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NICOLAS COPERNICO:

Nicolás Copérnico fue un astrónomo del Renacimiento nacido en Torun


(Polonia) en una familia de buena posición y que gracias a su tío, obispo
de Ermland, recibió una educación acorde a la de un hombre que iría a
hacer carrera en la función pública. Copérnico pasó por las
Universidades de Cracovia, Bolonia y Ferrara, estas dos últimas durante
su prolongada estadía en Italia. A su vuelta a Polonia, se desempeñó
como asesor y médico de su tío y a su muerte asumió en forma efectiva
como canónigo de Frombork donde dedicó gran parte de su tiempo a la
astronomía y a la gestación de De Revolutionibus. Su obra más famosa
fue publicada el año de su muerte y una copia llegó a sus manos poco
tiempo antes de su muerte en 1543.

En este libro, habla de cómo la Tierra es redonda y de que se mueve de determinadas maneras. Es
posible que algunas personas no estén de acuerdo con él porque no les gustan sus ideas.

El modelo heliocéntrico de Nicolás Copérnico fue una aportación decisiva a


la ciencia del Renacimiento. La concepción geocéntrica del universo,
teorizada por Tolomeo, había imperado durante catorce siglos: el Almagesto de
Tolomeo era un desarrollo detallado y sistemático de los métodos de la
astronomía griega, que establecía un cosmos geocéntrico con la Luna, el
Sol y los planetas fijos en esferas girando alrededor de la Tierra. Con
Copérnico, el Sol se convertía en el centro inmóvil del universo, y la Tierra
quedaba sometida a dos movimientos: el de rotación sobre sí misma y el
de traslación alrededor del Sol. No obstante, el universo copernicano seguía
siendo finito y limitado por la esfera de las estrellas fijas de la astronomía
tradicional.

Si bien le cabe a Copérnico el mérito de iniciar la obra de destrucción de la


astronomía tolemaica, en realidad su objetivo fue muy limitado y tendía
sólo a una simplificación del sistema tradicional, que había llegado ya a un
estado de insoportable complejidad. En la evolución del sistema tolemaico,
el progreso de las observaciones había hecho necesarios unos ochenta
círculos (epiciclos, excéntricos y ecuantes) para explicar el movimiento de
siete planetas errantes, sin aportar, pese a ello, previsiones lo
suficientemente exactas. Dada esta situación, Copérnico intuyó que la
hipótesis heliocéntrica eliminaría muchas dificultades y haría más
económico el sistema; bastaba con sustituir la Tierra por el Sol como centro
del universo, manteniendo intacto el resto del esquema.
No todo era original en la obra de Copérnico. En la Antigüedad, seguidores
de la escuela de Pitágoras como Aristarco de Samos habían realizado sobre bases
metafísicas una primera formulación heliocéntrica. A lo largo del siglo
XIV, Nicolás de Oresme (1325-1382), Jean Buridan (muerto en 1366) o Alberto
de Sajonia (1316-1390) plantearon la posibilidad de que la Tierra se
moviera. En cualquier caso, Copérnico elaboró por primera vez un sistema
heliocéntrico de forma coherente, aunque su teoría fue menos el resultado
de la observación de datos empíricos que la formulación de nuevas
hipótesis a partir de una cosmovisión previa que tenía un fundamento
metafísico.
Este componente metafísico se manifiesta en al menos tres aspectos. En
primer lugar, Copérnico conectó con la tradición neoplatónica de raíz
pitagórica, tan querida por la escuela de Marsilio Ficino, al otorgar al Sol una
posición inmóvil en el centro del cosmos. Éste era el lugar que realmente le
correspondía por su naturaleza e importancia como fuente suprema de luz
y vida.

En segundo lugar, el movimiento copernicano de planetas se asentaba


sobre un imperativo geométrico. Copérnico seguía pensando que los
planetas, al moverse alrededor del Sol, describían órbitas circulares
uniformes. Este movimiento circular resultaba naturalmente de la
esfericidad de los planetas, pues la forma geométrica más simple y perfecta
era en sí misma causa suficiente para engendrarlo.

Por último, el paradigma metafísico copernicano se basaba en la íntima


convicción de que la verdad ontológica de su sistema expresaba a la
perfección la verdadera armonía del universo. Es notable que Copérnico
justificase su revolucionario heliocentrismo con la necesidad de
salvaguardar la perfección divina (y la belleza) del movimiento de los
astros. Por ningún otro camino, afirmó, "he podido encontrar una simetría
tan admirable, una unión armoniosa entre los cuerpos celestes". En el
centro del cosmos, en el exacto punto medio de las esferas cristalinas
(cuya existencia jamás puso en duda Copérnico), debe encontrarse
necesariamente el Sol, porque él es la lucerna mundi, la fuente de luz que
gobierna e ilumina a toda la gran familia de los astros. Y así como una
lámpara debe colocarse en el centro de una habitación, "en este espléndido
templo, el universo, no se podría haber colocado esa lámpara [el Sol] en un
punto mejor ni mas indicado

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