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El cerebro humano es una maravilla de la naturaleza. Ha sido capaz de llevarnos a la Luna, y no tardará mucho en hacerlo a Marte.
La humanidad ha conseguido explorar los confines del mundo, del sistema solar, del universo, y entenderlos en profundidad. Sí, el
Artículo
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En la década de 1970, el psicólogo Benjamin Libet demostró que eso que llamamos libre albedrío no era
como lo habíamos pintado. Unos electrodos colocados en el lugar oportuno de la cabeza de sus participantes
le permitieron descubrir que el cerebro iniciaba las acciones un tiempo antes de que fueran conscientes de
estar tomando la decisión de llevarlas a cabo.
Gazzaniga lo descubrió al estudiar pacientes con el cerebro escindido, es decir, dividido quirúrgicamente en
dos hemisferios separados como consecuencia de un tratamiento contra ataques epilépticos recurrentes.
Cada hemisferio percibe y actúa sobre una mitad del mundo. El izquierdo percibe principalmente lo
que está a nuestra derecha, mientras que lo que está a nuestra izquierda lo procesa el derecho. Igualmente,
el hemisferio izquierdo maneja la mano derecha, y el derecho la izquierda. Cuando hablamos, además, lo
hacemos principalmente con el hemisferio izquierdo, por lo que con el cerebro dividido es como si tuviéramos
dos personas, una que habla y otra que no pronuncia ni una palabra.
En los experimentos de Gazzaniga, cuando el hemisferio derecho del paciente veía un objeto y se le pedía que
eligiera una imagen relacionada con el mismo, la mano izquierda cogía la imagen correcta. En cuanto al
hemisferio izquierdo, el que habla, observaba la acción sin tener la más mínima idea de por qué
esa era la imagen correcta. Pero cuando se preguntaba al paciente que por qué había cogido esa imagen,
su hemisferio izquierdo respondía inventándose una razón. Nunca acertaba, ya que ignoraba totalmente la
verdadera, pero estaba empeñado en dar una explicación, por descabellada que fuera. Este mecanismo resultó
ser muy humano, y no solo propio de personas con el cerebro escindido. Toda la humanidad funciona así en
su realidad más cotidiana. Es interesante destacar que el intérprete nunca decía «no sé». Decir «no sé» no
parece la respuesta más humana, aunque en principio sea la más razonable. Y esto es así especialmente cuando
se trata de justificar nuestros actos.
La verdad no es lo más importante, sino quedarse satisfecho con una explicación más o menos creíble,
aceptable. Aceptable para uno mismo y para los demás, aunque no sea cierta. Como dicen Hugo Mercier y Dan
Sperber, las estrategias de razonamiento de nuestra especie no evolucionaron para llegar a la verdad, sino
para persuadir a otros de que llevamos razón.
El cerebro no busca la verdad es parte del contenido del nuevo libro del psicobiólogo Manuel Martín-Loeches: ¿De qué nos
sirve ser tan listos? (Ed. Destino). Manuel Martin-Loeches Garrido es catedrático de Psicobiología, Universidad Complutense
de Madrid. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.