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México vive una centralización del poder que pone en riesgo y ha diluido la idea de

federalismo con la que nació México en el pacto federal inscrito en el Acta Constitutiva de
la Nación Mexicana del 31 de enero de 1824.

debido al perfil de los elementos participantes en un sistema federal, cuyo número y


diversidad rompen con toda posibilidad de unilateralidad o con el predominio exclusivo de
algún interés particular, el derecho resultante deriva entre sus valores a la pluralidad. A
partir de su misma composición, el federalismo renuncia a la homogeneidad como
principio: sin negar el principio de unidad, se reconoce el derecho a la diversidad, al
reconocimiento y al respeto del otro. Este es uno de los presupuestos esenciales del modelo.
Cada una de las partes federadas reivindica alguna especificidad que la hace ser ella misma
(soberana, si apelamos a los términos jurídicos) y que la distingue de las otras partes o del
todo nacional.

Si originariamente se consideró al federalismo como un "principio de configuración


política", en la actualidad se le adiciona el aspecto económico como un índice para
conmensurar el grado de autonomía entre la Federación y los estados miembros.
Precisamente, el federalismo actual consiste en un sistema que busca la descentralización
de la política económica; de ahí que William Riker (1964) definiera al sistema político
como federal, si tiene las siguientes características: 1. Una jerarquía de gobiernos; por
ejemplo, dos niveles de gobierno ejerciendo el poder en el mismo territorio y en la misma
población; 2. Un panorama delineado de autoridad, en el que cada nivel de gobierno es
autónomo en sí mismo, con una esfera de autoridad política bien definida; y 3. Una garantía
de gobierno en su esfera de autoridad económica.

El federalismo no es otra cosa que una forma de organizar y distribuir el poder político en
un territorio determinado. Es decir, es una de las posibles formas de organización territorial
del Estado en donde existe un “doble nivel de instituciones políticas superpuestas”.1 Por un
lado, se tienen las instituciones federales (Presidente, Congreso de la Unión, Poder Judicial
Federal) y, por el otro, las instituciones de las entidades federativas (Gobernadores,
Congresos locales, Tribunales superiores). Ambos órdenes institucionales coexisten y
tienen un poder normativo diferenciado. Mientras que el poder normativo federal se
extiende hacia todos los habitantes del país, el estatal se ciñe a su localidad.
En México, hay que añadir otro nivel de gobierno: el municipal. A partir de la reforma de
1999 y por subsecuentes criterios de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), el
municipio hoy se erige como una institución con facultades competenciales exclusivas y de
una alta importancia, ya que es el punto de contacto más cercano y directo con la población.
Tenemos, pues, tres ámbitos competenciales que coexisten en nuestro sistema federal. Sin
embargo, en este texto me limitaré a señalar los retos que tenemos entre los dos primeros:
el federal y el estatal, porque el municipio merece un trato mucho más especializado.

Después de la crisis de 1929 quedó patente que los estados eran incapaces de salir de la
crisis económica por sí mismos y requirieron de la intervención federal. Aquí nace el
federalismo como lo debemos concebir hoy: uno de corte cooperativo y funcional.

El prisma bajo el cual se debe entender el federalismo es pragmático, de interdependencia


entre los niveles de gobierno, centrado en la influencia que cada instancia es capaz de
ejercer sobre la otra.

Hoy en México nuestro sistema federal debería ser uno de tipo


cooperativo –hay quienes lo sostienen- pero lo cierto es que no lo es.7 El
federalismo mexicano tiene una historia y ciertos rasgos que lo hacen
realmente atípico. Normalmente los sistemas federales siguen un principio
normativo de colaboración –en Alemania, el principio de fidelidad entre
los Länder y la federación; en España “el deber general de colaboración”;
en EUA el concepto de comity; en Bélgica, Suiza y Austria el principio de
mutua consideración, etcétera. En México la jurisprudencia no ha creado
algo similar y la Constitución impone un esquema de relaciones
marcadamente vertical.8 Es decir, en teoría –y solo en teoría- nuestro
sistema federal obedece a reglas muy simples de asignación de
competencias, propias del modelo dualista.

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