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El capítulo 4 de Efesios habla sobre la unidad en la diversidad en la iglesia.

La
primera parte del libro trata sobre la obra de Dios en la iglesia, mientras que la
segunda parte se enfoca en la ética y el comportamiento de los creyentes. La
unidad en el cuerpo de Cristo es esencial para recibir la bendición de Dios. Los
creyentes deben cuidarse unos a otros y mostrar la luz de la belleza y superioridad
de la revelación de Dios al mundo. Dicha unidad en el cuerpo de Cristo es un
testimonio poderoso para las culturas circundantes.

La unidad es crucial en la vida cristiana y es algo que solo puede ser posible por la
obra sobrenatural del Espíritu Santo, esta no puede ser lograda por elementos
unificadores que provienen de la mente del hombre. Solo podemos lograr esa
unidad si cultivamos un carácter piadoso que refleje el carácter de Cristo hacia los
demás. La unidad es un subproducto del proceso por el cual nuestro carácter es
moldeado de acuerdo con los valores del Reino de Dios. Debemos aspirar a ser
cada vez más como Cristo para perder todos esos bordes que nos llevan al conflicto
con nuestros hermanos y hermanas, y ella debe venir como resultado de dejarnos
tratar y transformar por el Espíritu Santo. Debemos ser completamente humildes,
gentiles, pacientes, tolerantes, soportándonos unos a otros en amor.

Si observamos la obra restauradora de Dios, centrada en Cristo, involucra a los


seres humanos tanto como receptores de la gracia de Dios como participantes de
Su obra continua de restauración con gracia. Somos salvos por gracia por la fe, no
por nuestras obras. Pero nuestras obras son vitales para Dios, “porque somos
hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios
preparó de antemano para que anduviéramos en ellas”. Por tanto no somos salvos
por obras SINO PARA OBRAS.

Nuestro Dios es un Dios que vive en comunidad desde la eternidad, siendo Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Él nos hizo a su imagen, por lo tanto, está en nuestro diseño
fundamental buscar ser parte de una comunidad. Mucho de lo que necesitamos
para forjar el carácter de Jesús en nuestra vida será provisto al caminar en
comunidad. Si examinamos el fruto del Espíritu en Gálatas 5, veremos que este se
desarrolla y perfecciona en el marco de una comunidad.

La preservación de la unidad del cuerpo de Cristo es tan crucial, es por eso que
Jesús en su oración sacerdotal de Juan 17, en sus últimos momentos en la tierra,
antes de ir a su crucifixión, el Apóstol Juan guiado por el Espíritu Santo nos da una
especie de primer plano de Jesús solo, probablemente en un momento rodeado de
oscuridad, orando por sus seguidores que habían de venir, y por los que ya estaban
con él, diciendo: Padre, hazlos uno, capacítalos para que sean uno. Mi oración no
es solo por ellos, los que ahora están conmigo, dice en Juan 17:20, oro también por
los que creen en mí a través de su mensaje.
El Espíritu Santo crea el único cuerpo: la iglesia. La unidad ya es un hecho
consumado por Dios mismo. Con todo, los creyentes debemos esforzarnos por
preservar y fortalecer esta comunión, viviendo de manera coherente con la doctrina
que Pablo explica. Debemos perseguir la unidad de manera intencional, vivir a la luz
de lo que Dios ya nos ha dado en Jesús.

La unidad entre dos o más personas recibe su virtud completamente de algo ajeno.
La unidad en sí misma es neutral hasta que otra cosa le da bondad o maldad. De
manera que si Herodes y Pilato se unifican por su desprecio común hacia Jesús,
esta no es una buena unidad. Pero si Pablo y Silas cantan juntos en la cárcel por
causa de Cristo, esta es una buena unidad. Por lo tanto, nunca es suficiente llamar
a los cristianos a tener unidad. Eso puede ser bueno o malo.

La unidad arraigada en el Espíritu es aquella que manifiesta a Cristo, que atesora la


verdad y que ama humildemente, la cual está diseñada por Dios para tener por lo
menos dos objetivos: un testimonio al mundo, y una proclamación de la gloria de
Dios, una va de la mano de la otra. El apóstol Juan deja claro el primero de estos:
“Un mandamiento nuevo les doy: ‘que se amen los unos a los otros;’ que como Yo
los he amado, así también se amen los unos a los otros. En esto conocerán todos
que son mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros” (Juan. 13: 34-35).

Que el Señor nos dé esa gracia, esa sabiduría, ese autocontrol, ese poder para vivir
como miembros de una familia, un solo Dios, un Padre, un solo espíritu, un solo
Jesucristo, el Hijo, unificando una sola fe y un solo bautismo, un solo señorío, una
confesión.

Demos gracias a nuestro Dios por pertenecer a su rebaño, pueblo suyo, hechura
suya, porque es un privilegio y agradezcamos por Su palabra, pidamos que penetre
en nuestros corazones, dejando su sedimento. Atesoremos eso, aferrarnos a su
mensaje mientras resuena dentro de nosotros. Queremos que selle su llamado a ser
un instrumento de unidad y armonía en este mundo tan caracterizado por todo lo
contrario. Permítenos glorificar a Jesucristo, para glorificar a ese Padre, ese espíritu
de Dios que es tan maravilloso al vivir vidas que hablan de la armonía, la belleza y
la unidad que hay en tu Reino.

Bendigo a cada uno de estos hermanos y hermanas aquí esta noche. Padre,
queremos ser como Jesús. Queremos ser como tú, Señor Jesucristo. Te
bendecimos esta noche. Oramos por tu paz en nuestras familias, nuestras iglesias,
nuestra ciudad, nuestros vecindarios, nuestros lugares de trabajo y que el mundo
sea un poco más armonioso porque estamos en él. Te damos gracias por todo este
tiempo que permites. Honramos su Espíritu Santo esta noche, y honramos Tu
palabra en el precioso nombre de Jesús, Amén.

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