Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
11
2. El panteón vudú
21
3. Las cuatro almas
23
Antiguamente, con motivo de grandes calamidades o para apa-
ciguar la cólera del loa o para celebrar la muerte del rey, se realiza-
ban sacrificios humanos, como los conocidos sacrificios de sangre
ofrecidos en la ciudad de Abomey donde algunas paredes de arci-
lla del palacio real se recubrieron con la sangre de las víctimas sa-
crificadas durante los ritos.
Las ofrendas de sangre, tanto humana como animal, forman parte
de la ceremonia de muchas religiones antiguas. En el caso del vudú,
dichas ofrendas significan que el celebrante ofrece a la divinidad su
linfa, su propio elemento vital.
Bajo las dinastías del reino de Danhomé se acostumbraba a en-
terrar, junto al rey muerto, a sus mujeres predilectas y a cierto nú-
mero de sirvientes, que debían sentirse honrados de morir con su
soberano y señor, pues así tenían la posibilidad de formar parte de
la amplia comitiva de loa-héroes, o de reencarnarse en un gran per-
sonaje. Efectivamente, las diversas poblaciones que han fundido sus
creencias en el vudú tenían en común la idea de la reencarnación y
de la metempsicosis, si bien no estaba todavía muy definida.
Según los ewe, el hombre que moría antes del momento previsto
por el destino, o que moría de manera violenta, podía reencarnarse
de manera provisional en un animal. Por el contrario, los pueblos
de lengua fon, aunque no negaban esta posibilidad, se basaban en
un principio mucho más complejo.
Los fon consideraban que todo ser, animal, planta u hombre te-
nía cuatro almas: la sombra clara, la sombra opaca, el arma invisi-
ble y el espíritu titular.
Cuando el alma invisible se separa de la materia, regresa junto a
Dios y sobreviene la muerte. La sombra opaca no es otra cosa que
el soma y el espíritu titular en el momento de la muerte pasa a otro
ser e inicia una nueva vida.
La cuarta alma, o sea, la sombra clara, es fuente de notables pro-
blemas en cuanto que puede ser capturada fácilmente y el brujo
puede influir en ella negativamente mediante ciertos sortilegios.
Según otra creencia, cada hombre estaba estrechamente relacio-
nado con un animal, una especie de doble o de álter ego, y un vín-
24
culo indisoluble unía los destinos de ambos/ de tal manera que se
creía que la muerte del animal conllevaba inexorablemente el final
del hombre unido a él. Por este motivo a muchos animales se les te-
nía una consideración especial. Se había llegado a creer que en al-
gunos animales se ocultaba un espíritu particularmente poderoso o
incluso un dios/ por lo que se consideraban sagrados y eran objeto
de culto.
Un típico ejemplo son los cocodrilos de la laguna de Anecho o
los caimanes de Ibidan. Aún hoy existen en el Alto Volta los caimanes
sagrados de Bobo Dioulasso o las conocidas y también sagradas pi-
tones de Ouidah/ en la República de Benin/ donde estos reptiles se
crían en templos dedicados a ellos. Según la antigua tradición da-
homeyana/ la pitón era considerada sagrada e intocable/ se le daba
el apelativo de padre/ el ritual mandaba que al saludarla se besase
el suelo y su muerte se sentía como una gran desgracia.
27
4. El genio de la selva
(*) finniblin: gran tamtán cuya longitud puede ser de hasta un metro y medio.
toummalo: especie de tambor recubierto de piel.
popo: instrumento parecido al xilófono.
klakle: cilindro provisto de cuatro fisuras longitudinales.
beli: flauta de madera tallada.
Estos instrumentos musicales/ cuyos nombres pueden variar de una región a otra,
se usan en África occidental.
30
coros y las canciones del pueblo de los cuadrúpedos/ y el movi-
miento rítmico de los diversos pasos de danza ejecutados con si-
nuosa agilidad y hasta con frenesí.
Cuando los animales/ exhaustos, se sentaron alrededor del árbol
para descansar durante unos instantes/ de su conversación sobre-
salía un nombre. Un nombre que despertaba miedo y turbación:
Gbéto Aya.
El león/ vanidoso y fuerte/ fue el primero en tomar la palabra:
«Hasta hoy este cazador no puede presumir de poseer ni un solo
pelo de león/ porque nunca ha conseguido víctimas de mi raza. Pero
como sé que todos vosotros habéis sido atacados/ ha llegado el mo-
mento de que yo os proteja y os vengue».
Empujados por esa especie de alianza que a menudo se llama
fuerza/ cada animal se sintió con el deber de proponer un castigo
definitivo para Gbéto. Incluso el dulce antílope/ mostrando sus du-
ras pezuñas/ prometió voltear al criminal cazador a fuerza de co-
ces. El rinoceronte dijo que simplemente lo aplastaría contra el suelo/
mientras que el leopardo/ desenvainando sus poderosas garras/ pro-
puso esparcir las visceras de Gbéto por toda la selva.
Mientras los animales exhibían sus capacidades y continuaban
anunciando el próximo final del cazador/ de repente y ante el estu-
por de todos, el león cayó abatido al suelo/ mortalmente herido por
una flecha.
Gbéto/ una vez repuesto de aquella extraordinaria visión/ se ha-
bía vengado del que tan insolentemente había profetizado su muerte.
En un segundo el asombro dio paso al pánico/ pues los anima-
les se dieron cuenta de la presencia del cazador y huyeron desor-
denadamente. Los más ágiles se salvaron/ otros acabaron con heri-
das y huesos rotos. Y a consecuencia de la violencia con que
chocaban entre sí/ algunos morían instantáneamente.
Al bajar del enorme árbol y encontrarse entre una multitud de
animales muertos y agonizantes, Gbéto decidió llevarse un trofeo
de cada animal/ después recogió los instrumentos musicales que ha-
bían sido abandonados y los llevó a los hombres/ que a partir de
aquel día aprendieron a cantar/ a tocar y a bailar.
31
Algunos días después/ el cazador volvió a la selva. Entre una en-
ramada de lianas vislumbró una figura/ y aquella visión despertó
en él un sentimiento que hasta entonces no había conocido: el miedo.
Aziza, el genio de la selva/ estaba ante él. Había escogido a Gbéto
para que conociera los secretos arcanos y obtuviera preciosos do-
nes, y Gbéto enseguida supo, siempre por voluntad de Aziza, que
podría poseer el conocimiento de la música y el baile.
Luego, la divinidad del bosque, en un estado entre el sueño y la
realidad, le reveló las virtudes de las plantas medicinales y de las
plantas nocivas para el hombre, y lo inició en la elaboración de di-
versos gri-gri o amuletos.
Aziza confió a su protegido un mechón de sus propios cabellos,
que tenían la facultad de volver invisibles los objetos y las perso-
nas, y que podían multiplicarse en las manos de quien los poseía.
Como último don le ofreció un extraño objeto redondo como una
pelota, negro, de misteriosas facultades mágicas: el ayinoukon, que
en lengua fon significa literalmente «ojos de la tierra».
Antes de desvanecerse en la nada, el genio de la selva añadió que
estos «misterios» no podían ser revelados a los no iniciados. Como
ratificación de este pacto, tomó la mano del cazador y le practicó
un corte entre el pulgar y el índice, y chupó la sangre. Luego exigió
que Gbéto hiciera lo mismo.
Este fue el primer «pacto de sangre». En la tradición vudú, el
pacto de sangre implica entre las partes una total solidaridad para
el bien y para el mal, absoluta discreción y confianza completa, re-
nuncia e incluso sacrificio de los intereses propios o de la familia si
éstos son contrarios al objetivo del pacto, so pena de un castigo atroz
e inexorable.
35
5. El pacto de sangre
La alianza de sangre
Ya sea lícita o ilícita/ toda acción de particular importancia que de-
seen emprender los seguidores del vudú en Dahomey se sella con
el pacto de sangre/ al cual los contratantes se someten/ vinculándose
así hasta la muerte. El pacto de sangre se realiza mediante una ce-
remonia en la que se bebe el vaudoun, es decir/ «lo sagrado»/ pues
con el término vaudoun los pueblos de la costa africana de lengua
fon definen todo lo que está ligado al concepto de sagrado.
Este antiquísimo rito/ que tiene su origen en el mito de Aziza/ el
genio de la jungla/ tiene el objetivo de establecer un vínculo entre
los conjurados/ que invocan a un loa como testimonio de su jura-
mento/ implicando a la misma divinidad/ que es «bebida» en una
poción mística/ sagrada y espantosa. Sagrada por el rito/ y espan-
39
tosa por los ingredientes que la componen/ que a veces son simple-
mente repugnantes y otras veces repulsivos y abominables.
Cuando el hombre primitivo que vivía de la caza quería esta-
blecer una alianza con el compañero de caza/ bastaba repetir el sim-
ple rito que Aziza había intercambiado con Gbéto: beber algunas
gotas de sangre del compañero por una pequeña incisión en la
mano.
Todavía era la época de una civilización primitiva en la que los
hombres se peleaban con las fieras para satisfacer su necesidad pri-
mordial de alimento/ y su pacto se basaba en ofrecerse lealtad y
ayuda mutuas frente a los peligros de la selva. Pero cuando los pri-
meros núcleos de población se transformaron en tribus/ surgieron
nuevas exigencias/ la lucha ya no fue de hombre contra fiera/ sino
de hombre contra hombre/ de un clan contra otro clan/ y empezó a
aparecer el fantasma de la traición.
La traición sólo podía ser reprimida por el temor/ por la presen-
cia arbitralde lo sagrado y de lo mágico. El primitivo y simple ju-
ramento se transformó en un ritual más complejo/ que ya no se ba-
saba en un simple intercambio de sangre entre individuos para
confirmar una prueba de lealtad/ sino en una ceremonia que ponía
un acento particular en la venganza que castigaría la infidelidad.
Venganza tanto más terrible cuanto que sería el mismo dios quien
la ejecutaría.
Los hombres que querían realizar este pacto sagrado debían
«beber»/ «absorber» la divinidad que presidía el rito y que de ma-
nera mágica estaba presente en la mezcla de la sangre. Así se re-
cuperaba la exigencia instintiva del hombre que/ siguiendo im-
pulsos más o menos místicos/ más o menos violentos/ encontramos
en muchas creencias y que también explicaría la expresión del «ca-
nibalismo sagrado» a través del cual el hombre intenta desarrollar/
poseer y hacer suyas fuerzas o atributos superiores. Actitud que
expresa también un particular aspecto del amor entendido en su
forma más posesiva/ el cual/ para retener el objeto de sus propios
sentimientos/ tiende a asumirlo por completo ingeriéndolo de
forma mística y sagrada.
40
El cóctel de sangre
Como el rito podía estipularse para sellar los pactos más diversos/
también esta bebida mística/ modificada a través del tiempo en el
seno de diversas tribus y grupos étnicos, se diferenció enriquecién-
dose con nuevos ingredientes/ por lo que en épocas más recientes
aparecieron en el vudú diversos tipos de pacto de sangre/ aunque
se mantenía como elemento fundamental la sangre humana recogida
entre los pactantes.
Entre los acontecimientos reafirmados por un rito de este tipo que
se han hecho célebres/ recordamos la ceremonia de Bois Caimán, que
tuvo lugar en Haití en 1791 y que dio inicio a la revuelta de los es-
clavos. Estos se unieron en el ideal común de libertad y manumisión
bajo la égida de Hogou/ el loa de las artes marciales que es evocado
en la alianza sagrada y por lo tanto está dispuesto a protegerlos y ven-
garlos. Otro ejemplo que queda como símbolo de fidelidad viene dado
por la amistad ratificada mediante el pacto de sangre que unió para
el bien y para el mal a Yehomé y al rey Behanzin.
Behanzin/ último rey de Dahomey/ fue vencido por los franceses en
1894/ los cuales le obligaron a abandonar la ciudad de Abomey y a exi-
liarse primero en la Martinica y luego en Argelia/ donde murió en 1906.
Obligado a vivir durante un tiempo en Gabón/ a Yehomé se le
permitió volver a Dahomey/ pero no quiso regresar a Abomey sin
su rey y amigo. Por ello no volvió hasta 1928, cuando los restos mor-
tales de Behanzin se trasladaron a Dahomey y fueron inhumados
en la antigua ciudad real. En recuerdo de una antigua costumbre/
Yehomé no se cortó el pelo ni se afeitó/ como si esperara el regreso
de su amigo querido, hasta que la muerte se lo llevó a descansar
junto a la tumba de su rey en 1930.
Dada la aureola de secreto que rodea la ceremonia del pacto, no
se conocen con exactitud la modalidad, el ritual, las plegarias y las
maldiciones que se pronuncian, ya sea de manera propiciatoria, ya
sea para ensañarse contra los perjuros. No obstante, se sabe que la
bebida sagrada que beberán los adeptos puede recogerse en diver-
sos recipientes, que pueden ser desde una simple vasija de madera
o terracota hasta el cráneo de una fiera/ oportunamente preparado.
41
En épocas pasadas se usaba en algunos casos el casquete de una
calavera humana/ por regla general perteneciente a un guerrero ene-
migo muerto violentamente en un encuentro armado/ o a un con-
denado a muerte. Este macabro contenedor de la poción mística
constituía una especie de amonestación para los pactantes/ los cua-
les debían tener siempre bien presente el castigo y la pena reserva-
dos a los traidores.
Los repugnantes ingredientes que a veces se mezclaban y se aña-
dían a la sangre de los adeptos/ además de tener un valor simbólico
muy preciso ligado al objeto o al líquido/ ponían a prueba el coraje/
la fuerza y la temeridad que serían indispensables para llevar a cabo
el juramento.
Este rito también preveía el ofrecimiento de un animal/ que era-
degollado y se recogía su sangre. El animal se seleccionaba según
el simbolismo secreto relativo al mismo.
El cerdo/ por ejemplo/ que raramente levanta los ojos al cielo/ pre-
ocupado como está en ocuparse de su alimento/ se asocia al concepto
de discreción. El ánade/ menos ruidoso que sus compañeros de co-
rral/ recuerda el silencio y el secreto. La paloma de plumaje cuidado
y limpio se erige en símbolo de la honestidad.
Como nada ni nadie puede perjudicar al inocente/ y sólo los mal-
vados han de tener miedo/ a veces se utilizaban también fragmen-
tos de plantas venenosas. En estos casos/ la fe de los conjurados nos
recuerda las pruebas del fuego o del agua/ que eran conocidas y prac-
ticadas en el medievo europeo.
La bebida sagrada/ al ser precisamente una bebida/ debía com-
ponerse de elementos líquidos; no obstante/ podía o puede incluso
contener objetos sólidos/ como dientes o garras de fieras/ calaveras
de serpientes/ hojas de decerema (planta litúrgica usada para la pu-
rificación de objetos y personas)/ nueces de cola o copos de algodón.
Todos estos objetos a cada vuelta se chupan y se devuelven otra vez
al líquido que comparten los adeptos.
El valor simbólico que se otorga a los blancos copos de algodón
impregnado de la mística poción/ chupado y remojado/ es a la vez
doble y antagónico/ en cuanto sirve de amonestación y advertencia
42
a los perjuros/ los cuales morirían hinchándose desmesuradamente
como el algodón mojado. Al mismo tiempo/ indicaría también el res-
peto hacia el rito/ que es igual al respeto que se debe al viejo de ca-
bellos canos. En los pueblos de raza negra/ es muy raro ver una per-
sona con el cabello completamente blanco/ por esto el anciano de
cabeza blanca recibe una consideración particular/ y augurar a al-
guien que encanezca significa auspiciar una vida particularmente
larga y por lo tanto/ honrada por una multitud de nietos y bisnie-
tos.
La consideración moral/ es decir/ que el fin que los adeptos se pro-
ponen sea bueno o no/ es completamente ajena al pacto de sangre.
El juramento exige lealtad y promete venganza para los perju-
ros; el que traiciona el pacto es culpable y malvado. El loa/ honrado
y forzado por el rito a participar/ está por encima y más allá de una
distinción entre el bien y el mal. Lo que hay en juego no es tanto el
fin último como la solidaridad/ la fidelidad y el espíritu de sacrifi-
cio que deben manifestarse los pactantes.
El pacto puede estipularse entre personas que pretenden efectuar
un delito/ un robo o un gesto heroico; puede hacerse por amistad o
puede disponerlo el rey con relación a sus subditos/ el jefe del clan
o el cabeza de familia para asegurarse la confianza y la fidelidad de
los familiares o de la esposa.
La poción de la fidelidad
Una singular variante del pacto/ en la que el atractivo del misterio
y de lo tenebroso deja paso a un interesante estudio de la indu-
mentaria/ es el juramento sagrado que exige el marido a su esposa
o esposas.
El hombre/ esposo y jefe/ asiste atento en un aparte/ y así parti-
cipa indirectamente en el rito/ que es celebrado por un sacerdote.
La bebida sagrada está a punto/ aunque poco importa la mezcla
con que haya sido preparada; lo importante son los.vínculos/ las obli-
gaciones que se imponen a la mujer o mujeres que escuchan en si-
lencio/ interviniendo sólo para asentir. Las.obligaciones y vínculos
43
que asumen son parecidos a órdenes, y su transgresión conlleva un
único castigo: la pena de muerte.
Generalmente/ esta ceremonia se desarrolla en la casa del marido,
donde las mujeres, arrodilladas ante el recipiente que contiene la be-
bida sagrada, escuchan atentas las palabras del sacerdote, quien lla-
mándolas solemnemente por su nombre da inicio al rito: «Mujer, in-
cluso el dios ha entendido tu nombre, escucha ahora las
prohibiciones y obligaciones que exige tu marido:
»Si lo deseas, podrás abandonar a tu esposo, pero mientras vi-
vas en su casa deberás serle fiel, en caso contrario el dios te matará.
»Si eres fiel no debes temer los castigos del vudú.
»Si quieres abandonar a tu marido no intentes llevar a los hijos
contigo; en caso contrario, el dios te matará.
»Si un hombre te invita a abandonar a tu marido, si te dice co-
sas obscenas, si intenta tocarte de manera indecente o poco correcta
y tú no se lo dices a tu marido, el dios te matará. Pero si se lo ex-
plicas todo a tu marido, no debes temer nada.
»Si un hombre hace gestos obscenos en tu presencia, debes reti-
rar de él tu mirada e invocar sobre él las maldiciones del dios.
»La cólera del dios caerá sobre ti si intentas apoderarte de frag-
mentos de uñas, mechones de cabellos, orina, esputos, trozos de tela
del traje o del jergón de tu marido para confeccionar gri-gri. El dios
te matará si preparas para tu marido un alimento que le sea perjudi-
cial, con el fin de provocar su muerte, o si lo preparas con alimentos
robados con objeto de implicarlo en un robo o en un asunto sucio.
»Si tomas parte en complots en contra de tu marido o de cual-
quier miembro de su familia, si te haces bruja e intentas encantarlo,
el dios te matará.
»Tus pensamientos negativos contra tu marido, su familia y sus
hijos serán castigados.
»No puedes entrar en la habitación de tu marido cuando estás
indispuesta, en este período es una grave culpa esconder tu estado
a tu marido y tocar los objetos, contaminándolos con tu impureza
y exponiendo así a tu marido a los riesgos de enfermedades mor-
tales.
44
»E1 dios te matará si durante tu indisposición luna no te mantie-
nes escrupulosamente aparte.
»También es una grave falta no levantarte al tercer canto del ga-
llo para limpiar la casa y purificarte a ti misma, pues cuando tu ma-
rido se despierte todo debe estar limpio y puro.»
Terminada la lista de los deberes declamada con solemnidad/ el
sacerdote llena una taza con la poción consagrada y la echa direc-
tamente en la boca abierta de la mujer/ amonestándola con estas pa-
labras: «Si bebes y vomitas/ el dios te matará».
La ceremonia concluye con un pequeño banquete/ más o menos
rico según las posibilidades del marido y señor/ y que debería qui-
tar el mal sabor de boca que dejó la mezcla sagrada. No obstante/
el sacerdote hace una última advertencia: durante todo el día/ las
mujeres que se han sometido al rito no pueden fumar en pipa/ acer-
carse al fuego/ beber agua tibia/ lavarse o ingerir sustancias que pro-
voquen el vómito.
45
A partir de estos ritos se observa cuan difícil es establecer las fron-
teras entre magia y religión; no obstante/ si en un caso se intenta ob-
tener la satisfacción de las propias demandas mediante ofrendas y
adoración/ en el otro es con la fuerza del rito que se intenta impo-
ner los propios deseos.
En todo caso, vemos como el hombre siempre intenta suplir sus
propios límites implicando fuerzas trascendentales y misteriosas, ya
sea invocándolas/ ya sea intentando forzarlas/ llegando incluso a ser-
virse de ellas para fines utilitarios.
46
6. El vudú viaja a bordo de naves negreras
(*) Temné: población que actualmente ocupa Sierra Leona, aunque originaria de
Futa Gialon, en la Guinea francesa. Los Temné vivieron su momento de prosperi-
dad e influencia a principios del siglo XVTI.
49
hombres unidos por la misma condición de esclavos/ hermanados
por el color de la piel y sobre todo por el común denominador de
sus religiones/ a pesar de algunas diferencias.
El trágico/ inhumano y alucinante viaje a través del océano no sólo
transportó una carga humana amontonada/ desconcertada y ani-
quilada por la desesperación. En las naves negreras que se dirigían
al Nuevo Mundo/ junto con los esclavos también se embarcó el vudú/
fuerza misteriosa de contornos impenetrables/ de tonos cálidos y vio-
lentos como las selvas y los desiertos de África/ la tierra de sus orí-
genes.
En las plantaciones de caña de azúcar y de algodón/ o en las ri-
cas moradas de los nuevos colonos/ el vudú fue durante siglos el
único vínculo capaz de unir a los esclavos/ más separados que nunca
de sus familiares y de sus tribus/ y que con el paso de los años ha-
bían adoptado nuevas formas de vida y nuevas lenguas. Si la tierra
Guiñee/ como los negros de las Américas llamaban a África/ ha per-
manecido en sus sueños a través del tiempo/ si ha continuado siendo
la patria ideal/ la tierra de los antepasados sagrados y el lugar
adonde un día volverían/ ello se debe al vudú/ a los terribles y a la
vez caritativos loa/ que a través de los ritos que oficiaban podían
mantener vivas las tradiciones de los orígenes y el recuerdo de sus
antepasados.
La fuerza mágica y misteriosa de una religión a veces puede ser/
por sí sola/ el elemento desencadenante de un milagro. Si la fe in-
condicional e irracional se introduce como único elemento de es-
peranza en un contexto del que se excluye toda esperanza/ se con-
vierte en un componente vital y esencial capaz de conducir a la
renuncia o al misticismo. Cuando una creencia conduce a la rebe-
lión/ la revuelta puede contener una verdadera carga explosiva que
haga al hombre capaz de realizar las empresas más arduas.
Como movimiento religioso/ el vudú también ha formado parte
de acontecimientos históricos de gran trascendencia/ y en Haití ha
desempeñado un papel importante en la subversión de un cuadro
político y social muy firme y consolidado en la época de la domi-
nación francesa.
50
En el rito mágico nace la libertad haitiana
Bois Caimán (Haití), 22 de agosto de 1791. Repentinamente, la vieja
sacerdotisa negra es víctima de convulsiones y temblores, se agita,
baila, canta, luego hunde un largo cuchillo en el cuello de un cerdo
negro, la sangre brota caliente de la herida, la vieja la recoge y la
ofrece a los muchos esclavos presentes, que la beben mientras juran
obediencia al hungan Boukman.
Se está llevando a cabo el antiguo rito vudú, el pacto de sangre
que en Dahomey unía de manera indisoluble a los participantes,
el pacto que no puede ser roto so pena de las más crueles maldi-
ciones. Pero no estamos en tierras de África, sino en la exuberante
isla del mar Caribe a la que Cristóbal Colón, al desembarcar en di-
ciembre de 1492, dio el nombre de Hispaniola. Boukman es uno
de esos esclavos que fueron importados de Dahomey, pero tam-
bién es sacerdote vudú. A su alrededor se han reunido otros ne-
gros que, en silencio, meditan sobre las palabras de incitación a la
rebelión: «Hijos de las tribus guerreras de la tierra de Guinea, lu-
chemos por la libertad». La chispa estalla durante este famoso rito
del 22 de agosto de 1791, donde la sangre de la víctima parece em-
briagar y excitar el odio y la venganza; también la naturaleza de-
sencadena sus fuerzas, casi en sintonía con la violencia de los sen-
timientos humanos.
Los libros de historia hablan del rito vudú de aquella noche y de
la furiosa tempestad tropical que repentinamente se levantó sobre
Bois Caimán. Con esta fecha señalan el inicio de la larga y sangrienta
revuelta que no acabó hasta el primero de enero de 1804, cuando
Dessalines proclamó Haití como la primera república negra inde-
pendiente, plasmando por escrito el acta de indepedencia sobre un
pergamino hecho con la piel humana de un blanco, escribiendo so-
bre un cranio, usando sangre como tinta y una bayoneta como
pluma.
Las ideas de igualdad, libertad y fraternidad, y la nueva ola de
renovación social que la revolución francesa propagó como una man-
cha de aceite, habían llegado también a aquella rica colonia de las
Antillas, donde la convivencia entre señores blancos, esclavos ne-
51
gros y mulatos, categoría ésta última difícilmente situable/ era cada
día más problemática.
No obstante/ es indudable que el esclavo pobre/ humillado y du-
ramente reprimido no habría podido encontrar la fuerza para or-
ganizarse/ soportar una larga y sangrienta lucha/ unirse más allá de
las diferencias étnicas/ tribales y lingüísticas/ y superar los odios an-
cestrales/ si no hubiese tenido un soporte común sobre el cual esta-
blecer una revuelta tan difícil/ que en un principio parecía estar abo-
cada al fracaso.
El vudú en su faceta de religión era el vínculo que unía a los es-
clavos. La magia era la fuerza sobrenatural que les podía dar con-
fianza/ seguridad/ la conciencia de aquella ayuda tan irracional como
segura que constituía su única riqueza/ y también el único escudo
contra un enemigo fuerte y bien organizado. La mambo y el hun-
gan han desempeñado un papel importante al infundir coraje/ al in-
citar a los revolucionarios prometiéndoles invulnerabilidad e in-
mortalidad junto a los grandes loa/ así como el retorno a la «Tierra
Guinea» junto a los antepasados/ premio supremo para los caídos
por la libertad.
Los loa/ cuyos inmensos poderes se suscitaban a través del rito
mágico/ han evocado siempre la idea de fuerza y poder. Por eso la
tradición popular ha visto estrechas relaciones con el vudú en los
principales personajes de la historia de Haití/ aunque en algunos ca-
sos la hipótesis parecería muy dudosa/ como respecto a Toussaint-
Louverture o a Dessalines.
Soulouque fue pintado como emperador sostenido por un mundo
de zombis y prodigios. Antoine Simón/ que llegó al poder en el año
1908, era brujo y su hija Celestine una experta mambo dedicada a
los sacrificios humanos.
Frangois Duvalier/ más conocido como Papa Doc/ fallecido en
1971, obtuvo fuerza y apoyo para su poder dictatorial gracias a los
tontons macutes (*)/ pero también gracias a particulares ritos vudúes
en los que fue iniciado.
(*) Tontons macutes, literalmente «los tíos del saco». Cuerpo de policía especial-
mente fiel al régimen.
52
Cuando el folclore enmascara la superstición
Encuadrar de manera objetiva el papel del vudú en la actual socie-
dad haitiana es extremadamente difícil. En apariencia/ esta «com-
pleja religión de contornos poco definidos»/ usando una expresión
de Métraux, parece relegada a un papel de superstición y se rela-
ciona con la clase social más desheredada de los pueblos y de los
guetos/ donde la miseria se asocia a la ignorancia y la suciedad. O
bien puede referirse al espectáculo folclórico para el turista rico que/
bajo el sol y en las playas donde las raíces del cocotero se disputan
con las olas el último puñado de arena/ busca una emoción diferente
para recordar al término de su estancia. Si hubiera que buscar las
huellas del vudú desde un punto de vista externo/ probablemente
estaríamos tentados a creer que las palabras de Francois Duvalier
ya se han cumplido: «Estoy convencido de que el vudú/ uno de los
más interesantes fenómenos religiosos/ está condenado a desapare-
cer tarde o temprano/ y que en un futuro más o menos próximo úni-
camente pertenecerá a nuestro folclore».
Esta hipótesis se podría confirmar con la constatación de que las
iglesias cristianas/ y en particular las católicas/ están siempre ates-
tadas de fieles/ hasta el punto de que las celebraciones no pueden
dar cabida a la multitud asistente/ como confirmación de que el
concordato hecho entre Haití y el Vaticano en 1860, por el cual se
reconocía el catolicismo como la religión del Estado/ sólo sancionó
una realidad existente y cada día más consolidada en el tiempo.
Si se pretendiese indagar la cuestión planteando una pregunta
directa/ habría que escoger entre las dos únicas clases sociales del
país: la rica y por regla general culta/ o la segunda y última/ que no
se puede definir como «pobre»/ ya que en Haití un pobre es casi un
burgués. Aunque en uno u otro caso/ la respuesta no sería muy di-
ferente.
Los que forman parte de la élite del país/ por actitud o por edu-
cación/ raramente dan informaciones o abordan el tema del vudú;
una leve sonrisa es la respuesta enigmática que deja al interlocutor
en la incertidumbre: «¿Se cree o no se cree en él?», «¿Existe o no
existe?». Al acercarnos a una persona de la otra clase social/ la clase
53
acusada de superstición/ la respuesta suele ser más o menos la
misma, aunque las motivaciones puedan ser diferentes: descon-
fianza, temor a ser tachado de subdesarrollado, una palabra que a
menudo ellos asocian a su condición de indigente.
Denominador común en uno y otro caso es el miedo al ridículo
o a ser asimilados a esa religión de la que se ha hablado tanto/ y de
la que se han aclarado pocas cosas/ hasta el punto de que la atmós-
fera misteriosa/ llena de ritos sombríos/ de oscuros personajes san-
guinarios/ ha crecido hasta convertirse en una leyenda equívoca y
siniestra que raya en los límites de la credibilidad.
Un análisis más cuidadoso nos descubre cómo detrás de esa son-
risa enigmática ni siquiera la persona mejor considerada de la alta
sociedad haitiana no desdeña consultar al hungan y a la mambo;
aunque discretamente/ por supuesto. Abrazar los cultos cristianos
a menudo se interpreta como un signo de emancipación social/ una
actitud que se luce con el traje de los domingos. Pero en la simple
cabana donde la imagen de un santo ocupa un lugar destacado/ se
respira la presencia de los loa/ y en los cementerios/ última morada
donde la simulación es inútil y donde la duda del «después» es lo
más verdadero y sentido/ no es raro ver sobre la tumba el cilindro
negro y la cruz de Barón Samedi junto a la cruz cristiana...
Después/ al caer la cálida noche tropical atractiva y voluptuosa/
es fácil oír vibrar en el aire el redoble de los tambores. No se dis-
tingue si están cerca o lejos/ pero se sabe que es el vudú que con-
voca a celebrar sus misterios. En aquel momento/ de repente/ Haití
ya no es la isla de los hoteles californianos/ la hermana pobre de Flo-
rida/ sino un trozo palpitante de aquella África que todavía palpita.
56
Príncipe, cada miércoles se puede asistir a una ceremonia, previo
pago de una entrada, y el Rancho Hotel propone una vez a la se-
mana danzas vudues donde exuberantes criollas representan a Er-
zulie o a Barón Samedi. De esta manera, al marcharse de Haití to-
dos pueden decir que conocen esta religión •—-o eso creen—, pero
se llevan una visión falseada y muy alejada de los ritos, que si se
practican según la verdadera tradición, no se ofrecen a las miradas
de curiosos o indiscretos.
Ésta tal vez sea una de las grandes diferencias entre el vudú afri-
cano y el del Caribe: al hermetismo del primero se opone una es-
pecie de propuesta de carácter espectacular del segundo, que a me-
nudo tiene carácter de profanación.
57
7. La blanca oscuridad del vudú
La religión bailada
El valor sagrado y mágico de la danza ha tenido siempre un papel
de primera línea en la tradición religiosa. Con la consolidación de
la magia, hasta los movimientos del cuerpo humano adquieren por
simpatía la facultad de atraer y asumir los poderes y los atributos
del animal, del fenómeno metereológico o de la acción que se imita
en el baile. En el ámbito del vudú el baile es un componente esen-
cial, hasta el punto de que se puede hablar de una auténtica religión
bailada en la que a través del ritmo y del movimiento, el hombre
intenta entrar en comunión con la naturaleza, y expresarse con todo
su ser para acoger el soplo del dios que se manifiesta a través de la
posesión.
No existe una distinción clara entre danza sagrada y danza pro-
fana, puesto que únicamente es una manifestación de los senti-
mientos: el dolor, el sufrimiento, la plegaria, el amor y la poesía, la
belleza o el luto mismo se concretan en el canto y en el baile, como
si el alma humana se liberase así de sus sensaciones más intensas.
En el vudú, la diferencia entre los diversos tipos de baile sólo se debe
al distinto temperamento de la divinidad o al tipo de rito. Danzas
de una absoluta obscenidad, alegres y enérgicas, son reservadas a
los loa Guedé, como si pretendieran disipar la tristeza y el aspecto
lúgubre de los señores de la muerte, que al ritmo de la banda, danza
ritual, recuerdan a los hombres el triunfo del erotismo alegre y de-
senfrenado sobre la misma muerte.
En el yanvalu se evocan los movimientos sinuosos de la serpiente,
como en el Dahomey z '¿paules, danzas lánguidas ejecutadas para los
loa Rada, en particular para Damballah, el dios serpiente. Si el dios,
los hombres y las cosas son exaltados a través del canto y del baile,
el tambor permanece como señor absoluto, marcando el tiempo y
embriagando con su ritmo, ya sea acompasado, triste, vivaz o lú-
gubre sin más.
65
En las ceremonias vudúes los tambores se convierten en objetos
sagrados/ mejor dicho/ en espíritus independientes/ casi loas/ a los
cuales se hacen ofrendas y sacrificios. En el rito Rada los tambores
son tres/ y están fabricados con troncos de árbol recubiertos con piel
de buey. Para los ritos Petro se usan dos tambores/ y la piel emplea-
da para su realización es de cabra. Tanto los primeros como los se-
gundos se fabrican con mucho esmero. Durante el proceso de fa-
bricación se celebran ritos especiales/ los cuales dotarán de un alma
a este instrumento.
66
8. Fe, magia, folclore
72
9. Rasgando los velos del destino
La mígala sagrada
Algunas poblaciones asentadas en los territorios del actual Camerún
creían que la mígala era la primera criatura del Dios supremo/ y que
a ella le correspondía el poder de conocer y revelar el futuro. Al ex-
tenderse esta antigua leyenda a las poblaciones limítrofes del golfo de
Guinea/ la mígala obtuvo un lugar propio en las artes adivinatorias.
La migala es una araña gigante. Posee unas robustas patas pe-
ludas que sostienen un cuerpo macizo y recubierto de pelos/ que le
confiere un aspecto monstruoso y repugnante.
Algunas especies de esta araña alcanzan tales dimensiones/ que
pueden incluso atacar pájaros pequeños. Su habitat natural son los
territorios comprendidos en la zona tropical. Suelen vivir en ma-
drigueras excavadas en el suelo/ por lo que a menudo un gran agu-
jero redondo indica la presencia de un nido de migalas.
El encuentro casual o buscado de un nido es una ayuda preciosa
para quien desea conocer el propio futuro o tiene problemas que
debe resolver.
El que busca la verdad se sentará cerca del nido de la migala y
abrirá su alma iniciando un monólogo/ exponiendo sus problemas/
78
aspiraciones y dudas/ y formulando preguntas sobre cómo resolver
su situación.
Al mismo tiempo irá limpiando con mucho cuidado el terreno
situado alrededor de la madriguera/ hasta que la zona esté libre de
hierbas. Después recogerá cierto número de piedrecitas/ hojas y ra-
mas a las cuales dará un significado preciso/ y que en cierto modo
representarán a personas físicas/ amigos y enemigos/ o problemas
determinados. Estos objetos se colocarán alrededor y sobre la entrada
del nido y empezará la paciente espera de la salida de la mígala/ a
la cual se invoca con diversos sonidos.
Cuando salga el sagrado monstruo peludo/ moviéndose con sus
largas y fuertes patas/ y se abra camino por entre los objetos-obstá-
culos colocados voluntariamente/ dará un orden preciso a los sím-
bolos/ ofreciendo al consultante la respuesta a las cuestiones plan-
teadas y la confirmación o denegación de sus interrogantes.
Otra arte/ el «canasto adivinatorio»/ de origen camerunés/ re-
cuerda por su técnica y lectura el ritual usado con la mígala. El
sacerdote-adivino pone a disposición del consultante un canasto
con diversos objetos: conchas/ huesecitos/ dientes de animales/ per-
las de vidrio/ cortezas de árbol/ piedrecitas y todas las cosas co-
munes que exige su clarividencia. Después de haber rezado y me-
ditado invocando a los espíritus del mundo invisible/ la persona
lanzará sobre una estera el contenido del canasto adivinatorio y/
nuevamente/ la disposición de los objetos dará la respuesta y la
explicación a los problemas planteados/ y apagará su sed de co-
nocimiento del futuro y del propio destino/ sed que está cons-
tantemente en el nivel consciente o inconsciente de la mente hu-
mana.
A través de la adivinación se puede decidir también la culpabi-
lidad o la inocencia de un individuo. Esta práctica/ ejecutada con ce-
remoniales según sea la región donde se practica/ recuerda en su sus-
tancia las famosas pruebas del fuego y del agua conocidas en épocas
pasadas también en Europa.
En algunos pueblos del norte de Dahomey cuando se comete un
robo y el presunto o los presuntos artífices niegan su autoría/ se apela
79
al juicio de los dioses/ sometiendo a los sospechosos a una prueba
singular.
En un día establecido y considerado propicio para convocar este
«tribunal divino»/ con todo el pueblo presente y después de haber
recitado las fórmulas propiciatorias del ritual/ el sacerdote excava
un agujero en el suelo/ y luego echa en él las ofrendas votivas/ que
consisten en mezclas de varias bebidas alcohólicas. Una vez hecho
esto/ en el fondo del agujero se coloca una semilla de palma que pre-
viamente se ha atado a un cordel.
Luego/ entre invocaciones y plegarias/ se vuelve a tapar el agu-
jero/ prestando mucha atención a que/ una vez esté completamente
cubierto/ el cabo libre del cordel quede en el exterior. Éste se ata al-
rededor del cuello de los presuntos reos/ que deberán demostrar su
inocencia si con las manos atadas detrás de la espalda/ arrodillados
y sin perder el equilibrio consiguen sacar la semilla del agujero. Esta
prueba/ que parece un juego de sociedad/ no es tan fácil como puede
parecer; además/ las connotaciones de carácter psicológico pueden
jugar malas pasadas.
El miedo de no conseguirlo/ la conciencia de ser culpable o el te-
mor a una condena injusta cargan el «tribunal divino» de una at-
mósfera de suspense no privada de ataques histéricos y también vio-
lentos. Muy a menudo la semilla permanece enterrada en el pequeño
agujero a pesar de los esfuerzos y contorsiones del acusado. Nueva-
mente debemos preguntarnos si la causa del fracaso se puede atri-
buir a un acto inconsciente de acusación/ a la casualidad... o al po-
der de los loa.
Y el milagro se cumplió.
86
10. El pacto con las fuerzas oscuras
El terrible yakatu
No se trata exactamente de un fusil tradicional como los que se usan
para la caza o la guerra/ sino de un arma mágica usada para lanzar
maleficios. Sustancialmente sirve para «disparar» hechizos contra
las víctimas designadas. Consta de un tubo con una mirilla —la re-
ferencia al modelo del fusil es evidente'—• que se llena con diferen-
tes tipos de objetos «tratados» mágicamente (agujas/ clavos/ espinas/
fragmentos de vidrio/ dientes humanos/ generalmente incisivos y ca-
ninos) y elegidos según el maleficio que hay que producir. Luego
se añade una carga de pólvora. Con el arma así dispuesta el brujo
se sitúa/ sin ser visto/ en espera de que pase la persona a la que se
quiere perjudicar. Una vez la víctima está encuadrada en la mirilla/
recita las palabras mágicas del encantamiento y enciende la pólvora.
Esta deflagración/ completamente inocua para el que dispara/ sólo
produce una pequeña llama/ que sin embargo es suficiente para ha-
cer salir los proyectiles mágicos/ los cuales/ aunque caen al suelo sin
demasiado impulso/ cumplen el sortilegio/ ya que el fuego/ elemento
fuerte y destructor reclamado por el mago/ manifiesta toda su fuerza
•—-en este caso maléfica— proyectando sobre la víctima todas las car-
gas negativas de que estaban impregnados los proyectiles mágicos.
Existe otra versión del yakatu/ en la cual se aprovecha el calor
del sol como fuerza activadora. Este segundo tipo de fusil africano
recuerda por su forma la ballesta. Está formado por un trozo de ma-
dera de cierta longitud con una mirilla. El espacio que aloja la carga
102
está excavado en la madera, y tiene un pequeño recipiente que con-
tiene manteca de carite, que ejerce la función de carga mágica.
El operador actúa a escondidas haciendo que la víctima advierta
su presencia, lo que crea en ella un estado de inquietud que la hará
más débil y por lo tanto más receptiva al maleficio. En el momento ade-
cuado, el arma se apunta contra la víctima encuadrándola en la miri-
lla, de tal modo que al mismo tiempo el alojamiento de la carga, es de-
cir, la manteca de carite, se halle bajo la acción directa de un rayo de
sol que la fundirá en el momento en que el brujo recite las oportunas
fórmulas mágicas. Así concluye el sortilegio. La fuerza del sol se ha
captado según los fines del mago, que la ha instrumentalizado para
sus propios objetivos, para lanzar el maleficio. Se dice que este tipo de
encantamientos son tan eficaces que la víctima afectada no tarda en
notar las consecuencias, acaba sufriendo un calvario de dolores atro-
ces y terribles trastornos que pueden conducirle incluso a la muerte.
103
11. Los muertos que vuelven
Un dualismo preciso
Esta idea de separar totalmente el cuerpo del espíritu en el acto de la
muerte se evidencia particularmente en las ceremonias fúnebres hai-
tianas. En Haití/ después de la muerte el sacerdote ejecuta un rito cuyo
objetivo es separar definitivamente al difunto de su loa protector.
El sacerdote se introduce bajo la sábana junto al cadáver/ pro-
nuncia algunas plegarias y repite tres veces en voz alta el nombre
del difunto/ casi como si fuera un reclamo a la vida. Es en ese mo-
mento cuando/ según relatan algunas narraciones tradicionales/ el
cadáver parece reanimarse por un instante. Según la creencia/ esto
no sería más que la manifestación visible de la definitiva separación
del loa de aquel cuerpo.
Este rito desconcertante tendría la función de separar del cuerpo
inanimado los talentos y las capacidades de que estaba dotado en
vida/ y que no serían otra cosa que manifestaciones sobrenaturales
que deben volver a ser absorbidas en la esfera etérea de la cual pro-
vienen/ dejando el cuerpo vacío de todo patrimonio anímico. Ese
cuerpo que debería ser incorruptible/ pero que sólo está despoblado
de personalidad e individualidad/ puede no dar miedo.
Aquí ya se perfila el concepto del «zombi»/ criatura sin vida in-
terior pero sin muerte corpórea/ pasivo anillo de conjunción entre
los muertos y los vivos.
En los ritos ceremoniales que caracterizan los funerales vudúes
hay una escrupulosa observancia de aspectos particulares y de ho-
nores dirigidos a «contentar» al antepasado.
Si este comportamiento puede revelar la gran devoción que
sienten los creyentes del vudú por los que ya no están entre los
110
Vevé de «Guedé», espíritu de la muerte. La cruz no es en absoluto cristiana
112
12. Los captadores de almas
El pot de tete
Para neutralizar este estado de cosas algunos recurren al único
remedio que existe/ que es costoso pero eficaz: se hace extraer por
la mambo o el hungan su Ángel Bueno/ que será encerrado en un
tiesto o en una botella llamada pot de tete, y custodiado durante
toda la vida con seguridad/ lejos de miradas indiscretas y peli-
grosas.
Este rito especial lo ejecutan obligatoriamente aquellos que de-
sean ser iniciados. Desde los primeros estadios/ el sacerdote se preo-
cupará de mantener seguro al neófito con una ceremonia apta para
ratificar no sólo la inmunidad a los sortilegios/ sino el control cons-
tante que él/ como custodio del pot de tete/ tendrá sobre el iniciado/
del cual tomará un mechón de cabellos/ algunos pelos de las axilas
y del pubis y fragmentos de uñas. Al asociar los cabellos a la mente/
el vello de las axilas a la fuerza muscular/ el del pubis al instinto se-
xual y las uñas a la defensa/ se puede establecer una relación con
los principales impulsos vitales del hombre dados por el pensa-
miento/ la acción/ la procreación y la conservación de la especie/ ele-
mentos que se podrían representar en una simbólica materialización
del Gran Ángel Bueno.
En el trágico caso de que el pot de tete llegue a manos de un brujo
sin escrúpulos/ se convertirá en «arma zombi» o baka/ término usado
en Haití para definir a los espíritus que tras ser capturados son obli-
gados a obedecer al nuevo propietario o amo después de un ritual
mágico.
116
Una vez sometida por el brujo maléfico, esta parte espiritual del
hombre se convertirá en un espíritu del mal y disfrutará de unas pre-
rrogativas particulares. Cumpliendo órdenes puede asumir las apa-
riencias más extrañas y monstruosas para poder hacer estragos so-
bre los mortales, procurando sustos y emociones tan violentos que
son capaces de provocar auténticas enfermedades.
Una específica capacidad de metamorfosearse en las diversas for-
mas animales es prerrogativa de individuos que, para alcanzar ob-
jetivos determinados, han hecho pactos con las «fuerzas oscuras».
Éstos se conocen con el nombre de licántropos (hombres lobo),
quienes para calmar su sed de sangre no dudan en tomar las apa-
riencias más inocentes, por ejemplo la de un pequeño insecto, e in-
troducirse así, de noche, en la cama de la víctima escogida, gene-
ralmente un niño, al cual chupan lentamente la linfa y la vida.
Los desconcertantes ritos que el brujo ejecuta con la denominada
«expedición de los muertos» son siempre fruto de artes mágicas. El
individuo afectado por este maleficio sufrirá alteraciones somáticas
cada vez más graves que lo conducirán, sin causa aparente, a escu-
pir sangre y a continuación a la muerte.
Las causas de la perniciosa enfermedad no son naturales, pues
los responsables serían los muertos que han penetrado en el cuerpo
de la víctima y que, una vez instalados en el organismo como pa-
rásitos insaciables y tenaces, se agarran con tanta fuerza que hacen
extremadamente difícil su expulsión.
Por estos macabros sortilegios los operadores de lo oculto se sir-
ven de la ayuda de los loa Guedé, amplia multitud de divinidades
de la que forman parte Barón dimitiere, Maman Brigitte, Guedé
Nimbo y el príncipe y señor de todos, Barón Samedi, entidad in-
quietante que con estridente contraste a veces exalta los placeres de
la vida, y otras ahonda en los oscuros entresijos de la muerte.
El término «Guedé» que designa a esta lúgubre familia sobrena-
tural, una de las más típicas y extrañas del vudú haitiano, deriva
de una población homónima radicada en las cercanías de la ciudad
de Abomey, en Dahomey, que fue completamente aniquilada y dis-
persada por los pueblos de lengua fon después de luchas tribales.
117
Como trágico testimonio de la antigua masacre/ estas entidades per-
tenecen al campo de la muerte y lo presiden/ pero actualmente tam-
bién son consideradas señores de la sexualidad y por lo tanto de la
vida/ entendida como un continuo proceso de renacimiento gene-
rado por la misma putrefacción. En una hagiografía e iconografía
particularmente desconcertantes/ su lúgubre aspecto es acentuado
por el vestuario que los representa y distingue: trajes negros/ cru-
ces/ gafas oscuras/ sombreros de copa e instrumentos propios de se-
pulturero/ en grotesca contraposición con los largos cigarros que fu-
man constantemente mientras exhiben un lenguaje lascivo/ hilo
conductor de su desenfrenado erotismo.
Estos caracteres se evidencian en los fenómenos de posesión/
donde el poseído por los loa Guedé se entrega a bailes/ cantos y ges-
tos más allá de los límites de la decencia y de un humorismo pe-
sado/ en el intento de disipar la tristeza de la muerte. Muerte re-
presentada por ellos y sobre la que al mismo tiempo triunfan/ dando
lugar a una extraña analogía con los ritos dionisíacos/ donde las or-
gías de carácter sexual tenían una estrecha relación con la fertilidad
y la vida.
En la tradición del vudú de las Antillas/ Barón Samedi/ espectral
con su sombrero negro/ sarcástico y cínico príncipe de los Guedé/
es considerado responsable de los sortilegios más variados. El brujo
que haya hecho pactos con él podrá curar o transformar al hombre
en animal o incluso operar la magia más pérfida y sutil/ cuyo fruto
se conoce con el nombre de zombi.
Episodios terroríficos
Uno de los episodios más conocidos es el descrito por la escritora
americana Zora Hurston. Esta tuvo ocasión/ durante una estancia
en Haití/ de acercarse a un zombi e incluso de fotografiarlo/ además
de reconstruir su historia.
Respondía al nombre de Felicia Félix Mentor/ era una mujer jo-
ven que murió repentinamente en el año 1907 a causa de una mis-
teriosa enfermedad. Casi treinta años después/ en 1936, se encontró
una extraña criatura en los alrededores de la granja del hermano de
122
Felicia. Iba completamente desnuda/ estaba muy delgada/ su aspecto
era miserable/ era más una ruina de aspecto animal que un ser hu-
mano. No hablaba y tenía la expresión embrutecida de un indivi-
duo sin sentido de la voluntad ni personalidad. Era un zombi.
A pesar de los treinta años transcurridos/ fue reconocida por el
hermano y el marido por una serie de detalles inconfundibles. Nunca
se supo de donde venía y quién era el responsable de su estado. La
pobrecilla fue ingresada en el hospital de Puerto Príncipe/ donde
Zora Hurston/ al tener noticias del hecho/ logró ponerse en contacto
con ella.
«Su aspecto era espantoso»/ narra la escritora. «La cara inexpre-
siva/ la mirada fija/ los párpados blancos como si hubiesen sido que-
mados por un ácido. Si se le hablaba no se obtenía respuesta.»
El antropólogo inglés Francis Huxley habla de un zombi al que
se le hizo beber un vaso de agua salada. Poco después de haber be-
bido/ el zombi empezó a tartamudear su propio nombre. Un pariente
lo reconoció como el sobrino que había muerto cuatro años antes.
Un sacerdote con paciencia y empeño/ a través de las pocas pa-
labras inteligibles que el pobrecito pronunciaba/ consiguió identifi-
car al bocor para el cual había trabajado el desgraciado. Se advirtió
a la policía/ pero parece ser que los mismos policías/ ante el temor
que el zombismo y el bocor inspiran en Haití/ avisaron al bocor de
que su zombi estaba en el pueblo para que fuera a buscarlo. Dos días
después se encontró al zombi muerto/ naturalmente de manera mis-
teriosa. El brujo fue arrestado/ pero lo dejaron en libertad enseguida,
pues no se encontraron pruebas contra él.
En su obra Magic Island (La isla mágica)/ el escritor y estudioso
inglés William Seabrook habla de Haití y de las experiencias vivi-
das y de las investigaciones que realizó durante sus estancias en la
isla. En él refiere varios episodios relativos a testimonios del oscuro
y dramático fenómeno. Uno de los más significativos y desconcer-
tantes es el que ocurrió en 1918, del cual existen testimonios de mu-
chas personas.
T. Joseph/ viejo bocor que era jefe de nueve zombis/ tuvo aquel
año una oferta de trabajo. Se trataba de ir a recoger la caña de azú-
123
car de una lejana plantación en el interior de la isla, propiedad de
una compañía azucarera americana.
Joseph pensó que era una ocasión óptima para aprovechar el tra-
bajo de sus zombis. Aceptó el encargo y se presentó con su maca-
bro equipo/ haciéndolo pasar por un grupo de campesinos que ha-
bía recogido y que había tomado a sus órdenes. Sabía que los
contratistas no serían muy estrictos/ y que no examinarían al per-
sonal/ pues se limitarían a tratar con él los términos del contrato.
Además/ el hecho de ser enviados a una plantación alejada y ais-
lada/ en el interior/ favorecería aún más su empresa. Y así fue. Jo-
seph se trasladó a la plantación con su mujer/ que se alternaba con
él en los turnos de vigilancia del trabajo/ el cual era realizado con
celeridad por los desgraciados autómatas que trabajaban bajo el lá-
tigo de sus cómitres/ que se embolsaban el dinero de las pagas.
El día de Pentecostés/ Joseph se tomó un día de vacaciones y bajó
a la ciudad de Puerto Príncipe para disfrutar de su jornada de fiesta/
dejando a la mujer vigilando a la pobre chusma/ que aquel día tam-
bién disfrutaba de un poco de descanso.
La mujer/ al quedarse sola y sintiendo en un rincón de su alma
una brizna de piedad/ tal vez por la fiesta religiosa/ tuvo deseos de
distraerse un poco y decidió dirigirse también a la ciudad/ lleván-
dose con ella a las desventuradas criaturas.
Al llegar con su grupo a la plaza del mercado/ compró en un lance
de generosidad unos guirlaches y los distribuyó entre los pobreci-
tos. Pero al comprarlos no se dio cuenta de que no se trataba de dul-
ces hechos con azúcar/ sino de confituras saladas.
El efecto del incauto gesto de la mujer fue inmediato. Apenas los
zombis hubieron tragado mecánicamente los guirlaches/ parecieron
tomar consciencia de sí repentinamente. Empezaron a agitarse/ a gri-
tar profiriendo insultos y lamentos/ dispersándose y corriendo de
manera torpe y frenética hacia el interior de la isla hasta llegar al
pueblo de sus orígenes donde habían sido sepultados. Cuando sus
parientes los vieron/ al reconocerlos/ entre estupor/ terror y alegría
gritaban que era un milagro/ pero no pudieron expresar sus efu-
siones pues aquéllos/ sin mirar ni ver a nadie corrieron al pequeño
124
cementerio/ y tirándose cada uno sobre su propia tumba intentaron
desesperadamente con gestos convulsos excavar la tierra con las ma-
nos para volver a entrar en sus fosas. No obstante/ antes de conse-
guirlo empezaron a perder fuerza mientras sus cuerpos ofrecían el
horrible espectáculo del inicio de su lenta descomposición/ y ante
los ojos estupefactos e incrédulos de los presentes se redujeron a mi-
serables restos putrefactos.
Este episodio ha sido testimoniado por más personas/ pero a pe-
sar de que la superstición y la sugestión lo han dilatado y exage-
rado/ especialmente en su conclusión final/ cuyo testimonio procede
sólo de los aldeanos que asistieron al macabro espectáculo/ Seabrock/
que ha efectuado largas investigaciones sobre los usos y costumbres
de Haití/ considera que/ al menos en la primera parte de los hechos/
sobre la cual se han podido obtener testimonios .más. válidos/ nos
encontramos ante la exposición de un hecho ocurrido realmente y
que forma parte/ junto con otros hechos análogos/ de la sugestiva
casuística del zombismo.
Confirmaciones impresionantes
Vamos a contar también un episodio bastante significativo referido
a una muchacha perteneciente a una familia bastante conocida de
Puerto Príncipe. La niña murió repentinamente de manera poco
clara. Algún tiempo después una compañera suya de colegio sos-
tuvo que la había reconocido en una persona que había visto por la
calle. No la creyeron/ pero ante su insistencia nacieron sospechas y
se decidió exhumar el cadáver. El espanto y la angustia fue enorme
cuando al abrir el ataúd se encontró un esqueleto doblado/ dema-
siado largo para la medida de la caja; además/ el vestido no era el
que llevaba la difunta cuando fue inhumada.
También el etnólogo francés Alfred Metraux se ocupó del fenó-
meno del zombismo/ recogiendo en el curso de sus investigaciones
un gran número de testimonios y anécdotas.
Una de las más conocidas es la que ha narrado un habitante de
Puerto Príncipe. Una noche/ mientras viajaba en automóvil por una
125
carretera del interior de la isla, tuvo que pararse en un pueblecito a
causa de un pinchazo. Cuando no había hecho más que salir del co-
che y se preparaba para cambiar la rueda/ se le acercó un viejo ne-
gro que le dijo que era un bocor y/ además/ que había sido él quien
con un sortilegio había provocado el accidente que le había obligado
a detenerse. El automovilista no daba crédito a las palabras del viejo;
entonces/ éste insistió y le dijo que le mostraría a un viejo amigo al
que seguramente nunca hubiera creído que volvería a ver/ y que ése
era precisamente el motivo por el cual/ con sus artes mágicas/ ha-
bía suscitado el truco que le había detenido en su camino. Lo invitó
a su habitación a tomar un café/ y el hombre aceptó. Una vez aco-
modados en la casa empezaron a conversar/ mientras el viejo bocor
le ofrecía algo para beber y preparaba el café. En el transcurso del
diálogo/ el bocor preguntó a su huésped si había conocido a un tal
Célestin que había muerto unos seis meses antes. El interpelado dijo
que sí/ que lo conocía y habían sido grandes amigos.
El viejo negro/ con una extraña expresión entre satisfecha y di-
vertida/ tomó un látigo y lo hizo chasquear seis veces. Apenas se
hubo apagado el eco del último chasquido/ se abrió una puerta y
apareció ante el espantado huésped una figura de hombre/ macilenta
y alucinada/ en la que reconoció sin sombra de duda a su viejo
amigo. El pobre ser avanzaba con paso inseguro/ con los ojos fijos
en el vacío/ y no dio muestras de reconocerlo. Con un gesto impul-
sivo/ por la emoción de volver a ver a un viejo amigo que conside-
raba desaparecido/ el hombre le ofreció un vaso/ pero el brujo lo de-
tuvo con un gesto brusco diciéndole: «Es muy peligroso ofrecer algo
a un muerto». A una orden del viejo/ el zombi regresó a su aloja-
miento/ y aquel explicó luego que Célestin había sido transformado
en zombi por otro bocor/ a quien él lo había comprado poco después
por doce dólares.
William Seabrock explica que durante sus estudios e investiga-
ciones/ siempre en Haití/ trató con tres zombis en una plantación ale-
jada del centro habitado/ mientras trabajaban.
«Lo más impresionante»/ narra el escritor/ «eran sus ojos. No era
fruto de mi imaginación. Parecían los ojos de un muerto... Fijos y
126
perdidos en el vacío. El rostro era terrorífico. No sólo carecía de vi-
talidad/ sino que parecía incapaz de cualquier expresión.»
¿Droga misteriosa?
Sobre el «fenómeno zombi» existe una trágica y horripilante reali-
dad más allá de la leyenda. Médicos y estudiosos interesados en este
tema/ a pesar de formular hipótesis imprecisas/ están de acuerdo en
la existencia de una potentísima droga que produciría una suspen-
sión de las actividades vitales/ tanto fisiológicas como psíquicas.
Una droga cuya composición se ignora/ pero que podría extra-
erse de una solanácea y que, tal vez introducida en Haití desde la
lejana África en la época de la trata de esclavos/ forma parte de los
secretos ancestrales celosamente custodiados por sus depositarios.
Investigaciones recientes han establecido que existe un estado le-
tárgico provocado/ parecido a la muerte/ y que puede llevar a en-
gaño incluso a los sofisticados sistemas que pueden determinar la
muerte clínica. El veneno responsable de este fenómeno podría ad-
ministrarse por vía oral o incluso mediante el simple contacto con
la epidermis/ que lo absorbería a través de los poros.
Este estado de catalepsia puede interrumpirse por un contrave-
neno de origen desconocido/ capaz de restituir a la víctima a una
vida vegetativa; la víctima sufriría lesiones irreversibles en los cen-
tros nerviosos que la harían incapaz de oír y expresarse. Una ali-
mentación sin sal sería indispensable para mantener al malaventu-
rado en un estado de abulia y completa docilidad.
Heinz Lehamann/ profesor de psiquiatría de la Universidad McGill
de Montreal/ se ha expresado de la siguiente manera: «Era escéptico
con respecto a la existencia de una droga capaz de llevar al cuerpo hu-
mano hasta el punto de simular una muerte aparente. Pues bien/ des-
pués de haber examinado a diversos zombis y de haber escuchado sus
historias/ me he convencido de que esta droga indígena existe.»
La BBC ha realizado un documental-encuesta sobre el zombismo/
dirigido por David Tindall y Keith Hulse/ difundido también por
revistas autorizadas.
127
Los dos investigadores han encontrado y entrevistado a algunas
víctimas de un macabro sortilegio que los habría hecho zombis por
varios años, y que tras unos cuidados particulares han recuperado/
aunque de manera parcial, su personalidad consciente. Entre éstos
hay un tal Clerveus Narcisse, enterrado en 1962, con un certificado
de muerte redactado por dos médicos, que habrían constatado el fa-
llecimiento.
Clerveus Narcisse, tras veinte años de duro trabajo a merced del
bocor que había provocado su «muerte» y su «renacimiento», al ser
reconocido casualmente por un pariente, ha sido sometido a trata-
mientos cuyo éxito ha sido superior a cuanto hasta ahora se creía
posible. Este no sólo ha reemprendido una vida normal, sino que
está recuperando lentamente el recuerdo de los trágicos y lejanos he-
chos de que ha sido protagonista durante largos años, cuando en
poder del brujo era un muerto viviente.
El fenómeno del zombi nos propone uno de los aspectos más trá-
gicos y turbadores a los que puede llegar la perversión humana
cuando están en juego intereses, fantasmas, rencores, sed de poder
y ambiciones, en ambientes donde el individuo puede recurrir, para
ejercitar sus venganzas y revanchas, a siniestras facultades en las que
confluyen la magia y un sutil conocimiento de las drogas.
Aunque al considerar el vudú como una religión se ha sostenido
a menudo que sus prácticas sólo tienen un valor de ritual benéfico,
queda la inquietante e inextricable pregunta de si se pueden dis-
tinguir figuras que bajo nombres y atribuciones diversos operan con
intenciones y fines opuestos, sirviéndose no obstante de los mismos
conocimientos.
128
13. El guerisseur: el hungan curandero
El baño de luna
Máscara ritual
136
14. El pacto divino
Pero yo la atraeré
y la conduciré a la soledad
donde hablaré a su corazón.
Te casaré conmigo
por justicia y derecho
de afecto y de amor.
(Oseas 2,16-21)
137
Estos versos/ atribuidos al profeta Oseas/ no son un canto entre
dos enamorados/ sino que expresan la relación entre Dios y la na-
ción hebrea. En la Biblia/ los fragmentos que representan la rela-
ción entre Jahvé y su pueblo bajo el velo de la alegoría nupcial son
bastante frecuentes. Isaías/ Jeremías y Ezequiel ofrecen amplios
ejemplos/ sin citar el muy discutido Cantar de los cantares/ en el
que la relación con Dios se celebra en términos tan humanos que
podría ser considerado como una composición erótica. En el Deu-
terenomio (31,12-30) se define como «adulterio» el pecado de ido-
latría/ y en la vida de varios santos cristianos se encuentran ex-
presiones en las que Cristo es llamado «esposo» para indicar el
concepto de unión espiritual entre el hombre y la divinidad. Esta
idea la encontramos en la mitología griega y romana/ aunque el
vínculo se entiende de manera muy concreta como para dar lugar
a una auténtica relación.
Rómulo y Remo habrían sido concebidos de la relación entre el
dios Marte y la vestal Rea Silvia. Del amor de la diosa Tetis por el
mortal Peleo habría nacido Aquiles. Júpiter/ según la mitología/ no
habría dudado en metamorfosearse para unirse de manera total con
las mujeres que deseaba.
Las ménades/ en sus ceremonias orgiásticas creían poseer al
mismo dios Dioniso/ favoreciendo la fertilidad de las cosechas. En
Babilonia/ el rey celebraba cada año un matrimonio sagrado con la
diosa Ishtar uniéndose materialmente con una sacerdotisa como sím-
bolo de fecundidad y prosperidad/ concepto sobre el que se basaba
la sagrada prostitución que encontramos en todo Oriente y en el
mismo Egipto de los grandes faraones. Según este concepto/ la se-
xualidad/ como componente del rito/ servía para estimular la natu-
raleza a través de un proceso de magia analógica/ implicando a la
misma divinidad en una íntima relación con lo humano y plante-
ando una osmosis inseparable entre magia y religión.
También en la religión vudú existe un «matrimonio místico» en-
tre el mortal y el loa/ matrimonio que en su concepción se sitúa en-
tre la sublimación del espíritu cristiano y la carnalidad de una re-
lación íntima entendida de manera propiciatoria.
138
En las religiones paganas de la costa occidental africana/ los pue-
blos ashanti tenían en su creencia religiosa un rito específico que
sancionaba la unión entre el mortal y la divinidad/ concepto que
fue asimilado por los pueblos fon/ y por lo tanto introducido en el
vudú. Es generalmente el loa el que a través del sueño/ del estado
de trance/ de las facultades adivinatorias de la mambo o del hun-
gan/ manifiesta la voluntad y el deseo de desposar a un determi-
nado mortal.
También este último puede solicitar la unión con el dios/ aunque
este caso es menos frecuente/ pues la ceremonia nupcial comporta
siempre gastos elevados que frenan tal iniciativa o su mismo plan-
teamiento. Por otra parte/ es difícil oponerse a la voluntad de los loa.
Las reticencias/ las dudas y las dificultades de carácter económico
desaparecerán enseguida/ porque al deseo manifestado por el loa/
siempre a través de los «inspirados» mensajes de la mambo o del
hungan/ seguirán advertencias amenazadoras y auténticos chanta-
jes que inducirán al mortal a doblegarse a la voluntad del dios y a
celebrar el rito.
En general/ el dios es más apremiante cuando el elegido o la ele-
gida están próximos a desposarse/ temeroso de que la boda de su
protegido lo aleje de él. En estos casos será necesario que el mortal/
algunos días antes de su boda terrena/ se vincule al loa a través de
una verdadera ceremonia nupcial/ con los invitados y testimonios
presentes y con la ofrenda de ricos dones/ en el cuadro de un sun-
tuoso banquete en el que se servirán los alimentos más refinados y
las bebidas más apreciadas por la divinidad.
En el panteón vudú/ Erzulie/ la diosa del amor/ es sin duda uno
de los loa con mayores pretensiones; su exasperada coquetería la
lleva a exigir perfumes extraños/ joyas y vestidos confeccionados con
ricos tejidos. También con otros loa el coste de tales ceremonias es
siempre muy elevado/ y a menudo comporta gastos tan altos que el
contrayente se endeuda de un modo notable.
Una vez celebrada esta unión/ ciertas obligaciones muy precisas
impondrán que se dedique al esposo divino uno o más días sema-
nales durante toda la vida. En tales días se suspenderán las relaciones
139
entre los cónyuges terrenos, y si las posibilidades económicas lo per-
miten/ se dispondrá incluso de una habitación ritual donde/ en un
tálamo simbólico/ se alimentará de vez en cuando la relación entre
el ser humano y la divinidad con la que se está unido.
142
15. La aparente simbiosis entre el vudú
y el cristianismo
Sincretismo iconográfico
Lo que en la iconografía cristiana servía a menudo para distinguir
y reconocer a los diversos santos y beatos/ porque de algún modo
llamaba la atención sobre un episodio destacado de su vida o sobre
sus particulares atribuciones/ como por ejemplo las llaves de san Pe-
dro/ o el lirio de san Luis/ a menudo se identificó con atributos aná-
logos relativos a alguna divinidad vudú/ y sirvió de estímulo para
una relación e identificación entre el santo cristiano y el loa africano.
Fue así como san Ulrico/ por ejemplo/ representado a menudo con
un pez en la mano/ llegó a ser reconocido como Agau, loa del mar.
San Jaime/ en su espléndida armadura de caballero/ armado con su
145
espada/ se fundió con la imagen de Hogou, el dios del fulgor, he-
rrero y guerrero, y por extensión también dios del poder político.
La demostración de que no es la personalidad del santo lo que
lo identifica con el loa, sino el detalle representado en particular, se
puede percibir en la identificación de la figura de Damballah con
san Patricio. En la iconografía/ san Patricio se representa rodeado
de serpientes, pues se le atribuye el milagro de haber conseguido
expulsar de Irlanda a los abundantes reptiles. Para el negro de la
costa de Guinea, la serpiente era el símbolo del dios Dan (Damba-
llah para los haitianos), de donde deriva el nombre Dahomey (Dan-
ho-me), que significa «en el vientre de Dan», es decir, de la serpiente
sagrada.
Como se puede observar, el elemento que ha mediado en la iden-
tificación entre el santo y el loa es la serpiente, presente en ambas fi-
guras aunque con simbolismo netamente opuesto. Para los cristianos,
los reptiles no eran otra cosa que la imagen reproducida de un perí-
odo y de un mal conjurado por intercesión del santo venerado. Los
seguidores del vudú, por el contrario, vieron en las serpientes el ob-
jeto de su devoción: la boa sagrada que elevándose hacia la bóveda
celeste se transformaba en arco iris, la serpiente del cielo.
Equívocos de este tipo han dado origen al sincretismo que mu-
chos han interpretado como una superposición, casi como una «vic-
toria» del santo sobre el loa. Al contrario, aunque es innegable que
muchos elementos católicos, como por ejemplo plegarias o símbo-
los, han entrado en el rito vudú, esta integración es más aparente
que real, más formal que sustancial, y a menudo aquella expresión
h'túrgica mal entendida y mal interpretada ha sido absorbida no para
sustituir, sino para reforzar y enriquecer el antiguo culto negro par-
ticularmente predispuesto a dilatar su ceremonial.
147
ser vista como madre. Ésta fue/ tal vez/ la primera similitud que her-
manó a las dos figuras. No obstante/ enseguida perdió Erzulie este
significado secundario y asumió completamente el de divinidad del
amor y musa de la belleza femenina.
No obstante/ Erzulie es infeliz/ su corazón traspasado indica pre-
cisamente el constante dolor de mujer insatisfecha y sola. Casi por
una trágica burla/ la diosa que suscita el entusiasmo y el deseo de
todos los dioses del panteón yudú/ la bella por excelencia/ amada
más que cualquier otra/ no logra realizarse en el amor/ pues siem-
pre se siente traicionada y nunca suficientemente amada. Tal vez el
africano ha proyectado en Erzulie un particular concepto del amor/
considerando este sentimiento como casi imposible de alcanzar en
su totalidad/ interpretándolo como el anhelo de una meta inalcan-
zable por completo/ y por lo tanto no es fuente de alegría/ sino de
tormento y de dolor.
Hogou y Agau se han peleado por Erzulie/ y el mismo Hogou/
el loa de las artes marciales/ ha sido derrotado y herido por el loa
del mar/ casi para confirmar que el amor hace débiles hasta a los más
fuertes; en el dolor y en los lamentos del dios abatido tal vez se en-
cuentra la angustia eterna de todo hombre vencido/ derrotado en la
vana aspiración del amor. Pero tampoco este episodio/ como otros
miles de experiencias tumultuosas/ no cura la herida del corazón de
Erzulie/ que continua siendo la diosa que llora por el inalcanzable
sueño de amor/ trágicamente sola/ perdida y frágil en su afanosa e
insatisfecha búsqueda.
Este aspecto humano nos hace tolerantes e indulgentes con res-
pecto a la caprichosa Erzulie/ entendida como divinidad de la be-
lleza/ en quien se resumen y exageran todos los tópicos femeninos,
incluidos la coquetería/ la vanidad y la frivolidad.
Como venus negra/ exaltada en el esplendor del atractivo/ de la
seducción y de la gracia/ ricamente vestida y enjoyada/ acoge y re-
úne los sueños prohibidos de lujo y riqueza del esclavo negro, des-
preciado y miserable. La Mater doloroso., en cambio/ es considerada
en el aspecto triunfante de la Virgen que/ bella y radiante/ destaca
en el papel de Reina de los Cielos.
148
A pesar de que la Virgen y Erzulie son incompatibles y discor-
dantes en su esencia/ las exigencias prácticas del vudú han encon-
trado una forma de fusión entre las dos figuras/ volviendo a con-
firmar con este ejemplo la tolerancia que permite ciertas concesiones
e intercambios/ típica en la historia de muchas religiones.
Por otra parte/ si se quisieran examinar los puntos de contacto
entre el vudú y otras teogonias/ inevitablemente saltarían a la vista
las extraordinarias semejanzas entre algunos loa y las divinidades
del Olimpo. Incluso analogías de ritos que parecen ir más allá de la
simple coincidencia/ para considerar la tesis de antiguos contactos
entre el mundo de las civilizaciones sin escritura y el mundo helé-
nico y romano. En efecto/ el loa •—-como el numen— a menudo es
una transformación en clave metafísica de los fenómenos y de las
fuerzas de la naturaleza; sin embargo/ hasta los héroes y los arque-
tipos pueden alcanzar los honores reservados a los dioses y parti-
cipar en la «corte celeste». Su origen está dictado por el mismo in-
terés del hombre hacia lo sobrenatural/ al cual venera ya sea porque
lo teme y desea hacérselo propicio/ ya sea en recuerdo de gestas que
definen una estirpe o un acontecimiento.
Algunas figuras presentan paralelismos casi idénticos/ por el pa-
pel y por los atributos que las califican.
La misma Erzulie/ idealmente vinculada a la Virgen cristiana/
como «temperamento» es la antítesis de la Afrodita griega y de la
Venus itálica que/ antes de asumir plenamente las atribuciones de
la diosa helénica/ rigió sobre los huertos y jardines. Si los romanos
identificaron esta divinidad bucólica con la turbadora Afrodita/ llena
de seducción/ es posible formular la hipótesis de que al referirse al
amor se piensa no sólo en el placer/ sino también en la fertilidad y
la vida.
El proceso inverso/ pero análogo/ se dio en África. En los pue-
blos del golfo de Guinea/ tierra de sus orígenes/ Erzulie era un loa
protector de las cosechas/ y sólo después asumió el concepto de be-
lleza y de todas las artes del amor y del atractivo femenino.
Para la tradición clásica/ el numen del amor nace de la espuma
del mar/ pero también la Venus de piel de ébano forma parte de las
149
divinidades acuáticas. El agua, desde siempre símbolo de vida, está
en íntima conexión con el mito del sentimiento más universal/ que
es el amor.
Si Afrodita nos deja perplejos frente a ciertas incoherencias y de-
bilidades, Erzulie no se queda atrás. Hornero no duda en presen-
tarnos a la diosa griega en episodios que ponen en evidencia un ca-
rácter débil, o sumida en aventuras casi boccaccianas capaces de
provocar la risa de los mismos dioses y tal vez también de los hom-
bres, subrayando al mismo tiempo el poder y la fuerza que puede
ejercer sobre unos y otros.
Ligera, débil, adúltera, con el encanto de su sonrisa y de sus lá-
grimas, Erzulie triunfa igualmente como divinidad en la que son pro-
yectados los ideales femeninos, donde valores y defectos parecen
amalgamarse admirablemente en un extraño arquetipo que recibe
el nombre de «atractivo».
La Mami-Wata del vudú es la típica sirena. Como en Ulises, todo
hombre es engañado por la pérfida y sutil seducción de Mami-Wata,
que también se representa en su aspecto exterior como la sirena mí-
tica, con el busto de mujer seductora y la parte inferior del cuerpo
con forma de pez.
Otro ejemplo significativo lo ofrece el loa Hogou, dios herrero y
dios de la guerra, que parece asumir las prerrogativas de Vulcano
y del emprendedor y belicoso Marte.
Las músicas frenéticas y embriagadoras, las danzas desenfrena-
das que culminan en una exaltación colectiva, llegando, a través de
la liberación de los vínculos materiales, a desencadenar fenómenos
de posesión, típicos en las ceremonias en honor de los loa Guedé,
recuerdan de manera un poco vistosa los cultos dedicados a Dio-
niso y los ritos en los que participaban las bacantes y las ménades.
Pero la atmósfera del Olimpo, en un sentido amplio, la encontramos
en la interpretación y en el modo de sentir y de representar el espí-
ritu del panteón vudú. Los loa, como los dioses de Hornero, pare-
cen más seres humanos que entidades espirituales.
Poderosos, vanidosos, irascibles, vengadores, indulgentes, sus-
ceptibles, pero siempre atentos y partícipes en los acontecimientos
150
terrenos en los que intervienen/ ya sea positivamente/ ya sea de ma-
nera negativa según las circunstancias/ el humor o las atenciones que
se les reservan dan constantemente la impresión de que la devoción
del hombre es para ellos algo extremadamente importante y casi in-
dispensable. El sacerdote vudú/ del mismo modo que el sacerdote'
griego o romano/ llegará a entablar relaciones con las divinidades
precisamente en virtud de sus debilidades/ sobre las cuales podrá
actuar/ aplacando al dios con plegarias/ sacrificios y ofrendas.
¿Monoteísmo en el vudú?
No es difícil encontrar puntos de contacto entre las diversas reli-
giones/ pues el hombre/ aunque diferente en cuanto a civilización
y raza/ proyecta y manifiesta en el terreno religioso sentimientos
típicamente humanos/ y que por lo tanto tienen un carácter uni-
versal. Herodoto/ comparando la religión griega con la egipcia/
llegó a la conclusión de que aunque los nombres diferían/ los dio-
ses eran los mismos. Este concepto/ considerado de manera no muy
profunda/ puede aplicarse frecuentemente porque la religión pa-
rece superar límites/ distancias/ diferencias de lengua y de civili-
zación a través de los más sutiles y tenues canales que/ aunque
sean esporádicos o raros/ inevitablemente ponen en contacto pue-
blos diversos. También es cierto que generalmente la religión se
nos presenta revestida de un gran rigor en el respeto de las cre-
encias de los antepasados/ rigor que exagerado puede llevar al fa-
natismo y a la intolerancia/ y que supone siempre una barrera. Sin
embargo/ el espíritu de proselitismo que anima al fiel permite al
dios «extranjero» traspasar fronteras de manera casi impercepti-
ble a través de un rito o de una leyenda que es adoptado por una
creencia ya existente. Esta aceptación/ esta osmosis/ no tendrá ca-
rácter de ligereza o de profanación/ sino que más bien expresará
un deseo de enriquecimiento/ de búsqueda para entender a aquel
ser del que tiene un concepto tal vez innato y que supera al dios
doméstico/ personal o del clan al cual necesita/ pero que no le es
suficiente.
151
Considerando el poliédrico carácter de los diversos loa, hablar
del vudú como religión monoteísta podría parecer muy arriesgado.
No obstante/ en todos los pueblos de la costa occidental africana que
dieron origen al vudú fundiendo sus creencias en una religión única/
encontramos en los inicios el mismo concepto de un Dios único/ po-
deroso y, salvo raras excepciones/ creador del universo y de los hom-
bres.
Éste es un Dios que participó en la vida del pueblo en un tiempo
remoto/ y que después de los incidentes provocados por los hom-
bres se alejó de éstos/ pues a diferencia del tan terrible como justo
y vengativo Dios bíblico/ el Dios africano no castigó al hombre cul-
pable del pecado original expulsándolo del paraíso terrestre/ sino
que/ ofendido/ asumió un comportamiento de subirme distancia-
miento.
Las leyendas/ a pesar de variar de unas tribus a otras/ evidencian
este alejamiento. Están cargadas de este conflicto entre lo que está
arriba y lo que está abajo/ de esta exigencia de distanciar el cielo y
la tierra/ que es casi una necesidad de separar a Dios de los hom-
bres para que pueda establecerse entre el Creador y sus criaturas un
diálogo basado en el pensamiento/ como si un Dios demasiado cer-
cano a los hombres y a la vida humana estuviera limitado. Este es-
pacio que separa a Dios del hombre está ocupado por la presencia
de los loa.
Como hemos visto, a semejanza de los ángeles o de los demo-
nios/ el loa es un ser de naturaleza puramente espiritual. Como los
santos/ también el hombre puede llegar a loa aunque no tanto por
unas específicas cualidades morales, sino como héroe/ arquetipo o
por los méritos de un antepasado. Sin embargo/ lo que caracteriza
al loa es su facultad de poder modificar las leyes de la naturaleza y
de intervenir directamente en las experiencias de los hombres.
Si el santo interviene ante Dios para obtener un milagro o una
gracia/ el loa tiene el poder de hacerlo directamente. Si en la religión
católica el santo y el ángel hacen siempre el bien y el demonio el mal/
en el vudú el loa no es ni bueno ni malo. Muy parecido a una divi-
nidad griega o romana/ a su naturaleza divina se contrapone un
152
temperamento esencialmente humano/ en el cual cóleras y simpa-
tías tienen una influencia enorme. Muy sensibles a la devoción per-
sonal/ a los sacrificios y a los honores/ los «misterios vudúes» —otro
de los nombres que reciben estas entidades sobrenaturales— a ve-
ces se enfurecen con los hombres y a veces los protegen/ en el es-
pacio metafíisico que el africano pone entre él y su Dios.
153