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federalismo con la que nació México en el pacto federal inscrito en el Acta Constitutiva de
la Nación Mexicana del 31 de enero de 1824.
El federalismo no es otra cosa que una forma de organizar y distribuir el poder político en
un territorio determinado. Es decir, es una de las posibles formas de organización territorial
del Estado en donde existe un “doble nivel de instituciones políticas superpuestas”.1 Por un
lado, se tienen las instituciones federales (Presidente, Congreso de la Unión, Poder Judicial
Federal) y, por el otro, las instituciones de las entidades federativas (Gobernadores,
Congresos locales, Tribunales superiores). Ambos órdenes institucionales coexisten y
tienen un poder normativo diferenciado. Mientras que el poder normativo federal se
extiende hacia todos los habitantes del país, el estatal se ciñe a su localidad.
En México, hay que añadir otro nivel de gobierno: el municipal. A partir de la reforma de
1999 y por subsecuentes criterios de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), el
municipio hoy se erige como una institución con facultades competenciales exclusivas y de
una alta importancia, ya que es el punto de contacto más cercano y directo con la población.
Tenemos, pues, tres ámbitos competenciales que coexisten en nuestro sistema federal. Sin
embargo, en este texto me limitaré a señalar los retos que tenemos entre los dos primeros:
el federal y el estatal, porque el municipio merece un trato mucho más especializado.
Después de la crisis de 1929 quedó patente que los estados eran incapaces de salir de la
crisis económica por sí mismos y requirieron de la intervención federal. Aquí nace el
federalismo como lo debemos concebir hoy: uno de corte cooperativo y funcional.