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El altar de muertos es una construcción simbólica resultado del sincretismo de las ideologías
prehispánicas, la cosmovisión endémica de las culturas mesoamericanas y las creencias religiosas
europeas de carácter abrahámico traídas por los conquistadores y misioneros españoles
encomendados a la colonización y conversión de los pueblos nativos del actual territorio mexicano.
Las creencias mesoamericanas sincréticas, para rendir tributo a los antepasados familiares, a los
difuntos cercanos o a personajes importantes.
Altares de dos niveles: son una representación de la división del cielo y la tierra, y representan
los frutos de la tierra y las bondades de los cielos, como la lluvia.
Altares de 7 niveles: son los más convencionales, y representan los siete niveles que debe
atravesar el alma para poder llegar al descanso o paz espiritual. Según la práctica otomí, los siete
escalones representan los siete pecados capitales. Se asocia el número siete con el número de
destinos que, según la cultura mexica, existían para los diferentes tipos de muerte, cabe destacar
que algunos de los destinos se mantienen presentes de una u otra forma en la tradición actual, un
ejemplo de esto es el 28 de octubre donde la tradición marca que aquellos que murieron de forma
violenta, repentina o accidental regresan con sus familias así como las almas solitarias que ya no
tienen parientes que los recuerden.
En diferentes culturas, particularmente entre los mexicas, se creía que existía un proceso para
nacer y otro para morir: cuando el alma abandona el cuerpo físico, debe pasar por una serie de
pruebas o dimensiones, para llegar al ansiado descanso. En la cosmovisión mexica, el alma de una
persona debe pasar ocho niveles en el Mictlán (el inframundo de quienes mueren por causas
naturales), y cada uno representa una prueba para llegar al noveno nivel, en el que se llega ante
Mictlantecuhtli y su esposa Mictecacíhuatl, con lo que se alcanza el descanso eterno. El dios azteca
Xólotl era el psicopompo de las almas en el camino.