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Capítulo 8
En general, existía hasta no hace mucho, aunque aún persiste en muchos ámbitos incluso en el
imaginario colectivo, que la ciencia, la producción no es intrínsecamente buena o mala, sino que, en
cierto modo, sus aplicaciones son las que pueden calificarse como tales.
En este sentido, la responsabilidad social por el buen o mal uso de las teorías científicas recae
exclusivamente en quienes las aplican.
La tesis que ha sido descrita de manera muy sencilla se conoce como el nombre de "la neutralidad de
las ciencias en términos de valores, es decir que la producción de teorías científicas es neutral en
términos de valores.
8.2.1.
8.2.2.Gadamer: prejuicios, tradición, autoridad e historia efectual
Para estas concepciones filosóficas los prejuicios y la autoridad hacen inviable el acceso al
conocimiento verdadero, por lo cual, una verdadera filosofía o una verdadera ciencia, es aquella
que cuestiona críticamente los autoridad , es decir, que pone entre paréntesis sus opiniones
para acceder a una verdad incontaminada, aséptica. Ello queda absolutamente atestiguado con
el "Principio de evidencia" cartesiano, que prescribe evitar la precipitación y los
prejuicios , aceptando únicamente como verdadero aquello que se presenta como evidente, es
decir, de manera clara y distinta a nuestro espíritu. Sin embargo, es sólo desde la Ilustración
que el concepto de "prejuicio" adquiere el matiz negativo que actualmente tiene . Así, como
señala Ricoeur, el prejuicio es una categoría de la Aufklärung , bajo la doble forma de
"precipitación" y "prevención" .
Cuando hablamos de "prejuicio", con ello nos referimos a un juicio previo, esta acepción
negativa lo presenta Kant en "Respuesta a la pregunta ¿qué es la Ilustración?" , como aquello
de lo que hay que desembarazarse para poder comenzar a pensar. Así, como señala
Gadamer, el término alemán para "prejuicio" parece haberse restringido desde la.
La superación de todo prejuicio, esta exigencia global de la Ilustración, revelará ser ella misma
un prejuicio cuya revisión hará posible una comprensión adecuada de la finitud que domina no
sólo nuestro ser hombres sino también nuestra conciencia histórica. Por ello Gadamer se
propone recuperar los prejuicios pero poniéndolos en el lugar de condición para la
comprensión. Con el objetivo de poner en cuestión el método y la dominación del conocimiento
científico de la tradición positivista, el filósofo alemán elabora, recuperando las nociones de
"prejuicio", "autoridad" y "tradición" fundamentalmente, su teoría hermenéutica, donde la "fusión
de horizontes", la tríada interpretación/comprensión/traducción -el modelo de la traducción -, y
el juego de preguntas y respuestas -donde toda pregunta tiene una motivación, y es, a su
vez, una respuesta - le permiten contrarrestar la pretensión universalista de la metodología
científica tradicional donde la verdad es puesta en el lugar de la verificación experimental. La
idea racionalista e ilustrada de que la existencia humana, por su razón libre y absoluta, alcanza
la autonomía y la verdad a través de haberse liberado del peso de la tradición puede ser
absolutamente cuestionada por cuanto la razón no es dueña de sí misma, sino siempre referida
a lo dado, es decir, la razón sólo existe como real e histórica.
En este sentido, es en realidad tan poco libre -limitada y condicionada de muchas maneras- que
la idea de una razón absoluta no es una posibilidad de la humanidad histórica. Así, la
comprensión supone nuestra tradición . De manera negativa, podemos decir que no es posible
comprendernos a nosotros mismos o comprender a otros, ni siquiera a un texto o a una
acción, sin considerar lo que ya somos, sin considerar nuestras propias concepciones del
mundo, es decir, nuestra tradición, que nos viene dada. En tanto pertenecientes a la tradición
occidental, por ejemplo, no podemos pensarnos como no occidentales y actuar o juzgar
asépticamente, no podemos ver el mundo con otros ojos, y menos aún sin ellos.
Por eso los prejuicios de un individuo son, mucho más que sus juicios, la realidad histórica de
su ser. El carácter de finitud e historicidad del hombre conduce a Gadamer a la necesidad de
rehabilitar el concepto de prejuicio y a reconocer la existencia de prejuicios legítimos. -a partir
de Heidegger- prejuicios justificados -y que pueden ser productivos para el conocimiento-, el
problema de la autoridad retorna como un nuevo planteamiento.
Ahora bien, como ya vimos, tanto para la tradición anglosajona como para tradición
hermenéutica, el tema de la objetividad en las ciencias, y particularmente en las ciencias
humanas o sociales -aunque también en la naturales, según vimos con Knorr Cetina y
Sanese-, es bastante problemático por cuanto, sobre todo en las ciencias sociales, la relación
que se establece entre investigador e investigado rebasa la clásica relación sujeto-objeto, ya
que se trata de una interacción significativa, caracterizada por su dimensión dialógica y plena
de significación, una correlación práctico reflexiva, donde investigadores e investigados se
encuentran imbricados mutuamente «perdiendo» de esta manera el investigador la distancia
crítica necesaria para que su conocimiento del investigado pueda ser considerado
objetivo. Entonces se presenta el problema de la objetividad de este tipo de
conocimiento. Como se preguntan Schuster y Pecheny, ¿en qué medida la ideología, las
valoraciones subjetivas del investigador o de los grupos o comunidades de investigadores
afectan o no los resultados del trabajo científico, al introducir factores subjetivos que
comprometen la objetividad -valor cognitivo primordial de toda práctica científica para la
epistemología de los últimos ciento cincuenta años, al menos? . aunque éste sea social. Con
esto, según esta concepción de las ciencias, parece entonces que la objetividad exige
neutralidad , por cuanto aquella implica atenerse pura y exclusivamente al objeto, sin
adicionarle nada subjetivo. ¿Cuál es el problema de introducir elementos subjetivos en la
investigación de un objeto? El problema reside en las distintas perspectivas, en que la
subjetividad de un observador varía respecto de los elementos de la subjetividad de cualquier
otro , lo cual imposibilita la pretensión de objetividad y universalidad del conocimiento. El
enfoque que Habermas brinda sobre la relación entre objetividad y neutralidad cuestiona
ampliamente la concepción estándar de la ciencia y, como señalan Schuster y Pecheny, plantea
que no sólo no hay que neutralizar los valores, sino que, para tratar de alcanzar la objetividad
en las ciencias sociales es necesario juzgar, tomar partido . Así, para Habermas, la ciencia
social puede defender la objetividad pero no puede hacer lo propio con la neutralidad
valorativa, aquella concepción que asume la neutralidad respecto de los valores.
A diferencia de Kant que se pregunta por las condiciones de posibilidad del conocimiento “en
general”, es decir, para un sujeto universal, para todos los sujetos cognoscentes posibles, Foucault se
pregunta por las condiciones de posibilidad de los conocimientos efectivamente existentes,
singulares, propios de cada época, es decir, históricamente situados y efectivamente realizados.
La epistéme
En contra de la idea positivista que supone una historia continuada y progresiva de los campos del
saber del que seríamos herederos, Foucault se esfuerza por mostrar las discontinuidades, mutaciones
y cambios que han caracterizado a las distintas epistémes, disciplinas o discursos científicos (Castro,
2004, 86) en distintas épocas. Así define su tarea como: “[…] una tentativa para introducir la
diversidad de los sistemas y el juego de las discontinuidades en la historia de los discursos
Ahora bien, un autor que procede de los márgenes más cercanos a la epistemología
anglosajona y se ha ocupado de cuestionar la distinción entre enunciados que expresan
hechos y otros que expresan valores es Hilary Putnam, quien en su ya clásico libro El
desplome de la dicotomía hecho- valor (2002) recorre la historia de esta dicotomía para
señalar que fructificó dentro de la tradición empirista y sus representantes han hecho de
este tema un bastión a defender.
Esta dicotomía entre hechos y valores tuvo, a juicio de Putnam, un carácter
fundacional para el empirismo clásico, pero también para su heredero del siglo XX, el
positivismo lógico. Ella fue funcional al empirismo para eliminar los términos y juicios de
valor de la investigación científica y para eliminarlos de toda discusión acerca de su
racionalidad. En este sentido, el objetivo era borrar de la ética toda pretensión de
racionalidad puesto que la dicotomía excluye la posibilidad de la razón práctica.
La imbricación hecho-valor
Puesto que como se vio se hace difícil definir qué es un hecho y qué es un valor, y puesto
que, según señalan algunos epistemólogos, los hechos están permeados por valores, podemos
entonces hablar de una imbricación hecho- valor. Putnam señala que esta imbricación no se
limita ni a los tipos de hechos que los positivistas lógicos reconocen como tales ni a los valores
epistémicos. En este sentido, Putnam señala que en el caso de Carnap, tras abandonar éste la
caracterización de las proposiciones fácticas como susceptibles de ser confrontadas una a una
con la experiencia sensorial, el argumento en pro de la dicotomía hecho/valor se viene
abajo, puesto que la ciencia podría presuponer valores, y si se deja de pensar en valor como
sinónimo de ética, la ciencia sí presupone valores, al menos valores epistémicos . Hay entonces
una profunda imbricación entre hechos y valores .
Capítulo 9
Ciencia y ética
A partir de lo señalado por Gadamer en el capítulo anterior, se hace necesario entonces, que
reconozcamos, como “prejuicio válido”, la “autoridad” que a través del mensaje transmitido por la
“tradición” la Concepción Heredada (incluido aquí el racionalismo crítico) ha enviado desde el
pasado y que ha condicionado nuestro modo actual de ver y operar sobre el mundo, que lleva a
afirmar ingenuamente, tanto por científicos como por la sociedad en general, la neutralidad valorativa
de la ciencia (tanto natural como social).
Por su parte, Javier Echeverría (epistemólogo español, 1948) destaca la inercia de este imaginario
cientificista en la epistemología del siglo XX, que a su juicio se extiende incluso a los enfoques
semanticistas que se preocupan por la formalización de modelos pero dejan fuera de sus
preocupaciones los procesos de diseño, evaluación y modificación de dichos modelos (Echeverría, 1999,
297). Para este epistemólogo, han sido los enfoques historicistas y los sociólogos del conocimiento
quienes han forzado a los filósofos de la ciencia a reconocer la importancia de tomar en cuenta la
práctica científica y no solamente sus resultados.
Frente al ideal de la ciencia neutra, con su separación estricta entre hechos y valores, este enfoque
busca herramientas conceptuales para dilucidar los modos de producción tecnocientífica que
caracterizan a esta nueva etapa en la producción de conocimientos (Echeverría, 1999, 322). El
término “tecnociencia” fue utilizado por Bruno Latour (filósofo, sociólogo y antropólogo francés,
1947) en 1983, para abreviar la expresión “ciencia y tecnología” y, en consecuencia, poner de relieve
la necesaria vinculación entre un ámbito y otro.
Echeverría reconoce que el punto de partida de este nuevo enfoque puede adjudicarse a Kuhn, quien
propuso un análisis histórico de los cambios axiológicos en los modos de producción científica (1995,
54). En este punto, el español señala que podemos constatar que autores como Merton, Popper o
Laudan, en quienes reconoce aportes a sus ideas, han reconocido la presencia de marcos valorativos
no epistémicos presentes en la actividad científica, pero han guardado, sin embargo, un “silencio
wittgensteiniano”29 respecto a su
inclusión en los debates epistemológicos y metodológicos.
El pluralismo axiológico que propone Echeverría supone la separación del
análisis de la producción científica en cuatro contextos:
El contexto de educación
El contexto de innovación
El contexto de evaluación
El contexto de aplicación
El epistemólogo español Javier Echeverría nos proporciona en una apretada síntesis las principales
tendencias de estos últimos años de la Epistemología
A fines de la Segunda Guerra Mundial, la tesis sobre la neutralidad valorativa de la ciencia se dirimía
entre aquellos que defendían la idea de una “ciencia internacional”, es decir, la ciencia como un logro
de la humanidad, una conquista del conocimiento humano, motivado por la búsqueda de la verdad y
no limitado por fronteras políticas, y aquellos que sostenían la tesis opuesta, la de una “ciencia
nacional”, que había sido defendida unos años antes por científicos nazis como Lenard y Stark,
destacando los logros de la “ciencia alemana” que habían denunciado a la “ciencia judía”,
especialmente a la física de Einstein, de “cientificismo”, por ocuparse de cuestiones teóricas
completamente alejadas de las urgentes necesidades del pueblo alemán por resolver los problemas de
la miseria y la desocupación
Tal como lo expresan las tesis extremas de la tecnofilia y la tecnofobia, recrudeció aquella
polémica de los años 60 y 70 acerca de la responsabilidad que le cabe a los científicos en estos
temas. La polémica llegó a los medios masivos y motivó la producción de
entrevistas, programas de televisión e incluso videos donde se convocaron a los principales
protagonistas de esa polémica.
En este sentido, una filosofía política de las ciencias socialmente responsable debe
considerar la imbricación existente entre las prácticas científicas y el ámbito social, y
colaborar para promover que las ciencias traten de ser funcionales al logro del bien social
La filosofía política de las ciencias que Gómez propone, no rechaza a la ciencia como
una importantísima herramienta humana, pero llama a la cautela y a rechazar el
empobrecimiento de la filosofía de las ciencias o de la filosofía operado por las versiones
positivistas del conocimiento científico, y a la desaparición de la política, como sucede
cuando se la sustituye por la opinión de los científicos y tecnólogos sin más.
Pensar la ciencia hoy implica, junto a la epistemología, pensar el «cómo» pero, junto a la
ética, se trata de compartir la reflexión acerca del «para qué»