Está en la página 1de 2

EL CEREBRO HUMANO NO BUSCA LA VERDAD: UNA

EXPLICACIÓN CIENTÍFICA A POR QUÉ MENTIMOS

El cerebro humano es una maravilla de la naturaleza. Ha sido capaz de llevarnos a la Luna, y no tardará mucho en hacerlo a Marte.

La humanidad ha conseguido explorar los confines del mundo, del sistema solar, del universo, y entenderlos en profundidad. Sí, el

cerebro humano es prodigioso. Pero no es perfecto.

Artículo

Manuel Martin-Loeches Garrido

07

El cerebro humano no busca


la verdad, lo que busca es
quedar bien. Su estudio nos
ha llevado a los expertos a
conclusiones que incomodan,
pero ayudan a entendernos
mejor a nosotros mismos .

Toda la verdad (o no)

El cerebro humano es una


maravilla de la naturaleza.
Ha sido capaz de llevarnos a
la Luna, y no tardará mucho
en hacerlo a Marte. La
humanidad ha conseguido
explorar los confines del
mundo, del sistema solar, del universo, y entenderlos en profundidad. Sí, el cerebro humano es
prodigioso. Es, sin duda, lo que nos convierte en la especie más inteligente del planeta. Pero no es
perfecto. Es el mismo cerebro que, cuando fabrica aviones tan grandes como el Airbus A380, con una
capacidad para más de 500 pasajeros y una ingeniería exquisita, omite el número 13 de la fila de butacas
porque «da mala suerte». Para entender por qué esto es así hay que conocer toda la verdad sobre nuestro
cerebro. Y esto implica constatar que los procesos que subyacen a nuestras decisiones son en su gran mayoría
–si no todos– inconscientes .

El libre albedrío no es tan libre

En la década de 1970, el psicólogo Benjamin Libet demostró que eso que llamamos libre albedrío no era
como lo habíamos pintado. Unos electrodos colocados en el lugar oportuno de la cabeza de sus participantes
le permitieron descubrir que el cerebro iniciaba las acciones un tiempo antes de que fueran conscientes de
estar tomando la decisión de llevarlas a cabo.

Cuando tomamos una decisión creemos haber sopesado pros y contras, y


haber madurado nuestra respuesta
Cuando tomamos una decisión creemos haber sopesado pros y contras, y haber madurado nuestra respuesta.
Pero los experimentos demuestran que, normalmente, no sabemos exactamente qué nos ha llevado a tomar
una decisión. Lo habitual, de hecho, es que las razones para hacer lo que hacemos las encontramos
a posteriori; es decir, justificamos nuestros actos una vez realizados. Las evidencias muestran,
además, que nuestras decisiones las defendemos por encima de todo, aunque no sepamos qué nos llevó a ellas.
A esta forma de ser de nuestro cerebro se le llamó «el intérprete». Con esta denominación, el experto en el
estudio de la mente Michael Gazzaniga resaltó que el cerebro está continuamente interpretando la realidad,
encontrando una razón de ser para todas las cosas. Pero también que le da igual si su interpretación es verdad
o no: le basta con que sea satisfactoria, aparentemente buena .

El cerebro humano busca quedar bien

Gazzaniga lo descubrió al estudiar pacientes con el cerebro escindido, es decir, dividido quirúrgicamente en
dos hemisferios separados como consecuencia de un tratamiento contra ataques epilépticos recurrentes.
Cada hemisferio percibe y actúa sobre una mitad del mundo. El izquierdo percibe principalmente lo
que está a nuestra derecha, mientras que lo que está a nuestra izquierda lo procesa el derecho. Igualmente,
el hemisferio izquierdo maneja la mano derecha, y el derecho la izquierda. Cuando hablamos, además, lo
hacemos principalmente con el hemisferio izquierdo, por lo que con el cerebro dividido es como si tuviéramos
dos personas, una que habla y otra que no pronuncia ni una palabra.

En los experimentos de Gazzaniga, cuando el hemisferio derecho del paciente veía un objeto y se le pedía que
eligiera una imagen relacionada con el mismo, la mano izquierda cogía la imagen correcta. En cuanto al
hemisferio izquierdo, el que habla, observaba la acción sin tener la más mínima idea de por qué
esa era la imagen correcta. Pero cuando se preguntaba al paciente que por qué había cogido esa imagen,
su hemisferio izquierdo respondía inventándose una razón. Nunca acertaba, ya que ignoraba totalmente la
verdadera, pero estaba empeñado en dar una explicación, por descabellada que fuera. Este mecanismo resultó
ser muy humano, y no solo propio de personas con el cerebro escindido. Toda la humanidad funciona así en
su realidad más cotidiana. Es interesante destacar que el intérprete nunca decía «no sé». Decir «no sé» no
parece la respuesta más humana, aunque en principio sea la más razonable. Y esto es así especialmente cuando
se trata de justificar nuestros actos.

Estrategias para persuadir

La verdad no es lo más importante, sino quedarse satisfecho con una explicación más o menos creíble,
aceptable. Aceptable para uno mismo y para los demás, aunque no sea cierta. Como dicen Hugo Mercier y Dan
Sperber, las estrategias de razonamiento de nuestra especie no evolucionaron para llegar a la verdad, sino
para persuadir a otros de que llevamos razón.

La verdad no es lo más importante, sino quedarse satisfecho con una


explicación más o menos creíble, aceptable
La explicación a todo esto está en que nuestro cerebro es hipersocial. Se hizo grande no para llevarnos a la
Luna, sino para afrontar los grandes retos de vivir en sociedad, de convivir con un número elevado de
individuos con los que a veces cooperamos y a veces competimos. En estas circunstancias, lo habitual es que
no podamos permitirnos perder tiempo, sino tomar decisiones rápidas y eficaces, de manera
automática, sopesando multitud de razones a la vez. De la mayoría seremos poco o nada conscientes,
porque serlo exigiría mucho tiempo y esfuerzo. No importa, ya encontraremos la forma de justificarnos si
algo de lo que hemos hecho parece poco correcto a ojos de los demás. Para eso está el intérprete: para
preservar a toda costa algo tan valioso como nuestra autoestima .

El cerebro no busca la verdad es parte del contenido del nuevo libro del psicobiólogo Manuel Martín-Loeches: ¿De qué nos

sirve ser tan listos? (Ed. Destino). Manuel Martin-Loeches Garrido es catedrático de Psicobiología, Universidad Complutense

de Madrid. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

También podría gustarte