos perdonados por Dios y
solamente hace falta pedir perdón. La petición de perdón la ha articulado la religión católica en
una serie de pasos dentro de la administración clásica del sacramento de la penitencia:
examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de la enmienda, decir los pecados al
confesor y cumplir la penitencia. Siguiendo esta pauta, el proceso de pedir perdón comenzaría
en una primera etapa de análisis de lo que ha pasado, de las circunstancias, motivos y
emociones que han concurrido en lo el daño que hemos hecho y de los efectos que ha
causado; para pedir realmente perdón tiene que haber un arrepentimiento que incluye un dolor
por el sufrimiento causado que no puede quedar solamente en palabras, sino que ha de
articularse en acciones comprendidas en un plan concreto que permitan que aquello no vuelva
a ocurrir y que restituyan el mal realizado.

Profundizando en esta línea y dejando a un lado las connotaciones ideológicas y religiosas del
perdón, desde un punto de vista terapéutico la petición de perdón se puede hacer siguiendo los
siguientes pasos:
Reconocer que lo que hizo causó daño u ofendió al otro

No es obvio que el que nos ha ofendido sea plenamente consciente del daño que ha hecho y
del sufrimiento que está teniendo su víctima (Case, 2005). El proceso de reconocerlo supone
un acercamiento profundo al otro, con comprensión y empatía, y un establecimiento de una
comunicación que no se basará en disculparse o evitar las consecuencias o el castigo por lo
que ha hecho. Esto permite al otro expresar su sufrimiento de forma plena. Este proceso es
positivo cuando se hace mientras se va informando al otro de lo ocurrido.
Sentir de verdad el dolor del otro

Para pedir perdón es preciso ser consciente de que se ha hecho un daño importante al otro.
Ponerse en su lugar y acercarse a sus sentimientos puede llegar a hacer sentir de verdad el
dolor del otro.
Analizar su propia conducta

Para el ofensor, saber cómo y por qué hizo lo que hizo es interesante en sí mismo. Compartir
ese conocimiento con la otra persona es un paso necesario para avanzar en el proceso de
pedir perdón y llegar a la reconciliación. Hay montones de razones por las que alguien decide
hacer algo que causa daño, ninguna será aceptable para la víctima. En consecuencia, no se
trata de encontrar excusas a sus actos, sino de establecer una base para poder realizar la
siguiente fase: elaborar un plan que impida que vuelva a ocurrir (Case, 2005).

Es preciso reconocer también el papel que han jugado las circunstancias, pero no para quitarse
culpas y echárselas a otros.
Definir un plan de acción para que no vuelva a ocurrir

Definir un plan de acción concreto para que nunca vuelva a ocurrir y compartirlo con el otro es
el siguiente paso para pedir perdón. El plan puede incluir acciones dirigidas a mejorar las
debilidades propias que han propiciado el daño realizado. Todo el plan ha de hacerse indicando
los objetivos operativos, el tiempo y los medios que se van a dedicar a conseguirlos. No se
trata de establecer solamente buenas intenciones, las acciones han de ser concretas y se han
de establecer los tiempos y los recursos necesarios para hacerlas. En resumen, es preciso
comprometerse con llevar a cabo el plan.
Pedir perdón explícitamente al otro.

Los pasos anteriores han de se compartidos con el otro y han de comunicársele para que la
petición de perdón sea explícita y llegue al otro, mostrando que no son palabras vanas, sino
que están articuladas en un plan y en un compromiso de lucha por la relación.

Realizar un acto simbólico en el que se pida perdón al ofendido es importante para que el
perdón quede muy claro.
Restituir el daño causado

Siempre que sea posible, es preciso restituir el daño causado. No sería de recibo pedir perdón
y quedarse con las ventajas que se han obtenido de la ofensa.
Ayudas bíblicas para el perdón
Desde la experiencia del encuentro con el Jesús de los Evangelios, como la mujer adúltera,
Zaqueo y muchos más, puedo decir: Dios me acepta como soy, no me condena. Y es esta
aceptación incondicional e inmerecida la que nos hace amar nuevamente.
Aunque el tema del perdón en la Biblia abarcaría muchos artículos quiero mencionar algunas
características que pueden ayudar en el perdón a uno mismo y a los demás:
 Uno de los títulos más hermosos de dios en la Biblia es “El Dios de los perdones” que aparece
en Nehemías 9, 17.
 El pueblo de Israel experimentó que Dios persona y es fiel Ex 34, 6-7.
 Por muchas que sean las infidelidades Dios perdona: Dn 9, 4-19; Sap 11, 23-26 porque no
quiere que el pecador muera sino que se convierta y viva Ez 18, 21-23.
 El Nuevo Testamento nos presenta al mismo Jesús perdonando sin limitaciones: Lc 5, 20-24; y,
47-50; 23,34. mandando a sus discípulos que perdonen con total generosidad Mt 6, 14 y
concediendo a la Iglesia el poder de perdonar Mt 18, 18; Jn. 20,23.
 Dios no hace valer sus propios derechos. Cuando exige algunos derechos son los de los
indefensos, el extranjero, la viuda, el huérfano...
 Necesitamos la experiencia de la misericordia y del perdón para poder perdonar Lc 7, 41. en
este pasaje el amor de la pecadora surge como respuesta a un perdón inmerecido, no de un
perfeccionismo que lucha por merecer el perdón. La otra lectura (amar para ser perdonada) es
fruto de la cultura de “nada es gratis, gánatelo, merécelo, trabaja primero”, o desde la
vergüenza o indignidad.
 Jesús reconoce y rechaza el pecado pero no condena al pecador Jn. 8, 1ss. Distingue entre la
dignidad de la persona y su conducta. No apaga la vela que aún humea...

Perdona a tu hermano

Del santo Evangelio según san Mateo 5, 20-26

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Les aseguro que si su justicia no es mayor que la
de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el reino de los cielos. Han oído
ustedes que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero
yo les digo: todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que
insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado
al fuego del lugar del castigo. Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te
acuerdas allí mismo que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y
ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda. Arréglate
pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el
juez al policía y te metan a la cárcel. Te aseguro de que no saldrás de ahí hasta que hayas
pagado el último centavo".

Oración introductoria

Señor, quiero tomar conciencia de la cercanía que Tú tienes conmigo, para que pueda valorar
lo que Tú haces por mí.Señor, Tú me has perdonado muchas veces. Concédeme verlo y
palparlo, para que, siguiendo tu ejemplo, mi corazón perdone y ame a los que me hieran de
alguna forma.
Petición

Señor, que me dé cuenta de que soy un cristiano necesitado de tu gracia y de amor.

Meditación del Papa

El evangelista san Mateo, siempre atento al nexo entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, en
este momento pone en los labios de Jesús la profecía de Oseas: «Id y aprended lo que
significa: "Misericordia quiero y no sacrificios"».

Es tal la importancia de esta expresión del profeta, que el Señor la cita nuevamente en otro
contexto, a propósito de la observancia del sábado (cf. Mt 12, 1-8). También en este caso,
Jesús asume la responsabilidad de la interpretación del precepto, revelándose como "Señor"
de las mismas instituciones legales. Dirigiéndose a los fariseos, añade: «Si comprendierais lo
que significa: "Misericordia quiero y no sacrificios", no condenaríais a personas sin culpa» (Mt
12, 7). Por tanto, Jesús, el Verbo hecho hombre, "se reconoció", por decirlo así, plenamente en
este oráculo de Oseas; lo hizo suyo con todo el corazón y lo realizó con su comportamiento,
incluso a costa de herir la susceptibilidad de los jefes de su pueblo. Esta palabra de Dios nos
ha llegado, a través de los Evangelios, como una de las síntesis de todo el mensaje cristiano: la
verdadera religión consiste en el amor a Dios y al prójimo. Esto es lo que da valor al culto y a la
práctica de los preceptos. (Benedicto XVI, Ángelus, 8 de junio de 2008)

Reflexión

Cristo nos plantea un punto de partida: "Si su justicia no es mayor que la de los escribas y
fariseos, no podrán entrar en el reino de los cielos". Nos pone este punto, porque sabía que
ellos no estaban del todo mal, pues intentaban seguir a la perfección los preceptos de la
ley;sólo que olvidaban una cosa, lo que Dios había dicho: "Misericordia quiero y no sacrificios".

Esto era lo que no entendían ellos,e incluso hoy en día, muchas veces nos cuesta entender
que el primer medio de alabanza a Dios pasa por medio del perdón, de la reconciliación y del
amor. Nosotros, como cristianos, estamos llamados a ser transmisores del amor que Dios ha
tenido a la humanidad.

Cuando vayas de camino con tu adversario arréglate pronto, no sea que te entregue....Con el
paso del tiempo, nos acercamos cada vez más al final de nuestra vida, y, querámoslo o no,
tendremos que presentar cuentas a nuestro Juez. ¿Por qué no nos esforzamos desde ahora
por arreglarnoscon la persona que nos ha hecho -o a la que le hemos hecho- mal, que no nos
cae muy bien y a la que solemos criticar? Y en vez de presentarnos con un enemigo aquel día,
ganemos amigos que sean nuestros abogados, para la hora de este momento.

El mensaje de este evangelio es un mensaje de paz y de amor. ¡Cuánta paz alcanza un


hombre que no está enemistado con otro! Paz que no es ausencia de guerra sino que es
presencia de Dios, presencia de Amor.

La luz de un nuevo día, las flores que despiertan, el murmullo del viento que roza nuestra
ventana, nos enseña cuán grande y bello es el creador de todo. Y lo hizo para mí. Y lo hizo
para mi hermano. Y lo hizo, también, para aquel con el que estoy enemistado. Y lo habría
hecho igual aunque sólo fuera yo el único habitante de este mundo, aunque fuera el otro el
único habitante de este mundo. Si Dios, que es Padre, nos da esto, cuanto más nosotros
debemos dar lo mejor de nosotros mismos a los demás, aun siendo el otro.

Jesús da un nuevo sentido a la ley rabínica, un nuevo sentido a nuestro modo de pensar; no
matarás decía la antigua ley, Cristo dice: no te enfades con tu hermano, perdona. A veces es
difícil perdonar, pero tenemos el ejemplo de Cristo que nos perdona todo, si se lo pedimos; que
perdona a cualquier pecador si, en su corazón, se arrepiente.

Hoy podemos aprender una nueva cosa: amar. Amar nunca se aprende totalmente. "El amor
que no se practica se seca", dicen. Hoy es el día oportuno para volver a regar esa planta del
amor. Esa planta que es la rosa más preciosa del Jardín de Dios.
Propósito

Rezar un Ave María por aquellas personas que nos han ofendido y pedir a Dios la gracia de
perdonar de corazón.

Diálogo con Cristo

Jesús,Tú me conoces muy bien y sabes cuánto quiero agradarte, pero también conoces cuán
débil soy y que tengo muchas caídas a pesar de mis luchas. Ayúdame, por eso, Señor, a
esforzarme por agradarte más, sirviendo a los hombres, quienes son tus hijos y mis hermanos.
Quiero practicar cada día más la caridad, virtud principal de tu corazón. Ayúdame como
cristiano a ser faro del amor. Pues sólo así seré reconocido como discípulo tuyo

“Reconcíliate primero con tu hermano”

I. Mateo 5:22, “Pero yo os digo que todo el que se enoja con su hermano será culpable en el
juicio. Cualquiera que le llama a su hermano 'necio' será culpable ante el Sanedrín; y
cualquiera que le llama 'fatuo' será expuesto al infierno de fuego.
El hermano enojado es capaz de usar lenguaje abusivo (“necio, fatuo”, etc.). Mata con
palabras. Prov. 12:18, “Las palabras de algunos son como estocadas de espada”.
1 Jn. 3:15, “Todo aquel que odia a su hermano es homicida”.

II. Mateo 5:23, 24, “Por tanto, si has traído tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu
hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve, reconcíliate primero con
tu hermano, y entonces vuelve y ofrece tu ofrenda”.
Sin duda, de todos los mandamientos de la Biblia, este es uno de los más ignorados y
descuidados, como si no estuviera en la Biblia.
El propósito principal de ofrecer sacrificios y ofrendas a Dios es para reconciliarnos con El.
2 Cor. 5:20, “en nombre de Cristo os rogamos: ¡Reconciliaos con Dios!”
Pero antes de poder reconciliarnos con Dios tenemos que reconciliarnos con el hermano,
porque Dios no acepta el servicio de su hijo que tenga enojo, malicia, amargura en el corazón y
esté distanciado de su hermano.
Nuestra relación con Dios depende de nuestra relación con el hermano. 1 Jn. 4:20, “Si
alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama
a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto.
Desde luego, todos decimos, “Yo sí amo a mis hermanos”, pero si alguien dice, “Pero yo no
aguanto al hermano Fulano y ni siquiera tengo ganas de saludarle bien”, ¿esto es amor?
Esto nos recuerda de 1 Ped. 3:7, “vosotros, maridos, igualmente, convivid de manera
comprensiva {con vuestras mujeres,} como con un vaso más frágil, puesto que es mujer,
dándole honor como a coheredera de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no sean
estorbadas.
Es pensamiento alarmante que Dios no aceptara nuestra adoración. Como dice Amós 5:22,
“Aunque me ofrezcáis holocaustos y vuestras ofrendas de grano, no los aceptaré”.
Sal. 51:17, “Los sacrificios de Dios son el espíritu contrito; al corazón contrito y humillado,
oh Dios, no despreciarás”.
En este caso de Mat.5:23, 24, me acerco a Dios para adorar pero me acuerdo que yo he
ofendido a mi hermano; él tiene algo contra mí y debo buscarlo para reconciliarme con mi
hermano.
Porque Dios no acepta la adoración de hermanos peleados (enajenados, distanciados).
¡Hay que poner lo primero primero!

III. “Anda, reconcíliate…”


Jesús no dice, “Espera hasta que tu hermano venga a ti”, sino “anda, reconcíliate con tu
hermano”. Debe tomar la iniciativa. Debe buscar a su hermano ofendido y buscar la
reconciliación con él.
El pecado que nos separa del hermano también nos separa de Dios. Isa. 59:1, 2. Muchos
de estos pecados contra Dios eran injusticias contra sus hermanos.
Pero ¿cuántos miembros ofrecen culto a Dios semana tras semana sin obedecer este
mandamiento? Llegan a la asamblea, cantan, oran, toman la cena, ofrendan, sabiendo que hay
miembros que tienen algo contra ellos. A duras penas les saludan a ciertos hermanos, pero
ofrecen su adoración a Dios como si estuvieran en perfecta paz. Dios no se engaña.

IV. Mateo 18:15-17, “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve, amonéstale a solas entre tú y
Él. Si Él te escucha, has ganado a tu hermano. 16 Pero si no escucha, toma aún contigo uno o
dos, para que todo asunto conste según la boca de dos o tres testigos. 17 Y si Él no les hace
caso a ellos, dilo a la iglesia; y si no hace caso a la iglesia, tenlo por gentil y publicano.
“Por tanto” – se conecta con los versículos anteriores que hablan de la oveja descarriada
porque todo hermano que peque es oveja descarriada y debemos tener corazón de pastor para
rescatarlo.
“Si tu hermano peca contra ti”. En Mat. 5:23, 24, uno es el ofensor y el hermano es el
ofendido. En este texto el hermano es el ofensor y uno es el ofendido.
En los dos casos, si uno es el ofensor o si es el ofendido, Jesús nos dice, “vé tu”, “anda tú”;
o sea, en los dos caso uno debe tomar la iniciativa para buscar al hermano para reconciliarse
con él.
¿Y el otro? Desde luego, lo mismo se aplica a él. En los dos casos él debe “ir”; o sea, los
dos deberían encontrarse en el camino, cada uno buscando al otro.
“Ve” – Aquí está el orden divino y es preciso – indispensable – que lo observemos. “Ve”. El
pastor no espera que la oveja regrese a él, sino que sale a buscar la oveja descarriada;
Entonces “ve” en lugar de esperar hasta que él venga a ti, aunque es cierto que él también
tiene la misma obligación de ir y buscar a su hermano (Mat. 5:23, 24).
“Ve” en lugar de hablar de él a otros, y cada vez exagerando la ofensa, para crear un
partido de simpatizadores a favor de usted y en contra del hermano.
Aquí cabe Sant. 3:5, “Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de
grandes cosas. ¡Mirad cómo un fuego tan pequeño incendia un bosque tan grande!”
Aun la ley de Moisés. Lev. 19:17, 18 enseñó sobre esto: “'No aborrecerás en tu corazón a
tu hermano. Ciertamente amonestarás a tu prójimo, para que no cargues con pecado a causa
de Él. 'No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo. Más bien, amarás a tu
prójimo como a ti mismo. Yo, Jehová”.

V. Luc. 17:3, 4, “Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se
arrepiente, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti,
diciendo: Me arrepiento, perdónale”.
“Ve” en lugar de murmurar contra él (Sant. 4:11) o quejarse de él (Sant. 5:9) y en lugar de
contarlo a todo el mundo, menos a él.
Mat. 18:15, “estando tú y él solos”. Esta es una de las enseñanzas más importantes para
nuestra relación con hermanos. Es una enseñanza completamente razonable, lógica y sana,
pero lamentablemente es una de las enseñanzas más descuidadas e ignoradas.
Pero hay miembros que no quieren obedecerlo. No les gusta. Mejor quejarse, murmurar o
dejar la congregación para escapar del problema.
¿Por qué? Porque no aman al hermano. No tienen el valor necesario para hacerlo porque
piensan que al hermano que debe ser exhortado no le va a gustar la exhortación y que, por
eso, habrá reacción negativa y que todo será desagradable.
Pero se siente ofendido y tiene quejas contra el hermano y por eso, desparrama el asunto
por toda la iglesia. En tal caso este hermano, al igual que el otro, está mal. Es pecado
desobedecer a Cristo, sea en cuanto al bautismo, la cena, nuevas nupcias o en este asunto.
El resultado es que hay mucha inquietud en la iglesia. Se forman partidos y hay mucha
murmuración. Es como una llaga con mucha infección. Causa tropiezos para nuevos miembros
y para visitantes. Hacen burla los visitantes diciendo, “Somos mejores que los miembros”.

VI. “Has ganado a tu hermano”.


Sí, es muy posible, pero el problema es que muchas veces parece que eso no es el deseo
de la persona ofendida. No quiere reconciliación. Sólo quiere quejarse y denunciar al hermano.
Quiere seguir semana tras semana, mes tras mes, alimentando su odio, orgullo y
resentimientos.
Rom. 13:14, “vestíos del Señor Jesucristo y no proveáis para los deseos de la carne”. La
carne tiene un apetito tremendo y el guardar resentimientos y mal humor hacia hermanos es
puro deleite para la carne. Es sabroso como un bistec. Satisface como un refresco helado en
día caliente.
Gál. 6:1, “Hermanos, aun si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois
espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú
también seas tentado”. Pero ¿es esto lo que queremos? ¿O nos da más satisfacción mantener
la relación de enemistad y distanciamiento?
Este plan divino es perfecto. Es un plan que funciona. Inmediatamente después de la
ofensa, ir a solas con su hermano, y aunque hable con toda franqueza, hable también con
amor, con humildad y mansedumbre con el sincero deseo de resolver el problema y tener paz.
En la gran mayoría de los casos esto da buenos resultados. Pero el problema es que
muchos simplemente no quieren buenos resultados.

VII. Si el hermano acepta su falta y pide perdón lo perdonamos.


La Biblia no habla de razón alguna para no perdonar. No hay alternativa alguna. Los que
rehúsen perdonar están sin Biblia y por eso no pueden encontrar apoyo alguno.
Si el hermano pide perdón, no somos Dios para decir que este hermano no es sincero y
que cuando pide perdón sus palabras son mentiras huecas, que se ha arrepentido y confesado
faltas en el pasado y por eso no hay que tomar en serio lo que dice y no hay que perdonar.
Si el hermano pide perdón, hay un solo curso de acción para nosotros: perdonarle.
Si yo digo, “Pero yo sé que no es sincero, yo sé que no va a cambiar”, esto simplemente no
es cierto. Yo no sé tal cosa. Yo sí sé lo que ha ocurrido en el pasado, pero no sé lo que pasará
en el futuro, sólo Dios sabe eso.
A veces la persona ofendida dice como me dijo hace tiempo una hermana de Weslaco,
Texas, “Pero usted no entiende. No sabe lo que este hermano ha hecho. No sabe cómo me ha
ofendido”. Tales personas entienden la enseñanza de Jesús pero creen que su caso es
diferente, es excepcional, y que por eso la enseñanza de Jesús no tiene aplicación en el caso
suyo.
O dicen “sí yo estoy dispuesto a perdonarle, pero después de seis meses o un año cuando
haya dado plena prueba de haber cambiado”; es decir, lo estoy poniendo bajo “prueba”.
En ese caso supongo que el hermano se hace a sí mismo como oficial y el hermano bajo
prueba debe reportar a su oficial cada mes para dar evidencia de su buen comportamiento. Y si
no es culpable de haber fallado la prueba, entonces después de seis meses o un año le
perdona.
El único problema con esto es que no hay Biblia para apoyar tal conducta. No hay texto
alguno. ¿Saben por qué? Porque el hermano ofendido no es Dios para conocer el corazón del
hermano que pida perdón.
Si mi hermano me pide perdón yo tengo una sola opción: perdonarle. De otro modo, estoy
cerrando la ventana del cielo en mi propia cara porque Dios no me perdona a mí si no perdono
a mi hermano.
Pero entonces se pregunta, ¿Cuántas veces debo perdonarle? Bueno, ¿cuántas veces le
ha perdonado Dios? ¿No pedimos perdón cada vez que oremos a Dios? ¿Aun aquí en los
servicios? ¿Estamos en serio o estamos nada más diciendo palabras? ¿Estamos jugando con
Dios cuando pedimos que nos perdone?
Mat. 18:21, 22, “Entonces Pedro se acercó y le dijo: --Señor, ¿cuántas veces pecará mi
hermano contra mí y yo le perdonaré? ¿Hasta siete veces? Jesús le dijo: --No te digo hasta
siete, sino hasta setenta veces siete”.
Si pedimos perdón cada día del año, 490 veces sería como por un año y poco más de
cuatro meses. Un año es 365 días y 125 días son más de cuatro meses más.
¿Cuántos han perdonado a su hermano 490 veces? Pero Dios nos ha perdonado mucho
más de las 490 veces porque eso sería apenas durante un año y cuatro meses.
La enseñanza sencilla es que el perdonar no tiene límite, como no queremos que Dios nos
ponga límite a las veces que El nos perdona.
Entonces, después de perdonar al hermano, si en el futuro él repite la ofensa, desde luego,
le puedo exhortar porque debe hacer “obras dignas de arrepentimiento” (Hech. 26:20). Pero si
vuelve a pedir perdón, yo tengo una sola opción: perdonarle de corazón.
Si él no es sincero, Dios lo sabrá pero a mi no me toca juzgar su corazón. Yo no soy Dios
para hacer eso.

VIII. “Si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos para que en boca de dos o tres testigos
conste toda palabra”.
Desde luego, deben ser hermanos imparciales, hermanos neutrales, que escucharán
objetivamente la acusación y la defensa.
1 Tim. 5:20, 21, “A los que continúan pecando, repréndelos delante de todos para que los
otros tengan temor. 21 Requiero solemnemente delante de Dios y de Cristo Jesús y de sus
ángeles escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicio, no haciendo nada con parcialidad”.
Estos testigos le exhortan también porque el propósito principal de llevar testigos es que
esto preste más fuerza al intento de restaurar al hermano.

IX. “Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia”.


Pero este paso no es el primero sino el tercero. La iglesia no debe ser cargada con
resolver problemas entre dos hermanos. Éstos deben tener el amor y el valor para resolver su
propio problema.
Casos de ofensa personal deben llegar a la iglesia solamente después de los primeros dos
pasos. Esto significa que los primeros dos pasos han fallado y que el hermano que pecó es
rebelde y obstinado y ha rechazado los esfuerzos del hermano ofendido y sus testigos.
Muchas veces este orden de Dios no es respetado. La iglesia investiga y examina casos de
hermanos peleados cuando el ofendido no obedeció Mat. 18:15 y 16. En tal caso los dos están
mal, tanto el que pecó contra su hermano y también el hermano ofendido por no obedecer Mat.
18:15, 16.

Conclusión.
Obedezcamos Mat. 5:23, 24; 18:15-17. Afecta la adoración (el culto). Si no obedecemos
esto, es un estorbo para la iglesia. El problema se desparrama.
Causa murmuración. Produce partidos. Provoca otras ofensas. A veces involucra miembros
de otras congregaciones.
Seamos pacificadores (Mat. 5:9). Busquemos la unidad por la cual Jesús oró (Jn. 17:21,
23). “Permanezca el amor fraternal” (Heb. 13:1).

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