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El dragón, el hechicero, la princesa y el rey del castillo

Érase una vez, en un reino lejano, un rey que vivía en un gran castillo rodeado de montañas. El
rey tenía una hermosa reina y una hija, la princesa, que era la alegría de sus ojos. El rey era
justo y bondadoso, y su pueblo lo quería mucho.
Un día, el rey recibió la visita de un hechicero que venía de otro reino. El hechicero le dijo al
rey que había venido a ofrecerle un regalo: un espejo mágico que podía mostrarle cualquier
cosa que deseara. El rey, intrigado, aceptó el regalo y lo colocó en su habitación.
El hechicero, sin embargo, tenía malas intenciones. En realidad, el espejo era una trampa para
el rey. Cada vez que el rey miraba el espejo, el hechicero podía ver lo que él veía y escuchar lo
que él pensaba. Así, el hechicero fue conociendo los secretos del rey y sus debilidades.
Un día, el hechicero decidió poner en marcha su plan malvado. Usando su magia, liberó a un
terrible dragón que dormía en las profundidades del lago cercano al castillo. El dragón salió del
agua y se dirigió al castillo, lanzando llamas por su boca.
El rey, al ver el peligro, ordenó a sus soldados que se prepararan para defender el castillo. Pero
el hechicero había previsto esto y había lanzado un hechizo sobre los soldados para que se
volvieran contra el rey. Los soldados traicionaron al rey y abrieron las puertas del castillo al
dragón.
El dragón entró en el castillo y empezó a destruir todo a su paso. El rey, la reina y la princesa se
refugiaron en la torre más alta del castillo, esperando un milagro.
Pero no todo estaba perdido. En el bosque cercano al lago vivía una hada que era amiga del
reino. El hada se enteró de lo que estaba pasando y decidió ayudar al rey y a su familia. El hada
voló hasta el castillo y se encontró con la princesa en la torre.
- No temas, princesa -le dijo el hada-. Estoy aquí para salvarte. Tienes que escapar del castillo
conmigo. Yo te llevaré a un lugar seguro.
- ¿Y mis padres? -preguntó la princesa.
- Ellos también estarán a salvo -le aseguró el hada-. Pero tenemos que darnos prisa. El dragón
está subiendo por las escaleras.
El hada tomó de la mano a la princesa y la llevó por la ventana. Juntas volaron por el aire,
esquivando las llamas del dragón.
- ¿A dónde me llevas? -preguntó la princesa.
- A la casa de una amiga -respondió el hada-. Ella es una herrera que vive en las montañas. Ella
te protegerá y te enseñará a luchar. Algún día volverás a tu reino y derrotarás al hechicero y al
dragón.
- ¿De verdad? -preguntó la princesa con esperanza.
- De verdad -confirmó el hada con una sonrisa-.
Y así comenzó la aventura de la princesa, que se convertiría en una valiente guerrera y en la
salvadora de su reino.
La princesa y el hada llegaron a la casa de la herrera, que las recibió con alegría. La herrera era
una mujer fuerte y valiente, que había aprendido el oficio de su padre. Ella fabricaba armas y
armaduras para los guerreros que defendían el reino.
- Bienvenidas, amigas -les dijo la herrera-. Pasad, estáis a salvo aquí.
- Gracias, herrera -dijo el hada-. Te presento a la princesa, la hija del rey.
- ¿La princesa? -se sorprendió la herrera-. ¿Qué ha pasado?
- El reino ha sido atacado por un hechicero y un dragón -explicó el hada-. El rey y la reina están
prisioneros en el castillo. Los soldados han sido hechizados y se han vuelto contra el rey. La
princesa ha escapado conmigo.
- ¡Qué horror! -exclamó la herrera-. ¿Qué podemos hacer?
- Necesitamos prepararnos para luchar -dijo el hada-. La princesa es la única esperanza del
reino. Ella tiene que aprender a usar las armas y la magia.
- Yo puedo enseñarle a usar las armas -dijo la herrera-. Tengo una espada especial que hice
para ella. Es de acero valyrio, el mejor metal que existe. Puede cortar cualquier cosa, incluso
las escamas del dragón.
- Y yo puedo enseñarle a usar la magia -dijo el hada-. Tengo un libro de hechizos que contiene
los secretos de la naturaleza. Puede invocar los elementos, como el fuego, el agua, el aire y la
tierra.
- ¿Estás dispuesta a aprender, princesa? -le preguntaron al unísono.
- Sí, estoy dispuesta -respondió la princesa con determinación-. Haré lo que sea necesario para
salvar a mis padres y a mi pueblo.
Así comenzó el entrenamiento de la princesa. Durante meses, se esforzó por dominar las
armas y la magia. La herrera le enseñó a manejar la espada con destreza y agilidad. El hada le
enseñó a conjurar los hechizos con sabiduría y poder.
Un día, la princesa se sintió lista para enfrentarse al hechicero y al dragón. Se despidió de la
herrera y del hada, que le dieron sus bendiciones y sus consejos.
- Recuerda, princesa -le dijo la herrera-. La espada es tu aliada, pero también tu
responsabilidad. Úsala con honor y justicia.
- Recuerda, princesa -le dijo el hada-. La magia es tu don, pero también tu prueba. Úsala con
bondad y equilibrio.
La princesa asintió con gratitud y partió hacia el castillo con su espada y su libro de hechizos. El
hada la acompañó volando a su lado.
Cuando llegaron al castillo, vieron que estaba rodeado por los soldados traidores. La princesa
se acercó sigilosamente y les lanzó un hechizo de sueño. Los soldados cayeron dormidos al
instante.
La princesa entró en el castillo y se dirigió a la torre donde estaban sus padres. Allí se encontró
con el hechicero, que estaba frente al espejo mágico.
- ¡Hola, princesa! -la saludó el hechicero con una sonrisa maliciosa-. Veo que has venido a
rescatar a tus padres. Qué valiente de tu parte.
- Déjalos ir, hechicero -exigió la princesa-. No te temo. Tengo una espada de acero valyrio y un
libro de hechizos.
- ¿Ah, sí? -se burló el hechicero-. Pues yo tengo algo mejor: un dragón.
El hechicero chasqueó los dedos y el dragón apareció detrás de él. El dragón rugió y escupió
fuego hacia la princesa.
La princesa esquivó el fuego y sacó su espada. Se lanzó hacia el dragón y le clavó la espada en
el pecho. El dragón soltó un alarido de dolor y cayó al suelo.
El hechicero se quedó atónito. No podía creer que la princesa hubiera vencido al dragón.
- ¡Imposible! -gritó el hechicero-. ¡Nadie puede matar a mi dragón!
- Yo puedo -dijo la princesa con orgullo-. Y ahora te toca a ti.
La princesa se acercó al hechicero y le apuntó con la espada. El hechicero retrocedió hasta
chocar con el espejo.
- Por favor, no me mates -suplicó el hechicero-. Te lo ruego, ten piedad.
- ¿Piedad? -repitió la princesa-. ¿La misma piedad que tuviste tú con mi reino? ¿La misma
piedad que tuviste tú con mis padres?
La princesa miró a sus padres, que estaban atados y amordazados. Ellos le hicieron una señal
con los ojos para que no matara al hechicero.
La princesa entendió el mensaje. Recordó las palabras de la herrera y del hada. Recordó que la
espada era su responsabilidad y la magia su prueba. Recordó que debía usarlas con honor,
justicia, bondad y equilibrio.
La princesa bajó la espada y le dijo al hechicero:
- No te voy a matar, hechicero. Te voy a perdonar. Pero a cambio, tendrás que romper el
hechizo que has lanzado sobre los soldados y devolver la paz al reino.
- ¿De verdad me perdonas? -preguntó el hechicero con incredulidad.
- De verdad -afirmó la princesa con sinceridad-.
El hechicero se sintió conmovido por el gesto de la princesa. Se dio cuenta de que había sido
malo y cruel. Se arrepintió de sus actos y aceptó la propuesta de la princesa.
El hechicero rompió el hechizo que había lanzado sobre los soldados y les devolvió la lealtad al
rey. Luego, ayudó a la princesa a liberar a sus padres.
El rey y la reina abrazaron a su hija con amor y orgullo. Le dieron las gracias por haberlos
salvado y por haber restaurado el orden en el reino.
El rey le ofreció al hechicero una oportunidad de redimirse. Le dijo que podía quedarse en el
castillo como su consejero, siempre y cuando usara su magia para el bien.
El hechicero aceptó la oferta del rey y le prometió que sería fiel y honesto.
El hechicero se convirtió en un buen amigo de la princesa. Le enseñó más sobre la magia y le
ayudó a mejorar sus habilidades.
La princesa también se hizo amiga de otros jóvenes del reino. Entre ellos había un príncipe de
un reino vecino, que había venido a visitar al rey. El príncipe se llamaba Leo y era valiente,
inteligente y guapo.
La princesa y el príncipe se gustaron desde el primer momento. Pasaban mucho tiempo juntos,
paseando por el bosque, montando a caballo o jugando al ajedrez.
Un día, el príncipe le confesó a la princesa que estaba enamorado de ella. La princesa le dijo
que ella también lo estaba de él.
El príncipe le pidió a la princesa que se casara con él. La princesa aceptó con alegría.
El príncipe le pidió al rey su bendición para el matrimonio. El rey se alegró por su hija y por el
príncipe. Les dio su bendición y les anunció que prepararía una gran boda.
La boda se celebró con gran pompa y esplendor. Todos los habitantes del reino fueron
invitados a la fiesta. También vinieron los padres del príncipe, el rey y la reina de su reino, que
eran muy amables y generosos.
La herrera y el hada también asistieron a la boda. La herrera le regaló a la princesa una
diadema de plata con una gema azul en el centro. El hada le regaló al príncipe un anillo de oro
con un rubí rojo en el centro.
La princesa y el príncipe se pusieron los regalos y se miraron con amor. Se dieron el sí quiero y
se besaron.
Todos los presentes aplaudieron y vitorearon a los novios. Hubo música, baile, comida y bebida.
Fue una fiesta inolvidable.
La princesa y el príncipe vivieron felices para siempre en el castillo del rey. Tuvieron muchos
hijos y los educaron con amor y sabiduría.
Y así termina la historia de la princesa, que se convirtió en una valiente guerrera, en una
salvadora de su reino y en una feliz esposa.

La moraleja de esta historia es que el bien triunfa sobre el mal, que el amor es más fuerte que
el odio y que la sabiduría y la compasión son las mejores armas. También nos enseña que
debemos perdonar a nuestros enemigos y darles una segunda oportunidad. Y que nunca
debemos rendirnos ante las dificultades, sino luchar por nuestros sueños.

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