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Universidad Distrital Francisco José de Caldas

Facultad de Artes Asab


Artes Escénicas
Producción y Comprensión de Textos
Andrés Felipe Acosta Rodríguez - 20232104022
Natalia María Ruiz Pérez - 20232104019
Bogotá D. C. 31 de octubre de 2023

RESEÑA
Con las Manos en Alto de Germán Castro Caycedo
Capítulo: Lo que el cielo no perdona

Este capítulo trata concretamente sobre la disputa entre la guerrilla y su contraparte clandestina, los
paramilitares, por el territorio nacional. Castro denuncia el conflicto armado en Colombia como un
fenómeno de múltiples orígenes. Las guerrillas se generaron con un ímpetu revolucionario contra el
Estado colombiano, con filosofías anarquistas que acusaban su negligencia con el pueblo, pero esa
revolución se tornó hacia el pueblo mismo cuando apareció el término “colaboración con la
revolución” sobre el que las guerrillas se tomaron pueblos enteros, saqueaban casas, reclutaban a
jóvenes y le cobraban la vida a los habitantes, mediante las llamadas “vacunas”.

Pero esto no parecía suficiente. La guerrilla encontró en el narcotráfico una forma rentable de
construir y mantener un imperio, por el lucro abundante que reúne distintos intereses. Estos se dividen
en tres: la avaricia, la necesidad y el hostigamiento. La avaricia, por defecto, pertenecería a las
guerrillas esparcidas por el territorio nacional y a algún campesino que encuentre abundancia en el
cultivo de coca y amapola, lo que resulta en el segundo interés, la necesidad; porque muchos
campesinos no fueron movidos por moralidades para cultivar, sino por no recibir sumas económicas
estables ni formidables con los cultivos lícitos. El interés más importante y común de todos es el
tercero: el hostigamiento, pues la mayoría de los campesinos eran obligados a cultivar sin retribución
alguna.

En este capítulo, se evidencia que la guerrilla no era la única victimaria, sino que los paramilitares
también tomaban partido en esto. Castro denuncia: “los paramilitares, hombres de sombrero grande,
están obligando a la gente a trabajar sin sueldo en los cultivos de amapola”. Entonces hace mucho la
conversación pasó de tratarse sobre una guerra revolucionaria a una disputa por la batuta del
narcotráfico, el núcleo detrás de todas las violencias denunciadas en esta obra.

El narcotráfico es una de las más letales causas de la negligencia gubernamental, en efecto, por ser
una industria tan grande y desbordada. Le dio una supremacía a las guerrillas que las volvió intocables
para las autoridades competentes, desaparecidas de los pueblos de Peque, Dabeiba, Tarazá, Urrao y
otros territorios azotados por las armas. En este capítulo, el paramilitar Capitán Veneno le pregunta a
los pobladores de Peque con ironía: “¿Dónde está la fuerza pública protegiéndolos a ustedes? Es que
aquí todo el mundo miente, este es un Estado de mentiras. ¿Cuánto hace que están aquí y en poder de
quién?”. En palabras de la persona menos idónea se evidencia una realidad, después explicada por
Castro: “Buena parte de los alcaldes sufren de terror y quieren gobernar desde las capitales de sus
departamentos (...) por lo cual inventan cada semana gestiones administrativas (...) y se van”.

Esto significa un grave problema, pues los únicos que pueden gestionar la presencia de policías y
Ejército son los gobernadores al Estado, pero sin alcaldes presentes que reporten los problemas, el
poco interés de los gobernadores y lo reacio que parece el Estado a proporcionar presupuestos para la
protección del territorio nacional, el gobierno siempre se verá impotente ante el conflicto armado,
incluso veinte años después de lo narrado en esta obra.

Finalmente, en este capítulo, Castro quiere dejar un mensaje contundente contra la disputa entre
guerrilleros y paramilitares, enunciado en la siguiente frase: “Si la guerra es contra la guerrilla, pues
háganla contra la guerrilla (...). Aquí no hay policía desde hace tres años. Aquí manda quien tiene
las armas”. Tristemente, es un enunciado muy cierto, el núcleo de la violencia en Colombia es el
narcotráfico y su eterna perpetradora es la negligencia del Estado, que por más de setenta años ha
preferido ver a su pueblo por el rabillo del ojo.

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